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Capítulo 1
LOS SABERES, SUS CONCEPCIONES Y SU NATURALEZA
Jacky Beillerot
El término "saber" es de uso frecuente, incluso trivial, tanto en la prensa como en los libros
y artículos especializados. Desde la colección "Que sais-je?" hasta la revista Savoir-éducation-
formation, desde la teoría del saber de J. Schlanger[1] hasta el coloquio de Espoleto sobre el
deseo de saber,[2] las expresiones del empleo del término son múltiples, antiguas y recientes,
y, según es probable, cada vez más numerosas.[3] Ello no significa, sin embargo, que
el análisis del concepto haya progresado.[4] Los autores, o bien se ven llevados a proponer
definiciones sucesivas, o bien emplean el término prescindiendo de toda teorización.[5]
La tarea de esclarecer, precisar, delimitar el concepto de saber no puede llevarse a cabo
sin enfrentar obstáculos formidables. En cierto modo la historia de Ía filosofía occidental (para
no hablar de la oriental) puede considerarse la larga historia de una interrogación sobre el
conocimiento y los saberes, en la que desempeñaron un papel todos los grandes filósofos de
cada siglo. Además, en la actualidad ya no es sólo la filosofía la que se interesa en este
concepto; también lo hacen la historia, la etnología, la sociología, la lingüística, la psicología,
la biología y la informática, y, más recientemente, las neurociencias. ¿Cómo hacer una
síntesis de tantos aportes? ¿Cómo hallar una nueva vía de acceso a la comprensión del
saber? Es necesario resignarse a ser mucho más modesto, a tratar de no repetir lo que tal vez
ya ha sido expresado muchas veces. Porque subsiste la necesidad de proponer una reflexión
sobre el saber desde el momento en que se tiene conciencia de que lo que está en juego en el
saber y los saberes es cada vez más importante para las personas y las sociedades y, por lo
tanto, es esencial en todo proceso educativo o formativo. En consecuencia, no nos
ocuparemos tanto de la pregunta "¿Qué es saber?" ni, incluso, de la pregunta "¿Qué es el
saber?", sino que trataremos de responder a esta otra: "¿A qué se llama saber?". Nos
conformaremos con aislar una pequeña parte del problema para tratar de crear un orden de
comprensión en un marco coherente y amplio.
¿Cómo se pasa de los saberes al saber? ¿Los saberes existen realmente? Preguntas
extrañas si se considera que la respuesta no inspira dudas al común de las gentes ni tampoco
a los especialistas, que hablan tanto de saberes primitivos como de saberes científicos. El
carácter de evidente no basta para dar validez a una noción; en especial, la proliferación de
los saberes y el uso tan frecuente del término llevan a pensar que se trata de una noción
difusa.y que se puede llamar "saber" a cualquier cosa. Recordaremos ante todo en qué
condiciones puede hablarse de saberes y luego analizaremos dos grandes concepciones. La
primera, que es la más antigua y aún hoy la más difundida, considera el saber como un
conjunto de conocimientos; la segunda pone el acento en la representación del saber como
proceso. Para finalizar, nos interrogaremos sobre la "extraña naturaleza" de algunos saberes.
LOS SABERES
El campo léxico del sustantivo "saber" es en definitiva reducido. La lengua francesa no
tiene ningún término específico, por ejemplo, para designar al que sabe: el sujeto que sabe no
es un sabio. "Saber" es ante todo un verbo, respecto del cual el diccionario Littré afirma que
tiene por lo menos veintisiete usos. Es "retorciendo" el verbo como hemos inventado el
sustantivo, pese a que a los anglosajones les basta" con la palabra "conocimiento". Son en
efecto los latinos, las lenguas de oc, los germanos y los eslavos los que han desarrollado el
saber.
Para los latinos, "saber" es tener sabor, tener un gusto agradable; en sentido figurado
llegará a significar tener sabiduría y buen juicio. Su uso como sustantivo comienza en el
siglo IX, y hasta el siglo XIX se lo emplea sólo en singular: "El saber es el conocimiento
adquirido mediante el estudio y la experiencia". No hay necesidad de profundizar en la falsa
etimología que lo vincula a scire: de este verbo latino no deriva saber sino ciencia. El saber es,
pues, lo que es sabido, lo que ha sido adquirido, un estado estático y una apropiación
íntima, algo que, se supone, no ha de ser olvidado ni perdido. En el saber hay certidumbre y
carácter definitivo. La proximidad con sabiduría nos recuerda que saber y conciencia de saber
se superponen. Así esta palabra, vieja, de mil años, parece simple, y es su simplicidad
aparente lo que nos interesa.
También las civilizaciones germánicas distinguen entre conocer (kennerí) y
saber (wissen). En lo que respecta al saber, se advierte la misma operación lingüística que en
francés: al anteponerle un artículo, el verbo se convierte en sustantivo (das Wissen). El
agregado de un sufijo cambia su género gramatical y su significado: die Wissenschaft es la
ciencia, entendida como conjunto ordenado que configura una totalidad de conocimiento. Aquí
el origen indoeuropeo de una raíz común, Veid, tiene el significado de percibir, de ver, que
conducirá al reconocimiento o a la percepción de la forma, de la imagen primera de una cosa.
Por fin, la composición de la palabra Wissen dará lugar a la conciencia (Bewusstsein). En
definitiva, es posible señalar dos fuentes del pensamiento europeo sobre el saber: una
relacionada con ver, con forma, con imagen, que lleva al discernimiento (definición primera de
la ciencia), y otra relacionada con la experiencia y la sabiduría.
