Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Francesa
Francesa
Sin embargo, no todo acabó ese mismo año, sino que duró unos diez años (1789-
1799) de cambios violentos y organización popular, durante los cuales se
dictaminaron los primeros derechos universales del ser humano, se le arrebató a la
Iglesia Católica mucho del poder que detentaba y se redactó la primera constitución
republicana de la historia occidental.
La Revolución Francesa tuvo su fin con la toma del poder por parte de
Napoleón Bonaparte, un general revolucionario que dio un golpe de Estado para
devolver el orden a la convulsa República Francesa, proclamando poco después su
propio Imperio y lanzándose a la conquista de Europa.
EL HUECO
Pero, aparte de las discusiones filosóficas, hay graves problemas económicos.
Cuando Francia llega a la cifra de 4 mil millones de francos de deuda con un Tesoro
exhausto y sin mas posibilidades de gravar con nuevos impuestos al pueblo, todos,
incluído el Rey Luis XVI, que era excelente cerrajero y gran cazador, pero estadista
incapaz, caen en la cuenta de que hay que hacer algo. El Rey llama entonces a
Turgot, Jacobo Turgot, barón de L'Aulne, para hacerlo su ministro de Hacienda en
1776. Con 60 años cumplidos, representa a la clase de los señores feudales en vía
de extinción. Ha desempeñado con acierto el cargo de gobernador de provincia y se
ha revelado como hábil economista. Como es imposible seguir exprimiendo con
tributos a las masas campesinas, piensa que la solución es gravar a los privilegiados,
lo cual lo convierte en la figura más odiada de los cortesanos de Versalles. Su
principal enemiga es la misma Reina, María Antonieta, que se opone a todo aquel
que ose pronunciar en su presencia la palabra economía.
Turgot pretende imponer algunas reformas, pero los privilegiados se levantan contra
su iniciativa en el Parlamento de París (alto tribunal de justicia y no órgano
legislativo), el cual expone su posición en forma clara: "La primera regla de la justicia
es conservarle a cada uno lo que le pertenece; esa regla consiste no solamente en
preservar los derechos de propiedad, sino todavía más, en preservar todo lo que
pertenece a la persona, derivado de la prerrogativa del nacimiento y la posición...
De esta regla de derecho y equidad viene que todo sistema que bajo apariencias
humanitarias y de beneficencia tienda a establecer la igualdad de derechos y a
destruír las distinciones necesarias, pronto desembocarfa en el desorden (inevitable
resultado de la igualdad) y traería el derrumbe de la sociedad civil. La monarquía
francesa, por su constitución, está compuesta por varios estados. El servicio personal
del clero es llenar todas las funciones relativas a la instrucción y al culto. Los nobles
consagran su sangre a la defensa del Estado, y asisten al soberano con sus consejos.
La clase más baja de la nación, que no puede prestar al Rey servicios tan
distinguidos, cumple sus deberes con el mediante sus tributos, su industria y su
labor corporal. Abolir estas distinciones es derrocar toda la Constitución francesa".
La posición de Turgot se hace insostenible y tiene que dimitir. Lo sucede un hombre
de sentido práctico, el suizo Necker, que se ha enriquecido con la especulación con
cereales y es socio de un banco internacional. La ambición de su esposa lo ha
empujado a buscar posiciones en el gobierno pues ella quiere colocar bien a su hija
cosa que logra, pues la casa con el ministro de Suecia en París, barón de Stael.
Madame Stael ganará luego renombre como una de las figuras más ilustres de las
tertulias literarias de comienzo del siglo XIX.
Necker emprende su tarea dando tan excelentes muestras de celo como Turgot. En
1781 publica un detenido estado de cuentas de la Hacienda francesa, pero el Rey
no entiende una sílaba. Acaba de enviar tropas a América del Norte para apoyar a
las colonias contra los ingleses, que son el enemigo común. La expedición resulta
más costosa de lo que supone y le pide a Necker que busque el dinero necesario
para financiarla. Pero Necker, en lugar de hacerlo, continúa con su cuento de cifras
y estadísticas, y utiliza la peligrosa consigna de que hay que hacer economías. Tiene
entonces contados los días. Es destituído como funcionario incompetente.
