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Utopía y Praxis Latinoamericana

ISSN: 1315-5216
ISSN: 2477-9555
utopialatinoamericana@gmail.com
Universidad del Zulia
Venezuela

La filosofía y la clínica del vacío


Novella Gaya, Enric J.
La filosofía y la clínica del vacío
Utopía y Praxis Latinoamericana, vol. 23, núm. 80, 2018
Universidad del Zulia, Venezuela
Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=27956739002

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Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto
PRESENTACIÓN

La filosofía y la clínica del vacío


Philosophy and the clinics of emptiness
Enric J. Novella Gaya
Universitat de València, España

En 1837, el alienista francés Alexandre Brierre de Boismont presentó una


memoria en la Académie Royale des Sciences en la que, partiendo de la
constatación de la gran variabilidad histórica y cultural de las formas de
la locura (que, según decía, siempre “llevan el sello de cada época y de
cada país”), postulaba un claro aumento de las mismas y el predominio
de las causas morales sobre las físicas en los “pueblos civilizados”. Así, por
Utopía y Praxis Latinoamericana, vol. 23, ejemplo, mientras apenas había locos en América Latina (tal como habían
núm. 80, 2018
podido comprobar viajeros europeos como Alexander von Humboldt),
Universidad del Zulia, Venezuela en Francia eran cada vez más numerosos, solían enfermar a consecuencia
de pasiones como “la vanidad, el orgullo, la ambición, el hedonismo,
Redalyc: http://www.redalyc.org/ el escepticismo o el amor” y sus delirios tenían preferentemente un
articulo.oa?id=27956739002 carácter persecutorio o megalomaníaco (Brierre de Boismont: 1839, pp.
241-295). Casi dos siglos después, y en un contexto de consumo masivo
de los conceptos y categorías de las ciencias de la mente (que, como
bien sabemos, han acabado colonizando la práctica totalidad de ámbitos
de la vida cotidiana – educación, trabajo, relaciones interpersonales,
sexualidad, etc.-), de absorción solipsista en los interminables avatares de
la vida emocional y de fascinación generalizada por todo tipo de técnicas
de conocimiento y manipulación del “yo” (Illouz, 2010), el análisis de los
perfiles cambiantes de la desviación y el sufrimiento psíquico sigue siendo
uno de los campos preferentes de reflexión en torno a las transformaciones
culturales en curso y, muy particularmente, a la emergencia de nuevos
patrones de relación interpersonal y experiencia individual.
El punto de mira se sitúa actualmente en lo que (siguiendo la propuesta
terminológica del filósofo canadiense Charles Taylor) ha venido en
describirse como la nueva “subjetividad expresiva” de la modernidad
tardía (o, si se quiere, postmodernidad), entre cuyos rasgos distintivos
destacan (aparte del recurso ya mencionado a los saberes expertos)
la búsqueda del sentido en el cultivo de la propia interioridad, la
espontaneidad emotiva y la singularidad individual; la tendencia a la
“inmersión”, la “vibración” o la “resonancia” como estrategias de fusión
con el mundo exterior (un aspecto visible, por ejemplo, en la recolección
de “sensaciones fuertes” por medio de prácticas deportivas o sexuales
de riesgo o en la musicalización atmosférica de los espacios públicos);
y, en estrecha relación con lo anterior, la propensión a “borrar” la

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alteridad de las tres hendiduras clásicas de la subjetividad, a saber, el


