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ALMA KIRI

Volumen I

Alma Kiri – Di.Vi.Na. - Volumen I - La Plata : Natalia Gisela Di Virgilio, 2017.

1. Narrativa Argentina Contemporánea. 2. Literatura Erótica. 3. Literatura. I.


Título.

CDD A863

Maquetación, diseño de lomo y cubierta: El Lobizón (lobizonediciones@gmail.com)

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previo de la titular del copyright. La infracción de las condiciones descritas
puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

Los personajes, eventos y sucesos presentados en esta obra son ficticios. Cualquier
semejanza con personas vivas o desaparecidas es pura coincidencia.

©Todos los derechos reservados.

Sinopsis

Ángeles y Diego se conocerán de una forma muy particular durante una cálida tarde
porteña, la cual los marcará para dejarlos sin nada. Cuando ambos se reencuentren,
retomarán el último beso para vivir un amor urgente, irrefrenable… Explosivo y
desmedido… Sin embargo, una noticia pondrá todo en jaque, haciendo que Ángeles
quiera barajar y dar de nuevo.

¿Qué pasa cuando no sabemos amar y aparece alguien que nos obliga a entregarnos
enteras? ¿Qué sucede cuando nos empeñamos en alejarnos de la luz y, a pesar de
todo, ella nos busca? ¿Hasta cuándo se puede seguir resistiendo detrás de las
compuertas de un muro que quisimos construir para no ver con el alma? Ese huracán
de vida llamado Diego, ¿se dará por vencido ante la renuencia a amar por parte de
la mujer que eligió para compañera de su alma? Las respuestas a todas esas
preguntas tendrán que buscarlas a la par.

Esta historia, llena de luces, sombras y contradicciones, nos habla del coraje y
del amor verdadero, ese que sana y que cree en las segundas oportunidades. Diego y
Ángeles, dos seres que siempre caminaron para encontrarse, aunque lo hicieran en
direcciones opuestas, nos dejarán un mensaje aprendido a pulso de coraje: la
felicidad está más cerca de lo que creemos. Sólo es cuestión de pelear por ella,
grabándonos en el corazón que, más allá de las excusas y condicionamientos que
tengamos, mejorar como personas y reorientar nuestra vida siempre es posible.

¿Te vas a resistir?

Índice

Sinopsis

Capítulo 1 - Te cruzaste en mi camino y tu dulce sonrisa iluminó los días

Capítulo 2 - Mi corazón está alerta y el tuyo también

Capítulo 3 - Sabía que serías un problema en cuanto entraste

Capítulo 4 - Borra con tus labios lo que él beso

Capítulo 5 - Soy el fuego que arde tu piel

Capítulo 6 - Llegaste ciega, perdida y me hiciste perder la cabeza

Capítulo 7 - Intento creer pero la búsqueda continúa

Capítulo 8 - Tengo problemas y uno de ellos es que te necesito

Capítulo 9 - Día y noche estaré y no me iré hasta que tú me digas

Capítulo 10 - ¿Cómo puedo querer cuando temo caer?

Capítulo 11 – Los dulces inicios

Capítulo 12 – Completamente rendida a vos

Capítulo 13 - Y el mañana llegó

Capítulo 14 – Un viaje de ida sin frenar

Capítulo 15 - Cuando me quedo sin cuerda me traes a casa

Capítulo 16 - Dándonos como solo se da si hay amor

Capítulo 17 - Qué decís que no vas a venir si te encanta


Agradecimientos

Acerca de mí

Entre todo y nada te encontré.

Y justo ahí aprendí a quererte.

Entre mañanas y otoños, entre

Gemidos y sombras, entre el calor

De mis manos y tu piel desnuda.

Brando

Capítulo 1 - Te cruzaste en mi camino y tu dulce sonrisa iluminó los días

Tomás está raro. Punto. No hay otra definición a su histeria. Ya sé que estoy
utilizando de nuevo palabras de mi psicólogo, pero es que temo que se esté
aburriendo o tenga a otra. Y yo también siento que… No, mejor no me hago la cabeza.
Seguro es un período que viven todos los amantes. Nosotros nos queremos. O al
menos, eso pensaba hasta la tarde de hoy, cuando mi vida daría un vuelco de ciento
ochenta grados, cuando cambiaría todo entre ambos.

Como no me gustan las hipótesis y siempre tomo el toro por las astas, ayer le avisé
que hoy tendría una sorpresa para él y, como parte de eso, le dejé su agenda libre.
Ser su secretaria tiene sus ventajas: inventar reuniones, crear viajes relámpagos,
organizarle el tiempo a mi antojo… Quería explorar cosas nuevas y ver qué resultaba
de mi idea para resucitar la pareja. ¡Seguro que a este lugar nunca fue con su
mujer! Mi yo interno me palmea la espalda felicitándome y sonrío a la nada. Estas
son las cosas que me diferencian y lo tientan a elegirme sobre Gabriela, y sobre
ellas tengo que apoyarme y mantenerme. No tendré hijos con Tomi pero tengo su
tiempo y mis ganas.

Todo comenzó la semana pasada, cuando Richard me contó que su “chongo del momento”
(como él le dice) lo llevó a un spa swinger donde la pasó muy bien. Sin embargo, me
confesó que eso no era para él. Después de haberle preguntado de todo y de pedirle
los datos, me metí en internet para mirar sus instalaciones, aprender sobre sus
prácticas y también un poco de su historia. Es un lugar (según sus fundadores) que
busca destacarse entre los demás en cuanto a la masividad: la página decía que no
organizaban con más de cuatro o cinco parejas por día, mientras que los demás
eventos juntaban entre quince o veinte parejas al mismo tiempo. Mejor, más tranqui
para empezar, me dije. Me provocó un cosquilleo en el cuerpo todo lo que leí y por
eso me animé a llamar. Me hicieron una mini entrevista telefónica donde me
preguntaron si mi pareja y yo éramos de la “comunidad” y nos dieron cita para
asistir este martes. La mujer con la cual hablé me explicó que no es fácil
“explorar” y que, a veces, tiene sus consecuencias. Por eso, me recomendó venir
hoy, ya que el evento juntaría a parejas sin experiencia (en la práctica, al menos)
y, además, seríamos pocos por ser día de semana. También me dijo que no me
preocupara, que “no hay descontrol, ni es un todo contra todos. El objetivo del spa
es ofrecer un ambiente más cálido y erótico que un simple boliche swinger, donde se
puede hablar y después, solo si hay onda, pasar a la siguiente etapa… Nadie se les
va a tirar encima porque hay reglas que son estrictas y se respetan.” Me pareció
genial la propuesta y me lancé en picada. ¿Qué podría salir mal?

Son las dos de la tarde, ya salí de la oficina y le dije a Tomás que lo llevaría en
auto para no arruinar la sorpresa. En lugar de estar preguntándome cosas o pedirme
pistas hacia dónde vamos, no cesa de mirar su celular y sonreír. Me pongo celosa y
freno el auto de golpe para que me mire. Cuando estoy muy ansiosa sabe que me
comporto caprichosamente, y me amonesta con su mirada antes de volver a su móvil.
Luego de buscar estacionamiento, bajamos. Por fuera, parece una casa normal, enorme
y bien cuidada, que pasaría desapercibida ante los ojos prejuiciosos de cualquiera.
Tomás no pregunta. Solo observa y me mira a mí, de a ratos, sonriendo de costado,
como si intuyera. ¿Conocería el lugar? Mis celos vuelven a activarse y me quedo
callada. Nos reciben con una copa de champagne de bienvenida y una chica nos va
explicando mientras nos conduce por cada estancia. Por segundos, me olvido de Tom.
Solo existe la excitación que va creciendo en mi piel, tanto por el lugar como por
lo que observo, mientras tomo notas mentales y fotografías virtuales sobre cada
cosa que oigo y veo.

―Todos los espacios del Centro están habilitados: los hidromasajes, las duchas y
los gabinetes de masajes. ―Nos mira y sonríe. ―Me alegro que nos hayan elegido para
su primera experiencia, porque en otros lugares no se fomenta tanto la comodidad
como aquí. ―Pufff, re cómodos íbamos a estar pensando y pensando en quién podría
ser nuestra pareja… ¡Como si fuera lo más común del mundo! “Hola, ¿aquí es el
mercado de carne humana? Quiero este trozo y el otro también. ¡Gracias!” ―Pueden
andar en batas como en un spa tradicional y, si se quedan toda la madrugada, se los
invitará con algo dulce como nuestra especialidad de mousse de chocolate y
maracuyá… Es muy afrodisíaco… —Hace una risita y le guiña un ojo a Tomás. ¡Querida,
la de la idea fui yo, así que tranquila con mi chico! —Por favor, ante cualquier
inquietud, no duden jamás en preguntarme… Que disfruten mucho…

Con mi amante nos miramos y sonreímos. Me susurra que soy la mejor, y que esta
sorpresa le había generado tal calentura que estaba buscando un gabinete desocupado
para cogerme a solas. ¡Wow! Me siento como en una película, a punto de traspasar
alguna especie de límite, pero decidida y cómoda porque yo soy la que había buscado
transgredir a través de esta experiencia. Más que ver las reacciones de Tomás
cuando un hombre viniera a pedir por mí o me besara frente a él, quería probarme a
mí misma. Jamás había hecho algo así. Mucho menos un trío o intercambio de parejas,
y si iba a ser mi primera vez, quería que fuera con mi amor. Tener algo que
contarle a nuestros nietos y reírnos hasta dolernos la panza. Bueno, justamente,
esto no es algo para contar en la mesa familiar o reírse con niños, ¿no? Pero,
hablando en serio, busco, sobre todo, darle aire fresco a nuestra relación de
amantes donde parece que la única que está entregándose por completo (cuerpo,
corazón y tiempo de vida) soy yo, y ya empieza a pesarme la falta de “pasemos al
siguiente nivel”.

Nos acercamos a la barra, y Tom pide ron con hielo para él y una tónica para mí.
Ustedes no me conocen, pero yo no tengo demasiada cultura alcohólica, así que hoy
prefiero estar con mis sentidos abiertos. Imaginen música variada, muy suave, ambos
en tensión, observando todo e intentando elegir la pareja que mejor nos “quede”,
cuando… Lo encuentro. Un chico que me llama la atención, musculoso en el punto
justo, observando con detenimiento cada detalle, como decidiendo si se queda o se
va. La chica podría ser del gusto de Tomás, así que se los señalo con la cabeza. Mi
amante los mira y asiente con su intento de sonrisa artificial, pero no dice nada.
Miro en su dirección y descubro que el “ropero armado con pinta de empotrador
serial” (palabras que suele utilizar Richard y que ya son parte de mi vocabulario
habitual) no me quita los ojos de encima mientras camina hacia nosotros con la
diosa que lo acompaña. Me observa con ganas, como una quiere que la miren siempre
aunque estés en pantuflas. No tiene ojos para nada ni nadie más en esta especie de
lobby-bar. Me calzo mi sonrisa falsamente seductora para demostrarle que me gusta
pero que no se agrande. Nos comemos con los ojos. Su caminar parece el de esos
hombres de los documentales que van hacia los leones: saben que pueden ser comidos,
pero no les importa porque ellos quieren probarse que pueden ganarles. Seguro,
masculino, cadencioso pero no pretencioso. Sexy, en esa forma rústica que, intuyo,
solo podría serlo alguien como él, y que te demuestra con cada gesto velado que en
público no moverá ni un solo músculo pero que en la intimidad te hará gritar a su
compás sensual. El centro de mis piernas comienza a latir… Sin embargo, lo que más
me llama la atención de él son sus “pocitos” al sonreírme. ¡Y les aseguro que su
boca no está mintiendo! Es como si estuviera contento de habernos encontrado
después de años de buscarme… ¡Hasta sus ojos brillan! No, tengo que borrar esas
imágenes porque no quiero predisponerme a pensar en él como compañero de cama.
Quizás no les gustemos o no nos elijan, y luego estaré pensando en que me quedé con
las ganas. Aunque podría jugar a conquistarlo, y sé que si me insinúo puedo
convencerlo… Ay, chico misterioso, si supieras que tengo el primer puesto en
conseguir al que yo me proponga podrías venir más entregado. O más arisco, para
domarte… Sí, la verdad que tengo ganas de probar mis dotes conquistadoras y ahora
la que quiero soy yo.

Si Diego o Ángeles hubieran intuido que estaban a punto de pasar una prueba de
fuego que los dejaría marcados para siempre, estarían evadiendo a conciencia esta
jugada que el destino les preparó para que aprendan que, lo que actualmente llaman
amor, no es más que un espejismo basado en comodidad.

***************************

Cada vez que le proponía a Ivana algo fuera de lo “común”, o jugar un poco más a
fondo en el sexo, ella me miraba ofendida haciéndome sentir como el pervertido más
grande de la historia. El tope había sido cuando una vez me dijo: “Cuando nos
casemos, haremos lo que quieras por donde quieras. Hasta ese momento, no pienso
comportarme como una puta. Yo soy tu novia, Diego, que te quede claro, y las faltas
de respeto las dejás afuera de esta cama…”. Se vistió y me dejó solo e insatisfecho
en el departamento.

Por eso estaba sorprendido con el volantazo que pegó hace un par de días. Hacía una
semana que mi novia me estaba mandando artículos, notas y todo lo que encontrara,
para comerme la cabeza y que aceptara ir a ese spa swinger. Pasó de “hasta acá,
porque no es lo correcto” a “¿y si vamos a un spa swinger como autoregalo de
despedida de solteros?”. Volviendo al tema, uno de los conceptos que más me
interesó de todo lo que leí me lo imprimí para pegarlo en la heladera, junto al
imán de sushi, y releerlo hasta tatuármelo:

“Las libertades sexuales han evolucionado mucho durante los últimos veinte años. El
mundo cambió y algunos temas tabú han ido desapareciendo.” [1]

Todo muy lindo, pero esto no terminaba de cerrarme. Si bien es cierto que yo quería
experimentar cosas con mi pareja, ¡no quería hacerlo frente a otros! No necesito
ver cómo otro flaco se monta a Ivana delante de mí.

Igual, terminé aceptando. Mi novia quería conocerlo a toda costa y me dijo que una
de sus amigas le había dado buenas referencias. Sin entrar en cuestiones morales,
la mayoría de las personas (no es mi caso) coinciden en que sólo es una variante
más de relacionarse sexualmente. Sinceramente, no creía que la fuera a pasar bien,
pero iría por ella. Tengo muy claro que si algo no llegara a gustarme… Mejor no
pensar…

Cuando entramos, una de las encargadas nos hizo un recorrido explicándonos que el
lugar contaba con los servicios típicos de los spa tradicionales. Las habitaciones
eran para compartir con otra pareja; o solo para mirar; o, la habitación más grande
que tenía anexada una segunda estancia, para aquellas parejas que hacían el
intercambio para tener sexo sin su compañero delante de ellos. Nuestra asesora
terminó su camino donde lo habíamos empezado.

―Y allí tienen la barra, cuyo propósito es hacer un brindis y romper el hielo con
quienes les interese, pero no para embotarse de alcohol. ―Sonríe. ―Queremos evitar
las relaciones motivadas por la pasión artificial, fomentando la charla y el
conocerse conscientemente…

De pronto, se apagaron todos los sonidos. No escucho nada más que el retumbar de
los latidos de mi corazón y el bombeo de la sangre a mi cerebro. La veo y pierdo
conciencia de tiempo, lugar y con quién estoy. La miro y quiero grabarme la imagen
de esa mujer para siempre. No puedo explicarlo, sé que hay reacciones químicas que
parecen no tener sentido, pero mi piel erizada (y mi incipiente erección marcándose
en el jean) me ordena que tengo que ir hacia ella. Nuestros ojos se encuentran y
sus pezones se marcan. ¡Bingo, le pasa lo mismo! Un minón en todo sentido: pollera
de cuero negro (ajustada, corta, sensual, imaginando mil formas de abrirle cada uno
de sus cierres para ver hasta dónde muestran), camisa celeste y tacos negros
altísimos que podría dejárselos para estar a mi altura mientras la tomo por atrás…
Destaca entre todas con su pose seria pero insinuante, inclusive estando Ivana en
la sala. La había visto mucho antes que ella me incluyera en su radar, dedicándome
a observar cómo venían a invitarlos otras parejas y ella decía que no.
Evidentemente, es la que decide. Por eso, celebro que nuestras miradas hayan
chocado. Me causa gracia su reacción de “no te acerques porque nos traerá
consecuencias”. No debe saber que no existe cosa que me incite más…

Luego de segundos de estudiarnos mutuamente, la voy a buscar. Estoy sorprendido,


excitado, desconcertado. No suelo dejarme llevar por impulsos, tengo mucho
autocontrol y no cualquiera me calienta. Pero esta vez, y si nuestras parejas
acceden, alcanzaría mi fantasía de estar en una cama con alguien extraño que me
provoca de todo sin siquiera habernos tocado. Como en un trance, camino hacia ella
sin decir palabra.

―¿A dónde vamos? ¿Encontraste a alguien? ―Pregunta Ivana mientras intenta adivinar
cuál podría ser nuestro objetivo.

―Sí. ―En dos zancadas estoy frente a ellos. Tengo miedo que se nos adelanten.
―Buenas tardes ―extiendo mi mano a su pareja―, mi nombre es Diego. ―No me mira.
Tengo que hacer algo. Me acerco y la saludo, dejándole un beso imperceptible cerca
de sus labios, aprovechando su perfil. Gira su cabeza bruscamente y me mira con
intensidad. La molesté. ―Ella es Ivana, mi novia. Somos nuevos. ¿Ustedes?

―Soy Tomás y ella es mi pareja Ángeles, y también somos novatos.

―Perdón por ir al grano, pero, ¿les molestaría comenzar a conocernos para luego
pasar a alguna de las habitaciones? ―Me anticipo ante la mirada de enorme deseo que
el extraño le dedica a mi novia.

―Por mí, perfecto. Y sé que Angie no pondrá objeciones, ¿no, amor? ―Sonríe y veo
que le aprieta el culo en señal de que responda. Ella solo asiente y él vuelve a
sonreír mientras mira a Ivana.

―Podríamos ir a sentarnos en aquel rincón para hablar un poco de nuestros gustos


sexuales… Nada personal… Solo buscamos una experiencia nueva con mi prometido y
nada más, ¿de acuerdo? ―Ivi, como auditora profesional que es, establece los
límites desde el principio y marca lo que necesita sin importarle las necesidades
de los demás.

Ángeles (lo repito mil veces en mi mente para que se me grabe su nombre) sigue sin
responder. Sólo me mira con intensidad, como si me conociera. Imposible, la
recordaría. Durante la charla, siento esa imparable tensión sexual que me provoca
tomarla, como si de eso dependiera seguir respirando, como si fuera mi único
objetivo en las horas que nos restan. Cruza y descruza continuamente sus piernas.
Debe estar húmeda. Aunque decido dejar de mirarla unos segundos, siento sus ojos
estudiándome, su mirada encendiendo cada partícula de mi piel a su paso. Si me
diera vuelta ahora mismo, podría adivinar donde están clavadas sus pupilas en base
a la parte de mi cuerpo que tengo más receptiva… No soporto seguir dilatando algo
que, aunque no sea entre estas cuatro paredes, sucederá sí o sí en algún momento.
En ese instante lo intuí y no me equivoqué: nos habíamos encontrado para todo. Lo
bueno y lo malo. Y hoy, aunque no estemos juntos… No importa, aún falta para que
conozcan todo lo que nos pasó antes de su huida…

Continúo hablando con Tomás e Ivana, sin dirigirme a ella, pero solo pienso en mi
lengua entre sus piernas, mis dedos en su boca, mi pene en su… Sí, vas a ser mía.
Aunque sea lo último que haga, tigresa de ojos dorados.

************************

¿Y ahora? ¿Tendríamos que estar los cuatro en una misma cama? ¿Qué propondrían
Diego y su novia? ¿Y nosotros? ¡Jamás había estado tan receptiva en toda mi vida
por la anticipación y la incertidumbre! Los escucho en silencio hablar sobre sus
gustos y sobre sus experiencias. Increíblemente, no podía emitir palabra. Estoy
hipnotizada. Asustada por mis reacciones ante ese desconocido. Yo cazaba, no era
cazada. Y Diego me demostró que pertenecíamos a la misma especie. Si bien Tomás
había sido un hueso duro de roer, siempre supe que la que había digitado todo para
estar donde estábamos era yo. Encontrarme con un par, con alguien que si se lo
proponía podría llegar a doblegarme para hacerme suya, me desestabiliza. Por eso me
mantengo en silencio.

Una vez que decidimos compartir y pasarla bien entre los cuatro, se lo comunicamos
a la coordinadora y ella nos guía hacia el cuarto donde se desataría la tormenta
que aún hoy rige nuestras vidas. La habitación que nos asignaron es minimalista, en
tonos pastel, blanco y negro. Tiene lámparas altas y un dintel cubierto con gasa
blanca. Parecía el paraíso, pero de la lujuria, porque me imagino que si esa cama
hablara… Es que una siempre piensa que la pieza en donde “todo está permitido” será
roja y negra, con espejos arriba y abajo, fustas, látigos, bolas plateadas… Tipo el
cuarto rojo del dolor de Grey, ¿o no? Pero esta es todo lo contrario: transmite paz
y relax, invitando al placer sensual. Provoca.

―¿Entonces? ―Dice Tomás abriendo el juego.

―Sigue sin quedarme claro si ustedes tienen experiencia en esto o no. ―Pregunta la
tal Ivana, con gesto superado.

Había leído, antes de venir, que las actividades de intercambio de pareja incluyen
muchas cosas. Temía qué variante elegirían los otros tres integrantes de este
cuarteto porque no había venido preparada para tener sexo con alguien que me
provocaba de todo y quería seguir conociendo fuera de estas cuatro paredes. Por
eso, decido tomar la posta.

―Creo que… ―Diego me mira con tal energía sexual, desnudándome con sus ojazos
verdes, que trago saliva porque me cuesta concentrarme en lo que quiero decir.
Contrario a lo habitual, y sobre todo porque yo había propuesto esta salida. ¿Qué
pensé? ¿Qué sería venir a recoger margaritas del campo sin ser rozada siquiera?
Bueno, quizás el verbo “recoger” no es lo mejor para ilustrar la situación actual.
―O sea… Yo algo leí, y sugiero que empecemos con algunas caricias… ―Terminé de
susurrar.

―Me parece bien ―me respaldó el ingeniero. Acababa de enterarme su profesión porque
había sido tema de conversación. ―La pregunta es… ¿Habrá intercambio de parejas o
solo observaremos? ―Lo mira a Tomás, midiéndose con sus poses de machos sabihondos.
Parece que será difícil este encuentro entre los dos alfa y pedir pista.

―Yo propongo intercambiarnos. Y coincido con Ángeles: caricias, besos y sexo oral,
sin penetraciones. ―No la contradigo, pero me molesta que siga imponiendo reglas.
Gira hacia su novio, toma su cara con una mano, y le susurra para que escuchemos:
―Tomalo como tu despedida de soltero, como pienso hacerlo yo… Disfrutemos sin
culpas y que lo que hagamos, sea lo que sea, muera hoy, acá…

Diego no dice nada, ni siquiera un gesto, y ladea su cabeza en mi dirección. Su


sonrisa escondida y a medias, enciende mis venas de tal forma que siento que me
quemo entera en el ardor que surge entre mis piernas.

―No sé… ―Nos interrumpe Tomás. ―Yo vine a otra cosa…

―Votemos ―lo enfrenta Diego. ―Aunque la idea de… ¿tu novia? ―sonríe con sorna, como
si supiera que soy la amante ―me parece que es ideal. No olvidemos que, queramos o
no, los cuatro somos inexpertos… ―Vuelve a mirarme con hambre y dudo si quiero
seguir con esto.

―Por mi parte, cuando salgamos de estas cuatro paredes, no recordaré ni sus


nombres. ―Dijo la novia del “empotrador” (me gustaba ese mote para cuando se lo
contara todo a Richard).

―Creo que… ―Empiezo a arrepentirme.

―Está bien ―me corta Tomás. Diego asiente pero me mira como pidiéndome permiso,
como si supiera que dudo. Su actitud despeja mis dudas y convierte el ardor por lo
desconocido en urgencia que desintegra mi ropa interior. ―Entonces, ¿quién empieza?

―Primero, establezcamos algo: Tomás, no pienso dejar que me toques ni con los ojos
―nos reímos todos antes las palabras tajantes del otro hombre de la habitación.
―Por mí, esa es mi única regla. Después, estoy abierto a todo… ―Susurra cerca mío.
―Pueden enunciar las suyas.

―Propongo… ―Titubeo y me excita ver que tengo atención completa de los tres. ―Se me
ocurre que Ivana y yo seamos “adoradas”. —Lo poco que leí en el protocolo que me
mandó por mail el spa antes de esta cita pienso aplicarlo con propiedad. Según las
sugerencias de los organizadores, algunas reglas servían para los principiantes
como nosotros y para sugerir formas de relacionarnos inicialmente. —Es decir,
cuando nos toque el turno a ella y a mí, comandaremos en ese momento. Por ejemplo,
Ivana puede estar sostenida por mí y por Diego, mientras Tomás la besa y la recorre
con sus dedos… O estar tirada sobre la cama, mientras se van turnando para hacerla
acabar… Lo mismo para mí… ―Me empapo al instante y mis pezones se endurecen a
medida que describo mis fantasías, viendo cómo Diego comienza a tocarse cuando me
nombro. Tomás sonríe seductoramente y celebro el privilegio de estar un rato a
merced de semejantes ejemplares. ―Pero yo también tengo una condición: podría
permitirle a Ivana hacerme sexo oral, si así lo deseara, pero no la pienso besar ni
acariciar…
―Está bien, lo respeto ―acepta la otra chica. ―Pero yo sí pienso tocarte y besarte,
Angie… ―Siento que más que sensualidad, intenta transmitirme algún tipo de
advertencia.

Comenzamos lo que parecía una danza erótica ensayada, donde cada uno conocía su
papel de memoria, como si lo hubiésemos hecho por años. Tomás me mira, toma mi
mano, me acerca y comienza a besarme. Diego tironea de mí y se aproxima a mi boca,
buscando su momento. Como mi amante no cede su lugar, el desconocido desciende y me
quita la tanga, comenzando a besarme en el medio de mi placer. Ivana se acerca y me
susurra palabras duras, muy sexuales. La sensación de ser triplemente besada
empieza a calentar el ambiente, dándome el sacudón único de sentir, no sólo una
lengua húmeda en el interior de mi boca, sino dos, en lugares distintos, buscando
una reacción mayor al simple estimulo común, a lo que estaría acostumbrado
cualquier mortal. Esta vez, la novia del sexy ingeniero introduce su lengua en mi
oreja, provocando una sensación más suave y delicada, más húmeda, en contraste con
las de nuestros hombres, las cuales noto ásperas, demandantes, musculosas. Esta
doble impresión, provoca indescriptibles ganas de estallar en cada una de sus
bocas, tanto con mis gemidos como con mi humedad... Casi sin darme cuenta, los
cuatro ya estamos desnudos cuando me conducen a la cama. Ivana empieza a hacerle
sexo oral a Diego, mientras él continúa sus besos y mordiscos sobre mi clítoris, y
Tomás acaricia y chupa cada uno de mis pechos. Alcanzo mi orgasmo y quedo como una
muñeca de trapo. Sin energía, pero llena de vida al mismo tiempo.

Dejan que me recupere mientras comienzan a ocuparse de la novia del desconocido. La


sientan en una especie de “trono del placer” improvisado, amplio, de pana roja, muy
de película… Tomás intercambia lugares, se arrodilla y deposita besos en su monte
de Venus, mientras Diego no cesa de besarme en mi boca (“para que sientas lo dulce
de tu gusto”, me susurra) e Ivana le hace sexo oral a su novio. Gime en mis labios
y me encanta, porque, aunque su pareja le esté dando placer, yo me adueño de sus
jadeos, de su lengua que le mordisqueo suavemente, de su gruñido súper masculino
cuando estalla susurrándome “me encantás, nena”… Ivana y yo gritamos nuestro clímax
casi al mismo tiempo, y somos como una orquesta de gente saciada, ávida por
complacer al otro. Combinábamos perfecto en nuestro afán de conseguir que nuestros
compañeros de sexo explotaran, y eso nos estaba llevando a transgredir límites que
jamás imaginamos.

Mientras nos recomponemos, me sorprende pensar en lo estimulante que es compartir


amantes, y la complicidad que ganamos entre Ivana y yo a lo largo de los minutos
cuando decidimos (en silencio y con solo mirarnos) darle placer en exclusividad a
Diego. Guiamos al chico de los ojos verdes más lindos y brillantes que había visto
en mi vida hacia la enorme cama. Una vez que se acuesta, y mientras yo recorro con
mis labios y mi lengua su pene, su novia le dedica atención a sus testículos. El
olor a sexo nos recuerda dónde estamos, a qué vinimos, y se me graba en cada uno de
mis sentidos, no solo en el olfato. Parece una locura, pero les puedo asegurar que
es así. Escuchar sus gemidos roncos, sus jadeos y saber que en parte son gracias a
mí, me genera un calor infinito, abrasador, creciente, y que me excita hasta el
infinito. Increíblemente, les juro que acabo con solo besarlo. Me falta la
respiración por este orgasmo que, aunque pequeño, vino a coronar el momento.

―Ay, Angie…

Diego dice mi nombre con voz ronca, levanta su cabeza y me mira con ojos enormes.
Ivana deja de besarlo y se coloca sobre él, como si necesitara marcar territorio.
La dejo hacer ya que es su novio. No puedo interferir aunque quisiera. Para ella la
regla de “no penetraciones” no aplica con su chico, pero tengo ganas de arrancarla
de ahí y demostrarle a ese macho hermoso que yo sería su esclava sexual por horas
si me promete entrar en mí y dejarme sentirlo… Estoy tan celosa y tan enojada, que
tomo a Tomás, lo siento en el sillón y, de espaldas, lo poseo, subiendo y bajando,
mientras entrelazo mis ojos con los de Diego, que continúan en los míos. Cada uno
con su pareja, pero sin dejar de mirarnos, como si la extraña o mi amante no
existieran. Me da vueltas el estómago de la culpa, porque es horrible sentir que
estoy engañando al hombre de mi vida mientras se esfuerza por complacerme. No puedo
evitarlo. No me explico esta conexión que no sentí jamás con otro. Y saber que el
ingeniero está sintiendo lo mismo mientras está con su novia, me provoca una
dualidad que va entre el desliz y el placer. ¡Maldigo la hora en que se me ocurrió
venir a este lugar! Tomás clava sus dedos en mi cadera, me aprieta sin piedad, y me
muerde la oreja mientras me susurra “el que está en vos soy yo, no lo olvides”. Sé
que está celoso. Observo que Ivana sale de encima de Diego. Se aproxima hacia mí,
separándome del cuerpo de Tom, no dejándome acabar y tomando mi lugar con sus dedos
para terminar mi labor en forma manual, haciendo que Tomás concluya con un jadeo
ronco. Diego se levanta de la cama y comienza a chuparme, primero el labio
inferior, luego muerde el superior, y se frota contra mi cuerpo. Entiendo su orden
sin que la enuncie, comenzando de a poco a descubrir lo que piden sus ojos, y lo
masturbo hasta que él también alcanza su orgasmo.

Cuando los cuatro normalizamos nuestras respiraciones, comenzamos a vestirnos en


silencio y, en parejas, abandonamos la habitación. Ni nos miramos, pero suponemos
que de esto no se volverá a hablar nunca más en la intimidad de nuestras camas.
Nadie quiere reconocer que lo que se creía seguro, en realidad, era un espejismo.
Que desconocidos podían romper la cajita de cristal que habíamos construido a
fuerza de obligarnos a continuar con el status quo. Sin embargo, desatamos una
tormenta en el interior de cada uno que sería difícil de acallar aunque
enterrásemos esta experiencia en nuestras profundidades. Porque hoy nos dimos
cuenta, y me atrevo a hablar en plural porque no tengo dudas de lo que estoy por
decir, que durante algunas horas nos confundimos en el deseo ajeno, viéndonos en un
lugar donde no querremos estar en el futuro… O tal vez sí…

****************************

Ninguno de ellos imaginó que esto clavaría flechas de dudas en sus corazones,
generando dolor en cada sonrisa forzada. Ivana, apenas la dejó Diego en su casa,
texteó a su amante de hace unos meses para invitarlo a un encuentro de intercambio
de pareja pero en otra casa privada. Una de sus clientas le había pasado el dato, y
ahora que “había probado el dulce” no pensaba soltarlo. Tomás llegó tan excitado a
su hogar, que sorprendió a su mujer para tener sexo rápido en el baño mientras sus
hijos jugaban en el piso de arriba. Gabriela no entendía nada, pero la tranquilizó
saber que aún seguía deseándola. Si supiera que hoy había vuelto a reafirmar su
masculinidad a través de la infidelidad, y en una cama de a cuatro, no sé si
estaría tan tranquila.

Angie no podía dejar de pensar en las manos de Diego, sus ojos verdes dentro de su
mirada, hipnotizándola, como si solo estuvieran ellos dos en aquel lecho; su lengua
invasora y conquistadora que solo sabía acariciar; sus palabras provocadoras pero
tan sensuales que la hicieron sentir única… Le había gustado mucho el modo suave
pero exigente del ingeniero. Tanto, que se regaló su típico baño con sales y se
acarició hasta alcanzar un orgasmo pequeño, pero tan vívido, que, imaginó el
perfume de él en su piel. No podía quitarse ese aroma nuevo pero tan familiar a la
vez… ¿Cómo se mirarían mañana con Tomás en la oficina? Diego estaba igual: pensando
en la piel de Ángeles, en sus gemidos, en sus pechos en su boca, sus labios
recorriendo su ingle… Temía que cada vez que hicieran el amor con Ivana (aunque no
sabía si seguir llamándolo así a los futuros encuentros entre ellos) apareciera en
sus labios el gusto a esa mujer que lo había descentrado, mostrándole otra piel.

Ambos se acuestan pensando en lo mismo: cómo comportarse de ahora en más con sus
parejas. Pero lo peor sería aceptar que nunca volverían a encontrarse. De todas
formas, y como si se consolaran a distancia con las mismas palabras, piensan que
prefieren haber conocido el deseo verdadero, aunque fuera una única vez en sus
vidas, a no haber experimentado jamás los placeres disfrutados esta tarde tan
especial.

Sí, habían jugado un pleno a algo que traería efectos colaterales. Lo que empezó
como una experiencia más, se instalaría como una espina eterna. Podrían hacerse los
superados pero ningún principiante sale ileso de esos intercambios, y ellos no
serían los primeros.

¿Cuántas veces creemos elegir sin darnos cuenta que lo que ya elegimos nos eligió
también? Ángeles sabe que esa astilla en su corazón llamada Diego será una
maldición. Mientras que él tiene un único propósito: devolverle el brillo a esa
mirada cobriza que sigue sin poder olvidar, atreviéndose a ser el único capaz de
mover la pieza más importante de sus vidas. La de enseñarle a ser feliz.

Capítulo 2 - Mi corazón está alerta y el tuyo también

Hoy en la empresa se realizarán entrevistas y cada vez que eso sucede terminamos
agotados. Aquí no se hacen procesos largos de selección, es decir, de varias
semanas. A Tomás le gusta arrancar a las siete de la mañana y terminar a las doce
de la noche, haciendo pasar a los candidatos elegidos etapa por etapa, hasta
conseguir al o a los profesionales perfectos. Los que aplican a la entrevista saben
que por un día “nos pertenecen” (palabras de Tomás), y mi amante y yo somos los
últimos en ver en la última fase al que sorteó las pruebas para decidir si nos
interesa o no. Si no estamos conformes, todo comenzará de nuevo al día siguiente.

Desde hace dos años, soy la mano derecha (secretaria me queda corto) de Tomás
Alcetegaray, un ingeniero que fundó su empresa desde la nada (bueno, con dinero de
la familia de su esposa, en realidad), y actualmente tiene un nombre entre las
grandes. Este detalle no menor, le permite presentarse a las licitaciones estatales
que le plazca. Hoy, estamos urgidos y necesitamos definir el tema del ingeniero
civil, sí o sí, por la cantidad de nuevos proyectos que nos están llegando. Sin
embargo, como algo que espera su momento, hoy me siento rara, ansiosa... Se lo
atribuyo a las entrevistas, pero venimos bien con la preselección... No, es otra
cosa. Algo que, presiento, llega para cambiar mi vida… Estoy desencajada,
últimamente, no me hagan caso…

Llegada la noche, tenemos una terna y el último que queda es un tal Diego Corso que
parece cumplir con las expectativas. Que tenga el mismo nombre de pila y la misma
profesión que él, me transporta a la habitación del spa swinger donde conocí a
aquel empotrador (después de muchos meses, cada vez que lo nombramos con Richard,
lo llamamos así y estallamos en risas). Ese que tanto me hizo sentir hace doce
meses atrás, y que aún me visita en sueños para recordarme sus caricias, su lengua,
sus palabras, su olor… Su mirada… Esos ojos decían tanto a través de ese verde que
se tornaba oscurísimo de deseo cuando me buscaban… Jamás los olvidaré. Sigo
pensando pavadas, razonando como si lo hubiera conocido por años ¡y solo fueron
horas! Me obligo a concentrarme, y, mientras, observo a Tomás. Es hermoso y es mío.
Bueno, de su mujer, de sus hijos, de la empresa y mío. Me coloco en el último
lugar, sin casualidades, porque ahí me pone él cada vez que lo necesito. Pero ayer,
después de una sesión maratónica de sexo en mi departamento, supe que podría
pedirle lo que quisiera. Por primera vez, me prometió que en quince días se iría de
la casa para instalarse en el departamento de soltero que tiene a dos cuadras de
acá. ¡Ahora sí había ganado!

―Disculpen… La recepcionista me dijo que pasara para la última etapa y…


¡Imposible! Estoy de espaldas, sobre el escritorio de Tomás, ordenando papeles en
silencio, y esa voz, inolvidable para mí, me lleva de nuevo a su boca reptando por
mis muslos. Me tomo de la mesa para respirar profundamente, y giro con cuidado,
porque me niego a creer que sea verdad.

―¿Ángeles? ¿Tomás?

Observo por el rabillo de mi ojo derecho que mi pareja levanta la cabeza de los
contratos que estaba revisando, y lo mira con altanería. Sé que no le gustan las
atribuciones confianzudas ni los tuteos dentro de su empresa.

―Sí… ―Lo mira, pero creo que aún no cae de dónde se conocen. ―¿Y usted es…?

―Diego. ―Veo que duda si explicarse o continuar como si nada. ―Soy el ingeniero
Diego Corso.

―Sí, eso dice su currículum, pero ¿de dónde nos conocemos? ¿Y de dónde conoce a
Angie? ―Nos mira a ambos, tragamos saliva y, en segundos, la cara de Tomás se
transforma. Parece que le cayó la ficha. ―Vos sos… Diego, el novio de Ivana… ―Me
pone celosa que se acuerde del nombre de aquella mujer. ―Pero… ―Me mira
desconcertado. ―¿Qué hacés acá? Si estás buscando chantajearme…

La cara de Diego se desencaja, contrae su mandíbula hasta lo indecible y aprieta


sus puños en señal de rabia.

—Estoy acá porque el puesto me interesa y esta es una empresa prestigiosa. De


hecho, pasé todas las pruebas. Pero si esto será un problema, ya mismo me estoy
yendo… ―Y lo veo dirigirse hacia la puerta.

―¡Esperá! ―Ambos me miran. Cuando Tomás pone esa cara de “analicemos qué provecho
podremos sacar de esto” no me gusta. ―Seamos profesionales, por favor. En su
momento acordamos que nada de lo sucedido nos afectaría ni se traería a colación.
Diego, te pido por favor que te quedes y terminemos con el último paso. Si no nos
convencés, te irás. Pero si nos sirve tu experiencia y encajás en el perfil,
necesitamos que te quedes. ―El ingeniero asiente, vuelve sobre sus pasos y se
acomoda en la silla. Los tres estamos tensionados, pero la situación de la empresa
debe primar por sobre nuestra vida privada, ¿no? Sí, pero lo de aquella tarde
terminó siendo un error, marcándonos en nuestra intimidad sexual, siempre
insatisfechos, en busca de algo más. Y eso no estaría mal si fuera para crecer en
la cama, para la búsqueda de la pareja, pero no era así. Al contrario. De hecho,
volvimos al spa y no fue lo mismo. Ya nada retrocedería el paso gigante que
habíamos dado. Esa tarde fue única e irrepetible, y nos convencimos que así debería
quedarse. Por eso, ahora, me arrepiento de haberle pedido a Diego que se quede.
―¿Comenzamos?

La entrevista dura media hora y Tomás le pregunta hasta el color del cepillo de
dientes que Diego usa a diario. Presto atención, porque tengo la excusa perfecta
para conocerlo, y sobre todo, saber si está solo o continúa con Ivana. Estaba más
varonil y sexy de lo que mi mente lo había idealizado. Camisa blanca, suelta lo
justo y necesario para marcar sus músculos; jean oscuro que delineaba sus muslos y
gemelos trabajados; barba de apenas tres días; manos enormes, que contenían esos
dedos que conquistaron mis partes húmedas; cejas gruesas, que enmarcaban sus
faroles verdes que se iluminaban cuando se dignaba mirarme; labios carnosos y
llenos, que me recorrieron con dulzura desconocida… Y esos rulos, que tanto me
rozaron cada vez que se detenía penetrando en mi placer… ¡Me siento tan excitada
que cierro mis ojos para no mirarlo! Empapada hasta la médula, retorcida de los
nervios por tenerlo frente a mí y no poder tocarnos. Ya no quiero que se vaya.
―Perfecto. ―Ambos se levantan y estrechan sus manos. ¿Cómo? ¿Terminaron? ¿En qué
momento me distraje tanto como para no escuchar casi nada? ¿Y qué habrán resuelto?
―No sé si la señorita Durán querrá agregar algo más… ―Dice Tomás mirándome, pero sé
que será imposible porque no presté atención. ―Bueno, entonces…

¡Ya sé!: ―Sí, quisiera saber si continúan con Ivana, o si tienen planes de
casamiento o hijos en el corto plazo. ―Tomás traga saliva, y su boca se convierte
en una delgada y rabiosa línea. No le hace gracia y debe estar retorciéndose de
celos. Diego abre sus ojos y luego los entrecierra envanecido. Debe pensar que
acabo de incinerarme por mi curiosidad sobre su vida amorosa, y en cierta forma es
así, pero tengo mi excusa. ―¿Piensa responderme o no, señor Corso?

―¡Angie! ―Alza la voz Tomás. Diego no responde, mientras disfruta la situación. ―¿A
qué viene la pregunta?

―Viene, a que necesitamos un ingeniero que no tenga compromisos y se mueva solo, y


al instante en que se lo pidamos, Tom. ―Me acerco a mi amante, coloco mi boca cerca
de su oído, y le susurro lo que sigue, aunque sé que Diego también escuchará.
―Amor, recordá que se nos vienen mil proyectos y estamos buscando a alguien casi
full-life… ―Levanto mis manos para tomarlo de sus mejillas, acariciarlo suavemente
y mirarlo a sus ojos. ―Sabés que quiero lo mejor para nosotros y para nuestro
futuro… ―Asiente. Giro mi cabeza para mirar al hombre que me tiene desarticulada,
pero continúo cerca de Tomás. Lo miro altiva y le dejo claro que debe sí o sí
responderme. ―¿Entonces? ¿Está usted totalmente disponible para Alcetegaray
Works&Designs, o no?

―Sí.

―¿Sí a qué?

―Sí a todo lo que me pida, señorita Durán. ―Intenta no sonreír, pero se le nota que
dijo esa frase con malicia. ―Quiero decir, trabajar en este lugar me dará el salto
que necesito, y sé que estoy a la altura del perfil que buscan.

―Okey, le agradecemos su tiempo y predisposición. Mañana, a primera hora, sabrá si


quedó o no ―dice Tomás. ―Ahora, si nos disculpa…

Los dos hombres más varoniles y sensuales que he visto se estrechan sus manos, y
cuando llega mi turno, Diego hace lo mismo. Noté sus cálidos y húmedos dedos… Como
aquella vez… Su agarre firme se detiene unos segundos para terminar en una caricia
suave cuando retira su mano. Nos miramos, y ese verde casi negro me hipnotiza al
punto de perder noción del tiempo, y ya no sé ni donde estoy. Mejor dicho, sí sé:
en aquella habitación donde me hizo suya para siempre. Escucho lejana la voz de
Tomás que atiende su celular, pero no sé si me habla a mí o qué. Tampoco me
importa. Solo pienso en quedarme ahí, entre sus manos…

―Diego ―Tom tapa el celular con la palma de su mano para que no escuchen desde el
otro lado. ―De más está decir que aquella tarde jamás existió y que, sobre todo,
esa experiencia no te da derecho alguno para tener privilegios aquí, si es que
fueras seleccionado. ―El ingeniero no mueve ni un músculo, solo mira a mi amante
con una mezcla de bronca e ironía que debe estar poniendo loco a Tomás. Lo conozco
y odia que lo desafíen. ―Ahora sí podés retirarte.

Sin esperar respuesta, continúa su conversación por teléfono mientras el ingeniero


se va sin despedirse. Si Diego llegara a quedar será duro trabajar juntos. No sólo
porque él y Tom se consideran a sí mismos (y se les nota) los amos del universo,
sino porque tendré que debatirme entre ambos, y sé que me tomarán como el fusible
de su relación laboral. A pesar de eso, creo que el ingeniero le aportará mucho a
esta empresa y, por mi parte, soy una mujer adulta que ha pasado por cosas peores.
Puedo sobrevivir con holgura a una más. Es un simple hombre que me parece
atractivo, y deberé aprender a dejar cursilerías y fantasías aparte para que la
empresa de mi futuro marido crezca hasta lo máximo.

Ordeno los papeles de los postulantes preseleccionados y vuelvo a ver su currículo.


Este encuentro me dejó sin ganas de nada. Fue una jornada agotadora y encima la
corono con Diego, la persona que ocupa mis fantasías el ochenta por ciento de
muchas noches, constatando que ellas no le hacían justicia. Lo recordaba distinto,
y verlo confirmó que toda realidad supera la ficción. Y a la realidad a la cual me
refiero es que seguimos “raros” con Tom y ya no sé si solo es costumbrismo.
Necesito irme, salir de esta oficina que está embotada con su perfume, con sus
gestos. No puedo seguir escuchando la voz de Tomás intentando calmar a su esposa
que le reclama el horario de llegada, o soportar algún tipo de planteo de mi amante
ahora que se encontró cara a cara con el hombre que lo puso celoso unos meses
atrás. Camino hacia la puerta, y me sorprenden sus manos en mis caderas y su
erección pegada a mi espalda.

―¿A dónde te pensás que vas?

―A mi casa. Estoy cansada, Tomás… Estamos desde las seis de la mañana con esto de
las entrevistas y ya son las once de la noche… Mañana será otro día… ―Contesto sin
darme vuelta, sacándome sus dedos de encima. No me hace caso y aprieta más el
agarre, pasándome la lengua por mi lóbulo izquierdo. Me siento incómoda
rechazándolo pero no tengo ganas. Me arqueo para correrme de su cuerpo pero él lo
toma como una invitación. ―Tomás…

―Angie, estoy tan caliente como vos, mirá... ―Lleva mi mano a su entrepierna. ―No
podés dejarme así…

―Andá a tu casa que Gabriela te está esperando ―le digo, pero sin ironías ni celos.

Estoy muy cansada. De todo. El ingeniero me confrontó a mi hastío lleno de dudas.

―No te pongas celosita, nenita mía ―sonríe y me guía hacia el sillón que hay en su
oficina. Me tumba sobre él y sé que me conviene complacerlo para terminar rápido.
No me gusta fingir, pero solo puedo pensar en Diego. ―Sabés que sos la única para
mí… Además, en unos días nos mudamos… Dale, vení…

Me besa el cuello, me lo muerde, me desabrocha la camisa, me corre el corpiño…


Frío. Mecánico. Parece que estoy fuera de la situación. Cierro los ojos, pienso en
cómo se comportaría Diego, y comienzo a humedecerme de nuevo, de a poco… Él, sus
dedos, sus ojos brillantes que se sorprendieron al verme, su perfume… Gimo, jadeo,
me contorsiono, me excito. Pero no con Tomás. Necesito zafar de esto. Me meto dos
dedos y simulo que son del ingeniero desconocido. Mi amante se desabrocha su
bragueta, se coloca el preservativo y luego de unas embestidas, ambos acabamos.

―Ay, nena… Aunque al principio te noté distraída… Uuufff, nunca me fallás… ―¡Eso lo
tengo claro! Para mí, un fiasco, pero para Tom estuve genial. ¡Claro, no fingí el
orgasmo, pero tuve que cambiar piezas para alcanzarlo! Mientras me recoloco la
ropa, mi jefe me mira y suelta las palabras más inoportunas del mundo en este
momento. ―Angie, sé que debes estar enojada por la conversación de recién con
Gabriela y lo entiendo, pero dame tiempo, que en breve te voy a demostrar que soy
un hombre de palabra….

¡Listo! ¡Me cayó la ficha! Siempre dije que un tipo que enuncia este tipo de cosas
después de cogerte es porque te está mintiendo. Ahora veo el panorama: Tomás no va
a dejar a su mujer. O al menos, no en el corto plazo. Igual, mejor que piense que
mi estado se debe a eso y no a que me movió el piso volver a ver al empotrador. Me
río de mí misma llamándolo así a un hombre que jamás me regaló un empotre… Asiento,
sonrío, le doy un beso en la mejilla y abro la puerta.

―No te preocupes, Tom. Nos vemos mañana.

************************

¡Ángeles! De todas las empresas, de todas las entrevistas, de todas las ciudades,
tenía que encontrármela. Cuando entré en aquella oficina me golpeó la realidad de
que la ciudad de Buenos Aires es muy chica cuando el destino quiere. Verla y
recordar todo de un tirón. El de mi entrepierna. “Es ella, sus ojos y sus piernas
hechiceras la destacan en un millón”. Me di cuenta que pasé meses con su recuerdo
latiendo dormido, esperando reencontrarnos y que me devolviera esos ratos de placer
sensual de aquella tarde. Si habré pasado mil veces por esa cuadra por si volvía a
verla. Si habré pensado en su boca mientras Ivana me hacía sexo oral. ¡Si habré
googleado y llamado al teléfono de veinte Ángeles distintas para reconocer su voz!
Pero nada. Tampoco en el spa quisieron darme datos porque las identidades son
“confidenciales”…

Hasta hoy, que el velo se corrió para darme lugar nuevamente en su vida. Descubrí
varias cosas. La primera que no solo son amantes sino también compañeros de
trabajo. ¿Y si yo quedara? ¿Y si aceptara? ¿Estaríamos los tres en un mismo piso?
La misma cantidad de horas, trabajando a la par, intentando no mezclar las cosas
pero sabiéndolo imposible… ¿Podríamos? No lo creo. Pero, ¿eso me detendría de
conocerla ahora que la había encontrado? También noté que Tomás y ella están
bastante consolidados, aunque me descolocó la llamada de su mujer y que él
atendiera solícito delante de Ángeles. No sé… ¿Y si le contaba a Ivana? Creo que lo
de hoy me había vuelto pelotudo, sino no me explico que incluyera a mi novia en mi
estrategia de acercamiento a la mina que me tiene confundido y excitado a partes
iguales desde hace horas.

Chequeo mi reloj. ¡La puta madre! ¡Son las dos de la madrugada y no sé qué mierda
hacer si llegan a llamarme mañana! Agarro mi celular para llamar a mi novia.
Necesito verla, hablar, sacarme esta calentura que me provocó encontrar a Angie de
nuevo. Abro el whatsapp y encuentro un mensaje de alguien desconocido.

“Diego, soy Ángeles. Disculpá la hora pero seguramente vos tampoco podés dormir… No
aceptes el trabajo si Tomás te llama mañana. Por favor…”

¡Ella! ¿Cómo…? Mi currículum. Agendo su número y veo que lo envió hace casi una
hora. Debe estar durmiendo. O con su amante.

“¿Por qué no querés que acepte?”, le pregunto. Espero cinco minutos y nada. Cuando
estoy poniendo a cargar el teléfono al lado de mi cama, suena.

“Porque tengo miedo. No aceptes.”

Y se desconecta. ¿Qué se responde ante eso? Necesito el trabajo, me interesa. Estoy


harto de lucharla solo con mi inteligencia y, desde que vi el anuncio de
Alcetegaray, sé que será la vidriera que necesito para abrir mi propio
emprendimiento.

No creo en nada, pero si el destino se encargó de lo de hoy, también dejaré en sus


manos mi decisión: si me llaman, aceptaré. No pienso desaprovechar esta segunda
oportunidad. Me niego a pensar que nos reencontramos para no poder ser.
Capítulo 3 - Sabía que serías un problema en cuanto entraste

¡¿Quién entiende a las mujeres?! La semana pasada la encontré llorando en el baño


de hombres y sabía que era por Tomás. Recuerdo que la ayudé a levantarse, a
acomodarse la ropa y lavarse la cara. No me dijo nada, pero me miró con esos ojazos
suyos tan… ¿Agradecidos? ¿Temerosos? ¿Avergonzados? No sé qué quiso expresarme su
mirada, pero sus ojos color cobre se agrandaron tanto que ocupaban su carita de
muñeca. Ahora, recordando con minuciosidad y a la distancia, creo que sus pupilas
mezclaban toda clase de sentimientos. Grabé todo ese sentir en mis venas: mi mano
extendiéndole mi pañuelo de tela y ella rozándome la punta de mis dedos, como
temiendo tomarlo… Su cara sin maquillaje… ¡Qué hermosa es! Hasta que un tirón en mi
entrepierna nos despertó de la ilusión, ella lo vio y huyó inmediatamente. Desde
hace meses, ese “hablar mirando” tan suyo me dejó embobado para siempre. Sé que ese
fue el instante en el cual terminé de enamorarme. Sí, señores. AMOR. Ahora que no
la tengo y mirando hacia atrás, lo sé…

Quise seguirla. Sin embargo, entendí que Angie en esos momentos necesitaba un amigo
verdadero, alguien sin doble intención que pudiera decirle las palabras exactas
para que dejara al forro de nuestro jefe. Mi beba debe sentir mucha culpa y eso la
lleva a no poder contarle sus cosas a un tipo como yo que la desea sin tregua,
porque, aunque mi actitud de ese momento hubiera sido (casi) desinteresada, yo
tengo un solo objetivo: que sea mía.

Lo de antes era angustia por saber que su amante la poseía y yo no podía decir ni
mú, anhelando algún roce fortuito, con la calentura constante por volver a sentir
su boca en mí… ¡Y ahora la rabia me llena el cuerpo al escuchar sus gemidos y su
placer detrás de la puerta de uno de los toilets! ¿Tomás la considera tan poca cosa
como para no pagarle una hora de hotel? ¿Y ella? ¿No puede exigirle verse después
del trabajo? Sé que sueno como un troglodita, pero lo que considero mío no quiero
que sufra o se mancille… Mis hermanos se reirían de escuchar mis pensamientos.
Ángeles, MÍA… En un ataque de voyeurismo (aunque no fuera tal, sino que estaba
celoso y lleno de furia), pego la oreja a la puerta y su perfume me invade… La
deseaba desde hace meses, desde siempre. La espiaba obsesivamente. Aprendí los
tonos emocionales de su voz, grabé su sonrisa enorme, sé qué significa cada seña a
nuestro jefe (cuando quiere decirle algo, cuando quiere verlo a solas), conozco la
calle en la que se encuentran a una cuadra de la oficina y luego se van juntos en
el auto de él… Obsesivo, sí, pero porque preciso tenerla en mi campo visual. En
ésto me convertí. Y es que mi corazón me dice que ella me necesita.

¿Cómo sería estar en Ángeles? ¡Lo mismo que estar con Ivana, seguro! “Si todas las
minas tienen lo mismo”, dirían mis amigos de fútbol. “Sí, el sexo es un mero acto
mecánico, biológico, necesario. Pero si le adicionamos sentimientos como el deseo o
el amor, suele ser sublime…”, dijo una vez uno de nuestros profesores, explicando
un ejemplo de la mecánica fusionada con la idoneidad. “¿Qué tendrá que ver?”, me
pregunté en su momento. Pero ahora me venían a la mente ese ejemplo, mi novia y mi
compañera de trabajo. Igual, no hay mucho que pensar: estoy caliente con ella desde
la tarde en el spa y se agravó al reencontrarnos, pero sé que “se me tiene que
pasar” porque estoy comprometido. Análisis rápido de la situación y sin gastar un
peso en Freud.

Pienso en Ivana. Cada vez que nos vemos es un sinfín de “tenemos que hacer ésto”,
“hay que invitar a tal”, “necesitamos definir lo del departamento”, “¿Cuándo iremos
por las alianzas?”. Nada de la pasión del principio. Solo vernos, tener sexo
durante diez minutos, y luego discutir sobre las cosas faltantes para la fiesta.
Casi no se estaba quedando a dormir, siempre “tapada de trabajo” o hablando de sus
objetivos profesionales, y eso también había hecho mella en nuestra intimidad del
inicio. Entiendo que todo se haya vuelto “raro” después de lo del intercambio en el
spa y eso hizo que reprogramáramos la boda, pero sé que gran parte de la culpa es
mía porque no estoy al cien por ciento en lo nuestro. Tampoco sé si quiero estarlo…
¡Y eso me genera una culpa descomunal, la puta madre que lo parió! Me da bronca
terminar con Ivana, pero pienso que no tengo ganas de seguir aparentando, y mucho
menos casarme. No me veo veinte años a futuro con alguien como ella. En realidad,
no me imagino con nadie. Aunque con Angie… Con ella sí podría llegar a ser... La
sueño demasiado y la evoco en la cama estando con mi novia… ¡Malditos sean la
tentación y el deseo de que nuestras pieles transpiren juntas aunque sea una vez
más! Sin embargo, tengo que hacerlo. Son muchos años invertidos y, además, se lo
prometí a mi viejo: recibida, novia formal, casa propia, casamiento. El viejito
quería que yo le diera nietos a mamá porque sabía que mis hermanos son unos
“descastados” (como él los llamaba) y “los gurises le darían vida a la casa”.
Cuando mi papá me dijo todo eso, seguramente sabía que se moriría en breve y que
nosotros tres le daríamos poca bola a nuestra madre. He ahí la promesa que me llena
de remordimiento no querer cumplir.

Hace cinco años que estamos de novio y necesito respirar. O mejor dicho, gemir y
explotar como lo está haciendo Tomás en Ángeles… Mi novia es una chica con una
buena posición económica, que trabaja en el estudio de contadores de sus padres,
tíos y abuelos (o sea, ella es una nena de departamento y yo, un ingeniero de
potrero), y que sueña con una boda en el Tattersal para figurar. De todas formas,
ya le expliqué que tendremos una boda que yo también pueda pagar, y lo mismo aplica
para nuestra futura casa. Para que vayan entendiendo de qué va la cosa, a veces, me
cuesta plantearle ciertos temas, y sobre todo, conocer qué le gusta y qué no en la
cama, porque ella siente que será una conversación irrespetuosa, que una novia
requiere un status diferente, no coger por coger. Ivana nunca me dice cosas como
“me encanta” o “haceme de todo”. No. Tampoco me hace sexo oral porque le da asco.
¡Asco! Pero yo sí que tengo que hacerle TODO lo que ella exige. Salvo aquella vez
que me sorprendió con lo del spa swinger. ¡Y no crean que no aproveché esa ráfaga
desinhibida que tuvo! Luego de esa tarde, pensé que todo cambiaría, pero no. Vuelta
otra vez a lo mismo… ¡Qué sé yo! Quizás fueran pelotudeces mías… No sé…
Definitivamente, me cuesta imaginarme casado con ella por todas las diferencias que
se fueron asentando entre nosotros, y tampoco me gusta engañarla con el
pensamiento… Estoy en una encrucijada y hoy le pienso dejar claro lo que me está
pasando.

―¡Sí, de hoy no pasa! ―Alzo la voz con bronca, olvidándome donde estoy, y golpeando
una de las puertas.

―¿Quién está ahí? ―Escucho la voz de mi jefe preguntando desde adentro del toilet.

Intentando no hacer ruido, me voy sigilosamente y cierro la puerta principal del


baño masculino. Después de todo, y aunque muera de celos, tengo otras cuestiones
más urgentes que atender, como la de solucionarme la existencia de acá a veinte
años.

*******************

―¡Tomás! Te dije que no era buena idea estar acá, así… ¿No podríamos haber esperado
e ir al hotel de siempre o a mi departamento?

Me siento la peor. Me doy asco. Tomás me estaba haciendo sentir que no merecía su
tiempo fuera de estas cuatro paredes. Como si solo le sirviera para sacarse las
ganas que traía de afuera. Y desde hace rato yo deseo más. Quiero ser la única. Mi
mamá ya me dijo que me quedara embarazada, que pronto me reemplazaría por alguien
más joven, que su mujer haría algo y yo quedaría tirada sin él y sin trabajo…
Necesito imponerme, pero sus manos, su mirada y su voz me doblegan. A pesar de mi
confusión con mi nuevo compañero de trabajo, yo sigo queriendo a Tomás por sobre
los demás. Lo de Diego es caos, lo de Tom es amor. Estoy segura.
―Aaarrrggg… Así, nena… Seguí que todavía no terminé ―me ordena, mientras sigue
entrando y saliendo de mí con fuerza, dejando claro el egoísmo por su satisfacción.
Me abre un poco más las piernas, y me obliga a sostenerme con firmeza en ese
cubículo pequeño. Con cada embestida, me siento más chiquita, como el espacio que
ocupo en su vida. ―Además, sabés que a la salida tengo el cumple de mi sobrino y
debo pasar a buscar a mi familia… Mi mujer es estricta con esas cosas… ―Me duele en
lo más profundo. Juro que me desgarra el corazón que no pueda guardarse el
comentario, o al menos simular que tiene que pasar tiempo con su mujer. Como si la
imbécil que soy pudiera soportar todo sin chistar, como si no sintiera nada, como
si fuera su inflable. Me aguanto las lágrimas de rabia y de humillación que quieren
salir, me impulso hacia adelante y me desprendo a la fuerza. ―¡Auch! Ángeles, ¿qué
mierda hacés?

―Esto: me voy ―contesto acomodándome la ropa.

―Ni se te ocurra ―susurra amenazante. Me toma del pelo y me muerde el cuello,


dejándome marca.

―¡Sos un animal! ¿Ahora cómo salgo así? ¡Me van a ver todos los de la oficina!

Sonríe de lado, triunfante, pero no sabe la que le espera.

―Eso, para que no te olvides quién manda entre nosotros. Que todos sepan que sos mi
putita… Que te miren con deseo, si quieren, pero que entiendan que el único que te
toca soy yo. ―Aunque no lo crean, su lado morboso, sexual, posesivo, me puede. Soy
vulnerable a él porque nos movemos en el mismo terreno y de la misma forma: no
entregando el corazón. O al menos, eso creía que hacía para escudarme de sus
desprecios. Tampoco conozco otra forma de que me amen. Siempre fui “la otra”,
incluso para mi familia, y nunca quise más. Pero me estaba cansando. ―Vení,
hermosa…

Me nubla, me somete, me secuestra la racionalidad. Así, siempre, desde el primer


minuto que nos conocimos hace dos años atrás. No puedo luchar contra esto. Y
tampoco me conviene. Invertí demasiado tiempo de vida en esta relación, y ahora que
estoy cerca de la línea de llegada pienso cruzarla triunfante. Mis objetivos son
egoístas, y apuesto a que, viviendo juntos, todo cambiará y lo tendré comiendo de
donde quiera. Su mano derecha afloja el agarre de mi melena y los dedos de la
contraria masajean mi clítoris, suavemente y con la presión justa, provocándome esa
espiral sexual que siempre me tiene al borde. Su boca en mi oído me susurra cosas
sobre las posiciones que haremos esta noche en cada rincón de mi departamento, me
anticipa que su lengua conquistará lugares que solo descubrí con él… Me seduce con
su miembro, su inteligencia y su cuerpo entero… Sabe que de esa manera acabaremos
juntos. Pero esta vez, después de saber que nos habían escuchado, necesito pensar
que hay alguien más disfrutando de nuestro espectáculo. Me provoca una especie de
adrenalina, algo en la boca del estómago. Y me doy cuenta que no es tanto eso, sino
imaginar que el que estaba hace un rato detrás de esta puerta era Diego (de hecho,
sé que fue él porque era su voz). No puedo dejar de pensar en sus ojos dulces que
me consolaron sin preguntas, comportándose como un caballero y sin volver a
recordármelo. Como si yo fuera un mueble y no le provocara nada. Como si no le
importara en lo absoluto o no supiera por qué estaba llorando. Como si quisiera
olvidar que le provoqué esa incipiente erección de deseo que ambos notamos… No
puedo dejar de pensar en él desde el día que aceptó trabajar con nosotros, desde
esa maldita tarde en aquel spa. Por eso me fui corriendo y lo dejé solo. Porque
temo. Porque sé que alguien como el ingeniero Corso puede hacerme caer en un abismo
que no quiero: el de los sentimientos imposibles de arrancar. Esos que te destrozan
para siempre. Y yo no quiero eso. Mi amante precisa una mujer como yo, que lo sepa
acompañar, sin ataduras ni reproches ni hijos ni horarios. Y mi ser necesita a
alguien como Tomás. Alguien frío a quien querer y que no me exija una entrega
completa. Ese es el secreto de nuestra relación. Él es mi par y por eso lo
necesito, pero me angustia pensar que se me está escurriendo entre los dedos, que
voy perdiendo terreno por mis distracciones. De pronto, ya sabía cómo podría hacer
y a quién utilizar para provocarle celos a Tomás y “obligarlo” para que la balanza
se inclinara a mi favor. Con un gruñido bajo y su típico jadeo con mordida, sé que
mi amante acaba y que yo vuelvo a quedarme con las ganas. Finjo. Otra vez.

**********************

Pasaron veinte minutos y ambos vuelven a sus escritorios con caras de pocos amigos.
Deberían estar felices, ¿no? Después de todo, acaban de estar juntos. Sin embargo,
Ángeles viene frotándose el cuello y con la mirada baja, como si estuviera
avergonzada, y Tomás camina delante de ella como si fuera su dueño. Se acomoda en
su silla, coloca su pelo femeninamente detrás de su oreja, y observo cómo su cara
se va transformando de la apatía a la furia.

