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27/1/2020 Qué es un yo fuerte y por qué es tan difícil desarrollarlo, según Sigmund Freud

Hasta cierto punto, un elemento inevitable de la condición humana es la


dificultad del individuo para hacer lo que desea. Esta expresión presenta ya
por sí misma cierta complejidad, pues, paradójicamente, la mayoría de las
personas viven en un estado de ignorancia respecto de su propio deseo. "No
sé lo que quiero" es una frase o un pensamiento que se repite más de lo que
creeríamos entre personas de todo tipo y en las circunstancias más diversas:
en relación con el trabajo, con la "elección" de pareja, con la manera de
conducir la vida, etc. ¿Cómo puede entonces el sujeto hacer lo que desea si,
de inicio, desconoce su propio deseo?

Ambos problemas, sin embargo, están ligados por una realidad en común: la
realidad psíquica. La ignorancia parcial de lo que el sujeto desea y la dificultad
para realizar el deseo encuentran una posible convergencia en un fenómeno
que Sigmund Freud denominó un "yo fuerte".

Entre otros lugares, dicha idea aparece en Esquema del psicoanálisis, una de
las últimas obras que Freud redactó y que, de hecho, dejó inconclusa. Freud
comenzó a escribir el Esquema en 1938, cuando tenía 82 años de edad y
recién había llegado a Londres, huyendo del régimen nazi; cuentan sus
biógrafos que también en esa época pasó por una cirugía extremadamente
delicada. Con todo, ninguna de estas circunstancias le impidió iniciar y casi
terminar una suerte de epílogo brillante a su trayectoria intelectual, pues como
afirman los editores y estudiosos de la obra de Freud, el Esquema del
psicoanálisis es una obra que expone con claridad y precisión las ideas
fundamentales, las hipótesis y los caminos posibles de una disciplina que al
médico vienés le tomó toda su vida establecer y consolidar.

Ahí, con esa misma lucidez, Freud habla del “yo fuerte” como el yo que es
capaz de sobreponerse a las exigencias del ello y del superyó. Recordemos
brevemente que, en el entendimiento del aparato psíquico humano
desarrollado por Freud, éste se encuentra dividido en tres instancias:

El ello, que corresponde a las necesidades más elementales de la vida (el


hambre, la sed, la necesidad de defecar, el deseo de satisfacción sexual,
etcétera).

El superyó, formado a través del desarrollo cultural y civilizatorio


estrictamente humano y que, en términos generales, tiene como función
acotar los impulsos naturales (de ahí que se le identifique con las reglas,
las normas, las leyes sociales, la moral, la religión, etcétera).

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27/1/2020 Qué es un yo fuerte y por qué es tan difícil desarrollarlo, según Sigmund Freud

El yo, que con cierta lasitud podríamos identificar con aquello en lo que
pensamos cuando nos pensamos a nosotros mismos; la identidad, el
sentido del yo, la imagen que tenemos de lo que somos: eso es el yo.

En este esquema podemos entrever ya la situación un tanto adversa que la


existencia humana supone para el individuo que desarrolla un sentido del yo.
En su propio interior conviven dos fuerzas contradictorias entre sí, cuando no
excluyentes.

Por un lado, el ello, que lo único que busca es satisfacer las necesidades
propias de la vida, urgente, irracionalmente, sin preocuparse de nada, sin
mirar nada en el horizonte más que la necesidad y la posibilidad de
satisfacción. "El ello no conoce ni el mañana ni la angustia", dice Freud en
otra página del Esquema del psicoanálisis.

Por otro lado, el superyó, que para el yo significa el cálculo de las


posibilidades de dicha satisfacción. Un cálculo que en términos civilizatorios
está ligado indeleblemente a la represión. En buena medida, el desarrollo
cultural humano no puede entenderse sin ese aparato complejo que nos
permite concebir el aplazamiento de una satisfacción, la ponderación de ésta
con respecto los recursos disponibles (materiales, temporales, etc.) o respecto
de un objetivo ulterior, más amplio o más importante (una ley, por ejemplo,
acota el comportamiento individual en aras del bienestar de la comunidad).

