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DESIGUALDAD, EDUCACIÓN Y MUNDO RURAL EN CENTROAMERICA:

Atisbos a una realidad


Dr. José Solano Alpízar
josesolanoalpizar@gmail.com

América Latina es en la actualidad el continente más desigual del planeta. Según


datos de la CEPAL la región finalizaría el año 2013 con 167 millones de personas en
situación de pobreza y 66 millones en estado de indigencia (CEPAL, 2012), lo cual indica
que la implementación –en las últimas décadas– de un modelo de desarrollo excluyente y
concentrador de la riqueza ha afectado de manera negativa a la población menos
favorecida.

En Centroamérica -subregión en la que la desigualdad galopa a una velocidad


preocupante-, las cifras muestran que de los 42,867.0000 millones de habitantes al cierre de
la primera década del segundo milenio, 20,8 millones se encontraban en estado de pobreza,
lo cual pareciera indicar que la pobreza afecta hoy día a casi la mitad de la población
centroamericana (Estado de la Región, 2013). Ello es consecuente con la acumulación de
riqueza que se ha venido experimentando en la región latinoamericana -en términos
generales- y en la subregión centroamericana -en términos particulares-, pues en las últimas
décadas esta no sólo se ha venido concentrando en pocas manos, sino que se ha
multiplicado a cifras escandalosas e inmorales.

En ese sentido, América Latina considerada desde la década del 70 como la región
más desigual del mundo, presenta la particularidad de que el 20% de la población más rica
tiene en promedio un ingreso per cápita casi 20 veces superior al ingreso del 20% más
pobre. A este respecto, Oppenheimer señala

“… los ricos en América Latina se están enriqueciendo más rápidamente que


sus pares en todas las demás regiones del mundo, y ya han acumulado US$623
trillones en valores financieros, sin contar sus casas ni sus colecciones de arte”
(2008).

Siguiendo el Informe Mundial de la Riqueza 2008, este autor señala que en el


transcurso de los últimos tres años los individuos más acaudalados de Latinoamérica
incrementaron su fortuna en un 20,4%, destacando que comparativamente, los ricos de los
países petroleros del Medio Oriente vieron aumentar sus cuentas bancarias en un 17,5% en
el mismo período, en África un 15%, en Asia un 12,5%, en Europa de un 5,3% y en
Estados Unidos y Canadá en un 4,4%”.

Este tipo de realidad ha traído consigo que en la región se levante una serie de
países como los más desiguales, ello tomando en consideración la distribución de la renta.
En este orden, serian Guatemala, Honduras, Colombia, Brasil, República Dominicana y
Bolivia los países más desiguales del continente latinoamericano (destaquemos que dos
países centroamericanos ocupan el lugar de honor en esta deplorable lista. Mientras que por

1
otro lado, entre los países menos desiguales nos encontramos a Venezuela, Uruguay, Perú y
El Salvador.

Estos datos fríos nos ponen una cruel y violenta realidad frente a las ojos, nos dicen
que gracias a la expoliación inmisericorde de la fuerza de trabajo humana y la extracción
generalizada de la riqueza natural del continente, se ha venido creando un abismo
infranqueable que separa a ricos y pobres, en una región que ha venido creando conciencia
de la necesidad de crear un mundo más equitativo e inclusivo, esto es, de que otro mundo
es posible.

Por supuesto, esta relación inversamente proporcional entre riqueza y pobreza se


corresponde con el modelo de explotación humana que se ha venido implementando en las
últimas cuatro décadas como producto de la imposición de un “estilo de desarrollo”
afirmado en la filosofía política neoliberal; misma que recoge los valores y los
planteamientos económicos de la filosofía liberal manchesteriana de finales del siglo XIX.
Precisamente fue a partir de la década del 70 del siglo pasado que la región comenzó a
experimentar no sólo los embates de una profunda crisis sistémica, sino también el
agotamiento de un modelo de desarrollo que había permitido consolidar una serie de
Estados de Bienestar Social –que con diferencias de grado y alcance- habían podido
generar instituciones y programas que contribuían a paliar y/o resolver problemas sociales
de alta envergadura (pobreza, desnutrición, mortalidad infantil, salud, esperanza de vida,
enfermedades, desempleo, asistencia pequeños y medianos propietarios agrícolas,
educación, etc) (Solano, 2001, 2013).

