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El liberalismo, tanto político como económico, que impregna la segunda mitad del
siglo XVIII. Impulso los pilares en los que se fundamenta la supuesta etapa de
igualdad en la que vivimos, las libertades civiles las cuales permiten que las
personas puedan pensar, expresarse y obrar libremente sin más limitación que la
libertad de los demás y también se encuentran incluidas las libertades públicas
dentro de la cuales está la libertad de prensa, la libertad de reunión, asociación y
manifestación. Estas últimas son las que más se violan y se prohíben en países
donde lo que prima es el “bienestar” y los intereses manipulables del Estado y donde
al parecer se tiene en el completo olvido lo que un 10 de diciembre de 1948 se
plasmó en un papel universal:
“Se reconoce que las personas tienen derecho de libertad de pensamiento, al igual
que la libertad de manifestar individual o colectivamente ya sea en público o en
privado su religión, se reconoce el derecho de libertad de opinión, de expresión, a
investigar y recibir información así como difundirla por cualquier medio, por otra
parte la declaración también reconoce el derecho de reunión y asociación, como
también la posibilidad expresarse por medio del voto”. (Declaración Universal de
Derechos Humanos, 1948).