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Números 8

Continuando nuestro estudio en el libro de Números, llegamos


hoy al capítulo 8. En este capítulo tenemos las lámparas del
candelero y la pila o lavacro para los Levitas, y se continúa
describiendo la purificación que es necesaria como preparación
para la marcha a través del desierto. Tenían que estar limpios,
porque iban a seguir a Dios y servirle. Al principio parece que todo
esto acerca del candelero está aquí fuera de lugar, porque uno
esperaría encontrar este capítulo en el libro de Exodo, donde
aparecen las instrucciones para el tabernáculo. Pero, al
examinarlo más detenidamente, veremos que Dios tenía una
buena razón para mencionar aquí estos detalles sobre el
candelero. Leamos los primeros cuatro versículos de este capítulo
8 de Números:

La luz del candelero


"Habló el Señor a Moisés y le dijo: Habla a Aarón y dile: Cuando
enciendas las lámparas, las siete lámparas del candelabro
alumbrarán hacia adelante. Aarón lo hizo así: colocó las lámparas
en la parte anterior del candelabro, tal como el Señor lo mandó a
Moisés. El candelabro estaba hecho de oro labrado a martillo;
desde su base hasta las flores era labrado a martillo. Conforme
al modelo que el Señor le mostró a Moisés, así hizo el
candelabro."
Este candelero era uno de los artículos más hermosos en todo el
mobiliario del tabernáculo. Estaba hecho de oro labrado a
martillo; era la obra de un artesano que lo había diseñado en
forma de ramas de almendro, con una gran flor de almendro en
el extremo superior de cada brazo, que servía para sostener las
lámparas. Creemos que la luz de estas lámparas, revelaba y
realzaba la belleza del candelero.
Esta es una de las figuras más perfectas de Cristo que hallamos
en el tabernáculo. Las lámparas iluminadas representan al
Espíritu Santo, quien revela la hermosura de Cristo. El candelero
es simbólico de Cristo, quien envió al Espíritu Santo al mundo y
es el Espíritu de Dios quien ahora toma las cosas de Cristo y nos
las revela.
Ahora podemos entender por qué el candelero se encuentra
mencionado aquí, entre las ofrendas de los príncipes a Dios, que
acabamos de estudiar en el capítulo anterior, y la purificación de
los Levitas, descrita en el resto de este capítulo 8 de Números.
Esto nos recuerda que todo lo que hagamos debe ser hecho a la
luz de la presencia de Cristo, simbolizada en el candelero. Todo
debe ser hecho a la luz de la Palabra de Dios.
Al principio de la Iglesia, encontramos cuatro marcas distintivas
de la Iglesia visible. Las hemos llamado, las impresiones digitales
espirituales de la Iglesia visible. Y aquí están. En Hechos, capítulo
2, versículo 42, leemos: "Y perseveraban en la doctrina de los
apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del
pan y en las oraciones". La Iglesia tiene que caminar iluminada
por esta luz. La Iglesia tiene que recibir sus instrucciones de la
Palabra de Dios, y no de algún libro de conducta eclesiástica o
algo por el estilo.
Ahora, observemos lo siguiente. El candelero era fuente de luz. Y
el Señor Jesucristo es la luz del mundo. El se revela así en la
Palabra de Dios. Significa que nuestras ofrendas y nuestro
servicio para El, todo debe ser hecho a la luz de Su presencia.
Dicho de otra manera, debe ser llevado a cabo de acuerdo con Su
Palabra. Y, amigo oyente, usted no le encontrará revelado en
ningún otro lugar, sino sólo en la Palabra de Dios. Aquí es donde
se puede aprender de El.
Comenzando ahora con el versículo 5, y extendiéndonos hasta el
fin del capítulo, tenemos esta sección que trata sobre