―¡¿Quién mierda dibujó esto?! ―Agita con energía un papel con una especie de
bosquejo y letras que no distingo desde acá. Se oye un carraspeo, risitas por lo
bajo, pero nadie levanta la vista de sus escritorios. Se ve que cuando no
estábamos, alguien le dejó algo para molestarla. ¿Qué dirá? ―¡Qué compañeros tan
graciosos que tengo! ―Se desploma sobre su silla, hace un bollito con esa hoja y se
tapa la cara. La oigo sollozar y se me estruja el corazón. ―Mediocres… Pero no
pienso darles el gusto… ¡Cómprense una vida!

Se levanta, se coloca su saco ajustado, se pasa los dedos para limpiarse el rímel
corrido por sus lágrimas y se va de la oficina hecha una furia. Amago a levantarme
para ir a consolarla, pero Rocío, una de sus amigas que se sienta al lado mío, me
toma del brazo.

―Dejala… Cuando está así es mejor darle espacio… ―La miro y le hago caso. Es mujer,
debe saber más que yo. ―¿Querés que te prepare un café?

―¿No deberías ir vos, al menos? ―No puedo dejar de pensar en que le pasó algo y se
fue sola y triste. ―¿No sos una de sus amigas?

―¿Y eso qué? No quiero que me hagan un vacío mis compañeros como se lo hacen a
ella… Después me contará, pero seguro es lo de siempre: Tomás le dijo algo o le
dejó una nota de separación… Van y vienen, según los humores de la esposa del jefe…
Me tienen harta… ―Contesta con fastidio.

―No entiendo mucho, pero creo que no es eso… Se refirió a nosotros… A todos. ¿Qué
era ese papel que tiró? ¿Viste si alguno le faltó el respeto o se burló de ella
mientras no estábamos?

―¿Yo? No. Y tampoco lo diría… Te repito, Diego, no quiero ser una paria en la
oficina buchoneando cosas... Si tuvo los ovarios para meterse con un hombre casado
—lo dice con desprecio, como si la esposa damnificada fuera ella, y eso me hace
ruido—, y encima su jefe, puede arreglárselas muy bien solita… Cambiemos de tema:
¿hoy querés salir a tomar algo al after office de enfrente?

No hago caso a la insinuación de Rocío. Yo solo quería ir volando a ver cómo estaba
Angie y no tenía excusas. Aunque…

―Se me ocurre algo mejor. ―Veo cómo se le ilumina la cara y sonríe seductora. ―¿Y
si vamos a visitar a tu amiga después de acá? ―Tuerce su boca en un gesto de enojo
pero no me interesa. Mi objetivo es otro. ―No sé… Se me ocurre que podría
necesitarte… No la vi bien, y me ofrezco a llevarte de vuelta… Después de todo,
entre compañeros hay que ayudarse, y todo hace a una mejor convivencia en la
oficina… ―Ya no sabía ni como dibujarla. ―¿No te parece?
La veo dudar, hasta que responde lo que quiero oír.

―Bueno, después vamos a verla… Pero primero un trago… ―Me guiña un ojo.

―Okey, un trago rápido y luego a lo de tu amiga.

Me mira furiosa, pero no me animo a preguntarle por qué no le preocupa como a mí el


estado de nuestra compañera. Sería incinerarme y dar lugar a habladurías
innecesarias. ¡En estos tres meses jamás la vi irse así de la oficina! ¡Y Tomás
solo la miró, chasqueó la lengua y siguió haciendo llamadas! Sigo sin entender por
qué a nadie le importa Ángeles, ni por qué ella no se da la importancia que
debiera. Debajo de esa piel que compartimos, se le notan los huesos “rotos” y tengo
ganas de descubrir la razón. Tampoco entiendo por qué a mí comienza a importarme de
esta manera…

********************

Cuando salí de la empresa, Tomás me mandó un whatsapp pidiéndome que lo esperara en


el auto, que en un rato bajaría a verme, pero no le hice caso. Estoy tan harta de
esperar sus migajas todo el tiempo… ¿Qué podía decirme que ya no hubiera escuchado?
¿Que se preocupaba por mí? ¿Qué después pasaría por mi departamento para volver a
estar todo lo juntos que hoy no pudimos? ¿Qué solo llevaría a su familia pero que
ni tocaría a su mujer? ¿Qué debía mantener la fachada por sus hijos? ¡H-A-R-T-A!

Llegué a casa, perfumé cada ambiente, conecté el equipo con mi playlist de música
ochentosa y dispuse dedicarme tiempo en soledad. Ahora estoy en mi tina,
disfrutando de mi baño y llorando por las palabras que había leído en el papel de
hoy: “Zorra rompehogares, dejá de hacerte la linda o si no te vas a quedar sin
laburo. ¿No te da vergüenza destrozar un matrimonio?”, junto al dibujito de la
esposa de Tomás dándome una patada y yo de rodillas. Explícito, ¿no? Como si fuera
yo la que tuviera que cuidar el matrimonio de mi jefe o deberle respeto a una mina
que no conozco. Él es el que estaba haciendo cornuda a su mujer, no yo.

What a wicked game to play,

To make me feel this way.

What a wicked thing to do.

To let me dream of you.

What a wicked thing to say,

You never felt this way.

What a wicked thing you do,

To make me dream of you.

No, I don't wanna fall in love…[2]

Tarareo la canción pensando en Tomás, en su juego psicópata de convencerme y


convertirme en la destinataria ansiosa de sus pocos segundos de amor lastimoso…
Repasando nuestra historia, recuerdo que la primera vez que nos vimos no sabía que
estaba casado. Tampoco conocía mucho sobre su prestigio profesional y empresarial.
Cuando me enteré que estaba siendo amante de alguien que comenzaba a importarme,
quise cortarlo (hace poco más de un año), pero me suplicó de mil formas que no lo
dejara porque se estaba por separar. Comenzó dejando cinco ramos de flores en el
portal del edificio y luego cinco en la puerta de mi departamento; otro día trajo
bombones rogándome que le abriera; y por último, me convenció con sus caricias y
besos. Me decía que sin mí se moriría, y que le había devuelto las ganas de volver
a enamorarse y la pasión por vivir. Que su mujer lo maltrataba… ¡Y le creí, por
supuesto! Las personas enamoradas (o deslumbradas, porque ya ni sé qué me pasa)
creemos aunque nos digan que los elefantes vuelan. Y en mi caso, decidí comprarme
el buzón más grande de mi vida y pronto lo sabría. Pero ya es tarde, porque para
los demás soy escoria, la trepadora oficial, que está esperando y haciendo de todo
para que mi amante se separe. ¡Bienvenidos a mi vida!

Definitivamente, ya no soy la misma chica llena de vida e ilusiones, plena de


sensualidad e ingenuidad crédula que él conoció. Ahora soy la amante pesada,
pedigüeña y descreída de todo. Ahora mismo, me vendría tan bien ver a mis amigos,
pero no puedo llamarlos, ni a Richard ni a las chicas, porque están trabajando. Me
fui antes porque ya que iban a hablar mal de mí, al menos con justificativo, ¿no?
¡Mucho menos le hablaría a mi madre! Según ella, “si iba a repetir historias, que
fuera con éxito y que no me dejaran tirada”… “Como a ella”, le faltó agregar. ¡Como
si yo fuera feliz por esta situación! Esperando (y desesperando) cuando me prometía
venir y no lo hacía; cancelando reuniones con mis amigos y corriendo a mi
departamento porque “justo él se había desocupado”, fines de semana desperdiciados
y solitarios… Debería comenzar a respetar mis tiempos y mis ganas…

Antes de comenzar mi baño, dejé mi celular cerca de mí para poder atender supuestas
disculpas de mi pareja, pero veo que no llegarán. Cierro mis ojos, pienso en la
mirada de Tom, en sus exigencias, en sus gestos dulces del principio que fueron los
que me conquistaron, en sus promesas de amor… ¿Por qué no puede entender que somos
iguales y que su mujer solo es la madre de sus hijos? ¿Por qué no se escucha a sí
mismo cuando me cuenta que en su cama matrimonial ya no hay fuego y que solo vuelve
para cambiarse de ropa y ver a sus hijos? Alarma de mensaje.

“¿Estás bien? No me gustó verte ir así de la oficina.” Diego. “Cualquier cosa que
necesites, Ángeles, CUALQUIER COSA, tendré mi celular encendido”

Lo que me faltaba: en la oficina todos notaron mi huida dramática. Ahora entiendo


por qué Tomás no me llamó. Él detesta estos arranques míos de patear todo cuando
algo me molesta. Comencé a hacerlos en este último tiempo al notar que de otra
forma mi chico no acusaba recibo de lo que yo necesito y no me está dando. Entiendo
que no puedo vivir demandando lo que el otro no tiene ganas de dar, pero así
funcionamos últimamente. Sé que cuando vivamos juntos todo volverá a ser como
antes. No respondo el mensaje del ingeniero para no generar un ida y vuelta
innecesario. Sin embargo, siento un calor en el pecho de imaginar que hay alguien
cercano y extraño que piensa en mí. Alguien que podría llegar a importarle lo que
me pasa...

Suena el timbre y me ilusiono. Me olvido de todas las reflexiones de hace segundos,


y solo quiero abrazarlo y que me haga el amor. Me seco en tiempo récord, me pongo
mi bata que tanto lo excita, la más corta y sexy que tengo para recibirlo, y para
que sepa que le perdono lo que sea. Quiero compensarlo por mi orgasmo fingido de
hace unas horas y aceptar mi papel momentáneo de la amante dedicada y contenedora.
Ya llegará nuestro momento y seremos infinitamente felices. Corro a abrir la puerta
sin siquiera preguntar porque necesito su piel contra la mía, su lengua en mi sexo…

―¿Rocío? ¿Diego? ―Los miro desconcertada. ―¿Qué hacen acá?

―Te dije que estaba bien… Hola, amiga ―Rocío me da un beso y pasa. Por lo visto,
tendría que atenderlos aunque no tuviera ganas. ―Vinimos porque nuestro compañero
tenía miedo que te suicidaras, por poco… ―Dice poniendo los ojos en blanco.

―¡Tampoco la pavada! ―La amonesta con la mirada. ―Hola, Ángeles ―me saluda Diego
con un beso en la mejilla pero sin amagar a pasar. ―No queríamos molestar, solo
saber cómo estabas… Te vi irte muy mal de la oficina y como no tengo confianza para
venir solo… ―Me mira con intensidad, y sus ojos iban desde los míos, pasando por mi
boca y luego a la abertura de la bata en mis pechos. ―Me tenías preocupado. ―Y baja
la voz para decir: ―Lo de la semana pasada más lo de hoy… —Se rasca la cabeza y se
despeina los rulos. —¿Estás bien?

Me desconcierta. ¿Qué hace acá? ¿Qué busca? Recuerdo mis pensamientos mientras
Tomás y yo hacíamos el amor en el toilet… Era él. Me pongo colorada y Diego me mira
con expresión de no entender qué me pasa.

―No hay problema ―me cubro el pecho con ambas manos. ―¿Vas a pasar o no?

―¿Puedo?

―¡Diego, pasá de una vez! ―Le grita mi amiga desde el sillón.

Ambos ponemos cara de “bueno, si no queda otra…” y le dejo el paso justo para que
entre. Camina hacia mí y nos quedamos frente a frente, como si no existiera algo
más importante que respirar uno junto a la otra. Bajo mi mirada y noto que sus
manos están moviéndose dentro de sus bolsillos. Está nervioso, y sigo sin entender
por qué siempre está raro cuando tiene que hablarme. Bueno, sé que nadie comienza
una relación laboral con el bagaje previo que nosotros tenemos, pero somos adultos,
¿no? Podríamos hacer de cuenta que nos reencontramos con un ex novio en la misma
empresa ¡y listo! Se inclina sobre mi boca, sus cejas gruesas son una línea y pasea
sus ojazos esmeralda de los míos a mis labios. La tensión crece por combustión
instantánea, mientras su aliento a chicle de menta y café se queda impregnado en mí
por nuestra cercanía. Saca con lentitud una mano de su bolsillo y acomoda un mechón
rebelde tras mi oreja, rozándome el cuello en el viaje. Finalmente, me da un beso
en la mejilla. Ese amague genera un retumbar en mi cabeza, entre nervioso y
excitante, porque por un segundo temí que me besara sin importar la presencia de
nuestra compañera. ¡Ahí tenés tu pose de adulta superada, Ángeles!, me dice la voz
de mi consciencia.

―Hola ―susurra.

―Hola… ―Sonreímos los dos sin saber muy bien por qué. —Y gracias…

―De nada. Quiero que sepas que estoy para lo que necesites…

Asentí. ¿Qué podía decir frente a eso? No nos conocemos. Había una cierta (e
inusual) tensión entre nosotros. Pero, ¿tensión de qué tipo y por qué? Si apenas
sabíamos nuestros nombres… Es decir, unas horas de cama compartidas, un trabajo
diario y unas miradas indiscretas no generaban obligación de preocupación para con
el otro. Las mujeres intuimos cuándo un hombre se siente atraído hacia una, pero de
ahí a que él soñara con una nueva posibilidad de estar juntos era una gran
tontería. Entiendo que podamos tenernos ganas. Sin embargo, creo que es más
añoranza e idealización por lo vivido que otra cosa. Puedo fantasear, es parte del
juego que a veces puede darse entre hombre y mujer, pero sigo teniendo ojos solo
para mi hermoso y erótico amante.

Los escucho sin prestarles atención. Miro sus ojos, sus manos, sus poses. Diego
está frente a mí, en un pequeño sillón, y mi amiga al lado mío. ¡Rocío es tan
obvia! Le gusta nuestro compañero y no sé cómo explicarle que no le da bolilla. Que
los ojos de él están sobre mi escote y sobre mis manos que retuercen su pañuelo con
nerviosismo (lo encontré sobre el tapizado antes de sentarme sobre el sillón y lo
tomé). Quiero echarlos y ponerme a llorar por mí, y porque mi amante ni me piensa
ni me extraña como yo. Porque tiene a su familia y yo no tengo nada. Porque para
Tomás jamás seré la primera opción como él sí lo es para mí. Porque la sombra en la
cual me convertí jamás puede ser la luz de ninguna otra vida hasta que no encuentre
la tecla de mi propio encendido… ¿Qué estará haciendo Tomás?

¡Tengo tanta bronca que quiero vengarme de todos y que sufran como lo estoy
haciendo yo en este momento! Inclusive de la tal Ivana, que ni debe saber que su
noviecito está mirándome con deseo mientras ella debe estar trabajando. Me dan
ganas de tontear un rato, jugar un poco, para sacarme este despecho celoso.
Comienzo a pasear su pañuelo sobre mis piernas, mi escote, mi cuello… Aprovecho que
no aparta sus ojos llenos de deseo de mis movimientos y de su pañuelo para
provocarlo.

―Entonces, ¿nos vamos, Diego?

―Sí. ―Responde serio y me mira. Traga saliva porque está entendiendo mi estímulo.
―Ángeles, ¿podría pasar al baño? ―Concentrada en acariciarme, asiento sin mirarlo.
―¿Me indicarías por dónde?

―Por el pasillo, la última puerta.

Se levanta rápido y observo su cuerpo trabajado: espalda ancha, piernas largas y


nuca perfecta. Soy una obsesiva de las nucas masculinas. A mi mente, vienen
ramalazos de sus manos, sus ojos y sus gruñidos acabando sobre mí en aquella
habitación… Espero a que desaparezca y ataco a mi amiga.

―¡¿Vos estás loca, Rocío?! ―La tomo del brazo con fuerza y la levanto de mi lado.
―¡Se van ya mismo de acá!

―¿Qué te pasa, Angie? ¡Me estás lastimando, soltame! ¡Auch!

―¡Pasa que si querés levantarte al ingeniero no me uses de excusa!

―Te aseguro que no quería venir, pero no me quedó otra. ―Me dice con fastidio. ―En
el bar se puso pesadito y ni me dejó terminar el trago. ¡Por poco, venía con una
autobomba! Exagerado… ―Hace una pausa y sonríe. ―¿Viste lo bueno que está?

―No lo registro. Sabés que estaba esperando a otra persona…

―Ahora entiendo tu vestimenta de… ―Me mira de arriba hacia abajo y hace una mueca
irónica. ―¿Geisha?

―Sí… ―Suspiro con cansancio. ―Ro, por favor, necesito descansar…

―Prometeme que mañana me contás… ―Me abraza.

Asiento. Así que Diego se había preocupado en serio por mí... Me siento mal por
haber jugado a provocarlo. Quizás, él había dejado aquella tarde atrás y la que
seguía sin poder hacerlo era yo. Continúo sin disfrutar del presente, usando
personas externas a mi relación como excusa de mi infelicidad. Tengo que aclararme
cuanto antes para poder exigirle a Tom que se defina.

―Listo. ¿Nos vamos, Rocío? ―Mi amiga le dice que sí y, mientras recoge sus cosas,
su cara se ilumina como si hubiera obtenido la sortija en la calesita. Ya en la
puerta y a punto de irse, Diego le dice: ―¿Me esperarías abajo mientras charlo un
tema con Ángeles? Algo de trabajo que quedó pendiente antes que se fuera temprano…
―¡¿Eh?! ¿Qué tema tenemos en común vos y yo, ingeniero? La pobre de mi amiga se
desinfla como un globo y se va cabizbaja. Apenas la ve desaparecer por la escalera,
se acerca a mí tomándome ambas mejillas con sus manazas y dejando su boca casi
pegada a la mía. Me aprisiona contra la puerta para decirme: ―Hermosa bata, hermosa
vos y mi pañuelo te queda muy bien entre los dedos y en tu cuerpo… Me imaginé
muchas cosas… ―Abro la boca para responderle como se merece, pero su sonrisa
sensual me desarma y la cierro. Su pulgar me limpia una mancha de rímel imaginario
y llega hasta mis labios para recorrerlos con apremio. ―Nunca más te quiero ver
llorar. Y menos por un pelotudo como Tomás…

Sus manos abandonan mi cara para tomar mis muñecas y colocarlas sobre mi cabeza,
mientras una de sus piernas se queda entre las mías y me besa en la comisura
derecha de mis labios. Es el casi-beso más lindo, tierno y confundidor del mundo.
Observo cómo se separa un poco de mí, me mira con ese verde oscuro que ya conozco,
deja suavemente mis manos a los costados de mi cuerpo y se va. Baja corriendo las
escaleras sin esperar a que le responda. Me quedo atontada, pensando en ¿por qué
alguien como Diego, con pinta de caballero andante atrevido, tuvo que aparecer
justo ahora? ¡No tengo tiempo para estar confundiéndome! ¿Qué busca? Necesito
enfocarme y conseguir que Tomás me ame tanto como yo a él. ¡Que cumpla con sus
promesas!

Entro a mi departamento sonriendo y acariciándome la boca. ¿Cómo besarían esos


labios gruesos? Porque hace meses, en aquel spa, una de las reglas fue “no besar a
la pareja del otro”. Los labios, la lengua y los mordiscos solo eran en el cuerpo,
pero la boca era de exclusividad entre los novios. Ojo, Ángeles, me digo, una cosa
es jugar y otra muy distinta meterse en una travesura peligrosa como salir con el
jefe y flirtear con un compañero al mismo tiempo… Y no cualquier compañero, sino
uno que ya conoce mi cuerpo, y al que podría utilizar como punta de lanza para
apurarlo a Tom. Además, es tierno y se preocupa por mí. ¡Eso es lo que no logro
encajar! Porque si, de última, fuera solo calentura de su parte, lo mando a freír
churros y se acabó. Pero no. Aunque él no lo sepa, yo también lo observo y me matan
sus ojitos color del mar continuamente pendientes de mí, de mis gestos y mis
palabras. Adoro sus cejas, que se convierten en una sola línea, esa que comienzo a
adivinar antes que aparezca en su cara, y la misma que se acentúa cuando nos
encuentra juntos a Tom y a mí, como si lo desaprobara, como si estuviera celoso.
Como si tuviera derechos sobre mí. Como si pudiera… Me repito, ¿qué busca?

Tengo que cortar con todo esto. Siempre el fusible termino siendo yo y mi mente
estaba buscando excusas para que mi corazón soltara el lastre de mis sentimientos
hacia Tomás. Yo quiero todo con él pero me duele no poder mostrarme frente a los
demás como suya. Porque mi cuerpo, mi mente y mi sexo estaban encadenados a él a
través del hilo de la sensualidad. ¿Pero sólo es eso? ¿No había nada más? ¡Y nada
menos! Para el afuera soy la que se muerde la lengua llamándolo cuando me toca con
sus ojos, cuando nos encontramos en sueños o a escondidas en nuestras mentes y en
nuestros sexos… ¿Es delito amarse así? ¿Soy yo la delincuente en esta relación a
tres o el perverso es él, que juega a dos puntas lastimándonos con cada caricia
robada?

Dos horas después me acuesto. Agotada de tanto darle vueltas a esto que siento, y a
lo que no quiero renunciar porque necesito seguir creyéndole. Me niego a reconocer
que es un cagón que no se define por hacérsela fácil a él mismo... Pienso que los
hombres como Tomás transcurren su vida cómodamente, yendo de una cama a la otra,
por mujeres como su esposa y como yo que se los permitimos. Que nos sacamos los
ojos entre nosotras por conquistar el órgano que tiene la de enfrente: su mujer
quiere de vuelta el sexo de su marido en su cama, y yo quiero conmigo su corazón
para reinar en el lugar donde actualmente reina su familia… Y así estamos,
dejándome engañar por propia convicción día tras día… ¿Y a esto consideraba vivir?

********************

No podía quitármela de la cabeza. Por eso apuré el trago que me presté a tomar con
Rocío, sorteando como pude sus avances y su conversación insistente. Cuando ella se
fue al baño, le mandé un mensaje a Angie para no quedar como un acosador o un
desubicado cuando me viera minutos después en su casa. Ángeles para mí no es “una
minita más”. Ella es una mujer que quisiera conocer, y no solo en la cama. No me
tilden de “quijote mal curado”, pero quisiera rescatar el brillo especial y dorado
de esa mirada que en algún momento debe haber iluminado todo a su paso. Quiero
arrancarle esa tristeza constante, la que parece que la posee todo el tiempo y la
oscurece, cuando que ella está destinada a encender.

No. Definitivamente, no puedo ni quiero quitarla de mis pensamientos. Su bata, sus


ojos tristes, su resignación. Le había pedido ir al baño como excusa para espiarla
y conocerla un poco a través de su intimidad, calmando la calentura que me provocó
verla tan cómoda y casera, tan sexy, sin rastros de la estirada e inalcanzable
secretaria y femme fatal que comparte espacio laboral conmigo y con su amante. No
suelo andar acosando a nadie ni persiguiendo chicas “tristes”. Simplemente, intento
entender lo que me pasa, porque no puedo digerir que una mujer que casi ni conozco
me tenga tan seducido y a punto de poner mi mundo al revés. ¡Necesito encontrar un
punto de fuga para sacármela de la mente!

Muy a mi pesar, conocer su casa no me aportó nada negativo o algo que me provocara
rechazo. Al contrario, demasiadas cosas en común, por lo poco que observé. Le gusta
leer, es ordenada, inteligente, y tiene un tocadiscos para pasar vinilos originales
de los años ochenta y noventa… Lo dicho: demasiado. Tengo la teoría que las
“confusiones” aparecen cuando las coincidencias se suman a la atracción física y
mental. Y no suelo permitírmelas en ningún orden porque nunca las necesité. Pero
esto es diferente… Siento que tengo que estar ahí para ella, porque si no nadie lo
hará. Incluido el hijo de puta del jefe, que le da igual si su amante vive o muere.

Vuelvo a pensar en mi pañuelo, que iba y venía entre sus dedos, empapado de sus
lágrimas, deslizándolo sobre sus caderas generosas, sus pechos llenos, sus labios…
Lo imaginaba con su olor y la sal del llanto mezclada con su maquillaje… Estoy
feliz de que me tenga con ella en alguna forma, que use algo mío para consolarse.
¡La puta madre no haber llegado antes a su vida! Ella podría aspirar a alguien
mejor, a alguien que la respetara, a alguien que la cuidara. A alguien como yo. ¿Y
si me acercara a ella como su amigo? Después de todo, hoy no se nos dio tan mal.
¡Mentira! Me comporté como un caballero, y me contuve de robarle besos en varias
ocasiones, porque sueño con que ella me lo pida y diga mi nombre con deseo.
Mientras mi mente divaga sobre la piel de mi angelito, observo que Ivana habla,
organiza y me muestra sus notas, pero no la estoy escuchando.

―Diego… —Asiento ante cada mirada suya, porque temo que sospeche que estuve toda la
cena en otro planeta. —Diego… —Repite, pero mi mente sigue intentando desentrañar
ese misterio llamado Ángeles. —¡Diego! ¿Me estás escuchando? ¡Ésta también es tu
boda, che!

¿Para qué carajos vine? Cierto: estoy por casarme.

―Sí, Ivi, te escucho. Es que hoy tuve un día jodido en el laburo… Y para colmo….

―¿Y a mí qué me importa? ―Me interrumpe. ―Todos lidiamos con cosas a diario y sin
embargo me tomé el trabajo ―veo que para ella también es un “trabajo” estar acá ―de
reservar esta mesa para ir cerrando cosas de nuestro casamiento. En seis meses nos
casamos y vos no elegiste ni tu testigo para el Civil ni el traje para la Iglesia…
¡No pienso volver a aplazar la fecha ni darle de comer a la chusma de siempre!
―Tira enojada la servilleta y se va al baño.

¡La cagué, la puta madre! Ahora tendría que pedirle perdón, comprarle las flores
que le gustan, fumarme algún evento snob a los cuales la invitan continuamente,
etcétera. Pero esta vez tiene razón. Estoy siendo injusto con ella: a punto de
casarme y yo preocupado por la seguridad emocional de una compañera de trabajo. ¡Y
si Ivana se llegara a enterar con quién trabajo me rompería las pelotas cada cinco
minutos para controlarme! Cuando volviera, le pediría disculpas y le haría un
regalo por su paciencia… Timbre de whatsapp.

“Hola, soy Ángeles… (¡Como si no te tuviera agendada, bebé! Mi corazón empieza a


latir acelerado.) Quería agradecerte por haber pasado por mi casa, por tu
preocupación y por tu pañuelo… (Más latidos, dolor de estómago de nervios. Estoy
hecho un boludo cualquiera.) Hasta mañana. Buenas noches.”

Sonrío ante la pantalla como si fuera ella quien estuviera delante. Se había
preocupado por mandarme un mensaje. Desde hace tres meses, cuando me pidió que no
aceptara el trabajo, no había vuelto a enviarme nada. ¡Hasta pensé que me había
bloqueado! Mientras pienso qué responderle me llega otro.

“Pd: Mañana te devuelvo limpio tu pañuelo… Debe ser muy querido para vos porque
lleva iniciales, pero no son las tuyas…”

Los pañuelos de tela son de las pocas cosas que conservo de mi viejo y no se los
presto a nadie. Pero con Angie ni siquiera lo pensé, y se lo di porque quería que
dejara de llorar y que entendiera que me importaba. Podría acercarme a ella a
través de Ricardo, el chico gay que siempre organiza las reuniones en la oficina y
que me enteré que es su mejor amigo. Es bastante copado ese pibe y nos caímos bien
de entrada. Además de la pequeña historia que tenemos en común… Creo que podríamos
salir a tomar algo entre todos y tantear el terreno de una vez por todas.

“No hay problema, otro día te cuento. Que descanses.”

Y a los pocos segundos le mando otro. “Y quiero que sepas que no sos una
rompehogares… No tenés la culpa de haber tropezado con el imbécil de Tomás. Sos
demasiado para él. Ahora sí: Buenas noches.”

Me quedo como bobo esperando una respuesta o algo, pero nada. Empiezo a pensar si
estará escribiéndole a Tomás o a algún otro, porque sigue en línea pero no
responde. No me reconozco. Angie representa todas las confusiones juntas en una
misma mujer. Es hermosa, inteligente, rápida, buena compañera, solidaria. ¿Qué
pretenderá de la vida? ¿Qué busca en un hombre? ¿Le gustarían los comprometidos
para evitarse quilombos? Igual, toda esa cuestión debería importarme poco y nada,
porque mi camino es otro. Mis objetivos en este momento son casarme, tener hijos y
compartir mi vida junto a la mujer que me acompaña desde hace cinco años. Si
Ángeles quería arruinarse la vida y las esperanzas con alguien como Tomás que jamás
la pondría en primer lugar, allá ella. ¿Pero eso es lo que me está molestando
realmente o estoy celoso porque nunca se fijará en mí? Aquella tarde, en el spa,
fue bastante fácil porque todos nos impusimos un poco ante los ojos de quienes
debían elegirnos. Éramos inexpertos, nos gustamos y arrancamos. Sin embargo, en el
día a día, Ángeles, más que un saludo o alguna mirada furtiva, no repara en mí.
Aunque debo decir que hoy la noté tensionada y sorprendida por mis avances. No sé
qué tecla activa o qué dice para tenerme así, pero su presencia despierta al
depredador que siempre llevé y que ahora estaba enjaulado por mis deberes de novio.

Sé que mis pensamientos podrían sonar descabellados y desordenados, si llegara a


decirlos en voz alta. Voy a dar el paso más importante con la mujer que quiero (o
al menos, con la que más seguro y asentado me siento en cuanto a objetivos en
común) y los problemas de esa chica (y las ganas que le tengo) no deberían estar
afectándome. Ni ella necesita ser rescatada ni yo tengo por qué comportarme como un
caballero andante… ¿No? ¿Yo, celoso de una mujer que ni conozco? Acaricio la
pantalla de mi móvil y tengo ganas de volver a verla. Ahora. En un rapto de bronca,
apago mi celular para dejarme de pendejadas.

―¿Llamó alguien? ―Me interrumpe mi novia.

―No entiendo ―respondo desconcertado.


―Porque te quedaste mirando el celular fijamente. ¿Te llamaron y se cortó?

―Nada importante. ―La miro y la tomo de sus manos. Quiero poner los pies en mi
presente para no cometer boludeces irreparables en mi futuro cercano. ―Ivana,
quería pedirte disculpas… Estoy nervioso y me la agarro con vos que lo único que
hacés es preocuparte de que tengamos lo mejor…

―Amor, ya está, no te inquietes… ―Retira sus manos y vuelve a su planificador. ―Yo


estoy igual, solo que tengo en mente terminar con todo de una vez… ¡Si sabía que
llevaría todo sola ―ahí vino el palito para mí― no me casaba! ―La miro sorprendido.
En su momento, le había sugerido una boda íntima. ¿Y ahora soy yo el culpable de
que se hubiera empecinado en armar semejante circo? ―Sigamos cenando que tenemos
mucho que organizar…

Al instante, suena su celular y en la pantalla leo Dr. Salar. Veo que mi novia lee
el nombre, tensa su mandíbula, se remueve en su lugar y vuelve a lo que estaba.
Debe ser un colega demasiado molesto para que se haya puesto así. No le doy mayor
importancia y no pregunto para no incordiarla de más. Continuamos la cena, y entre
risas y mucho alcohol, terminamos teniendo sexo en la cama del departamento de
Ivana. Increíblemente, ella estaba dispuesta a todo lo que le pedía, y yo disfruté
de mi orgasmo, mitad dedicado a Angie y mitad a la dedicación que mi novia le puso
al encuentro.

A pesar de eso, y ya en mi casa, esta noche acabo de decidir que no me casaré con
Ivana y que haré lo imposible por separar a Ángeles de Tomás. Tengo que convencerla
que su mejor opción es conocerme.

Capítulo 4 - Borra con tus labios lo que él beso

Llegó el sábado y pasaron tres días desde mi “ataque de furia” por las
desatenciones de Tomás. Otra vez lo mismo. Harta de esos toco y me voy causados por
sus desequilibrios familiares. A veces, me siento un tubito de ensayo… Los sábados
son día de reunión y salida con mis amigos, con los Gitanos. Ayer vinieron a copar
mi casa y los eché. Sé que los traté mal, pero no tenía ganas de ver ni a mi
sombra. Para colmo, horas antes en la oficina, Diego me había interceptado en la
escalera para invitarme a tomar algo y le contesté que no. El ingeniero, que venía
sumando algunos puntos, terminó de hundirse al preguntarme con sorna si necesitaba
ser jefe para salir conmigo, a lo cual respondí con un cachetazo y me fui. Estoy
irascible, es verdad, pero tampoco para dejarme faltar el respeto. Vengo bastante
contrariada con el género masculino…

Volviendo a Tomás, debo festejar que se hubiera terminado esta semana rara, llena
de sentimientos encontrados y cuestionamientos que me tenían toda la madrugada
tomando decisiones que se esfumaban en la mañana o al verlo. Tampoco estoy
manejando sus celos y posesión desmedidos, ni el sentir su perfume o sus roces en
la cocina de la oficina. A pesar de ser nuestro jefe, Tomás siempre se las
ingeniaba para ir a tomar algo allí y flirtear con quien estuviera. Si habré
soportado sus histeriqueos con alguna pasante nueva… Luego me decía que no viera
fantasmas y que solo pensaba a mí. ¡Me hace tanto mal y tanto bien al mismo tiempo!
Lo aposté todo a él y ahora exijo mi lugar. Me haría desear. Lo haría sufrir.

Sin embargo, y a pesar de mí y que no quiero que sea así, el soplo de aire fresco
es cada vez más vívido cuando el ingeniero Corso se acerca. Cuando comienza a
gustarnos anhelamos el cortejo, miradas, detalles, frases veladas... El simple
juego de seducción que, en la mayoría de los casos, no conducen a nada. El estar
atenta cada vez que llega a la oficina, o la sorpresa de cruzarnos en los pasillos,
me está devolviendo las ansias por lo nuevo. Es por todo eso que no puedo dejar de
agradecerle internamente a mi dulce compañero de mirada verdosa que me hubiera
traspolado a mi adolescencia puntana, cuando aún creía eso de sentir.

Mientras sonrío a la nada y ordeno mi departamento me acuerdo lo que me dijo


Richard por teléfono: ¡hoy soy de mis Gitanos! Se acabaron el adivinar si mi amante
vendría a verme o estaría con su familia, si me mandaría una frase a tiempo o una
foto en código, si pensaría en mí estando con ella… Al menos por unas horas, ¡penas
off! Además, mi amigo nos avisó por el grupo del whatsapp que traería una sorpresa,
y por más que lo amenazamos con mil cosas vengativas no soltó prenda. Suena el
timbre y corro a abrirles. Ellos son mi verdadera familia, a la que recurro cuando
me siento más sola que nunca en esta fría Buenos Aires. No me dejan ni saludarlos
que ya me tienen tumbada sobre la alfombra abrazándome.

―Perdón por lo de ayer… ―Les digo haciendo falso puchero.

―¡No pasa nada, amore! ―Contestan a coro, y me hacen tantas cosquillas que lloro de
risa.

¡Los amo! Con Rocío, Richard y Mora formamos el grupo Los Gitanos y salimos todos
los sábados, sin falta, a diferentes boliches. Nos lo pusimos en broma una noche
que estábamos muy en pedo y que hicimos karaoke en la casa de Ricardo. Resulta que,
hablando sobre nuestras madres, a los cuatro nos habían llevado a algún concierto
de Sandro[3], el Gitano de América, ya sea en la panza de nuestras viejitas, o de
la mano, o para dejarlas en la puerta e irnos con nuestros padres. ¡Esa misma noche
decidimos que nuestro comité de crisis siempre sería embotarnos con música del más
grande! Nuestra canción fetiche es “Como lo hice yo”. La actuábamos a la
perfección, con coreo y vestimenta incluidos, y siempre nos poníamos a gritarlo en
el medio de cualquier pista. En algunos boliches a los cuales volvíamos más de una
vez, ya nos conocían y hasta nos arengaban con aplausos.

―Lo de ayer ya pasó, Angie ―me dice Richard tomando mis mejillas. ―Recordá que
siempre hay un mañana esperándonos para darnos algo mejor que lo de hoy. ―Me da un
beso en los labios y sonríe. ―¡Pero bueno! Vean cómo se nos ha puesto nuestra
diosa… ―Toma mi mano derecha y me da varias vueltas. ―¡Hoy sí o sí la rompés,
Angie! ¡Y nada de boludos rondando, ni mensajeando, ni controlando, ni nada! Bueno,
salvo uno… ―Hace una risita pícara y me guiña un ojo.― Y que no es ningún boludo…

―Ricardo, ¡te conocemos! ¡Decinos ya mismo cuál es la sorpresa y por qué no está
acá con vos! ―Le reprocha Mora.

―Tuvo un inconveniente, pero nos está esperando en el bar donde haremos la previa.

―¿O sea que tu sorpresa es un “alguien”?

―Ajá, Rochi… Alguien que se puso muy contento cuando lo invité ―vuelve a reírse con
malicia.

―¿Es hombre o mujer? ―Pregunto con cautela. Sé que no es Tomás porque se odian.
Literalmente. Por eso temo que me haya armado una cita a ciegas.

―¡Esperá, Ángeles! Siempre tan ansiosa… Ahora les toca hacer pasarela, como cada
sábado. Empieza Rocío… ¡Mueva, mueva, mueva!

Todos estábamos radiantes, como si intuyéramos que la noche nos traería un punto
bisagra. Por mi parte, estaba estrenando un vestido color chocolate, con escote
halter (ajustadísimo y drapeado desde el pecho hasta justo debajo de mi cola,
haciéndome ver con más lolas de las que tengo) y unos zapatos con tacos inmensos.
Había comprado el conjunto para usarlo esta semana con Tomás, pero volvió a dejarme
plantada por el cumpleaños de una amiga de su mujer. ¡Hoy me sacaría las ganas y
pensaba frotarme con cada chico que se me acercara! Rocío vestía leggings color
azul metalizado y top negro; Mora, jeans y camisa de gasa transparente con manga
musculosa; y Richard, un conjunto de saco y pantalón chupín color azul marino.
Salimos gritando “¡Te lo juro por ésta! (nos agarramos la entrepierna) Como lo hice
yoooooo…”

Tardamos un poco en llegar al bar porque Ricardo paró a comprar preservativos y


quiso regalarme uno sí o sí. Seguíamos intrigadísimos porque él dijo que “su
sorpresa” le había texteado para saber cómo veníamos. Quise robarle el celu para
ver quién era pero no pude. Tengo un mal presentimiento. En realidad, no era malo,
sino… No sé… Bajamos de su auto en patota, cantando “No sé si tendrás otra hoguera
que te queme tanto como lo hice yo…”, hasta que lo veo. Su mirada pícara y su
mechón ruliento tapando uno de sus ojos lo hacen ver como un pirata que viene por
su botín.

―¿Qué hace él acá, Ricardo? ―Susurro.

― “Él” es mi amigo, y creo que otro hombre le vendría bien al grupo… Para balancear
tanta chuchina, ¿no te parece? ―Sonríe con una mueca irónica.

―Después hablamos, pero esta me las vas a pagar… Si se entera Tomás…

―¡Yo me encargaré que se entere, Angelita, eso te lo aseguro! Ahora, sonreí ―me
ordena mientras nos vamos acercando a Diego. No puedo dejar de observarlo (como las
mujeres que están a su alrededor en la barra): jeans, remera azul que ajusta sus
músculos, esos rulos que enmarcan su cara perfecta, cejas que rodean sus esmeraldas
oscuras y que siempre me sonríen solo a mí… Deslizo mi mirada por esas manazas que
ya me habían consolado y arrancado gemidos y cierro los ojos sin querer. ―¡Diego!
¿Hace mucho que esperás?

―Hola a todos… ―Saluda en conjunto pero sigue sin despegar sus ojos de mí. ―Sí,
pero valió la pena… ―Se humedece los labios, me da un beso suave en la mejilla, de
esos a los cuales comienzo a acostumbrarme, y me toma de la cintura con posesión.
―Hola Angie… ―¿Angie?―¿Qué quieren tomar?

―Nada. ―Respondo tajante. Yo sé lo que el alcohol provoca en mí. Ignorando las


atenciones que el ingeniero con pinta de donjuán no cesa de dedicarme, decido tomar
la delantera. No estoy relajada y no me gusta cuando no controlo las situaciones.
―Richard, mejor vamos yendo porque nos queda hora y media hasta La Plata...

―¡Pero yo sí tengo ganas de tomar algo! ―Dice Rocío. ―Quiero lo mismo que vos, Die…
―Le dice al oído, pero para que todos escuchemos. Se acerca más a él y se le pega
como estampilla. Algo en su actitud me pone incómoda. “Sí: te molesta no ser la
estampilla de ese sobre, Ángeles”, me contesto.

―En el boliche te invito un trago, Rocío ―la corta―, pero ahora será mejor que
vayamos porque Ángeles tiene razón. ―Me toma del codo y me lleva con él. Se acerca
a mí para susurrarme: ―¿Preparada para guiarme hacia…?

―¿No te molesta ir con Diego, no, Anyu? ―Pregunta Richard con picardía. Los miro a
ambos y voy entendiendo que es una trampa. ―Él no conoce el lugar ni el recorrido.
Las chicas vienen conmigo…

―¡Yo también voy con ellos! ―Dice Rocío.


―Es un Smart, Rocío ―dice Diego con condescendencia. ―Solo entramos dos. ―Mi amiga
se sulfura y sale a la puerta. Pobre, le dejaría mi lugar, pero estoy disfrutando
ser el centro de atención del ingeniero, y ese calorcito tan lindo que se instala
nada más vernos, comienza a hacérseme una costumbre interesante. ―La Hipótesis de
los Seis Grados de Separación dice que cualquier persona de la Tierra está
conectada a cualquier otra del planeta a partir de una cadena de conocidos que no
tiene más de cinco intermediarios. —Me dice el ingeniero mientras caminamos hacia
su auto, y lo miro como si no entendiera. —Ivana, Tomás, Rocío y otra persona más
están en el medio de nuestra conexión… ¿No te imaginás quién puede ser el que
conspirará para que nos vayamos acercando de a poco? —En ese momento no sabía que
se refería a Richard. Esa es otra historia que ya conocerán más adelante. Contesto
que no con la cabeza, pero no emito palabra. Suspira, dándome un beso en la mejilla
y en la frente. —¿Lista, entonces? ―Siento que sus dedos se entrelazan con los míos
y ese ardor de recién se convierte en lava húmeda en otro lugar. Es rozarnos y que
la excitación asome… Maravilloso… Lo miro y sonríe como el otro día, antes de irse
de mi departamento. Sinceramente, es muy lindo y sé que podríamos pasarla bien
juntos, pero mi interés está en Tomás. ―Ángeles, ¿puedo pedirte algo? ―Me mira
fijamente y asiento. ―No me compares ―me pide, como si intuyera que pienso en mi
amante. ―Dame la oportunidad de demostrarte que no somos todos lo mismo… ―Arqueo
una ceja. ―Está bien, ver para creer, dicen. Y te aseguro que te haré ver… Las
estrellas… ―Señala el cielo brillante, vuelve a sonreír y me guiña un ojo.

************************

Llegamos hace media hora, justo para el 2x1 de Mojitos&Caipirinhas, y ya me tomé


dos promociones combinadas. ¡Recién son las tres de la mañana y ya estoy en pedo!
Me sentía tan tarada después de la conversación que tuvimos con Diego, que me
emboté en alcohol. Durante el viaje, me la pasé metida en el celular, mirando si
Tomás estaba en línea. Por supuesto, nada. No quise mandarle mensaje (no sé si por
orgullo o por dignidad mal entendida). Además, me daba bronca estar con mis amigos
y pensar en él, sin disfrutar el momento, mientras Tom debía estar en familia,
acompañado, feliz en su elemento: la mentira, la pantomima de la estructura
perfecta. Y yo, como siempre, esperando. ¡¿Pero esperando qué?! Por eso me enojé
con el mundo cuando mi compañero de paseo se puso a querer darme lecciones de vida.

―Largá ese teléfono que ya debe estar durmiendo ―me dice al oído.

―Imposible. Él jamás se duerme sin desearme buenas noches ―lo miro irónicamente,
como dando a entender que no se meta en lo que no sabe.

―¡Me imagino! Ahora, ¿podrías explicarme algo? ―Amago a irme pero me retiene con
fuerza. No me interesa lo que tenga que decirme. Aunque me sorprende que su
contacto siga excitándome cada vez con más fuerza. Lo dicho: no soy buena con
alcohol encima. ―¿Por qué una chica tan inteligente como vos necesita a alguien
como él?

―¿Dijiste necesitar? Yo no necesito nada, y mucho menos a alguien…

―No te creo. ¡Y me da bronca! ―Abro mis ojos porque me sorprende que reaccione así.
Se da cuenta y chasquea la lengua. ―Ángeles, no sé qué me pasa con vos, de verdad…
No suelo meterme en la vida de nadie, pero desde que te consolé la semana pasada…
Bueno, ahora que estamos solos puedo decir la verdad: desde que nos disfrutamos en
aquel spa, nos mezclamos y nos mordimos como nunca antes con nadie, yo… ¿Ves? ¡Me
trabo! Parezco un boludo tan cursi que no sabe qué decir… Para que entiendas mejor,
me das ganas de todo, de protegerte, de cuidarte, de hacerte entrar en razón… De
besarte… De estar en vos todas las horas del día… ―Suspiro. ―Me confundís, me
mareás, ponés de cabeza todo lo que vengo planeando hace años… Si hasta empecé a
replantearme…
Hace una pausa y cierra sus ojos. No conozco su vida amorosa actual, pero imagino
que debe seguir con Ivana, y quizás piense que está confundido porque imagina que
le gusto, pero es solo mi envase. Y tengo que hacérselo notar. No quiero que le
pase como a mí con Tomás: estar detrás de alguien que no siente lo mismo por una ni
tampoco con la misma intensidad. Porque yo sí puedo decir que estoy enamorada de mi
amante… Sea como sea, esto lo termino ahora.

―No te confundas, ingeniero. No necesito que nadie me rescate de nada… ¡Y menos


alguien que ni conozco! Voy a ser clara: soy muy feliz como estoy y con quién estoy
―trago saliva porque hasta a mí me suenan mentirosas mis palabras, pero no
permitiría que alguien como él viera mi dolor. Este maldito freno emocional que me
secuestra la razón cuando alguien comienza a importarme, jamás deja que muestre mi
corazón ni mis intenciones. ―Salvo que tengas a alguien que consideres mejor para
presentarme… ―Lo miro fijamente porque estoy esperando que diga que sí para que me
explique por qué. ―¿Conocés a ese alguien, Diego? ―Se acerca y no quiero que me
bese. Es decir, es raro… Sí quiero, pero no quiero que el mareo del alcohol desate
un desastre que no estoy buscando en estos momentos… ―¿Vos agarrarías este fierro
caliente que es mi vida? ¿Y para qué? Tendríamos sexo —sus ojos se oscurecen, su
lengua recorre sus labios mientras se acerca y yo doy un paso atrás—, me alejaría
de Tomás y vos de tu novia, y ¿después qué? No nos conocemos… Ni vos sabés cómo me
construí y qué resigné para estar hoy donde estoy, ni yo sé qué hojita de afeitar
usás cada tres días…

Quiero demostrarle que aunque nos conocimos de una manera peculiar, y conectamos
desde cada poro y en cada latido, eso no debería atarnos para volver a estar en una
cama, confundiéndonos con sentimientos que no existen. Se frena y traga saliva.
Antes que diga algo de lo cual nos arrepintamos, sonrío con una mueca triste y
niego con la cabeza. Sacudo mi brazo y me suelto de su agarre para irme al medio de
la pista con mis amigos. Intentaba no mirarlo, pero igual intuyo sus ojos
persiguiendo mi espalda, leyéndome las ganas y el corazón, a pesar de la oscuridad.
La mando a Rocío para que lo distraiga, los veo discutir, y ella vuelve con cara de
enojada. Comienza a sonar Karina y con las chicas nos ponemos como poseídas por
esta canción que nos encanta. Me olvido de todo y nos pegamos muy juntas para
bailar, rozándonos y con las manos en alto.

―Sí. ―Me da vuelta Diego, cortando mi baile y sosteniéndome contra él.

―¿Qué? ―Le pregunto, sorprendida. ¿Y ahora qué le pasa?

―Que sí, que agarraría el fierro caliente que es tu vida y que vos representas para
mí. Sé que tendremos que lidiar con muchas cosas, pero yo estoy dispuesto a ser lo
que necesites. Y no solo me refiero a la cama…

Abro la boca y la cierro porque no sé qué contestarle. Los tipos no suelen decir
estas cosas si solo te quieren para una noche. O dos, a lo sumo. ¿Por qué, Diego?
¿Para qué?

―Me imagino… ―Sonrío con suficiencia. Tengo que evitar creerle a esos ojos que me
hipnotizan y a esos labios gruesos que dicen lo que necesito oír, cual canto de
sirena. Saco de mí la Angie que se coloca en un pedestal antes de perder una
batalla, y me contoneo, apoyándole mis pechos en el suyo, luego me doy vuelta y me
arqueo para rozarlo con mi cola, mientras le voy susurrando parte de la letra.
―Quítame la venda que me cegó, quítame de golpe esta obsesión… Siempre queda
espacio para un nuevo amor, siempre si el que llega es muy superior… ―Me cuelgo de
su nuca, se la acaricio despacio, y esta vez no canto, le recito la letra, como si
fuera lo que yo pienso. ―Quítame esa idea de serle fiel, quítame el deseo de estar
con él… Dejame en la mente ganas de volver a verte… ―Posa sus manos sobre el inicio
de mi trasero, se refriega contra mí y siento su erección. ―Quítame ese hombre del
corazón, quita de mi cuerpo su sensación…[4]

Me refugio en ese pecho enorme y en su abrazo cálido. ¿Qué me pasa? No me


reconozco. ¡Siento hasta palpitaciones! El filtro emocional de mi corazón helado
debe estar desactivado. Sonrío de los nervios y él sigue serio. Ay ay ay, Diego,
Diego, si supieras que necesito de tus abrazos, tus palabras y tu mirada para
volver a creer y soñar que valgo la pena… Callo, porque veo que sus ojos verdes se
vuelven oscuramente brillantes. ¡Mierda! Este juego nos va a consumir. ¡Digo, a
confundir! Pero no, no puedo engañar a Tomás… No sería justo. Sobre todo, para mí y
mis sentimientos. Tampoco estaría bueno hacerle daño a este ingeniero sexy y dulce
que no tiene la culpa de haberse fijado en alguien tan rota y tan descreída del
amor como yo.

―No me importa lo que hagas o digas para intentar convencerme de que no tenés que
gustarme. Ya es tarde… ―No le creo ni una sola palabra. Es hombre y tiene novia: ya
me conozco este capítulo del manual masculino. Y a pesar de la música, el ruido y
el beso con mordida que acaba de dejar en mi nuca, logro escuchar lo que me
susurra. ―Angie, no suelo escuchar lo que dicen los demás… Ni siquiera si ese
alguien sos vos tratando de disuadirme para no conocerte… Y yo también quiero que
te bajes de ese falso cielo donde él te subió, quitarte el vestido y subirte hasta
un nuevo sol… ―Recitando parte de la letra de la canción. —El nuestro… El de tus
ojos…

Pero, ¿y este donjuán lleno de palabras encantadoras de dónde salió? Sus palabras y
su roce me llevan otra vez a aquella tarde. Sin embargo, hoy es distinto.
Inclusive, mejor. Porque en aquella habitación, tiempo atrás, tuvimos que
descubrirnos a la fuerza, mientras que esta noche nos tenemos genuina voracidad...
Generadas desde otro lugar… Sí, yo también quiero. Después de encender un
torbellino en la boca de mi estómago y acrecentar mi humedad con sus promesas y su
lengua, me deja sin su calor yéndose con Rocío. ¡Maldición! Voy hasta la barra para
pedir más alcohol, pero la promoción de mojitos y caipi había finalizado. Necesito
evaporar este deseo por el ingeniero sensual que sabe decir lo correcto, sintiendo
que no me equivoco cuando pienso que, si llegara a caer en su cama, mi abismo sería
eterno. Él no es como todos. Se nota. De Diego sí podría enamorarme con locura. Y
yo le temo a ese sentimiento porque sé lo que provoca en la vida de las personas.
Prefiero el control a la inconsciencia del corazón.

―¡Ey! ―Me saludan mis amigos cuando me ven venir.

―Ey… ―Contesto con cansancio. No se puede vivir luchando contra la corriente. Y más
cuando la corriente es una misma.

―¿Qué le pasa a la más linda del lugar? ―Pregunta Richard. Se acerca a mí e incluye
a Mora con un gesto. ―Anyu, querida mía, hace un rato pensé que el ingeniero se te
iba a meter por el escote, o por la boca, o por el… ¡Mamitaaaa, qué manera de
mirarse, tocarse, provocarse y todos los “arse” que se te ocurran! Hoy se van
juntos, ¿no? No te preocupes por Rocío, nosotros te la atajamos ―me guiñan un ojo a
dúo.

―Ya quisiera… ―Mi mente cometió un fallido.

―¡¿Cómo?! ―Pregunta Mora. ―¿Te gusta?

―¡Te lo dije! ―Le grita Richard a nuestra amiga.

―¡No! Iba a decir, “ya quisiera él irse conmigo”… ―Hice el famoso “recalculando”.
De corazón, creo que es el alcohol el que está hablando por mí, así que no me haré
cargo de lo que piensen todos (incluido ustedes que me leen). ―Chicos, no doy más
―suspiro mirando que Rocío está adosada a Diego. ¡Y tampoco es como si a él le
molestara por cómo se deja franelear! ¿Pero este chico no acaba de hacerme una
declaración tipo Bridget Jones? Sigue sin quedarme claro, pero no pienso quedarme a
averiguar la veracidad de algo que ya decidí que no quiero que me lastime. ―Me voy
―anuncio.

―¿Estás loca? Nosotros tenemos ganas de seguir un rato más. ¡No estuvimos ni dos
horas! ¡Al menos justifiquemos el viaje hasta acá, Ángeles! ―Me dice Richard
haciendo puchero. ―Hagamos un trato: si me marcas un chongo como la gente para
darme unos picos, te prometo que te llevo en media hora.

―No. Me voy sola, sino… Yo acá no me quedo ni un segundo más… ¿Mora venís o te
quedás?

Mi amiga me mira y no sabe qué decir. Si me dice que sí, deja en banda a Ricardo.
Si me dice que no, sabe que me iré sola, y ella es un poco como nuestra mamá: no le
gusta que sus pollitos andemos solos.

―Richard, mejor vayámonos juntos. No está bueno que Angie viaje en este estado ―me
mira de arriba a abajo y sé que sabe que estoy un poco mareada. Mi amigo me mira y
asiente. ―Además, Los Gitanos siempre nos movemos en patota… Vamos por Rocío y le
avisamos a Diego también.

―¡No! ―Creo que grité demasiado. ―Digo, no los molestemos… ―Sí. Estaba que ardía en
celos, pero quizás lo mejor fuera que esos dos se sacaran las ganas, así el
ingeniero no volvía a molestarme. Después de todo, el lunes deberíamos volver a
vernos. ―Rocío está que se muere por él, y es la primera vez que la veo de esta
forma, ¿no les parece?

―El que se muere por vos es Diego ―pongo los ojos en blanco. ―Bueno, gordita, ¡está
bien! Se hará como digas… Pero mañana te la bancas vos a Rocío por el grupo de
whatsapp, cuando empiece con que siempre a ella la dejamos de lado y toda la sarta
de boludeces que nos esperan… ―Hago muecas y en blanco y nos reímos al mismo
tiempo.

Salgo detrás de mis amigos y giro la cara justo cuando Ro le está comiendo la boca
a Diego. Inmediatamente, pienso en los desprecios que vivía padeciendo de parte de
Tomás. Envenenada por este amor prohibido que me estaba quitando mi alegría y mi
energía… Antes de salir, no puedo evitar volver a voltear hacia el bello ingeniero
y sentir envidia y bronca por no poder romper los barrotes sentimentales que me
siguen encarcelando y aislando de todo, y de todos... ¡Dios mandame una señal, un
remo, algo!

Ángeles aun no comprende que su punto de llegada está cada vez más cerca. Que
pronto quebraría esas cadenas invisibles gracias a la mirada sensual que supo
regalarle Diego, y a sus palabras que le demostraban que él la observaba de otra
forma, provocando también que ella se mirara distinto. Había pedido por un remo y
el ingeniero lo sería. Sin embargo, aún debían pasar muchas pruebas antes de
conocer la verdad acerca de sus sentimientos.

**********************

Seis de la mañana. Aún es noche cerrada en Capital. Fines de septiembre, pero el


frío sigue calando los huesos algunas noches.

―Gracias por traerme, chicos… Espero que Román esté despierto y me espere con su
slip de elefantito…

Nos guiña un ojo antes de bajarse del auto de Ricky y nos reímos a carcajadas. Son
una pareja de las que ya no quedan: se aman, se respetan, se ayudan en sus
proyectos personales… Los quiero mucho y añoro algo así para mi vida. Quisiera
encontrar un hombre que me ame sin medida, sin juzgar mi pasado; que me tenga
paciencia si no le correspondo porque sé que el único amor de mi vida siempre será
Tomás. Siempre… Maldita palabra cuando se trata de una condena al corazón...
Comienzo a llorar, dándome cuenta que mi destino será eternamente ser la segunda en
su vida o estar a merced de los pocos minutos que su familia le permita regalarme,
llamándolo y mendigando por un poco de su cariño.

―Sé lo que estás pensando, Anyu, y no podés seguir lastimándote así… ―Dice mi amigo
con tristeza, mientras conduce hasta mi departamento.

―No sé de lo que estás hablando, Ricky ―contesto secándome las lágrimas, mirando
por la ventana e intentando que no me vea hacerlo.

―Mi vida… ―Acaricia mi mano sin quitar la vista de la calle. ―¡Me da una bronca que
ni te imaginás! ¿Por qué las chicas lindas y buenas como vos terminan con estos
hijos de puta?

Sonrío con ironía. Porque “las chicas como yo” somos las crédulas. Las inseguras
que por su incapacidad de sentir, nunca reconocemos qué es verdad y qué no en temas
del corazón. Porque somos las que vivimos “comiéndonos” el mundo, cuando en
realidad es el mundo quien hace lo que se le antoja con nosotras, mostrando que hay
que envidiarnos (porque, supuestamente, somos fuertes), pero vivimos llorando a
escondidas… Las chicas “como yo” nunca esperamos a ver qué sucede porque siempre
estamos intentando sentir al máximo, y así nos va, por mandadas, por ser demasiado
pasionales, viscerales… Por estar aspirando a vivir.

―De todas formas, estoy feliz por esta noche porque cumplí con mi misión. ―Lo miro
sin entender. Estoy por bajar porque acabamos de llegar a mi casa, pero la
curiosidad me puede. ―¡Ajá, doña “soy la peor del mundo y merezco que ningún
ingeniero me ame”! Conseguí que Diego te provoque aunque sea preguntarte qué sería
sentirlo en vos alguna noche…

―¡Estás loco!―¿Qué diría mi amigo si supiera que con Diego ya traspasamos algunos
límites?

―¿Sí?

―Sí.

―¿Segura? Angie, soy tu mejor amigo, tu hermano, tu confidente. ¡Te conozco mejor
que tu vieja y sé cuando alguien te gusta! O, por lo menos, cuando alguien te
genera cosas, porque tus manos van a su nuca directo... ―Sonrío. ―¡Como hoy en la
pista! Lo tomaste a Diego del cuello y le hiciste tu bailecito sensual ―estallamos
en carcajadas. ―Te propongo algo: apostemos. ―Lo miro y no me gusta lo que intuyo
que está por venir. ―Tendrás que conquistar al ingeniero “seriote y con pinta de
empotrador” para darle celos al Jefe…

―No…

―Sí…

―¡No!

―¿Tenés miedo?

―Para nada, pero no me gusta lastimar ni mentir… Diego está de novio y a mí no me


interesa…
―Es solo un juego, así Tomás sabrá que puede perderte… Solo unas semanas, y nada
que pueda hacer peligrar el noviazgo de nuestro nuevo amigo…

Bajo del auto sin responderle, enojada con Ricardo por creer que mi corazón es a
control remoto y puede jugar sin salir lastimado. En realidad, medito todo esto
porque Diego logró sorprenderme y un poco me gustó su preocupación, su sensualidad,
sus palabras prometedoras… Su nuca, su mano, sus ojos de fuego. Sus labios y sus
besos precisos, conociendo el momento exacto cuando estaba humedeciéndome. Lo
pienso y tiene razón: Tomás piensa que jamás podrá perderme. Por primera vez, no me
saludó para desearme buenas noches, y su Instagram muestra cuatro cucuruchos de
helados, como un brindis, unidos para la foto. Pero esta vez no lloro, solo aprieto
mis dientes hasta que me duele tanto la mandíbula que parece que se me va a salir.
Mientras subo las escaleras, comienzo a reconsiderar la propuesta de Richard acerca
de jugar a darle celos a mi amante con Diego…

―Hola… ―Escucho que dice un hombre detrás de mí.

Me asusto, porque acabo de abrir la puerta de mi departamento y estoy sola, pero


reconozco el perfume y su voz. Doy la vuelta y lo enfrento.

―¿Qué hacés acá? ¿Y Rocío?

―Vine a ver que llegaras en condiciones… ―Hace una pausa, me mira con deseo y se
abalanza sobre mi boca. La sorpresa no impide que abra mis labios como si lo
hubiera esperado toda la noche. Ese beso me trajo de nuevo su sabor a mi lengua, el
de aquella tarde, el que había estado dándome vueltas a pesar de no haberlo
sentido. ESE sabor que había estado buscando sin saberlo. ―Me encantás…

Vuelve a decir aquella frase que me susurró, casi a escondidas en el spa y


enloquezco como si sus palabras nos llevaran otra vez a esa tarde. Trastabillamos
mientras nos movemos sin despegarnos, cierro la puerta de una patada y nos tiramos
sobre el sillón. Me saca con cuidado los zapatos y besa uno a uno mis dedos,
subiendo con su lengua por mi empeine y la cara interna del gemelo, mientras yo
separo mis rodillas instintivamente. Lo escucho jadear y decir algo, pero yo estoy
en otro planeta. Solo pienso en sus besos pasados, que habían sido tan gentiles con
mi placer cuando nadie nunca antes lo había sido. Me arqueo a medida que su saliva
marca territorio ascendente y su boca se posa sobre mi ropa interior. Mi parte
racional dice que estoy por cruzar un punto sin retorno, pero mis ganas y los
desprecios que Tomás continúa dedicándome barren todo miedo de un plumazo.

―Sos tan linda…

Hace una pausa, me toma de mi cola y su nariz se refriega sobre mi monte de Venus.
Estoy incendiada y eso me sorprende. Mi cuerpo frente a Diego reacciona por sí
solo, aunque sepa que mi corazón pertenece a Tomás. ¡Cómo nos encanta sedarnos con
mentiras cuando la culpa nos corroe! Debería haberlo intuido en ese momento, pero
todavía tenía que descubrir el velo de automentiras que me había ido imponiendo
poco a poco hasta cegarme. Gimo y me acerco más a él.

―Así, Ángeles, te quiero escuchar y sentir solo para mí… Me mata escuchar tu
respiración… Como si te ahogaras de placer…

―Diego…

Escuchar su nombre debe haberlo sorprendido porque se detiene y eso basta para
volver en mí. ¿Qué estaba haciendo? ¿Y si se enteraba Tomás? ¿Y si pierdo todo por
una estupidez? Lo empujo con fuerza y sus ojos verdes se tornan oscuros de la
rabia. Sabe que acabo de cortar toda posibilidad de estar juntos.
―Angie… Por favor… —Se acerca y me rebullo en el sillón. Baja la vista, cierra sus
ojos y aprieta su mandíbula. —Dale paso a esta pasión, a nuestras emociones… ¿Qué
podría salir mal? ―¡TODO podría salir mal, ingeniero, cuando hay sentimientos de
por medio! No me gusta que use esa palabra. Acá no debería haber habido emociones
sino sexualidad. Miro su erección que debe dolerle aprisionada en su jean, pero me
remuevo incómoda por lo que acaba de decir y se da cuenta. ―Angie, no solo vine a
ver que estuvieras bien, sino a corroborar que no te encontraras con Tomás… ―Mi
cara debe decirle que se está pasando, pero sus ojos me sostienen la mirada y esos
dos pozos verdes y enormes, ahora convertidas en oscuras esmeraldas por las ganas,
me dicen muchas cosas. ―Quiero mi oportunidad. Quiero conocerte y que me conozcas.
Quiero que empecemos algo, aunque sea a escondidas, pero necesito que me permitas
estar con vos porque quiero demostrarte todo lo que sueño… ―Toma su celular. ―Si me
lo pedís, ya mismo llamo a Ivana y…

―¿Y qué? ―Le quito el celular y lo tiro sobre el sillón. ―Imagino que estás
borracho y por eso decís estas cosas, ¿no?

―Sí, lo estoy, pero por esto que podríamos llegar a vivir… Por tu olor, por tu
sabor, por tus jadeos… No pude quitarte por meses de mi cabeza después de haber
estado en esa cama, en tu piel… Te deseo desde hace tiempo y, por lo visto, vos
también…

―Andate ya mismo… ¿Te pensás que por unos besos despechados voy a dejar todo? ―Le
dolió la palabra, lo veo, pero no pienso ceder en esto. Sí, me gusta, pero no me
conviene. Con él las cosas serían diferentes. Es demasiado posesivo y sentimental y
yo estoy en un barco del cual no me quiero bajar. ―Sí, Diego: me quedaste cómodo y
te tomé. ¿O creíste que esto era el inicio de algo? ―Lo miro con sorna, pero solo
unos segundos, porque su imagen sexy y su boca roja de los besos que recién casi me
regalan un orgasmo me desarman. Voy hacia la puerta. ―Por favor… ―Digo sin mirarlo.

