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¿Racionalidad instrumental capitalista o redes fluidas de actantes?

Ciencia y política
en Herbert Marcuse y Bruno Latour1

Ricardo Esteban Vega León2

Palabras clave: ciencia, política, Herbert Marcuse, Bruno Latour

La relación entre la ciencia y la política se ha planteado de diferentes formas y se ha


conceptualizado recurriendo a diversas categorías y desde distintas posturas teóricas. Este
escrito se ocupa de la relación entre lo científico y lo político teorizada por Herbert Marcuse
y Bruno Latour. Así, se interpretará la forma cómo ambos teóricos vinculan los dos conceptos
y se criticará la teoría de Latour desde una postura marcuseana. Por lo tanto, la problemática
de este trabajo se enmarca, por un lado, en la comprensión de la relación entre la ciencia y la
política y, por otro lado, en la crítica marxista a la teoría del actor-red. En ese último aspecto,
autores como Ben Fine (2005) han criticado desde una postura marxista a la teoría del actor-
red. Dicho autor la cuestiona, en tanto su aproximación a la economía política del capitalismo
es insuficiente. Esto, porque plantea demasiada fluidez en el orden económico-político, lo
que no le permite entender las desigualdades estructurales y las relaciones de dominación de
ese orden. Este trabajo se inserta dentro de esa problemática, porque busca ampliar la crítica
marxista a la teoría del actor-red. Se hará en clave científico-política y desde la apropiación
frankfurtiana del marxismo que desarrolló Marcuse. En ese sentido, se propondrá que
Marcuse tiene una aproximación fuertemente crítica del orden científico-político capitalista,
de sus relaciones de poder y dominación y de su lenguaje. Para eso tiene en cuenta a la
racionalidad instrumental como mecanismo de dominación científico-político. En cambio, la
postura de Latour es sólo parcialmente crítica y no considera que la racionalidad instrumental
sea un elemento importante para analizar la relación entre lo científico y lo político. A partir
de lo anterior, se realizará la crítica.

Para lograr eso, el texto será estructurado de la siguiente forma. Empezará con la
interpretación de la teoría de Marcuse, que será seguida por la interpretación de los
postulados de Latour. Estas partes serán divididas en dos secciones, que son: ciencia y
ser/debe ser del orden político y ciencia y lenguaje político. Luego de eso, se criticará a

1 Ponencia presentada en septiembre del 2016 con ocasión del IV Congreso Colombiano de Ciencia Política.
2 Estudiante, Departamento de Ciencia Política, Universidad de los Andes. Correo: re.vega10@uniandes.edu.co

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Latour desde postulados marcuseanos y se terminará con una conclusión. Ahora bien, los
textos usados serán interpretados usando una metodología que sintetiza la aproximación de
Quentin Skinner (1969) con la de Jürgen Habermas (1993). De esa forma, y tomando como
base la hermenéutica de Skinner, se entenderán no sólo en lo escrito, sino también en lo que
se quiso significar. Para eso, es necesario tener en cuenta el contexto intelectual, histórico y
político y la adscripción teórica del autor. Eso permite aproximarse a los textos de Marcuse
y Latour de una forma más compleja, en tanto se tiene en cuenta lo escrito y lo significado.
Igualmente, se tendrá una postura crítica como la de Habermas, en la que se considera que el
conocimiento siempre tiene intereses y que la teoría política es un conocimiento
inherentemente político. Lo anterior implica que las teorías de Marcuse y de Latour tienen
intereses políticos y buscan construir un orden político específico. Eso posibilita criticar a
Latour por tener intereses políticos problemáticos desde una postura marcuseana.