Con el proceso de endeudamiento externo, en el marco de la denominada crisis de


los petrodólares -deuda externa de América Latina-, la región comenzó a experimentar un
deterioro significativo de los avances que en materia social y económica y política había
logrado en décadas anteriores, coincidiendo ello con la contrarevolución neoliberal que se
venía fraguando desde la década del 40 del siglo pasado por parte del gran capital, que veía
con malestar los logros alcanzados por la clase trabajadora (garantías sociales, salarios,
aguinaldos, derechos de sindicalización, salud, educación, vivienda, representación
político-electoral, entre otros).

En virtud de ello, no tardo mucho tiempo en producirse un giro económico-político


y semántico hacia la derechización de nuestras sociedades y las débiles democracias de la
región experimentaron el retorno de dictaduras y golpes militares apoyados por el capital
extranjero y el gobierno de los Estados Unidos, que crearon el suelo fértil para la llegada de
gobiernos con una visión económica neoliberal y una visión política conservadora. De esta
manera, países como Guatemala, Honduras, Nicaragua, El Salvador, Costa Rica y Panamá -
en el caso centroamericano-, pasaron a formar parte del experimento económico neoliberal
a partir de la aprobación de leyes y lineamientos políticos que reorientaban al Estado y a la

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sociedad hacia una visión de libre mercado, y en el contexto de un discurso altisonante que
proclamaba los perjuicios del Estado de Bienestar, y unas garantías sociales, económicas y
políticas, que al decir de los neoliberales habían venido debilitando y empobreciendo al
Estado.

En este entendido, Centroamérica recibe la década del 80 del siglo pasado


impulsando y ejecutando una serie de Programas de Ajuste Estructural (impulsados por el
Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial), mediante los cuales se buscaba
reorientar las economías hacia el libre mercado, apertura a las transnacionales, promoción
de la inversión de capital externo, privatización de empresas estatales, fortalecimiento de
las licitaciones privadas para la obra pública y la minimalización del Estado mediante el
recorte de presupuestos en salud, educación, vivienda, salarios, etc.

Esta nueva realidad económica requirió no sólo de las políticas de shock empleadas
a través de los programas de ajuste estructural, sino también de lo que en Centroamérica se
denominó como la “guerra de baja intensidad”, esto es la represión, el encarcelamiento y el
asesinatos de miles de ciudadanos en Honduras, Guatemala y el El Salvador desde finales
de la década del 70 y durante toda la década del 80.

Este programa de aniquilamiento de la oposición, dentro del que destacaba el


asesinato de intelectuales, líderes sindicales, sacerdotes, estudiantes, y en general miembros
de la sociedad civil, llevaba la intención de generar una sociedad del miedo mediante, la
cual la ciudadanía aceptara con cierta resignación las nuevas directrices económicas y
políticas, so pena de experimentar la misma suerte que aquellos ciudadanos silenciados por
la represión militar.

Con la implementación de los programas de ajuste estructural se allanó el camino


para que nuestras sociedades adquirieran una fisonomía diferente a la que habían logrado
construir durante la segunda mitad del siglo XX. Poco a poco el discurso y la práctica del
neoliberalismo fueron convirtiéndose en un asunto de sentido común compartido,
imprimiendo en el imaginario social de la región la idea de que la única alternativa viable
era adoptar la filosofía política neoliberal, misma que se vería reafirmada con la aprobación
de los Tratados de Libre Comercio, instrumentos jurídico-políticos leoninos con los que el
gran capital transnacional liberó las ataduras que aún controlaban la apertura irrestricta al
capital extranjero en las naciones centroamericanas y desarticulo y modifico la legislación
nacional que aún daba un margen de maniobra para políticas públicas y privadas de
orientación nacional.

