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Pedir perdón al ofendido

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El apóstol Pablo dijo: "Así que, sigamos lo que contribuye a la paz y a la mutua
edificación" (Romanos 14:19). Aquí vemos cómo debemos acercarnos a una persona que
hemos ofendido. Si vamos con una actitud de frustración, no promoveremos la paz. Sólo
haremos que las cosas sean más difíciles para la persona que está herida. Debemos
mantener la actitud de buscar la paz por medio de la humildad a costa de nuestro orgullo.
Esta es la única forma de lograr una verdadera reconciliación.
Algunas veces me he aproximado a una persona que había herido o que estaba enfadada
conmigo, y me ha contestado mal. Me ha dicho que era egoísta, desconsiderado, duro,
orgulloso, rudo y otras cosas.

Mi respuesta natural sería decir: "No, no soy así. ¡No me comprendes!". Sin embargo,
cuando me defiendo, estoy avivando el fuego de la ofensa. Esto no es buscar la paz.
Defendernos a nosotros mismos y a nuestros derechos nunca traerá verdadera paz.

En cambio, he aprendido a escuchar y mantener la boca cerrada hasta que la persona


haya dicho todo lo que necesita decir. Si no estoy de acuerdo, le hago saber que respeto
lo que ha dicho y que examinaré mi actitud y mis intenciones. Luego le digo que lamento
haberla herido.

Otras veces, lo que la persona dice sobre mí es cierto. Entonces lo admito: "Tienes razón.
Te pido que me perdones".

Una vez más, simplemente se trata de humillarnos para conseguir la reconciliación. Quizá
es por esto que en los versículos siguientes Jesús dijo:

"Ponte de acuerdo con tu adversario pronto, entre tanto que estás con él en el camino, no
sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al alguacil, y seas echado en la cárcel.
De cierto te digo que no saldrás de allí, hasta que pagues el último cuadrante (Mateo
5:25-26).

El orgullo se defiende. La humildad acepta y dice: "Tienes razón. Actué de esa forma. Por
favor, perdóname".
"Pero la sabiduría de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable,
condescendiente, llena de misericordia y de buenos frutos, sin vacilación, sin hipocresía"
(Santiago 3:17, La Biblia de Las Américas, énfasis añadido).

La sabiduría de lo alto está dispuesta a ceder. No es rígida ni obstinada en lo relativo a los


conflictos personales. Una persona sometida a la sabiduría divina no teme ceder ni
aceptar el punto de vista de la otra persona mientras esto no signifique
violar la verdad.

Ahora que hemos hablado de qué hacer cuando ofendemos a nuestro hermano, veamos
qué debemos hacer si nuestro hermano nos ofende a nosotros.

"Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere,
has ganado a tu hermano" (Mateo 18:15).

Muchas personas aplican este versículo de la Biblia con una actitud diferente a la que
Jesús tenía en mente. Si han sido heridas, van y confrontan a quien las ofendió con un
espíritu de venganza y enojo. Utilizan este versículo como justificación para condenar a
aquel que los ha herido.

No obstante, se equivocan en cuanto a la razón por la que Jesús nos dijo que nos
acercáramos al otro. No es para condenarlo, sino para reconciliarnos. Él no desea que le
digamos a nuestro hermano cuán malvado ha sido con nosotros. Debemos cerrar la
brecha que evita la restauración de nuestra relación.

Esto representa un paralelo de cómo Dios nos restaura a sí mismo. Nosotros hemos
pecado contra Dios, pero Él "muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún
pecadores, Cristo murió por nosotros" (Romanos 5:8). ¿Estamos dispuestos a dejar a un
lado nuestra autoprotección y morir al orgullo para ser restaurados ante aquel que nos ha
ofendido? Dios vino a buscarnos antes de que nosotros le pidiéramos perdón. Jesús
decidió perdonarnos aun antes de que reconociéramos que lo habíamos ofendido.

Aunque Él vino a buscarnos, no podíamos reconciliarnos con el Padre hasta que


recibiéramos su palabra de reconciliación.

"Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el
ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo,
no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra
de la reconciliación. Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios
rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios"
(2 Corintios 5:18-20, énfasis añadido).

La palabra de la reconciliación comienza sobre la base común de que todos hemos


pecado contra Dios. No desearemos la reconciliación o la salvación a menos que
sepamos que existe una separación.

En el Nuevo Testamento, los discípulos predicaban que el pueblo había pecado contra
Dios. Sin embargo, ¿para qué decirles a las personas que han pecado? ¿Para
condenarlas? Dios no las condena. "Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para
condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él" (Juan 3:17). ¿O es para
llevarlas al punto en que comprendan cuál es su situación, se arrepientan de su pecado y
pidan perdón?

¿Qué es lo que conduce al arrepentimiento? La respuesta se encuentra en Romanos 2:4


(énfasis añadido): "¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y
longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento?".

La benignidad de Dios nos lleva al arrepentimiento. Su amor no nos deja condenados al


infierno. Él demostró que nos ama enviando a la cruz a su Hijo, Jesús, para que muriera
por nosotros. Dios nos busca primero, aunque hemos pecado contra Él. Y nos busca no
para condenarnos, sino para restaurarnos...para salvarnos.

Dado que debemos imitar a Dios (ver Efesios 5:1), precisamos extenderle la reconciliación
al hermano que peca contra nosotros. Jesús estableció este parámetro: Ve y muéstrale su
pecado, no para condenarlo, sino para quitar del medio cualquier cosa que los separe, a
fin de poder ser reconciliados y restaurados. La benignidad de Dios en nosotros llevará a
nuestro hermano al arrepentimiento y la relación será restaurada.
Confesión y restitución
1 julio, 2001 by Watchman Nee
¿Qué lugar ocupa la confesión en la vida espiritual del cristiano?
Desde que creímos en el Señor, debemos desarrollar el hábito de confesar nuestros
pecados y faltas. Y no sólo esto: debemos aprender a restituir o a compensar por el daño
causado cuando corresponda.
Por una parte, debemos confesar las ofensas a Dios, y por otra, debemos confesarla a los
hombres y reparar el daño. Si un cristiano no se confiesa ante el Señor, y no pide perdón
ni hace restitución al hombre, su conciencia fácilmente se endurecerá.

Una vez que la conciencia se endurece, se crea un problema serio y fundamental: se


hace difícil que la luz de Dios brille en el corazón del creyente. La confesión y la
restitución nos permite tener una conciencia sensible delante del Señor.

Con frecuencia ofendemos a otros. Si pese a esto, no tenemos ningún remordimiento en


nuestra conciencia, entonces ella debe estar enferma, o padece de una seria
anormalidad. ¿Cómo podemos comprobar si es este nuestro caso? Si ha transcurrido un
largo tiempo desde nuestra última confesión, entonces tenemos problemas. El tiempo
transcurrido desde nuestra última confesión indica si existe un problema entre nosotros y
Dios. Si ha pasado un largo período, falta luz en nuestro espíritu; si el tiempo es corto,
nuestra conciencia sigue siendo sensible. A fin de vivir bajo la luz de Dios, necesitamos
de una conciencia sensible, y para que ésta permanezca sensible, necesitamos condenar
al pecado continuamente. Necesitamos confesarnos ante Dios, y también necesitamos
confesar al hombre la ofensa y reparar el daño.

