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Las ciencias naturales y las humanidades han contribuido en gran manera a nuestro conocimiento
de la realidad. Siguen descubriéndose más y más verdades acerca de nuestra existencia y de las
relaciones de nuestra naturaleza con el mundo. Esto significa, a la vez, más progreso en el
conocimiento de la moralidad. Por tanto, la ley natural nos es conocida y promulgada por medio
de nuestra razón a medida que vamos conociendo la realidad del hombre y el significado de
hacerse hombres de verdad.
Una ley positiva no se la considera en verdad ley si no tiene sanciones vinculadas a ella. Una ley
positiva sin sanción se la tiene por una recomendación, por un consejo que no nos impone una
obligación. La sanción es una pena vinculada a la violación de la ley, por cuyo medio la
autoridad urge la ley. La pena puede ser una multa, la cárcel, la pérdida de un beneficio o
cualquier otra clase de castigo. ¿Existe alguna sanción en la ley natural? Es obvio que no existe
ninguna sanción positiva vinculada a ella, aunque la ley natural con frecuencia puede ser
sancionada como ley positiva con su respectiva sanción. Ejemplos de esto pueden ser las leyes
positivas que prohíben el asesinato, el robo, el perjurio, crímenes que en todos los países reciben
sus correspondientes sanciones.
Sin embargo, podemos hablar en cierto sentido de sanción de la ley natural. El cumplimiento de
la ley natural significa acciones que nos acercan a la realización de nuestra naturaleza y al logro
de nuestras metas existenciales. Si no estamos poniendo los medios para alcanzar estas metas
naturales de nuestra existencia, antes por el contrario, hacemos acciones que nos apartan de
aquellas metas, sufrimos en castigo, la pérdida de nuestro ser de hombres. Nos hacemos menos
“humanos” en el sentido de que nos estamos apartando del ideal humano.
La violación de la ley natural perturba siempre el orden social y hace la vida menos ordenada y
menos humana aun para la persona que atenta contra el orden natural. La historia es testigo de
los graves males que sufren pequeñas o grandes comunidades humanas, cuando un grupo
considerable de sus miembros viola la ley natural. Cunde el temor por las ciudades, la sospecha
mutua llena la atmósfera, disminuyen los negocios, aumenta el desempleo, y así por el estilo. A
nivel nacional, violaciones graves del orden natural, como cuando se priva a la gente de sus
derechos fundamentales, se los explota, se viola la justicia social, el gobierno abusa del poder,
las consecuencias de tales transgresiones de la ley natural son tensión, pérdida de armonía y del
orden en la vida, violencia y muchas otras penas, todas ellas sanciones graves del
quebrantamiento de la ley natural. El descuido de la ley natural en las relaciones internacionales
trae, asimismo, consecuencias graves, como lo atestigua la historia. Por tanto, la ley natural,
cuenta con sanciones verdaderas, nacidas de su misma esencia. Tales consecuencias no son otra
cosa que la pérdida de las metas existenciales por parte de individuos y comunidades.
LOS DERECHOS
El deber moral implica la exigencia de los medios apropiados y la libertad de acción para
cumplir con el deber. Esta exigencia se llama derecho. Dado que los derechos son correlativos
con los deberes morales, participan de sus características. Se sigue, entonces, que como una
obligación nos impone una necesidad no física sino moral, así un derecho nos da un poder moral
y no una fuerza física, de disponer de los medios necesarios para el cumplimiento de nuestro
deber.
El derecho puede definirse como el poder moral de disponer de lo que en justicia se le debe a
uno, o bien, como el poder moral para reclamar, obrar, omitir o poseer algo, sin interferencia de
los demás. El derecho, como poder moral, funciona con relación al entendimiento y voluntad de
un tercero que debe reconocer nuestro derecho.
Los derechos se basan en la ley y se derivan lógicamente de los deberes que nos impone la ley.