Después viene Carlos Alejandro de Calonne, funcionario que ha hecho carrera a base
de ingenio y falta de escrúpulos y honradez. Encuentra a Francia completamente
entrampada en deudas pero se ingenia una manera de salir del atolladero: pagar las
viejas deudas contrayendo nuevas. El procedimiento no es nuevo, pero los
resultados son desastrosos. Por este procedimiento, la deuda francesa aumenta en
menos de tres años en 800 millones de francos. Calonne lo hace sin preocuparse y,
además, firma cuantas solicitudes de dinero hacen el Rey y su joven consorte, que
ha adquirido en Viena la costumbre de derrochar el dinero a manos llenas.
LOS ESTADOS GENERALES
En el mismo Parlamento de París y sin ánimo de faltar a la debida lealtad al Rey se
acuerda que es imprescindible tomar medidas. Calonne intenta nuevos empréstitos
por 80 millones de francos. El año ha sido de malas cosechas y en las provincias
rurales la miseria se agudiza. Francia se precipita hacia la ruina.. Según la
costumbre, el Rey no se hace cargo de la situación. ¿No es bueno, entonces,
consultar a la representación del pueblo? Desde 1614 no se han convocado los
Estados Generales (los estamentos sociales que tienen representación son el clero,
la nobleza y la clase media). El pánico económico presiona su convocatoria. Pero
Luis XVI, blando como siempre para tomar decisiones, piensa que la medida puede
ser excesiva y propone, más bien, una reunión de notables, que equivale a una
entrevista con las principales familias, para discutir qué conviene y qué no conviene
hacer, sin alterar los privilegios del clero y la nobleza. Los 127 notables reunidos se
resisten a abandonar sus privilegios, mientras en las calles el pueblo pide el regreso
de Necker. Se producen revueltas, los nobles insisten en conservar sus prebendas,
Calonne es depuesto.
El cardenal Loménie de Brienne es nombrado ministro de Hacienda en 1787 y el
Rey, atemorizado por las amenazas de la turba, accede a convocar los Estados
Generales en cuanto sea posible. Las promesas del Rey no convencen a nadie.
Millones de personas viven bajo la presión del hambre.
Es necesario que el Rey dé algún paso en firme para recuperar la voluntad popular.
Aquí y allá, en las provincias, se van creando pequeños núcleos republicanos en los
cuales hace mella el grito que hace 25 años han lanzado los rebeldes
norteamericanos: "No hay impuestos sin representación del gobierno!". La anarquía
amenaza a Francia. Para apaciguar los ánimos, el gobierno retira la censura que
había impuesto sobre los impresos. Un diluvio de tinta cae enseguida sobre Francia:
aparecen más de 2 mil folletos y sobre el ministro de Hacienda llueven críticas. Se
llama nuevamente a Necker para aplacar los ánimos. Las cotizaciones suben en un
30% y la gente se calma un poco. En mayo de 1789 se deben reunir los Estados
Generales: la nación misma debe resolver el difícil problema de cómo convertir de
nuevo a Francia en un Estado fuerte.
Pero Necker, en lugar de sostener con mano dura las riendas del poder que se le ha
confiado, deja que las cosas sigan su curso. La fuerza de la policía se debilita, la
gente de los suburbios parisienses, capitaneada por agitadores profesionales, toma
cada vez más conciencia de su fuerza y empieza a desempeñar el papel que tan bien
había de cumplir durante los años de la gran revuelta, para obtener por los hechos
todo aquello que no ha podido lograr por medios legítimos. Aunque antes se han
dado intentos por derribar los privilegios feudales mediante revueltas campesinas,
los logros son aún insuficientes. Los campesinos necesitan ayuda y dirección, cosa
que encuentran en la creciente clase media. Porque es esta, la burguesía, la que
trae la Revolución Francesa y la que más gana con ella. Su posición es la misma que
la de un polluelo vivo dentro de un cascarón: lo rompe o muere. Para la naciente
burguesía, las regulaciones sobre el comercio y la industria, la concesión de
monopolios y privilegios a grupos pequeños, el bloqueo del progreso por parte de
ciertos gremios obsoletos, la carga impositiva la existencia de viejas leyes y la
aprobación de nuevas en las cuales tiene poco que decir, el número creciente de
funcionarios que intervienen en todo y el volumen cada vez mayor de la deuda del
gobierno, es precisamente el cascarón que tiene que romper.