Ahora bien, si hemos ofendido a Dios, y la ofensa no tiene nada que ver con el hombre,
no necesitamos confesar nada al hombre. En esto no debemos errar. Si confesamos una
ofensa al hombre cuando sólo Dios tiene conocimiento, podemos afectar al hombre.

Hay un principio fundamental que ha de regir nuestra conducta cuando ofendemos al


hombre: No basta con hacer confesión a Dios; también tenemos que confesar al hombre y
hacer restitución, si es el caso.

Este principio se encuentra tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.

La enseñanza en Levítico
Levítico 6:1-7 nos enseña que una persona que haya ofendido a alguien o transgredido
contra alguien en cosas materiales debe arreglar el asunto con los hombres antes de ser
perdonado. Resolver el asunto delante de Dios no es suficiente. Este arreglo implica
confesión y restitución.

En este pasaje aparecen seis clases de transgresiones contra el hombre: mentir al


prójimo con respecto a un depósito encomendado, mentir al prójimo con respecto a lo
dejado en su mano, robar al prójimo, explotarlo (es decir, tomar ventaja ilícita sobre él
valiéndonos de la posición o el poder que tengamos), encontrar algo perdido y mentir al
respecto, y jurar en falso. En resumen, si hay algo deshonesto en cualquier cosa que
hagamos, si hemos adquirido algo a expensas de otros, o si hemos obtenido algo por uno
de estos seis medios, hemos pecado, y debemos solucionar el asunto delante de los
hombres.

¿Cómo restituir? Levítico 4:6 dice: “Entonces, habiendo pecado y ofendido, restituirá
aquello que robó” (v.4). Restituir significa devolver al hombre por lo que se le quitó.
¿Cómo debe hacerlo? “Lo restituirá por entero a aquel a quien pertenece, y añadirá a ello
la quinta parte, en el día de su expiación” (v.5).

Debemos hacer restitución completa (no una mera disculpa), y, además, añadir la quinta
parte… ¡lo más pronto posible! ¿Qué significa esto de la quinta parte? ¿Significa que
literalmente hemos de añadir una quinta parte? El principio es que debemos restituir
abundantemente. No debemos ser mezquinos al disculparnos con las personas ni al
devolverles lo que les hayamos hurtado. Debemos ser amplios y generosos.

Algunos se disculpan diciendo: “Reconozco que en esta ocasión yo lo ofendí, pero no


siempre ha sido así; al contrario, usted me ha ofendido a mí.” Esto no es una confesión,
sino un ajuste de cuentas. Al confesar, seamos generosos. No nos disculpemos menos de
lo que debemos. Al confesar no debemos ser renuentes ni calculadores. Si cuando
confesamos nuestra falta nos preocupa la cantidad de dinero que debemos devolver,
nuestro comportamiento no es el de un verdadero cristiano. No retengamos nada en
nuestra confesión y procuremos ser amplios.

Añadir una quinta parte a nuestra restitución debe recordarnos que ofender a otros es un
problema y que no debemos hacerlo de nuevo. Cuando un cristiano ofende a alguien,
debe darse cuenta que aunque por el momento haya obtenido ganancia, al final sufrirá
pérdida.

Después de la disculpa y la restitución, todavía es preciso algo más. Levítico 6:6-7 dice
que hemos de acudir a Dios y buscar su perdón por medio de la sangre del Señor. Este
es un asunto muy serio. Si nos descuidamos, tomaremos ventaja de los demás y
pecaremos contra ellos. Los hijos de Dios deben devolver lo que pertenece a otros, y
pedirle perdón a Dios.

La enseñanza en Mateo
Hemos revisado lo que enseña Levítico. Pero, ¿qué dice el Nuevo Testamento al
respecto? ¿Hay una enseñanza diferente? Mateo capítulo 5 toca este asunto, y, por
supuesto, no contradice el Levítico. Más bien lo complementa, porque mientras Levítico
trata de las transgresiones contra el hombre con respecto a posesiones materiales, Mateo
5 va más allá de lo material.

En los versículos 23 al 26 se refiere específicamente a las contiendas que hay entre los
hijos de Dios. Si usted le está ofreciendo algo a Dios, y se acuerda de que su hermano
tiene algo contra usted, esta memoria es la voz de Dios. El Espíritu Santo con frecuencia
nos recuerda cosas que han pasado. Cuando esto suceda, no haga este recuerdo a un
lado, creyendo que no tiene importancia.

Si recuerda que su hermano tiene algo contra usted, esto quiere decir que usted ha
pecado contra él, tal vez siendo injusto con él. El énfasis aquí no está en asuntos
materiales, sino en lo que ha hecho que otros estén en su contra. Un cristiano debe
comprender que si ofende a alguien y no le pide perdón, se verá en problemas tan pronto
como la parte ofendida mencione su nombre y clame delante de Dios. Dios no aceptará
su ofrenda ni su oración. Si hacemos que otros clamen ante Dios por causa nuestra,
nuestra espiritualidad y nuestras ofrendas a Dios serán anuladas.

Si deseamos ofrecer algo a Dios, hemos de reconciliarnos primero con nuestro hermano,
entonces podremos presentar nuestra ofrenda. Dios desea muestra ofrenda, pero primero
debemos reconciliarnos con los que hemos ofendido. Reconciliarse con el hermano
significa disipar el enojo del hermano. Posiblemente necesitaremos disculparnos o
devolver algo, pero lo más importante es satisfacer al hermano. No es un asunto de
añadir la quinta o la décima parte, sino de reconciliarse. Reconciliarse es satisfacer las
exigencias del ofendido.

Si usted ha pecado contra su hermano, y él está molesto y piensa que usted actuó
injustamente, y si usted ha hecho que clame a Dios, la comunión espiritual entre usted y
Dios se interrumpe. Posiblemente no piense que está en tinieblas, y crea que tiene la
razón, pero la ofrenda que presenta ante el altar carece de significado. No podrá pedirle ni
darle nada a Dios.

Puede haber ofrecido absolutamente todo en el altar, pero Dios no se complacerá en ello.
Aprenda a satisfacer tanto los justos requisitos de Dios como los de su hermano. Sólo
entonces podrá presentar su ofrenda a Dios. Esto es un asunto muy serio.

Debemos cuidarnos de ofender a los demás, particularmente a los hermanos, porque si lo


hacemos, caeremos de inmediato bajo el juicio de Dios, y no será fácil ser restaurados.

Todavía estamos en el camino


En el versículo 25, el Señor nos habla en términos humanos y nos muestra que nuestro
hermano es como el demandante en un tribunal. La expresión “mientras estás con él en el
camino” es maravillosa. Hoy todavía estamos en el camino. Nuestro hermano no ha
muerto y nosotros tampoco. Ambos estamos en el camino. Un día nosotros no estaremos
en el camino o nuestro hermano no estará. Mientras estemos, tenemos la oportunidad de
hablar y de pedir perdón. La puerta de la confesión no estará abierta para siempre.
Muchos hermanos lamentan haber perdido la oportunidad de confesar sus ofensas unos a
otros. Tenemos que ponernos a bien con nuestro hermano mientras aún estemos en el
camino. Una vez que una de los partes no esté, nada se podrá arreglar. ¡Tenemos que
ver cuán serio es este asunto!

