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CUANDO VUELAN LOS PLATOS

Hch 2, 44-46 Y todos los que creían estaban juntos; y tenían todas las cosas comunes; Y vendían las
posesiones, y las haciendas, y las repartían a todos, según la necesidad de cada uno. Y perseverando
unánimes cada día en el Templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y con sencillez de
corazón, alabando a Dios, y teniendo gracia con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la Iglesia los que
habían de ser salvos.

Art. 15. Un espíritu de caridad

caracteriza a nuestro instituto.

Este espíritu se manifiesta

por la sencillez, la acogida y la fraternidad.

Como verdaderos hermanos,

compartimos nuestra vida

y nuestro apostolado.

Cultivamos con tanto esmero

el espíritu de familia

que cada uno se siente amado por lo que es.

Cuando hay una crisis hay que alegrarse porque es una señal de que hay que dar
un paso de crecimiento. La crisis no es el final. No hay que aceptar la curva
descendente.

Cuando un gato se encuentra con un perro: se quedan quietos, otros huyen y otros
locos atacan al perro. En el mundo humano esas tres respuestas son un error. Tres
falsas salidas:

1. Quedarse quieto.

2. La huida para no afrontar lo que vamos a encontrar.

3. La agresividad.

Lo peor ante una crisis es no afrontar una crisis. Lo peor es perder la esperanza de
que se puede superar la crisis. En el infierno de Dante se les dice que dejen fuera
toda esperanza.

Las crisis son normales porque las cosas no salen como yo soñaba en mi mundo
de ficción.

No aceptamos que el otro no sea como yo. Y si tiene diferencias no respetarle.

A todos nos llegan las crisis porque hay sentimientos negativos: ira, frustraciones,
tristeza, decepciones…
Cuando una cuerda de guitarra está desafinada es la guitarra entera la que
desafina. Es la familia la que tiene que ajustarse. No vale echar culpas. Hay que
ajustar a la familia entera.

Problemas:

1. Inmadurez: autocentración (por que yo, es que yo,… no hay sentido de nosotros,
mis cosas y tus cosas… ¿Qué tal? ¡Pues anda que tú! Cada uno rumia lo que
esperaba que el otro le diera y no le dio.

2. La queja, el reproche y la tristeza son pecados capitales porque nos impiden ver
la realidad.

La madurez:

Clave: ¿quién soy yo? Pero saber quién eres tú para poder formar un nosotros.
Problema venir con nuestros esquemas: quiero que el otro piense como yo, quiero
que el otro actúe como yo… Cuando hay que hacer el esfuerzo de descubrir al otro.
Hay veces que estamos tan llenos de sí que no tenemos ventanas, solo tenemos
espejos. La madurez es conocerte a ti y quererte cada día más.

Trascendencia: necesitamos mirar algo más grande que nosotros. Uno no puede
pretender que todas las perspectivas de felicidad nos las colme el otro. El otro es
camino para el cielo pero no es el cielo. Juntos caminamos hacia alguien que nos
mira con amor. ¿Cuál es el ideal que nos une?, ¿a quién entregamos nuestra vida?,
no solamente qué hacemos y cómo lo hacemos sino para quien lo hacemos, qué
tenemos en el horizonte, cuales son los valores y las convicciones que nos unen.

Aceptar al otro como distinto. El otro es una sorpresa continua.

Yo no sé lo que necesita el otro si no dedico tiempo diario a la comunicación con el


otro y la comunicación mucho más que hablar es escuchar. Y en esa comunicación
decir que necesito de ti y preguntar que necesitas de mí. Si no nos lo decimos el
otro no es adivino. Si no preguntas al otro no te enteras de lo que hay.

Hay que:

1. Aceptar la situación. Los peores platos que nos lanzamos son las ironías, los
juicios. Los silencios.

2. Expresar lo que sentimos NO en clave tú: “tú llegas tarde”, “tú eres un
desordenado”. Se aguanta la chapa con lo cual se vuelve a enfadar, pero sabe que
no pasa nada porque se le va a pasar (20 min). Y se entra en un bucle de
agresividad. “Eres un desastre”, “nunca cambiarás”. Y lo que pasa es que eso acaba
cumpliéndose: “soy así”. Nunca un caballo apaleado ha ganado una carrera. ¿Qué
podríamos hacer para afrontar esto?

3. Relativizar lo relativo. Ponerle sentido del humor. Para poder sobrevivir.

4. Construir un nosotros. Equilibrando los roles: mi rol de amigo, mi rol de monitor,


mi rol de coordinador.
Tres bases de la crisis:

1. Nunca dejar de comunicarnos. Cuidar los detalles de la comunicación. ¿Cuánto


tiempo riño y cuánto tiempo bendigo?, ¿cuánto tiempo sonrío?, ¿cuánto tiempo
escucho? (Esta leche es leche buena. Sí, y mañana navidad.). No se escuchan, se
distorsionan.

2. Ahorrarse los consejitos fáciles. Decir qué necesito y preguntar qué necesita el
otro. 3. Nunca encerrarse en mi punto de vista. (Cuidado con: Aquí hay dos puntos
de vista, el mío y el equivocado). La verdad es la verdad, pero hay muchas
perspectivas.

