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IV.

SUFICIENCIA PROBATORIA Y EL ESTÁNDAR MÁS ALLÁ DE TODA DUDA RAZONABLE

En el primer capítulo de nuestro trabajo hemos dicho que el principio constitucional de


la presunción de inocencia tiene exigencias probatorias importantes a lo largo del
proceso penal, siendo que una de tales exigencias se deja notar al momento de tomar
una decisión sobre la base de esas pruebas (presunción de inocencia como regla de
juicio), de modo tal que no es necesario que el juez llegue al convencimiento de que no
hay base fáctica para imputarle responsabilidad penal al procesado, sino que debe
asumir su inocencia mientras no llegue, más bien, a la convicción sobre la existencia de
la base fáctica con la que sustentar su condena, ello en aplicación del in dubio pro reo.

Así, no basta con que se actúe prueba de cargo para derribar la presunción de inocencia,
sino que esta prueba sea suficiente, hablando en términos valorativos, Situación de no
fácil resolución, en tanto existe prueba de cargo para asumir como posible realización
del hecho penalmente relevante, pero se presentan también elementos de juicio para
aceptar una hipótesis fáctica que lleve a la absolución. A estos supuestos se les conoce
como los casos de duda sobre la responsabilidad penal. Cuestión que se pretende
resolver, como sea mencionado también, a partir de la aplicación del principio del in
dubio pro reo, como una manifestación de regla de juicio de la presunción de inocencia,
para cual se recurre, a su vez, al estándar de prueba “más allá de toda duda razonable”,
considerado como el umbral a ser superado para poder emitir un fallo condenatorio o
absolver al acusado –en aplicación de la regla del in dubio pro reo- cuando no se supere
dicho estándar a pesar de las pruebas de cargo existentes. Sobre tales aspectos haremos
referencia en el presente apartado.

1. In dubio pro reo y estándar de prueba


La presunción de inocencia ha sido calificada como un derecho fundamental
poliédrico y es que, como se ha visto, se manifiesta de distintas maneras, y a
través de otros tantos derechos, para lograr su concretización, ya sea a nivel
extraprocesal como intraprocesal. Sobre este último aspecto, y específicamente
en el campo del proceso penal, la doctrina y la jurisprudencia consideran que la
presunción de inocencia encuentra las siguientes formas de manifestación: en
primer lugar, actúa como criterio o principio informador del proceso penal; en
segundo lugar, determina el tratamiento que debe recibir el imputado durante
el procedimiento; en tercer lugar, la presunción de inocencia constituye una
importante regla con efectos en el ámbito de la prueba y, desde este último
punto de vista, si bien se le suele estudiar conjuntamente, la presunción de
inocencia desempeña dos importantes funciones: por un lado, exige la presencia
de ciertos requisitos en la actividad probatoria para que esta pueda servir de
base a una sentencia condenatoria (función de regla probatoria) y, por otro lado,
actúa como criterio decisorio en los casos de incertidumbre acerca de la quaestio
facti (función de regla de juicio).
En tal sentido, como se ha dicho en el capítulo anterior, la presunción de
inocencia actúa como regla de juicio para aquellos casos en los que el juez no ha
alcanzado el convencimiento suficiente para dictar una sentencia, ni en sentido
absolutorio ni en sentido condenatorio. Esto en aplicación del mandato
constitucional del principio del in dubio pro reo.
Bajo esta perspectiva, el derecho a la presunción de inocencia no solo sirve para
asignar el onus probandi (al acusador corresponde probar la culpabilidad del
acusado), sino que además sirve como criterio de decisión del juez al exigir la
absolución del acusado cuando la prueba sea insuficiente, como ya hemos
anotado, en virtud del principio del in dubio pro reo. Ahora bien, para poder
determinar cuando la prueba es insuficiente o, a contrario sensu, cuando el juez
puede condenar –debido a que dispone de elementos de juicio que permitan
acreditar la comisión del hecho punible y la participación del acusado en el
mismo-, el legislador debe determinar el umbral de suficiencia de la prueba
requerida mediante un estándar de prueba. Luego, el derecho a la presunción
de inocencia requiere que se fije el quantum de la prueba (177), esto es, que la
culpabilidad del acusado, por el hecho delictual que s ele acusa ha de quedar
probada.
Pueden distinguirse tres momentos en la toma de decisión sobre los hechos en
un juicio penal (178): i) el momento de selección de los elementos de juicio (179), ii)
el momento de su valoración y de la construcción de la inferencia probatoria (180)
y iii) el momento de la toma de decisión en sentido propio (181). La presunción de
inocencia, en su vertiente de regla de prueba afecta a i) y ii). En su vertiente de
regla de juicio, produce sus efectos a propósito de iii).