Luego, en 25 b y 26, el Señor no habla de un juicio futuro, ni de ser echado en una prisión
física. Lo que Él quiere es que nos reconciliemos hoy, que paguemos todos los
cuadrantes hoy. No debemos posponer el asunto esperando que después se resuelva. No
debemos permitir que un hermano tenga ninguna queja contra nosotros. No debe haber
ningún reproche en nuestra conducta ni pensar que los demás están equivocados y que
nosotros tenemos la razón. No se deben pasar por alto las quejas de los demás ni tratar
de justificar las acciones de uno.

Si nuestra confesión es amplia, y restituimos hasta satisfacer al agraviado, entonces


podemos descansar, porque la sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado. En
algunos casos, hay enfermedades que serán sanadas cuando hacemos confesión de
nuestros pecados. (Santiago 5:16). Después de confesar nuestros pecados y restituir
cuando correspondiere debemos tener paz, no debemos sentirnos condenados por
nuestra conciencia. Tampoco debemos permitirle a Satanás que nos acuse.

El Señor nos ayude para mantener nuestra conciencia limpia. Si tenemos la conciencia
limpia, podremos experimentar un progreso considerable en nuestra búsqueda espiritual.

¿Cómo resuelve usted las diferencias?

Un movimiento desafortunado, y el tercer elefante de porcelana de un juego de cinco cayó


de la repisa. Esta pieza tendrá que restaurarse para que no se pierda la armonía de todo
el juego. Sin embargo, el trabajo es delicado, y usted no cree que pueda hacerlo. Tendrá
que pedir ayuda o incluso recurrir a un especialista para que la restaure.

LA ARMONÍA entre los hermanos espirituales es mucho más preciosa que simples
adornos. El salmista lo indicó bien en canción: “¡Miren! ¡Qué bueno y qué agradable es
que los hermanos moren juntos en unidad!”. (Salmo 133:1.) Resolver una diferencia que
haya surgido con un hermano cristiano puede ser a veces un asunto delicado. Por otra
parte, algunas personas no se encargan de ello de la manera apropiada. A menudo la
“restauración” es innecesariamente dolorosa o no es muy sólida, y deja feas señales.

Algunos cristianos intentan envolver sin necesidad a los ancianos nombrados en asuntos
que podrían resolver personalmente. Es posible que se deba a que no están seguros de
qué hacer. “Muchos de nuestros hermanos no saben cómo aplicar el consejo bíblico para
resolver diferencias”, comentó un hermano con experiencia en ofrecer consejo bíblico. “En
muchas ocasiones —continuó— no siguen el modo de hacer las cosas que enseñó
Jesús.” Pues bien, ¿qué dijo Jesús sobre cómo debe resolver el cristiano las diferencias
con su hermano? ¿Por qué es esencial entender bien este consejo y aprender a aplicarlo?

Diferencias menores

“Por eso, si estás llevando tu dádiva al altar y allí te acuerdas de que tu hermano tiene
algo contra ti, deja tu dádiva allí enfrente del altar, y vete; primero haz las paces con tu
hermano, y luego, cuando hayas vuelto, ofrece tu dádiva.” (Mateo 5:23, 24.)

Cuando Jesús dijo estas palabras, los judíos tenían por costumbre ofrecer sacrificios, o
presentar dádivas, en el altar del templo de Jerusalén. Si un judío agraviaba a un
compañero israelita, el ofensor podía presentar una ofrenda quemada completa o una
ofrenda por el pecado. Jesús ubica el ejemplo en el punto más crítico. Cuando la persona
llega al altar y está a punto de ofrecer su dádiva a Dios, recuerda que su hermano tiene
algo contra él. Sí, el israelita debía entender que la reconciliación con su hermano tenía
prioridad sobre la realización de ese deber religioso.

Aunque tales ofrendas eran un requisito de la Ley mosaica, no eran en sí mismas lo más
importante a los ojos de Dios. El profeta Samuel dijo al infiel rey Saúl: “¿Se deleita tanto
Jehová en ofrendas quemadas y sacrificios como en que se obedezca la voz de Jehová?
¡Mira! El obedecer es mejor que un sacrificio, el prestar atención que la grasa de
carneros”. (1 Samuel 15:22.)

En su Sermón del Monte, Jesús repitió esta prioridad y mostró a sus discípulos que deben
resolver sus diferencias antes de presentar sus ofrendas. En la actualidad, las ofrendas
que se requieren de los cristianos son de naturaleza espiritual: “sacrificio de alabanza, es
decir, el fruto de labios que hacen declaración pública de su nombre”. (Hebreos 13:15.)
No obstante, el principio sigue siendo válido. El apóstol Juan muestra que de igual modo
sería en vano decir que amamos a Dios si odiamos a nuestro hermano. (1 Juan 4:20, 21.)
Es interesante que la persona que recuerda que su hermano tiene algo contra ella es
quien tiene que dar el primer paso. Es probable que la humildad que demuestra de este
modo produzca buenos resultados. También es probable que la persona ofendida no
rehúse cooperar con alguien que acude a ella reconociendo sus propias faltas. La Ley
mosaica estipulaba que se devolviera en su totalidad cualquier cosa tomada ilícitamente
y, además, debía añadirse una quinta parte de su valor. (Levítico 6:5.) De igual modo, el
ofensor puede facilitar las relaciones pacíficas y armoniosas si demuestra el deseo de ir
más allá de lo requerido, en el sentido más estricto de la expresión, para reparar cualquier
daño que haya causado.

Sin embargo, no siempre se tiene éxito cuando se intentan restaurar las relaciones
pacíficas. El libro de Proverbios nos recuerda que es difícil resolver diferencias con
alguien a quien se le hace difícil reaccionar. Proverbios 18:19 dice: “El hermano contra
quien se ha transgredido es más que un pueblo fuerte; y hay contiendas que son como la
barra de una torre de habitación”. Otra traducción lee: “El hermano ofendido es más difícil
de ganar que una ciudad fortificada, y las contiendas son como cerrojos de castillo”. (La
Biblia de las Américas.) Sin embargo, es probable que, con el tiempo, los esfuerzos
sinceros y humildes tengan éxito en el caso de compañeros de creencia que desean
agradar a Dios. Pero cuando se supone que se ha cometido un pecado craso, es
necesario aplicar el consejo de Jesús recogido en el capítulo 18 de Mateo.

Cómo resolver diferencias serias

“Además, si tu hermano comete un pecado, ve y pon al descubierto su falta entre tú y él a


solas. Si te escucha, has ganado a tu hermano. Pero si no escucha, toma contigo a uno o
dos más, para que por boca de dos o tres testigos se establezca todo asunto. Si no les
escucha a ellos, habla a la congregación. Si no escucha ni siquiera a la congregación, sea
para ti exactamente como hombre de las naciones y como recaudador de impuestos.”
(Mateo 18:15-17.)

¿Qué debía hacer un judío (o, posteriormente, un cristiano) que tuviera serias dificultades
con otro adorador de Jehová? Quien creyera que se había cometido un pecado contra él
tenía que dar el primer paso. Debía tratar el asunto con el ofensor en privado. Si no
buscaba apoyo externo, se le haría más fácil ganar al hermano especialmente si solo se
había tratado de un malentendido que podía aclararse con rapidez. Todo se resuelve más
fácilmente si los implicados son los únicos que conocen el asunto.