Sin insistir en la mayor parte de los elementos identificados en los escritos
anteriores,[6] podemos tomar como punto de partida el análisis de Foucault: "A ese conjunto
de elementos, formados de manera regular por una práctica discursiva y que son
indispensables para la constitución de una ciencia, aunque no estén destinados
necesariamente a constituirla, se lo puede llamar saber. Un saber es aquello de lo que se
puede hablar en una práctica discursiva que de este modo resulta determinada: el dominio
constituido por los diferentes objetos que adquirirán o no una condición científica...".[7] Así,
para el autor contemporáneo que más se ha esforzado en promover el concepto, un saber es
una práctica de discurso cuyo efecto es "formar" mediante esa misma práctica, producir, un
conjunto de elementos de discurso a los que se encuentra de manera regular de discurso en
discurso. El saber es el producto de la razón funcional. De un modo más general, se puede
resumir la concepción de Foucault mediante la fórmula lapidaria de G. Deleuze: "La
disposición de lo que una época puede decir (sus enunciados) y ver (sus evidencias)".[8]
Circunscrita de este modo, la noción de saber muestra su utilidad, ya que es posible
distinguirla de otras, en especial de la noción de conocimiento. El conocimiento puede
entenderse de dos maneras: o bien como intimidad, intuición o experiencia del ser, o bien
como proceso intelectual, abstracto, que pone de manifiesto el ejercicio de la razón. Los
saberes son dominios inventariados, catalogados, y el conocimiento representa una cierta
organización de los saberes. Según Morin, el conocimiento conduce a la selección de los
datos pertinentes y al rechazo de los que no lo son; se basa en la selección y la asignación de
un lugar determinado a los datos de acuerdo con un modo de organización dominante que
aplica dos principios: el de la simplificación y el de la separación.[9]
Foucault, por su parte, se refiere a los dos conceptos en unas líneas que escribe a
continuación de la definición que hemos citado: "En lugar de recorrer el eje conciencia-
conocimiento-ciencia (al que no se puede eximir del Índice de la subjetividad), la arqueología
recorre el eje práctica discursiva-saber-ciencia, [...] la arqueología encuentra el punto de
equilibrio de su análisis en el saber, es decir en un dominio en el que necesariamente el sujeto
está situado y es dependiente, sin poder jamás ser considerado titular; [...]". Los
términos '"saber" y "conocimiento" no son sinónimos y así lo confirma el uso que se hace de
ellos; se conoce a una persona, no se la sabe, aunque se puede saber algo sobre ella.
Al hablar de la disposición de los enunciados y las evidencias, G.
Deleuze enfatiza las puestas en forma. Se trata de enlaces en unidades empíricas,
reconocibles y estables, al menos por un tiempo, que nos parecen dotadas de finalidad con
miras a una acción, a un actuar posible. En nuestra opinión, la existencia de un saber depende
de la relación entre una lengua y acciones en el campo de una práctica social determinada.
Por lo tanto, un saber puede considerarse como un sistema simbólico al que se, añaden
reglas de uso. Así como el verbo saber se emplea en relación con las prácticas (recordemos,
por ejemplo, que en la lengua inglesa, que no dispone de un verbo equivalente, no se dice "sé
nadar" sino "puedo nadar"), también el sustantivo está vinculado va sea a prácticas
intelectuales, mentales, ya sea a prácticas de transformación (de la naturaleza, de la materia,
de la sociedad, de las relaciones de los seres humanos entre sí).
Cabe, pues, extraer dos conclusiones: en el uso hay una especie de oposición entre el
conocimiento, que remite a la teoría -a menudo entendida como "contemplación"-, y el saber,
que pone énfasis en las prácticas, tanto del espíritu como de la transformación del mundo; la
segunda conclusión es que hay contigüidad entre los términos "saber" y "poder" (el poder es la
capacidad de modificar el ambiente), contigüidad que tiende a significar que saber es casi
saber hacer, que saber y práctica de saber están íntimamente ligados.
Pero, ¿saber algo es siempre saber hacer algo? Sí.[10] Sin duda se puede distinguir un
saber discursivo y prescriptivo (un saber cómo hacer) de un saber hacer; el primero es una
técnica de discurso, mientras que el segundo es una técnica de transformación de mi relación
con el ambiente. Se puede saber mentalmente cómo nadar y no saber nadar; pero saber
cómo nadar es también un saber hacer, un saber hacer discursivo (enumerar, clasificar rubros,
etcétera), y el saber cómo hacer no es asimilable al saber nadar; en resumidas cuentas, el
saber cómo hacer y no saber hacer puede considerarse como un saber privado de su
realización; también en este caso hay una coincidencia con el uso cotidiano, ya que a quienes
sólo saben cómo hacer se les reprocha que no sepan hacer realmente. El saber decir no
agota su finalidad en sí,[11] sino en su realización. El saber decir está orientado a la posible
transformación de lo real que él permite. Podría decirse que el saber del saber no es, pues, el
saber decir sino la ejecución, el acto, la práctica.
El saber de una práctica es, en conclusión, un saber que no puede prescindir totalmente de
la práctica porque depende de ella en alto grado; sin la práctica perdería su razón de ser. Sin
embargo, este punto es difícil porque no concuerda con la opinión corriente. Si se considera el
saber-cómo-hacer y el saber-hacer como un conjunto, lo que produce confusión es quizás el
hecho de que la división entre las dos realidades se cumple a la vez para cada sujeto y
también socialmente entre los sujetos. El saber decir cómo hacer se convierte en un en-sí y se
opone al saber hacer según la división del trabajo. Lacan hizo hincapié en el pasaje del saber
hacer del esclavo al saber del amo, entre el saber hacer y la episteme. El esclavo es al
principio el saber hacer; la filosofía ha constituido el saber del amo sustrayendo el saber del
esclavo. La episteme ha surgido de una interrogación, de una depuración del saber, ya que el
esclavo sabe sin saberlo, como lo demuestran las preguntas necesarias para que sepa. El
amo priva al esclavo del saber; es extrayendo la esencia del saber hacer del esclavo que el
saber se convierte en saber de amo.[12]
Los saberes dividen y organizan mediante los discursos enunciados de múltiples prácticas
individuales y sociales; por eso es posible hablar tanto de saberes culinarios como de saberes
jurídicos o matemáticos.[13] -
Dos textos servirán para aclarar el tema. A. Juranville,[14] al referirse a la filosofía, analiza
el hecho de saber y destaca que saber es una relación con lo real (lo que hace de la relación
con el saber una relación de relación), que sólo hay que saber si lo real tiene sentido para mí
(lo que distingue al saber de la experiencia), si es una disposición que puede servir, que
puede tener un uso potencial, y si ese saber es válido para todo ser humano. Se da así a
entender, en mi opinión, que hay saber no sólo de la enunciación, sino por qué ésta expresa
un dominio, una relación de la posible transformación del mundo. Si París es la capital de
Francia, yo no transformaré la realidad en el sentido de que lo sea Londres; la transformación
para mí es que puedo trasladarme a la capital de Francia.
La lingüística, si nos atenemos a lo que expresa C. Chauviré,[15] parece coincidir con esta
concepción. Saber es saber observar una regla, en tanto que pensar es encadenar signos, y el
espíritu está colmado por un flujo incesante de signos. No hay en él, por lo tanto, ni presencia
instantánea ni almacenamiento permanente y disponible de saberes. Según Peirce,
comprender es saber dominar una técnica adquirida mediante el aprendizaje; comprender y
saber son capacidades. "Saber una lengua es estar dispuesto a (o ser capaz de) pronunciar la
palabra justa o la frase correcta en él momento oportuno, sin que ello implique la presencia
permanente en el espíritu, de forma actualizada, de la lengua en su totalidad, ni la reducción
de esa disposición o capacidad al conjunto de ejecuciones puntuales exitosas E...]"
