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El divorcio no sólo afecta a la pareja que se está separando, los hijos también sienten el impacto.
Una desventaja es el impacto negativo que tendrá sobre los niños. Los investigadores y los
psicólogos aceptan que el divorcio puede afectar negativamente a los hijos pequeños y a los
adolescentes, de acuerdo con la Universidad de New Hampshire. Los niños pequeños
frecuentemente creen que tienen la culpa del divorcio, mientras que los adolescentes pueden
sentirse presionados para inclinarse hacia alguno de los padres. Los resultados son que el niño
crecerá con dudas sobre su habilidad para casarse y puede sufrir depresión debido a la ruptura de
su familia.Desventaja: efecto psicológico en los adultos
Un argumento en contra del divorcio es el efecto negativo en la salud psicológica de una pareja.
"El divorcio ha sido clasificado como el estresante de vida número uno", de acuerdo con la
Universidad Estatal de Arizona. Los adultos pueden sufrir un desequilibrio psicológico negativo,
incluyendo altos niveles de ansiedad, infelicidad y depresión. Tu bienestar psicológico y
emocional puede, por lo tanto, verse severamente dañado por el divorcio y podría afectarte el resto
de tu vida.
Algunos cambios de actitud por parte de ambos cónyuges puede convertir en idílico un
matrimonio que amenazaba con desplomarse
Nadie puede negar que hay circunstancias en las que el divorcio no sólo es justificado, sino
necesario. En numerosos casos, las diferencias entre los cónyuges son tan profundas e
irreconciliables, que no hay otra solución posible más que el divorcio.
Si dos personas son profundamente desventuradas una con la otra, no se hacen ningún bien a sí
mismos ni a los hijos, que tienen que ser constantes testigos de riñas e insultos, permaneciendo
unidos por un erróneo “sentimiento del deber”.
Sin embargo, en numerosos casos de divorcio, las razones que llevaron a tomar la decisión no eran
de ninguna manera profundas. Muchas parejas ponen fin a su unión por pequeñeces que se
agravan con el tiempo y la repetición.
Son diferencias superficiales que se vuelven insoportables porque no se les busca solución y su
repetición llega a convertirse en motivo de irritación permanente para uno o ambos cónyuges.
La única ventaja real del divorcio es que nos libera de una situación que se nos ha vuelto
insoportable. Y las desventajas, en cambio, son numerosas.
LAS CONSECUENCIAS
El divorcio cambia en forma radical la vida de toda la familia. Provoca grandes problemas
económicos, especialmente para el hombre, que se ve obligado de pronto a sostener dos hogares,
en lugar de uno.
Y aunque ese problema no exista, porque la esposa sea autosuficiente, la vida en soledad no es
cómoda, ni agradable, ni barata.
La supuesta “libertad” no tarda mucho en convertirse en aburrimiento, tanto para el hombre como
para la mujer. Las veladas se hacen eternas, las horas de las comidas insoportables y los fines de
semana suelen ser aburridos y costosos... y con frecuencia ambas cosas.
Si alguien cree que el otro es la razón de sentirse tan mal, entonces cree que dejando a esa persona
se sentirá mejor. Si se ve al cónyuge como la fuente del propio infortunio, la clave para conseguir
una nueva felicidad es alejarse. El divorcio se convierte en la mágica panacea que nos quitará el
dolor y nos liberará de las cadenas.
Incluso si no culpamos a nuestra pareja de toda nuestra desdicha, aún podemos considerarla como
principal responsable de las pautas destructivas del matrimonio. Si así lo hacemos, entonces
podemos creer que dejando el matrimonio nos liberaremos mágicamente de estos elementos
negativos.
Pensamos que nos quitaremos de encima a nuestro cónyuge (y, aún más importante, a sus
proyecciones) y finalmente tendremos la oportunidad de crear nuestra propia identidad; se trata de
un nuevo comienzo sin expectativas ni ideas preconcebidas.
Ésta es la atracción de la separación: simboliza alivio de la aflicción, de la ira y los sentimientos
heridos.
Divorcio e hijos
LOS NIÑOS, EN LA LLAMADA ETAPA DE LATENCIA, ENTRE LOS SEIS Y LOS OCHO
AÑOS:
Comprenden más la situación y por lo mismo extrañan mucho al padre que se va de la casa.
Incluso tienden a aliarse con él (o con ella).
Externan enojo hacia la madre (sí viven con ella), espe-cialmente sí ella les habla mal del padre
que se fue.
El sentimiento más significativo a esta edad es la tristeza.
1- Si la pareja, o uno de sus miembros no tiene claro lo que significa formar una familia que
cumpla con los votos hechos delante de Dios de permanecer fielmente en el hogar, el resultado
será una familia tambaleante que difícilmente será estable. Si el comienzo de aquel matrimonio
fue poco promisorio, el futuro del mismo no puede ser mejor.
2- Cuando alguien viene de un hogar derrumbado va a tener la tendencia a continuar con el
modelo de vida que causó el daño en el hogar de sus padres. Eso es lo único que esa persona
conoce, lo cual llega a parecerle normal, y si ese estilo de vida no se corrige a tiempo, seguirá
destrozando nuevas vidas en el futuro. Eso es lo que el Señor identificó como la dureza del
corazón.
3- Cuando la pareja se casa por un motivo equivocado. Por ejemplo, porque viene un hijo en
camino, por interés a una herencia sustancial, por no quedarse solo (a), por atracción física, etc.
4- Por una conducta infiel
5- Por alguna adicción incontrolable
6- Por mantener discordias permanentes
7- Derroche del dinero, por mal manejo del mismo y por negocios mal hechos
8- Excesiva intervención o control por parte de los suegros
CONSECUENCIAS EMOCIONALES:
Las consecuencias de un divorcio por lo general son devastadoras y de larga duración, sin tomar
en cuenta la calidad de vida que se tuvo durante ese matrimonio. Si el matrimonio se caracterizó
por haber sido estable y bueno, va a dejar un dolor muy difícil de erradicar, a causa de los
recuerdos imborrables que quedaron en todos los miembros de la familia envuelta, y en el resto de
los familiares de la pareja. Los más afectados son siempre los hijos, porque ellos no entienden ni
aceptan las razones de una separación. Ellos se niegan a mirar que una desgracia de esta clase
pudiera llamar a la puerta de su hogar algún día.
Si el matrimonio se caracterizó por ser inestable, con muchos malos entendidos y discordias que
hicieron la vida insoportable, igualmente dejará mucho dolor y resentimiento por el hecho de
haber confiado en alguien que no llenó las expectativas y por el mejor tiempo de la juventud que
se fue sin haber sido aprovechado.
Es una tarea imposible para un niño tener que digerir la amarga realidad de que uno de sus padres
ya no está más en casa, y que el único tiempo que tienen para compartir con el padre ausente es
limitado y en un lugar neutral, porque el padre que se fue ya no pertenece a esa casa a la cual
entraba y salía con toda libertad durante todos los años que vivieron juntos como una familia.
Ahora en cambio, si quiere ver a sus hijos tiene que tocar la bocina de su auto frente a aquella casa
que un día fue su hogar.
Esa visita, aunque trae felicidad a los hijos, es incompleta, porque siempre habrá un asiento vacío,
ya sea en el auto, o en el parque de recreaciones, o en aquel restaurante que frecuentaban cuando
el grupo familiar estaba completo.
En todo divorcio, siempre los más afectados son los hijos, no importa la edad que tengan, porque
para todo hijo es vital la unidad entre sus padres. Si el niño está en edad escolar le va a afectar
mucho en su rendimiento académico. Y el hecho de verse siempre con uno de sus padres mientras
que la mayoría de sus compañeros andan y viven con ambos padres, hace que su amor propio se
desvalorice demasiado. Además de confundirse, su mente se va a saturar de incógnitas cuyas
explicaciones jamás lograrán satisfacer su alma infantil.
La separación de los padres hace que sus niños crezcan con temor; se les hace más difícil poder
establecer amistades de larga duración. Se han vuelto desconfiados y creen que en cualquier
momento y por cualquier causa van a ser puestos a un lado de su círculo social. De modo que se
les hace más fácil permanecer lo suficientemente distantes como para que no los consideren como
antisociales, ni tan envueltos, para que el posible rechazo tan temido no les resulte tan cruel.
