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Investigar en ciencias sociales

¿Por qué? ¿Para qué? ¿Para quién?


Guillaume Fontaine
FLACSO Ecuador
gfontaine@flacso.org.ec

Desde 10 años que estudio los conflictos ambientales relacionados


con la extracción de petróleo y gas en la Amazonía, sigo preguntándome:
¿por qué investigar? ¿para qué? Y sobre todo ¿para quién? Son las
mismas preguntas que nos llevaron a crear el Observatorio
socioambiental en octubre 2001. Son las mismas preguntas que nos
planteamos a lo largo de la investigación cuyas conclusiones presentamos
hoy, en el libro Yasuní en el siglo XXI.
Ultimamente, estas preguntas han tomado una dimensión más
política, con la solicitud hecha por el actual gobierno a la comunidad
internacional de financiar la conservación del parque nacional Yasuní y
otros gastos públicos aún no planificados, en vez de explotar las reservas
de petróleo ubicadas en una parte de este sector, en los campos Ishpingo,
Tiputini y Tambococha (ITT).
Es ahí donde quisiera abogar por el aporte de la investigación
científica a la sociedad ecuatoriana y a todas aquellas personas
interesadas en el desarrollo sostenible en la cuenca amazónica
(especialmente la amazonía subandina, que se ve actualmente muy
presionada por megaproyectos extractivos y de transporte). Antes de
continuar, quisiera hacer dos precisiones.
En primer lugar, considero que la sostenibilidad es un concepto
válido para analizar las implicaciones socioambientales del desarrollo
económico. En su definición radica toda la dificultad y no nos importa
tanto llegar a un consenso entre las ciencias de la tierra y las ciencias
sociales y humanas, como aprovechar los aportes de todas para estudiar
sus modalidades. Por eso, discrepo de aquellos colegas que reducen el
desarrollo sostenible a una metáfora o una utopía.
En segundo lugar, me preocupo por la conservación de la Amazonía
en su conjunto, aunque estoy consciente de que ésta sigue – y seguirá por
muchos años – un problema de políticas nacionales. En este sentido
discrepo tanto de los colegas que ven al parque Yasuní como un campo de
batalla para luchar contra la crisis ambiental global, como de aquellos que
promueven una gobernanza ambiental sin gobiernos bajo regímenes de
conservación global.
Quisiera aprovechar la oportunidad del lanzamiento de este libro
(el cuarto publicado por el Observatorio socioambiental) para exponer
algunas inquietudes al respecto.

Los conflictos ambientales relacionados con el petróleo y el gas en


la Amazonía subandina son rara vez el objeto de un análisis riguroso, pese
a algunos intentos de sistematización instrumentales. Comparado con la
profusión de informes, manifiestos de campañas y demás ensayos
políticos, los análisis de casos que apliquen conceptos y métodos
científicos a este tema son más bien escasos. Ahora bien, aunque puedan
ser bien informados, esos estudios carecen a menudo de bases
conceptuales y marcos teóricos claros, y a veces del más elemental estado
de la cuestión. Más “concretos”, más “útiles” para los actores que un texto
científico, son también menos objetivos.
Uno puede ver ahí una expresión contemporánea de la antigua
rivalidad entre el “experto” y el “diletante”, que discutía el sociólogo
alemán Max Weber en su famosa conferencia sobre el oficio y la vocación
de científico. Pero es ante todo la suerte de la investigación en los países
del Sur que está en juego.

Como bien se sabe, los presupuestos de investigación (públicos y


mixtos) en los países de la región andina son insignificantes. Aquí, una

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minoría de centros académicos sobreviven, al funcionar como “oficinas de
consultores” financiadas por la cooperación internacional. Otras
entidades, fundaciones y ONG utilizan la información como un recurso
para generar opinión pública, usando para ello métodos no científicos
como la dramatización, la extrapolación estadística y hasta la
manipulación de imágenes.
Ahora bien, las agencias que financian los programas de asistencia
técnica o las campañas activistas obedecen a premuras (de tiempo,
recursos, etc.), prioridades y perspectivas políticas que no coinciden
necesariamente con aquellas de sus contrapartes locales. Para ellas, la
información es un medio de fundamentación y legitimación de las
decisiones de intervención e inversión en nuestros países. Lejos de
estimular la investigación científica en los países del Sur, esto entretiene
una relación de dependencia, que convierte al profesional en ciencias
sociales en un expertos en levantamiento de fondos y en reproducción de
discursos tecnocráticos o hipercríticos, que cosifican el objeto de análisis.
Por otro lado, observamos una creciente desconfianza hacia todo
proyecto de investigación no ejecutable en el corto plazo (digamos uno a
tres años) y asimilable por la opinión pública en tiempo real. En nuestros
medios de comunicación, se califican a nuestros libros de “académicos”,
como si se tratara de un vicio de forma. En nuestras universidades,
muchos estudiantes los ignoran, simple y llanamente, pues no tienen
tiempo de leer.
¡Mejor entonces publicar un buen ensayo o talvez un artículo! Me
pregunto entonces, ¿qué es un buen artículo? ¿algo más concreto? ¿más
útil para la gente? De ahí a pensar que ya no es necesario hacer ciencia,
hay solo un paso, pues si la opinión pública se forma a través de artículos
y ensayos de divulgación, ¿para qué dedicar tanta energía, tanto esfuerzo,
tanto tiempo a escribir libros académicos? En fin, ¿para qué investigar?

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Lo que diferencia la ciencia de la curiosidad y el saber práctico es
que la primera se basa en la confrontación de hipótesis con los hechos,
mediante el uso de métodos replicables y conceptos válidos. Ello significa
que no nos preocupamos por desarrollar herramientas de resolución o
manejo del conflicto, sino por llegar a una comprensión profunda de las
causas y modalidades del mismo.
Pues bien, si la ciencia y la democracia modernas se construyeron
en base a la escritura, ¿qué será de ellas si dejamos de investigar y escribir
libros? ¿Tendremos bibliotecas de informes de consultorías y boletines de
activistas? ¿Esperaremos que nos manden los resultados de investigación
sobre nuestras sociedades, desde Estados Unidos y Europa (donde sí se
investiga y se publican libros “académicos”)? ¿Dejaremos que nuestros
estudiantes hagan sus tesis de licenciatura y maestría con información
bajada del Internet sin discriminación?
No estoy insinuando que todos deberíamos ser académicos, ni que
la investigación científica sustituye todos los procesos de generación de
información sobre conflictos ambientales. Con eso, quiero decir que tanto
los activistas como los consultores necesitan de los científicos para incidir
en las políticas públicas como las que trata el libro que presentamos hoy,
que por cierto es un libro académico.

Entonces, volviendo a mis preguntas de ¿por qué investigar? ¿para


qué? y ¿para quién?
Investigamos y publicamos este libro, porque creemos que solo así
se puede generar un pensamiento libre, basado en conocimientos
objetivos que sirven a construir sociedades pluriétnicas y multiculturales
más justas y democráticas.
Investigamos y publicamos este libro, para coadyuvar a la
conservación de la Amazonía mediante un mejor conocimiento de su
situación actual y de las amenazas que la rodean.

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Investigamos y publicamos este libro, para las ciudadanas y los
ciudadanos de los países andino amazónicos que sí creen en el desarrollo
sostenible, más allá de las metáforas y las utopías.

Quito, 15 de octubre de 2007.

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