Los diferentes sistemas morales cuentan con su comprensión diferente de la esencia del derecho
de acuerdo con sus interpretaciones respectivas de la obligación moral. Si la voluntad del
gobierno es la fuente de la obligación moral o si la moralidad se basa en el consentimiento u
opinión pública, como sostiene el positivismo moral, entonces todos los derechos nos los
concede el gobierno o la sociedad; pero si existe una ley moral fundamental, anterior a la
voluntad del gobierno o de la sociedad, existen también derechos fundamentales, no dados por la
autoridad civil, ni concedidos a los ciudadanos por la autoridad social. Más bien, el gobierno y la
sociedad se ven obligados a respetar y defender estos derechos anteriores.
4. El título del derecho es la razón que justifica la exigencia que tiene una persona del
objeto de un derecho.
El siguiente diagrama puede ayudarnos a entender las relaciones de esos cuatro elementos que
forman la estructura del derecho:
15
Cf Messner, J. Social ethics. St. Louis B: Herder, 1949, pp 148-154.
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término
sujeto objeto
título
Los derechos se encuentran implicados en muchos aspectos de nuestra vida diaria. Cuando uno
compra un carro, adquiere derecho sobre él. Adquiere un título de propiedad. Con la transacción
o negocio uno se hace sujeto de derecho. El vendedor es el término del derecho, ya que él tiene
que satisfacer el título que uno adquiere sobre el carro. El carro es el objeto del derecho, y el
dinero pagado es el título que funda el derecho que uno adquiere.
Sólo personas, físicas o jurídicas, pueden ser el sujeto y el término de un derecho. Esto se sigue
de la esencia de la ley y del derecho. Solo seres racionales pueden verse vinculados por la ley
moral y solo ellos pueden respetar los derechos de los demás. Por esta razón, los animales no
tienen derechos. Sin embargo, la moral nos obliga a tratar a los animales de acuerdo con nuestra
naturaleza humana y no de una manera cruel e irracional.
Los objetos de derecho pueden ser cosas materiales, como tierra, una casa, un pozo de petróleo, -
o cosas inmateriales, como un invento-. El hombre puede ejercer un pleno control sobre las cosas
materiales e inmateriales, pero no lo puede tener, en forma irrestricta, sobre otra persona. Una
persona no puede ser nunca objeto de derecho porque no puede usarse como medio para otros, ya
que cada persona tiene su propia meta y es dueña de su propio destino. La esclavitud, que trata
seres humanos como si fueran cosas, contradice la esencia misma del derecho. Podemos tener
derecho a los servicios de otras personas en la medida en que tales servicios no contradigan sus
fines existenciales de seres humanos. Ningún contrato podría ser válido si obligara a una persona
a prestar servicios inmorales. Como afirma Messner: “...todo contrato de trabajo... incluye una
cláusula implícita que manda respetar a la persona del trabajador y sus responsabilidades
existenciales; por tanto, se aparta del orden natural de la ley un sistema económico que imponga
condiciones de trabajo que impidan a los trabajadores cumplir con sus deberes para con su
familia, sea por medio de bajos salarios o por una inconsiderada explotación de sus
capacidades”16.
El título de un derecho es el fundamento que funda la exigencia de la persona del objeto del
derecho. Si tal título es un hecho ocasional, que no pertenece a la esencia de la persona, como la
compra de una casa, el derecho implicado se llama derecho adquirido. Si es un elemento
esencial de la naturaleza y existencia humanas, los derechos que de allí dimanan, se llaman
naturales. Recientemente se usa más y más la expresión derechos humanos, refiriéndose a
derechos naturales.
Es frecuente también hablar de derechos inalienables. El sentido común de esta expresión es que
nadie puede quitarle a una persona estos derechos, ya que no le fueron dados por la sociedad ni
por ninguna autoridad humana.
Sin embargo, hablando con precisión, inalienables son aquellos derechos humanos a los cuales
no puede renunciar una persona, ni siquiera libremente, porque los necesita en forma absoluta
para llevar una vida moral. Por ejemplo, no podemos renunciar a vivir de acuerdo con nuestras
convicciones morales, es decir, renunciar al derecho a seguir nuestra conciencia.
16
Ibid., pp 153-54.
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Derechos inalienables son aquellos a los cuales podemos renunciar. Por ejemplo, todo adulto
competente tiene derecho a casarse, pero puede renunciar a este derecho, dado que no está
obligado a hacerlo.
Art. 19. Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este
derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir
informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier
medio de expresión.