(pág. 289). Una facultad mental es, pues, una disposición permanente que puede o no
actualizarse en ejecuciones singulares, concepción cercana a la de Wittgenstein, para quien
las capacidades son "simples hábitos de conducta, reales en el sentido de que las
condicionales que los describen siempre serán verifícadas,, (pág. 299). Para este autor, saber
o comprender son '.también capacidades, esto es, el dominio de una técnica (aprendida).
Saber o pensar no significa tener las cosas presentes en el espíritu; se requiere un acto
cognitivo, es decir, una intencionalidad.
El enfoque de Foucault destaca la contingencia (y tal vez, por lo tanto, la indiferencia
respecto de la verdad) de los saberes: lo que individuos "concretos" enuncian, ven y luego
disponen en las condiciones particulares de una época. He aquí una nueva característica de la
noción de saber; los saberes son producidos en un contexto histórico y social; hacen
referencia a culturas, expresan, muestran modos de socialización y de apropiación. Al
denominar modos de acción en una sociedad, contribuyen a sus contradicciones y sus
conflictos.
Los saberes que designan conjuntos de conocimientos en contextos sociales
contradictorios sólo se organizan en función de normas, de niveles, de lógicas técnicas e
ideológicas. Así, cada cuerpo de saber comprende operaciones mentales, recuerdos, gestos y
actitudes, visiones del mundo, modos de uso, y cada cuerpo "admite" en su seno las mejores
o las peores fracciones de saberes, de saber hacer.
En una sociedad dada los saberes se presentan como diversos y múltiples, pero sobre todo
como rivales: no sólo como diferentes sino como decididamente rivales. Se organizan en
jerarquías que son las jerarquías sociales de quienes los poseen y los practican. Los saberes,
al ser siempre saberes de algunos y no de todos, saberes de algunos individuos, grupos o
clases, dan forma a los conflictos sociales y contribuyen a ellos. Producen y mantienen las
jerarquías (aunque no son sus organizadores básicos); en otras palabras, "reflejan" las
relaciones de dominación. Los conflictos de saberes, los conflictos que giran en tomo a
saberes, son conflictos políticos: quienes poseen saberes dominantes tratan de imponer,
mientras que otros tratan de resistir. Los conflictos de saberes y los conflictos que giran en
tomo a saberes, o sea en tomo a su producción y su adquisición, son conflictos sociales de
saberes sociales.
Resulta así comprensible que la cuestión de los saberes esté unida a la de la legitimidad: si
los saberes son rivales y si se relacionan con las estructuras de dominación de una sociedad
dada, algunos se revisten de legitimidad a expensas de los demás. La legitimidad, operación
del poder dominante (tanto si la operación de legitimidad es confiada a instituciones como si
se encuentra difundida en el cuerpo social por una especie de consenso), discrimina los
saberes. El "proyecto" de todo saber dominante es convertirse en el saber unificador dé los
demás.
Si no hay igualdad entre los saberes, si se despliegan de acuerdo con una jerarquía, si
algunos son más legítimos que otros, es porque a través de la legitimidad y, en resumidas
cuentas, de la sacralización compiten en el terreno de la verdad. Al mismo tiempo, los saberes
se juzgan y son juzgados por su eficacia, ya que saber es saber para actuar. Y la verdad
puede ser relacionada con una operación de eficacia. Verdad y eficacia nos remiten una vez
más a la historicidad de los saberes.
Los saberes, por último, están vinculados a los poderes, a causa, como dijimos, de su
constitución, ya que son lo que permite hacer; pero esta acción posible tiene lugar en
organizaciones sociales de división y de conflicto de poder social: acceder a saberes es
acceder a órdenes y grupos sociales; es hallar un lugar en la sociedad. Por eso, si en las
décadas precedentes pudo decirse que los saberes dan acceso a los poderes, en un sentido
más amplio son las organizaciones de poder las que hacen posibles los saberes: como lo
afirma Foucault, "no hay relación de poder sin constitución relativa de un campo de saber, ni
saber que no presuponga y no constituya al mismo tiempo relaciones de poder".[16]
Los saberes constituidos por su socialización y su legitimidad son denominados en primer
lugar por quienes los producen y los usan; se habla así del saber de las élites y del de los
campesinos. Pero se han hecho grandes esfuerzos, con mayor aporte de reflexión, para
calificarlos, a menudo oponiéndolos entre sí: de este modo, los saberes empíricos se
opondrían a los científicos, los sagrados a los profanos, los colectivos a los individuales, o
también los intuitivos a los explicativos, los implícitos a los explícitos, los técnicos a los
interpretativos. Hasta tal punto parecen múltiples y diversificados que muchos autores
procuran ordenarlos relacionándolos entre sí. Nos referiremos a tres autores que han
intentado hallar un hilo conductor entre todos los saberes.
J. Schlanger distingue siete saberes que, según él, juntos abarcan la totalidad del saber: el
saber perceptivo, el técnico, el ético-político, el estético, el ontológico, el histórico y el
reflexivo.[17] Esta tipología se basa en la distancia creciente entre el individuo y el objeto de
su saber, pero no da cuenta de la naturaleza de los saberes en su realidad social.
J. M. Van der Maren distingue los saberes científicos, a los que siguen los de la ciencia
aplicada (saber del ingeniero), los saberes estratégicos (es decir, los que se utilizan para
tomar decisiones y actuar), los saberes de la praxis (los que enuncian los procedimientos y las
reglas de la práctica), y por último los saberes prácticos propiamente dichos.[18] La línea
seguida aquí es la de la lógica de la producción de los conocimientos en relación con la
transformación de lo real.
En fecha reciente, G. Malglaive ha presentado un análisis semejante pero más
complejo.[19] El autor propone una primera serie de distinciones: los saberes teóricos se
refieren a lo que es; los saberes procesales, que derivan en parte de los anteriores, permiten
crear procedimientos para hacer lo que se desea hacer. G. Malglaive hace hincapié en el
hecho de que, en su opinión, no existen realmente relaciones de aplicación. Los saberes
prácticos, por su parte, proceden directamente de la acción: la práctica inteligente de las
cosas, tan pronto como se sistematiza, se medita, se organiza y se sitúa en un enfoque
teórico. Los saber hacer, finalmente, son actos humanos, disponibles por haber sido
aprendidos y experimentados. Pero a esta distinción, el autor superpone otras dos
clasificaciones: los saberes científicos, los saberes racionales, los saberes pragmáticos, los
saberes mágicos. El saber relativo a un mismo objeto, a una misma situación, puede entonces
presentarse de cuatro maneras: el saber científico establece las leyes universales y se basa
en verificaciones experimentales. El saber racional se basa en la lógica, en las operaciones
formales del pensamiento. El saber pragmático se construye en la acción a los fines de su
eficacia. El saber mágico también se funda en la acción, pero su ineficacia no conduce a la
rectificación, porque propone causalidades externas al objeto. Por último, el autor distingue
diversas modalidades de expresión de esos saberes: el modo conceptual, el retórico, el
figurativo (imágenes, dibujos, etcétera) y el actuado (cuando los saberes se expresan
mediante la acción).
