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LOS CUATRO ELEMENTOS

Podemos considerar a los cuatro elementos cómo modos de apreciar la realidad, de percibir el mundo, de
evaluar la experiencia. Que sean cuatro y no otra cantidad, antes que arbitrario, parece corresponderse con
otras clasificaciones de la totalidad dentro de la tradición de Occidente: los cuatro humores
temperamentales (sanguíneo, colérico, melancólico y flemático), los cuatro estados de la materia (sólido,
líquido, gaseoso e ígneo), los cuatro reinos de la naturaleza (mineral, vegetal, animal y humano), los cuatro
planos de la realidad (físico, mental, astral y etérico), los cuatro niveles del ser (corporal, mental, emocional
y espiritual), etc. Desde este acuerdo, el análisis por elementos permitiría, entonces, percibir un tono
básico estructural de la personalidad, una modalidad preferencial del individuo para vincularse con el
mundo.
Aquí vamos a proponer observar la correspondencia entre lo que la tradición refiere sobre la clasificación
de personalidades por elementos (Fuego, Tierra, Aire y Agua) y los tipos psicológicos junguianos (intuitivo,
sensorial, pensante y sentimental) valiéndonos de ciertas premisas que Jung establece, de su particular
modo de vincular estas funciones de la conciencia entre sí y su incidencia en la organización psicológica de
la persona.

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Elemento Fuego

El elemento Fuego se asocia al mundo de la vitalidad, de la energía. Tiene que ver con la percepción a
través del sentido de captación global, sintética, trascendente. El plano etérico, la irradiación vital, el
espíritu. Lo que se eleva, el impulso de búsqueda, la verdad esencial. Lo que será, lo por venir, la ley del
deseo y la voluntad.
El fuego es la energía menos condensada de las cuatro, la más inmaterial y la más veloz. El fuego es acción,
pero no una acción producto de una convicción, de un sentimiento o de una reflexión, sino más bien de lo
que podríamos llamar una voluntad instantánea, y es por eso que se le considera un elemento de intuición.
Ella es más rápida que el pensamiento, la sensación y el sentimiento, y no se detiene en obstáculos,
consideraciones o temores. El objetivo inmediato es lo único que existe para el sujeto.
El color del elemento fuego es el rojo anaranjado, y el temperamento asociado, el colérico, lo que nos habla
de reacciones explosivas, repentinas y fugaces que no dejan huella y se autoconsumen. El fuego es el
elemento más polarizadamente yang, masculino, fecundador.
El fuego es voluntad, la que puede ser dispersada en simples deseos o pasiones, o en verdadera voluntad
regida por la escala de valores individual. En el primer caso, se trata de voliciones efímeras de búsqueda de
satisfacciones materiales o psíquicas. En el segundo caso, se está orientado hacia el futuro, hacia la
realización espiritual, ajena a las tentaciones frívolas de la vida material. Podríamos decir que los deseos
son la caída de la voluntad en lo temporal, pasajero, perecible, y que la voluntad real es intemporal,
orientada hacia lo eterno.
Mucho se habla del fuego como elemento consumidor, abrasador, pero no debemos olvidar que nada se
consume en el sentido de extinción, sino que sólo se transforma. El fuego se erige como el catalizador de
las más rápidas transformaciones de energía. Antes de existir una idea, ya está el hecho, para bien o para
mal.

Elemento Tierra

El elemento Tierra se asocia al mundo concreto, material. Tiene que ver con la percepción a través de los
sentidos del cuerpo. El plano físico, la sustancia orgánica. Lo sólido, lo que tiene peso, gravedad. Lo
constituido, el orden objetivo, la ley de la realidad.
La tierra es la más densa de las formas de energía de los elementos, la más tangible y medible; así mismo es
el más lento de ellos, lentitud que compensa con perseverancia y tesón. La tierra es un elemento de
percepción; su aproximación al mundo se realiza mediante los sentidos: palpando, oliendo, pesando,
mirando, midiendo, escuchando, de ahí su escasa velocidad. En los elementos terrestres, representa lo
mineral; en la conciencia del hombre, lo corporal. Su color es el verde y su temperamento asociado es el
melancólico. La tierra es yin, pasiva, fría y seca. Representa a los trabajadores, a los que ejecutan las cosas,
a los realistas, los concretos, clásicos y prácticos.

Elemento Aire

El elemento Aire se asocia al mundo mental, ideal. Tiene que ver con la percepción a través del
pensamiento y el intelecto. El plano mental, la capacidad de asociar, vincular, conceptualizar. Lo abstracto,
lo que es capaz de objetivar la realidad en un orden ideal de justas proporciones. Las múltiples y variadas
posibilidades de articulación de la realidad.
Es el segundo elemento menos denso de la astrología, después del fuego. Su poca materialidad le conduce
a ser el rector del pensamiento. Su campo de acción está en las ideas, en la creatividad, en la imaginación,
la reflexión, la fantasía, la comunicación a través del lenguaje escrito o hablado. A diferencia de los dos
anteriores, este es un elemento racional y representa nuestro poder cognoscitivo. El aire es caliente y seco,
se asocia con el temperamento sanguíneo, es decir, violento y súbito. Su color es el amarillo. Es también el
segundo elemento más yang o activo, después del fuego.

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Elemento Agua

El cuarto de los elementos, el agua, es la segunda energía más densa después de la tierra. Como tal, su
expresión y expansión se produce en forma de ondas circulares en todos sentidos. Es bien conocido que no
es posible restringir esta expansión, y que un estímulo aplicado en cualquier punto de su masa hará vibrar
hasta el más lejano rincón de la misma. Tenemos así descrito en esencia al sentimiento: vulnerable, fácil de
influir, inestable, puesto que al ser líquido fluye y adopta la forma del recipiente que lo contiene. Su color
es azul, su temperamento asociado es el flemático. Es frío y húmedo, pasivo, femenino, el segundo más yin
después de la tierra.
Al mundo del agua pertenecen las pasiones y los instintos, el dolor y el placer, los sentimientos, los temores
y anhelos, las esperanzas y desesperanzas, lo esotérico y todo el mundo psíquico, todo aquello que no se
formula en pensamientos ni a través de los sentidos ni por medio de la materia. El tiempo y el espacio
cobran aquí una relatividad asombrosa, siendo la principal unidad de medida la intensidad de lo que "me
atrae" o "me repele", "me gusta" o "me disgusta". Todo lo que no tiene suficiente intensidad se vuelve
lejano e insignificante. De igual forma se distorsiona el tiempo; todo lo importante es "ahora", lo que puede
incluir material del pasado, presente o futuro, mediante conexiones variables, móviles, adaptables al flujo
del líquido, al procesamiento de lo vivido.