Ciencia y política en Herbert Marcuse

Ciencia y ser/deber ser del orden político

Herbert Marcuse considera que el orden político capitalista es problemático y muy criticable.
Para el teórico político alemán, este está basado en relaciones de poder y de dominación que
son hegemónicas y que permiten el control total y autoritario de la clase y los grupos
dominantes sobre los dominados. Eso implica que se establecen mecanismos de
subordinación, mediante los cuales la política se vuelve unidimensional y se anula el
conflicto. De esa forma, se impone hegemónicamente el interés de quienes dominan y se
constituye la sociedad de una manera en la que se garantiza la reproducción de dicha
hegemonía como la única forma de orden político. En palabras del autor, “[…] la sociedad
industrial contemporánea tiende a ser totalitaria. […] Opera a través de la manipulación de
las necesidades por intereses creados, impidiendo por lo tanto el surgimiento de una
oposición efectiva contra el todo” (Marcuse, 1991, p. 3). A la vez, eso deriva en que se
unidimensionaliza la política en su totalidad. Es decir, esta sólo se entiende y se puede pensar
dentro de los cánones del liberalismo. Así, nociones como las de libertad y democracia tienen
un único significado, que es el asignado y naturalizado por dicha aproximación de
pensamiento político. Asimismo, eso imposibilita las alternativas, pues estas se vuelven una

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utopía imposible de realizar al buscar trascender el orden político establecido (Marcuse,
1991, pp. 19–21).

Ese orden político se relaciona con la ciencia, debido a que ese tipo de conocimiento es un
mecanismo de dominación que permite su reproducción. Según Marcuse, tanto lo científico
como lo político (y todas las dimensiones de la vida en el capitalismo) se ven permeadas por
la racionalidad instrumental. Esta última posibilita que la ciencia y la política se vinculen
para mantener la hegemonía del capitalismo. Además, dicha racionalidad es funcional al
capitalismo, pues se configura únicamente dentro de ese orden y lo muestra como el más
racional y el único posible. Siguiendo a Marcuse (1991), “[…] la racionalidad asume una
forma de control metódica; organización y manejo de la materia como simples elementos de
control, como instrumental que se presta a sí misma para todos los propósitos y fines” (p.
156). En ese orden de ideas, una ciencia y una política basadas en la racionalidad instrumental
son totalmente hegemónicas y protectoras del statu quo. Su lógica interna está construida
sobre un tipo de racionalidad inherentemente hegemónica, por lo que siempre van a
reproducir el orden establecido. Como dicho orden tiene tendencias de control autoritario y
unidimensionalización política, entonces lo científico y lo político estarán inmiscuidos dentro
de esas tendencias. Por lo tanto, la relación entre ambos conceptos se da gracias a la
racionalidad instrumental y en clave de mecanismos de dominación capitalista.

Ahora bien, el pensamiento operacional científico es fundamental para la creación y


legitimación del pensamiento político unidimensional. Ese primer tipo de pensamiento sólo
tiene en cuenta lo dado y comprobable empíricamente como lo válido y posible e influye en
el segundo tipo de pensamiento, pues permite que este construya a la política a partir de una
aproximación operacional que la unidimensionaliza. Es decir, la política se entiende
únicamente cómo existe y se sostiene que su única manifestación posible es la actual. Así, se
toma a las configuraciones políticas del capitalismo como dadas y naturales, lo que deriva en
imposibilitar cualquier tipo de emancipación que busque trascenderlas. Marcuse (1991)
sostiene que,

“la sociedad obstruye toda una serie de operaciones y comportamientos


oposicionales […]. La trascendencia histórica aparece como trascendencia
metafísica inaceptable para la ciencia y el pensamiento científico. El punto de vista

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operacional y behaviorista, practicado en general como “hábito del pensamiento”,
se vuelve el modo de ver del universo establecido de discurso y acción, de
necesidades y aspiraciones” (p. 15).

De ahí que la relación entre lo científico y lo político sea de reproducción del orden político
capitalista. Ambos conceptos se constituyen mediante una lógica en la que funcionan como
mecanismo de dominación y control autoritario y afirman al capitalismo como el único orden
posible. Entonces, normalizan esa forma de estructurar la sociedad y disciplinan a los
individuos dentro de esta.

