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FORMACIÓN

SOBRE MOISÉS

FIGURA MOISÉS

Moisés pre-figura de Jesucristo: El Libertador
El éxodo fue el acontecimiento fundamental de la historia de Israel. En él nació
como pueblo y tomó conciencia de ser un pueblo elegido. En este prototipo de
liberación se entiende la relación de Dios con el hombre: la lucha de estos por
librarse de sus esclavitudes (cuya raíz de todas ellas es el pecado) y la necesidad de
la intervención de Dios como única vía de liberación, fuera de cualquier esquema
humano.
La importancia de entender el Éxodo para un cristiano es hacernos caer en la
cuenta de nuestras esclavitudes, de las dificultades que encontramos para
superarlas y del camino que hay que seguir para conseguirlas, abandonarse en
Dios. Todo ello a la luz de la experiencia de Israel.

Moisés como libertador: No vivimos en tiempos de prodigios que puedan
impresionarnos. Dios no es un mago de feria. Cuando quiere actuar en favor de su
pueblo lo hace a través de un hombre. Moisés supo ser, a pesar de sus fallos, el
lugarteniente de Dios en la obra de la liberación del pueblo. Por esto es modelo de
todo libertador. Fue elegido para esta tarea, y el hecho de que ofreciera resistencia
nos hace pensar que no buscaba su gloria personal; vivió en su propia carne el
proceso que conduce a la libertad antes de ayudar al pueblo a vivir esa experiencia,
dando a entender que sólo un liberado puede realmente liberar; realizó con su
pueblo el camino, compartiendo con él dificultades, pruebas y peligros, mostrando
con ello que el camino de la libertad es un camino de encarnación; y al final,
cuando el proceso hubo terminado, desapareció, haciendo posible que el pueblo
caminara por sí mismo.
El libertador no puede pretender sustituir al opresor haciéndose indispensable
para los liberados. Liberar es hacer posible que el "hombre" que cada uno lleva
dentro se realice plenamente. No es cambiar de amos, sino ayudar a crecer.
Para que el hombre dé este paso hacia Dios que es la fe, se da Él mismo como única
verdad. Y necesita que nosotros nos acojamos a él, dejemos de luchar y nos
abandonemos. Esto es lo que hace Moisés. Así lo dice la carta de los hebreos: «Por
la fe, salió de Egipto sin temer la cólera del rey, y se mantuvo firme como quien ve al
invisible. Por la fe, celebró la Pascua y la aspersión de la sangre, para que el
exterminador no tocara a sus primogénitos. Por la fe, cruzaron el Mar Rojo como si
fuera tierra seca, mientras que los egipcios que lo intentaron fueron tragados por las
aguas»
Si Abraham es modelo de obediencia y confianza en Dios, de modo que con razón
se le puede denominar padre de todos los creyentes, Moisés nos permite aprender
que la fe es para la entrega, convirtiéndose en «un nuevo criterio de pensamiento y
de acción que cambia toda la vida del hombre». La fe ilumina la propia existencia,
dándole un sentido de misión. «La fe y la vocación de cristianos afectan a toda
nuestra existencia, y no sólo a una parte. Las relaciones con Dios son
necesariamente relaciones de entrega, y asumen un sentido de totalidad. La actitud
del hombre de fe es mirar la vida, con todas sus dimensiones, desde una
perspectiva nueva: la que nos da Dios». Tener fe y comprometerse con Dios a vivir
con una misión apostólica son caras de la misma moneda.
Moisés nació cuando el faraón había ordenado asesinar a todos los recién nacidos
varones del pueblo judío. Pero por «la fe, Moisés, recién nacido, fue ocultado
durante tres meses por sus padres». La fe de sus padres hizo que percibieran que
la voluntad de Dios no era la muerte del niño, y que fue también la fe la que les dio
la fuerza para infringir el edicto del rey. No podían imaginar cuánto dependía de
aquel gesto. Cuando creían haber renunciado a su hijo, la providencia divina no
sólo les permitió verlo adoptado por una princesa egipcia, sino que hizo posible
que la misma madre pudiera amamantarlo y criarlo.
Moisés creció en la casa del faraón, y fue instruido en todas las ciencias de los
egipcios. Pero un episodio turbará profundamente su vida: al defender a otro
hebreo, quitó la vida a un egipcio y se convirtió en un proscrito. En la elección de
Moisés para solidarizarse con sus hermanos podemos ver una decisión basada en
una convicción de fe, en la conciencia de pertenecer al pueblo elegido: «Por la fe,
Moisés, ya adulto, se negó a ser llamado hijo de la hija del Faraón, y prefirió verse
maltratado con el pueblo de Dios que disfrutar el goce pasajero del pecado,
estimando que el oprobio de Cristo era riqueza mayor que los tesoros de Egipto,
porque tenía la mirada puesta en la recompensa».
Moisés deberá huir de Egipto para no caer en manos del faraón. Así llegará a la
tierra de Madián, en la península del Sinaí. Podría parecer que todas sus buenas
disposiciones y su preocupación por los israelitas prisioneros en Egipto no le han
traído nada bueno. Sin embargo, los hombres no son los únicos protagonistas de la
historia del mundo, ni siquiera son los principales. Y cuando Moisés se ha asentado
en su nuevo país, y puede justamente imaginar la normalidad con que proseguirá
su vida, Dios saldrá a su encuentro y le manifestará la misión que le ha reservado
desde su nacimiento, y que configura su vocación, y su ser más íntimo. Dios se
«acordó de su alianza con Abrahán, con Isaac y con Jacob» y escogió a Moisés para
liberar a su pueblo de la esclavitud. El Señor interviene de nuevo en la historia