La purificación de los levitas


La luz del candelero y el lavacro eran para el beneficio de los
levitas. Los levitas tenían que venir al lavacro para su purificación,
aunque ya habían estado ante el altar de bronce, el cual habla de
la cruz de Cristo. Y esto nos habla de cómo Dios mantiene puros
a Sus siervos. Los versículos 5 y 6 de este capítulo 8 de Números
dicen:
"El Señor habló a Moisés y le dijo: Aparta a los levitas de entre
los demás hijos de Israel, y purifícalos, haz expiación por ellos."
Amigo oyente, si Dios le va a usar, tendrá que limpiarle primero.
El tiene Su propio método para purificarle. Veamos, ahora, como
Dios limpió a los levitas. Leamos los versículos 7 y 8:
"Así harás para purificarlos: Rocía sobre ellos el agua de la
expiación y haz pasar la navaja por todo su cuerpo; ellos lavarán
sus vestidos y así quedarán purificados. Luego tomarán un
becerro, con su ofrenda de la mejor harina amasada con aceite,
y tú tomarás otro becerro para la expiación o sacrificio por el
pecado."
Los levitas tenían que ser limpiados para el servicio. Debían ser
rociados con el agua de la purificación, lo cual se hacía en la pila
o lavacro. En segundo lugar, afeitaban todo su cuerpo. En tercer
lugar, lavaban sus vestidos para purificarse. Y en cuarto lugar,
ofrecían una ofrenda por el pecado.
Ahora, ¿recuerda usted lo que Dios había dicho en cuanto a Leví?
Leví era uno de los hijos de Jacob y cuando Jacob le bendijo, le
dijo, como leemos en Génesis capítulo 49, versículos 5 al 7; le
dijo Jacob: "Simeón y Leví son hermanos; armas de maldad son
sus armas, en su consejo no entre mi alma, ni mi espíritu se junte
en su compañía. Porque en su furor mataron hombres, y en su
temeridad desjarretaron toros. Maldito sea su furor, que fue fiero;
y su ira, que fue dura. Yo les apartaré en Jacob, y los esparciré
en Israel". Obviamente, necesitaban ser limpiados.
Lo importante para el hijo de Dios en la actualidad, no es cómo
camina, sino por dónde camina. El Apóstol Juan, en su primera
carta, capítulo 1, versículo 7 dice: "Pero si andamos en luz, como
él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de
Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado". Es que, la luz y el
lavacro están aquí colocados juntos. Cuando usted camina en la
luz, ve que hay imperfecciones en su vida. Entonces va usted al
lavacro para lavarse y quitarlas. Eso es lo que ocurre cuando
confesamos nuestros pecados. Ahora, fijémonos, que hay cuatro
pasos que se dan aquí para la purificación:
1. "Rocía sobre ellos el agua de la expiación." Usted recordará
que cuando Cristo lavó los pies de los discípulos, Simón Pedro no
quería aceptar ese gesto. El Señor Jesús le dijo entonces, según
leemos en Juan 13:8: "Si no te lavare, no tendrás parte conmigo".
Eso significa que no tendría comunión o compañerismo con El.
Juan lo explica en su primera carta 1:7 diciendo: "Pero si vivimos
en luz, como Dios está en luz, tenemos comunión unos con otros."
Sí, pero cuando yo vivo en la luz, veo las cosas que están mal en
mi vida. ¿Qué debemos hacer entonces? ". . . y la sangre de
Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado." El sigue
limpiándonos de pecado, a medida que le confesamos nuestros
pecados. El mismo apóstol Juan, en ese mismo capítulo 1:9 dice:
"Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar
nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad". Esto es algo
muy importante, amigo oyente. Esto es para los creyentes. Si
usted quiere servir a Dios, tiene que confesar sus pecados. El
altar de bronce representa la cruz, y es el lugar donde el pecador
acude a Dios para recibir la salvación. Y el lavacro o pila, es el
lugar al que el creyente, el santo de Dios, viene para ser
purificado.
2. Bueno, el segundo paso que se da aquí para la purificación es
el siguiente: "Haz pasar la navaja sobre todo el cuerpo." Y el
escritor a los Hebreos, en el capítulo 4 de su carta, versículo 12
dice: "Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante
que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el
espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los
pensamientos y las intenciones del corazón". La Palabra de Dios,
amigo oyente, puede penetrar hasta lo más íntimo de su vida y
encontrar allí las cosas malas que ni usted aún sabía que existían
o que eran malas. Esta es la razón por la cual Juan dice en su
