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volumen a cargo de
HELÍ MORALES ASCENCIO
por
DANIEL GERBER, SUSANA BERCOVICH HARTMAN, HELÍ MORALES ASCENCIO
MODESTO GARRIDO P., GABRIELA RUIZ GONZÁLEZ, ADALBERTO LEVI-HAMBRA
FRIDA SAAL, MARÍA TERESA ORVAÑANOS, MARGARITA CASQUE
NÉSTOR A. BRAUNSTEIN, FERNANDA NAVARRO, ROSARIO HERRERA GUIDO
JORGE BELINSKYy EDWIN SÁNCHEZ AUSUCUA
siglo
veintiuno
editores
m
siglo veintiuno editores, s.a. de c.v.
CERRO DEL AGUA 248, DELEGACIÓN COVOACÁN, 04310 MÉXICO, D.F.
II
m
En un coloquio hay dos tiempos vinculados en un solo espacio;
existe el tiem po de la exposición y el del intercambio. Se trataría de
hablar y escuchar. El espacio es el mismo, quien expone puede estar
en cualquier lugar de este espacio; el público está incluido en la esce
na; está incluido en la escenografía; en el libreto.
La intención es hacer del coloquio un acontecimiento significable.
Además, este encuentro tom a el carácter de una reunión interna
cional. H ay amigos y amigas procedentes de Costa Rica, Colombia,
así com o colaboraciones venidas de Argentina y Cataluña.
III
Este libro es el resultado del pasaje al texto escrito de aquello que fuera
voz. Lam entablemente, sólo queda constancia directa de la palabra de
quienes expusieron, pero es seguro que las discusiones que en aquellos
días se gestaron, se incluyen en los textos que aquí se presentan.
En un coloquio se intertexta, se hace caleidoscopio textual del
decir de quien enuncia. En ese sentido, una reunión con estas caracte
rísticas no hom ogeneíza las opiniones, más bien las diversifica. Colo
quio: mosaico de diferencias en acto. Este acontecimiento textual se
enriquece p o r las diferentes posiciones desde donde se escribe, no
podía ser de otro m odo, allí donde la discusión y el debate sirven
como horizonte para el intercambio.
Algo más, si bien es cierto que el libro que aquí presentamos surge
del coloquio, no se trata de una transcripción. No es ni la memoria, ni
el recuerdo de lo que allí sucedió. Se trata de una mutación. Ni todos
los trabajos que se leyeron están aquí, ni todos los textos que están se
leyeron aquellos días. Se trata de otra cosa; estamos ante un cuerpo
textual que surge, pero no calca, un coloquio situacional. Si el colo
quio es evento textual este libro es textura objetal.
IV
DANIEL GERBER
“¿Crees que en esta casa podrá leerse algún día una placa de m árm ol
que diga así: ‘Aquí, el 24 de julio de 1895, se le reveló al doctor Sig-
m und Freud el enigm a de los sueños’?”1 Esto escribía Freud el 12 de
jun io de 1900 desde la m ism a casa de Bellevue donde cinco años
antes se le había presentado aquel célebre sueño que iba a ser univer
salmente conocido como “el sueño de la inyección a Irm a”. El desti
natario de su carta era su amigo - y analista sin saberlo- W ilhelm
Fliess. D el interrogante a la placa conm em orativa, el enigm a del
sueño sólo podía conducir a la producción de una escritura.
De hecho, ese sueño inaugural del psicoanálisis culmina en una es
critura: la fórmula de la trimetilamina que aparece “en gruesos caracte
res”.2 Escritura es la respuesta que el mismo sueño produce ante la vi
sión del espectáculo espantoso del fondo de la garganta de Irma, ante
esa visión que Lacan caracteriza de esta manera: “Se produce ahí un
horrible descubrimiento, el de la carne que no se ve nunca, el fondo de
las cosas, el reverso del rostro, de la cara, lo segregado por excelencia,
la carne de donde todo sale, en lo profundo mismo del misterio, la
carne en tanto es sufriente, informe, que su forma por sí misma es algo
que provoca angustia. Visión de angustia, identificación de angustia, úl
tim a revelación del ‘tú eres eso’”.'1* Im agen horrorosa de la carne en
1 S. Freud, Cartas a Fliess, en Obras completas, t. III, M adrid, Biblioteca Nueva, 1968,
p. 864.
’¿ S. Freud, La interpretación de los sueños, en Obras completas, t. IV, Buenos Aires, Amo-
rrortu, 1979, p. 129.
3 J. Lacan, Le séminaire. Livre II, Le moi dans la theorie de Freud et dans la pratique
psychanalytique, París, Seuil, 1978, p. 186.
bruto, la carne no habitada por el significante ni tampoco imaginariza-
da; revelación de “algo propiam ente hablando innom brable [...], el
abismo del órgano femenino de donde sale toda vida [...] y también la
imagen de la muerte donde todo viene a terminar”.4
La respuesta que el sueño elabora frente a esa visión va a desembo
car en la fórmula de la trimedlamina. Ahora bien, esta escritura, este
conjunto de letras, ¿es respuesta a lo real que irrumpe o respuesta de lo
real mismo? Pregunta fundamental para dirimir el estatuto de la escritu
ra, pregunta que conduce a pensar la relación entre la letra -que irrum
pe desde lo real- y el significante, definido como el conjunto de repre
sentaciones que se despliegan en el campo simbólico. U na relación
planteada por Lacan en su conclusión del análisis del sueño: “Cual un
oráculo, la fórmula (de la trimetilamina) no da ninguna respuesta a cual
quier cosa que sea (la fórmula no viene de lo simbólico, del significante).
Pero la m anera misma en que ella se enuncia es ciertamente la respues
ta a la cuestión del sentido del sueño. Se la puede calcar de la fórmula
islámica: No hay otro Dios que Dios. No hay otra palabra, otra solución
para su problema, que la palabra. ”í> La fórmula impresa en gruesos ca
racteres no solamente no da sentido al sueño sino que no hay nada más
allá de ella donde se encuentre la clave, el sentido.
La búsqueda del sentido es un proceso que se prolonga al infinito
en un m ovimiento de remisión interminable de significante en signifi
cante. Es preciso un tope que ponga límite a esa cadena sin fin que se
sostiene en la ilusión de que todo puede decirse. Este tope es la letra,
la escritura; en el límite de lo simbólico, ella articula el significante
con lo real. Como lo dirá Lacan años después: “El inconsciente es el
lenguaje en m edio del cual ha aparecido su escrito.”*’
i Ibid,, p. 19(i.
5 Ibid., p. 190, las cursivas son mías.
(>J. Lacan, D ’un discotirs qui ne serait pos du semblanl (seminario inédito), sesión del 10
de m arzo de 1971.
nocido (unnerkant).”7 El texto de las asociaciones del soñante se reve
la, en últim a instancia, insondable; persiste un no-conocido, un silen
cio que no es exterior a la palabra pues constituye su núcleo íntimo,
su extimidad. Este silencio va a manifestarse como hueco en el discur
so, laguna en el tejido significante, lugar de la falta de la palabra que
aparece imposibilitada de nom brar algo: el espectáculo del fondo de
la garganta, un excedente de lo simbólico, lo real, el plus de goce más
allá del principio del placer.
Lo que falta en lo simbólico produce un exceso en lo real. Tal es la
tesis básica que se encuentra ya en el Freud de los textos previos a La
interpretación de los sueños. Así, poco después de la fecha del sueño m en
cionado, el prim ero de enero de 1896, remite a Fliess el “Manuscrito
K ” en donde rectifica -e n el capítulo acerca de la histeria- una opinión
sobre el origen de esta entidad que había sostenido dos años antes en
“Las neuropsicosis de defensa”. En este último texto afirmaba que el
punto de partida de la histeria es un conflicto entre el yo y una “repre
sentación inconciliable” con él, conflicto que conduce al yo a defender
se separando dicha representación del afecto -la excitación- que desen
cadena y remitieñdo ese afecto al cuerpo mediante el mecanismo de
conversión. Ahora, en 1896, Freud ya no habla de “representación in
conciliable”; sostiene más bien que el “síntoma primario [de la histeria]
es la exteriorización de terror con lagunas psíquicas”.8 De la idea de “repre
sentación inconciliable” pasa a la de ausencia de representación, ausen
cia que es preciso vincular con otra afirmación que se encuentra un
poco antes: “dentro de la vida sexual tiene que existir una fuente inde
pendiente de desprendimiento de displacer; presente ella, puede dar
vida a las percepciones de asco, prestar fuerza a la moral, etc.”.9 Falta
una representación, la representación que pueda decir lo que una rela
ción sexual es; falta que constituye el lugar vacío del sistema significan
te, la apertura por donde todos los excesos del goce podrían eventual
m ente pasar. Sólo esta falta puede considerarse la “fuente independien
te de desprendim iento de displacer”: ante el peligro del goce a que
puede dar lugar, el síntoma vendrá como protección.
Este m odo de formación del síntoma permite pensar que las dos
tesis sucesivas de Freud no son totalmente inconciliables ya que el fe
nóm eno que se describe en el “M anuscrito K”, más que referirse a la
7 S. Freud, La interpretación de los sueños, op. cit., p. 132.
8 S. Freud, “M anuscrito K: Las neurosis de defensa”, en Obras completas, t. I, Buenos
Aires, Am orrortu, 1982, p. 269.
u Ibid, p. 262.
etiología inm ediata del síntoma, es del orden de su prehistoria. La lagu
na y el espanto psíquico son anteriores al síntoma histérico propia
m ente dicho que será puesto en acto por la represión en el m om ento
en que el sujeto reencuentre una representación que lo confronta con
esa laguna y ese espanto cuyo efecto es producido a posteriori. Ante la
ausencia se genera un exceso: es el m odo en que en el manuscrito ci
tado Freud da cuenta de la represión; resulta destacable que el con
cepto de lo que Lacan llam ará letra aparece de alguna m anera en el
señalamiento de que la represión “no acontece por formación de una
representación contraria hiperintensa, sino por refuerzo de una represen
tación-frontera que desde entonces subroga al recuerdo reprim ido den
tro del decurso de pensar”.10
La letra de Lacan no es sino una derivación de la “representación-
frontera” freudiana si se tom a en cuenta que, para Freud, la represen
tación que en un segundo tiem po va a constituirse como tal es elegida
porque hace borde al agujero que ella misma delimita. Pero un aguje
ro no puede ser reprim ido en sí mismo, no es sino un agujero; sola
m ente la representación -e l significante- puede ser afectado por la re
presión. La “representación-frontera”, efecto de la represión, tiene así
un estatuto de borde, de contorno del orificio, de una falta de repre
sentación. Borde, contorno, cerco, es precisam ente la característica
que definirá a la letra después del prolongado proceso de elaboración
que Lacan realizará con ella.
A partir de las tesis sobre la histeria que Freud elabora entre 1895 y
1900, quedan configuradas dos grandes dimensiones que tendrán una
im portante repercusión en el campo clínico:
1. La dimensión de lo real, lo no reconocido, el silencio y la m uer
te. Dim ensión ligada al exceso que Freud va a asociar con el fenóme
no del asco histérico.
2. La dimensión de la representación; dimensión esencialmente sig
nificante donde se destaca el primado del falo con su consecuencia lógi
ca: la castración. Si en lo real aparecen el exceso y el asco, aquí es el fe
nóm eno de la laguna y el horror a la castración lo que se presenta.
Señaladas estas dos dimensiones, puede decirse que es la segunda
11 Cf. J. Lacan, “Le sém inaire sur La leltre voleé”, Écrits, París, Seuil, 19fi6, p. 11 (en
esp.. Escritos 1, M éxico, Siglo XX I, 1994, p. 5).
lado otro aspecto esencial del trabajo de Lacan: su esfuerzo por mos
trar que esa carta causa sus efectos no solamente como significante
sino tam bién en tanto objeto; ese objeto mismo que ella es, indepen
dientem ente del mensaje significante que contiene. Efectos de la letra
por sí misma, más allá del significante que ella vehiculiza, efectos
cuya com prensión exige recordar la doble significación del lettre fran
cés que no tiene equivalencia en español: letra y carta.
La carta (letra) es un objeto que excede su función significante. Así
lo recordará Lacan años más tarde, en 1971, cuando hace m ención a
“lo que sucede con el correo de una carta/letra misiva, de lo sabido
por aquellos por quienes transcurren sus reexpediciones, y en qué tér
minos se apoya que yo pueda considerarla llegada a destino, después
que, por los rodeos que ella ha soportado, el cuento y su cuenta se hayan
sostenido sin ningún recurso a su contenido”.12 La separación entre el m en
saje y la carta/letra como tal es el rasgo fundamental del cuento de
Poe, rasgo evocado en la forma con la cual la carta se presentará al
final del relato: como un resto, semidesgarrado por efecto de su reco
rrido. Rasgo tam bién señalado en la descripción que realiza Lacan del
m odo en que la policía busca esa carta/letra: “¿no se nos ocurre que
ese mensaje ha llegado ya a su destinataria e incluso que ha perm ane
cido en su poder a cuenta con el pedazo de papel insignificante, que
ahora no lo representa menos bien que el billete original?”13 “Pedazo
de papel insignificante”: el ministro ha remplazado la carta original
por una carta contrahecha, situación que lleva a Lacan a recordar el cé
lebre aforismo joyciano - “a letter, a litter” (una letra, un desecho)-
que sanciona la separación entre la letra/carta en su m aterialidad y el
mensaje que lleva.
Separación entre el mensaje y ia m aterialidad de la letra que lo
transporta que nada tiene de trivial. Para destacar su im portancia,
Lacan recuerda la cerem onia de devolución de las cartas de am or
como acto que pone punto final al lazo amoroso: “Si pudiese decirse
que una carta ha llenado su destino después de haber cumplido su
función, la cerem onia de devolver las cartas estaría menos en boga
como clausura de la extinción de los juegos de las fiestas del am or.”14
La afirmación abre un interrogante fundamental: ¿cuál es ese destino
2U Cf. J. Lacan, “L’instance de la lettre dans l’inconsciente...”, op. cit., p. 493 (en esp.
op. cit., p. 473).
3(IJ. Lacan, “Lituraterre”, op. cit., p. 7 (en esp. op. cit. p. 138).
31 Ibid., p. 8 (en esp., ibid., p. 139).
cíente. P or esto, L acan no la piensa com o p rim aria o com o una
“archi-escritura” sino, por el contrario, como correlato específico del
hecho de que quien habla habita el lenguaje. La letra es un efecto del
lenguaje en tanto habitado por hablantes. Tal es el punto de partida
para deducirla, distinguiéndola claramente del significante y de lo que
este último implica que no es tanto ese conjunto de leyes que gobier
nan su funcionamiento como su consecuencia mayor: la emergencia
de un sujeto que el significante tiene por función representar. R epre
sentación ante todo, el significante da esencialmente una apariencia,
un semblante; la letra, en cambio, es producto de la disolución de los
semblantes.
El acto de escritura confronta con la nada; nada del orden del sem
blante está allí para dar sentido, sólo la blancura de la página, vacío
de palabras, reverso de un objeto desprendido de todos los otros cuya
presencia genera el horror indecible de lo pleno: “Interrogad al an
gustiado de la página blanca, os dirá quién es la boñiga de su fantas
m a.”39 Ese desecho, desde luego, es él mismo.
Página en blanco, plenitud horrorosa de la letra absoluta, terrible
presencia de la biblioteca universal que Borges describe en “La biblio
teca de Babel”.40 La biblioteca como metáfora de un universo totalita
rio donde todo ya está escrito y nada es posible agregar: “La bibliote
ca es total [...] sus anaqueles registran todas las posibles com binacio
nes de los veintitantos símbolos ortográficos [...] o sea todo lo que es
dable expresar: en todos los idiomas [...] No puedo com binar unos
caracteres [...] que la divina biblioteca no haya previsto y que en al
guna de sus lenguas secretas no encierren un terrible sentido [...] H a
blar es incurrir en tautologías.”41
En este universo donde todo está escrito de una vez y para siempre
el sujeto queda excluido, forcluido: “La certidumbre de que todo está
42 IbicL, p. 99.
de la letra, insistencia de un querer creador allí donde la palabra que
alivia no tiene lugar:
“Yo os aparté de todas esas canciones de fábula cuando os enseñe
‘La voluntad es un creador’.
"Todo ‘fue’ es un fragmento, un enigma, un espantoso azar -hasta
que la voluntad creadora añada: ‘¡Pero yo lo quise así!’
”H asta que la voluntad creadora añada: ‘¡Pero yo lo quiero así! ¡Yo
lo querré así!’”4,:!
La relación del sujeto con la letra constituye una problem ática cuya
teorización está lejos de ser acabada.
Desde los estudiosos de los jeroglíficos, hasta aquel que se pregunta
por el estatuto de la poesía, pasando por los historiadores de la escri
tura, y muchas otras prácticas, por estar ligadas a la letra no cesan de
ser interrogadas por la escritura como función.
La articulación sujeto-escritura se halla en los orígenes del psicoa
nálisis.
U no de los puntos que hace a los fundamentos del psicoanálisis tiene
que ver con la relación que Freud descubre (o establece) entre el in
consciente y el lenguaje; o más precisamente entre inconsciente y escri
tura. Desde el momento en que el inconsciente se vincula con una ope
ración de ciframiento-desciframiento, la articulación es de hecho.
D esde los albores del descubrim iento freudiano constatam os la
presencia del lenguaje y la escritura en los cimientos del inconsciente.
Q ue el síntoma es escritura subyace en la clínica freudiana desde
sus Estudios sobre la histeria. Recordem os rápidam ente que Freud lee
en la.parálisis de Elizabeth: “Algo no m archa en su vida.”
O en el caso Dora. D ora padece, entre otros, el síntoma de arras
trar un pie. N ada orgánico determ inaba este arrastrar. Freud encuen
tra su lectura en la frase “dar un mal paso” Resulta que ante el reque
rim iento amoroso de un tai señor K., Dora responde con una bofeta
da. Sin em bargo, lee Freud, en el arrastrar de su pie se inscribe el
deseo inconsciente de dar ese mal paso. El arrastrar del pie constituye
un texto, texto que escribe “dar un mal paso”. “D ar un mal paso” es la
escritura en el cuerpo de un indecible, un imposible de saber. Al igual
que el caso del esclavo, quien, ignorando el mensaje que porta, lleva
escrita en la frente su propia sentencia de muerte.
La letra se hace carne y el cuerpo de la histérica encam a esa literali
dad.
Escritura de un saber inconsciente, que por ser sin sujeto, invade la
carne haciendo del cuerpo un texto.