para ser fiel a la promesa que hizo a Abraham, y mientras «Moisés apacentaba el
rebaño de su suegro Jetró, sacerdote de Madián, (…) el ángel del Señor se le
manifestó en forma de llama de fuego en medio de una zarza. Moisés miró: la zarza
ardía pero no se consumía. Y se dijo Moisés: “Voy a acercarme y comprobar esta
visión prodigiosa: por qué no se consume la zarza”. Vio el Señor que Moisés se
acercaba a mirar y lo llamó de entre la zarza». La vocación de Moisés nos permite
apreciar los elementos fundamentales que encontramos en toda llamada a
asumir los planes de Dios: la iniciativa divina, la autorrevelación de Dios, la
encomienda de una misión, y la promesa del favor divino para poder llevarla
a término.
Dios se abre camino de modo sorprendente, y llama a Moisés por su nombre:
«Moisés, Moisés». La repetición del nombre acentúa la importancia del
acontecimiento y la certeza de la llamada, es lo que expresa el profeta Isaías en un
himno, cuando dice: «No temas, que te he redimido y te he llamado por tu
nombre: tú eres mío».
Cuando Dios llama, toma la iniciativa dándose a conocer: «Yo soy el que soy». Sin
embargo, Moisés se resiste e intenta evitar lo que el Señor le pide, es consciente de
su propia insuficiencia y de la dificultad del encargo. Su fe es aún débil, pero el
miedo no le lleva a alejarse de la presencia de Dios. Dialoga con Él con sencillez, le
dice sus objeciones, y permite que el Señor manifieste su poder y dé consistencia a
su debilidad. En este proceso, Moisés experimenta en primera persona el poder de
Dios, que empieza obrando en él algunos de los milagros que después realizará
ante el Faraón. Así, Moisés toma conciencia de que sus limitaciones no importan,
porque Él no le abandonará «Yo estaré contigo»; percibe que será el Señor quien
liberará al pueblo de Egipto: lo único que le toca hacer es ser un buen instrumento.
Dios es invisible, pero la fe lo hace en cierto modo visible, porque la fe es un modo
de conocer las cosas que no se ven. La fe en Dios lleva a vivir la propia vocación con
todas sus consecuencias. Como la fe está viva y debe desarrollarse, el diálogo con
Dios nunca termina. La oración enciende la fe y permite adquirir la conciencia del
sentido vocacional de la propia existencia. Surge así la vida de fe, que conecta la
oración con lo cotidiano, e impulsa a darse a los demás, a desplegar, en medio de la
vida corriente, la riqueza de la propia vocación. Recuerda que el universo entero –
escribe el Apóstol– está gimiendo como en dolores de parto, esperando la
liberación de los hijos de Dios». Moisés, precisamente como hombre de oración.
Moisés, el gran profeta y caudillo del tiempo del Éxodo, desempeñó su función de
mediador entre Dios e Israel haciéndose portador, ante el pueblo, de las palabras y
de los mandamientos divinos, llevándolo hacia la libertad de la Tierra Prometida,
enseñando a los israelitas a vivir en la obediencia y en la confianza hacia Dios
durante la larga permanencia en el desierto, pero también, y diría sobre todo,
orando. Reza por el faraón cuando Dios, con las plagas, trataba de convertir el
corazón de los egipcios (cf. Ex 8–10); pide al Señor la curación de su hermana
María enferma de lepra (cf. Nm 12, 9-13); intercede por el pueblo que se había
rebelado, asustado por el relato de los exploradores (cf. Nm 14, 1-19); reza cuando
el fuego estaba a punto de devorar el campamento (cf. Nm 11, 1-2) y cuando
serpientes venenosas hacían estragos (cf. Nm 21, 4-9); se dirige al Señor y
reacciona protestando cuando su misión se había vuelto demasiado pesada (cf. Nm
11, 10-15); ve a Dios y habla con él «cara a cara, como habla un hombre con su
amigo» (cf. Ex 24, 9-17; 33, 7-23; 34, 1-10.28-35).
En Moisés, en suma, se manifiesta de modo especial la relación entre fe, fidelidad y
eficacia. Moisés es fiel y eficaz porque el Señor está cerca de él, y el Señor está
cerca porque Moisés no rehúye su mirada y le plantea sus dudas, temores,
insuficiencias, con sinceridad. Incluso cuando todo parece perdido, como cuando el
pueblo recién salvado fabrica un becerro de oro para adorarlo, la confianza de
Moisés con su Señor le llevará a interceder por el pueblo, y el pecado se convierte
en ocasión de un nuevo comienzo, que manifiesta con más fuerza la misericordia
de Dios. Porque Dios «jamás se cansa de perdonar, pero nosotros, a veces, nos
cansamos de pedir perdón».
La vida de Moisés y la liberación de Israel encomendada a él prefiguraba la
redención cristiana, verdadera liberación. Jesucristo es quien, con su muerte y
resurrección, ha rescatado al hombre de aquella esclavitud radical que es el
pecado, abriéndole el camino hacia la verdadera Tierra prometida, el Cielo. El
antiguo éxodo se cumple ante todo dentro del hombre mismo, y consiste en acoger
la gracia. El hombre viejo deja el puesto al hombre nuevo. Y este éxodo espiritual
es fuente de una liberación integral, capaz de renovar cualquier dimensión
humana, personal y social. Si tomamos conciencia de nuestra vocación y ayudamos
a nuestros amigos a tomar conciencia de la suya, llevaremos la liberación de Cristo
a todos los hombres. Debemos aprender a salir de nosotros mismos para ir al
encuentro de los demás, para ir hacia las periferias de la existencia. «Ignem veni
mittere in terram, fuego he venido a traer a la tierra», decía el Señor hablando de su
amor ardiente por los hombres. A lo que san Josemaría sentía la necesidad de
contestar, pensando en el mundo entero: Ecce ego: ¡aquí me tienes!