FUEGO AIRE AGUA TIERRA


Masculino Masculino Femenino Femenino
Subjetivo Objetivo Subjetivo Objetivo
Manifestación Manifestación Reabsorción Reabsorción
Despliegue Despliegue Repliegue Repliegue
Activo Activo Receptivo Receptivo
Yin Yin Yang Yang

RELACIONES ENTRE LOS ELEMENTOS

En términos de complementariedades, parece evidente que el Fuego y el Aire comparten una cualidad de
manifestación y actividad, tanto como la Tierra y el Agua de absorción y receptividad. Esto lleva a que
podamos definir a estos pares como complementarios, tal como se ve reflejado en el zodíaco, dado que los
signos de Fuego y Aire expresan el pulso activo, (en despliegue o manifestación) y los de Tierra y Agua el
pulso receptivo (en repliegue o reabsorción). En el plano humano, Fuego y Aire simbolizan la expresión de
la naturaleza masculina (o yang), el pulso de exteriorización, mientras que Tierra y Agua, la femenina (yin),
el pulso de interiorización.

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Ahora, en búsqueda de afinidades, también podemos distinguir que entre Fuego-Agua y Tierra-Aire existe
una semejanza de pares. El par Fuego-Agua representa un modo subjetivo de abordar la realidad, porque
prevalece una adaptación del mundo exterior a lo que la captación intuitiva o la percepción sensible
definen como verdadero y necesario. Por su parte, el par Tierra-Aire reconoce la realidad en modos
objetivos, puesto que las circunstancias individuales, internas y subjetivas tienen que adaptarse a lo que
está determinado como la realidad (objetiva-racional) del mundo.

Pero, de este análisis también se desprende que los pares Fuego-Tierra y Aire-Agua no coinciden con
ninguna de las categorías que consideramos, de modo que podríamos deducir que resultan pares de
elementos cualitativamente opuestos.

En correspondencia con esta caracterización, Jung habla de funciones antagónicas, funciones que no
pueden expresarse juntas, ya que representan modos incompatibles de percibir la realidad para la
conciencia. Y sostiene que pensar (Aire) es antagónico a sentir (Agua) y que percibir sensorialmente (Tierra)
es antagónico a intuir (Fuego).

TIPOS PSICOLOGICOS
Jung determinó que los seres humanos se distinguen en extravertidos o introvertidos conforme a su actitud
respecto al mundo exterior y al mundo interior, lo cual establece el tipo general de disposición de la
persona.
Los extravertidos, tienen el centro de su personalidad ligeramente desplazado hacia la conciencia, su
energía psíquica se orienta principalmente hacia el mundo exterior, buscando una mayor adaptación al
entorno y son personas que con facilidad comunican a los otros las dificultades con que tropieza.

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Por el contrario, los introvertidos tienen el centro de la personalidad ligeramente desplazado hacia el
inconsciente, son personas que sienten gran atracción hacia su mundo interior, lo cual los lleva a retirar del
mundo exterior la energía, es decir, a abstraerse del ambiente.
Determinada la preferencia de la actitud -Extraversión o Introversión-, se pueden identificar las
preferencias entre los polos de las funciones de percepción de la realidad y de los criterios de decisión.
Jung, al hablar de función hacía referencia a “una actividad psíquica determinada que en circunstancias
distintas permanece, en principio, invariable; y energéticamente, corresponde a una norma de apariencia
de la libido”.
Para percibir y orientarse en el mundo exterior, el individuo utiliza principalmente las impresiones
sensoriales, la “sensación”. Una vez se ha constatado la presencia de un objeto en el entorno, el
“pensamiento”, en tanto función psíquica, permite establecer lo que es el objeto. A pesar de lo anterior, la
información es limitada todavía a la impresión sentida en el momento presente; por ello, a través de la
“intuición”, que se mueve en el dominio de las suposiciones y de los presentimientos, -o impresiones vagas-
, el individuo puede presentir el origen (pasado) y la evolución (futuro) de dicha información. Finalmente,
en este proceso de percibir y orientarse en el mundo externo, se debe tener en cuenta la relación que
existe entre el objeto y el individuo, la manera en que este último se ve afectado por los objetos, lo cual se
encuentra en la esfera del “sentimiento”. De tal manera que es el sentimiento el que dicta el valor que
tiene el objeto para sí.
Para resumir este proceso de orientación en el cual intervienen las funciones psíquicas de sensación,
pensamiento, intuición y emoción, cabe retomar lo escrito por Jung:

"Estos cuatro tipos funcionales corresponden a los medios evidentes por los cuales obtiene la conciencia su
orientación hacia la experiencia. La percepción (es decir, la percepción sensorial), nos dice que algo existe; el
pensamiento nos dice lo que es; el sentimiento nos dice si es agradable o no lo es, y la intuición nos dice de
dónde viene y adónde va"

Carl Gustav Jung categoriza a las personas en cuatro tipos psicológicos. De acuerdo a su teoría el
consciente conoce cuatro modos principales de percepción los cuales se expresan de manera diferente y
más o menos fuerte en cada individuo: Función Pensar, Función Sentir y las funciones Percibir e Intuir. Estas
pueden ser definidas como dos pares contrarios: Pensar y Sentir son opuestos racionales (en el sentido que
evalúan y juzgan a las cosas). En tanto Percibir e Intuir son
consideradas funciones irracionales, ya que no juzgan a las
cosas, sino que las registran. Por supuesto que las cuatro no
son igualmente fuertes en cada individuo. Una función
domina, mientras que las otras tienden a estar
"subdesarrolladas". Para poder volverse una totalidad, una
persona debe intentar desarrollar los cuatro modos de
percepción. Esta es una tarea extremadamente dificultosa.
Jung escribe en sus Tipos Psicológicos:
“Sabemos que un hombre no puede ser todo a la vez, nunca
completo - siempre desarrolla ciertas cualidades a expensas
de otras, y nunca se logra una totalidad.”
En principio, vamos a aceptar la relación entre el elemento
Fuego y la función intuición, el elemento Tierra y la función
sensación, el elemento Aire y la función pensamiento, y el
elemento Agua y la función sentimiento.

