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CIENCIA Y

ESPIRITU
La ideología materialista, el conocimiento espiritual y el Impulso
Crístico
Por Andrés Piñán

La ideología materialista,
cuyo comienzo se sitúa en el siglo
XV y plenamente manifestada en el
XIX, intenta demostrar que la única
realidad que existe es la de la
materia física y sus leyes
correspondientes, algo tan irracional
y difícil de demostrar como los
dogmas de fe de la Iglesia
Católica. Desde entonces se ha
intentado propagar el materialismo
como arma consciente para anular el
impulso indispensable para el
desarrollo espiritual de la conciencia
individual del ser humano hacia el
encuentro con el Cristo, ideología
que integrada en lo cultural se ha
incrementado progresivamente en
los últimos 50 años.
Ya sabemos que el hombre
es un ser esencialmente de fe, tiene
necesidad de creer en algo, no
importa si verdadero o falso; ha
pasado de creer en los dogmas de
las iglesias a creer en lo que dicen
los científicos, aunque solo se basen
en suposiciones o verdades
incompletas.
En la ideología materialista se
hace creer que poco importa lo que se haga, se diga o se piense, que nada
trasciende, que todo es relativo, y para ello se utiliza la ciencia como justificación
veraz y demostrable de que solo existe la realidad físico material. Sin embargo
sabemos que no existe en nuestro mundo nada que no sea trascendente: cualquier
cosa que hagamos, sintamos o pensemos se difunde al resto de la creación, para
bien o para mal, al igual que cuando respiramos compartimos el aire
continuamente con todos los seres vivos que nos rodean. Por ello siempre debemos
preguntarnos: ¿Puede ocasionar lo que hago, siento o pienso algún
desequilibrio o trastorno a la humanidad o al entorno?. No somos nada si no
nos sentimos vinculados a todo cuanto existe, si nos limitamos a reforzar nuestra
individualidad.
Existe un creciente malestar y desasosiego anímico que se intenta
compensar desesperadamente a través de la adquisición y disfrute de bienes
materiales, lo que enseguida resulta insatisfactorio y frustrante, y en muchos
casos conducente a depresiones y a otras enfermedades anímicas, cada vez mas de
carácter endógeno y en aumento progresivo. El materialismo como ideología, como
creencia de que no existe nada mas que lo material, puede parasitar y enfermar al
ser humano.
En la antigüedad las personas necesitaban las enseñanzas religiosas y el
culto en las iglesias a fin de ordenar su vida en el mundo. Hoy día el camino de
búsqueda espiritual debe recorrerse individualmente, a la plena luz de la conciencia
espiritual. Ello exige un gran nivel de auto-exigencia y capacidad de discernimiento
para saber ir trazando el propio camino, siempre motivados por el mayor bien de la
humanidad. Lo primero que debemos hacer,
en este sentido, es el de purificar nuestras
emociones para que el “yo” pueda actuar con
fluidez sobre la conciencia cotidiana. En este
proceso se deben desarrollar las cualidades o
virtudes de la justicia, la templanza, el
valor y la sabiduría; de esta forma nuestra
personalidad se irá impregnando del sentido
de lo trascendente.
En la actualidad se están ya
descartando las concepciones puramente
materialistas como teorías válidas para la
ciencia moderna, fundamentada en la física
cuántica, de partículas subatómicas y en la
relatividad de Einstein, con lo que el
conocimiento está empezando a adentrarse
en la realidad suprasensible. No obstante, al
nivel cultural de la inmensa mayoría de la
gente, y tal como interesa al sistema de
poder establecido para el mantenimiento de
sus intereses , continúa fuertemente arraigada la creencia en la realidad del
materialismo como la única existente, lo cual se manifiesta en un consumismo
desacerbado y avances tecnológicos impensables hace pocos años.
Las condiciones culturales actuales han restringido al máximo la capacidad
perceptiva del ser humano, consecuencia del incremento del “bombardeo” de
estímulos visuales y auditivos mediáticos, publicitarios y de una cultura del ocio, en
un stress generalizado y situaciones límite, ampliamente favorecido por las fuerzas
que utilizan factores culturales interesados en el mantenimiento del sistema
capitalista establecido, que privilegia a unas minorías de poder. Pero
previsiblemente, unido al desarrollo del sistema nervioso autónomo, las personas
cada vez percibirán en mayor medida reflejos de niveles suprafísicos de la realidad
y adquirirán nuevas facultades de percepciones extrasensoriales en forma de
imaginaciones, intuiciones y precogniciones.