En este contexto, es totalmente justificado y hasta común que una persona se


sienta "dividida", "fragmentada", que sienta cómo dos fuerzas opuestas tiran
de ella o de su deseo sin que su sentido del yo parezca capaz de conciliarlas,
de llegar a un acuerdo con esas fuerzas o incluso de sobreponerse a ellas.

Esa es la idea de un "yo fuerte" a la que Freud alude a lo largo del Esquema
del psicoanálisis. Un yo que no se encuentre a merced ni del ello ni del
superyó, de las necesidades o de la represión, sino más bien un yo capaz de
navegar entre ambos, de tener conciencia tanto de las necesidades propias de
la vida como de las limitaciones que impone el desarrollo cultural humano,
pero que no se sienta sobrepasado ni por unas ni por otras, sino más bien que
salga avante y, más todavía, que en ese marco sea suficientemente
desinhibido como para hacer lo que desea.

La tarea, como decíamos, no es sencilla, tanto por las condiciones mismas del
aparato psíquico que hemos expuesto como por otras circunstancias que
Freud señala también en el Esquema del psicoanálisis.

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En el apartado "Una muestra del trabajo psicoanalítico", Freud habla de al


menos tres dificultades que el individuo enfrenta para desarrollar un "yo
fuerte" en relación con los procesos que debe encarar durante la infancia para
volverse parte del género humano.

El desafío de la civilización
"El pequeño primitivo debe devenir en pocos años una criatura civilizada,
recorrer, en abreviación casi ominosa, un tramo enormemente largo del
desarrollo de la cultura", escribe Freud.

El "pequeño primitivo" es el niño o la niña. El término puede parecer un tanto


cómico pero no por ello menos preciso: la cría del ser humano es, en efecto,
más primitiva que civilizada, más cercana a los instintos y la naturaleza animal
que a la racionalidad y la conciencia. Con todo, como señala Freud, ese
pequeño ser debe asumir en cuestión de años un proceso civilizatorio que al
género humano le tomó milenios desarrollar, y varios siglos más en sus
prácticas más recientes.

De lo más trivial a lo más admirable, de lo más simple a lo más elaborado, el


niño, para formar parte de la comunidad humana, debe aprender lo mismo la
escritura que el uso del tenedor, los códigos legales y los códigos de
vestimenta, el uso de las herramientas y la tecnología, las maneras de
entablar una relación con otros, etc. Y todo antes de los 5 o 6 años de edad.

Quien desee adquirir cierta perspectiva de lo que está implícito en prácticas


tan aparentemente sencillas como limpiarse la nariz, entre otras, puede
consultar la obra El proceso de la civilización, de Norbert Elias. Ese proceso al
cual se somete al niño no es, en modo alguno, simple.

El largo período de dependencia infantil


Otra razón con la que Freud explica la dificultad de desarrollar un "yo fuerte"
es la duración prolongada que en el ser humano tiene la infancia. Y no sólo
eso. También la condición de dependencia hacia otros que implica esta etapa.

A diferencia de otros animales, el ser humano nace desvalido y frágil, en cierta


forma aún no desarrollado completamente, en particular por lo que respecta a

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sus cualidades motrices y cognitivas. De ahí que necesite de otros para


sobrevivir (nada más y nada menos), relación que a su vez se extiende a lo
largo de varios años.

Entre otros efectos, de entrada podemos notar el hábito de la dependencia que


se asienta durante ese período y que después dificulta al yo sostenerse por sí
mismo, andar por sí mismo, tomar sus decisiones, vivir su vida.

De nueva cuenta, salir de esa relación de dependencia tampoco es sencillo.

El sistema de prohibiciones y castigos


El proceso mencionado anteriormente ocurre en un marco en donde la
prohibición y el castigo son prácticas comunes y, cabría decir, probablemente
imprescindibles. Si bien ciertos pedagogos, psicólogos y teóricos de la
educación han reflexionado sobre la posibilidad de educar desde la libertad
(Erich Fromm o Paulo Freire, por ejemplo, entre otros), lo cierto es que la
educación se ha basado históricamente en la represión de los impulsos
naturales del niño, en el castigo a sus conductas, en la amenaza, la coerción,
la imposición de la figura de autoridad, etc. Hasta la fecha, el ser humano no
ha encontrado otra forma de formar a sus nuevas generaciones.

