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A finales del siglo XX, el acceso al espacio cercano a la Tierra no es una cuestión
de orgullo nacional o un frente más en la guerra fría, sino que se ha transformado
en una carrera para lograr una buena posición en el mercado del lanzamiento de
satélites comerciales. Mientras que unos países empiezan a poner en órbita sus
propios sistemas de telecomunicación, otros, que ya han dado ese paso previo, van
a necesitar sistemas de observación para el clima, la tasa de desertización, la
optimización de recursos agrícolas e hidrológicos, etcétera. Esto significa que hay
una demanda creciente de sistemas de transporte espacial que permitan acceder a
las órbitas cercanas a la Tierra con unos precios asequibles. A modo de orientación,
el coste de la puesta en órbita de un satélite oscila, dependiendo de su peso, entre
cientos y miles de millones de pesetas.Actualmente existen dos formas de situar
material en órbita. La más tradicional consiste en el uso de cohetes del tipo de los
que enviaron el hombre a la Luna. Estos sistemas, como el lanzador europeo Ariane
4, se caracterizan por ser bastante fiables, ya que la tecnología asociada a ellos
tiene una edad en torno a los 30 años y por tanto está muy experimentada. Sin
embargo, el inconveniente asociado a dicha fiabilidad es el hecho de que el sistema
no sea reutilizable y, en consecuencia, caro, ya que todo el vehículo menos su carga
útil se destruye tras cada lanzamiento. Esta tecnología está ya al alcance de muchos
países.