Está en la página 1de 1

Reivindicar el bien común implica, en primer lugar, reconocer la concepción de la

persona como ser social. Si entendemos el bien común como el conjunto de condiciones
sociales que permiten el desarrollo de los ciudadanos acorde a la dignidad humana, es sólo
porque entendemos primero que las personas necesitan y están diseñadas para la
cooperación social. No es posible la autorrealización personal sin la participación activa en
comunidades diversas. En segundo lugar, esta realidad exige colaboración entre ciudadanos
y asociaciones para su mejor despliegue, porque toda vida compartida conlleva también
dificultades y tensiones. Los problemas de distribución de recursos y oportunidades; de
cargas, bienes y responsabilidades son parte de esas tensiones y se deben abordar
conjuntamente, en la medida en que contribuyen a la plenitud de cada persona. Si se quiere,
esta exigencia recíproca se le puede denominar la exigencia por la justicia social, que no es
otra cosa que garantizar el derecho al bien común, objetivo que solo puede alcanzarse con la
cooperación de todos, constituyendo un deber.
Lo anterior plantea un modo de entender la sociedad distinto a la utopía liberal en
Hayek: no se trata únicamente de un conjunto de individuos aislados a los que no queda más
remedio que convivir para satisfacer fines individuales –no habría sólo mercado–, sino la
comunidad de personas que buscan un bien común a todos.
Sin duda que el reconocimiento de ciertos fines comunes a todas las culturas en
sociedades pluralistas para una verdadera cohesión social implica un gran desafío. Mal que
mal ¿Qué entendemos por una vida acorde a una vida digna? En este punto, hay que
reconocer el aporte de Martha Nussbaum que, basado en el enfoque de las capacidades del
premio Nobel de economía Amartya Sen, ha dado con una lista de diez capacidades mínimas
consideradas requisitos básicos para una vida digna entre las cuales se encuentran la salud
física, la razón práctica, mantener relaciones afectivas, la afiliación y otras capacidades más.
El problema del liberalismo hayekiano es que se niega a priori reconocer fines sociales
explícitos, sino que sólo intereses particulares. Sin fines comunes, el aspecto normativo de la
economía se reduce a fomentar la coordinación de acciones individuales, una situación que
es precaria, ya que los objetivos en común son necesarios para el mismo cumplimiento
coordinado de los fines particulares. Por este motivo, la corriente económica dominante está
asociada a una absolutización del mercado, como el único y gran medio de coordinar esos
intereses.

También podría gustarte