Ahora bien, Marcuse propone un deber ser del orden político y de la ciencia, que es la
emancipación del capitalismo y la transformación de la sociedad en socialista y democrática.
Para eso, es fundamental repensar y resignificar a lo científico y a lo político, para que se
posibilite construir una nueva ciencia y una nueva política (Agger, 1976). Estas serían justas
y legítimas, puesto que permitirían trascender los mecanismos de control autoritario y
dominación establecidos para reproducir el capitalismo. Siguiendo al teórico político alemán,
“[…] la racionalidad científica, traducida en poder político, parece ser el factor decisivo en
el desarrollo de alternativas históricas” (Marcuse, 1991, p. 230). En ese sentido, lo científico
y lo político son fundamentales para la pacificación de la existencia. Esta última implica la
capacidad de los individuos de aminorar su lucha por existir, al usar los recursos de una forma
que permita vivir democráticamente y no a partir de mecanismos de dominación autoritaria.
Ese proceso exigiría una gran negación, pues se debería rechazar de forma absoluta al
capitalismo, a sus relaciones sociopolíticas y a sus formas particulares de constituir a la
ciencia y a la política. De esa manera, se podría pensar en un orden político alternativo,
porque se buscaría una transformación absoluta del capitalismo al negarlo en su totalidad.
Dicha negación no sería realizada por los obreros de las fábricas de los países industriales,
sino por los marginados y excluidos del sistema. Esas clases, razas y géneros son los únicos
que pueden afirmar una oposición total al capitalismo, en tanto están afuera de este y les es
posible rechazarlo en su totalidad. En últimas, Marcuse no niega a la ciencia ni a la política,
sino que busca reconfigurarlas para que tengan un carácter emancipador y sean centrales en
la construcción de las alternativas históricas al orden político capitalista (Marcuse, 1991, pp.
220–257).

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Ciencia y lenguaje político

Herbert Marcuse considera que el lenguaje es central en las relaciones de poder y


dominación. El uso de palabras, conceptos y enunciados permite estructurar al mundo de una
forma específica, significar a la política y crear jerarquías entre clases y grupos sociales. Así
pues, el lenguaje no es neutral, sino que tiene un carácter político inherente. Naturalmente,
este se inserta dentro del orden político del capitalismo, por lo que es un mecanismo de
dominación útil a la reproducción de dicho sistema. Es unidimensional y operacional y
significa a los conceptos científicos y políticos únicamente como existen en la hegemonía.
De ahí que las palabras, conceptos y enunciados mantengan el orden y sus manifestaciones
científicas y políticas. Estas sólo permiten representar al mundo tal y cómo existe, negando
cualquier horizonte emancipador. El autor considera que,

“[…las] palabras y [los] conceptos tienden a coincidir o, más bien, que el concepto
es absorbido por la palabra. El primero no tiene más contenido que el designado
por la palabra en el uso publicitado y estandarizado y se espera que la palabra no
tenga otra respuesta que la del comportamiento publicitado y estandarizado”
(Marcuse, 1991, p. 87).

Entonces, el lenguaje se inserta dentro de las tendencias de control autoritario y dominación


que caracterizan el orden político capitalista. Significa a los conceptos y a las palabras de una
forma única y que se relaciona absolutamente con el orden. Cualquier significado
contrahegemónico y anticapitalista es caracterizado como irracional e inválido y, así, se
descarta como una posibilidad de entendimiento alternativo de la palabra y del concepto.

La ciencia posee un lenguaje operacional, que redunda en la validación y legitimación del


lenguaje político unidimensional. Los conceptos postulados en actividades científicas son
fundamentalmente empíricos y niegan cualquier sustento normativo, lo que implica que se
signifiquen a partir de una correspondencia absoluta con el orden hegemónico. A la vez, eso
deriva en que el lenguaje político también esté totalmente alineado con el capitalismo. Esto,
ya que para ser válido y legítimo debe ser igual al científico, por lo que no debe desligarse
en ningún momento de los significados existentes. Eso cancela una dimensión normativa y
transformadora, que se vuelve inválida por no corresponderse con la realidad. Así, por
ejemplo, en la ciencia política positivista se operacionaliza y unidimensionaliza el concepto

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de democracia. Lo democrático es elecciones con competencia entre dos candidatos que
tengan bloques de votantes, electores independientes e interés por competir, ganar y tener
éxito. Dicha definición es operacional y unidimensional, puesto que se corresponderse
absolutamente con la democracia liberal existente, la toma como dada y la naturaliza. Por lo
tanto, no le da otras dimensiones a la política democrática y anula cualquier potencial
transformador de ese concepto (Marcuse, 1991, pp. 115–120).