De ésta manera, el mercadocentrismo y el individualismo comenzaron a ser


profesados ampliamente por grupos intelectuales y medios de comunicación que al servicio
del gran capital divulgaban entre la población centroamericana y latinoamericana los
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beneficios del libre mercado, el individualismo y el derecho a consumir ilimitadamente.
Paulatinamente la idea de “be consumer” de la compulsión al consumo ilimitado anido en
la mentalidad de la gente transformando los valores que otrora caracterizaban a la
población (solidaridad, igualdad, justicia social). Por supuesto esta transición hacia una
sociedad de libre mercado implicó una serie de transformaciones a lo largo de medio siglo,
siendo una de las principales la disminución de la población que habitaba en las zonas
rurales de la región centroamericana, pues el porcentaje de población rural que era más del
50% décadas atrás, comenzó a dar paso a una serie de sociedades urbanas, pues como bien
lo señala el Estado de la Región

“… en 50 años el porcentaje de población que vive en zonas rurales disminuyó


en 17 puntos porcentuales, al pasar de 64% en 1960 a 47% en 2010 (gráfico 1).
En cuestión de cinco décadas “… la población económicamente activa (PEA)
que trabaja en labores agrícolas se ha reducido sustancialmente, pasando de
60% a 22% entre 1960 y 2010”. (2013:).

Ello se encuentra estrechamente relacionado con los procesos de desestructuración de la


economía agrícola campesina y el impacto de los grandes latifundios ahora en manos de
empresas transnacionales cuya inserción ha contribuido a dos procesos simultáneos; por un
lado a la migración del campo a la ciudad -por parte de aquellos que han vendido sus tierras
a dichas compañías o sus intermediarios- y por otro lado, al hecho de que se ha venido
ampliando la reserva de mano de obra que trabaja ahora como asalariada para estas
compañías.

El cuadro N° 1 ofrece una clara descripción del proceso de desruralización de las


sociedades centroamericanas, que en cuestión de cinco décadas, han experimentado una
reducción significativa de su población rural.

Cuadro N° 1
Centroamérica: Población rural (porcentaje)

1960 1970 1980 1990 2000 2010


Belice 44,1 45,8 47,5 48,1 52,3 52,5
Costa Rica 65,5 59,4 55,5 50,3 41,0 41,0
El Salvador 61,5 60,5 55,9 49,6 41,6 36,8
Guatemala 66,4 63,6 67,3 65,0 53,9 59,1
Honduras 69,6 62,8 61,3 59,6 54,0 48,7
Nicaragua 59,1 52,3 49,9 45,6 44,1 43,0
Panamá 58,5 52,4 49,6 46,3 37,8 35,4
Fuente: (2013) Estado de la región en desarrollo humano sostenible. Estadísticas
centroamericanas 2013.

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Como se muestra en el cuadro N°1, los países en los que más se ha reducido la
población rural son Panamá (35,4%), El Salvador (36,8%) y Costa Rica (41,0%), mientras
que países como Guatemala (59,1), Honduras (48,7%) y Belice (52,5%) han sido los que
han experimentado menor pérdida de población rural. Por otro lado, aunque sí bien es cierto
los procesos económicos de shock (ajustes estructurales) han afectado a la sociedad como
un todo, la peor parte la ha debido de soportar la población centroamericana que habita en
las zonas rurales, pues allí la pobreza ha ido creciendo significativamente respecto de la
zona urbana.

En el siguiente gráfico podemos apreciar la distribución de la pobreza entre zona rural y


la zona urbana misma que se encuentra ineludiblemente ligada la pobreza.

Gráfico N° 1: Pobreza urbana y rural

(Tomado de López, C. (s.f.e) Estudio comparativo sobre los sistemas educativos de


Centroamérica.

Con base en el gráfico N°1 podemos observar que exceptuando Costa Rica, en
donde los niveles de pobreza son similares, tanto en el área urbana como en la zona rural,
en el resto de países predomina la pobreza en el área rural, inclusive muy por encima del
promedio para América Latina.

De acuerdo con datos del Estado de la Región (2013) en la última década sólo dos
países lograron una disminución estable en sus niveles de pobreza (Honduras y Panamá).
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Respecto a la pobreza extrema todos los países lograron disminuir su incidencia, a
excepción de Costa Rica y Belice. Honduras es el país más pobre de la región con 61,9% de
la población en esa situación, Guatemala es el país más desigual de la región. En el 2006
(última medición disponible) su Índice de Gini fue de 0,590 uno de los más elevados en
América Latina, la región más desigual del mundo.1

Cabe destacar que en Centroamérica la pobreza tiene una ubicación clara, por ello es
posible establecer algunas coordenadas que nos permiten situar que aspectos condicionan
y/o favorecen la pobreza. Dentro de estos podemos mencionar que la pobreza afecta
mayormente a:

a. Personas pertenecientes a un grupo indígena;


b. Posean familias más extensas;
c. Tengan poca educación o sean analfabetos;
d. Tengan acceso limitado a la tierra (gran parte de ésta en laderas erosionadas);
e. Sean sumamente vulnerables a la creciente violencia rural y a desastres naturales,
como es el caso del Huracán Mitch, en 1998 (Baumeister et al, 2004).

