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¿Guaidó o Maduro?

Una lectura desde el Derecho


Internacional
22 de Febrero del 2019

Germán Burgos Silva


Profesor Universidad Nacional. Investigador Asociado Colciencias y del ILSA
El reconocimiento de gobierno es una figura del Derecho Internacional
consuetudinario para aquellos casos donde las altas jerarquías del Poder Ejecutivo
de un Estado han accedido a sus cargos como producto de procedimientos no
democráticos según sus normas internas.
En el siglo XX, y en particular en América Latina, esta figura se pensó para
situaciones como golpes de Estados reiterados y revoluciones políticas triunfantes.
Hoy, y luego de las recientes experiencias en Honduras y Paraguay, que significaron
la salida precipitada de sus presidentes, al margen de un debido proceso
constitucional, este tipo de “golpes de estado técnicos” también podrían considerase
como equivalentes a un recambio en el gobierno que no ha respetado las reglas
previas de alternación democrática. La reelección de Nicolás Maduro, en las
condiciones por todos conocidas, cabría igualmente dentro las nuevas dinámicas de
elecciones sin respeto a las reglas democráticas liberales de alternancia y
pluripartidismo.
En presencia de eventos como los anteriores, la práctica internacional consolidada a
lo largo del tiempo, es decir costumbre internacional, fuente del Derecho
Internacional, se ha fundado en el llamado principio de efectividad, es decir, un
gobierno nuevo será reconocido si es capaz de controlar el territorio y su población,
esto al margen de entrar a categorizar desde el exterior de un país, si el mismo es
democrático, usurpador, ilegal etc.
El criterio de efectividad es el colofón del principio de no intervención en los asuntos
internos de un país, el cual es expresado en la conocida Doctrina Estrada, que plantea
que la determinación del carácter político de un régimen es solo tarea de sus
autoridades internas. Bajo este criterio ha operado en la práctica el reconocimiento
expreso o tácito de gobiernos como el de Cuba posterior a la revolución, el de las
dictaduras del cono Sur o, más recientemente, el del gobierno de Honduras y
Paraguay, por los gobiernos de Colombia, entre otros.
La anterior dinámica ha venido matizándose de alguna forma a través de la
condicionalidad democrática que para el hemisferio americano está expresada en la
Carta Interamericana de la democracia. Esta resolución de la Asamblea General del
organismo plantea que, ante ciertas formas de quebrantamiento de la democracia,
que son definidas de manera más o menos precisa, pero, a la vez general, un gobierno
puede estar sujeto a distinto tipo de sanciones diplomáticas respecto del organismo,
tales como suspensión de su participación en ciertos órganos o, inclusive, de la
misma organización. Con todo, los Estados no pierden su facultad de reconocer o no
a un gobierno al margen de su evaluación democrática, pues, como queda claro,
cualquier valoración al respecto está en cabeza de la Asamblea General de la OEA,
según un régimen cualificado de mayorías. Así, por ejemplo, en la última crisis
política en Honduras en el caso del expresidente Zelaya, la OEA usó la Carta
Interamericana, lo cual no significó que el gobierno colombiano de la época, por
ejemplo, le negara el reconocimiento al gobierno interino hondureño surgido en
aquel momento. En suma, los Estados siguen manteniendo la discrecionalidad del
reconocimiento basados en el principio de efectividad, al margen de lo que haga la
OEA en otros planos.
Ahora bien, el no reconocimiento del gobierno de Nicolás Maduro y el
reconocimiento alternativo del presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó,
sientan un precedente preocupante a la luz del Derecho Internacional vigente. De un
lado, contrarían el criterio de efectividad que permitía respetar de alguna manera el
principio de no intervención. De otra parte, permite “juzgar” desde criterios no claros
y ante todo altamente politizados, qué es un país democrático y qué no lo es,
sentando un referente preocupante para el futuro.
Luego de más de dos semanas del reconocimiento contrario al Derecho
Internacional, las virtudes del principio de efectividad saltan a la vista. Hasta la
fecha, el ejercicio concreto de Guaidó no ha tenido alcances en el territorio y en la
estructura del Estado venezolano, a tal punto que la ayuda humanitaria que él
encabeza no ha podido ingresar al país. Como “presidente interino” no puede dar
órdenes a los militares, sino tratar de convencerlos de una “amnistía” qué está sujeta
al Derecho Internacional que cualquier presidente de un Estado debería honrar.
Inclusive, si pudiéramos hablar de efectividad, esta es más hacia afuera del país y
ello ante todo por el papel de los actores que lo reconocen antes que por la capacidad
de control del investido presidente.
El paso jurídico antes analizado tiene varias consecuencias que merecen
profundizarse por otros especialistas. De un lado, el artículo 9º de la Constitución
colombiana plantea que las autoridades de la República se regirán en sus relaciones
exteriores bajo los principios de respeto a la soberanía y autodeterminación de los
pueblos. ¿Es coherente el accionar actual del Gobierno colombiano con esta cláusula
constitucional? De otra parte, antecedentes históricos registran que el extraño
reconocimiento de dos presidentes en un mismo territorio puede ser la fórmula para
justificar una intervención militar a pedido del presidente reconocido
internacionalmente, tratando de salvar maliciosamente las formas de la soberanía.
En últimas, asumiendo que el Derecho Internacional parece quedarse corto frente a
situaciones tan lamentables como las de Venezuela, lo que es muy difícil de aceptar
es que decisiones políticas desconozcan campantemente los avances jurídicos en el
reconocimiento de gobierno. El Derecho como disciplina no solamente enuncia la
legitimación de los fines, sino, sobre todo, de los medios. Por tanto, desde el punto
de vista del Derecho Internacional Público, no vale todo, inclusive una guerra, para
“tumbar” a un presidente.

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