Dado que esta Carta no tiene fuerza de ley, dieciséis naciones europeas tomaron la decisión de
reforzar la defensa de los derechos humanos por medio de una ley internacional coactiva, y
confirmaron la Convención europea sobre derechos humanos, del 3 de septiembre de 1953. Esta
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convención concede, tanto a particulares como a los gobiernos, el derecho de recurso a la
organización internacional y a la corte internacional para exigir reparación de agravios.
No se puede equiparar el derecho con la fuerza, pero estamos autorizados a recurrir a la fuerza
física para defender nuestros derechos. Ya que los individuos, como tales, de ordinario son
demasiado débiles para defender sus derechos, por naturaleza están inclinados a formar
sociedades. Uno de los fines primarios de la sociedad es la defensa adecuada de los derechos de
los individuos por medio del orden legal, que puede mantenerse con una organización adecuada
y aun con el recurso a la fuerza si es necesario.
Puesto que la sociedad organizada según la ley asume la tarea de defender los derechos de los
ciudadanos, estaría mal que un individuo recurriera a la fuerza para salvaguardar sus derechos, a
menos que se encuentre en una emergencia, cuando la autoridad competente no puede intervenir,
como en el caso de una defensa personal en el momento de una agresión. Cuando una sociedad
no garantiza, de forma adecuada, la posesión tranquila de los derechos individuales, porque las
autoridades son negligentes, corruptas o ineptas, se hace inevitable que los particulares recurran
a la fuerza, en defensa de sus legítimos derechos. Estos organizan grupos de vigilancia, o bien,
otros organismos de autodefensa. Tal situación es un indicio de graves defectos en el cuerpo
político, que pueden conducir al caos y a la desintegración de una sociedad.
El derecho a cosas materiales puede exigirse por medio de la fuerza física o mediante el recurso
a los tribunales. Por ejemplo, uno puede recuperar los objetos robados cuando la policía detiene
al ladrón. Estos derechos son llamados jurídicos. Existen derechos que no pueden exigirse por la
fuerza, como el derecho de los padres al amor de sus hijos. Estos suelen llamarse derechos no
jurídicos. La existencia de derechos no jurídicos indica, una vez más, que el derecho no puede
identificarse con la fuerza física.
La vida en sociedad se funda en el mutuo respeto de los derechos. Lo cual significa que los
derechos son limitados por su misma naturaleza, cuando entran en conflicto con los derechos de
los demás. La libertad de palabra no le da título a uno para crear una falsa alarma, en un teatro
atestado de gente, porque éstos tienen derecho a no ser engañados, a no ser expuestos a una falsa
alarma y a no ser perturbados cuando están disfrutando de una obra teatral. Se sigue de aquí que
la libertad de expresión cuenta con un determinado número de limitaciones. Todo derecho está
limitado por los derechos que entran en conflicto con él.
Un derecho también se ve limitado por su objetivo, por el fin a que sirve. No le concede a una
persona poder moral para ir más allá de los alcances de la meta del derecho, porque un derecho
es un medio para alcanzar un fin. Todo mundo tiene derecho a la libertad de religión y para creer
que su propia religión es la verdadera, pero esta libertad no capacita a una persona para forzar a
los demás a aceptar su religión. El fin de este derecho es el de permitir a una persona seguir su
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propia conciencia en asuntos religiosos sin interferencias, pero el poder moral para hacerlo no se
extiende a forzar a los demás a adherirse a su religión17.
Estos principios éticos son de fácil adquisición en nuestra mente y se aplican, por medio de un
proceso deductivo de raciocinio, al problema que tenemos delante. Hemos aprendido y aceptado,
por ejemplo, que robar es malo, y al hallarnos en un supermercado, donde podríamos fácilmente
meternos al bolsillo algún artículo, pensamos al punto, “nuestra conciencia nos dice” que
apropiarnos de algo es robar y, por tanto, algo malo que no debemos hacer.
Los principios éticos que seguimos, son el resultado de una inducción, y como tales, pueden
cambiar cuando aparece una nueva evidencia, una razón anterior es refutada o una autoridad
rechazada.
A veces podemos llegar a la conclusión de que los principios no poseen una validez universal.