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(177) IGARTUA SALAVERRÍA, Juan. “Motivación de las sentencias, presunción de inocencia, in
dubio pro reo”. En Anuario de Derechos Humanos. N° 2. Universidad Complutense de Madrid,
Madrid, 2001, p. 460.
(178) Véase, FERRER BELTRÁN, Jordi. “La prueba es libertad, pero no tanto: una teoría de la
prueba cuasibenthamiana”. En: VÁSQUEZ ROJAS, Carmen (editora). Estándares de prueba y
prueba científica. Marcial Pons, Madrid-Barcelona-Buenos Aires-Sao Paulo, 2013, pp. 24-28.
(179) El desarrollo del proceso judicial, a través de la proposición y práctica de las pruebas, debe
permitir conformar un conjunto de elementos de juicio que apoyen o refuten las distintas
hipótesis sobre los hechos del caso. Y aquí se da una de las especificidades jurídicas de mayor
calado, que puede resumirse en la máxima quid non est in actis nos est in mundo. Es decir, de la
decisión jurídica, el conjunto de elementos de juicio que podrá y deberá ser tomado en
consideración está formado únicamente por elementos de juicio que podrá y deberá ser tomado
en consideración está formado únicamente por las pruebas aportadas y admitidas al proceso, no
pudiéndose tomar en cuenta, por parte del órgano decisor, aquellas informaciones o elementos
de juicio de los que disponga privadamente o aquellos que habiéndose aportados al proceso han
sido excluidos, por ejemplo, por su carácter ilícito. Véase: FERRER BELTRÁN, Jordi. La valoración
racional de la prueba. Marcial Pons, Madrid- Barcelona-Buenos Aires-Sao Paulo, 2007, pp. 41-45.
Tras la valoración de la prueba, una vez realizadas las inferencias probatorias que
conectan los distintos elementos de juicio con las distintas hipótesis (acusatoria
y condenatoria) y una vez que s ele ha asignado a cada hipótesis un distinto grado
de credibilidad, podemos encontrarnos en alguna de las siguientes situaciones:
que la acusación haya sido probada concluyentemente (en cuyo caso se debe
condenar al acusado), que la inocencia haya sido probada concluyentemente (en
cuyo caso hay que absolver al acusado), o que no haya prueba concluyente ni de
una ni de otra cosa (en cuyo caso, la presunción de inocencia, en su vertiente de
regla de juicio manifestándose a través del in dubio pro reo), exige la absolución.
De manera que resulta obvio que la toma de decisión depende que se entienda
por concluyente (algunos utilizan la expresión “certeza”; sin embargo, hay
quienes sostienen que dado que en sentido estricto esta no puede ser alcanzada,
prefieren utilizar la expresión “concluyente” entendida como resultado de juicio
de probabilidad en uno u otro sentido).
Ahora bien, el criterio que nos permite decir cuándo una prueba es concluyente,
o suficiente para condenar, es lo que los teóricos de la prueba llaman “estándar
de prueba".

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(180) Se trata del razonamiento con el que se evalúa en qué medida los elementos de juicio
(los hechos probatorios) avalan la hipótesis que se quiere probar. A este razonamiento
podemos llamar inferencia probatoria, en la cual podemos distinguir varios elementos: el
hecho que queremos probar (hipótesis o hecho a probar), la información (acerca de otros
hechos más o menos directamente vinculados con el primero) de la que disponemos
(elementos de juicio (GONZÁLEZ LÁGIER, Daniel. “Tres modos de razonar sobre hechos (y
algunos problemas sobre la prueba judicial planteados a partir de ellos). En: VÁZQUEZ
ROJAS, Carmen (coordinadora). Hechos y razonamiento probatorio. Zela, Lima, 2019, p. 19).
Ahora bien, esta valoración puede estar guiada jurídicamente y hasta puede el derecho
imponer un determinado resultado probatorio. Estaremos, en ese caso, ante un sistema de
prueba legal o tasada (que puede ser más o menos estricto). Ahora bien, si el sistema jurídico
prevé para el caso la libre valoración de la prueba, entonces deberá valorarse el apoyo que
cada elemento de juicio aporta a las hipótesis en conflicto, de forma individual y en conjunto.
Con cada una de esas hipótesis. Véase: FERRER BELTRÁN, Jordi. La valoración racional de la
prueba. Ob. Cit., pp. 45-47.

(181) El tercer momento es el que corresponde a la toma de decisión, la valoración de la


prueba habrá permitido otorgar a cada una de las hipótesis en conflicto un determinado
grado de confirmación que nunca será igual a la certeza absoluta. Habrá que decidir ahora
si la hipótesis H puede o no declararse probada con el grado de confirmación de que
disponga. Esto depende del estándar de prueba que se utilice. Véase: Ibídem, pp. 47-49.