El síntoma implica un ciframiento. Lo que cifra es del orden del in
consciente. La m edicina no sabe descifrar. Al abordar el síntom a
desde la lógica orgánica, ignora la clave de desciframiento. Esa clave
Freud la descubre en la literalidad. Lo cifrado en el síntoma es la lite
ralidad de “dar un mal paso”.
Freud no busca una semántica del síntoma, ni siquiera lo interpre
ta. Freud lee el síntom a porque para él el síntom a constituye, ante
todo, escritura.
El cuerpo deviene textual, su textura está hecha de letra.
D espués de sus estudios clínicos sobre la histeria, Freud “lanza
sobre nosotros” (así lo expresa Lacan) esa obra m onum ental que sen
tará las bases del corpus freudiano: La interpretación de los sueños.
C om o el síntoma, el sueño tam bién es texto. T exto cifrado que
Freud mismo com para con la escritura en jeroglíficos.
El sueño se lee, se descifra. Las imágenes del sueño no tienen valor
en tanto imagen sino en tanto letra. El sueño no es una hermenéutica de
lo oculto. Interpretar un sueño no implica revelar quién sabe qué sentido
que subyacería. La imagen no representa otra cosa, no hay alegoría.
La imagen tiene estatuto de letra. Así, Freud com para el sueño con
el rebus: una escritura en imagen.
Anim ado por el deseo de triunfar sobre la ciudad de Tyro, Alejan
dro sueña con un sátiro. El descifrador no interpreta en el sentido de
que habría un oculto simbolismo detrás de la imagen del sátiro que
develaría vaya a saber qué fantasías perversas de Alejandro.
El descifrador descifra: Sa-Tyro. Tuya Tyro.
Soñando su deseo, sueña su destino, Alejandro tom a Tyro. Freud
nos m uestra este ejemplo como arquetipo de la lectura del sueño.
No hay un más allá de la imagen porque la imagen misma es escri
tura.
Nuevam ente encontram os la letra como clave de desciframien
to. Com o en el caso del síntoma, lo imposible se cifra, ahora en la
imagen, haciendo del sueño un texto que m arca el ritmo nocturno. Lo
real pulsa como letra.
Síntomas y sueños constituyen efectos del inconsciente a leer en su
literalidad, ya sea que la letra devenga carne o imagen.
En Psicopatología de la vida cotidiana Freud va a conceptualizar el
acto fallido como otra de las formaciones del inconsciente. Tam bién
allí com o en el síntoma y en el sueño, se trata de la escritura, ahora en
acto, del sujeto.
Se trata de un texto divertido de leer aun en toda su rigurosidad.
U no se preguntaría por qué causa esa suerte de divertimento. Psicopa-
tología de la vida cotidiana constituye un anecdotario donde encontra
m os en los equívocos m ás cotidianos, la escritura de una verdad.
Freud dem uestra allí, la escritura en acto.
El acto tiene su valor en tanto escritura, aquí se distingue de la ac
ción. Lacan conceptualiza esta diferencia en el seminario del Acto psi
coanalítico, donde asevera que el fundamento del acto es significante y
escritura!, m ientras que la acción no entraña escritura.
Así, en uno de sus ejemplos, Freud narra el caso de dos colegas
que están almorzando en un restaurant. Uno de ellos cuenta al otro
las dificultades para obtener un profesorado; y como al pasar m encio
na que antes tenía el puesto de secretario del embajador, pero luego
cambió el em bajador y ya no se presentó con el nuevo. Mientras dice
esto, pretende llevarse a la boca un buen pedazo de pastel, pero como
po r torpeza, lo deja caer del tenedor. El interlocutor replica, lee:
“¡Pero ha dejado usted escapar un buen bocado!”
H e aquí la escritura en acto: el acto fallido de botar la rebanada, en
el contexto en el que se produce, no quiere decir más allá de lo que li-
teraliza: “dejar escapar el bocado”, haber perdido su puesto. Señale
mos que el sujeto tenía escrúpulos en hablar de la precariedad de su
situación económica frente a un extraño. Lo no dicho se inscribe en el
acto, por ello, logrado.
El pasaje al acto que Freud relata en el caso de la joven hom ose
xual constituye otro ejemplo acabado de la escritura en acto. La joven
se pasea con su am ada por las calles de V iena a la hora y en el lugar
que, sabe, es posible encontrar a su padre. Es decir que va a su en
cuentro. Efectivamente, ante la m irada indignada del padre, la joven
se arroja a las vías del tren. La m irada del padre constituye el telón
que abre a la escena, la joven actúa.
“C aer” en alemán se escribe y se dice como “parir”: nieder/commen.
La m adre había dado a luz otro niño en el m om ento en que apare
cía en la joven el deseo de ser m adre (dar un hijo al padre, salida del
complejo femenino en Freud).
En ese acto de arrojo, identificada a la madre, pare; identificada a
un deseo de muerte, cae.
La literalidad de niederkommen - “parir” y “caer”- se inscribe en el acto.
Es porque Freud lee en el acto el texto “parir/caer”, por lo que
llega a desentrañar la tram a del caso. U na red con un punto privile
giado de inscripción: el pasaje al acto.
La escritura “parir/caer” se literaliza en el acto, y el acto de caer,
en su literalidad, anuda el caso.
Freud no deja de dem ostrar a lo largo de su clínica la legalidad del
inconsciente ligada a la lógica del lenguaje (inconsciente y lenguaje
com parten estructura), y más específicamente, ligada a la escritura.
En psicoanálisis no se trata tanto de escuchar como de leer, así
como no se trata tanto de decir sino de escribir. Al decir, se escribe.
La práctica psicoanalítica tiene que ver con leer en los textos del
sueño, del discurso, del cuerpo y del acto aquello que en una insisten
cia por inscribirse no cesa de no inscribirse.
Al mismo tiempo, la lectura que de ello realiza el analista constitu
ye a su vez escritura.1
La clínica psicoanalítica no está hecha tanto de palabra como de
escrito, he aquí la inclusión de lo real por el sesgo de la escritura.
Interpretar no es una herm enéutica de la palabra. Es porque más
allá de la palabra hay nada, hay algo que falta, que el sujeto se escri
be, y al escribirse se inscribe. El sujeto es efecto de esa inscripción en
la carne, en la imagen, en el acto y en el habla.
Se articula aquí algo que no es ni cifrado ni descifrado, porque es
capa a toda lógica de ciframiento/desciframiento. Se trata de un real
que se excluye de toda legalidad; y en esa exclusión, la funda.
La escritura hace borde con lo real, bonstituye su litoral.
En la pretensión por escribir lo imposible, el sujeto habla, sueña,
hace síntoma y acto. El sujeto como tal es efecto de sus propios textos.
Textos hechos de imagen, de palabra, de acto o de carne. La escritura
del sujeto litoraliza lo real.
II
1 Remito al libro d e je a n Allouch, Lettre pour lettre, París, Eres, 1986. El autor sostiene
la operación del analista es la de una transliteración: pasar de un m odo de escritura a
nlro m odo de escritura; con lo cual no habría desciframiento posible, porque lo que se su
pondría descifrado no constituye sino un nuevo ciframiento, una otra escritura.
Se trata del caso “U na neurosis demoniaca en el siglo X V ll” . Freud
recibe un m anuscrito de la época, redactado por las autoridades ecle
siásticas de Baviera, donde se relata la historia del pintor Jo h a n n
Christoph Haizmann. Freud hace caso de este manuscrito. Notemos,
el manuscrito: la escritura en el origen.
El pintor afirm aba haber pactado con el Diablo que se le había
aparecido nueve veces bajo diversas formas. Haizm ann pinta las apa
riciones en nueve cuadros. Dichos cuadros tienen la peculiaridad de
la escritura. En efecto, debajo de cada imagen el pintor describe la es
cena. Com o si la representación pictórica de eso que retorna en lo
real no bastara, H aizm ann representa, pero además describe, escribe
la imagen.
Pero lo que anuda el caso a la escritura es fundam entalm ente el
hecho de que nuestro personaje afirmaba haber pactado con el D e
monio, y dos pactos atestiguan de tal faustesca alianza.
Se prometió al Diablo a través de dos pactos: el primero escrito con
tinta en el que se prometía por nueve años. El segundo escrito con san
gre en el que se prometía a partir de la expiración del primer pacto.
Los pactos inscriben:
Prim er pacto:
“Yo, Christoph H aizm ann, me com prom eto por escrito ante este
señor a ser su propio hijo en cuerpo por nueve años.”
Segundo pacto:
“En el año 1669. Christoph Haizmann. Yo me he vendido a este
Satán para ser su hijo en la servidumbre y para pertenecerle en nueve
años.”
Antes de proseguir, cabe señalar que el delirio demoniaco del pin
tor se dispara a partir de la m uerte de su padre, más precisamente, su
delirio es efecto directo de dicho suceso.
La interpretación nodular que Freud hace del caso radica en el
Diablo como un sustituto del padre.
H a habido un resto del padre que se resiste a su propia muerte. Es
ese resto, padre real, aquello que retorna a modo de dem onio para
im poner el im perio del goce.
“¡Goza!”, ordenaba el Diablo en las alucinaciones del pintor. El
Diablo, lo insimbolizable del padre, el resto de padre que no quiere
morir.
La imposibilidad de perder al padre retorna a m odo de pacto con
el Diablo.
El Diablo es sustituto del padre, es lo que Freud lee en la escritura
de los pactos: “M e com prom eto a ser su hijo fiel y en cuerpo y alma.”
Sólo a partir de que H aizm ann se nom ina como hijo del Diablo es
cuando se puede interpretar al Diablo como sustituto del padre. Para
ser más precisos, el sentido de los pactos no radica sino en el deseo de
ser poseído por el Diablo/Padre. Comerciar con el Diablo, comerciar
con el Padre; ambos pactos constituyen la escritura de este comercio
ilegítimo. Com ercio incestuoso de un fuera de la ley.
En el caso H aizm ann nos encontramos con tres órdenes, tres esta
tutos diferentes de cómo lo real retorna: la alucinación, la representa
ción pictórica de la alucinación y la escritura.
Ahora bien, detengámonos en los pactos. El pacto, como la prom e
sa o la declaración, tiene estatuto de acto: destitución del sujeto en
tanto cam bia su relación con el Otro.
Nuestro tramposo personaje, en una astuta artimaña, hace aparecer
como exigencia del Diablo lo que no es más que su deseo. “Prometo
ser tu hijo”, involucra al Otro como padre situando al sujeto como hijo.
Pero, adem ás, recalquem os que esto es por escrito. Escrito dos
veces. La escritura en sí m ism a ya im plica lo irreversible del acto.
Pero, ¿qué hay de un pacto escrito con sangre? La sangre se torna
letra y lo real del cuerpo deviene escritura. La letra con sangre entra
anudando Simbólico y Real.
El pacto escrito con sangre nos invita a reflexionar, por ejemplo:
¿Con qué sangre se escribió el pacto? ¿Con la sangre del Diablo o con
la del pintor? Opino que tal pacto fue escrito con la sangre del Diablo
que corría por las venas de nuestro pintor.
¿Y qué hay de la m arca en el cuerpo por donde esa sangre escu
rrió? ¿D ónde situaremos esa herida?
La sangre hace letra para escribir con el cuerpo una alianza ilegal
entre un padre que rehúsa m orir y un sujeto que sacrifica su cuerpo y
sil alm a para que el padre no muera.
Al mismo tiempo, el sujeto es efecto de este pacto, único soporte posi
ble de su nom bre propio. Firmar un pacto de sangre con el Diablo, gra
bar allí el propio nom bre constituye un acto. Es porque el sujeto firma
un pacto con su cuerpo que puede afirmarse como sujeto.
Sin cesar de no inscribirse, lo real adviene letra y hace textos. Estos
lextos, carentes de sujeto escribiente, hacen de la nada su escritura. La
escritura de la nada constituye la escritura del sujeto. Sola escritura
posible, tal vez junto a la poesía, de lo imposible.
DE TATUAJES Y GARABATOS;
EL SÍN TO M A C O M O ESCRITURA
II
En 1953, Lacan introduce los tres registros. Tres registros que van a
atravesar toda su obra y su pensamiento. Alguna vez, Lacan dijo: mis
tres no son los de Freud. Eso fue enunciado hacia el final de su ense
ñanza, pero durante m uchos años, intentó vincular, por decirlo suave,
su ternario con los que Freud habría producido.
Propongo una breve arqueología de este intento de Lacan.
Se podrían señalar al menos tres ternarios.
1 Las versiones utilizadas aquí, son, para RSI, aquella aparecida en los núm eros 2, 3,
4 y 5 de Ornicar?, publicados en 1975; la que corresponde al seminario Le Sinthome,
tam bién apareció en Ornicar?, pero en los núm eros 6, 7, 8, 9, 10 y 11 en 1976.
El prim ero que puede denominarse: Freud-Lacan se construiría de
la siguiente m anera:
Yo - imaginario
Superyó - simbólico
Ello - real
Im aginario - inhibición
simbólico - síntoma
Real - angustia
Real - ex-istencia
simbólico - agujero
Imaginario - consistencia
III
H asta aquí se preguntarán: ¿qué tienen que ver todos estos problemas
de la enseñanza de Lacan con un coloquio sobre la escritura? Precisa
m ente, creo que Lacan va a intentar resolver estos impasses a través de
la función de la escritura.
La escritura es litoral: recorre las playas de lo simbólico pero se
moja en las olas de lo real. La escritura, siendo lenguaje, implica tam
bién un exterior al lenguaje. Es el campo trazable de lo simbólico,
pero tam bién su disolución; es su sangre. La escritura soporta lo real
en relación con lo simbólico. Quizás por eso, Lacan tom a la escritura
como flecha del síntoma, porque no es exclusivamente simbólica. La
escritura ex-iste a lo simbólico. La escritura en este sentido es traum á
tica: rasga la intimidad del cuerpo, lo irrita de enigmas y lo marca con
sangre m orada. Por todo ello, la escritura es un camino para pensar la
naturaleza del síntoma.
Ahora, esto aproxima a una respuesta frente al síntoma, pero la difi
cultad continúa para pensar el cuarto lazo como el síntoma y el Nom
bre-del-Padre. Lacan resuelve la dificultad formulando que el padre es
un síntoma. Quizás valdría la pena ser más claros. El cuarto lazo es
aquello que anuda lo real, lo simbólico y lo imaginario. La función de
anudamiento es sostenida por el Nombre-del Padre, el padre nom bran
te. Pero ¿qué sucede cuando no existe o no funciona? Entonces viene el
síntoma a ocupar ese lugar de falla, carencia o ausencia. Es decir, que el
síntoma viene allí, a. la función de cuarto lazo cuando falla la función
del Nombre-del-Padre. Pero la violencia viene al constatar que el padre
falla, es decir, que el padre es un síntoma. La fuente del surgimiento del
síntoma es el padre porque siempre falla, sucumbe o se desmorona.
Dicho de otro modo: no hay padre que no falle.
IV
VII
Después de ese largo recorrido por los senderos del síntoma y la escri
tura muchas preguntas quedan abiertas; para otras sólo se vislumbra el
comienzo de una respuesta que prom ete m enos que lo que enseña.
Pero algo fundamental surge de todo esto. A partir de la naturaleza que
Lacan le da al síntoma, la concepción de la clínica no puede quedar in
tacta. Si la escritura com o síntom a perm ite al sujeto m antener su
m undo lleno de versos de amor, novelas de terror y cartas de arrepenti
miento, la clínica ¿apuntaría a desaparecer el síntoma? Si en muchos
casos el síntoma es aquello que sostiene al sujeto para que éste no caiga
en el abismo del goce del Otro, ¿habrá que “curarlo” de su síntoma?
Algo que queda claro con la propuesta de Lacan es que en psicoa
nálisis no se puede pensar el síntoma como estandarte de una enfer
m edad; se trata de despsiquiatrizar el síntoma, es decir, no tomarlo
como el mal a curar.
Pero en este punto surge la pregunta: ¿Cuál es la posición del psicoa
nálisis en relación con el síntoma? Sin poder generalizar, de lo que se
trataría no es tanto de apostar por su desaparición sino que el sujeto
sepa hacer con él; que convierta el síntoma en un saber-hacer. En el se
minario Le sinthome, en la clase del 16 de marzo de 1976, Lacan dice
que lo real es el fuego, el fuego pero no como llama, ése es sólo una
máscara de lo real, el fuego, pero el fuego frío... “lo real hay que buscar
lo del otro lado, del lado del cero absoluto”. Quizás la clínica implica
hacer del ardeur de lo real, un art-dire del sujeto. Se trata mucho más de
saber hacer con el síntoma una cascada del arder del real, que de apagar
toda manifestación de un síntoma que amarra lo que puede sucumbir.
Analizarse es arriesgarse a saber hacer otra cosa con su síntoma que
no sea sentirse enfermo, torpe, inhibido o cobarde. Es arriesgarse a lle
var el síntoma al campo del ardor, y eso no es sin consecuencias. Se tra
taría de llevar el síntoma al campo de la creación, aunque esto aparezca
como horizonte. Analizarse es llevar el síntoma a un saber hacer en él,
como la araña hace de su propia baba un tejido maravilloso que le sirve
no sólo para habitar sino también para luchar. Quizás analizarse sea
hacer de la propia saliva, que a veces chorrea, una lluvia de letras que
abra surco en el duro, y a veces seco, campo del Otro.
Acapulco, 1994,
a pocos días del levantamiento zflpatista
MODESTO GARRIDO P.
FUNCIÓN DE LO ESCRITO
Seamos realistas.
Soñemos lo imposible.
ERNESTO “CHE” GUEVARA
blando de ese O tro que nos escribe, que nos determ ina y que hará
que 110 nos reconozcamos en él, ahí donde creemos decir, estar, exis
tir, no estamos. La escritura como desecho del ser. Lo que se escribe
■ ■esa im posibilidad que nos rebasa y que Nietzsche tan claramente
lius revela en sus textos de los cuales sólo podem os gozar pero en ese
<)lro goce, que, como sujetos, nos trasciende.
Lacan nos dice en el seminario XX, cuando habla de los místicos
. orno una experiencia que no da cuenta de ella sino a través de un
goce sin palabras, que algo que se sufre y que no se sabe, no pasa por
i*l lenguaje, es sólo un efecto del cuerpo como vehículo de ese otro
(líber del cual Freud dio cuenta en su experiencia con sus histéricas. Y
no es n ada casual que Lacan antes de decírnoslo m encione que sus es-
11 itos son del mismo orden, porque, para él, Dios está muerto tam-
llií-i pero con la diferencia de que lo h a estado desde siempre, lo que
Ir da u na relación con su escritura, con sus textos, con su obra, muy
particular. Dios está desde siempre muerto, sus Escritos son una reco
pilación de participaciones y ponencias, pero su enseñanza, sus semi
narlos, es un otro quien los escribe, no es él.