Sin embargo, es posible que este primer paso no sea suficiente. En ese caso, Jesús dijo:
“Toma [...] a uno o dos más”. Estos bien podrían ser testigos presenciales. Es posible que
hayan oído a uno de los implicados calumniar al otro, o que hayan sido testigos de un
convenio escrito con el que ahora las dos partes no están de acuerdo. Por otro lado, estos
a quienes se toma pueden convertirse en testigos cuando se presenten testimonios, ya
sean escritos u orales, a fin de establecer la razón del problema. De nuevo, solo deberían
enterarse de este “uno o dos más”, es decir, el menor número posible. De este modo se
evita que el asunto se complique si solo se trata de un malentendido.

¿Qué motivos debe tener la persona ofendida? ¿Debe intentar humillar a su compañero
cristiano y querer que se arrastre ante él? En vista del consejo de Jesús, los cristianos no
deberían apresurarse a condenar a sus hermanos. Si el transgresor reconoce su falta,
pide disculpas e intenta rectificar el asunto, aquel contra quien se ha cometido el pecado
habrá ‘ganado a su hermano’. (Mateo 18:15.)

Si no se podía resolver el problema de este modo, tenía que llevarse a la congregación.


En un principio estas palabras se referían a los ancianos judíos, pero más tarde se
aplicaron a los ancianos de la congregación cristiana. Es posible que el malhechor no
arrepentido tenga que ser expulsado de la congregación. Esto es lo que quiere decir
considerarle “exactamente como hombre de las naciones y como recaudador de
impuestos”, personas con quienes los judíos no se relacionaban. Ningún cristiano en
particular podía tomar esta seria medida. Los ancianos nombrados, que representan a la
congregación, son los únicos autorizados para tomar tal acción. (Compárese con 1
Corintios 5:13.)

La posibilidad de expulsar a un malhechor que no se arrepiente muestra que Mateo


18:15-17 no se refiere a diferencias menores. Jesús se refería a ofensas graves, aunque
del tipo que pudieran resolverse entre las partes implicadas. Por ejemplo, pudiera tratarse
de alguna calumnia que afectara seriamente la reputación de la víctima. O pudiera tener
que ver con asuntos económicos, pues los versículos siguientes recogen la ilustración de
Jesús del esclavo inmisericorde a quien se perdonó una gran deuda. (Mateo 18:23-35.)
Un préstamo que no se devuelve en el tiempo previsto pudiera ser una dificultad pasajera
que resolvieran fácilmente las dos partes. Pero podría convertirse en un pecado grave, a
saber, robo, si el prestatario rehusara obstinadamente devolver lo que debe.

Otros pecados no pueden arreglarse simplemente entre dos cristianos. Bajo la Ley
mosaica los pecados serios tenían que informarse. (Levítico 5:1; Proverbios 29:24.) De
igual modo, los pecados crasos que afectan la pureza de la congregación tienen que
informarse a los ancianos cristianos.

Sin embargo, la mayoría de los roces entre cristianos no son de esa naturaleza.

¿Podría simplemente perdonar?


Justo después de explicar cómo resolver diferencias serias, Jesús enseñó otra importante
lección. Leemos: “Entonces se acercó Pedro y le dijo: ‘Señor, ¿cuántas veces ha de pecar
contra mí mi hermano y he de perdonarle yo? ¿Hasta siete veces?’. Jesús le dijo: ‘No te
digo: Hasta siete veces, sino: Hasta setenta y siete veces’”. (Mateo 18:21, 22.) En otra
ocasión Jesús dijo a sus discípulos que perdonaran “siete veces al día”. (Lucas 17:3, 4.)
Esta es una clara invitación a que los seguidores de Cristo resuelvan sus diferencias
perdonándose libremente unos a otros.

Esta faceta de la vida cristiana requiere un esfuerzo considerable. “Algunos hermanos


sencillamente no saben perdonar”, dijo la misma persona citada al principio. Y añadió:
“Parecen sorprenderse cuando se les explica que pueden perdonar para, ante todo,
mantener la paz en la congregación cristiana”.

El apóstol Pablo escribió: “Continúen soportándose unos a otros y perdonándose


liberalmente unos a otros si alguno tiene causa de queja contra otro. Como Jehová los
perdonó liberalmente a ustedes, así también háganlo ustedes”. (Colosenses 3:13.) Por lo
tanto, antes de hablar con un hermano que creemos que nos ha ofendido, sería
conveniente meditar en las siguientes preguntas: ¿Tiene suficiente importancia la ofensa
como para hablar con el hermano? ¿Me resulta realmente imposible olvidar lo pasado en
el verdadero espíritu del cristianismo? Si yo estuviera en su lugar, ¿no me gustaría que
me perdonasen? Y si decido no perdonar, ¿puedo esperar que Dios conteste mis
oraciones y me perdone a mí? (Mateo 6:12, 14, 15.) Estas preguntas pueden ayudarnos a
ser perdonadores.

Una de nuestras responsabilidades importantes como cristianos es mantener la paz en la


congregación del pueblo de Jehová. Por lo tanto, pongamos en práctica el consejo de
Jesús, lo cual nos ayudará a perdonar libremente. Este espíritu perdonador contribuirá al
amor fraternal, que es la marca identificadora de los discípulos de Jesús. (Juan 13:34,
35.)

¿Cómo debo reconciliarme con un hermano o una hermana en Cristo?


¿Cómo debo reconciliarme con un hermano o una hermana en Cristo? Hay dos razones
principales que te llevarán a necesitar reconciliarte, y estas cubren cualquier situación:
1. Hemos molestado, abusado, o pecado en contra de alguien.
2. Alguien ha molestado, abusado o pecado en contra de nosotros.

En ambas situaciones si ya pasó el punto de ser capaces de hablar las cosas, perdonar y
recibir perdón, lo mejor es sentarse y escribir cuál es el problema. Esto nos ayudará a
aclararlo, y nos dará la capacidad de explicar la situación más fácil.
Si hemos pecado en contra de alguien, el Espíritu Santo ya nos habrá avisado. Él nos
hace sentir incómodos, así que necesitamos aceptar la responsabilidad de nuestros
propios actos y no culpar a alguien más, o tratar de buscar excusas para lo que hemos
hecho.

Necesitamos confesar al Señor lo que hemos hecho, y pedir por su perdón, y después por
sabiduría para hacer los pasos hacia la reconciliación. Jesús nos da un aviso en Mateo
5:23: Si vas a la iglesia, para orar y tener comunión pero recuerdas que un hermano tiene
algo contra ti, primero ve y reconcíliate con él, y después estarás capacitado para volver a
la iglesia a rendir culto y servir al Señor. No puedes fingir que nada pasó y el Señor no se
agrada de nosotros si seguimos nuestras vidas y olvidamos el asunto.

Los pasos hacia la reconciliación son:


1.Reconocer que has pecado
2.Humillarte
3.Ir a ver a la persona contra la que pecaste
4.Disculparte y pedir su perdón.

