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En una pequeña ciudad, vivió hace mucho tiempo un joven sastrecillo que trabajaba

todos los días cosiendo y remendando ropas con sus habilidosas manos. Cierta mañana,
cansado de tanto laborar, el sastrecillo decidió comprar un poco de mermelada para
comer con pan, y cuando recién se disponía a dar el primer bocado, aparecieron desde
la ventana una docena de moscas que pretendían compartir con el sastrecillo aquel pan
con mermelada tan suculento.
Maldiciendo y lamentándose, el joven comenzó a espantar a sus molestos visitantes,
pero al ver que toda acción era en vano, se dispuso a eliminarlas con un paño mojado
de la cocina. Tras dar un golpe seco y rápido sobre la mesa, el sastrecillo pudo ver que
había logrado matar a siete moscas, por lo que, orgulloso de sí mismo, decidió bordarse
sobre el cinturón un cartel bien grande en el que se leía: “SIETE DE UN GOLPE”.
Sin pensarlo dos veces, el sastrecillo abandonó la comodidad de su casa para pasearse
por toda la ciudad con su cinturón bordado, no sin antes llevar consigo un trozo viejo de
queso blanco y su mascota preferida: un pájaro.
De esta manera, anduvo el sastrecillo durante horas por toda la ciudad, y tanto dieron
sus piernas, que llegó hasta lo más alto de una montaña, donde reposaba
tranquilamente un temible gigante. “Hola, amigo mío” – le dijo el sastrecillo que parecía
un granito de sal al lado de semejante criatura.
“No me molestes, enano. ¿No ves que estoy a mitad de mi siesta?”, dijo el gigante con
desprecio, pero al ver el cinturón del sastrecillo en el que se leía “SIETE DE UN GOLPE”,
la enorme criatura pensó que en realidad, aquel jovenzuelo había eliminado a siete
caballeros, así que decidió ponerlo a prueba.
Con sus imponentes manos, el gigante tomó una roca del suelo y la exprimió entre sus
manos. “¿Acaso eres tan fuerte como yo?” – le preguntó el gigante al sastrecillo entre
risas burlones, pero este decidió seguirle el juego y rápidamente sacó el pedazo de
queso blanco de su bolsillo y lo apretó con todas sus fuerzas hasta desmoronarlo.
Asombrado de tanta fuerza, el gigante quiso probar una vez más a aquel valiente joven,
y tomando una piedra entre sus manos la lanzó tan alto que terminó perdiéndose en las
nubes. “Ahora inténtalo tú, enano”, le dijo el gigante al sastrecillo mirándolo con
desprecio, pero este no se dejó intimidar, y tomando de su bolsillo al pájaro que tenía
por mascota, lo lanzó con todas las fuerzas de sus brazos hasta que el animal se perdió
volando en el horizonte.
Enfurecido y malhumorado, el gigante se marchó del lugar, sin dejar de reconocer que
en verdad, aquel hombre menudo le había ganado en materia de fuerza. Contento por
aquella hazaña, el sastrecillo valiente se dispuso a continuar su travesía, y tras un largo
caminar, arribó al palacio de un lejano reino.
En aquel lugar, vivía un viejo rey con su hija, una hermosa princesa. Al verla, el
jovenzuelo no pudo ocultar su amor, y tan pronto se lo permitieron corrió a encontrarse
con el rey para pedirle la mano de su hija.
“Valiente caballero, si estás dispuesto a casarte con mi hija, deberás probar tu valentía.
En el bosque habita un malvado gigante que destruye las cosechas y asusta a los
campesinos. Acaba con él y te prometeré a mi hija, la princesa”. Tan pronto terminó de
hablar el rey, el sastrecillo salió a toda velocidad por el mismo camino que había
transitado, y al cabo de unas horas, encontró por fin al gigante, tumbado a la sombra de
varios árboles.
“Eh tú, grandulón, he pensado que esta tierra es demasiado grande para que podamos
compartirla. Uno de los dos tiene que irse”, dijo el sastrecillo alzando su voz en lo alto.
Al verlo, el gigante se llenó de furia, pero le pidió al sastrecillo que pasara una noche en
su cueva, y si lograba sobrevivir, entonces aceptaría finalmente la derrota y se marcharía
de aquellas tierras.
Sin preocuparse demasiado, el jovenzuelo acordó el trato y se marchó con el gigante a
una cueva enorme en las afueras del bosque. Tan pronto arribaron al lugar, el gigante le
ofreció su cama al sastrecillo, pero como hacía tanto frío y la cama era tan grande, el
pobre hombre pensó que sería mejor acurrucarse en una de las esquinas, y así lo hizo.
En el medio de la noche, el gigante se acercó sigilosamente a la cama del sastrecillo,
levantó el tronco de un grueso árbol y lo dejó caer con furia sobre el centro de la cama
una, dos y tres veces. Sin embargo, a la mañana siguiente, el sastrecillo se levantó con
toda tranquilidad y al verlo, el gigante se puso blanco como un papel. Sin decir media
palabra, la enorme criatura salió disparada a toda velocidad, y nunca más se le ocurrió
regresar a aquellas tierras.
De regreso al palacio, el sastrecillo pudo contar la noticia al rey, quien no dudó un
instante en casar a aquel valiente jovenzuelo con la princesa para que vivieran muy
felices por el resto de sus vidas.
El sastrecillo valiente

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