Con base a estos aspectos, podemos destacar con Baumeister et al (2004), que aunque si
bien es cierto en Centroamérica cerca de la mitad de la población vive en zonas urbanas, no
cabe duda de que no solamente la mayoría de los pobres se encuentran ubicados en las
zonas rurales, sino también que éstos tienen dos veces más probabilidades de ser pobres
que los habitantes del medio urbano (Baumeister et al, 2004).

Por otro lado debemos mencionar también que la pobreza se encuentra asociado al
medio geográfico, es por ello que de la población pobre concentrada en el medio rural se
puede observar que un alto porcentaje habita en zonas de alta peligrosidad se encuentra más
acentuada en espacios naturales difíciles; es decir en laderas erosionadas o fronteras
forestales, pues el deterioro medio ambiental y la obligación de las familias a desplazarse
hacia zonas de alta peligrosidad, ha contribuido a que la pobreza tenga un rostro asociado al
impacto de fenómenos de gran envergadura como el Huracán Mitch, que azotó parte de
Centroamérica en el año de 1998 (Baumeister et al, 2004).

A lo anterior debemos sumar el hecho de que se ha venido produciendo un significativo


aumento poblacional en la región centroamericana en los últimos cincuenta años, pues de
12,752.000 habitantes en la década del 70 del siglo pasado, se pasó a 42,867.000 al cierre
de la primera década del segundo milenio, lo cual favorece no sólo el incremento de
personas en condición de pobreza, sino que ejerce una presión mayor sobre el suelo y
favorece el impacto y riesgo ambiental ya señalado.

1
El coeficiente de Gini es una medida de la desigualdad. Normalmente se utiliza para medir la desigualdad
en los ingresos, dentro de un país, pero puede utilizarse para medir cualquier forma de distribución desigual.

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Cuestiones educativas generales para la región

Sí hacemos un breve recuento histórico de la situación educativa en la región, no


podemos negar que ha habido grandes avances en esta materia, aunque también se han
producido retrocesos -producto del cambio de políticas educativas, recortes en servicios y
programas sociales y el manejo poco diferenciado de las necesidades educativas, entre
otros-. A partir de la década del 50 del siglo pasado comenzó a valorarse la importancia de
la educación como pivote del desarrollo nacional, de ahí que muchos de los gobiernos
comprendieran que la educación podía contribuir a elevar el nivel de competitividad de la
fuerza de trabajo y ayudar al logro de una movilidad social ascendente (Solano, 2001).

No obstante ello, la inversión del PIB destinado a educación no logró un porcentaje


que asegurara que los sistemas educativos alcanzaran niveles de eficiencia similares a los
sistemas educativos de los llamados “países desarrollados”.2 A ello contribuyo el estado de
guerra en que permanecieron algunos de los países centroamericanos (Guatemala,
Honduras, Nicaragua, El Salvador) durante la década del 80, sumado a la implementación
de los programas de ajuste estructural señalados, y la adopción de una política económica
neoliberal que sacrificó programas sociales con el propósito de incrementar los indicadores
macro-económicos (Costa Rica, Panamá). En virtud de esto, por lo menos hasta la avanzada
esta década los incrementos en la oferta educativa no fueron suficientes para universalizar
el acceso y atraer a los más pobres a la escuela, a lo que se le sumó la necesidad de mejorar
la eficiencia interna del sistema educativo y elevar la calidad de los aprendizajes (Rama,
1987).

Por supuesto no todo ha sido negativo a nivel educativo, pues en los últimos quince
años hubo mejoras en la cobertura educativa y la escolaridad. La población de 5 a 24 años
que asiste a centros de educación formal pasó de 46,9% en 1992 a 61,7% en 2007, y el
porcentaje de analfabetismo promedio de los países de la región se redujo a la tercera parte
en 40 años, pasó de 38% en 1970 a 12% en 2010 (Estado de la Región, 2013). El siguiente
cuadro permite formarnos una idea en torno del proceso de disminución del analfabetismo
en la región, cuyo combate a lo largo de cinco décadas ha mostrado avances significativos.