cuerpo, los otros y el tiempo (Vázquez García, 2005). Dentro de estos
atributos, son también muy conocidos los diagnósticos que apuntan
al “desencantamiento”, la frialdad (cool) y el vacío de significación
experimentado ante la naturaleza y la cultura; a la exigencia narcisista
de autorrealización que conduce a expresar en cada acción el significado
personal, único y auténtico de la propia vida; y, sobre todo, a la experiencia
de aquello que el sociólogo británico Anthony Giddens ha definido como
el “desanclaje” (disembedding), esto es, a la inseguridad y la incertidumbre
de un mundo post-tradicional donde ya no es posible recurrir a las
antiguas instancias proveedoras de sentido e identidad (Giddens, 1991).
Desde el punto de vista psicopatológico, cabe suponer con todo
fundamento que la irrupción de este nuevo patrón de subjetividad
(al que algunos autores prefieren denominar “hiperindividualismo” –
Gilles Lipovetsky – o, directamente, “narcisismo” – Richard Sennet y
Christopher Lasch-) constituye un elemento nuclear en la génesis, la
constitución cultural y la presentación clínica de algunos de los malestares
más representativos de nuestro tiempo. Así, no debe sorprender que, en
un mundo dominado por el desencantamiento de la razón instrumental,
la exaltación de la riqueza expresiva del yo y el “desanclaje” – o lo
que Taylor describe como la “cultura de la pérdida del horizonte”
– (Taylor, 1996), las quejas relacionadas con la consistencia de la
propia identidad, la falta de autoestima, la ausencia de metas y valores
o las sensaciones recurrentes de vacío, futilidad o indiferencia sean
particularmente frecuentes. Y es justamente aquí donde hay que situar
la abrumadora presencia y la extraordinaria relevancia de los desórdenes
cognitivos, emocionales y conductuales asociados con el diagnóstico de
personalidades límite o borderline y otras perturbaciones caracteriales
del ámbito narcisista en el marco de la clínica psiquiátrica y la teoría
psicoanalítica actual (Novella: 2015, pp. 118-138).
En estas coordenadas, tampoco es casual que, en la estela de la obra
pionera de Lipovetsky, buena parte de las interpretaciones de la cultura
contemporánea hayan adoptado la metáfora del “vacío” y apunten de
una forma más o menos explícita a las dificultades de orientación en
un mundo que cambia a un ritmo vertiginoso y plantea nuevos retos y
exigencias (Sáez Rueda: 2011, pp. 71-92). Dependiendo de la perspectiva
de análisis y las referencias teóricas, los elementos determinantes de
la subjetividad expresiva (y, con ello, los rasgos característicos de
la individualidad de nuestro tiempo) se han estudiado en relación
con una amplia variedad de fenómenos, entre los que cabe destacar
el cambio tecnológico (Kenneth Gergen), el pluralismo ideológico
(Peter Berger y omas Luckmann), la abolición de la conciencia
histórica (Lasch), el capitalismo “flexible” (Sennet), la individualización
reflexiva (Giddens y Ulrich Beck), el instrumentalismo de la “razón
desvinculada” (Taylor) o la “gubernamentalidad” y la “psicopolítica”
neoliberal (respectivamente, Nikolas Rose y Byung-Chul Han). Como es
lógico, los grandes diagnósticos filosóficos de la modernidad también han
sido invocados reiteradamente en esta genealogía crítica de la subjetividad

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actual, configurando una suerte de canon semiológico que, a pesar


de su heterogeneidad, constituye uno de los principales legados del
pensamiento contemporáneo.
Al menos desde que Hegel redefiniera su tarea como el ejercicio
sistemático de “poner su tiempo (histórico) en conceptos”, la filosofía,
en efecto, ha abandonado en gran medida su antigua vocación como
analítica de la verdad y ha centrado sus esfuerzos en lo que, recordando el
célebre ensayo de Kant sobre la Ilustración, Michel Foucault definió como
ontología histórica – del presente y de nosotros mismos (Foucault: 1994,
pp. 679-688). Como es sabido, dichos esfuerzos se radicalizaron pronto
debido a la influencia conjunta de la doctrina marxista de la alienación,
la Kulturkritik nietzscheana y el psicoanálisis, a la que habría que añadir
la creciente circulación de conceptos o tesis como la “degeneración”, las
“enfermedades de la civilización”, la “crisis de la humanidad europea” o la
“decadencia de Occidente” (Pick, 1989). Atrapado entre el agotamiento
del proyecto autosuficiente de la razón y la imposibilidad evidente de
regresar a la tradición, el pensamiento filosófico ha ido desplegando así un
auténtico aluvión de dictámenes sobre la modernidad y sus consecuencias
que abarcan desde la “jaula de hierro” weberiana a la “sociedad del
cansancio” de Han, pasando (cómo no) por algunos tan influyentes como
el “olvido del ser” (Heidegger), el ascenso del “hombre masa” (Ortega)
o la “vida dañada” en la “tierra completamente ilustrada” (Adorno)
(Bollenbeck, 2007).
Los ensayos reunidos en este número de Utopía y Praxis
Latinoamericana retoman el pulso de esta ontología crítica del presente
y se interrogan por el “nuevo malestar en la cultura” que se manifiesta
en múltiples ámbitos, pero, muy especialmente, en la proliferación de
consultas relacionadas con la “clínica del vacío”, esto es, con síntomas
o estados psicopatológicos como la depresión, la ansiedad, el déficit de
atención, la impulsividad, el aislamiento social, la difusión de identidad,
el abuso de sustancias o el suicidio. Dejando a un lado la (antiquísima)
cuestión de si ello se debe a un incremento “real” en la prevalencia de los
trastornos mentales o, por el contrario, constituye un artefacto derivado
de la redefinición social de la desviación y el sufrimiento psíquico, lo cierto
es que resulta difícil entender esta proliferación sin remitirse a algunas
mutaciones decisivas operadas en el seno de la conciencia (post)moderna
(Fee, 1999). Pues, necesariamente, los patrones de experiencia de uno
mismo y de relación con los demás, y, con ello, las formas específicas del
malestar, han debido de sufrir modificaciones sustanciales en una sociedad
entregada al vértigo de su propio y exacerbado dinamismo (tecnificación,
productividad, urbanización, movilidad, información, etc.) y en una
cultura que mantiene “hiperestimulado” (Arnold Gehlen) el deseo por
medio del consumo, pero que es esencialmente incapaz de sostener valores
que articulen la convivencia y conformen un “marco de referencia” sólido
para la experiencia individual (García Ferrer, 2018).
Cabe advertir, no obstante, que, en no pocas ocasiones, la crítica
cultural que denuncia el autismo, la superficialidad y la inmadurez del
individualismo contemporáneo adopta un punto de vista paternalista,