Veamos antes u na cita del seminario de la Etica donde nos dice:
SI el mito del origen de la Ley se encarna en el asesinato del padre,
■■de ahí de donde han salido esos prototipos que se llaman sucesiva
mente el animal Tótem, puesto que tal Dios más o menos poderoso y
celoso, es a fin de cuentas el Dios único, el Dios padre. El mito del
asesinato del padre es bien el mito de un tiempo para el cual Dios está
muerto. Pero si Dios está muerto para nosotros, lo que es así desde
siempre, como nos lo dice Freud. El no ha sido jam ás el padre sinc
desde la mitología del hijo, es decir, aquella del m andam iento que or
dena amarlo, a él, el padre, y en el dram a de la pasión que nos m ues
tra que hay una resurrección más allá de la m uerte.”
Él no h a sido jam ás el lenguaje si no que nosotros, sujetos de
deseo, seres parlantes, nos sometemos a él, le otorgamos un estatutc
de mito. Y ahora sí demos la cita de Encoré. “Este goce que uno siente
y del cual no se sabe nada, no es lo que nos pone sobre la vía de la
ex-sistencia? ¿Y por qué no interpretar una cara del O tro, la cara
Dios, como soportada por el goce femenino?” Ex-siste un goce más
allá y es lo que Nietzsche nos transmite, y no casualmente, desde la
boca del hom bre loco, “Dios ha muerto, Dios está m uerto y nosotros
lo hemos m atado”. Locura que da cuenta de ese goce también. ¿No es
acaso Schreber quien se tiene que transformar en mujer para tener ac
ceso al goce con Dios? ¿No es pues de este goce femenino en la psico|
sis de lo que en últim a instancia hablamos? Y que es lo que hace*
Schreber para dar cuenta de ello: escribe.
¿No sería de esto de lo que huye el doctor Freud? ¿Por qué negai^
un conocimiento, un saber de la escritura nietzscheana? El goce de
Freud es de otro orden, pero goce al fin y que sólo en la escritura^
desde su escritura que crea el psicoanálisis, podem os percibirlo. El
psicoanálisis no es más que una escritura que nos provoca desde estej
goce el no cesar de intentar escribirlo.
ENTONCES TRATEM OS DE LEER*
ADALBERTO LEVI-HAMBRA
Esto dice uno de los tres libros fundamentales de la Kabalah. Tal vez
fue por su estilo, directo y transparente, que recibió el nom bre de
Sefer ha bahir. Libro de la Claridad.
Por suerte para nosotros hay una nota aún más aclaratoria escrita
por el traductor al español de este libro, un poeta de nom bre Mario
Satz, que dice la siguiente:
...es conveniente escribir guímel antes que hei; pero si ponemos la guímel
ante la dalet, es para no confundir guímel y dalet con hei; confusión que se
produciría si agregáramos un trazo horizontal sobre la guímel. En cuanto a la
letra dalet, por su trazo vertical se halla cerca de la hei.
México, 1990
FRIDA SAAL
....no quiere decir, por una simple inversión, que el significante sea fundamental
o primero. La “primacía” o la “prioridad” del significante sería una expresión in
sostenible y absurda de formularse ilógicamente dentro de la lógica que preten
de, sin duda legítimamente, destruir. Nunca el significante precederá de derecho
al significado, sin lo cual dejaría de ser significante y el significante “significante”
ya no tendría ningún significado posible. El pensamiento que se anuncia en esta
imposible fórmula sin lograr instalarse en ella debe por lo tanto enunciarse de
otra manera: no podrá hacerlo sino haciendo sospechosa la idea misma de signo,
de “signo-de”, que siempre permanecerá ligada a lo que aquí cuestionamos. Por
lo tanto, en el límite, destruyendo toda la conceptualidad ordenada alrededor del
concepto de signo (significante y significado, expresión y contenido, etcétera).^
r 3 Éste es el punto por donde los m ovim ientos feministas se han servido de los plan
team ientos de Derrida. Ello no significa que ubiquem os a D errida como feminista.
2!,J. Lacan, Escritos, México, Siglo XXI, 1984, p. 665.
30 Ibid., p. 704.
31J. Lacan, Le stminaire. Lime xx,; Encoré, París, Seuil, 1975.
muías de la sexuación y propone, además del goce fálico, la existencia
de otro goce, el goce del Otro, goce femenino, entendido éste como
suplementario. El falocentrismo sigue siendo eje en la teoría, sin em bao
go, el goce fálico ya no es único.
Lacan da cuenta del goce femenino llamándolo goce suplementaria
Esta palabra conlleva evocaciones que no creemos gratuitas. CuandcÜ
D errida analiza en De la gramatología el ensayo de Rousseau sobre El
origen de las lenguas, subraya, con especial énfasis, la categoría de suple^
mentó. Para Rousseau la escritura es un suplemento del habla, señalan|
do así el carácter secundario de la misma; Derrida, en cambio, se de
tiene en la m ultivocidad del término, ya que tam bién se suple lo que
no hay, lo que falta. Es así como D errida plantea la necesidad de una
nueva lógica del suplemento.
¿Será el goce femenino, el goce suplementario, la respuesta lacaniana]
a esta nueva puntualización de Derrida? El goce femenino que se ca
racteriza porque no puede decirse y que, sin embargo, puede escribirse^
m arca escritural, entonces, y no fónica, con lo que responde a la defi^
nición misma de la diferensia.
A esta altura de nuestra exposición podem os afirmar que el recorrí!
do lacaniano va desde un asunto de lenguaje en “Función y campo de
la palabra y el lenguaje en psicoanálisis” a un asunto de escritura en
“La instancia de la letra en el inconsciente” (1957) (trabajo del que,
Lacan se ocupa de aclarar que es “anterior a toda gramatología”). A
partir de entonces la reflexión de Lacan no deja de ocuparse de la es
critura. C om o ejem plo, valga re co rd a r el S em inario XX, Encoréj
donde, además de formular la propuesta del goce femenino, Lacanj
define a lo Real como “aquello que no cesa de no escribirse” y a lo
Simbólico como “aquello que no cesa de escribirse. Más adelante aún,i
podríam os llegar hasta el seminario consagrado a Joyce donde, justa^
mente, Lacan plantea la posibilidad de estabilización y de suplenci£¡|
del Nom bre-del-Padre en la psicosis a través de la escritura.
Hemos seguido el recorrido de Derrida mostrando cómo el encuen
tro con la obra de Freud le ha permitido proponer nuevas hipótesis y
articulaciones. Hemos señalado los puntos críticos de su relación con
Lacan y la m anera en que Lacan ha ido modificando posiciones en ui£
acercamiento cada vez mayor a las posturas de Derrida. Vimos que De
rrida plantea en De la gramatología la imposibilidad de la primacía del
significante y de la palabra plena, posiciones que Lacan se ve llevado a
abandonar. En “El cartero de la verdad”, Derrida apunta a la imposibi-t
lidad de un destino preestablecido que permitiría esperar el encuentro
armónico del significante y el significado. Lacan define más adelante al
% (el sujeto), tachándolo y en fadingentre un Sj impronunciable y un S,¿
que viene a representarlo. ¿Será demasiado arriesgado afirmar que esta
definición tiene que ver con la diferensia: el sujeto como efecto de la re
petición entre un prim er tiempo irrecuperable y un segundo tiempo
que vendrá a representarlo? Más adelante, en las fórmulas de la sexua-
ción, el goce fálico ya no reina como único, sino que Lacan reconoce la
posibilidad de otro goce, el goce suplementario de la sexualidad femenina.
¿C oncluirem os p or eso que am bos están diciendo lo mismo o que
Lacan se ha vuelto derrideano (como lo sugiere Derrida en Pour l’amour
de Lacari)! O, como proponen algunos supuestos defensores de Lacan,
que la crítica de Derrida no tiene cabida porque lo que Lacan quería
decir es lo que Derrida dijo.
No creo que ninguna de ésas sea la respuesta, ya que lo que hace
mos es asimilar a uno y a otro. Más bien sería necesario conservar la
diferensia y los efectos de fecundación recíproca que están en juego en
esta particular intertextualidad.
Pasemos, para terminar, a otra anécdota de desencuentro relatada
por el mismo Derrida: Lacan habría dicho a René Girard en Baltimo
re.32 “Sí, sí, pero la diferencia entre él (Derrida) y yo es que él no
tiene que ver con gente que sufre”, D errida considera m uy im pruden
te esta expresión referida a algo de lo que Lacan no podía saber, ni en
cuanto al sufrimiento de las personas con las que tenía que ver, ni en
cuanto a la transferencia. En otras palabras, que Derrida le negaba así
el lugar que Lacan pretendía arrogarse de Sujeto Supuesto Saber.
Tam bién aquí Derrida tiene razón: todo el que tiene que ver con la
escritura tiene que ver con el sufrimiento, porque la escritura es enfren
tamiento con la muerte, y tiene también que ver con la transferencia, en
la m edida en que su lugar es el sostén de múltiples transferencias... Y,
sin embargo, también Lacan tiene razón. Pues lo que, a nuestro enten
der, m arca un hiato, una diferencia radical en sus prácticas, es que el
psicoanalista debe hacerse cargo del problema de la psicosis.
Si en el campo de la literatura la lectura en abismo abre al infinito
la posibilidad de otras lecturas, ¿qué pasa cuando en el sujeto falta ese
tapón que pueda poner límite al deslizamiento infinito de los signifi
cantes? Tal situación es la experiencia misma de la locura.
Ese papel de tapón para el incesante desplazamiento significante en
la locura es cumplido, en la enseñanza de Lacan, por el significante del
a3J. Lacan, Le seminaire. Lime xi. Les quatre concepts fondamentaux de la psychanalyse,
París, Seuil, 1973, p. 131.
S. Mitchel, The N ew York Times Magazine, 23 de enero de 1994.
DEL ELLO DIFERID O AL IN C O N SC IEN TE DESCIFRADO:
DERRIDA, FREUD Y LACAN
México, 7994
glés por facilitalion (facilitación en castellano). Es claramente evidente que la palabra tiene
un alcance estrictamente opuesto. Bahnung evoca la constitución de una vía de continui
dad, una cadena y pienso incluso que esto puede ser comparado con la cadena signi
ficante, en la m edida en que Freud dice que la evolución del aparato remplaza la cantidad
simple por la cantidad más la Bahnung, es decir, su articulación. La traducción inglesa faci-
litation hace que la cosa se deslice completamente.” Buenos Aires, Paidós, 1988, p. 53.
14 Sigm und Freud, carta 52 de los “Fragmentos de la correspondencia con Fliess”,
en Obras completas, vol. 1, Buenos Aires, Am orrortu, 1982, p. 274.
11 Jacques Derrida, Márgenes..., op. cit., p. 54.
1(lJacques Derrida., Posiciones, Valencia, Pre-Textos, 1966, p. 106.
MARGARITA GASQUET
rioei
los m apas geográficos, proyectando su propio m undo interior en
ellos. No hacía más que dibujar la forma de las costas del M editerrá
neo, superponiéndole a veces el dibujo del mismo mapa, pero orien
tado de otra m anera; y en esos trazados geográficos, dibujaba perso
najes de su vida y escribía sus opiniones acerca de cualquier tema.
El texto, como ya he dicho, se titula Lituraterre. Apareció publicado
por prim era vez en 1971, en Francia, en la revista Literature. Antes de
tom ar la forma de escrito, había sido presentado por Lacan en el se
minario que dictaba durante ese año: “D ’un discours qui ne serait pas
du sem blant.”
La palabra Lituraterre no existe como tal en la lengua francesa; es
una creación de Lacan.
El térm ino conlleva, a la vez, varias palabras y sentidos. Se juega
allí, con literatura y tierra; pero tam bién y de m anera menos evidente,
con letra, literal, literario y litoral.
U na m ala traducción haría de Lituraterre, “Litierratura”.
El térm ino se le ocurrió a Lacan a partir de un juego retórico, que
consiste en in v en tar o revolver palabras o frases en las que, por
contraposición de letras, sílabas o palabras, se obtiene un sentido
nuevo y gracioso. En el término Lituraterre, se condensan varias pala
bras, varios sentidos, varias homofonías, varios conceptos.
U n a form a de abordaje al texto de Lacan, puede ser la arqueológi
ca: en la búsqueda se van encontrando trozos, fragmentos, vasijas,
urnas cinerarias... la excavación puede hacerse en muchos lugares del
texto. El lugar aquí elegido es la referencia de Lacan a Barthes en
cuanto a lo que éste h a encontrado en eljapón.
¿Por qué Japón?, se pregunta Roland Barthes: porque Jap ó n es el
país de la escritura. Jap ó n ha puesto a Barthes en situación de escribir.
Barthes alfabetero escribe El imperio de los signos.
El trabajo de Barthes es hacer una lectura del Japón. Si el Oriente es
el lugar del imperio de los signos, habría que añadir signos; pero vacíos.
Signos que, como en la obra de arte, van más allá del sentido.
¿D ónde term ina la escritura y comienza la pintura?
La caligrafía japonesa dibuja con pinceles su escritura.
El ideogram a es el signo alfabético de la escritura ideográfica. ¿Al
fabético? En japonés no hay alfa ni beta; aquí alfabético es sólo figura
ción: figuración de otra cosa.
Escribir -dice Barthes- “...es el lugar donde se opera un cierto es
trem ecimiento de 1a. persona, una inversión de las antiguas lecturas,
una sacudida del sentido, desgarrado, extenuado hasta su vacío insus
tituible...” (Roland Barthes, p. 10).
Barthes analoga la escritura con el satori. El satori es un acontecimien
to Zen que consiste en la vacilación del conocimiento; en la vacilación
del sujeto, es decir una “pérdida de sentido”, un vacío de palabra. Es en
este vacío donde el Zen escribe jardines, gestos, caras, aromas, etcétera.
La p alab ra que el budism o em plea para designar la realidad es
sunya que significa el vacío.
En la lengua japonesa la proliferación de sufijos funcionales y la
com plejidad de enclíticos suponen que el sujeto se manifiesta en la
enunciación a través de precauciones, interrupciones, retrasos e ina
sistencias, cuyo volum en final hace precisamente del sujeto, una gran
envoltura vacía de la palabra.
Lacan señala cómo la lengua japonesa es trabajada por la escritura;
y subraya la im portancia de que, el efecto de escritura que está inclui
do en ella, perm anezca atado a la escritura.
“Lo que es portador del efecto de escritura, es una escritura espe
cializada en el hecho de que en japonés pueda leerse en dos pronun
ciaciones diferentes: en on-yomi, su pronunciación en carácter; y en
kun-yomi, que es la forma en que se dice en japonés lo que el carácter
quiere decir” (Lituraterre, p. 12).
Es este desarrollo el que conduce a Lacan a afirmar que: “Es la
letra como tal, la que es soporte del significante según su ley de m etá
fora, y más aún: del discurso, que la tom a en la red del semblante”
[op. cit., p. 12).
Lo que sigue es un recorrido por algunos de los signos mas repre
sentativos de la cultura japonesa.
La com ida japonesa -dice Barthes- es una comida escrita. Él hace
allí una lectura de cada uno de los signos que la com ponen: los co
mestibles, la m anera de preparación y presentación, y sobre todo los
gestos y rituales que los acompañan.
Por ejemplo, en el gesto de los palillos, Barthes lee la m oderación
misma; todo un comportamiento con respecto a la comida. Los pali
llos que nunca horadan, cortan, hieren o mutilan y cuya única función
es elegir un fragmento de comida y trasladarlo a la boca. Los palillo^
que siendo apoyo y no pinzas, remiten al gesto de las aves que dan de
comer con el pico.
Barthes lee en los hábitos de preparación de los alimentos, la cere
m onia en la que se exorciza, en un sacrificio preliminar, el crimen de
la comida.
En esta idea del crimen de la comida, puede leerse también algo en
relación al Crim en con mayúscula: el parricidio. En la com ida totémi-
ca, los herm anos después del asesinato, comen al padre. Recordemos
que la m esa es el lugar donde se come, pero tam bién e-1 lugar donde
se escribe. Crím enes de la m esa...
Barthes, hablando del cocinero, dice: “...su actividad reside en la
letra gráfica: inscribe el alimento dentro de la materia; su tabla se dis
tribuye como la mesa del calígrafo; toca las sustancias como el grafista
que alterna los rollos de papel, los pinceles, la piedra entintada, el
agua, el p ap e l...” (Barthes, R., op. cit, p. 40).
En la com ida japonesa así como en la escritura, el aspecto visual es
algo que tiene una categoría importante. En la com ida japonesa, todo
es ornam ento de otro ornamento.
U na ciudad del Japón: Tokio. Ciudad con un centro bien definido,
pero a diferencia de otras ciudades en el mundo, donde el centro de la
ciudad se caracteriza por ser un lugar muy concurrido, en Tokio el cen
tro está vacío. Toda la ciudad gira en torno a un centro prohibido, habi
tado por la figura misteriosa de un emperador. Además las calles de esta
cuidad no tienen nombre. ¿Y cómo resuelven los japoneses el problema
de la toponimia urbana? Por medio de un gesto gráfico: la dirección es
figurada mediante un esquema de orientación dibujado o impreso en el
que a m anera de resumen geográfico, se sitúa el domicilio a partir de un
punto de referencia conocido. Casi podríamos escuchar a Lacan dicien
do: ¿y para qué preocuparse, si la carta siempre llega a su destino?
Dice Barthes: “...visitar un lugar por vez prim era es como empezar
a escribirlo: al no estar escrita la dirección, será preciso que ella
misma cree su propia escritura” (op. cit., p. 56).
Quizás uno de los aspectos mas interesantes de la lectura que hace
Barthes d eljap ó n , es el que se refiere al embalaje.
La envoltura deja de ser el accesorio desechable del objeto trans
portado, para convertirse él mismo en objeto; accede así al lugar de
algo precioso.
Algo de la repetición está en juego en el juego de las cajas que se
alojan una dentro de otra, hasta llegar a la última que, por supuesto,
está vacía.
El paquete japonés se caracteriza por estar confeccionado con tales
afanes de perfección, que desenvolverlo parece una tarea inalcanza
ble, que inevitablem ente conduce a la postergación del encuentro con
el objeto que encierra. Podría leerse aquí, algo muy próxim o a lo que
Ocurre en el erotismo; similar a la función que cumple la caída de los
velos en la danza de Salomé.