ESCLAVITUD (vs Libertad)

(Ex 1)
Sal 21
Para hablar de la esclavitud hay que entender bien la libertad. La orientación del
hombre hacia el bien sólo se logra con el uso de la libertad, la cual posee un valor
que en ocasiones se fomenta como si fuese una licencia para hacer cualquier cosa.
La verdadera libertad es signo eminente de la imagen divina en el hombre. Dios ha
querido "dejar al hombre en manos de su propia decisión", para que así busque
espontáneamente a su Creador y, adhiriéndose libremente a éste, alcance la plena
y bienaventurada perfección. La dignidad humana requiere que el hombre actúe
según su conciencia y libre elección, no bajo la presión de un ciego impulso interior
o de la mera coacción externa. La libertad humana, herida por el pecado, ha de
apoyarse necesariamente en la gracia de Dios (Gaudium et Spes, 17)

La tentación de someter a otros hombres tal vez sea tan antigua como el mismo
hombre, y se puede llevar a cabo de muchas formas también hoy, y también por
nosotros mismos. La experiencia de los hebreos en Egipto es prototipo de todas las
situaciones de esclavitud y de opresión. Estas se dan siempre que un hombre ve
pisoteada su dignidad, cuando otros se niegan a reconocer en él la imagen de
Dios.
Pero no toda esclavitud viene de fuera. A veces las cadenas más fuertes están
dentro del hombre mismo: la ambición, el ansia de poder, la soberbia, las
pasiones..., son con frecuencia obstinados faraones que nos impiden salir
libremente al encuentro de Dios. Sólo cuando el hombre alcanza la libertad
interior es radical y verdaderamente libre. Esta la alcanzamos sólo en Cristo
porque sólo él nos hace libres del pecado y de su raíz.
San Pablo se plantea (Rom 7,18-25) el problema de la libertad interior, de la
libertad del corazón. Pero se siente incapaz de alcanzarla. Cristo es la respuesta.


FIESTA DEL PERDÓN

Las fiestas judías no sólo apuntan a recordar hechos del pasado o a nutrir el
presente, sino que a la vez son signos de lo que en un futuro realizará Dios con su
pueblo. En este sentido, El día del perdón, Iom Kipur, es uno de los signos más
fuertes para mostrarnos el sacrificio expiatorio, pleno, llevado a su máxima
expresión, concreción y éxito, en la cruz de Cristo.

El día de la expiación, Iom Kipur (Día del Perdón)

La palabra Iom quiere decir día, en hebreo, y Kipur viene de la palabra kapporet,
que quiere decir propiciatorio, en hebreo. Y viene de la raíz kaphar, que es la
misma palabra que se usa para “expiación“.

El día del perdón es uno de los días más solemnes para el judaísmo, donde se
dedica a la oración, a la aflicción del alma y al ayuno. Es un día completo de
reflexión y reparación.


El origen bíblico de este día tiene que ver con el perdón que Dios le otorgó al
pueblo de Israel cuando, luego de haber sido liberados de Egipto y haber hecho
una alianza con Dios (Ex 24), el pueblo cayó en la idolatría, en el episodio del
becerro de oro (Ex 32).

Moisés intercede ante Dios por el pueblo, y le pide que él sea quien asegure
“kaphará” por su pueblo, quien asuma la responsabilidad, rinda cuentas y cubra los
pecados de su pueblo. Y Dios, por medio de este gesto de Moisés, perdona a Israel.

Luego de este día y de la posterior construcción del “templo móvil” con el arca de
la alianza, fue instituida esta celebración, de forma perpetua, para celebrarla cada
año: “Porque ese día se practicará el rito de expiación en favor vuestro, a fin de
purificaros de todos vuestros pecados. Así quedaréis puros delante del Señor. Este
será para vosotros un día de reposo absoluto, en el que debéis ayunar. Se trata de
un decreto válido para siempre" (Lv 16, 30-31).
Este día tiene como objetivo expiar los pecados, reconciliarse con Dios, y volver a
estar en comunión con Él. Es un día dedicado a la oración y la aflicción (Lev 23, Nm
27,7). Esta costumbre se sigue llevando a cabo por los judíos hoy en día, todos los
años.

COMPETICIÓN, ENVIDIA

La envidia es un sentimiento en el cual existe dolor por no poseer uno mismo lo
que tiene el otro, sea en bienes o cualidades superiores. Es la tristeza o pesar del
bien ajeno. Es el deseo desordenado, de tener algo que no se posee. Los celos,
producto de la envidia, están vinculados con el tener.

La envidia está muy relacionada con el egoísmo de poseer y acumular, mucho más
que otros. Se envidia por algo, y se termina envidiando por todo. Se envidia a otro y
después se encierra en querer poseer lo que otro tiene, hasta llegar a robárselo,
para satisfacer la envidia.

Por medio de la comparación, el demonio lleva a la persona a proyectarse en las
virtudes de los demás, jugando con el orgullo de no querer sentirse inferior, y
despertando los deseos de competir, envidiar, pisotear. Lo que podría ser una
estimulación sana para mejorar viendo los valores de otros, se convierte en una
carrera de desprecio y celos, mostrando hostilidad hacia la persona que se percibe
como superior en un deseo de pisarla.

La envidia es la base del resentimiento, porque no busca que a uno le vaya mejor,
sino que al otro le vaya peor. Es uno de los siete pecados capitales: Envidia,
soberbia, avaricia, ira, lujuria, gula y pereza. Se llaman pecados capitales, porque
generan o dan origen a muchos otros pecados. También queda expresada en los 10
Mandamientos de la Ley de Dios, que dice en el séptimo: No desearás la mujer de
tu prójimo, y en el décimo No codiciarás los bienes ajenos.

Desde muy pequeños, la envidia empieza a manifestarse en los niños. La expresan,
aunque sea de forma inocente, en la forma de quitar los juguetes a sus hermanos,
menores o mayores y con las rabietas consiguientes. Esa envidia, que no nace de
un día para otro, va creciendo poco a poco, en un proceso, que si los padres no
ponen remedio, se irá agrandando hasta límites insospechados, a medida que los
niños se van haciendo mayores. Más tarde se convertirán en adultos con
sentimientos de envidia y celos constantes, debido al rencor a los éxitos o
posesiones ajenas. En los niños, la envidia se da en la mayoría de los casos, en
relación con los objetos que quieren y no tienen. Esas actuaciones infantiles de
rabietas, celos, rencores, etc. no corregidas, son las que les producirán en el futuro,
envidias, sentimientos de inferioridad, baja autoestima, resentimientos, etc.