Igualmente, el lenguaje científico es útil al disciplinamiento de los individuos dentro del


capitalismo. Se sostiene que el mundo se puede conocer, ordenar y controlar, en tanto es
posible predecir su funcionamiento a partir de relaciones entre unidades plenamente
identificables. Para eso, es necesario cuantificarlo y estandarizarlo. Los humanos entran
dentro de esa concepción científico-política del mundo y se vuelven unidades susceptibles
de conocer, ordenar y controlar usando mecanismos lingüísticos pertenecientes al
conocimiento científico. A partir de eso, su disciplinamiento es posible dentro del
capitalismo, debido a que se vuelven magnitudes, variables o conceptos susceptibles de ser
controlados dentro de modelos cuantitativos. Siguiendo a Marcuse (1991), “[…] la
cuantificación universal es un prerrequisito para la dominación de la naturaleza […que] ha
permanecido relacionada a la dominación del hombre” (pp. 164-166). Por lo tanto, el
lenguaje sostiene la hegemonía capitalista. Este se operacionaliza en la ciencia y se
unidimensionaliza en la política, para poder mantener las tendencias políticas autoritarias en
las que se basa el capitalismo.

En últimas, para Marcuse la ciencia y la política se relacionan como mecanismos de


dominación útiles a la reproducción del orden político hegemónico capitalista. Ambos
conceptos se ven totalmente permeados por la racionalidad instrumental y establecen un
pensamiento operacional y unidimensional respectivamente. De ahí que sólo respondan a las
lógicas del sistema capitalista y que reproduzcan su control autoritario y la dominación de
unas clases y grupos sociales sobre otros. De la misma forma, el lenguaje científico y político
se inmiscuye dentro de ese orden. Eso implica que signifique a los conceptos sólo como
existen, anulándoles cualquier posibilidad de subversión de la hegemonía. Sin embargo, es
posible transformar a la ciencia, a la política y al orden. Es necesario pensar una nueva ciencia
y una nueva política, que busquen construir un mundo socialista, democrático y justo.

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Ciencia y política en Bruno Latour

Ciencia y ser/deber ser del orden político

Bruno Latour sostiene que el orden político se constituye a partir de una red conformada por
actantes. Es decir, quienes forman las relaciones de poder son humanos y no humanos y, así,
se genera el orden. La red es fluida y va cambiando de acuerdo a los cambios en las
asociaciones que se dan entre los actantes. En ese sentido, el orden político no es fijo, sino
que varía de acuerdo a las transformaciones en cómo se vinculan quienes lo conforman. De
igual modo, no está compuesto por una sola red; hay múltiples redes que lo configuran y
reconfiguran. Dichas redes pueden tener lógicas de funcionamiento separadas, ya que los
actantes que las conforman son distintos. Eso no implica que estén totalmente aisladas una
de la otra. Pueden relacionarse si los actantes que hacen parte dos redes separadas se
empiezan a relacionar o si el orden cambia y se reconfigura de tal forma que separadas se
vinculen. Asimismo, lo político (así como lo social) no se puede tomar como una categoría
dada que significa algo específico y equiparable a lo biológico o lo mental. Más bien, es una
categoría que existe, en tanto hay asociaciones que la forman al establecer relaciones de
poder. No hay una esencia de lo político, sino que esto se puede rastrear de acuerdo a cómo
sea configurado el orden por los actantes (Latour, 2008).

