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Sobre el final del siglo XV, con el poder de la dinastía consolidado y la seguridad
interior garantizada, Enrique VII desechó la institución del Parlamento, que
hasta ese momento había celebrado sus reuniones anualmente.
Con la Star Chamber y la Justice of the Peace, la monarquía se proveyó de
herramientas para, con la primera, reprimir revueltas y sediciones y, con la
segunda, reforzar la administración local.
Sin embargo, dado que no tenía sucesor de sangre, Enrique decide divorciarse
de su esposa española. Ello le acarrea problemas tanto con la Iglesia católica
como con Carlos V de España. A fin de asegurarse el apoyo de la clase
terrateniente en un verdadero asunto de Estado, Enrique VIII convocó
nuevamente a un Parlamento, el más largo de la historia, del que quería obtener
aprobación para realizar la incautación política de la Iglesia por el Estado en
Inglaterra.
En 1543 Enrique VIII lanzó la que sería su última acción importante, una invasión
a Francia en alianza con el imperio. La operación resultó un desastre con
consecuencias de largo plazo.
Sin producir grandes reformas, Isabel debió sin embargo enfrentar las
inquietudes surgidas de un Parlamento que aumentó en tamaño, y dentro del
cual la proporción de la nobleza rural creció también. Los planteos de carácter
religioso y la oposición en temas fiscales obligaron a la reina a vender tierras
nuevamente, para cortar la dependencia.
Por otra parte, todavía inferior militarmente, Inglaterra no podía trazar objetivos
expansionistas, y su política exterior se limitó a unas metas “negativas”.
Anderson indica que Inglaterra debió limitarse a impedir que otros concreten sus
objetivos, más que pelear por los suyos propios, y que su resonante victoria
sobre la Armada Invencible española no la pudo capitalizar en tierra. Se dedicó,
sin embargo, a la conquista de “la pobre y primitiva Irlanda”. Con sus vaivenes,
esta guerra de conquista tomó varios años, sobre todo debido a que buena parte
de la isla había quedado formalmente fuera del control de los monarcas Tudor,
y porque los jefes que comandaban los clanes eran fieles católicos que se
oponían a la anglicanización y llamaron al papado y a España. Finalmente,
Inglaterra prevaleció en la disputa gracias a sus técnicas “despiadadas” para
masacrar a la insurgencia.
El gran avance, en todo caso, llegó con el siglo XVI y el lento giro hacia el
equipamiento y la expansión navales. Tanto los viejos barcos de guerra a remo
como los buques comerciales fueron sustituidos por “grandes barcos de guerra
equipados con armas de fuego. En el nuevo tipo de navíos de guerra, las velas
sustituyeron a los remos y los soldados comenzaron a dejar sitio a los cañones”
A mediados del siglo, sin embargo, Inglaterra se vio superada también en este
plano, ahora por la aparición del galeón en España y Portugal. Pero a fin de la
década de 1570 el Consejo Naval “impulsó una rápida modernización y
expansión de la flota real. Los galeones de poco calado fueron equipados con
cañones de largo alcance, situados en plataformas muy manejables, y
destinados a hundir a las naves enemigas, en una batalla en movimiento, desde
la mayor distancia posible”.
Estos y otros cambios promovidos en este contexto fueron los que proveyeron a
Inglaterra de su dominio naval. Pero no solo a nivel militar, sino que su flota
comercial cobró también relevancia. De hecho, la función de las embarcaciones
era dual: los cañones se desmontaban de ser necesario para dar lugar a las
mercaderías.
Jacobo I Tuvo éxito en la unión de Escocia con Inglaterra. Obtuvo gran apoyo
de la nobleza, pero sufrió la fuerza del Parlamento. Utilizaría la persecución
religiosa para imponer el anglicanismo.
Sus súbditos, que habían confiado en las nobles virtudes que adornaban al rey,
pronto vieron defraudadas sus esperanzas, puesto que el monarca se relajó
bastante en las labores de gobierno, en las que fue sustituido progresivamente
por su primer ministro, el duque de Buckingham. Durante el primer año de su
reinado se enfrentó al Parlamento, porque se negó a concederle la elevada suma
que había pedido para sufragar los gastos de la Guerra de los Treinta Años; esto
le condujo a disolver la Cámara, que se convocó un año más tarde y que hizo
responsable de los desmanes del rey al ministro y que, nuevamente, fue disuelto.
Por tercera vez se convocó el Parlamento, que solicitó al rey -y obtuvo- la
Petición de los Derechos; el asesinato de Buckingham no hizo sino agravar la
situación y este tercer Parlamento fue disuelto también.