La burguesía son los escritores, los médicos, los maestros, los abogados, los jueces,
los empleados civiles, la clase educada; los comerciantes, los fabricantes los
banqueros, la clase adinerada. Por encima de todo quieren y necesitan echar por la
borda las reglas del derecho feudal pues la realidad material de entonces no encaja
dentro de las viejas normas e instituciones. Se quieren quitar de encima la camisa
de fuerza feudal para ponerse un más cómodo saco capitalista. Todo esto encuentra
expresión en el campo económico en los escritos de los llamados fisiócratas y los de
Adam Smith, y en el campo social en Voltaire, Diderot y los enciclopedistas. El
laissez-faire en el comercio y en la industria tiene su contraparte en el dominio de
la razón sobre la religión. La burguesía tiene talento y cultura. Y dinero. Pero carece
de la posición legal en una sociedad que no le abre campo. Sin embargo, le llega
una oportunidad y la aprovecha.
La oportunidad se presenta porque el caos que vive Francia le impide encontrar una
salida dentro de las viejas instituciones. Es lo que admite el conde Calonne, miembro
de la nobleza, cuando afirma que Francia "es un reino muy imperfecto, muy lleno
de abusos, y en su presente condición, imposible de gobernar. Si a esto se suma el
descontento de las masas y el empuje de una clase en ascenso y ansiosa de poder,
se tienen los ingredientes suficientes y necesarios para una revolución". Es la que
llega en 1789 y se conoce como la Revolución Francesa.
Una declaración simple y tajante de sus propósitos está condensada en un panfleto
popular escrito por uno de sus líderes el abate de Sieyes titulado "¿Qué es el Tercer
Estado?" "Debemos hacernos nosotros mismos estas tres preguntas:
Primera: ¿qué es el Tercer Estado? Todo.
Segunda: ¿qué ha sido hasta ahora en nuestro sistema político? Nada.
Tercera: ¿qué es lo que pide? Ser algo".
EL GOLPE
Los Estados Generales se reúnen, por fin, el 5 de mayo de 1789. El clero y la nobleza
han hecho saber que no renunciarán a privilegio alguno. Por primera vez desde 1614
un rey de Francia va a hablar pública y solemnemente a la nación. El evento alimenta
la esperanza del pueblo. Se reúnen después de cinco meses de preparación y llegan
con los llamados cahiers, especie de memoriales de agravios, en los cuales cada
francés tiene la oportunidad de expresarse.
La esperanza se traduce poco a poco en exigencias. El Tercer Estado considera que
la situación es injusta e inequitativa. Todos los ojos se centran en Luis XVI. Son
1.200 diputados que se congregan en una inmensa bodega acondicionada para la
ocasión: Menus Plaisirs. Se inicia la sesión y el Rey toma la palabra, pero no da la
menor muestra de querer abandonar sus poderes soberanos: "Hay un excesiva
deseo de innovación", afirma, y el Tercer Estado, incómodo, se mueve al fondo del
salón. Habla luego el Canciller, pero los diputados quieren oir a Necker, pues esperan
que él revele las verdaderas intenciones del monarca. El ministro de Hacienda, sin
embargo, habla durante tres interminables horas y solamente sobre asuntos
financieros. De reformas, de Constitución, de votación personal ni una sílaba. A las
cinco de la tarde el Rey se levanta y se da por terminada la sesión.
El Tercer Estado siente que lo han dejado con los crespos hechos y por eso crea una
Asamblea el 11 de junio, independiente del Rey, que decide rechazarlos poderes
legislativos de los otros órdenes y dejarle al Rey el poder de veto.
Los diputados se sorprenden cuando el 20 de junio llegan a Menus Plaisirs y
encuentran sus estrados bloqueados. Deciden, entonces, buscar otro lugar de
reunión, para evitar caer en la trampa de la dilación de sus demandas. Se sugieren
unas canchas de juego conocidas como Jeu de Paume. Allí se reúnen y juran no
separarse, y reunirse cada vez que las circunstancias lo requieran, hasta que se
establezca una Constitución. Se jura y se sella la unidad de la Asamblea. Llevados
por el entusiasmo, muchos gritan: "Larga vida al Rey!".
La Reina decide que hay que hacer algo y promueve una contrarrevolución. Se hace
dimitir de improviso a Necker y se concentran tropas leales en París. Cuando el
pueblo conoce las medidas, asalta la fortaleza de la prisión de La Bastilla y el 14 de
julio destruye aquel familiar pero aborrecido símbolo de la autocracia. Una fortaleza
que ha sido durante mucho tiempo cárcel para sentenciados por delitos políticos y
que desde hace poco sirve de prisión para ladrones y malhechores. Muchos nobles
comprenden la señal de alarma y se refugian en las provincias.