O tra característica es la desproporción entre la futilidad de la cosa
envuelta y el lujo del envoltorio. Casi podría decirse que el objeto del
regalo es la envoltura m isma y no lo que allí está envuelto.
O tro de los puntos de convergencia entre el texto de Barthes y el
de Lacan, es el Bunraku.
El Bunraku es un teatro de marionetas. C ada muñeco mide de uno
a dos metros de altura y es movido por tres hombres visibles. Los m a
nipuladores no están ocultos; ellos son parte del espectáculo.
El Bunraku ofrece tres escrituras que da a leer simultáneamente: la
m arioneta, el m anipulador y el recitante.
Lo que Lacan señala, es cómo el Bunraku m uestra su propia estruc
tura. Allí el sujeto se compone justam ente por poder descomponerse;
“Es la traducción perpetua hecha lenguaje” (Lituraterre, p. 13).
La voz del recitante se presenta como un exceso, en la que conflu
y en la d eclam ació n e x tre m ad a, el trém olo, el tono sobreagudo^
femenino, las entonaciones quebradas, los llantos, los paroxismos de
la cólera, del lamento, de la súplica, del asom bro... Lo que la voz ex
terioriza no es lo que transmite, sino a sí misma. Dice Lacan: “Según,
nuestras costumbres, nada com unica menos de sí que un sujeto tal,,
que a fin de cuentas nada esconde” (Lituraterre, p. 13).
Lo que en el Bunraku es cuidadosamente dado a leer, es que allí no
hay nada que leer. El sentido es aquí exonerado. Lo que en el Bunra
ku se expulsa del escenario es al teatro mismo.
O tra de las formas con las que la cultura japonesa apela a la ruptura
del sentido, es por medio del Haikú. El Haikú es un poema; pero un
poem a vacío que da a leer no lo que dice, sino lo que no dice. Siendo
completamente inteligible, el Haikú no quiere decir nada. Su ejercicio,
lejos de las funciones de descripción y definición de la escritura clásica,
es pura designación. Lo que el Haikú designa, es la inanidad misma; el
vacío.. .nada en especial.
El rostro teatral, es otro de los signos que se ofrece a la lectura. El ros
tro enmascarado en el No, dibujado en el Kabuki o artificial en el Bunra
ku, muestra la cara siendo tan sólo lo que se va a escribir. El maquillaje
borra toda huella anterior a los trazos que harán de la cara, la página de
carne en blanco que, rechazando todo significado y toda expresividad,
produce una escritura que nada escribe; más bien, que escribe: nada.
La clave, para aproximarse al texto de Barthes, la da Lacan: en El
imperio de los signos, lo que debe leerse es el imperio del semblante.
Si el discurso, es siempre un discurso del semblante, la dimensión
del semblante quizás no sea específica del discurso.
La pregunta aquí es por el objeto artístico; específicamente de la
escultura que, al igual que la escritura primitiva, hace de la piedra su
soporte y del cincel su herramienta.
Existe un parentesco etimológico entre escribir y esculpir, ambas lle
van implícito el sentido de grabar y cortar.
A la pregunta de si escultura es escritura, alguien respondía:
“si es cultura, es... escritura”.
Escultor o escritor, el alfabetero que en su torno cree forjar la letra,
es mas bien forjado por ella: alfabeteado.
En las tensiones del creador, resulta que no por forjar la letra, ésta
le pertenece; sino que es él quien resulta perteneciendo a la letra; re
sulta siendo efecto de la letra. Y como todo proceso de creación es
proceso inconcluso, opus nigrum, obra negra siempre inacabada y por
lo tanto interm inable, en cada vuelta del torno la pregunta insiste. El
analizante desde su diván escribe; el analista lee de otra m anera aque
llo que en el inconsciente es ya desciframiento, y esta lectura conduce
a la interpretación; intervención que a su vez se propone como un
trazo de escritura para ser leído.
Analista o analizante, en la práctica misma del psicoanálisis, se de
sem peña sin cesar el oficio de alfabetero.
HIBLIOGRAFÍA
1J . Lacan, L ’insu que sait de l ’une-bévue s’aile á mourre (1976-1977), publicado en Ornii
car?, núm . 12-13, pp. 4-16, 1977; núm . 14, pp. 4-9, 1978; núm . 15, pp. 5-9, 1978; núm.
16, pp. 7-13, 1978: núm . 17-18, pp. 7-23, 1979. H abría habido u n a sesión del 21 de di
ciem bre de 1976, no publicada en Ornicar?
me, había estado dedicado en gran parte al genial irlandés. Las dos
lecturas no se contraponen: un mal chiste y una frase a lajo y ce hacen
un pun.
A hora bien, el lector en español, que tiene todo el derecho de no
saber francés, y, además, de no ser un Champollion, podría pregun
tarse de qué se trata en cada una de las dos versiones, de pedir que se
le traduzca este chiste forzado. Y, si ambas frases tienen valor para el
psicoanalista, como supuestamente lo tienen, puesto que todo lo que
hizo y dijo Lacan en su seminario forma parte de una enseñanza que
es en sí formativa, habrá que pensar en su traducción, por imposible
que ello parezca. H abrá pues que intentar la traducción y aprender de
la dificultad de hacerla, tocar el límite de la imposibilidad y sacar las
consecuencias. Cueste lo que cueste.
C onvendrá em pezar por el final de ese nom bre enigmático, que es
la parte m enos comprometida: s’aile á mourre, totalmente sin sentido si
no es por la hom ofonía con c’est l ’amour, a traducir como es el amor o,
eso es el amor. Aquí no hay m ayor problem a porque Lacan no dio indi
caciones ulteriores en su seminario acerca de ningún valor a atribuir a
este com plem ento del título del mismo. Puede m uy bien argüirse que
inourr- es la raíz para la conjugación en futuro del verbo mourir, morir.
Y es fácil, tam bién en castellano, hacer equívocos con las dos palabras
juntas, por ejemplo, amorir. Pero, a falta de otras indicaciones de valor
conceptual, y si no queremos incurrir en efusiones tristanescas, la aso
ciación entre am ar y morir, m orir de amor, es baladí. En todo caso,
pocos años antes Lacan había dicho eso mismo de m ejor manera, re
lacionándolo con Freud: “U n autre discours est venu au jour, celui de
Freud, pour quoi la mort, c’est l ’amour” (“Apareció otro discurso, el de
Freud, para el que la m uerte es el am o r”).2 Por supuesto que los lecto
res podrán interpretar de esta referencia al tanáteros (neologismo suge
rido por el autor, N.B.) lo que más les plazca, pero, en el texto publica
do del seminario, no hay indicaciones sobre el particular. Es un enig
ma. S ’aile á mourre.
El trabajo difícil o imposible de la traducción remite a la prim era
parte de la proposición del título: l ’insu que sait de l ’une-bévue y su
transliteración3 como l ’insuccés de l ’Unbewusst.
L ’insu que sait: insu es lo ignorado, lo que no se sabe, algo que en
español podría entenderse mejor con un neologismo sencillo: lo insa-
Freud tuvo que tomarse mucho trabajo para forzar, para introducir en el pen
samiento de sus contemporáneos algo tan específico, y a la vez tan poco filo
sófico. Y no es porque haya tomado yo no sé de quién, de Herbart, la palabra
U nbewusste que no era de ninguna manera lo que los filósofos llamaban 'in
consciente no tenía nada que ver.
Es incluso lo que me he esforzado por demostrar: cómo se especifica el in
consciente de Freud. Los universitarios poco a poco habían logrado digerir lo
que Freud, con mucha habilidad por otra parte, se había esforzado por tomar
comestible, digerible. Freud mismo se prestó a ello por querer convencer. El
sentido del retorno a Freud es eso: mostrar lo que hay de tajante en la posi
ción de Freud, en lo que Freud había descubierto, en lo que Freud hacía en
trar en juego de una manera diré completamente inesperada, porque era ver
daderamente la primera vez que se veía surgir algo que no tenía estrictamente
nada que ver con nada que se hubiera dicho antes. El inconsciente de Freud
es eso: la incidencia de algo completamente nuevo.23
Debe causar extrañeza, tras estas aseveraciones, que un autor tan in
formado como Jean Allouch24 recaiga en sostener una supuesta conti
nuidad y consustancialidad del inconsciente freudiano y la conciencia
para oponer a ese par el unem buste lacaniano. Se trata de una m anio
bra persistente ya discutida en un texto anterior25 que consiste en sub
rayar la originalidad de la aportación lacaniana a costa de la descalifi
cación de lo freudiano del psicoanálisis. La o como conjunción dis
¿Qué clase de leche habrá tom ado quien así se expresa ya que no la
del prim er biberón? La intención es clara: atacar la tesis de Lacan que
funciona como puente de continuidad entre Freud y Lacan: la tesis de
una radical originalidad del Unbewusst que m arca la ruptura del freu
dismo con respecto al resto de los saberes. L ’une-bévue, el unembuste,
deviene así consigna y bandera de un Lacan antifreudiano. Y antilaca-
niano. C on la pretensión de ser superlacaniano, de estar con el último
y definitivo Lacan.
De esto es de lo que habla Elisabeth Roudinesco en el texto que
acaba de aparecer y que ya fue citado cuando dice que la Escuela La
caniana de Psicoanálisis “como fue la prim era en dar el paso de la
ruptura al nom brarse ‘lacaniana’ en vez de ‘freudiana’, arriesga gran
dem ente, en el caso en el que fuese gobernada por su línea más ‘so-
breinterpretativa’, con abolir la continuidad histórica entre el corpus¡
freudiano y el gesto lacaniano, y con hacer funcionar la teoría de
Lacan como una herm enéutica alucinatoria y mística” (p. 567). (La,
aparición de la revista L ’une-bévue y las expresiones citadas de Jeai^
A llouch y de M ayette V iltard ilustran esta línea que R oudinescd
llam a “sobreinterpretativa”.)
Para sostener este “desplazamiento” del inconsciente por el unem
buste o, lo que es lo mismo, de Freud por Lacan, hay que forzar la pa
labra de este ultimo, inventar citas, falsificar otras. Veam os: “Hay
pues, según Lacan ese 14 de diciembre de 1976, antinomia del incons
ciente-consciente con el unem buste [16] ”2fi (cursivas mías).
U no esperaría encontrar entonces en la nota al pie de página nú
m ero 16, indicada por Allouch, la referencia al seminario de la fecha
m encionada. Pero no. La nota 16 dice: [16] “En su conferencia Joyce
el síntom a’ publicada en 1979 (¿dónde y por quién?, N.B.), Lacan llega
incluso a hablar, a propósito de la antinomia del inconsciente freudia
no y eso que él propone, de un ‘córrete de ahí para que yo me m eta’.”
Nos parecen pertinentes cuatro observaciones.
Primero: Búsquese en el seminario del 14 de diciembre de 1976 la
palabra antinomia. Será en balde. La más parecida que aparece es ana
tomía. La tal antinom ia no fue m encionada nunca por Lacan. A lo
sumo dijo él, el mes anterior, que con el unem buste pretendía ir más
lejos que con el inconsciente. Si hubiese tenido alguna vez la idea
-todo habla en contra- de una antinom ia entre Unbewusst y une-bévue
¿por qué no lo habría dicho? ¿Cuál es la razón de inventar una anti
nom ia que sería, por trasposición, la de Freud y Lacan?
Segundo: La nota 16 debiera transcribir la supuesta referencia al se
m inario de aquel día. Si se quisiese, incorrectamente, poner otra refe
rencia en su lugar, habría que indicar la nueva ficha de m odo preciso
en lo bibliográfico y referir entre comillas el texto que supuestamente
se cita. Así, la nota debería decir:
[16] Jacques Lacan et al: Joyce le symptóme II’ en Joyce &Paris, Presses
Universitaires de Lille et Éditions du CNRS, 1979. Republicada en Joyce
avec Lacan, París, Navarin, 1987, p. 32: “De donde mi expresión de ha
biente (parlétre) que se sustituirá al ICS de Freud (inconsciente, que se
lea eso): córrete de ahí para que yo me meta.” (Texto establecido p o rj.-
A. Miller a partir de las notas de Eric Laurent.)
No se puede suponer al lector tan desprevenido como para no ob
servar que Lacan propone sustituir al inconsciente por el parlétre. Pero
Allouch escribe nuevamente “antinom ia”. En lugar de la cita prom eti
da se ha puesto otra de un texto que es anterior incluso a la propuesta
del unem buste (pretendiendo icón ella! justificar una antinom ia entre
el Unbewusst y el unembuste). Y luego, esa nueva cita ha sido igual
m ente om itida en el pie de página y rem plazada en el texto principal
por una paráfrasis que dice algo absolutamente diferente de lo que fue
[53] “Freud pues apenas tenía unas pocas ideas de lo que era el inconsciente”,
Jacques Lacan, L ’insu que s a i t..., op. cit., sesión del 11 de enero de 1977.
[54] Jacques Lacan, sin título, Cahiers Cistre, 1977, recogido en P étits écrits et
conférences, inédito pirata, p. 346.27
2!,J. Lacan, L ’insu..., cit., en Ornicar?, núm. 14, pp. 4-9, 1978.
M T, Beaujin, “Passage áfleu r de léttre”, en L ’une-bévue. núm. 2, p. 102, 1993.
textual: “¿Introduce el unem buste una no referencia al 'inconsciente?
¿Por cortocircuito? N ada es m enos seguro. ¿A qué se referirá uno
para ubicarlo, explicarlo, incluso distinguirlo, demarcarlo? La palabra
inconsciente perm anecerá tanto más en conexión con cada uno de los
hallazgos hechos para rem plazado o hasta para excluirlo, cuanto que
se hará cada vez de él el térm ino de referencia común de la serie que
ellos forman. Ya para em pezar Lacan plantea que se trata con l ’insu
que sait de l ’une-bévue de ‘algo que va más lejos que el inconsciente’.
Algo que va más lejos no remplaza forzosamente, ni atempera; hay
que decidirlo.”
G.H. M elenotte31 inscribe una serie de denegaciones aue hacen las
veces de respuesta a j e a n Allouch: el unem buste < traducción> del
texto freudiano no propone una disparidad entre Lacan y Freud y no
excava un abismo doctrinario infranqueable entre ambos. El unem bus
te no privilegia un sentido nuevo a expensas de uno antiguo. No se
aparta tampoco de Freud por la impugnación del vocablo inconscien
te. En ningún m om ento Lacan remplaza éste con el término unem bus
te. No es una operación de sustitución ni tampoco una renominación
de la palabra de Freud. ¿Qué hace entonces Lacan con ese UnbewussÜ
La respuesta del autor no puede sino sorprender: Lacan chifonne le mot.
Lo fastidia, lo “hincha” se diría en Argentina, lo jode, en la segunda
acepción que a este verbo reconoce la Real Academia.
Finalmente, Guy Le Gaufey3^ plantea las objeciones más relevantes.
La bévue que, según lo que aquí se ha propuesto, cabe traducir como
metida de pata, se explica mejor que nada, según él, con la palabra in
glesa slip, desliz, traspié. Es ya expresión coloquial en inglés el Freudian
slip. Une-bévue es, para Le Gaufey, un buen chiste de Lacan, un neolo
gismo construido de modo muy irregular que no tiene valor conceptual
propio pues depende siempre del término al que flanquea, el Unbewusst
de Freud, al que necesariamente refiere. Acepta que es verdad que
Lacan propuso traducir con su neologismo al concepto de Freud pera
da ejemplos tomados de Lacan mismo en donde juega con traduccio
nes transgresivas (por ejemplo Wahrnehmungszeichen -signos de percepción-
por significantes) sin que ello implique que en lo sucesivo sea lícito tradu
cir de tal modo. Otros neologismos de Lacan para traducir palabras
freudianas son útiles y tienen vida propia (por ejemplo unario para tra
ducir el einziger del einzxger Zug de Freud). No es tal el caso de l ’une-
T out tétrum e un. No veo por qué no escribiría eso así en la ocasión. Este punto
de interrogación -acabo de decirlo- tiene su respuesta para to u t tétrum e u n ...
Lo que hay de bizarro en los -porque ¿por qué no escribirlo así?: los tru -
m a in s... etcétera.
2. E l unembuste de Lacan
Se revisan todas las menciones hechas por Lacan en esos siete meses
a esta noción que él propone y se deja constancia de cómo, transcurri
do ese lapso, nunca volvió a m encionar el término aunque, tanto en el
seminario que com entamos como después y hasta su m uerte siguió
hablando del inconsciente freudiano.
3. E l unembuste, hoy
A fines de 1992, con el sello editorial EPEL, comenzó a publicarse en
París una revista que lleva por título, precisamente, L ’une bévue, donde
algunos autores de los que allí escriben propugnan que 1iine-bévue es
el térm ino que, a partir de 1976, vino a sustituir, en la enseñanza de
Lacan, al inconsciente de Freud, m arcando así una superación y una
diferencia radical entre Freud y Lacan.
Desde siempre se ha reconocido la insuficiencia del término U nbe
wusst para dar cuenta de la originalidad del descubrimiento de Freud.
Y Lacan fue, justam ente, quien más insistió en la necesidad de distin
guir el inconsciente de cualquier relación con la no conciencia o con
algún sustrato biológico ligado a la actividad neurona!. Adm itida esta
diferencia, no hay ninguna necesidad de insistir, dentro del psicoaná
lisis, en la novedad planteada a la razón, al logos, a partir de Freud. Y
m ucho m enos sostener que Lacan desconocía esta discontinuidad
entre Freud y el resto del pensamiento occidental o que alguna vez
hubiese caído en la tentación de proponer un conjunto de la concien
cia-inconsciente que sería antinómico con el unembuste. O que, con
su unem buste, Lacan suspende al inconsciente freudiano.
P ara plantear las cosas en estos términos es necesario falsear las
citas de Lacan (lo que se dem uestra abundantem ente en el texto), fal
sear la cronología y fabricar una oposición entre Freud y Lacan que
continúa las falacias ya señaladas en el artículo “Freudiano y lacania-
no”, del 6o Coloquio de la Fundación: Las lecturas de Lacan.
El unem buste se ve en acción y se ven tam bién las argumentacio
nes contrarias a este presunto “desplazamiento” de Freud por Lacan,
del inconsciente por el unembuste, que manifiestan varios autores que
se distinguen de los anteriores y que escriben tam bién en L ’une-bévue.
FERNANDA NAVARRO
“la pregunta por el ser no había sido desviada aún por la adopción de
la senda del conocimiento frente a la del ser” (Sendasperdidas).
() Ibid., p. 483.