La ciencia es fundamental en la generación del orden político. Los actantes de la ciencia,


entre los que se puede incluir a los científicos, los objetos usados en actividades científicas y
los objetos de estudio del conocimiento científico, entran dentro de las redes y construyen
relaciones de poder con otros actantes. Así pues, hacen parte de la formación del orden
político, porque ensamblan las asociaciones que producen las relaciones de poder. De ahí que
el teórico francés considere que la política es cosmopolítica. Para él, hay toda una serie de
diversos tipos de actores humanos y no humanos que forman un cosmos y establecen
relaciones de poder para ordenar a la sociedad. En palabras de Latour (2001a), “[…] vivimos
en un mundo híbrido simultáneamente compuesto por dioses, personas, estrellas, electrones,
plantas nucleares o mercados, y es responsabilidad nuestra convertirlo […] en un cosmos
[político]” (p. 30). Por lo tanto, la ciencia y la política se relacionan, pues la primera hace
parte de las redes que conforman, estructuran y transforman a la segunda. Naturalmente, lo

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científico se vuelve inherentemente político al ser una de las fuentes que ensamblan el orden
político.

Ahora bien, la ciencia y la política se relacionan por su vínculo en la razón como poder. Esta
última es lo que le da el poder a la ciencia y le permite ser un conocimiento que influye en
las diferentes dimensiones de las dinámicas sociopolíticas. Se afirma que ese conocimiento
al tener razón es superior a todo lo demás y que se puede arrogar una autoridad más legítima,
más válida y con mayor superioridad que cualquier otro tipo de conocimiento. Eso deriva en
que la ciencia sea tomada como la única verdad absoluta y total, que tiene la mayor capacidad
para decidir cómo constituir el orden político de la sociedad. Siguiendo a Latour (2001b), “la
distinción entre el conocimiento y el saber-hacer práctico es lo que le permite [a la ciencia]
apelar a una ley natural de orden superior con la que callar todas las bocas” (p. 276).
Claramente, esa posición política de la ciencia genera exclusión, pues todo lo no científico
se representa como algo inferior, con menor capacidad de decisión y de influencia en la
configuración y reconfiguración de las relaciones de poder. También, esa posición de
superioridad de lo científico imposibilita reconocer el carácter cosmopolítico de lo político.
A pesar que la ciencia es tomada como superior, eso se hace en clave antropocéntrica, por lo
que los actantes no-humanos no son reconocidos y representados en las actividades políticas
(Harman, 2014). A la vez, la razón permea a la política y la intenta volver científica. Es decir,
busca que los procedimientos como la estandarización, la regularización de procedimientos
o la primacía de la experticia se tomen y naturalicen en el campo político. Así, el discurso
político pasa a ser de expertos (Latour, 2001d, pp. 284–287).

Bruno Latour plantea que hay oportunidades de transformación de la ciencia y del orden
político. Para el teórico social, es necesario resignificar ambos conceptos, para así separar las
dinámicas políticas de la ciencia de la exclusión y reconocer el carácter cosmopolítico del
universo político. En el caso de la primera, esta debe ser entendida como “la máxima
distancia entre puntos de vista tan diferentes como quepa imaginar […e integrada] en la vida
diaria y en los pensamientos de tantos humanos como sea dable abarcar” (Latour, 2001d, p.
310). Lo anterior permitiría que la ciencia no fuera políticamente excluyente. Al reconfigurar
su significado como lo plantea Latour, su posición política dejaría de ser de experticia de
unos pocos y de superioridad y pasaría a ser de inclusión de una gran gama de ideas

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científicas, políticas y de humanos y no humanos. En el caso de la segunda, debe ser
reconocido su carácter cosmopolítico. Es decir, que la influyen actantes humanos y no-
humanos y que todos deben ser representados y tenidos en cuenta en la arena política.
Asimismo, debe ser separada de los procesos de estandarización, regulación de los
procedimientos y primacía de la experticia. Eso permitiría rescatar su condición pública y
democrática, en tanto habría una representación general de todos los actantes y no
antropocéntrica y de expertos (Latour, 2001d, pp. 312–318). En síntesis, Latour considera
que la ciencia y la política se relacionan en una red de actantes que conforman el orden
político. Sin embargo, el entendimiento actual de ambos conceptos es problemático, por lo
que deben ser resignificados para que lo científico y lo político sean democráticos.