Fuego – Tipo intuitivo

La intuición es el lado fuerte de este tipo. Tal como sucede con el tipo de sensación, es considerado
irracional en el sentido de no juzgar. Pero este difiere del anterior en que su percepción está basada en

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conceptos mentales o espirituales. Recibe su conocimiento no por acumular y catalogar hechos, sino por el
entendimiento espontáneo que "brota" hacia la conciencia.
Podemos deducir fácilmente que la persona con un signo de fuego es, en primer lugar, un optimista, tanto
en la apreciación de sus propias fuerzas como en la valoración de sus posibilidades para lograr sus metas,
sobre las cuales presume por anticipado el éxito. Su actuar es imperativo, él "tiene que hacerlo" según sus
veloces dictados internos, proceso en el cual exige de los demás la misma rapidez y eficiencia que él aporta.
Se le encuentra a menudo en el papel de líder, al que accede naturalmente gracias a su poder
conquistador, a su gran energía y capacidad de lucha, a su seguridad en sí mismo, a su entusiasmo, a su
espíritu de superación, su empuje y su creatividad incesante para conseguir las metas que se propone.
El hombre de fuego es el portador de la bandera de un ideal, y generalmente encuentra quienes lo
secunden para hacerlo realidad. Una vez lograda esa meta, de inmediato la reemplaza por otro objetivo, en
un infatigable proceso de autoafirmación de la propia voluntad, en el que son secundarios los logros
obtenidos. Este hombre no tiene tiempo para mirar hacia atrás, es insaciable en todo el sentido de la
palabra, con el impulso siempre dispuesto a lo que viene después. Esta es una de las razones por la que no
es depresivo, porque nunca se detiene a lamentar el pasado.
Agreguemos que carece de consideración hacia los demás, quienes tienen que soportar sus exigencias y sus
impulsos arrolladores que arrasan con todo lo que está por delante. Es muy poco diplomático y no
desperdicia su tiempo en dar explicaciones ni excusas. No se detiene en los aspectos lógicos o formales de
las cosas, ni se entrega a inquietudes psicológicas prolongadas. 0 llega instantáneamente a la médula del
asunto, o pierde el interés. Nada crónico ni restringido le atrae, sino lo nuevo, lo no inspeccionado, lo no
descubierto, lo ilimitado. El máximo ideal del hombre de fuego es la conquista de su propia libertad de
acuerdo a sus propios valores, y la mayor catástrofe que pudiera ocurrirle es el derrumbe de sus ideales. Su
prototipos son el predicador, el héroe, el profeta, de uno en uno, y aún los tres a la vez.
Entre las virtudes del hombre de fuego están la inspiración, la perspicacia, la productividad, la eficiencia -"Ia
mayor eficiencia con el menor esfuerzo y en el menor tiempo posible", es su lema - el valor, rayano en la
temeridad, la espontaneidad, la independencia, la automotivación con lealtad a su ideal, la honestidad, la
calidez, la vitalidad, la carencia de prejuicios. Sus aspectos negativos provienen de sus mismas virtudes:
agresivo, insensible a las necesidades de los demás, exigente, egocéntrico, impaciente, fantasioso,
arrogante, impertinente, extravagante, impositivo, tirano, cruel.
La expresión de estas características dependerá de cuánto se haya alzado el individuo en la escala
evolutiva. En un nivel inferior, todo el vigor e impulsividad del fuego estarán orientados hacia objetivos
materiales e inmediatos con mayor probabilidad de enfatizar sólo los deseos. En un nivel superior, la fuerza
transformadora de este elemento estará dirigida hacia ideales elevados, ya sea consciente o
inconscientemente.

Tierra - Tipo de Sensación

El tipo de sensación de Jung representa uno de los dos modos irracionales de percepción. Aquí "Irracional"
no es usado en un modo despectivo - lo cual uno estaría tentado a hacer en nuestra era de pensamiento
objetivo. Simplemente significa que esta función no juzga a las cosas. Este individuo llega a un
entendimiento usando sus sentidos. Confía en cuanto puede ver, oír, tocar, degustar y oler. Uno podría
denominarlo el realista entre los tipos sensatos.

El mundo del hombre de tierra está aquí y ahora, en la realidad palpable, a la que accede mediante el
intelecto práctico, el "hacer" a través de la materia y la forma. Su especialidad es dejar rastros en los
objetos. Su principal órgano de acción es la mano, con la que realiza sus objetivos en este mundo; porque
su mundo es físico e inmediato. Es el elemento constructor, como así mismo el preservador de lo
construído. La tradición y la norma guían su conducta mientras ahonda progresivamente en el mundo
terrestre y vence en forma persistente las resistencias que le opone la materia, lo que hace con toda su
energía y voluntad. Encuentra su complacencia en la tarea terminada y en el goce de la labor cumplida. Su
vida está conducida en un ritmo prefijado, con un asidero estable en algo ya recorrido y conocido: el

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pasado, la familia, la patria, la costumbre, la historia. No se dejará encandilar fácilmente por ilusiones,
expectativas o sueños irrealizables. Necesita tocar para creer, como Tomás el Apóstol.
Mientras el hombre de fuego siembra por el placer de hacerlo, y se marcha apresurado sin darse tiempo
para esperar la cosecha, el hombre de tierra lo hace por la sola finalidad de cosechar. No se dispersa en
nada que no vaya a producir un fruto. Si esto se vislumbra en el horizonte, es capaz de una cantidad de
trabajo, esfuerzo y perseverancia inigualables, y nada logrará distraerlo de su tarea. El hombre de tierra es
también, por definición, el preservador de la especie. Su máxima aspiración es el rendimiento, ya sea en el
plano de las posesiones materiales, de su posición en la sociedad en que vive, o en la acumulación de
conocimientos que puedan ser aplicables a la productividad.
Entre las virtudes asociadas a este elemento encontramos la laboriosidad, la perseverancia, la tenacidad, la
consideración, la tolerancia, la objetividad, la confiabilidad, la solidez, la paciencia, la cautela, la sobriedad,
la conciliación. Lo que podríamos llamar sus defectos son el exceso de sus virtudes: la tozudez, la falta de
imaginación o de automotivación, la escasa capacidad de abstracción, el exceso de convencionalismo o
formalidad, la rigidez, la restricción en el razonamiento y la actuación, la excesiva preocupación por las
apariencias, la pasividad. En general, los hombres de tierra son muy dependientes de su cuerpo, tanto en
cuanto a su salud como a su placer. Son los más sensoriales y, por lo tanto, los más apegados a la
percepción directa de su bienestar corporal, lo que puede redundar en un fuerte apego a la gastronomía, el
sexo, la vestimenta, los perfumes.

Aire - Tipo de Pensamiento

El tipo de pensamiento posee una función predominante: Pensar. Este individuo considera al mundo en una
manera racional. Él o ella analiza las cosas de acuerdo a la lógica de las leyes aristotélicas y las evalúa
usando un criterio "objetivo". Tiende a categorizar los fenómenos de su ámbito. Es bueno recibiendo y
haciendo críticas, sacando conclusiones o encontrando evidencia.
El hombre de aire se visualiza típicamente como el filósofo, el investigador, el idealista, el genio loco que
vive inmerso en la abstracción sin percibir en absoluto la realidad inmediata, ni saber cómo subsistir en ella.
El mundo mental de este elemento elabora los recipientes invisibles a los que se puede acceder sólo
después de volcar en ellos la materia. En su mundo no hay un suceder, sino sólo un crear; todo
conocimiento es una activa formación en substancia mental, conectada y proyectada hacia el futuro. A este
hombre no le atrae la materia sino como una posibilidad de abstracción, y utiliza el mundo físico para la
elaboración de formas mentales, Dice Lao-Tsé:

"De la arcilla nacen las vasijas, pero el vacío en ellas


produce la esencia de las vasijas.
Muros con ventanas y puertas
forman la casa, pero el vacío en ellas
produce la esencia de la casa.
Lo material encierra utilidad.
Lo inmaterial produce la esencialidad."