Desafortunadamente a veces cuando hemos pecado o molestado a alguien, ellos no


están siempre dispuestos a perdonar de inmediato, pero si tú has hecho tu parte,
necesitas dejarle el resto al Señor. Ámalos, habla con ellos, sírvelos, ayúdalos, apóyalos,
así verán que tu realmente has cambiado y estás arrepentido por lo que hiciste.

La segunda situación no es tan fácil. Si alguien ha pecado en contra de nosotros, piensa


en lo que ha sucedido así podrás explicar el problema. Antes de que hagas algo,
perdónalos, o pide a Dios que te ayude a perdonarles. Después ve a verlos, con un
corazón humilde. No estés enojado, no acuses o condenes. Si no puedes hacer esto
todavía entonces ora hasta que estés capacitado para ir a verlos con el espíritu con el
cual Jesús estaría de acuerdo.

Jesús también nos enseña sobre esta situación en Mateo 18:15-17.

1. Primero ve a verlos por tu cuenta, explica el problema, y lo que han hecho, si ellos
escuchan, admiten su culpa y piden perdón, entonces la verdadera reconciliación está en
proceso.
2. Si ellos no escuchan, no admiten su culpa, entonces lleva a uno o dos hermanos en
Cristo contigo para ayudar a esa persona a entender que están pecando contra el Señor.
3. Si ellos todavía se rehúsan a escuchar, entonces eso se convertirá en un asunto de la
iglesia y su disciplina. Los líderes de la iglesia necesitan decidir cómo castigar a la
persona que ha pecado.

Todo lo que hagamos necesita ser hecho con amor y respeto porque nosotros mismos
somos pecadores, y no podemos ser orgullosos o arrogantes o sentir que nosotros nunca
haríamos algo como eso. Efesios 4:15 nos dice que “digamos la verdad con amor”. Hay
diferentes maneras de decirle a las personas que están equivocadas, pero la mejor y más
agradable forma de reconciliarse con un hermano o una hermana es cuando el amor, el
amor de Dios, es el sello de nuestras vidas.

Cuando tienes que reconciliarte con alguien, hazlo con la ayuda de Dios. Compártenos tu
testimonio.

“Reconcíliate primero con tu hermano”

I. Mateo 5:22, “Pero yo os digo que todo el que se enoja con su hermano será culpable en
el juicio. Cualquiera que le llama a su hermano 'necio' será culpable ante el Sanedrín; y
cualquiera que le llama 'fatuo' será expuesto al infierno de fuego.

El hermano enojado es capaz de usar lenguaje abusivo (“necio, fatuo”, etc.). Mata con
palabras. Prov. 12:18, “Las palabras de algunos son como estocadas de espada”.

1 Jn. 3:15, “Todo aquel que odia a su hermano es homicida”.

II. Mateo 5:23, 24, “Por tanto, si has traído tu ofrenda al altar y allí te acuerdas de que tu
hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí delante del altar, y ve, reconcíliate
primero con tu hermano, y entonces vuelve y ofrece tu ofrenda”.
Sin duda, de todos los mandamientos de la Biblia, este es uno de los más ignorados y
descuidados, como si no estuviera en la Biblia.

El propósito principal de ofrecer sacrificios y ofrendas a Dios es para reconciliarnos


con El. 2 Cor. 5:20, “en nombre de Cristo os rogamos: ¡Reconciliaos con Dios!”

Pero antes de poder reconciliarnos con Dios tenemos que reconciliarnos con el
hermano, porque Dios no acepta el servicio de su hijo que tenga enojo, malicia, amargura
en el corazón y esté distanciado de su hermano.

Nuestra relación con Dios depende de nuestra relación con el hermano. 1 Jn. 4:20, “Si
alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; porque el que no
ama a su hermano, a quien ha visto, no puede amar a Dios a quien no ha visto.

Desde luego, todos decimos, “Yo sí amo a mis hermanos”, pero si alguien dice, “Pero
yo no aguanto al hermano Fulano y ni siquiera tengo ganas de saludarle bien”, ¿esto es
amor?

Esto nos recuerda de 1 Ped. 3:7, “vosotros, maridos, igualmente, convivid de manera
comprensiva {con vuestras mujeres,} como con un vaso más frágil, puesto que es mujer,
dándole honor como a coheredera de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no
sean estorbadas.

Es pensamiento alarmante que Dios no aceptara nuestra adoración. Como dice Amós
5:22, “Aunque me ofrezcáis holocaustos y vuestras ofrendas de grano, no los aceptaré”.

Sal. 51:17, “Los sacrificios de Dios son el espíritu contrito; al corazón contrito y
humillado, oh Dios, no despreciarás”.

En este caso de Mat.5:23, 24, me acerco a Dios para adorar pero me acuerdo que yo
he ofendido a mi hermano; él tiene algo contra mí y debo buscarlo para reconciliarme con
mi hermano.

Porque Dios no acepta la adoración de hermanos peleados (enajenados,


distanciados). ¡Hay que poner lo primero primero!
III. “Anda, reconcíliate…”

Jesús no dice, “Espera hasta que tu hermano venga a ti”, sino “anda, reconcíliate con
tu hermano”. Debe tomar la iniciativa. Debe buscar a su hermano ofendido y buscar la
reconciliación con él.

El pecado que nos separa del hermano también nos separa de Dios. Isa. 59:1, 2.
Muchos de estos pecados contra Dios eran injusticias contra sus hermanos.

Pero ¿cuántos miembros ofrecen culto a Dios semana tras semana sin obedecer este
mandamiento? Llegan a la asamblea, cantan, oran, toman la cena, ofrendan, sabiendo
que hay miembros que tienen algo contra ellos. A duras penas les saludan a ciertos
hermanos, pero ofrecen su adoración a Dios como si estuvieran en perfecta paz. Dios no
se engaña.

IV. Mateo 18:15-17, “Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve, amonéstale a solas entre
tú y Él. Si Él te escucha, has ganado a tu hermano. 16 Pero si no escucha, toma aún
contigo uno o dos, para que todo asunto conste según la boca de dos o tres testigos. 17
Y si Él no les hace caso a ellos, dilo a la iglesia; y si no hace caso a la iglesia, tenlo por
gentil y publicano.

“Por tanto” – se conecta con los versículos anteriores que hablan de la oveja
descarriada porque todo hermano que peque es oveja descarriada y debemos tener
corazón de pastor para rescatarlo.

“Si tu hermano peca contra ti”. En Mat. 5:23, 24, uno es el ofensor y el hermano es el
ofendido. En este texto el hermano es el ofensor y uno es el ofendido.

En los dos casos, si uno es el ofensor o si es el ofendido, Jesús nos dice, “vé tu”,
“anda tú”; o sea, en los dos caso uno debe tomar la iniciativa para buscar al hermano para
reconciliarse con él.
¿Y el otro? Desde luego, lo mismo se aplica a él. En los dos casos él debe “ir”; o sea,
los dos deberían encontrarse en el camino, cada uno buscando al otro.

“Ve” – Aquí está el orden divino y es preciso – indispensable – que lo observemos.


“Ve”. El pastor no espera que la oveja regrese a él, sino que sale a buscar la oveja
descarriada;

Entonces “ve” en lugar de esperar hasta que él venga a ti, aunque es cierto que él
también tiene la misma obligación de ir y buscar a su hermano (Mat. 5:23, 24).