primera carta, capítulo 1, versículo 7: ". . . mas si andamos en
luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la
sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado."
Figurativamente hablando, necesitamos pasar aquella navaja
afilada sobre nosotros. ¿O es que usted cree no tener ninguna
mancha? Tendríamos, pues, que tener a mano esa navaja, es
decir, que debiéramos comenzar a utilizar la Palabra de Dios. La
Biblia es una luz, pero también es una navaja cortante.
3. Ahora, el tercer paso que se da aquí para la purificación, se
expresa de la siguiente manera: "Y lavarán sus vestidos." Un
vestido habla de los hábitos de la vida. Debemos lavar nuestras
ropas. Tenemos ciertos hábitos de los cuales debemos librarnos.
Y en realidad, muchos de nuestros hábitos pueden perjudicar
nuestro testimonio para el Señor.
4. Finalmente, el cuarto paso requería lo siguiente: "Tomarás otro
becerro para expiación o sacrificio por el pecado." Se necesitaba
un becerro para el holocausto y para la ofrenda de cereales
correspondiente, y otro becerro para la ofrenda por el pecado.
Estas ofrendas, como ya lo hemos visto, nos hablan de Cristo. El
holocausto nos habla de quién es El. Y la ofrenda de cereales nos
habla de su perfección impecable. La ofrenda de paz nos habla
del hecho, de que Jesucristo hizo la paz entre nosotros y Dios,
mediante la sangre derramada en la cruz. Y la ofrenda por el
pecado nos habla de lo que El ya ha hecho por nosotros. En otras
palabras, todo este proceso de limpieza y purificación se lleva a
cabo a la luz de la persona y la obra de Cristo. El hizo todo esto
por nosotros. Lo hizo para que pudiéramos servirle. Continuemos
ahora leyendo los versículos 9 hasta el 11, de este capítulo 8 de
Números:
"Harás que los levitas se acerquen al Tabernáculo o tienda de
reunión, y reunirás a toda la congregación de los hijos de Israel.
Cuando hayas acercado a los levitas a la presencia del Señor,
pondrán los hijos de Israel sus manos sobre los levitas. Entonces
presentará Aarón a los levitas delante del Señor como ofrenda de
los hijos de Israel, y servirán en el ministerio del Señor."
Ahora, tenemos que entender esto muy bien. Podemos
desempeñar varias funciones en una congregación de creyentes
como, por ejemplo, cantar, leer la Palabra, enseñarla, pero no
seremos efectivos hasta que nuestra manera de vivir esté de
acuerdo con la luz de la Palabra de Dios. Necesitamos mirarnos a
la luz de la Palabra de Dios, que como un espejo, nos proyectará
nuestra imagen real, es decir, nos retratará como
verdaderamente somos, tal como Dios nos ve. Solo así
conoceremos nuestros fallos y fracasos, y entonces deberemos
confesar todo pecado a Dios, sabiendo que nos perdonará y
limpiará. Será ésta una buena forma de utilizar eficazmente
aquella navaja afilada, que cortará hasta lo más profundo de
nuestra vida, quitando todo lo que ofende a Dios. Necesitamos
vigilar y, con Su ayuda, controlar o desechar ciertos hábitos si
queremos ser usados por Dios. Es triste que muchos hayan
permitido que un sólo habito malo malogre su testimonio y
servicio cristianos. La verdad es que todo lo que somos y
tenemos, debe someterse a este proceso de purificación, que está
fundamentado en la persona y la obra de Jesucristo. Es muy
necesario reconocer esto.
Vemos luego que todo el proceso tenía que ser realizado según
instrucciones muy explícitas para que los Levitas pudiesen servir
al Señor. No creemos que sea necesario entrar en todos estos
detalles, de modo que, leeremos solamente los versículos 14 y
luego el 19 de esta sección. El versículo 14 dice:
"Así apartarás a los levitas de entre los hijos de Israel, y serán
míos los levitas."
Luego, el versículo 19 dice:
"Yo he dado los levitas, como un don, a Aarón y a sus hijos, de
entre los hijos de Israel, para que ejerzan el ministerio de los
hijos de Israel en el Tabernáculo de reunión, y reconcilien a los
hijos de Israel obteniendo el perdón del Señor para ellos, y no
haya plaga entre los hijos de Israel cuando se acerquen al
santuario"
Recuerde que ya hemos mencionado que nuestro Señor en Su
oración sacerdotal de Juan 17:6 dijo en cuanto a los creyentes:
". . . tuyos eran, y me los diste". El Señor Jesucristo pagó un
precio y nos redimió para Dios con Su propia sangre. Ahora, el
Padre nos ha entregado una vez más, como regalo, al Señor
Jesucristo. Le pertenecemos a El.
