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Don de Ciencia.
La ciencia se define como un conocimiento cierto adquirido por el razonamiento; pero en Dios
está sin razonamiento y por una simple visión de los objetos.
El don de ciencia - que es una participación de la ciencia de Dios-, es una luz del Espíritu Santo
que ilumina el alma para hacerla conocer las cosas humanas y dar sobre ellas un juicio exacto,
en relación a Dios y en cuanto son ellas
Primero, lo que debemos creer o no creer, hacer o no hacer; el término medio que es
imprescindible guardar entre los dos extremos en los que se puede caer en el ejercicio de las
virtudes; el orden que hay que guardar en el estudio que se debe hacer; cuánto tiempo hay
que dar a cada cosa en particular. Mas todo esto en general, ya que en lo que concierne a
casos particulares: ocasiones en que uno se encuentra, o cuando quiere uno determinarse a
obrar, pertenece al don de consejo prescribir lo que debe hacerse.
Segundo, el estado de nuestra alma, nuestros actos interiores y los movimientos secretos de
nuestro corazón, sus cualidades, su bondad, su malicia, sus principios, sus motivos, su fines y
sus intenciones, sus efectos y sus consecuencias, sus méritos y deméritos.
Tercero, el concepto que debemos tener de las criaturas y su uso debido de la vida interior y
sobrenatural; cuán vanas, frágiles y poco duraderas son; incapaces de hacernos felices;
nocivas y peligrosas para la salvación.
Por la luz de este don se conoce lo que las criaturas tienen de ellas mismas y lo que tienen de
Dios. A esta luz, no estimaba San Pablo las cosas de la tierra más que como estiércol.
Generalmente los hombres no juzgan así, porque no aprecian más que, lo que halaga a los
sentidos. Casi todo el mundo se deja encantar por sus apariencias engañosas, apresurándose
para gozar de esta satisfaccion que prometen. Cada cual quiere gozar de ella y pocas personas
reconocen su error antes de la muerte. incluso, la mayor parte de los santos estuvieron
engañados.
Estamos tan llenos de ilusiones y tan poco en guardia contra los encantos de las criaturas, que
sin cesar nos equivocamos. El demonio también nos engaña con frecuencia. Su habilidad para
engañar aun a los más adelantados, estriba en que al escoger los medios de perfección, les
hace tomar los unos por los otros. A los menos perfectos y a los tibios, los engaña
presentándoles grandes dificultades y mostrándoles los atractivos, del placer y el falso brillo
de los vanos honores. La ciencia del Espíritu Santo enseña a guardarse de estas seducciones.
Dichosos los que Dios ha favorecido con, este extraordinario don, como a Jacob, de, quien
dice el sabio que: «Dios le dio la ciencia de los santos» (l).
A fin de que el trato con los hombres, en lo que se refiere a nuestra solicitud de ganarlos para
Dios, no pueda sernos perjudicial, es preciso advertir que nuestra vida debe estar de tal
manera mezclada de acción y de contemplación, que ésta sea la que anime, dirija y ordene a
la otra; que en medio de los trabajos de la vida activa, gocemos del reposo interior de la
contemplación; que nuestros cargos, no nos impidan, la unión con Dios, sino, que nos; sirvan
para unirnos más estrecha y amorosamente con El, y nos le hagan alcanzar en Si mismo, por la
contemplación, y en el prójimo, por la acción. Tendremos esta ventaja si poseemos los dones;
del Espíritu Santo, de tal manera que estemos, por decirlo así, casi enteramente llenos de
ellos. Pero lo mejor para nosotros hasta que podamos llegar a esto y después de haber
cumplido con la obediencia y la caridad, será recogernos y dedicamos a la oración, a la lectura
y demás ejercicios de la vida contemplativa.
Para adelantar mucho en la perfección son necesarias dos cosas: una de parte del maestro y la
otra de parte del discípulo. El maestro, que esté muy iluminado por el don de ciencia, como lo
estaba San Ignacio; el discípulo, que tenga una vocación plenamente sometida a la gracia y un
ánimo valiente, como lo tenia San Francisco Javier. Para un alma sobre la que Dios tiene
grandes designios, es una gran desgracia caer en las manos de un director que se rija
únicamente por la prudencia humana y que tenga más política que fervor. Un medio
excelente para adquirir el don de ciencia, es dedicarse mucho a la pureza de corazón, velar
cuidadosamente sobre su interior, darse cuenta de todos sus desórdenes y señalar las faltas
más salientes. Este cuidado atraerá las bendiciones de Dios, que no dejará de derramar sus
luces en el alma, dándole poco a poco el conocimiento de ella, que es el que más falta nos
hace después del de su divina Majestad.
Alguna vez veréis personas que hacen --dicen ellas oración de contemplación o que toman las
perfecciones divinas como tema de sus meditaciones, y que sin embargo, están llenas de
errores y de imperfecciones groseras porque han subido demasiado alto sin haber purificado
antes su corazón; se enfadan si les dices lo que pensáis sobre su caso. porque se creen muy
espirituales y a vosotros os juzgan poco iluminados en las vías místicas. A pesar de todo, es
indispensable hacerlas volver a los principios de la vida espiritual, a la guarda del corazón,
como el primer día, si queréis que hagan algun progreso. Inútilmente se leen tantos libros
para adquirir la ciencia de la vida interior cuando es de lo alto de donde viene la unción y la luz
que enseña. Un alma pura se instruirá más en un mes por la infusión de la gracia que otras en
muchos años por medio del estudio.
En el ejercicio de las virtudes, se aprende incomparablemente más que en todos los libros
espirituales y que en todas las especulaciones del mundo. Para convenecrnos de esta verdad,
nuestro Señor da a los hombre ejemplos de virtud antes que hacer lecciones y dar preceptos:
«Coepit lesus facere ete docere». David dijo a Dios: «Yo he sido, mas iluminado que los
ancianos porque me, he aplicadlo a guardar vuestros mandamientos» (1). En este libro estudió
San Antonio para adquirir la ciencia de los santos y sobrepasar la orgullosa doctrina de los
filósofos. Y en este libro muchas almas sencillas y sin estudio obtienen conocimientos que
están escondidos a la sabiduría mundana.
Durante toda la vida debemos descubrir nuestra conciencia al Superior y al Padre Espiritual
con gran candor y sencillez, no ocultándoles ningún movimiento de nuestro corazón; de tal
suerte que, a ser posible, quisiéramos tener en las manos nuestro, interior para mostrárselo.
Por el mérito de esta humildad, obtendremos de Dios el don de discernimiento de espíritus,
para poder guiarnos a nosotros mismos y conducir a los demás. El vicio opuesto al don de
ciencia es la ignorancia o falta de conocimientos que podemos y debemos tener para conocer
nuestro comportamiento y el de los demás. Comúnmente pasamos la vida en las tres clases de
ignorancia a las que San Lorenzo Justiniano dice que están sujetas las personas que hacen
profesión de vida espiritual. Han sido explicadas anteriormente.
Pertenece a este don la tercera bienaventuranza: «Bienaventurados los que lloran» (1).
Porque la ciencia que nos da el Espíritu Santo nos enseña a conocer nuestros defectos y la
vanidad de las cosas de la tierra, descubriéndonos que de las criaturas no debemos esperar
más que miserias y llantos.
El fruto del Espíritu Santo que le corresponde a la fe; porque los conocimientos que tenemos
de las acciones humanas y de las criaturas por la luz de la fe, los perfecciona este don.