Cuando esos niños llegan a la juventud siguen teniendo problemas de adaptación en el medio
ambiente donde se encuentren; ya sea el colegio o su lugar de trabajo. Ellos sienten que han sido
en parte responsables del divorcio de sus padres, y eso hace que se sientan perseguidos por un
sentimiento de culpabilidad que los obliga a vivir a la defensiva...siempre huyendo de un fantasma
inexistente que los induce a pensar en la adversidad antes de que los hechos se encajen en su lugar.
Ese sentimiento de fracaso les impide levantar vuelo en todas sus actividades. La frase: “Y SI ME
VA MAL” les acompaña al comenzar todas sus empresas, por lo tanto, piensan que sería más
prudente no iniciar nada que conlleve cierto riesgo, pero, la verdad es que toda empresa conlleva
un grado de riesgos. Por otro lado, como estas personas magnifican esos riesgos, la lógica les dice
que es mejor no despegar. Los comentarios emitidos no incluyen a todas aquellas personas que
han logrado sobreponerse a los efectos negativos que un divorcio deja en las familias.
Cuando estas personas forman sus propios hogares, les acompaña el trauma que su matrimonio se
puede derrumbar cada vez que entre ellos se presenta un problema igual o similar al que ellos
acostumbraban ver entre sus padres. En estos casos, la pareja que está en ventaja por no acarrear
ningún trauma, tiene el deber sagrado de darle a su cónyuge el respaldo emocional que le asegure
una vida unida y armoniosa.
Ningún divorcio es justificable cuando hay hijos de por medio, a menos que exista violencia
doméstica. En ese caso, la víctima tiene que armarse de valor y abandonar el hogar
inmediatamente después del primer incidente de abuso, y regresar si lo desea una vez que el
victimario dé señales convincentes y permanentes de una total recuperación. Esa es la única
circunstancia en que los hijos aprueban una separación, más aún, ellos aplauden la dignidad de la
persona que no se prestó para esa deshonra tan ruin. Ese sería el único caso que no deja huellas
dolorosas en los hijos.
La unidad matrimonial es algo que debiera cultivarse y mantenerse tan saludable como sea posible
con tal de evitar su vulnerabilidad, sabiendo que su deterioro envuelve a muchas personas en un
dolor innecesario, y que puede evitarse si el círculo familiar se atiende a tiempo y a plenitud.
Cuando una pareja lleva una vida demasiado turbulenta, se piensa que lo más recomendable sería
terminar con esa relación. Pero eso no mitiga el dolor porque se sufre por el tiempo y
oportunidades desperdiciadas. Por ende, siempre existirá la auto recriminación: “¡por qué no hice
esto, o aquello, cuando aún estaba a tiempo para hacerlo, pero...no lo hice!
Al no existir violencia doméstica, la pareja tiene que pedir la ayuda divina para que sus emociones
maduren y así impedir que brote la violencia y vuelvan a tener un nuevo amor. Son muchas las
parejas que descubren sus virtudes y gozan en esa base, en lugar de sacar a relucir solamente los
puntos negativos.
No se logra ningún progreso cuando se trata de reformar a la otra persona. Ella o él puede asumir
una conducta que agrade a su cónyuge demandante pero ese cambio, por no ser genuino sino
forzado, no va a durar más de uno o dos meses. Saldrá otra vez a relucir la verdadera personalidad
de ese individuo.
Dios no nos ha dado la tarea de reformadores, sino de aceptarnos recíproca-mente tal como somos.
Con una actitud positiva vamos a descubrir que aún los defectos de nuestra pareja nos pueden
resultar divertidos. Recordemos que nadie es mejor o peor que el otro. Somos diferentes, y esa
diferencia es lo que le da el sabor y la variedad a la vida matrimonial.
Como parejas, tenemos que amarnos así como Cristo amó a la iglesia, Él nos acepta
incondicionalmente, tal cual somos, y cuando voluntariamente nos dejamos guiar por su Espíritu
nos vamos asemejando más al verdadero modelo. Nosotros no cambiamos por someternos a un
proceso riguroso de reforma. Recordemos que nuestra personalidad nunca cambia. Con la
personalidad que hemos nacido vamos a vivir toda nuestra vida. Lo único que se puede eliminar
son los malos hábitos, eso es posible no por fuerza de voluntad, sino por la presencia de Jesús
quien dijo “Sin mi nada podéis hacer”. Tan solo así gozaremos de una reforma genuina, completa
y permanente.
Otro dato conveniente recordar es que cuando se produce una ruptura, el que se queda en casa
demuestra más sabiduría. Con esa actitud está manifestando que no tiene razón para huir, y que
seguirá siendo el soporte necesario para todos sus hijos especialmente para los que están en mayor
desventaja. En cambio, el que se va de su lugar, es como el ave que abandona su nido. Es capaz de
dejarlo a la intemperie, a su suerte, sin importarle el depredador, ni cómo queda cada uno de los
polluelos.
LA DISCRIMINACIÓN
En la mayor parte de los casos, una mujer divorciada va a sufrir discriminación en diferentes
lugares: en edificios de apartamentos de alquiler, en las iglesias, en el momento de solicitar una
línea de crédito. Va a ser abusada financieramente por personas faltas de criterio como algunos
mecánicos, carpinteros, plomeros y comerciantes que ven su vulnerabilidad para tomar ventaja de
ellas. Todas estas personas tratarán de abultar los precios de sus servicios profesionales, porque
saben que sus clientes son personas crédulas y sumisas. Se les recomienda a las tales, que se hagan
acompañar de un familiar cada vez que tengan que beneficiarse de dichos servicios.
A esta lista de posibles situaciones usted puede agregar alguna experiencia personal o algo
ocurrido a otra persona. Así podrá formar un cuadro más completo de todo lo que puede sufrir una
madre tan solo por el hecho de no tener al padre de sus hijos junto a ella.
LA RECUPERACIÓN
La recuperación tiene su período de duración el cual no se puede acortar para evitar caer en una
nueva tragedia. Muchas personas creen estar completa-mente recuperadas cuando todavía no lo
están y se lanzan prematuramente a la formación de una nueva relación, para sufrir un nuevo
fracaso. De esa manera, si no hacen un alto en el camino, se van a causar a sí mismos un severo
deterioro emocional.
Hay señales que muestran la sanidad emocional de alguien que viene saliendo del desgarro que
produce un divorcio. Por ejemplo, la persona vuelve a funcionar a todo su potencial, tanto en sus
trabajos y en su círculo social. Ya no se queja de su desgracia ni habla negativamente de su ex
pareja y se le oye decir con gracia: “El tiempo que vivimos juntos fue bueno”.
“Si algún día vuelvo a casarme, será cuando esté completamente seguro (a) de que esa relación va
a ser permanente”.
“Siento la necesidad de una persona adulta en mi vida”.
“Ya no volveré a cometer los mismos errores, la vida misma me lo ha enseñado”.
“Mis errores los recuerdo no para rumiarlos, sino como una lección bien aprendida”.
Tampoco hay que ignorar las pautas que los niños a veces suelen dar, especialmente cuando dicen:
“Papá, queremos una nueva mamá, ó, mamá queremos un nuevo papá”. Ese mensaje no hay que
ignorarlo porque ya lo han hablado entre ellos, por lo tanto, es algo de suma importancia. Es un
clamor del alma que no se puede tomar livianamente para que no se sientan avasallados. Después
de todo, hay lógica en creer que es mejor un buen padrastro a tiempo, antes que un padre
desobligado y ausente.
El tema del divorcio es muy vasto con muchas ramificaciones y en algunos casos muy
complicadas. Pero bien vale la pena tocarlo y hacer lo mejor que podamos con tal de salvaguardar
lo único que es nuestro en la vida: lo único que lleva nuestra sangre, parte de nuestros huesos y
carne de nuestra carne. Esos son tus hijos, ámalos y cuídalos entrañablemente. Si lo haces, te
bendecirán el día de mañana. Y si los abandonas, no desearán conocerte. ¡PIÉNSALO!Cualquier
divorcio es difícil y doloroso para los dos miembros de la pareja.