En este caso el juicio de conciencia se ocupará de ver si se trata de una excepción. Sin embargo,
formamos por lo general principios que tenemos por universalmente válidos. Su aplicación,
luego, se hace por deducción, quiere decir, seguimos las reglas del silogismo. En cada silogismo
se da primero una afirmación, “la mayor”, comparada luego con “la menor”, y finalmente, de
ambas, se deduce la conclusión. Por ejemplo, robar es malo (la mayor); llevarme estas joyas es
robo (la menor); luego, el robo de estas joyas es un acto malo. La aplicación del principio no
siempre sucede en forma explícita. Puede darse en forma rápida y sumaria, sin mencionar
siquiera el principio. Sin embargo, el principio moral, antes establecido o aceptado, es el
fundamento para formar el juicio de conciencia.
17
Ibid., p 152.
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Es obvio que la corrección de los principios en cualquier deducción de nuestra conciencia
constituye el factor principal para formar un juicio moral correcto, porque si los principios están
mal, las consecuencias también lo estarán. A medida que, con madurez y deliberación,
reflexionamos sobre los principios que aprendimos en nuestra infancia, tenemos que examinar si
esos principios son correctos o equivocados. Podemos encontrar que, poco a poco, asimilamos
algunos prejuicios del medio social, del colegio o familia. Se sigue, entonces, que tenemos que
superar nuestros prejuicios y corregir nuestra manera de pensar, de tal modo que nuestros
principios coincidan con la verdad. Crecer significa someter a examen todos nuestros principios
morales, modificando los falsos y aceptando los verdaderos sobre la base de nuestra propia
convicción racional, y no de la autoridad ajena.
El proceso de examen de nuestros principios morales en último término no es otra cosa que la
aplicación de la norma moral a los problemas concretos de la vida humana. De esta manera uno
construye de forma racional un cuerpo de normas morales, disponibles y de fácil aplicación a los
casos particulares cuando uno tiene que tomar una decisión moral. Tal conjunto de normas
morales suprimen la necesidad de recurrir constantemente a la norma fundamental de moralidad,
que haría engorrosa la decisión moral en las decisiones de la vida diaria. Este procedimiento se
suele llamar: “formar la propia conciencia”. Si todo el proceso racional se hizo en forma
correcta, uno tiene una “conciencia bien formada”. La tarea de la educación moral consiste en
formar uno su propia conciencia sobre una base racional, de tal suerte que pueda tomar
decisiones morales correctas, por medio de su propia convicción.
Al examinar la forma como funciona nuestra conciencia, es importante estar familiarizado con
algunos conceptos relacionados con sus operaciones.
Conciencia correcta. El juicio moral de nuestra razón es correcto cuando todo el raciocinio que
exige la aplicación de la norma objetiva de moralidad se lleva a cabo con toda lógica y sin
ningún error.
Una conciencia errónea puede serlo en forma invencible cuando no podemos salir del error por
los medios que están a nuestra disposición o que podemos prudentemente poner.
La conciencia es errónea en forma vencible cuando podemos salir del error y corregir el juicio
falso.
Conciencia cierta significa que la persona que hace el juicio moral no tiene razón suficiente para
dudar de la corrección de su juicio.
Conciencia dudosa, en cambio, significa que la persona que hace el juicio posee una razón
suficiente para temer que el juicio contrario puede ser verdadero.
De estas definiciones se sigue que tanto la conciencia correcta como la errónea pueden ser ciertas
o dudosas.
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Certeza no es lo mismo que estar en lo correcto. Puede suceder que estemos plenamente
convencidos de un evento, por ejemplo, en deportes, y sin embargo, podemos descubrir más
tarde, cuando el evento se repite en cámara lenta en televisión, que estábamos equivocados.
Cinco testigos pueden narrar un accidente de cinco maneras distintas, cada uno convencido que
dice la verdad.
Es importante notar que una duda puede basarse en la oscuridad de un hecho o de la ley en
cuestión. El ejemplo típico es el caso del cazador que no está seguro si el objeto que se mueve es
un animal o un hombre. Esta inseguridad se llama duda sobre el hecho. Si el cazador no está
seguro si la ley prohíbe matar ciervos en ese preciso lugar, tenemos una duda sobre la ley o la
obligación. En el caso típico no existe duda acerca de la obligación o existencia de la ley que
prohíbe matar a un ser humano. En cambio, en el segundo caso, la duda se presenta acerca de la
existencia de la obligación de no matar animales.
