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PorqueInvestigar PDF
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minoría de centros académicos sobreviven, al funcionar como “oficinas de
consultores” financiadas por la cooperación internacional. Otras
entidades, fundaciones y ONG utilizan la información como un recurso
para generar opinión pública, usando para ello métodos no científicos
como la dramatización, la extrapolación estadística y hasta la
manipulación de imágenes.
Ahora bien, las agencias que financian los programas de asistencia
técnica o las campañas activistas obedecen a premuras (de tiempo,
recursos, etc.), prioridades y perspectivas políticas que no coinciden
necesariamente con aquellas de sus contrapartes locales. Para ellas, la
información es un medio de fundamentación y legitimación de las
decisiones de intervención e inversión en nuestros países. Lejos de
estimular la investigación científica en los países del Sur, esto entretiene
una relación de dependencia, que convierte al profesional en ciencias
sociales en un expertos en levantamiento de fondos y en reproducción de
discursos tecnocráticos o hipercríticos, que cosifican el objeto de análisis.
Por otro lado, observamos una creciente desconfianza hacia todo
proyecto de investigación no ejecutable en el corto plazo (digamos uno a
tres años) y asimilable por la opinión pública en tiempo real. En nuestros
medios de comunicación, se califican a nuestros libros de “académicos”,
como si se tratara de un vicio de forma. En nuestras universidades,
muchos estudiantes los ignoran, simple y llanamente, pues no tienen
tiempo de leer.
¡Mejor entonces publicar un buen ensayo o talvez un artículo! Me
pregunto entonces, ¿qué es un buen artículo? ¿algo más concreto? ¿más
útil para la gente? De ahí a pensar que ya no es necesario hacer ciencia,
hay solo un paso, pues si la opinión pública se forma a través de artículos
y ensayos de divulgación, ¿para qué dedicar tanta energía, tanto esfuerzo,
tanto tiempo a escribir libros académicos? En fin, ¿para qué investigar?
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Lo que diferencia la ciencia de la curiosidad y el saber práctico es
que la primera se basa en la confrontación de hipótesis con los hechos,
mediante el uso de métodos replicables y conceptos válidos. Ello significa
que no nos preocupamos por desarrollar herramientas de resolución o
manejo del conflicto, sino por llegar a una comprensión profunda de las
causas y modalidades del mismo.
Pues bien, si la ciencia y la democracia modernas se construyeron
en base a la escritura, ¿qué será de ellas si dejamos de investigar y escribir
libros? ¿Tendremos bibliotecas de informes de consultorías y boletines de
activistas? ¿Esperaremos que nos manden los resultados de investigación
sobre nuestras sociedades, desde Estados Unidos y Europa (donde sí se
investiga y se publican libros “académicos”)? ¿Dejaremos que nuestros
estudiantes hagan sus tesis de licenciatura y maestría con información
bajada del Internet sin discriminación?
No estoy insinuando que todos deberíamos ser académicos, ni que
la investigación científica sustituye todos los procesos de generación de
información sobre conflictos ambientales. Con eso, quiero decir que tanto
los activistas como los consultores necesitan de los científicos para incidir
en las políticas públicas como las que trata el libro que presentamos hoy,
que por cierto es un libro académico.
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Investigamos y publicamos este libro, para las ciudadanas y los
ciudadanos de los países andino amazónicos que sí creen en el desarrollo
sostenible, más allá de las metáforas y las utopías.