No importa quién lo pide y por qué lo hace.
Aun para la persona que lo pide, porque ha sido víctima de violencia física o emocional, es un
proceso que deja huellas profundas.
Pero cuando el matrimonio era bueno y estable, es aún más difícil porque los buenos recuerdos
superan a los malos y porque la reacción de la familia y amigos es de incredulidad, y por lo tanto,
pueden ser poco apoyadores.
Personal,
emocional,
parental,
económica,
familiar,
social,
de trabajo y
los aspectos prácticos de la vida diaria.A nivel personal, el divorcio afecta nuestra:
Autoestima.
Se siente culpable por no haber podido establecer una mejor relación o haber evitado el divorcio.
Al sentirse así, se califica como mala, tonta, incompetente, etc., etc., lo cual daña su autoestima.
Con frecuencia la ex-pareja y otras personas la culpan también y le indican todo lo que debería
haber hecho, lo que refuerza su baja autoestima. Por eso en mi libro le doy tanta importancia a este
punto y a cómo trabajarla.
Identidad personal y familiar.
Parte de nuestra autoimagen es el rol que hemos jugado durante muchos años.
Con el divorcio dejamos de ser esposo(a), perdemos la identidad de "la familia unida", etc.
Si estos papeles o roles eran importantes para nosotros y nos identificábamos con ellos, al
perderlos, sentimos que perdemos una parte de nuestra personalidad.
Cuando el miedo, la angustia, enojo, depresión, etc., son una constante en nuestra vida diaria,
nuestros pensamientos son:
Negativos,
extremistas,
rígidos,
depresivos,
etc.
Este tipo de pensamientos hace que veamos nuestro presente y nuestro futuro, a través de lentes
que oscurecen y distorsionan todo lo que nos rodea.Cuatro factores para tomar en cuenta
Después de evaluar los daños, los propietarios tienen que decidir si demolerán la casa o la
conservarán.
¿SE ENCUENTRA su matrimonio en una situación parecida? Puede que su pareja haya
traicionado su confianza o que los continuos choques entre ambos hayan empañado la felicidad
conyugal. En tal caso, quizás piense: “Ya no nos amamos” o “No somos el uno para el otro” o “No
sabíamos lo que estábamos haciendo cuando nos casamos” o, peor aún, “Creo que deberíamos
divorciarnos”.
Ahora bien, la Biblia sí menciona una base para divorciarse con la posibilidad de volverse a casar:
las relaciones sexuales fuera del matrimonio (Mateo 19:9). Así pues, si su pareja le ha sido infiel,
usted tiene derecho a poner fin a la relación. Nadie debería imponerle su criterio, y este artículo no
pretende indicarle qué hacer. La decisión la debe tomar usted, pues al fin y al cabo se trata de su
vida (Gálatas 6:5).
No obstante, la Palabra de Dios señala que “el sagaz considera sus pasos” (Proverbios 14:15). De
modo que aunque usted tenga base bíblica para divorciarse, conviene que reflexione sobre lo que
conlleva esa decisión (1 Corintios 6:12). “Hay quienes creen que tienen que decidirse enseguida
—comenta David, de Gran Bretaña—. Pero puedo decir por experiencia que uno necesita tiempo
para pensar bien las cosas.” *
Analicemos cuatro factores importantes que debe tener presentes. En los comentarios que se citan
a continuación, notará que ninguna de las personas dice que se equivocó al divorciarse. Pero
también observará algunas dificultades que suelen presentarse unos meses o hasta años después de
haberse divorciado.
Tras un tiempo de separación, Daniela decidió divorciarse. “Yo intenté salvar mi matrimonio, pero
él siguió siéndome infiel”, añade. Aunque está segura de que tomó una buena decisión, confiesa:
“Tan pronto como nos separamos, empecé a pasar penurias. A veces mi cena consistía en un
simple vaso de leche”.
De lo anterior puede verse que la ruptura matrimonial suele asestar un duro golpe económico a la
mujer. Un estudio que se efectuó en Europa durante siete años reveló que, tras el divorcio, los
ingresos del hombre aumentan en un 11%, y los de la mujer disminuyen en un 17%. Mieke
Jansen, el sociólogo que dirigió el estudio, comentó: “Para algunas mujeres es una situación muy
difícil, pues tienen que atender a los hijos, buscar empleo y lidiar al mismo tiempo con el trauma
del divorcio”. El periódico londinense Daily Telegraph informó que, según algunos abogados,
dichos factores “están haciendo que la gente se lo piense dos veces antes de divorciarse”.
En resumen: Si usted se divorcia, puede que sus ingresos se reduzcan. También existe la
posibilidad de que tenga que mudarse. Y si consigue la custodia de sus hijos, quizás le resulte
difícil ganarse la vida y cuidarlos debidamente (1 Timoteo 5:8).
”Dos años después, mi madre volvió a casarse y nos fuimos a vivir en el extranjero. A partir de
entonces solo veía a mi padre muy de vez en cuando. En los últimos nueve años hemos estado
juntos apenas una vez. No lo tuve a mi lado mientras crecía, y a mis tres hijos —sus nietos— solo
los conoce por las cartas y las fotos que le he enviado. Ellos se han perdido la dicha de conocer a
su abuelo.
”Como hija de padres divorciados, crecí sin aparentes cicatrices. Pero en mi interior me sentía
furiosa, deprimida e insegura sin saber por qué. Desconfiaba de todos los hombres. No fue sino
hasta que pasé los treinta años que descubrí la raíz del problema con la ayuda de una amiga
madura. A partir de entonces empecé a corregir mi actitud hostil.
”El divorcio de mis padres me negó el derecho natural de todo niño: sentirse seguro y protegido.
El mundo es un lugar frío y espantoso, pero el núcleo familiar es como un lugar amurallado donde
el niño se siente cuidado y confortado. Si el núcleo familiar se hace pedazos, el muro protector
también se desmorona.” (Diane)
Graciela, madre divorciada que vive en España, se vio ante una situación similar. “Me
concedieron la patria potestad de mi hijo de 16 años —explica—. Pero la adolescencia es una
etapa difícil, y yo no estaba preparada para criar sola a mi hijo. Estuve días enteros llorando.
Sentía que no servía como madre.”
Quienes comparten la custodia suelen toparse además con otro problema: el de negociar
cuestiones tan delicadas como los horarios de visita, la manutención y la disciplina. Christine, de
Estados Unidos, quien también es madre divorciada, dice: “No es fácil crear un ambiente de
colaboración con el ex. Hay muchas emociones envueltas, y si no se va con cuidado, uno podría
acabar valiéndose del hijo para conseguir lo que quiere”.
En resumen: Cuando es un juez quien determina los derechos de custodia, la decisión a veces no
es la que uno preferiría. Y en caso de custodia compartida, quizás su ex no sea lo suficientemente
razonable tocante a cuestiones como los horarios de visita y la manutención.
David, mencionado antes, también sufrió mucho cuando descubrió que su mujer mantenía una
relación con otro hombre. “Al principio no podía creerlo —dice—. Yo deseaba pasar mi vida
entera con ella y con nuestros hijos.” David optó por el divorcio, pero se ha quedado hundido en
un mar de dudas. “Me pregunto si habrá alguien que pueda amarme de verdad o si me sucederá lo
mismo en caso de que vuelva a casarme. Ya no me atrevo a confiar en nadie.”
Es normal que la persona que se divorcia experimente un torbellino de emociones. Por un lado,
puede que todavía ame a la otra persona, pues al fin y al cabo ambos fueron “una sola carne”
(Génesis 2:24). Pero por el otro, quizás esté resentida por lo que sucedió. Graciela, citada antes,
confiesa: “Incluso años después, una se siente confundida, humillada e inútil; recuerda momentos
felices de su matrimonio y piensa: ‘Él solía decirme que no podía vivir sin mí. ¿Me estaba
mintiendo? ¿Por qué dejó de amarme?’”.
En resumen: La ira y el resentimiento por lo que le hizo la otra persona a veces persisten durante
algún tiempo. Además, la soledad puede ser abrumadora (Proverbios 14:29; 18:1).