Las reglas de conciencia no son imposiciones arbitrarias sobre nuestra libertad moral; son
deducciones de la naturaleza del hombre y de la estructura de un acto humano, consciente y
deliberado.
b. Una conciencia invenciblemente errónea pero cierta determina una norma condicional
de la conducta humana. Sólo es válida con la condición de que la persona haya hecho lo
posible por hallar la verdad y saque la conclusión errónea sin falta propia.
Uno tiene que obedecer a la conciencia cierta, aunque invenciblemente errónea, porque la forma
humana de obrar es seguir la luz de la propia razón. De lo contrario una persona tendría que
obrar contra su naturaleza. Es parte de la humana condición el que nuestro entendimiento sea un
instrumento finito para buscar la verdad, lo cual significa que podemos cometer errores con ella.
La certeza requerida no tiene que ser mayor que la seguridad que da una prudente averiguación o
reflexión. Nadie puede verse obligado a hacer más de lo que puede alcanzar su humana
condición.
2. La segunda regla nos prohíbe obrar con una conciencia dudosa. La razón de esta regla es la
posibilidad de que, en caso de duda, podríamos estar haciendo algo objetivamente malo si
seguimos y hacemos el acto. Por consiguiente, la persona que está queriendo obrar con una
conciencia dudosa, está dispuesta a obrar mal, algo prohibido por la ley moral.
Se sigue de la segunda regla que uno tiene que resolver la duda antes de obrar. Esto puede
hacerse de forma directa, por ejemplo, averiguando y reflexionando un poco más. Si esto no
resuelve la duda, uno puede valerse de un medio indirecto recurriendo a los principios llamados
reflejos, es decir, las reglas generales de prudencia. Se los llama principios reflejos porque los
usamos cuando reflexionamos sobre un estado de duda.
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1. El primer principio reflejo se refiere al camino más seguro. Este significa la alternativa que
evita el mal y defiende el bien moral, con más certeza. Cuando dudamos si el límite de velocidad
permitido, es 70 o 90 kilómetros por hora, es más seguro ir a 70, ya que así evitamos, con
certeza, quebrantar la ley e incurrir en la multa:
a. Se nos permite siempre escoger el camino más seguro para resolver la duda concreta.
Sin embargo, este camino puede resultar a veces muy penoso y desventajoso. Por
ejemplo, si le viene la duda si ya pagó o no, los impuestos y no cuenta con el tiempo
suficiente para averiguar directamente y conseguir la información, antes de la fecha de
vencimiento, para estar seguro, usted puede consignar un cheque en la oficina de
impuestos nacionales, pero no necesariamente tiene que obrar así. Pero, se dan casos en
que elegir el camino más seguro es la única manera de resolver la duda práctica.
b. Estamos obligados a escoger el camino más seguro cuando tenemos la responsabilidad
de alcanzar un fin determinado y sólo existe un medio seguro para alcanzarlo. Un
cirujano tiene que usar una técnica más segura y la droga mejor para salvar la vida de un
paciente. Un cazador no puede disparar si duda si el objeto que se mueve es animal u
hombre. En casos criminales “damos al acusado, el beneficio de la duda” para evitar un
posible castigo a un inocente.
No estamos obligados a cumplir una obligación dudosa, porque no puede existir un deber a
menos que veamos con claridad que nos obliga.
La razón en que se basa este principio reflejo es el hecho que una ley tiene que ser promulgada
para llegar al conocimiento y voluntad del súbdito. La promulgación pertenece a la esencia
misma de la ley, porque la ley moral puede alcanzar su objetivo sólo mediante la conciencia y la
colaboración deliberada de un ser libre. Las leyes físicas, por su parte, obtienen su fin por
necesidad física y no tienen que ser conocidas por los objetos afectados por ellas. La ley de la
gravedad actúa sin nuestro conocimiento y libre cooperación.
El grado de duda
Una duda acerca de la existencia de la ley puede apoyarse en muchos argumentos o en bien
pocos. De aquí que podamos hablar de diversos grados de duda y preguntar qué clase de razones
se requieren en contra de la existencia de una obligación para que no nos obligue.