La envidia suele comenzar en los primeros años de vida del niño, cuando éste
depende de sus padres para recibir las cosas, las necesite o no. Cuando tiene una
limitada capacidad de expresar sus necesidades y emociones, a través del lenguaje
verbal, hace que el niño aprenda a utilizar el lloro, berrinche o rabieta, para
conseguir lo que desea. También cuando aprende a competir e imitar a sus
hermanos menores o mayores. Estas situaciones están muy relacionadas, con la
forma de tratar o no tratar la enseñanza al niño, sobre la forma de manejar la
satisfacción de sus más mínimas necesidades y deseos.

Si el niño obtiene siempre lo que desea, porque los padres ceden ante sus rabietas,
nunca aprenderá a controlar, ni a regular sus emociones, ni a esperar para
satisfacer sus mínimas necesidades, ni a respetar las necesidades y pertenencias
de los otros. Desgraciadamente le están enseñando a satisfacer sus emociones y
necesidades, aquí y ahora. Los padres tienen que enseñarle a respetar las
pertenencias de los otros y a entender, que no siempre podrá tener lo que desea.
Los niños pasan por una etapa, en la que se comportan de forma egoísta y desean
todas las cosas para sí, incluyendo las que tienen los demás. Los padres son los
responsables de enseñar a los niños a compartir todo lo que tienen y a no querer lo
de los demás, pues así disminuirá su tendencia de envidia, celos y frustración para
el presente y el futuro.

La adolescencia suele ser el comienzo de una nueva etapa de la envidia, se pasa de
la envidia caprichosa y de las rabietas, a tenerla por la mal entendida
competitividad sobre los logros o éxitos de otros. Envidia que muchas veces esta
relacionada, con el dinero que gastan otros, sus formas de vestir, las pantallas
electrónicas y los automóviles que poseen, etc.

- ¡Oh envidia, raíz de infinitos males y carcoma de las virtudes!
- Es tan fea la envidia, que siempre anda por el mundo disfrazada, y nunca más
odiosa, que cuando pretende disfrazarse de justicia.
- La envidia es causada por ver a otro gozar de lo que deseamos; los celos, por ver a
otro poseer lo que quisiéramos poseer nosotros.
- Una demostración de envidia, es un insulto a uno mismo.






LA ZARZA

(Ex 3, 1-6)

Moisés ve la zarza ardiendo y trata de comprender desde fuera el "por qué", siente
curiosidad por el misterio que supone la acción de Dios. Pero Él está siempre más
allá de tus ideas y es irreductible a tus posturas. Dios no es un problema que hay
que resolver sino un misterio que hay que descubrir. Por eso Yahvé va a tomar la
iniciativa del encuentro llamando a Moisés por su nombre. La única actitud ante
Dios es decirle: "Heme aquí". Es un acto de disponibilidad, de humildad, de pobreza
y de consentimiento. Yahvé pide a Moisés que se descalce, es decir, que renuncie a
todas sus seguridades, sus protecciones y sus ideas sobre él. Yahvé es el tres veces
Santo que se revela en un diálogo de libertad y de adoración.

Conocer a Dios, es reconocer que está ahí, irreductible a tus ideas y que se revela
cuando quiere y a quien quiere. En la oración, rechaza toda representación
inmediata de Dios. Estás siempre bajo el régimen de la fe y no de la clara visión. No
trates de adelantarte hacia Dios para inventariarle. Deja de tratarle como a un
objeto e invócale como a un sujeto libre. El primer gesto que ´te llevará a este
resultado es el gesto de bajar las manos o de descalzarte. El momento decisivo en
que comienza el verdadero encuentro con Dios no está en el movimiento que tú
haces hacia él, sino en el movimiento de retroceso, de humildad en el que tú te
difuminas ante él. Dios no es un país conquistado sino una tierra santa que debes
pisar con los pies desnudos.

Cuando has aceptado el dejar de tener ideas sobre el tema, Dios mismo se revela.
Yahvé es el que se revela a ti, como a Moisés, como fuego, es decir como algo que tú
no puedes tomar ni retener en tus manos. Se da como un fuego devorador. El fuego
es una materia fascinante y extraña, ilumina y transforma en él todo lo que toca.

El término "nombre de Dios" significa Dios como Aquel que está presente entre los
hombres. A Moisés en la zarza ardiente, Dios había revelado su nombre, se había
hecho invocar, había dado una señal concreta de su "existencia" entre los hombres.
Todo esto encuentra cumplimiento y plenitud en Jesús: Él inaugura de forma nueva
la presencia de Dios en la historia, porque el que le ve a Él, ve al Padre, como dice a
Felipe (cf. Jn 14:9).


LAS PLAGAS

Son 10: Sangre, ranas, mosquitos, moscas, peste, úlceras, tormenta, langosta,
tinieblas, muerte de los primogénitos.
Son signo de la fuerza de Dios para liberar al hombre de sus esclavitudes.

