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espués del por qué de la política agrícola, la siguiente pregunta principal es ¿en qué consiste? El
contenido de la política macroeconómica es inequívoco: el déficit fiscal; la oferta monetaria; los
instrumentos requeridos para llevar estas variables a sus niveles meta, entre otros, el gasto público
y la recaudación fiscal, la emisión de bonos, las metas monetarias, las tasas de interés, el encaje
legal y los regulaciones bancarias; y, en muchos países, la tasa de cambio. A pesar de la gran
antigüedad de la agricultura y de las intervenciones gubernamentales en el sector, no existe un
consenso parecido acerca de la sustancia de la política agrícola.
Algunas veces los macroeconomistas y funcionarios públicos ponen en duda la raison d’être de la
política agrícola. Se arguye que los requisitos básicos para una exitosa transición económica o
experiencia de desarrollo son una correcta política macroeconómica, la máxima privatización
posible de las empresas públicas, y la eliminación de reglamentaciones y otras intervenciones
gubernamentales dañosas. De acuerdo con este punto de vista, no habría necesidad de una
política sectorial per se, una vez que los mercados sean liberalizados y la estabilidad
macroeconómica garantizada. Se pregunta ¿qué hace a la agricultura diferente de la industria
textil, la industria cementera o el negocio de restaurantes, en términos de políticas económicas?
Como respuesta se afirma, a veces, que la prioridad de la agricultura para los responsables de las
políticas deriva de que produce alimentos, segundos en importancia sólo al agua dulce para la
supervivencia humana. Este argumento es válido hasta cierto grado. Es relevante principalmente
para las zonas rurales pobres de los países de más bajos ingresos, que tienden a producir
mayormente para el autoconsumo. Pero se hace menos aplicable a medida que la economía
mundial se integra y el comercio exterior de alimentos se expande en casi todos los países. Se
acepta cada vez más que la nutrición de la mayoría de las familias pobres depende más de sus
ingresos y condiciones de salud que de si producen o no alimentos básicos. Se puede encontrar un
ejemplo en los agricultores de ladera de América Central, que pueden elevar sus ingresos
familiares de manera significativa pasando de cultivar maíz y frijoles a sembrar otros productos
para la venta.
Desde luego, la agricultura es la fuente principal de ingreso y empleo en el medio rural; de hecho,
en los países más pobres es a menudo la mayor fuente de empleo de toda la economía. Tal como
se señaló en el Capitulo 1, el crecimiento agrícola es también el camino principal para reducir la
pobreza, tanto en las zonas rurales como en las urbanas. Se reconoce universalmente que el alivio
de la pobreza es una preocupación válida y una responsabilidad de la política económica.
Existen otras razones básicas para considerar a la agricultura como un aspecto central de la
política económica. Ningún otro sector está tan profundamente interconectado con el resto de la
economía. La agricultura usa, y a veces abusa, varios recursos vitales que son limitados y
agotables: agua, tierra, bosques, reservas piscícolas. Estos son precisamente los recursos
naturales cuya utilización se ha demostrado muy difícil de sujetar a las reglas del mercado. El
enfoque de no-intervención absoluta, o de política de laissez faire, ha demostrado ser insostenible
en todos los países pues invariablemente lleva a la sobre explotación de estos recursos.
Los programas son limitados en tiempo y recursos. Requieren la participación activa del gobierno
(aún cuando su ejecución sea contratada con el sector privado), y terminan cuando se acaba la
financiación. En cambio, las políticas son permanentes, por lo menos hasta que se diseñe y ponga
en práctica un nuevo sistema de políticas. No siempre requieren gastos del gobierno. Por ejemplo,
una ley que elimina las restricciones a la importación no requiere gastos o personal para
implementarla, y es permanente a menos que en el futuro se dicten nuevas limitaciones al libre
comercio. Si bien las políticas no siempre representan un costo para el gobierno, frecuentemente
implican un costo para los usuarios de servicios públicos, los productores en general, los agentes
del mercadeo, los consumidores y otros grupos de la economía. Parte del arte de formular y
ejecutar políticas es balancear estos costos con los beneficios de las nuevas políticas.