Niños tristes
Como se ha visto, los hijos suelen ser las víctimas olvidadas del divorcio. Pero hay quienes dicen
que cuando los padres no se llevan bien, lo mejor para los hijos es que se divorcien. ¿Es cierto? En
los últimos años, ese criterio se ha cuestionado, especialmente cuando los problemas no son
demasiado graves. El libro The Unexpected Legacy of Divorce (Las inesperadas secuelas del
divorcio) declara: “A muchos padres que se ven atrapados en un matrimonio muy infeliz les
sorprendería saber que sus hijos aceptan la situación bastante bien. Con tal de que la familia esté
junta, a ellos no les importa si mamá y papá duermen separados”.
Los hijos sí se dan cuenta de los desacuerdos entre sus padres, y ese ambiente tenso puede afectar
su personalidad. Ahora bien, presuponer que el divorcio será automáticamente beneficioso para
ellos pudiera ser un error. “Parece que la cohesión que proporciona el matrimonio, aunque este
deje mucho que desear, ayuda a los padres a mantener las normas consecuentes y equilibradas a
las que los niños responden”, escriben Linda J. Waite y Maggie Gallagher en su libro The Case for
Marriage (Argumentos a favor del matrimonio).
Aquí se han analizado cuatro factores que le convendría tomar en cuenta si está pensando en el
divorcio. Recuerde que la decisión de si se divorciará o no de su cónyuge infiel la debe tomar
usted. Pero prescindiendo de lo que opte por hacer, debe pensar en las consecuencias. Tenga
presentes los problemas que le sobrevendrán y prepárese para afrontarlos.
Tras examinar bien esta cuestión, puede que concluya que lo mejor es esforzarse por salvar su
matrimonio. Ahora bien, ¿es realista esa perspectiva?
”Después de su divorcio, yo quería llevarme bien con los dos, y me esforcé por permanecer lo más
neutral posible. Pero hiciera lo que hiciese, siempre me sentía atrapada entre ambos. Cuando papá
me decía que mamá me iba a poner en contra de él, yo tenía que asegurarle que no era así. Mamá,
por su parte, también se sentía muy insegura, pues temía que papá estuviera sembrando cizaña
entre nosotras. Llegó un momento en que, como no quería herirlos, ya no me sentía libre de hablar
con ninguno de los dos sobre cómo me afectaba toda aquella situación. Al poco tiempo dejé de
tocar el tema de su divorcio.” (Sandra)Un hogar dividido: efectos del divorcio en los adolescentes
LOS expertos estaban convencidos de que sabían de lo que hablaban. A la persona con problemas
matrimoniales le aconsejaban: “Usted tiene que pensar en su propia felicidad. No se preocupe por
los niños; ellos se adaptan. Les resulta más fácil asimilar el divorcio que vivir con ambos padres
cuando estos no se soportan”.
Sin embargo, algunos consejeros que antes abogaban por el divorcio han cambiado de opinión.
Ahora admiten: “El divorcio es una guerra en la que nadie sale ileso, ni siquiera los niños”.
La siguiente trama serviría para una popular comedia de televisión. Un matrimonio se divorcia. La
madre consigue la custodia de los hijos y se casa con un viudo que también tiene hijos. Cada
semana, a esta familia disfuncional le surge algún problema absurdo que acaba resolviendo en los
treinta minutos que dura el capítulo, siempre con una buena dosis de humor.
Estas situaciones pueden resultar entretenidas en televisión, pero en la vida real, el divorcio no es
cosa de broma: es un proceso muy doloroso. El libro Emotional Infidelity (Infidelidad emocional),
de M. Gary Neuman, dice: “El divorcio es un litigio; una persona demanda a otra. En el momento
que usted decide divorciarse, está renunciando al control sobre sus hijos, pero también sobre su
dinero e incluso sobre su vivienda. Quizás logre resolver esas cuestiones recurriendo a la
mediación, pero quizás no. Al final, puede que sea un juez —un completo desconocido— quien
decida con cuánta frecuencia se le permitirá ver a sus hijos y cuánto dinero le corresponderá. Por
desgracia, ese desconocido no piensa exactamente como usted”.
A menudo, el divorcio solo sustituye unos problemas por otros. La vida cambia con relación a la
vivienda, la situación económica y demás, aunque generalmente no para mejor. Y no solo eso,
también hay que pensar en los efectos que el divorcio tiene en los hijos.
El divorcio puede causarles mucho daño a los hijos, sin importar su edad. Hay quienes opinan que
los adolescentes salen mejor librados, pues son más maduros y, al fin y al cabo, ya están en el
proceso de independizarse de sus padres. Sin embargo, los especialistas consideran que sucede
justo lo contrario, que precisamente por esos factores, los adolescentes son los más vulnerables.*
Piense en lo siguiente:
▪ A medida que se abren camino hacia la vida adulta, los adolescentes se sienten muy inseguros,
incluso más que cuando eran niños. No se deje engañar por su aparente afán de independencia; a
esa edad necesitan más que nunca la estabilidad familiar.
▪ Justamente en una etapa de la vida en que los adolescentes están aprendiendo a entablar
amistades sólidas, el divorcio les enseña a ser escépticos ante valores como la confianza, la lealtad
y el amor. Por ello es posible que de adultos eviten todo tipo de relación estrecha.
▪ Es común que los hijos, prescindiendo de la edad, demuestren su dolor de alguna manera. Pero
en el caso de los adolescentes, el problema es que tienden a hacerlo recurriendo a la delincuencia,
la bebida, las drogas u otras conductas de riesgo.
Esto no significa que los adolescentes cuyos padres se divorcian estén condenados a sufrir
problemas emocionales o de otro tipo. Pueden convertirse en adultos estables, especialmente si
mantienen contacto con ambos padres.* Ahora bien, es ingenuo pensar que, como dicen algunos,
el divorcio siempre será lo mejor para los hijos o que acabará con toda la tensión que existe entre
los cónyuges. A veces se tiene que tratar más con el cónyuge “intolerable” después del divorcio
que antes, y las cuestiones son más polémicas, pues tienen que ver, entre otras cosas, con la
manutención o la custodia de los hijos. En esos casos, el divorcio no elimina los problemas
familiares, solo los transforma.
¿Y si usted, debido a sus problemas maritales, ha llegado a pensar en la opción del divorcio? En
este artículo se han presentado razones de peso para que reconsidere esa idea. El divorcio no es un
curalotodo para un matrimonio desdichado.
Pero eso no significa que no tenga otra alternativa que tolerar un mal matrimonio. Existe una
tercera opción: hacer lo posible para mejorarlo. No la descarte enseguida diciendo que su
matrimonio no tiene arreglo. Pregúntese:
▪ “¿Cuáles fueron las cualidades que originalmente me atrajeron de la persona que ahora es mi
cónyuge? ¿No es verdad que todavía las posee en cierta medida?” (Proverbios 31:10, 29.)
▪ “¿Puedo reavivar el amor que sentía por mi pareja antes de casarnos?” (El Cantar de los Cantares
2:2; 4:7.)
▪ “Prescindiendo de la conducta de mi cónyuge, ¿cómo puedo yo seguir las sugerencias de las
páginas 3 a 9 de esta revista?” (Romanos 12:18.)
▪ “¿Por qué no le digo —cara a cara o por escrito— en qué me gustaría que mejorara nuestra
relación?” (Job 10:1.)
▪ “¿Podríamos hablar con algún amigo maduro que nos ayudara a ponernos metas realistas para
mejorar nuestro matrimonio?” (Proverbios 27:17.)
La Biblia afirma: “El sagaz considera sus pasos” (Proverbios 14:15). No solo conviene seguir
dicho principio al escoger pareja, sino también al decidir qué se hará cuando un matrimonio se
tambalea. Hay que admitir que, como se indicó en la página 9 de esta revista, las familias felices
también tienen problemas, pero la diferencia estriba en cómo los manejan.