Al enterarse de la toma, el Rey suspende un plan de caza que tiene previsto y da
órdenes para reprimir la rebelión. Sin embargo, no alcanza a medir la trascendencia
de lo que está sucediendo. El duque de La Rochefoucauld tiene otra perspectiva. Le
dice al Rey que la situación es grave y que tiene que ponerse al frente con decisión.
"Es una rebelión", dice Luis XVI. "No, sire, es una revolución", replica el marqués.
Gritos de "Larga vida a la nación y a los diputados!" se escuchan en boca de los
delegados de la Asamblea, cuando La Fayette y Bailly, sus líderes, acuden el 15 de
julio al lugar donde los electores han establecido lo que se conoce como la Comuna
de París. Esos dos hombres constituyen dos poderosos símbolos: Bailly representa
el histórico juramento del Jeu de Paume, La Fayette es el héroe de la revolución
norteamericana y el comandante de la milicia que ha establecido la burguesía, la
Guardia Nacional.
La Asamblea Nacional comprende su tarea y motivada por el clamor popular elimina
todos los privilegios. A este acto lo sigue, el 27 de agosto, la Declaración de los
Derechos del Hombre y del Ciudadano, el famoso preámbulo de la primera
Constitución Francesa.
EL PODER EN PARIS
Hasta aquí todo parece marchar normalmente, pero la corte no se da cuenta de la
lección recibida. Circulan rumores sobre un complot del Rey para intervenir
restrictivamente en las reformas. Como consecuencia, el 5 de octubre se promueve
otra revuelta en París. El alboroto, acaudillado básicamente por mujeres, llega a
Versalles adonde se desplaza el populacho que quiere ver de vuelta al Rey en París.
La marcha de miles de parisinos pone punto final a siglo y medio de presencia real
en la ciudad del Rey Sol. Una revuelta del siglo XVII, durante los violentos hechos
de la Fronda, forzaron al rey Luis XVI a establecerse en las afueras de París.
Ahora, otra revuelta devuelve al monarca a París. El pueblo quiere tenerlo donde
pueda vigilarlo e intervenir su correspondencia solicitando ayuda con Viena, Madrid
y otras cortes europeas.
Entretanto, Mirabeau, un noble que se ha convertido en caudillo del Tercer Estado,
intenta poner orden en aquel caos. Pero muere el 2 de abril de 1791, antes de poner
a salvo al Rey, que ha empezado a temer en serio por su persona. No existe
confianza alguna entre la Asamblea y el Rey y sus ministros.
Francia está profundamente dividida. Inclusive la misma Asamblea no es unánime,
pues mientras algunos consideran que se debe establecer una monarquía
constitucional, otros piensan que hay que constituír una república. Hay en el aire
sentimientos contrarrevolucionarios y se presentan alzamientos en algunas
ciudades. Entonces, el 21 de junio de 1791, el Rey intenta escapar, amparado por
la oscuridad de la noche. Es detenido en Varennes. Su regreso a París anticipa nueva
tormentas.
Mientras la mayoría de la Asamblea preocupada porque las cosas se salgan de
madre, inventa la teoría de que fue un intento de secuestrar al Rey, los más radiles,
encabezados por el llamado Club de los Cordeliers, demandan la eliminación del
poder real. El conflicto hace explosión el 17 de julio, cuando la Guardia Nacional,
conducida por el general La Fayette, dispara a la multitud que acude a firmar una
petición republicana. Dos meses después, y como si no hubiera pasado nada, el Rey
jura respetar la Constitución el 14 de septiembre de 1791, pocos días antes de
disolverse la Asamblea Nacional que da paso a la Asamblea Legislativa, compuesta
por nuevos miembros.
Pero las cosas no andan bien. El intento del Rey de huír demuestra que la monarquía
constitucional se ha parado con el pie equivocado. Por otra parte, las expectativas
que nacieron en 1789 no se han convertido en realidad. Los ciudadanos excluídos
del voto se sienten insatisfechos, mientras las ideas democráticas se extienden por
los clubes, las "sociedades populares" y aún en la Asamblea, donde Robespierre
demanda el sufragio universal. La pregunta es si la nueva Asamblea Legislativa va a
poner su corazón en mantener una Constitución que aún conserva principios
pasados de moda.
EL REY A LA GUILLOTINA
En las reuniones de la Asamblea Legislativa, que ha de continuar con el trabajo de
Fuente: https://concepto.de/revolucion-francesa/#ixzz62QQ1TQ00