―¿Querés jugar, Ángeles? ¿Estás segura? No podés mentirme. Yo también estaba acá
hace un rato cuando gemiste en mis labios… ―Se acerca a mí y pega su erección a mi
abdomen. Me toma de las mejillas y desciende desde su altura hacia mi boca. Muerde
mis labios con suavidad y vuelve a conquistar mi voluntad. ¡Dios bendito! Me gusta
mucho su forma de llevarme adonde él quiere con sus besos, esa mezcla de imposición
con ternura, como si me demostrara con sus caricias el “ya sos mía, pero mientras
te dejaré creer que tenés la sartén por el mango”. Revuelve mi pelo, se agacha un
poco y su lengua recorre mi cuello hasta el drapeado de mi escote. Suspiro y meto
mi mano en su jean para sentirlo. Ambos suspiramos con ruido, sabemos que todo
empezará otra vez. Sin embargo, me deja boqueando en el aire. ―Está bien, lo
haremos a tu modo… Pero quiero que sepas que podés utilizarme a tu antojo, que para
mí será un placer…

Camina hacia la salida, se va sin mirarme y me deja incómoda, sin entender su


amenaza velada. No necesito barajar de nuevo en mi vida por una simple rabieta,
tengo que ser astuta. El corazón no paga bien y, en contraprestación, el dolor
siempre es el triple. ¿Es que no aprendí nada aún?

Pienso los pros y las contras y recojo el guante. Sí, jugaría con el ingeniero. A
diferencia de mi relación con Tomás, donde yo era la “dominada”, aquí me daría el
gusto de poner las reglas. Tendría que sentarme con Ricky y delinear ciertas
cuestiones, pero desde hoy comienza el juego, Diego.

Y aún hoy no entiendo por qué no me di cuenta en ese mismo instante que todo había
terminado para mí y comenzaba lo peor. Mejor dicho, iniciaba lo mejor de mi vida:
conocer el amor. El despojarme de mi armadura de frialdad para entrar en la espiral
amorosa y tierna de sentir en bucle. De vibrar en sintonía con alguien que solo me
daría amor en demasía y que yo no supe devolver ni aprovechar a tiempo.
Capítulo 5 - Soy el fuego que arde tu piel

Viernes, balance del juego de conquista. En minutos llegará y por eso me apuro a
escribir.

“Semana 1. Había sido bastante productiva. Se nota que el objetivo es más arisco de
lo imaginado, pero ahora está curioso por saber qué me pasa con él y eso es
importante para el experimento. Hoy vendrá a cenar y podremos empezar a conocernos
en un ámbito más amigable, parcial y propicio para la interacción ¿neutral?
Necesitamos saber del otro (sobre todo yo de él) para poder provocar a Tomás.
Finalidad del juego: darle celos al principal.”

Aunque creo que debería haber agregado en esa “finalidad”, “conocer por qué el
ingeniero me está dedicando tanto tiempo siendo que conoce mis sentimientos sobre
Tomás”. El lunes me compré un cuaderno tipo diario para ir anotando cosas de Diego,
avances que pudieran notar mis compas y me fueran mandando por el grupo de
whatsapp, regalos planificados, encuentros “fortuitos”... Lo que sea con tal de
ganar la apuesta y que Tomás empezara a notar ciertos cambios de actitud entre el
ingeniero y yo. Desde la noche en el boliche platense, no podía dejar de escuchar
la canción Quítame sin pensar en él. Ahora, en lugar de ser algo entre amigas,
siempre sería la primera canción que nos dedicamos con intención... De hecho, la
incluí en mi lista “Emociones especiales” (así soy: hago listas en Spotify y les
pongo nombres locos para acordarme qué sentí con cada canción en algún momento
específico, y ésta ya tenía dueño).

El martes nos reunimos los cuatro para “estudiar” cómo seguir, porque el lunes me
había costado hablarle después de la escenita en La Plata (para mis amigos) y de
los besos posteriores en mi casa (cosa que tampoco había contado). Propuse que la
apuesta se midiera en semanas y no en días, porque Diego era un chico del cual no
sabía nada, y cualquier pista podría ayudar. Solo sabía de sus labios y dedos en
todo mi cuerpo, pero esa data mis amigos no la conocían, así que era más difícil
saltear pasos sin hacerlo en realidad. Necesito investigar y caminar con pies de
plomo, porque en esto me estoy jugando la movida de mi vida. Ese día, Ricky sugirió
lo de la cena y todos (menos yo) estuvieron de acuerdo en que fuera en mi casa.
Inclusive, sugirieron que cocinara para que le diera un tinte de “dedicación
especial”. La pregunta que nos veníamos haciendo desde esa noche es ¿con qué excusa
lo invitaría? Y además, ¿él accedería a venir? Y si venía, ¿cómo nos
comportaríamos?

Existe una realidad: mis amigos viven en su nube de colores y no tienen ni remota
idea de que esa boca en forma de corazón, labios llenos y lengua invasora, me había
regalado excelentes momentos. Diego no parecía de esos que jugaran a dos puntas, y
seguía pensando que sus dichos, besos y caricias habían sido histeriqueos
propiciados por el alcohol. Tengo que tener en claro mi enfoque sobre el objetivo
final: no confundirnos más de lo que estábamos, sino generarle tantos celos a Tomás
que quisiera elegirme de una vez por todas, acelerando nuestra convivencia. Luego
de haberme divertido un rato con el ingeniero, y una vez que Tom viniera a casa a
pedirme que me mudara a nuestro primer lugar juntos, cortaría todo. Repetí cien
veces, Ángeles, me digo: no debo descentrarme, Diego no debe gustarme, Diego no
puede tocarme, y no puedo mirar esos ojos durante más de cinco segundos. ¡Ilusa!

―Dale gordita, si te gusta... Sabes que yo soy el único que te conoce... Sin mí no
sos nada... Mirá ―me dice en tono condescendiente―, entiendo que tengas un mal día.
De hecho, ¿no te estaba por venir?

¡¿Pero a este idiota qué le pasa?! ¿Qué se le da por tratarme como la amante
loquita a la cual hay que tenerla tranquila, que no joda en lugares públicos y que
la chupe cuando a él le plazca? Mejor me calmo.

―A ver, Tomás, no me pasa nada… No tengo un mal día ni una mierda... ―Se ve que no
funcionó hacerme la chica zen porque sigo teniendo ganas de explotar. ―O sí:
últimamente sólo tengo malos días con vos…

Su cara de sobrador se la guardó, apretando sus labios por la bronca y la sorpresa.


Ambos sabemos que jamás le hubiera contestado así antes. En ese momento tocan la
puerta.

―¿Puedo pasar, Tomás? Es urgente ―pide mi compañero en tono ansioso y con un dejo
de rabia. Debe haber escuchado la discusión.

― ¡Después! ―Le grita mi amante para que se vaya.

Verlo y escuchar su voz me aclara el panorama en un santiamén: lo que me está


pasando es Diego. Escucho que sus pasos se alejan y quiero irme con él. Que me
consuele de nuevo con sus palabras dulces, que me escuche, que me roce la cintura
como cuando me dice con ese simple gesto que estará ahí para mí...

―Me voy.

Y lo que pienso en este momento, después de recordar la conversación de ayer con mi


pareja y la aparición de mi compañero después, me tiene nerviosa desde la tarde: a
mí, “Ángeles - todo lo puedo y soy imparable”, me da tranquilidad (demasiado, para
mi gusto) saber que Diego está en mi vida para aparecer cual caballero andante si
las cosas se pusieran feas. Y no hablo de “si no funciona con Tom, me voy con otro
y ya solucioné mi vida”, sino que, el saber que alguien más está pendiente de mí,
me ayuda a pararme como mujer que tiene un respaldo para empezar a exigir. Y no
solo porque me envanece que haya otro hombre que, aparentemente, se la jugaría para
que yo me rehiciera desde cero como él me dijo… Es que estoy empezando a sentir de
verdad que ME LO MEREZCO. Así, en mayúsculas. Sé que sueno egoísta y que no dejo de
mirarme el ombligo, pero en la altura en la cual estoy ahora es todo o nada. ¡Y no
crean que no me duele verme o hablarme a mí misma de esta manera! Daría todo por
volver a ser esa Angie que reía con mi hermano, era amada por mi viejo y vino a
Capital con ganas de ser feliz, pero eso se acabó cuando decidí creerle a mi amante
y sostener de a dos su mentira. En ese segundo que le dije que sí, me perdí, y
ahora me conviene velar por conseguir la que creo que es la mejor opción: dejar de
ser la segunda en las sombras que se aguanta los humores cambiantes de Tomás para
poder ser la pareja del Ingeniero Alcetegaray y volver a mirarme al espejo con
respeto.

Mientras pienso en todo esto y elijo qué ponerme, recuerdo que Ricardo me comentó
que nuestro ingeniero en cuestión no parecía un “virgen” en estas lides, y que si
se está prestando a jugar es porque tiene ganas. ¡Y eso que ni sabía que ya
habíamos estado juntos! Ricky me contó que se habían reído mucho con Diego cuando
mi amigo le confesó que la mayoría de nuestras compañeras le habían preguntado por
él, y que estaban haciendo apuestas a ver quién se quedaba con el trofeo. Ricardo
buscaba prepararlo y saber qué pensaba de las chicas. Tantearlo para averiguar si
podría engañar a Ivana. Recuerdo que me hice la tonta y seguí revolviendo mi café
en la cocina de la oficina. No quería preguntar qué había respondido el ingeniero.
Mi amigo suspiró y me dijo que me lo contaría de todas formas porque se me notaban
las ganas de saber. Lo miré con media sonrisa y seguí tomando de mi taza. “Me dijo
que le gusta mucho una chica que es inalcanzable porque ella se niega a ser feliz y
a mirarse con los ojos con los cuales él la ve… Hacé los deberes… ¿Vos intuís quién
puede ser, Angie?” Me fui sin responderle, pero su mirada estaba llena de sarcasmo.
A veces, siento que Diego y Ricardo se conocen desde siempre o tienen un secreto
entre ellos que no logro dilucidar...

De todas maneras, ¿quién se creía ese ingeniero con ojos del color de la esperanza
para dejar entrever que le gusto? ¡Él está tan comprometido como yo! Por eso, mi
excusa para la cena será “quiero pedirte disculpas y empezar con el pie derecho una
futura amistad, ya que Ricardo quiere integrarte al grupo y BLA BLA BLA”. Mañana,
Tomás se enteraría que Diego estuvo en mi casa, y vendría a rogarme que
estuviéramos juntos. Sí: utilizaría la predisposición de mi sexy compañero y no me
siento mal por eso. ¿No dicen que en la guerra y en el amor vale todo? Y tomando
sus palabras del domingo pasado a la madrugada, él se prestó a ser utilizado, así
que…

¡Lista! Me falta cepillarme el pelo, un poco de rímel y labial, y… ¡woalaaaaa! Cero


producción para desalentar cualquier situación conflictiva a espaldas de nuestras
respectivas parejas. (Ponele.)

A veces pensamos que podemos jugar con fuego sin quemarnos, pero no entendemos que
no digitamos nada y que el cazador también puede ser cazado.

**************************

Semana rara. En realidad, desde que comencé a ocuparme de las emociones de mi


compañera todo se trastocó y se volvió raro, espeso. Creo que las presiones de
Ivana y la ansiedad de seguir preguntándome si es la mujer que quiero para mi vida
me tienen demasiado nervioso. Descentrado. Encima, a mis hermanos no les caía bien,
y me insistían en que no seríamos felices porque nuestros objetivos eran
“totalmente diferentes”. Si mi situación pudiese mostrarse en una tabla, sería algo
así:

Ivana

Diego

Nosotros en: Positivo 0/ Negativo X

No quiere tener hijos.

Quiero tener hijos.

Usar los ahorros para una mega fiesta de casamiento.

Quiero terminar de pagar el préstamo de nuestra futura casa.

No le gustan los animales.

Tengo dos perros que amo.


X

Me insiste para que me circuncide y me convierta para poder estar juntos y que su
familia me acepte.

No cambio mi ateísmo por nada ni por nadie, y menos, tocarme el cuerpo cuando no
estaba convencido que fuera siquiera por amor.

Y no estoy diciendo que las parejas deban ser siameses en sus gustos, sino que sigo
sin sentir que debamos casarnos. Menos ahora, que tengo que definir qué siento por
mi novia y decidir si seguimos adelante o no. De todas formas, lo que sucede con
ella me incumbe a mí, y solo a nosotros, y no permitiré que nadie me juzgue o
vuelva a opinar al respecto, porque el que se está hipotecando el futuro con
alguien a quien no ama soy yo. Ninguno vendrá a felicitarme en el final de mi vida
por haber mantenido mi compromiso con alguien, a sabiendas que estaba siendo
infeliz. Y todo ésto no sólo tiene que ver con el angelito que hoy me está quitando
el sueño cada noche. Tampoco pretendo meterla en el medio de mi falta de deseo por
Ivana, pero… Igual, no es momento de mirar para mis adentros ahora, solo quiero
pensar en esta cena que estoy por disfrutar, y que seguro me ayudará a conocer más
al objeto de mi apetito.

Mientras manejo, cambio el chip, y voy recordando todo lo sucedido desde que
Ángeles me plantó en La Plata. Esa madrugada, Rocío volvió conmigo y se puso PESADA
(en mayúsculas), así que tuve que frenarla esgrimiendo que estaba comprometido.
¡Una cosa es joder con quien te la pone dura y otra muy diferente es hacerlo con
cualquiera! Cuando logré dejarla en su casa e ir directo al departamento de
Ángeles, subí esas escaleras de dos en dos, temblando de celos y esperando no verla
en brazos del forro de Tomás. ¡Ni yo me esperaba tanta receptividad de su parte!
Por momentos, pensé que estaba en un sueño. Y luego, lo de darme una ducha y acabar
tocándome en su nombre, también fue una sorpresa… No dejo de preguntarme cómo será
pasarnos el día y la noche, uno dentro de la otra, pero por puro deseo y no
“obligación” como aquella vez. Sentir su culo en mis manos, mientras entro y salgo
de ella. Verla extasiada, llenándola con mi orgasmo, escuchándola repetir mil veces
mi nombre… Tendría que tranquilizarme para no llegar con un bulto en mi jean.

Vuelvo a mi repaso semanal, para hacer (junto a ustedes) el ejercicio de establecer


cómo terminamos en esta invitación. El domingo dormí todo el día y a la noche cené
con mi novia. El lunes me levanté enojadísimo, anticipando reproches o frialdad por
parte de Angie a raíz de lo sucedido el sábado, y de la rabia de no haber podido
concretar lo que hubiera sido una noche de coger juntos sin parar. Sin embargo,
ella llegó muy tranquila, me saludó y se la pasó consultándome sobre proyectos míos
que no creí que le incumbieran. Me di cuenta que buscaba darme conversación y eso
neutralizaba mi enojo. Me rozaba casi imperceptiblemente, se acercaba de más
provocando que se me tatuara su perfil y su perfume, me sonreía y se sonrojaba…
Entonces… “No, imposible. Deben ser ideas mías”, pensé.

En realidad, toda la semana estuvo saludándome e informándose sobre planos,


cálculos y conceptos nuevos a implementar (según me contó Ricardo, ella había
comenzado a estudiar Diseño pero no terminó porque tuvo que sostenerse en Buenos
Aires). Estuvo trabajando directamente con nuestro jefe y solo se acercaba a
preguntarme cosas técnicas. Tampoco puedo darle muchas vueltas que digamos: Ángeles
está con su amante y a mí ni pelota, salvo en el aspecto netamente profesional. Sin
embargo, cambió su trato conmigo y estamos por compartir una cena. Empezaré a ver
el vaso medio lleno y a disfrutar de los ratitos que quiera regalarme, hasta
comprobar si lo que me pasa son ganas fugaces de ella, de conocerla, o hartazgo de
Ivana.

Lo de ayer a la tarde fue un punto de inflexión. Escuché gritos desde la oficina de


nuestro jefe, me acerqué a la puerta para “rescatarla”, pero ella ni caso me hizo y
salió segundos después dando un portazo. Levanté la vista de mis papeles
sobresaltado, la vi pasar y buscarme entre todos los demás con sus ojazos
brillantes llenos de lágrimas a punto de salir, tomar una bocanada de aire profunda
y luego sentarse a trabajar como si nada. Durante segundos, me debatí entre el
troglodita que me posee cuando se trata de Angie, pararme, tomarla de la mano y
salir juntos, hasta que, de pronto, en mi pantalla apareció una ventana del chat de
la intranet de la empresa. Ella. El corazón me latía sin parar, hasta que miré para
todos lados y lo abrí. Era una invitación a tomar un café, después del almuerzo, en
el salón comedor. Mis dedos escribían mil SÍ en mayúsculas, pero le dije que no. Y
los motivos, antes de que me prendan fuego y me griten improperios, fueron los
siguientes: mi novia vendría temprano a ver el tema de los muebles para nuestra
futura casa y ya había pedido permiso a Tomás para retirarme antes. Luego de
ponerle “no puedo”, tardó en responder. Levanté la vista y me estaba mirando tan
fijo que pensé que me lanzaría rayos asesinos con sus hermosos ojitos chinitos y
dorados... Hicimos contacto visual, volvió a sus labores y de ahí no hablamos más.
Hasta hoy a la mañana que me sorprendió con su “Hola, Diego, ¿cómo estás? Se me
ocurrió que podríamos cenar. Digo, si podés… Porque Ricky ya me advirtió que piensa
invitarte a cada una de nuestras salidas () y estaría bueno que no estuviéramos
distanciados… Ni lo contrario… Entonces, ¿cenamos?” Me pareció tan dulce su forma
de ¿volver a la carga? y disculpar mi supuesta falta de interés de ayer, que acepté
al segundo, obligándome a mí mismo a no levantarme a comerle la boca. Ni quise
analizar lo que se traía entre manos ni lo que significaba ese “ni lo contrario”,
pero tampoco me importaba. Yo quiero estar a su lado para averiguar qué nos pasaría
si nos dejaban solos de nuevo, y eso sirve a mis intereses.

Mi objetivo de esta noche es conocerla, generarle confianza, saber por qué se


autoboicotea continuamente o qué provoca que alguien como ella vuelva una y otra
vez con un forro como nuestro jefe. Intuyo que los hombres deben haber dejado
marcas imborrables en su vida, y no precisamente de las buenas. Por eso tomé esta
pseudoamistad con Ángeles como una misión personal: le voy a demostrar con todas
las armas que lleguen a mis manos que algunos valemos la pena. En realidad,
“algunos” no: solo yo. Mis planes están claros, pero la pregunta sigue siendo
cuáles serán los de ella para empezar a dilucidar quién de los dos se llevará el
trofeo a largo plazo…

Mientras busco donde estacionar, me río solo al recordar cómo nuestro amigo en
común se encontraba siempre “casualmente” conmigo para contarme cosas de su amiga.
Ricardo cada vez que me “cruzaba sin querer”, me soltaba cosas como que Angie se
había sentido mal (y muy celosa, según él) después de lo del sábado pasado por
habernos dejado solos y abandonados con Rocío en La Plata; que Tomás la agobiaba
sin cesar y cada vez la humillaba más hasta anularla sin punto de retorno; que
Rocío estaba celosa de ella y de mí… Lo bueno es que, a esta altura, sé más de ella
que el propio Tomás y pienso usarlo a mi favor. Y lo del boliche y lo de la
madrugada del domingo… Bueno, eso no dejaba de darme tirones en la entrepierna cada
vez que lo evocaba. La letra de esa canción que me recitó Angie con tanta rabia, la
escucho una y otra y otra vez. Como si quisiera tatuármela, dándome vía libre para
entender que ella necesita extirpárselo de la mente y el cuerpo. La veo tan
inteligente, emprendedora, fuerte, que ese papel que está jugando de “amante
condescendiente y culposa” me enerva porque permite que los demás opinen de su vida
como si debieran. Cada vez se me hace más intolerable que el idiota de Tomás
continúe sometiéndola a su antojo y al mal trato continuo. Tengo tantas ganas de
llevármela de la vista de todos, besarla hasta arrancarle a ese imbécil de su
cabeza, de su sexo, y… Qué sé yo… Cada día me cuesta más y más no pensar en ella,
evadir mi deseo, o negarme a cualquier pedido de su parte que implicara pasar
tiempo juntos. Por eso sé que estoy perdido, deseando como nunca antes a una mujer,
y eso me quita capacidad de maniobra para no mandarme ninguna cagada antes de
tiempo. Sentir demasiado o encontrar la horma del zapato de uno en el sexo a veces
no es bueno, y ahora no sabía cómo volver al punto de partida. ¡Maldita la hora en
que acepté aquella propuesta de mi novia de compartirnos con otros! O no. Benditos
esos minutos, porque conocí los ojos más dulces y expresivos de mi vida. Los que me
dieron un propósito que estaba por descubrir dentro de poco: demostrarnos que aún
podíamos ser felices y no ser “amebas” de la vida.

En un rato, nos pondremos a prueba y sacaré conclusiones, pero sepan que desconecté
todo rasgo de raciocinio para darle el timón de esta noche a mi curiosidad y al
apetito sexual por ella que me gobierna desde esa tarde en el spa. La ansiedad por
la noche de hoy me vuelve tan pelotudo, que tardé en decidir qué ponerme, cavilando
cómo le gustaría que vistiera un flaco. Por eso, me puse lo que pude (jeans, remera
y mis Puma de siempre), haciendo de cuenta como si no me importara… Estoy frente a
su puerta decidiendo si me quedo o me voy, si estoy dispuesto a profundizar este
derecho a roce que tuvimos, cuando Ángeles abre distraídamente.

―¡Hola! Iba a sacar la basura… ¿Recién llegaste? Imagino que sí porque ni te di


tiempo a tocar timbre…

Se pregunta y se responde sola, casi sin respirar, y me parece tan graciosa y


tierna, que solo sonrío. Está nerviosa. Me encanta. Nos miramos, me devuelve la
sonrisa y me ilumina su actitud. ¡Má sí, yo me quedo y que sea lo que Dios quiera!

―Exacto, me primereaste… Como siempre… ―Guiño un ojo. ―Buenas noches ―me acerco a
saludarla, y ella se pone en puntas de pie mientras yo desciendo hacia su mejilla.

Entre mi inclinación y su proximidad, casi nos besamos en la boca. Está preciosa.


Simple, al natural, sonriente, relajada. Hermosa. Abre sus ojos más que nunca y
noto el verdor en ese marrón claro… ¡Dios! Mi erección la saluda, como siempre, y
me separo para no quedar como un pajero desde temprano. ¡Sigo sin acostumbrarme a
esto! No sé si le intereso como amante, o como amigo, o le soy totalmente
indiferente, y esa ansiedad y su adrenalina es lo maravilloso. Sin embargo, detesto
aparentar lo que no soy y estar en pose “león herbívoro” todo el tiempo...

―¿Entramos? ―Ambos ignoramos este bello fallido, se da la vuelta y camina frente a


mí luego de haber dejado la basura en el compartimento correspondiente del piso.
―Bienvenido, formalmente y de nuevo, a mi humilde morada ―hace una especie de
reverencia. Me mira de arriba a abajo, dándome un repaso un poco incómodo y
suspira. ―Perdón por estar tan desarreglada en comparación con vos, pero si iba a
cocinar necesitaba estar cómoda…

―¿Desarreglada? ―La interrumpo. ―Angie, estás… Me reservo la opinión… ―¡Sus piernas


casi desnudas me tenían estúpido! Las recordé flexionadas, cobijando mi boca en
ellas... Pero no podía decirle eso. No quería que volviera a echarme. ―¿Cocinaste
para mí? ―Me emociono como si me hubiera dicho que le habían fascinado mis besos
del otro día en sus otros labios… ¿Sería así con todos? ¿A Tomás le cocinaría antes
o después del sexo? Inmediatamente, de la ternura pasé a los celos. ¿Qué mierda me
pasa que no puedo controlarme? Como si necesitara competir con la figura de su
amante para remarcar diferencias. Mi gesto muda y mi voz sale más seria de lo que
pretendía. ―Ángeles, no tenías que ofrecer tu casa, cocinar y encima ponerte más
hermosa de lo que ya sos para mí… Digo, para esta cena… ―Baja su mirada, se acomoda
el pelo detrás de la oreja, se pone colorada y da unos pasos para atrás. El que no
hable frente a mi verborragia me deja sin brújula. No sé si está incómoda, o
nerviosa, o contenta, o ya me quiere echar antes de empezar. Me palpita el corazón
y se me traban las palabras. ―Decime dónde está el freezer así pongo el helado…
―“Antes de que se me derrita entre los dedos de la calentura que tengo”, debería
haber terminado la frase.

Esta vez, sus ojos brillan y sonríe pícaramente mientras pone la punta de su lengua
entre sus dientes, como si intuyera mis pensamientos. Me señala la cocina y guardo
el postre. Señoras y señores, ahora sí: oficialmente entrando en terreno a
conquistar. Según el chat de Angie de esta mañana, esta sería una cena para
levantar banderas blancas. Y, por si hubiera estado dudando en venir, minutos
después de esa conversación, Ricardo me cruzó “inesperadamente” en el pasillo de la
oficina para rogarme (literalmente) que aceptara la invitación de su amiga
(asegurándose de que no me negara como ayer). ¡Como si no fuera a hacerlo! Es
verdad que venía transitando el tira y afloje con ella porque me daba miedo lo que
comenzaba a sentir (sí, los hombres también tenemos miedo a salir de la zona de
confort y dejar el nido conocido), pero esto había aparecido de la nada y pensaba
aprovecharlo. No solía presentir cosas, pero podía apostar mi vida a que ambos nos
haríamos bien: por mi parte, no me movería de su lado hasta que viera que había
aprendido a valorarse, y eso implicaría que también dejara a ese pelotudo de una
vez; y ella a… Bueno, no sé bien qué busca mi chica de los ojos brillantes en esta
relación “amistosa”, pero la ayudaría a encontrarlo.

**************************

Quiero desalentar histeriqueadas que pudieran confundirlo y ¡casi nos besamos! Es


como si estuviera imantada a su cuerpo desde hace meses. ¿Por qué todo me sale al
revés con él? ¿O será que me sale al derecho y yo quiero ir a contramano? Me siento
culpable, agotada de replantearme todo el tiempo cosas que deberían estar
resueltas... Y me doy cuenta que eso está quitándome energía, porque me aparecieron
dolores de cabeza y musculares que antes no tenía. Es que… No, tengo que serle fiel
a Tomás porque él está arreglando sus cosas para estar juntos. Aunque no parezca,
les aseguro que está jugándose entero por nosotros y no sería justo engañarlo. Con
esa idea en mente, intentaré hacer fluir la velada para comodidad de los dos. No
soy tonta y sé que a ambos nos mueve el bichito de la curiosidad por el otro. Sobre
todo, después de lo que pasó hace una semana, donde dejé inconcluso nuestro placer
por miedo. Sin embargo, creo que aún estamos a tiempo de empezar desde cero y
mantener la noche en un nivel de seducción controlable. ¡Suerte con eso, querida!
¡Gracias por nada, conciencia!

Nos instalamos en la cocina para organizar la cena y charlar tranquilos. Desde


temprano, había puesto a enfriar cerveza artesanal y le alcanzo una. Enciendo las
hornallas para hervir el agua para los fideos con crema y verduras que pensaba
preparar (no me maté mucho, lo reconozco, pero tampoco conozco sus gustos), y
comenzó la conquista. Digo esto, porque me tenía continuamente acorralada en una
esquina y no me dejaba hacer nada.

―Voy a cocinar yo, ahora que vi cual será el menú. ―Me quita suavemente el delantal
que estaba por atarme a la espalda, rozando mi pelo y acariciando mi cara a su
paso. ―Te advierto ―arquea una ceja― que pienso darte un beso por cada cubierto que
intentes tocar. Vos decidís como querés que siga esta noche…

Sonreímos. En realidad, la que sonríe soy yo, de nervios, porque este donjuán que
tengo delante solo hace una mueca lobuna que no llega a sonrisa. Empieza tranqui la
noche, eh… Para bien de los dos le hago caso y, mientras charlábamos de cualquier
cosa, me fascina mirar cada uno de sus movimientos: concentración absoluta al
cortar al milímetro cada verdura, bíceps contenidos en la tela de su remera,
sonrisa enorme cada vez que consideraba que yo había dicho algo gracioso,
cotidianeidad en cada palabra, sensación de hogar mientras compartíamos este simple
espacio… ¡Dios mío! ¿Por qué no puedo tener esto con Tomás? “Porque jamás quiso que
lo tuvieran”, me contesta mi yo interno y castigador. ¿Por qué es tan hermoso y tan
sexy? ¿Por qué Diego hace parecer tan fácil ser feliz? “Porque la vida es fácil,
Ángeles, solo hay que proponérselo y tirar el carro hacia lo que queremos, soltando
los grilletes de lo que nos hace mal. Solo vos tenés la fuerza y la voluntad de
hacerlo… Primero tenés que amarte…” ¿Será?

―¿Te gusta la música? ―Me mira como si hubiera preguntado una tontería sobre algo
obvio. ―¡Tampoco para mirarme así! ―Nos reímos pero sigue cortando sin contestar.
―Es que algunos de los hombres no escuchan “a consciencia” las letras… ―Continúa
sonriendo sin mirarme, y va echando de a poco la verdura para saltearla. ―Ni le dan
ciertas connotaciones… ―Niega suavemente con la cabeza. ―Mientras que nosotras, las
mujeres, sí, por eso pregunto. ―Me asaltan pensamientos llenos de ganas de morderle
esa boca gruesa que tiene, mientras le tironeo sus rulos en el agarre del beso.
―Por ejemplo, para mí, cada persona representa una música, o me imagino una canción
que le pegue… Vivo armando playlists con cada estado de ánimo y le pongo nombres
locos… ―Esta vez, se da vuelta y me mira como invitándome a seguir. Trago saliva,
nerviosa. ―También escucho canciones pensando que cada escena vivida tiene su
propia banda sonora y así…

―Imagino que habrás agregado Quítame a alguna playlist, ¿no? —Pregunta inesperada
sin respuesta. —¿Ya tenés alguna lista con nuestra música?

Me sorprende su pregunta y me pongo como un tomate. Sos rápido ingeniero, pero yo


también.

―Imaginás mal. ―Amago a moverme para ir acomodando la mesita frente a los sillones
y cenar allí, pero deja todo y me aprisiona contra una de las paredes de la cocina.
―¿Qué hacés?

―Te dije que si te movías te daría un beso… ―Se acerca y me da pequeños besos en el
cuello. ―Qué rico perfume…

―No es justo… ―Suspiro pero ladeo la cara para darle más espacio. Me encanta. ―La
regla era si tocaba un cubierto… Sos un tramposo… ―Gimo y no me importa que
escuche.

―Ángeles ―deja mi cuello y me mira con esas esmeraldas que me embrujan―, acá las
reglas las pongo yo, y digo que vos te moviste para tocar un cubierto… —Sonríe con
picardía.

Lo empujo con suavidad pero no se corre, así que paso por debajo de sus brazos para
irme de su vista. No me banco su cercanía, lo que me provoca nuestra proximidad. Lo
que siento sin tocarnos… Ya está, lo dije.

―¿Y cómo estuvo tu semana? ―Pregunto desde el living intentando sonar normal.

Diego comienza a contarme cosas, pero obviando a Ivana, y eso me da más bronca y
más curiosidad que si la nombrara. A pesar de eso, me hago la distraída para no
delatar mi interés. Ni mis celos. A medida que la cena va quedando lista, me habla
de sus gustos musicales y de los viajes que hizo. Abrimos otra pinta de cerveza, y
llevo los platos y los cubiertos. Como quien no quiere la cosa, toco el tema de
Rocío y le “recomiendo” que no la confunda. Me mira con cierto atisbo de enojo
mientras revuelve la guarnición para la pasta. Su silencio me anima a ir un poco
más lejos, preguntándole por qué se dejó besar por ella en La Plata. No me contesta
enseguida. Cuando nos sentamos me explica que evidentemente no vi la escena
completa, que la separó gentilmente y que le explicó que está comprometido. Pongo
caras. Él sonríe seductor, acercándose, y yo me alejo. Diego entiende mi reacción y
se acerca un poco más.

―Angie, si le dije eso a tu amiga fue porque la única que me importaba que esa
noche me besara eras vos.

―¿Y qué pasa con Ivana?

Suspira y vuelve a su lugar. Se lleva dos tenedores de fideos con verduras antes de
contestarme.

―Aún no lo sé… ―Me mira con intensidad y curva su boca como si fuera a besarme,
pero vuelve a mirar su plato. Con bronca y ansiedad latentes, me pregunta: ―¿Me
creés? ―Bajo la vista. ―¿Y si te contara que anoto mentalmente cada dato, por
minúsculo que sea, que Ricardo me cuenta de vos? Y si te dijera que te deseo como
nunca me pasó con nadie y que me siento demasiado cómodo para mi gusto con vos,
acá, simplemente cenando y charlando como una pareja de años, ¿tampoco me creerías?
¿Vos no nos sentís así, Angie? ―Deja el tenedor. Se acerca. Acaricia mis brazos.
Piel de gallina. Toma mi mano derecha y besa las yemas de mis dedos. Todo en cámara
lenta. ―Y lo que dijiste hace un rato… A mí también me gusta… ―Ya ni sé qué dije
pero si te gustó, ingeniero… Vuelve a mirarme con sus ojos enormes que prometen
todo y su boca de labios sensuales vuelve a curvarse tiernamente. ―Y me impresiona
que tengamos tanto en común… ―Toma mi otra mano y repite sus mimos. ―No te lo dije
pero también colecciono canciones que marcaron momentos en mi vida…

Sonríe como si lo suyo fuera una travesura que no le puede contar a nadie. E
inmediatamente, cambia su mirada por resignación. Epa, ¿qué pasó? ¿Qué me perdí?
Suspira y comienza a recoger los platos. Algo cambió. El clima se tornó íntimo,
pero cargado de ese no sé qué. Denso, lleno de urgencia y anticipación.

―¿De verdad? —Hago una pausa. —No me malinterpretes… Es que Tomás... Disculpame,
cambiemos de tema… No creo que te interese lo que mi pareja haga o deje de hacer…

―No me molesta si querés hablar de él…

Me interrumpe en tono tenso pero sigue sin mirarme, haciendo como que me ayuda a
ordenar. Lo miro fugazmente y sus hermosas cejas están más curvadas y juntas que
nunca. Tormenta en puerta.

―Es que esta cena era para hacer borrón y cuenta nueva… Conocernos como amigos… Y
te estaba por llenar con mis dramas… ―Chasqueo la lengua. ―Okey, sueno bastante
aburrida, ¿verdad? ―Intento sonreír y no me sale, la puta madre.

―Angie, los amigos ―vuelve a dejar los platos sobre la mesita, traga saliva, como
si le molestara la palabra― se bancan en todas. Y si querés hablar de tu… ―Duda y
eso me da mucha vergüenza. Hasta en eso es cuidadoso, en no dejarme como la
segunda, porque sabe que eso me está haciendo daño cada día. ―Si querés contarme de
él, hacélo. Por mí, todo bien…

―No, Diego, no quiero hablar de Tomás, pero recordé una frase que me dijo cuando
hablamos de la música, de mi obsesión por ponerle letra y melodía a todo, y me
dolió que me dijera que era una pelotudez, una pendejada cursi típica de alguien
que vive en las nubes… ―Bajo mi mirada y mis lágrimas empiezan a acumularse. No
quiero llorar frente a él. Mostrar que el camino que vivo pregonando que me hace
feliz, no es tal. Prefiero hacerlo en soledad, como cada noche desde hace algunos
meses atrás. Porque no estaría llorando por esa frase sino por todas las
humillaciones que vengo soportando. ―Disculpame… ¿Postre?

Me toma las manos, las acaricia y luego recorre mis brazos con sus dedos suaves y
hábiles hasta llegar a mis hombros. La dulzura de su tacto me hacer sentir tanto,
que cierro mis ojos y acepto su roce. Empieza a mimarlos, convirtiendo sus caricias
en una especie de masajes acariciadores (no puedo describírselos de otra forma,
ustedes imaginen y agréguenle mil veces más de sensualidad) que me van relajando.
Me suelto con un movimiento suave y justo suena Tuyo[5], un bolero colombiano de la
serie que estaba viendo por estos días en Netflix y la incluí en una de mis listas.
Lo veo levantarse y colocarse detrás de mí, para tomarme de los hombros y continuar
lo de recién.

―Sí, se me antoja un postre especial… ―Susurra, deslizando sus manos por mi espalda
hasta el nacimiento de mi cola. Me entra un calor enorme que provoca un latido
directo en mi centro. ―¿Y esta canción?

―¿Te gusta?

―Sí, aunque no la conocía… La letra es tan…

A medida que la sensual melodía se va metiendo en y entre nosotros, Diego aprieta o


suaviza sus caricias, generando las mismas contracciones en mi sexo. Lo suyo ya no
son masajes sino algo premeditado para provocarme.

Soy el fuego que arde tu piel (aprieta)

Soy el agua que mata tu sed (acaricia)

El castillo, la torre yo soy (recorre)

La espada que guarda el caudal... (aprieta)

Tú el aire que respiro yo

(acaricia con la punta de sus dedos los costados de mis pechos)

Y la luz de la luna en el mar

(se queda allí por segundos, conteniendo su respiración y me humedezco como hace
tiempo no lo hago)

La garganta que ansío mojar (aprieta)

Que temo ahogar de amor…

(baja suave y acaricia el nacimiento de mi cola)

No sabía que podía excitarme tanto alguien de quien no conozco ni siquiera qué
perfume usa. Sí. Habíamos compartido e intercambiado parejas, nos habíamos regalado
orgasmos, nos deseábamos al punto de prestarnos a este encuentro para probarnos y
provocarnos, pero no nos conocemos. Estamos llegando muy lejos.

―Angie… Yo… Tu piel… Es raro… ―Respira agitado y habla entre susurros. Estoy tan
empapada que me da vergüenza que pueda intuir mi excitación a través de mi ropa.
―Como si mis manos supieran qué hacer y tuvieran vida propia… ―Su hablar
entrecortado y con tono de confusión me hace sentir poderosa. ―Y esta canción…

―Sí, me pasa igual… Para variar… ―Sonreímos porque no paramos de coincidir. ―La
escuché y me gustó mucho, por eso figura en mi playlist… ―Casi meto la pata.
―Diego… ―Trago saliva. Quiero mostrarme neutral y no puedo. ―Tus manos son mágicas…
―De pronto, se me ocurre un chiste para descomprimir. ―Se lo diré a Mora y a Rocío,
porque siempre dijimos que necesitábamos un masajista para nuestras sesiones de
charlas… Podrías venir, actuar como nuestro chongo ―¿acabo realmente de usar esa
palabra con él?―, masajista y cocinero, y nos atendés a las tres, ¿qué te parece?

Pregunto, intentando sonar despreocupada, aunque los celos de pensar que él podría
llegar a siquiera rozarlas me violenta. Lo veo sonreír con condescendencia y
entiendo que debo estar torciendo la boca, como hago cada vez que algo me molesta
pero no quiero reconocerlo. De repente, ambos nos reímos a carcajadas. Creo que
intento desdramatizar tanta caricia para evitar lo que empiezan a provocarme sus
dichos y sus dedos.

―Primero, no suelo “regalar” masajes. Esto surgió. ―Hace una pausa y me gustaría
verle la cara. ―Segundo, las “charlas de chicas” ―remarca la frase como hizo con
“regalar” hace segundos―, no creo que me interesen mucho. Soy celoso de mis
“amigas” ―se le nota la picardía en el tono y me encanta. ―Tercero, no cocino ni
una ensalada. Lo de esta noche es especial ―suspiramos al unísono. ―Ángeles, estos
masajes son para que te relajes, te olvides del afuera y sigamos charlando como
personas adultas. Según vos, desde hoy, la idea es construir una relación amistosa
y conocerse, ¿no? —Aprieta más sus caricias/masajes. —Sé que empezamos “raro” ―lo
escucho serio y me pongo atenta a lo que está por decir, porque ambos debemos estar
recordando lo que pasó el año pasado―, pero lo intentaremos… ―Deja mi espalda para
arrodillarse frente a mí, tomar mis manos y apoyarse en mis rodillas. No, por
favor, Diego, no me mires con esos ojos taaannn verdes y profundos que no soy de
fierro. ―No somos pendejos y sé que hay atracción entre nosotros, pero tenemos
parejas y nos necesitamos más como amigos que como “problema”. Así que te propongo
sellar con un beso un pacto de ¿confraternidad? ―me pregunta con la mirada― entre
vos y yo para quitarle peso al asunto. Sobre todo, después de las ganas que me
llevé a cuestas el sábado pasado…

Me atrae que pueda poner en palabras precisas lo que nos pasa mientras yo vivo
suspendida por mi tara y mis miedos a sentir. Como si decodificara mis emociones y
tomara el mando para que no me paralizara del todo y se perdieran en los silencios.
Sin esperarlo, me roza los labios fugazmente y sonríe como un nene que acaba de
degustar su golosina preferida. Yo ni les cuento cómo estoy porque creo que deben
estar sintiendo a mi par. Lo miro como queriendo descifrar la veracidad de sus
dichos luego de haberme besado y sus ojos destilan fuego.

―¿Café o té? Yo lo preparo… ―Carraspea incómodo y se levanta dejándome más


confundida aún.

Mejor. Después de todo, los dos estamos enamorados de nuestras parejas, ¿no? Y esto
solo sería una leve distracción, una especie de aire fresco que le dicen. Algo con
qué confundirme para seguir lastimándonos un poco más… Pero yo ya elegí y acá me
quedo. Lo veo irse a la cocina y moverse como si perteneciera a mi vida, como si
conociera cada rincón de mi hogar desde siempre. Y lo dejo, porque acallo mis
deseos de vivir lo mismo con Tomás. Porque la dulzura, la picardía y los cuidados
de este hermoso donjuán de ojos verdes me energiza.

Sería lindo tener a alguien “presente” para charlar, hacer el amor y escuchar
música como una pareja normal… En ese momento, y desde esta noche, sabía que nos
mentiríamos hasta que alguno estallara primero, ¿pero qué podía hacer? Tendría que
haberme dado cuenta que, llegados a este punto, ninguno querría amistad del otro
sino conocernos en tiempo récord, como si eso fuera el único objetivo en el corto
plazo. Meternos en nuestras venas, invadirnos la piel, comernos el corazón para
poseernos. Como si cada cosa que íbamos sabiendo del otro nos tranquilizara esa
ansiedad. Nos comparé con los adictos al cigarrillo, que con solo tener entre sus
dedos un placebo electrónico ya estaban hechos. Diego y yo nos empezábamos a
acostumbrar a preguntar de a poco, a un simple roce, pero necesitábamos eso:
tenernos bajo la mira. Temía que este juego nos dejara en la vera de nuestros
verdaderos sentimientos. ¿Y si sólo estábamos idealizando el deseo que nos imantaba
el uno hacia la otra? ¿Y si Tomás se enteraba de esta cena y “perdía el esfuerzo”
hecho a su lado hasta ahora? No podía permitirme tirar por la borda esas noches
donde me comí la rabia porque me dejaba sola, esos fines de semana en los que me
prometía compartir viajes relámpagos y se la pasaba contestando mensajes de sus
hijos… ¿Estaría cansándome de él? ¿Me podían interesar dos hombres tan distintos?
Con Diego me unía la novedad, la pasión perdida con Tomás, sus atenciones que me
hacían sentir deseada, sus ojos que me miraban como si fuera lo mejor del mundo y
no existiera nadie más, sus labios que querían dejar su marca cada vez que podía.
Con Tomás… Ya no sé si algo nos une o solo es mero realce y añoranza del pasado,
pero pronto lo averiguaría. Tampoco podía determinar si me estaba cegando el
pensamiento de creer que siempre estaría acompañada por este seductor ingeniero… Es
una falacia, una ilusión, ya que él también está en pareja. Entonces, ¿a qué
carajos estoy jugando?

―Diego… ―Lo llamo. Lo escucho tararear algo mientras sigue en la cocina. De pronto,
el ruido que hace la cafetera al caerse me asusta y corro hacia él. ―¿Estás bien?
¿Qué pasó? ―Me mira mientras continúa agachado y recogiendo el recipiente de acero.
Sus pantalones marcan sus músculos trabajados y su erección contenida. Ninguno
sonríe. ―Diego… Necesito que te vayas…

Ya no lo quiero en mi espacio personal. Todo esto no traerá nada bueno. Baja su


mirada, como meditando algo, y se levanta tan rápido para colocarme contra la pared
sin previo aviso, que siento que fui “empotrada” contra la medianera. Parece un
animal en celo, con miles de manos que vagan por mi cuerpo. Mete sus dedos en mi
short, me corre la tanga y me masturba con su pulgar, mientras su dedo anular entra
y sale de mi humedad. ¡Todo eso en segundos que me dejan sin reacción!

―Diego… ¡Por favooooor! ―Grito mi gemido. ―No podemos… Tomás… Ivana… ―Intento
disuadirlo mientras me levanta la remera y comienza a chupar mis pezones
endurecidos. ―¡No pares! Necesito que me muerdas… ―Gruñe como si le encantara mi
orden y acabo tan rápido que me doy vergüenza. La culpa de haber acabado con Diego
y engañar a Tomás me está matando. Sin embargo, venía conteniendo mi orgasmo con él
desde el sábado pasado y exploté de tanto esperar. Apoyo mi frente en su pecho,
tomo aire y lo empujo. ―No tenés derecho a ésto…

―¿A qué? ―Me mira con deseo. ―¿A tocarnos? ¿A hacernos sentir mutuamente? ―Chasquea
la lengua, enojado. ―¿Es por Tomás? No pienso decirle a menos que me lo pidas…
―Desvío mi cara. —Mejor me voy. —¿Cómo? ¿Por qué? —No puedo estar con alguien que
no sabe lo que quiere. En realidad, sí lo sabés: te gusta ser la mártir del cuento
y yo no te quiero en ese papel. Tu lema de cada mañana debe ser “sufro, luego
existo”, ¿no? ―Tuerce su boca con ironía y bronca. —Para mí valés mucho más que
unas simples horas a escondidas, Ángeles… ―Resopla y se despeina sus rulos con
impaciencia. ―Mirá, no sé con qué muñecos te cruzaste antes, pero yo no te voy a
seguir el tren sin antes demostrarte que vos podés ser el todo de alguien. Creo que
aún no entendiste que hay hombres que morirían por pasar un segundo en vos. Yo soy
uno de ellos y te prometo que, cuando nos habilites ―nos señala―, seré el único…
Solo dejame… ―Avanza hacia mí y adivino que quiere desechar su orgullo para retomar
esto que nos trastorna. Y esta vez pienso dejarlo deshacerme a su antojo. ―No
―niega con la cabeza y vuelve sobre sus pasos―, así no puedo... Antes necesito que
me creas y te lo creas… Por hoy, rescindo… Pero sólo por hoy…

Y me deja sola, desordenada en cuerpo, mente y alma, mientras abre la puerta.


Vuelve a dudar dándome esperanzas, pero me mira y cierra de un portazo. Me duele lo
que acaba de decirme. ¡Maldita sea mi inadaptada vida emocional!

Capítulo 6 - Llegaste ciega, perdida y me hiciste perder la cabeza


Fines de semana sola, esperando llamados y organizando cenas o desayunos para él.
Esperándolo. Para la nada misma. Pero hoy todo sería distinto. Saldríamos como esas
parejas que salen los sábados y se miran enamorados para que los demás vean que el
amor sí existe. Sí, hoy sería el mejor sábado del mundo.

Ayer le dije a mis Gitanos por nuestro grupo de whatsapp (incluido Diego porque
Ricardo lo metió sin preguntarnos), que no me juntaría a cenar con ellos en el
departamento del ingeniero porque Tomás me había invitado al cine y luego a bailar.
Salvo Richard, ninguno me contestó y entendí que estaban enojados porque,
supuestamente, jamás se anteponen las actividades individuales a nuestras
reuniones... Ya se les pasaría. Lo importante es que hoy todo será distinto, y
podré demostrarles que solo había que esperar y tener paciencia.

A veces, tenés que hacer de macho, de mina, de amiga, de hija, de empleada, de


hermana. Tenés que ser correcta y estar deslumbrante. Tenés que ser atractiva sin
ser zorra. Tenés que ser buena sin ser boluda, tampoco ser tan inteligente como
para asustar a nadie ni tan tonta como para que no te tomen en serio. Tenés que
llenar demasiados casilleros para muchas personas. Tantos, que a veces no te queda
tiempo para ser vos misma… ¿Y lo que yo que deseo? Lo que yo deseo, lo que tanto
esperé, está por cumplirse a partir de esta noche.

Al principio, me pareció raro que mi amante eligiera salir un sábado, pero luego me
explicó que era porque su mujer se iba a visitar a su madre todo el fin de semana y
también se llevaba a sus hijos. Le pregunté qué excusa le había puesto para no
acompañarla y me dijo que la de siempre: ajustar los últimos detalles del nuevo
shopping que la empresa está construyendo. Ya no sé si Gabriela se hace la tonta o
no quiere ver, pero tampoco me importa. Bastante tengo con mis quilombos. Total, en
poco tiempo estallaría todo, y ese matrimonio ya estaba terminado mucho antes que
yo apareciera.

Son las diez menos cuarto de la noche y estoy parada en el cine Atlas de Recoleta.
Ya fui al baño, compré el balde más grande con almendras caramelizadas y tengo las
dos entradas en la mano. En cinco minutos es la función. Vuelvo a chequear por
quinta vez el celular y nada. Su última conexión fue hace tres horas. Pregunto y me
explican que a las diez y veinte es el tope para pasar a la sala, para evitar
molestar a los demás. No creo que vaya a dejarme plantada, pero son las diez en
punto y habíamos quedado en vernos nueve y media. Mi estómago se contrae de los
nervios. Comienzo a picar almendras del cubo y miro el reloj enorme que tengo
enfrente que marca las diez y cuarto. “Tomás, ojalá te haya pisado un tren y esa
sea tu excusa... Por favor…” La chica del kiosco me mira de reojo con lástima.

―¿Tenés hambre? ―Le pregunto. Se sobresalta y baja la mirada. ―Digo, como no parás
de mirarme. ¿Querés comer las almendras? ¿No te pagan lo suficiente como para que
te agarres lo que quieras y lo pagues al costo? ―Pobre chica, debe pensar que estoy
loca. Y lo estoy. ¡Quisiera romper todo de la rabia por ser tan imbécil de haber
creído que Tomás pasaría una noche romántica conmigo! ―Tomá, comételo. Disfrutalo
vos y aprendé de mí: jamás le creas a un tipo que te dice que podés ser la primera
en su vida mientras te trata a cada segundo como si fueras la mismísima mierda…

Le dejo el balde sobre el mostrador de vidrio y me voy maldiciendo al género


masculino. Camino sin rumbo, enojada con Tomás, con la estúpida de la chica del
cine y con cada pareja que veo caminar al lado mío, mirándome y sonriéndome. Seguro
deben saber que me plantaron y les doy pena. ¡¿Pero qué puede importarle a los
desconocidos qué carajos le pasa a una chica de treinta como yo que va llorando
sola por la calle?! O quizás, estoy tan decepcionada conmigo misma que la que
siente lástima por mí soy yo. ¡Estúpida! Una y mil veces…

Me detengo frente a un grupo de chicas y chicos de mi edad, que están parados en la


puerta de un bar, fumando, riendo, histeriqueando entre ellos. Viviendo. ¿En qué
parte del camino dejé de sentir para convertirme en lo que soy? ¿Cuándo me rompí
tanto que dejé de respirar como una chica de mi edad? Me anestesié de tal forma que
solo vivo como una sombra de Tomás, jadeando detrás de él como un perrito por su
dueño.

Vuelvo a mirar al grupo y hacia el interior del bar. ¿Y si entro a tomar algo?
¿Hace cuánto que no salgo sola ni hago nada espontáneo? Sí, ya sé que no tengo
tolerancia al alcohol por no saber tomar, pero hoy necesito olvidarme de mí. Me
gusta el ambiente. Elijo sentarme en una esquina de la barra, alejada de todo y de
todos, y comienzo a pedirme tragos. Primero, Cosmopolitan (bien, soportable, aunque
fuertecito); luego, Negroni (comienza a pegarme el Martini); después, un Mojito
(estoy viendo los ojos desconfiados del barman que debe intuir que no sé tomar,
porque comienzo a balancearme sobre el taburete)… Estoy por pedir uno más, pero un
chico (morochazo, perfume híper masculino y envolvente, ojos marrones e intensos,
boca provocadora y cuerpo increíble) se me acerca al oído y me susurra que me
invita lo que yo quiera si vamos al V.I.P.. “Okey, debo parecerte desesperada, pero
aún estoy lúcida, bebé, y vos no llenás los pantalones de Diego ni aunque…” ¿Qué?
De Tomás, eso quise decir… ¡T-O-M-Á-S! ¡Estoy borracha, evidentemente! Me concentro
en el pibe que tengo delante e intento empujarlo con fuerza, luego de que se haya
acercado un poco más y me lamiera la oreja ante mi distracción. Trastabillo, se
corre, casi me caigo y antes que se arme un desastre, ya tengo las manos del barman
sosteniéndome y llevándome al baño de mujeres para lavarme la cara. Patética nivel
mil. Comienzo a llorar (¡otra vez!), y él solo sonríe con dulzura mientras me
cuenta que está acostumbrado. ¿A qué? ¿Acostumbrado a mujeres que no saben sentir y
se enfocan en lo superficial para seguir levitando por la vida? De pronto, saca un
pañuelo de tela del bolsillo de su jean y me dice que me lo lleve para el camino.
Otro hombre dulce que me rescata con un pañuelo de tela en el baño. Como él… Me
pregunta con tacto si necesito que me llame un taxi, pero le contesto que estoy
bien y que me iré sola.

Sola. Siempre odié eso de “soy sola”, pero esta noche pude sentirlo en los huesos.
Y no es algo de Tomás o su desprecio, sino que acabo de comprender que mi vida
futura con él será así: seré sola aunque él decida convivir conmigo. Seré sola
aunque tengamos un hijo. Pero no estoy hablando de tener que depender de un tipo, o
no sentirme bien conmigo misma y necesitar legitimarme como mujer con pareja. Lo
que a mí me duele de “ser sola” con Tomás es su desamor, su egoísmo, su cobardía y
comodidad para no modificar su status quo. Siempre sola. Se me viene una de mis
canciones preferidas a la mente mientras camino:

Tough girl in the fast lane

No time for love

No time for hate

No drama no time for games

Tough girl whose soul ache… [6]

Y eso es lo que me duele en el corazón: no quiero dar la impresión de ser la chica


despreocupada, la que no siente, a la que solo llaman para divertirse… Al
principio, sí, lo reconozco, yo misma lo busqué por conveniencia, pero ahora quiero
ser amada. Quiero ser la única, a la que eligen primero, por la que se la juegan
sin importar las consecuencias. No me gusta ser la que espera, vive sola y siempre
resigna todo con tal de ser invisible y “no molestar”… Y aunque me cueste demostrar
lo que siento, sufro. Y mucho. Por eso necesito que Tom me elija. Porque es el
único con el cual puedo poner piloto automático y no exigirme de más. Con él no
estoy obligada a poner quinta a fondo ni expresar nada. Como Diego exige...
Ahora comprendo que Tomás jamás había planeado salir esta noche conmigo, sólo quiso
arruinarme la salida con mis amigos. Y con Diego, por supuesto. Debió haberse
enterado lo de hoy y marcó territorio. Pero eso sí: sin ensuciarse las manos, como
le gusta a él, siempre por atrás. Demostrándonos a ambos que cada vez que él
chasquee los dedos yo me moveré a su compás y me quedaré calladita en el lugar,
aunque eso signifique aislarme continuamente. Como si ese fuera el precio para que
se digne mirarme cuando le pintan las ganas. ¿Y de quién terminaba siendo la culpa?
¿Solo suya? ¿Mi nada es tan grande que ni siquiera amor merezco? No aguanto más…

“Las chicas grandes lloran cuando su corazón se rompe…”, como dice la cantante. No
sé cuándo pero esto tiene que cambiar. No puedo seguir poniendo mi vida en espera
por otros. ¿Y mi felicidad? ¿Y el deseo de formar mi propia familia? ¿Hasta cuándo
continuaría viéndome con los ojos de los demás y les dejaría seguir manejando mi
vida? Creo que puedo ser feliz con Tomás. Pero, ¿y si solo es inercia? Es decir,
jamás sentí nada “más grande” por otras personas. Aunque Diego me hace desear y
exigir cosas diferentes… No sé… Me provoca esa ansiedad necesaria para que lata el
corazón, las entrañas se revuelvan y mi boca se seque. Saben a qué me refiero, ¿no?
Me hace sentir fuerte. Sí, esa es la palabra. Como si el fuego que siento cuando lo
veo viniera de un lugar tan profundo, tan visceral, tan sexual, que su potencia lo
envuelve todo y el corazón late distinto… Así y todo, no sé si podría permitirme
someterme a algo así. A un hombre tan demandante de sentimientos, tan pendiente de
entregarse... Con Tomás conozco los límites y aprendimos a movernos en nuestros
espacios, pero con Diego… Tiene tanta vida y me mira como si de verdad creyera todo
eso que me dice, que me hace dudar. Y yo estoy tan cansada de palabras vacías y de
remar todo sola... Igual, sé que falta poco para la meta. En breve, seré la mujer
de Tomás y eso le cerrará la boca a muchos, me dará el lugar que merezco y la
estabilidad que siempre busqué.

Mientras las lágrimas queman mis mejillas, sonrío con ternura al recordar las
palabras del ingeniero que piensa como yo en eso de amar tanto la música y
relacionarla con la vida y las cosas. Siempre comparé a las personas que iba
conociendo con cajitas musicales. Y si lo piensan desde mi óptica, no es tan
descabellado. Algunas personas tienen muchos “adornos”, te seducen a primera vista,
pero por dentro no tienen nada. Otras no tienen mucha decoración, pero están llenas
de joyas brillantes y un mundo por descubrir. También están aquellas que, cuando
las abrimos, nos muestran su interior lleno de recovecos y muchas veces nos
perdemos entre sus laberintos, sin terminar de conocerlas... Finalmente, están esas
cajitas que son transparentes, que las vemos con solo darles una mirada y sabemos
cómo van a actuar siempre: sin dobleces, mostrándonos todo su esplendor sin
artificios y sabiendo que jamás nos van a defraudar. Cada uno de ustedes sabrá con
quién elige rodearse, pero, para mí, mis preferidas son estas últimas. Y ahí
encasillé a Diego. En el poco tiempo que lo conozco, me demostró que siempre estará
ahí para mí. La pregunta es si yo estoy preparada o quiero aceptar ese regalo.

Como si supiera que estaba en mis pensamientos, aparece su mensaje como la luz que
necesitaba en este momento oscuro: “Leí esto y me acordé de vos. De nosotros y
nuestra charla… ´Cada persona es el reflejo de la música que escucha". Al menos,
alguien cree tener un “nosotros” conmigo. Y sí. En estos momentos, esa frase que me
mandó Diego, aplica perfecto. Tengo tal subidón emocional, que tengo ganas de
hundirme para ser nada. No le contesto, pero ve las rayitas azules. Aparece el
“escribiendo…” y luego nada. Después de algunos minutos, me manda una foto de él y
mis amigos en su departamento. Se me borró la sonrisa por los celos cuando observé
que Rocío tenía sus piernas sobre las de mi ingeniero, y que no miraba a la cámara
por tener ojos solo para Die.

Tengo ganas de tardar para llegar a casa y por eso continúo la caminata. Luego de
diez cuadras, me mareo y me apoyo en una pared. Pienso que debe ser porque tomé sin
comer, pero si en ese momento hubiera sabido a qué se debían ese mareo y mi falta
de energía, me hubiera cuidado más el cuerpo. Miro mi reflejo en la vidriera del
negocio donde me estoy sosteniendo y me digo que no puedo seguir así, hablándome
mal y exponiéndome al peligro de la noche. Camino una cuadra más, encuentro la
parada de taxis y tomo uno.

Dicen que lo único sin arreglo en la vida es la muerte. ¿Y entonces por qué me
estaba comportando como si estuviera muerta? Como si no tuviera posibilidad de
cambiar mis actos. Hablaría con Tomás, aclararíamos lo que fuera, y luego empezaría
a vivir. Literalmente. Con o sin él. Paso de seguir siendo la sombra de alguien.
Esto ya no es vida para mí.

**********************

Si algo me faltaba era venir con resaca a trabajar. Ya puedo tachar también eso de
la lista. No solo me puse la misma ropa que ayer sino que tampoco me desmaquillé.
Parezco un panda. Temprano, mientras me peinaba a las apuradas, me pesaba en mi
balanza digital como cada mañana y me cepillaba los dientes (todo junto porque soy
ansiosa) medité sobre lo que pasó: me llamó Tomás para vernos ayer a la noche
(después de su plantón del sábado) en mi departamento. Discutimos, cenamos,
volvimos a discutir, nos empujamos (bueno, yo lo empujé cuando quiso venir a
sacarme la remera del piyama para tener sexo sin responder ni una sola de mis
preguntas), nos enojamos. Lo eché. Volvió, tuvimos sexo a las apuradas, y casi a
las obligadas, con la intención de solucionar algo que ni nosotros sabíamos que
estaba por estallarnos en la cara. Volvimos a discutir porque no quería quedarse.
Se fue y… Me quedé vacía.

Si esto no es una "histeria" de amor, no sé qué es. No podría denominar de otra


forma a este tira y afloja continuo. En realidad, tampoco sé si llamarlo histeria.
Las que habían cambiado en el último tiempo eran mis ganas, porque Tomás seguía
intentando comandar nuestros encuentros mientras yo me negaba, un poquito más cada
vez, a ser su muñeca de goma. No dejo de pensar que lo malacostumbré y por eso
quiero que sienta que aún no le entregué todo. ¡Y tampoco pienso hacerlo si no
cambian ciertas situaciones! Necesito hacerle entender que las cosas cambiaron (al
menos mis deseos y prioridades) y que podía seguir siendo una novedad estar juntos
a pesar de haber hecho muchas cosas.

De repente, se me cuela mi donjuán en los pensamientos. Diego y sus caricias


posesivas, sus labios territoriales y sus palabras que, despacito, iban
embrujándome... No, no me siento incómoda o con vergüenza al recordarnos. Al
contrario. El pensarlo, forma una revolución en mi panza por un sentimiento nuevo
que comienza a aparecer en mis peores momentos, rescatándome, cuando la ansiedad
por definir lo mío con Tomás me ancla hasta lo negro. Me hace sentir tan viva,
deseada, esperada. Como si se hubiese parado en mi vida, en este instante único del
destino, a demostrarme que acostumbrarse a la ordinariez de sentimientos es una
especie de deuda con la vida. “Porque el deseo si no se vive con lujuria no
desemboca en nada", me dijo una tarde tomando café en la cocinita de la empresa y
sin dejar de mirarme con fijeza. No sé qué había en sus ojos, enmarcados de esas
cejas tan masculinas, tan perfectas pero solo para él; o en su cara, plagada de
emociones veladas en cada mueca y donde reinaban esos faroles verdes (se me vino a
la mente un semáforo que me invitaba a avanzar), pero no pude responderle y me fui.
Con Diego sí quería probar todo y sabía que no me juzgaría. Y tampoco yo. Es decir,
con él no me planteo prejuicios (aunque sé que está de novio) o dobleces. Lo que
surge cuando estamos juntos es inmanejable, se los juro, pero porque sentimos (y lo
noto en él también, y eso me incita) que tenemos que reafirmar que nos tenemos
delante, que no podemos perder tiempo. Disculpen si no se los puedo explicar bien,
pero es que a veces las sensaciones no se explican. Se viven, se respiran, se
tocan, se verbalizan con jadeos, con salivas… En fin…

Antes de entrar a la oficina, voy al toilet de la empresa a chequear no haber


llegado con un zapato de cada color del despiste que tengo y de lo mal dormida que
estoy. Desconozco esta imagen de mujer deprimida que me devuelve el espejo. Entre
ojeras y rímel empastado, parezco un panda que no fue desmaquillado a tiempo. Me
costó conciliar el sueño después de tanto debate interno entre la mente y el
corazón. Claramente, perdieron ambos y por eso me siento como la mismísima mierda.
Además, como no sé tomar, aún continúo resacosa por el síntoma alcohol/dolor/falta
de amor. Y lo expreso así, porque en un mismo sentimiento se aunaron las tres
cosas.

Me obligo y me centro en que, sí o sí, necesito hablar con Tomás. No vuelvo a pasar
otro domingo como el de ayer. Sola como un perro y después llenada como un envase
descartable, para terminar quedando deshabitada. García Márquez decía que “el sexo
es el consuelo que uno tiene cuando el amor no alcanza”… ¿Estaríamos en esa etapa?
¿En la del duelo de nuestra relación? Me sorprendo al pensar así del hombre con el
cual quiero planificar mi largo plazo. Con resignación. Como si me diera igual él y
nuestro futuro. Como si no doliera su desprecio. “Angie, no pierdas el foco estando
tan cerca. Vos amás a Tomás, no te distraigas con cantitos de sirenas. O donjuanes
inoportunos…”, me dice mi cerebro. Pero, ¿y mi corazón?

Con ese impulso en la cabeza, me levanto de mi escritorio para ir al encuentro de


mi novio. Diego me intercepta para contarme que por internet hay un coleccionista
de música ochentosa que vende todo un lote de vinilos, explicándome que después me
pasaría el link por chat y no sé cuántas cosas más. Lo miro como si no entendiera
una sola palabra de lo que dice. Primero, porque estoy pensando en Tomás y tratando
de darme valor; y segundo, porque no puedo creer que su perfume me remita a su
cuello y a los besos que nos dimos. ¿Qué mierda me pasa que estoy tan descentrada
por este tipo? Y si bien esas cosas me sorprenden porque Tomás jamás tuvo esos
detalles, mucho menos sabe qué me gusta y qué no, no puedo distraerme en este
momento con la sonrisa que me está poniendo y su mirada carnal.

―Gracias… Creo… ―Intento balbucear alguna palabra para no quedar como idiota. ―Pero
no estoy interesada en nada que venga de vos… ―“…porque si me dejo embaucar por tus
labios, tus ojos y tu cuerpazo pierdo mi última oportunidad de ser feliz…”. Esto
estaría bien para completar y coronar la mala onda que le puse a mi frase. Me mira
enojado y veo que se va a la máquina de café. ―Quiero decir… Diego, esperá… ―Creo
que mi corazón quiso salvar la racionalidad de mi respuesta, pero ya es demasiado
tarde.

Me deja pensando en que sus detalles son lindos y en que no estoy habituada a
ellos. ¡Claro, por eso chocamos! ¡Porque no quiero acostumbrarme para no bajar la
guardia, para no extrañarlo, para no pensar que mi existencia podría ser diferente
con una pareja estable! Porque no quiero enamorarme y perder el control.