Las distinciones de G. Malglaive me parecen, por ahora, las más completas. Agregaré
solamente que las fronteras entre esos saberes no son herméticas, que cada orden contiene -
o, más bien, necesita-a los demás para producirse y utilizarse. Orientados esencialmente a la
comprensión del acto y de la acción, los saberes, aunque se distinguen por su grado de
realización respecto de lo real y de su transformación, siguen siendo, al fin y al cabo, saberes
para hacer.[20]
Una última cuestión. Hemos hablado de saberes múltiples y plurales que corresponden a
las diversidades que hemos mencionado. Pero, ¿a qué nos estamos refiriendo cuando
hablamos del saber en singular? Se trata, por una parte, de la totalidad de los conocimientos
acumulados de la humanidad, de la totalidad de los enunciados y las capacidades de hacer
cuando están identificados, codificados, almacenados (la totalidad de los saberes disponibles
excluye los saberes olvidados o los saberes perdidos). La Enciclopedia Universalis utiliza el
término en este sentido cuando da el titulo de "el saber" a algunos de sus volúmenes. Aunque
en este caso el saber en cuestión es esencialmente el saber filosófico y científico, es decir un
"cierto" saber. Por otra parte, lo que la noción de saber intenta expresar es algo más que la
simple suma de los saberes: el saber es también la reflexión sobre los saberes, el discurso
sobre esos discursos, que trata de unificar en sí mismo todos los saberes. Ahora bien, el
saber, pensamiento sobre los saberes, representa la búsqueda de la unidad de una época y
una sociedad ya que, como lo recuerda C. Castoriadis, el contenido y el método de producción
del saber son tributarios de la relación singular que mantiene una sociedad con su saber y sus
saberes; por ejemplo, la concepción del saber no tiene en Occidente el mismo contenido ni la
misma orientación que en otras sociedades.[21]
El Saber "singular" es una idea filosófica; es el concepto dominante de una época: en otro
tiempo, la teología; hoy, la ciencia o la ideología. El saber singular se confunde con las
grandes interpretaciones reveladas o laicas, a menos que se anuncie como esperanza de
saber.
Capítulo 2
Los especialistas del Boletín descriptivo del CNRS que hemos consultado son unánimes: la
relación con el saber es una noción** imprecisa, de contornos y condición inciertos, que no
existe ni para el filósofo ni para su vecino, el sociólogo; y aunque "relación con el saber" figura
en la lista de descriptores de las ciencias de la educación, la expresión es difícil de utilizar en
ese contexto.
Ahora bien, la expresión existe, establecida, acuñada; estereotipo o segmento repetido, o
lexia, ni siquiera los lingüistas están muy seguros de la condición o categoría que corresponde
a tales expresiones. Su difusión y el interés que despierta, ¿son entonces producto de la
indeterminación? La buena fortuna que la acompaña, relacionada en parte con el hecho de
que atrae la atención sobre el saber, ¿se debe; a que excita la imaginación? Tal vez se trate
de una "noción hablante", cuyo poder de evocación es mayor porque en apariencia no es
posible dar de ella una definición simple. Pero, ¿de qué habla la expresión "relación con el
saber", qué efecto explica que permite creer que se está nombrando algo, que se hace existir
algo al nombrarlo, o que permite a los interlocutores comunicar al enunciarla? ¿De qué habla
la relación con el saber para que la expresión se consagre, para que se vuelva específica y
diferente de todos los usos cotidianos del término "relación con" referido a un objeto
cualquiera?
La "relación con el saber" parece sugerir una disposición de alguien, no hacia los
conocimientos o los saberes, sino hacia el Saber. Una disposición que implicaría que el
enunciador se refiere, para sí mismo o para otro, a pensamientos, imágenes, conductas o
actitudes identificables y en parte colectivas. Una disposición que implica también una
estabilidad que puede traducirse en fenómenos lo suficientemente repetidos como para ser
observados. Disposición que implica, por fin, una intimidad: intimidad del propio saber,
intimidad con el saber. Como siempre ocurre cuando se trata de una "relación con...", estaría
en juego una especie de comercio amoroso: la relación con el saber designaría entonces el
modo de placer y sufrimiento de cada uno en su relación con el saber. De este modo, la
relación con el saber correspondería a la perspectiva del sujeto: el acceso al saber, la
apropiación, las investiduras y las prácticas deberían entenderse en una economía personal.
La relación con el saber es una expresión que tiene un efecto de objetivación. Así como
decir de una intención que constituye un objetivo bastaría para volverla más real y por lo tanto
más firme, de algún modo más objetiva, decir de un fenómeno que pertenece a la relación con
el saber parecería darle una condición de realidad. Cuando se habla de la relación de otra
persona con el saber o de la propia relación con el saber, cuando se "cree" que hay una
relación con el saber tan estable como ciertas características físicas o mentales, se produce
sin duda un discurso de creencia y de sugestión (autónoma o heterónoma) que intenta
unificar, comprender o explicar lo que atañe a los aprendizajes, los conocimientos y las
múltiples dificultades con que se tropieza.
Pero si la expresión se ha vuelto de uso corriente, no es sólo por su relación con el saber
parece reducir el misterio o lo desconocido explicar la dificultad que representa para cada cual
el conocimiento; es también porque asocia dos términos cargados de historia y de sentido:
"saber" y "relación con".
Y... EL SABER*
El campo léxico del término es en definitiva reducido. La lengua francesa no tiene ningún
sustantivo específico, y el sujeto que sabe no es un sabio. "Saber" es un verbo respecto del
cual el diccionario Littré afirma que tiene por lo menos 27 usos, y hemos tenido que "retorcer"
el verbo para designar algo que "conocimiento(s)" no logra expresar, pese a que a los
anglosajones les resulta suficiente. Son los latinos y los usuarios de las lenguas de oc, y más
tarde los germanos, quienes desarrollaron el "saber".