7J. Lacan, Aun., op. cit., p. 24.
un juez), se trata de cortar las palabras, alargarlas o inventar otras,
sólo por placer, por lo que se opone a la tejné (que es arte, destreza y
método) además de que no pertenece al dominio de lo verdadero ni
de lo falso, sino de la verosimilitud (eikós), término que define con la
ayuda del poeta Agatón: “...es verosímil que muchas cosas ocurran
en contra de la verosimilitud”.8 Creo que Aristóteles ya sabía del goce
de lalengua y que apunta a la dimensión de lo posible y hasta de lo
imposible (esto último, en un m om ento en que viene hablando nada
menos que de la tragedia de Edipo). La poética no es el arte, ni un
m étodo para hacer algo, sino lo que hace posible la creación.
En el caso de Heidegger, de quien se podía esperar la elaboración
de u na gran poética, dado que desde tem prano advierte que para
saber del lenguaje hay que ir por el sendero de la poesía, sólo se en
cuentra una breve m ención sobre la poética, como la esencia de todo
arte. No hay en Holderliny la esencia de la poesía, ni en Ser y tiempo o en
De camino al habla, una teoría poética. Lo que destaca Heidegger es
que la existencia hum ana es poética y que habita poéticamente el len
guaje cuando está en presencia de los dioses y es tocado por la esen
cia de las cosas.u
Octavio Paz, quien tiene una vasta obra ensayística sobre la poesía y
el poema, sólo insinúa una poética. El mismo Ramón Xirau afirma que
E l arco y la lira no es en sentido estricto una teoría poética, sino una crea
ción personal del sentido de la poesía en general.10 No obstante lanza
ideas muy sugerentes: “...paisajes, personas y hechos suelen ser poéti
cos: son poesía sin ser poemas ... cuando la poesía se da como una con
densación del azar o es una cristalización de poderes y circunstancias
ajenas a la voluntad creadora del poeta, nos enfrentamos a lo poético ...
Lo poético es poesía en estado amorfo; el poem a es creación, poesía er
guida”.11 Lo poético contiene la experiencia de la poesía, incluso si care
ce de la forma que reclama el poema. La poesía si se produce de m ane
ra inconsciente nos coloca ante lo poético. Lo poético es poesía sin la
determinación de una forma. No así el poema, que coagula lo poético.
Lo poético es lo que hace posible a la poesía y al poema. Luego, que
Lacan diga que el analizante hace poesía no es decir que hace poemas
durante sus sesiones, tal vez haga imágenes poéticas, o incluso poemas
en su vida cotidiana; que hace poesía significa que tiene una experiencia
15 S. Freud, “Análisis de la fobia de un niño de cinco años” (1Ü0!)), op. cit., t. X, p. 101.
1(1 Lacan, Escritos, op. cit., 1.1, pp. 48Ü-S)0.
17 Lacan, Aun, op. cit., p. (S2.
18 G. Pom m ier- La neurosis infantil del psicoanálisis, Buenos Aires, N ueva Visión,
1Í)Ü2, pp. 59-80.
Desde luego -advierte G érard Pom m ier- hay que liberarse de una
necia confusión entre la Ciencia y el Saber Absoluto. Efectivamente
las tentativas de formalización y su eficacia son suficientes para pre
tender cientificidad. Sin embargo, es una alternativa que les causa m a
lestar a la m ayoría de los psicoanalistas, que prefieren ser artesanos y
artistas que operadores activos de una lógica. Pomm ier hace un re
cuento de estas posiciones entre las que destaca la de los paladines de la
IPA, que le apostaron al afecto indecible como factor prim ordial de la
cura, o la de los doctrinarios que pensaron significar su ruptura con la
Escuela Freudiana de París a través de la prim acía teórica y práctica
del objeto de la pulsión, indecible y fuera del lenguaje. ¿Qué, no se
quiere volver a encontrar el afecto?-se pregunta Pommier. Tanto m ejor si
el psicoanálisis no es una ciencia, pues sería necesario que los analis
tas dejaran sus rituales, dogmas y fidelidades. Más vale que el psicoa
nálisis, que navega a la deriva como la pulsión, zozobre.
No obstante, me parece que hay una puerta que el mismo Lacan
abrió, fuera de la dicotomía abismal entre ciencia y poética abortada
principalmente por la modernidad, para gloria de aquélla y afrenta de
ésta. Se trata de una alternativa que sólo se sostiene si 110 se condena a la
poesía para entronizar la gaya ciencia, y se hace un puente entre lo que
Bachelard llamó el trabajo de día (el de la ciencia) y el trabajo de noche
(la poética), a fin de que la llama de una vela venga a iluminar las noches
del analista, y sueños en parvada hagan flotar la atención del analista.
¿Acaso no es el mismo Lacan quien llega a comparar sus maternas con
poemas? Y me parece que es en función de alcanzar algún real. Por el
lado de la poética y de la experiencia de la poesía que engendra, a lo
que se apunta es a lo (a)sentido como dijera Daniel Gerber. Por el lado
de la matemática, cito a Lacan: “Sólo la matematización alcanza un real
... que no tiene nada que ver con aquello de lo cual ha sido soporte el
conocimiento tradicional, y que no es lo que éste cree, realidad, sino de
veras, fantasma ... como misterio del cuerpo que habla... ”19
En este sentido, la propuesta de la (po)ética del psicoanálisis no
riñe con los esfuerzos de estructurar una ciencia, que no es un Saber
Absoluto. La que por cierto contem pla que la dimensión ética que se
abre ante la imposibilidad de decir el ser y la posibilidad de hacer un
ser, de inventar un significante que circule en los lazos sociales, un ob
jeto que no hay, introduce una dimensión estética. Pero ahora preten
do avanzar hacia una (po)ética de la escritura, que tam bién tiene sus
24J. Lacan, Los escritos técnicos de Freud (Seminario i), Barcelona, Paidós, 1981, p. 168.
25 G. Bachelard, La intuición del instante, Buenos Aires, Siglo Veinte, 1980, p. If¡3.
E l analizante hace poesía porque ante las limitaciones del lenguaje,
aprende a am ar tanto los sonidos como los silencios. Al desvanecerse
las palabras en el silencio, adviene el acto de escribir para hacerlas
perm anecer, fijarlas, registrar el discurso y su ley, dejar una im pronta
en y de lo real, conservar el sentido revelado por los significantes, dar
testimonio de su deslizamiento y también de la falta en ser que presen-
tifica el lenguaje: la escritura com porta el signo de la muerte. El análi
sis es una experiencia poética de desasosiego frente a la página en
blanco, en la que sólo la escritura perm ite una calma provisional. El
texto viene a significar la palabra viva que ha entrado en el silencio,
trascendiendo al lector y al escritor.
La (po)ética del psicoanálisis nace de la imposibilidad de las pala
bras y lleva a la posibilidad del silencio: lo real. Un real que se des
prende del silencio del Otro, luego de que el analizante lo tacha y se
sum a al orden simbólico como traza. U n real que también a lo largo
de un análisis es posible bo rd ear desde una experiencia que hace
tiem po llamé Littératerre, a la que le otorgué el sentido de letra-tierra\
una (po)ética de la escritura que conduce al analizante por un camino
inverso al de la historia, a saber, de la escritura al objeto.
E l analizante hace poesía. El analista también. Mas los poemas que
escriben, sólo en los m om entos privilegiados de un análisis, son como
la pintura abstracta o la música dodecafónica: escapan a las determ i
naciones de sus propios elementos formales.
A hora les invito a que m e acom pañen a dar un breve paseo por la
gramatología de Jacques Derrida, a la que considero inspirada en la
huella de Freud. U n recorrido en el que voy a proponer una hipótesis
de trabajo: la (po)ética de la huella.
D errid a se hace u n a pregunta: ¿Podría ser la gram atología una
ciencia general de la escritura? Para responder -sostiene- los esque
mas tradicionales del saber son inasimilables. Con el fin de avanzar
analiza lo que llama el logocentrismo occidental, que considera pri
m ordial un logos que es habla (significante) en el centro de la cultura
y de la historia, regido por una metafísica que privilegia la presencia y
m argina la escritura. Por ello la gramatología no es una ciencia tradi
cional sino un program a abierto a una teoría general, donde la histo
ria m ism a de la escritura debe ser pensada a partir de la noción de
grama, de la posibilidad de toda inscripción en general, de un grafe-
m a que nom bra a un átomo irreductible: a saber, la archi-escritura en
general. No olvidemos aquí que lo poético es algo que se hace y a su
vez nos hace, lo cual evoca el rasgo, la huella, la inscripción, la traza
que nos traza. U na escritura que Lacan puntualiza: “Lo escrito no per
tenece en absoluto al mismo registro, no es de la misma calaña, si se
me perm ite la expresión, que el significante.”-^
La gram atolgía se im pone como pensam iento de la huella, de la
archi-escritura, de la différance. Es la unidad del signo lingüístico como
unidad diferenciada y arbitraria de un significado y un significante,
corno simple presencia sin referencia a una huella, la que sostiene la su
puesta unidad de la palabra. La gramatología tacha el logofonocentris-
mo (que privilegia la palabra hablada y rechaza la escritura), a partir de
afirmar que hay una aventura seminal de la huella, como pensamiento
inmotivado del signo. Aquí se puede reconocer la relación de la poética
y la gramatología: la experiencia del pensamiento que se porta sin pen
sar, de la otra voz de Octavio Paz, como la labor propia de lo poético.
El mismo Ferdinand de Saussure decía que el lenguaje era un siste
m a de significaciones cuyo valor estaba en las diferencias entre sus
elementos. U na cuestión en la que D errida sostiene que, si todo pro
ceso de significación es entendido como juego formal de diferencias,
articulado, complejo, implica un constante reenvío de significantes, ya
que el significante no significa n ad a (como había adelantado san
Agustín en el De magistro retom ado por Lacan), a no ser que otro sig
nificante lo venga a significar. La huella sólo existe para otra huella;
no hay ninguna que sea la primera. La estructura misma de la archi-
huella o archi-escritura plantea como imposible un origen. C ada hue
lla es la huella de una huella. El concepto de origen, de archia, está so
metido a la rature, la tachadura, que designa la relación de la metáfora
a un origen imposible como presencia metafórica, que juega aquí una
irreductibilidad a la presencia, sin que se dé la posibilidad de la refe
rencia: como m etáfora de... algo.
La lógica que surge así, es una estrategia de la différance que permite
que el pensamienta actúe en la escena de lo inconsciente, de lo impen
sado, de la escritura. Se trata de una lógica cuya estrategia no tiene fina
lidad, en el instante mismo de la huella como différance, a partir de un
descentramiento cuyo juego -com o en Nietzsche- rechaza todo centro.
Estamos en el azar, en la aventura seminal de la huella.27 El pensamien^
2(1 Lacan, Aun, op. cit,, p. 40.
27J. Derrida, L'écrilure el la différence, Seuil, París, 1967, p. 427.
to de la huella tacha la idea misma de archia (origen) y de telos (fin). El
origen y el fin constituyen la lógica del proceso por el que la metafísica
cree dom inar su lenguaje y sus propios límites.
El pensamiento de la huella rom pe con la irreversibilidad del uempo
(concepción lineal de la temporalidad), destruye toda lógica de la iden
tidad y descarta toda estructura cerrada que no es otra que la historia de
la metafísica como discurso centrado en la presencia. La gramatología
es la ciencia del origen tachado, que se produce gracias a la estrategia
de la escritura. Y donde “el origen ni siquiera ha desaparecido,... nunca
fue constituido salvo, en un movimiento retroactivo, por un no-origen,
la huella, que deviene así el origen del origen... si todo comienza por la
huella, no hay sobre todo huella originaria”.28 La différance entonces no
es más que movimiento incesante mediante el que toda lengua, código
o sistema de reenvíos se constituye históricamente como tejido de dife
rencias, deslizamiento de sentido, interpretación abierta, creación, ex
periencia (po)ética.
La raíz y la historia del signo no pueden plantearse como significa
do de un significante. Para D errida la historia misma de la escritura es
un devenir inm otivado de la huella. La huella derridiana no puede
encasillarse en la pregunta metafísica ¿Qué es? La huella es la huella
del borrarse de la huella. Porque es propio de la huella borrar lo que
podría m antenerla en presencia. Mas ello no significa que la huella
sea perceptible o imperceptible.-® La huella pertenece al universo de
lo poético, es el simulacro de una presencia que se disloca, se despla
za y remite a otra huella, haciendo de la presencia, tanto en el habla
como en la escritura, algo imposible.
La différance hace posible el movimiento de la significación, de su
deslizamiento, donde cada elemento presente, que aparece en la esce
n a de la presencia, remite a otra cosa que a sí mismo, al tiempo que
conserva la m arca del elemento pasado y señala la m arca de su rela
ción con el elemento futuro, ya que la huella se refiere al futuro y al
pasado. H ay pues un intervalo que separa el m ovimiento de la signifi
cación, de lo que no es él para que sea él mismo. Este intervalo es el
espaciamiento, el devenir-espacio del tiempo o devenir-tiempo del es
pacio (la temporización). Es esta constitución del presente, como sín
tesis originaria, no-simple, en sentido estricto no-originaria de marcas,
de huellas, la que D errida llama archi-huella o différance, que es espa-
1 Sigm und Freud, Más allá del principio de placer (1920), en Obras completas, xvm , tra
ducción de José L. Etcheverry, Buenos Aires, A m orrortu, 1976, p. 1.
2 Sigm und Freud, E l malestar en la cultura, 1930, en Obras completas..., xxi, p. 57.
3 A nthony Berkeley, E l caso de los bombones envenenados, traducción de Lucrecia M o
reno de Saenz, Buenos Aires, Emecé, 1949. La novela apareció en la colección El sépti
m o círculo, núm , 59, que dirigían Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares.
cide dar por cerrado el caso sin haber podido resolverlo.
En este punto entra en escena un curioso club compuesto por seis
criminólogos aficionados, cuatro hombres y dos mujeres, que se propo
nen retom ar la investigación allí donde la policía la ha abandonado,
Después de escuchar el relato de los hechos, por boca del inspector-jef^
M oresby (relato que acabo de resumir y con el cual comienza la nove
la), los personajes en cuestión deciden tomarse una semana para reali
zar sus investigaciones. Concluidas éstas, expondrán los resultados, por
riguroso orden de sorteo, durante seis noches sucesivas. C ada uno de
ellos trabajará por separado y reservará para sí los datos obtenidos.
A lo largo de trece capítulos, asistimos a las seis exposiciones que,
más allá de sus obvias diferencias, muestran la repetición de un esque
m a formal: cada investigador recoge hechos, baraja hipótesis y, h a
biendo alcanzado lo que estima la solución verdadera, la expone ante
los demás;4 pero antes, como es natural, procede a dem ostrar la false
dad de la solución precedente.
Cada nueva exposición aporta inesperadas revelaciones, y el lector
se ve más y más atrapado por una tram a de creciente densidad, sobre
todo en lo tocante al factor psicológico. El final de la novela es, prima
facie, tan clásico o tan convencional como el principio: Ambrose Chit-
terwick, a quien la suerte ha deparado la última noche, expone -¡por
fin!- la solución verdadera, es decir, aquella que el autor le propone,
o le im pone, al lector.
Pero, tan pronto escapamos de la fascinación del “así debe ser”,
com probam os que el final no tiene nada de convencional ni de clási
co; se trata de un final abierto e inconcluso. No hay adm isión de
culpa por parte del acusado, ni las pruebas que avalan la solución re
sultan en m odo alguno definitivas.
Así, de añadirse nuevos investigadores a la serie, el juego podría
continuar indefinidamente. A falta de ellos (la novela tenía que con
cluir en algún m om ento), sólo quedam os nosotros para ocupar su
lugar. Caso de aceptar el desafío (continuar pensando una vez ter
m inada la lectura), com probarem os que los bom bones envenenados
no estaban simplemente destinados a Sir Eustace Pennefather, a jo a n
Bendix o a quien quiera que fuere; estaban tam bién destinados a los
propios investigadores, a través del relato con el cual se inicia la nove
la, y a nosotros mismos en cuanto aceptamos participar en el juego.
4 En términos de, Más allá del principio de placer, pasa de los hechos a la hipótesis y
de ésta a l a tesis.
En definitiva, el texto entero de Berkeley es una caja de bom bones
envenenados para sus lectores, como el de Freud lo es para los suyos.
No es ninguna novedad decir que Freud utiliza técnicas afines con
las del género policial e incluso con las de un género más antiguo: el
folletín por entregas.15 Pero Más allá del principio de placer representa,
tam bién, un giro decisivo en la historia del psicoanálisis y, por exten
sión, en la historia del pensamiento contemporáneo.
Hay, en primer lugar, cuestiones que conciernen al psicoanálisis en
sentido amplio; y hay, luego, cuestiones específicas, referidas a Más allá
del principio de placer. El psicoanálisis se ocupa de la subjetividad en gene
ral, con especial referencia a sus aspectos inconscientes que son, desde la
perspectiva psicoanalítica, determinantes. Con la construcción de la me-
tapsicología, esa subjetividad queda precisamente definida bajo la deno
minación general de aparato del alma, entendiendo por tal un conjunto
de sistemas articulados -consciente/preconsciente/inconsciente- y de
operaciones definidas en esos sistemas, según una triple determinación:
tópica, dinámica y económica. Así, el psicoanálisis se estabiliza, tanto en
su frente interno (teoría y técnica) como en su frente externo (el de las
relaciones con otros campos del saber y, en especial, con la filosofía).6
Es clásico decir que el psicoanálisis nace justo con el nacimiento
del siglo. Pero hay en realidad tres comienzos: está la fundación falli
da del “Proyecto” del 95;7 está la fundación lograda de La interpreta
ción de los sueños,8 cuya culminación es, precisamente, la metapsicolo-
gía; y está, por fin, Más allá del principio de placer.
Porque, al pasar de la cuestión del aparato del alma a la de su origen
y al origen mismo de la vida (lo que, técnicamente, equivale a pasar de
la interpretación a la construcción), Más allá del principio de placer supone
una nueva fundación del psicoanálisis que, por añadidura, se quiere ori
ginaria. Los signos de una novedad tan radical son evidentes: el deseo
es eclipsado por el traum a y la pulsión, hasta entonces definida en tér
minos estrictamente teóricos,y es trasladada al ámbito de lo numinoso.10
5 Recuérdese que apenas diez años después de Más allá del principio de placer, en E l
malestar en la cultura, aprendem os los reales alcances de aquel texto: explorar, a través de
la doctrina final de las pulsiones, el origen del individuo, de la cultura y de la vida sin más.