Este es el lenguaje de un hombre de aire. La esencialidad no puede ser explicada por las leyes de la materia;
sin embargo, no se trata de un vacío, sino de algo tan sólido como lo palpable, siendo éste el modelado de
aquel. La materia se transforma mientras su esencia permanece inmutable. Así el hombre de aire
evolucionado es un metafísico.
En su vida cotidiana el hombre de aire vive una especie de irrealidad onírica, inmerso en sus edificios
mentales. Estas construcciones ideales pueden proyectarse en forma activa como realización artística, o en
una forma más pasiva en la que el creador se encierra en su esfera mental, en un continuo auto-construirse
la realidad. Realidad que, sin duda, sobrepasa todo el esplendor del mundo allá afuera. Porque la más alta
motivación del hombre de aire es la belleza, para él: la causa fundamental. Su peor tragedia es el tener que
aterrizar en este mundo tangible. Su naturaleza tiende a hacerlo más un espectador que un actor, en esta

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representación permanente de la vida. La ve, no a través de sus sentidos, sino de su mente. Y así también
prefiere criticar la proyección que intervenir en ella, pues él es un teórico de la vida.
Entre las cualidades de los hombres de aire están su viveza mental, su buena comunicación, su objetividad
cuando se trata de un problema concreto a resolver, su conducta armónica y amigable, su sociabilidad, su
inspiración, su creatividad, su gusto por la estética, su flexibilidad, su adaptabilidad, su laboriosidad a nivel
mental, su carácter unificador. Las características que le dificultan la integración con los otros son: una
cierta distancia, apreciada como frialdad por su nula emotividad, la torpeza con el mundo concreto y
contingente de lo práctico, falta de solidez o coherencia, volubilidad, superficialidad, picoteo temático sin
profundización, crítica excesiva, dogmatismo en su categorización de las conductas de los demás, llegando
a lo destructivo en casos extremos.

Agua - Tipo de Sentimiento

El tipo de sentimiento es el polo opuesto al de pensamiento. De acuerdo al lema "los opuestos se atraen",
miembros de ambos tipos se encuentran por lo usual fascinados mutuamente. Tal como lo hace con la
Función Pensar, Jung llama a la Función Sentir "racional". Esta difiere de la primera, en que evalúa las
situaciones y a la gente usando un criterio emocional. Este tipo es muy sensitivo a los estados de ánimo y a
los ambientes.
El mundo del hombre de agua es el de los estados de ánimo, el de la más extrema subjetividad. Allí pierde
importancia el cuerpo físico y el mundo mental, y se empequeñece la voluntad, Tienden a dominar los
deseos en pares de opuestos: esperanza (anhelo) - miedo (de no lograr lo deseado). Esta polaridad está
orientada hacia los otros, de cuyo psiquismo el hombre de agua se nutre. Vive en función de intensas penas
y alegrías ajenas, aún a costa de las otras facetas de la realidad, o de que las causas de tales emociones
hayan desaparecido hace tiempo. El trata de mantenerse tanto tiempo como pueda en este ambiente
onírico, lúdico, del psiquismo, viviendo en el romanticismo nostálgico de lo inalcanzable, de "la posibilidad
de..." del presentimiento, del descubrimiento de realidades más allá de lo sensible. La interpretación del
arte, la intuición de los trasfondos místicos, los estudios esotéricos, se vuelven más importantes que la
realidad cotidiana.
El elemento agua, igual que el de tierra, se vuelca hacia el pasado, pero de manera diferente, pues lo vive
en incompleta digestión, la que trata de no finiquitar para no caer en la realidad. Esto determina que
constituya el elemento que carga con más culpa consigo, culpa que abarca incluso a los malos
pensamientos. Pero mientras el hombre de tierra procura reparar lo hecho, el de agua sólo puede padecer.
Padece por sus culpas, y también porque se sintoniza emocionalmente con los demás y sufre con ellos,
como si esos dolores fueran propios.
Entre las virtudes de los hombres de agua está su emocionalidad profunda, su receptividad a los
sentimientos de los demás, su vigor espiritual, sus potencialidades psíquicas y esotéricas, su compasión, su
percepción inconsciente, su amor a las creaturas, su altruismo y sentido protector, su adaptabilidad. Sus
defectos nacen de un enfoque a bajo nivel de esas mismas cualidades: sentimentalismo barato,
inestabilidad, incertidumbre, adopción inconsciente de conductas ajenas, manipulación de los demás,
miedos irracionales, hipersensibilidad, frustración, actitud de víctima permanente, escasa lógica, exceso de
subjetividad, volubilidad, desconfianza y recelo, aislamiento.

LOS ELEMENTOS EN POLARIDAD


Las características de los cuatro elementos que hemos descrito deben entenderse como representando lo
que serían en estado puro, lo que es casi imposible encontrar en la naturaleza. Afortunadamente, en la vida
los tipos se dan mezclados en alguna proporción, lo que facilita el intercambio y la comunicación con los
demás, lo que de otro modo sería muy difícil.
Jung define como antagónicas y excluyentes la percepción de la realidad de la intuición con la sensorial
(Fuego-Tierra) y la del pensar y con la del sentir (Aire-Agua). Estos antagonismos entre modos de
percepción -que, en principio, tienden a excluirse y negarse mutuamente- se traducen en distancias

