Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Meditaciones Metafísicas-Descartes
Meditaciones Metafísicas-Descartes
Esta obra del pensador francés René Descartes fue escrita en latín entre 1628 y 1629 y publicada en
1641 con el título Meditationes de prima philosophia. En 1647 apareció la primera traducción al francés,
la cual popularizaría el título de Meditaciones metafísicas, abreviatura del título original, mucho más
largo: Meditaciones metafísicas en las que se demuestran la existencia de Dios y la inmortalidad del
alma.
René Descartes
A la certidumbre de la existencia real de los objetos exteriores fuera del Yo sólo se llega mediante la
demostración de la existencia de Dios, porque las ideas de los cuerpos exteriores y las de las
matemáticas no nos garantizan la existencia de los objetos, sino sólo del Yo que los piensa; es menester,
pues, invocar el argumento de la veracidad de Dios, que produce en nosotros esas ideas.
Pero ante todo es preciso indagar si hay un Dios, y si es veraz. La premisa necesaria para la investigación
es que la perfección objetiva de las ideas debe tener su causa en una realidad de no menor perfección
formal. A la idea que poseemos del Ser perfectísimo debemos asignar una causa de igual perfección,
esto es, Dios (argumento ideológico); la existencia del hombre no puede depender sino de la misma
causa perfectísima que ha puesto en su pensamiento la idea de Dios y de las infinitas perfecciones que
le faltan (argumento cosmológico). La idea de Dios es innata; y no podríamos tenerla si Dios no existiese
verdaderamente (Meditación tercera).
Dios no puede engañar, porque el engaño procede de alguna privación. En nosotros el error es
puramente negativo; es decir, no procede de un mal que esté en nosotros, sino de un defecto de la
voluntad, que, por encima del intelecto, puede dar su asentimiento a lo que no es claramente conocido.
No siendo, por consiguiente, una privación querida por Dios, sino un acto libre de nuestra voluntad, el
error siempre puede ser evitado (Meditación cuarta).
La tercera prueba de la existencia de Dios es el argumento ontológico. A la esencia de Dios, que es el ser
provisto de todas las perfecciones, no puede faltarle la existencia, que es una perfección; luego Dios
existe. En el concepto de los demás objetos, en cambio, no está comprendida la existencia como
propiedad necesaria (Meditación quinta).
En la sexta y última meditación, Descartes pasa al problema de la existencia de las cosas naturales.
Alcanzada la certidumbre de la existencia del espíritu como realmente distinto de toda posible realidad
corpórea, se puede examinar de dónde derivan todas las impresiones y facultades. La sensación, en la
que estamos pasivos, nos atestigua la existencia de nuestro cuerpo y de lo que percibimos fuera de
nosotros. Nuestra naturaleza resulta, pues, de la unión del alma con el cuerpo. De ello proceden las
inclinaciones y tendencias que nos enseñan lo que es dañoso para el cuerpo. Los errores de los sentidos,
que a veces nos hacen desear cosas dañosas, dependen de nuestro juicio apresurado y del
funcionamiento de nuestros nervios, que transmiten sensaciones particulares locales.
Pero este funcionamiento, sirviendo para localizar las sensaciones, es fundamentalmente bueno, y el
testimonio de los sentidos merece ordinariamente confianza. Si bien el resultado de la unión del espíritu
con el cuerpo es fuente de errores, la naturaleza humana está, sin embargo, organizada de una manera
que tiende en general a nuestro bien. La falta de coherencia (propia de nuestra experiencia normal)
caracteriza al sueño y nos permite distinguirlo de la vigilia.