Cuadro N°2
ANALFABETISMO (Porcentaje)
Población de 15 años y más que no sabe leer ni escribir
1960 1970 1980 1990 2000 2010
Costa Rica - 10.2 6,9 - 4,8 2,4
El Salvador 79,0 63,0 - 54,0 19,2 15,5
Guatemala 66,0 52,0 43,5 34,1 28,5 16,0
Honduras 52,7 40,4 32,0 - 14,9 10,8
Nicaragua 50,2 42,5 - 25,8 22,0 3,0
Panamá - 20,7 13,2 10,7 7,6 5,5

2
El producto interno bruto es una medida macroeconómica que expresa el valor monetario de la
producción de bienes y servicios de demanda final de un país durante un período determinado de tiempo.

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Fuente: (2013) Estado de la región en desarrollo humano sostenible. Estadísticas
centroamericanas 2013.

Como lo muestra el cuadro N°2, la población analfabeta en la región ha venido


disminuyendo significativamente, lo cual muestra que los programas educativos formales,
no formales e informales tendientes a combatir este tipo de problema social han surtido
efecto a lo largo de cinco décadas. Ello evidencia, a su vez, un compromiso regional
gubernamental con la alfabetización como factor importante para garantizar el derecho
universal a la educación de un gran sector de la población, en particular de la población
joven y adulta -que por diferentes circunstancias no logró las competencias educativas
básicas-.
Con optimismo, pero sin perder una dosis de realismo, podemos decir con base en datos
del Estado de la Región (2013), que en la actualidad Centroamérica tiene una cobertura casi
universal en la educación primaria, en promedio cerca de 9 de cada 10 niños en edad de
asistir están matriculados. Sin embargo, la cobertura disminuye a menos de 60% en
preescolar y secundaria en la mayor parte de los países.

Durante la última década los países del Istmo aumentaron sus tasas de matrícula en los
tres niveles educativos. En preescolar la tasa de matrícula regional promedio pasó de 45,4%
en 2001 a 56,8% en 2011. En primaria la cobertura pasó de 88,9% en 2000 a 93,7% en
2011. En secundaria la matrícula pasó de 40,4% en 2000 a 53,7% en 2011 (Estado de la
Región, 2013).

A pesar de este avance relativamente significativo entre los países de Centroamérica las
mayores brechas en las tasas de cobertura se dan en el nivel de preescolar (Pérez, Soto y
Pellandra, 2013). Para el 2011 Costa Rica presenta la mayor tasa (91,4%) mientras que
Honduras registra la más baja (35,7%). Guatemala –por su parte- es el país que ha logrado
una mayor disminución en las tasas de deserción escolar en primaria y secundaria durante
la última década (5,6 y 9,4 puntos porcentuales, respectivamente). Contrario a ello, en ese
mismo periodo Nicaragua aumentó la tasa de deserción en ambos niveles (6,1) (Estado de
la Región, 2013).

Estos resultados educativos están relacionados con el estado de pobreza de la población


en general y la deficiencia en materia de políticas y programas que garanticen acceso real,
permanencia y un egreso exitoso. A este respecto, los estudios muestran la existencia de
brechas de escolarización entre el 20% de la población más pobre y el 20% de la población
más rica, siendo que en los grupos de mayor edad se amplían estas diferencias, ya que las y
los estudiantes provenientes de los estratos pobres tienden a abandonar el sistema en las
edades tempranas (Pallais y Laguna, 2007:1).

Al indagar sobre las brechas educativas según área de residencia, se observa que, los
residentes del área rural están en desventaja en cuanto al acceso a la educación respecto a
los residentes del área urbana. A este respecto, son Nicaragua y Guatemala los que
muestran las mayores diferencias entre urbano y rural para el grupo de 7 a 12 años.

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Diferencias que se acentúan a más de 30 puntos porcentuales para los grupos de 13 a 17
años de edad; hallazgo que resalta la importancia de extender la cobertura de la educación
secundaria en el área rural de estos países (Pallais y Laguna, 2007: 4).