Para los primeros, saber es tener sabor, tener un gusto agradable; en sentido figurado
llegará a significar tener sabiduría y buen juicio. Su uso como sustantivo comienza en el
siglo IX, y hasta el siglo XIX se lo emplea sólo en singular: "El saber es el conocimiento
adquirido mediante el estudio y la experiencia". No hay necesidad de profundizar en la falsa
etimología que lo vincula a scire: de este verbo latino no deriva saber sino ciencia. El saber es
lo que es sabido, lo que ha sido adquirido, un estado estático y una apropiación íntima, algo
que, se supone, no ha de ser olvidado ni perdido. En el saber hay certidumbre y carácter
definitivo. La proximidad con sabiduría (piénsese en el mosaico de la Sapiencia, en la entrada
del INRP) nos recuerda que saber y conciencia de saber se superponen. así esta palabra,
vieja, de mil años, parece simple, y es su simplicidad aparente lo que aquí importa.
Cuando el saber se convierte en saber hacer y saber vivir, se trata de una habilidad, la
frecuentación de objetos y de personas. Según O. Reboul,[53] el saber remitiría al estudio,
distinto de la habilidad, que es más gestual, más conductual, más física. Por último, cuando el
saber designa un conjunto de conocimientos, a la multitud se la nombra mediante un singular,
como para recordar que el saber, que asocia desde el principio las dos fuentes del
conocimiento -el estudio y la experiencia, no es una suma sino la totalidad organizada.
También las civilizaciones germánicas distinguen entre conocer (kennen) y saber (wissen).
En lo que respecta al saber, se advierte la misma operación lingüística: al anteponerle un
artículo, el verbo se convierte en sustantivo (das Wissen). El agregado de un sufijo cambia su
género gramatical y su significado: die Wissenschaft es la ciencia, entendida como conjunto
ordenado que configura una totalidad de conocimiento. Aquí el origen indoeuropeo de una raíz
común, Veid, tiene el significado de percibir, de ver, que conducirá al reconocimiento o a la
percepción de la forma, de la imagen primera de una cosa. La composición de la
palabra Wissen dará lugar a la conciencia (Bewusstsein).
En definitiva, es posible señalar dos fuentes del pensamiento europeo sobre el saber: una
relacionada con ver, con forma, con imagen, que lleva al discernimiento (definición primera de
la ciencia), y otra relacionada con la experiencia y la sabiduría.
El amplio uso del término "saber" y de sus compuestos, así como los estudios
epistemológicos e históricos a que ha dado lugar en los últimos veinte años, explican sin duda
por qué los autores se han visto obligados a multiplicar las definiciones; han procurado
determinar las posiciones respectivas de varios términos análogos a fin de establecer
distinciones apropiadas. Es pertinente mencionar en especial a M. Foucault, que ha dado un
nuevo status a. la noción de saber y ha hecho de ella el tema central de su obra L'archéologie
du savoir.[54]
Según Foucault,
A ese conjunto de elementos, formados de manera regular por una práctica discursiva y
que son indispensables para la constitución de una ciencia, aunque no estén destinados
necesariamente a constituirla, se lo puede llamar saber. Un saber es aquello de lo que se
puede hablar en una práctica discursiva que de este modo resulta determinada: el dominio
constituido por los diferentes objetos que adquirirán o no una condición científica [...]; un saber
es también el espacio en el que el sujeto puede posicionarse para hablar de los objetos de los
que se ocupa en su discurso [...]; un saber es también el campo de coordinación y
subordinación de los enunciados en el que los conceptos aparecen, se definen, se aplican y
se transforman [...]; por último, un saber se define por las posibilidades de utilización y de
apropiación que ofrece el discurso [...].
Algunas líneas más abajo, el autor añade: "En lugar de recorrer el eje conciencia-
conocimiento-ciencia (al que no se puede eximir del Índice de la subjetividad), la arqueología
recorre el eje práctica discursiva-saber-ciencia" (pág. 239).
Deleuze, al referirse a su libro sobre Foucault, decía el año pasado en una entrevista: "El
saber no es la ciencia ni el conjunto de los conocimientos en el sentido habitual del término.
Con esta añeja palabra, el filósofo designa 'un nuevo concepto': la disposición de lo que una
época puede decir (sus enunciados) y ver (sus evidencias). Foucault, señala Deleuze, jamás
tuvo problemas en lo que se refiere a las relaciones de la ciencia y la literatura o de lo
imaginario y lo científico,, o de lo sabido y lo vivido, porque la concepción del saber
impregnaba y movilizaba todos los umbrales" (Le Monde, 5 junio de 1986, pág. 13). Aunque
en Foucault "prácticas discursivas" es una noción que podría sugerir un vínculo entre saber y
práctica (no discursiva), es también una noción que omite el exa men de ese vínculo, en
particular el de la naturaleza del vínculo entre práctica discursiva y práctica práctica.
El saber, por lo tanto, no puede confundirse con la ciencia ni siquiera cuando, como en el
caso de R. Thom,[55] se tiene de ésta una concepción amplia: "es 'científica' toda elaboración
teórica de un campo de fenómenos que reduce la arbitrariedad de la descripción, siempre que
esa elaboración recurra a procedimientos lo suficientemente formalizados para ser admitidos
como legítimos por el consenso colectivo". Sin duda la mayor dificultad es la que plantea la
proximidad con la noción de conocimiento. Puesto que, si por conocimiento se entiende
familiaridad, intuición, sensibilidad, el saber es entonces más intelectual, más conceptual, y
designa un cuerpo de enunciados; y el conocimiento, si se opone a la acción, designa toda la
producción intelectual. Cuando los saberes remiten al saber hacer y a la experiencia, el
conocimiento, en sentido subjetivo, permanecería unido al ejercicio del pensamiento, a la
representación por medio de ideas del objeto y de lo real. Desde otro punto de vista, si los
saberes de un sujeto o de una sociedad pueden entenderse como el conjunto de los saberes
almacenados, los conocimientos, por su parte, sólo designarían los saberes específicos, en
especial los que se aprenden en la escuela o mediante el estudio. Se justifica entonces que
haya diferencias en el uso de saber(es) y conocimiento(s).