Un murmullo general me saca de mi mundo paralelo. Recuerdo que hoy mi doctora me


citó para hablarme de mis análisis y me dijo que necesitaba verme sí o sí. Es medio
exagerada, pero para que deje de insistirme (me llamó cuatro veces), iré después
del laburo. Mientras pienso en todo esto y camino hacia la oficina de Tomás, el
bullicio se hace más notorio y esta vez reconozco una especie de griterío feliz. Me
pregunto qué podrá ser. Observo que el hombre con el cual quiero aclarar las cosas
para que nuestra cercana convivencia sea exitosa, está muy serio y solo me mira a
mí, mientras los demás lo abrazan y le hablan. Escucho que lo están felicitando, y,
cuando estoy a punto de ir a su encuentro, le alcanzan escarpines. Mis sentidos se
agudizan y niego la imagen cerrando los ojos. Los anulo porque temo lo que intuyen
con certeza. Vuelvo a abrirlos y sostengo su mirada. Tomás continúa serio y ajeno a
quienes nos rodean apretando sus labios. Entiendo de golpe. Soy la más idiota de
todas: él me decía que no curtía más con la mujer, que no se amaban, que la
aguantaba por sus hijos… Le dibujo un HIJO DE PUTA con la boca y le hago seña de
una cruz con la mano. ¿Para qué mierda vine? Tendría que haber supuesto que este
lunes arrastraría el fango del peor y más olvidable fin de semana que me tocó vivir
en mucho tiempo.
Huyo corriendo de la oficina para que no me vean llorar y cuando llego a casa
comienzo a romper todo. ¡Esa basura encima me iba a hacer gastar plata
reconstruyendo mi departamento! Me había estado mintiendo y yo me había dejado
engañar. De pronto, en medio de ese caos de destrucción externa e interna, mi
cuerpo comienza a sentirse débil de toda la mierda acumulada que pedía salir y solo
pienso en una persona que podría sostener esta debacle: Diego. Ni en mis amigos ni
en Tomás. Solo en él. “Diego, vení te necesito”, le mando un whatsapp. Siento que
me ahogo, que todo está negro a mi alrededor, que no hay salida y un nudo en la
garganta va creciendo sin parar hasta impedirme respirar. Me acuesto lentamente
porque mis piernas me tiemblan al sentirme tan absorbida por la rabia, la
humillación y la desesperanza. Suena mi celular, con un mail entrante que me pide
que felicite a mi jefe porque será padre. ¡Ya lo sé, maldito sistema de
notificaciones organizacionales! Soy un manojo de… No encuentro palabras, solo
gritos violentos que me siguen pidiendo salir de mi interior para protestar contra
algo que no puedo definir. Sin embargo, no tengo fuerza emocional ni para eso.

Mi corazón está en carne viva y solo quiero morirme. Se me cayeron todos los
ladrillos de mis estructuras… ¿Y ahora qué?

****************************

Llega en media hora y le abro la puerta. Son las dos de la tarde del peor lunes de
mi vida y yo estoy en piyama (es una forma de llamarles a mi remera y calza,
gastadas de tanto lavarlas), con los ojos hinchados y llorosos. Sigo sin creer que
haya venido tan rápido. Tomás jamás… ¡Otra vez la cabra al monte! “A ver si lo
entendés, Ángeles: el hombre en el cual depositaste tus esperanzas y le bancaste
TODAS será padre. ¡Te mintió!”, se burla mi consciencia, mi peor enemiga desde
tiempos inmemoriales.

Entra como un tornado apenas abro la puerta, me abraza sin mediar palabra y se
queda en mi cuello por una eternidad, murmurando palabras que no llego a entender
pero que me dan más calor en el corazón que cualquier discurso sensiblero. Deposita
un beso húmedo allí, justo debajo del lóbulo derecho, y me muerde despacito varias
veces seguidas... Suspiro, entre feliz de estar en su pecho y sorprendida de tanto
cariño, como si hubiera sorteado miles de desiertos para llegar hasta mí. Como si
yo le importara.

―Menos mal que estás bien, si no… ―Sin soltarme me recorre el cuerpo con sus ojos.
Toma mi mentón y mirando hacia el piso. ―Porque estás bien, ¿no? Es decir, sé que
el hijo de puta de Tomás te reventó con lo que hizo ―asiento sorbiendo mis mocos y
agacho la cabeza al piso― pero temí que te lastimaras. No me gustó tu cara de hoy
cuando llegaste… El sábado tendría que haberte venido a buscar y… No sé, no paré de
pensar en vos ni un segundo… Y a él… ―Sonrío con tristeza para mis adentros. ¿El
sábado él quería venir a buscarme y estuvo pensando en mí? Digo, ¿en plan celos o
en plan amigo? ―Ya está. Ahora estoy acá y no me pienso mover…

Siempre pensé qué sentiría mi lengua al acariciar esos dientes blanquísimos. ¿Y


cómo será besar la juntura de esas cejas gruesas? Morder esos labios sensuales debe
ser la bomba… No es que no nos hubiéramos besado antes, si no que esta vez sería
“sin obligación”, como sí lo fue aquella vez en el spa. O “sin culpa”, porque
comenzaba a sentir que no le debía respeto a alguien que no me lo tenía y que me
había estado mintiendo. No me pregunten qué me pasó, pero creo que me pudo el
momento, sus palabras, la ilusión de sentir que importaba para alguien, sus ojos
transparentes de la emoción al verme, y luego oscurecidos de la bronca por mi
llanto… No sé. A veces, bajamos la guardia durante segundos que luego nos traen
consecuencias… Aún hoy sigo sin entenderlo, pero celebro el impulso que me llevó
hasta su boca. Rocé su labio inferior y Diego no necesitó más. Sus manos
descendieron hasta mi cola, apretó más su abrazo, y su lengua me buscó para
recorrer mi boca por fuera y luego conquistarla entera. ¡Dios mío, qué manera de
besar! Como si el oxígeno estuviera en la saliva del otro. Como si ese beso fuera
el último de nuestras vidas y necesitáramos decirnos todo entre lenguas. Un zumbido
en mi panza me recuerda que besar también es vivir y no un acto inercial. Y
nosotros, en este instante, nos estábamos viviendo.

―Angie… Por mí, me interno en tu cama, te demuestro que mi mundo podría nacer de
estar en vos las veinticuatro horas y acá se terminó todo… O sea, a la fuerza todos
somos machos, pero… ―Me miró con rabia. ―No sabés lo que daría por haber llegado a
tu vida antes que ese pelotudo… —Sigue sin soltarme y sus manos parecen no querer
abandonar mi cintura. —Porque sé que, aunque mi compañía te hará bien, necesitás
ordenarte y darte cuenta sola que como venís lastimándote no está bien para nadie…
―¡Bendito Diego que sabía tanto de mí sin conocerme! Claro que sería fácil estar
juntos, al menos para no sentirme tan vacía, pero ¿y después qué? ―Hagamos algo:
hoy te haré sentir como la reina que sos y como los buenos amigos ―me guiña un ojo―
que aspiramos ser…

No me da tiempo ni a decir SÍ o NO y, después de algunos minutos “raros” entre la


charla y mi rendición a sus besos, se dirige a la cocina y pone la pava eléctrica,
mientras me comenta desde allí que trajo un chocolate con almendras para compartir
y “paliar las angustias del corazón”. Noto una especie de sonrisa escondida,
inclusive sin verlo, y me alegra tenerlo en casa. Me tranquilizan sus silencios,
sus actitudes, sus abrazos, su mirada que lo dice todo... Ojo, corazón, que el amor
lo que menos da es tranquilidad y esto ya lo vi. Sentir no conforta, lastima, no da
ganancia.

―Gracias por este rescate express, mi donjuán particular, pero no… ―Digo en voz
baja.

―¿Cómo? ―Me pregunta como si no me hubiera escuchado, mientras aparece con las dos
tazas de té en la mano.

No le respondo. ¿Para qué? Si en realidad no quiero que se vaya. Nos quedamos en


silencio, con la música de fondo, y nos miramos cada uno metido en su mundo,
rozándonos solo para alcanzarnos el chocolate.

―Angie…

―¿Mmmm?

―¿Vos entendés por qué no podemos? —Entonces sí escuchó lo que dije. —Porque le doy
vueltas, al derecho, al revés, a un costado y al otro, y sigo sin entenderlo... —Me
taladra con su mirada anhelante y su mandíbula contraída. —¿Me lo explicás?

―No, Diego.

―No, ¿a qué? ¿No lo entendés o no querés explicármelo?

―No lo entiendo… ―Lo oigo suspirar y sé que se viene algo que no me gustará.

―Aunque nos pasen cosas y me gustes cada segundo que pasa mucho más, y quiera
arrancarte de la piel las promesas de mierda con las cuales te ataron y te ataste,
siento que no quiero ser un placebo para vos. ―Lo dice con tal determinación en la
voz, que levanto mis ojos hacia sus esmeraldas. Se acerca. No, por favor, no te
acerques que estoy sensible. Me da un beso tan tierno y tan contenedor que lo
detesto. Estoy acostumbrada a otro tipo de cariño (si es que se le puede llamar
“cariño” a lo que tengo con Tomás). ―A veces, siento que solo me buscás para darle
celos a tu amante… Y yo creo que estoy sintiendo cosas serias por vos que no estoy
pudiendo gestionar sin enojarme ni ahogarme en celos… —Chasquea la lengua y esboza
su media sonrisa de compromiso. —Ángeles, te merecés todo, pero si vos no querés,
yo no puedo meterme…

El día que Diego reapareció en nuestras vidas yo venía, dentro de todo, bastante
bien. Aún tenía la ilusión de vivir con Tomás, ser padres algún día, terminar mi
carrera para emprender algo sola. Y ustedes podrán preguntarme: ¿y qué te faltaba,
entonces? AMOR. Tampoco es que lo fuera buscando… Para que me entiendan, no me
refiero al sentimiento cursi, al empalagoso, al “juntos para siempre”. Lo que
necesito es amor del tipo “soy tu back up para lo que sea”. El JUNTOS A LA PAR. El
que implica desde una taza de té porque los dolores menstruales no me dejan
levantar de la cama, hasta ser lo más importante en la vida del otro para
acompañarse en lo grande. Quizás no me expreso bien porque ni yo tengo claro qué
quiero. Me enseñaron a no demostrar lo que pasa por dentro y solo exteriorizo lo
que es necesario. Resultado: un corazón que no late y un alma cansada. Lo que sí
tengo claro es que Diego es inmanejable con su torbellino de sentimientos, y si
bien yo deseo estar en su misma tormenta, hoy necesito a alguien que no modifique
mi “cómoda” situación actual. Y ese status quo, para mí, significa la única
seguridad de que no voy a sufrir por amor. “Ay, Angie, ¡como si no sufrieras las
esperas de un sentimiento que Tomás no tiene por vos! Como si no hubieras deseado
que Tomás te amara como lo hiciste hasta ayer… Sé libre, sé feliz, esta vez te
toca…”, me susurra mi amienemiga interna. Vuelvo a mirar a este ingeniero que cree
que merezco algo mejor y decido atacar antes que sentir.

—Entiendo… ―Me autorespondo como si él me lo hubiese dicho directamente.

―Sí. ―Me mira Diego entendiendo los sentimientos implícitos de nuestras palabras y
asintiendo sobre lo inevitable. ―Yo a vos te quiero sin nadie dentro tuyo. Cuando
dije “quiero que me utilices” lo hice como manotazo de ahogado, pero en realidad
quiero que me necesites tanto que te plantees dejar a ese imbécil de una vez por
todas… ―Hace una pausa y pestañea lento, como si no quisiera seguir hablando por
miedo a que su ego de macho saliera herido. ―Lo que los amigos sí podemos hacer
―sonríe a medias― es limpiar, ordenar y dejar lista la cena para que comas aunque
yo no me quede, mientras mi amiga se da una ducha… ―Traga saliva como si dudara en
confesar con su boca lo que sus ojos me estaban demostrando: que ambos teníamos
ganas de “borrar” con besos y gemidos la decepción que había sufrido esta tarde. —
Igual, Ángeles, yo… No sé qué decirte… —Ambos nos miramos, y suspiramos por
nuestras imágenes mentales. Mi donjuán y yo, ducha, jabón, manos contra los
azulejos, su lengua entrando y saliendo, mis pezones entre sus dientes, sus dedos
provocándome orgasmos, sus ojos pidiéndome entrega y sus palabras diciéndome que
solo tenía que sentir sin pensar. ―Vine para hacerte compañía como amigo, pero… La
puta madre, parezco un pelotudo balbuceando… ―Cuando me ve sonreír ante su
nerviosismo, hace lo mismo y curva sus labios sensualmente. ―Disculpá los insultos,
es que me hacés sentir que no sé nada de la vida, me anulás, ¿entendés? Y no estoy
acostumbrado… Me encantás…

En estos momentos, necesito un apoyo de otro tipo, y pienso que, quizás, mi


ingeniero tenga razón, que estoy más despechada que confundida. No quiero traerle
problemas con su novia, pero tampoco quiero perderlo. Cuando disfrutamos caricias
lo hicimos en virtud de nuestras ganas y sin presiones entre nosotros, rindiendo
honor solo a nuestra sensualidad y placer. En nuestro caso, empezamos al revés,
compartiendo besos en una cama y aprendiendo a conocernos de cero. Pero sigo
preguntándome cómo sería todo si yo me soltara, le creyera a su deseo y le diera
rienda suelta a mi imaginación. Mejor no embrollar mi vida más de lo que ya estaba.
Yo no lo quería a él, solo necesitaba que Tomás viniera a decirme que esto es una
pesadilla y que estaremos juntos muy pronto…

―Diego, quiero que sepas que aprecio de corazón todo esto… No quiero traerte
problemas pero… ―Lo miro mordiéndose los labios. ―Qué difícil… ―Susurro.
―¿Difícil? Ángeles… —Resopla y se revuelve sus rulos. —Difícil es seguir simulando
que no pasa nada mientras nos estamos comiendo con los ojos… Te repito: sé lo que
debemos hacer, pero no tengo ganas de cumplirle ni faltarle a nadie más que
nosotros. Y, además, está Ivana…

―Por eso… ―lo interrumpo. —Si vos considerás que esta amistad será turbia a los
ojos de los demás, podés irte ya mismo… No pasa nada… No tenés obligaciones
conmigo.

Parecíamos dos adolescentes que no sabían qué hacer. Nos teníamos enfrente y
decíamos cosas que no tenían sentido ni sentimientos, con tal de tapar con la mano
estas ganas que eran una especie de sol enorme que crecía segundo a segundo. Hasta
que, claro, otra vez Diego toma la iniciativa. Me toma de las mejillas, mete sus
pulgares en mi boca para entreabrírmela e ir directo a mi lengua para
mordisquearla. ¡Me besa y me besa y me besa hasta el cansancio! Es tan dulce y
protector, pero a la vez tan demandante, que no puedo hacer menos que rendirme a
él. Se separa para permitirnos respirar porque, como hoy, no parábamos por miedo a
que se perdiera esta especie de magia que se genera cada vez que nos dejamos
llevar. Me mira con un brillo tan especial en sus ojos... No me hagas esto,
donjuán…

Me mata su sonrisa que le hace hoyuelos bajo su barba castaña, la cual que me raspa
cuando me ve en la empresa y “se queda a vivir” para saludarme más tiempo del
normal… Me lanzo a su boca en forma de corazón, respondiendo a su iniciativa. Me
fundo en su aliento al té de menta que él mismo había preparado para compartir el
chocolate, y nos hundimos en ese bucle sexual que siempre nos toma y nos devuelve
solo felicidad y plenitud. Nos deshacemos juntos y nos volvemos a rearmar con
nuestras manos. Sus caricias me demuestran que estará ahí, que me apoye en su
corazón... Que no es necesario morir por amor, sino que es mucho mejor el vivir de
amor. Y yo quiero eso. Aunque no sepa qué pasará mañana, hoy quiero esconderme en
esos hoyuelos y en sus ojos tristes que solo brillan para mí. Con ese pensamiento y
sin otra cosa en el medio que nuestras bocas entreabiertas, nos miramos fijamente
mientras comenzamos a desvestirnos. Nos levantamos la remera al mismo tiempo. Le
muerdo sus tetillas, mientras lo escucho suspirar con placer y me masajea mis
pezones convertidos en piedras por la excitación. Ya no hay vuelta atrás.
Necesitamos dejarnos llevar y borrar con nuestros besos lo que acabamos de decir
para mentirnos y alejarnos: nosotros jamás podremos ser amigos. Diego y yo queremos
volver a la tarde en aquel spa para terminar lo que empezamos. Para descubrir, de
una vez por todas, si lo que imaginábamos que sería sentir el calor de estar uno en
la otra será tan perfecto como el sabor de la humedad de nuestros sexos que
permanecen aún en nuestras bocas… De repente, mi caparazón frío y el que me invita
a no emocionarme por nada, me recuerda que Diego también está comprometido y que no
necesito equivocarme de nuevo.

―Mejor paramos… ―Le digo, empujándolo con convicción. Estoy enojada, pero conmigo.
Me imaginé nuevamente siendo “la otra”, la que separa parejas consolidadas, la que
destruye todo lo que toca. ―Me voy a bañar…

―Pero…

¡Pobre! Su boca hinchada y sus ojos desorientados me hacen ver que no puedo hacerle
(y hacernos) esto. Intento zafarme pero me cuesta. Sus dedos me retienen para
seguir besándome y me pide por favor que no me vaya. Hago caso omiso a esos dos
ojazos ilusionados y me encierro en el baño sin mirarlo, porque si lo hiciera me
vuelvo a trepar en ese cuerpo de empotrador serial y ¡me tienen que sacar con la
policía federal! No puedo evitar tocarme y aliviar un poco la tensión del epicentro
de mi cuerpo. Me confunde pensar que estoy tan receptiva a las caricias de Diego
mientras que con Tomás, últimamente, necesito pensar en otras cosas para excitarme.
También me sorprende haberme olvidado de la rabia por lo que me hizo mi pareja y
estar un poco más ¿serena?

Me quedo bajo el agua caliente, hasta que considero que puede habérsenos escurrido
del cuerpo la excitación de hace un rato. Mientras me seco, el olor a comida que
entra por debajo de la puerta del baño me hace sonreír. Otra vez, Diego y su afán
por cuidarme. Casi sin hacer ruido, salgo en toalla para ir a vestirme a mi pieza y
veo su espalda en la cocina tarareando la canción TUYO del otro día, que está
sonando en la playlist. Me provoca ternura su dedicación, pero rápidamente su
perfil y sus manos hacen volar mi imaginación, dando paso a la sensualidad del
momento: solos, él cocinando para mí, yo en toalla y embobada mirándolo… Diego se
da vuelta como si me hubiera intuido y sus ojos recorren mi cuerpo con deseo.

―Ángeles… —Susurra y traga saliva. —Andá a cambiarte mientras termino de


organizarte el almuerzo… ―Continúo mirándolo, retándolo a que cumpla la promesa de
sus ojos, sin moverme ni un milímetro. Deja todo sobre la mesada, se limpia las
manos y se acerca lentamente. Se muerde su labio inferior y me acaricia los
hombros, bajando por mis brazos y me toma las manos. ―Por favor, beba, andá o no
respondo… No puedo continuar siendo un caballero continuamente, mientras le sigo
faltando a mis ganas de enterrarme en vos…

¡Dios, qué declaración! Huyo de nosotros, me pongo un jean y una remera, y salgo
descalza para… ¡Ni yo sé para que me visto rápido si está visto que ninguno puede!
Suena Zaz de fondo y su Eblouie par la nouit, mientras Diego va recogiendo las
cosas y sigue la melodía con la cabeza.

―¿Y esto? ¿Sabés francés? ¿Cómo se llama?

―Solo tarareo su música por fonética. Me encantan Zaz y su voz...

―¿ Y qué dice? ―Me pregunta.

―Averigualo ―sonreímos ambos.

Se queda un rato más para terminar de ordenar y luego se va. Nos despedimos todo lo
normal que podemos y termino de adorarlo un poco más cuando me dice que también
había dejado preparada la cena en la heladera. Cierro la puerta después de darnos
un beso en ambas mejillas (“Como debe hacer Zaz en Francia”, me dijo pícaro) y me
apoyo en el marco para bajar las revoluciones de mi corazón. ¿Pero qué eran todas
estas cursilerías? Me desconozco. Ya pasé estas sensaciones adolescentes cuando me
convertí en amante de un tipo casado. Sin embargo, a veces, después de pasarnos la
vida acumulando y sorteando experiencias de todo tipo, una se choca con “la
experiencia” más importante, y resulta que no te sirve ninguna de las
“herramientas” aprendidas. Así, con Diego. Él y su huracán de sentimientos. Él y su
sabiduría en cuanto a las emociones y en dejarse llevar. Él. Llenó todo, lo bueno y
lo malo, en milésimas de segundos, permitiéndome respirar de su boca, ilusionándome
con vivir diferente. Él.

Almorcé el wok que me había hecho y me puse a ver “Los puentes de Madison”,
reafirmando eso de que si la comida se hace con pasión ella llega hasta quienes la
disfrutan. Siento en cada bocado sus besos, sus dedos, su saliva recorriéndome y
sus esmeraldas ávidas por demostrarme su deseo. Sin darme cuenta, me quedo dormida
apenas termino el plato. Necesitaba tanto descansar la mente, el cuerpo, las
ansias… El corazón…

*************************

Suena el timbre y tardo en ponerme de pie. Soñé con Diego. Me despierto húmeda por
ese sueño, pero más tranquila y descansada. Me miro y mi cara luce descansada, con
una especie de mueca feliz escondida… Abro la puerta y lo veo. Mi sexy ingeniero,
sus rulos castaños que le caen sobre su frente, sus esmeraldas brillantes y sus
labios llenos de sensualidad. Sus hoyuelos. Su actitud de donjuán que quiere salvar
y seducir al mundo… Cuando veo que sus fascinantes cejas gruesas se arquean y sus
labios se curvan hacia un costado en una casi sonrisa, me doy cuenta que estaba
boba mirándolo. Me sonrojo. Me encanta el desconecte mental que provoca en mí.

―Delivery de amor… ―Saluda antes de darme un beso fugaz en mi labio superior. Entra
y va directo a la cocina. ―No confiaba en que cenarías, así que preferí venir a
corroborar que te alimentaras. Las penas de amor pasan más rápido con comida
casera… Así dice mi vieja, al menos… Tendrían que conocerse ―sonríe enormemente
como si disfrutara mi cara de pánico ante tanta efusividad de sentimientos. ―Es
broma. ―Y me guiña su ojo izquierdo. —Aunque me gustaría…

Otra vez prepara la mesita ratona del living, pone música, y se comporta como si
viviéramos juntos. Un mareo me sorprende, y como no quiero preocuparlo, me siento
despacio. Pienso mucho y muy rápido mientras lo observo. Diego me inspira
seguridad, protección, cariño. Y ustedes pueden creer que alguien como yo no
necesita esas cosas, que se las puede arreglar solita. Puede ser… Pero ando con
ganas de soltar un poco el agarre, para que me abracen y me cuiden. ¿Tan difícil es
de entender? No es que no pudiera vivir sola o necesitara de un hombre: solo estoy
pidiendo que me amen y se entreguen como lo hago yo. Una persona que me tenga en
cuenta al despertarse, durante el día y al irse a la cama para tocarse pensando en
mí. Que me llame en el medio de la noche para decirme que vio algo que le recordó a
nosotros. Que me quieran de verdad… Esa es la “protección” que busco: la del
corazón. Que alguien se anime por fin a quedarse a mi lado lo suficiente como para
juntar sus partecitas y lo curen de a poco… Soñé que me merecía un gran amor. Soñé
que Diego y yo estaríamos juntos soportando un gran dolor y que ese cariño rompería
mi crisálida para convertirme en la mujer que siempre quise. Y aunque yo no sabía
que faltaban meses para que eso se cumpliera, lo sentí tan real que me lo creo y me
dejo mimar.

―Estuve indagando un poco y podríamos hacer una lista compartida. ―Lo miro porque
estaba en otro mundo. ―Tierra, ¿me copia? Diego llamando a Angie para que baje del
cielo y venga a cenar conmigo… ¿Estás bien? ―Me pregunta acariciando mi mejilla
derecha con su pulgar. Recuesto mi cara sobre su mano y luego me inclino sobre su
hombro. ―Ay, Ángeles… Sos tanto… Me encantás… ―Ya me lo había dicho temprano así
que algo de verdad debía haber en sus palabras.

―¿Y si bailamos?

Nos tomamos de las manos cuando está sonando Amor Completo en la voz aguda de Mon
Laferte. Se levanta sin responderme y me susurra que le tenga paciencia porque está
nervioso. Mi ingeniero y sus palabras. Los sonidos de esta especie de bolero nos
transportan y solo siento el calor del cuerpo de Diego, nuestros balanceos, sus
latidos, mis manos enterrándose entre sus rulos y acariciando su nuca, sus
suspiros, sus brazos que sé que jamás me dejarán caer… Su creciente erección... Sí,
hasta en eso es cristalino mi donjuán personal. Seductor y tímido hasta con sus
armas. ¿Cómo será con su novia? Lo noto tan transparente que temo que ella sospeche
algo. Por lo que veo, no tiene problemas de horarios porque hoy se pasó casi todo
el día conmigo.

Veo tantos colores y todos mis sentidos

estallarán de tanto amarte.

¿Cómo se puede sentir

tantas cosas en tan poco tiempo, y no morir?


Tú puedes hacer un gran nido en mi universo.

Puedes hacer lo que quieras conmigo…

Levanto mis ojos hacia los de él, y los suyos están tan oscuros pero tan
brillantes. Baja sus manos hacia el nacimiento de mi cola, aprieta sus labios y yo
acerco mi boca a la suya. Quiero besarlo. Lo necesito. Quiero acostarnos y que me
abrace toda la noche.

―Angie…

Suspira mi nombre con la voz ronca por el deseo. Se inclina y nos besamos despacio,
sabiendo que estábamos a punto de olvidarnos de todos y comenzar lo que sería…

―¡Ángeles! ¡Abrime! ―Unos golpes en la puerta nos sorprenden y me separo de Diego


asustada. ―Desde acá se escucha esa música pegajosa que siempre escuchás, así que
sé que estás. ¡Abrime o rompo la puerta a patadas!

―Abrile a ese hijo de puta que tengo unas ganas de ponerlo en su lugar… ―Me dice
Diego con rabia.

―¡No! Tomás es muy violento… Dejalo que se vaya… ―Me tapo la cara con vergüenza.
―Además, podrías perder el trabajo… —Camino hacia el sillón y me desplomo sobre él.
Estoy agotada. —Cuando se canse y se vaya será mejor que vos hagas lo mismo…

Mi ingeniero se acerca, me abraza y va dejando besos sobre mi cabeza.

―Ángeles, ¿vos te pensás que me importa el trabajo o algo extra que no seas vos?
¿Todavía no lo entendiste? ―Con sus pulgares seca mis lágrimas y me besa,
demandante. Nada de ternura, solo pasión. ―Abrile.

No quiero, pero escucho que Tomás comienza a discutir con mi vecina y me da


vergüenza lo que puedan pensar los demás. Cuando abro la puerta, Tomás entra como
una tromba, sin saludarme y dispuesto a todo. Lo conozco. Pero al verlo a Diego
baja sus decibeles y nos mira a ambos.

―¿Qué hace este tipo acá? ―Me pregunta. Luego se dirige al hombre que me cuidó toda
la tarde, cosa que no había hecho jamás mi amante y me mira con odio. ―¿Vos no
habías dado parte de enfermo? Ahora entiendo… Ustedes están juntos desde… ―La
borrachera que tiene encima y sus elucubraciones pueden traerme problemas. Me toma
del brazo y comienza a zamarrearme. ―¿Desde cuándo se están riendo de mí, basuras?

―¡Soltala o no seguís respirando! ―Lo empuja Diego para alejarlo de mí.

―¡Basta! ¡Termínenla! Diego, andate… ―Susurro.

―Pero… ¡No! No pienso dejarte con esta mierda… Mirá en el estado en que está,
Angie… ―Me suplica con su mirada.

―Dejá de hacer el papel de pelotudo que rescata a la dama, que acá no te


necesitamos. Escuchala y andate, pendejo ―le dice Tomás envalentonado.

Vuelvo a pedirle que se vaya, y se dirige hacia la puerta cabizbajo. Pero antes
toma mi teléfono y pone su número en marcación rápida.

―Apretás el 1 y estoy en segundos, ¿entendiste? ―Levanta mis ojos hacia los suyos,
y me da un beso en la mejilla mientras susurra: ―Te quiero, no lo olvides. Y vos
valés más que cualquier migaja que te ofrezca este tipo…
Quizás me enamoré esa misma noche, cuando su actitud quijotesca y de donjuán que
jamás lo abandonaba frente a mis desgracias, me demostró que un hombre con todas
las letras no necesita humillar y mentir para que lo escuchen. También influyó que
fuera el TE QUIERO más real que me hubieran dicho y sin importar más nada que el
sacárselo del corazón para dármelo en custodia…

Me partía el alma que se preocupara tan sinceramente por mí y yo no pudiera


corresponderle. O no quisiera, porque poder podía. De hecho, sé que siento cosas
por él. No quiero ponerle nombre a mis emociones, pero saber que existen me pone
nerviosa. Mi corazón se lo quiere morfar a besos y yo… Yo tengo que arreglar mi
vida para no seguir lastimándome ni dándole falsas esperanzas. Necesito hacerlo
para comenzar a vivir.

Cuando Diego cierra la puerta comienza el verdadero peregrinar por el sufrimiento.


Escuchar las excusas de Tomás, verlo tan pequeño en sus miserias, borracho y
lloroso, suplicando que le creyera, hizo que me abstrajera de esta situación tan
lamentable. No lo escucho porque estoy oyéndome a mí. No soy la misma porque ya no
necesito las mismas cosas. Cuando conocí a Tom pensé que era el hombre de mi vida.
La pasábamos en la cama, escuchaba sus frustraciones, lo consolaba, lo contenía, lo
aconsejaba. Siempre esperando que él se decidiera por mí, por la mujer que más lo
amaba. No imaginaba que él solo podía pensar en sus intereses, en su comodidad. Sé
que él me quiere, a su manera, pero no me alcanza. Yo lo amo. O al menos, eso creo.
Quiero que deje de ser tan cagón y se la juegue, por su mujer o por mí, pero
necesito estar en paz. Sufrir sin él hasta morirme o amar juntos hasta renacer.
Pero este gris nos está matando a ambos.

―Quiero otra cosa… ―Digo en voz baja, no sé si tanto para él o para mí.

―Te doy lo que pidas, nena, pero necesito tiempo…

―No tengo más, Tom. Me cansé de remar contra la corriente, contra tu familia,
contra vos… No quiero seguir siendo el desahogo de alguien. ¡Tu reservorio de
mierdas! Quiero serlo todo y vos solo me ofrecés tu mitad…

Se acerca e intenta besarme. Me levanta la remera, desabrocha mi jean y ahí


despierto como si sus dedos me dieran asco. Como un cachetazo, sus caricias y su
boca me provocan náuseas y lo empujo. Se violenta, aprieta mis muñecas hasta
cortarme la circulación, y vuelve a intentar convencerme con sexo. Otra vez lo
empujo. Aprieta sus labios hasta volverlos casi blancos de rabia y sé que dirá algo
que me sojuzgará. Como siempre.

―Estuviste toda la tarde con ese pelotudo y ahora no necesitás que te toque, ¿no?
Vení que te voy a enseñar lo que es estar con un verdadero hombre… —Intenta besarme
de nuevo y le escupo la cara.

―¿Sabés algo, Tomás? ―Mi pausa nos tiene en vilo, pero ya no puedo acallar lo que
siento. ―Dicen que hay dos tipos de corazones rotos: los que se rompen desde afuera
y los que se rompen desde adentro. Vos lograste participar de ambos procesos… Te
felicito… ―Le digo con amargura, y me doy cuenta que plantearle lo que estoy por
pedirle no duele tanto como yo pensaba. ―Necesito que te vayas. De verdad, para
siempre. Y, sobre todo, de mi vida. Te prometo que, en cuanto pueda, buscaré otro
trabajo, pero volvé con tu familia que te necesita más que nunca. Y te doy un
consejo: disfrutá de lo que tenés. Te estoy dando una oportunidad porque me
considero una buena mina. ¡Hasta en eso tenés suerte! Otra ya te hubiera ido a
destrozar la casa y a contarle todo a tu mujer… ―Me mira con más odio que
impotencia. Lo conozco y sé que debe estar deseando arrancarme la ropa, pero solo
para demostrarme que él sigue mandando. ―Andate.

―Te vas a arrepentir, pendeja de mierda… Y cuando vuelvas a suplicarme no sé si


estaré…

Me reacomodo la ropa dignamente, paso por su lado y le abro la puerta. Tengo un


miedo tremendo, pero me hago la fuerte para no darle ventaja. No se mueve de su
posición, hasta que lo miro con mi barbilla levantada, desafiante, y camina hacia
mí. Retengo la respiración cuando acerca su cara a la mía y rezo para que no
intente de nuevo nada violento. No lo miro porque solo quiero que se vaya. Recién
cuando oigo sus pasos por la escalera cierro la puerta. ¡Dios mío! Estuve
paralizada y no me di cuenta. Me hago un ovillo y lloro con fuerza, porque sé que
hice algo envalentonada por las palabras de Diego y sus caricias sanadoras. Siento
que puedo todo con él. Sí. Con él.

No sé cuántos minutos estuve sentada en el piso y abrazando mis piernas, hasta que
escucho mi celular. Mensaje de Diego: “Te esperé cien años en las calles en blanco
y negro. Llegaste, silbando. Deslumbrada de noche por destellos de luz mortales.
Pateando latas, tan distante como un barco. Sí, perdí la cabeza, te amé y aún peor.
Llegaste, silbando…”

No lo entiendo y veo que está escribiendo un nuevo mensaje:

“Sí, la traduje y sos vos… “Llegaste ciega, perdida y me hiciste perder la cabeza”,
como dice Zaz”

Lloro y no quiero responderle. Y suena otro más:

“Y esta parte también me gusta: “Te esperé cien años en las calles en blanco y
negro. Llegaste, silbando…” Angie, somos nosotros en blanco y negro hasta que nos
decidamos a vivir en colores, silbando, mareándonos uno en la otra… ¿Podés
entenderlo? Y si es así, ¿venís?”

Y sí, claro que iría, mi donjuán, mi ingeniero amoroso, pero para eso aún faltaba
demasiada vida que recorrer y pruebas que superar para poder convertirnos en
quienes teníamos que ser para el otro.

Capítulo 7 - Intento creer pero la búsqueda continúa

Hoy es un día especial. Lo siento en mis huesos. Acabo de conocer a la persona de


mi vida. Él no lo sabe aún pero vamos a terminar juntos. Durante la entrevista, su
altura y sus ojos severos me asustaron un poco, pero luego vi cómo brillaban con
deseo frente a mis movimientos. También me incomodó su interés persistente en mi
vida privada, pero no dije nada porque me halagaba que un hombre como él se fijara
en mí.

A la noche, llamo a mi mamá para contarle que había quedado como secretaria de un
empresario porteño y que retomaría la facultad de a poco.

—¿Y? ¿Vendiste algún cuadro? —Me corta como si no le importara mi logro.

—Aún no, pero… —Suspiro del otro lado de la línea. Me apuro para aclararle con
orgullo: —El fin de semana pasado fui a una de esas ferias que hay en las plazas y
vendí dos…

—Pero, pero, pero… ¡Basta de peros, Ángeles! Sos tan inconstante que, al menos,
espero que te enganches con un tipo de guita para no tener que seguir preocupándome
si vas a poder seguir viviendo sola o no. —Cambia de tema con impaciencia. —Tu
hermano está con alguien nuevo pero te advierto que esa chica no me gusta... Se
acostó con medio Potrero de los Funes[7] y el señorito anda embobado de aquí para
allá…

Me desconecto de todo lo que dice mi vieja porque siempre es lo mismo. Me duele que
la mujer que me dio la vida no se moleste en disimular su desprecio hacia mis cosas
y solo viva para mi hermano. Santi sí que la lleva bien: no le lleva el apunte y
listo. Le corto sin despedirme, y apago el celular para que no vuelva a llamarme y
dormir tranquila. Mañana comienzo a trabajar y es mejor descansar.

Mi vida en Capital cambió ciento ochenta grados a partir de esa entrevista. El


horario en la empresa me permitía tener mis tardes libres, las cuales se fueron
convirtiendo, poco a poco, en tardes compartidas con Tomás. Desde el primer día me
hizo sentir importante, inteligente, dedicándose cien por ciento a entrenarme en lo
que él necesitaba: una secretaria y una amante. Me acompañaba a mi casa, me
esperaba con un café en la oficina, me llevaba como trofeo a sus almuerzos, dándome
un lugar especial en las conversaciones… Lógico: a las dos semanas, estábamos en un
hotel con su boca entre mis piernas prometiéndome el mundo.

Siempre fui más una rebelde sin causa que una mujer en vías de aprendizaje. Jamás
había estado enamorada, y aquellos con quienes pasaba el rato, sirvieron para
probarme que podía manipularlos y para joder a mi mamá. Quería libertad, salir a
dónde quisiera, sin ataduras ni sufrimientos. Mis padres me demostraron que sentir
con el cuerpo y el corazón no daba ganancia, y de mi parte, tampoco sabía cómo
expresar esa rabia que llevo adentro desde que tengo uso de razón. La consecuencia
es un corazón frío, árido, inerte… (In)Cómodo…

A pesar de todo ese bagaje que llevo a cuestas, hoy cumplimos un mes juntos y sé
que soy una mujer totalmente diferente. Como se dice socialmente: estoy enamorada.
Durante la cena nos ponemos a hablar de mudarnos juntos, tener un perro, y hacer
muchos hijos. Mientras yo sigo escuchándolo y asintiendo ante cada una de sus
palabras, embobada con su mirada azulada, me dice que debería dejar de pintar. En
ese momento, mi cerebro deja de pensar en pajaritos. Me incomoda que opine sin
saber que la pintura es mi cable de desconexión.

—Gordita, conmigo vas a tener todo. Tendrías que dejar la facultad que te quita
tiempo para hacer otras cosas… —Cambia de tema como si no le importara mi
respuesta. —Mmmm, estos langostinos están buenísimos. —Asiento y lo miro para
explicarle que era algo que ya venía pensando porque quería dedicarme mil por
ciento a pintar. Sin embargo, me callo porque noto el desinterés de Tom, que sigue
revolviendo su plato sin prestarme atención. —Tampoco necesitás ir a las plazas a
exponerte y que se den cuenta que no lo hacés tan bien como los profesionales del
arte… —Sigo observándolo fijamente, porque siento que estoy frente a mi madre. A
pesar de eso, elijo relajarme para empezar a pensar en que no puedo seguir sola por
la vida y en que Tomás es un hombre como siempre deseé. Sobre todo, no tan exigente
en cuanto a demostraciones sentimentales que tanto me cuestan. Él solo quiere lo
mejor para mí. —Además, señorita Durán —alza su pie, para acariciarme por debajo de
la mesa y meterse entre mis piernas—, usted solo nació para estar a mi servicio… —
Suspiro ahogadamente del placer que sus dedos me están provocando, y su lengua lame
su labio inferior.

Esta noche, mientras me cogía a cuatro patas, me regaló una pulsera con mi nombre y
me dijo que pasara lo que pasara siempre sería suya. Y sí, sé que así será porque
mi corazón por fin encontró su horma. A ver qué dirá mi madre cuando le cuente que
me casaré con alguien a su medida.

**********************
Hace una semana me enteré que Tomás es casado. Por pura casualidad, y eso es lo que
me sigue doliendo. Dejó su celular cuando se fue a bañar, antes de volver a la
empresa y después de haber tenido sexo en un nuevo hotel cercano a la oficina, y
atendí la llamada de una tal Gabriela. La mujer no esperó ni un hola y comenzó a
gritar con rabia y desesperación que estaba en la guardia porque el nene más chico
se quebró el brazo. Me cayeron todas las fichas de golpe: sus ausencias, sus
excusas, sus regalos caros y culposos. Por supuesto, negó todo y cuando se vio
acorralado, me suplicó hasta el hartazgo diciéndome que estaban tan mal que no
soportaba ni el tono de su voz. Le creí, pero no estoy bien. El fracaso no me
gusta. Otra vez, la vida me demuestra que sentir no es bueno... Estoy tan triste
que no quiero ver ni a mis amigos. La llamo a mi mamá, porque dicen que hay que
apoyarse en los padres en circunstancias como esta.

―¡Hable!

―Hola, mamá, ¿cómo estás? —Susurro.

―Bien. Ocupada. ¿Qué necesitabas? —Suspiro, e intento balbucear algunas palabras,


pero me cuesta decirlo. —Ángeles, te pido que hables para afuera y rápido, si no te
corto.

Siempre fría conmigo, para variar. Sé que no soy su preferida pero al menos podría
disimular un poco. Después de todo, le paso una suma importante todos los meses
para que ella tenga sus “extras”. Y no hablo de echarle nada en cara, sino de que
me quiera como su hija. Yo la detesto y sé que no es la mejor madre, pero la acepto
y estoy pendiente, a pesar de enterarme de sus cosas por mi hermano.

―Necesito un consejo…

―¡¿Mío?! —Estalla en carcajadas.

―Sí. ―Chasquea la lengua. ―Tomás es casado ―lo tiro sin anestesia.

―¿Tu nuevo novio?

―Bueno… Sí, mi novio…

―¿Y?

―Lo quiero dejar, pero no sé cómo…

―¿Vos estás loca? ¿Por qué harías algo así?

―Porque está mal, mamá… ―Sollozo. ―Quiero ser importante en la vida de alguien y no
la segunda… Además, tiene hijos… Qué sé yo…

―Dejá de llorar, ¿querés? ¿Él te lo dijo?

―No, me enteré de casualidad y luego lo enfrenté, pero no salió de él... ¿Y eso qué
tiene que ver?

―Eso quiere decir que sigas como hasta ahora, disfrutando de las mieles de verlo
algunas horas, llevándote lo mejor de él y, algún día, y si no te ponés cargosa
como solés hacer, te dará el lugar al que aspirás… A vos te conviene porque no
sabés querer ni dejar que te quieran… —¿Será verdad? Siempre creí que me habían
educado para no sufrir: ni por entregar demasiado ni por demandar. Pero Santiago,
en el medio de una discusión, también me dijo que no me dejo querer. —Tomás es el
dueño de su propia empresa siendo tan joven, solo pensá en eso y esperá. Ahora te
dejo que sigo con lo mío.

―Okey, mamá, gracias… Te quie…

Y escucho el clic del corte de llamada. Ya no sé qué hacer para que me demuestre su
cariño, ni si alguna vez me quiso, pero entiendo que no puedo seguir exigiendo algo
que, intuyo, nunca vendrá. Sin embargo, después de esa conversación, mi madre
comienza a llamarme dos veces por semana para preguntar siempre lo mismo: “¿Ya se
enteró su mujer? ¿Ya la dejó?” en lugar de “Hija, ¿estás bien?”. Me duele que no
vea mi sufrir, la disyuntiva entre el deber y mi corazón. No quiero repetir la
historia de mis padres.

De todas formas, sigo su consejo y vuelvo a anestesiarme para no sentir. Santi me


llama para decirme que dejara de hacerle caso a nuestra madre, y que si quería
cortar con mi amante, que lo hiciera, que ella jamás me miraría diferente por
obedecerle.

―Los otros días escuché decir a mamá que está contenta de que seas la punta de
lanza para que ese matrimonio no sea feliz. Tomando mates me contó por arriba lo
que piensa y no deja de repetir que lo mejor sería que la esposa de Tomás tardara
en enterarse para que el impacto fuera mayor… Como con nosotros, cuando papá nos
abandonó por otra, agregó… ―Sollozo y mis lágrimas fluyen sin que pueda
contenerlas. Mi hermano hace una pausa porque se da cuenta que estoy llorando.
―Angie, mamá no está bien… La noto enajenada, embarcada en su lucha personal a
través de tu historia, y vos no tenés porqué librar su batalla, hermanita…

Recuerdo que fueron años duros, tanto por tener que salir solos adelante como por
el resentimiento de mi vieja. Mi hermano, por ser el mayor, pasó a ser el hombre de
la casa, y yo dejé de ser la princesita de papá. Cuando él nos dejó, yo tenía
quince años y fue una etapa crítica, sobre todo para mí, porque mi mamá no me
dejaba acercarme a ningún chico, y continuamente repetía que me cuidara porque
todos eran lo mismo. Nada de fiestas de quince, nada de ilusiones, nada de diarios
íntimos confesándole a la nada que estaba enamorada de alguien. Imposible. Aprendí
desde temprano, que en la vida es mejor desconectar los sentimientos y dedicarnos a
no creer en que el alma de nuestra otra mitad existe y nos busca incansablemente...

Creo que por eso siempre tuve en claro que jamás me casaría y que estaría con el
que quisiera, estuviera comprometido o no. Mi hermano continuamente se reía de
estos pensamientos, mientras y él jugaba a ser el galán con cada chica que se le
presentaba. Resultado: no tuve muchas relaciones y, apenas pude, me largué de
Potrero de Los Funes. Me dediqué a estudiar y a trabajar, con una vida social casi
nula, hasta que entré a la empresa y conocí a mis amados amigos, los Gitanos.

Después de todo, quizás mi vieja no estuviera tan equivocada y mi única oportunidad


fuera alguien como Tom. Lo mío con él fue amor a primera vista y tengo que luchar
por nosotros. ¿Qué chica no aspiraría a un hombre como él? Alguien que no pidiera
mucho y que estuviera cómodo con mis espacios y mi corazón apático.

—Hola mamá —vuelvo a llamarla al día siguiente de haber hablado con Santi.

—¿Ya dejó a su mujer?

—¡Mamá, ¿podés parar?!

—Llamame el día que seas dueña de todo. Tus berrinches de amante desahuciada no me
interesan, me aburren… No te olvides que ya estuve ahí, y conozco todas las
excusas…

—Quiero decirte que lo quiero y que tenés razón… El que le debe fidelidad es él a
ella. A mí me debe sus promesas y su futuro… —Suspira, impaciente, pero no me
corta. —Y te aseguro que tendré todo.

Y mi mamá, lejos de ofenderse, o recriminarme, me felicitó.

***********************

—¿Así que el caramelito que te estás comiendo se enteró que estás casado y no
quiere seguir?

—Naaa, es momentáneo… Ya le hice entender que es la única y aflojó.

Todos lanzan la risotada porque me conocen. Mis amigos saben que siempre he tenido
amantes, pero que a Gabriela no la pienso dejar jamás. Es la madre de mis hijos y
no tengo la culpa de que mi secretaria esté como un camión.

—Hola, jefecito, ¿cómo va?

—Hola.

—¿Y a este maricón también te lo estás tirando? —Se acerca a preguntarme Rodolfo
por lo bajo, ligándose una piña en el hombro. —¡Pará, boludo!

—Pará vos de decir boludeces o te saco a patadas en el orto —susurro. —¿Qué querés?

—Nada —dice Ricardo—, solo pasé a saludar… —Se va pero arquea una ceja como
diciendo “te estaré vigilando”.

—Puto de mierda… Justo hoy tenía que encontrarme…

Aparecen las chicas que mis amigos contrataron para celebrar que cerramos un
negoción, y no puedo pensar en nada más que en el culo de la rubia que acaba de
apoyarse sobre mi bragueta.

—¿Y ese quién era? —Pregunta Salvador, otro de mis amigos. —Te habló con demasiada
confianza.

—Trabaja para mí y es el mejor amigo de Angie…

—Demasiada pluma encima, ¿cómo lo soportás a diario?

—¡Soportaré lo que tenga que soportar, y hasta que me harte, con tal de conservar a
mi chica que tiene buenas gambas y sabe cómo moverse en la cama! —Las prostitutas,
mi grupo de amigos y yo estallamos en carcajadas mientras pedimos otra ronda más de
tequilas.

Después de media hora plagada de alcohol y manoseo, mi compañera de noche desprende


mi bragueta frente a todos y comienza a hacerme sexo oral. Cierro mis ojos, sin
permitir que levante su cabeza aunque se ahogue, hasta que escucho el insulto.

—Hijo de puta… La otra pobre sufriendo como una magdalena, preguntándose si vale la
pena creerte tus mentiras de mierda sobre tu familia, y vos acá, disfrutando de una
mamada, en lugar de consolarla… —Escupe cerca de mis zapatos y la rubia le dice que
se vaya. —Siempre intuí que eras una basura, pero ahora estoy contento de
comprobarlo…

Lo veo irse y quiero detenerlo para que no le vaya con el cuento a Angie. Rodolfo
me ataja y me hace un gesto para que espere hasta que lo veamos irse. Esa
expectativa me mantiene en vilo y me está arruinando la noche. ¡Maricón de mierda!
Dos horas después, cuando lo veo despedirse de sus amigos y enfilar hacia la
puerta, mis socios me hacen señas, dejamos todo y salimos.

—¡Ey, Ricardo!

Lo llamo, después de hacer unos metros a la vuelta de la esquina del boliche. Se da


vuelta para ver quién soy, pero lo sorprendemos con golpes de puño y patadas en
todo el cuerpo. Lo dejamos tirado, convaleciente, desmayado. Desfigurado. Corremos
riendo a más no poder y entramos de nuevo para seguir disfrutando la noche.

—Ese puto no te jode más, Tom, vas a ver que no le dice nada a tu chica… —Se
carcajea Salvador, y entre todos chocamos las manos.

—Esperemos…

—¡Pero sí, boludo, te lo aseguro! —Igual, pienso, me saldrá cara la carpeta médica
que se tomará para no volver a la empresa. —Dale, rubia, vení y seguile haciendo la
fiestita a nuestro amigo, que para eso las trajimos…

Tomás no sabía que el que lo encontraría tirado a Ricardo serían Diego y sus
hermanos, y que lo llevarían a una guardia, preocupados de que ese desconocido no
reaccionara. Cuando años más tarde se reencuentren, se acordarían de aquella noche,
y ese lazo invisible de gratitud se reforzaría. Ricardo le contará todo sobre Tomás
y lo sucedido en ese boliche a Diego, comenzando a idear un plan para introducir la
presencia constante del ingeniero a los Gitanos, incentivando que Ángeles y él se
vayan conociendo y acercando.

***********************

Nunca voy a olvidar el instante en el que me enteré de la muerte de mi hermano.


Destrozada es una palabra que ni siquiera se le acerca a la angustia de verlo en
mil lugares, sabiendo que su voz y sus abrazos no estarían más. Solo necesitaba una
caricia desde el corazón y por eso lo llamé a Tom.

—Nena, en momentos como este es mejor estar con vos misma. No sirvo para consolarme
ni a mí, imaginate… Pero si llego a desocuparme, pasaré unos segundos…

Tendría que haberme dado cuenta que mi relación sería siempre así: sola para todo.
No lo conmovieron ni mis lágrimas, ni decirle que lo extrañaba y que necesitaba la
compañía de mi pareja. En ese instante, se hace un silencio en la línea y, para
rematar su desinterés, me contesta algo que me deja helada: me aclara que no somos
una pareja que tiene que vivir pegada a la otra persona, que yo soy su amante y que
él me daba lo que podía. Que no me confundiera. Rompo en llanto y me siento más
vacía que nunca.

—Ay, nena, no llores, sabés que no lo soporto —me reprende con hastío. —Te voy
avisando, ¿okey? Ahora tengo que irme…

No respondo nada y espero a que él me corte. Por supuesto, esa noche no vino.
Estuve tres días sin ir a la empresa, y hoy, a una semana de que mi otra mitad
falleciera de la peor manera, y de no querer ir al velatorio de Santi por no
llevarme esa imagen como último recuerdo, considero que es hora de llamar a mi
madre. No paramos de discutir ni un segundo. En realidad, ella se la pasó
gritándome, insultando a la novia de Santiago, maldiciendo haberse quedado sola,
odiando a mi padre por no haberla ayudado en nuestra crianza. Mezclando mil cosas
que tenía dentro y aborreciendo al mundo entero. Por mi parte, soporto en silencio
su desahogo mientras lloro por todo lo que no viviré jamás con mi querido hermano
mayor.
―¡Ojalá te hubieras muerto vos y no mi Santi! ―Lanzo un suspiro ahogado, como si me
hubiera pegado un golpe en el medio de la boca del estómago. ―Vos ya te habías ido
de todas formas, ya nos habías abandonado hace mucho, como hizo la basura de tu
padre… ¿De qué me servís? ¿Ahora quién estará a mi lado? Nunca estuviste para nada,
y ahora, además, sos la puta de alguien…

No quise responder ni seguir escuchándola. Corto, aunque escucho que continúa


hablando. A partir de acá, sé que la relación con mi madre está muerta para
siempre. Estoy, definitivamente, desierta: sin familia ni pareja. Me aferraré a mis
amigos pero sé que tendré que aprender a convivir con la idea de sostenerme en
soledad.

Sin embargo, y a pesar nuestro, nadie está preparado para estar solo. Siempre hay
un amor esperándonos en la vuelta de la esquina. O al menos, alguien que nos enseñe
a valorarnos y prepararnos para encontrar el amor en alguna de sus múltiples
expresiones. Faltaba mucho para que Ángeles pasara una de las pruebas más difíciles
de su vida pero lo importante es que su camino ya había comenzado.

Capítulo 8 - Tengo problemas y uno de ellos es que te necesito

Lunes detestable. Lunes de cambios. Lo siento en el cuerpo. Debo estar somatizando


el dolor del corazón en mis piernas, como si sufrir desamor me impidiera caminar.
Pienso tomarme el resto de la semana. Ventajas de ser la amante “cornuda” del jefe,
que le dicen. Todo el finde semana soportando los llamados de Tomás, sus audios y
súplicas por whatsapp, pero ni un mensaje más de Diego. Lógico, tampoco le respondí
el que me mandó con la canción traducida de Zaz, y en su romanticismo incurable
debe andar pensando que perdoné a Tom y que me la pasé encima de él,
reconciliándonos.

Ahora que lo pienso, ¿qué hace Diego los fines de semana? Imagino que salir con
Ivana, o caminar por los bosques de Palermo o visitar a su familia. ¿Pensaría en
mí? “¿Y vos, Angeles? ¿Pensaste en él?”, me pregunta mi amienemiga favorita. Y… Me
da temor responder, por eso prefiero seguir engañándome y decir que un poco lo
extrañé, pero ya no sé si es por soledad, por despecho o por querer retomar lo que
mi amante nos había interrumpido. Hablé con Richard y sabía que no había salido con
Los Gitanos porque Diego había tenido que cumplir con compromisos afectivos. ¿De
qué tipo? ¿Noviazgo o familiares? A mi amigo le conté lo de la cena y la venida de
Tomás. Ricardo pasaba del derretimiento absoluto por mi ingeniero empotrador (a
esta altura, es imposible sacarle la palabra de la cabeza y que lo llame de otra
forma) al odio visceral por mi amante.

Tengo que arreglar mi vida de alguna manera. ¿Y si empezaba haciendo lo correcto?


¿Y si iba a la casa de Tomás ahora que él estaba de viaje? Me río sola de pensar la
cara de mi amante si supiera mis planes de chica con cargo de conciencia
descarriada. Miro el reloj y apuro el paso porque me pasé del turno. Terminaré con
este control de rutina que tanto insistió mi doctora y llamaré a Ricardo para salir
hoy a la noche, aunque sea lunes. Después de todo, el sol está brillando mucho y
comienza a sentirse el veranito primaveral. Y yo tengo ganas de sentirme libre para
comenzar a jugar fuerte en conocer a Diego.

***********************

Camino sin rumbo fijo. En mi cabeza no paran de retumbar palabras como


“tratamiento”, “invasivo”, “cambios corporales”, “agotamiento”, “vómitos”… Mi
doctora, luego de haberme enviado a hacer durante este tiempo varios estudios de
sangre, y haciéndome creer que eran diferentes y por control, me acaba de
diagnosticar Leucemia Mieloide. “¿Qué mierda es eso?”, se deben estar preguntando,
al igual que yo. No lo sé, pero suena tan mal que me baja la presión y tengo que
sentarme en la vereda. Ahora entiendo mil cosas. Mis dolores, mis mareos, mi
cansancio, mis náuseas… No eran “dolencias por desamor” sino el cáncer que se
estaba manifestando. O una mezcla de ambos.

―¿Y cómo me lo contagié? ¿O tiene que ver con algo de mi familia?

―Ángeles, la leucemia no se contagia ni se hereda. Ni siquiera se ha descubierto


una causa que la justifique… ―La doctora esquivaba mi mirada. Me hablaba, pero se
la notaba afectada. Nos conocíamos desde que había venido a la ciudad, y teníamos
una especie de relación derivada de los años. Levanta sus ojos hacia los míos y
tuerce la boca porque debe estar sintiendo lo mismo que yo: bronca. Impotencia. Una
más y van… ¡Aflojá, Dios mío, que el cuero no me da más! Carraspea, se da vuelta a
su armario, antes que el nudo en la garganta se le convierta en lágrimas, y toma
unas cajas. ―Te voy a dar estos medicamentos, para que empieces a tomarlos desde
hoy mismo y tratar de paliar lo más posible algunos de los síntomas frecuentes de
este tipo de padecimiento. No te asustes cuando sientas debilidad, sudoración
intensa sin razón aparente, fiebre y pérdida de apetito y de peso… ―Estoy llorando
y no puedo evitarlo. Miro al piso y vuelvo a ver ese agujero negro de siempre.
―Ángeles… ―Siento que me abrazan. ¿En qué momento se levantó de la silla? ―Angie,
no estés mal… Te necesito cien por ciento, enfocada en tus ganas de salir de esto,
y con la mejor energía para ganarle… Estamos juntas en este camino…

No, doctora, no estamos juntas en ESTO. Acá es como en un ring de box: cuando
comienza la pelea, te quedás tan solo que ni el banquito te dejan. Vuelvo a pararme
y, como un flash, viene a mi mente la idea que germinó antes de entrar al
consultorio. En ese momento, la concebí como mi pequeña venganza mezclada con
despecho. Ahora, es una obligación absoluta para con mi futuro. Luego de veinte
minutos, llego hasta esa casa, por donde tantas veces pasé con la intención de
tocar el timbre y soñaba que yo era la “ganadora”. ¿Ganadora de qué? ¿De un tipo?
¿Eso es ganar? Sé que no, pero hace unas horas todo pasaba por mi ego, mi dolor, mi
revanchismo. Ahora, solo necesito descargarme esta mochila e intentar empezar de
cero para ocuparme solo de mí.

Toco timbre. Escucho pasos. Preguntan desde atrás de la puerta. No contesto.


Vuelven a preguntar y esta vez digo mi nombre. Silencio. El picaporte amaga a
abrir, pero nada. Por fin, Gabriela abre la puerta. Me mira de arriba abajo, se
toca la panza instintivamente y levanta su barbilla. ¿Qué piensa? ¿Qué la voy a
venir a agredir por lo del embarazo? No la culpo. Vaya una a saber qué
monstruosidades y culpas a mi cargo debe haberle inventado Tomás.

―¿Qué querés acá? Tomás no está ―dice con sorna.

―¿Puedo pasar? ―Pregunto, obviando su ironía.

―No.

―Gabriela, prefiero hacer esto en privado ―mira para todos lados y yo solo tengo
ojos para ella. Para la mujer “oficial” de mi amante. Para la que se lleva todo.
Hasta mi última esperanza de formar una familia. Pero en mi interior sé que eso no
es verdad. Que me aferré con uñas y dientes a un espejismo que hoy me toca
deshacer. ―Por favor…

―Estoy apurada, tengo hijos que atender. ―Chasquea la lengua. ―Claro… Vos no sabés
lo que es eso… ―Agacho la cabeza porque tiene derecho a sacarse la bronca. Se corre
para dejarme pasar y cuando ingreso a su casa tiene un aroma a hogar que me voltea.
Casi me pongo a llorar de envidia. Casi. Hasta que recordé que ese no es mi lugar y
que esta mujer no tenía nada mío. Ya no. Tengo que decir rápidamente lo que vine a
expresar e irme. ―Vos no sabés lo que implica tener una familia, pero te aseguro
que sí debés intuir lo que duele que venga otra a romper el fruto de tu esfuerzo…

Otro golpe. Segundos eternos. Gabriela también sufre. Ambas nos metimos en esta
competencia donde el supuesto trofeo era Tomás y, en el mientras tanto, fuimos
dejando jirones de alma, corazón y piel. Obviando que esa lucha inútil, donde todo
tenía base de barro nos destrozaría la vida en todo sentido y por igual. De todas
formas, no estoy deslindando responsabilidades. Cuando Tomás me contó que era
casado, podría haber optado por cortar y no lo hice. En ese momento le creí, me
convino y esperaba que se separara. Era un ganar/ganar sin mucha inversión. Después
pasó lo que todos sabemos.

―Gabriela, quiero hablar de un tirón y que no me interrumpas. ―La veo abrir la


boca. ―Por favor. ―Me mira, se sienta y me hace seña que haga lo mismo. Suspiro
profundamente. ―Bueno… Maldición, no sé cómo hacer esto —Susurro. Resopla con
impaciencia. —Vengo a pedirte perdón… No por lo que hizo tu marido conmigo, sino
por mí misma... —Mi mirada se clava en la de ella y no mueve un músculo. Se la ve
hermosa, estoica, con aires de suficiencia y superioridad. Sin embargo, me da
lástima. Ella sigue eligiendo la mediocridad de las apariencias. ¿Y yo? Realmente,
¿creo que mi vida es mejor? ¿No sigo aspirando a que Tom cumpla con sus promesas? —
Necesito decirte cara a cara que jamás quise lastimarte a vos o a tus hijos, solo
pensaba en mí y creía lo que Tomás me iba diciendo… Te imaginarás….

―No. No me lo imagino, porque jamás estuve con el marido de otra y porque tampoco
quiero imaginarme las cosas que mi esposo hacía con vos ―me contesta con rabia.

―Entonces preguntáselo a él, yo prefiero ahorrarnos el mal trago. Solo quiero


decirte que espero que algún día me perdones y que puedas reconstruir tu familia.

―¡Yo no tengo nada que reconstruir! ¡No te des tanta importancia! —Enciende un
cigarrillo y clava sus ojos en mí. —¿Y a qué viene tanta generosidad de tu parte?

―Viene a que… ―Casi le digo la verdad, pero ¿para qué? ¿Para darle lástima? ¿Para
que me perdonara más rápido? No, gracias. Una cosa es venir a comerme el orgullo y
pedirle disculpas, y otra muy distinta darle la llave para que terminara de
“santificarse” a sí misma por perdonar a la amante moribunda del forro de su
marido. ―A que no tengo ganas de seguir regalándole mi vida a alguien que jamás me
quiso, a alguien que no puede cuidar ni de su propia sangre y a que quiero dejar de
esconderme de mí y del mundo para vivirme… Sí, eso: me quiero vivir, Gabriela… Y te
recomendaría que vos hicieras lo mismo…

―¡Ja! ¡Pero a mí me tocan todas! ―Golpea sobre sus muslos con rabia y me mira con
desprecio. ―¡Inclusive, la amante más caradura del planeta! ¿Vos me das consejos a
mí? ¿Después de todo lo que nos hiciste? ¿Pero quién mierda te pensás que sos?

―Gabriela, por mí, ya te dije lo que necesitaba…

―¡Ah, bueno! La amante viene a decir lo que “ella necesita” ―remarca las palabras
con énfasis―y que a las señoras nos parta un rayo, ¿no? ¡Bravo! ―Comienza a
aplaudir. Se levanta y me toma del brazo. No me interesa. La dejo. Si quiere
pegarme que lo haga. Total… En estos momentos me quiero hacer desaparecer del
planeta. ―Basura, andate ya de mi hogar, ¿entendiste? ¡HOGAR! ¡Algo que jamás
tendrás porque no sabés quererte ni a vos! ―Me baja la presión y siento que me
desmayo. ―¡Ah, no! Eso sí que no: victimizarte y hacerte la desmayada para dar
lástima, ¡no!
Aguanto el desprecio y las sacudidas de Gabriela, que me saca a la rastra de su
living y me empuja a la calle. Sin mediar palabra, me cierra la puerta en la cara y
me siento en su portal. Sigo mareada. Demasiada culpa, demasiado dolor por saber lo
que me tocará afrontar. Sola. Demasiada mierda que sacarme de encima. Sola… No me
esperaba palabras cariñosas, ni aliento, ni comprensión, solo un poco de respeto.
En los años que duró lo mío con Tomás jamás los molesté. Entendía mi papel
secundario en sus vidas y por eso jamás aparecí.

Me levanto para caminar sin rumbo, otra vez. Y, a pesar de estar golpeada en lo
sentimental, me siento orgullosa por haber aceptado cerrar este capítulo poniendo
la cara. Lo que viniera de ahora en más sería ganancia. Camino con una sola
certeza: estoy enferma pero intentaré vivirme.

Hay veces que la vida acelera procesos, mostrándonos la “salida” de una manera
brusca, pero necesaria. Ángeles ya había dado el primer paso hacia el abismo que la
resucitaría.

**************************

Todo el fin de semana aguanté sin llamarla. En honor a la verdad, resistí porque
sabía que Ricardo hablaba con ella y me mantenía informado. Esta semana pasó
volando sin mi Ángeles en la oficina, y aunque le escribí, ella poco y nada.
Respondía los whatsapps con monosílabos o solo les marcaba el visto. Me preocupa
que haya desaparecido de repente y que ni Ricardo sepa dónde está, pero nuestro
amigo me dijo que Angie suele hacer esas cosas.

Hoy, sábado de nuevo, y mi abstinencia por ella me está marcando un ritmo que no me
gusta nada. Y si bien, Ángeles no es una mujer cualquiera para mí, esto de estar
pendiente de cosas sobre las cuales no tengo control, me tiene fuera de eje. Por
otro lado, de a poco me fui ganando mi lugar entre Los Gitanos. Me sentía bien con
ellos, porque empezaba a conocer gente fuera del círculo de Ivana o mis hermanos.
Después de un mes de haber plantado bandera en el grupo, no pensaba ceder lugar. En
cada reunión conocía algo más, algo nuevo que me acercaba hacia el objeto de mi
deseo y su forma de ser. Un paso agigantado hacia tratar de entender qué me atraía
de alguien tan diferente a mí, en cuanto a expresar sentimientos se trata. Y a
pesar de que siempre fui muy taciturno y nunca me gustó compartir socialmente, este
grupo se había convertido en prioridad. En algo muy especial y necesario, porque
estaba la mujer de los ojos color cobre con más alma en sus iris que había
conocido.