(> Cf. Paul-Laurent Assoun, Freud, la filosofía y los filósofos (1976), traducción de Al
berto Luis Bixio, Barcelona, Paidós, 1982, pp. 70-88.
Sigm und Freud, “Proyecto de psicología” (1895), en Obras completas, I, p. 323.
8 Sigm und Freud, La interpretación de los sueños, en Obras completas, TV y V.
!>Cf. Sigm und Freud, “Pulsiones y destinos de pulsión” (1915), en Obras comple
tas..., xiv, p. 105.
10 “Las pulsiones son seres míticos, grandiosos en su indeterminación”, en Sigmund
El psicoanálisis, y esto conviene subrayarlo, com prende dos dom i
nios claramente definidos: el clínico, con el dispositivo analítico en su
centro, pero que puede extenderse más allá de éste, y el metapsicoló-
gico. Basta con separarlos para que el psicoanálisis pierda su especifi
cidad y los bom bones su encanto y su veneno.
En la prim era parte de Más allá del principio de placer, Freud explora
y analiza ciertos hechos que, en principio, contradicen la teoría psi-
coanalítica: los sueños repetitivos de las neurosis traumáticas; el juego
de un niño (el célebre fort/da de su nieto); los fenómenos transferen-
ciales en los que la repetición sustituye al recuerdo; por último, esas
vidas que parecen perseguidas por la fatalidad (pero una fatalidad,
añade Freud, autoinducida).
En su conjunto los hechos reseñados cuestionan, cada uno a su m a
nera, la teoría vigente, constituyen excepciones a la misma. Según se
dice, la excepción confirma la regla. Pero Freud no es hom bre que se
conforme con este género de coartadas. Cuando se encuentra ante lo
excepcional, procede siempre de la misma m anera: sitúa aquello que
contradice la teoría en el centro mismo de ésta; no lo m aneja como
un excedente o como un límite, sino como un verdadero dominio ex
tranjero interior.11 Esta operación produce una tensión prim ero, un
desgarram iento después, en el seno de 1a. teoría.
Justificada por la investigación de los hechos, la compulsión de repe
tición aparece, ante nosotros, “como más originaria, ...más pulsional
que el principio de placer que ella destrona”.12 H ay que buscar un
orden nuevo; el autor se retira y la especulación entra en escena. Es el
comienzo del capítulo cuarto; pero a esto nos referiremos más adelante.
Con Más allá del principio de placer, el viejo sueño del 95 (ese aparato,
mejor dicho, ese ingenio a caballo entre dos mundos: el de la biología y
el del futuro psicoanálisis) renace, se transfiere a la nueva fundación. Y
la transferencia, ya se sabe, está en el centro del quehacer psicoanalítico;
no sólo en plano técnico, cosa demasiado obvia, sino en el plano mismo
de la teoría: todo psicoanalista, cuando teoriza, transfiere a lo teorizado
sus propios fantasmas, si alcanza el rango de creador, o, si permanece,
como mero comentarista, los de aquellos que lo determinan en su condi-
13 Porque Freud nunca quiso ser hijo de sus hijos. Y en los casos en que tal paterni
dad era evidente la invirtió por el astuto expediente de transform ar la herencia en ger
m en de una floración nueva y poderosa. Todos sus grandes discípulos, y hasta Su cole
ga Breuer, sufrieron, en u n m om ento u otro, tal destino, punto captado y adm irado por
W ittgenstein en sus Observaciones (1970), traducción de Elsa Cecilia Frost, México, Siglo
XX I, 1981, p. 72. En cuanto a las filiaciones fuera del cam po analítico, Freud las quiere
tan remotas, que los precursores se convierten en ancestros de incurable lejanía, tal el
caso de Em pédocles para el últim o dualismo pulsional.
14 D ada la im portancia de W alter Benjamín para el pensam iento contem poráneo -y
sus relaciones, si bien m arginales, con la escuela de Frankfurt-, resulta sugestivo que
utilice Más allá del principio de placer en uno de us últimos escritos “Sobre algunos temas
de Baudelaire” (1939). Pero Benjamín, en apariencia, no p ru é b alo s bom bones: em plea
el m aterial directam ente, sin un trabajo previo de interpretación. Aunque tratándose de
de las pulsiones -u n asunto envenenado en Más allá del principio de pla
cer- tenía que resultarles fascinante. Para Marcuse,1'’' preguntarse por el
más allá/más acá del principio de placer, es poner en juego los fines de
la historia a fin de desmontar la tram pa de una biología que parece es
capar a esos fines cuando en verdad está ligada a ellos. Siguiendo el cé
lebre aforismo de Adorno - “en el psicoanálisis nada es tan verdadero
como sus exageraciones”- , 16 Marcuse nos enfrenta con la siguiente pa
radoja: el principio de placer y el de Nirvana son viejos amigos a los
que un principio de realidad históricamente determinado (el principio
de actuación, que es el verdadero más allá para Marcuse) convirtió en
enemigos mortales. Si el principio de actuación es transformado en un
principio de realidad no represivo, entonces, estos enemigos volverán a
su antigua amistad. Sin afirmar tajantamente una raíz común de Eros y
la pulsión de muerte, como lo hace Norm an Brown,17 Marcuse aproxi
m a ambas pulsiones en la común tarea de luchar, más acá del principio
de placer, contra el sufrimiento y la represión, aunque cada una lo haga
a su manera. Si las condiciones históricas cambian, también cambiará el
principio de actuación, y si éste se transforma, también se transformará
la relación que mantienen esas dos grandes pulsiones. Tal es la conclu
sión de Marcuse en Eros y civilización.
Que el psicoanálisis sea una hermenéutica no parece un punto discu
tible; pero que también sea una energética y, lo que es más importante,
que ambas sostengan, en su tensión irresoluble, el desarrollo del cuerpo
doctrinal psicoanalítico, es el desafío que afronta Ricceur en su lectura
de Freud. ¿Cómo pensar en una semántica referida a la pulsión de
muerte? Esta pregunta, ya de por sí espinosa, conduce a su autor a una
él: es difícil creer que no lo haga. En cualquier caso, hay algo im portante que destacar:
Benjamín, es cierto, no responde (al m enos explícitamente) al interrogante abierto por
el texto freudiano: ¿qué hay más allá y m ás acá del principio de placer? En lugar de
ello, desplaza la pregunta al problem a de la conciencia (un veneno sutil en la obra de
Freud), más precisam ente, de la conciencia propia de la m odernidad. Y sitúa esa con
ciencia entre la mémoire involonlaire de Proust y la m ultitud que fascinaba a Baudelaire;
en este cam po tripartito juegan sus bazas el traum a y la defensa. W alter Benjamín, An
gelus Novtu, traducción de H.A. M urena, Barcelona, La G aya Ciencia, 1971, p. 27.
15 H erb ert M arcuse, Eros y civilización (1952), traducción de J u a n G arcía.Ponce,.
Barcelona, Ariel, 1984.
1(’ T heodor Adorno, Mínima moralia (1951), traducción d e jo a q u ín C ham orro Miel-
ke, M adrid, Taurus, 1987, p. 47.
17 N orm an Brown, Eros y Tanatos. E l sentido psicoanalítico de la historia (1959), traduc
ción de Francisca Perujo, México, Joaquín Morüz, 1967.
ls Paul Ricoeur, De l ’interprétation. Essai sur Freud, Seuil, París, 1965. H ay versión
castellana: Freud. Una interpretación de la cultura, México, Siglo XXI, 1970.
cuestión envenenada: ¿cómo pensar a los representantes de dicha pul
sión en el dominio metapsicológico, cuando los fundamentos mismos
de la metapsicología han sido puestos en crisis? Unicamente en un es
pació múltiple: metapsicológico, sí, pero también metabiológico y me-
tacultural; porque sólo en este triple espacio puede entenderse la lucha
entre Eros y la pulsión de muerte. Para Ricceur, como para Marcuse,
más acá del principio de placer se sitúan, aunque no se confunden, ese
principio mismo y la pulsión de muerte. Pero, más allá del principio de
placer no hay un principio de realidad históricamente determinado;
más allá sólo puede estar Eros. Porque, según Ricaeur, Freud nunca
unificó sus dos visiones del mundo, la que opone principio de placer a
principio de realidad, y la que enfrenta Eros a Thanatos. No hay más
allá del principio de realidad, y la realidad última del pensamiento freu-
diano es un delicado equilibrio (y un sutil conflicto) entre “la lucidez sin
ilusión y el amor a la vida”.19
A Deleuze20 le corresponde el mérito de haber puesto en evidencia
el veneno que destila el principio de placer tan pronto uno se interroga,
no por sus excepciones, sino por el modo de determinar el conjunto de
condiciones bajo las cuales el placer deviene, efectivamente, el princi
pio rector del aparato del alma.21 Más allá y más acá no hay esto o
aquello, hay todo: el porvenir, el presente y el pasado, es decir, las tres
síntesis del tiempo sobre las cuales el placer erige su imperio supuesta
m ente intemporal (literalmente sin tiempo, Zeitlos). No es la repetición
la que está subordinada al principio de placer, sino a la inversa. La re
petición que liga, la que m ancha y la que borra; tales son las tres síntesis
del tiempo -Hábitus, Eros y Thanatos- que definen las condiciones de
posibilidad para el efectivo ejercicio del principio de placer. Las tres
síntesis están más allá y más acá del principio de placer; y sólo después
de ellas puede él hacerse cargo de las nuevas instancias del aparato del
alma: del ello, con Hábitus, del yo, con Eros, del superyó, con Thanatos.
D errida22 tiene el honor de haberse hecho cargo del más poderoso
10 Ibid..., p. 330.
20 Gilíes D eleuze, Différence et répétition, París, PUF, 1968, cap. II. H ay versión
castellana: Diferencia y repetición, traducción de Alberto Cardin, Madrid, Júcar, 1988.
21 Lo que, como señala el propio Deleuze en un trabajo anterior, constituye una in
terrogación “trascendental”. Cf. Gilíes Deleuze. Presentación de Sacher-Masoch (1967), tra
ducción de Ángel M aría G arcía Martínez, M adrid, Taurus, 1973, p. 111: “Freud, en su
obra Más allá del principio de placer, se adentra en una reflexión propiam ente filosófica,
que deberíam os llam ar ‘trascendental’; con este nom bre querem os designar una cierta
form a de considerar el problem a de los principios.”
!1!Jacques Derrida, La carte póstale. De Socrate a Freud et au-delá, París, Aubier/Flam ma-
de los venenos: la exigencia de formular una tesis literalmente infor-
mulable. Y, como prueba de ello, D errida dice, explícitamente, que
Más allá del principio de placer es un texto atético, y no reducible a
forma discursiva alguna, sea ésta científica o filosófica, literaria, poéti
ca o mitológica; en suma, que la especulación freudiana posee un ca
rácter singular e irrepetible. No menos explícitamente, sin embargo,
D errida responde: “M ás allá del principio de placer - e l poder.”23
Pero no más allá de la pulsión de muerte, ni de la compulsión de re
petición, con las cuales el poder tampoco se confunde, más bien de
sempeña, respecto de ellas, el papel de predicado trascendental. La
pulsión de poder, en suma, es inderivable. ¿Y más acá del principio
de placer? La “gran X ” freudiana. Gracias al ingenioso artificio de tra
ducir el Binden alemán con el francés bander2i D errida puede contes
ten que, más acá del principio de placer, está “la X de la que no se
sabe lo que es antes de que esté rodeada de bandas, precisamente, y
representada por representantes”.2,5 Lo cual fuerza la conclusión, que
D errida no dice explícitam ente, pero que yo pongo en su boca: la
tesis, como tal, es inconcebible, informulable, sólo los representantes
que la rodean pueden presentarla ante nosotros; y ello de m anera
siempre diferida, siempre fragmentaria.
“C ontra la repetición y la literalidad de la pulsión de muerte, Freud,
muy temprano, desplegó la elevada figuratividad de su voluntad poéti
ca. Quizá algún día consideremos ese despliegue como la más auténtica
definición del Eros freudiano...”^ Para Harold Bloom las cosas están
claras: Más allá del principio de placer pertenece al ámbito de la literatura
y su autor es un poeta. Puesto que el Leitmotiv de Bloom es la cuestión
rion, 1980. H ay versión castellana, La tarjeta postal. De Freud a Lacan y más allá, traduc
ción de Tom as Segovia, M éxico, Siglo XXI, 1986; todas las citas que hago están tom a
das de esta versión.
23 La tarjeta postal postal, p. 148.
24 C on respecto al cam po semántico del térm ino “trander”, cf. los com entarios de
Tom ás Segovia en pp. 18 y 140 de La tarjeta postal
M Ibid. p. 137. Cf. igualm ente p. 95: “Es evidentem ente el lugar de esa cosa X como
vienen a ensayarse los ‘V orbilder’, las imágenes, los modelos, los prototipos, los para
digmas, cualquiera que sea el cam po de su procedencia.”
2(>H arold Bloom, “Freud’s concepts of defense and the poelic will”, en Agón. Towards a
theory o f revisionism, Nueva York, Oxford University Press, 1982, pp. 119-144. Hay versión
castellana,, “Los conceptos freudianos de defensa y la voluntad poética”, traducción de
N ora Catelli, en Tres al Cuarto, núm. 2, octubre de 1993, pp. 25-30. La cita está tom ada de
la versión castellana, p. 30. El caso de Harold Bloom es singular. Él no es un filósofo, sino
un crítico literario; sin embargo, las implicaciones filosóficas de su lectura de Más allá del
principio de placer lo hacen indispensable para mi abordaje en este texto.
de la lucha con los precursores, la pregunta que de allí se sigue es evi
dente: ¿con quién lucha Freud en su nueva, auténtica, fundación del
psicoanálisis; en ese renacer del viejo sueño del 95? La respuesta es su
gestiva y sorprendente: lucha consigo mismo y con su obra. Y en esa
lucha, Eros y Thanatos llegan a ser el más allá y el más acá del princi
pio de placer: aquél como sentido figurado, éste como sentido literal.
En otros términos, el viejo explorador de lo inconsciente se ha converti-
' do en el más sombrío de sus precursores. El veneno que Bloom detecta
está en la raíz de lo que podríamos llamar voluntad de lectura: la que el
autor hace de sí y la que nosotros hacemos de él.
II
11 Por otra parte, resulta interesante utilizar la cumbre de la mística judía para abor
dar u n pensam iento que m antiene relaciones tan complejas con la mística; cf., al res
pecto, Paul-Laurent Assoun, L ’entendement freudien. Logos et Ananke, París, Gallim ard,
1984, en especial pp. 101/135. Además, no hay que olvidar que Freud es el gran tra
ductor del “m undo subterráneo” (Unterwelt, el término es suyo), al que reconstruye con
los recursos del arqueólogo, a la vez que lo revive y lo m odela con las secretas faculta
des del creador. Y cumple esta doble tarea según dos grandes m ovim ientos por una
parte se pliega a las exigencias del objeto al cual se enfrenta -ese núcleo secularmente
opaco a la ra zó n - dejándose penetrar por él hasta encontrar en lo más íntim o de sí la
alteridad constituyente que es de todos y es de nadie; por la otra, y a fin de evitar que
esa “cosa” fascinante que halla en sí lo atrape con la tentación de erigir una mística per
sonal de lo inconsciente, le opone el escudo resistencia! de su intelecto.
Para todo lo que se refiere al pensam iento de Isaac de Luria, he seguido a Gers-
hom Scholem , Les grands courants de la mystique juive, traducción de M.-M. Davy, París,
Payot, 1983, cap. VII. Cf., igualm ente, H arold Bloom, La cúbala y la crítica (1975), tra
ducción de Edison Simons, Caracas, M onte Ávila, 1978.
La analogía con lo que ocurre en 1920 es fácil: ¿no está la teoría
psicoanalítica com pleta con la introducción del narcisismo y los desa
rrollos de la metapsicología?; ¿no gobierna el principio de placer, en
su señorío irrestricto, el decurso de todos los procesos anímicos?; ¿y
no es acaso cada acto psíquico la realización de un deseo y la realiza
ción de deseos la brújula del alma? Entonces, si el psicoanálisis ha de
nacer de nuevo (o simplemente nacer), es preciso hacerle un lugar en
esa totalidad indivisa.
Cuando la luz de Dios se proyecta al espacio primordial (el Tehiru,
como lo llaman los antiguos cabalistas) choca con los restos de su vieja
luz que allí quedaron; y la violencia de este choque -luz contra luz, me
táfora contra m etáfora- produce el estallido de ese espacio. Es el segun
do movimiento de la cosmogonía de Isaac de Luria, la shevirah ha-kelim,
la ruptura de los vasos destinados a contener la luz divina.
De nuevo, la posibilidad de establecer una analogía es fácil, acaso
demasiado. ¿No se dedica Freud, durante los tres primeros capítulos
de Más allá del principio de placer, a dem oler los fundam entos de su
vieja teoría, partiendo de los sueños repetitivos de las neurosis trau
máticas, hasta alcanzar, a través del juego infantil, la asombrosa con
clusión de que la compulsión de repetición, en su aspecto más puro,
es repetición de lo que, de entrada, estaba condenado a fracasar? ¿Y
no se retira entonces, dejando que la especulación fluya, estalle, con
fuerza incontenible?
Pero Freud se retira también en el m om ento mismo de enunciar el
título y con él el correspondiente interrogante. En este sentido, Más
allá del principio de placer es un texto endiablado. Hay un movimiento
en virtud del cual el título suple el retardo de un nacim iento tanto
tiem po dilatado, situándose antes de los tres prim eros capítulos. Al
mismo tiem po (pero no en el mismo tiempo), el título se sitúa como
línea liminar del verdadero inicio del texto: “Lo que sigue es especu
lación, a m enudo de largo vuelo, que cada cual estimará o desdeñará
de acuerdo con su posición subjetiva.” Así queda instaurado el espa
cio prim ordial para la escritura de Más allá del principio de placer, y el
autor arroja en él sus viejos fantasmas, sus nuevas convicciones.
El p rim er m ovim iento está envuelto en u n a profunda soledad.
Freud se retira a lo mas íntimo de si -¿tal vez a su último ensayo, el
duodécim o, de la metapsicología, que nunca llegó a publicar y que
sólo hace poco conocemos?;29 ¿o acaso al Proyecto del 95, al viejo
20 Sigm und Freud, Sinopsis de las neurosis de transferencia, 1985, traducción de A ntoni
Vicens, Barcelona, Ariel, 1989.
sueño de la fundación fallida?-; y la especulación fluye a causa, preci
samente, del retiro del autor de la escena textual.30
El acto de crear un espacio y de escribir en él a través de la especu
lación, sólo puede entenderse desde las estrategias del texto. Derrida
destaca con acierto que, hasta la mitad, aproxim adam ente, de Más allá
del principio de placer, hay un “silencio de m uerte sobre la pulsión de
m uerte”;31 con m ayor razón, entonces, sobre la pulsión de muerte.
