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Origen Fetal de Las Enfermedades Del Adulto
Origen Fetal de Las Enfermedades Del Adulto
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Resumen
Este texto completo es la transcripción editada y revisada de la conferencia dictada en el
marco del XIV Congreso Chileno de Nutrición, realizado en Viña del Mar entre los días
24 al 27 de noviembre de 2004. El evento fue organizado por la Sociedad Chilena de
Nutrición, Bromatología y Toxicología.
Presidente: MSc. Juan Ilabaca.
Cardiopatía coronaria
Figura 1. Mortalidad por cardiopatía coronaria y otras causas (hombres), edades entre
35 y 74 años, Reino Unido 1921-1994.
La cardiopatía coronaria no es sólo una enfermedad de los vasos sanguíneos, sino una
enfermedad sistémica y sus características metabólicas pasan por un largo período
prodrómico, previo a la manifestación de los síntomas; de hecho, hasta en los niños se
encuentran las lesiones precoces de ateroma, las que se relacionan con los factores de
riesgo, lo que significa que la enfermedad comienza muy temprano en la vida.
A fines de la década de 1970, David Barker dibujó una serie de mapas de enfermedad
en el Reino Unido. En el mapa correspondiente a las tasas de mortalidad por cardiopatía
coronaria, en el que destacó las zonas de alto riesgo y las de bajo riesgo, encontró
diferencias de hasta seis veces entre unas y otras. El Reino Unido es un país muy
pequeño y las zonas están muy próximas entre sí, pero hay grandes diferencias en las
tasas de mortalidad por esta enfermedad. Hace unos cien años, las zonas marcadas hoy
como de alto riesgo constituían las regiones más necesitadas del país y, aunque eran de
diversas características: zonas industriales, minas de carbón y zonas rurales agrícolas
muy pobres, lo que tenían en común era la necesidad.
Barker planteó que la cardiopatía coronaria era una enfermedad del desarrollo, causada
por el desarrollo subóptimo del feto, como consecuencia de la pobreza y sus efectos en
las madres. Fue una idea revolucionaria, frente al concepto de que la cardiopatía
coronaria se debía a una combinación de genes y estilo de vida desordenado.
Para probar su hipótesis, Barker salió en busca de los antiguos registros de nacimientos,
de principios del siglo XX, que llevaban las enfermeras y matronas que atendían los
partos en las casas y se desplazaban por el distrito en bicicleta. Estas mujeres trabajaban
con denuedo y su número distaba mucho de ser suficiente; además de todo lo que tenían
que hacer, debían registrar una gran cantidad de datos sobre los recién nacidos y,
afortunadamente, esos registros todavía existen. Los datos se inscribían en grandes
libros, en los que a cada niño le correspondían dos líneas. Se registraba el peso al nacer
y al año de vida, el tipo de alimentación, si era o no lactante, y varios otros datos hasta
la entrada del niño a la escuela, a la edad de cinco años, aunque el peso al nacer era muy
aproximado, ya que se medía en balanzas para papas, en romanas de campo, con
aproximaciones de un cuarto de libra o incluso, de una libra.
Con el peso al año de vida se observó el mismo patrón, o sea, el bajo peso durante la
infancia también es un factor de riesgo para enfermedades posteriores. En la Figura 4 se
relaciona el peso al nacer y el peso al año de edad, con las tasas de mortalidad
estandarizadas y se puede ver que éstas son tres veces más altas en los individuos con
bajo peso al nacer y al año de vida, en comparación con los de peso normal en esas
edades.
En términos clínicos, las tendencias eran fuertes; por ejemplo, en el caso de la diabetes
tipo 2 y la intolerancia a la glucosa, la prevalencia en los hombres que pesaron menos
de 5,5 libras al nacer era de 40%, mientras que en los que pesaron nueve libras o más
fue sólo de 12% (Figura 5). En otras poblaciones del mundo se han comprobado
resultados similares y estas relaciones en particular se repiten con regularidad.
Otro aspecto de los datos de Hertfordshire, que también concuerda con otras series de
datos, es la relación entre la prevalencia de intolerancia a la glucosa o de diabetes tipo 2
y el índice de masa corporal o IMC, en hombres. Se dividió a los sujetos en tres grupos
según su IMC en la edad adulta y cada grupo se dividió, a su vez, en tres grupos según
peso al nacer y se observó que había una interacción entre el peso al nacer y el índice de
masa corporal en la edad adulta. La peor relación se daba en el individuo de bajo peso al
nacer que luego se convierte en un adulto obeso y la mejor relación, en un niño que nace
con alto peso y se mantiene delgado en la vida adulta (Figura 6).
