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Sábado Santo – Pascua 2010

Marta, Magdalena, Juan, María…nos cuentan:

Jerusalén, 24 horas después. Ha sido una larga noche, su


gente más cercana siguen bajo el impacto de todo lo vivido,
hay cansancio, derrotismo y gestos de sufrimiento en sus
caras...

Marta: Cálmate, cálmate.

Magdalena estalla ahora en un llanto histérico de chiquilla,


mientras su hermana la calma, apretándola contra sí,
mimándola, besándola.

Vamos, vamos, ya pasó, ya pasó. No puedes seguir siendo


una niña, hay que olvidar ¿comprendes?

Magdalena: ¡Olvidar...! daría la vida por poder olvidar.

Marta: Y, sin embargo, es necesario. Llevas 24 horas ahí,


inmóvil, sin comer, sin dormir. No puedes seguir así.
¿Comprendes? Los muertos están muertos.

Magdalena: También yo estoy muerta.

Marta: No María, tú estás viva. Y tienes que vivir.

Magdalena: ¡Vivir...!

Marta: Sí, Vivir, vivir. Y dejar que los sueños se alejen.

Magdalena: Me gustaría que todo hubiera sido un sueño.

Marta: ¡ha sido un sueño! ¡Las cosas absurdas son sueños!


¡Todo lo que no entra en nuestra cabeza es un sueño!
Juan, que ha estado escuchando, se acerca y dice
suavemente:

Juan: ¿También tu hermano Lázaro es un sueño?

Un amor apasionado 1
Sábado Santo – Pascua 2010
Marta: Sí, un sueño. Un sueño que muriera y un sueño que
resucitara. Todo lo que ha ocurrido en esta casa en los
últimos meses ha sido un sueño.

Magdalena: ¡Un hermoso sueño!

Marta: ¡Un horrible sueño!

Juan: ¿Por qué os queréis engañar ahora? Le hemos visto y


tocado. Tú también Marta, ¿ya no te acuerdas cuando venía
a tu casa y la llenaba de alegría, de risas y de amistad? ¿No
te acuerdas cómo escuchaba tus cosas? ¿Se te olvida
cuando decías que como él nadie se había interesado por ti?
Tú le has visto y le has tocado. Él no era un sueño.

Marta: Hemos visto y tocado a “alguien”, pero no sabemos


a quién hemos visto ni a quién hemos tocado.

Juan: Y...¿por qué no le podamos entender, Él no ha


existido? ¿Es posible que un amor tan grande haya
terminado? No, no es posible, yo lo he visto porque dentro
de mí, sigue vive su mirada, sigo oyendo sus palabras:
sígueme, ven conmigo, te amo, levántate, confía...Sigue en
mí grabada su imagen acercándose a los despreciados, los
impuros, los niños, a los viejos, sanando a los leprosos,
animando a los desesperados. Y también está viva su voz
que gritaba la verdad, que a todos nos ponía en nuestra
verdad... ¿Cómo olvidar su valentía que denunciaba y
echaba por tierra la mentira, la hipocresía, ¿Qué realmente
anidaba en el fondo de todos nosotros? No, no es posible.
No es posible que un amor tan grande haya terminado. Yo
he conocido el Amor y ahora sólo me queda esperarlo.

Y vosotros, ¿Por qué no os atrevéis a esperar?

Magdalena, como si le hubieran tocado un resorte, salta al


oír esa palabra y dice gritando:

Magdalena: ¡Esperar! ¡No, no más esperar! ¡No más esa


maldita palabra! Esperar...Hemos esperado tanto que,

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mientras esperábamos, se nos marchó la vida. Eso le perdió
a él y me ha perdido a mí: las grandes palabras, las
horribles grandes palabras. Iba a salvar el mundo; Dios era
su Padre; contaba con legiones de ángeles...!Mentiras!
¡Todo una sarta de mentiras! ¿Qué se hizo ahora de su
famosa salvación? ¿para qué le sirvieron sus legiones de
ángeles? Él está muerto, ¡muerto! Y...los dos hemos perdido
nuestras vidas. Yo pude quererle y él pudo quererme. Pero,
no: él tenía que “salvar”. ¿Salvar, qué? ¿Esta porquería que
los hombres somos? Sí, ahora se bien que toda la culpa fue
mía. Un año siguiéndole, sin atreverme nunca a decirle mi
amor, un amor que él mismo provocó al mirarme sin
condena con un cariño que nada sabía de precios, ni
cálculos, un amor que me transformó y que me hizo seguirle
a todos lados pero siempre de lejos , como si al tocar la orla
de su manto hubiera podido carbonizarme. Verle me
paralizaba. Un millón de veces tuve en la boca la palabra “te
amo” y un millón de veces se me congeló sin acabar de salir
de los labios. “Él no es un hombre”, pensaba; “No puedes
quererle como a un hombre. Estás loca, estás loca”. Y sí,
estaba loca, tuve que estar muy loca para dejarle perderse y
para dejar que nuestro amor se perdiera. Esta es la verdad:
Toda la culpa fue mía. Yo debí retenerle, convencerle.

María, que hasta aquel momento oía como ausente,


tragándose las lágrimas, rompió a llorar como un río que se
desborda. Se inclinaba hasta tocar el suelo con la frente,
con las manos cubriéndose el rostro.

María: ¿por qué Dios mío? Él era bueno...No tenía que


haber muerto...Yo lo necesitaba...Los pobres de este país lo
necesitaban...¿Por qué, por qué? No merecía una muerte
tan horrible. ¿Por qué ganaron ellos?