En Centroamérica se ha señalado que la pobreza tiene rostro de mujer, y en materia


educativa no es la excepción por cuanto existe un alto grado de inequidad educativa de
género en la región. Así es como podemos establecer que en países como Guatemala y El
Salvador existe una diferencia de género que perjudica a las mujeres, en Nicaragua y
Honduras se presenta un caso contrario, lo cual muestra que las intervenciones educativas
no deben darse de manera estandarizada, sino que se deben valorar las particularidades de
cada país (Pallais y Laguna, 2007:4).

Para el caso de niños y niñas pertenecientes a grupos étnicos originarios, podemos


señalar que para países como Guatemala y Nicaragua, estos niños y niñas presentan
diferencias en los porcentajes de escolarización mayores a los diez puntos porcentuales
(Pallais y Laguna, 2007:4).

Algunos desafíos

Para concluir, es oportuno mencionar algunos desafíos a los que se enfrenta la


región centroamericana como un todo, pues a pesar de las diferencias de grado y alcance de
sus logros en materia social, económica, educativa y política, todas comparten un destino
geográfico e histórico común.

Estos desafíos los podríamos organizar en tres ámbitos. Un primer ámbito se


ocuparía de lo social, económico y político, un segundo ámbito lo educativo y un tercer
ámbito lo socio-ambiental.

Ámbito Socio-político y económico

 Equidad e inclusión en los territorios rurales: Centroamérica no podrá dar un salto


cualitativo y cuantitativo hacia un desarrollo sostenido hasta que no logre disminuir
significativamente las brechas socio-económicas, pues la desigualdad galopante,
lejos de contribuir al desarrollo democrático atenta contra este en la medida en que
se van creando situaciones de conflictividad social, producto de una mala
distribución de la riqueza económica y en general de los bienes simbólicos de la
sociedad.

La búsqueda de la igualdad de oportunidades debe conducir a un acceso real a los


bienes materiales y simbólicos de la sociedad (tierra, trabajo, educación, cultura,
medios electrónicos de información y comunicación, entre otros), mediante políticas

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claramente definidas y siguiendo un patrón de rendimiento de cuentas ciudadano
que garantice el uso real y efectivo de los recursos y su impacto en las condiciones
de vida de las poblaciones destinatarias.

 Desarrollo social de las comunidades: En materia de desarrollo rural se deben


llevar a cabo más y mejores programas sociales y educativos -integrados
territorialmente- que permitan promover un desarrollo social real en las
comunidades. Ello se encuentra asociado a la propiedad y el uso de la tierra, así
como al acceso a recursos del Estado que les permitan a las familias alcanzar una
mejor condición de vida como resultado del logro de ingresos económicos fijos, ya
sea mediante la producción agrícola tradicional o formas alternativas de producción.

 Políticas de discriminación positiva para sectores más vulnerables: Es un hecho de


que los sectores más vulnerables de nuestras sociedades se encuentran localizados
en las zonas rurales, y que en estas, son las personas provenientes de pueblos
originarios, las mujeres y las niñas y niños los que reciben más directamente el
impacto de la pobreza y la desigualdad. Y aunque si bien es cierto, en la región se
han venido dando pasos significativos para atender esta realidad, aún persiste la
desigualdad en materia educativa y social, por lo que los programas y políticas que
se desarrollen deben tener un destino específico que mediante controles cruzados y
rendimiento de cuentas permita dar seguimiento a los resultados de los mismos.

 Develar la pobreza: Uno de los mayores obstáculos para enfrentar el flagelo de


pobreza tiene que ver con la forma en que se le concibe y el ocultamiento de las
causas reales que la originan. A lo largo de las últimas décadas, el Banco Mundial y
otras organizaciones internacionales se ha venido encargando de promover una
visión de la pobreza como un asunto individual como la falta de interés y el
conformismo de las personas por acceder a una mejor condición de vida.
Obviamente esta concepción se encuentra indisolublemente asociada al enfoque
económico imperante que plantea la pobreza como una incapacidad para aprovechar
las oportunidades que el medio ofrece.