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nostálgico o incluso abiertamente conservador que dificulta una


valoración más desapasionada de los riesgos y las oportunidades que
ofrece la subjetividad expresiva de nuestro tiempo. Tal como ha sugerido
Giddens, nuestra “modernidad reflexiva” ha puesto las (inevitables)
heridas del sujeto en manos de una legión de expertos, pero también
ha consagrado un yo más libre y menos hipotecado por la tradición.
Asimismo, y tal como ha apuntado Beck, su imparable avance ha
provocado el colapso de las comunidades tradicionales, pero también ha
deparado al individuo nuevos espacios de encuentro y sociabilidad. Desde
este punto vista, pues, la “clínica del vacío” nos remite ciertamente a un
mundo que ha perdido el rumbo y los puntos de “anclaje”, pero que
(también) ofrece un amplio abanico de posibilidades de identificación; un
mundo que fomenta la riqueza expresiva, pero que tiende a disolverla en la
búsqueda incesante de la espectacularidad, la inmediatez y el impacto; un
mundo, en definitiva, que oscila permanentemente entre la omnipotencia
y la insuficiencia, la oportunidad y la desesperación, la abundancia y el
vacío. A mi juicio, y tal como atestiguan los trabajos que siguen, es en
este sentido crítico, abierto y emancipador (esto es, alejado de cualquier
tentación reaccionaria) que la reflexión filosófica puede seguir aportando
claves valiosísimas en la perentoria y apremiante tarea de comprender lo
que somos y el mundo en que nos ha tocado vivir.

Referencias

Bollenbeck, G. (2007). Eine Geschichte der Kulturkritik. Von Rousseau bis


Günther Anders. C.H. Beck Verlag, Múnich.
Brierre de Boismont, A. (1839). De l”influence de la civilisation sur le
développement de la folie, Annales d”Hygiène Publique et de Médecine
Légale, 21.
Fee, D. (1999). Pathology and the Postmodern. Mental Illness as Discourse and
Experience. Sage, Londres.
Foucault, M. (1994). Qu”est-ce que les Lumières? , en: Dits et écrits, Vol. IV.
Gallimard, París.
García Ferrer, B. (2018), “Contra el capitalismo absoluto: por una filosofía del
futuro”. Utopía y Praxis Latinoamericana. CESA-LUZ, Maracaibo, 23
(80). Pp 43-65
Giddens, A. (1991). Modernidad e identidad del yo. El yo y la sociedad en la época
contemporánea. Península, Barcelona.
Illouz, E. (2010). La salvación del alma moderna. Terapia, emociones y la cultura
de la autoayuda. Katz, Madrid.
Sáez Rueda, L. (2011). Enfermedades de Occidente. Patologías actuales del vacío
desde el nexo entre filosofía y psicopatología. In: Sáez Rueda, L., Pérez, P.,
Hoyos, I. (eds.), Occidente enfermo. Filosofía y patologías de la civilización.
GRIN Verlag, Múnich.
Taylor, C. (1996). Fuentes del yo. La construcción de la identidad moderna.
Paidós, Barcelona.
Vázquez García, F. (2005). Tras la autoestima. Variaciones sobre el yo expresivo
en la modernidad tardía. Gakoa, San Sebastián.

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