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internas que el desarrollo evolutivo de la conciencia pugna por reparar. Y este es un proceso que, de
manera inconsciente, opera preferentemente en el campo vincular y en circunstancias generales de
destino.
Es decir, Jung nos recuerda que, más allá del énfasis particular de nuestra disposición personal, las cuatro
funciones psíquicas con las que apreciamos la realidad (esto es, los cuatro elementos) están siempre
presentes en la estructura global, y tienden a vincularse entre sí de modo complementario o antagónico
que no puede reducirse ya a una clasificación cuantitativa y estática, sino que sugiere una
ponderación cualitativa y dinámica. Según Jung estas funciones perceptivas están en un constante proceso
de integración. No se trata de llevar adelante un modo puro y exclusivo de percepción, sino acercar las
distancias internas que se viven antagónicas, constituyendo una expresión integrada capaz de oscilar sin
polarizarse y sin negar la específica disposición (el tono particular) de la estructura energética.
Visto así, integrar el registro por elementos no consiste en lograr una proporción exacta y equilibrada
donde cada elemento participe con un 25% de la captación consciente (en un ideal que constituye la épica
conquista del inconsciente por parte del yo, de “una luz que no deja nada en sombra”). Integrar por
elementos significa participar de una percepción más plena de la realidad, sabiendo moverse (oscilando)
entre cada ola perceptiva, expresando el acento peculiar (estilo) del propio color (que resalta ciertas
tonalidades y relega otras), sin que eso signifique detenerse (polarizarse) en alguna de ellas.
Aceptar esta noción de integración como acercamiento oscilante de distancias que tienden a polarizarse,
también implica comprender que, en verdad, aquello que se manifiesta conscientemente y domina la
identificación psicológica establece una distancia con su antagónico y lo sumerge en condicionamientos de
expresión sombría. Cuanto más autónomo pretenda ser el registro de la realidad representado por el
elemento en disposición consciente (elemento dominante), mayor será esa distancia y, por lo tanto, mayor
retención, control o negación habrá del registro del elemento alojado en el inconsciente (elemento en
sombra). La aspiración a la autonomía exclusiva de un único modo de percibir la realidad reproduce, al
entrar en contacto con el mundo, la vigencia de lo polar y posterga cualquier chance integradora.
Separatividad y exclusión son condiciones de la polarización y hacen imposible toda síntesis integradora.
Nuestra hipótesis es que la conciencia, en la temprana identificación de los primeros años de vida, tiende a
adoptar una mirada del mundo y de la realidad que privilegia una de las cuatro cualidades elementales. Al
elemento que ocupa el centro de la organización psíquica en nuestras primeras identificaciones lo
llamaremos dominante. Se trata de la función perceptiva más diferenciada por la conciencia.
Ahora bien, en este punto vale detenernos en una observación. El elemento dominante está vinculado,
antes que con lo que la persona cree que es la realidad, con aquello siente que debe creer. Desde este
punto de vista, aunque estemos definiéndola como una disposición consciente, el elemento dominante
dice mucho acerca de la mirada superyoica de la realidad, mirada en absoluto deliberada y voluntaria y, por
lo tanto, en este sentido “inconsciente”. El grado de objetividad que solemos atribuirle a nuestro discurso
consciente (y que creemos diseñar a nuestra voluntad) revela nuestra inconsciencia respecto a los
supuestos subjetivos (creencias) sobre los que está sustentado. Y es fundamental establecer esta distinción
y tenerla siempre presente en nuestro análisis: aquello que definimos (y creemos) como manifestación
consciente, en verdad está sostenido (y predeterminado) por principios y premisas no conscientes. Aquello
que definimos como “voluntario” resulta, en verdad, una acción condicionada en forma inconsciente. Así,
aquello que valoramos como expresión autónoma e individual es, en verdad, la manifestación de
necesidades y condiciones de un complejo sistema, de una red vincular, que exceden incluso el marco
histórico-familiar.
Hecha esta aclaración, continuando nuestro análisis podemos deducir que, por lógica, el elemento
antagónico al dominante resultará el más distante a la disposición consciente, ya que ambos tienden a
polarizarse. En principio (y recordemos que esto es válido como hipótesis de primera identificación
histórica), esos modos de percibir la realidad son registrados por la conciencia como mutuamente
excluyentes, de modo que la disposición consciente de uno de ellos dará la medida de la sombría
manifestación del otro. Así, si al primero lo definimos como dominante (función superior o principal) al otro
lo reconoceremos entonces como elemento en sombra (función inferior). El elemento en sombra será
percibido por el dominante como una amenaza a su hegemonía y tenderá a vincularse con él
negativamente por exclusión o control. Si el elemento dominante presentaba características superyoicas, el

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elemento en sombra queda emparentado con la cualidad del ello, esto es, un pulso instintivo que se
percibe caotizante.
Quedando un elemento en posición dominante y su antagónico en sombra, ¿qué ocurre con el otro par?
Jung afirma que esas funciones se ubican como auxiliares de la “principal” y la “inferior”. Aplicado a nuestro
balance de elementos cualitativo, esto significa que habrá un par de elementos antagónicos que se
organizará adaptándose -o resultando funcional- al par que predomina en el registro consciente,
conformándose como elementos auxiliares de aquellos que se ubican como dominante y en sombra.

En “El Hilo Mágico”, Richard Idemon toma lo que la psicología ha descrito como mecanismos de defensa
frente a la manifestación del inconsciente y los aplica a la relación entre funciones que denomina
“superiores” e “inferiores”. Tal correspondencia resulta muy oportuna para enriquecer conceptualmente
nuestro análisis. En este sentido, la conciencia parece vincularse con el elemento en sombra
preferentemente desde dos de esos mecanismos:
- Desde la negación. Aquí la identificación consciente no admite la existencia de ese otro contenido. El
modo de percepción asociado al elemento en sombra no forma parte “de lo que resulta posible considerar
real” y la tensión excluyente es máxima: ese elemento “no existe” o “no debería existir”. Como a todo lo
que se le niega su existencia, este contenido aparecerá como destino, en particular como destino vincular:
una fatal atracción por aquellas relaciones que desde la voluntad se pretende (o se cree pretender) evitar.
- Desde la represión/proyección. Aquí la identificación consciente reconoce la existencia de ese contenido,
pero le atribuye un carácter negativo en sí mismo (“lo malo afuera”) o se lo adjudica como valor positivo a
otros (“lo malo adentro”). Queda enfatizada la relación “bueno-malo”, “adentro-afuera”, lo que indica una
polarización respecto al contenido en sombra. En la práctica puede vincularse con un elemento presente
(incluso destacado) en el balance, pero con el que la persona no puede identificarse; muchas veces esta
imposibilidad surge del condicionamiento o la inducción del marco familiar o socio-cultural.
Por cierto, este elemento en sombra provocará una inconsciente atracción para la conciencia. En su
búsqueda de completarse y manifestarse como totalidad, la conciencia se sentirá atraída por la misma
cualidad que deliberadamente posterga. Esta es la paradoja que reflejará el mundo vincular del individuo:
una magnética atracción (ya sea que se fascine o aterrorice) por su cualidad en sombra, bajo la forma de
actividades, hechos de destino o personas que tengan ese mismo elemento como dominante.