La interacción entre estos dos factores indica que el adulto obeso tiene mayor riesgo de
desarrollar diabetes si su peso al nacer ha sido bajo, o sea, el efecto adverso de nacer
con bajo peso es más fuerte en el grupo de adultos obesos. En otras palabras, la
obesidad adulta amplifica el efecto adverso del bajo peso al nacer y, a su vez, el bajo
peso al nacer amplifica el efecto adverso del IMC elevado en la edad adulta.
Estos resultados condujeron a formular la hipótesis del origen fetal de las enfermedades,
también conocida como hipótesis de Barker o hipótesis del fenotipo frugal, que se basa
en que el crecimiento fetal insuficiente es en realidad un estado de desnutrición, porque
el feto recibe de la madre todos los nutrientes que estimulan su crecimiento. Un feto que
no crece es un feto que no está suficientemente nutrido y esto puede tener diversas
causas: dieta materna pobre, insuficiencia placentaria de algún tipo o genoma fetal con
alto potencial de crecimiento, con déficit relativo del aporte de nutrientes (el que podría
ser normal para un feto con menor potencial).
Debido a una o a varias de estas causas, el feto resulta desnutrido in utero, lo que
desencadena en él uno o varios mecanismos adaptativos (Figura 7):
el reflejo llamado efecto brain sparing, que mantiene el flujo sanguíneo cerebral
a costa de la reducción del aporte a las vísceras abdominales (hígado, riñones,
páncreas y los vasos sanguíneos que los alimentan); es una adaptación
comprobada del feto cuyo crecimiento está retardado.
la reducción de la tasa de crecimiento fetal, con el objetivo de ahorrar nutrientes;
para esto, disminuye la secreción de insulina e IGF-1 y aumenta la resistencia a
la acción de estas sustancias, que son las principales hormonas del crecimiento
fetal.
la respuesta de estrés del eje HPA, que libera cortisol, el cual inhibe el
crecimiento e induce la maduración precoz, con lo que se anticipa el parto.
Por último, se sabe que el feto adapta su composición corporal, probablemente
como una forma de sacrificar tejidos innecesarios para preservar el crecimiento
de tejidos más esenciales; en particular, la masa muscular queda comprometida.
Los estudios en modelos animales plantean que la masa de grasa aumenta; no se
sabe con certeza si lo mismo ocurre en los seres humanos, pero, ciertamente, en
un feto con crecimiento retardado, la razón músculo/grasa está reducida.
La hipótesis del origen fetal de las enfermedades propone que estas adaptaciones, que
ocurren en respuesta a la desnutrición in utero, se tornan permanentes. Esto se debe a
que las adaptaciones ocurren en una etapa crítica del desarrollo, en la que el feto es muy
plástico y es capaz de cambiar, pero persisten después del nacimiento hasta una etapa en
que el individuo ya no es tan plástico, por lo que se crean anomalías metabólicas que
luego conducen a la diabetes tipo 2 y a la cardiopatía coronaria. Puede que estas
anomalías no produzcan enfermedad de inmediato, pero al menos reducirán el umbral
de ese individuo para desarrollar la enfermedad en la vida adulta, en presencia de
obesidad u otros factores adversos del estilo de vida.
Aunque no se pueden mostrar aquí todos los datos de apoyo, se sabe que los niños y
adultos que nacieron con peso más bajo conservan huellas de esas adaptaciones, como
menor cantidad de nefrones, masa reducida de células beta, mala función endotelial para
toda la vida, mayores concentraciones de insulina e IGF-1 y resistencia a estas
hormonas, menos masa muscular, anomalía del eje HPA y mayor concentración de
cortisol.
La evidencia más sólida que apoya la hipótesis del origen fetal proviene de
experimentos efectuados en animales, en muchos de los cuales se ha demostrado que la
desnutrición materna durante la preñez conduce a enfermedades metabólicas en la
descendencia adulta. Un ejemplo es el modelo desarrollado en ratas por Mark Vickers y
Peter Gluckman en Auckland, Nueva Zelandia, en el cual los investigadores
desnutrieron a un grupo de madres durante la gestación y mantuvieron a un grupo con
alimentación normal y además, en el momento del destete, dividieron a las crías en dos
subgrupos, uno con dieta normal y otro con dieta hipercalórica, con lo que se definieron
cuatro grupos.