Ciencia y lenguaje político

Bruno Latour plantea que la ciencia es eminentemente lenguaje. Para el autor, las disciplinas
científicas existen como una serie de conocimientos estandarizados y comprensibles, ya que
generan códigos lingüísticos como enunciados, conceptos, ecuaciones o medidas que les
permiten tener unos referentes con los cuales interpretar los objetos de estudio, procesos y
resultados. Lo anterior ocurre gracias a las comunidades científicas, en las que una serie de
personas (a través del lenguaje) interpretan ciertas partes del mundo, las clasifican, analizan
y ordenan en clave científica. Además, hay una comprensión universal dentro de la
comunidad científica, pues esas personas aprender a leer, escribir y comunicarse con el
lenguaje de la ciencia. Eso implica que todos los que se desempeñan dentro de una rama de
la ciencia (la biología, por ejemplo) van a entender su lenguaje y clasificar al mundo a partir
de los parámetros y categorías dados por este último. Igualmente, ese lenguaje no es
únicamente una creación humana. Los actantes no-humanos de la ciencia son responsables
en su proceso de constitución. Los objetos son fundamentales, en tanto estos dan medidas o
categorías que son centrales en dichos códigos lingüísticos. Así pues, para Latour, el lenguaje
no es sólo una construcción social, sino que también posee elementos objetivos. Es, entonces,
una referencia circulante en la que median la interpretación y la construcción social, junto
con la materia y los objetos. De igual manera, siempre está circulando y los significados y
significantes se van transformando conforme a cómo cambie la disciplina científica y la red
de actantes que la constituye (Latour, 2001c).

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En ese sentido, el lenguaje de la ciencia es también lenguaje político. Esto, porque dichos
códigos lingüísticos ordenan al mundo de cierta forma, al plantear una manera específica de
interpretarlo y representarlo. Eso deriva en la generación de relaciones de poder, en tanto se
plantea una serie de formas de ver el mundo, lo que implica que tienen la capacidad para
apropiárselo, ordenarlo y estructurarlo a partir de sus representaciones. Siguiendo a Latour
(2001c),

“lo poseemos [al bosque] en su totalidad a través de esos delegados [especímenes


de plantas que representan todo el bosque], igual que el Congreso contiene la
totalidad de los Estados Unidos; una metonimia muy económica ésta de la ciencia
y política, un mecanismo por el que una diminuta parte permite aprehender la
inmensidad del todo” (p. 51).

Entonces, el lenguaje científico es político, por el proceso mediante el cual funciona. Al


representar al mundo de una forma específica, se puede apropiar de este y ordenarlo de
acuerdo a eso. En ese proceso hay manifestaciones de poder, ya que se generan formas de
concebir y estructurar las relaciones entre grupos sociopolíticos o entre sociedad y naturaleza.

La estandarización, que es una característica constitutiva fundamental del lenguaje científico,


es un proceso inherentemente político. Al estandarizar, los científicos crean una serie de
códigos, conceptos o medidas con las que pueden contrastar y comparar sus objetos de
estudio y resultados, para así llegar a conclusiones compartidas. Además, eso permite una
comprensión compartida de la ciencia, pues hay un mismo lenguaje para quienes hacen parte
esta (Latour, 2001c). Eso ha sido un proceso político, pues se ha buscado constituir a la
política como una actividad científica a partir de la estandarización. Se regulan sus
procedimientos (votación), se apela a términos técnicos y absolutos (un significado unívoco
de democracia) y se crean mediciones (el índice de la democracia), para que el campo político
funcione con lógicas muy similares a las del campo científico. Según el científico social
francés, “[…hay] programas científicos […que buscan] sustituir la vida política por las
férreas leyes de una determinada ciencia” (Latour, 2001d, p. 315). Por lo tanto, la
estandarización como un elemento del lenguaje científico es algo político, pues influye la
forma cómo se constituye a la política.

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En últimas, Latour sostiene que el lenguaje científico es político. Posee formas específicas
de representar el mundo, a través de las cuales lo aprehende y ordena. Eso es una
manifestación de poder. Asimismo, sus características, que son inicialmente algo
correspondientes a la ciencia, permean a la política en su conceptualización teórica y su
praxis.