En ese marco, ¿cómo no esperar que dichas prácticas dejen una huella
profunda en el sentido del yo? ¿Cómo no esperar que un yo formado en el
miedo y la amenaza no crezca creyendo que la vida en general se desarrolla
en un entorno con esas mismas características?

La inhibición del yo es, hasta cierto punto, una consecuencia lógica de este
tipo de formación del individuo.

La figura de autoridad que también es figura de amor


Este es sin duda uno de los elementos más delicados en relación con el
desarrollo de un yo fuerte. Lo situamos inmediatamente después del punto
anterior aunque en el Esquema del psicoanálisis Freud lo expone en el
apartado "Los progresos teóricos". En este texto, sin embargo, guarda
coherencia con el sistema de represiones que acabamos de mencionar.

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Si la represión tiene implicaciones importantes en el desarrollo psicológico del


ser humano y para el yo es tan difícil sobreponerse a sus efectos, en buena
medida es porque la figura que se encarga de administrarla es en casi todos
los casos también una figura tanto de supervivencia (en un primer momento)
como de afecto. Es, por un lado, el Amo de quien el sujeto cree que puede
determinar en cualquier momento su muerte (según explica Alexandre Kojève
en su lectura de la "dialéctica del amo y el esclavo" de Hegel), y también es
una figura que lo mantiene en vida porque lo ama, que le brinda protección y
afecto, que lo alimenta y lo cuida. Al respecto, escribe Freud:

[…] el yo endeble e inacabado de la primera infancia recibe unos daños


permanentes por los esfuerzos que se le imponen para defenderse de los
peligros propios de este período de la vida. De los peligros con que
amenaza el mundo exterior, el niño es protegido por la providencia de los
progenitores: expía esta seguridad con la angustia ante la pérdida de
amor, que lo dejaría expuesto inerme a tales peligros.

El niño se somete a la autoridad porque es un ser frágil, débil y porque su


sentido del yo posee por consecuencia estas mismas características. Pero se
somete también porque tiene miedo de perder el amor de sus padres, el cual,
como señala Freud, es en su experiencia del mundo el salvoconducto para su
supervivencia.

Este último punto señalado es probablemente el desafío más importante que el


sujeto debe remontar si desea desarrollar ese yo fuerte al que hemos aludido
a lo largo de este texto, en parte porque la figura de autoridad (y todo lo que
se encuentra en torno a ésta) se convierte después en el superyó y, como tal,
continúa actuando sobre la vida psíquica, inconscientemente en la mayoría de
los casos.

Una persona puede haber dejado la infancia hace tiempo, vivir lejos de sus
padres, incluso ser materialmente "independiente" y, con todo, sostener aún
esa relación de dependencia, sujeción y represión con respecto a la autoridad,
bajo la lógica que acabamos de exponer: sumisión a cambio de no perder el
amor.

Sin embargo, como podemos adivinar, es necesario que el sujeto se


sobreponga a ese temor, deje de sostenerlo, si quiere tener un yo capaz de
reconocer su propio deseo para darle cauce en la realidad. A algunos esto les
puede sonar paradójico y quizá incluso inaceptable, pero un paso necesario
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para lograr que el yo prevalezca (el deseo, las decisiones, las ganas de hacer
algo, el gusto por algo, la adopción de nuevos hábitos, los cambios,
etc.) parece ser arriesgarse a no ser amados. En otras palabras: no buscar ser
amados por lo que hacemos o dejamos de hacer, sino más bien hacer, sin
miramientos, hasta darnos cuenta de que es posible dejar atrás ese lugar
pasivo con respecto al amor para, a cambio, encontrarnos con nuestra propia
capacidad de amar.

Es ahí, en el descubrimiento del amor a la vida y en el ejercicio de este mismo


amor, donde el yo se fortalece.

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