Dios envió terribles plagas sobre el país de Egipto para que el faraón dejara
libre a su pueblo. En la primera plaga, las aguas del Nilo se convirtieron en
sangre y murieron todos los peces. A pesar de esto, el faraón seguía sin librar
a los israelitas de su esclavitud.
Más tarde llegó la segunda plaga. De las aguas de Egipto empezaron a salir
ranas que invadieron todo el territorio. Entonces el faraón llamó a Moisés y a
Aarón, y les dijo que rezaran para alejar las ranas de su pueblo y que, a
cambio, daría la libertad a su pueblo. Moisés suplicó al Señor que
desapareciesen las ranas y Dios cumplió su deseo. En cambio, el faraón no
cumplió la promesa que había hecho a Moisés.
A los pocos días, apareció la tercera plaga: los mosquitos empezaron a atacar
y a picar a las personas y a los animales. A continuación llegó la cuarta plaga:
una invasión de moscas. Luego apareció la quinta plaga: una epidemia de
peste acabó con los ganados de los egipcios. Con la sexta plaga, hombres y
animales se llenaron de úlceras. Con la séptima, el país quedó arrasado por
terribles tormentas con truenos, rayos y granizo. La octava fue una terrible
plaga de langostas que destrozaron todas las cosechas. Después, llegó
la novena plaga: durante tres días las tinieblas cubrieron toda la tierra de
Egipto.
Y llegó la décima plaga, la más terrible de todas. A medianoche murieron
todas los hijas primogénitas de los egipcios y también los de los animales. Al
amanecer, Egipto se llenó de gritos y llantos.
El faraón, asustado por el poder de Dios, llamó a Moisés y a Aarón y les
ordenó que se marcharan inmediatamente de Egipto. Moisés dijo a los
israelitas que cada familia escogiera un cordero y celebrara la fiesta de la
pascua en honor del Señor.

Las diez plagas se dividen en tres grupos de tres cada uno. Lo que tienen en común
es que en la primera plaga de cada una de las series de tres, Dios le dice a Moisés
que se presente ante al Faraón en la mañana cuando éste sale al Nilo, en la segunda
le dice que se presente ante el Faraón en su palacio. Y la tercera es sin advertencia
previa, y generalmente se trata de un golpe o molestia más psicológica.

En las primeras tres (sangre, ranas, mosquitos) Dios le dice que el objetivo es para
que sepan que Dios existe: “Con esto sabrás que Yo soy el Eterno...” (7:17).
Comienza con el Nilo - que los egipcios adoraban - y cuando el Faraón iba a
sumergirse en él, (pues de esa manera creía que adquiría los poderes del Nilo), en
ese momento se presenta Moisés, como diciéndole que ni siquiera el Nilo lo iba a
poder salvar. Más aun, al convertirse el Nilo en sangre, es como que le dice que eso
que ellos consideran que les da la vida y se las conserva, en realidad está siendo la
causa de su perdición, pues la sangre corriendo es como el símbolo de la muerte. El
ámbito de esta plaga, como es obvio, es el agua. Esto será una constante en las
plagas, agua, tierra, aire, es decir, Dios le demuestra al faraón que Él domina en
todos los ámbitos.
Luego se presenta ante el faraón en el palacio, ya no en la mañana sino que ahora
será cuando ya el día está en su apogeo, es decir, cuando reina el dios Rah, la otra
gran divinidad Egipcia. La primera plaga en el Nilo fue un duro golpe, pues es lo
que ellos creían que era el producto de su manutención. En el Nilo depositaban su
confianza y rendían pleitesía. Ahora las ranas se van acercando más a ellos, las
cuales son el producto del Nilo. El ámbito de esta plaga es la tierra, la rana si bien
es anfibio, pasa la mayor parte de su tiempo en la tierra. Pero luego de la plaga de
las ranas el faraón los llama y accede a enviarlos a condición de que retire las
ranas. Respecto de la plaga anterior por cuanto que la advertencia no fue para que
libere a los hebreos, el faraón no supo cómo pararlo, pero ahora sí, es por eso que
los llama y les dice que accederá a su pedido, y que ya puede acabar esa plaga.

La tercera plaga, con los mosquitos, es más bien una molestia psicológica. Se puede
vivir con mosquitos, no es algo que es imposible, como lo era con la sangre, que no
tenían lo qué beber o con las ranas que estaban en todos lados y era imposible
caminar o comer, pues se metían en los hornos también. Ahora la plaga se está
acercando más, no es algo que estaba fuera de ellos, ahora ya está en su propia piel.
El ámbito de esta plaga es el aire, tal como Dios le dijo a Moisés que arroje ceniza al
aire y se convertiría en mosquitos. Esta plaga le termina de demostrar lo que Dios
quería hasta el punto que los mismos magos y brujos le dicen que eso es producto
del dedo Divino.

Comienza ahora el segundo grupo (moscas, peste, úlceras), cuyo objetivo será el
demostrarle que no sólo existe Dios, sino que Él sabe y controla lo que pasa en el
mundo. Es por eso que estas plagas no afectan a todos, sino que en donde mora el
pueblo de Israel no afectará, Sólo donde habitan los egipcios, es decir, que Dios
sabe dónde están los hebreos. Ahora, con los animales, las plagas comienzan
nuevamente desde afuera y acercándose más a los egipcios. Esta vez a diferencia
de las anteriores, comenzarán a causar mayor daño, hasta la muerte. El ámbito es
la tierra. Una vez más el faraón para revertir la plaga, acepta y permite a los judíos
servir a Dios. Pero como ya vio que ese Dios no es como los demás dioses, tal como
el dios del agua o del campo, sino que domina todos los ámbitos, entonces piensa
que no hace falta que lo vayan a servir lejos, sino que pueden servirlo desde aquí y
si el motivo del viaje es el sacrificio de los animales - que para los egipcios son
sagrados - entonces que salgan un poco de la ciudad pero que no se alejen.
Luego será el turno de la muerte del ganado, es decir, no sólo que Dios cuida a los
hebreos, sino que también conoce cuáles son sus pertenencias. Las plagas vuelven
a acercarse más, ahora se trata de dañar las posesiones de los egipcios. El ámbito
vuelve a ser la tierra.
La tercera de este grupo será la sarna, las úlceras. Esto es similar a la de los
mosquitos, que causa más una molestia, pero no causa un daño. Nuevamente las
plagas se acercan hasta la piel de los egipcios. El ámbito de esta plaga es el aire.

Una vez que el faraón sabe que Dios existe y que se relaciona con lo que sucede en
la tierra, podría ocurrir que piense que existen otros poderes además de Dios que
también tienen influencia. Es por eso que viene el tercer grupo (tormenta,
langostas, tinieblas) en donde el objetivo será demostrarle que no existe nada
similar a Dios, o que tenga poder fuera de Dios: “Para que sepas que no hay como
Yo en toda la tierra” (9:14).