El Conocimiento Espiritual
Todos los auténticos investigadores del conocimiento de lo trascendente
coinciden en afirmar que lo más importante en nuestra época es la trasmisión de
las verdades obtenidas de lo suprasensible, dejando que la gente decida libremente
su posible aceptación, al igual que todo lo que venga del mundo espiritual. Somos
nosotros los que tenemos que decidir si nos unimos a estos conocimientos, para lo
cual estamos suficientemente preparados en los comienzos del siglo XXI. El
propósito de cualquiera que quiera, en base a su experiencia, trasmitir a los demás
sus conocimientos espirituales, solo puede ser el de suministrar elementos de
información, a fin de que cada persona pueda elaborar sus propios criterios en algo
tan íntimo e intransferible como es la propia aventura espiritual. Cada uno debe
saber en cada momento lo que debe o no hacer y en lo que puede o no creer.
Desde comienzos del siglo XX el hombre está en disposición de comprender
racionalmente la realidad, su pensamiento es cada vez mas potente y su conciencia
está en continua expansión. No se puede ya creer en lo que no se comprende, lo
que menos se necesitan son dogmas de fe, rituales e imposiciones sectarias.
Cualquier persona normal puede aspirar a ver y entender la realidad de una
forma mas profunda y completa de lo que nos enseña nuestro entorno cultural,
realidad que, para que sea completa, debe aspirar a incluir conocimientos de lo
suprasensible, de lo que se halla oculto detrás del mundo físico material. Ello debe
hacerse en un proceso de extracción de lo mejor que tengamos en nuestra
interioridad anímica y que podamos compartir con el resto de los seres humanos
que lo deseen, guiándonos siempre por lo que
interese a la humanidad en su conjunto,
nunca basado en nuestros intereses
personales.
Tal como nos enseña Rudolf Steiner,
cualquier conocimiento oculto es inspirado
por entidades espirituales de diferentes
niveles, benéficas o maléficas para el ser
humano. Debemos pasarlo siempre por el
tamiz del sentido común, con realismo y
humildad no fingida, incrementándose
nuestro grado de madurez, y por consiguiente
de responsabilidad hacia los demás en cuanto
a nuestra capacidad de comprensión,
tolerancia y empatía. En el ámbito de lo
oculto debemos saber que las cosas no son
en absoluto sencillas: en él la realidad es
viviente y dinámica, por lo que cualquier
trabajo esotérico que se haga ha de ser
contrastado con la realidad cotidiana de
nuestra conciencia de vigilia.
Steiner nos previene de la necesidad de separar, en lo posible, cualquier
estudio espiritual que hagamos, de nuestra propia personalidad, a fin de que lo
podamos comprender mejor y evitemos el peligro de caer en un egoísmo espiritual
exacerbado, que frecuentemente pasa desapercibido, incluso para el propio
estudiante. Normalmente solo interesa lo que afecta a la propia vida personal, no al
resto: sin embargo, la forma correcta de acercarse a un estudio de lo espiritual es
ver como la realidad influye a la humanidad global y al resto de los seres creados,
sin intereses personales egoístas, especialmente en el camino cristiano, que
siempre tiene que ser universal; de lo contrario siempre seremos excluyentes y
sectarios.
La búsqueda de la realidad suprasensible, de lo trascendente, no debe nunca
apartarnos de la realidad cotidiana de la percepción sensible, nublando nuestro
pensamiento o adormeciendo nuestra conciencia, sino mas bien clarificándolo e
incrementándola. La percepción suprasensible que pueda obtener el aspirante a la
iniciación cristiana ( la única posible y auténtica para el hombre, en la concepción
antroposófica Steineriana), no debe nunca interferir en su conciencia habitual, sino
complementándola y enriqueciéndola, debe estar acompañada por la inquietud por
lo social, por la realidad de lo que sucede a la humanidad, en especial por la
preocupación por los mas desfavorecidos y oprimidos, tomando plena conciencia del
sufrimiento y la injusticia existentes, cultivando en lo posible, de forma efectiva, la
fraternidad y cooperación con todos los seres humanos. Tampoco puede hacernos
sentir superiores a cualquier otro ser humano.
Se requiere plena madurez en el mundo físico material para poder aspirar a
transitar con el uso correcto de las facultades superiores por los mundos
espirituales, de mas de tres dimensiones, tal como nos informan los grandes
investigadores del espíritu.
En épocas pasadas la iniciación espiritual se fundamentaba en la ascética y
en el entrenamiento exterior del cuerpo físico. La auténtica iniciación cristiana
moderna lo debe hacer en la evolución espontánea del alma, para que ella
desenvuelva sus propias fuerzas internas, tal como enseña la Ciencia Espiritual. El
verdadero desarrollo espiritual en nuestros días tiene que ser absolutamente
individual y en soledad, a la luz del propio espíritu, con la ayuda ejemplar del
Cristo, el Verbo divino creador o Logos solar. En este sentido, los únicos ejercicios
apropiados hoy día para un desarrollo espiritual son aquellos destinados a
incrementar nuestro nivel de conciencia, empezando por el mas sencillo, que es el
de estar atentos a lo que hacemos en cada momento de nuestra vida, no dejando
que nuestra mente vagabundee por caminos
imprecisos, en general intrascendentes, y
esforzarnos por ser testigos, al mismo tiempo
que intérpretes, de nuestros actos: atención
lo mas plena posible sobre los actos, sobre
los pensamientos y sentimientos. Con ello se
fortalecerá lo que conocemos como “voz de la
conciencia”, nuestra guía mas fiable en el
desarrollo individual.