El término técnico para este punto de vista ético es probabilismo. Este se deriva de la presunción
principal de esta teoría según la cual para uno verse libre de un deber, basta que exista una sólida
probabilidad de que una ley no existe o que no se aplica a mi caso.
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La norma subjetiva de moralidad
El juicio de conciencia es la guía del sujeto para tomar una decisión moral. De aquí que la
conciencia pueda llamarse la norma subjetiva de moralidad. Un acto será bueno o malo para una
persona de acuerdo con el discernimiento de su inteligencia. Aun en casos en que uno sigue el
consejo de otra persona “contra su parecer mejor”, la conciencia saca la conclusión práctica que
es moralmente bueno seguir el consejo de otro.
Se llama a la conciencia norma subjetiva porque el juicio de quien obra está influenciado por su
propia capacidad racional, por su agudeza intelectual, sus antecedentes sociales, prejuicios
insuperables y otros factores que matizan su juicio de tal manera que lo pueden desviar de la
verdad objetiva. El juicio de conciencia se llama norma subjetiva de moralidad también en casos
en que coincide con la verdad objetiva, porque ésta constituye un criterio personal práctico para
tomar decisiones morales.
Podría pensarse que esta doctrina abre la puerta a la justificación del subjetivismo moral ya que
nadie es completamente objetivo en todos sus juicios. Ciertos prejuicios y nuestro ambiente
social y cultural juegan un papel bastante importante en nuestras decisiones. Sigmund Freud
llamó superego a los juicios y prejuicios impuestos a una persona. Crece bajo el influjo de los
padres y del medio social. No es la conciencia en el sentido estricto de la palabra, ya que no se
trata en el superego de un juicio libre y personal sino de una repetición instintiva del parecer de
los demás. Sin embargo, no se puede negar el influjo en uno de los códigos morales de la clase
social a que pertenece. Marx habló de la moral burguesa. Hoy usamos los términos moral de la
clase media, moral proletaria o comunista. Tales expresiones indican el influjo de los códigos
morales de su grupo social. Las ideas y prejuicios que se mueven a nivel de asamblea en una
gran empresa difieren de las que se agitan en una reunión sindical. Más aún, el marco histórico
ejerce asimismo un gran influjo en los puntos de vista morales de una persona18. Los parámetros
morales de la época victoriana difieren de las normas de la sociedad norteamericana de la
posguerra. Todos nosotros somos hijos de nuestro tiempo y recibimos influjo de los tabúes o
permisividad de nuestra época.
¿Nos lleva esta consideración, entonces, a aceptar un relativismo moral? No es así. Se limita a
admitir que la ley moral se aplica a la práctica por cualquier persona cuyo juicio puede desviarse
de la verdad objetiva, mientras está obligado a seguir el juicio honesto de su entendimiento, sin
tener en cuenta la época o medio en que vive. Así pues, la moral concreta y práctica es personal,
y en ciertos casos se hace inevitablemente subjetiva y relativa. Por otra parte, se sigue en sana
lógica de nuestra previa consideración que estamos obligados a vivir de acuerdo con la verdad
objetiva en materia de moralidad y que tenemos que “formar” nuestra conciencia de tal manera
que sus juicios coincidan con la realidad. La ley moral no aprueba la moralidad burguesa ni la
proletaria, sino que nos urge a liberarnos de nuestros prejuicios y a juzgar con objetividad de la
bondad o malicia de nuestras acciones. El entendimiento humano, sin embargo, es un medio
limitado en nuestra búsqueda de la verdad y una persona puede cometer errores en sus juicios a
pesar de sus mejores esfuerzos.
18
Cf Macquarrie, John. Three issues in ethics. London: SCM Press, 1970, p 114.
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defender el ideal del juicio moral objetivamente correcto, al cual tenemos que acercarnos lo más
posible.