Cuando las reuniones eran en el departamento de Ángeles, aprovechaba y me quedaba


después que se iban todos a ayudarle a recoger las cosas y preguntarle sobre ella
hasta donde me dejaba, claro. No le gustaba salir mucho, salvo que fuera para
disfrutar con sus amigos o alguna cena con Tomás. “Bueno, ahora estás vos, que
venís o me escribís a deshoras (me sonrió, sonrojada por haber cometido esa
infidencia, pienso), pero si no, prefiero estar sola…” Imagínense que cuando me
incluyó en su lista mental, un calor inundó mi pecho. Sí, la conseguiría a fuerza
de insistencia y de demostrarle que podía hacerle sentir cosquillas en el corazón
si le pasaba mi lengua desde el ombligo hasta sus pezones. Que valía la pena
probar(nos)…

Ya sé qué música le gusta, que cada canción y sus letras siempre significaban algo
que había pasado en su vida o que ella esperaba que pasara, y que sus playlists
estaban armadas para cada estado de ánimo. También leía entre las líneas de sus
dichos, que deseaba ser amada con todo su cuerpo y su corazón. Inclusive, para
algunas cosas se comportaba como una niña que había “vivido mucho” sin vivir, sin
disfrutar del todo, como anestesiada y mirando a través de un vidrio. Y ahí estaba
la clave. Darme cuenta que su armadura solo se la quitaba en la intimidad, porque
frente al público se comportaba como otra persona, me enganchaba más y más.
Necesitaba verla desnuda en todas las formas. Charlábamos de ella, de sus sueños,
de sus proyectos futuros (siempre recalcaba “sola”, o al menos, no nombraba al
boludo del amante) y todo le iluminaba su carita de ángel. Comenzaba a conocer sus
tics cuando estaba nerviosa, cuando mentía, cuando estaba excitada (a veces, le
decía cosas para provocarla, o le susurraba hechos que habíamos compartido solos y
se ponía colorada y se le marcaban ligeramente sus pezones, o apretaba sus piernas,
cruzándolas y descruzándolas), cuando estaba triste… Nos estábamos conociendo en el
sentido literal de la palabra.

Animado por nuestro amigo en común, le envié algunos mensajes, pero no me animaba a
preguntarle realmente si estaba mal por la separación con Tomás o por otra cosa. De
todas maneras, eran una especie de chequeo para que ella siguiera comunicada.
Mientras me aparecieran las dos rayas azules, estaba tranquilo. Intuyo que ambos
llegamos a ese punto en el cual Ángeles está empezando a entender que no me iré a
ningún lado, y en el cual yo estoy descubriendo que mi angelito es una mujer que
necesita que la amen desde el corazón y no solo por su exterior, como me dio a
entender la última vez que compartimos. Esa noche, si no hubiera aparecido Tomás,
rompíamos el colchón.

Me doy cuenta que yo tendría que poner mucho de mí para que ella se soltara, y
explicarle con claridad y con hechos que ambos seremos libres apenas lo
materialicemos. Porque cada vez que hago referencia a cosas que nos están
sucediendo a ambos, su expresión muta del deseo, pasando por el arrepentimiento,
hasta llegar a la culpa. Y no es justo para ninguno que ella no se lance a sentir
por emociones equivocadas.

Conocer a la mujer que realmente me movió los ladrillos de todo, de la cual estoy
enamorándome hasta las pelotas, lo cambia todo. El “techo, novia, laburo y listo”,
no va más. Ahora mi prioridad es sentir para buscar la felicidad. No la puedo
seguir careteando, conformándome con la futura esposa perfecta, con mi futura
empresa solventada con mi conocimiento pero sostenida con la guita de “la nena de
papá”, y saliendo en las revistas como “el esposo de”. Sobre todo, por aquella
promesa a mi viejo de formar una familia pero sin hipotecarme la vida, eligiendo
una compañera de vida y no solo de lo material. Ahora sí tengo ganas.

Lo que me frena a veces es pensar que, quizás, aún no sea el instante exacto en la
vida de ella. Ella, en estos momentos, me necesita como amigo, como sostén, me lo
dejó claro mil veces, y yo no puedo “traicionarla” albergando sentimientos que no
eran los esperados por Angie. Ahora que la conozco no quiero soltarla a los lobos.
Es un diamante que ni ella misma sabe lo que vale. A pesar de eso, no tengo tiempo
de demostrarle que está para ser tratada como una reina y no como placebo o
descarte por un hombre. Tengo que actuar aquí y ahora, y si me sale mal tendré
tiempo de recalcular estrategias, pero dejarle la opción a ella implicaría que
siguiera viviendo en el mismo círculo vicioso que viene rumiando. Escucho mis
pensamientos y parezco Gollum de El Señor de los Anillos gritándole a todo el mundo
“my precious!”. Me río porque nada aplicaba mejor a nosotros: dos freaks, que las
tres últimas veces terminamos juntos en su sofá mirando capítulos de Game Of
Thrones y hablando de la era dorada de la música y el cine. Compartiendo momentos
que anidarían para siempre en nuestras retinas. En nuestras bocas. En nuestros
corazones.

Pensando en mi angelito de gambas largas y magnánimas, mientras jugueteo con Chicha


y Limonada, la madrugada del sábado llegó y yo sin resolver esta calentura
histérica. Todo el día anduve así. Que si la iba a ver, que si le mandaba mensajes
a Ricardo para saber si había novedades, que si derribaba su puerta para decirle
que nos dejáramos de pelotudeces y nos dedicáramos a sentirnos sin culpa... Cierro
los ojos y siento su boca, sus manos, su pelo rozándome mientras sus dientes iban
dejando su marca. Y claro, como no, mis dedos comienzan a vagar por mi cuerpo
pensando en los suyos… ¡Si no fuera por ese pelotudo, hace una semana que ya le
hubiera hecho el amor! ¿Y si le escribo? No, debe estar con él… Suena Iván Noble.
Sigo pensando en que quiero agarrar el auto e ir a decirle unas cuantas cosas
cuando, en la mitad de la canción, me sorprende la letra como si fuera una
cachetada a todo lo que siento por ella. Dejo que termine, la pongo dos veces más,
y en cada estrofa voy sonriendo, imaginando que nos besamos con desesperación,
mojándonos y luchando por ver quién de los dos se entrega sin resistencia al placer
que el otro le quiere enseñar.

Un recuerdo de hace quince días se cuela entre la canción, su letra y mis ganas. La
invité a tomar un café en la cocina de la oficina, como otra excusa más para
hablarle y acercarme, para ofrecerme de voluntario en lo que me pidiera. Para
sentir su perfume y ver su boca moverse mientras me contaba cómo estaba. Para
ilusionarme con la mínima sonrisa. Hasta que entra Tomás, nos mira con burla, se va
y Angie explota sin razón.

―¿Por qué te gusto? ¿Por qué me perseguís? ¿De dónde sacaste que debería escuchar
tus consejos?

Me dice con rabia contenida. La disculpo porque sé que la está pasando mal, y
porque el forro de nuestro jefe vino a marcar territorio, pero no me gusta que me
aleje de esa forma. Quiero demostrarle que aunque ella haga de todo, yo ya estoy
hasta las manos.

―Porque me importás. —Veo que la descoloca que le diga lo que siento con tanta
naturalidad, a la luz del día, y mira para todos lados. Debe preferir que lo
hagamos en la intimidad. —Mucho…

—Te estás pasando… Sos un…

—Atrevido, sí —sonrío—, pero porque sé lo que quiero —doy un paso hacia ella, se
apoya en la mesada y la arrincono sin importar que alguien pudiera entrar. Me
hipnotiza con sus ojos brillantes de deseo, poniéndome la piel de gallina―: a vos.

Quiero todo con ella. Inclusive, su desconcierto. Tengo que acostumbrarla a que el
amor no es a escondidas y que las relaciones pueden hablarse en voz alta.

―De verdad. Y si no me creés, ya te voy a convencer, pero no me alejes más… Dame el


lugar que quieras en tu vida, pero entendé que vine para quedarme… Saltá, Angie,
deja los miedos infundados a perder nada —me mira mordiéndose esos labios llenos
que tanto me gustan besar y me inclino a chupárselos con suavidad. —Cuando lo
hagas, cuando quieras lanzarte y entiendas que lo nuestro está destinado a ser a
pesar de nosotros, voy a estar ahí, entero, para vos…

Y la sensación de ese recuerdo, le da pie a mi mente para decidir que le mandaría


ya mismo esta canción. ¿No decimos siempre que cuando uno no sabe qué decir o cómo
decirlo lo mejor es una canción? Tiene que entender lo que me pasa, aunque sea
dicho con palabras y en boca de otros. Aprieto enviar. Quizás, hasta tengo suerte y
le arruino la noche para dejarla pensando… Ojalá.

***********************

Me encerré. Empecé a tejer estrategias y a aprender de la leucemia. En la semana,


volví a sacarme sangre para tener otra opinión y me dijeron lo mismo. Me emborraché
hasta la inconsciencia, sabiendo que cuando empezara con la medicación no podría.
Les pedí a los chicos que no vinieran, que necesitaba estar sola y, salvo Richard,
me respetaron. Las excusas con él eran fáciles de esgrimir porque siempre le decía
lo mismo: que seguía mal por lo de Tomás. Mentí sobre que ya había hablado con él y
que me tomaría una semana para reflexionar (total, ellos no se hablaban y ese
argumento se sostendría), que mantuviera alejados a los chicos, y que aprovecharía
para organizarme y visitar a mi vieja. Por supuesto, mi ex amante no asomó la nariz
(ni siquiera por mensajes) para pedirme que volviera al trabajo. Ricardo me dijo
que estaba volviéndose loco con mi suplente, pero a mí jamás me habló para pedirme
que regresara. Debía tener demasiada culpa, o su mujer le habría ido con el
cuentito y prefirió permanecer en las sombras. Para variar.

Lejos de pensar en Tomás, me sorprendí pensando en Diego. En que necesitaba su


mirada de “todo estará bien” para creerme que lo que venía sería light (a pesar de
lo que estaba leyendo página a página), que no estaría sola. El miércoles, luego de
sacarme sangre y salir a dar una vuelta al parque, a mi vuelta, me encontré con un
sobre lleno de entradas viejas a recitales de todo el mundo y una nota de mi
amoroso ingeniero.

Son grupos de los ´80 que me gustan mucho. En un remate virtual conseguí estos
tickets de un fanático que viajó por el mundo y ahora quiero que vos los tengas… Un
beso en tus ojos color del sol…

Otra cosa: si querés llamarme o vernos para “agradecerme” estaré a segundos de


distancia

Recuerdo que sonreí a medias pero ni siquiera le mandé un mensaje. Estoy


aprendiendo que el dolor enseña, pero las caricias (ya sean piel con piel, o a
través de palabras) mucho más. A pesar de eso, tengo que transitar este nuevo
escollo en soledad. Esa noche y la siguiente, lloré, me descompuse, supliqué, puteé
a mi suerte...Pero sobre todo, me di cuenta de algo: callé mi ego interno hasta
volver su voz casi nula, intentando ver la posible solución que podría revertir
esta situación negativa que me tocaba; comprendiendo que, a veces, el querer
sentirnos superiores a la vida, no nos permite conectar con lo que realmente
necesitamos. Con lo que fuimos, con lo que quisimos, con lo que tenemos que hacer
sin perder un segundo más. Y cuando no nos reconocemos, no nos vemos. Y tampoco a
quienes nos aman…

¿No les pasa que cuanto más “superpoderosas” nos sentimos más tememos “no poder
llenar” ciertos zapatos imaginarios que nos autoimpusimos? Y eso me pasa ahora. En
este instante, me doy cuenta que estaba corriendo una carrera que ya estaba perdida
desde el vamos y eso me desenfocó de mis estudios, de mi salud, del verdadero amor,
sea cual fuere su expresión. De mí. Continuar peleando por algo y por alguien hasta
enfermarme, me desintegró hasta no verme. Pero ya no más.

Ayer tomé coraje y me presenté sin turno en el consultorio de mi doctora. Luego de


explicarle que había visitado a otros que me dijeron lo mismo que ella, sonrió
comprensiva y me pidió por favor que no mirase internet. “Demasiado tarde”, quise
contestarle, pero callé. Que las dudas (así fueran minúsculas o me parecieran
estúpidas) las consultara con ella, fuera la hora que fuera, y que apenas termina
con otros estudios complementarios que deseaba hacerme, me derivaría a un
especialista. Por supuesto, sigo sin hacerle caso y entro en cuanto sitio suelto
hay en la web, mirando todo tipo de fotos, por más morbosas o dolorosas que sean.

“La leucemia es más frecuente en los adultos mayores de 55 años, pero también es el
cáncer más común en los niños menores de 15 años.”

Le grito a mi notebook que eso es una mentira enorme porque yo no entro en esa
población y, de todas formas, acá estaba, padeciendo lo que no le deseaba ni a mi
peor enemigo… Se me cayó la estantería de la vida, y tengo un resentimiento inmenso
contra todo y contra todos. ¿Por qué Dios mío? ¿Por qué a mí? Nunca tuve nada mío:
familia, amor, salud… ¿Qué es lo que querés de mí? ¿Qué maldad tan grande le hice
al planeta para quedarme sola, despreciada y encima a punto de morirme?

―¡¿Por qué a mí?! ―Grito a la pantalla.


A medida que más leía y me informaba, más comenzaba a familiarizarme con mi nueva
situación. En cierta forma, me tranquilizaba saber que mis síntomas eran los
“esperados” y que las páginas especializadas los nombraban como “normales”. Quizás,
pensaba en esos instantes de esperanza, un tratamiento sería posible... Sobre todo,
necesito aprender para poder ocultarlo, pergeñando y estudiando al milímetro varias
excusas. Con la disminución de peso y el cansancio sería fácil, pero la palidez y
los calores, o la pérdida del pelo y las náuseas… No sé, cosas simples como la
cotidianeidad de vivir, de salir, de trabajar, y que ahora se me harían cuesta
arriba para mantener en secreto mi enfermedad, vuelven a sumirme en dudas. Y mi
amienemiga vuelve a hacer su entrada, pero esta vez para darme ánimos: “¡Basta!
Estás en la vida y aún te queda cuerda, Ángeles. ¡Vivite!”

Cuando abro la puerta de mi casa para salir a correr por la plaza del barrio, me
encuentro un gatito en el palier. Me agacho para hacerle una caricia sobre su
minúsculo lomo, y se me engancha en los tobillos haciéndome sonreír. Lo alejo con
suavidad y bajo corriendo para hacer mi rutina. Me olvido por completo de él hasta
mi vuelta, cuando escucho un ronroneo dentro de mi departamento. Me mira con los
ojitos del gatito de Shrek, vuelve a enredarse en mis tobillos como lo hizo más
temprano y lanzo una carcajada.

—Sos comprador, ¿eh?

Lo agarro y lo abrazo. Me vendrá bien la compañía de… ¿Y qué nombre le pongo?


Descubro que es macho, así que se llamará Silvestre. Le mando una foto a Richard.

“Ya somos demasiados “gatos” en el grupo como para sumarle uno más… ¡Te extraño,
gordita! Pero como te conozco como nadie, respetaré tus silencios… Solo te pido que
te dejes querer y que me llames si me necesitás…”

Sonrío. ¿Qué haría sin mi hermano del alma? Me doy un baño, pero con la mampara y
la puerta abiertas, mientras Silvestre recorre la casa. Luego de relajar mis
músculos, salgo a la veterinaria de la vuelta para comprarle las piedritas y
alimento especial. Ocuparme de mi nuevo amiguito me distrajo bastante, y eso me
hace bien. A la tarde, y durante horas, escucho música y ordeno mi placard, mudando
la ropa de invierno por la de verano, todo con el ronroneo suave que ya conquistó
mi sonrisa. Termino y me siento a mirar un poco el Facebook. Entro al de Diego y su
foto de perfil es una imagen de alguna fiesta. Está sonriente, camisa blanca,
desaliñada ordenadamente, sus rulos y sus ojos verdosos brillan… Recuerdo su mirada
celosa, sus palabras posesivas pero contenidas, todo lo que su boca quiere
expresarme cada vez que se acerca con alguna excusa pero solo lo transmite con
roces o gestos, y mi mano lo acaricia a través de la pantalla... Como una burla a
mis pensamientos comienza a sonar ¿Dónde crees que vas?[8] Digo broma, porque jamás
había escuchado esta canción antes, y menos en mi playlist. Evidentemente, mi dulce
y pícaro donjuán quiso sorprenderme y la agregó a mi lista Misceláneas en algún
momento que estuvo en casa. De repente, la canción y la voz del cantante me
recuerdan su último regalo y corro a tomar el sobre que me dejo esta semana con
aquellos tickets de recitales. ¡Lo sabía! Uno de ellos es el de Dire Straits. Me
dan ganas de escribirle para tontear un rato preguntándole qué se proponía con esta
letra y desde cuando había planificado obsequiármelos. Silvestre trepa sobre el
sillón, y el ritmo cadencioso del tema me obliga a levantarme de la silla para
moverme pensando en sus manos sobre mi cuerpo, como si la energía del tema y de su
recuerdo se apoderaran de mí, de mi lugar. Como si no hubiera estado llorando horas
antes, como si pensar en él y en su mirada celosa me envolviera de amor propio.
Sonrío porque parece escrita por mi ingeniero de ceño adusto pero mirada sensual.
Invento pasos para moverme por toda la casa y que mi gatito me siga. Lo imagino
acariciándome y susurrándome la letra al oído. Esto me trajo Diego: VIDA. Termina
el tema y Silvestre se acerca al equipo para que vuelva a hacerla sonar.
—Veo que nuestro ingeniero de ojos esmeralda ya nos conquistó a ambos, ¿eh,
Silvestre?

Estira su patita para volver a encender la canción y bailamos de nuevo. La pasión


de la letra va recorriendo mi sangre, recordándome qué lindo es que a una la cuide
el hombre que nos gusta. Como cuando me esperó después de la vuelta de La Plata; o
cuando quiso quedarse al ver a Tomás venir a marcar territorio, pero intuyendo que
me lastimaría. Aquella noche, a pesar de su mirada y actitud posesiva poniéndose
delante de mí y diciendo en voz alta lo del marcado rápido, supo ubicarse y
entender que eso tenía que hacerlo sola. Y eso es lo que más valoro de Diego, su
confianza en que podré.

Cuando vos no estás conmigo, nena, vas a estar sin mí

¿Dónde crees que vas?

¿No sabes que está oscuro afuera?

Sabés que me gusta que seas libre

A dónde sea que quieras ir,

creo que es mejor que vayas conmigo, nena

Me deja en las nubes. Esas palabras llegaron a mí como si me las acabara de


susurrar en el oído. Como un confidente constante de mis emociones, sin necesidad
de que se lo pida, Diego me hace sentir, últimamente, que si no estoy con él, no
estoy. Que a dónde sea que esté pensando ir, lo llevo conmigo en mis pensamientos,
en el sabor que sus besos dejan en mi boca… ¿En qué momento mi donjuán eclipsó al
que pensé que sería el hombre de mi vida? ¡Ja! Mis dos hombres. Fuego y hielo.
Diego y Tomás. Con simples gestos, Diego siempre se hace notar: como con esta
sorpresa; o mandándole mensajes a Richard cuando no contesto; o rozándome
inesperadamente para que el fuego que corre en sus venas me queme al tacto; con sus
ganas constantes de mostrarme una Ángeles que desconozco... Haciéndome creer que el
amor existe. Y Tomás… Bueno, él es el pasado, el dolor, el desprecio, mi falta de
autoestima.

Apago la música y decido que ya es demasiado para una noche. Tengo tal sube y baja
emocional, que casi me olvido de tomar las pastillas iniciales al tratamiento que
me prescribió mi doctora. Elijo un capítulo de The Fall para terminar la velada lo
más negativa y abajo posible, pero me interrumpe mi celular. ¿A ésta hora? ¿Habrá
pasado algo? Si llega a ser Tomás le devuelvo la llamada y que se entere su mujer.
Me levanto y veo su nombre. Diego… Me mandó una canción por whatsapp… Y, otra vez,
entra en mi mundo de prepo para sacarme de mi hoyo negro:

“Espero pronto cumplir cada frase de esta canción… En Morón, en Venecia o en


Plutón[9]… Abrazame… Siempre.”

Pulso para descargarme el tema y se cuela en mí la voz rasposa del rockero


argentino. La escucho varias veces, con los ojos cerrados y con los auriculares,
porque la intimidad del sonido me hace sentir dueña del tema y de lo que Diego me
quiso transmitir con la letra. Antes de ver la serie que quería, incluyo esta nueva
canción en nuestra lista, mientras Silvestre se acomoda en mi regazo y lo acaricio.
Minutos después suena de nuevo el whatsapp.

“Buenas noches, mi angelito de gambas eternas… Mi lengua espera a tu ombligo y a tu


piel para cerrar la puerta, tragarme la llave y quedarme con vos…”

Lo leo y dejo que las dos rayitas azules sean mi contestación. Entiendo que su
mensaje necesita una respuesta, pero no voy a lastimarlo ni confundirlo más de lo
que ambos estamos. No es justo habernos conocido en circunstancias poco normales,
pero tampoco lo es imaginar un futuro junto a alguien que tiene tanta vida y
proyectos por delante. Si vieran cómo me hablan sus ojos verdes, lo que prometen,
cuando su cuerpo se acerca... Es un chico que hace que el amor parezca tan fácil de
disfrutar… ¿Qué clase de egoísta sería si lo alentara o le confesara todo lo que
estoy aprendiendo con solo mirar el recorrido de sus manos sobre mí? ¿Y al final de
qué sirve encontrar el amor cuando una se está por…? ¡No, no quiero ni decirlo, ni
pensarlo, ni imaginarlo! Daría batalla, haría las cosas bien, empezaría de cero. Y
a Diego lo mantendría lejos. Mi error, el haberme forjado un futuro en soledad,
debo pagarlo sin arrastrar a nadie. Él no merece el peso de una moribunda al lado.

Capítulo 9 - Día y noche estaré y no me iré hasta que tú me digas

El silencio de Tomás, su no pedido de explicaciones por haber ido a su casa, su


desprecio por mi vida luego de haber faltado al trabajo sin saber si estaba viva o
muerta, TODO eso y más, obró al revés en mí: necesitaba verlo y darle una última
oportunidad. Necesito que sepa la verdad de mis labios, mirándonos a la cara, que
pruebe su amor por mí prometiéndome que cumplirá nuestros planes luego de que
conozca lo que estoy viviendo. Necesito saber que no me enamoré de una mierda y que
lo que vivimos fue real, que no pasó solo por mí. Quiero explicarle lo que me está
pasando con lujo de detalle, que me conceda una licencia especial para no perder mi
trabajo, y escuchar que surja de su boca la súplica de dejarlo acompañarme en estos
momentos horribles que me toca vivir. Sé que podría contarle a los chicos y ellos
estarían a mi lado, pero no quiero ser un lastre. Ellos son mis amigos y Tomás la
pareja que había elegido para mi vida. Quizás le falte un sacudón como el que estoy
por darle para darse cuenta que me ama, ¿no?

¿Y cómo reaccionaría mi donjuán particular si se lo contara? ¿Lo tendría pegado


como una ventosa o se alejaría? ¿Y qué pinta Diego en este planteo? Él no es mi
novio ni mi amante ni nada. Solo es un chico que me distrajo cuando estuve enojada.
Solo eso. Un placebo en quien me apoyé cuando necesité suplir las faltas de amor de
Tomás. Un hombre tierno y amoroso que me demostró que puedo exigir el lugar que me
corresponde porque me lo gané a fuerza de sostener los devaneos de mi amante.
Hubiese sido tan fácil enamorarme de Diego, creerle, pero sigo pensando en Tomás. Y
merece una nueva oportunidad.

Preparo la casa como sé que a Tom le gusta y estoy ansiosa por presentarle a
Silvestre, mi nueva compañía. Me pongo su conjunto preferido, el que me regaló para
nuestro primer aniversario, soñando con que me lo arrancará y me hará el amor como
antes, después de decirme que me ama y que me acompañará durante el tratamiento. Lo
invité a tomar el té después de la oficina y le cociné budín hamburgués. “Me gusta
como lo hacés vos”, solía decirme, y yo disfrutaba haciéndome la “Susanita”[10].
Suspiro. Listo, todo preparado.

Suena el timbre. El corazón me galopa, porque estoy por hacer algo de lo cual ya no
estoy tan convencida, pero nuestra historia merece una segunda vuelta. Miro que
todo esté en su lugar y abro.

―Decime qué querés porque en media hora me espera Gabriela para la primera
ecografía. ―Así arrancó su entrada. Ni me mira, ni me saluda y no quitó ni un
segundo la vista de su celular. Levanta la nariz para oler el aroma a hogar que
quise emular y me mira burlonamente. ―¿Cocinaste budín?
―Sí. ―Me acerco a darle un beso y él me esquiva sentándose en el sillón. Okey, ya
entendí. No habrá beso, ni abrazo ni ropa interior arrancada, pero quiero decírselo
igual. ―Bueno… ¿Podrías mirarme que tengo algo importante que decirte? ―Escucha mi
tono y levanta la vista. Mejor de una porque si no… ―Tengo cáncer.

―Ángeles ―chasquea la lengua―, no me gustan estos chantajes. Vos me dijiste que no


querías estar más conmigo, ahora no me vengas a presionar con mentiras extremas
para volver porque te sentís sola. Terminemos con dignidad y hablemos claro: ni yo
voy a dejar a mi mujer ni a mis hijos ni vos vas a tener más tiempo del que
veníamos teniendo. Y menos ahora…

Sonrío con amargura. Siempre había sido así y no quise verlo. El gran Tomás no
detendría sus planes ni cambiaría su status quo ni siquiera frente a una situación
límite. Él, siempre él, primero.

―Tomás… —Me ahogo. Las palabras se me traban en la garganta. No quieren salir


porque eso implicará que lo que me está pasando es real. —No es una broma ni un
chantaje… Tengo leucemia… —La puta madre, no quiero llorar, pero tampoco puedo
evitarlo. —Estoy con pastillas, y en breve comenzarán con la quimio…

Nos miro desde otro plano y jamás imaginé terminar así. Todo lo que sufrí, lo que
padecí, lo que resigné para llegar hasta este punto: el de mirarlo y ver que en sus
ojos no hay amor, que no me encuentro, que no existimos el uno para el otro. ¡Y yo
pensando en volver con él! No nos queda nada. No me queda nada.

―¡Ahhh, ya entiendo! ―Se levanta y me mira con ironía. —Vos querés plata…

―¿Cómo? ―Lo miro confundida. Dolida. ―Por favor, Tom, no digas cosas que nos puedan
lastimar eternamente… ―Suplico y me acerco.

―No me toques porque ya voy entendiendo todo. Necesitás guita para tu supuesto
tratamiento… ―Cierra los ojos y se toma el tabique. ―Mirá, Angeles… ―Nos doy tanta
pena… ―Lo que tuvimos ya pereció. Por tu culpa, que quede claro. Creo que no
entendiste jamás todo lo que te ofrecía a mi lado, y preferiste presionarme dando
ultimátums que no le ayudaban a nadie… ―Mi llanto empieza a convertirse en
angustia. ¡Basta, no doy más! Siento que me tiemblan las piernas. No puedo flaquear
ahora, tengo que mantenerme firme. ―No te preocupes, te voy a dar unos días para te
vayas de vacaciones, para que te aclares y para que descanses. Planificalo como
quieras y tomate semanas si querés, pero eso sí: cuando vuelvas tendrás que
buscarte otro trabajo. Intentá no reencontrarte con ningún amante en tu búsqueda…
―Dice con ironía. ―Podría decirte que lo lamento, pero no sería verdad. Ahora tengo
que pensar en mi familia. ―¿O sea que yo jamás signifiqué nada para él? ―Ya
bastantes problemas me causaste yendo con mi esposa, y ahora me vigila de sol a
sombra… No puedo estar con vos y encima ocuparme de su embarazo… No tengo cabeza
para sus celos, mis hijos, la empresa y tu supuesta enfermedad… ―Deja de caminar y
me mira. Lo conozco. Viene algo que me va a destruir. ―Después de todo, candidatos
que te sostengan el suero no te van a faltar. —Emite una sonrisita burlona. —Chau,
Ángeles, y no me busques hasta que reflexiones sobre todo este teatrito… Crecé, te
hará bien… ―Y cierra con un portazo.

Verlo irse así, sin más, sin siquiera mirarme, luego de sus ironías, sus desprecios
y sus palabras carentes de amor, me descompone de los nervios. Siento que mis
piernas no me responden y que tengo ganas de vomitar. Intento calmarme y llamo a
Richard. Me dice que me escucha rara y me pregunta no sé cuántas cosas más, pero
solo le pido que venga, que no me siento bien. Miro la medicación que me dio mi
doctora y que me recomendó tomar una vez por día. No estaba haciendo bien las
cosas. ¿Pensaba que la enfermedad desaparecería por no tomar las pastillas? ¿O que,
contándole a Tomás, él cambiaría su forma de vernos y dejaría todo? ¡Ilusa!
Sigo preguntándome ¿por qué sigo esperando? ¿Es esto el amor? Seguro que no. De mi
parte, di todo para que lo fuera. Sin embargo, me doy cuenta que es muy fácil
confundir cariño cuando hay empatía en la cama. Me engañé creyendo que las palabras
que me dedicaba estaban dirigidas a construir amor a largo plazo, pero sólo eran
dádivas a mi actitud mendicante.

Tampoco puedo contarle a nadie que mi deseo más profundo es que esta enfermedad
avance de tal forma que todo sea irreversible. Que quiero saltar, como dice una de
mis canciones favoritas. Que el abismo me llama. Que siento que ya no tengo nada
más que ofrecerle a nadie. Ni siquiera a mí. Que no tengo familia para atrás ni
futuro para adelante. Que me odio y que por eso acabo de tomar mis pastillas con
alcohol. Que no supe hacer nada bueno con mi vida y que arruiné la de los demás…
Por eso “salto”. Por eso “aviso”. Porque quizás tenga ganas de seguir jodiéndole la
vida a los que quiero. Deseo que Richard me encuentre. Solo él entenderá por qué lo
hice… ¿Y Diego?

“Se necesita mucho amor y mucha paciencia para curar las heridas y las penas de las
mujeres marcadas por la vida. —Ambos sorbíamos el café, despacio y sin despegar
nuestras miradas. —Me refiero a mujeres como vos, de carácter fuerte, que se alejan
de todo para evitar sentir… —Se acercó y sus dedos acariciaron mi antebrazo,
erizándome la piel. —Porque son tan inteligentes… Tan maduras… —Recuerdo que su
aliento me rozó el cuello y ladeé mi barbilla para darle acceso a sus besos. —Que
no creen en nada ni en nadie… Pero te prometo… No, no te prometo nada… Solo
quisiera que cerraras tus ojos, confiaras en lo que nos revuelve la sangre y
vinieras a mi mundo donde nos amamos a manos, bocas y pieles llenas de... Todo...”

¡Puras mentiras! Si lo supiera, huiría. Como todos los hombres que me han ido
dejando a lo largo de mi vida, desde mi papá.

Necesito con desesperación que me cuiden. Llamar la atención para que Tomás vuelva
y se dé cuenta que mi enfermedad no es un chiste. Quizás está exigiendo una prueba.
Algo que termine pesándole en la conciencia… Tengo tanto sueño…

***********************

No recuerdo nada. Miro a mi alrededor, y no entiendo por qué ahora estoy en mi cama
si antes de cerrar los ojos estaba recostada en el sillón. Intento retroceder en el
tiempo y recuerdo que sonó el timbre, me levanté a abrir la puerta pero no pude, y
me desplomé en el piso... Ahora también intento levantarme pero no puedo… Estoy tan
mareada…

―Angie… ―Susurra y reconozco su dulce voz, ahora ronca, titubeante... ¿Diego? ¿Pero
qué hace acá? ¿Él estaba cuidándome? Se supone que… Me mira con esos dos faroles
verdosos que obnubilan, que siempre me transmiten con transparencia lo que siente,
y me pierdo. Tiene sus labios contraídos por la impotencia. ―Te preguntarás cómo
entré y qué pasó. —Asiento. —Bueno, no quiero que te enojes por colarme en tu casa
sin tu consentimiento, pero… Toqué timbre, no me abrías… —Se revuelve el pelo,
nervioso. —Dejé pasar cinco minutos, me desesperé… ―Su mueca suplica perdón y besos
a partes iguales. Tan mal no debo sentirme si puedo imaginar mi lengua raspándose
contra su piel… ―Y abrí con la llave que me había dado Ricardo… Disculpame, pero me
moría si te llegaba a pasar algo…

―¿Y por qué mi amigo no está acá? —Pregunto, mientras me tapo completa con las
sábanas.

Es que en mi intento por levantarme, me di cuenta que estaba en ropa interior, y


ahora me muero de solo pensar que Diego fue el que me desvistió. Tampoco es como si
no nos hubiéramos visto antes en una intimidad mayor a ésta, pero tengo vergüenza
de que ni siquiera hubiera podido “reanimarme” como para poder hacerlo sola. Vuelvo
a mirarlo a los ojos, a observar con detenimiento sus cejas gruesas y sus labios
apretándose tristemente, y agradezco la nueva oportunidad que Dios me está dando,
la de volver a sentir que alguien se preocupa por mí.

―Porque tuvo algo más importante que hacer, seguramente… ―Sonríe con pena, como si
intuyera lo que pretendí hace unas horas.

―Es que yo lo llamé a él, no quiero que un extraño me vea así… —Intento sonar
histérica, ofendida, porque me siento patética. Vuelvo a tratar de levantarme y me
mareo otra vez. Diego se acerca en segundos y me sostiene. Su cara queda a dos
suspiros de la mía y me amonesta con su mirada. —Si no te molesta, me gustaría que
te fueras… ―No me importa sonar desagradecida con su tiempo y sus cuidados. Quiero
que otro se sienta culpable cuidándome, no Diego.

Sí, ahora sé que él sabe lo que hice. Y detesto que me mire con lástima o que se
quede a asistirme. Yo buscaba otra cosa con ésto, no terminar involucrando al
ingeniero en mis líos. O sí, pero sé que no debo. Es un placer y un premio que no
merezco.

―Angie, Ricardo me advirtió que sos difícil de cuidar ―se enoja ―, pero hoy vas a
dejarte querer. ¡Y bastante! Cuando me dijo que te sentías mal, que estabas sola y
que parecía que… Yo… ―Hace una pausa. Cierra sus ojos. Traga saliva. ―¿Por qué? ―No
tuvo que agregar nada más.

Una cosa es cuidar de los demás, preocuparme por ellos, ayudarlos. Lo necesitaba
como una especie de terapia que me ayudaba a expiar culpas que mi mamá siempre me
hace sentir, o no sé qué otras mierdas, pero yo no quería que me retribuyeran.
Primero cuidé a mi mamá y a mi hermano (aunque él fuera el mayor) después de lo de
mi viejo. Luego, llegó Tomás con sus problemas maritales, supuestamente
insalvables, y otra vez consolando a alguien con mi tiempo, mi vida y mi corazón.
Más tarde, mi hermano murió y empecé a cuidar (a distancia y con dinero) a mi mamá,
a pesar de sus desprecios. Me las banco todas, menos que los demás me ofrezcan su
cariño y su tiempo… La fuerte y la “triunfadora” soy yo. Este papel de cobarde no
me gusta… Estas ganas de morirme, tampoco. Esta sensación de que podría llegar a
ser amada, mucho menos. Tengo miedo de este nuevo sentimiento, tan fuerte, que creo
que podría vivirme en y con Diego.

―¿Vos entendés que jamás podré darte nada de lo que sea que estés imaginando, no?
Aunque ambos pudiéramos y estuviéramos libres, no merezco ser feliz… ¿Cuándo lo vas
a entender?

―Ángeles, ¿y vos entendés que yo no busco que me retribuyas con nada que no quieras
o no puedas, no? ―Me mira con esos ojos que tiene, con su boca húmeda, esa que me
hizo gozar sin precedentes en aquella habitación. La que volvió a ofrecerme sus
besos para calmar mis angustias… Su mirada, que me invita a asomarme en su alma y
no quiero. ―Mirá… —Suspira y baja la mirada. —Vamos a dejarlo así… Ahora, a
levantarse que el desayuno está listo… ―¿Desayuno? ¿Cuánto dormí? ¿Qué hora es?
Suena su celular, lo mira y lo apaga. ―¿Necesitás ayuda para vestirte? ―Me pongo
colorada y Diego tarda en darse cuenta lo que pasó por mi mente. Sonríe con
picardía y me guiña el ojo. ―Para eso también…

Vuelve a interrumpirnos el sonido de una llamada.

―Atendelo… ―Le pido con brusquedad.

―Ángeles, quiero que entiendas que hoy lo más importante sos vos. Por favor, déjate
cuidar un poco y hacénosla fácil… ―Empieza a hacer pucheros como si fuera un nene y
luego se acerca con las manos en posición de iniciar una guerra de cosquillas.
Intento mantener la seriedad, pero verle la expresión me hace reír antes que ponga
sus dedos en mí.

―¿Y ese ruido? ―Sonríe cómplice de algo que no sé, sale de la habitación y vuelve
con dos cachorros hermosos que se suben a la cama y me llenan de besos. Empiezo a
reírme a carcajadas. ¡Cómo necesitaba esto! Respirar sin un nudo en la garganta.
Llorar de risa, aunque fuera por segundos. Y solo pudo lograrlo mi ingeniero de
ojitos verdes. ―¡Son súper dulces, Die!

―Igualitos a quien los cuida, les da de comer y los pasea todos los días ―arquea
las cejas y se señala.

―Pero… ¿Y Silvestre?

Y mi nuevo amigo se aparece en actitud de divo, caminando lento, y subiéndose a la


cama como diciendo “ojo que yo la vi primero”. Chicha y Limonada le responden con
un gruñido y corriéndolo por el departamento.

―Más o menos como vos y yo, ¿no? ―Le pregunto con la mirada qué quiso decir. ―Eso,
Ángeles: que vivo corriendo detrás tuyo para ver si podemos darnos una oportunidad…
―Suspiro y me remuevo en mi lugar. ―Bueno, a levantarse dormilona que tengo un
súper plan para pasarnos el día juntos… ―Me tiende su mano y se la tomo. Tiene una
piel tan suave y cálida… Y el tacto, que jamás olvida lo que nos incendió o nos
provocó de todo alguna vez, revive cada uno de nuestros encuentros como si fueran
descargas eléctricas intermitentes. Su boca sonriendo de costado y su actitud
donjuanesca me dice que él también lo sintió. ―Vamos, gambas…

Abro la boca para saber por qué el apodo, pero ya lo oigo silbar en el living y
acomodar todo para desayunar, así que no me va a escuchar. Gambas… Eso significa
que piensa en mi cuerpo tanto como yo en el de él. Una vez me llamó “angelito” y
ahora “gambas”… Me gusta. Es íntimo.

Se nos pasa el día mirando películas y riéndonos con las peleas de Chicha, Limonada
y Silvestre. Al mediodía, cocinó para mí con miles de ingredientes que me darían
“fuerza”, porque si pedía comida comprada, según él, podría hacerme mal. Si supiera
que cuando discutía con Tomás y me convertía en despojo humano ni me levantaba de
la cama para bañarme ni hacerme un té… En la tarde hizo pochoclos y, luego de ver
Stranger Things, le dieron ganas de bailar. Sí, ¡de bailar! A ningún hombre como él
le provocaría bailar con una ojerosa y moribunda como yo. Cierto que él no sabe lo
de mi leucemia, pero…

―¿Y ésto? ―Sus ojitos verdes me miran entre confundidos y divertidos. ―¿Qué clase
de adjetivo es “empotrador”? “Música empotradora y donjuanesca”… ―Repite. ¡Tierra,
tragame y escupime en Saona para que al menos me broncee y vea cuerpos increíbles!
No puedo decirle que cada momento con él ha sido una canción para mí. Que me gusta
tanto, que relacioné frases y cantantes con nosotros para darle nombre a nuestros
momentos. Repite uno a uno los temas que tiene la playlist y, de a poco, su boca va
sonriendo hasta iluminar todo. ¡Bingo, Diego, me descubriste! ¡Piedra libre para
Angie que se vende sola! ―Quítame… Eblouie par la nuit… Tuyo… Amor completo…
Abrazame… ―Se da vuelta, suspirando como si entendiera el teorema más difícil, y
con su voz grave me dice: ―Tengo una idea: esta lista la podemos hacer
colaborativa, ¿te parece? Porque a mí el nombre me suena bastante sugestivo ―sube y
baja sus cejas tantas veces que terminamos riéndonos. ―A ver… —Lo veo tocar
funciones del programa, concentradísimo. —Mmm… Sí, ya está, ¡la convertí! Ahora
ambos somos usuarios y le podemos ir anexando canciones para que sea solo nuestra…
―Y no pude evitar abrazarme a su espalda como si quisiera dejar mis brazos atados
allí para siempre, mi mejilla apoyada en él y en su olor, sintiendo su respiración
mientras su columna sube y baja con excitación. Estoy empezando a comprender que
quedé embrujada por él desde hace más de un año en ese spa. Toma mis manos para que
no me suelte, mientras da la vuelta y posa sus brazos en el hueco anterior a mi
columna. ―Angie… ―Baja hasta mi boca para darme un beso que iba pidiéndonos más
segundo a segundo. Mis piernas flaquean, mezcla de la excitación, el descubrimiento
de mis sentimientos hacia él y mi debilidad corporal. Diego se da cuenta y para.
―¡Ay, Dios! Perdoname, angelito mío, ¡soy un animal! Es que me dejas sin reacción…
Solo me pongo a sentir que te rozo y que suspirás y… No sé, necesito estar
besándote mil veces hasta respirar solo a través tuyo… Sentir tu piel hasta
convertirnos en uno… —Sonrío para mis adentros y mi romántico donjuán saca su veta
protectora. Apoya su frente contra la mía y me da pena que esta maldita enfermedad
empiece a limitar mis deseos. —Nuestras bocas se mezclan y mis ganas reaparecen…
―Dios mío, ¿por qué justo ahora? ¿No podrías haberme dejado morir en soledad y sin
la angustia de probar una miel que se volverá hiel en mí dentro de pocas semanas?
―Vení, vamos a seguir sentados en el sillón mientras escuchamos música. Nada de
bailar hasta que ganes fuerzas… Cuando estemos bien salimos a dónde quieras…

Distribuye unos almohadones para apoyarse sobre ellos mientras me coloca sobre su
pecho para acariciarme el pelo. Justo suena Abrazame y sonríe lentamente. Lo sé,
aunque no lo mire, porque siento la vibración de su garganta y cómo late su
corazón. Tararea el tema que me envió hace poco y ya no tiene sentido negarlo. Me
podría enamorar de vos, ingeniero, no me lastimes, por favor…

―Abrazame, abrazame… ―Silvestre se enrosca entre mis piernas dándome calor, y


Chicha y Limonada van cerrando los ojitos. La voz de Diego, el sentimiento que le
está poniendo a la letra del tema y sus caricias me relajan. ―Mercenario de tus
labios, planeo pasar la tarde así, zambullido en las caricias del sol… El mismo sol
que encuentro en tus ojos, mi amor…

No sé en qué momento me quedé dormida pero lo hice y fue bajo su tacto cariñoso. La
primera vez que me relajo de esta forma, como si todo lo negativo hubiera
desaparecido. No soñé con nada, no recuerdo otra cosa que no sea una fuerza
viniendo desde dentro de mí. No me duele nada y estoy energizada. ¿Esto significará
sentir que soy importante para alguien? Pensando en eso, abro lentamente los ojos y
vuelvo a cerrarlos. Pasan unos minutos, y entre sueños siento el roce de sus labios
y su voz susurrándome “abre los ojos, no me hagas sufrir… no te das cuenta que
tengo sed de ti”…

―Mmm, ¿qué hora es? ―Suspiro y vuelvo a abrir mis ojos con pereza.

―Las ocho… ―Susurra Diego muy cerca de mi cara y acaricia mi mejilla. Sus ojitos y
su bostezo me dicen que él también durmió un poco.

―Uuuy, ¿en serio? Bueno, es hora que te vayas, si no Ivana te va a colgar… —¿De
verdad acabo de nombrar a la que supuestamente sigue siendo su novia?

—¿En serio, Ángeles? —Me mira enojado, pero no respondo.

Él sabe que tengo razón. Diego comenzaba a irradiar luz sobre la infertilidad de
mis sentimientos y yo quería seguir en tinieblas. Su mirada me muestra que su
orgullo llegó hasta el tope. Asiente. ¡Insistí, por favor, ingeniero! No dejes que
me salga con la mía. Quiero enredarnos y no soltarnos. Mezclarnos, como me dijiste,
inventar olores, días y sensaciones solo nuestros… Por favor, mi donjuán de ojitos
verdes, insistime que te necesito.

Observo cómo está recogiendo sus cosas con movimientos rabiosos, y la tristeza de
que se vaya porque lo empiezo a necesitar vuelve a dejarme el corazón en cero. ¡Yo
no quería esto! ¿Ven por qué no me gusta depender de nadie? Lo sigo por toda la
casa mientras me la va dejando ordenada. Un calorcito empieza a invadirme. Me gusta
su compañía, no quiero que me deje, pero hay una realidad: tiene novia. Y si bien
eso no me ha detenido en el pasado, con él es distinto porque no quiero joderlo.
Prefiero morderme las ganas pero a él lo voy a cuidar.

―Gracias ―le digo cuando llegamos a la puerta.

―¿Por? ―Pregunta con el ceño fruncido y sus ojos más verdes que nunca.

Me doy cuenta que no quiere irse, pero su paciencia tiene límites. Me mata de amor
verlo con Chicha y Limonada, uno en cada brazo, mientras ellos lloriquean y me
tiran el hocico. Le doy un beso a cada uno en sus húmedas narices, y Diego amaga a
acercarse para recibir un saludo también. Sonrío.

―Por todo… Por esto… Por tu tiempo… Nunca nadie me había regalado tiempo, salvo mi
padre, mi hermano, o Richard… Y mucho menos, cariño…

No sé por qué siempre me dan ganas de contarle cosas de mi vida. Acaricio una de
sus manos y me alejo como si su piel quemara. Pero mi donjuán baja a sus cachorros
y me acerca a él entrelazando nuestros dedos.

―Ángeles, vos te merecés el mundo. Pero antes tenés que creértelo, ya te lo dije
mil veces… ―Roza apenas mis labios con su beso. Como si no hubiera querido dármelo
pero no hubiera podido resistirse. ―No sé qué o quién te hizo creer lo contrario,
pero yo te veo merecedora de todos los minutos y los besos del mundo… No importa
que “ahora no podamos” ―remarca con énfasis― según vos, o quieras hacerte la
indiferente, porque no pienso alejarme de tu cuerpo hasta que des un paso en falso
y le creas a tu corazón. Y cuando lo hagas… ¡Ay, angelito mío, cuando lo hagas…!

Me toma de los hombros y, esta vez, me da un beso que me deja idiota. Su lengua
penetró mi boca sin cesar, todo lo que quiso, dejándome su gusto a sexo futuro,
marcando y acelerando mi pulso hasta hacerlo desaparecer de nuevo. Sus labios,
lengua y saliva enviaron señales animales a mi centro que no dejaba de latir, para
luego irse lo más tranquilo, bajando las escaleras con sus cachorros, como si solo
me hubiera saludado con un frío “hasta luego”.

Me toco los labios con las yemas de mis dedos y me doy cuenta que ya lo extraño. Me
asomo en el rellano del palier, y me sorprende que vuelva hacia mí para
arrinconarme contra la pared y terminar lo que pretendió dejar inconcluso hace un
rato. Sus piernas custodiando las mías, su erección contenida contra mi centro de
placer que no cesaba de dilatarse y contraerse desde su beso primero, y sus manos
en mi cintura yendo y viniendo por mis costados, acariciando la parte baja de mis
pechos.

―Yo jamás te hubiera compartido, ¿sabés? De todas formas, agradezco la estupidez de


Tomás, porque eso permitió que nos conociéramos. Si alguna vez me dijeras que sí,
te tendría para mí día y noche, oliéndote , besándote, volviéndote loca con mi
lengua, con mis dedos, entrando y saliendo de vos hasta que me pidieras que parara
y ni así lo haría… Serías solo mía… Y te dolería el cuerpo cuando no estuviéramos
juntos… ―Sonríe de lado y me chupa ambos labios dejándome una pequeña mordida al
final. Amaga a irse pero, en lugar de eso, se revuelve el pelo y abre y cierra dos
veces la boca, nervioso por lo que está por decir. —Muchos afirman que no hay que
anclarse a alguien, que hay que vivir por uno mismo sin depender del cariño ni la
mirada de otra persona, que los sueños propios los logramos solos... ¡Y una mierda!
¡Yo quiero anclarme a tus piernas, vivir dependiendo de tus besos, alcanzar mis
sueños con vos, Ángeles! —Me muerde el cuello despacio y luego me lo chupa para
calmar el pequeño dolor. —Porque solo respiro y soy yo en mi integridad cuando tus
ojos soleados, tímidos y sonrientes por algo que solo nosotros sabemos, me miran y
me prometen que podemos tener una oportunidad… Solo te pido que me dejes entrar…

Se va por las escaleras con un trote ligero. Abro la boca para llamarlo, pero los
ladridos de Chicha y Limonada que lo esperaban en el portal tapan mi voz. Entro a
mi departamento y Silvestre abraza mis piernas. Nos sentamos en la oscuridad del
balcón y miro hacia la nada. Hacia la negrura total de la noche. Pensé que no
merecía amar ni que me amaran, pero intentar ser feliz en sus brazos ya no es una
opción que pueda desechar. Ya no quiero soltarme de su mirada ni de sus caricias
que nacieron para salvarme de mi abismo, de mis culpas, de la vacía vida que me
construí y que pensé que merecía… ¿Pero en qué momento decidí escribir sobre mi
corazón con renglones torcidos? Desde que nací, intenté marcar mi camino con el
pulso del amor. No lo logré, encontrando solo angustias y falsos sentimientos que
no solo me convirtieron en una descreída de todo y de todos, sino que también me
llenaron de inseguridad. Por eso no me abro con Diego. Es decir, mi alma y mi piel
sienten sus señales sinceras, su llamado sensual, y entiendo a nivel corporal que
estar juntos es lo correcto. Sin embargo, hoy me siento como un ciervo que está
aprendiendo a caminar en el sendero de una felicidad tardía pero posible.

Soy una especie de “virgen” en cuanto a amor verdadero se refiere. Sea como fuera,
me dejaría fluir… Vida, esperame, porque me quiero vivir y ahora sí pienso usar el
método de prueba y error. Total, ¿qué podría perder?

Capítulo 10 - ¿Cómo puedo querer cuando temo caer?

Me despierto faltando una hora para llegar a San Luis. Preferí venir sin mi auto,
porque cada vez me agoto más y el sueño me sorprende en cualquier lugar. No quiero
arriesgarme a matarme en la ruta. Como Santiago. ¡Cómo te extraño, hermanito! ¿Será
verdad que me estarías cuidando desde arriba? Te veo en pequeñas señales, y hasta
en palabras que me dice Diego que suenan a cosas que vos me dirías.

Suspiro, pensando en mi dulce donjuán, repasando nuestras conversaciones y nuestras


promesas tácitas, recordando que estamos muy complicados como para jugar a los
noviecitos. A pesar de eso, es inevitable comenzar a ilusionarme con sus cuidados,
acostumbrarme a sus mensajes con frases o canciones como modo de preguntarme si
estoy bien, el cariño implícito en sus caricias, sus labios y su mirada, a los
roces y charlas en la oficina… Diego, mi dulce hombre, siempre dispuesto al pie del
cañón.

Ya pasaron quince días de mi intento de… ¿Cómo decirlo? ¿Desaparición? Seguiría de


carpeta médica hasta que mi cuerpo se acostumbrara a las pastillas, porque no podía
arriesgarme a volver al stress de la oficina y que alguno sospechara de mis mareos
o mis adormecimientos. Por supuesto, le pedí a mi doctora que pusiera otro
diagnóstico para evitar preguntas que ni yo quería responder. Con la excusa de
visitar a mi madre, a Silvestre lo dejé con Richard. Tengo que hacerme varios
estudios, y mi amiguito peludo no sería bienvenido en su casa porque ella odia a
los gatos. Además, necesitaba hacer algo que aún no sabía si podría o cómo me
recibirían.

En estos días, Diego está fuera de Capital, viajando al sur del país, para ver los
planos in situ de una nueva empresa que nos contrató para construir un shopping. Lo
que no sabíamos era que esos terrenos se encontraban sobre tierra indígena. Ahora,
algunos de los obreros que pertenecían a las tribus del lugar, estaban de huelga
porque, no solo que nuestro estudio pretendía tocar una porción de su “suelo
sagrado” sino que la contratista también les debía sueldos atrasados. Tomás estaba
furioso, decía que era mi culpa porque me había ido dejando trabajo sin cumplir,
que tendría que mandarme a mí a solucionarlo y mil cosas más. Y puede ser que en el
último tiempo, debido a mi enfermedad y a la presión a la cual me sometió mi ex
pareja, estuviera distraída, pero en este momento no me importa nada más. Cuando mi
donjuán me llamó para que cuidara de Chicha y Limonada, le expliqué de mi viaje y
por eso se terminaron quedando con Ivana, según Ricardo.

Cuando estoy llegando a la capital me hace ruido la aplicación de Spotify


avisándome que acaban de agregar una canción a una de mis listas. Entro a la
notificación, y un calorcito se instala entre mis piernas al leer el nombre Diego.
Mi ingeniero había agregado Entrégate de Luis Miguel. ¿Y eso? Al mismo tiempo,
recibo un whatsapp de mi donjuán:

Déjame besar el brillo de tu desnudez, déjame llegar a ese rincón que yo soñé…
Entrégate sin condiciones, tengo mil razones y ya no puedo más de amor…

¡Ahora recuerdo! Esta es la canción que pensé que había soñado y que me dedicó
antes de irse el día que estuvo cuidándome. Sonrío por su forma tan parecida a la
mía de conectar realidad con música. Rememorar la angustia, mis ganas de morirme
por no haberme sabido granjear un amor verdadero, y sabiéndome estafada en el
corazón, recordar su compañía, sentirme contenida y sacudida por su confesión, todo
y más termina transformando ese calor entre mis piernas de hace segundos en humedad
latente, que hace vibrar cada poro de mi ser. Lo necesito. Quiero creerle con tanta
fuerza, que hasta podría tirar por la alcantarilla todos mis prejuicios sobre ambos
y quienes nos rodean. Pero no. En este momento, la prioridad es mi salud. Estoy
regresando a San Luis para pedirle explicaciones a mi madre sobre la familia de mi
padre y eso haré. Es imperativo que conozca todo sobre ellos porque podrían ser los
posibles donantes… ¿Querrían ayudarme?

Tomo el micro al que siempre subía al salir de la escuela y me deja en la esquina


de la reja de la que fuera mi casa. Me paro unos segundos, inspiro y cierro los
ojos, mientras mi cabeza es asaltada por algunos recuerdos felices y otros que
preferiría olvidar. ¡Ay, mamá, si supieras que te extraño y por qué volví! Como si
intuyera que ya estoy acá, sale a recibirme. No se acerca, me mira y entra sin
esperarme. La encuentro sentada en el comedor y tomando un té. Solo una taza y tres
galletas caseras.

―No te esperaba.

―Te avisé que vendría a esta hora aproximadamente, mamá. ―Temo entrar porque todo
sigue igual. Las presencias de mi hermano y mi padre me susurran risas y palabras
de otro tiempo.

―Si tuviese que hacer una taza de té por cada vez que prometés venir… Te advierto
que no tengo plata ni…

―Tengo cáncer, mamá. ―No quise dejarla seguir. Vine con un objetivo y pensaba
cumplirlo. Estaba mi vida de por medio.

―¡María de los Ángeles no me causa gracia que busques mi lástima con algo así! ―Se
levanta y me zamarrea. ―¿O vos te olvidas que yo ya perdí a un hijo?
―No es una broma, mamá ―las lágrimas pugnan por salir y me las seco con fiereza.
Siempre detestó que llorásemos. ―Tengo leucemia y necesito encontrar a mis otros
hermanos para preguntarles si podrían donar médula. ―Me interrumpe con un llanto
casi histérico. Busca la foto de mi hermano y le susurra algo. No llego a entender
qué le dice pero tampoco me importa. La preciso de mi lado para que me de datos que
no podría conseguir sola. ―Mi doctora me pidió que hablara con ellos para que se
hagan lo más rápido posible el test de compatibilidad… Antes del trasplante….

Sin prestarme atención, saca del cajón una imagen de mi padre. Se acerca hacia mí,
la quita del marco y la gira.

―Cuando me enteré de la familia de tu padre no quise saber más nada de la vida.


Incluso, intenté irme y dejarlos con una carta para que él se hiciera cargo. ―Me
mira con dureza, a la defensiva, esperando mi reproche, pero de mi boca no sale
nada. El pasado no puede arreglarse, pero el presente sí, y quiero escuchar el
resto de la historia. ―Después, recapacité en que no los iban a amar en la otra
casa y me quedé. Pasado unos días, tu padre volvió y me dejó esta foto con los
datos de sus hijos, por si nos pasaba algo y él no estaba. Recuerdo que le pegué un
cachetazo, la rompí en mil pedazos frente a su cara y le pedí que no volviera.
Luego consideré que podía ser un as en mi manga y la reconstruí… Tomá ―tomo la foto
y la acaricio antes de darla vuelta―, es lo único que tengo para poder ayudarte.

Leer esos nombres es una inyección de esperanza. Por primera vez, siento que no
estaré sola, y que cualquier reto podré lograrlo gracias a que mi padre y la vida
me regalaron a mis hermanos. Mi corazón late exultante de alegría porque tendré
tres chances más para intentar sanarme. Me encantaría hablar con Diego y contárselo
pero él no sabe nada.

―Gracias, mamá... ―Asiente sin emitir una palabra. ―Más tarde quisiera sentarme con
vos y hablar de muchas cosas. Necesito aligerar mi carga para empezar el
tratamiento con energía renovada. Te necesito... ―Es muy duro para ambas. ―Quiero
pedirte que mañana me acompañes a buscar a mis hermanos y ayudarme a convencerlos
para que se hagan el estudio…

―No lo sé, hija… ¿Y Tomás? ¿Lo sabe?

―Él está muerto para mí. Punto.

―No podés estar sola en estos momentos… Además, los medicamentos son caros… ―Ahora
entiendo su preocupación: el dinero.

―El tratamiento se hará en hospitales públicos, al menos la mayor parte,


dependiendo de lo que marquen los médicos… Y tengo amigos, aunque no lo creas, así
que eso de sola… ―Rebato con ironía. Si supiera que también comenzaba a disfrutar
de un sentimiento arrollador que es el que me motoriza para que elija recuperarme…
Pero no quiero contárselo para que no lo contamine con sus prejuicios y no lo
envenene desde la raíz. ―De todas formas, dejá de pensar en los demás y focalizate
en mí, mamá… ¿Tenés ganas de volver a ser mi mamá o vas a seguir culpándome de
cosas que ni conozco?

Sin decir palabras, se acerca y me sorprende con un abrazo. Me quedo petrificada y


me cuesta devolverle la caricia. Sin embargo, con ese gesto sé que comenzamos a
desandar años de ofensas y heridas profundas que llevarán tiempo cicatrizar.
Después de segundos, beso su coronilla y logro desactivar mi tara emocional para
abrazarla.
Gracias Dios mío, creo que estás abriendo una ventana enorme a pesar de las puertas
que me cerraste.

*********************

Me despierta el hermoso sol de Potrero y mi energía está al mil por ciento. Si


hubiera sabido que más tarde me daría la cabeza contra la pared, quizás me hubiera
preparado mejor para la decepción.

Mis tres hermanos viven en la capital puntana. Siguieron, con diferentes aristas,
la carrera política de papá y no son mucho más grandes que yo: Vanina, la mayor,
tiene cuarenta y cinco años, Julio, el del medio, tiene cuarenta, y la menor,
Luciana, treinta y ocho. Preguntando por ellos, me sugirieron ir a ver a los dos
mayores a sus oficinas en la Legislatura. Apenas llego, sus secretarias se niegan
rotundamente a siquiera anotarme en sus agendas. Les digo con mi mejor ánimo que
volveré mañana y que por favor les avisen, pero me responden con hostilidad que no
volviera a aparecerme jamás o tendrían que sacarme con la fuerza pública.

Desahuciada y arrastrando mis pies por el peso de la reducción de mis chances para
vivir, me dirijo a la casa de Luciana. Me recibe en la puerta pero no me hace
pasar. Ella también parece haber sido advertida de que hay una “loquita” en San
Luis preguntando sobre la historia de los Durán y sus trapitos sucios. Mi hermana
comienza aclarándome por qué no nos quieren a mi madre y a mí: supuestamente, les
robamos a su padre. Le explico que las cosas no fueron así y que recién ayer me
enteré que ellos existen, que jamás habíamos querido competir ni dividir el cariño
de nuestro padre, que Santiago hubiera querido conocerlos y que necesitaba que se
hicieran el estudio de compatibilidad para mi tratamiento, que por favor los
convenciera. Por un instante, se queda callada. Me mira con sus ojos brillantes de
lágrimas que no deja salir. Se parece tanto a Santi, que estiro mi mano para
acariciarle la mejilla... Fue un minuto mágico, sin palabras, después del cual
Luciana me cierra la puerta en la cara antes de decirme que no puede ni quiere
ayudarme.

Abro el whatsapp y encuentro un mensaje de mis Gitanos y otro de Diego. Leo primero
el de él porque añoro sus abrazos más que nunca. Me cuenta que en el sur todo está
bajo control y que regresa mañana a Buenos Aires. No contesto y me desconecto.
Pasan unos minutos y me suena de nuevo el celular. Como les había dejado mi número
a mis hermanos, lo abro esperando que sea de alguno de ellos, arrepentidos por su
trato y confirmándome que se harían el estudio, pero no. Otra vez Diego: “Te
extraño”. Esas dos palabras mueven mi mundo a pesar de estar a kilómetros de
distancia. ¿Y qué podía contestarle? ¿Que yo también? ¿Que sus besos y sus cuidados
me iluminaban el camino hacia la esperanza de una recuperación que ya no veía tan
clara debido al desprecio de mis medios hermanos? ¿Que me conoció rota, con baja
autoestima, y que me enseñó que cualquier “falla” del pasado se subsana con amor?
Cierro el whatsapp, porque sigo negada emocionalmente a mostrar mi corazón y porque
no quiero enroscarme para terminar sumida en mi oscuro abismo de siempre.

Caminando en círculos y hacia cualquier lugar, mis pies me arrastran hacia el


interior de una capilla muy austera. Casi no tiene frente y sus pocos bancos están
deslucidos. Me siento y no rezo, casi ni respiro. Solo miro el crucifijo y lloro.
Tengo un resentimiento enorme con la vida, con Dios, con todos… ¡Todos mis
proyectos y mis ilusiones, al tacho! Chasqueo la lengua. Proyectos… ¿Cuáles? Me doy
cuenta que jamás tuve nada y que todo lo que construí fue sobre barro. Siento una
mano en mi hombro y me ofrecen un pañuelo de tela. Otra vez. Miro la mano,
esperanzada con que fuera mi ingeniero, pero él ni sabe dónde estoy ni a qué vine,
así que sería imposible. Al levantar la vista, veo a un sacerdote casi de mi edad
que sigue con su mano extendida y su sonrisa comprensiva y llena de paz.
―No sé qué te está pasando, pero no solo te preguntes “¿por qué a mí?” sino también
“¿y por qué no a mí?” ―Mi angustia se convierte en un llanto imposible de ocultar,
con un nudo que ni siquiera puedo tragar, mientras él se sienta y me toma las
manos. ―Me voy a quedar acá, en silencio, acompañando tu dolor… Y si quisieras
hablar, podremos hacerlo aquí o en el confesionario… Pero no te angusties de más,
porque Dios no desoye jamás la oración realizada con fe…

―¡Yo no recé ni pedí nada, padre! ―Respondo con desdén y con rabia mal contenida.
―Solo vine a mirarlo y que me explique en mi cara por qué nunca puedo tener nada…
Por qué siempre tengo que ser la última línea del amor de los demás… Por qué no
puedo ni siquiera tener la chance de vivir…

―Porque las cosas no nos pertenecen, ni siquiera la vida. Todo es de Dios… Sin
embargo, él te dará la explicación que necesitás a través de los hechos. ―Me mira y
sonríe con seguridad, como si intuyera que mis preguntas serían respondidas tarde o
temprano. Y yo quisiera creerle, con tanta fuerza, que lloro con más ímpetu que
nunca. ―Vamos a rezar juntos la oración de Santa Teresa de Jesús, ¿está bien? ―No
digo nada y me limpio la cara. ―Dame tu mano y cerrá tus ojos… ¿Lista? ―Susurro que
sí y comienza:

Nada te turbe,

Nada te espante,

Todo se pasa,

Dios no se muda.

La paciencia

Todo lo alcanza;

Quien a Dios tiene

Nada le falta:

Sólo Dios basta.

Es mucho más larga, pero este es el pedacito más popular y más fácil de aprender…
Ahora te bendigo en el nombre de Nuestro Señor para que vayas en paz… ―Hace sobre
mí la señal de la Cruz y se va.

No me siento mejor, pero experimento un alivio por haber charlado y compartido con
alguien mis angustias. Una sensación inexplicable de vislumbrar que, si decidiera
luchar, fuera cual fuera el resultado final, viviría mi vida como yo quiero y sin
lamentarme de haber desperdiciado lo poco que me quedaba…

Continúo con mis ojos cerrados y Diego aparece otra vez en mi mente, en el latir de
mi corazón. Definitivamente, no puedo ni quiero seguir luchando contra este
sentimiento. A mi vuelta, me centraría en conocerlo y en disfrutar su compañía que
tanto me hace sentir. Mi ingeniero de los ojos más verdes, del tacto más suave, de
los besos más urgentes y con la boca más sensual que había conocido me hace sentir
viva, y eso es lo que necesito. Vivirme y vivirnos.