Así García Amado sostiene que:


“Los estándares de prueba nos dicen, le dicen al juez, cuál es el grado de certeza
personal o de convicción que, con base en las pruebas válidas y válidamente
practicadas, debe alcanzar en el proceso de que se trate (civil, penal, laboral…)
para que pueda declarar como hecho probado un hecho debatido” (182).
Los estándares de prueba son los criterios que indican cuándo se ha conseguido
la prueba de un hecho; sea, los criterios que indican cuándo está justificado
aceptar como verdadera la hipótesis que lo describe. Teniendo en cuenta que
esto ocurrirá cuando el grado de probabilidad o de certeza alcanzado por esa
hipótesis se estime suficiente, la construcción de un estándar probatorio implica
dos cosas: i) en primer lugar, implica decidir qué grado de probabilidad o certeza
se requiere para aceptar una H como verdadera; ii) en segundo lugar, implica
formular objetivamente dicho estándar; es decir, formular los criterios objetivos
que indican cuándo se alcanza ese grado de probabilidad o certeza exigido(183).
González Lagier indica que es importante distinguir entre la función de los
criterios de valoración racional de la prueba y el estándar de prueba. La
valoración de la inferencia probatoria por medio de los criterios de racionalidad
epistemológica sirve a la finalidad de determinar qué hipótesis es la más fundada
a la luz de los elementos de prueba. Se trata de un instrumento para comparar
el grado de fundamentación de distintas hipótesis acerca de cómo ocurrieron
ciertos hechos. Si nuestra intención es escoger la hipótesis más probablemente
verdadera, debemos escoger aquella a la que apuntan los criterios de
racionalidad epistemológica. Pero nuestra conclusión siempre podrá estar
equivocada, dado que tales criterios nunca nos proporcionan total certeza: la
credibilidad de una hipótesis es una cuestión de grado. La determinación de
cuáles son los criterios de valoración de la prueba que nos permiten una mayor
aproximación a la verdad es una cuestión epistemológica (184).

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(182) GARCÍA AMADO, Víctor. “Qué es un estándar de prueba y qué significa la declaración de
inocencia”. En: Dura Lex, 2013. Blogspot, disponible en: <http://garciamado.blogspot.com>.

(183) GASCÓN ABELLÁN, Marina. “Sobre la posibilidad de formular estándares de prueba


objetivos”. En: DOXA. Cuadernos De Filosofía del Derecho N° 28. Universidad de Alicante, Madrid,
2005, p. 129.

(184)GONZÁLEZ LAGIER, Daniel. “Presunción de inocencia, verdad y objetividad”. En: La


argumentación jurídica en el Estado constitucional. Pedro Grández y Félix Morales (editores).
Palestra, Lima, 2013, p. 367.

El estándar de prueba, por su parte tiene la función de señalar a partir de qué


umbral podemos considerar que el grado de credibilidad de una hipótesis es
suficiente como para basar en ella la decisión. Si al derecho simplemente le
interesara adoptar la decisión basándose en la hipótesis que con más
probabilidad es verdadera, el estándar de prueba no sería necesario (o
simplemente vendría a decir que debe aceptarse la hipótesis mejor confirmada,
como ocurre con el estándar de la probabilidad prevaleciente que se aplica en el
proceso civil). Pero la presunción de inocencia tiene su fundamento en la idea de
que es más grave el error de declarar culpable a un inocente que el contrario
(aún a costa de aumentar el riesgo de falsas absoluciones). De manera que es
necesario establecer un estándar de prueba más elevado, que le asegure al
imputado que no va a ser condenado simplemente porque la hipótesis
acusatoria es más probable que el resto de hipótesis, sino porque lo es por
encima de cierto umbral, que haga difícil (aunque nunca hará imposible) un error
en la condena. Establecer este umbral no es una cuestión epistemológica
(aunque tiene una consecuencia epistemológica: si supera el estándar,
estaremos más seguro de la verdad de la acusación), sino política y moral: una
determinada distribución de los riesgos del error (185).

2. Funciones del estándar de prueba


Debido a que la verdad de una hipótesis no puede ser demostrada con certeza,
sino solo corroborada en menor o mayor medida, se necesita que el Derecho
defina el umbral de corroboración suficiente para que esté justificado declarar
probado un enunciado fáctico. O, en otras palabras, se debe “determinar el
grado de probabilidad suficiente para dar por probada la hipótesis”. Dicho grado
es definido mediante el estándar de prueba.
Los estándares de prueba permiten, entonces, operar válidamente en contextos
de incertidumbre (186). Esto, por cuanto las decisiones que se lleguen a adoptar
en el curso de la adjudicación y que pudieren eventualmente estar afectadas a
errores epistémicos, de todas formas, podrán ser calificadas como decisiones
conforme a derecho; ellos por la vía de definir cuánta información y análisis será
requerido para superar las exigencias inherentes a la carga de la prueba que ha
sido impuesta sobre una de las partes.

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(185) GONZÁLEZ LAGIER, Daniel. “Presunción de inocencia, verdad y objetividad”. En: La
argumentación jurídica en el Estado constitucional. Pedro Grández y Félix Morales (editores).
Palestra, Lima, 2013, p. 367.

(186) ACCATINO, Daniela. “Certezas, dudas y propuestas en torno al estándar de la prueba


penal”. En: Revista de Derecho. Vol. XXXVII. Pontificia Universidad Católica de Valparaíso,
Valparaíso, 2011, p. 486.