Una crítica marcuseana a Bruno Latour

La crítica desde el enfoque de Marcuse al de Latour se realizará en dos dimensiones. Una


será en la forma como relacionan ambos teóricos a lo científico con el lenguaje político y la
otra girará en torno a cómo vinculan la ciencia con la dominación. Esta última permitirá
cuestionar el proyecto emancipador de Latour, por estar relacionado con el capitalismo.

En cuanto a la relación entre ciencia y lenguaje político, Marcuse (1991) hace una crítica
total a esta en la sociedad capitalista. Para el teórico de la Escuela de Frankfurt, el lenguaje
es un mecanismo de dominación, en el cual se construye y afirma el operacionalismo
científico y la unidimensionalización política. En ese sentido, lo lingüístico permite la
dominación científico-política capitalista, ya que reproduce los mecanismos de control
autoritario. Marcuse cuestiona eso y considera que debe haber una reformulación del
lenguaje, con el cual se posibilite una emancipación de la ciencia y la política capitalistas.
Mientras que para Latour (2001c), el lenguaje no está relacionado con la exclusión política
que se logra a través de la ciencia. El teórico francés no plantea que los códigos lingüísticos
de la ciencia sean mecanismos de dominación. Más bien, considera que estos son necesarios
y normales en la formación del conocimiento científico. Es decir, la ciencia existe y debe
existir con un lenguaje estandarizado, que permita operacionalizar al mundo y comparar
resultados. De ahí que el proyecto político alternativo que plantea Latour no tenga una
dimensión lingüística, pues este último no necesita ser transformado.

En ese orden de ideas, la relación que plantea Latour entre la ciencia y el lenguaje político es
criticable desde una postura marcuseana. Lo lingüístico hace parte del orden político
capitalista, por lo que funciona a través de esas lógicas. Así pues, es un mecanismo de
dominación y control autoritario y no puede ser desligado de eso. Al naturalizar el lenguaje
científico existente como el único posible, como lo hace Latour (2001c), se toman como
dadas las características políticas de dicho lenguaje y, por lo tanto, se afirma su dominación.

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Eso redunda en una teoría cuya postura política es, al menos parcialmente, hegemónica. Esto,
puesto que no establece una crítica total y una negación absoluta del orden político existente,
por lo que está relacionada con su reproducción. Por ende, siguiendo a Marcuse (1991),
Latour relaciona al lenguaje político con la ciencia de una forma problemática, al no tener en
cuenta cómo lo lingüístico es garante de la dominación científico-política y de la
reproducción del capitalismo.

Ahora bien, la teoría de Latour también es criticable por cómo relaciona a la ciencia con la
dominación. El teórico social considera que la ciencia permite la dominación, a través de la
exclusión política de los no expertos y de concentrar casi que la totalidad del poder en los
científicos (Latour, 2001b, 2001d). Entonces, lo científico se relaciona con la dominación
política, pues garantiza la marginación de la gran mayoría de actantes de la configuración de
las relaciones de poder y dominación. En este punto, hay una coincidencia con Marcuse, pues
para este último lo científico también es dominación política. Sin embargo, para el teórico
político alemán la ciencia establece una dominación mucho más fuerte que la que plantea
Latour. A través de la racionalidad instrumental, lo científico y lo político establecen un
control autoritario sobre la totalidad de la existencia de la sociedad y de los individuos. Así,
todo se vuelve funcional al capitalismo y dicho orden se vuelve el único posible. Igualmente,
la política se unidimensionaliza mediante el pensamiento científico operacional, lo que
legítima la existencia de mecanismos de control autoritario y dominación, que mediante la
subordinación, afirman totalmente al capitalismo (Marcuse, 1991). Por consiguiente, la
manera cómo Latour relaciona a la ciencia con la dominación política es cuestionable desde
la teoría de Marcuse. El autor francés no conceptualiza a la ciencia cómo un mecanismo de
dominación total y afirmación absoluta del capitalismo, por lo que teoriza de una forma
problemática su función en la reproducción de la hegemonía. Sólo la ve como una fuente de
exclusión política, pero no de control total. De ahí que su teoría sea limitada para entender
cómo se relacionan lo científico y lo político en la dominación hegemónica del orden
existente.