LOS ELEMENTOS EN POLARIDAD: EL FUEGO Y LA TIERRA

Fuego dominando – Tierra en sombra

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La disposición consciente orientada al registro del elemento Fuego sugiere una personalidad que expresa
vitalidad, búsqueda de sentido y de trascender el mundo de las apariencias para rescatar lo auténtico de la
vida. Para estas personas lo genuinamente vital se encuentra aprisionado por lo establecido. Hay una
natural atracción por lo que se intuye posible más allá del status quo. Toda forma concreta se percibe como
vitalidad atrapada que necesita ser liberada (“fuego encapsulado”) o como la forma que otros supieron
darle a la vitalidad en el pasado (“el fuego de otro”) y que ahora debe ser contrarrestada en tanto inhibe la
expresión del propio pulso vital.
Esta lucha por el Fuego puede llevar a un planteo moral: considerar que la concreción que otros supieron
darle a la energía es “perversa”, “dañina” o “reprochable” en su intencionalidad, propósito y aspiración, y
sentir que sólo el propio anhelo es verdaderamente puro y auténtico.
Como condición de esta autenticidad se privilegia lo espontáneo, generoso y capaz de entregarse al riesgo
creativo. Apuestan a lo heroico, a jugarse por aquello que fue intuido como verdadero. Son capaces de
contagiar y estimular vitalidad, de ser la chispa que enciende el fuego en otros. De la compleja y
contradictoria trama de la realidad material saben obtener una captación sintética de lo global, de lo que
trasciende y conecta con la vida, de lo que revela una dirección ascendente, espiritual. El orgullo de ser
poseedores de tal capacidad intuitiva puede conducirlos a la paradoja de considerarse a sí mismos elegidos
por atributos “personales” para llevar adelante la tarea de superar el “egoísmo” terrenal.
La conjugación de búsqueda de significados trascendentes y ligados a la verdad con esta aptitud de entrega
y exposición personal los convoca a la pasión y a la épica, tanto como a extremos de dramatismo
histriónico. Les es propio el mundo mítico y mágico, el mundo de los juegos infantiles y sus tramas
fantásticas. La vida como juego. El amor como juego. La pasión erótica, el despliegue de energía al servicio
de la atracción romántica o sexual, los amores únicos y que desbordan toda racionalidad y prudencia,
representan experiencias casi irrenunciables, escenarios que permiten protagonizar a las personalidades de
Fuego lo que sienten el argumento mismo de la obra vital.
Parece claro que, cuanto más autónomo pretenda ser este modo de apreciar la realidad centrado en la
pasión y trascendencia propio de la captación intuitiva (“lo que la realidad podrá ser o será”), más distante
del registro consciente estará entonces la percepción de lo concreto y material propia de la captación
sensorial (“lo que percibo que es la realidad a través de los sentidos”). Recordando a Jung, en tanto domine
el Fuego, la Tierra estará condenada a una manifestación inconsciente, sombría, y será considerada una
amenaza que debe ser controlada.
Ahora bien, por ley psicológica, aquello que permanece silenciado en la sombra, retenido y controlado en
su expresión, termina por manifestarse en forma compulsiva, desbordada, confirmando así todas las
fantasías oscuras que se habían elaborado sobre su expresión. El vínculo del Fuego dominando y
polarizando con la Tierra en sombra -desconociéndola, negándole existencia- provocará que
inevitablemente lo tan temido ocurra. En algún momento la psique intentará una conversión extrema y la
Tierra se manifestará con toda su carga acumulada de retenciones históricas.
La Tierra irrumpiendo como sombra desde el inconsciente presentará sus atributos más reprobables,
menos virtuosos. Así, el antes idealista deviene en fervoroso defensor del orden y las posesiones, apegado
a las raíces y a la sensatez conservadora. El buscador de verdades trascendentes se transforma en un cínico
materialista para el que lo real sólo es aquello que sus sentidos son capaces de disfrutar. La generosa
entrega mítica de sí mismo a un ideal superior se convierte en hedonismo.
La repolarización extrema de la Tierra desde la sombra puede conducir a la convicción de haber descubierto
que el único mundo no ilusorio es el material y que se debe ingresar en él sin demora. Acaso se sienta
necesario compensar el tiempo perdido en idealizaciones mediante una esforzada constricción al logro
concreto y al orden, y un abnegado compromiso con la construcción de formas en el mundo. En esa
radicalización se corre el riesgo de una pérdida absoluta de sentido trascendente y de las necesidades
internas, a expensas de una adaptación rígida a modelos sociales y culturales ligados al éxito material.
En verdad, se trata de polos cristalizados en un vínculo de mutua incomprensión. A lo largo del desarrollo
vital y la evolución del destino, la conciencia puede ir descubriendo claves de integración, oscilando entre
uno y otro polo -cada vez más rítmicamente y con menos fijeza- sin demorarse en cristalizaciones.
Progresivamente, ser consciente de este pulso le permitirá a la naturaleza de Fuego comprender como
clave de encuentro con la Tierra que, en verdad, la vitalidad trascendente sólo se revela en los procesos

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orgánicos y materiales, que lo auténtico y creativo se desarrolla en el mundo, en el presente, y de acuerdo
a leyes que, aunque sutiles y acaso excepcionales, armonizan con la sustancia.

Tierra dominando – Fuego en sombra

La disposición consciente orientada a la Tierra describe a una persona centrada en lo material, en lo