Dicho de otra manera y en forma algo reiterativa, los estándares de prueba dan
directrices acerca de cómo debiera distribuirse el potencial error en que podrían
incurrir los jueces al dar por probada la historia favorable a las pretensiones del
demandante o del acusador (187).
Los estándares de prueba constituyen, así, normas de segundo nivel que
funcionan dando directrices a los jueces acerca de cómo debieran operar con
normas de primer nivel o sustantivas, en un contexto en que sin ellas no habría
parecido posible su aplicación plenamente justificada, en razón de los posibles
errores en que podría incurrirse. Los estándares de prueba se hacen cargo de la
falibilidad del conocimiento que será utilizado como uno de los pilares de la
decisión judicial, indicando que para tratar a las personas atribuyéndoles, por
ejemplo, el estatus de ladrón o de buen padre o buena madre, se requerirá
alcanzar un cierto nivel de comprobación; el que, en todo caso, nunca será
suficientemente fuerte como para despejar toda duda en cuanto a que lo que ha
sido probado ha efectivamente ocurrido en la realidad (188).
En síntesis, los estándares probatorios se insertan en un proceso de valoración
racional y se cumplen dos funciones: i) una función heurística (en cuanto guías
de una valoración racional): el estándar probatorio es el criterio conforme al cual
deberá el juez formular su decisión final sobre los hechos de la causa; y ii) una
función justificadora (en cuanto criterios para la motivación): el estándar
probatorio es el criterio conforme al cual ha de reconstruirse la justificación de
la decisión probatoria (189).
En esa perspectiva, los criterios de racionalidad con los que debe operar la libre
valoración de la prueba no pueden por sí solos determinar si el apoyo inductivo
que aportan las pruebas a una hipótesis es suficiente para declararla probada en
el proceso. Para adoptar esta decisión –sobre cuánta prueba es suficiente para
declarar por probada una hipótesis- el Derecho deba definir el nivel de
suficiencia de los elementos de juicio por medio del estándar de prueba. Luego,
el nivel de suficiencia apropiado determinado en el estándar de prueba permite
hacerse cargo de resolver la problemática de la distribución de estos errores
epistémicos en los que inevitablemente se incurrirán dentro del proceso.

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(187) COLOMA CORREA, Rodrigo. “Estándares de prueba y juicios por violaciones a los derechos
humanos”. En: Revista de Derecho. Vol. XXII, N° 2. Universidad Austral de Chile, Valdivia, 2009,
p. 211.

(188) Ídem.
(189)GASCÓN ABELLÁN, Marina. “Sobre la posibilidad de formular estándares de prueba
objetivos”. En: VÁZQUEZ ROJAS, Carmen (coordinadora). Hechos y razonamiento probatorio.
Zela, Lima, 2019, p. 69.

El significado detrás de la noción de distribución del error corresponde a qué


errores estamos dispuestos como sociedad a aceptar. Así, en el proceso penal, si
un falso positivo (190) –condena falsa- tiene un impacto potencial más grave que
un falso negativo (191) –absolución falsa-, el riesgo debiera ser distribuido
diferencialmente. Luego, en la medida que se hace más alto o exigente el
estándar de prueba, van a aumentar los falsos negativos y disminuyen los falsos
positivos (192).
Y, entonces, ¿de qué forma se distribuye el error en el proceso penal?, la
distribución del error supone una determinada elección político –valorativa
sobre la intensidad con que deben ser garantizados los derechos o intereses
afectados por cada uno de los errores posibles, es decir, dependiendo de la
importancia que se conceda a los derechos o intereses afectados por cada tipo
de error, el estándar de prueba será más o menos tolerante con ese tipo de error
(193).

En el proceso penal, el costo de una condena errónea es considerado


significativamente más grave que el de una absolución errónea y por esta razón
se impondría un estándar de prueba particularmente exigente, haciendo
altamente difícil condenar a alguien, salvo “al más obvio culpable”.
Esta alta exigencia del estándar de prueba es concordante con el objetivo de
averiguación de la verdad del proceso penal, pues solo se busca condenar a quien
es verdaderamente culpable de la comisión del delito. Cabe decir también que
cuanto más exigente sea el estándar para tener por probado un hecho, más
racional será la decisión que declara probado ese hecho, pues un estándar
probatorio muy exigente minimiza la posibilidad de error y, por lo tanto
maximiza la posibilidad de acierto.
Ahora bien, el derecho a la presunción de inocencia exige una decisión motivada
del juez, en la que se dé cuenta de que las pruebas aportadas han sido tomadas
en consideración y valoradas racionalmente (194).