Nuestro servicio para El no se apoya pues en normas o leyes. Esta
no es la manera de servir al Señor Jesús. Le servimos porque le
amamos y estamos en una nueva relación con El. Hemos sido
unidos a El y somos parte de El. ¡Cuán maravilloso es saber que
no estamos obligados a hacerlo por normas ni reglas, sino que
voluntariamente queremos agradarle! Avancemos ahora hasta el
final del capítulo, y leamos los versículos 24 al 26:
"Los levitas de veinticinco años para arriba entrarán a ejercer su
ministerio en el servicio del Tabernáculo de reunión. Pero desde
los cincuenta años dejarán de ejercer su ministerio, y nunca más
lo ejercerán. Servirán con sus hermanos en el Tabernáculo de
reunión, para hacer la guardia, pero no servirán en el ministerio.
Así harás con los levitas en cuanto a su ministerio."
A los levitas solo les era permitido servir en el tabernáculo, una
vez que hubiesen cumplido los 25 años. En nuestro estudio del
capítulo cuatro, nos enteramos de que los levitas no podían entrar
en el servicio sacerdotal, hasta que cumplieran los 30 años. Los
sacerdotes ejercían su servicio desde los 30 hasta los 50 años.
Los levitas que realizaban actividades relacionadas con el
tabernáculo, instalándolo, desarmándolo o haciendo cualquier
otro tipo de tareas, tenían edades comprendidas entre los 25 y
los 50 años. En el capítulo 1 de Números versículo 3, vimos que
cuando se efectuó un censo de todos los que podían salir a la
guerra, los que fueron contados eran sólo los que tenían veinte
años o más.
Ahora, esto hace surgir la pregunta en cuanto a la edad en que
las personas eran consideradas responsables. Si miramos en el
capítulo 14, versículo 29 de este libro de Números, leemos lo
siguiente:
"En este desierto caerán vuestros cuerpos, todo el número de los
que fueron contados de entre vosotros, de veinte años para
arriba, los cuales han murmurado contra mí.
Al parecer, en este caso, 20 años era la edad de responsabilidad.
Pues, al muchacho que tenía 19 años se le permitiría entrar en la
tierra prometida. Pero el que tenía 20 años, que había
murmurado, tendría que morir en el desierto."
Nos gustaría sugerir, que la edad de responsabilidad podría ser
bastante más elevada de lo que muchos de nosotros creemos que
es. Pensamos que, quizás, un niño pequeño es responsable de
sus acciones, pero no parece ser así. Es verdad que un niño puede
aceptar al Señor como su Salvador personal, y por cierto, son
muchos los que lo han hecho. Pero la edad de responsabilidad
tiene que ser más elevada que esta tierna edad de la niñez.
Creemos que en realidad, la edad de responsabilidad es diferente
para cada persona. Dios ciertamente la hizo diferente para las
diferentes formas de servicio. En los pasajes que hemos
considerado, un hombre podría ser soldado por ejemplo, a los 20
años; un levita podría servir en el tabernáculo a los 25 años; y
un sacerdote, por su parte, comenzaba su servicio sacerdotal a
los 30 años. Lo importante, amigo oyente, es que debemos
instruir a los niños y niñas y animarlos a aceptar al Señor, como
su Salvador personal, a una edad temprana. ¡Lo importante es
que nuestros hijos, nuestros niños, confíen en el Señor Jesucristo,
como su Salvador personal! Y así, amigo oyente, concluimos
nuestro estudio de este capítulo 8 de Números, porque nuestro
tiempo ya se ha agotado. En nuestro próximo programa, Dios
mediante, entraremos en nuestro estudio del capítulo 9 y en este
capítulo, consideraremos la celebración de la Pascua y la nube
que cubría el tabernáculo o tienda de reunión. Como recordará
Ud. por nuestro bosquejo, ese capítulo, junto con el capítulo 10,
forma parte de la segunda división mayor de este libro de
Números, que hemos intitulado: "en marcha, hacia adelante". Y
veremos que la pascua es celebrada por todo el pueblo de Israel,
en la marcha a través del desierto, pero que surge un problema.
Le invitamos, pues, a acompañarnos durante nuestro recorrido
por el capítulo 9 de Números en nuestro próximo programa. No
olvidemos nuestra cita diaria con la Palabra de Dios, que nos
alimenta espiritualmente, proporcionándonos satisfacción, nos
ilumina corrigiendo nuestro rumbo cuando éste se desvía, nos
señala la presencia de los elementos impuros que debemos
apartar de nuestra vida, y nos provee la paz que necesitamos, en
medio de la inquietud de nuestra época.

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