Para ilustrarlo, imagínese que ha emprendido un largo viaje en automóvil. Es inevitable que surjan
problemas: mal tiempo, embotellamientos, controles de carretera, etc. Incluso puede que se pierda
alguna que otra vez. ¿Qué hará? ¿Dará la vuelta y regresará a su casa, o buscará la manera de
superar los obstáculos y seguir adelante? El día de su boda, usted emprendió un “viaje” que no iba
a estar exento de contratiempos. Ya lo dice la Biblia: “El matrimonio les traerá problemas
adicionales” (1 Corintios 7:28, Nueva Biblia al Día). La cuestión no es si surgirán problemas, sino
cómo los afrontará cuando surjan. ¿Puede encontrar la manera de vencer los obstáculos y seguir
adelante? Y aunque usted piense que su matrimonio está totalmente perdido, ¿tratará de conseguir
ayuda? (Santiago 5:14.)
El matrimonio es una institución divina que no debe tomarse a la ligera (Génesis 2:24). Si los
problemas le parecen insuperables, reflexione en los consejos que se han dado en este artículo.
1. Trate de reavivar el amor que antes sentía por su pareja (El Cantar de los Cantares 8:6).
2. Piense en lo que usted puede hacer para mejorar su matrimonio, y hágalo (Santiago 1:22).
3. De forma respetuosa y clara dígale a su cónyuge —cara a cara o por escrito— en qué aspectos
cree que su relación debería mejorar (Job 7:11).
4. Pida ayuda. No tiene que salvar su matrimonio usted solo.- los hijos no crecen viendo a los
padres pelear como perros y gatos.
En contra:
- Los hermanos crecen separados (uno vive con la madre y uno con el padre), y no conviven
mucho.
- si los padres ya tienen otra pareja..... se debe poner atencion en la relacion que tiene con los hijos
- puede q uno sienta celos del otro por la atencion que se le pone.Marzo 27, 2017
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Familias Católicas
Curso Catéquesis Básica para Padres
Mi más sincera enhorabuena por vuestros comentarios al tema 7. Ciertamente, siempre caben
nuevos matices en esas cuestiones, especialmente a la hora de mirar con mayor misericordia a
quienes caen en las redes del hedonismo. Y es que el problema detrás del egoísmo sexual no
proviene sólo de esa "pasión desenfrenada que nos animaliza", sino que detrás de muchos de esos
comportamientos existe también el anhelo de paliar la propia soledad. Aunque, tantas veces por
ignorancia, lo hagan por caminos equivocados, en el fondo, muchos están buscando el Amor de
Dios...
Me han gustado especialmente vuestras respuestas a la última pregunta (acerca de por qué no hay
tan pocas mujeres que se rebelan ante las diversas manifestaciones de egoísmo sexual masculino).
Con esas observaciones, se podría escribir todo un libro al respecto.
Felicito de modo especial a quienes han sabido ver que la mujer no es la única beneficiada de la
doctrina de la Iglesia. En efecto, también los varones albergamos nobles sueños de amor
verdadero. Y es precisamente para que esos sueños se puedan hacer realidad, que debemos
aprender a vivir la templanza.
Con este tema 8 termina el curso. Quisiera agradeceros de veras vuestra participación, con una
mención especial para quienes, desde Catholic.net, lo han hecho posible.
Personalmente he aprendido muchísimo de vosotros (¿o tendría que decir "de ustedes"?). Me ha
alegrado especialmente vuestro vivo deseo de aprender. Es un inmenso placer para mí poder
aportar un grano de arena en la evangelización de personas tan hondamente motivadas...
Espero contar con vuestra oración hasta que, al final del camino, nos podamos encontrar en el
Cielo. Termino citando un texto que alguien puso en el foro, y que resume bien lo que muchos de
nosotros hemos experimentado durante estas 8 semanas:
"Gracias a todos y los felicito por hacer este curso, piensen y entiendan que cuando los hermanos
de comunidad se unen, como en este curso, somos un tronco en donde nos fortalecemos unos con
los otros; luego, cuando cada uno de nosotros regresa a sus tareas habituales, nos convertimos en
ramas, y cada rama debe dar frutos y en abundancia!!! Bendiciones!!! y si Dios quiere nos
volveremos a encontrar..."
P. Michel Esparza
------------------
1) Introducción
Durante siglos, el matrimonio ha sido la unión de “uno con una para siempre”. Siempre han
existido otro tipo de uniones, como el concubinato, más o menos toleradas, pero que se
consideraban anormales. Todo empezó a cambiar cuando se legalizó el divorcio; en ese momento,
se abandonó el “para siempre”. Últimamente se tiende incluso a abolir el “uno con una”.
En nuestros días, quizá sea la Iglesia Católica la única que defiende incondicionalmente la
indisolubilidad del vínculo matrimonial (esto es, que sólo la muerte puede disolver el vínculo que
un hombre y una mujer han contraído válidamente). Pero hasta hace unos decenios también el
matrimonio civil era «hasta que la muerte nos separe» porque la ley civil se inspiraba en la ley
natural. En efecto, la indisolubilidad matrimonial no es sólo requerida por la ley eclesiástica, sino
también por la ley natural. Jesucristo elevó a la dignidad de sacramento una realidad natural
preexistente.
Para un cristiano, atentar contra dicha indisolubilidad supone un pecado, pero, según la ética
natural, el divorcio es un mal moral para todo ser humano.
Si la indisolubilidad del matrimonio es una verdad de ética natural, tiene que ser accesible a toda
persona honesta e inteligente. También un no-creyente tendría que poder entenderla. En principio,
la ética sólo prohíbe aquellos actos que pueden resultar perjudiciales para las personas. Me
propongo, por tanto, argumentar de modo racional por qué el divorcio no compensa. Ardua tarea.
Soy consciente de que se trata de una tentativa ambiciosa y difícil. De hecho, estamos habituados
a oír argumentos a favor del divorcio. Se defiende a menudo el divorcio alegando que toda
persona tiene derecho a ser feliz, que tras la boda puede descubrir que se ha casado con la persona
equivocada y tiene el derecho a rehacer su vida con otra persona. La Iglesia es incluso tachada de
inmisericorde por no avalar esa tesis. En una sociedad en la que cada vez se divorcia más gente,
arrecian las críticas contra el Papa cada vez que recuerda, por ejemplo, que una persona divorciada
que se ha vuelto a casar por lo civil no puede acercarse a la comunión.
En efecto, como recuerdan los juristas expertos en Derecho Canónico, la indisolubilidad del
matrimonio se deriva de la naturaleza del vínculo matrimonial. El matrimonio es un contrato por
el que los contrayentes se convierten en una caro (una sola carne). Es preciso explicar a quienes se
preparan para el matrimonio que, al casarse, se obligan libremente a contraer un vínculo tan
indisoluble como el que liga, por naturaleza, a padres e hijos. Del mismo modo que yo no puedo
dejar de ser hijo de mi padre, tampoco puede una persona casada dejar de ser esposo o esposa del
otro cónyuge vivo2. En el fondo, es un contrasentido que una mujer, por ejemplo, se refiera a su
esposo vivo diciendo: “mi ex-marido”, como es absurdo hablar de “mi ex-hijo” o de “mi ex-
madre”.
¿Y por qué tiene que ser el vínculo matrimonial de esa índole tan absoluta? Si los contrayentes
fueran conscientes de las consecuencias de su alianza, ¿querrían casarse? ¿No sería mejor una
especie de “matrimonio a prueba” para cubrirse la retirada en caso de que algo no funcione?
Algunos responden diciendo que traer hijos al mundo exige tal tipo de compromiso. Por mucho
que nos intenten convencer de que los hijos acaban acostumbrándose al divorcio de sus padres,
todos sabemos algo sobre las heridas que sufren esos hijos. ¿Pero entonces, si no hay hijos, se
puede aprobar el divorcio? La verdad es que no sólo se trata de los hijos. El matrimonio tiene dos
fines: la mutua ayuda entre los cónyuges y la procreación. Habría que mostrar que el divorcio no
sólo es nocivo para los hijos, sino también para los propios cónyuges.
Quizá conviene que analicemos el caso más difícil: los cónyuges llevan unos años casados, no
tienen hijos y se quieren divorciar de mutuo acuerdo y en buenos términos. No están enfadados.
No se han enamorado de otra persona. Simplemente han llegado a la conclusión de que son
incompatibles y no ven que eso pueda cambiar en el futuro. Dicen: «Nos hemos equivocado». Es
un caso muy hipotético: apenas se da en la realidad. Pero, si logramos resolver este caso extremo,
pondremos las bases para resolver otros dos casos más frecuentes y difíciles: aquel en el que la
convivencia termina por convertirse en un verdadero infierno para uno o para los dos cónyuges, y
aquel en el que uno de los cónyuges no mantiene su palabra: traiciona y abandona al otro.