La falta de referencias al saber, ¿es un reflejo de la dificultad para situarlo? El examen, en
el Boletín descriptivo del CNRS, de las listas de conceptos filosóficos, pedagógicos
(desde 1969) y de ciencias de la educación (desde 1970) muestra que el término es poco
usado: no hay ninguna mención entre 1956 y 1961 (salvo en la referencia a una obra traducida
del español); la filosofía lo emplea desde 1962, pero, en compensación, es desconocido para
la sociología y la etnología; en la sección destinada a la pedagogía figura, por excepción,
en 1965, en la referencia correspondiente a un artículo extranjero, y no vuelve a aparecer
hasta 1972. El viejo vocablo "saber" es sin duda un concepto joven pero en plena expansión:
así lo prueban su empleo en los títulos de artículos y libros recientes y el hecho de que haya
sido incluido -por primera vez- en el texto de una ley: la de enseñanza superior de 1984, en la
que se habla de "tender a la objetividad del saber". En suma, se atribuyen al saber cuatro
características: -el saber se halla próximo al saber hacer porque sólo existe realmente a través
de la acción que él hace posible: lo que importa no es su almacenamiento sino su puesta en
práctica (las teorías cognitivas contemporáneas demuestran que el saber se aprende
mediante la acción y la actividad mental);
-los saber hacer son siempre hablados, y se despliegan en una realidad social y cultural; se
convierten así en prácticas sociales de saberes, que son a su vez fuente de prácticas sociales
de producción de bienes y de símbolos;
-las prácticas sociales de saberes implican la conciencia de sí mismas: el saber implica una
conciencia de saber;
-las prácticas sociales y habladas de saberes se ejercen siempre en interacción, incluso
colectivamente. La función organizadora de la realidad social es pues esencial, incluida la del
imaginario social que, en lo que respecta al saber, se expresa en particular en el mito de una
totalidad unificada de los saberes. Esto es lo que recuerda la historia lacaniana de \a "relación
con el saber" asociada al "sujeto supuesto saber": la dimensión fantaseada que contiene el
saber se deposita como una totalidad existente en el Libro, el Sabio o el Analista. Recomenzar
desde el psicoanálisis es pues indispensable, ya que fue éste el que introdujo, con Freud, la
pregunta fundamental: "¿Qué es lo que nos impulsa a saber?".
EL PROCESO CREADOR
Para un sujeto (individual o colectivo), la "relación con el saber" está vinculada a la
necesidad de analizar su situación, su posición, su práctica y su historia, a fin de darle su
sentido propio. La "relación con el saber" se convierte entonces en la creación permanente de
saber sobre sí mismo y sobre lo real; se convierte en un proceso creador de saber, mediante
el cual un sujeto integra todos los saberes disponibles y posibles de la época. Todos esos
saberes disponibles, bajo la forma de discursos denotativos y de conocimiento, o prescriptivos
y de acciones, esos saberes técnicos o prácticos,, esos saber hacer o esos saberes de
pensamiento tienen en común, pese a todas sus diferencias, el hecho de ser exteriores para
un sujeto, es decir, de ser algo dado (posible), algo sabido. El proceso creador requiere la
integración de los saberes exteriores, que son su materia prima. El proceso creador necesario
para cada sujeto tiene una característica fundamental: es singular (único), y por lo tanto no
reproducible. Único: cada proceso creador difiere de los demás por la amplitud de los saberes
disponibles y por la manera diferenciada de utilizarlos; pero cualesquiera que sean los
saberes, cualesquiera que sean los medios empleados para asimilarlos, interrogarlos o
utilizarlos, el sujeto "pasa" por la época propia de su creación. Es la época de su orientación lo
que justifica a sus ojos lo que hace y lo que es. No reproducible, porque el proceso creador
como tal no se acumula; lo que puede transmitirse es el resultado, no el movimiento, incluso si
éste es repetitivo.
Por definición ese saber no es reproducible ni transmisible: si al manifestarse se arriesga a
intentarlo, recordamos que la experiencia ajena no nos aprovecha. No es transmisible porque,
al decirse, y ese saber adquiere la apariencia de un saber exterior, o sea, de un ya sabido
objetivado; se comprende entonces quizá la prevalencia de saber exterior sobre "el otro
saber", puesto que de algún modo el saber exterior es hablado y observable; la humanidad se
ha construido con todos esos saberes exteriores, olvidadiza del proceso de producción; es la
historia de los resultados de los Autores (y las revistas se preguntan "¿cómo hicieron?"); es la
historia científica y literaria de los "vencedores" y de algunos, y si a alguien se le ocurre imitar,
no es lo mismo. Los saberes son como los monumentos: riquezas de ricos.
No es posible apropiarse de la experiencia de los demás, de sus vivencias. Sólo se
conocen las respuestas que quieren darnos, incluso si se descubren en ellas respuestas
ocultas a sus ojos. Cada cual tiene todo un saber conocido por él, efímero, indecible, no
transmitido. El proceso creador de saber del conjunto de la población del mundo, pasado y
presente, constituye la humanidad del saber oculto. A cada instante, con cada muerte, se
sepultan en las tumbas, junto con las parcelas de libertad de cada uno, las experiencias no
cuantificadas y sin historia de las generaciones.
Si yo explico, si doy cuenta, estoy en lo Sabido. Dar cuenta al prójimo es una formación del
análisis. Y si yo "me" doy cuenta a mí mismo, si me rindo cuentas, me desdoblo para
hablarme; soy dos, y uno "enseña" al otro. Así, cuando me hablo del máximo de rigor y de
subjetividad, caigo en contradicción, pero para mí mismo realizo una creación; en cambio,
cuando una persona o un grupo transmiten, enseñan su Sabido, transforman la creación en
sabido, anteponiendo su narcisismo en perjuicio del actuar.
Si me convierto en objeto, incluso de mí mismo, no puedo" evitar la manipulación, y todas
las ciencias humanas caen en la trampa. Tan pronto como el saber se hace explícito, se
razona, se convierte. en sabido, pierde algo, se reduce, puesto que toda creación no puede
convertirse en sabido. La destrucción por reducción de la crea-, ción es esencial: en ella cada
uno "olvida" la existencia de la creación y todo lo que podría ser delimitado en el resto de la
sustracción entre creación y sabido.
Lo que cuenta es íntegramente la relación del proceso creador de saber con lo sabido, y no
sólo lo sabido, de lo que se obtendrían respuestas o soluciones. Cada cual produce, tiene
igual necesidad de producción, es decir, necesidad de producir, y la relación proceso, sabido
se convierte a la vez en proceso creador y en sabido. Supongamos que fundamentamos que
la relación no es cerrada, circular, sino que en determinadas condiciones produce un proceso
primario, permitiendo el acceso a un sabido primario, etcétera. El problema es entonces el de
la apropiación de los saberes creados. Piaget concibió la idea de que el conocimiento no está
predeterminado por la herencia ni por las cosas que nos rodean, ya que al apoderarse de lo
que lo rodea el sujeto siempre agrega algo suyo. Lo nuevo procede de la autorregulación en
cada etapa sucesiva. Los procesos del conocimiento aparecen entonces como resultado de la
autorregulación general cuyos mecanismos esenciales reflejan.