Las ratas descendientes del grupo de madres desnutridas durante la gestación y que
después recibieron dieta hipercalórica desarrollaron todas las características del
síndrome metabólico, es decir, obesidad mórbida, insulinorresistencia, diabetes tipo II,
menor masa muscular y mayor masa grasa, lo que demuestra que los efectos adversos
de la desnutrición in utero pueden afectar una amplia gama de sistemas: alteración de la
composición corporal y del sistema endocrino, insulinorresistencia, etc. Lo más
interesante fue que las ratas presentaron también anomalías conductuales, lo que
agravaba sus dificultades: trabajaban menos, se movía poco y pasaban la mayor parte
del tiempo descansando. Por lo tanto, además de los efectos estructurales y fisiológicos
de la desnutrición in utero, es posible que la nutrición que recibimos antes de nacer
determine nuestra actitud frente al ejercicio y nuestro apetito.
Otras hipótesis
Entre las hipótesis de alternativa, la primera que se propuso plantea que la enfermedad
en la edad adulta no se debe al bajo peso al nacer per se, sino también a la influencia de
estilos de vida adversos originados por las desventajas sociales y económicas; en otras
palabras, las variables socioeconómicas agravan la relación entre bajo peso al nacer y la
enfermedad en la vida adulta. Sin embargo, esta explicación no es satisfactoria, porque
existe un gran número de estudios efectuados en todo el mundo sobre la relación con el
nivel socioeconómico, con buenos datos, y ellos han demostrado que la relación entre
peso de nacimiento y enfermedades del adulto se repite en todos los grupos
socioeconómicos.
La segunda idea que se propuso plantea que si un niño que nace con bajo peso es
portador de genes de insulinorresistencia, tiene más probabilidades de sobrevivir como
neonato, debido a los mayores niveles de glucosa sanguínea y a otras características
metabólicas; o sea, la insulinorresistencia daría a estos niños una ventaja de
supervivencia, pero, evidentemente, ese mismo cuadro genético también causaría
enfermedad en la edad adulta (McCance DR. BMJ 1994;308:942-5). Esta explicación
no ha resistido el paso del tiempo, principalmente porque la relación entre bajo peso al
nacer y enfermedad en el adulto se analiza en poblaciones cuyas tasas de mortalidad
perinatal son muy bajas desde hace mucho tiempo y el número de muertes perinatales
no es suficiente para que el modelo sea funcional.
En un artículo titulado Descifrar la hipótesis del origen fetal, escrito por Rachel Huxley
(Huxley et al.“Unravelling the Fetal Origin Hypothesis”, Lancet, 2002), se planteó que
la relación entre bajo peso al nacer y presión arterial del adulto estaba sobreestimada y
era demasiado pequeña para tener relevancia; en mi opinión, esta interpretación es
probablemente errónea y engañosa. En una de las tablas de ese artículo se evaluaron
todos los estudios en que se relaciona peso al nacer con presión arterial y la autora
concluyó que en los estudios con pequeño tamaño de muestra el peso al nacer tendría
efectos muy importantes sobre la presión arterial, con diferencias de hasta 5 mmHg por
kilo de peso; en cambio, en los estudios muy grandes, con muestras de miles de sujetos,
el efecto se reducía a sólo 1 mmHg por kilo de peso al nacer. Los autores opinaron que
los estudios grandes eran, probablemente, mucho más confiables y que los estudios más
pequeños, como el de Hertfordshire, daban una impresión engañosa de la importancia
del efecto.
Lo primero que hay que decir es que, a diferencia del estudio de Hertfordshire, los
grandes estudios que se llevaron a cabo en los Estados Unidos se basaron en datos de
inferior calidad en cuanto a tamaño al nacer y al resultado posterior. Los datos, tanto de
peso al nacer como de presión arterial, se obtuvieron del interrogatorio y no de registros
efectivos. La inexactitud de los datos del peso al nacer y la inexactitud de los datos de
medición del resultado tenderían a reducir el efecto observado.
La otra observación es que en el artículo de Huxley se optó por la presión arterial como
resultado, y creo que seríamos los primeros en reconocer que los resultados de la
presión arterial tienen una relación relativamente débil con el peso al nacer; donde se
comienza a percibir relaciones verdaderamente fuertes es en los resultados en términos
de enfermedad, como la hipertensión y la diabetes. El efecto sobre la presión sistólica es
leve, pero tan pronto pasamos a los resultados en términos de enfermedad, como
hipertensión o diabetes, se perciben diferencias en todo el rango de pesos al nacer, del
orden de 30% a 60% de riesgo; en otras palabras, mucho más importante que el que se
derivaría de la medición continua.