La libertad de conciencia
Obedecer siempre a la propia conciencia cierta constituye la ley fundamental y más importante
de la moral del individuo. Dado que cada deber cuenta con un derecho correspondiente, se sigue
que el derecho individual más fundamental es la libertad de conciencia, es decir, nuestro derecho
a vivir y obrar de acuerdo con nuestras honestas convicciones. Como vimos arriba, las
sociedades civiles se formaron para defender el derecho de los individuos y para promover el
bien común. Podemos concluir, entonces, que uno de los deberes más graves de la sociedad civil
es la protección de la libertad de conciencia.
Es obvio, no obstante, que la conciencia de las personas puede entrar en conflicto mutuo. Por
consiguiente, las autoridades civiles enfrentan la tarea de resolver los conflictos de conciencia de
sus ciudadanos. ¿Se dan principios éticos que puedan guiarnos en la solución de estos frecuentes
conflictos?
¿Qué pasa si los actos que le prescribe a uno su conciencia, le causan daño, como en el caso del
que rehúsa un tratamiento médico por convicciones religiosas? En la medida en que la persona
en cuestión sea mentalmente competente y no imponga a otros su parecer, por ejemplo, a sus
hijos, tiene derecho a seguir su conciencia. Un paciente en estado terminal puede seguir su
conciencia y rehusar los aparatos que sostienen la vida. Su derecho a obrar así no le está
concedido por una ley positiva sino en virtud de la ley natural. Las autoridades civiles, por su
parte, tienen que urgir el derecho de los hijos a tratamiento médico contra las convicciones
religiosas de sus padres porque el derecho a vivir es fundamental y la sociedad tiene la
obligación de defender los derechos de los que no están capacitados para hacerlo.
¿Debe la autoridad civil impedir el suicidio? La mayoría de los países cuentan con legislación a
este respecto, basada en la presunción que las personas que atentan suicidio no son del todo
competentes y deben ser defendidas contra los malos efectos de sus actos imprudentes.
El problema se hace más difícil cuando alguien, apelando a su libertad de conciencia, hace actos
que lesionan el bien común y los derechos de los demás, como en el caso de distribuir
pornografía o literatura que incita a la violencia y a actos subversivos. Los ciudadanos y sus hijos
poseen, como es obvio, el derecho más fuerte de no verse expuestos a la obsenidad contra su
voluntad y a no verse en peligro con escritos violentos y subversivos. Si hablar de subversión no
es mera cuestión teórica, sino una invitación a una acción, que pone en peligro el orden público,
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la autoridad civil tiene el deber de proteger los derechos de los ciudadanos a la paz y a una vida
ordenada.
Nuestra conciencia puede entrar en conflicto con las leyes del país. ¿Está uno obligado en este
caso a obedecer las leyes de su tierra, con el fin de evitar el poner en peligro el orden público? Si
la acción impuesta por una ley positiva contradice la ley natural, uno tiene que obedecerle a ella
antes que a la positiva. Por ejemplo, si una ley positiva prescribiera la práctica de la religión del
estado o prohibiera sencillamente la práctica religiosa, uno estaría obligado a seguir su propia
convicción a este respecto e ir en contra de la ley del estado. Por desgracia, este caso no es mera
especulación ni el recuerdo de un pasado remoto de intolerancia religiosa o política. El mundo
actual es testigo de muchas limitaciones a la libertad religiosa y a la libertad de legítima
actividad política. Si un gobierno estuviera comprometido en una guerra, o en la supresión de
derechos fundamentales, y uno tiene estas medidas por antiéticas, debe rehusar su cooperación,
aunque ello le implicara prisión u otra clase de castigo. Tenemos que aceptar de buen gusto los
sacrificios que nos impone la vida moral, porque su rechazo es una decisión no ética, que
contradice nuestro compromiso con la moral.
La profesión primaria, común a todos los seres humanos por el solo echo de vivir en el mundo,
corresponde a lo que podríamos llamar el difícil “oficio de hombre”. Las profesiones secundarias
son, en cambio, las diversas tareas socialmente útiles que el hombre desarrolla dentro de la
sociedad.
Las profesiones secundarias están íntimamente unidas con la profesión primaria, que las incluye
y les da sentido y valor.
Las particulares profesiones que el hombre desarrolla en el ámbito de la organización social del
trabajo se inscriben, pues, dentro de este modelo ideal de humanidad, que hace valer sobre su
19
D. VON HILDEBRAND, La morale professionale, Studium, Roma, 1935.