sustancialmente explícito. Valorando el sentido de realidad, se considera a sí misma “realista” y, en efecto,
puede demostrar gran capacidad práctica y eficiencia operativa. Este talento para alinearse con las leyes de
la materia -y no resistirlas- permite que desarrollen con efectividad su don realizador y de organización.
Prevalece lo seguro y estable, lo sólidamente sustentado en el pasado y que debe prolongarse en el tiempo.
Anhelan que el futuro coincida con lo ya conocido y establecido como confiable. Esta tendencia a conservar
las formas constituidas puede tornar a estas personas refractarias al cambio, al riesgo y a un mañana
diferente. Para ellas todo cambio resulta una depreciación de los valores tradicionales y auténticos. En todo
caso, las respuestas innovadoras a los dilemas del presente tienen que contar con “riesgo cero”. Esto puede
llevar a paradojas como la de buscar propuestas creativas que hayan sido “debidamente probadas alguna
vez en algún lugar”. Lo creativo (el futuro) ajustado a lo conocido (el pasado).
Naturalmente instaladas en la realidad concreta, estas personas pueden exhibir gran capacidad de sostén
material y de solidez estructural. Pueden destacarse por su habilidad para generar sustancia y proveer de lo
necesario a los demás. Y al hablar de sustancia también nos referimos -es obvio- al dinero. El talento
hacedor, planificador y constructivo puede conducirlos a desarrollar estructuras que reproduzcan y
multipliquen el capital, tanto como a cristalizarse adhiriendo a la lógica de la acumulación y la retención.
Por cierto, estas dos modalidades de la Tierra (de circulación o de apego) revelan diferentes modos de
relacionarse con su antagónico, el Fuego, y marcarán el grado de distancia sombría con él.
Asociada a lo orgánico y natural, la Tierra como registro de la realidad dominante se vincula a
personalidades que privilegian el contacto y registro de lo corporal. El disfrute sensual y la atención a las
necesidades orgánicas del plano físico forman parte de la actividad cotidiana y encuentran un espacio
natural en sus rutinas personales. Pero también aquí el miedo a perder esta posibilidad de goce, a no poder
satisfacer aquellas necesidades básicas, puede derivar en una actitud de recelo en el contacto con el
mundo. Así, la capacidad de disfrutar del placer corporal se diluye en el esfuerzo por la demanda de logros
concretos, el cuerpo se sacrifica (se tiraniza) en pos de resguardarse de la imprevisibilidad material del
provenir. El temor a lo porvenir y la prevención de las carencias que se proyectan en el futuro anulan el
registro del presente.
Precisamente, esta manera extrema de la percepción de Tierra relega al Fuego a la sombra. El Fuego
manifestándose como sombra habrá de conducir a la compulsión de vivir “todo el riesgo de una vez y en un
sólo instante”. Luego de años de confinamiento inconsciente, cobra vida el “demonio” allí desarrollado
capaz de poner todo en juego por una corazonada, de confiar en su hado antes que en su prudencia y
desafiar a las leyes más objetivas de la realidad. Estos momentos de crisis compensatoria pueden estar
signados por la necesidad de experimentar la audacia en exceso, de expresar la vitalidad individual bajo la
forma de un individualismo dramático o un histrionismo exacerbado. El ego, con su necesidad de
protagonizar su épica historia y de confirmar su mágica existencia, cree ver ahora la oportunidad de cumplir
“el sueño de su vida”. Liberado al fin del realismo, llegó el momento de ser idealista. Así, las fantasías del
mundo interior, la dimensión mítica ahogada en años de sensatez racional, copan el centro de la escena
consciente. Sentirse seducidos por la aventura, dejar todos los compromisos y ”empezar a vivir de una
buena vez”, atreverse a aquello que ha dejado pendiente o que nunca se atrevió a vivir, abandonar los
vínculos seguros por las pasiones súbitas, pueden conducir a extremos de frivolidad, de infantil narcisismo
o caprichos pasionales.
La posibilidad de acercamiento de estas distancias polares, la clave para que una disposición consciente de
Tierra no condene al Fuego a la sombra -en definitiva, la oportunidad de comprensión y mutuo
reconocimiento de ambos registros de la realidad- requiere la aceptación de que toda plasmación material
es animada por una intención, que toda definición de formas en el plano físico y corporal se corresponde
con el estímulo de un propósito vital. Esa vitalidad que enciende las formas no se fija en ninguna de ellas,

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circula y sigue reproduciéndose constantemente en nuevas manifestaciones materiales. En el vínculo
Tierra-Fuego (o materia-energía, forma-vitalidad) las concreciones humanas relacionadas con la intuición
de un sentido trascendente van desplegando la creatividad de la vida misma, sin detenerse en ningún logro
formal.
En verdad, la síntesis de la Tierra y el Fuego revela la comprensión de que la realidad material cobra
sustancia y se organiza a partir de principios y aspiraciones motivadoras de la acción. La Tierra y el Fuego
nos anuncian que el mundo orgánico de la materia es animado por propósitos esenciales del espíritu.

LOS ELEMENTOS EN POLARIDAD: EL AGUA Y EL AIRE

Aire dominando – Agua en sombra

A las personalidades de Aire tradicionalmente se las reconoce por su capacidad de objetivación. Tomar
distancia de la vivencia emocional-subjetiva les permite no reaccionar de un modo temperamental e
irreflexivo a las situaciones particulares, sino verlas inscriptas dentro de cierto orden o patrón universal.
Percibir este contexto es un ejercicio de abstracción, una tarea de la mente. Esta percepción del mundo
desde la cualidad mental habilita la posibilidad de discriminar entre lo subjetivo (el personal modo en que
la realidad impacta en mí) y lo objetivo (lo que la realidad es más allá de cuestiones personales).
La persona de Aire valora asociar la experiencia cotidiana -específica y singular- a marcos teóricos y
encuadres genéricos. Disfruta el placer de descubrir razones lógicas en una realidad que, en principio, se le
presentaba azarosa y arbitraria. Por cierto, esta capacidad de evaluación racional de la vida puede
cristalizarse en un hábito explicativo, frío, con escaso contacto sensible con la realidad. Y aunque tal déficit
le fuera advertido, la personalidad de Aire traducirá esa conducta como un logro de su inteligencia por no
quedar adherida al equívoco emocional. Así, paradójicamente, el natural talento de discernimiento del Aire
queda opacado al disociarse de su antagónico, el Agua. En esa polarización, el Aire pretenderá excluir al
Agua: confundiendo a la inteligencia con lo estrictamente racional y a las emociones con la irracionalidad, la
personalidad de Aire negará cualquier posibilidad de vincular al pensamiento con los sentimientos.
La naturaleza del Aire resulta asociativa y comunicante. La persona con esta disposición consciente en su
modo de percibir la realidad expresará una fluida y espontánea apertura al mundo de las relaciones.
Vincularse con otros, tomar contacto con diferentes puntos de vista, experimentar múltiples variables,
resultan experiencias naturales donde desarrollarse. La palabra, la comunicación intelectual, la apreciación
de la justa proporción, la ponderación racional y equilibrada, la especulación acerca de posibilidades
futuras, resultan la sustancia misma en la que se despliega el ejercicio de la mente. Allí se conformarán las
ideas, principios y premisas (inteligentes, originales y siempre –pretendidamente- sagaces) que estructuran
la lógica de la realidad que la persona con Aire dominante definirá como su percepción natural.
Su disposición hacia la experimentación vincula al Aire con lo abierto, libre e incondicionado. Ideas y
pensamientos son productos mentales en constante actividad de duda, reformulación y confirmación. El
Aire nunca detiene su búsqueda de establecer puentes, distribuirse y relacionarse. Y la persona con este
elemento dominante participa de esta sed articuladora, verbal y explicativa, refractaria de todo límite,
censura o restricción arbitraria. Llevado a un extremo, el mundo del Agua -el mundo de la sensibilidad
emotiva, la magia, la subjetividad personal- no puede dejar de vivirse como atadura y condicionamiento,
como aquello que, no sólo interfiere, sino intoxica (bajo formas de irracionalidad, superstición y
sentimentalismo) la libre circulación del pensamiento y la exploración racional de lo humano.
El mundo del Agua quedará así asociado al misterio, a lo que “aún” no ha podido ser develado. Y aunque
pueda reconocer la existencia de esa dimensión de lo desconocido, el Aire no renunciará a su intento de
explicarlo: sólo lo admite como una deficiencia del presente que, en un futuro ideal, llegará a ser resuelta
por la razón.
Sancionado, descalificado y excluido, ese mundo del Agua queda condicionado entonces a expresarse
desde la sombra. Y esto significa que la sensibilidad sentimental se manifestará del modo más temido y
menos deseado. En esos momentos de conversión extrema, imprevisiblemente la persona identificada con
el Aire mostrará un apego emocional de máxima intensidad dramática. Acaso con agudas justificaciones