“Ve” en lugar de hablar de él a otros, y cada vez exagerando la ofensa, para crear un
partido de simpatizadores a favor de usted y en contra del hermano.

Aquí cabe Sant. 3:5, “Así también la lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de
grandes cosas. ¡Mirad cómo un fuego tan pequeño incendia un bosque tan grande!”

Aun la ley de Moisés. Lev. 19:17, 18 enseñó sobre esto: “'No aborrecerás en tu
corazón a tu hermano. Ciertamente amonestarás a tu prójimo, para que no cargues con
pecado a causa de Él. 'No te vengarás ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo. Más
bien, amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo, Jehová”.

V. Luc. 17:3, 4, “Mirad por vosotros mismos. Si tu hermano pecare contra ti, repréndele; y
si se arrepiente, perdónale. Y si siete veces al día pecare contra ti, y siete veces al día
volviere a ti, diciendo: Me arrepiento, perdónale”.

“Ve” en lugar de murmurar contra él (Sant. 4:11) o quejarse de él (Sant. 5:9) y en lugar
de contarlo a todo el mundo, menos a él.

Mat. 18:15, “estando tú y él solos”. Esta es una de las enseñanzas más importantes
para nuestra relación con hermanos. Es una enseñanza completamente razonable, lógica
y sana, pero lamentablemente es una de las enseñanzas más descuidadas e ignoradas.
Pero hay miembros que no quieren obedecerlo. No les gusta. Mejor quejarse,
murmurar o dejar la congregación para escapar del problema.

¿Por qué? Porque no aman al hermano. No tienen el valor necesario para hacerlo
porque piensan que al hermano que debe ser exhortado no le va a gustar la exhortación y
que, por eso, habrá reacción negativa y que todo será desagradable.

Pero se siente ofendido y tiene quejas contra el hermano y por eso, desparrama el
asunto por toda la iglesia. En tal caso este hermano, al igual que el otro, está mal. Es
pecado desobedecer a Cristo, sea en cuanto al bautismo, la cena, nuevas nupcias o en
este asunto.

El resultado es que hay mucha inquietud en la iglesia. Se forman partidos y hay


mucha murmuración. Es como una llaga con mucha infección. Causa tropiezos para
nuevos miembros y para visitantes. Hacen burla los visitantes diciendo, “Somos mejores
que los miembros”.

VI. “Has ganado a tu hermano”.

Sí, es muy posible, pero el problema es que muchas veces parece que eso no es el
deseo de la persona ofendida. No quiere reconciliación. Sólo quiere quejarse y denunciar
al hermano. Quiere seguir semana tras semana, mes tras mes, alimentando su odio,
orgullo y resentimientos.

Rom. 13:14, “vestíos del Señor Jesucristo y no proveáis para los deseos de la carne”.
La carne tiene un apetito tremendo y el guardar resentimientos y mal humor hacia
hermanos es puro deleite para la carne. Es sabroso como un bistec. Satisface como un
refresco helado en día caliente.

Gál. 6:1, “Hermanos, aun si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros que sois
espirituales, restauradlo en un espíritu de mansedumbre, mirándote a ti mismo, no sea
que tú también seas tentado”. Pero ¿es esto lo que queremos? ¿O nos da más
satisfacción mantener la relación de enemistad y distanciamiento?
Este plan divino es perfecto. Es un plan que funciona. Inmediatamente después de la
ofensa, ir a solas con su hermano, y aunque hable con toda franqueza, hable también con
amor, con humildad y mansedumbre con el sincero deseo de resolver el problema y tener
paz.

En la gran mayoría de los casos esto da buenos resultados. Pero el problema es que
muchos simplemente no quieren buenos resultados.

VII. Si el hermano acepta su falta y pide perdón lo perdonamos.

La Biblia no habla de razón alguna para no perdonar. No hay alternativa alguna. Los
que rehúsen perdonar están sin Biblia y por eso no pueden encontrar apoyo alguno.

Si el hermano pide perdón, no somos Dios para decir que este hermano no es sincero
y que cuando pide perdón sus palabras son mentiras huecas, que se ha arrepentido y
confesado faltas en el pasado y por eso no hay que tomar en serio lo que dice y no hay
que perdonar.

Si el hermano pide perdón, hay un solo curso de acción para nosotros: perdonarle.

Si yo digo, “Pero yo sé que no es sincero, yo sé que no va a cambiar”, esto


simplemente no es cierto. Yo no sé tal cosa. Yo sí sé lo que ha ocurrido en el pasado,
pero no sé lo que pasará en el futuro, sólo Dios sabe eso.

A veces la persona ofendida dice como me dijo hace tiempo una hermana de
Weslaco, Texas, “Pero usted no entiende. No sabe lo que este hermano ha hecho. No
sabe cómo me ha ofendido”. Tales personas entienden la enseñanza de Jesús pero creen
que su caso es diferente, es excepcional, y que por eso la enseñanza de Jesús no tiene
aplicación en el caso suyo.

O dicen “sí yo estoy dispuesto a perdonarle, pero después de seis meses o un año
cuando haya dado plena prueba de haber cambiado”; es decir, lo estoy poniendo bajo
“prueba”.
En ese caso supongo que el hermano se hace a sí mismo como oficial y el hermano
bajo prueba debe reportar a su oficial cada mes para dar evidencia de su buen
comportamiento. Y si no es culpable de haber fallado la prueba, entonces después de seis
meses o un año le perdona.

El único problema con esto es que no hay Biblia para apoyar tal conducta. No hay
texto alguno. ¿Saben por qué? Porque el hermano ofendido no es Dios para conocer el
corazón del hermano que pida perdón.

Si mi hermano me pide perdón yo tengo una sola opción: perdonarle. De otro modo,
estoy cerrando la ventana del cielo en mi propia cara porque Dios no me perdona a mí si
no perdono a mi hermano.

Pero entonces se pregunta, ¿Cuántas veces debo perdonarle? Bueno, ¿cuántas


veces le ha perdonado Dios? ¿No pedimos perdón cada vez que oremos a Dios? ¿Aun
aquí en los servicios? ¿Estamos en serio o estamos nada más diciendo palabras?
¿Estamos jugando con Dios cuando pedimos que nos perdone?

Mat. 18:21, 22, “Entonces Pedro se acercó y le dijo: --Señor, ¿cuántas veces pecará
mi hermano contra mí y yo le perdonaré? ¿Hasta siete veces? Jesús le dijo: --No te digo
hasta siete, sino hasta setenta veces siete”.

Si pedimos perdón cada día del año, 490 veces sería como por un año y poco más de
cuatro meses. Un año es 365 días y 125 días son más de cuatro meses más.

¿Cuántos han perdonado a su hermano 490 veces? Pero Dios nos ha perdonado
mucho más de las 490 veces porque eso sería apenas durante un año y cuatro meses.

La enseñanza sencilla es que el perdonar no tiene límite, como no queremos que Dios
nos ponga límite a las veces que El nos perdona.

Entonces, después de perdonar al hermano, si en el futuro él repite la ofensa, desde


luego, le puedo exhortar porque debe hacer “obras dignas de arrepentimiento” (Hech.
26:20). Pero si vuelve a pedir perdón, yo tengo una sola opción: perdonarle de corazón.