Levanto mis párpados con lentitud, acostumbrándome de a poco a la luz que entra por
los vitrales, para abrazar al sacerdote y agradecerle este instante de paz que
acaba de regalarme. Sin embargo, no está al lado mío. Miro hacia todos lados, me
levanto del banco y tampoco escucho el eco de pisadas. Qué raro… Veo aparecer a un
seminarista, le cuento lo sucedido y le pregunto sobre el sacerdote que estaba
conmigo. Me mira condescendiente, como si adivinara lo que acaba de suceder y me
responde:

―El padre se tuvo que ir rápido porque estaba atrasado para su habitual unción de
los enfermos. ―Asiento y me levanto de mi lugar. ―Espere. Me dejó un regalo para
usted. ―Mete una mano en el bolsillo de su hábito y saca un sobre para mí. Pero… No
entiendo. ¿Cómo sabía el párroco que tenía que darme un “regalo”? ―Seguramente se
estará preguntando por qué el Padre Francisco dejaría algo para usted ―sonríe―,
pero él es así: adivina las necesidades de las almas más necesitadas y siempre anda
con algo para regalar.

―¿Cómo…? ―Pregunto confundida.

―Eso. Que acepte el regalo y que se deje llevar. ―Me hace la señal de la cruz para
bendecirme. ―Sea lo que fuera que le esté pasando, sepa que nuestro sacerdote ya
está intercediendo por su alma y su vida. Vaya en paz y tenga fe. ―Me dispongo a
abrir el sobre pero el seminarista me lo impide. Lo miro desconcertada. ―Hágalo en
su casa o cuando se sienta lo más tranquila posible. Sé por qué se lo digo ―me
sonríe con dulzura y se va.

Como reflejo, también sonrío. Camino sin dejar de tocar el sobre que guardé en mi
bolsillo. Voy a la parada y siento unas ganas irrefrenables de volver a Buenos
Aires, a los brazos de mi Diego. Subo y me despido de esta ciudad que antes me
trajo tristezas pero en el presente me está regalando otras cosas: paz, por el
acercamiento con mi madre y el haber conocido a mis hermanos; ganas de vivir, a
pesar de no tener muchas chances y de seguir recibiendo reveses; alma y corazón
latiendo al unísono, al aceptar mis sentimientos por Diego. Y en mi cabeza, sus
palabras:

¡Yo quiero anclarme a tus piernas, vivir dependiendo de tus besos, alcanzar mis
sueños con vos!

Menudo balance deudor.

********************

Llego a la casa de mi madre (hace tiempo que ya no la considero como mía) y la veo
cocinando la cena. Corro a abrazarla porque necesito su cariño, sus consejos, una
caricia de sus manos. Como antes.

―¡Soltame, Angie! Vas a hacer que nos quememos. ―Se limpia las manos en el
delantal, luego de poner la carne en el horno, y me mira con una mezcla de temor y
desdén. ―¿Y? ¿Ya te aceptaron oficialmente los Durán o ni media moribunda te
quieren?

Tiene razón. Ni dándoles lástima puedo retener a los que quise o a quienes deberían
quererme y ayudarme. Pero no quiero pelear con mi vieja. Hoy tuve muchos mareos y
náuseas, y ya desperdicié bastante energía espiritual en este viaje. Suspiro, entre
decepcionada por todo lo ocurrido, y agotada de ser siempre la que pone la otra
mejilla.

―No, mamá. ―Chasquea la lengua y murmura algo que no comprendo. ―De todas formas,
no me voy a dar por vencida. Necesito que, cuando yo me vaya de Potrero, los vayas
a ver todos los días hasta ganarles por cansancio y explicarles que…
―¡Ni loca! ¡No lo hice cuando estábamos vivos todos, no lo haré ahora!

―¡Mamá, seguimos vivas! ―Me siento en la silla y me tapo la cara. ―Que se hayan
muerto papá y Santiago no te da derecho a borrarme del mapa a mí también… ¡¿No
entendés que no puedo más?!

Se sienta frente a mí, retorciéndose las manos en el delantal, y sé que no puede


emitir palabra. Nunca se le dio bien el tema de las emociones, pero después de la
muerte de “sus hombres” se cerró para peor y nos fuimos alejando hasta ser casi dos
extrañas. Seco mis lágrimas y voy a mi habitación mientras llamo a un remisse.
Terminó todo para mí. Al menos, esa es la sensación que me llevo de San Luis.
Cierro mi bolso con algunos recuerdos que le llevo a mis amigos y paso por la
cocina. Mi madre sigue en trance y solo me mira pasar. En realidad, sé que ella
quisiera abrazarme pero las capas que se construyó no se lo permiten. Observándola,
puedo llegar a comprender un poco cómo se deben sentir los demás cuando me
convierto en una autómata sin emociones. No tengo ni ganas de despedirme.

El auto llega puntual y me acerca a la Terminal. En una hora parto a Capital. Luego
de veinte minutos de estar sentada mirando a la nada y pensando en muchas cosas que
quisiera cambiar de mi vida, escucho a lo lejos mi nombre. Miro hacia todos lados,
y veo que mi mamá está corriendo hacia la plataforma desde donde saldrá el ómnibus.

―¡Gracias a Dios que no te fuiste! ―Me abraza con fuerza y saca algo de su
bolsillo. ―Tomá…

Me alcanza una medallita que mi padre me había traído de Italia y que yo usaba
cuando era chiquita. Cierto día, no la encontré más y la fui olvidando con el
tiempo. Ahora la necesitaba más que nunca.

―¿Para qué quiero ésto? Dios no está de mi lado…

―No digas eso… Ya tenés donante… Seguro que alguno de tus hermanos…

―No. ―Hago una mueca burlona. ―No aceptó ninguno, ¿sabés? Y no creo que justo vos
los vayas a hacer cambiar de idea…

―No importa, tené fé… Si es necesario, iré a verlos todos los días como me pediste…

Me da el abrazo que tanto necesitaba. Nos apretamos y nos mantenemos unidas hasta
que llega el micro. Antes de irse, mi mamá me dijo que me ayudaría y me sugirió que
me mudara a la cabaña con ella, que siempre sería bienvenida. Mientras, se iría
haciendo los estudios de compatibilidad por si no conseguíamos donante. Sonreí y
agradecí este soplo de amor que había derretido el corazón de mi mamá y que la
había arrojado a buscarme. Al menos, esta puta enfermedad tendría algo bueno: me
uniría con mi madre y me llevaría otro tipo de esperanza…

Nos despedimos y subo al micro. Me había traído en la cartera una información


especial que dio mi doctora para que fuera leyendo en esta etapa de mi enfermedad.
En la última consulta me explicó que, si bien es la más leve de las leucemias y la
de más lenta evolución, necesito tratamiento urgente y averiguar si tendría cama en
el Centro Oncológico del Hospital San Luis, uno de los mejores del país. Tengo dos
meses para arreglar mis cosas y desaparecer. Solo debo pensar cómo hacer y qué
excusa pondré. Diego y Richard no van a creer que simplemente dejo todo para irme a
vivir con mi madre.

Rebuscando en mi cartera para comenzar a leer sobre la leucemia, se me cae el sobre


que me había dado el sacerdote. Lo abro y leo esas líneas tan sentidas, hasta que
me doy cuenta que se trata de un Padrenuestro pero “opuesto”. Es decir, la oración
que, supuestamente, Dios nos diría mientras nosotros le ofrecemos nuestros pedidos.
Hijo mío, que estás en la Tierra, preocupado, solitario, tentado.

Yo conozco perfectamente tu nombre y lo pronuncio como santificándolo, porque te


amo. No, no estás solo, sino habitado por Mí, y juntos construimos este Reino del
que tú vas a ser el heredero. Me gusta que hagas mi voluntad, porque mi voluntad es
que tú seas feliz, ya que la gloria de Dios es el hombre viviente. Cuenta siempre
conmigo y tendrás el pan para hoy, no te preocupes, sólo te pido que sepas
compartirlo con tus hermanos. Sabes que perdono todas tus ofensas antes incluso de
que las cometas, por eso te pido que hagas lo mismo con los que a ti te ofenden.
Para que nunca caigas en la tentación, tómate fuertemente de mi mano y yo te
libraré del mal, pobre y querido hijo mío.

Amén.

La releo una y mil veces, regalándome una sonrisa en los labios, en mi corazón, en
mi alma. A partir de este momento, sé que tendría a alguien poderoso jugando para
mí.

Dicen que todo inicio nace de un final. Se acabó el poner “piloto automático”, para
comenzar a luchar y disfrutar de toda sorpresa, buscando lo que me encendiera. Me
duermo con ese pensamiento mientras voy camino a Buenos Aires. Entrando en mi
departamento, en la madrugada del lunes, encuentro en mi celular un mensaje de
Luciana:

“Lo pensé mucho y no quiero seguir atada a un resentimiento que nos cagó la vida
por acciones de otros. Sos mi hermana y yo sí quiero ser tu donante. Me haré los
estudios de compatibilidad y te iré contando. De a poco, te prometo que vamos a
salir de ésta… Un beso.”

La actitud y la reticencia de mis hermanos para donar, la sensación de angustia que


tuve hasta antes de recibir este mensaje, el desinterés de salvar vidas por
aquellos que podrían ser donantes naturales con el mínimo esfuerzo, me hace pensar
en las existencias, los proyectos y los sueños que se truncan por desconocimiento,
por prejuicios.

Le contesto y le agradezco con un mensaje de voz en el cual no puedo dejar de


llorar. Quiero llamar a mi mamá y a Diego, las dos personas que ocuparon mi cabeza
desde que salí de mi amada tierra puntana, para contarles mi felicidad. Me toco la
medalla mientras le escribo un mensaje a mi vieja, y es una forma de contarles a
ambos, a ella y a mi padre al mismo tiempo, que lucharé por ganar esta batalla.

Pero al hombre hermoso que me sostiene con su cariño a distancia, no puedo decirle
nada aún. No quiero a mi alrededor más lástima de la que inspiro. ¡Y menos con él!
Necesito seguir viendo el futuro en sus ojos y sentir mariposas a través de sus
besos. Quiero que me siga sorprendiendo con sus mensajes y ansiándome a cada
instante. Preciso de sus manos, que siempre aparecen intuitivamente cuando peor
estoy. Amo sus whatsapps llenos de canciones y esa frase que me hace desearlo como
a nadie jamás: "Esperame... Acá estoy”, tocando timbre a los pocos segundos. Y
cuando estaba de viaje y no podía estar a mi lado, seguía firmando sus mensajes de
la misma forma, porque era su manera de estar conmigo. Sus gestos dulces y atentos
fueron calando en mí hasta convertirlos en propios. A veces, una no necesita
grandes cosas, solo ser mirada como quiere que la reconozcan. Diego se tomó el
tiempo de conocerme, para gustarme y extrañarlo. Por eso necesito que siga
mirándome con esos ojos felinos y hambrientos, con esa fuerza posesiva que lo llevó
a dedicarme un “te extraño” sin importarle si estaba o no con alguien. Para seguir
respirando vida fuera de toda esta mierda que me rodea.

¿Cuántas veces dejamos que nuestros prejuicios determinen las acciones que nos
alejan de nuestro destino? De nuestro camino hacia el otro… ¿Y si hablarnos con
amor y escuchar a quienes nos conocen mejor fuera la forma?

Ángeles y su ingeniero estaban por tomar la decisión que cambiaría sus vidas.

Capítulo 11 – Los dulces inicios

Sábado. Once de la mañana. Ya pasó una semana de mi estadía en San Luis. Ayer, mis
Gitanos me dijeron que querían juntarse, pero yo no estaba preparada aún. Mi
organismo aún no se adaptaba a la medicación y tenía miedo de algún vómito o mareo
en el momento menos indicado. Me excusé esgrimiendo que el cambio de clima de las
sierras me había afectado. A pesar de llamarme de todo, mis amigos propusieron
dejarlo sin falta para el próximo sábado, y fin de la discusión. Lo único que me
hizo ruido fue que Diego no respondiera. Es decir, lo vi en la pantalla mientras
aparecía la leyenda “Diego escribiendo…” pero luego nada.

Ya instalada en mi sillón, en piyama, bata y con mi amiguito calentándome los pies,


suena el timbre. Dejo que suene y me hago la que no estoy hasta que comienza a
vibrar mi celular. No atiendo. Whatsapp: “Abrime que puedo escuchar el ronroneo del
vago de tu gato.” ¡No! ¿Y ahora? Bueno, total, tarde o temprano se cansaría y se
iría. Ni contesto. Otro mensaje: “Si no me abrís en diez segundos, comienzo a hacer
tal escándalo que te vas a tener que mudar de edificio.”

Abro la puerta resoplando y lo atiendo con la cadenita puesta.

―¿No sabés entender las directas, ingeniero? ¡No quiero ver a nadie!

―Yo no soy nadie… Abrime. ―Su voz rasposa dándome la orden y su sonrisa sensual, de
lado, me hacen dar cuenta de cuanto lo extrañé. Quito despacio la traba y le doy
paso. ―Empecemos de nuevo ―se acerca y me da un beso en los labios. ―Hola Angie,
¿cómo estás? Yo también te extrañé y, sí, me encantaría ir al cine con vos.

Veo que camina hacia mi dormitorio y empieza a buscarme ropa.

―¿Eh? ¿Al cine? ¿No ves que estoy perfectamente instalada con Silvestre y no pienso
moverme de mi sillón?

―Listo, te vas a poner esto ―responde sin escucharme. ―Pero… Ángeles, ¿no tenés
algo que no sea sexy o ajustado? ―Me causan ternura sus celos. Morfable al mil por
ciento. ―Tendré que fumarme a todos los boludos que te mirarán sin parar… ―Cambia
su cara de “enojado” para sonreírme, llenando de arrugas y hoyuelos su bella cara.
―Hoy vamos a hacer cosas que nunca hayamos hecho juntos. Como no compartimos mucho,
tenemos un amplio abanico de posibilidades. Una vez cada uno. ―Lo miro durante
segundos. Su cuerpo emana una energía hermosa. La de la vida. La del deseo. La que
necesito. ―¿Empezás vos o empiezo yo? ¿Te va una película en el cine? ―Asiento.
―Perfecto. ―Sonrío y sigo sin decir nada. Arqueo una ceja y Diego amplía su sonrisa
con picardía. ―Pensé que podrías estar distraída y comenzar a cambiarte sin
importarte mi presencia…

―Pero eso ya lo hicimos ―mi donjuán se pone serio y se acerca―, y vos propusiste
algo que no hubiéramos compartido aún… ―Descorre la bata de mi hombro derecho y
recorre con su pulgar la distancia entre el cuello y mis pechos. Trago saliva, abro
un poco mi boca y sonríe imperceptiblemente manteniendo sus labios apretados.
―Diego… ―Antes de poner mi bata en su lugar y salir de mi pieza, deposita un beso
húmedo en mi clavícula. Suspiro y Silvestre ronronea. ―Sí, yo también podría emitir
ese sonido si pudiera ―le digo a mi amigo gatuno. ―Uufff, mejor me cambio, gato
traidor, porque si espero a que vos lo ataques y me defiendas, ya estaría debajo de
sus piernas dejándome llevar…

Salgo en diez minutos, cambiada y maquillada levemente para ocultar mi palidez y


mis ojeras. Aun no entiendo qué ve en mí pero, por favor, ojalá que quiera seguir
inyectándome ganas con su boca y sus manos, e incluyéndome en sus proyectos. Voy a
su encuentro y me encanta verlo revolviéndose sus rulos con ansiedad y jugando con
Silvestre. Podría acostumbrarme con mucha facilidad (y felicidad) a tenerlo en mi
vida. Ambos se dan vuelta cuando escuchan mi carraspeo y hago una reverencia en
broma.

―Ay, Angie, si supieras lo que te extrañé… ―Vuelve a repetirme. En dos zancadas


está frente a mí, mete las manos en el bolsillo, aprieta sus labios, y sus rulos
siguen el movimiento de su cabeza. Sea cual fuera la caricia que estaba pensando
iniciar, la cortó. ―¿Te debo parecer un pesado, no? Es que saber que vamos a estar
juntos tarde o temprano, me mete una ansiedad en las venas que quisiera comerte
ahora mismo sin importar qué es lo que te frena… Dejame llevar tus mochilas y tus
miedos, angelito mío, te prometo que de a dos el viaje es más ligero…

Toma mi cara con ambas manos, acariciando mi cuello con sus pulgares,
transmitiéndome con ese roce que su promesa es real. Se inclina sobre mí para
chuparme con suavidad mi labio inferior, pero me asusto cuando comenzamos a
profundizar el beso y lo corto.

―Esperame que voy al baño y salimos… ―Tuve que encerrarme para poder tragar el nudo
de mi garganta y evitar las lágrimas. La ilusión por lo que podríamos llegar a ser
barre con cualquier presagio de tristeza y salgo dos minutos después. ―Ya sé cuál
quiero ver: “Yo antes de ti” ―la elijo a propósito, y lejos de oponerse, asiente,
me toma de la mano y me besa en la mejilla.

No me da tiempo ni a saludar a Silvestre, y me lleva de su mano, corriendo


escaleras abajo. Freno en el rellano y tironeo de su agarre para abrazarlo.

―¡Ey, pará, que no me voy a arrepentir! Ya te dije que sí, ¿no?

Me da un beso en el dorso de mi mano, sonríe y sigue bajando como si fuera un nene


con su travesura preferida.

Comenzaba a soñarnos.

****************

Ir al cine acompañada de alguien que me gusta era algo inédito. Siempre iba a ver
las películas sola o con mi hermano. A Tomás ni lo cuento porque prefería no
mostrarnos mucho. Y lo de la última vez, ya todos conocemos lo que pasó. Compró las
entradas y Diego pidió el balde más grande de pochoclo. Me susurró que esta era su
idea de la cita perfecta: “Tus gambas, mis manos en vos y pochoclos”. Y no me
importó estallar a carcajadas delante de la vendedora. Me había olvidado de cómo
era reír espontáneamente por nada, agotada de esconderme.

Sí, mi cita ideal: él, su boca prometiéndome el mundo y sus ojos color ilusión
diciéndome, todo el tiempo y sin palabras, que yo soy especial. Ya en la sala, nos
comportamos como si hubiéramos venido mil veces juntos a ver una película.
Chocábamos los dedos peleándonos por los pochoclos; sonreíamos sin mirarnos frente
a situaciones de los protagonistas que nos daban ternura; mi donjuán intentaba
abrazarme y yo me acercaba; y, cuando adivinaba que estaba llorando, me daba otro
de sus pañuelos de tela.

―Para que los colecciones y sigas pensando en mí ―susurró en mi oído, dejándome un


beso en la comisura izquierda de mis labios.

Termina la película y salimos, cada uno en su mundo, sacudidos por la historia y


por el contexto. En un momento, no sé qué me pregunta mi ingeniero y no le
respondo. Sigo pensando en nosotros, si Diego se bancaría mi tratamiento, si me
dejo llevar por lo que cada vez late más fuerte en mi corazón, en mi sangre, en mis
entrañas, si… Mi hombre dulce frena, me toma de los hombros y me mira con su verde
profundo intentando mimetizarse con mis ojos color miel, como él los rebautizó.

―Ángeles, volvé de donde sea que te hayas ido porque quiero que se te grabe algo:
no sé qué cosas me estás escondiendo, pero si te pasara algo, de ahora en adelante,
se acabó el enfrentar todo sola. ―Empiezo a llorar en silencio, hasta que mi cuerpo
se libera y me apoyo en su pecho para abrazarnos. Acaricia mi pelo con una mano y
con la otra recorre lento mi columna vertebral, de arriba hacia abajo, llegando
hasta el nacimiento de mi cola y volviendo a subir. —¿Sabés? Dicen que algunos
lobos cazan solos, pero en tu caso ya es hora que comiences a hacerlo en compañía.
—Su gesto es de ternura, de contención, de deseo asexuado. —Conmigo. —De amor.
―¡Ay, beba, no puedo verte así sin preguntarte qué es lo que tanto callás! —Saco su
pañuelo, me seco las lágrimas y me sueno, mientras Diego alza mi cara para darme un
beso en la frente. ¿Por qué no puede ser tan odioso como los demás? ¿Por qué me
tengo que enamorar justo ahora que no puedo? —Quizás no sea el momento —mi hombre
hermoso sigue hablando, ajeno a esta batalla perdida—, pero prometeme que me vas a
contar qué te pasa. Sea lo que sea, y de la forma en que quieras que esté al lado
tuyo, como amante o como amigo, te voy a acompañar hasta el fin del mundo, al
tratamiento que necesites… —Traga saliva, dudando de lanzarse al vacío como está
por hacer. —Y te haré el amor segundo a segundo y de mil formas diferentes con tal
de que me lleves impreso en las venas y no hubiera lugar en vos para nadie más que
para ambos…

—¡Diego! —¡No me la hagas fácil que no lo merezco!

Es verdad que para él debe ser cómodo prometer algo así, sin conocer mi verdad, y
abriendo más dudas en mi corazón sobre si decirle o no de mi enfermedad. Pero
sentir que otra persona, que te conoce hace cinco minutos, te lee mejor que vos es…
Inesperado. Su lengua recorre mi boca, la asalta sin permiso, su erección se clava
en mi ombligo, sus brazos me aprisionan contra la pared de la puerta del cine. Nos
separamos algunos centímetros para respirar al unísono. Mis venas bullen y sé que
ya no puedo soslayar esto que sentimos. No puedo (ni quiero) separarme de Diego.

—Ángeles, no te cuestiones… Uno a veces no entiende por qué el corazón elige de


determinada manera, o en qué situación, pero simplemente es así…

Me siento desnuda, reconfortada y contenida al mismo tiempo, teniendo la certeza de


que el mundo podría caerse pero sus manazas siempre estarían allí para sostenerme.
Aunque en mi caso, la palabra siempre ya no era infinita. Lo quiero. No sé cómo ni
cuándo, pero me ilusioné y ahora quiero probar cómo sería que me quieran de verdad.
A pesar de eso, mi mente vuelve a adueñarse de mis emociones, la culpa me asalta en
forma de taquicardia y mi conciencia me pregunta qué estoy haciendo.

—Estás obsesionado... No me conocés... Ya te dije que no te convengo... ¡Estoy


demasiado rota, Diego!

Baja su mirada. Suspira. Me suelta, camina un par de veces en círculo, en silencio,


y se revuelve sus rulos con ambas manos. Abre la boca e intuyo que me dirá “bueno…
quizás tengas razón… hasta acá llegamos…”, pero no. Acá viene mi dulce donjuán para
romper moldes con sus actitudes.
—Seguís siendo lo primero que pienso cuando me levanto y cuando me acuesto. —Sonríe
como si se acordara de algo especial. —Cuando desapareciste aquella tarde, no dejé
de buscarte. Luego, cuando nos encontramos, no dejé de pensar en lo que sería estar
en vos. Y, ahora, necesito demostrarte y demostrarnos a cada segundo que solo somos
si estamos juntos. —Me deja descentrada. Sin poder hablar. Comienzo a sentir una
especie de llovizna sobre la aridez de mi corazón. —No sé qué te impide verlo, pero
confiá en mí: somos la única opción, angelito mío…

Sí. Definitivamente, comienzo a sentir… Nada más y nada menos, aunque eso seguía
sin bastar.

―Diego, yo… No puedo… De verdad, estoy haciendo todo lo posible, pero… —Suspiramos.
—Llevame.

No discute, ya me conoce y sabe que será peor. Me da ternura que vaya con el balde
de pochoclos vacío en una mano (“para que lo tengas de recuerdo, de nuestra primera
cita en el cine”, me dijo), mientras los dedos de la otra rozaban mi mano
tímidamente, y en el vaivén, también tocaban mi antebrazo. Me provoca cosquillas.
En todas partes. Empiezo a humedecerme, a sentirme “normal” a pesar de mis
falencias físicas, a experimentar lo que sería “ser la chica de alguien”…

En su auto no nos dirigimos la palabra porque sabía que una sola palabra suya
derrumbaría todas mis estúpidas ideas sobre no estar juntos. Igual, no podía evitar
mirarlo distraídamente mientras manejaba. Tenía esa expresión serena que me ponía
nerviosa. Manejaba acariciando el volante, sonriendo al tránsito, suspirando. ¡Lo
prefería enojado y no superado! De repente, toma mi rodilla con fuerza, y otra vez
sus dedos caminando por más territorio del permitido… Contengo la respiración,
porque de verdad quisiera negarme, pero, en lugar de mirarlo, quedo hipnotizada por
su contacto.

―Tranquila, angelito… Sea lo que sea, te voy a esperar. ―Tomo su mano y entrelazo
nuestros dedos para llevarme los suyos a mi boca. Beso una a una sus yemas en forma
húmeda, y las bocinas de los demás nos avisan que el semáforo se puso en verde.
―Ángeles, por favor… Soy de carne y hueso…

Lo suelto como si su frase me trajera a la realidad. No puedo. Es el precio que


tengo que pagar. Llegamos tarde el uno a la otra y había que aceptarlo, aunque
doliera en los huesos y en el corazón. Esta vez, no puedo ser egoísta. Paramos en
mi portal pero no quiere bajarse. Inclina un poco su cabeza y los rulos se mueven
de un lado al otro.

―¿Entendés que no me bajo del auto por vos, no? —Se toma el puente de la nariz con
dos dedos y veo que su lucha está a la par de la mía. —Es que si lo hago, entro y
te hago el amor sin contemplaciones... ―Suspiro y él aprovecha la abertura de mi
boca para darme un beso. ―Entendé que no pienso callarme más lo que siento. No
puedo. No lo merecemos. Dame la oportunidad… Tenés que dejar de escuchar esa voz, o
lo que sea que desde dentro te está diciendo que no, y empezar a escucharme a mí. A
besarme. A… ¡Todo! ―Otra vez ese scanner que disecciona mi mente y esboza las
palabras justas que tocan mi alma. ―Ángeles… ―Gruñe. ―Angie, Angie, Angie… Pasaría
horas besándote, diciendo tu nombre, tocándonos… Me calentás tanto… ―Pasa su mano
detrás de mi cuello para apretarme contra su cuerpo y esta vez me besa con deseo
irrefrenable. Sin querer, sus manos se enredan con mi cadenita y la mira con
curiosidad, al principio, y celos, después. ―¿Quién te la regaló?

―Mi mamá. ―Sonreímos al mismo tiempo. Él de alivio, y yo porque le daría todas las
explicaciones que fueran necesarias con tal de que confiara en mí. ―En realidad, mi
papá era creyente y “me trajo” mi nombre desde Asís, junto con esta medallita.
Contarle un aspecto importante y doloroso de mi vida que ni siquiera conoce Tomás,
diluye un poco la magia de recién. Mejor dicho, el deseo animal que casi nos lleva
a hacerlo en el auto. Es reconfortante descubrir que puedo humedecerme con
normalidad, aunque la medicación me daba ardores. Entreabro la puerta, pero sus
dedos vuelven a reptar por el interior de mis piernas. Cierro mis ojos porque no
volveré a negarme.

―Sí, tenés razón… Por favor, bajá antes que te secuestre… ―Sonrío tímidamente, le
doy un beso en su mejilla y bajo corriendo por miedo (y con ilusión) a que cumpla
su promesa. ―¡Ángeles! ―Me grita por la ventanilla del acompañante.― Creéme: vos y
yo vamos a hacer muchos bebés… ―Otra vez su sonrisa con hoyuelos, sus ojos más
verdes que nunca y su mechón lleno de rulos sobre su frente. Espera que entre y se
va.

Me recibe Silvestre que se enrosca en mí, territorial, y ronronea quejoso por


haberlo abandonado. Coloco el balde de nuestra salida al cine en el lavadero para,
mañana, convertirlo en una maceta. Cuando tuviera flores sería nuestra maceta.
Richard se moriría de risa si me escuchara tan cursi. Tengo que hablar con mi amigo
para pedirle consejo. No, mejor mantendré en secreto esto que nos está pasando,
porque no quiero que se filtre o se contamine, y me vuelvan loca el poco tiempo que
me queda en Capital.

Me lavo los dientes, vuelvo a mi piyama, y a la media hora, mientras estoy leyendo,
suena la alarma del Spotify. Me encanta este juego que inventamos para decirnos
cosas a través de la música. Es como abrir un regalo sorpresa cada vez. Y mi
ingeniero de los ojos esmeralda, mi donjuán particular, mi romántico y dulce Diego,
cómo no, había agregado Angie de los Rolling, antes de mandarme este mensaje:

Angie, aún te amo nena…

Donde sea que mire veo tus ojos.

No hay ninguna mujer que se te asemeje.

Vamos nena, seca tus ojos…

*************************

Pensé que me invitaría a pasar. ¡Pero no! Está tan encerrada en culparse no sé de
qué mierdas, que se aísla pensando que merece autocastigarse. Cuando le hablé de
cuidarla de lo que sea y acompañarla a dónde necesitara, noté que ese disparo a
ciegas le había dado. Me miró fijo como buscando dónde estaría la trampa en mis
palabras. Hasta me ilusioné con que por fin hoy me contara qué más la está
torturando…

Le gusto. Lo noto en esos ojazos que, a veces, se vuelven del color del caramelo
cuando la provoco y el deseo la posee. Sé que en ese terreno, el de prometerle el
mundo y que empiece a creerme, vengo pisando firme. Es tan nuevo esto de sentir
que, por fin, me estoy enamorando, que no existe nada más en mi mente durante el
día. Disfrutar sentir con cada poro, en cada roce, y no solo con el pito… Ángeles
me enseñó que para querer, antes hay que conocerse, compartir. Me divertí mucho con
ella hoy y me deja tranquilo que se haya permitido mirar una película, llorar,
distenderse. Sé que gané mil puntos yéndola a buscar, sorprendiéndola sin llevarle
el apunte a su mezquina soledad.

Es tan hermosa. Si ustedes pudieran verla sonreír e iluminarse por las pequeñas
cosas de la forma en que yo lo hago… Sobre todo, en esos momentos que se distiende
y aparece la chica de treinta años que conocí el año pasado. ¿Qué le habría pasado?
Porque sé que lo de Tomás lo está superando… ¿Entonces? Tengo que lograr que se
abra, que me explique por qué es tan dura consigo misma y se castiga por algo en lo
cual ella debe estar siendo la víctima, y seguramente no puede verlo. Es decir,
todos sabemos que mi angelito estuvo en el medio de una relación que quizás la
marque algunos meses. ¿Pero quién de nosotros no se equivocó por amor? Porque,
aunque me doliera reconocerlo, sé que ella estuvo muy enamorada de Tomás y que yo
aparecí como salvavidas en el momento justo, para demostrarle que merecía algo más.
Eso, y gracias a las cagadas de ese pelotudo, hoy puedo estar a su lado y no pienso
desaprovecharlo.

Tendré que hablar con Ivana. Explicarle que lo nuestro nunca existió porque ahora
sí sé lo que es tener verdaderas ganas de alguien. ¡No, soy un animal, no puedo
decirle eso! Podría demostrarle mi indiferencia de a poco, preparándola, no
quisiera ser brusco con ella. No se lo merece. Todos y ninguno fuimos culpables del
huracán de aquella tarde. El mismo que desató el jugar sexualmente con fuego sin
prever consecuencias. Además, iría despacio no solo por consideración a nuestros
años de relación, sino también porque temo a su reacción. La conozco demasiado como
para pensar que querría armar un escándalo que pudiera echar para atrás los
diminutos pasos que estaba logrando con mi amor. Esto que nos explotó en la cara a
los cuatro, se veía venir tarde o temprano. Sin embargo, y ya que las cosas se
dieron precipitadamente, podríamos intentar hacer una transición lo mejor posible,
¿no? ¡Maldición, ya no sé más nada! Por más que le doy vueltas, la solución siempre
es la misma: estar con Ángeles sin perder un segundo más de vida.

Sabiendo que hay personas que pasan toda su existencia sin conocer jamás el amor,
¿cómo desperdiciar esta oportunidad con mi angelito?

*********************

Siento esa sensación de fuego en mi pecho y me pregunto cuánto más aguantaré las
lágrimas. Ya había conseguido que el carcelero me deslizara la llave entre el
pedazo de torta que pedí ayer a cambio de esas asquerosas caricias que le permití
robarme… Mejor no recordar, luego le daría su parte del trato. Me tiemblan los
dedos pero consigo encajarla en la cerradura. “Falta poco para irnos”, no dejaba de
repetirnos a Silvestre y a mí. Harta de transitar ese camino sinuoso que era
nuestra vida juntos, subí las escaleras del sótano y fui hasta el lavadero. Era la
puerta hacia la libertad… Dejo una nota, miro mi ropa raída y el bolso improvisado
y le consulto a mi amigo gatuno con la mirada: “¿Nos vamos?” Silvestre me mira, se
frota contra mi pierna dándome valor y abrimos la puerta sin saber que frente a
nosotras estaría él…

Despierto sobresaltada, pero aliviada. Los lengüetazos de mi gato me vuelven a la


realidad, aunque siga estando medio dormida. Sólo recuerdo el final. ¿Soñé con
Tomás como mi carcelero? ¿Y esta sensación de paz y alivio viene porque Diego me
recibía en sus brazos después de escapar? ¡Libertad! Eso siento cuando estoy con mi
imprevisible y atento donjuán, y la mente lo trasladó a lo onírico. La falta de
ella, el sentirme asfixiada por mi soledad, por mi enfermedad, por mi culpa de
querer amar y ser amada y sintiéndome una mierda si vuelvo a pensar solo en mí… No
sé…

En la última sesión con mi terapeuta hablé tanto de Tomás y de Diego (se sonrío de
mis adjetivos para nombrar al dulce hombre que me desvela, pero es que me salen
solos) que era lógico soñar con ellos. Me explicó que estaba contento de verme y
escucharme renovada y que, más que “adjetivos”, terminaban siendo cualidades con
las cuales, inconscientemente, demostraba mi interés y mi apertura hacia algo
nuevo. Sin embargo, eso es lo que más miedo me da: abrirme y sentir sin barreras…
Me sorprendió que le diera “el alta” a mi histerismo. Fruncí mi ceño al escucharlo,
ofendida y curiosa.

―Angie, tu histerismo radicaba en necesitar a otra mujer en la escena para


justificar tus pesares y tu relación con el amor… Pero ya no más, porque entendiste
que nadie más que vos y tus necesidades tienen que estar presidiendo tu vida.

En ese momento me quedé callada y le dije que en realidad lo que me estaba costando
era pensar continuamente en todo lo que me había equivocado. En que me duele volver
a corroborar que amar, en mi caso, es una pérdida de tiempo. Que no estoy hecha
para recibir ni dar amor… Lucas me respondió ante eso que todos somos seres de
amor, que aunque no encontremos el clic que nos activa frente a determinada
circunstancia, está inserto en nosotros. La clave está en centrarse en vivir.

Tenés miedo de dejarlo ir porque después, supuestamente, vas a estar sola. Pero,
¿realmente será así, Ángeles? Y si así fuera, ¿no te parece que tendrías que
replantearte qué relaciones fuiste creando? Creo firmemente que cada persona que
encontramos nos sirve para algo y nos muestra un aspecto de quienes somos. Pero
esto es lo que tendrás que intentar explorar cotidianamente: aprender a soltar y a
confiar más en vos, y en que, el que llegue a tu vida, sea quien sea, te va tener
que amar con tus virtudes y a pesar de tus defectos. Mostrar tu corazón y tus
miserias te hará completa. De otra forma, solo estarás ofreciendo una parte y
recibiendo también fragmentos del otro… Si despejaras todo ese espacio que ocupás
en tu mente por obsesionarte con el supuesto amor perdido, tendrías una puerta y….
¿Sabés qué haría el amor al verla? Entrar. —Lo miré porque Diego estaba queriendo
darme todo, colarse por algún resquicio, inventando de todo, y yo seguía
resistiendo. —Entraría y te llenaría con la luz más hermosa que jamás hayas podido
conocer: con la luz de saberte plena en tu completud y con el otro…Así que dejá de
estar usándolo a Tomás como excusa para bloquear esa puerta…

¿Sería así? ¿Tomás estaba siendo mi excusa o lo es mi comodidad por no tener que
expresar mis sentimientos frente a alguien que lo quiere todo? Nos viven exigiendo
que “vivamos cosas”, pero nadie se detiene en ninguna a disfrutar a largo plazo
porque eso implica compromiso. La inmediatez apura al sentir. Y a pesar de tener un
alma experimentada en historias, es cierto que jamás me había enamorado de verdad.
Con la llegada de Diego me di cuenta que lo de Tom fue un espejismo. El verdadero
amor te cuida, se preocupa, te hace brillar en la fusión completa de ambos
corazones. Te sostiene. Te engrandece.

Sí, puede ser que sea un alma vieja y descreída, pero estoy tan dispuesta a
arriesgar todo para ver si lo que me promete mi donjuán del amor es cierto, que me
ilusiono y hasta siento que puedo ganar esta pulseada si lo tengo al lado. Ya no
quiero seguir viviendo historias vacías. El sentir “apurados” en estos tiempos de
“desuso” de sentimientos, confunde y cualquiera es el amor de tu vida. Sin embargo,
los golpes del destino te hacen aprender y, nos conformamos con el amor que creemos
que nos merecemos, aunque a veces tengamos la visión tan sesgada… Y yo hoy quiero
merecerme todo.

Necesito ese aroma que solo él sabe desprender y enviarle a mis terminaciones
cuando estamos cerca. Su olor, el nuestro, es único y es el que, sin saberlo,
estuve esperando. Quiero que mi dulce donjuán sea ese AMOR que, a pesar de haber
llegado “tarde” a mi vida y no ser el primero, me haga olvidar a los placebos que
me rodearon mientras nos esperábamos…

A ver, Diego, vení y mostrame con tus dedos que se puede.

Capítulo 12 – Completamente rendida a vos


Menos mal que me recuperé para la fiesta de la empresa. Y digo esto porque la gente
comenzaba a hablar de mis “faltazos”. Había acordado con Tomás que iría lunes,
miércoles y viernes, mientras que los martes y jueves los dejaría para controles o
descansar. El noventa por ciento murmuraba sobre mis privilegios de ex amante y
prefería eso antes que sospecharan sobre mi enfermedad. Me duele seguir
mintiéndoles a mis Gitanos, pero aún no estoy lista para la lástima.

Mientras, Diego y yo continuábamos en esa especie de histeriqueo peligroso (para


mí). Entre mis controles médicos y mi adaptación a las miradas descaradas e
insinuaciones continuas de mi donjuán, comenzaba a revivir, a sentirme sexy otra
vez. Y eso me tenía en un estado que teñía todo de ilusión, de esperanza. Del color
de la mirada de mi chico especial… Cualquier lugar o rincón en que nos
encontráramos, era bueno para un beso o una caricia. Me sentía superpoderosa
rememorando sus caricias, sus ojos brillando y sonriéndome, mis dedos entre sus
rulos, su barba dejándome irritada la piel de mis muslos, sus dientes en mi cuello…
¡Dios, te pido solo una noche de regalo para sentirlo y ser feliz! Después
desaparecería. Promesa.

Como mi doctora me pidió que fuera acumulando la poca energía que me dejaban los
rayos porque la necesitaría, eso me hizo pensar, por primera vez, en qué sucedería
si Diego y yo estuviéramos juntos… Yo esperaba, y lo hacía esperar a él,
preguntándole sobre cómo estaba con su novia para desalentar y distraer. Y Diego
siempre me repetía lo mismo, arrinconándome contra las cuerdas y con miles de
besos: solo le importaba que la mujer que él había elegido para ocupar su corazón
se diera cuenta cuanto antes de lo que valía y de lo que la necesitaba. Por mi
parte, bajaba mi mirada, me sonrojaba y le seguía la corriente. Y aunque me diera
bronca, entiendo que, a pesar de los celos que me daba que no me contara de su vida
privada, mi ingeniero me estaba cuidando y avanzando casilleros de a poco, como yo
le había pedido. En cada uno de sus gestos no cesaba de demostrarme y suplicarme
que, aunque me costara, tenía que empezar a confiar…

Sí, le temo al amor. No sé cómo procesar esta necesidad de amar sin medida, sin
protección, entregándome toda cuando Diego bulle en mi sangre por las cosas que me
dice o cuando le creo sobre lo que ve en mí. Amar es comenzar a plantearme darle la
llave de mi abismo para que entre del todo y siga llenándome con su luz. Pero,
sobre todo, darme cuenta que estoy enamorada de este hombre tan diferente a mí y a
los que conocí en mi vida, me provoca esa sensación de angustia continua de que se
aleje, cansado de mí, de mi egoísmo y de mi miedo a vivirnos. Sinceramente, ¿por
qué Diego estaría con alguien como yo? ¿Por qué querría "gastar" su tiempo dándome
su corazón? “Por la misma razón que vos querés dárselo: porque uno no elige a quien
amar”, me respondo. Sí, amar es un riesgo, una apuesta. Amar duele. Da un miedo
inmenso. Pero también cura y es inevitable.

“Angie, no todos son como Tomás”, me repetía, y así marchábamos sobre este camino
de enamoramiento que estábamos transitando con Diego: él, demostrando mucho, yo,
escondiendo mi corazón; él, educándome emocionalmente, yo, aprendiendo a sentir;
él, demostrándome lo felices que podríamos ser, yo, empezando a creerle… Porque
vivir, todo el tiempo, intentando protegerme de no sentir es agotador y ya dejó de
tener sentido para mí.

Sus celos son otro tema. Respecto al día a día en la oficina, notaba su creciente
incomodidad frente a ciertas situaciones: no se bancaba comentarios de mis
compañeros sobre mis privilegios de primera dama de la empresa; se le oscurecían de
rabia sus ojos cuando insinuaban que siempre sería la zorra trepadora por haber
salido con el jefe, o cómo le molestaba que yo no reaccionara frente a las risitas
irónicas de mi ex amante cuando avalaba ciertos maltratos de compañeros. Por mi
parte, resolvía tomando mis cosas y yéndome, sin importarme que se enojara quien se
enojara, porque de todas formas hablarían e inventarían igual y prefería no
discutir. Pero por parte de Diego, cada vez que eso pasaba, aprovechaba para verme.
Tocaba timbre, subía con la excusa de “justo pasaba por aquí” para el paseo diario
de Chicha y Limonada o de traer algún “encargo” de Richard (el mejor cómplice de
nuestro amor). Yo le abría con una sonrisa, Diego entraba, me daba un beso cerca de
mis labios, y se quedaba a “charlar”. Por no decir que se sentaba muy cerca mío, me
contaba su día mientras me acariciaba el pelo, se movía por mi casa como si fuera
suya preparando una merienda, tarareando las canciones de nuestra lista y tomando
mis dedos para besarlos, para siempre terminar en la misma pregunta formulada de
una u otra manera: ¿cuándo estaríamos juntos para poder mostrarnos frente a todos y
hacerles entender que nos queremos?

“Ángeles, quiero dejar de soñarte para poder mirarte… Para poder mirarnos… Dame la
oportunidad, beba…”

No estoy acostumbrada, pero me encanta. Y también me da mucha ternura (otro de los


sentimientos que tenía desterrado) esto de ser “casi novios”. Pero, por lo visto,
no solo yo debía aprender a confiar y desterrar prejuicios.

****************

Hoy, en el Faena, aprovecharía para dejar en claro algunas cosas. Diego y sus celos
se habían salido de su cauce. Las últimas dos tardes que vino no lo hice pasar y lo
atendí desde el portero. A propósito, para que aprendiera a confiar en mí, en mi
palabra. En que si decidimos estar en este proceso de conocimiento mutuo, era
porque quería sentir de verdad y no jugar con la vida de ambos. Al contrario, para
mí esto era una apuesta muy arriesgada. Cada noche me acostaba pensando en él,
escuchando nuestra música y empezaba a acostumbrarme a la idea de empezar algo con
mi dulce, sexy y atento donjuán. Necesitaba dejar de soñar en cómo sería sentirlo
en mí, romper barreras mentales y lanzarme por ambos.

A los dos nos pasaba lo mismo, y eso me tranquilizaba, solo que Diego seguía
negándolo. Y no me refiero al deseo latente y urgente que nos circunda, estemos o
no uno frente a la otra, sino a algo más grande: confianza. Palabra compleja, que a
muchos podría sonarle simple, y que abarca cada suspiro de nuestra existencia.
Mirando (nos) hacia atrás, en ese momento pensaba que no era merecedora de ese amor
arrebatado, empecinado, persistente, que me proponía mi hombre hermoso. Pero él,
tampoco sabía cómo gestionar sus celos con la confianza ciega que yo le pedía que
debía tenerme, y eso seguía alimentando mis trabas mentales y emocionales.

Somos como imanes, en esa perfecta inevitabilidad de su unión. Porque, desde que
nos encontramos, jamás tuvimos otra alternativa que estar juntos, para no terminar
como seres vacíos, muertos de amor y de dolor al alejarnos, sin sentirnos, sin
olernos. Yo podría procesarlo con tiempo, con toda la información de mi enfermedad
pesando sobre mis decisiones, pero, ¿y Diego? Él seguía sin entender por qué no. Sé
que el tiempo me dará la razón. Él merece una mujer entera y nadie me saca esa idea
de la cabeza. Sin embargo, estaba a punto de ser una completa egoísta para
permitirle a mi donjuán de los ojos hermosos que borrara con su lengua lo que yo
mentía con mis palabras.

Le pido a Silvestre que cuide el hogar antes de darme una última mirada en el
espejo. Con el maquillaje y este vestido no se notaba tanto mi pérdida de peso. Y
si bien Ricardo hacía preguntas por mis ojeras o mis ausencias en la oficina, no
estaba viniendo a casa hacía semanas porque estaba conociéndose con su propio
“empotrador serial”. Mora estaba en la búsqueda de ser madre, así que tampoco
reparaba en mí. Me dolía muchísimo mentirles a mis hermanos del alma, pero los veía
tan felices que no quería arruinarles el momento con mis mierdas. Y Rocío… Bueno,
ella seguía alejada de mí, celosa, y solo nos veíamos en las salidas con los
Gitanos. Respecto a mi donjuán particular, era el más difícil de cumplir porque
siempre estaba presente de una u otra forma. A pesar de eso, me creyó cuando le
dije que había arreglado con Tomás para faltar, vengándome así de su maltrato, y
que estaba intentando retomar mis estudios a través de unos cursos. Por ahora,
venía funcionando bien y respetaban bastante mis ausencias. Solo tendría que
aguantar este teatro un poco más, total, en breve me iría.

Llega el remisse que pedí hace un rato (no quise ir manejando porque continuaba con
baja presión y cosquilleo en las manos) y me dirijo a El Cabaret del Faena. Durante
meses buscando lugares, organizando esta fiesta, eligiendo EL vestido perfecto para
hacerle compañía, creyendo que vendría con Tomás ya separado y formalizaríamos lo
nuestro frente a todos, anunciando nuevos proyectos… ¿Y ahora? Todo derrumbado. El
espejismo de una relación que creí sólida y amorosa. Mi enfermedad. El amor que
nunca podrá ser. Demasiadas cosas rotas… ¡Basta! Necesito frenar esta espiral
negativa y dedicarme a intentar vivir el momento. Hoy será una gran noche, aunque
no vaya a pasar nada de lo que planifiqué. O sí. Quizás, el que descubrí como el
verdadero amor de mi vida destierre sus prejuicios, me baje de ese pedestal en el
que él me colocó, y me ayude a aceptar y a creer que sí merezco este beso en la
boca que la vida me quiere regalar: su corazón.

Al llegar, una mujer con smoking y pollera negra cortísima me indica el pasillo
para dirigirme al salón lleno de terciopelo rojo y adornos dorados. Cuando conocí
El cabaret me llamó la atención su intimismo y la atmósfera sensual que se
desprendía de los detalles. El lugar estaba ambientado en los clubes de tango del
Buenos Aires de 1920 y un cierto aire de burlesque en su decoración. Fue amor a
primera vista, y a Tomás no le importó ni lo que le conté ni el costo. A él siempre
le gustó aparentar con sus socios y clientes por lo cual no opuso resistencia.
Además, el escenario permitiría que la banda en vivo que contraté se escuchara con
una buena acústica. En la entrada, otra chica muy joven me recibe con mirada
hastiada (vaya a saber una de qué), le entrego la invitación y mientras ella revisa
la lista, chequeo que ninguna esté vestida como yo.

―¿Y su pareja? Porque luego no podré andar buscándola en el interior para que entre
con su tarjeta. Hágame el favor de quedarse por aquí… ―Me indica con renovado
aburrimiento la encargada de la puerta.

―Quedó en casa. ―La corto. Me mira fijo esperando que continúe. ―Le preparé la caja
con la arena y le deje su alimento listo. Llamalo si necesitás que te confirme
nuestro compromiso ―aludiendo a Silvestre.

Mira para todos lados, desencajada por mi ironía, y luego hacia adentro, donde está
Tomás y él le hace señas para que me deje pasar. Ni la miro y sigo. Entiendo que la
tarjeta decía “con pareja”, pero si me ves llegar sola, nena, ¡no jodas! Tendré que
calmar mi genio para sobrevivir la noche completa. La pregunta es con quién habrá
venido Diego.

―¡Angie, al fin! ―Con un abrazo gigantesco, mi gran amigo, me sorprende desde


atrás. ―Te presento a mi nuevo novio de ojos verdes: el ingeniero Corso. ―Me doy
vuelta, nos miramos sonriendo y nos damos un beso. En la mejilla. Ese perfume y sus
labios que intentan mantenerse en una sola línea neutralizan mis bajas defensas
pensando en… Acaricia mi espalda desnuda mientras me retiene a centímetros de sus
rulos, me sonrojo y se me pone la piel de gallina (por no perderme describiendo la
humedad que se centra en mi ropa interior). ―Bueno, bueno, bueno, demasiada tensión
sexual entre ustedes va a incendiar el lugar… ¡A separarse!

En segundos, aparecen Mora, que me regala otro abrazo, y Rocío que me saluda
fríamente. Se coloca al lado de mi donjuán y le da un beso detrás de la oreja.

―Y yo que pensé que me iba a aburrir… ―Abre la velada Tomás, irónico, mirándonos
desde esa especie de escenario donde estaba la banda que ambientaría la reunión.
―Quiero agradecerles a todos por estar celebrando una nueva edición de nuestra
fiesta de fin de año y espero que disfruten como siempre. Como muchos sabrán, hay
cosas que llegaron a su fin ―me mira―, y otras que comienzan. Mi esposa les envía
saludos ―escucho un “hijo de puta” de Ricky e, inmediatamente, siento que Diego me
toma de la cintura sin saber en qué momento logró colocarse detrás de mí―. Ella
quiso quedarse en casa porque conoce que el deber de toda mujer de empresario
exitoso es cuidar lo que es suyo…

Mi ingeniero me susurra algo, pero no lo entiendo porque estoy concentrada en mi


conciencia que me pregunta cómo pude haberme fijado en alguien tan egoísta como
Tomás. Vuelvo hacia atrás en algunos recuerdos que pensé felices, pero que ahora me
demuestran que jamás quise ver la clase de hombre que era mi ex amante. Mi estado
de ánimo y la medicación de hace unas horas me juegan una mala pasada, provocando
que mis rodillas flaqueen. Pero el perfume de la piel de Diego, su aliento y sus
palabras ininteligibles avivan el vértigo que siente mi alma cuando está cerca. Me
apoyo en su pecho, confiada en su abrazo, y él susurra un débil “mi amor, estoy
acá…”. Con esa frase que sí entendí, y la voluntad de mi corazón para poder abrirme
(es increíble que ese músculo blando sepa más de nosotros que nuestra supuesta
racionalidad), escucharlo y aceptar ese “mi amor”, me convenzo de que aún me quedan
esperanzas para vivirnos.

―Ángeles, ¿estás bien? ―Pregunta Rocío, frente a todos, mientras Tomás sigue
hablando. La miramos como si no entendiéramos la interrupción. Y en mi caso,
temiendo el porqué de sus ojos rencorosos en su fingida cara de inocente. Conozco
cómo puede ser ella cuando… ―Es que te vi salir del Durand[11] el jueves pasado, y
pensé que quizás fuiste por algún tratamiento por tu extremada delgadez, o por algo
de fertilidad… Digo, ahora que Tomás va a ser nuevamente padre, debés estar
pensando en cumplir como sea, y con quien sea, el propósito de ser madre… ―Esta es
una batalla entre nosotras. Sé que anduvo diciéndole a Richard y a Mora que yo le
robé a Diego, y debe creer que esa especulación errónea le dará alas para todo.
Tengo bronca, pero más tengo cansancio. Agotada de tanto justificarme. Que hagan y
digan lo que quieran. Lo único que me da vergüenza es que Diego presencie otra
escenita más debido a la mochila de mi pasado. Y para rematarme, redobla la
apuesta: ―Siempre fuiste por todo y por todos sin importar los sentimientos ajenos,
así que no me asombraría…

No mintió y esa media verdad fue la que me descentró. Sí, había ido al Hospital
Durand por una interconsulta y para un estudio específico que me indicó mi doctora.
No sospeché que alguien fuera a verme a esa hora ni tampoco estaba pensando en eso
ese día. Y si bien Rocío no conoce nada de mi vida actual, su golpe me afectó
porque tendría que dar explicaciones. Lo miro a Diego y veo que sus esmeraldas
están tristes por cualquiera de las posibilidades que acaba de plantear Rocío. Otra
vez su desconfianza, sus celos, su idolatría por mí que al prejuzgarme me deja con
los pies de barro haciéndome trastabillar… No. No me pienso justificar más. Se le
nota que se muere por preguntarme qué hacía en el hospital, pero aprovecho que
Tomás termina el discurso y me voy entre los aplausos.

―¡Sos un animal, Rocío! ―Escucho que dice mi amigo antes de escaparme. ―¿Qué
buscás? ¡Dejala en paz!

Durante la siguiente hora, me quedo lejos de todos, girando, poniendo caras


amables. Pensando. A pesar de haber una banda, Richard toma el rol de animador cada
vez que hay que entregar unos premios en broma, pedir canciones “que levanten
muertos” o darles alguna mención a los clientes importantes, y eso me alegra. Su
forma de ver las cosas a pesar de su historia… En el medio de la velada, Rocío se
adueña del karaoke y me da lástima ver cómo lo señala a Diego, dedicándole un tema
en inglés que pocos conocían (digo, por la escasa atención que le dedicaron) pero
que sonaba sensual. Nadie le lleva el apunte, y mucho menos mi amor, a pesar de la
desesperación de mi ex amiga por captar su mirada. Aunque debo confesar que mi ego
de mujer se sintió muy bien al ver que mi donjuán me seguía con sus faroles verdes
y su boca apretada posesivamente por todo El Cabaret, trato de no llevarle el
apunte porque sabía que debía dejarlo solo para que masticara sus celos infundados.

Tenía que educarnos a ambos en esto de creer. Y sé que suena mentiroso de mi parte
decirlo, porque yo soy la primera en no confesarle lo que estaba viviendo a la
persona que querría tener al lado el resto de mi vida, pero… Tengo mucho miedo de
sentir tanto, de que esto se ensuciara por malentendidos antes de empezar, de que
crea que le mentí por razones equivocadas. ¿Tanto cuesta entender que mis reglas
intentan convertirme en una chica normal que solo quiere salir, compartir, hacer el
amor y que la miren para siempre sin lástima ni por caridad? Me encantaría ser la
valiente sentimental que Diego y yo necesitamos para estar juntos… Desearía que mi
sexy y dulce ingeniero, el donjuán de mis emociones, no dejara de observarme ni
tocarme jamás como lo hace, pero sé que si supiera la verdad todo cambiaría.

Debido a mi pasado como amante de Tomás (y que muchos conocían), no paré de ser
tratada con burla como la señora de la fiesta durante toda la noche. Eso me
repateaba la conciencia y me daba mucha bronca, pero de a poco, iba aclarando a
quien me lo preguntara mi nuevo estado sentimental. Para la mitad de la noche ya
había dejado de ser la hija de puta roba maridos para pasar a ser la pobre boluda
que terminó como se merecía, según el cristal de quien me mirara.

―No lo hagas ―escucho que me dice la voz masculina que desde hace meses me provoca
de todo y que me metió en las venas que no está mal vivir con ilusión. Me doy
vuelta y lo miro como si me diera vergüenza que pudiera leerme con tanta certeza.
―Tomás jamás se preocupó por merecerte. Y no está mal que hayas creído en que el
amor es lo que él te enseñó que debía ser: conformismo, anularte como persona,
segundas opciones, humillaciones… ―Quiero sonreír pero solo me salen lágrimas. Alza
sus dedos para recoger las que brotan y se las lleva a los labios. Las saborea
mientras no deja de mirarme. ―Tengo tantas ganas de morderte… —Ahora sí sonrío ante
su ocurrencia. ¿Entienden por qué lo amo? ¡Me ve llorar y dice que quiere morderme!
De repente, el aire entre nosotros cambia. Sus labios entreabiertos y su lengua en
medio de sus dientes, me provocan a mí ganas de sacarlo de acá y lamerlo desde su
ombligo hasta la punta de su… ―¡Al fin, angelito mío! Tu sonrisa… Tenés una luz tan
hermosa cuando me mirás así, como si comprendieras que podés hacer conmigo lo que
quieras, cuando quieras y si querés… ―Gruñe. ―¡Dios, ya estoy caliente! ―Bajo mi
mirada hacia su pantalón y me río en voz baja, con ternura, por sus reacciones.
―Cuando sonreís y nos regalas lo mismo a los mortales que te rodeamos… ―Otra vez,
acaricia mi mejilla con el dorso de su dedo y su contacto nos quema, ostentando en
el aire lo que sentimos desde aquella tarde en el spa. ―Angie, mi chica de los ojos
color del sol, quisiera… ―Traga saliva. Que no termine sus frases me excita mucho
más que si lo hiciera. ―Necesito…

No pudo continuar porque su beso le gana a las palabras, y respondo como hace meses
que sueño hacerlo. ¡Le tenía tantas ganas! A él, a sus besos, a nuestras lenguas, a
sus caricias. Apoyo mis labios en los suyos y Diego succiona mi labio inferior,
mordiéndomelo, tironeándomelo… Un gesto tan íntimo, a pesar de estar rodeados de
extraños, con el cual quiso demostrarme sin discursos que no se iría a ningún lado.

―Me gustás toda, ¿sabés? ―Su mirada verde recorre mi cara con lentitud. ―Mirate en
mis ojos y te voy a demostrar lo que sos, lo que valés para mí y para vos…

¡Mi vida, mi Diego, si pudiera hacerlo! Si pudiera confesarte que me tenés en una
nube, que te amo porque te metiste en mis venas, en mi sangre, para nunca más
salir... Sí, es hermoso vivir con ilusión, pero ¿cuántas veces hemos preferido
mirarla de lejos para no darnos la cabeza contra la pared? Para no hacerle daño al
ser que le da sentido a nuestro vivir… Mantenerla allí, como la zanahoria con el
conejo, cavilando que sí se puede pero sabiendo que la realidad es otra. Y, sin
embargo, siempre volvemos…
―Y con nosotros, la grande, la inigualable, Angie de América ―escuchamos a Richard.
¡Ay, no! Ese sobrenombre siempre lo utiliza cuando quiere que cante algo de Sandro
en algún bar. ―Ángeles, ¡dale, vení! Subí y regalanos tu versión de la canción que
quieras, amiga… ―Sube y baja sus cejas y se ríen todos, arengando con palmas. ¿Y la
cámara oculta? Una cosa es bromear con el karaoke en mi casa y entre amigos, y una
muy distinta cantar frente a todos los de la empresa. “Ricardo, no es el momento”,
le digo con mímica. ―¡No se imaginan la gran cantante que tenemos entre nosotros! —
Comienza un murmullo intenso y me sonrojo. —Dale, no te hagas rogar y subí…

―Eso, mi angelito de sonrisa brillante y ojos dorados, por favor, no me hagas rogar
más…

Susurra mi dulce y sensual donjuán, recolocándome, por medio de caricias, unas


ondas que se habían salido del peinado detrás de la oreja. Su tono, sus dedos, sus
palabras me demuestran que se refiere a otra cosa y su voz opera con magnetismo
para que haga lo que me pide.

Subo al escenario sabiendo qué canción cantaría. Como la que había contratado y
elegido a la banda luego de escucharlos también había sido yo, su director y los
demás me sonríen al verme llegar. Les pregunto si conocían el tema que deseaba
compartir con todos, el director lo googlea (con una aplicación especial que tiene
en la tablet para tocar todo tipo de canciones), me dice que sí y nos guiñamos un
ojo. Ricardo expresa un “te quiero” con sus labios y me lanzo para confesar con
música lo que no me animo estando frente a frente. Contemplo la sala teñida de
rojo, como mi corazón, como mis venas que lo ansían, como mi sexo que lo reclama y
empiezo a cantar.

―Hoy desperté con ganas de besarte. Tengo una sed de acariciarte, enredarme a ti, y
no soltarte. Eres tan embriagante, eres tú, eres tú…

Sigo la letra con mis dedos, acariciándome, sin dejar de mirarlo, mientras voy
cantando. Primero mis labios, tomando el pie del micrófono, bajando por los
costados de mis pechos y moviéndome sinuosamente, diciéndole que es ÉL el que
descubrió lo oculto en mí, al que esperaba, sin saberlo, por sus palabras y besos.
Desde siempre y para siempre. Diego se acerca al pie del escenario, como si fuera
mi fan, y yo acaricio su mentón. Parece ensayado, pero es el deseo el que está
hablando. Toma mi mano y besa el dorso de mi muñeca. No nos importan las miradas y
los susurros. Que todos sepan.

―Tenemos planes diferentes, pero tú siempre en mi mente, pues mis venas ―acaricio
el dorso de mis brazos pasando de nuevo por los costados de mis pechos para
terminar con las manos (solo un segundo, porque si no saltaba del escenario y
hacíamos el amor ahí) en mi sexo― tan sutilmente disfrutan tanto quererte… Eres tú,
eres tú, eres tú, eres tú…

Termina la canción y el hechizo. ¿Qué acabo de hacer? Me conmino mentalmente a no


ser egoísta, otra vez, pero mi corazón no me la está haciendo fácil. ¿Y toda la
perorata de “no podemos porque no te daré jamás una familia y tendrás que vivir al
lado de una cama de hospital o buscando donantes” dónde quedó? Los aplausos
estallan, veo que Diego quiere subir pero Rocío aparece para colgarse de su brazo.
Me mira y me llama, sin prestarle atención a la rubia, preguntándome con esos ojos
que adoro si quiero arrasar con todo, y le digo que NO con la cabeza. Traga saliva
con sus labios apretados. Con esa boca tan llena y su expresión escondedora de mil
sentimientos que tanto aprendí a amar. Lógico, una vez más nos hice creer que
podíamos y ya debe estar cansado. Mi amiga (aunque no sé si seguir llamándola así)
le susurra al oído algo, pero sus esmeraldas siguen clavadas en mí.

Bajo del escenario y busco a Tomás que está solo en la barra, alzando la copa en mi
dirección. En cierta forma, hubiera preferido seguir con él. Menos sentimientos en
juego, solo mi ego. Ahora había entregado el corazón, algo que siempre juré no
hacer. Vivir era más fácil cuando hacía de cuenta que amaba y seguía detrás de mi
muro. Esa pared que derritió Diego con la luz de la ilusión… Con la emoción
inagotable de su amor… Quise darle celos, demostrarle que no necesitaba su cariño
ni esa vida mejor que me quería regalar… Que no le convengo. Tengo esta maldita
lucha continua entre la Ángeles que quiere perdonarse y ser feliz el tiempo que
resta, y la que desea castigarme y castigar a mi amor por haber cometido el error
de fijarse en mí.

―Te felicito. ―Ofrece su mano y paso de largo. Si alguien me hubiese dicho hace
meses que hoy estaríamos así con Tomás no le hubiese creído. No quiero darme vuelta
para no encontrarme con Diego. Mi ex amante se da cuenta. ―Quedate tranquila que
estando conmigo no se atreverá a venir a buscarte. ¿Qué le viste a ese boludo? Anda
babeando detrás tuyo como si fueras un trofeo. Decile que llega tarde, que seguís
siendo mía… ―Toma un trago de su whisky y sonríe con sorna.

―¿Y por qué habría de mentirle? Ambos sabemos que estoy enamorada de él como nunca
lo estuve de nadie. Ni siquiera de esos sorbitos que me diste y que me hiciste
creer que era lo que no era: amor.

―No te pases, Ángeles ―me toma del brazo con fuerza, lastimándome, y deja un beso
en mi cuello―, porque de mí nadie se burla. ―Le susurro que me suelte, porque
siento todas las miradas sobre nosotros y no tengo fuerzas para empujarlo. Dentro
de una hora me toca la medicación. ―Ya me enteré que anduviste diciendo que lo
nuestro se acabó, pero a mí nadie me humilla. ―No entiendo nada. ¿No se supone que
siendo un hombre casado y a punto de ser padre de nuevo debería estar
agradeciéndome que haya aclarado las cosas? ―Vos vas a ser mía hasta que yo decida
soltarte… No hagas que destruya tu mundo de mierditas de colores en dos segundos,
porque vas a pasarla muy mal el poco tiempo que te quede… ¿Le contaste que estás
enferma? ―Palidezco porque no quiero que lo sepa. ―Me imaginé. No te animaste a
jugar la carta de la lástima con él como lo hiciste conmigo, ¿no?

Amago a darle un cachetazo y me sostiene la mano. Me baja la presión y se me


aflojan las piernas. Giro mi cabeza para que no me vea llorar ante sus palabras, y
encuentro que Diego me está mirando con tristeza contenida, apretando sus dientes
con bronca, decidiendo si venir o no hacia nosotros. Observo que tiene sus puños
apretados, hasta que Rocío toma su cara con ambas manos y le dice algo. La mira,
gira la cabeza lentamente como negando y comienza a conversar con otros compañeros,
dándome la espalda. ¡Al pedo hice ese teatrito de venir al lado de Tomás sabiendo
que lo lastimaría! Su apretón en el brazo lo convierte en una caricia que me
provoca náuseas. Me sorprende un dolor inmenso en el pecho… Se acerca a susurrarme
no sé qué, porque solo escucho un zumbido en mi oído. Asco de vida. Me suelto de un
tirón.

―Me voy.

―Te llevo ―sentencia sin lugar a réplica.

Ni lo miro y sigo caminando hasta la salida. Escucho que Richard y Mora me llaman
pero quiero huir. ¡Déjenme en paz! Cuando siento el aire en la cara, respiro
profundamente.