En tercer lugar, el peso al nacer es una medida sumamente burda de la experiencia fetal.
Si se desea saber cualquier cosa sobre cualquier persona, el dato menos informativo,
probablemente, sería su peso corporal, pero eso es lo que se mide en los estudios con
neonatos: sólo el peso del niño al nacer, lo que da una imagen muy vaga de la
experiencia intrauterina de ese feto. Esto es evidente, si se piensa que se puede alcanzar
el mismo peso al nacer con muchas trayectorias de crecimiento diferentes; se puede
iniciar bien y fallar más adelante en el embarazo, o el crecimiento puede ser lento, pero
sostenido, durante todo el embarazo y terminar con el mismo peso al nacer. Es de
suponer que los diferentes tiempos en que ocurre el trauma que conduce a estas distintas
trayectorias de crecimiento podrían determinar efectos muy distintos en el metabolismo
de ese feto, pero no se reflejan claramente en diferencias de peso.
Por último, los efectos del tamaño al nacer se amplifican posteriormente con un
crecimiento deficiente en la infancia y con un aumento excesivo de peso más adelante,
particularmente en la niñez. En los datos de una cohorte de Finlandia (Figura 8) se
comparó el índice ponderal al nacer con el IMC a los 11 años de edad y se observó que
en los individuos con bajo peso al nacer había una gran diferencia en el resultado, en
función del aumento de peso en la niñez. Un aumento excesivo de peso durante la niñez
aumentaba notablemente el riesgo de estos niños, fenómeno que no ocurre en los que
tienen mayor peso al nacer.
Cuando David Barker formuló inicialmente su hipótesis del origen fetal, pensó que la
cardiopatía coronaria tenía su origen en la pobreza de las madres, en particular en la
malnutrición materna, y sostuvo con mucha firmeza que se trataba de un fenómeno
relacionado con la nutrición materna. Se ha calculado el efecto del IMC materno sobre
el peso al nacer, sólo para recalcar la importancia de la nutrición materna en el
crecimiento fetal, y se ha encontrado una fuerte relación, en poblaciones diferentes,
entre ambas variables.
Por ejemplo, en Beijing, China, los hombres y mujeres nacidos de madres más delgadas
eran más insulinorresistentes y tenían más probabilidades de ser diabéticos (J Ann Int
Med 2000;132:253-60), asimismo, el estudio holandés sobre la hambruna demostró que
las concentraciones de glucosa a las dos horas eran más altas en los hijos de madres que
habían estado expuestas a hambruna, especialmente si ésta ocurrió en la última parte de
la gestación (Ravelli ACJ. Lancet 1998;351:173-7), y finalmente, en Aberdeen y
Motherwell, en Escocia, se encontraron asociaciones entre las ingestas maternas bajas
en grasa, proteínas y verduras y cifras de presión arterial e insulinorresistencia más
elevadas en la descendencia (Shiell AW. BJOG 2000;107:890-895).
Las tendencias son independientes de factores de confusión, están presentes en los niños
y sus efectos se reflejan en una amplia diversidad de tejidos, lo que podría señalar
diferentes tiempos de la gestación en que el feto se enfrenta a estas dificultades. Los
resultados descritos se replican en intervenciones nutricionales en animales, aunque no
hay en este momento evidencia firme que vincule la dieta materna en humanos, con
estos resultados en la adultez.
El riesgo aumenta para el individuo si, además del bajo peso de nacimiento, presenta un
crecimiento lento durante el primer año de vida, seguido de aumento rápido de peso en
la niñez y obesidad en la edad adulta.
Actualmente se sabe poco acerca de cómo mejorar el desarrollo del feto, cuál es la
mejor manera de alimentar a las madres y qué otros factores influyen en el desarrollo
óptimo del organismo fetal y especialmente, de su cerebro. Es fundamental aumentar el
conocimiento acerca de este tema o, de lo contrario, va a ser muy difícil controlar las
epidemias de enfermedades crónicas que se avecinan.
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Filiación:
[1] Cuerpo Médico de Reserva, Unidad de Epidemiología Ambiental, Universidad de
Southampton, Reino Unido
Citación: Fall C. Fetal origins of adult disease. Medwave 2005 Ago;5(7):e751 doi:
10.5867/medwave.2005.07.751
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