Si él no es sincero, Dios lo sabrá pero a mi no me toca juzgar su corazón. Yo no soy


Dios para hacer eso.
VIII. “Si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos para que en boca de dos o tres testigos
conste toda palabra”.

Desde luego, deben ser hermanos imparciales, hermanos neutrales, que escucharán
objetivamente la acusación y la defensa.

1 Tim. 5:20, 21, “A los que continúan pecando, repréndelos delante de todos para que
los otros tengan temor. 21 Requiero solemnemente delante de Dios y de Cristo Jesús y
de sus ángeles escogidos, que guardes estas cosas sin prejuicio, no haciendo nada con
parcialidad”.

Estos testigos le exhortan también porque el propósito principal de llevar testigos es


que esto preste más fuerza al intento de restaurar al hermano.

IX. “Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia”.

Pero este paso no es el primero sino el tercero. La iglesia no debe ser cargada con
resolver problemas entre dos hermanos. Éstos deben tener el amor y el valor para
resolver su propio problema.

Casos de ofensa personal deben llegar a la iglesia solamente después de los primeros
dos pasos. Esto significa que los primeros dos pasos han fallado y que el hermano que
pecó es rebelde y obstinado y ha rechazado los esfuerzos del hermano ofendido y sus
testigos.

Muchas veces este orden de Dios no es respetado. La iglesia investiga y examina


casos de hermanos peleados cuando el ofendido no obedeció Mat. 18:15 y 16. En tal
caso los dos están mal, tanto el que pecó contra su hermano y también el hermano
ofendido por no obedecer Mat. 18:15, 16.
Conclusión.

Obedezcamos Mat. 5:23, 24; 18:15-17. Afecta la adoración (el culto). Si no


obedecemos esto, es un estorbo para la iglesia. El problema se desparrama.

Causa murmuración. Produce partidos. Provoca otras ofensas. A veces involucra


miembros de otras congregaciones.

Seamos pacificadores (Mat. 5:9). Busquemos la unidad por la cual Jesús oró (Jn.
17:21, 23). “Permanezca el amor fraternal” (Heb. 13:1).

Como restaurar relaciones quebrantadas.


Génesis 33.1-12

En el contexto de este pasaje, Jacob estaba de regreso. Habían pasado 20 años desde
que él había salidos de su casa. Si ustedes recuerdan la historia, Jacob sabía que tenía
que enfrentar a su hermano Esaú. Dice la Palabra de Dios en Gn. 32. 1 Estaba
regresando a Bet-el («casa de Dios»), estaba regresando a la casa de Dios, al lugar de
estar en comunión con Dios, al lugar de estar bien con Dios y dice el versículo Gn. 32.2-3
Había cuentas pendientes. Jacob, había lastimado a su hermano, había ofendido, había
engañado dos veces. (Contar la historia de cómo Jacob tomo la primogenitura de su
hermano). Esaú desprecio la primogenitura y con ellos la bendición de tener parte en la
línea del Mesías. Por un plato de lentejas. Años después su padre Isaac tomo la
bendición de parte de su hermano. Le robo la bendición que se le daba al primogénito Gn.
27.30-36 Jacob sabia que el regresar a Bet-el, regresa a Hebrón donde vivía su padre
Isaac, él sabía que iba a enfrentarse con su hermano mayor Esaú. Dice la Biblia en Gn.
32 que Jacob envió a su hermano Esaú regalitos, obsequios, porque Jacob sabía que su
hermano pensaba en matarle Gn. 27.41 Por eso Jacob salió huyendo de Esaú. Y por eso
le envía regalos, animalitos, para encontrar gracia delante de su hermano. Recuerde
hermano habían pasado 20 años. Muchas personas piensan que el tiempo sana. Pero
muchas veces el tiempo no sana por eso tienes que arreglar tus cuentas. NO
QUEREMOS ENFRENTAR. Lo solución nunca va a ser huir de los problemas sino
enfrentar los problemas. Y muchas veces problemas que nosotros mismos creamos. Por
eso hermano yo le pregunto. Si usted tendrá su relación quebrantada con un hijo, esposa
o esposo, amigo, familiar, vecino, padre o madre, etc. HERMANOS EL TIEMPO NO
SANA. Se tienen que restaurar. Algunas personas piensan que el tiempo sana. Pero no
mi hermano tenernos que sanar el corazón. El tiempo no sana las cosas. Jacob sabia mi
hermano me quiere matar. Él tenía que arreglar cuentas con su hermano. Escúcheme
hermano, CUANDO NO SANAS UNA RELACION QUEBRANTADA, LE DAS LUGAR AL
DIABLO. 2Cor. 2.10-11 Aun puede que existan relaciones quebrantadas entre hermanos
en Cristo. No dejemos pasar el tiempo. Satanás quiere tomar ventaja de ofensas, de
corazones lastimados. No es tu enemigo, tu esposa(o), hijo(a), esa persona que te ha
ofendido. Satanás quiere ganar ventaja sobre ti. Te esta engañando. La Biblia dice en Ef.
4.26-27 Debemos de sanar relaciones quebrantadas. Satanás quiere tomar ventaja de
ofensas, de corazones quebrantados, Cuando la relación de Jacob se restauro con su
hermano Esaú dijo “tu rostro lo he visto como si fuera el rostro de Dios” ¡imagínese! Gn.
33-10b Sabes porque hermano porque Jacob había visto el rostro de Dios. Y él sabía que
para estar bien con Dios tenía que estar bien con su hermano.

Relaciones quebrantadas afecta nuestra relación con Dios


Ef. 4.30 Cuando no estamos bien con nuestro prójimo eso contrista al Espíritu Santo Ef. 4
31 y 32 Escuche me bien el ser como Cristo es mayormente reflejado en tu relación con
otros. Fil. 2.1-5 Nos habla en ser iguales a Cristo en humildad, en obediencia, en
mansedumbre. Este pasaje nos habla de ser así hacia nuestros prójimos especialmente
entre creyentes. Si hay rencor, si hay odio, si hay amargura, no te engañes a ti mismo mi
hermano no estás bien con el Señor. Mt. 5.21-24 Tenemos que entender que tener una
relación con Dios en alabanza, en adoración, en comunión en el Espíritu, en gozo y en
paz tenemos que arreglar las relaciones quebrantadas. Tengas o no tengas la culpa. Pr.
18.19 El hermano ofendido es más tenaz [que se pega, ase o prende a una cosa, y es
dificultoso de separar.] que una ciudad fuerte, Y las contiendas de los hermanos son
como cerrojos de alcázar [fortaleza] Sabe que nos está enseñando este pasaje. Que
muchas veces los problemas más difíciles de restaurar son los que se encuentran dentro
de la familia. Podemos no llevarnos con gente de afuera y las sobre llevamos pero
problemas internos se declaran hasta la muerte. Por eso vemos que aun que esa persona
quiere estar bien conmigo te aferras y te endureces y no le hablas, lo ignoras. Y no te das
cuenta de que te estás haciendo daño. Cuando no sanas esa relación quebrantada
pierdes buenos amigos. Pr. 18.24 pero a veces somos tan soberbios que decimos “NO
MECESITO DE ESA AMISTAD” y lo triste es que aun vemos la misma situación con un
hijo, con tu esposo(a). ¿Aquí hay padres que no están bien con sus hijos? ¿Aquí hay
cónyuges que no están bien y no valoras esa relación? ¿Aquí hay hijos que no están bien
con sus padres? No valoras la bendición que tenias cuando todo estaba bien entre
ustedes. ENTRE MÁS PASAN LOS AÑOS ME DOY CUENTA LO DULCE Y HERMOSO
DE TENER A ALGUIEN A QUIEN LLAMAR AMIGO. ¿No valoras esa amistad con ese
hermano en Cristo? La vida es muy corta y las cosas materiales no llenan, los placeres no
llenan… pero sabes lo que llenan es Dios en tu vida y estar bien con aquellas personas
importantes en tu vida como tu esposa e hijos. Tener hermanos en Cristo, orando los
unos por los otros. Hermano, hermana, joven, señorita valora el estar bien con tu familia,
el estar bien con tus hermanos. Pierdes hermosas amistades, ya por esa ofensa ya por
esa deuda, ya por ese mal entendido, ya por esas palabras duras, ya no hay amistad, ya
no hay amor, ya no hay cariño, ya no hay comunión, ya no hay afecto. Ya no hay, ya se
termino. Y el tiempo ha pasado y todavía no lo arreglas. Jacob sabía que tenía que
obedecer a Dios. Dios le dijo que regresara a Bet-el. Estas fueras de mi voluntad, Jacob
hay no estás bien y él sabía que tenía que arreglar su relación con su hermano.