Decir «nos hemos equivocado» es una verdad a medias. En todos los matrimonios hay problemas.
De cara a las posibilidades de éxito de un matrimonio, en lugar de poner el acento en la elección
del cónyuge, ¿no estará la clave más bien en aprender a amar y a comunicar? La mitad de los
problemas está ligada a una mala comunicación y la otra mitad tiene que ver con falta de calidad
del amor.
A esos hipotéticos cónyuges que, sin tener hijos, quieren divorciarse de mutuo acuerdo, les diría
que si no saben ser felices en esas circunstancias, es de temer que tampoco lo serán cuando se
vuelvan a casar con otra persona. Si no se entienden, pueden aprender a entenderse, y si lo que
falla es la calidad de su amor, siempre están a tiempo de esforzarse por mejorarla. Posiblemente
digan que se casaron estando enamorados, pero que ahora ya no sienten gran cosa uno por otro.
Quizá, como sucede con mucha frecuencia, identifican amor con pasión; no saben que el amor se
construye sobre una base de pasión pero que va más lejos. El amor verdadero es comparable a un
edificio de tres pisos —unión física, afectiva y espiritual— y ellos sólo se han fijado en los dos
primeros y han descuidado el tercero. El sexo y el sentimiento no pueden ser un fin en sí mismos.
Cuando se hacen bien las cosas, lo físico (una sola carne) potencia lo afectivo (un solo corazón), y
esto a su vez facilita lo espiritual (una sola alma). Pero cuando el egoísmo impregna la relación, se
desatiende la unión espiritual y tanto la unión afectiva como la unión corporal se deterioran. En el
caso ideal, la unión sexual potencia los sentimientos, y éstos facilitan la capacidad de sacrificio.
En el peor de los casos, la relación se deshumaniza: el cariño se convierte en moneda de cambio
para obtener satisfacción sexual.
Un sofisma en una mezcla de verdad y de mentira (hacer demagogia a base de sofismas suele
tener éxito porque en todo sofisma hay algo de verdad). En el caso que nos ocupa, es evidente que
la elección del cónyuge puede ser más o menos acertada, que hay personas con las que uno
congenia mejor. Eso es tan evidente como decir que unas personas tienen mayor valía personal
que otras. Es lógico, por tanto, que una persona casada pueda pensar que no tuvo mucha suerte al
elegir. De todos modos, mi experiencia en pastoral matrimonial me dice que no es esa la cuestión
principal. Siempre me viene al recuerdo lo que hace años me contó un francés. Se había casado
cinco veces y al final había descubierto que la causa de sus fracasos matrimoniales no era —como
siempre había pensado— la mala suerte en la elección de su mujer. Se dio cuenta de que la causa
principal de esos fracasos residía en él mismo: en su incapacidad para vencer su egoísmo y amar
de verdad. «Ahora —me decía— me doy cuenta de que habría podido ser feliz con cada una de
esas cinco mujeres».
En el fondo, todo matrimonio exige construir un puente entre dos islas. No existen, del todo,
“almas gemelas”. Para empezar, varón y mujer siempre resultan ser más diferentes de lo que se
pensaba. Además, cada uno tiene su propia historia personal, hábitos y sensibilidades. Ciertamente
unas personas son más afines que otras. Siempre nos es más fácil llevarnos bien con una persona
que se nos parece. El “puente” que hay que construir es más corto. Pero también eso es relativo.
Muchas veces me he preguntado: ¿qué es mejor: que los cónyuges sean afines o complementarios?
Nada es ideal. En los dos casos veo ventajas y desventajas. Si son afines, se entienden mejor, pero
los defectos se multiplican. Por ejemplo, si ambos tienen tendencia a agobiarse, los agobios se
multiplican por dos. Si son complementarios, pueden aprender siempre uno de otro (así como
complementarse a la hora de educar a sus hijos), pero, al ser tan diferentes, surgen entre ellos más
problemas de comunicación.
Tanto si los cónyuges son parecidos como si son diferentes, queda mucho trabajo por hacer. No se
trata de un proceso automático, como si bastase con elegir bien al cónyuge para que todo vaya
sobre ruedas. Un matrimonio siempre está evolucionando, hacia mejor o hacia peor. Es como una
planta delicada que exige todo tipo de cuidados. Si no se vigila, surgen serios problemas que
habrían podido ser prevenidos ya que se han ido incubando durante largo tiempo. En todo
matrimonio hay que salvar escollos de todo tipo (problemas de egoísmo, de comunicación,
penurias, disgustos…). Cuantos más escollos se superan, mayor es la felicidad. En una familia,
hay abismos de felicidad y de infelicidad...
Cuando surgen desavenencias, la tentación de abandonar la empresa es muy grande. Es muy duro,
por ejemplo, entrar en casa y sentirse como un extraño. Si no se ponen a tiempo los medios para
resolver la situación, tarde o temprano surge otra persona que aumenta la tentación y contribuye a
precipitar la situación. Si el hombre descontento encuentra una mujer atenta, comprensiva y
dispuesta a ofrecer sus encantos, será muy duro para él recordar que su mujer está todo el día
gritándole y que hace meses, si no años, que no tienen relaciones matrimoniales. Lo mismo le
sucede a la mujer que se siente incomprendida e injustamente tratada por su marido, cuando
cuenta sus problemas a un compañero de trabajo que se deshace en atenciones y le escucha con
infinita paciencia.
En esas circunstancias, se da un error muy común: pensar enseguida que con otra persona todo
será muy diferente, olvidando que, en una relación de amor, los “preparativos del viaje” son los
más fáciles. Todos los comienzos son alentadores, pero sólo el tiempo dirá si ese amor incipiente
ha ido adquiriendo raíces profundas. El encantamiento que produce el enamoramiento reciente
distorsiona la realidad. Todo se ve de color azul. Pero la prueba de fuego viene después. Por eso
pienso que si los actores de Hollywood —y los partidarios del amor sin compromiso— se suelen
casar entre tres y cinco veces, es porque a lo largo de una vida no tienen tiempo para hacerlo más
veces…
Al enfriamiento de los afectos, se pueden unir todo tipo de violencias. Cuando uno presencia la
quiebra de un matrimonio, quizá se pregunte: ¿Cómo es posible que dos personas que un día se
quisieron tanto se torturen ahora de ese modo? En el fondo, se odian porque se siguen queriendo.
A nivel meramente afectivo, amor y odio son el anverso y reverso de la misma moneda. «Quienes
se pelean se desean», dice el refrán. Bien lo entendió una mujer que, arrepentida tras su divorcio,
afirmó: «Si hubiera sabido que le quería tanto, le habría querido un poco más…».
Si un matrimonio se desmorona, conviene también preguntarse: ¿Cómo se podría haber evitado?
Es ciertamente una cuestión compleja. Ya he señalado que el éxito del matrimonio depende de la
capacidad de comunicar y de amar de verdad. Excede mi actual propósito hacer un análisis del
amor verdadero, esa mezcla de capacidad de sacrificio (obras de entrega facilitadas por una gran
capacidad afectiva), de libertad interior, de desprendimiento y de rectitud de intención (propios de
personas que han madurado humana y sobrenaturalmente). En términos más generales puedo decir
que, en la raíz de todo mal moral, encontramos siempre tres posibles causas entremezcladas: mala
voluntad (no querer), ignorancia (no saber), e incapacidad (no poder). Al revés, para amar de
verdad, hacen falta tres cosas: idoneidad y gracia de Dios (poder), buena voluntad (querer) y
formación (saber).
Un matrimonio no funciona si hay una incapacidad insuperable en uno de los cónyuges. Además
de capacidad, se precisa buena voluntad y conocimiento de los medios para aprender a amarse y a
entenderse. En la práctica, rara vez se da sólo uno de los tres elementos. Casi nunca es blanco o
negro; suele ser más bien gris, una mezcla de los tres elementos. De todos modos, de cara a buscar
soluciones ante un fracaso matrimonial, podemos diseccionar el problema considerando los tres
elementos por separado.