La primera de esta serie es el granizo o la tormenta, donde se mezclan los 4
elementos: agua, fuego tierra y aire, con un poder tremendo que mata y destruye.
El ámbito es el agua. El granizo no es más que agua congelada. Nuevamente las
plagas comienzan desde lejos, pero cada vez causando mayor daño, ya no es como
la sangre en el Nilo que era la primera de las de lejos que no causó muertes, ahora
el granizo causará daños y muerte.

Luego será el turno de la langosta, es decir esa diminuta criatura de Dios, tendrá el
poder de doblegar al faraón. Todo esto, como dijimos, tendrá como objetivo
demostrarle al faraón que sólo Dios es el que manda tanto en los cielos como en la
tierra y sobre todas las cosas y elementos. Las plagas nuevamente se acercan,
ahora están sobre las posesiones egipcias pero cada vez causando mayor daño. El
ámbito es la tierra y el aire.
Por último vendrá la plaga de la oscuridad, esta también tiene más un efecto
psicológico, es molesto más que dañino. No obstante esto le demuestra al faraón
que está perdiendo la capacidad de ver la realidad, es decir todo aquello que Dios
le quiso mostrar. Esta plaga ya ocupa todos los ámbitos, y está más cerca, rodea a
los egipcios por todos lados y hasta la pueden palpar.

Por último, vendrá la plaga de la muerte de los primogénitos, cuyo mensaje final
será que la vida o la muerte del ser humano están en manos de Dios. El mensaje
ahora ya es claro para el faraón, quien siempre albergaba la idea de que él también
disponía de un poco de poder.

Esta plaga además demuestra algo que sólo Dios podría saber, es decir quién es
primogénito y quien no. En esta plaga se junta un resumen de las tres series. Por
un lado le demuestra que Dios existe, que es el principio de toda vida. Segundo le
demuestra que Dios sabe y controla lo que ocurre en la tierra, pues no mata
indiscriminadamente sino que hace una selección muy minuciosa que ni siquiera
un ser humano podría realizar, y por último que sólo Dios domina y que no existe
ninguna otra fuerza (a las que seguro el faraón habrá recurrido para evitar perder
a su primogénito, incluyendo dioses, magos y brujos egipcios).


LA PASCUA

La Pascua es sin duda el mayor de los acontecimientos de salvación, y significa el
gran paso del Señor. Para los judíos este paso fue en la liberación de Egipto,
mientras que los cristianos celebramos un paso aún mayor: el de la muerte a la
vida de Jesucristo.

El pueblo de Israel ve la mano poderosa de Dios que vence al faraón, que era más
fuerte que ellos y los mantenía oprimidos. Y en la noche de la liberación Dios hace
Pascua con su pueblo: Dios pasa con increíbles prodigios y los libera. Y esta fiesta
se convierte para ellos en memorial de la acción salvadora de Dios: antes conocían
a Dios de oídas, ahora lo han visto con sus propios ojos. Esta es la experiencia que
tiene el pueblo de Israel de Dios y que transmitirá de generación en generación.
También es la experiencia de los cristianos, que por medio de Jesucristo, nuestra
Pascua, hemos sido liberados de la muerte. Y no solo de la muerte física, que
también, sino de la muerte ontológica: del sufrimiento sin esperanza, del
sinsentido de la vida y de la oscuridad de nuestros pecados. Y lo hace pasando por
nuestra historia concreta, como hizo con Israel.

Los egipcios no permitieron a los hebreos salir de sus dominios a celebrar la fiesta,
a pesar de las señales que Dios le daba al Faraón por medio de las distintas plagas.
Entonces Dios dio instrucciones a Moisés para que la comunidad realizara el
sacrificio de pascua: al atardecer se matará un cordero o cabrito de un año, macho
y sin defecto; se rociará con su sangre las jambas y el dintel de la puerta de sus
casas; de noche se comerá la cena de la liberación: cordero y pan ácimo (los pies
calzados, ceñida la cintura y un bastón en la mano, en plan de marcha desde
aquella tierra de esclavitud que era Egipto hacia otro país de la libertad: Canaán).

Más tarde, el Señor, que herirá de muerte a los primogénitos de los egipcios,
pasará de largo, saltando las puertas de los hebreos, marcadas con la sangre del
cordero. De allí el significado del término Pésaj que significa “saltear”, “pasar por
encima”, ya que el ángel de la muerte enviado por Dios “salteó las casas de los hijos
de Israel” (Ex 12, 27) preservando a los primogénitos hebreos.

El poder humano divinizado, la fuerza del opresor, tarde o temprano es
destrozado. En adelante, los hebreos recordarán esa noche, terrible y gozosa a la
vez, con la más importante de todas sus fiestas.

Más tarde, Jesús instituirá la eucaristía en el marco de esta fiesta. A partir de ese
momento los cristianos no celebrarán otra pascua que la de Cristo, y la primera
pasará a ser un mero anticipo o anuncio de la misma. No habrá otro cordero por
cuya sangre seamos salvados que Cristo, el Señor, ni otro alimento que su cuerpo y
su sangre en el pan y el vino. La salvación, a partir de ese momento, será algo
profundo e interior; liberación no ya de la esclavitud exterior, sino del poder del
pecado. Dios sigue pasando y su paso sigue siendo salvación para los que lo
aceptan y condenación para los que obstinadamente lo rechazan.


EL MAR ROJO

(Ex 15, 1-18)
Para los antiguos, el mar era el ámbito en el que reinaban la muerte y los malos
espíritus, es decir, las fuerzas contrarias a Dios. Para ellos, mar es sinónimo de mal.
Pasar por él y no morir, hundirse en el abismo y volver a salir era una victoria
imposible sin una especial intervención de Dios. En los evangelios, Jesús aparece
calmando la fiereza del mar y la fuerza del viento, indicando con ello su poder
sobre los espíritus contrarios a Dios.