Es interesante resaltar el que Steiner,
en una de sus conferencias, consideró al
ateísmo como una especie de enfermedad,
pues opinaba que en un organismo sano, el
funcionamiento armonioso de sus distintos
componentes proporciona el que sienta, por
si mismo, su origen divino. Consideraba
asimismo que era una debilidad o deficiencia
psíquica, en la constitución del alma humana, el ser incapaces de percibir la
espiritualidad en uno mismo, y su conexión con la espiritualidad del mundo. El no
encontrar al Dios Hijo, al Cristo o Verbo Cósmico lo consideraba como un auténtico
infortunio o desgracia para el ser humano, si bien manifestó que todos los
hombres, en algún momento de sus vidas, tendrían la oportunidad de ese
encuentro.
La conciencia de una parte, muy minoritaria pero cada vez mayor de seres
humanos, comienza a rechazar la ideología materialista, adentrándose en lo
suprasensible a través de la orientación de los pensamientos y sentimientos hacia
una moralidad trascendente, basada en los arquetipos del Bien, la Verdad y la
Belleza, en oposición a los del Mal, la Mentira y la Fealdad.
El Impulso Crístico
En nuestros días no se trata de que la humanidad solicite y apele a la ayuda
del Cristo ante los graves problemas existentes, sino que debemos saber que éste
sólo puede actuar de forma individual, a través del requerimiento libre de cada
uno de nosotros: somos sus instrumentos cuando lo comprendemos y actuamos
conforme a sus enseñanzas; si no, no actúa.
El aspirar a conocer la Verdad debe fundamentarse en el desarrollo del Alma
Consciente, que es la labor que el ser humano tiene que realizar en nuestra época,
tal como preconizó Steiner, y que es una especie de conciencia super-despierta, a
diferencia de la plácida inconsciencia ensoñativa propia de la conciencia normal
actual. De esta forma se podrá irradiar al entorno las influencias benefactoras y
estimulantes de una conciencia despierta, poniéndose así al servicio del Cristo, a
través de sus Jerarquías, desde una nueva comprensión individual, no grupal, de un
nuevo cristianismo basado en el amor fraternal, que procede de la sabiduría cuando
el impulso crístico penetra en cada ser humano que voluntariamente lo acoge.
La fuerza espiritual del Cristo es la mas poderosa que nos puede afectar. Para
ello hemos de tener fe en la autenticidad de este conocimiento y así poder usar
estas fuerzas crísticas para nuestra evolución, primero en nuestra encarnación en la
tierra y posteriormente en el mundo espiritual. Potentes fuerzas opositoras al Cristo
intentan impedir la trasmisión de este conocimiento, fundamentalmente, como
hemos visto, a través de la propagación de la ideología materialista, a fin de que la
conciencia del ser humano quede atrapada en el cada vez mas tecnificado mundo
físico material, anulando de esta forma su desarrollo espiritual, haciéndole creer
que, aunque existan fuerzas espirituales, no son mas que fuerzas de la naturaleza,
tal como previno en su momento Rudolf Steiner.
El impulso crístico siempre va a actuar
sobre la individualidad humana, nunca en
manifestaciones masivas o actuaciones
grupales, y va a actuar en función, como
hemos visto, de que nuestra conciencia esté
preparada para servir de instrumento para su
acción. Todos los hombres llevamos en el
corazón la semilla crística que
voluntariamente podemos hacer fructificar a
través del desarrollo del amor fraternal en
nuestra conciencia.
Bajo la influencia etérica de Cristo
podemos sentir que nada de lo que suceda a
otros hombres deja de afectarnos vitalmente
a nosotros mismos, y que, como ya hemos
visto, no hay nada que no trascienda: todo lo
que nosotros hacemos, sentimos o pensamos
influye poderosamente en todos los demás
seres. En este sentido, no podemos dejarnos
influir por los estímulos desmoralizantes que
intentan convencernos de nuestra
incapacidad para modificar el presente estado de cosas caótico y destructivo. No
solo son importantes nuestras acciones, sino también nuestras intenciones y
pensamientos positivos, sabiendo que contamos con la ayuda de la fuerza y el valor
que el Cristo nos otorga para actuar en el mundo. Aunque sólo sea con nuestro
anhelo sincero y ardiente hacia el Bien,la Verdad y la Belleza, contribuiremos a que
la humanidad tenga un futuro.
Andrés Piñán

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