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(190)Un falso positivo es una decisión en que se declara probada la hipótesis siendo esta falsa.
(191) Un falso negativo, por su parte, es una decisión en que se declara no probada la hipótesis,
siendo esta verdadera.
(192) FERRER BELTRÁN, Jordi. La valoración racional de la prueba. Marcial Pons, Madrid-
Barcelona-Buenos Aires- Sao Paulo, 2007, p. 143.
(193) GASCÓN ABELLÁN, Marina. “Sobre la posibilidad de formular estándares de prueba
objetivos”. En: DOXA. Cuadernos de Filosofía del Derecho N° 28. Universidad de Alicante, Madrid,
2005, p. 130.
(194) Cfr. ACCATINO, Daniela. “La fundamentación de la declaración de hechos probados en el
nuevo proceso penal. Un diagnóstico”. En: Revisa de Derecho. Vol. XIX, N°2. Universidad Austral
de Chile, Valdivia, 2006, p. 10.
Solo mediante esta justificación es posible determinar si se ha destruido la
presunción de inocencia que le asiste al acusado. Luego, esta explicación de los
criterios seguidos por el juzgador y la argumentación de las razones por las que
este ha considerado que un determinado hecho estaba probado o no probado
permite evitar que las decisiones sean tomadas según el arbitrio subjetivo del
juez y, por tanto, habilita un control intersubjetivo de la fundamentación de la
decisión (195). Ahora bien, la justificación de la decisión judicial será incompleta
si no se justifica la concurrencia de los elementos que componen el estándar,
toda vez que solo superando este último es posible llegar a la convicción sobre
la ocurrencia del delito que se discute. Así las cosas, y como se expresó
previamente, el estándar de prueba cumple, aparte de su función de distribución
de error, una función justificadora conforme a la cual ha de reconstruirse la
justificación de la decisión probatoria (196).
En resumen, son tres las funciones que le asisten al estándar de prueba: en
primer lugar, como herramienta procesal que permite establecer el nivel de
suficiencia necesaria para que le juez pueda tener por acreditado la ocurrencia
de un hecho, es decir, establece el quantum probatorio necesario para que el
juzgador pueda declarar por probada una hipótesis y, en tal sentido, es un
instrumento procesal orientado a la averiguación de la verdad. En segundo lugar
y relacionado con lo primero, el estándar probatorio tiene una función de
distribución de los errores epistémicos, la que en armonía con el derecho a la
presunción de inocencia tolera las absoluciones falsas en pos de condenar al
“verdaderamente” culpable de la comisión de un delito, para lo cual este
estándar debe ser formulado en términos objetivos y exigentes. Sin perjuicio de
lo anterior, en atención a esta segunda función, de forma general pareciera ser
que el estándar de prueba en materia penal, al no buscar la eliminación o
reducción de los errores epistémicos y la distribución de los mismos, no cumpliría
con el objetivo de búsqueda de la verdad, entrando en contradicción la primera
y la segunda precisión. Si bien un estándar de prueba formulado en términos
exigentes como en el proceso penal aumenta la probabilidad de falsos negativos
y en ese sentido pareciera ser que entra en conflicto con el objetivo de
averiguación de la verdad, no es menos cierto que, en virtud de esta alta
exigencia, la declaración d un hecho como probado tiene una alta probabilidad
de ocurrencia en el mundo exterior.

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(195) TARUFFO, Michele. “Tres observaciones sobre ‘por qué un estándar de prueba subjetivo y
ambiguo no es un estándar’, de Larry Laudan”. En: Doxa. Revista de Filosofía del Derecho N°28.
Universidad de Alicante, Alicante, 2005, p.121.
(196) GASCÓN ABELLÁN, Marina. “Sobre la posibilidad de formular estándares de prueba
objetivos”. En: Doxa. Cuadernos de Filosofía del Derecho N° 28. Universidad de Alicante, Madrid,
2005, p. 138.
Y en tal sentido, un estándar de prueba exigente sí se correspondería con el
objetivo de búsqueda de la verdad en el proceso si nos referimos a la verdad de
la acusación. Por último, esta herramienta procesal tiene una función
justificadora de la decisión probatoria, la cual obliga al juez a explicitar en la
motivación de la sentencia si se cumplen o no los presupuestos establecidos por
el estándar probatorio para sobrepasar el umbral de suficiencia necesaria que
permite declarar un hecho como probado (197).

3. El estándar de prueba en el proceso penal: “más allá de toda duda razonable”


El estándar de prueba exigido en cada sector del ordenamiento jurídico resulta
ser distinto, no exigiéndose la misma calidad o nivel de prueba en la resolución
de casos. Así, por ejemplo, la exigencia de prueba es mayor en el campo del
Derecho Penal en comparación al que se exige en el Derecho Civil (198).
Asimismo, dentro de un mismo sector del ordenamiento jurídico, como por
ejemplo el sistema penal, el estándar probatorio es distinto según la etapa
procesal en la que se encuentre y la decisión que se adopte sobre los hechos (199).
Así, en el proceso penal no existe un único estándar probatorio, sino que existen
distintos niveles o estándares de prueba a lo largo del proceso penal, y es que la
dinámica del proceso penal parece exigir diversos estándares de prueba para
distintos tipos de decisiones (200).
En esta perspectiva se puede insertar lo manifestado por la Corte Suprema
cuando refiere que:

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(197) REYES MOLINA, Sebastián. “Presunción de inocencia y estándar de prueba en el proceso


penal: reflexiones sobre el caso chileno”. En: Revista de Derecho. Vol. XXV, N°2. Universidad
Austral de Chile, Valdivia, diciembre de 2012, pp. 239-240.