El paso del mar Rojo marcó para los hebreos el final de una etapa. Detrás de las
aguas quedó la esclavitud. Pero la libertad total aún no ha sido alcanzada. Hay que
purificarse primero en el desierto. Este acontecimiento culmina el aspecto
negativo de la liberación: en la historia de un pueblo y en la vida de un hombre la
libertad exige romper ataduras de dentro y de fuera. Sólo el que sabe dejar,
prescindir, renunciar, logrará la libertad. Por eso Jesús llega a decir que no puede
ser discípulo suyo el que pone la mano en el arado y sigue mirando hacia atrás, es
decir, el que busca la liberación futura y sigue añorando lo que dejó. Para entrar en
el desierto y correr hacia la tierra prometida es necesario prescindir de todo lo
accesorio. Cargado de cosas inútiles no se puede sobrevivir allí donde escaseará el
agua y el pan.
El cántico es importante porque dice: nosotros no hemos hecho nada, el mar lo ha
abierto Dios; nosotros no luchamos contra el faraón, lo ha hecho Dios. Sólo somos
testigos de este prodigio obrado por Dios. Y decimos de Yahvé Dios: “es un
guerrero poderoso”.




DESIERTO, BECERRO

Ahora el pueblo es ya definitivamente libre de la esclavitud de Egipto. Pero está en
el desierto, y no tiene ni idea de por dónde continuar. Es Dios, quien en forma de
nube y de columna luminosa les guía. Cuando la nube se detiene, ellos se detienen
y cuando se pone en camino, ellos se ponen en marcha. Pero comienzan las
dificultades. Tienen hambre y no hay pan en el desierto. Entonces murmuran de
nuevo: este tipo está loco, y nos ha arrastrado a todos para que muramos aquí.
Entonces Dios les da el maná.
Pero más tarde se cansan del maná y quieren carne. Recuerdan el ajo y las cebollas
de Egipto. Moisés debe invocar a Dios otra vez, porque la gente empieza a
murmurar. Dios les envía codornices hasta que la carne se les sale por las orejas.
Entonces tienen sed: no hay agua. Entonces reniegan otra vez de Dios y de Moisés,
y van a decirle: o nos das agua ahora mismo o te matamos. Moisés se enfada con
ellos y les dice: tened paciencia. ¿No habéis visto todo lo que Dios ha hecho por
nosotros hasta ahora? Le dicen: nada. No sabemos qué Dios te habla: no le ha visto
a nadie. Ese Dios no existe.
Están robando la gloria de Dios. Moisés tiene que ir a Dios que le dice: Da un golpe
con tu bastón en esta roca y saldrá agua. Moisés dudó y por eso golpeó dos veces. A
la segunda salió un chorro de agua. Por haber dudado, Moisés no entró en la tierra
prometida.

Cuando Moisés se ausenta para hablar con Dios, los israelitas, incapaces de resistir
a la espera y a la ausencia del mediador, piden a Aarón: «Anda, haznos un dios que
vaya delante de nosotros, pues a ese Moisés que nos sacó de Egipto no sabemos
qué le ha pasado» (Ex 32, 1). Cansado de un camino con un Dios invisible, ahora
que también Moisés, el mediador, ha desaparecido, el pueblo pide una presencia
tangible, palpable, del Señor, y encuentra en el becerro de metal fundido hecho
por Aarón, un dios que se ha vuelto accesible, manipulable, al alcance del hombre.
Esta es una tentación constante en el camino de la fe: eludir el misterio divino
construyendo un dios comprensible, que corresponda a los propios esquemas, a
los propios proyectos. Todo lo que sucede en el Sinaí muestra toda la necedad y
vanidad ilusoria de esta pretensión porque, como afirma irónicamente el Salmo
106, “así cambiaron su Gloria por la imagen de un toro que come pasto”.


MANÁ

El mana era un alimento enviado por Dios todos los días durante la estadía del
pueblo de Israel en el desierto. Todos los días menos el sábado, por lo cual debían
recetar doble ración el viernes.
El maná es el signo de la diferencia entre confiar en Dios o quejarse todo el rato
porque no te fías de la providencia.

¡Ojalá hubiéramos muerto a manos del Señor en Egipto, cundo nos sentábamos junto
a la olla de carne y comíamos pan hasta hartarnos! Nos habéis sacado a este desierto
para matar de hambre a toda esta comunidad. El Señor dijo a Moisés: - He oído las
protestas de los israelitas. Diles: Hacia el crepúsculo comeréis carne, por la mañana
os saciaréis de pan, para que sepáis que yo soy el Señor, vuestro Dios... Lo recogían
cada mañana, cada uno según lo que iba a comer, porque el calor del sol lo derretía...
Los israelitas comieron maná durante cuarenta años, hasta que llegaron a la tierra
habitada. Comieron maná hasta atravesar la frontera de Canaán... Te espero junto a
la roca de Horeb. Golpea la roca y saldrá agua para que beba el pueblo (Éxodo
16.4,11,21,35; 17.6).

Confiar en Dios vs Quejarse todo el rato

El maná de cada día: Cada mañana, el Señor te renueva su amor, te hace nueva, te
hace nuevo, te recrea. Alégrate… El Señor te mira con agrado. Vive y sé feliz en este
día. Harás lo que desees con el poder de Dios, serás lo que quieras ser… Dios te
entrega, por el Espíritu, una hoja de papel en blanco… Para que escribas en el Libro
de la Vida tu respuesta pronta y entusiasta.



ALIANZA

En el Sinaí Dios hace una alianza con ellos y son constituidos como su pueblo:
reciben la ley.
Desde muy antiguo, los hombres se han unido por medio de pactos y alianzas.
Cuando Dios quiso explicar a los hombres el modo como él se relaciona con ellos,
recurrió a esta experiencia.


Ex 19,3-8. Dios tiene la iniciativa. Es él quien propone la alianza y los términos de
la misma. El pueblo aceptó la proposición que Dios le hizo y se convirtió en el
pueblo de Dios. Leer la documentación 1.La alianza de Dios con su pueblo.