―¡Ángeles, pará! Perdoname… ―Me quedo quieta en el lugar. ¿Tomás pidiendo perdón?
―Sé que a veces puedo ser un poco brusco ―“una basura”, querrás decir―, pero lo que
dije hace un rato, las amenazas y lo demás, fue porque aún me resisto a que no
podamos seguir juntos… Yo…

―Ahorrátelo, Tom, los dos sabemos que nunca fuimos y que solo perdí estando con
vos…
Agacha la cabeza: ―Al menos dejame llevarte y así me aseguro que no te vas con
nadie…

¡Ahora entiendo! Su problema era dejar en claro que su ex amante no se iría de la


fiesta con nadie que no fuera él. Lanzo una carcajada estridente y me quedo
riéndome con tristeza dos segundos, mirándolo con pena. ¡Lástima de mí misma que
rebajé los últimos años de mi vida con este pelotudo! Pero tiene razón: al menos,
que haga algo caballeroso por mí y me acerque a mi casa. No me siento bien y Tomás
ya sabía de mi enfermedad. Lo sigo hasta el auto y subimos en silencio.

Apenas llegamos, traba el seguro, me acorrala con el cinturón puesto e intenta


despedirse con un beso. No sé de dónde salieron las fuerzas para empujarlo y darle
semejante cachetada que marcó su mejilla, pero ahora sus ojos destilan una rabia
que no me gusta.

―¡Ni se te ocurra volver a tocarme! ―Respondo con una seguridad en mi voz que no es
tal.

―Ángeles, si accediste a venir conmigo en el auto es porque aún nos pasan cosas y
querés dirimirlas en la cama de tu departamento. Departamento que, te recuerdo, yo
te ayudé a pagar… Por lo tanto, puedo venir y hacer lo que quiera en él ―toma mi
barbilla con fuerza, apretando mi cara y dándome una muestra más de su violencia―,
¿te queda claro?

Suena su teléfono, pero no es el ringtone de siempre. Debe ser un llamado


importante para que cese con su intimidación. Por lo que oigo, es su mujer que lo
está llamando porque uno de sus hijos está con fiebre. Cuando corta, lo miro con
ironía y le digo:

―Atendé a los que te necesitan y dejá de molestar a las que queremos ser felices.

―¿Con Diego? ―No respondo.

Chasquea la lengua. No me interesa que el hombre que me quitó todo sepa de mis
sentimientos. Me da miedo que también vaya contra él y no pueda volver a trabajar
siendo tan brillante.

―¡Conmigo misma! No necesito a otros para intentar rehacer mi vida. Ese error no lo
vuelvo a cometer. Me costó demasiado caro…

―Te vi besarlo… —Se acerca, pero le rasguño la cara para que le pida explicaciones
Gabriela. —¿Qué hacés, loca de mierda? ¿Y ahora cómo justifico esto?

Me zamarrea, pero ya logré sacarme el cinturón y apretar el botón de destrabe de


seguridad. Me zafo con bronca y me voy.

―¡Hasta nunca! ―Me bajo dando un portazo.

Entro rápido en mi edificio, cierro con llave y espero a estabilizarme para subir.
Enfrentarme a Tomás me quitó la poca energía que tenía. ¡Menos mal que no debía
tener stress! Un poco más calmada, subo al departamento donde me recibe Silvestre
amorosamente.

No sé si afortunada o lamentablemente, esta noche aclaró la situación de los tres:


ni Diego se volverá a acercar después de mostrar frente a todos que me fui con
Tomás, ni mi ex amante querrá volver a molestarme después de las marcas que dejé en
su cara y que tendrá que explicarle a su mujercita. ¿Y yo? Yo tengo una ensalada
rusa de sentimientos en el cuerpo…
*****************

Ivana no quiso venir porque según ella sería “una fiesta de cerebritos y no tengo
ganas de bancarme a gente hablando de obras y cosas que no me interesan”. También
me dijo que no dormiríamos juntos porque ella tenía mucho que investigar para un
caso especial. Si sabía que estaba con su compañero de oficina, hubiera sido mucho
más fácil digerir las razones que esta noche me llevarían a disfrutar de la piel de
mi angelito.

La veo aparecer cuando Ricardo deja de hablarme, y trago saliva varias veces. Sigo
sintiendo la misma taquicardia de aquella tarde, de nuestra primera vez, del minuto
cero que marcó nuestra largada hacia la meta que nos llevaría años lograr. Sin
embargo, cuando uno conoce lo que podría ser lo ideal lo quiere cuanto antes y esa
era mi maldición. Esta vez, imprimirme en la sangre el olor del hueco de su cuello
y el significado de sus miradas doradas me impacientaba, haciendo que tachara cada
segundo hasta reencontrarnos con el cuerpo (ya que con el alma lo habíamos hecho).
No me voy a justificar, las cartas están echadas: tengo novia pero amo a otra. A
aquella que me hizo entender que, aunque caminemos perdidos y ciegos hasta niveles
insospechados, siempre podemos pegar el volantazo. ¡Lo que daría porque Ángeles me
escuchara y creyera cada palabra!

Cuando nos encontramos y toco su espalda, mi pene saluda a media asta. No me está
haciendo bien este vestido rojo, enmarcando su culo y dejando ver demasiado de sus
piernas. Quiero dejarle en claro, con mi mano en su espalda desnuda y mi beso
posesivo, que necesito estar en ella… Pero Rocío arruina el momento con sus
comentarios maliciosos, y me dan ganas de rescatarla de todo y de todos.

Siento que ella no se abre por miedo a que la vea tal cual es. Si entendiera que ya
la conozco, que veo perfectamente qué clase de ser humano es. Ella es mi angelito
de las alas rotas y la quiero ayudar a volar, a descubrirse. Eso deseo expresarle
con mis caricias distraídas, con mis propuestas que le suplican que me deje entrar
en ella, con mis idas a su casa, con las canciones que le regalo. Nos acercamos y
alejamos toda la noche. Nos miramos. Nos olemos a distancia. Jugamos. Mientras
Rocío se vuelve insoportable dedicándome con ademanes una canción, Tomás se acerca
con un trago sin que me dé cuenta.

―Parece que las hembras más lindas de la fiesta están necesitando a otro ingeniero
que las… ¿Cómo decirlo? ―Se ríe por lo bajo.

Por tipos como éste, mi amor de la mirada brillante se autoflagela no creyéndose


merecedora de ningún tipo de cariño.

―¿De verdad te pensaste que por unos besos y orgasmos robados ella se iba a
enamorar de vos? Angie desea la libertad y por eso volvió conmigo. ―¿Cómo q volvió
con él si me dijo que había hablado para terminar todo? ―No te ilusiones ni le
hagas el noviecito con cortejo que ella necesita ésto, ser la otra, más por
comodidad que por pasión. ¡No sabría qué hacer si tuviera el amor delante!
―Continúa con una media sonrisa despreciable. ―Aunque… ¡Pero claro! ¿Cómo no se me
ocurrió antes si esto ya lo vivimos? Pensalo: si tanto te gusta, podríamos
compartirla…

Muestra esa sonrisa falsa que tanto conozco, la que usa para sus acuerdos
comerciales. La que debe utilizar el mismísimo demonio cuando quiere tentar y herir
mortalmente con sus tratos. Pero para mí, Ángeles no es un negocio. Lo miro y
aprieto mis dientes. Tengo ganas de partirle la cara por faltarle el respeto en su
ausencia con esa sugerencia. Sin embargo, sabía que así le haría más daño a ella
que a mí.
―¡No me digas que creíste que Ángeles es de esas que se conforma con uno solo en su
cama, ¿no? Mujeres como ella solo sirven para cogérselas, no para enamorarse, pibe…
―Toma un sorbo de su trago. ―Aceptá este consejo gratis de… ¿Amigo?

Aprieto mis puños, conteniéndome, porque esta basura considera que Angie es suya y
que la conoce. Dejo mi trago, me acerco y lo tomo de las solapas. El muy hijo de
puta sigue sonriendo, sabiendo que mis celos me tornan desconfiado, y que Ángeles
me oculta algo que no se anima a decirme y que sólo él sabe.

―¿Qué cuenta el hombre más lindo de la fiesta y el pelotudo más grande del
universo? ―Gracias a Dios, nos interrumpe Ricardo, porque lo iba a cagar a palos.
Tomás deja su vaso, ni lo mira, y se va. ―Vine porque me di cuenta que esa mierda
te estaba llenando la cabeza con algo y vos estabas por responderle… Él sabe que si
lo trompeabas no conseguías laburo nunca más —mira a nuestro alrededor—, porque
esto está lleno de empresarios dispuestos a contratarte con solo guiñar un ojo… —
Palmea mi hombro y relajo mis puños. —Andá a buscarla, que está perdida sin vos y
se le nota…

Nos sonreímos porque la noble amistad con Ricky hace que vuelva a centrarme en mi
objetivo. Lo dejo y me dispongo a seguirla a distancia por todo el salón cual
guardaespaldas silencioso, pero haciéndome ver y haciéndole sentir que nunca más va
a estar sola. Observo cómo cambia su expresión dependiendo de quien la aborde para
conversar, y sé que eso tiene que ver con su rol de ex amante de la basura de
Tomás.

Las venas me van a explotar de querer poseerla y necesito ir a su lado. Su perfume,


su espalda desnuda y su temblor de anticipación al adivinarme, funden mi cerebro en
el deseo más cavernícola que podría existir. Necesito decirle que es mía, que
quiero morderla, que quiero llevármela a mi cueva a vivir de la caza y de la pesca,
y haciéndole el amor hasta grabarme en su hipodermis… La beso… Frente al mundo. No
sabía qué hacer para gestionar mi ansia y nuestras ganas, porque no quería que
siguieran hablando de ella. Pero darme cuenta que también el prejuicio estaba de mi
parte al querer esconderla y escondernos, me impulsó a morder su labio inferior,
chupárselo como si estuviera en otra parte de su cuerpo y quedarnos sin oxígeno.

―Me gustás toda, ¿sabés? ―Agranda sus ojos abrillantados de ese cobrizo tan
especial y sus pestañas se mueven sin parar. Está sorprendida y yo suspiro de
codicia. Recorro su cara con lentitud, porque quiero grabarme cada gesto de nuestro
primer beso en público. Tengo que saber qué pasa por su mente ya mismo. Angie mira
de reojo para todos lados y quiero traerla de nuevo a mí. ―Mirate en mis ojos y te
voy a demostrar lo que sos, lo que valés para mí y para vos… Fuera de nosotros, no
existe nadie más…

Pero la voz de Ricardo y su pedido vuelven a alejarla. Me consulta con la mirada, y


le digo que disfrute y suba a cantar. Aunque no conozca la canción, su tono
cadencioso y sensual me calientan más y más a medida que mi beba se va tocando y me
señala. “Me encanta verte, tenerte, abrazarte…”, y nos imagino en mi cama haciendo
cucharita, “…todo lo bueno de mí florece, eres tú ese imán de una preciosa
energía…”, con nuestras manos buscando nuestros sexos y nuestras bocas dejando su
huella… “Es tu alma que envía señales a mi cuerpo, porque éste sigue pidiendo ese
aroma de ti que me invita al acecho, eres tú…”, ese sabor que disfruté la primera
vez y que jamás pude sacarme de mi inconsciente. Su sexo empapado por los
movimientos de mi lengua y mis palabras… Me toco sin querer mientras nos miramos.
Termina la canción y voy a buscarla. Pasa de largo y no entiendo. Rocío aparece.

―¿Estás buscando a alguien? ―Apoya sus pechos en mi espalda. Nena, ya no entendés


ni directas siquiera, ¿no? Y la mirada de Angie es demoledora: NO.

Respeto su distancia. Ahora, los cuatro, junto a Ricardo y Mora, estamos en otra
barra, mirándolos a Tomás y a mi amor discutir casi en silencio. La conozco, y sé
que detrás de las sonrisas armadas que se están dedicando hay un rechazo
encubierto. ¡Mirame, angelito mío, y dame una señal para ir a buscarte! Pasan
segundos y lo hace, como si mi orden hubiera llegado hasta ella. Aprieto mis puños
al ver que Tomás esquiva un cachetazo y decido ir hasta ellos.

―No vale la pena, dejalos resolver sus cosas y dame una oportunidad… ―Me pide Rocío
tomando mi cara con sus manos.

La miro a los ojos y solo veo deseo despechado, nada del alma hermosa que leo en
los ojos brillantes de Ángeles. A pesar de eso, me doy vuelta y me olvido. No
quiero, pero necesito hacerlo. No voy a seguir suplicando.

―Diego, te juro que no entendemos por qué lo hace, pero sé que siente cosas por
vos… ―Dice Mora. Rocío le contesta algo por lo bajo y yo sigo maldiciendo la
indecisión de Ángeles. No puedo seguir demostrando sin recibir algo que me inste a
continuar, por eso no digo nada. ―Si no me crees, lo llamo a Román y…

―¡Angie! ―Miro en dirección a lo que sea que esté viendo Ricardo, y observo cómo mi
amor se está yendo angustiada de la fiesta. Sigue de largo, ignorando el llamado de
Mora y su amigo, y Rocío susurra que la dejemos ir. Tomás va detrás de ella. ―Tenés
que ir a buscarla, Diego…

―No. Me voy. Estoy asqueado…

―Te acompaño ―desliza Rocío.

―No ―contesto mirándola a los ojos y con tono forzado.

No quiero ser grosero, pero si dice una palabra más no sé qué seré capaz de
replicar. Esta vez, el silencio es generalizado.

―De todas maneras, todos sabemos que Ángeles y Tomás se merecen… ―Dice con malicia.
Respondo que no con la cabeza, pidiéndole que no continúe. ―Deben haber ido al
departamento de ella… Seguro que hoy vuelven y se arreglan… —No la soporto más. Ni
a ella ni a la mierda de distancia que nos impuso Ángeles dejándome inseguro frente
a sus sentimientos. —¿Diego? ¿Adónde vas?

Es tarde y necesito estar solo para meditar qué resolveré sobre Ivana y el
casamiento. No puedo seguir engañándonos. Es decir, no les voy a mentir diciendo
que no nos dejamos confundir bajo las sábanas, pero me pasan más cosas en el pecho,
en el estómago y en mi pene cada vez que escucho la voz de Ángeles, que cogiendo
con mi supuesta novia. Lo que hacemos es meramente fisiológico y para callar
nuestras conciencias, porque intuyo que a ella tampoco le están pasando cosas como
antes. Sin embargo, no puedo olvidar que… No sé, me da pena… Dejar a una mina con
todo listo… ¿Qué diría mi viejo? Pero peor sería más adelante…

Llego al estacionamiento y lo primero que busco es el auto de Tomás. No está y sé


que se fueron juntos. Tengo ganas de matar imaginando cómo estarán disfrutándose,
sabiendo que yo debería estar en ella y que nuestro único impedimento es su mente,
porque su cuerpo sí reacciona ante nuestro deseo… Pongo como consuelo nuestra
playlist.

Yo cierro la puerta del mundo, me trago la llave

y me encierro con vos.

Mercenario de tus labios, planeo pasar la tarde así,


zambullido en las caricias del sol…

¡Maldición! Me voy y manejo como un loco sin destino.

****************

No doy más. En pocas semanas estaré en San Luis y esto será un mal recuerdo. Lo que
pasó esta noche, la agresión de Tomás, la humillación de seguir siendo “la otra” en
el inconsciente colectivo (y, a veces, en el mío), me desgastó hasta el punto de
que mi enfermedad me recordara, con una puntada y un desmayo que no llegó a ser,
que no podía seguir en ese lugar. Y cuando digo “ese lugar” me refiero tanto al
Faena como a la vida.

Silvestre me acompaña mientras me voy desvistiendo de camino al baño, sacándome


todo con un enojo que nacía desdelo visceral. Pero más que enojo, era frustración
conmigo misma por haberme comportado como una inadaptada del amor y de una
potencial felicidad. ¡Si Diego supiera que lo vivo mirando desde el cristal de "lo
amo pero no puedo decírselo"! Si entendiera que lo veo como a un superhéroe,
intentando derribar con un picahielos ese maldito muro que está a mi alrededor para
llegar hasta mi corazón escarchado... La imagen suena imposible, ¿no? Y no porque
su amor o acciones sean pequeños, sino porque yo me alejo más y más, a veces sin
querer, con nuevas desconfianzas cada día. Con renovados prejuicios sobre si él
soportaría estar al lado de una enferma casi terminal, armando escenarios en donde
mi hombre hermoso se entera de que tengo leucemia y siempre me está mirando desde
lejos con pena... Pero sobre todo, y creo que eso es lo que más pesa en mi
comportamiento hacia Diego, pensando si yo podría estar a la altura de su amor, de
su invitación a ser feliz y probar a largo plazo lo que promete con su lengua. Lo
que yo tengo se llama MIEDO. Así, en mayúsculas y sin vueltas.

Como siempre que me siento mal, lleno la bañera, escucho música y me transporto a
otros lugares. Esta vez, le doy play a mi lista compartida con Die, Música
donjuanesca (le saqué el “empotradora” porque ahora también la manejaba él),
acomodo la camita de Silvestre a mi lado, y me dispongo a disfrutar de mi baño
perfumado escuchando nuestros corazones hablando a través de las canciones.
Chapoteo con el agua y Silvestre se corre. Para ser un gato, está siendo bastante
amigable con el agua que derramo fuera de la bañera. Quizás intuye que necesito que
me escuche. ¡Lo único que me falta es que use de psicólogo a mi pobre amigo gatuno!
Sonrío y me paso la esponja por el cuello recordando el beso de Diego y su perfume.
Acaricio mis pezones, duros de mi deseo por mi donjuán y me quedo algunos segundos
en cada uno, apretándolos, pensando en su boca…

Cierro mis ojos mientras escucho y tarareo la música que habla de sufrir y sentir
con todo el corazón. Siento que ahora se sufre a medias y a las apuradas. Estamos
en la era de lo descartable: si no sos vos, será otro, o el que sigue, o el que
sigue al que sigue… Y a pesar de la imagen que quise proyectar toda mi vida, de
despreocupada, de desinterés emocional, de inalcanzable, esa jamás fue mi esencia.
Pero para darme cuenta, tuvo que llegar Diego, ese chico celoso y atento que mira
constantemente a través de mi alma y mis necesidades, tomándose el tiempo de
descubrirme como nadie para que yo vuelva a mi naturaleza. Para que le crea. Para
que lo acepte… Silvestre ronronea, me mira y pienso en los ojos color ilusión de mi
hombre. Podría perderme en cualquier momento y lugar, pero sé que si giro mi mirada
allí estarán esperándome sus esmeraldas, su boca seria pero amorosa, y sus rulos,
para abrazarme en segundos, si fuera necesario.

¿Estaría realmente enamorada? Sí, y por eso el miedo. Porque saber que encontré al
amor de mi vida y no poder… Una lágrima rabiosa y rencorosa se escapa, cayendo en
el agua perfumada. ¿Y si lo llamaba? ¿Y si le decía lo que sentía? No. Ya bastante
me expuse con la canción. No podía seguir jugando con su corazón. No es justo. Esta
vez, no podía ser egoísta. Esta vez, tendría que pensar en alguien más que yo.
Siempre, en mi vida y en la de los demás, estuve sola, seguí sola y salí sola.
¡Hasta me felicitaba sola frente a mis logros! Jamás esperé nada de nadie porque
hasta mi madre me enseñó desde chica que debía curtirme solita y mi alma. ¿Cómo es
que ahora necesito de alguien como verdad irrefutable? Eso me descoloca... Y sí,
tengo un par de ovarios que me pusieron donde estoy, pero todos en algún momento
tenemos que delegar el mando. No se puede vivir siendo piloto y queriendo ser
pasajero al mismo tiempo. Mi corazón está cansado, y necesita que le inyecten amor
y no humillaciones. Deseo y no culpa. Caricias y no resentimientos. Esperanza e
ilusión. Vida. Y no hablo solo porque estoy enferma, sino porque estoy enamorada y
deseo todo. Dios es testigo que desde antes de enterarme de la leucemia ya había
empezado a buscar el retorno en esta ruta a contramano que venía transitando…
Quiero vivir. Quiero vivirnos.

¿Y si empiezo a dejar de racionalizar lo que siento y comienzo a creer que puedo


merecerme todo? O al menos, eso me dijo Diego: que olvidara lo que fuera que me
decía que lo nuestro no podía ser, y que comenzara a creerle a él cuando me dice
que realmente puedo (y debo) amar y ser amada. A pesar de esas palabras tan fáciles
de decir pero difíciles de internalizar y llevar a cabo, no quiero olvidar mis
sentimientos, porque ellos son los que me llevaron hasta mi donjuán. Inclusive,
aquella tarde en la que nos conocimos y que implícitamente nos dijimos SÍ con
nuestros ojos.

Sin embargo, sé que hasta que no logre conciliar ambos estados que toman de a ratos
este pobre corazón mío, seguiré de esta forma.

***************************

Mientras manejo hasta su departamento, pienso en esta noche. Su boca podía mentirme
diciendo cosas que no sentía. Su mirada, no. Sé que podría estar simulando
sentimientos, pero Angie pasó de tener ojos tristes y apagados a brillantes cada
vez que nos veíamos. Y aunque les suene una cursilería, me parece importante notar
señales en la mujer que a uno le vuela la cabeza. Tampoco sabría cómo describir ese
“brillante”, pero me sonaba a interés, a abrirme la puerta de su vida… A
oportunidad. Y eso, sí o sí, tiene que ser algo bueno, ¿no?

La conocí de vuelta de todo, esperando algo que seguía sin venir, resignada. Hasta
que un día no quiso esperar más e hizo lo que hizo. No soy boludo y sé, aquella
tarde que Ricardo me mandó a cuidarla, que quiso terminar con su vida. No sé qué o
quién la llevó a creer que tener esperanza e ilusión no era algo para ella, pero lo
compró como verdad. Ángeles debe pensar que lo dejé pasar, que me olvidé. Sin
embargo, esa fue la alarma que acentuó mi obsesión por saber qué hace o deja de
hacer, de caerle “de sorpresa”, de cuidarla, de discutir como perro y gato cuando
quería negarme que me acercara... ¡Tengo que salvarla de ella aunque no quiera! Y
la única forma que conozco es amándola como lo estoy haciendo.

Desde abajo, veo luces tenues detrás de su cortina y no me animo a bajar del auto.
Busco en Spotify nuestra lista compartida y agrego, luego de buscar bastante, Eres
Tú. ¡Ojalá que le suene el celular y los interrumpa! Soy un boludo, ¿no? Estoy
pensando que, si están juntos, el ruido minúsculo de una aplicación podría estorbar
sus besos… ¡Si yo estuviera ahí, no me muevo ni a palos de su cuerpo! Me quedo
estacionado durante diez minutos, sopesando pros y contras, intentando ver sombras
o movimiento, agarrando el volante como si fuera su cintura, soñando con estar en
sus brazos. En su sexo. Hacer estallar en su boca mi orgasmo… ¿Qué clase de cobarde
soy que estoy acechando con envidia y celos al amor de mi vida sin haber resuelto
mis mierdas?

Me olvido de todo cuando observo que una de sus vecinas está por entrar con su
novio y aprovecho a colarme. Nos vimos un par de veces, así que me deja pasar. Subo
de dos en dos y estoy como un idiota frente a su puerta, escuchando sus risitas,
pero no las de Tomás. Sé que si toco el timbre y están juntos, cruzaré un límite
sin retorno. No me aguanto y tampoco me importa. Golpeo la puerta y toco timbre al
mismo tiempo. Tarda un poco más que siempre y me pongo nervioso. Quizás no lo
escuché porque él estaba en la cama mientras Angie ponía música. Como hace conmigo…
¡Dios, que abra ya porque tiro la puerta abajo! Oigo la llave, y mi angelito de
mirada cobriza y piernas eternas me recibe con una bata muy corta de estrellas, su
pelo húmedo y el rímel corrido (debe ser por el baño que se habrá dado). Era la
visión más tierna, auténtica y triste que vi en mi vida.

―Diego… ¿Qué hacés…? ―No aguanto y asalto su boca. La tomo del cuello con mi mano
derecha para que no se despegue de mí, mientras que con la izquierda le quito su
bata. Queda desnuda y su calor traspasa mi ropa. Gemimos al unísono y sus piernas
trepan hasta mi culo para encajar su humedad en mi bragueta. ―Por favor…

―Sí, mi amor… Ya, ya… ¿Vos…?

Asiente mientras no para de besarme. Fue una formalidad, lo sé, pero necesitaba
preguntarle si estaba de acuerdo con esta intromisión. La llevo en andas y la
deposito con suavidad sobre la cama. Me desvisto en segundos y Angie no para de
acariciarse por los lugares que voy dejando desnudos. Me acerco a ella, colocándome
con cuidado sobre su hermoso cuerpo y la beso. Me siento como si ambos fuéramos dos
vírgenes sin experiencia, como siempre que estoy a su lado. Saber que por fin
haríamos el amor, me excita de tal forma que estoy duro como piedra y casi dentro
de su calor. ¡Su fuego! Indescriptible sensación el perfume de su shampoo mezclado
con el aroma a sexo que sobrevolaba esa cama. Nuestras bocas, manos y gemidos
querían demostrar la ansiedad por tanta espera, y nos sentíamos en todas partes.
¡Se nos notaba la urgencia! Sonríe tímidamente.

―¿Qué pasa? ―Se sonroja y sus ojos se tornan más brillantes. Está emocionada.

―Tengo miedo de decepcionarte…

La tomo de las manos, la levanto y la pongo frente al espejo rectangular que tiene
al lado de su cómoda. Detrás de ella, acaricio sus pechos, su cintura, su boca, e
intenta cubrirse con sus codos.

―Mirate en mis ojos. ―Nuestras miradas se encuentran en el reflejo. ―Mirate en mis


manos. ―Toma mis manos sobre sus pezones y su sexo, hasta que agarro su mano
derecha y la llevo a mi corazón. ―Mirate en mi latir. —Suspira al sentir mi corazón
galopando sin cesar por tenerla desnuda entre mis brazos. —Ahora sí soy feliz,
ahora sí puedo decir que vivo. Estando en vos, mi sangre fluye. Y en verdad,
angelito mío, te juro que es así. Porque latir pero sin coincidir con el corazón
amado, al fin y al cabo, ¿es latir? ―Llora, se da vuelta y me besa.

―Diego, no me hagas sufrir… Por favor… Yo… Creo que te quiero…

Al escucharla hablar de sus sentimientos y despojada de su armadura, el nudo en mi


garganta me impide responderle como quisiera. En lugar de palabras, me coloco boca
arriba y a los pies de la cama porque tengo en mente algo que quizás la ayude a
seguir abriéndose a esta novedad de estar juntos para siempre. Le pido que pose su
sexo húmedo sobre mi boca y que se mire en el espejo mientras le doy placer. La veo
dudar de la posición que le propongo, hasta que se sienta sobre mi cara. Siento el
aroma de su jabón en sus labios cálidos, su creciente viscosidad por las ganas de
amarnos, y comienzo su conquista con mi lengua. Oír sus gemidos con mi nombre de
estandarte es la gloria, y ni hablar de sus dedos tironeando mi pelo. Mi agarre
contribuye a su balanceo natural y las pequeñas mordidas aceleran su clímax. Mi
orgullo de macho se agranda haciendo que mi pene esté como un fierro y la reclame
con urgencia, pero no pienso dejar de besarla hasta arrancarle el primer orgasmo
con mis besos. Como aquella tarde. La escucho y me contengo. Tiembla y dice mi
nombre por lo bajo. No la dejo disfrutarlo mucho tiempo porque, inmediatamente, la
acuesto con mimo sobre sus almohadas, me coloco el preservativo y entro con
suavidad. Necesito sentirla, adorarla, demostrarle que durante meses soñé con esto
y que mis actos sexuales siempre tuvieron su nombre y su cara. No despegamos
nuestras miradas porque intuyo que ninguno de los dos puede creer estar así. Le
aviso con mis ojos que estoy por acabar y ella vuelve a temblar en forma más suave,
dejándome saber que tuvo otro pequeño orgasmo que me succiona nuevamente. Cinco
embestidas más, miles de besos y palabras cariñosas y alcanzo mi primer éxtasis
dentro de Ángeles. Muerdo su hombro con fiereza, queriendo marcarla, pero no se
queja. Sonríe con suavidad, nos quedamos en silencio y giro para abrazarla en
cucharita. Como lo soñé hace unas horas. Desde siempre…

Durante segundos, escucho su respiración y sé que está por quedarse dormida. Ya lo


ha hecho otras veces en mis brazos, así que conozco esa cadencia que tanto amo.
Espero cinco minutos y la miro dormir con una sonrisa. Soy tan feliz de lo que
acaba de pasar, que no tengo cabida para la culpa que sentí por Ivana hace horas.
Tampoco quiero traer su presencia a esta cama y enturbiar esto sublime que acabamos
de disfrutar. Comienzo a entrar en sueños relajado, en paz, por haber hecho el amor
con la futura madre de mis hijos. Feliz. Satisfecho.

No sé cuánto tiempo habrá pasado, solo siento el cuerpo de Angie volver a la cama.
Debe haber ido al baño y no la escuché cuando se separó de mis brazos. ¿Qué hora
será? Creyéndome dormido, me abraza y susurra:

―Mi amado donjuán, mi ingeniero sexy, dulce y masticable. Mi Diego. Mi vida. Mi


hombre hermoso… Mío. Quiero que sepas que soy como todas, y que, lamentablemente,
te cansarás en la mañana... ―Me da un beso y me abraza para dormirse. ―De todas
formas, mi amor, gracias por no creer nada de todo lo que te dije y estar acá…
Gracias por amarme, a pesar mío. Esa es mi satisfacción y mi motor… Te amo…

Sonrío para que solo mi corazón pueda verme, y quisiera responderle: “Mi adorado
minón de gambas eternas y ojos dorados: jamás me voy a cansar de vos. Desde hoy,
sos enteramente mía. Preparate para compartir tu vida y nuestra cama por mil años
más. Te quiero, mi angelito en la tierra...”

*******************

Me despierto feliz. Plena. Sin esas náuseas que me aquejan cada mañana. Y en
segundos recuerdo por qué. Sonrío emocionada al verlo caminar con el desayuno hacia
mi cama, despeinado, adorable. Mío.

―Puse música e hice café con leche porque sé que te encanta levantarte así. —¡Me lo
morfo! —Aún sigo acá… —Lo miro sorprendida por su saludo, hasta que comprendo que
escuchó lo que le susurré ayer. ―No me mires así y aceptá que no me voy a ir a
ningún lado. —Deja la bandeja sobre mis sábanas de flores para servirme café.
Observo su concentración y cómo sus rulos se bambolean en cada movimiento. Tengo
ganas de tironeárselos para acercar su boca a mis pechos. —Pará de resistirte y
entendé que con vos quiero eso que antes no quise con ninguna otra mujer. —Quisiera
preguntarle “¿ni siquiera con Ivana?”, pero no quiero romper la magia. Me toma la
cara con una mano y me da un beso suave, mordisqueando mi labio superior. Sus
ojazos verdes brillan y quisiera decirle tantas cosas que se me atascan en la
garganta por mi incapacidad de expresar mis emociones… —Tus ojos están tan dorados,
tan llenos de fuego, que dan ganas de quemarse en ellos… Buen día, mi amor… —
Sonríe.

―Tengo miedo, Diego…

―¿De qué?
―De esto…

―¿Nosotros?

―¿Nosotros? ―Me asusta, pero es un miedo lindo, vertiginoso, que genera calorcito
en mi estómago. ―Wow… qué lindo suena… Jamás nadie me incluyó en nada y vos ya
decís que formamos un dúo… ―Sonríe y me muerde el cuello.

―¡E iría más rápido si me dejaras! Esto tendría que haber pasado hace meses, solo
que reconozco que no empezamos de la mejor manera… —Sigue con sus besos en el
cuello mientras Silvestre se acerca a nuestra bandeja. —¿Viste la película de Frida
Kahlo? ―Niego con la cabeza, aunque con su boca en mi garganta dudo de acordarme
hasta el nombre de mi madre. Su voz grave, mientras su lengua humedece mi piel, me
está poniendo frenética. ―Es hermosa… Y no puedo olvidarme de una frase de ella:
“Si yo pudiera darte una cosa en la vida, me gustaría darte la capacidad de verte a
ti mismo a través de mis ojos. Solo entonces te darás cuenta de lo especial que
eres para mí”. Ayer, mientras te hacía sexo oral y te pedía que te miraras en el
espejo, quise que te vieras como yo lo hago cada día. Sexy, entera, confiada y
entregada a mí a pesar de tus contradicciones… —Deja de besarme para mirarme otra
vez a los ojos. Acaricio su frente y sus cejas, coloco el mechón de rulos que cae
sobre ellos y le doy un beso en cada una de sus esmeraldas. Hay tanto en juego que
no puedo dejarme llevar solo por nuestros corazones. —Danos la oportunidad,
angelito mío, solo eso te pido…

―Hay gente que tiene ojos en el corazón, y ven el mundo y a las personas sólo con
esos ojos. En este caso, para ambos, lo tuyo es un problema y no una virtud.
―Quiero que entienda que me cuesta. Su respuesta es una especie de mueca triste.
―Sé que soy una tentación para vos —sonríe pícaro y se muerde su labio inferior— y
tenés ganas de hacer la “buena acción de tu vida”, pero no te convengo.

―Dejá que eso lo decida yo, ¿no te parece? —Susurra. No quiere imponerse, pero se
le nota que le gustaría convencerme. Me tumba en el costado que queda libre sin la
bandeja del desayuno y me da la vuelta para quedar pegada a su pene, mientras ambos
nos frotamos uno contra el otro, haciendo crecer nuestra excitación. ―Mi cuerpo, mi
boca, mi piel, opinan que nunca se sintieron tan plenos como recorriéndote… Quizás
sí seas una especie de tentación, y me provoques caer todo el tiempo, pero yo me
quiero quedar a vivir en vos y no sobrevolarte un par de veces… ―Comienza a sonar
U2, y una de las canciones que una vez me dijo que eran de sus preferidas. Su
lengua recorre mi columna y continúa hasta acariciar con ella mi trasero. ―Voy a
quedarme acá, al lado tuyo, y te pienso esperar hasta que entiendas que no puedo
vivir sin vos… Ya no… Y tampoco voy a permitir que retrocedas lo que avanzamos…

La música, su lengua, sus palabras, sus dedos. Todo hace que mi piel vaya
recalentándose, erizándome de afuera hacia adentro, y desde adentro se distribuya
hasta el alma. Estaba enamorándome. Como si la compuerta de un muro de soledad
angustiante y rencorosa se derribara de repente. Como si pudiera llegar con sus
caricias hasta rozar mi sangre… ¡Dios, esto es demasiado para rechazarlo!

―¡Esperame acá que tengo una sorpresa! ―Me arqueo y zafo de su agarre para salir
corriendo de su lado e ir hacia el equipo de música.

Escucho que Diego se ríe desde el dormitorio y le hago escuchar una canción que nos
recuerda nuestra primera vez. No lo tenía planeado, pero el momento se presentó
perfecto. Segundos después, aparece serio, glorioso en su desnudez, y con sus
labios más apretados que nunca. Amo ese gesto que él cree que me atemoriza, pero yo
sé qué sentimientos esconde.
―Esta canción me gusta y la detesto. Aquella tarde tuve que compartirte y yo no
hago esas cosas. Recuerdo que jamás me sentí más impotente en mi vida... Quería
borrar al mundo y entrarte por todos lados, sin reglas ni espectadores. —Le creo
porque su ceño está cada vez más fruncido y su boca crispada. Estamos frente a
frente, sin tocarnos, mientras veo cómo Diego se debate entre enojarse por sus
recuerdos o acariciarme. Todo un donjuán, posesivo y tierno a la vez… —Y ya la
había descubierto aquella vez que vos… Bueno, cuando te cuidé después de que
quisiste… No puedo ni decirlo… —Maldice por lo bajo y me toma de la cintura,
pegándome a su torso y a su media erección. —¡No lo hagas nunca más, Ángeles! Sin
vos, me muero…

Asiento sin despegar nuestras miradas. Lo tomo de la mano y lo llevo al sillón. Aún
no tomé la pastilla que corresponde antes del desayuno y me siento un poco mareada,
pero solo puedo pensar en Diego. La angustia en su mirada me demuestra que le
afectó mucho lo que intenté hace meses. ¡Dios mío, dame las fuerzas suficientes
para poder confesarle lo que me pasa! Me coloco sobre él y me acurruco sobre su
pecho dándole pequeños besos, mientras susurro parte de la letra “Is it a crime, is
it a crime, that i still want you and i want you to want me too…”[12] y nos
envuelve la melodía tan especial de Sade.

―Diego, jamás me compartiste. —Sus rulos y su boca están más descontrolados que
nunca de negar con su cabeza. Está celoso, mi amor... —Ayer, tanto en la fiesta del
Faena como cuando hicimos el amor, me di cuenta que siempre estuviste en mí. Desde
esa vez, y quizás desde que duermo con tu pañuelo bajo mi almohada —sonríe pero
sigue sin mirarme—, mi corazón, mi deseo y mis pensamientos siempre volaron hacia
vos. —Levanta su vista y comienza a masajearme la cola. —Dicen que si soñás mucho
con algo, se cumple. ¿Vos creés que sea así? —Le pregunto juguetona, sin dejar de
acariciarlo y mordisqueando ambos lados de su cuello.

―¡Claro que sí, beba! Si no, mirá donde estamos ahora… ―Sonreímos y estoy feliz que
se haya disipado ese gesto de celos, angustia y bronca que tenía hace un rato. ―Te
quiero… En realidad, no sé cómo decírtelo, Angie, pero… ―Traga saliva y veo que le
cuesta. Temo por lo que viene. ―Te amo…

Sin contestarle, le muerdo las tetillas, sigo su camino feliz con besos y cuando lo
escucho gemir y suspirar roncamente le respondo:

―No me apures, Die… Yo también te quiero, pero…

No puedo decirle todo lo que siento en estos momentos porque la despedida sería más
difícil. Me mira y bajo la vista. Necesito tiempo para procesar tanta felicidad. No
estoy acostumbrada a que me digan TE AMO. ¿Tan difícil de entender es que a mí la
vida jamás me fue fácil? Los perros apaleados ladramos ante las muestras de cariño
y yo no sería la excepción. Para acallar mi falta de respuesta ante la inmensidad
de su afirmación, lo tumbo suavemente sobre el sillón para entendernos desde el
placer. En ese punto, no había máscaras y nos hallábamos, desde otro plano ysin
necesidad de palabras. Me saco la tanga y bajo su bóxer hasta sus rodillas. Entro
en él, que ya está listo para recibirme, pero a mí me duele porque aún continúo
seca. No es que me falten estímulos ni deseo, sino que hace tres días que no tomo
la pastilla con las hormonas que me permitirían lubricarme mejor. Entiendan que
jamás imaginé esta “inversión” de energía. Se suponía que Diego y yo…

—¡Arrgghh! —Mi sexy ingeniero gruñe ante mis movimientos. —¿Vos también estás
sintiendo todo el placer que nos estábamos perdiendo?

Lo tomo del cuello y meto dos dedos en su boca. Me los muerde y acelero mi
cabalgata. No me importó recibirlo sin preservativo porque no tenía nada que perder
frente a ninguna de las consecuencias de que acabara dentro de mí. Toma mis nalgas
y me guía. Su torso se alza y se acuesta. Se arquea. Quiere llegar y yo no podré
porque sigo incómoda. No quiero fingir, pero no deseo que piense que no me excito
con él…

—Volvé de donde estés, angelito… —Descubro que me está mirando. —No pienso terminar
hasta que vos lo hagas… —Sale de mí, me pone espaldas sobre el sillón y entra con
lentitud. —¿Así está mejor? —Asiento. ¿Cómo puede ser que me ame tanto que termine
interpretando mis pesares y conociéndome mejor que yo? —Ahora vamos a intentar
acabar juntos, mi amor…

Cierro mis ojos y me dedico a sentir. Su carne se abre paso en la mía, su roce en
mis labios, mis pies en su trasero sintiendo su cadencia, sus rulos rozándome la
cara, su mirada buscando mi alma, el fuego en mis entrañas que crece y palpita
alrededor de mi amor… Diego elevándonos. Llevándonos al país de nunca jamás para
terminar rompiendo con todo… Rompiéndome para volverme a armar a su antojo.
Haciéndome sentir mujer como nunca, como nadie. Desplomados, fundidos,
transpirados, uno sobre la otra, metiéndome su idea del amor en mi corazón.

Abro mis ojos y veo a Silvestre durmiendo en su almohadón. Mi amigo gatuno se


relaja mucho cuando está Diego y eso me encanta. Me llena la cara de besos, muerde
mi cuello y nos reímos felices por este acto inmenso que disfrutamos a la par.
Escucho que suena por lo bajo nuestra música y lo veo a él. A mi amor. Al que
despertó mis sentidos al punto de no reconocerme a mí misma, salvo a través de sus
esmeraldas.

—Te quiero —me dice. —Y gracias, porque sin vos seguiría muerto en vida… —De la
sonrisa enorme pasa a fruncir el ceño y mirarme con seriedad. —Mañana les decimos a
todos que estamos juntos y que, en breve…

—¡Pará, Diego! No empieces, por favor, y déjame manejar las cosas a mí… Necesitamos
ir con cuidado, no compartir espacios comunes, pensar estrategias… Yo lo conozco a
Tomás y sé de lo que es capaz si se entera que…

—¿Qué? A ver, ¿si se entera de qué? ¿Siguen juntos, acaso? —Duda de mí y no me


gusta. Me taladra con sus ojos que se vuelven de un verde oscurísimo. —Y si así
fuera, ¡desde ayer a la noche vos sos mía y yo soy tuyo!

Sale de mí, con cuidado, pero enojado. Lo veo caminar, desnudo en todo su
esplendor, transpirado y húmedo por nuestro orgasmo, y me levanto a abrazarlo desde
atrás. Lo amo.

—Te quiero. —Suspira al oírme, y su espalda sube y baja. —Creo que me conocés y no
tengo que darte explicaciones. Pero también conocemos a Tomás…

Muerdo su espalda y jadea. Bajo mi mano derecha para acariciar su erección que
comienza a crecer en mi mano y Diego se da vuelta.

―Por mí, no me escondería una mierda. —Me abraza y sentimos el calor de nuestros
sexos reafirmando la unión de hace un rato. —Sin embargo, si vos necesitás hacerlo,
se acabó el tema acá. Se hace lo que a vos te haga sentir cómoda y punto. —Me mira
con ternura a pesar de sus labios apretados y sé que quiere gritar lo nuestro. Me
encanta que no quiera esconderme y me hace sentir que valgo la pena. ¡Mi vida, si
supieras que lo hago por tu bien! —¿Vamos a desayunar que me dejaste famélico?

¡Ayyy, me lo quería morfar de un bocadito! Cuando estoy con él, me siento la más
linda del mundo. Mi ingeniero empotrador y sus respuestas protectoras, que no dejan
lugar a repreguntas, me vuelven loca de amor. Estaba enamorada y no sabía cómo
gestionar tanto cuidado. Ojo, no es asfixiante, pero tampoco cómodo para alguien
como yo, inadaptada sentimental, desacostumbrada a alguien que vive contándome lo
que siente por mí. San José, ¿por qué justo ahora me premiás con este pedacito de
vida? Aunque… GRACIAS por Diego.

Sin responder ni hacer un mínimo gesto, lo miro y me trepo sobre su cintura para
comernos a besos y comenzar a disfrutar de su abrazo. El día se nos escurrió de los
dedos entre las travesuras de Silvestre, películas en la web, y enseñarle a hacer
panqueques con dulce de leche. Nos sentimos como si lo hubiéramos hecho toda la
vida. La complicidad y la ternura nos tenía envueltos y nos costó despedirnos
cuando me dijo que iría a atender a Chicha y a Limonada.

Extrañarlo me provoca angustias desconocidas. Pero me digo que “felicidad mata


inseguridades y temores” y tomo mi medicación. ¡No quiero que sea mañana!

Capítulo 13 - Y el mañana llegó

Lunes. Miradas. Coincidencias. Celos. Risitas. Sabía que sería difícil esto de
salir con mi donjuán particular. Porque si bien yo ya tenía experiencia en el tema
de estar con alguien del trabajo, esta vez es diferente. Diego es el amor de mi
vida. Amor que no podré disfrutar a la luz del día porque él aún no habló con su
novia y porque Tomás nos haría la vida imposible cerrándonos la vida laboral en
casi todo el país. Sí, así de grande era su poder. A mí eso no me importaba, pero
sí me preocupaba Diego.

Al mediodía, en la pausa del almuerzo, veo que mi ingeniero sexy me tira un beso y
sale. Me pongo nerviosa y miro para todos lados, pero por suerte cada uno está
ocupado en lo suyo. Anuncio que salgo a comprar comida con la excusa de alcanzar a
Diego, aprovechando a hablar sobre lo que sucedió este finde y cómo continuar. No
quiero ser dos veces la segunda y eso podría darme la excusa perfecta para mantener
una distancia prudencial entre nosotros. Sobre todo, porque esta vez sí me importa.
Su boca sobre la mía explicándome que soy la única en su mente y en su piel me
basta como palabra. Tengo tantas ganas de pasar otra tarde como la de ayer…

Doblo en una esquina y los veo. Diego e Ivana. Se sonríen. Él baja la vista. Ella
acaricia su mejilla. Él se corre sutilmente. Suficiente para mí. Una cosa es
imaginar el golpe y otra muy diferente recibirlo inesperadamente. Es fácil simular
acallar el vuelo amoroso de mi alma, tratando de convencerme que puedo mantener a
raya lo que siento por Diego. Sin embargo, verlo con otra después de saberlo mío es
doloroso. Me baja la presión y empiezo a pensar en ese agujero negro que siempre me
llama cuando creo que no soy suficiente para nadie. Cuando creo que está bien que
las cosas me salgan mal porque me lo merezco. “Quizás quiera aclarar todo, o quizás
se encontraron de casualidad”, me dice mi corazón.

Vuelvo a la oficina y al verlo llegar con la comida, me sonríe pero no nos


hablamos. Me manda un chat por la intranet y no le respondo. Tomás me llama y nos
encerramos toda la tarde en su despacho. No recuerdo nada de todo lo hablado en la
reunión con mi jefe y ex amante, y salgo de la empresa pensando en que debo confiar
y vivir al máximo posible porque no tengo tiempo.

Llego a mi departamento con mucho dolor de cabeza. Tengo llamadas perdidas de mi


doctora, de mi madre y de mi hermana. No me interesan. No puedo dejar de pensar en
que tendría que llamar a Diego para vernos. Necesito su fuerza y tenerlo en mí para
saber que todo estará bien. Le preparo el alimento a Silvestre y pongo nuestra
música. Tomo el celular y marco su número. Tres timbres y nada. Me impaciento.
Cuatro timbres y nada. Está con ella… Suena el timbre, abro sin mirar, y un huracán
llamado “mi dulce donjuán de los ojos esmeraldas” me arrastra hasta el cuarto de
baño. Con una mano abre la canilla, mientras nos besamos sin parar. En nuestra
urgencia, nos quitamos lo que podemos, mientras el vapor nos invita a entrar. Mi
musculosa y su remera no se salvaron y es lo único que nos separa. Mis manos se
aferran a sus rulos, nos ahogamos bajo el agua en gemidos, lenguas y saliva,
mientras Diego se apoya contra los azulejos, coloco mi pierna izquierda entre sus
muslos y mi pierna derecha trepa hasta su cadera.

—Llegué… —Me dice con su voz ronca. No entiendo nada. ¿Acabó? Dejo de besarlo y lo
miro interrogante. Sonríe pícaramente y sus rulos caen sobre su frente. —Digo que
me estabas llamando y acá estoy, ángel mío…

Nos reímos y tragamos agua. Empieza a mordisquear mis pezones y me duelen de tanto
deseo. Me alza y me encaja en su erección. Aunque le fue fácil entrar en mí
teniéndome en andas por mi pérdida de peso, el agua no ayudó mucho a mi escasa
lubricación y eso me irritó un poco. Sin embargo, la felicidad de saberlo llegando
a mis entrañas, me provoca un deseo sin escalas, entregándome a la pasión que vengo
acumulando en mi sexo desde ayer. Nos movemos al unísono, apoyándome en sus brazos,
llenos de vello castaño, para sostenerme, y él tomándome de mis caderas para entrar
y salir de mí, sin otro sonido que nuestros jadeos, la sensación de sus manazas en
mi cintura, poseyéndome y apretándome, desde mi espalda y hacia su pecho… El agua
golpeando entre nosotros… Sus “te amo, angelito”… La voz sensual de Bryan Ferry… La
música obra en mí como una llave que abre compuertas, quita vendas, cura a través
de sus letras. Y creo que eso sería de ahora en adelante Slave to love para
nosotros. Hoy, a la distancia y en el medio del dolor, recuerdo esa tarde y mi alma
se inquieta sabiendo que no volveremos a estar juntos, que demasiado amor nos
desbordó y tapó nuestras desconfianzas, nuestras fisuras…

―Diego… ―Lo llamo entre gemidos, porque me tiene retenida con una de sus manos y la
otra satisfaciendo mi otro centro. Penetraba con fuerza en mi humedad, mientras con
su dedo anular preparaba mi trasero.

You're running with me

Don't touch the ground

We're the restless hearted

Not the chained and bound[13]

―Sos hermosa… Siempre imaginé estar así con vos, pero estás superando mi mejor
sueño… Hoy te veía en la oficina y quería arrancarte de ahí para estar juntos todo
el día, como ayer… Como siempre, de ahora en adelante… Sos hermosa… —Su voz se
aclara, como si reconociera el alrededor y me pregunta: —¿Y esta canción?

―No puedo más…

―Explotá, beba… —Sonrío. Mi donjuán y sus palabras sensuales. —Soy tu esclavo


eterno… Somos esclavos y señores de esto… De lo nuestro… Te quiero, nunca lo dudes…

Y sus esmeraldas no se separaron ni un segundo de mis ojos mientras me lo decía,


como si respondiera a esas malditas dudas que siempre parecen flotar entre
nosotros. Nos miramos fijamente. Quiero decirle que incluí este tema porque nos
siento consumir cuando nos encontramos. Porque nos rompemos, porque nos soñamos.
Porque somos esclavos desde aquella bendita tarde y estamos contentos con nuestra
sensual condena. Acabo, gimiendo su nombre, con mis talones clavados en sus
glúteos, otra vez. Con mi corazón reconociéndolo como el hombre que necesito y con
mi sexo tatuado con su orgasmo. Otra vez. Sale de mí, mira nuestras remeras
empapadas, su pene señalándome y sonríe como si le gustara su travesura. Nos
quitamos todo y nos duchamos con caricias. Camino desnuda hacia mi habitación para
llevarle una toalla a mi sexy ingeniero. Se la ato a sus caderas, mientras acaricia
mis brazos y mis pechos. De repente, como si hubiera tenido una imagen mental de
algo turbio, me toma de los hombros, como impelido por algo que no puede soslayar,
y sus ojazos verdes se vuelven más oscuros que la noche.

―Quiero que entiendas algo, Ángeles: De ahora en adelante, nadie más podrá tenerte.
Ahora que puedo disfrutarte como quiero, como siempre te imaginé, no soportaría…―No
fue tanto lo que dijo sino cómo lo dijo. Torturado, acentuando su agarre en mis
brazos y marcándomelos. Inmediatamente, me suelta y me abraza. ―Perdoname, mi amor,
es que jamás fui un hombre celoso y no manejo estos sentimientos que me asaltan
cuando pienso que podrías aburrirte de alguien como yo… ―“Comprometido”. En
realidad, esa era la palabra que ninguno de los dos nos animábamos a decir en voz
alta. —Lo único que tengo para ofrecerte es mi vida…

De pronto, yo también me vuelvo posesiva y quiero gritarle que él me estaba


haciendo lo que siempre me instó a que no permitiera que me hicieran: convertirme
en la otra. De nuevo. Pero no pude. Solo empecé a llorar.

―No, mi amor, te entiendo… Te prometo que esta semana arreglo todo con Ivana… Pero
tenés que comprender que nadie rompe un futuro casamiento de la noche a la mañana…
Al menos, sin lastimar al otro…

Quería preguntarle qué hacía hoy con su novia, por qué se sonreían, por qué lo
tocó, por qué no aprovechó en ese momento para decirle ¡chau!, pero mi orgullo pudo
más y prefirió crear fantasmas gigantescos. Quizás, se habían encontrado sin
querer… Quizás los Reyes Magos no son los padres… ¡Seguía confiando y creyendo en
los dichos de los demás, ilusa de mí!

—¡Ay, angelito mío, lo que tardé en ser feliz! Pero llegaste vos… Confiá en mí.
Todo se va a resolver… Dame tiempo. Te amo. ―No pude decir nada ante la inmensidad
de su mirada y sus palabras. Afloja el agarre. ―¿Sabés? Ivana siempre estaba
buscando y buscando, no sé bien qué, pero lo hacía sin cesar, obligándome a mí a lo
mismo... Hasta que terminamos desdibujándonos, perdiéndonos, no pensando en el
otro. No está mal, pero evidentemente no era la mujer para mí. Mientras que con
vos, pasó al revés: te busqué yo sin saber, te reconocieron mi corazón y mi piel, y
ya no necesité ese “algo más”. Estar juntos es la respuesta y es lo que me
completa. Al lado tuyo siento calma y que todo es posible… ―Me miró con sus ojos
más verdes que nunca, como si sus palabras vinieran desde adentro y nos iluminaran
a ambos con su sonrisa y su verdad. ―¿Te digo algo? Me encanta la forma que
inventamos para comunicarnos… —Lo miro como si no entendiera. Sigo pensando en
Ivana, en que vuelvo a ser la otra, en mi enfermedad… —Digo, cómo escogemos música
juntos, de manera de decirnos cosas al escucharla, estemos en donde estemos, y que
eso nos haga sentir entrelazados…

Asiento y voy a la cocina, luego de ponerme la bata y de no decir ni A a todas sus


explicaciones. Quiero pensar y discutir, y desnuda no se puede. Ni lo que
acabábamos de vivir me bastaba para no desconfiar. Es verdad que nadie me había
dicho antes que me amaba, que me necesitaba para estar completo, o que quería
compartir una vida juntos, pero también es verdad que todos tienen las mismas
frases: “por favor, nadie se separa de la noche a la mañana, tené paciencia…”. Yo
necesito más de lo que Diego me está ofreciendo. Con su amor no me alcanza. Quiero
pruebas. Exijo compromiso, porque nunca me lo dieron y esta vez, al verlo con su
ex, creí que el encuentro con Ivana había sido para separarse. Pero no. Y me harté.
Sé que es injusto que él pague el precio de la desconfianza hacia el género
masculino que Tomás instaló en mí. Pero bueno, esta soy yo y vengo con mis fisuras
y mis rollos también. Vuelvo sobre mis pasos.

―Diego, necesito que te vayas.


Se lo pido casi sin mirarlo y vuelvo a la cocina. No puedo verlo a los ojos
mientras lo echo, sabiendo que mi desconfianza es la que habla y no el amor que
siento por él. Ahogando y menospreciando este perfecto milagro que creamos al
permitirme sentir.

―Angie… No pienses mal… No nos hagas ésto… Dejame explicarte que en breve…

―¡Por favor, solo te pido que no me mientas ni me expliques nada más! Y no te lo


estoy haciendo a vos, sino que es en mi favor. Me enseñaste que tenía que cuidarme…
Por eso te pido que me dejes sola…

Aprieta la mandíbula, quiere acercarse y doy un paso atrás. Baja la mirada,


comienza a vestirse en silencio y se va. Detesto que me conozca tanto como para
saber que no debe insistir cuando pido algo. ¡Pero también me gustaría que me
rogara un poco! Evidentemente, no estoy acostumbrada a un hombre que sienta de
verdad, porque si fuera Tomás hubiera insistido hasta el cansancio, tratándome de
histérica, sin importarle si de verdad yo sufría o no. Pero Diego siempre daba la
impresión de que me estaba educando en emociones, colocándome en lo más alto, pero
no por eso accediendo a mis caprichos.

Y otra vez vuelvo al abismo de la soledad. A que todo me parezca de cartón pintado
porque yo quise que ese cartón que representa mi vida tuviera color. Y esto es lo
que me duele: haberme permitido soñar con ser feliz cayendo desde la nube más alta.
Yo soy esto y tendré que aprender a que los hombres vienen a mí pero no se quedan.
Jamás.

Pensé que Diego podría salvarme de mí, pero ni él se la quiere jugar. Prefirió
venir a mi casa después de verse con la novia y no decirme ni una palabra. ¿Cómo
puedo confiar en él? Esta vez, aplicaría las mismas reglas que me aplicaron.
Después de todo, tampoco tengo tanto tiempo para una relación o para ser feliz.
Debo estar enfocada en mi tratamiento y en San Luis. Y ya sé cómo lo haría…

*********************

Lunes, otra vez. ¡Hastiada de que mis comienzos de semana marcaran el ritmo de mis
emociones! Lógico, vivo sola (bueno, ahora está Silvestre, pero no es lo mismo) y
los domingos son muy duros. Bien de manual, ¿no? Para colmo de males, desde la
discusión de la semana pasada con Diego, él vino a verme dos veces más y no pude
negarme a sus besos. Me prometió que cuando volviera, arreglaría sus cosas con
Ivana, pero que necesitaba hacerme el amor para poder irse tranquilo. Luego partió
de viaje. Ayer lo extrañé mucho porque cumpliríamos una semana juntos y no
podríamos celebrarlo. Y aunque esa no fuera la palabra exacta, me descubrí
ilusionada con esto que nos permito vivir. Suena omnipotente, pero es así: la
oportunidad nos la di yo, y a pesar de mi burbuja de insensibilidad emocional. Sin
embargo, lo necesitaba cerca para creer que podía ser verdad. Porque sin la
presencia de mi donjuán, el agujero negro de temores y suposiciones volvía a
instalarse en mí.

Como si intuyeran mi estado, y luego de haberme vuelto a negar a salir con mis
Gitanos, Richard y Mora vinieron ayer a ver cómo estaba. Ricky hizo su típico y
gracioso recorrido por mi casa diciendo en cada habitación “¡Ingeniero empotrador
aparecé con o sin ropa!”. Nos hizo reír por el apodo con el cual él lo llama y tuve
que contarles (obligada y después de miles de extorsiones) que Diego y yo estábamos
“conociéndonos sin compromisos”. Igual, muy por arriba, y porque mi chico color
esmeralda me serviría de excusa con ellos frente a mis ausencias por la leucemia.
Gritaron, se (y me) abrazaron, me dijeron que parece un buen hombre y que me
merezco una relación “normal”, que Tomás era una mierda, que merecía ser madre con
alguien como Diego y como siempre había querido… ¡Han cantado bingo! ¿Quién no
quiere algo así? Pero esto no es soplar y hacer botellas, chicos: esto se trata de
que yo estoy enferma y lo voy a arrastrar a una vida de mierda, que voy a hacer que
se separe de la mujer con la cual había planificado casarse para quedarse solo en
unos meses de supuesta felicidad, y que lo amo tanto que no puedo ser tan egoísta.
Por supuesto, no les dije todas estas razones, solo me dediqué a sonreír. Y llorar,
cómo no, por mentirles, por ilusionarme, por amar sin medidas...

Ricky, que me conoce como si me hubiera parido, algo adivinó, y me dijo que mi
hermoso ingeniero les confesó (a él y a Román, el marido de Mora) que “se estaba
enamorando como nunca antes, y que con Ivana ya estaba todo terminado antes que yo
apareciera”. Pero lo que más me sorprendió fue que mi amigo le respondió por mí,
diciéndole que “vos dale para adelante, que Ángeles debe estar muy enamorada si
comparte más tiempo con vos que con nosotros”. Me miró fijamente esperando alguna
reacción de mi parte, una puteada o una negación, pero me fui a hacer mates en
silencio y me dejaron hacer. Saben cómo soy y me aceptan, porque no estoy ni
enojada ni triste. Simplemente, estoy cómoda sin hablar de mis huracanes internos y
emocionales. No hay tanta vuelta. Sin embargo, con Diego es diferente. Me agarra la
verborragia silenciosa, la que duele de no poder expresar lo que él me provoca. La
que aún no puedo ni sé gestionar por invadirme y darme ganas de decirle todo.
Cuando me dejaron sola estaba agotada de tanto disimular y lloré durante media
hora. Sé que hablaré con ellos en breve, sobre todo antes de irme, pero no definí
cuándo.

Ahora le toca el turno a Diego. Son las cinco menos cuarto de la tarde y me siento
en el café que queda cerca de mi departamento para esperarlo. Selecciono la lista
de nuestra música y salta la última canción agregada. Por mi hombre hermoso, como
casi siempre, porque él sí que no tiene problemas para expresarse de la forma que
tenga a mano. Sonrío, mientras la escucho con los auriculares.

Pienso que ya es hora de empezar algo en serio,

y creo que nada me impide decirte que estaría bien

besarnos una vez y otra vez,

hacer el amor por siempre una y otra vez…

Tocarnos una vez y otra vez,

sentir tu piel junto a la mía una vez,

y otra vez,

y otra vez…

Miro por la ventana y pienso en todo lo que pasó desde la fiesta en el Faena. Fue
la noche del miércoles siguiente a ese mágico sábado... Sí, ambos lo sentimos.
Hicimos el amor. Habíamos acumulado ganas, caricias, sexo del bueno, del que
demuestra todo con esa urgencia por conquistar. Esa noche me sentí la más amada,
necesitada y única del mundo. Y no me refiero solo a compararlo con mi pasado, con
Tomás, sólo que la forma de Diego es tan distinta que anula lo que sea que hubiera
existido antes. Con Tomás, todo en la cama era una carrera contra el tiempo: su
mujer, sus hijos, la empresa, inclusive, yo. Y con esto último me refiero a que él
medía cuánto de su tiempo darme para que no me ilusionara, siempre a cuentagotas.
Con Diego, es una demostración continua y una proclamación de promesas de cosas que
le gustaría hacer juntos. Y ahí está otra vez la ilusión. Dos hombres que marcaron,
marcan y marcaran mi vida, una frase, dos connotaciones distintas. ¡Y esa noche nos
disfrutamos tanto! Nos obsequiamos el espacio necesario para recorrernos… Hacernos
el amor, propiamente dicho. Las miradas previas, las caricias y los besos durante,
y el dormirse abrazados después, sin tiempos, es algo maravilloso que agradezco a
Dios haber tenido la oportunidad de disfrutar aunque sea una vez en la vida. Sobre
todo, que esa oportunidad la haya tenido con mi donjuán de los ojos más verdes y
expresivos que existen. Esos que manifiestan todo porque no pueden evitarlo, porque
no podrían esconder el alma aunque quisieran. Porque Diego no tiene reparos en
sentir a manos llenas. Por todo eso, lo amo.

Han pasado cinco días desde esa madrugada, cuando se fue para organizar lo de su
viaje. Cinco días sin poder pegar un ojo de pensar y pensar qué elegiría, y que esa
decisión nos atañería a los dos, permitiéndonos vivirnos con intensidad o hundirnos
en tristeza. Tanta responsabilidad pesando sobre mi corazón no me permite descansar
desde esa noche, lo cual me provocó una recaída el sábado, dándome la señal que
necesitaba para lo que estaba por suceder.

La idea de este encuentro es usar su situación con Ivana, hacerlo sentir culpable y
evitar tenerlo todas las tardes en casa, como la semana pasada antes de su
ausencia... Yo estoy en tratamiento y no tengo días buenos siempre. Necesito mi
espacio para sufrir y definir si quería seguir los deseos de mi piel o de la razón.
¿Y si le cuento la verdad? No. Lo conozco y sería pedirle veladamente que se
quedara. No puedo explicarle que cada vez se me está cayendo más el pelo, que
pronto no tendré energía ni para amarlo ni para dejarme amar, que cada suspiro
transpirado con dulzura y caricias podría ser el último... No, no puedo hacerle
eso. Prefiero que me odie por algo que no conoce que contarle y quiera quedarse
conmigo para siempre… El corazón me galopa de la culpa… Lo amo. Me ama. Pero ¿qué
estoy haciendo? Continúo meditando la opción egoísta de arrastrar a Diego ¿hacia
qué? ¿Hacia dónde? Si no puedo prometerle nada... Necesito actuar para hacerlo
libre y dejarme de fustigar por algo que tampoco había provocado yo. Me enamoré,
nos enamoramos, pero eso no me da derecho a todo. A romper nada del otro, su
corazón, sus sueños, sus ilusiones, sus esperanzas, por aferrarme a un soplo de
vida que en un futuro no me pertenecería… Dios mío, guiame.

―Hola, amor ―me saca los auriculares y roza mi cuello con sus labios―, ¿qué te
pareció la canción? —Me toma de las mejillas y me da un beso húmedo, demandante.
Sexual. Sonríe y lo hago en espejo. Lo extrañé tanto… —Te extrañé tanto…

Nos miramos, perdiéndome en sus ojos y en el mechón castaño y lleno de rulos que
cae sobre su frente. Es tan hermoso. ¡Y por fuera más! Te amo tanto, ingeniero, que
te pido perdón por lo que estoy por hacer.

―¿Cómo te fue? —Hacemos seña al mozo para que nos traiga la carta, pero yo solo
pediré un café porque no quiero hacerla larga. —¿Mucho trabajo?

—Dos cafés y dos porciones de torta del día —pide por ambos. —Perdón, amor, es que
tengo mucho hambre y quiero contarte de todo antes de pasar a buscar a Chicha y a
Limonada por lo de mi hermano.

—¿No volviste a tu casa aún?

—¡Ni loco! ¿Y perderme de verte, besarte y charlar como estamos haciendo ahora? —
Toma mis manos, acerca la silla y me abraza por los hombros. —¿Te gustó mi canción?
Así te necesito, angelito mío, una y otra y otra y mil veces más… —Acaricia mi
costado y toca mi seno derecho. —Quiero reponer energías y matarnos en tu
departamento o en el mío… —Bajo la vista y las lágrimas se agolpan en mis ojos. —
¿Qué te pasa mi amor? ¿Qué dije? —Toma mi barbilla para mirarme como siempre quise
que me mirara el amor de mi vida. Como me mira ahora mi Diego. —¿Pasó algo en mi
ausencia, Ángeles? —Su tono de voz, mis lágrimas y su boca totalmente contraída
exigían una explicación. ¡Dios qué difícil es ser altruista! —¿El forro de Tomás
hizo algo? Lo mato… Si llegó a ponerte un solo dedo encima, yo… —masculla nervioso.