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intelectuales intentará cubrir lo que, en verdad, son caprichos infantiles, arbitrariedades saturadas de
subjetividad. Con el Agua manifestándose desde la sombra, temores irracionales podrán –
imprevistamente- tomar el centro de la escena. Miedos inexplicables, “sin lógica”, cobran vida, casi como
entidades fantasmales. En casos extremos, ante la amenaza de caos emocional o como efecto de hechizos
inconscientes a los que resulta vulnerable, la persona que antes elaboraba brillantes argumentaciones
racionales (Aire dominante), podrá recurrir al pensamiento mágico como última y única explicación (Agua
en sombra). Toda su sensibilidad afectiva retenida se expresa desbordante, con el exceso propio de su
carga inconsciente. Así, el brillante intelectual agnóstico deviene en fantasioso místico devocional, el sobrio
y armónico esteta en apólogo de la compulsión emocional, el libre y autónomo creativo en expresión del
más posesivo sentimentalismo.
Una clave de acercamiento del Aire con el Agua, de encuentro entre estos registros que tienden a
polarizarse en la conciencia humana, está dada en la posibilidad de que se transparente –de un modo cada
vez más evidente- la asociación entre las ideas y los sentimientos. En verdad, toda idea o razonamiento se
corresponde con algún tipo de sentimiento o afecto. Incluso el pensamiento más reflexivo es muchas veces
provocado por el impacto de un suceso emocional o la conmoción generada por una sutil contemplación a
la que nos abrimos desde nuestra sensibilidad. Y si bien el hecho intelectual se diferencia del sentimental (y
resulta necesario -y muy saludable- distinguirlos), en absoluto está implicada una disociación entre ambas
experiencias. Ser capaces de diferenciar mente y sentimiento, manteniéndolos en contacto como dos
dimensiones de una misma realidad, es el desafío a una percepción más plena.

Agua dominando – Aire en sombra

La personalidad de Agua dominante está asociada a la sensibilidad, a la capacidad de una respuesta


sentimental a los hechos de la vida, a la percepción de una dimensión interna de la realidad. Es el carácter
más vinculado al sentimiento y a lo que habitualmente entendemos por “sentir la realidad”. Más allá de la
objetividad del mundo social, lo que se percibe como el verdadero escenario es la vida afectiva, íntima, el
contacto con lo sensible. De hecho, el Agua resulta el elemento asociado a lo humano. La realidad es la
propia subjetividad emocional.
Para estas personas las cualidades de calidez protectiva, cuidado, resguardo y suministro de afecto resultan
prioridades vitales. Sentirse incluidos en un marco de amor asegurado se convierte así en un valor. Su
búsqueda muchas veces puede llevarlas a evitar toda relación vincular que no confirme aquellas
condiciones. Y si bien es propio de la riqueza de los vínculos promover una apertura a lo diferente,
disponernos a lo desconocido y expandirnos más allá del clan familiar, para la personalidad de Agua esto
será un riesgo, fuente de temor y recelo. Rápidamente intentará –necesitará- que lo novedoso en sus
relaciones se reduzca a lo conocido, que el estímulo hacia lo abierto y libre se revierta hacia el compromiso
y la fidelidad característica de los lazos familiares. Desde la percepción del Agua, el lugar del afecto (real o
imaginario) es el hogar, la memoria, el pasado.
Su contacto natural con lo específicamente humano marca la tendencia de las personas con Agua
dominante a profundizar tanto en las maravillas como en las contradicciones del alma. Esta capacidad de
contacto con la oscura complejidad del interior de la humanidad -y su anhelo de investigarlo y develarlo-
pueden convocarlas al arte o a la exploración del mundo psíquico. El dolor, la felicidad, la muerte, el amor,
el apego, la compasión, el egoísmo, el sacrificio, resultan la sustancia misma de la realidad, y todo intento
de abordarla desde la racionalidad, de explicarla desde lógicas teóricas, es percibido como un esfuerzo
absurdo, frío e inhumano.
La sensibilidad de resonancia con lo universal, de empatía con lo profundamente humano -más allá de la
vivencia individual- y de registrar aquello que excede la realidad manifiesta a los sentidos, activa en estas
personalidades la posibilidad de expresar el sentimiento místico devocional. La auténtica capacidad de
sentir con el otro, de percibir el mundo interior y los sentimientos de los demás, pueden conducirlos a
expresiones de genuina compasión y a sentir la necesidad de reparar el sufrimiento del mundo. En casos
extremos, pueden resultar capturados por la fascinación de sentir la revelación de una misión redentora, de
entregarse al sacrificio de ser salvadores de la humanidad.

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No resulta difícil percibir el ahogo (literalmente, “la falta de aire”) que la polarización de estas cualidades
del Agua provoca en el registro de Aire. Si el centro de la identificación consciente tuviera al elemento Agua
como dominante, la manifestación de la percepción de Aire tendrá características de conversión extrema.
Intentando corregir esa distorsión, la irrupción del Aire -condenado a reclusión inconsciente- mostrará su
expresión más arcaica y primitiva: desconexión afectiva máxima, pérdida de contacto con la sensibilidad e
hipervaloración de modelos teóricos abstractos, fobia al caos y al apego emocional. El Aire desde la sombra
generará conductas de súbita fuga del compromiso emocional al que la persona de Agua ha sido fiel
durante tanto tiempo, abriéndose ahora a un mundo vincular numeroso y variado aunque superficial. Su
necesidad de elaborar ideas explicativas precisas -para liberarse del irracional sentimentalismo del que se
ha descubierto prisionera- la volverán dispersa y poco definida. La pesadilla de la sofocación emocional –de
la que cree haber despertado- la llevará a rechazar todo cierre que la comprometa con una estabilidad
segura, a entregarse a una búsqueda frenética de libertad, a una compulsión por la apertura a lo
desconocido.
El Agua puede encontrar una clave de equilibro con el Aire desarrollando la comprensión de que el registro
sensible de la realidad es, precisamente, el que permite tomar contacto con órdenes más profundos y
sutiles. Desarrollar sensibilidad y aplicarla al estudio de lo humano, a la investigación de la realidad material
o del pensamiento, en verdad conduce a descubrir patrones más complejos y transpersonales, matrices
más profundas y comprensivas. La sensibilidad es lo que nos permite percibir diferencias sin disociarlas, a
registrar partes que conforman totalidades. La conciencia de la dinámica Aire-Agua transparenta la
paradoja de un universo que se fragmenta para manifestarse, y se desarrolla y multiplica para reunirse.

El presente trabajo es una síntesis de numerosos trabajos personales y de otros autores que se
han fundido en un solo texto. Para circulación interna dentro de Crisálida.

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Lic. Juan Carlos García Castañeda
Invierno 2012

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