Ex 20,1-21. La alianza implicaba unas condiciones. La Ley no era sino un modo de
vivir de acuerdo con la alianza aceptada. Si el pueblo era fiel, Dios mantendría su
promesa. Leer la documentación 2.Las condiciones de la alianza.

Ez 36,22-32. Pero el pueblo no fue fiel y sufrió las consecuencias. En medio del
desastre, los profetas anunciaron una alianza nueva y definitiva y un nuevo modo
de vivir.

Este es el esquema al que ha recurrido Dios cuando quiere explicar a los hombres
como relacionarse con Él. Son las figuras de la alianza y del matrimonio. Dios ama a
los hombres por encima de la fidelidad o infidelidad de éstos. En consecuencia,
quiere que los hombres se amen entre sí como hermanos, como los miembros de
una familia. De ahí que junto a la alianza se hable de un modo concreto de vivir. Los
mandamientos son caminos de libertad y de convivencia fraterna al amparo del
Dios vivo.

Pero los hombres no siempre hemos comprendido esto así. Hemos hecho de Dios
un amo en vez de un padre, nos hemos aterrado con su justicia en lugar de
alegrarnos con su misericordia. De ahí a pensar que la perfección o la santidad son
un logro humano en lugar de un don sólo hay un paso. Cuando se ha dado ese paso,
Dios ha quedado reducido a un notario que se limita a certificar la justicia o
injusticia de un hombre. Fue éste el error de los escribas y fariseos. Hubo que
hacerles comprender a los hombres que la justicia no consiste en el cumplimiento
exterior de unas normas, sino que es una actitud del corazón. Así lo anunciaron los
profetas.

Cristo es el cumplimiento de la profecía. Con él se inicia la nueva era. Gracias a su
obediencia, los hombres hemos recibido el Espíritu de Dios que nos transforma
interiormente, cambiando nuestro corazón y posibilitando un nuevo modo de
vivir. A partir de ese momento no se puede hablar de siervos de Dios, sino de hijos
de Dios; no se trata de cumplir unas normas, sino de adoptar un estilo de vida; no
es cuestión de conseguir la salvación, sino de aceptar el don de ser salvados.

La eucaristía es el momento privilegiado en el que celebramos esta nueva relación
entre Dios y los hombres y entre los hombres mismos. Es la nueva alianza, la
perfecta y, por ello, la definitiva. No habrá nuevas alianzas. Dios ha dicho su última
palabra. Ahora sólo espera la respuesta de los hombres, nuestra respuesta.

El Nuevo y único mandamiento: El Amor


TIERRA PROMETIDA

La Tierra Prometida es Imagen de la Vida Eterna

Moisés murió en la entrada de la tierra prometida, y fue Josué quien introdujo al
pueblo de Israel en ella. Pero no fue tan fácil, pues en la tierra prometida vivían
siete naciones más fuertes que Israel, con grandes ciudades amuralladas que eran
prácticamente inexpugnables. Sin embargo, Dios les dice: Pero has de saber hoy que
Yahvé tu Dios es el que va a pasar delante de ti como un fuego devorador: él los
destruirá y te los someterá, para que tú los desalojes y los destruyas rápidamente,
como te ha prometido Yahvé (Deuteronomio 9, 3). Estas naciones son signo de los
imposibles de nuestra vida y de aquello que es más fuerte que nosotros: el pecado.
Y no es el pueblo de Israel, ni tú; sino Dios el que las vence. Por eso, no digas en tu
corazón, cuando Yahvé tu Dios los arroje de delate de ti: «Por mis méritos me ha
hecho Yahvé entrar en posesión de esta tierra», siendo así que sólo por la perversidad
de estas naciones las desaloja Yahvé de delante de ti (Deuteronomio 9, 4). Por poner
un ejemplo, la muralla de Jericó se desplomó al son de la trompeta, tras dar Israel
siete vueltas alrededor de la ciudad sin atacarla. Dios les regala una victoria que en
principio era imposible, mandando que hagan algo ilógico, pero Israel obedece y el
resultado es la victoria. Así pues… ¿Obedecemos nosotros a Dios?

Además de imagen de la Vida Eterna, la Tierra Prometida es precisamente ese
estado de gracia, la vida eterna aquí en la tierra, que Dios nos da cuando creemos
en Él, cuando le amamos con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con
toda nuestra mente y con todas nuestras fuerzas. Así encontramos que no sería
Moisés, sino Josué quien conquistaría la Tierra Prometida. En este punto, hay un
contraste con respecto a que es Dios quien nos da esa tierra, al ver que es una
conquista. La respuesta es que hemos de luchar para conquistarla, pero Dios nos
da Su estrategia, Su protección, Su bendición y Su provisión para ganarla con Su
favor.

Antes de entrar en la Tierra Prometida, sea en esta vida, sea en la región espiritual
o en la eternidad, muchas personas que salieron de la esclavitud (nosotros
mismos), siguen dando vueltas en el desierto en lugar de poder dirigirse al lugar de
entrada a la orilla del Jordán, al río que tendrán que cruzar. Si no pueden encontrar
el camino es porque no obedecen a Dios, siguen murmurando contra Él, siguen
quejándose por todo y no tienen la mira el Dios, sino en ellos mismos. Esta es la
historia del pueblo de Israel cuando salió de Egipto durante 40 años por el
desierto, un viaje que pudo haberse hecho, cómodamente en cuatro semanas y
recorrer 400km al norte, fue 400km al sur, al Sinaí, y vagaron 40 años, hasta que
Dios se quedó solo con la nueva generación cuyo corazón no estaba inclinado a los
dioses y costumbres de Egipto. Esta historia es también una parábola para todo
pueblo, para toda persona que sigue vagando en su mente en lugar de seguir a Dios
en Cristo.



Tienda del Encuentro:

Moisés levantó una tienda para el Señor, la puso fuera del campamento y la
llamó la tienda del encuentro, porque allí se reunía él con Dios, para consultarle lo
que debían hacer.

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