Contrario a ello debemos combatir este enfoque, comenzando por cambiar la idea
de que la pobreza es un asunto de falta de deseos de superación de las personas,
pues aunque si bien es cierto con el paternalismo estatal de décadas pasadas se
crearon ciertas actitudes proclives al conformismo, más cierto es aún que la pobreza
es un problema estructural que tiene que ver con un modelo societal que concentra
la riqueza en pocas manos, que expolia a los sectores trabajadores y realiza ingentes
esfuerzos por recortar los beneficios sociales y económicos de las grandes mayorías,
a fin de promover un mayor margen de utilidad para el gran capital -tanto nacional

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como extranjero-. Ello ayudaría a comprender que las políticas y los programas no
pueden ser simples paliativos que no resolverán el problema en su raíz, por supuesto
se requiere más una simple política, pero ello es parte de lucha semántica por el
poder de la enunciación y el empoderamiento de la palabra que tenemos que dar en
América Latina.

Ámbito Educativo

 Equidad de la educación: Sin querer dar más valor de lo debido a las teorías del
capital humano, podemos argüir que no se puede negar que la educación contribuye
-en buena medida- al nivel de ingresos de una persona y una familia. Estudios de la
CEPAL han demostrado que existe una correlación positiva entre el nivel de
escolaridad y el nivel de ingreso, y que una forma de salirse del círculo vicioso de la
pobreza es garantizar a la población pobre un grado de escolaridad superior a los
doce años, lo cual garantizaría un ingreso digno a las familias

Sí bien es cierto no puede negarse que los sistemas educativos han dado pasos
significativos en esta dirección, aún persisten altos niveles de desigualdad en la
educación centroamericana (preescolar, secundaria, universitaria). Diversos estudios
demuestran, por ejemplo, que a nivel de educación universitaria quienes se ven más
beneficiados son los sectores provenientes de los quintiles más ricos, mientras que
las personas provenientes de los quintiles más pobres tienen menores posibilidades
de ascender en la pirámide educativa y por ende lograr trabajos que ofrezcan una
remuneración mayor.

Desarrollar programas de educación alternativos, regionalizados y adecuados a cada


contexto contribuiría a dar solución a esta problemática, pero para ello se requiere
de cambiar la mentalidad de las autoridades superiores e intermedias de los
ministerios y gobiernos para que comprendan la necesidad de implementar
estrategias educativas diferenciadas. En la medida que los gobiernos conciban la
educación como una inversión y no como un gasto será posible promover a través
de ella mecanismos de redistribución de la riqueza y equiparar las oportunidades de
bienestar a la población más afectada por el modelo de desarrollo excluyente que se
implementó en la región.

 Calidad de los aprendizajes: Quizás uno de los mayores problemas a los que se
enfrentan los países centroamericanos es el de la calidad de los aprendizajes, No nos
referimos a calidad en el sentido mercantil y mercadocéntrico con que se suele
medir el avance educativo en nuestros países, nos referimos a que mejoraremos
cualitativamente la educación en la medida en que comprendamos que cada región
tiene sus particularidades que deben existir currículos adaptados a cada necesidad, a

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que la educación universitaria no debe ser la única opción y que los procesos de
formación técnica pueden contribuir a elevar los ingresos de las familias pobres,
permitiéndole a estas abandonar el circulo vicioso de la pobreza.

Refiere también al hecho de que se debe invertir más en las escuelas rurales, en la
formación de los docentes y en la posibilidad de egreso exitoso de los estudiantes
del medio rural así como su acceso y permanencia exitosa, ya sea en una educación
técnica intermedia o bien una educación universitaria.

Gestión del conocimiento: Uno de los mayores problemas que afecta a los
habitantes de las zonas rurales es el poco o nulo acceso a los medios de
comunicación e información electrónica, así como a las redes sociales. No cabe
duda de que el mundo ha disminuido los tiempos y espacios de comunicación y que
muchas de las actividades sociales y económicas se ven favorecidas por el uso de
estos instrumentos, sin embargo en las zonas rurales los niños/niñas, y los jóvenes y
adultos carecen de acceso a estos nuevos bienes simbólicos de la modernidad tardía.

La posibilidad de tener acceso a ellos puede contribuir a abrir un abanico de


posibilidades laborales a los habitantes de las zonas rurales, ya que ello les podría
permitir vincularse social y productivamente con otras regiones, conocer otras
culturas y lenguas, tener acceso a nuevos conocimientos y sobre todo tener un
conocimiento más cercano de aquellas decisiones, leyes y políticas que los afectan o
benefician directamente.