(198) Cfr. FERNÁNDEZ LOPEZ, Mercedes. “La valoración de pruebas personales y el estándar de
la duda razonable”. En: Cuadernos Electrónicos de Filosofía del Derecho N° 15. Instituto de
Derechos Humanos de la Universidad de Valencia, Valencia, 2007, p.1

(199) CASTILLO ALVA, José Luis. “El fumus comissi delicti y el estándar probatorio en prisión
provisional”. En: Carmen Vázquez Rojas (coordinadora). Hechos y razonamiento probatorio. Zela,
Lima, 2019, p. 213.

(200) Cfr. FERRER BELTRÁN, Jordi. “Los estándares de prueba en el proceso penal español”. En:
Cuadernos Electrónicos de Filosofía del Derecho. N° 15. Instituto de Derecho Humanos de la
Universidad de Valencia, 2007, p.2.

“Ahora bien, durante el desarrollo del proceso penal, desde que se realizan
diligencias preliminares, se formaliza la investigación preparatoria, se formula un
pedido de prisión preventiva y se formula una acusación fiscal, se producen
diversos grados de convicción, en el fiscal, de la existencia de un hecho punible
y de la vinculación probable del imputado, como autor o partícipe. El grado de
convicción que es objeto de examen, en la presente sentencia casatoria, es el
que se debe verificar en la etapa intermedia, y que debe evidenciarse con una
de las dos únicas opciones posibles: el pedido de sobreseimiento o la
formulación de una acusación fiscal. En otros términos, durante el desarrollo del
proceso, en cada una de sus etapas, se requieren distintos y ascendentes
estándares de convicción, i) El inicio del proceso, para el inicio e diligencias
preliminares, basta con el aviso inicial, conocido también como noticia criminal,
el cual va a generar el primer grado de convicción requerido: La sospecha. ii) El
avance a la formalización y continuación de la investigación preparatoria
requiere como elemento adicional el descubrimiento de indicios reveladores, los
cuales conllevan a un nivel de convicción superior: La posibilidad. iii) La acusación
requiere un nivel de convicción completo, para el fiscal respecto de la
responsabilidad penal el autor o partícipe y de sus circunstancias personales
(certeza fiscal)” (201).
En la misma línea, se puede decir –siguiendo a Castillo Alva (202)- que para abrir
una investigación preliminar solo se requiere la existencia de una notitia criminis
verosímil que genere una situación de sospecha de que se ha cometido un delito
por una persona. Una sospecha racional obliga a las autoridades a iniciar una
investigación. Se trata de una sospecha inicial que es el grado menos intenso de
la sospecha.
Mientras que para formalizar la investigación preparatoria y con ello abrir
proceso penal se requiere una sospecha razonable o fundada en evidencia
material. Aquí se exige que la posible ocurrencia del hecho sea más probable que
su negación, es decir, que la probabilidad de que haya ocurrido un determinado
suceso y que ha sido cometido por una persona sea mayor que la hipótesis
contraria, es decir, que el hecho no se ha cometido o que se ha cometido por
otra persona. El CPP de 2004 en su artículo 336.1 prescribe que para formalizar
la investigación preparatoria se requiere que
_________________________
(201) Sala Penal Permanente de la Corte Suprema. Casación N° 760-2016-La libertad, del 20 de
marzo de 2017, magistrado ponente: Figueroa Navarro, considerando 13.

(202) CASTILLO ALVA, José Luis. “El fumus comissi delicti y el estándar probatorio en la prisión
provisional”. En: Carmen Vázquez Rojas (coordinadora). Hechos y razonamiento probatorio. Zela,
Lima, 2019, p. 214.
aparezcan indicios reveladores de la existencia de un delito. De esta manera, no
basta la simple notitia criminis para formalizar la investigación, sino que se
requiere de indicios reveladores de la comisión del delito, estamos, pues, ante la
posibilidad cierta y objetiva de la posible comisión de un ilícito penal.
Por su parte, el estándar probatorio que se requiere para acusar u llevar a juicio
a una persona exige de manera obligatoria que haya cuanto menor una
probabilidad preponderante de que la persona ha cometido un hecho punible
como autor o partícipe. Se requiere una sospecha suficiente que es de menor
entidad que una sospecha vehemente (203).
Ahora bien, para dictar sentencia condenatoria se exige como regla el estándar
más elevado del ordenamiento jurídico, en tanto se requiere que la decisión
alcance una certidumbre más allá de toda duda razonable.
La fórmula “duda razonable” tuvo su origen en la historia del proceso penal
anglosajón y, ahora, comienza a tomar carta de naturaleza en el funcionamiento
procesal de los distintos países europeos y latinoamericanos.
Sin embargo, sobre dicho estándar no existe una delimitación clara de su
alcance, existiendo acuerdo únicamente en que “más allá de toda duda
razonable no puede entenderse equivalente a más allá de toda duda”, pues en
ese casos ería necesario descartar por completo cualquier otra versión de los
hechos distinta a la inculpatoria, mientras que se admite comúnmente que esta
fórmula permite la existencia de otras hipótesis posibles, aunque improbables.
Ahora, si bien para que un estándar de prueba pueda cumplir satisfactoriamente
su finalidad debe tratar de un estándar objetivo, es decir, debe estar formulado
de manera que la determinación de si se ha cumplido o no sea independiente de
las actitudes subjetivas del juzgador (204). Ello resulta difícil de lograr con el
estándar de “más allá de toda duda razonable”.
______________________

(203) CASTILLO ALVA, José Luis. “El fumus comissi delicti y el estándar probatorio en la prisión
provisional”. En: Carmen Vázquez Rojas (coordinadora). Hechos y razonamiento probatorio. Zela,
Lima, 2019, p. 215.