Sin embargo, la creación de aquel espacio -hoja en blanco o tablas
aún no escritas de la ley - corresponde al operar de dicha pulsión; y
en esa hoja o en esas tablas escribe la pulsión de vida.
En el segundo movimiento -que es consecuencia del primero, pero
que también parece haberse iniciado ya en él-32 Freud envuelve al lec
tor con su retiro. La ausencia del autor obliga al lector a dar una res
puesta a la pregunta suscitada por el vacío inaugural, es decir, lo fuerza
(.Zwang) a form ular la tesis; y le concede, para pensar en ella (o en
ellos), un tiempo: el que m edia entre su ausencia (fort) y su retom o (da).
Porque, ya próxim o el final, el autor vuelve, convertido en advoca-
tus diaboli, en un m oderno Fausto que h a com prendido la oculta lec
ción de Mefistófeles: allí donde apliques la pasión aplica igualmente
la ironía. “C uando se trata de las cosas últimas... cada cual está dom i
nado por preferencias hondam ente arraigadas en su interioridad, que,
sin que se lo advierta, son las que se ponen en obra cuando se especu
la”.33 A hora se com prende mejor la lógica que gobierna la escena de
Más allá del principio de placer, cuanto más se retira el autor, más com
prom etido se encuentra el lector en esa escena, más obligado a espe
cular acerca de lo originario y del origen.
Nuestro advocatus diaboli se muestra muy preciso al entregarle al in
vestigador de turno su caja de bombones: “Se puede refutar intransigen
temente teorías contradichas desde los primeros pasos que uno da en el
análisis de la observación, y a pesar de ello se puede saber que la co
rrección de las que uno mismo sustenta es sólo provisional.”34 En otros
Es decir, que se presenta como “un antiguo m añana inscripto en el ayer (y repeti
do)”; cf. Jorge Belinsky, “Los m aternas de la sexuación: una lógica imposible”, revista
Apertura, Barcelona, Ediciones del Serbal, 1986), núm . 1, p. 29.
40 Y, en este sentido, Lo siniestro (1919) ocupa un lugar privilegiado como germ en de
Más allá del principio de placer. El texto de Freud figura, con el título de Lo ominoso, en
Obras completas..., xvn, p. 215.
41 Más allá..., p. 38 (mi traducción).
42 Esta idea está presente, aunque de diferente m odo, tanto en H arold Bloom, Los con
ceptos freudianos..., como en Philip Rieff, “By what authoríty”, en Thefeeling intelect, Chica
go, Tlie University of Chicago Press, 1990, pp. 330-351. Por otra parte, esa defensa pre
via, en sentido absoluto explica el eclipse del deseo ante el traum a que lo fundará.
tuo deslizamiento de sí ante sí, como eterna traducción de sí mismo.
La diferencia entre lo hallado y lo buscado, de la cual nace y en la
cual se sostiene el deseo, se desplaza a la diferencia nietzscheana entre
querer la nada y no querer.43 Con este desplazamiento, la defensa pri
m ordial m uestra su rostro bifronte: tanto es defensa ante nada (que
haya ocurrido), tanto es defensa ante algo (que ocurrirá). Se trata de la
m uerte como prim er recuerdo,44 pero recuerdo de ese antiguo m aña
na inscripto en el ayer (y repetido) que, en el dominio en el cual nos
m ovemos ahora, no es sino la catástrofe inaugural de la cual nació la
vida. El autor, un m om ento antes de retornar a escena, recurre al filó
sofo poeta para que éste complete el gran mito del cual la especula
ción habla (o que hace hablar a la especulación):
Más afortunadas que los seres humanos, las dos partes del mito se han
unido; sin que ello signifique mengua alguna para el dualismo freudia-
no, antes bien, lo acrecienta.
El desgarramiento de la sustancia viva (despertada por la fuerza in
concebible) arroja, tras sí y ante sí, el reflejo de unidades perdidas
desde siempre y para siempre: la ausencia de tensiones de lo no-vi
viente y el todo-uno anterior al estallido y a la dispersión.46
Por eso, el m ovimiento de retracción o de limitación (el zimzum) es
ya dualidad de unidades perdidas, pero perdidas de diferente m anera:
u n a com o puro pasado (Thanatos), la otra com o antiguo porvenir
(Eros), m ientras las tendencias correspondientes, que gobiernan las
respectivas pulsiones, decantan como principio de N irvana y como
potencia de reunificación.
4J Cf. Friedrich Nietzsche, La genealogía de la moral (1887), traducción de Andrés
Sánchez Pascual, M adrid, Alianza Editorial, 1972, Tratado III.
44 M elanie Klein tiene de esto una profunda intuición: para ella, la fragm entación
no sólo concierne a las pulsiones sexuales, sino tam bién a las pulsiones agresivas. De
alií que en lo que podríam os llamar, con ciertas precauciones, su definición de la repre
sión originaria, la piense como escisión de la pulsión de m uerte y oposición de las par
tes escindidas. Cf. M elanie Klein, E l psicoanálisis de niños, 1032, en Obras completas, tra
ducción de H ebe Friedenthal, Buenos Aires, Paidós, 1980, p. 254.
45 Más allá..., p. 57.
4,1 En este sentido, es significativo que el autor “retorne” exactam ente después de
hablar de la pulsión hacia la reintegración (Trieb zur Wiedervereinigung).
Ambas tendencias apuntan al restablecimiento de un estado ante
rior; porque esos estados sólo pueden ser pensados como restableci
dos, es decir, como ya determinados. Intentar pensarlos de otra m ane
ra, como anteriores de un m odo absoluto, equivaldría a intentar pen
sar lo indeterm inado-neutro,47 ante cuyo provenir se erige, precisa
m ente, la defensa en su form a primordial, es decir, tal como Freud la
definió en Construcciones en el análisis: “represión de tiempos origina
rios olvidados”48 (Verdrangung vergessener Urzeiten; adviértase que, en
esta definición, el acento de lo originario -Ur~ se desplaza de ‘repre
sión’ a ‘tiem pos’ {Zeiten}).
A hora bien, la vida y la m uerte no son equivalentes a las respecti
vas pulsiones. Desde la perspectiva abierta por Más allá del principio de
placer, y retom ada en el capítulo IV de El yo y el ello, la vida surge del
choque entre la fuerza inconcebible y la m ateria inanim ada, y es el es
pacio prim ordial para el conflicto entre Eros y Thanatos:
III
Aquí hay que destacar un punto interesante. Como ocurre con cierta
frecuencia, e inevitablemente, hay un pasaje de esta cita donde Etche-
verry no traduce, sino que interpreta. Freud dice, textualmente, “por
desdicha no del todo claro [o ‘diáfano’, o ‘transparente’ (durchsichtig))
para m í”. Etcheverry anota, “por desdicha no del todo comprensible
para mí”.
En lugar de extraviamos en querellas inútiles, procuremos sacar par
tido del deslizamiento producido, ya que las dos versiones son comple
mentarias. Porque el traductor tiene razón, aunque traicione la literali
dad del texto: hay algo que Freud, realmente, no comprende, sólo que,
en lugar de decirlo así, prefiere hablar de las razones de su dificultad.
Q ue el trabajo de Sabina no sea del todo claro, diáfano, transparente,
significa que hay en él una opacidad, algo que se resiste a la m irada pe
netrante de Freud y provoca en él un sentimiento doloroso.
En principio, Freud se lamenta por no haber comprendido entonces
(1912) lo que comprende ahora (1920): la decisiva importancia de los
impulsos destructivos; y repite esa queja, casi con idénticas palabras,
diez años después, en El malestar en la cultura.™ Para com prenderla
mejor, tal vez sea pertinente recordar la observación de Wittgenstein,
acerca de que Freud, como él, es antes tierra fértil que semilla.59
La queja, entonces, adquiere un sentido diferente: significa que
Freud no com prendió que la idea de la pulsión de m uerte tenía que
ser simiente femenina, y que recién entonces podía germ inar en él.
Pero, ¿por qué no se queja en los otros casos, en aquellos en que la si
m iente viene de los hom bres?80 ¿Tiene que ver la queja con el género
del interlocutor más que con la idea que m otiva el diálogo?61 Es posi
57 Más allá..., p. 53. El trabajo de Sabina Spielrein al que Freud se refiere es Die
Destruklion ais Ursache des Werdens.Jb. Psychoanalyt. Psychopat, Forsch., 4, p. 465. “La des
trucción como causa del devenir” (o del “nacim iento”, o de la “creación”: ya que el tér
m ino alem án “ Werden” puede traducirse de las tres maneras).
58 El malestar..., xxi, p. 116.
Ludwig W ittgenstein, op. cit. en nota 11, p. 72: “Mi originalidad (sí ésta es la pala
b ra correcta es, según creo, la originalidad de la tierra, no de la semilla. (Quizá no
tengo semilla propia). Se arroja una semilla e n mi tierra y crece diferente que en cual
quier otro terreno. Me parece que la originalidad de Freud era tam bién de este tipo”.
1.0 Y aquí pueden citarse, entre otros, a Ferenczi, Jung, Rank, Abraham , Groddeck.
1.1 Porque Freud, realm ente, dialoga con Sabina.
ble. Pero m e parece que la cuestión va más a fondo; que hay una co
nexión estrecha entre la muerte, como la gran figura de Más allá del
principio de placer, y la mujer, com o figura o com o tropo.62 Sabina, en
tonces, no sólo da a entender la idea de una pulsión de muerte, sino
que destaca (pero sin decirlo, opacamente) aquella conexión. Y Freud
se lam en ta p or no h aberla visto. Pero, ¿la ve realm ente ahora, es
consciente de ella? U na digresión se impone.
Más allá del principio de placer no aborda, al m enos directamente, la
cuestión de la diferencia de los sexos, ni la oposición masculino-feme
nino, salvo en un punto, justo al concluir la especulación acerca de la
m uerte y de la pulsión de muerte. El abordaje es alegórico, y tan m e
diatizado que uno se extravía: Freud recurre a Platón (el filósofo
poeta), quien pone en boca de Aristófanes (el comediante) algo que
tom ó de fuentes orientales; y Freud sabe de esas fuentes por un anti
guo paciente suyo, H einrich Gom perz, histariador de la filosofía, e
hijo de otro historiador de la filosofía, Theodor Gomperz, del cual el
propio Freud fue alumno y de quien recibió el encargo de traducir el
ensayo sobre la libertad de Jo h n Stuart Mili. ¿Cómo hacer para pen
sar aquí las transferencias y las contratransferencias, o, mejor, como
diría Derrida, las deudas y los préstamos?.
E n cualquier caso -y sin que se sepa, en definitiva, quién es el
acreedor-, lo que Freud tom a en préstamo completa su mito sobre el
origen de la vida,. U n mito que tam bién es una narración acerca de
cómo, a causa de la vida, la m uerte entró en el mundo. ¿Y quién nos
regala la vida, sino la mujer que nos recibe al fin de ella? Con lo cual
volvemos a la relación entre ambas, mujer y muerte, y a su función
com o figuras privilegiadas para lo enigmático y para la alteridad.
Tenem os así dos pares de opuestos: vida/m uerte, masculino/feme-
nino; pero se trata de oposiciones no simétricas. Lo que la introducc-
ción de la pulsión de muerte demuestra, es que la m uerte no es algo
exterior a la vida, sino que la habita, como alteridad fundante, en lo
m ás íntim o de ella. Del mismo m odo (pero esto es un discurso no
dicho, sino actuado en Más allá del principio de placer, y el último, tal
vez, de los bom bones envenenados para la filosofía), lo femenino no
es lo opuesto de lo masculino, una cosa, digamos, que reasegura y
tranquiliza; por el contrario, es algo que, dentro de lo masculino, lo
habita (irrumpe en él) como incurable alteridad.
<a Cf., al respecto de esto, Elisabetli Bronfen, “D eath drive (Freud)”, en Elizabeth
W right, E ditor, Feminism and Psychoanalysis. A Critical Dictionary, Cam bridge, Basil
Blackwell, 1092, pp. .52-57.
Desde esta perspectiva, el mito completo -la unión de lo que dice
la especulación, en nom bre del autor ausente, y lo que dice el filósofo
poeta, por boca del comediante Aristófanes- puede enunciarse como
sigue: el estado anterior al cual aspiramos es lo inanimado (la ausen
cia de tensiones de lo no viviente); pero, al mismo tiempo, cada uno
de nosotros se m uere por la completitud sexual63 (el todo-uno ante
rior al estallido y a la dispersión), en el sentido exacto en que se dice
“m e m uero por un trago”.
Y en ambos casos rige la nueva legalidad introducida por Más allá
del principio de placer, el traum a funda el deseo y éste se sostiene en la
distancia que m edia entre lo hallado y lo anhelado. Distancia que re
mite a las dos grandes diferencias -la de Leibniz (¿por qué el ente y
no más bien la nada?) y la del género-, en cada una de las cuales, el
térm ino dom inante (vida, m asculinidad) desplaza y difiere al otro
(muerte, feminidad) hacia esa suerte de excentricidad radical que lo
convierte en el origen y el límite de toda representación que la cultura
puede hacer de sí misma.
La nota tiene un tono decididamente personal, es (casi) una confi
dencia, como si su autor dijera: “m archo tan lentam ente”. Y en este
sentido, la nota está está mal situada en el texto.
Se lam enta Freud por no haber podido ligar las dos grandes oposi
ciones (vida/muerte, masculino/femenino). Pero esa ligadura, sin em
bargo, aparece en la gestualidad con la que el texto escenifica el género.
Más allá del principio de placer, por una parte, lleva a su punto culmi
nante ciertas imágenes viriles asociadas con la figura de Freud: la del
narrador astuto que seduce, la del heroe que cumple una gran hazaña,
la del explorador infatigable que em prende un viaje hasta los confines
mismos de la vida, e incluso más allá. Por otra parte, el texto es, en
ciertos aspectos, exquisita y tópicamente femenino: ese recurso al mis
terio y al origen; esa secuencia interm inable de pasos, cada uno de los
cuales prom ete revelar el último secreto y, en verdad, conduce a un
secreto m ás recóndito; en fin, esa entrega apasionada, sin reservas
(¿de quién?, ¿a quién?), unida a la prolongada ausencia del autor.
Además, misterio, secreto y ausencia, son palabras que se asocian, fre
cuentem ente, con la muerte.
Pero lo anterior resulta, todavía, esquemático. Cierto, es como gran
especulador que el autor alcanza su imagen más viril; pero la fuerza
í>3 Aquí la lectura de Bataille es insustituible. Cf. E l erotismo, 19.57, traducción de Es
teban Mas, Buenos Aires, Sur, 1960).
abismal de la especulación se alimenta de la Madre. ¿De quién, sino de
ella, iba a nacer la idea de una compulsión de repetición, de un eterno
retorno de lo igual, de una pulsión de muerte?64 El asunto lleva lejos.
Sin embargo, hay que saber detenerse y consignar, tan sólo, que Freud
se lam enta por no terminar de comprender el vínculo entre la mujer y
la muerte, pero lo pone en escena y lo da así a conocer.
Además - y esto es verdaderam ente notable- él ya se había ocupa
do del asunto siete años atrás, en El motivo de la elección del cofre.^ En
tal sentido, este escrito resulta una respuesta al trabajo de Sabina.
En E l motivo de la elección del cofre, Freud conecta la condición fe
m enina con la necesidad que el hom bre tiene de reconocer su condi
ción mortal; y muestra, al mismo tiempo, el nexo entre esa necesidad
y el cumplimiento de deseos. Las tres mujeres a las que se refiere la
elección, son “las tres formas que la figura m aterna adopta en el curso
de la vida: la m adre misma, la amada, que el hom bre elige a imagen
de aquélla, y finalmente la m adre tierra, que nuevam ente lo acoge en
su seno”.66
Im posible decirlo mejor. Pero el autor, sin em bargo, se sigue la
m entando siete años después. ¿Por qué? ¿Por su torpeza, por su coje
ra? Dije que la nota estaba mal situada en el texto; preciso ahora: se
anticipa. En este libro la anticipación desem peña un papel m uy im
portante, tanto, o casi, como la especulación.
El trabajo de Sabina anticipa una parte de la especulación freudia-
na en Más allá del principio de placer, así como la nota anticipa el final
de este texto. Y Freud, en una vieja carta a Fliess,67 escribe algo que
podría estar destinado a Sabina, ya que se refiere a un rasgo que do
m ina su obra entera, pero que en Más allá del principio de placer experi-
hA M arthe R obert h a captado m uy bien este aspecto: Cf. La revolución psicoanalítica,
15)64, traducción de Julieta Campos, México, FCE, 1966), p. 418. Desde otra perspecti
va, Cari Schorske realiza u n brillante análisis de las relaciones de Freud con el par m as
culino/fem enino. “Freud’s Egyptian Dig”, en The New York Review, May 27, 1993, p. 35.
,>s Sigm und Freud, “El m otivo de la elección del cofre”, en Obras completas..., xn, p.
303.
Ml En este caso he citado según la traducción de Ludovico Rosenthal: El tem a de los
tres cofres, en Sigm und Freud, Obras completas, Buenos Aires, Santiago R ueda, 1954,
xvill, p. 82.
07 C arta del 7 de m ayo de 1900: “Ningún crítico... puede advertir, con m ayor agu
deza que yo mismo, la desproporción que existe entre los problem as planteados y las
soluciones que yo les doy, y mi justo castigo ha de ser el que ninguna de las regiones
inexploradas de la m ente que yo soy el prim er m ortal en pisar, llevará m i nom bre ni se
som eterá a mis leyes”. Sigm und Freud, Obras completas, Buenos Aires, Santiago Rueda,
xxil; p. 350, traducción de Ludovico Rosenthal.
m entam os con m ayor agudeza: el hiato que hay entre la desmesura
de los problem as que plantea y la cautela con la que arm a el mosaico
de las posibles soluciones.
La nota, entonces, para estar en su lugar exacto, debería figurar al
final de Más allá del principio de placer, justo antes de la cita de Rückert.
Porque la nota dice lo que dice, pero también podemos imaginar que
dice otra cosa, algo referido al trabajo de 1913 y que yo formularía así:
“Tenía ante mí tres cofres: el de Schiller (hambre y amor mueven el
mundo), el de Jung (con su libido neutra y su monismo), y el de Sabina
(con la destrucción como causa). Por desdicha no elegí el adecuado”.