3. Cuidado con querer ganar las discusiones. Para que yo gane y tú pierdas. ¡Pero
si estamos en la misma barca! Yo prefiero quererte a ti aunque no tenga la razón.
Una buena discusión es en la que no hay perdedor. No trates de imponerte al otro.

4. Asumir responsabilidades. Cuidarte tú, cuidarte físicamente. Como te cuidas


para estar con el otro. ¡Estás con personas que son importantes! La presencia es
importante, el cómo te hablo. Cuidar los pequeños detalles, el entusiasmar al otro.
(Anécdota del abrazo) Cuidar las palabras: permiso, gracias, perdón. Sé ágil en los
detalles, sobre todo los de servicio, facilita la vida. No te muestres superior porque
lo serás en unas cosas, pero en otras no lo eres.

Cultivar actitudes: 1 Cor 13 El amor incondicional es clave en la sanación, potencia


la resiliencia.
Comentamos hoy el siguiente pasaje: 2,11-14:

«Mas, cuando vino Cefas a Antioquía, me enfrenté con él cara a cara, porque era
digno de reprensión. 12 Pues antes que llegaran algunos del grupo de Santiago,
comía en compañía de los gentiles; pero una vez que aquéllos llegaron, se le vio
recatarse y separarse por temor de los circuncisos.

13 Y los demás judíos le imitaron en su simulación, hasta el punto de que el mismo


Bernabé se vio arrastrado por la simulación de ellos. 14 Pero en cuanto vi que no
procedían con rectitud, según la verdad del Evangelio, dije a Cefas en presencia de
todos: «Si tú, siendo judío, vives como gentil y no como judío, ¿cómo fuerzas a los
gentiles a judaizar?»

Aclaración:
Estos cuatro argumentos reciben una confirmación a modo de anécdota: la
discusión entre Pedro y Pablo. El primero acostumbraba a comer con los gentiles.
Ello significaba que Pedro no tenía en cuenta la Ley a este respecto (es decir, había
aceptado la tesis de Pablo), pues según la interpretación común de los otros judíos
convertidos los paganos convertidos al judeocristianismo seguían siendo impuros
ritualmente, pues no se habían circuncidado. El que comiera con ellos se
transformaba automáticamente en impuro. Si fuera a Jerusalén, la Templo, no
podría entrar en él.

De repente, aparecen en escena en Antioquía judeocristianos rigoristas de


Jerusalén (que exigen a los gentiles que observen toda la Ley). Pedro dejó entonces
de comer con los gentiles convertidos al judeocristianismo. Es decir, simuló aceptar
de nuevo que la ley de Moisés seguía siendo necesaria para salvarse.

Pablo se enfadó por este cambio de actitud. Entonces afeó a Pedro el cambio:
primero le dio la razón a Pablo y luego se la quitó con su actitud. Ésta supone
aceptar implícitamente que los rigoristas de Jerusalén tienen razón: los gentiles
convertidos deben también cumplir la Ley en cuestiones de normas alimentarias.
Y si esto es así, todo el concepto del evangelio de Pablo se viene abajo. Por eso se
enfada con Pedro.

Aclaración:

Al hilo de esta anécdota el Apóstol expresa su tesis respecto a la salvación (¡que


es lo único que importa!) de una manera contundente y rotunda: nadie se salva
por guardar la Ley, sino por la fe en Cristo, y en concreto por el valor salvífico de
su muerte en la cruz.

Esta afirmación la repetirá varias veces, en 3,6-9.11.14. Técnicamente se


denomina a este aserto “doctrina de la justificación (del hombre) por la fe”.
Según el conjunto de esta epístola y la dirigida a los romanos, la “justificación por
la fe” quiere decir lo siguiente:

• El ser humano está por su nacimiento y por su misma condición inmerso en el


pecado, en enemistad con Dios.
• De esta situación no puede zafarse de ningún modo por sus propias fuerzas.
• Situado este hombre delante del tribunal divino, no será absuelto (“justificado”)
por mucho que se haya empeñado o se empeñe en cumplir las “obras” de la ley de
Moisés.
• Dios sólo lo absolverá (“lo declarará justificado o justo”) cuando haga un acto de
fe en lo que significa la vida de Cristo, en lo que Dios ha hecho por medio de la
muerte y resurrección de su Hijo… en que esa muerte es un sacrifico redentor por
toda la humanidad, judíos y paganos, y reciba el bautismo que confirme esa fe.

Sin embargo, más allá de su éxito póstumo, la disputa entre Pedro y Pablo nos deja
una gran enseñanza en la Iglesia. Nos muestra a Pedro dispuesto a debatir,
dialogar y confrontar con Pablo. Nunca consideró un error la postura de Pablo,
aun cuando no la compartiera. Y gracias a ese altercado, se pudo repensar, discutir
y examinar una de las cuestiones fundamentales de la fe cristiana, como es la de
la salvación que trajo Jesucristo.

El gran mensaje que nos dejaron estos dos pilares del cristianismo, es que la Iglesia
debe aprender a discutir y a dialogar todos los temas, incluso los más graves y
comprometidos, aun cuando parezca que la postura contraria es errónea. Porque
como dijo Rabindranat Tagore: “Si cierras la puerta a todos los errores,
terminarás dejando afuera a la verdad”.

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