Ámbito Socio-ambiental

 Economía y medio ambiente: No cabe duda de que existe una relación profunda y
compleja entre economía y medio ambiente. Los modelos de desarrollo
implementados desde la época colonial han demostrado que la incidencia del
primero sobre el segundo ha conducido a la actual crisis medioambiental, ya que la
producción de excedentes para el comercio atenta contra el equilibrio que debe
haber en el planeta, y la explotación irracional de los recursos han generado el
malestar de la madre tierra que responde de manera virulenta contra todas aquellas
expresiones de destrucción sistemática que ha implementado la cultura occidental.

Nos enfrentamos a una crisis civilizatoria y el único camino que nos queda es
buscar un modelo de desarrollo societal capaz de articular los elementos de las
culturas originarias y las de la llamada “cultura universal”. El desarrollo rural
territorial integrado debe considerar como parte de sus políticas y programas una
filosofía que articule los saberes occidentales con los saberes ancestrales y

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campesinos en la lógica de esa poética de la vida que los pueblos del Sur de
América llaman como el Sumak Kawsay o Buen Vivir.

Se trata de un paradigma comunitario que abriga una propuesta de alternativa al


desarrollo capitalista, y lo hace a través de la definición de un conjunto de valores,
fines y medios que implican volver a la centralidad del ser humano de todos los
procesos sociales, políticos y económicos, en un marco de armonía con la naturaleza
(García Álvarez, 2013).

Un aspecto a destacar es que esta visión de mundo presupone una puesta en cuestión
del modelo societal y civilizatorio impuesto por la modernidad occidental, ya que
filosófica, axiológica y epistemológicamente se plantea desde una lógica de vida,
unos valores, unos saberes, unas formas productivas y unas relaciones humanas que
nada tienen que ver con la racionalidad occidental (Solano, 2013).

Como lo señala Acosta (2010), Suma Kawsay o buen vivir no tiene relación con la
concepción occidental de “bienestar”, pues más bien ésta se construye desde una
cosmovisión indígena en la que:

… el mejoramiento social – ¿su desarrollo?– es una categoría en permanente


construcción y reproducción. En ella está en juego la vida misma. Siguiendo
con este planteamiento holístico, por la diversidad de elementos a los que están
condicionadas las acciones humanas que propician el Buen Vivir, los bienes
materiales no son los únicos determinantes. Hay otros valores en juego: el
conocimiento, el reconocimiento social y cultural, los códigos de conductas
éticas e incluso espirituales en la relación con la sociedad y la Naturaleza, los
valores humanos, la visión de futuro, entre otros. El Buen Vivir aparece como
una categoría en la filosofía de vida de las sociedades indígenas ancestrales
(2010:9).

Como bien puede apreciarse, suma kawsay presupone una ruptura


epistemológica real y efectiva con la matriz histórico-cultural impuesta a partir
del siglo XV, y expresa una narrativa otra, diferente, imposible de aprehender
con las categorías y las lógicas de pensamiento que ha construido el capitalismo
a lo largo de su historia.
 Sostenibilidad ecológica: El deterioro del medio ambiente está relacionado con un
patrón económico que engulle sin piedad los recursos que deberían ser protegidos y
reproducidos para el mantenimiento de la vida sobre la tierra. El retorno a prácticas
de cultivo y tradiciones socio-culturales ancestrales puede contribuir a ello, pero se
requiere de la protección de la sociedad y de la garantía constitucional y por medio
de la legislación de cada país para favorecer este tipo de cultura de protección al
medio ambiente, pero no como un objeto o bien material (recursos naturales), sino
como elementos constitutivos de la gran cultura plantearía en el que la visión
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antropocéntrica dominante es superada para dar cabida a una concepción holística
del mundo y de la realidad.

Este giro epistemológico, cultural y pluridiverso contribuiría significativamente a


mitigar la destrucción sistemática de la naturaleza, y por ende a cambiar
paulatinamente las condiciones de vida de quienes viven en situación de pobreza en
el medio rural, y tienen que vivir en zonas de alto riesgo (laderas, orilla de volcanes,
ríos y zonas deforestadas, etc).

Los mal llamados desastres naturales no son más que desastres humanos, ya que son
fenómenos causados por el ser humano, y aunque afectan a los habitantes de las
zonas rurales no necesariamente han sido ellos los causantes, por eso una política
pública orientada al fortalecimiento de una nueva cultura por la vida podría
contribuir significativamente al cambio del paisaje y al mejoramiento de la calidad
de vida en el campo.

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