Pero en verdad sí que lo eligió (o fue elegido, por él y por ella). Y
ahora, ocho años después, lo hace suyo. Lo incorpora a su historia (y
a la historia); pero no de cualquier m anera, sino siguiendo, anticipa
dam ente, u na tesis que W alter Benjamín escribirá veinte años des
pués:
hHW alter Benjamín, “Tesis de filosofía de la historia”, en Angelus Novus, p. 79, nota 14.
A MANERA DE INTRODUCCIÓN
EL PRESIDENTE SCHREBER
1 S. Freud, “Psicología de las masas y análisis del yo”, en Obras completas, t. XVIII,
Buenos Aires, Am orrortu, 1979.
Lejos de suponer que el sujeto, o las masas, busquen una liberación de
las relaciones con el orden totalitario, habrá que entender que es un
orden aceptado e incluso buscado o pedido y que en todo caso será sus
tituido por Otro que mantenga al sujeto a salvo del vacío que dejaría la
escición de un discurso sin ese Otro que reivindica la idealización de
una totalidad.
En este intersticio del vínculo social se erige la creencia en la racio
nalidad de la ley, al m enos en el sentido en que la ha construido la ju
risprudencia de las civilizaciones occidentales. H asta ahora ese vacío
perm anece inexplorado por la teoría del Derecho que permitiría plan
tear la cuestión de la irracionalidad de los sujetos en sus vínculos con
los otros y con las leyes que rigen dichas relaciones.
Nuestras preguntas al abordar este planteam iento serán sobre la
función del discurso del Amo, ¿el discurso del padre de Daniel Paul
corresponde a las características que Lacan define para el discurso del
Amo? Y en segundo térm ino ¿podemos considerar el discurso de la
jurisprudencia como una de las modalidades de discurso del Amo?
S] -------------------- s 2
$ // @
AUTORIDACTISMO
La verdad La producción
El niño tiene que ir aprendiendo gradualmente a reconocer, cada vez más ní
tidamente, que tiene la posibilidad física de desear y actuar de otro modo,
pero que se eleva a sí mismo, a través de su propia independencia, hasta la
imposibilidad moral de desear y actuar de manera diferente.
Si se ha conducido al niño durante la primera fase de su desarrollo por el
camino de la habituación a la obediencia inconsciente, ahora es oportuno e
indispensable para el logro del noble fin de la educación que se eleve este há
bito gradualmente ,a un acto de libre voluntad.2
2 C itado por Schatzman, E l asesinato del alma, M éxico, Siglo XXI, 1993, pp. 28 y 27.
3 Ibid., p. 173. X
4 Ritter, citado por M. Schatzman, E l asesinato del alma, op. cit., p. 172.
una psicotizacción abierta gracias a su labor y sus trabajos que final
m ente eran una form a de creación que constituía su m odo de vida y a
través del cual obtuvo un reconocimiento social que podríam os deno
m inar de exitoso. Se publicaron y se vendieron sus manuales y sus li
bros, se crearon instituciones que llevaban su nom bre y llevaba a la
práctica sus enseñanzas con sus propios hijos.
Los títulos de algunos de los libros del doctor Schreber son por sí
mismos suficientes para ver cómo la ambición de su autor indirecta
m ente politizaba los usos del cuerpo para justificar una coacción física
como recurso para vigilar y controlar el pensamiento: La gimnasia desde
un punto de vista médico representada también como un interés del Estado
(1843), Sobre la educación de la Nación y su desarrollo actual mediante la ele
vación de la profesión docente y la vinculación del hogar y la escuela (1860), E l
amigo de la familia como pedagogo y guía de la felicidad familiar, la salud na
cional y el cultivo de los seres humanos: para los padres y madres de la nación
alemana (186l).a Para brindar al lector un panoram a que antecede a la
escritura de las Memorias citemos el elogio que hace Ritter del doctor
Schreber considerado como uno de los antecesores del nazismo:
Sólo una íntima alianza con el suelo alemán engendra la fe heroica en el país
de nuestros padres, lo que no tiene en cuenta el beneficio particular de un in
dividuo, sino el interés de la Nación -una fe y una voluntad políticas absolu
tamente metafísicas.
Es nuestro deber en la era presente -que ha despertado a una nueva vida-
recordar con gratitud al hombre que fue uno de los primeros que nos apre
miaron a retomar al solar de nuestros padres. Calles y jardines llevan su nom
bre, pero ¿quién sabe de él más que eso? Esta breve nota puede mostrar a la
era presente la riqueza que encierra el nombre de Schreber.4
II
(l IbitL, p. 376.
confinada contra su expresa voluntad en un hospicio?”7 Lo que más
nos sorprende de este breve escrito es que no posee ningún elemento
que perm ita suponer que su autor era un psicótico que vociferaba fu
riosamente con estruendosas carcajadas. Es una escritura que no sola
m ente no posee ningún elemento delirante sino por el contrario, sor
prende su juicioso razonamiento que doctamente trata sobre el “funda
m ento jurídico para el desposeimiento de la libertad” de los enfermos
m entales “asumida por el Estado como función propia”. Schreber dis
curre sobre el tem a con inteligencia y penetración crítica, m enciona a
los “funcionarios policiales” de los hospitales psiquiátricos y hace refe
rencia al Código del Derecho Civil para el Im perio Alemán. Es una
m uestra de cómo Schreber no solamente se sentía con la capacidad
para ejercer su función de juez, sino que efectivamente podía tratar un
p ro b lem a sin que su “enferm edad nerviosa” lo im pidiera. ¿C óm o
puede ocurrir? Diremos que así como la psiquiatría habla de “delirio
parcial” este ensayo constituye una “congruencia parcial”, una “lucidez
parcial” representativa de la estructura discursiva del derecho y la teo
ría penal, que como el discurso de la ciencia, forcluye la referencia a la
ley articulada a los goces. ¿O es que Schreber buscaba en la corte, el
corte supremo?
Lo que aquí destacaremos es ver cómo Schreber se sostiene como
autor del ensayó de la misma m anera que antes de la crisis subjetiva que
precede al brote de la psicosis y el delirio; a saber desde la significación.
El planteamiento que trato de sostener aquí, es que Schreber accedió no
solamente al campo de la significación en el que un significado conduce
a otro, sino que desde lo imaginario y a partir de la forclusión del Nom
bre del padre hubo un acceso al campo de lo simbólico que llega a sos
tener al sujeto, por algún tiempo, hasta que el llamado del significante
del nom bre del padre tiene lugar en la vida del sujeto.
El caso Althusser es distinto y lo mencionamos solamente para se
ñalar la problem ática a la que conduce, pues si se trata efectivamente
de una psicosis, ¿por qué no tenemos ahí la presencia de un delirio y
sí el de un acto con valor de “estabilización”?
C on Schreber tendríamos dos formas de posicionarse ante la escri
tura. En las Memorias Daniel Paul se encarga de interpretar y dar un
sentido a ese retorno de lo real que padeció, por cierto de una m anera
que no deja de llamar la. atención:
7 Ibid,, p. 293.
Es algo para mí muy cierto que las expresiones y giros sobre “hombres he
chos a la ligera” y de “malditos jugueteos con los hombres”, las preguntas
“¿qué será de la maldita historia?” y otras semejantes, lo mismo que los co
mentarios sobre “hombres nuevos salidos del espíritu de Schreber” no sur
gían en mi cabeza, sino que se los pronunciaba dentro de ella desde afuera.
Esto sólo me obligó a deducir que hay algo de real en las ideas unidas con
ello, que corresponden a alguna clase de acontecimientos históricos.8
III
8 Ibid., p. 168.
a G. Pom ier, Una lógica de las psicosis, Argentina, Paradiso, 1984.
y en el de la lingüística, en los cuales es posible discurrir siguiendo la
misma lógica en la que todo aquello que compete a la verdad del suje
to, siguiendo el m aterna de Lacan, quedará excluido.
Es necesario recordar que la inversión producida sobre el signifi
cante soussuriano que efectúa Lacan para continuar la instauración
del psicoanálisis, es de una discontinuidad tan radical, con respecto a
la lingüística, como la de Freud con respecto al campo de la ciencia
natural, la naturwissenschaft, desde donde construye su metapsicología,
en la que opera una energía libidinal, sexuada, masculina. La diferen
cia consiste en que la referencia de Lacan a la lingüística y las discipli
nas de sus contem poráneos, h a tenido consecuencias instauradoras de
nuevos discursos. Téngase presente por ejemplo a Guattari o a Deleu-
ze por citar solamente a dos autores conocidos por su postura crítica
hacia Lacan y el psicoanálisis. (Leyéndolos a ellos o a los llamados
posm odernistas vemos que no entendieron de qué se trataba.) Son su
ficientes no obstante para ejemplificar cómo Lacan abrió efectivamen
te u na dimensión inédita en el campo del saber, aunque esa verdad
que com prom ete a cada sujeto en su análisis siga siendo la vía desde
donde se subvierte el discurso del inconsciente.
La discontinuidad que introduce Lacan subvierte la función del dis
curso para remitir a la verdad subjetiva para la cual el saber será siem
pre insuficiente. La verdad subjetiva en relación con el deseo del Otro
en donde el significante sé erige com o organizador y causa de los
goces, como consecuencia de lo que ocurre en el campo del Otro.
La función y el campo del significante en psicoanálisis habría que
titular la nueva lectura sobre la dimensión imaginaria de lo simbólico
del que se trata en la lingüística, en la ciencia y en la jurisprudencia,
ya que no suponen la función del falo, prim ordial en el efecto negati-
vizante de lo real y que no remite a ningún significado, la presencia
que puede existir en su dim ensión simbólica gracias a la función del
nom bre del padre
Dicho de otra m anera, así como ocurre con el cogito cartesiano
que inaugura la certeza del sujeto de la ciencia, fundada en el rechazo
de la verdad subjetiva como causa,10 una vez dado el discurso de la
legalidad no es necesario preguntarse sobre el fundamento de sus pre
misas, su operatividad o la relación del sujeto con respecto a dicho
discurso. Será solamente en la crisis subjetiva de Schreber, en la que
IV
Schreber permite sostener que el nom bre del padre opera como el fun
dam ento del orden jurídico, ya que la ley que erige y sostiene la legali
dad de dicho orden, no es suficiente para que el sujeto se m antenga a
salvo de lo siniestro de ese real que emerge en la irracionalidad de los
vínculos subjetivos o en la psicosis. Ante la psicotización y el interna-
miento, Schreber quedará fuera del orden legal, perderá su condición
de sujeto de la ley, y será Otro quien se haga cargo de conducir sus
asuntos legales. Tampoco la ciencia del doctor Flechsig escuchará en la
locura del jurisconsulto el fracaso del proyecto del padre.
Sin el garante del nom bre del padre no existe la posibilidad de ac
ceder al lazo social que legaliza la mediación jurídica de los goces. Y
la clínica nos m uestra el valor que puede tener la intervención jurídi
ca en el desorden gozoso de los lazos intersubjetivos y de parentesco
en los que la función paterna no se presenta, o lo hace sólo de m anera
parcializada. Ante la ausencia del padre, la intervención del orden
legal funciona como interdicción, separación que de alguna m anera
detiene o im pide el colapso total. Pensemos en un caso de la literatura
que posee valor ilustrativo: la detención que las instancias legales rea
lizan sobre la persona de Dimitri Karamazov, lo salva de la eclosión
absoluta de un goce que lo conducía hacia la muerte. Será entonces
presentado ante los tribunales, haciendo un rodeo que lo compromete
a hablar de su posición subjetiva ante un aparato legislador que no
puede aceptar la presencia del deseo de m uerte contra un padre.
El lazo social y su discurso de ley, organizador de todas las relaciones
hum anas contenidas en el contrato social, se establece sobre las repre
sentaciones que el lenguaje expresa refiriéndose a las cosas u objetos.
E sta red de relaciones organizadas constituye el sustrato subjetivo
(contenido manifiesto) sobre las relaciones de posesión, de autoridad
o de poder sobre dichos objetos o cosas. Es ahí donde la ley opera
para limitar el surgimiento del exceso y la dom inación sobre el seme
jante. Ya desde estos elementales preceptos se presenta el problem a
de la satisfacción en cuanto al poder sobre los objetos o cosas que vin
culan al individuo con los otros.
El exceso de autoridad o de libertad y todas la variantes que cru
cen el sentido de la justicia, suponen siempre la relación con la necesi
dad y la satisfacción. Pero esta constelación de representaciones orga
nizadas por los discursos sirven de soporte material para la expresión
de otra satisfacción, que subyace al contenido m anifiesto, y cuyos
hilos conducen a través del um bral de la escena del inconsciente (con
tenido latente), al objeto y la cosa reprimidas que surgen de m anera
consustancial al sujeto excluido por la legalidad jurídica.
La ley que obliga al sujeto incluye tam bién al objeto, pero el objeto
referido más allá de la satisfacción de la necesidad, se halla sanciona
do poi otra ley, tratándose de un objeto em parentado con otra satis
facción, la satisfacción velada del contenido latente, imposible de col
m ar pues se expresa en el sufrimiento de la falta y la evasión de la
condición m ortal de ese otro sujeto del fantasma. En otras palabras; al
contenido manifiesto de la racionalidad del contrato social y la ideolo
gía de la justicia, subyace un contenido latente más allá de la razón,
sustentadas en la creencia de la ley.
Pero nuevam ente la falta se desdobla en su significación, pues la
dimensión del discurso de la legalidad o el lenguaje común, la sancio
na como transgresión, la falta cometida a la que el código de la ley
asigna un castigo. La lógica coercitiva que contem pla esta reglam enta
ción y actúa sobre los sujetos se justifica desde una discursividad que
forcluye al sujeto sobre el que actúa. Esta operatividad de dejar fuera
del campo de la representación significante al sujeto, implica ya un
prim er nivel de violencia, cuyos efectos retornan en el malestar del
lazo social. Esta violencia latente de la forclusión puede ser leída en el
padecim iento de Schreber. Ahí donde falta la intervención del nom
bre del padre la pulsión opera sin mediación, como pulsión de m uer
te, em parentada con la emergencia de lo no simbolizado, lo reprim i
do. Lo no simbolizado, vale decir, lo no negativizado, que se presenta
en su positividad incestuosa al objeto de un deseo fantasmizado, y
m ás allá, la cosa que en su positividad es el das Ding freudiano-laca-
niano, que puede llegar a ser representado en el cuerpo de la madre.
Aunque el das Ding tiene esa dirección, no es en sí mismo el cuerpo
m aterno con el que el sujeto se fusionaría en un goce imposible, m íti
co, el goce del ser. Vemos cómo Schreber en su conversión hacia lo
femenino pasa por este camino de la tendencia m ortal a la fusión con
el cuerpo materno.
En ese vértice de la realidad inconsciente que llega a surgir, coinci
de la ley, y la cosa, en su función significante. Pero la función simbóli
ca del nom bre del padre que se hace posible gracias a la metaforiza-
ción del deseo m aterno, remite a la m uerte del padre, en tanto es su
m uerte la que garantiza su presencia simbólica, presencia de un bien
ético que se opone a la degradación del sujeto.
La exclusión del sujeto es, no obstante, coherente con el hecho de
que el dram a de la realización hum ana manifieste su verdad, en la
constante transgresión de la legalidad social y el padecim iento gozoso
del exceso en el síntoma de la ley. Un tipo de exceso en busca de lí
mite cuya ley que no cesa de no escribirse en la transmisión genera
cional que anuda la potencia de la m uerte del padre.
S ch reb er detalla el desdoblam iento de esta form ulación en su
form a invertida. La om nipresencia del Dios vivo, perseguidor, que se
complace en atormentar, al mismo tiempo aporta, por los atributos de
su constitución, los elementos que liberan del suplicio. Es una inver
sión consistente. La presencia del nom bre del padre introducida por
la acción del deseo m aterno no requiere de la presencia amenazante
de un Dios que venga a com pensar la ausencia del padre. La escritura
característica y única del presidente Schreber tiene como determ inan
te esa ausencia de la función paterna en el deseo m aterno que remite
a la genealogía materna, y que por sí misma hubiese sido suficiente
condición generacional de la estructura psicótica. Sin embargo, ade
más de esta condición existió tam bién la presencia de un padre des
quiciado y paranoizante, cuya acción moral y form adora de un espíri
tu alem án enaltecido por dudosos ideales, generó finalmente la escri
tura de un discurso delirante que nos legó el presidente Schreber.
LOS SKOPTTSY; UN EJEMPLO ILUSTRATIVO
En la Rusia del siglo xvill, un hom bre llamado Nikone, patriarca cuya
función consistía en m antener la cohesión de aquellos sobre los que
hacía incidir la autoridad que m antenía todo un imperio, rompió una
tradición ancestral al iniciar una corrección de los textos sagrados que
conservaban errores de traducción. Estos textos constituían la represen
tación misma de la ley, como garantía de 1a. existencia y la totalidad del
Otro. El efecto de esta reforma consistió en que quince millones de per
sonas vieran modificada súbitamente su relación con esta escritura de la
divinidad que ordenaba la concepción del mundo. Se inició entonces
una secularización de las relaciones religiosas y comenzó la formación
de múltiples sectas, algunas de ellas repudiaron toda relación con las es
crituras y por tanto con toda ley que se expresara a través de la escritu
ra. U na de estas sectas fue la de los Chlisty, predecesores de los Skopt-
tzy. Los primeros instituyeron la práctica de la flagelación, realizada
entre danzas rituales que conducían al grupo a un éxtasis colectivo. Los
Skopttsy siguieron los mismos procedimientos, pero fueron aún más
lejos, lograron distinguirse de los Chlisty con la introducción de la cas
tración para los varones y el corte de los senos en las mujeres, que no
sólo practicaban para imponer la castidad de sus adeptos, sino que les
permitía acceder a un goce que iba más allá de toda ley, un goce que
podem os denom inar com o goce femenino. Solamente el corte real
sobre la carne perm itía acceder a ese goce orgiástico y m antener al
mismo tiempo una organización grupal y de lazo social. La ley rechaza
da retorna sobre lo real del corte en el cuerpo para producir un efecto
de anudamiento sosteniendo una constante que existía ante las escritu
ras divinas de la religión: las relaciones con ese Otro cuya adoración
procuraba ahora un goce suplementario.
Este ejemplo presentado por Millot para abordar el tem a del transe-
xualismo,11 cuya pendiente tiende hacia la psicosis, ilustra la relación
imaginarizada que el Amo organiza en torno a lo simbólico de la ley y
lo real forcluido y en vías de acceder a la simbolización del discurso.