Lo anterior deriva en que la emancipación de Latour sea parcial, a diferencia de la total de


Marcuse. Como el teórico francés no conceptualiza a la ciencia como un mecanismo de
dominación política total, no busca emanciparse de su forma existente sino sólo

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reconfigurarla. Es decir, Latour no plantea una transformación total de lo científico y lo
político, sino sólo una resignificación. Ambas deben permitir la inclusión y representación
de todos los actantes y no sólo de los expertos, lo que implica sólo una transformación
parcial, pues no es necesario constituirlas con unas lógicas diferentes y alternativas, para que
logren incluir y representar a la generalidad de los actantes (Latour, 2001d, pp. 308–318).
Eso es problemático desde una postura marcuseana, pues es un proyecto político que tiene
una emancipación limitada. No permite trascender el estado de control autoritario anti-
democrático del capitalismo en su totalidad, por lo que la sociedad sigue teniendo un orden
científico-político que lo favorece. Así, permanece entrampado dentro de las lógicas de este
tipo de orden y no construye una ciencia, una política y una sociedad alternativas. En últimas,
la teoría de Latour es criticable desde la de Marcuse, pues su forma de relacionar a la ciencia
y a la política y de buscar una transformación sigue siendo hegemónica, al no configurar una
gran negación del capitalismo.

Conclusión: ciencia, política y neoliberalismo

La propuesta teórico-política de Marcuse permite criticar fuertemente a la de Latour.


Mientras la primera sostiene que la ciencia reproduce y afirma la dominación y el control
total del capitalismo, la segunda considera que sólo afirma una dominación basada en la
exclusión, pero que no vuelve funcionales a los individuos y a los grupos sociales a dicho
tipo de orden. Además, el teórico alemán problematiza el lenguaje científico y político
existente, mientras que el teórico francés no lo hace. En ese sentido, la propuesta de Marcuse
es fuertemente crítica del capitalismo y de su ciencia y su política, mientras que la de Latour
sólo lo es parcialmente. Así, la emancipación del teórico de la Escuela de Frankfurt es mucho
más radical que la del teórico del actor-red, al buscar una negación absoluta de la hegemonía
capitalista y no sólo una resignificación de la ciencia y la política.

Ahora bien, en la versión neoliberal del capitalismo, la propuesta teórica y política de


Marcuse tiene muchísima relevancia. La ciencia afirma su relación con la política mediante
la dominación y la reproducción del orden existente. Como lo sostiene Rodolfo Masías
(2014), los científicos son homogeneizados con un habitus que privilegia y premia la
producción y la productividad, lo que implica que se entiende a la actividad científica de sólo
una forma, que es la que se ajusta a las relaciones de poder y dominación neoliberales. Así,

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la ciencia reproduce al neoliberalismo, pues sólo es posible hacerla de forma legítima y válida
dentro de ese orden. Entonces, la ciencia continúa siendo un mecanismo de dominación y
reproducción del oren político capitalista, como lo planteaba Marcuse. Asimismo, la política
en el neoliberalismo es unidimensional. Su única manera de existir y entenderse es la que se
ajusta a la racionalidad y a los procedimientos consensuales y burocráticos liberales. Las
maneras alternativas de conceptualizar las relaciones de poder se toman como inviables,
falsas e imposibles de existir (Mouffe, 2007). De esa forma, y como lo teorizó Marcuse, en
el capitalismo la política sólo se legitima de acuerdo a los postulados liberales. En últimas,
la teoría política de Marcuse permite entender de forma acertada la relación entre lo científico
y lo político. Además de eso, da horizontes de emancipación, que aunque no son perfectos y
tienen puntos cuestionables, sí permiten pensar una ciencia y una política anticapitalistas,
democráticas y justas.

Bibliografía

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Habermas, J. (1993). Conocimiento e interés. En Ciencia y técnica como ideología (pp. 159–
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