Los proyectos, al igual que los programas, están limitados en el tiempo y son intensivos en el uso
de personal. Usualmente involucran un componente significativo de inversión. Dependen de la
cuenta de capital del presupuesto público, mientras que los programas utilizan la cuenta corriente.
Sin embargo, algunos programas también incluyen gastos de inversión, de modo que la distinción
entre programas y proyectos no siempre es precisa. Esto es particularmente cierto en materia de
capacitación (formación de capital humano), donde se utilizan gastos corrientes para crear capital.
Frecuentemente se necesitan tanto programas como proyectos para implementar las políticas de
una estrategia. Si no derivan directamente de la estrategia sectorial o subsectorial, deben ser
formulados para que sean coherentes con ésta. En la jerarquía de decisiones gubernamentales,
los programas y los proyectos normalmente están subordinados y derivan de las políticas, las
cuales, a su vez, se formulan a menudo en el marco de la estrategia. En el mundo real de la
adopción de decisiones, con intereses y actores múltiples y contrapuestos, las cosas no funcionan
tan claramente; pero el intento de coordinar las políticas, los programas y los proyectos puede
aumentar la eficacia de todos ellos. Una inversión en riego es más productiva si está acompañada
de una ley que facilite la creación y el funcionamiento de asociaciones de usuarios del agua
(Capítulo 6). Una inversión en ganadería brinda mayores retornos a los ganaderos si el sistema
financiero se fortalece y permite financiar el manejo adecuado de los hatos (Capítulo 7). Un
programa de desarrollo comunitario puede ser más eficaz si se ha tomado la decisión política de
descentralizar y hacer más participativas la investigación y la extensión (Capítulo 8).
Además de establecer los objetivos y los medios de la política, el marco estratégico debe también
tener en cuenta los principios que guían las medidas de política. En otras palabras, los
objetivos de la política no se deben perseguir a cualquier costo. Los principios representan
condiciones o límites a los tipos de acciones (medios) utilizables para intentar alcanzar los
objetivos estratégicos.
Los cinco principios básicos para que una estrategia agrícola sea sostenible en el largo plazo
son[37]:
Dada la diversidad de las políticas agrícolas, resulta útil analizarlas desde el punto de vista de los
requerimientos del productor. Para poder trabajar provechosamente, los productores necesitan tres
cosas básicas: incentivos adecuados para producir, una base de recursos segura (tierra agrícola,
agua) y acceso a los mercados de insumos y productos, incluyendo la tecnología. En
consecuencia, la política agrícola consta de tres grandes componentes:
Las divisiones entre estos tres grandes grupos de políticas no son rígidas. Por ejemplo, las
medidas de política diseñadas para mejorar los canales del mercadeo (mejorar el acceso)
probablemente también elevan los precios en las fincas y, por tanto, forman parte de la política de
precios. Una concepción amplia de la política de recursos incluye al capital humano, un recurso
básico para el cual son esenciales la educación rural y los programas de capacitación. El papel de
la política de tenencia de tierras es proporcionar seguridad de acceso a este recurso, lo cual puede
ser tan importante como el acceso físico a la tierra.
La mayoría de las políticas son relevantes para todo el sector, o la mayor parte, y generalmente no
son específicas para cultivos determinados. En este sentido, no hay una política para la yuca o una
política para el maíz, ni una política para el trigo o para el plátano. Las buenas políticas facilitan el
trabajo del agricultor, una parte del cual consiste en seleccionar la combinación de cultivos y
productos ganaderos. La diferenciación de políticas según productos corre el riesgo de crear
mayores incentivos para unos que para otros, y los gobiernos usualmente no cuentan con los
mejores criterios para definir los cultivos que tienen perspectivas más favorables. El mercado y el
criterio de los agricultores pueden realizar esa elección con mayor confiabilidad.
Sin embargo, es práctica común establecer programas públicos para productos importantes:
programas para la renovación de los cafetales o el desarrollo lechero o el mejoramiento del arroz.
Dichos programas representan uno de los medios para la implementación de las políticas.