Conocía la noche de la fe, pero nunca creí que fuera tan


profunda. Ni una sola ventana con luz, sólo creer, esperar,
cerrar los ojos, entrar en la cuesta arriba. Sí, ayer cuando la
losa cayó tras su cuerpo, nada de ángeles, nada de voces
del Padre. Sólo la noche y el sonar de los latigazos en los

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oídos, y las carcajadas, y las blasfemias y las risas, y el
golpe final de la piedra, cerrándose.
¡Qué lejos ahora lo de Belén y aún las pequeñas angustias
de Nazaret cuando él se alejaba! Entonces, ¿Es esto ser una
madre? En la noche no hay nada. Sólo la noche. Y la certeza
de que el sol está al fondo y volverá mañana.
Pero,¿por qué se ha de salvar siempre con sangre? ¿Es que
son tan hondos los pecados de los hombres que sólo pueden
borrarse con manos y frentes desgarradas? No, no le
hubierais reconocido ayer si le hubieseis visto subir por la
pendiente. Las madres sí; olemos a los hijos desde miles de
kilómetros, porque no es verdad que salgan nunca de
nosotros. Están fuera, caminan, lloran, triunfan, viven, pero
no es verdad, siguen estando dentro. Ayer el Calvario
estaba más en mi seno que en Jerusalén, clavaban dentro,
martilleaban dentro.
Por eso no hubo nadie junto a él. Todos estaban sin estar. Y
hasta el Padre se fue y nos dejó solos. Pero hubo algo más
horrible todavía, algo que no he logrado entender, que
acepto a ciegas, sólo porque él lo hizo. ¿Por qué no me
miró? ¿Por qué los últimos minutos no se volvió hacia mí?
Estábamos unidos, sí, pero los dos entramos solitarios en la
muerte. Creédmelo: esperé hasta el último minuto su
mirada. Y no me la dio. Vi doblarse su cabeza y supe que
pensaba en quienes le habían abandonado: El Padre, y los
hombres. Fue entonces, y no cuando los martillazos, cuando
yo di mi vida.
Después de muerto volvió a pertenecerme. Quitando
sangre, espinas, barro, fui reconquistando su cuerpo, y,
cerraba los ojos, podía pensar que le estaba lavando otra
vez como cuando era niño. Le hablé como entre sueños. Y
me pareció como si me entendiera.

Ahora ha vuelto la calma. La calma nocturna, pero calma al


cabo. Ya sólo queda esperar...

Magdalena: ¡No vuelvas a repetir esa palabra! María, todo


ha sido un sueño.

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María: Si aquello fue un sueño...Sería un sueño que tú y yo
estemos hablando ahora, que el mundo exista, que haya
estrellas allá arriba... ¿Por qué le tenemos tanto miedo a
una verdad tan hermosa?

Magdalena: Pero si ahora no hay nada... ¿Es que tú no


dudas?

María: ¿Duda uno del sol en la noche?

Magdalena: El sol sale todas las mañanas pero Jesús se ha


apagado para siempre.

María: El sol calienta aunque estemos de espaldas, su fuego


sigue quemando. Ya sólo queda esperar y ver la puerta que
se abre y sus ojos que brillan. Me gustaría que viniera con
las heridas. Sería un buen recuerdo de este segundo parto
en el que le he dado a luz mucho más que la primera vez.

PARA ORAR:

 Lee despacio, subraya...


 Párate en cada uno de los personajes y analiza:
o ¿Cuál fue su experiencia de amor con Jesús?
o ¿Cómo reacciona ante la muerte de Jesús, el
silencio, el desconcierto...?
 Ahora tú...
o Piensa en tu relación con Jesús, acerca tu pasado
de amor con Él (Cuando sentiste su perdón, su
consuelo, su compañía, su denuncia, su
ayuda...).

o ¿Cuáles son hoy tus noches, tus dudas, tu


soledad? En tu vida, en tu fe, ¿Dónde
experimentas hoy tus desiertos?

o ¿Con qué personaje te identificas más en su


manera de vivir la noche, la espera?

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 Puedes escribirle a María, háblale de tus desiertos y
noches, pídele que te de su esperanza y su confianza.

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Con los discípulos recuerda:

Siéntate, en el corro de l@s discípul@s y amig@s de Jesús


y recuerda con ell@s:

 Las palabras que salían de sus labios.


 Sus manos que no temieron entrar en contacto con la
miseria humana, la pobreza, la enfermedad.
 Sus ojos que sabían ver más allá de las apariencias, que
no se fijaban en los defectos, ni en las incapacidades,
sino en todas las posibilidades escondidas que solemos
desconocer.
 Sus pies recorriendo los caminos de Galilea sin
importarle el cansancio y siempre decididos a llegar
hasta el final.
 …

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Fue su manera de vivir, de relacionarse con el Padre, de
tratar a la gente… lo que le llevó a la muerte.

Comprueba cómo su muerte verifica la autenticidad de sus


palabras:

 “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por


los que ama” (Jn 15,13).
 “El buen pastor da la vida por sus ovejas” (Jn10,11).
 “El Hijo del hombre ha venido para servir y dar su vida
en rescate por todos” (Mc 10,45).
 “Os aseguro que, si el grano de trigo caído en tierra no
muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto.
Quien tiene apego a su propia existencia, la pierde;
quien desprecia la propia existencia en el mundo, la
conserva par una vida sin término” (Jn 12,24-25).
 “Ahora me siento agitado: ¿le pido al padre que me
saque de esta hora? ¡Pero si para esto he venido, para
esta hora! ¡Padre, manifiesta tu gloria!” (Jn 10, 11).
 “El Padre me ama porque doy mi vida para recobrarla de
nuevo. Nadie me la quita; la doy yo voluntariamente”
(Jn 10, 17).
 …

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Deja aflorar tus sentimientos y agradece tanto AMOR.

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