Lo que más difícil solución tiene es falta de (buena) voluntad. Es éste un problema que sólo los
interesados pueden remediar. Si no quieren, nada se puede hacer. Sin embargo, lo que prometieron
solemnemente el día de su boda fue precisamente que, independientemente de los problemas que
encontrasen en el futuro, nunca tirarían la toalla; prometieron que siempre seguirían esforzándose
por solucionar sus desavenencias…
En conclusión, siempre existe una solución. Si hay incapacidad, se puede demostrar la nulidad del
matrimonio. Si el deterioro de la convivencia se debe a un problema de ignorancia y/o de falta de
voluntad, aunque la solución sea ardua, se puede poner remedio. Si algo se ha torcido, se puede
volver a enderezar. En la práctica, son pocos los que están dispuestos a luchar por enderezar lo que
se torció. Quizá por lo mucho que han sufrido. Hay que ser muy virtuoso para acometer esa
empresa. Hablando con personas a punto de tirar la toalla, si les hablas, por ejemplo, del daño que
causarán a sus hijos si se divorcian, te suelen decir que éstos también sufrirán igualmente si
continúa la convivencia. Es como si se obligasen a elegir entre dos posibilidades negativas, como
si estuviesen atrapados por la fatalidad. Olvidan que, a la fatalidad, pueden contraponer la
creatividad. Olvidan, en definitiva, que siempre existe una tercera posibilidad positiva: no darlo
nunca por perdido, luchar para arreglar las desavenencias, aprender a entenderse y a amarse. Si en
vez de pensar sólo en cómo dejar de sufrir ellos mismos, les preocupase realmente el bienestar de
sus hijos, se esforzarían más por encontrar soluciones a sus problemas de convivencia.
5) Cónyuge abandonado
Lo más delicado del matrimonio es quizá que cada cónyuge depende plenamente de la voluntad
del otro. Uno está a la merced del otro. Si uno decide, por ejemplo, ser infiel, el otro está vendido.
Esa es precisamente una de las razones por las que el vínculo matrimonial sea tan absoluto: es un
modo de defender a cada contrayente ante la posible futura arbitrariedad del otro. Cada
contrayente promete solemnemente que, pase lo que pase, no abandonará al otro. Para reforzar esa
promesa, ambos saben que si, en el futuro, uno no la cumple, no se puede romper el vínculo.
Suceda lo que suceda, seguirán siendo marido y mujer mientras vivan. Es posible que la situación
se haga insostenible, hasta el punto de que sea conveniente una separación temporal o definitiva,
pero el vínculo que les une seguirá estando vigente.
El carácter absoluto del vínculo matrimonial proporciona seguridad. Quizá por esa razón, en
lugares donde la infidelidad y el divorcio se han disparado, surge un creciente interés hacia el
matrimonio tal como lo entiende la Iglesia. Como decía un periodista francés, «el matrimonio es
un oasis de seguridad en el desierto de los equívocos»4. Recuerdo un programa de televisión en el
que se preguntaba a unos novios por qué deseaban casarse por la Iglesia. La novia respondió: «Mi
novio ha sido sincero y me ha contado que ya ha salido con dieciséis chicas... Yo soy, por tanto, la
número diecisiete... ¿Quién me dice que soy la definitiva? Por eso queremos aferrarnos a algo
estable... Tiene que haber algo absoluto en nuestro matrimonio».
De todos modos, hay que reconocer que la indisolubilidad es un arma de doble filo. Por una parte,
protege ante las veleidades futuras, pero, por otra parte, observo dos inconvenientes. En primer
lugar, entre católicos coherentes, sabiendo que el divorcio está excluido, uno de los cónyuges
podría dejar de esforzarse por combatir sus defectos; sabe que su esposo o esposa no le va a
abandonar y se aprovecha. En segundo lugar, si a pesar de haberlo prometido solemnemente, uno
de los cónyuges no cumple su promesa de fidelidad, deja muy desprotegido al cónyuge
abandonado (más aún en nuestros días, puesto que las leyes civiles tienden más a facilitar el
divorcio que a proteger el vínculo matrimonial).
Teniendo en cuenta esa desprotección, la indisolubilidad del vínculo puede parecer injusta. ¿Por
qué seguiría obligado a la fidelidad, por ejemplo, el cónyuge maltratado o abandonado? Ante todo,
habría que responder diciendo que eso es precisamente lo que ambos cónyuges pactaron al
casarse: que ninguno de los dos, haga lo que haga en el futuro, podrá romper el vínculo. Entonces,
si de hecho hay gente que quebranta tales promesas, en cuyo caso el cónyuge abandonado queda
en una situación lamentable, podemos preguntarnos de nuevo si realmente vale la pena prometer
algo tan absoluto. ¿No será todo esto un argumento a favor del divorcio? Sí y no. Se entiende que
haya moralistas que, en el caso de abandono que venimos considerando, hayan intentado
introducir la posibilidad de un segundo matrimonio. Dicen que se trata de un caso de “muerte
moral” equiparable al caso de “muerte física”. Intentaré defender la tesis contraria.
La situación en la que queda el cónyuge abandonado es terriblemente injusta, pero pienso que
dicha injusticia no favorece sólo la tesis del divorcio, sino también la tesis de la indisolubilidad.
En efecto, ese argumento divorcista tiene doble filo; se le puede dar la vuelta: precisamente por la
gran injusticia que padece el cónyuge abandonado, habría que imponer legalmente la fidelidad. El
divorcio siempre es un mal que hay que evitar a toda costa poniendo toda la carne en el asador.
Casarse siempre es un riesgo, porque la libertad siempre conlleva riesgos. Pero cuanto menos
absoluto sea el vínculo contraído, mayor será el riesgo de que el matrimonio fracase. La
experiencia muestra que hay más fracasos si, como sucede en el concubinato y en el actual
matrimonio civil, se deja una puerta abierta a una posterior ruptura del vínculo. En cambio, en el
vínculo indisoluble, si el cónyuge tentado de quebrantar su promesa matrimonial recuerda que su
infidelidad no exime al otro del deber de fidelidad, es muy posible que se lo piense dos veces
antes de culminar su infidelidad. Si considera la gran faena que le va hacer al otro, es muy
probable que dé marcha atrás. Y si de hecho le abandona, su conciencia no se lo perdonará jamás.
Siempre me ha impresionado la diligencia con la que el cónyuge infiel intenta que el cónyuge
abandonado encuentre pareja. ¿No será para que no le remuerda tanto la conciencia? Y quienes
hacen apología del divorcio o promueven leyes divorcistas, ¿no será para dar carta de normalidad
a sus desatinos?
Sería ingenuo si no fuera consciente de que la fidelidad requiere a menudo grandes sacrificios. Sé
que hay situaciones muy dolorosas en las que no basta con tener buena voluntad: se requiere,
además, heroicidad (toda persona de buena voluntad puede contar con la ayuda de Dios para ser
heroico; los cristianos contamos, además, con medios suficientes para ser santos, lo cual es mucho
más que ser heroicos). Piénsese, por ejemplo, en la desastrosa situación en la que queda un varón
abandonado. Más aún si, como suele ser el caso, ni siquiera recibe la custodia de sus hijos. Si
alguien no es capaz de tal heroicidad, lo comprendo, aunque no lo apruebo. He conocido a
personas admirables que han sabido ser fieles a un cónyuge impresentable o enfermo. A veces
pienso que no es una misión de poca monta el cuidar de un ser humano durante toda una vida con
el fin de evitarle mayores males. Es una misión de altísima dignidad seguir siendo fiel a un
cónyuge que, de otro modo, terminaría sus días en una institución psiquiátrica o borracho
perdido…
La misma admiración merece el cónyuge abandonado que evita nuevas relaciones. Recuerdo el
caso de una mujer que, tras la marcha de su marido, para no poner en peligro su fidelidad, ni
siquiera acudía a bailes al aire libre en las fiestas de su pueblo. Por lo demás, es bastante conocida
la anécdota de una mujer francesa —casada y después abandonada por un famoso comunista—,
que durante más de treinta años siguió siendo fiel a su marido para no obstaculizar su posible
regreso. Un día, ese hombre, que a su vez había sido abandonado, pasó cerca de la antigua casa
familiar y se decidió a entrar para saludar a su primera mujer. Le sorprendió la alegría con que ella
le recibía, pero, viendo que la mesa estaba preparada para dos personas, hizo ademán de
marcharse. «Quédate por favor a comer —le dijo ella—: llevo más de treinta años preparando
todos los días para ti un plato de más».