(204) Sobre la necesidad de que los estándares de prueba sean objetivos y la problemática para
lograr ello, véase LAUDAN, Larry. “Por qué un estándar de prueba subjetivo y ambiguo no es un
estándar”. En: Doxa. Revista de filosofía del Derecho N° 28. Universidad de Alicante, Alicante,
2005, p. 95 y ss. TARUFFO, Michele. “Tres observaciones sobre ‘por qué un estándar de prueba
subjetivo y ambiguo no es un estándar’, de Larry Laudan”. En: Doxa. Revista de filosofía del
Derecho N° 28. Universidad de Alicante, Alicante, 2005, p. 115 y ss.; GASC´+ON ABELLÁN, Marina.
“Sobre la posibilidad de formular estándares de prueba objetivos”. En: Doxa. Cuadernos de
Filosofía del Derecho N° 28. Universidad de alicante, Madrid, 2005, p. 127 y ss.; GONZÁLEZ
LAGIER, Daniel. “Presunción de inocencia, verdad y objetividad”. En: La argumentación jurídica
en el Estado constitucional. Pedro Grández y Félix Morales (editores). Palestra, Lima, 2013, p.
368 y ss.

Sin embargo, más allá de los problemas propios que presenta un estándar para
lograr su objetividad, un aspecto importante en procura de esto último es
conseguir despsicologizarlos, así en lo que ahora interesa se debe pretender ello
con la “convicción” y la “duda” (entendidos como estados subjetivos del juez) y
la única manera de procurar ello, o al menos de darle un panorama
intersubjetivo (en el sentido de “aceptación común”), es aceptando la proclama
“tengo duda” o “tengo certeza” (esto es solo un decir, pues no se puede predicar
con carácter de absoluto la certeza de algo, siendo posible hablar de mayor grado
de probabilidad en el proceso), empieza por exponer las razones de la presencia
o ausencia de duda; condición que se pasaría por alto si el juez se contentara
simplemente con expresar (pero sin dar una razón) qué duda o qué no duda.
De esta manera, se puede verificar que al juez no se le ha desgobernado el
manejo del estándar del “más allá de toda duda razonable”, imponiendo al juez
la obligación de motivar en la sentencia ese particular aspecto. Por un lado,
porque así se legítima la decisión jurisdiccional, en la medida que solo una duda
bien razonada acredita ser una “duda razonable”. Por otro lado, porque salo
cabe el control (procesal y extraprocesal) de lo público de lo publicado, no de lo
que se enclaustra en el recinto mental del juzgador” (205).
La motivación de una resolución condenatoria ha de afrontar un doble reto: de
un lado, justificar que la reconstrucción factual es consistente con los elementos
probatorios disponibles y además coherente; de otro (y por la necesidad de
probar la culpabilidad “más allá de toda duda razonable”), desmontar la
hipótesis de la defensa por la inverosimilitud de sus argumentos (no se olvide de
que mientras a la acusación le incumbe probar que los hechos sucedieron así o
asá, a la defensa le basta argumentar que no se ha excluido razonablemente que
los hechos pudieron suceder de otra manera). En suma, corresponde a la
presunción de inocencia marcar el nivel exigible a la motivación del veredicto
(206).

La regla del “más allá de toda duda razonable” compromete, en principio, un


razonamiento singularmente articulado. En efecto, tomar como probada la
hipótesis de la culpabilidad implica resistir a los contraelementos de prueba
aportados para falsarla; y excluir, a la vista del material probatorio disponible,
cualquier otra hipótesis (favorable al imputado) mínimamente plausible.

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(205) IGARTUA SALAVERRÍA, Juan. El razonamiento en las resoluciones judiciales.


Colección Pensamiento Jurídico Contemporáneo N°9. Palestra, Lima, 2014, pp. 188-189.
(206) Ibídem, p. 196.

Por el contrario, una resolución absolutoria necesita, en principio, una


fundamentación más simple: basta argumentar que, en presencia del cuadro
probatorio disponible, no queda eliminada una hipotética reconstrucción de los
hechos (indicando cuál es esa) que favorece al acusado.
Pero si bien eso es así, lo cierto es que –y conforme a lo que se acaba de decir-
también las sentencias absolutorias deben exponer los argumentos por los
cuales el juez considera que la prueba de cargo no ha logrado superar el estándar
de la “duda razonable” y por ello debe absolver.
Este aspecto reviste una singular importancia por cuanto podría pensarse que
cuando se trata de sentencias absolutorias, exigir exteriorizar los motivos que
avalan la existencia de pruebas suficientes para declarar la inocencia supondría
invertir el entendimiento del derecho fundamental a la presunción de inocencia
(207). Ello, por cuanto se podría alegar que es la culpabilidad la que debe