El contexto nos enseña que es lo que debemos de hacer

1. Toma tu el primer paso (pero yo no hice nada) Gn. 32.3-6 A Jacob le dio terror
(recuerde que el Esaú deseaba matarlo) pero vemos a Jacob enviando obsequios y a
Esaú mandando a 400 hombre hacia su hermano. TOMA TU EL PRIMER PASO. Es mi
oración que el Espíritu Santo te muestre que seas tu el primero en tomar el primer paso
para restaurar esa relación. Gn. 33.8 Déjeme decirle que al final de la humildad se
encuentra la gracia. Cuando hay perdón hay misericordia y cuando obedeces a Dios hay
gracia de Dios. Háblale por teléfono, ve hasta su casa, has todo lo posible por restaurar
esa relación tomando tu el primer paso. Col.3.12-13 Debemos de estar dispuestos a
perdonar y a pedir perdón.

2. Reconoce tus faltas y has cambios en tu vida. Gn. 32.24-27 Jacob pasó la noche solo
luchando contra Dios. “Y el reconoció su nombre Jacob” él estaba acostumbrado a
engañar a medio mundo, a salirse con la suya. Jacob necesitaba reconocer su culpa y
dejar que Dios primero obrara en su propia vida. Para restaurar esa relación necesitas
reconocer tu falta en ese problema. Yo soy el que lo engaño, el que le defraude... Señor
perdóname… yo soy Jacob. Reconoce tus faltas y deja que Dios transforme tu vida. Gn.
32.30 Jacob reconoció su necesidad de Dios y esa noche Dios cambio su nombre de
Jacob a Israel. De usurpado a un príncipe de Dios. Jacob primero se puso bien con Dios.
Déjeme le digo mi hermano, yo no conozco tu situación, pero tienes tu problemas con
alguien, tu relación está quebrantada, ya no hablan igual, no hay confianza como antes,
se han distanciado, porque no dejas a Dios que esta tarde Dios te muestre que faltas
tienes tu para poder estar bien con Dios, para que te puedas restaurar con esa persona.

3. Ora por esta persona. Mt. 5.43-44

4. Gn. 33.1-3 HUMILLATE Pr. 6.3 Mi relación con mi hermano es más importante que
cualquier cantidad de dinero. El dinero nunca debe de venir entre tú y tu hermano. Y eso
es una de las cosas por las cuales hay más problemas con los parientes. Siempre alguien
debe de estar dispuesto a humillarse. Como puedes estar mal con la mujer de tu pacto,
con el hombre que tu escogiste, como puedes estar mal con tu hermano que crecieron
juntos, jugaron juntos, comieron juntos durmieron juntos, como puedes estar mal con tus
padres que te trajeron a este mundo. Como puedes decir que lo odias, no lo puedes ver.
Como puedes verlo y no hablarle. Se llama soberbia, se llama orgullo, se le llama altivez.
No están dispuestos a humillarse. Reconociendo que es más importante esa relación que
cualquier problema que les haya separado. Viéndose a los ojos y diciéndose tu eres más
importante. Alguien tiene que humillarse.
5. Gn. 33.8-10 Recibe y restaura la relación que antes tenían. Cuando el hijo prodigo
regreso a su padre este no le tomo como un siervo, o un esclavo lo restauro, lo recibió
como lo que era “SU HIJO”. A quien añoraba escuchar su voz, a quien añoraba abrasar, a
quien añoraba besar, a quien añoraba decirle “hijo te amo” Filemón 10-16 Sabes cómo
somos hermanos, cuando alguien viene a pedirte perdón lo perdonas y ahora lo tratas de
lejos. No podemos ser como éramos antes. Eso no es restaurar.

6. Gn. 33.8-9 Jacob le dejo a Esaú que recibiera los obsequios si en verdad había hallado
misericordia. Tienes que estar dispuesto a pagar un precio. Quizá un precio económico,
quizá un precio de enfrentar a gente que has ofendido. Pablo del dijo a Filemón, si
Onésimo te debe algo ponlo a mi cuenta. La sangre de Cristo y lo que hizo el pago un
precio incalculable, inefable para poder restaurarnos con Dios. Cuando hay restauración
alguien tiene que pagar un precio. ¡¡Y la cosa es que tú no lo quieres pagar!! Diciendo
porque siempre yo. Es que usted no sabe pastor el daño que me ha hecho, lo que m hizo
si mi hermano pero… ¡¡Alguien tiene que pagar un precio!! Esa cantidad de dinero es más
importante que tu amigo, que tu hermano, y eso enseña que tu amor esta en el dinero.
Cuánto valoras tú esa relación con Dios como la valoro Jacob de estar bien con el Señor.
Después de esto Dios cambio la vida de ese hombre. ¿Estás dispuesto de pagar un
precio para restaurar esa relación?

7. Afirma tu amor. La Biblia dice que el amor cubrirá multitud de pecados pero también
dice que el amor es sufrido. Gn. 33.4 20 años de dolor, 20 años de rencor, 20 años de
malos recuerdos, 20 años de pensar mal, y en ese instante cuando hubo favor, cuando
hubo misericordia, cuando hubo humildad, cuando hubo perdón, reafirmaron su relación,
reafirmaron su amor de hermanos. ¿Qué no conoces tú el amor de Dios? ¿Qué no
conoces tu el amor que nunca deja de ser? Deja a un lado tu soberbia, tu orgullo y afirma
tu amor. Porque no dejamos que el amor de Dios vaya más allá de esa ofensa.

No estás dispuesto tu a decir Señor: me llamo soberbio, me llamo amargado, me llamo


iracundo, me llamo estafador, me llamo mentiroso, pero o Dios ya no puedo con esto sedo
a ti todo esto para estar bien con aquella persona con la persona que necesito perdonar o
pedir perdón.

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