La idea de autorregulación no armoniza con la dinámica histórica de la personalidad,
dinámica conflictiva y precisamente sin certidumbre, a priori, de que el proceso se autorregule.
El proceso de creación difiere del proceso de conocimiento en que el primero se deja influir
por el inconsciente para no volverse objeto, lo que es siempre la primera etapa de la
reificación del prójimo. La "relación con el saber" es un movimiento de totalización singular que
integra fracciones de saber exterior, no para revelar algo oculto, secreto o silenciado en la
naturaleza o en la historia, sino para crear historia, no para reconstruir el pasado como los
arqueólogos, sino sólo para demoler y reconstruir. Así la razón se libera del mito en un nuevo
mito.
¿Cómo evoluciona la relación entre el proceso creador de saber y lo Sabido, es decir, la
"relación con el saber" con lo Sabido? Se trata de una fracción cuyo denominador aumenta
para todo sujeto; por lógica, el resultado debería disminuir. Ahora bien, la experiencia
demuestra que no es así, como se puede observar claramente en el caso de la educación y la
escuela: el tiempo que se necesita para acceder al más alto grado de un Sabido dado no es
hoy mayor que hace 2000 años. Lo cual significa, por una parte, que en realidad muchos
saberes se pierden y que por consiguiente el denominador no aumenta tanto como podría
suponerse; por otra parte, el proceso creador no es un dato fijo, genético, sino que evoluciona;
la capacidad de creación aumenta juntamente con los saberes. Podría incluso sostenerse que
globalmente ese proceso creador, tanto para un sujeto como para la humanidad, aún le lleva
ventaja al saber. En consecuencia, la relación entre el proceso creador de saber y los saberes
va en aumento: es el único medio de comprender la evolución de la conciencia individual y
colectiva.
Se creía que el saber era en sí mismo liberador. El saber, incluso el saber científico, puede
dar origen a creencias. Los elementos de conocimiento, sean cuales fueren, no contienen en
sí mismos la intencionalidad liberadora. Pero la creencia en la liberación por medio del saber
es difícil de extirpar. Se creía, y se cree aún, en los saberes de verdad sabidos, en el efecto de
esos saberes sobre las personas y las sociedades. De ahí las alabanzas que se prodigan a
tos pedagogos y a los grandes programas internacionales de educación para los países
subdesarrollados.
A partir del momento en que se advirtió con más claridad que la sedimentación de los
saberes no era suficiente, o mejor aún, que la adquisición no progresaba por acumulación sino
por reorganizaciones sucesivas, fue más fácil reconocer el efecto liberador, no de lo Sabido,
sino del proceso. Pero esto implica reconocer lo inagotable: tanto en el caso de los individuos
como en el de las sociedades, esa relación no es previsible, finita, controlable. Esa relación
puede proveer a su propia renovación, es en parte imaginaria, lo que no cesa de asustar a los
tecnócratas de las conciencias y las conductas. El proceso es siempre la historia venidera,
razón por la cual no se lo puede encadenar. Cabe decir entonces que, para un sujeto, el
espacio entre el hacer y el decir, entre el decir y el inconsciente, entre el hacer y el
inconsciente, nunca está colmado; el espacio, por definición, no es consciente.
La elaboración realizada por el individuo es la que caracteriza a la libertad de acción:
competencia de lo que yo sé, he aquí lo que pienso y lo que hago. El valor intrínseco de lo que
"yo pienso" no es el punto. Quizás un interlocutor juzgue que se trata de un "yo" alienado, de
un falso duplicado, por otra parte. Lo importante es que cada cual diga "yo" y que pueda
decirlo sabiendo lo que sabe. "Si yo tuviera veinte años y supiera lo que sé": deseo explícito
de fundar toda vida sobre un saber mayor, asimilado aquí a la experiencia, ese acervo
intransmisible por excelencia. Las cosas que sé no son elementos reificados y divisibles; son
superficies de memoria, olores, afectos, sensaciones que se pierden irremisiblemente cada
vez que alguien muere. Surgen ficciones de sociedades de dominio que serían sociedades de
memoria absoluta. Ahora bien, lo humano muere por ausencia de informaciones, pero también
moriría por imposibilidad de olvido.
La "relación con el saber" deviene entonces capacidad de elucidación y de conciencia en la
que el deseo de saber es deseo de liberación. Ahora bien, ese deseo es también, y quizás
esencialmente, de adaptación, incluso si para adaptarse es necesario cambiar lo real. La
elucidación es conservadora: se trata de mantener, con un mínimo de esfuerzo, la situación
propia y del mundo en lo que tiene de tolerable. Hay" por lo menos dos modos de tomar
conciencia de algo. Uno es el del resultado previsto, conocido con anticipación por uno mismo
y por los demás: dejar de beber o de fumar en el caso de un intoxicado, adherir a un partido
en el caso de alguien que es "adoctrinado" por un militante. El otro modo es desconocido, en
su proceso y en su resultado; es imprevisible; la toma de conciencia no tiene consumación
posible; descubrimiento, hecho por un individuo o un grupo, de un sentido, de una adecuación
entre lo vivido y lo concebido, de una nueva posibilidad de actuar; juego de la lógica y lo
imaginario que cambia con la historia del conjunto y de cada cual, aun cuando los sociólogos
puedan hacer su historia estructural, que es la de los condicionamientos y los límites.
"Donde está ello, yo debo devenir." Tal es la proposición freudiana que Lacan siempre
prefirió traducir por "Donde ello estaba, yo, como sujeto, debo devenir". Puede entenderse que
la región del inconsciente relacionada con la represión es accesible, mientras que la otra
región, la del magma de las energías fundamentales y de las pulsiones en estado naciente,
permanece desconocida; de este modo la "relación con el saber" se originaría en la represión,
sería el pasaje de la represión al juicio, el cual implica, como conciencia racional, una
conciencia dialógica y por lo tanto relacional. Pero no hay desenlace de esta obra de
conciencia porque no hay ninguna razón para terminar de preguntarse por qué yo pienso lo
que pienso; como lo destaca E. Morin, saber pensar significa indisociablemente saber pensar
el propio pensamiento. Es la pregunta directa o indirecta que persiste a lo largo de toda la
vida: para integrar el conjunto de la propia situación, en dirección al reconocimiento del grado
de libertad y de restricción, el ajuste para reconocerse y ser reconocido, amarse, ser amado y
amar. P. Bourdieu estaría en lo cierto al decir, si no limitara su afirmación a los especialistas
en ciencia social, que se trata de "contribuir a definir el 'utopismo racional’, capaz de valerse
del conocimiento de lo probable para hacer que suceda lo posible" (Le Monde, domingo 4 de
mayo de 1980, p. 17).