demostrarse, no la inocencia y mientras no se haga tal demostración, al acusado


se le presume inocente, correspondiendo a la acusación la carga constitucional
de aportar pruebas de la culpabilidad del imputado, bastándole –por lo tanto- al
juzgador para absolver con dudar razonablemente sobre la suficiencia de la
prueba de cargo para la condena,, pero no teniendo el deber de exponer las
razones de dicha duda, debido a que tampoco existe el deber de probar la
inocencia.
En otras palabras, si el juez proclama vencedora a la acusación y a esta le
concernía la aportación de pruebas concluyentes, el juez deberá estar a la altura
justificando que la acusación ha logrado su objetivo; mientras que si la victoria
cae del lado del acusado y este –por efecto de la presunción de inocencia- está
exonerado en principio de probar nada, entonces el juez también quedará
eximido de justificar que se ha probado lo que no tiene que probarse, esto es, la
inocencia del acusado.
Sin embargo, es cierto que la presunción de inocencia juega a favor del imputado
(que a priori no está sujeto a probar nada) pero no en beneficio del tribunal (que
está obligado a motivar todo, tanto el fallo condenatorio como la

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(207) Así, por ejemplo, bajo este entendimiento, podemos mencionar a la STC española
N°169/2004, la que en su voto particular afirma que: “Cuando se trata de sentencias absolutorias,
exigir exteriorizar los motivos que avalan la existencia de pruebas suficientes para declarar la
inocencia supone invertir el entendimiento del derecho fundamental a la presunción de
inocencia. Es la culpabilidad la que debe demostrarse, no la inocencia y, mientras no se haga, al
acusado se le presume inocente, correspondiendo a la acusación la carga constitucional de
aportar pruebas de la culpabilidad del imputado y bastándole al juzgador para absolver con dudar
razonablemente sobre la suficiencia de la prueba de cargo para la condena. Ni la Constitución ni
la Ley Orgánica del Tribunal Jurado exigen la existencia de pruebas suficientes que justifiquen la
inocencia del acusado. Y, por ello, el juzgador no tiene obligación de exteriorizar su convicción
acerca de esas pruebas”.
Absolución). Ello, en cuanto el juez es un tercero distinto de las partes. Como se
sabe, a las partes les compete la producción de las pruebas; al juez, la valoración
de las mismas (las de ambas partes, por eso es un “tercero”) y la consiguiente y
explícita motivación.
La motivación judicial de una decisión condenatoria debe superar un doble reto:
justificar que la reconstrucción de los hechos es consistente con los elementos
probatorios disponibles actuados en juicio y –si los hubiera- desmontar la
hipótesis adversa por los datos que deja sin explicar y/o porque la reconstrucción
resultante es inverosímil. Y si la resolución fuere absolutoria, el juez tendría que
justificarla aduciendo bien que los medios de prueba que sustentan la tesis
acusatoria no gozan de entera fiabilidad, bien porque algún o algunos elementos
de prueba sufragan un curso de los hechos distinto al postulado por la acusación,
o bien porque las inferencias que conducen de los elementos de prueba al hecho
de la causa no son concluyentes (208).
De esta manera, queda claro que la motivación de una decisión absolutoria no
persigue el objetivo de fundamentar la prueba de la inocencia, sino justamente
lo contrario, razonar por qué la acusación no ha probado la culpabilidad del
acusado. En otras palabras, las sentencias absolutorias se motivan con la
finalidad de poner en evidencia que los elementos probatorios suministrados por
la parte acusadora no tienen la fuerza vinculante para estructurar la
responsabilidad penal del acusado (209).
Este parecer encuentra también asidero en la consecución de la proscripción de
la arbitrariedad, pues solo una sentencia adecuadamente motivada permite
ejercer el control sobre la arbitrariedad de la decisión, amén de permitir
concretizar el derecho de defensa de la parte vencida.
Pero no solo por ello, sino que dicha motivación también obedece en irrestricto
respecto del deber del Estado de aplicar racionalmente el ius puniendi, en la
medida que lo ejerce monopólicamente, de modo que no puede caprichosa o
arbitrariamente dejar de hacerlo. Y a su vez, y en concordancia con lo acabado
de anotar, la debida motivación de las sentencias absolutorias también obedece
como mecanismo de garantía a favor de la víctima, con base en su derecho a la
tutela jurisdiccional efectiva, a la verdad y a la defensa. Recordemos que el CPP
de 2004 faculta al agraviado –al margen de que se haya constituido en acto civil
o no- a impugnar la sentencia absolutoria (también el auto de sobreseimiento).

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(208) IGARTUA SALAVERRÍA, Juan. “Dos usos desviados de la presunción de inocencia”. En:
Anuario de Derechos Humanos. Vol. 7, Tomo I. Universidad Complutense, Madrid, 2006, p. 422;
IGARTUA SALAVERRÍA, Juan. El razonamiento en las resoluciones judiciales, Colección
Pensamiento Jurídico Contemporáneo N°9. Palestra, Lima, 2014, pp. 209-210.
(209) Ibídem, p. 210.

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