El deber de fidelidad por parte del cónyuge abandonado no es sólo hacia el cónyuge infiel, sino
también hacia todos los demás matrimonios. Siendo fiel en el propio matrimonio, especialmente
cuando surgen dificultades, se está apoyando a todos los demás matrimonios del entorno. Al revés,
cuando alguien tira la toalla, de algún modo está perjudicando a todos los demás. Ya vimos que la
indisolubilidad es un arma de doble filo. Si se devalúa el compromiso, se fomenta la infidelidad.
Basta con mirar la evolución de los últimos años. Hace unos decenios los divorciados eran una
gran excepción. Si perseveraban no era sólo gracias a sus buenas disposiciones, sino también
gracias al apoyo que recibían de su entorno familiar y social. Hoy en día, más todavía en las
grandes ciudades, sucede lo contrario. Como contra argumento simplón, se dice que antes había
mucha hipocresía: que la gente no se divorciaba pero que en muchas familias había discordias. La
verdad es que siempre ha habido desavenencias, incluso en las mejores familias. Pero si, ante las
dificultades, se ha dejado una puerta abierta, es muy grande la tentación de abandonar el empeño
por resolver los problemas.
En todo caso, me parece una demagogia poner el acento en los problemas de matrimonios fieles y
olvidar los terribles disgustos que se llevan quienes deciden divorciarse. Las injurias entre esposos
pueden ocurrir en cualquier matrimonio, pero también es verdad que esas injurias se intensifican
cuando uno de los cónyuges amenaza al otro con incoar un proceso de divorcio. Cuando se
sinceran, todos los divorciados coinciden en decir que los trámites del divorcio fueron el peor
trago de su vida. Y si son todavía más sinceros —lo he visto tantas veces—, deploran haberse
divorciado.
Cuando se debatía en España la ley del divorcio, recuerdo que una persona de un pueblo navarro
me dijo: «Si aprueban esa ley, aumentará el número matrimoniales rotos; mira, en mi pueblo, si a
un hombre casado se le ocurriera hacer el tonto con otra mujer, no lo haría porque sus hijos le
molerían a palos; pero si sale esa ley, llegará un día en que incluso a la gente de mi pueblo le
parecerá muy normal que alguien tenga la “valentía” de “liberarse” de su mujer o de su marido».
Ha sido profético.
¡Qué importante es fomentar un clima social que apoye el compromiso matrimonial! Me han
hablado de una película italiana (“Casomai” de 2001), en la que se pone de manifiesto que muchos
fracasos matrimoniales se originan más por culpa del entorno que por culpa de los esposos. Dicha
película narra una boda en la que el sacerdote, por motivos pedagógicos, inicia una conversación
con todos los asistentes, invitándoles a comprometerse en apoyar la fidelidad de los contrayentes.
Uno tras otro protestan. Se levanta, por ejemplo, uno que dice que no se puede comprometer
porque es un abogado experto en procesos de divorcio. Al final el sacerdote dice que entiende esos
alegatos, pero pide a todos los asistentes a la boda que se salgan de la iglesia mientras los novios
pronunciarán su promesa matrimonial. No es mala pedagogía.
Más que nunca, hacen falta hoy en día modelos de fidelidad matrimonial. Por esa razón, termino
traduciendo unas declaraciones que hizo una señora a un periódico holandés5 cinco años después
de haber sido abandonada por su marido (un tal Rob). Me impresiona la coherencia de su
testimonio:
«Ningún funcionario puede invalidar la promesa que, ante Dios, hice a mi marido. Además, los
hijos tienen derecho a un padre que siga perteneciendo a la familia; si no, viven en continua
división. cifras del divorcio son muy importantes. En España crece y va hacia el 30% sobre
matrimonios celebrados. En USA está por encima del 40% bajando algo los últimos años. Es un
fenómeno que se está dando, al menos, en el mundo occidental.
Dar la estadística del porcentaje de divorcios sobre el de matrimonios celebrados el mimo año
podría dar una idea de la tasa de fracaso matrimonial; pero solamente si ese porcentaje se
mantuviese un número de años equivalente a la duración de un matrimonio. Otros datos indican
que en España más del 90% afirman estar satisfechos con sus relaciones familiares (ver
http://www.psicoterapeutas.com/pacientes/pjactual.pdf).
¿Cómo se casan estas afirmaciones de satisfacción con las cifras crecientes de separaciones que en
España llegan al 30% de los que se casan anualmente? Primeramente porque en la familia no
solamente está la pareja, sino también los hijos, que son un factor importante en la felicidad. Los
hijos son una razón poderosa para estar bien el familia y para no separarse. Por otra parte, es
posible que el 10% no satisfecho sea quienes dan el 30% de los divorcios. Si todos los años se
casan 100 y se divorcian 30, quedan 70 casados. En 10 años serán 700 matrimonios los que se
mantienen. Si de esos 700 al año siguiente se divorciaran solamente un 5% se divorciarían 35 y
por tanto ese año los divorcios serían el 35%.
En cualquier caso, las cifras de divorcio son muy importantes. Lo que ha llevado a hacer estudios
sobre la influencia que puede tener sobre los hijos. La dimensión social de los efectos sobre la
prole no se nos puede escapar. Se barajan cifras importantes. Porque, por ejemplo, se supone que
en Gran Bretaña casi la mitad de los niños se encontrarán con sus padres divorciados.
Pérdida de poder adquisitivo. La convivencia en común supone el ahorro de una serie de gastos
que se comparten. La separación conlleva una pérdida de poder adquisitivo importante.
Cambio de residencia, escuela y amigos. El divorcio de los padres conlleva cambios importantes
en el entorno del hijo. Puede tener que cambiar de colegio, o de residencia. El impacto que tiene
este factor en el desarrollo y ajuste social del niño es muy importante.
Convivencia forzada con un padre o con miembros de la familia de alguno de ellos. No siempre la
elección del padre con el que se convive es la que el niño quiere. La familia de los separados
apoya el trabajo adicional y aporta frecuentemente el apoyo necesario para que el padre que se
hace cargo del niño pueda realizar sus actividades laborales o de ocio. Este factor conlleva una
convivencia con adultos, muchas veces muy enriquecedora y otras no tanto.
Disminución de la acción del padre con el que no conviven. El padre que no está
permanentemente con su hijo deja de ejercer una influencia constante en él y no puede plantearse
modificar comportamientos que no le gustan los fines de semana que le toca visita. Por otro lado,
el niño pierde el acceso a las habilidades del padre que no convive con él, con la consiguiente
disminución de sus posibilidades de formación.
Introducción de parejas nuevas de los padres. Es un factor con una tremenda importancia en la
adaptación de los hijos y tiene un efecto importantísimo en la relación padre/hijo.
Si se dan, además factores emocionales en los padres los efectos negativos en los hijos pueden
multiplicarse. Por ejemplo:
Una mala aceptación del divorcio por uno de los padres puede llevarle a convivir con una persona
deprimida u hostil.
Un divorcio conlleva de forma por su propia esencia una cierta hostilidad entre los padres. Cuando
esa hostilidad se traslada a los hijos, intentando que tomen partido o que vean a la otra persona
como un ser con muchos defectos, se está presionando al niño para que vea a su padre desde un
punto de vista equivocado, porque tendrá muchos defectos; pero siempre será su padre. Si la
hostilidad entre ellos persiste después del divorcio, es difícil que no afecte la convivencia con el
niño.
Efectos de esos factores
Vamos a estudiar los efectos del divorcio, ya sean debidos a estos estos factores o el propio
divorcio, Amato (1994) realizó un estudio resumiendo los efectos que se habían encontrado en los
niños cuyos padres se habían divorciado y señala diferencias con los niños cuyos padres continúan
juntos:
El divorcio no puede considerarse como una causa de problemas psicológicos, sino como un
factor que hace a la persona más vulnerable.