El proceso creador de saber es una necesidad para todo sujeto individual, y colectivo;
nadie puede eximirlo de ese trabajo, aunque muchos obreros del pensamiento de los demás
quieran hacerlo por él. ¿Cómo se realiza, en el caso de un sujeto, ese trabajo de proceso
creador de saber? Cada cual, a partir de las modalidades y los códigos que conoce, es llevado
a relacionar cada elemento a una totalidad (elemento vivencial o elemento de saber exterior),
relación que puede entrar en conflicto con las realidades anteriores del sujeto o relación que
tiende a la adaptación. El sujeto toma conciencia de su acción y de sus sentimientos,
interpreta los factores determinantes objetivos y afectivos del medio y, teniendo en cuenta su
percepción de lo real, e incluyendo por consiguiente su lugar y su posición, determina su
acción.
Puede comprenderse así la idea según la cual el sentido se construye en la autorreferencia
del saber, ya que el proceso creador se modifica, más en sus modalidades que en su origen, a
través de la confrontación con saberes exteriores. Al poner énfasis en el proceso creador se
intenta eludir la imposición incluida en la noción directa de "relación con el saber": un estado
para el sujeto, estado que se le impondría a través de numerosas determinaciones en las
cuales perdería la condición de sujeto de su historia. Aun si no "sabe" toda la historia que
hace, el sujeto conserva una conciencia -esencial, puesto que es la suya- del sentido de su
historia. Cada sujeto está obligado a elaborar un saber constituido, sea éste verdadero o falso,
instrumental o moral; el sujeto está obligado a hacer inteligible a sus ojos lo que él percibe.
La "relación con el saber", proceso de creador de saber para un sujeto-autor (por sí solo, el
término "sujeto" es ambiguo, a causa de su doble connotación: sujeto como "yo" [Je], y sujeto,
en estado de sujeción) que elabora todos los saberes disponibles, es un proceso que todos
necesitan para actuar y pensar. Ningún sujeto-autor puede prescindir de una cosa ni de la
otra.
Actuar
Actuar, acción, acto: de lo que se trata es del poder de cada cual sobre el medio. Los
saberes bajo la forma de saber hacer son operadores mentales cuya finalidad es modificar el
medio; en este sentido, todo proceso de saber es un proceso de transformación; tanto si esos
saberes se emplean directamente como si requieren una cadena de saberes intermedios, su
destino son las técnicas y las prácticas. El sujeto, por lo tanto, actúa siempre por intermedio de
saberes; la actividad motriz no basta: es necesario volver inteligibles los modos de hacer,
hallar las reglas que rigen las actividades, y finalmente justificar estas últimas. La creación de
saber para el propio actuar es lo contrario de las metodologías problemáticas, técnicas, a
priori, de una racionalidad demasiado unívoca; de igual modo que es, por el contrario,
necesidad absoluta de los facilitadores externos o los mediadores titulados, incluso cuando
éstos hacen un gran esfuerzo por cambiar. La creación de saber para el propio actuar,
movimiento y proceso, es, para un individuo, obligatoria, reactiva, a partir de los hechos y los
afectos que experimenta (la naturaleza y el grado de ese proceso son tema de discusión). Es
más importante que cualquier pedagogía, directa o encubierta. El niño crea, desde una época
muy temprana de su vida, un sentido de sus sensaciones: la fantasía es una interpretación. El
acto por medio de los saberes es lo que conduce al poder sobre el medio; en los últimos
veinte años las relaciones entre saber y poder han sido objeto de muchas investigaciones; sea
que el primero abra la puerta al segundo, o que el segundo cree y autorice al primero, como lo
expresaron las indagaciones posteriores a los acontecimientos de 1968. Es necesario, no
obstante, mencionar el concepto principal de G. Mendel,[68] el del Acto-poder, es decir, el del
vínculo orgánico entre el acto y el poder sobre el medio que ese acto provoca. Pero el acto
humano nunca está aislado; no sólo se adecua a la cultura histórica (códigos y modos de
obrar) sino que se desarrolla en una organización social: un grupo familiar y más tarde un
grupo social; es mérito de este autor el haber podido vincular el acto-poder individual con su
dimensión colectiva institucional. . Las empresas de saberes son finalmente colectivas: a la
asimilación individual se agrega la acumulación de los saberes sociales disponibles, como
también la suma de los actos individuales tomados en la organización institucional. Así, el
proceso creador de Saber no debe considerarse sólo como proceso individual sino también,
íntegramente, como proceso colectivo, al menos como proceso grupal. En un comienzo el
grupo familiar, que construye su propio proceso creador de saber; luego los grupos de
pertenencia de cada individuo (habría que estudiar cómo se organizan en cada grupo las
distribuciones entre sujetos que representan el saber y sujetos que representan el no saber).
Saberes de los grupos, saberes de las instituciones, como saberes sabidos, saberes siempre
en proceso de constitución, en relación directa con la producción intencionada de la
institución: también la vida institucional integra las necesidades, los intereses de saber para
actuar. Entre el movimiento colectivo y social y la dinámica psíquica individual es imposible
eludir los microcosmos de los grupos, intermediarios obligados de lo humano. O mejor aún,
¿acaso no definió Freud al individuo como un grupo interiorizado? Cuál es el pensar de un
grupo, cuál es su proceso de creación de saber, son sin duda las nuevas e importantes
preguntas que se formularán en los años venideros.
A estos movimientos de creaciones de saberes se opone, social-mente, la organización de
los oficios y las funciones (y las máquinas) de saberes para hacer actuar. Desde el
siglo XVIII por lo menos se piensa que la vida psíquica, económica y política debe ser
"científica" o esclarecida por la ciencia; en este sentido, es posible que las revoluciones
socialistas hayan representado el apogeo de la política basada en el saber de los expertos,
desde Lenin hasta Mao Tse-tung. Sin embargo no faltaron advertencias, incluso en el
movimiento obrero, y el libro de J. W. Makhaiski[69] sigue siendo, por su fecha (1905), un
monumento de excepcional lucidez que denuncia el socialismo de los intelectuales. Se
comprende, en consecuencia, que al no haberse situado el proceso de creación de saber de
cada autor individual o colectivo, se hayan producido, en los últimos veinte años, tantos
debates en torno a los científicos y los intelectuales.