Comencé a suspirar. Sorbo mis lágrimas y me dispongo a hablar.

—No… —Susurro.

—¿Entonces? —Deja de acariciarme y se sienta derecho frente a mí, pegando su


espalda contra el respaldar. Sus ojos destilan decepción y sé que viene una
pregunta dolorosa. —¿Te pidió volver, no?

—¿Qué? —Lo miro sin entender.

—Que Tomás y vos… —Intenta levantarse y retengo su huida. Con él es todo o nada, sé
que no me compartiría y entiendo cuál podría ser su talón de Aquiles para alejarlo
definitivamente. Aunque reconozco que solo estuvimos juntos de sábado a martes,
debería saber leer mis besos y mis caricias, a pesar de sus celos. —Dejame ir,
Ángeles, así al menos no me siento tan pelotudo con el regalo que te traje…

Me duele ver que aún no logro transmitirle seguridad, pero lo entiendo. Sin
embargo, ya debería conocer mi tara emocional y comenzar a confiar un poco.

—Diego… Estoy llorando porque… Porque… —Vuelve a sentarse y se acerca tanto que
siento su perfume. Me mira con la esperanza de quien todavía cree que puede ser
feliz y hacerme feliz con solo desearlo. Es como un chico y no le puedo robar esa
ilusión. No puedo porque tampoco quiero robármela a mí misma. Pido perdón por este
acto egoísta y que me juzguen cuando me muera. ¡Que sea lo que Dios quiera! —Porque
te amo tanto que me emociona sentirlo con tanta libertad…

Su sonrisa se va tornando cada vez más, y más, y más grande, sus ojos vuelven a
tener ese fulgor verdoso y sexual de hace un rato, y sus manazas me alzan de la
silla para colocarme sobre él y darme un beso indescriptible. Llega otra moza con
el pedido y se ruboriza de los dedos indiscretos de mi donjuán, que no dejan de
masajearme la cola y mis muslos, yendo y viniendo sensualmente. Llena mi cara de
besos y somos felices.

—¡Yo sabía! ¡Yo sabía, viejito mío, que no podías fallarme en ésta! ¡Es ella y es
mía! Acá está, papá, mirá el mujerón que me gané… —Habla mirando al cielo y
sonriendo con los ojos cristalizados de lágrimas que quieren asomar pero no se
dejan ver. —Gracias, mi amor, mi vida, mi todo… Mi angelito de las piernas eternas
y mirada del color del sol… —Y como si recordara algo, se mueve hacia arriba y
hacia abajo, buscando en su bolsillo trasero y clavándome su erección en cada
movimiento, haciendo latir mi centro con punzadas de deseo por tenerlo en mí. —Te
traje esto para que lo lleves siempre con vos y me recuerdes cuando me ausente
demasiado…

Recibo la cajita pequeña sin dejar de mirarnos. Leo NILL.DESIGN Joyería


Personalizada, y recuerdo que una vez le mostré algunas cosas a Diego desde el
Instagram por su originalidad.

—Como vos los tenés en Facebook, me los sugirió la red como amigos y ahí recordé
que te gustaban sus diseños. El resto es historia… —Sonríe, ansioso. —Dale, abrilo,
mi amor, que quiero ver en vivo tu reacción… —Lo abro, y encuentro dos aros de oro
con piedras en forma de sol brillando con un fulgor especial. El del amor. —Los vi
y pensé en vos… Quiero que los uses cada vez que hagamos el amor y vestida solo con
ellos…

—¿Y qué significan?

—La piedra es ámbar. Los había encargado antes de irme y recién los tuvieron listos
para hoy… Por eso llegué unos minutos más tarde a nuestra cita: pasé a recogerlos
para traértelos, ver cómo te quedan y arrastrarte a donde sea para hacerte el amor…
—Siento cómo se mueve con intención, ladeando su sonrisa lobuna, y su calor llega
hasta mi humedad derritiendo telas. —Ángeles, vamos ya a tu departamento que es lo
más cerca que tenemos, antes de volverme loco y desnudarte frente a todos… —Susurra
con su voz grave, mordiendo mi oreja.

Sin pedir la cuenta, deja doscientos pesos y salimos corriendo del café.
¡Parecíamos dos locos corriendo detrás de un tesoro incalculable! Como llegando
tarde a algo. Y era un poco de todo eso: nuestro tesoro éramos nosotros mismos,
nuestra urgencia de disfrutarnos, olernos, acariciarnos, sentirnos, hacernos uno.
Queríamos volver a estar uno en la otra, confirmando que el sexo es solo sexo
cuando termina, pero que el amor se hace después de eso, cuando nuestros fluidos
nos envuelven con el aroma único que creamos desde aquella bendita tarde en el spa.
Faltando una cuadra, me paro para tomar aire y le pregunto:

—Pero… ¿Y Chicha y Limonada?

Sin responderme, lanza una carcajada llena de ternura, me alza sobre su hombro
derecho, me lleva en andas el resto del camino, me pide la llave y entramos. Me
baja, me besa y mete su mano en mi jean. Jugando, subimos gateando la escalera
hacia mi departamento porque mi donjuán me va desabrochando cordones, botones y
haciendo lo propio mientras me dice guarradas. Amo estas cosas “normales pero
únicas”. Locuras frente a los demás y novedades para mí, que siempre anduve
escondida del amor y de todos por expiar una culpa que ni siquiera era mía.

Silvestre nos mira apenas llegamos como si estuviera feliz de verme sonreír de
nuevo, ronronea y se va, dejándonos solos. ¡Gato listo! Hoy, doble ración de
caballa.

—Ponételos.

Frente a frente, sin dejar de mirarnos, nos desnudamos, y luego, lentamente, me


agacho, recojo mi cartera mostrándole mi trasero, me contoneo y tomo la caja con
los aros más amados del mundo. Me los coloco y camino hacia mi habitación. Me
acuesto boca abajo sobre la cama y me apoyo en mis codos arqueándome exageradamente
para provocarlo.

—Ángeles… —Gruñe por lo bajo. —No sabés lo que estás haciendo…

Sin mirarlo, siento sus ojos quemándome la piel y el peso de su cuerpo subiendo
sobre el colchón. Se coloca detrás, me alza y me sienta sobre sus piernas estiradas
hacia adelante. Me penetra con suavidad y se balancea abrazándome por la cintura y
desde mis pechos. Es una postura tan íntima, llena de conexión amorosa, que mi
felicidad brota sin cesar a través de pequeñas lágrimas. Tiro mi cabeza hacia
adelante mientras Diego apoya su mejilla sobre mi espalda. Jadea… Transpiramos…
Suspiro su nombre, que me viene desde el incendio sensual más profundo, pasando por
mis venas y mis entrañas, para terminar en mi lengua. Dios mío… Un ligero temblor
comienza a apoderarse de ambos. Vuelvo a arquearme hacia adelante, dejando un poco
de él entre mis pliegues, gruñe mi nombre y me restituye a la posición de recién,
adentrándose completamente en mí.

—Te siento, mi amor… Esperame y llegamos juntos… Cuando lo hicimos la última vez,
me quedé con una sensación increíble… —Bombea tres veces más, me balanceo con
fuerza para que masajee mi clítoris en el camino y acabamos juntos entre suspiros y
besos. —Arrrgggg…

Mi dulce hombre hermoso, el donjuán que se puso al hombro la batalla por mis
emociones, me abraza con sus manos, su sudor y sus piernas, y yo me fundo en su
burbuja de piel.

—Te amo… —Me dice con un beso.

—Te amo… —Muerdo el dorso de su mano.

Las cartas fueron jugadas, las decisiones fueron tomadas, las vidas estaban
marcadas y mi corazón había matado a la poca racionalidad miedosa que me quedaba. A
mucha honra.

**************************

Envalentonado por la decisión de Ángeles, y aprovechando que hoy tiene su curso y


no podremos vernos, cité a Ivana para decirle que lo nuestro no va más. Si no lo
hago cuanto antes seguiré sintiéndome peor que la basura de Tomás. Mi chica de los
ojos cobrizos no me lo pidió, ni se quejó, pero esto lo hago más por mí que por
ella, que es mi luz. La que me hizo ver que jamás estuve enamorado de Ivana y que
no puedo casarme sin estar tirando a la basura la oportunidad de ser feliz. La que
provoca con su sonrisa y su roce que mi corazón bombee y que la sangre fluya.
Haciéndome sentir vivo. Solo con su presencia.

Qué feliz me sentí al ver en sus ojos que me ama tanto como yo a ella. Su entrega y
su “te amo” en nuestro reencuentro, fueron el premio más grande que me regaló la
vida. ¡Ahora te entiendo, viejito! Todo lo que vos me quisiste enseñar del gran
amor lo aprendí a caricias, a lo guapo, a puro beso y corazón. Como es ella. Porque
con mi angelito no quedaba otra: había que saber esperar que le cayera la ficha y
que confiara en que el amor verdadero estaba al alcance de nuestras manos. Lo que
empezó siendo una corazonada de libertad, terminó siendo nuestras ganas de vida. Me
enamora y se me infla el pecho y el corazón de saber que soy su sostén, haciéndonos
bien mutuamente. Porque, aunque me di cuenta que a Angie le gusta hacerse la dura y
la desentendida con sus sentimientos, ambos nos complementamos en esto de aprender
a transitar este huracán que nos sacudió la existencia y la puso patas para arriba…
Mi hermano se reiría de mí y me diría que parezco “un maricón hablando así”, pero
es que él no está enamorado, ¿no, papá? Sé que todo lo que venga de ahora en más
será pura construcción de felicidad... ¡Ahora sí quiero tener hijos cuanto antes!
Tres nenas con sus ojos, su carácter y su dulzura… Que cada persona que nos mire,
entienda que soy el tipo con más suerte del mundo, y que cada boludo que ose poner
sus ojos sobre ella vea que está panzona porque lleva mi semilla como marca de
agua. Pura vanidad de saberla mía.

Lo único que sigue haciéndome ruido es ese afán que tiene de seguir escondiéndonos.
Ángeles tiene que entender que se terminó esa época humillante que vivió y que
estoy a su lado para mostrarnos al mundo, orgulloso de lo que estamos descubriendo.
Otra cosa que no me animo a preguntarle, es sobre sus ojeras y su delgadez.
Seguramente, los nervios de todo lo vivido en los últimos meses la haya
descalabrado. El abandono de Tomás, los nuevos contratos de la empresa, nuestras
idas y vueltas… Nada que unas sesiones de amor con mi chica de los ojos color cobre
no solucione.

La extrañé demasiado en este último viaje. Mis compañeros llamaban a sus mujeres e
hijos, y yo no pude encontrarla en las veces que lo intenté por no haber buena
señal o ser muy tarde. Por eso mi única forma de comunicarnos era con la música.
Sabía que estaría dándole mil vueltas a lo que disfrutamos después de la fiesta del
Faena y mi oportunidad para crearle un golpe de efecto sería reafirmar lo que
hicimos. Esa ocasión llegó cuando incluí en nuestra lista íntima una canción que
escuchamos en el bar que fuimos a cenar con mis compañeros. Estaba puesto el canal
de música y sonaba un cantante desconocido (al menos para mí y los muchachos), pero
la letra... ¡Uuufff, nos describía a nosotros haciendo el amor! Sentí cada frase
como si estuviera dentro de Ángeles, mordiendo su hombro en cada balanceo y
besándole la juntura de sus pechos… Comencé a sentir una débil erección al
recordarla gimiendo mi nombre, y tuve que concentrarme en el canal y en la cena
para enfriarme. Esperé atento a que terminara el video, para conocer el nombre de
la canción y el del intérprete, la busqué en Spotify y la agregué a nuestra lista.
Quería que estuviéramos conectados a pesar de lo rara que había estado nuestra
despedida antes de que me fuera. Y cuando digo “clima raro” es porque ella seguía
sin abrirse. Hasta ayer, que me confesó todo y aceptó mi regalo como señal de
compromiso, mientras me susurraba en la ducha:

Besarnos una vez y otra vez…

Hacer el amor por siempre una y otra vez,

tocarnos una vez y otra vez,

sentir tu piel junto a la mía…

Soy tan feliz.

—¡Hola!—Unos dedos finos y fríos tapan mis ojos. —¡Te extrañé! Quiero que sepas que
aunque me sigas dejando alone con los preparativos de nuestro casamiento, te
perdono, pero… —Se sienta sobre mis piernas e intenta saludarme con un beso en la
boca que logro esquivar. Esto será difícil. Me mira entre sorprendida y enajenada.
—¿Qué pasa? ¿Ya no te gustan mis besos?

—Hola, Ivana… —Se sienta frente a mí y mira la carta como si no le importara


esperar mi respuesta a sus preguntas. Cierro los ojos, imagino la boca de mi mujer
de los ojos brillantes en mi piel, e inspiro para decir mi verdad de un tirón. —
Quiero que nos separemos.

—¿Cómo? —Levanta la vista del menú. —¡Ah, ya entiendo! —Lanza una carcajada sorda y
me mira fijo. —Las estresadas siempre somos las novias, pero en este caso terminas
siendo vos, ¿no?

Sus ojos tienen tal egoísmo e ironía que no puedo dejar de compararlos con la
dulzura y profundidad de los de Angie. Recién ahora me doy cuenta que jamás estuve
enamorado de esta mujer.

—Perdoname, Ivi…

—¿Quién es? —Acusó recibo. —¿La conozco?

—¿Sirve de algo que te diga sí o no? Esto no es por terceros, esto es entre
nosotros… Ya no te amo y creo que es mutuo…

Tomo sus manos, porque a pesar de no amarla, Ivana hizo mucho por mí. Si en ese
momento hubiera sabido de sus engaños, no se los hubiera reprochado, pero sí me
hubiera ahorrado la culpa y las explicaciones. Las retira con rabia y sus ojos
destilan demasiada furia.

—¿Y la chica en cuestión también tiene dinero como yo? —Me pregunta con su habitual
sarcasmo.

¿Qué está queriendo insinuar? Prefiero no avivar broncas y me centro en lo que


tengo que hacer: dejar en claro que no podemos seguir juntos.
—Ivana, no perdamos tiempo en pelearnos… ¿Podemos terminar en paz, como personas
adultas? —No quiero mostrarme nervioso o culposo, pero tampoco puedo evitarlo y eso
le da ventaja.

—¿Cuándo te la cogiste? ¿Cuántas veces? ¿Y cómo te diste cuenta de que se aman? —


Pregunta con sorna.

—¿Sabés cuándo? —Me mira ansiosa, con una mueca desagradable en sus labios. —Cuando
fuimos al cine y lloró en mis brazos por una película… Tan simple y tan grande como
eso… Cuando ella, que jamás se abrió a nadie y casi sin conocerme, se permitió
confiar y decirme te amo en el medio de mis caricias… —Me cruza la cara de un
cachetazo. —Disculpame… No quise ofenderte… Me lo merezco… Lo estoy haciendo para
que dejemos de mentirnos y comencemos a vivir…

—¡Ah, no, eso sí que no! ¡Ahora no me digas que lo hacés por mí, Diego!

—No. Lo hago por mí…

La veo mirarme, asombrada, sin saber qué responderme y aprovecho a levantarme para
ir al baño, porque necesito refrescarme la nuca. Estoy siendo injusto con la mujer
con la cual había planeado casarme y no tengo derecho a faltarle el respeto. Vuelvo
a la mesa después de cinco minutos de hablarme al espejo, diciéndome que lo peor ya
estaba hecho y de felicitarme por comenzar de cero, con la frente en alto, a
transitar mi camino con Ángeles. La veo retocarse el maquillaje y sé que estuvo
llorando, pero no puedo hacer nada. A veces, separarse y saber cortar a tiempo algo
que solo seguía inercialmente, también es amar al otro y es valorarse a uno mismo.
La abrazo y no decimos una sola palabra. Es el adiós, lo sabemos.

—Ivi, yo… —Me mira y vuelve a esconder su cabeza en mi pecho.

Intento separarla con suavidad y aprieta el abrazo. De a poco, nos distanciamos,


juntamos nuestras cosas y pago la cuenta. Caminamos hacia la puerta y no sabemos
cómo despedirnos. Se acerca primero ella, me da un beso que roza la comisura de mi
boca y se lo permito.

—Voy a llamar para cancelar todo lo de la fiesta… —Veo sus ojos acuosos y me da
pena.

—Si querés, pasame algunos de los nombres de la lista y te ayudo a llamar…

—No, no, dejá, eran muchos amigos de papá, así que será mejor que lo haga yo… —
Suspira y roza mis dedos. —Diego, ¿algún día podríamos juntarnos a tomar algo como
viejos amigos o ya nunca más?

—Sí, claro…

—Fantástico, baby… —Su sonrisa triunfal y su aparente calma deberían haberme


advertido. Sin embargo, me sentía muy culpable y no pude anticiparme. —¡Bye, Die!

La veo irse y me siento liviano. Ahora sí. Es verdad que todo fue demasiado fácil,
pero hasta Ivana me había dicho semana atrás de atrasar de nuevo la boda. Ninguno
estaba convencido, e Ivana siempre había sido buena mina… No quería perder un
segundo más cavilando cosas sin sentido y sin entrar en el cuerpo de mi chica de
los ojos cobrizos. Sin embargo, respetaría los tiempos de Angie y tampoco quería
sonar cargoso. Mañana nos sacaríamos las ganas de besarnos, de sentirnos, y se
pondría contenta cuando le contara todo.

*****************
Cuando Diego se fue al baño, Ivana googleó la empresa en la cual él estaba como
ingeniero para ver la nómina. Revisando mensajes, nombres, fotos, recordó, hiló
todo y entendió. El dueño era Tomás, el mismo que estaba con aquella chica que a
Diego tanto le había gustado en el spa swinger, y seguramente la “ladrona” que se
estaba robando a “su hombre”. ¿Cómo podría sacarse sus dudas y confirmar sus
sospechas? Ahora entendía la reticencia de su novio a hablarle de su trabajo, y sus
continuas “confusiones y distracciones” respecto al casamiento, día tras día. Ivana
aprovechó que Diego se levantó de la mesa, y tomó su celular para buscar el
contacto de Ángeles, mandándole un mensaje que decía: “Se nos ve el plumaje a las
dos por igual, así que ojito, que Diego es mío”. Y si hubiera sospechado que a los
pocos segundos envió otro con malicia que reforzaba: “Y sí, es su celular, para que
entiendas que puedo acceder a sus cosas cuando quiera. No sabés con quién te
metiste… No está muerta quién pelea…” seguramente hubiera actuado de otra forma
semanas después.

Ivana no estaba dispuesta a perder, junto con la ida de Diego de su lado, su


seguridad emocional ni el hombre con el cual tener la familia socialmente perfecta.
Piensa que ellos podrían haber sido “cómodamente” felices: ella teniendo sus
amantes, y él, el mundo a sus pies con los contactos de su padre. Pero,
conociéndolo a Diego, Ivana sabía que no podría plantearle algo así si no fuera
“fortuitamente”. Es decir, debería mostrarse como una ex novia comprensiva
provocando el desencanto sobre la tal Ángeles. No se dejaría humillar y lucharía
por recuperarlo. Y, para eso, tendría que investigar todo sobre esa zorra. Se
aseguró a sí misma que no todo estaba perdido, se puso en contacto con quién podría
ayudarla y se juró que el que ríe último, ríe mejor.

Capítulo 14 – Un viaje de ida sin frenar

Teniendo tantas cosas que hacer, cancelaciones por el compromiso con Diego, avisos
a nuestras familias y el caso Robledo que me tiene entre la espada y la pared, paro
el mundo para encontrarme con una de las personas que compartió conmigo aquella
tarde, hace más de un año, y que tantos dolores de cabeza me trae hoy. Veo que un
hombre demasiado atractivo camina hacia mí, levanta su mano como saludo, pero luego
me hace señas que debe contestar su celular. No lo recordaba tan seductor... Su
traje azul marca un cuerpo trabajado y cuidado con esmero, y su corte prolijo y
masculino con un poco de canas en sus sienes le otorgan experiencia, a pesar de su
juventud. Se sienta sin saludarme, cruza sus piernas en forma varonil y me dedico a
observarlo. Sí, ahora entiendo qué me había atraído de él. Sonríe y gesticula,
mientras habla por su teléfono, como si el otro lo estuviera viendo. Se nota que es
un tipo de negocios, de armas tomar, de cortar cabezas si fuera necesario. De “el
fin justifica los medios”, como yo. ¿Que cómo me doy cuenta? Fácil: tiene una
sensualidad fría y una malicia implícita en sus ojos claros cuando te mira. Eso y
que sé reconocer a mis “pares”. Corta y me mira.

—¿Cómo conseguiste mi teléfono? —Al grano. Interesante. No le contesto y sigo


revolviendo mi café. Se inclina sobre la mesa, toma mi rodilla y la aprieta. Paso
mi lengua por mi labio inferior. —Te confieso que vine para…

—Tomás, vamos a acortar esto y dejá de hacerte el desentendido: viniste porque


tanto vos como yo estamos heridos en nuestro orgullo por haber sido tomados por
idiotas y ser cornudos —suelta mi rodilla y vuelve a su lugar. Su mirada me taladra
y su boca es una línea de rabia.
—Te equivocás, nena, la única cornuda en todo esto sos vos. Tu novio anda babeando
como un San Bernardo[14] por mi amante y no tiene ni chance. De todas formas, ella…
—Se frena. Raro, pero siento que lo que estaba por decirme podía ser clave en mi
batalla por Diego. —Mirá… Salvo que quieras hacer un negocio con mi empresa o…

—Diego canceló nuestro compromiso porque planea irse a vivir con tu “amante”, como
vos le decís. —Lo tiro sin anestesia para ver su reacción. No me había equivocado.
Abre la boca con incredulidad y sus ojos destilan odio. —Sí, me imaginé que no lo
sabías. Se estuvieron revolcando a nuestras espaldas y a escondidas, quizás, desde
aquella maldita tarde… —Sabía que no, pero necesitaba mentir para generar
confusión.

—¡Imposible! ¡Me hubiera dado cuenta! ¡Ella siempre fue mía y de ningún otro!
Conmigo tenía todo y más… —Su orgullo lo estaba cegando. Mejor. —Si llego a
enterarme que esa hija de puta estuvo con otro a mis espaldas… No… Imposible…

—¿Y qué cambiaría?

—¡Todo!

Las caras de Tomás pensándose engañado son geniales. Los tipos como él piensan que
solo ellos son los machos alfa y proveedores de sexo. Tengo que aprovecharme de su
orgullo herido para lastimar lo máximo posible.

—Te propongo algo… —Sonrío y acaricio su boca con mi pulgar para quitarle esa mueca
que lo volvía maligno.

En pocos minutos, pudimos pergeñar el plan necesario para que Diego vuelva a mí, la
tal Ángeles sufra la humillación de ser denostada frente a todos sus compañeros y
tuviera que dejar la empresa, e, inclusive, acordamos incluir a una tercera persona
que sería crucial en nuestro próximo paso. Cuando terminamos, nos despedimos con un
apretón de manos y con el cuerpo agotado de tanto odiar. Nuestras palabras
demostraban que nuestros corazones estaban llenos de bronca y revanchismo. Casi no
nos escuchamos. Sin embargo, pudimos concertar que serían nuestros o no serían
felices.

****************************

Sábado. Angie estaba distante por la suma de mil cosas: nuestro alejamiento, el
almuerzo con Ivana y su mensaje (la bloqueé momentáneamente de mis contactos), y el
pelotudo de Tomás rondando. La extraño. No pasaron ni cuatro días, y ya me arde la
piel y el pecho se me contrae de no tocarla. Me sacó roja directa por ese mensaje
de mi ex y es una cagada. Pero, si no lo hubiera hecho, me preocuparía, porque
significaría que no le importo. Ahora, a remar desde cero de nuevo. Las batallas no
las ganan los cobardes, así que, sin avisar, paso a buscarla para invitarla a un
picnic. De alguna forma, tenemos que hacer las paces, y tampoco puedo dejar que
ella sienta que es la única que impone el ritmo en esta especie de “conocimiento”
que estamos transitando. Toco el portero y le pido que baje. Cuando viene a mi
encuentro, verla tan “digna” en su pose, me provoca internarme a mordiscos en su
cuello, imaginando mis manos en su culo y nuestros orgasmos estallando en las
venas. Me conmino a pensar en otra cosa para bajar mi deseo, e intento acercarme a
darle un beso, pero me pone su mejilla. Sonrío porque me divierte su pose celosa.

―Estás hermosa…

―Ajá…

―Se me ocurrió que podríamos hacer un desayuno tardío… ―No responde y se mira las
manos. Va a costar, pero está tan enojada que le partiría la boca de un chupón. ―¿O
ya desayunaste?

Camina hacia el auto en silencio. Verla con ganas de hablar y recomponer lo


nuestro, me da mucha ternura. Sí, con ella paso de la calentura a la risa, de la
risa a la cama, del sexo a hacernos el amor y viceversa, de hacernos el amor a la
ternura… Y así, este bendito espiral amoroso nos va envolviendo cada vez más. Le
abro la puerta y me coloco cerca de su cuello. Entiende el juego y entra lentamente
mostrando sus piernas eternas y mordiendo su labio inferior. La imagen mental de
humedecerla con mi lengua para luego introducirme en ella sin respirar, me causa un
pinchazo en la ingle. Y está otra vez: ¡de la ternura al sexo, sin escalas!
Mientras conduzco hasta los bosques de Palermo, le cuento que ya hablé con Ivana y
que no volverá a molestarla. Se hace la desentendida y pone música. El sol ilumina
su perfil y sus ojos están más dorados que nunca. En un semáforo, el impulso de
acariciarla es correspondido, y cerramos los ojos como si supiéramos que no podemos
evitar esta tensión sexual que existe desde que nos vimos. Le acaricio la curva
debajo de su oreja y desciendo hasta su pecho izquierdo. Gime con fuerza y su mano
se coloca en mi entrepierna. Baja mi bragueta, y sus dedos quieren continuar la
caricia aunque los bocinazos nos apuren. Me doy vuelta para responder, pero,
serenamente, toma mis mejillas para besarme, nos sonreímos y vuelvo a arrancar el
auto.

Estacionamos y bajo nervioso por lo que estoy por proponerle. Caminamos de la mano,
buscando el árbol más alejado de todos, cada uno sumido en sus pensamientos. Le
sugiero uno, lleno de raíces tan grandes que podrían escondernos y solo pienso en
hacerle el amor usándolas como butacas.

—¿Sos Laura Ingalls con esa canasta, ingeniero?

Su broma me saca de mi preocupación sobre cómo abordar el tema de mi propuesta.


Estalla en carcajadas y yo la sigo. No es muy masculino andar cargado con esta
canasta de picnic, pero era de mi abuela y sus cosas siempre me trajeron suerte.
Además, me venía perfecta con la excusa de traerla al parque, para hablar a solas y
en terreno neutral, y convencerla de que debíamos mudarnos juntos. Ya aceptó los
aros en señal de compromiso frente a todos (y en su interior, que es donde más me
interesa). Ahora, toca acostarnos y levantarnos abrazados cada mañana.

—Era de mi abuela, la mamá de mi vieja, y sigue estando impecable. —Sonrío. —Debo


confesar que nos ligamos una buena tirada de oreja cuando éramos chicos con mi
hermano, porque le rompimos un plato original y le perdimos un par de cubiertos,
pero —entorno mis ojos mientras extiendo el mantel sobre el pasto— le hicimos unos
mates a la vieja y se le pasó… Vos… ¿No me perdonarías…?

Dejo todo, me acerco levantando una ceja, mientras Ángeles se sienta en el lienzo,
dándome la oportunidad de tirarme sobre ella e iniciar una guerra de cosquillas.

—¡Basta, Die! —La escucho reírse y es la gloria. —¡Ayyyyyyy! —No para y estoy
fascinado de verla distendida. Parece una mujer diferente a esa sombra que siempre
le cruza la cara cuando intento acercarme a su corazón. —¡Paráaaaaaa! —Le hago
caso, la dejo tomar aire unos segundos y comienzo a besarla sin parar. —Pará, Die…
Acá no podemos… —Susurra.

—Lo sé, pero… Te traje para charlar —beso su cuello—, para verte, porque no
aguantaba más estar sin respirarte —muerdo sobre la tela uno de sus pezones y ella
se queja suavemente—, para explicarte… —No puedo terminar ninguna idea, porque mi
beba tampoco deja de morderme, imprimiendo el rastro de su lengua en mi cuerpo. —
¡Vamos ya al auto!

—¡Estás loco! —Sonríe.


—Sí, pero quiero que la próxima vez que me suba huela a nosotros… Y que tu olor me
recuerde que nos amamos en todos lados…

Meto la mano en su jean y la siento húmeda. Me quiero desabrochar el pantalón y no


me lo permite. Baja su mirada hacia el bulto contenido en mi bragueta y cierra sus
ojos. Noto su lucha interna y mis ganas pasan a un segundo plano. Se suponía que
aclararía sus dudas, diciéndole lo que significa en mi vida, y me comporto como si
no hubiera un mañana. Su aroma es magnético. Su mirada no deja de mostrarme su
corazón y por eso, a pesar de su dureza aparente, me confío en su respuesta.

—Angelito mío —acaricio su mejilla—, disculpame… Te traigo para hablar sobre esta
semana y…

Se levanta, comienza a recoger todo en silencio y camina al auto con la canasta.


Estira su mano para abrir el baúl, mete el cesto y me la devuelve. Da la vuelta y
se sienta en el lugar de copiloto. ¡La puta madre, todo lo planeado a la basura! ¡Y
todo por mis animaladas! Con bronca, voy a mi asiento dispuesto a llevarla a dar
una vuelta para retomar mi propósito, pero lo que descubro me deja más caliente que
nunca. Cuando abro la puerta encuentro a mi Angie recostada casi totalmente sobre
su lugar, el asiento corrido, y sin sus pantalones ni su ropa interior. Entro,
trabo las puertas, la veo tocarse con los ojos cerrados, llamarme “mi donjuán de
los ojos esmeraldas” y me coloco con cuidado sobre ella. Me recibe arqueando su
cintura y dejando sus piernas a mis costados. Me sostiene formando un círculo con
ellas y siguiendo mi ritmo. Se toma desde el cinturón de seguridad y mete un dedo
en mi trasero. Gimo y su humedad me acaricia, imaginando que es su boca la que me
da el calor que siempre busqué.

—¿Estuviste con otra así? ¿Acá?

Su pregunta me sorprende. La miro, sonriéndole a medias, dejándola con la intriga.


Intento besarla, pero me corre la cara. Mi mano va directo a su clítoris, acelero
el ritmo y me impulso dentro de ella tomándome de la manija de la puerta. En una
fracción de segundos, pienso que podría confesarle que los demás cuerpos, al estar
en ella y desde que la conocí, no existen en ningún plano de mi mente, ni queman en
mi sangre como sí lo hace el suyo. Que solo me sirvieron para acumular experiencia
hasta llegar a su vida. Que, aunque hubiese estado haciendo esto hace dos días
atrás, no existiría registro para mí porque desde que me dijo que sí, solo vivo por
ella. Muerdo su labio inferior. Balancea sus caderas. Sí, sería darle demasiado
poder contarle todo esto y no sé si me convendría. Sin embargo, esto no se trata de
egos sino de reconstruir su confianza en la vida. De construirnos.

—Jamás. Pero si lo hubiera hecho alguna vez, estás tan clavada en mi sangre y
arrasaste con todo desde que llegaste, que no lo recordaría…

Su seriedad y su sonrisa escondida en su mirada soleada me felicitan. Se arquea y


se aviva, como la mujer plena que sé que es, después de mis palabras. Me pide que
no pare. Profundizo la penetración moviéndome en círculos… Estoy tan lejos de acá,
en nuestro propio mundo de ilusión, y solo cuentan su respiración y sus
contracciones para entender que es el momento más sublime y perfecto para mi
proposición. Sus gemidos y sus espasmos me transportan, y acabamos al mismo tiempo.
No puedo esperar.

—Mi amor… Mi angelito… Mi beba hermosa… —Me abraza mientras acaricia mi espalda y
deja pequeños besos en mi cuello. Es una fuente inagotable de ternura y sensualidad
cuando se despoja de la mirada del mundo exterior, que no quisiera estar fuera de
ella ni un segundo. Así de posesivo me vuelvo cuando de Ángeles se trata. —Mudate
conmigo.
Se lo suelto así, sin lugar a dudas, y ella se paraliza. Sé que es pronto, que los
tiempos sociales y nuestro contexto nos “condenan”, pero no puedo callarme más. De
solo pensar que cada vez la noto más dispuesta a ser feliz, juntos, se me infla el
pecho de orgullo y me envalentono al recordar que, el otro día, estando abrazados
en el sofá y creyéndome dormido, dijo “si supieras cuánto te necesito, ingeniero…”.
Sé que no es lo mismo necesitar que amar, pero para mí, toda muestra de confianza
de Angie, es una afirmación a querer estar juntos y me agarro a eso con
desesperación. Sí, eso soy: un obsesivo delirante, un desesperado, un necesitado.
Si supieran el fuego que se esconde detrás de su hielo, mucho más la desearían.
Tarda en su respuesta y, otra vez, mis celos e inseguridades crecen a pasos
agigantados. Amago a salir de ella, pero mi angelito de la mirada fulgurante me
retiene, sonriendo mientras unas lágrimas caen de sus ojazos que brillan más que
nunca y me dice:

—Yo más.

Aunque no lo hubiera dicho con todas las letras, con eso me sobre y me basta.

****************************

Debo confesar que la etapa noviazgo blue (vieron esos meses que una está con
alguien hasta “formalizar”) con mi dulce y sensual donjuán estaba siendo un fuego.
A la distancia, lo pienso, nos miro, me río y nos extraño…

Cuando me mandaba flores, le enojaba mucho que algunas vinieran a preguntarme si


eran de Tomás o si seguí con él, juzgándome con la mirada porque estaba por ser
padre de nuevo. “Dejame explicarles que estamos juntos por respeto y amor, y
demostrales que jamás fuiste todo lo que ellos te quieren hacer creer.” A veces,
creo que le importaba más a él que a mí, y que seguía sintiéndose un poco “ajeno” a
mi vida, porque yo cortaba las conversaciones cuando sus ojos verdes querían
conocer el porqué de mis temores o reticencias. En cierta forma, lo entiendo,
porque continuaba ocultándole cosas y eso Diego lo intuía. Jugábamos a dejarnos
notas o mensajes en código con una sola palabra. Por ejemplo: una vez estuvo media
hora en la terraza de la empresa hasta que descifré dónde me esperaba. Pero es que,
con la palabra que me había dejado, ¡¿cómo iba a adivinarlo?! Recuerdo que, luego
de una reunión en la oficina de Tomás, abro mi chat y me encuentro con la pestaña
“Diego” en azul y titilando. Leí la palabra clave y decía “vértigo”. ¡Pensé mil
cosas, pero jamás en la terraza! Luego de veinte minutos de darle la vuelta y el
revés a esa palabra, y en un esfuerzo descomunal de mi cerebro, recordé que una vez
le dije que detestaba las alturas. Mi mente hizo sinapsis, subí, desesperada, los
escalones de dos en dos, y ahí estaba él, mi amor, acodado en la pared, con sus
rulos enmarcando su perfil y su sonrisa, mientras me soltaba un sensual “al fin…”.
Caminamos rápido uno hacia la otra para devorarnos a besos y casi cometemos una
locura, amándonos a pesar del lugar. Nos salvó un mensaje de Richard que no
encontraba unos archivos para otra reunión. Eso es lo que me da vida, lo que me dan
ganas con él, lo que me inyecta todo: las locuras a las cuales nos animamos juntos.
Lo amo y, pase lo que pase, ya no sería la misma jamás.

Desde el martes de la semana pasada, mi chico de la mirada color esperanza me avisó


que Fernando, su hermano, nos había invitado a todos (y cuando digo todos, incluye
a Rocío, porque mi cuñado está ilusionado con salir con ella) para ir este jueves a
ver tocar a unos amigos suyos. Estaba por negarme a salir con ellos, porque recordé
que es día de control por mi leucemia, pero me dije que merecía despreocuparme. En
verdad, no me venía sintiendo bien porque no descansaba todo lo que requería la
quimioterapia oral. Estaba comenzando a cansarme de perderme dos días a la semana
obligatoriamente, pero recordé lo que había leído cuando me hicieron firmar el
acuerdo en el hospital:

“ACUERDOS SOBRE SU CUIDADO: Usted tiene el derecho de participar en la


planificación de su cuidado. Aprenda todo lo que pueda sobre su condición y cómo
darle tratamiento. Discuta con sus médicos sus opciones de tratamiento para juntos
decidir el cuidado que usted quiere recibir. Usted siempre tiene el derecho a
rechazar su tratamiento.”

Mi rabia contra la vida “normal” que no podía llevar, me llevó a decirle que sí
iría, antes de saber que los análisis semanales saldrían mal. Ya no pude hacerme la
distraída. Hoy, mi doctor me dijo que tengo que comenzar a hacer reposo en serio,
si es que quiero curarme, y dejar de jugar con mi vida y con la de los demás, que
estaban haciendo de todo por salvarme. Si bien la quimioterapia oral la recibía una
vez por mes (una de las pastillas me la daban en el hospital en forma única y
mensual), lo que me desgastaba eran los análisis periódicos de sangre, radiografías
y tomografías, y los remedios que debía sí o sí ingerir todos los días. También me
conminó a avisar en mi trabajo que mi carpeta médica indefinida debía adelantarse.
Mi peso no bajaba pero tampoco subía, y desde que me enteré que estaba enferma
había perdido cinco kilos en total. El stress de fingir, de enfrentarme a mis
planes futuros fallidos, de ver mi vida desmoronarse y de luchar por recuperar una
familia que nunca tuve, habían hecho mella en mi salud, siendo las recaídas cada
vez más frecuentes. Solo una vez, Diego vio unos óvulos y me preguntó para qué
eran. Como no me animé a confesarle que me ayudaban a la lubricación para hacer el
amor, le dije que mi ginecóloga me los daba por una picazón que le comenté en un
control. Me miró fijo durante segundos, desconfiando y queriendo repreguntar. Temí
lo peor, y creo que si esa noche insistía un poco más le hubiera contado todo.

Luego de conocer mis resultados, terminé diciéndole a mi ingeniero que no por


mensaje, porque no me animaba a hacerlo personalmente. Vino a verme, y como no le
di muchas explicaciones, discutimos, se fue dando un portazo y ayer ni siquiera me
miró en la oficina ni me llamó en todo el día.

Sé que no tengo derecho a seguir buscándolo, pero lo necesito. Cuando escucho su


voz, mi ser revive y mis células se olvidan que están enfermas. Se lo conté a mi
psicólogo y me dijo que esa es la fuerza del amor verdadero, el que cura, el que
ilusiona, el que permite que proyectemos vida y nos separa de la muerte. Solo él.
El que supo verme y me ayuda a salir de mi agujero negro. Es mi última esperanza, y
ya me explicó mi terapeuta que no está bien que lo tome como un salvavidas, pero lo
seguiré haciendo hasta que su paciencia se agote. Y sé que será pronto. ¿Qué haría
cuando llegara ese día? ¿Le diría la verdad o antes desaparecería? Creo que ustedes
y yo conocemos la respuesta.

*********************

Jueves. A pesar de los resultados de los análisis, de haber decidido suspender mi


control “en venganza” contra mi destino, y de estar esperando saber si mi hermana
es compatible o no conmigo y si aceptaría ser mi donante, hay algo que puedo hacer
para dar vuelta la página y volver a ser esa chica despreocupada que solía ser,
jugando un ratito a calentar a mi donjuán. Para eso, elijo un conjunto de ropa
interior que aún no estrené. Quiero lucir sexy para él, sobre todo, sabiendo que
tengo que camuflar más que nunca mis celos y mi malestar por la salida de Diego con
Fernando y los chicos. Rocío no deja de revolotearle, y esa zorra es capaz de
hacerse la interesada por el hermano con tal de estar cerca de mi ingeniero. Me
miro en el espejo. La imagen de pollera y stilettos color nude, mi body de encaje
negro que oculta poco y mi pelo suelto (que tanto le gusta agarrar cuando estamos
haciendo el amor), lo dejarán pensando en mí todo el día y toda la noche durante el
recital.

Cuando llego a la oficina, muchos levantan la cabeza sorprendidos de verme allí, ya


que saben que los jueves no aparezco por mi supuesto “curso”. Sobre todo, mi
ingeniero. Intento no sonreír al ver que su mirada de asombro muda en dos segundos
por una de posesión y deseo. Me hago la desentendida y saludo a todos como siempre,
con la mano y de lejos. De costado, observo que Diego no me quita los ojos de
encima. Prendo mi computadora y ahí estaba él y sus benditos chats.

“—Qué hermoso verte, beba… —Evidentemente, se le pasó el enojo. —Pero, ¿no tenías
curso hoy? Aprovechemos y vamos al baño que tengo ganas de besarte el interior de
tus piernas y hacerte…”

—¿Angie? ¿Qué hacés acá? —Cierro la conversación con Diego porque Tomás está frente
a mí. —Pensé que hoy tenías que…

—Se suspendió.

Lo corto antes que se le escape algo, y lo miro con intención de que entienda que
cierre la boca. Sonríe con ironía, porque sabe que me tiene en su poder al conocer
sobre mi enfermedad.

—Mejor… Hoy te necesitaré demasiado y disfrutaré teniéndote muchas horas a mi


disposición... —Alza la voz a propósito. —Bueno, como siempre… —Me dice a mí pero
mirando a Diego. —Vení.

Nos encerramos por media hora en su oficina y, aunque no lo crean, no se desubicó


en ningún momento. Hablamos de los próximos proyectos de la empresa, de cómo estaba
de salud, de mantenerme el puesto después de mi tratamiento… No sé, no lo vi venir.
Pienso que quizás elegí creer que una pizca del hombre que me había conquistado
seguía ahí, que no podía haberme equivocado tanto. Qué sé yo… Cuando salgo, busco a
mi amor con la mirada pero no lo encuentro. Vuelvo a mi lugar y en segundos lo
tengo tras de mí.

—Ángeles, necesito un informe que está en el expediente de obra del último viaje
que hice a La Pampa. ¿Podrías mostrármelo desde tu pantalla? —Se acerca un poco
más. Como mi silla está contra la pared, su mano se cuela por mi pollera pero, para
los demás, sigue en mi respaldo. Levanto la vista y nadie nos está viendo. —
Relajate —susurra— y mostrame cómo te pongo… Hermosa, me volvés loco… —Me dice
mientras sus dedos suben y bajan por la raya de mi trasero. —Tu pecho está
temblando e imagino que tus pezones deben estar duros como piedras, como a mí me
gustan… —Levanta la voz. —Eso no, Angie. Necesito ver el recorrido y el total de
los gastos, porque hay costos que no me cierran… —Abro mi boca para respirar y
asiento como puedo, pero sus dos dedos en mi trasero me están desquiciando. Me
reacomodo mil veces y mi centro palpita. Sé que estoy por llegar. De costado llego
a ver cómo el bulto de Diego nos delata y se inclina más para ocultarlo. —Vamos al
baño que quiero que acabes en mi boca… Necesito sentirte… Ayer extrañé besarte…

—Diego —lo llama Tomás—, ¿está lista la foja de gastos del viaje a La Pampa?

—Estaba en eso con Ángeles —dice con la voz controlada.

—No me interesa. Vení a mi despacho que tengo dudas sobre algunos extras…

El aire se corta con cuchillo. Se detestan y se nota. Asiente y espera a que Tom
entre en su oficina.

—Gracias de todas formas, Ángeles… —Dice frente a todos.

Saca su mano con cuidado, se toca el corazón con los dedos que recién tenía en mí y
me señala delante de mis compañeros haciéndome poner colorada. Por suerte, creo que
nadie nos vio.

Luego de una hora de estar reunidos, mi ingeniero hermoso se va de la empresa y no


vuelvo a verlo. ¡Ni un mensaje después de tantas ganas! ¿Qué habría pasado? No
quisiera extrañarlo tanto… Salgo más tarde que de costumbre, esperándolo. Mientras
guardo mis cosas, me acuerdo que no llamé a mi vieja para ver cómo está y cómo se
vienen llevando con Luciana, y me pongo una alarma para hacerlo más tarde. Escucho
y leo que Richard vuelve a mandarme el whatsapp número mil, pidiéndome que vaya con
ellos a la noche. No le respondo, porque no puedo explicarle que tengo que
descansar y que hoy no soy buena compañía para nadie. Cada vez que miento y oculto
un poco más, me voy sumiendo en una cápsula que no sé de qué forma podré salir, y
eso me está ahogando inmensamente. Solo saber que Diego está a mi lado me devuelve
la respiración… Salgo y revuelvo entre mis cosas al oír otra vez mi celular.

“Cruzá que te quiero ver venir…”

Aparece un mensaje de Diego. Levanto mi cabeza y miro para todos lados. No lo


encuentro. Me llama y atiendo sin decir palabra.

“—Mirá mejor, que yo desde acá puedo sentir tu olor, así que estoy cerca. —Miro de
nuevo mientras escucho su voz ronca por el deseo. —Frío...frío...caliente... —
Sonrío al verlo sentado en el bar de enfrente. —Caminá hacia mí, beba, que te voy a
ir diciendo lo que me provoca verte…”

Obedezco, mientras no despego mis ojos de los suyos ni mi oído del móvil. Camino
como si estuviera haciéndolo solo para él, y me acomodo el pelo distraídamente
hasta tocar el nacimiento de mi escote. Convierto su excitación en mía al escuchar
su voz ronca y susurrante.

“—Veo tus pezones a través de la tela, marcándola, pidiendo por mi lengua, pensando
en que te estás acercando, y quiero explotar en tu boca... Intuyo el roce de tus
muslos, empapados levemente al recordar que en breve estaré entre ellos y dentro de
vos... —Muerdo mi labio inferior para luego pasar mi lengua repetidamente por mi
boca. —Ay, angelito, adoro que hagas eso pensando en que vas a besarme entero… —Lo
escucho tragar saliva. —Vení...”

Llego y me siento al lado para rozarlo. Ni nos miramos, pero cruzo y descruzo mis
piernas mientras acaricio sus dedos enormes. Vuelvo a recordar lo que hacen en mí y
gimo solo para que él me escuche. Le pide al barman que me sirva un Spritz, pero
con poco alcohol. El chico me mira como si Diego fuera un desubicado, yo le indico
con la cabeza que está todo bien, y hace lo que mi ingeniero le pidió. Mientras, mi
hombre hermoso se acerca y me susurra: “Esa caricia en tu pecho y estos roces a
propósito te costarán caros...”

—Disculpe, ¿nos conocemos? —Otra vez el barman se acerca, alerta, al escucharme.

Diego me sonríe a través del espejo y yo continúo sin mirarlo de frente. De


repente, un extraño (parecido a Ashton Kutcher, pelo castaño despeinado
ordenadamente, alto, traje azul, sonrisa eterna, ¡hermoso!) que estaba al lado mío
y en quién no había reparado, me saluda con un beso en la mejilla. Me descoloca su
atrevimiento y mi donjuán pone un brazo en mi hombro. Se miden con la mirada y la
postura física de ambos es testosterona pura.

—Pensé que la dama estaba sola, disculpen…

Diego no dice nada y cuando desaparece susurra:

—“Pensé” —imitando la voz del extraño— que tendría que explicarle que sos mía. —Me
río y lo beso con ternura. Mi celoso incurable. Mi protector eterno. ¿De quién iba
a ser sino de quién me devolvió a la vida? —Vení —me acomoda sobre su regazo y me
clava sobre su erección—, basta de jueguitos que solo aceleran mis ganas de estar
en vos…
—Y a ver, mi hermoso donjuán, me querés explicar ¿por qué no estás yendo con los
chicos a tomar algo antes de reunirte con tu hermano?

—Porque no soy tonto, Angie, y no te veo bien… No sé qué te pasa, pero aunque no
pregunte para evitar discutir como el otro día, no significa que no me doy cuenta o
que vayas a lograr que te deje sola… —Toma mi perfil para darme un beso que nos
deja sin oxígeno y su mirada verde hechiza la mía, impidiendo que deje de mirarlo.
—Mi beba de las piernas eternas y la mirada del sol… —Mi romántico incurable.
Sonrío. —Presentaciones y salidas con mi hermano habrá miles, pero momentos con vos
jamás son suficientes. No me alcanzan las horas para disfrutarte, conocerte,
vivirnos, y quiero millones de recuerdos para atesorar… —Me emociono y bajo la
mirada. Me acaricia y susurra la canción que está sonando en el bar:

Conocerte fue un viaje de ida sin frenar

Me gusta cuando me peleás, dueña de mi debilidad

Me coqueteás, me histeriqueás…

Menos mal que la falta de luces del lugar oculta mi dolor. Conozco esta canción que
está sonando y que Diego me regala con sus palabras porque fuimos con Richard al
recital de Será Pánico para mi cumpleaños. No sabía que a Diego también le gustaba.
Cuando la escuché por primera vez, me reconocí en la letra. Pasa su lengua por mi
nuca hasta terminar succionando mi lóbulo derecho. Tiro la cabeza hacia atrás y me
apoyo en su hombro…

Te quiero así

Con tu locura divina

Y tu enfermizo paraíso

Eso me asusta: convertirme en su enfermizo paraíso. Pero su amor, su luz, sus


palabras me atraen, me subyugan, necesito libar de su energía… ¿Qué puedo hacer
sino entregarme? Y esta vez es mi turno de cantarle mirándolo a los ojos:

Yo no quiero hacerte mal

Cada vez te quiero más[15]

—Cada vez te quiero más… —Susurramos a coro.

—Te amo, mi beba divina… Mi angelito… Mía…

Me doy vuelta y nos mordemos, suspiramos, jadeamos, nos metemos mano, él bajo mi
pollera y yo en su jean, como desesperados insaciables… Me humedezco y revivo. No
me importa estar frente a todos, ni si alguien de la oficina cruzó y está acá. En
sus dedos respiro y me merezco esto.

—Pará que no doy más… —Suplica.

Me baja con cuidado, me toma de la mano y nos vamos a mi departamento en su auto.


Ya casi ni manejo, porque me dijeron que puedo llegar a tener decaimientos por los
medicamentos. Llegamos de la mano, mansos, como si entendiéramos que no conviene
resistirnos a este huracán sexual que nos envuelve, pero nos amamos entre abrazos,
caricias y muchos besos llenos de promesas eternas. Verlo erigirse sobre mí,
empujando profundamente, sus manos entrecruzadas con las mías sobre mi cabeza,
abrir su boca, jadear y respirar con dificultad mientras cierra sus ojitos y me
dice “mi amor”, es para lo único para lo cual nací. No me importa nada más que
vivir a través de nuestro universo, deshaciéndonos con dientes, lengua, saliva y
bocas, hasta que no haya piel entre nosotros. Hasta que no nos queden ni los huesos
y solo estemos unidos por nuestros sexos, su corazón y mi alma…

Si yo hubiera sabido todo lo que se tramaba detrás nuestro, lo que nos esperaba y
lo que perderíamos sin retorno, le hubiese contado de mi enfermedad. Tendría que
haber luchado con las garras que me daba el no tener nada más que perder, salvo la
felicidad que nos aguardaba en la verdad y que ya no volvería. No sé… Le hubiera
dicho otras cosas, aclarado lo imposible, explicado que quería todo con él,
inclusive, que nos había soñado con una familia y nuestros Silvestre, Chicha y
Limonada…

Pero una, a veces, calla pensando que nos sobra vida. Las cosas hay que hacerlas,
decirlas, disfrutarlas, desecharlas, gritarlas, llorarlas cuando corresponde. El
mañana es hoy.

Capítulo 15 - Cuando me quedo sin cuerda me traes a casa

El jueves, luego de haber pasado una noche hermosa haciendo las paces, volví a mi
casa porque Angie me dijo que aún necesita acostumbrarse al concepto “nosotros”
(textual). Mi estrategia es justamente lo contrario: que jamás se acostumbre,
necesitándome sin condiciones para asaltarle el corazón durante toda nuestra
existencia. De hecho, yo sé que nunca me habituaré a ver cómo brilla entera cada
vez que sonríe, a sus piernas rodeándome en la cintura cuando estoy en ella, a su
boca diciéndome “mi donjuán”, a su lengua marcando mi cuerpo para acabar rodeando
mi pene, a sus dedos tocándome y marcando el ritmo en cada embestida... Con ella me
siento el hombre más completo del planeta. Estoy enamorado y no dejo de repetírmelo
para celebrarlo desde mis entrañas. Disfrutábamos mucho de nuestra intimidad y
complicidad. Y en la oficina, otro tanto. Mirarnos y hablarnos por chat para
encontrarnos y besarnos fugazmente en la cocina, o en las escaleras de emergencia,
anticipando lo que cada tarde vivíamos en su departamento o en el mío.

Por eso, ayer la pasé a buscar más temprano para desayunar juntos y volver a
sorprenderla, ya que habíamos quedado en no vernos debido a mi viaje. La amable
señora que a veces me encuentro en su edificio me deja pasar, toco timbre y me
escondo tras el ramo de jazmines. Cuando abre, mi visión parcializada observa sus
pantuflas floreadas y sus piernas eternas. Pensando que está desnuda y aún sigue
sin vestirse, mis planes cambian y ahora tengo ganas de otra cosa.

―Qué ricos ―me saluda oliendo el ramito.

―Buen día, beba… ―Le saco el ramo de sus manos, lo dejo sobre el mueble y la
abrazo, mientras disfruto del olor de su pelo mojado y de la suavidad de su piel.
―Acabas de bañarte… Quiero mancharte…

―¡Ni se te ocurra! ―Me contesta sonriendo, pero dándome permiso mientras corre por
toda la casa. La atrapo y Silvestre nos mira desde un rincón. Estamos tirados sobre
su cama, muertos de risa y defendiéndonos a cosquillas. ―¡Diego!

A pesar de su supuesta negativa, es mi chica color del sol quien comienza a


desabrocharme los botones de mi jean. Hacemos el amor, y me vienen ganas de verme
en ella. Le pregunto con la mirada y, aunque sabemos que llegaremos tarde, me dice
que sí. Me fascina la imagen de sus ojos cerrados y su boca abierta por la
excitación, mientras derramo mi semilla sobre su cuerpo como si fuera mi propia
obra de arte. No puedo evitar pensar en cuando lleve nuestro hijo. Es tan hermosa y
yo soy tan suyo…

—Me voy a bañar… ¡De nuevo! —Retengo su mano, sonríe y vuelve a la cama para darme
un beso fugaz. —Son cinco minutos, amor… También podés venir, si querés… —Me
sugiere sensualmente.

—Aunque me tienta la oferta, angelito, quiero que nos dejemos el aroma de nuestra
mezcla en la piel… El olor a nuestro amor… —Duda, pero se ríe con la mirada y
arquea una de sus cejas. Sí, soné muy cursi, lo sé. —Es que esto de estar pensando
todo el tiempo en excusas para escondernos no me gusta, Ángeles... —Suelta el
agarre de mi mano y comienza a vestirse. Ahí está otra vez su caparazón. —Sigo sin
entender por qué con Tomás no tenías problemas de que murmuraran y conmigo sí. ¿Tan
poco significa lo nuestro para vos? —No dice ni una palabra pero sus ojos se
cristalizan. Me fui a la mierda. Cruzo desnudo la habitación para alcanzarla y
abrazarla por detrás. —Perdoname, hermosa, a veces me comporto como un pelotudo muy
celoso… Es que necesito que todos nos reconozcan como pareja…

—¿Por qué? ¿No te basta lo que estamos descubriendo juntos? ¿No te alcanza que
compartamos todo? Conociéndome un poco, ¿no te das cuenta que para alguien como yo,
lo que vivimos a diario, esto es “demasiado compromiso”? ¿No te alcanzo?

—¿Sinceramente? No. —Se da vuelta, confundida. —No solo quiero tu tiempo sino
también tu confianza, conocer qué es lo que te impide dar el gran salto para vivir
juntos o planificar un hijo, por ejemplo. —Me mira con miedo. Mejor, no voy por
ahí. —No sé, Angie… Siento como si creyeras que de un momento a otro esto se va a
terminar, y preferís no entrar del todo en nuestro amor por no salir quemada… —Baja
la mirada y me da miedo preguntarle si acerté. —Te aviso que es demasiado tarde,
¿sabés? Yo ya estoy incendiado… Y creo que vos también…

No me responde, entra al baño para ducharse y en diez minutos estamos yendo a la


empresa. Cuando llegamos me avisan que se suspendió el viaje, así que le mando un
chat invitándola a cenar. Sin embargo, silencio eterno todo el día. A la tarde, se
fue sin despedirse y a la noche ni leyó mis mensajes. No la voy a forzar. Si ella
no es capaz de jugársela, la dejaré haciendo los deberes solita.

Me río de mí mismo. ¿A quién quiero engañar? Si por mí fuera, ya la hubiera


presentado a mi vieja, comprado una casa y hasta estaríamos viviendo juntos.
Estaciono pensando en eso, y en la noche de mierda que pasé por evocar su cuerpo y
querer dormir abrazado a sus pechos. Pensar que hace quince días estaba haciendo el
amor en este auto con la persona que me enseñó que las apariencias engañan y que el
“más fuerte” es el más necesitado, y ahora estábamos otra vez discutiendo por lo
mismo. ¡La puta madre que estaba hasta los huesos por esta mujer!

Mi madre siempre conoce el ruido de mi auto, así que ya la tenía en la ventanilla


del acompañante sin siquiera haberme bajado del auto.

—¡Dieguito!

—Hola, mamá —me abraza como si hiciera años que no me viera.

—¿Y esa carita? ¿No te arreglaste con Ivana? —Tantea.

—Vieja, no empieces…

—Ahhh —me abraza por la cintura y rodeo sus hombros mientras caminamos hacia la
casa—, entiendo… ¿Y el ángel que te rescató de esa chica cómo se llama? —Pregunta
pícaramente. No solo embarró a Ivana en la pregunta, sino que también metió la
consulta sobre mi beba.

—Justamente, mamá, es un angelito… Es mi angelito… —Remarco la frase.

—¿Y entonces que esperás? ¿Por qué no la trajiste? —No contesto y la miro. Toma mi
cara con ambas manos y me da un beso en la mejilla. —Ay, ay, ay, hombres, hombres…
¡Todos iguales! Tendrían que pensar menos y actuar más… Entremos y luego hablamos…

Apenas traspasamos la puerta, mis hermanos, primos y tíos me reciben con abrazos y
preguntas sobre Ivana y qué paso con el casamiento. Les explico muy por arriba, y
enseguida olvidamos el tema y la incomodidad. Pasamos una tarde hermosa,
almorzando, discutiendo sobre política, jugando un picadito con los chicos y
merienda con cosas caseras.

—Ya sé que cuando uno ama la presencia del otro es imprescindible. —Me dice mi
madre alcanzándome un mate. La miro y no necesito decir nada, ella me conoce. —Yo
no dejo de extrañar a tu padre, de verlo en todo, de escuchar su voz. Nos amamos
desde que nos conocimos y sabíamos que teníamos que estar juntos para ser felices,
para que ustedes pudieran venir al mundo… Diegui, yo siempre supe que Ivana y vos
eran el agua y el aceite, sin embargo, no me metí jamás. —Asiento y le devuelvo el
mate. —Celebro que te hayas dado cuenta, pero no podés seguir perdiendo el tiempo
sabiendo que la mujer de tu vida está ahí afuera y vos estás acá, solo, cavilando
qué hacer… ¡Demostrale que vos sos lo que ella estaba esperando!

—Es complicado, vieja… —Sonrío. —¿Sabés? Ella se llevaría muy bien con vos. Las dos
son mujeres fuertes y luchadoras, pero Ángeles… No sé… Me descoloca… —Mi mamá se
ríe en silencio y asiente mientras sigue cebando. —Mi angelito ilumina todo a su
paso… Me hace estrenar sentimientos, desear cosas, estar insatisfecho sin nosotros…

—Te hace vivir, hijo… ¡Ay, mi amor, qué enamorado estás! ¡Al fin! —Dice mirando
hacia el cielo. Ambos extrañamos a mi viejo. —Voy a despedir a tu hermano y ahora
la seguimos. Quedate acá…

Ángeles es una mujer que ha sido lastimada y humillada, que necesita confiar y que
le demuestren que el amor es todo y no las migajas a las cuales quisieron
acostumbrarla. A veces, la pienso como un ciervito indefenso y cauteloso frente a
cada paso que desea tomar por falta de confianza en los demás, pero sobre todo, en
sí misma. Pero para eso, para enseñarle a descubrir su fuerza interior y que
entienda que no necesita de nadie, estoy yo. No dejar que se acostumbre, esa es la
estrategia que no puedo perder de vista. Tomo el teléfono y escribo.

Ahora me gustaría estar frente a tu puerta para que me recibieras desnuda y


admirarte, para besarte y chuparte ese labio inferior que tanto se hincha con mis
dientes… Fundiendo nuestras lenguas hasta amansar tu voluntad… Y llevarte a tu
cama, que ya es nuestra por habernos regalado esa primera vez que disfrutamos con
urgencia, con desesperación, con cada latido que nos llevó a comprender que, cuando
hay amor, los cuerpos fluyen en sentido monocorde… Cogernos y hacer el amor para
nosotros, mi angelito de la mirada cobriza, ya no tiene diferencia, porque nuestros
orgasmos son tiernos, y duros, y emocionantes, y temblorosos… Y luego, quedarnos
dormidos… Extrañame, beba…

Siempre me gustó escribir. Y como nunca me costó expresar lo que sentía, lo hacía
naturalmente. Un día llegó Ivana y no volví a hacerlo. Hasta que reencontré mi voz
al mirarme en los ojos de Ángeles. Ella desata en mí esta incontinencia sentimental
tan necesaria para no ahogarme en tanto amor que siento.

Veo que lo lee pero no me responde. Sonrío ante este código tan nuestro, en el cual
ella recibe todo lo que me surge, sea música o palabras, lo acepta y luego me
demuestra que ya lo internalizó de tal forma que nos lo retribuye en la cama. No me
reconozco en este papel lastimoso de cavernícola celoso, controlador y necesitado.
Pero solo por ella. Es tan frágil a pesar de lo que piensan los demás… Sé que ambos
estamos aprendiendo a convivir con estos nuevos seres en los que nos convertimos
desde aquella bendita noche, después del Faena, en la que dijimos “hasta acá”.
Mejor dicho, desde la tarde cuando nos reconocimos en el spa. Y digo “reconocimos”
porque, como dice mi vieja, teníamos que ser. Siempre hay un punto en el cual algo
o alguien nos salva de nosotros mismos, de seguir arruinándonos con la forma en que
venimos, supuestamente, viviendo.

Busco su número para preguntarle cómo está, pero me sorprende una llamada entrante
de Ivana y discutimos sobre las cosas pendientes de nuestro fallido compromiso. No
la escucho, digo todo que sí, me da lo mismo lo que piense. Sigue enojada porque le
dije de todo después de ese mensaje de mierda que le mandó a Angie, y que casi hace
tambalear su confianza en lo nuestro. Debe pensar que sigo bailando al compás de
sus caprichos, a pesar de no estar juntos, o debe tener esperanzas de volver.
Cuando corto con mi ex, vuelvo a pensar en los ojos soleados de mi beba. Quizás,
antes de encontrar a Ángeles, estaba medianamente contento y tenía “proyectos de
vida aceptables”, pero viajaba inercialmente con la corriente de lo que me
aparecía. Ahora sé que estuvimos levitando hasta encontrarnos y desde esa tarde no
me conformo más: quiero todo y nada menos.

Hoy, para mí, vivir adquirió un nuevo significado. Solo con ella.

******************

Tengo tal montaña rusa emocional que ni yo me reconozco. Mi psicólogo y los


doctores me explicaron que es normal pasar de la angustia a la depresión y al
enojo, y que luego me acostumbraré a estar más contenida. Me recomiendan que elija
a alguien en Capital para transitar este proceso de ansiedad por saber cómo seguirá
el tratamiento, y que eso me haga más llevadero el proceso de preparación al
trasplante. Les dije que sí, que mi mamá y mi hermana son mi familia más cercana, y
que ellas viajan continuamente. Mentira, por supuesto, pero, ¿qué les iba a
explicar? ¿Que, cuando por fin conozco al AMOR con quien deseo pasar el resto de mi
vida, decidí que mi felicidad con él tiene fecha de caducidad por mis miedos? ¿Que
lo amo tanto que le termino mintiendo por no darle lástima, mientras elaboro
excusas y planes para dejarlo? De todas formas, y sin advertirle, puse el contacto
de Tomás en la planilla. Espero que jamás lo necesite. Tanto stress por ocultar
algo que sé que nos lastimará a ambos en el futuro, hace que decida no ver a mi
hombre hermoso este fin de semana. Prefiero hacerme la enojada y desgarrarme de
tanto extrañarlo, a que sus ojitos color esperanza me sigan interrogando y yo
continúe huyéndoles y mintiéndole.

Nos levantamos temprano con Silvestre para dar una vuelta en la bici, pero las
náuseas matutinas y el dolor en las piernas me recuerdan que debo descansar como me
pidieron esta semana. Mi “enojo” de ayer y mi silencio con Diego se debieron a que
volví a foja cero con mi preparación al trasplante y a replantearme si debía seguir
ilusionándonos. Si bien habíamos acordado con mi doctor en San Luis que lo mejor
sería el minitrasplante[16] para que pudiera seguir con mi vida lo más normal
posible, me doy cuenta que también se me hace difícil este angustiante “alargue” de
saber cómo resultará todo. Mi amigatuno me recuerda que él también existe y se
enrosca en mis piernas mientras leo un libro. Acaricio su lomo y nos hacemos
compañía hasta que me quedo dormida en el sillón. No sé cuánto tiempo pasó hasta
que una llamada de mi hermana me despierta.

―Hola… ―Atiendo con voz pastosa.

―¡Hermanitaaaa! ―Me saluda Luciana, eufórica. ―Quiero contarte cosas lindas y me


gustaría tenerte enfrente para abrazarnos todo lo que no pudimos hacerlo en estos
años… ―Escucho cómo se emociona y yo también quisiera darle un abrazo. Esta
enfermedad me hizo conocer el amor en diferentes expresiones. ―Bueno, basta de
moquear y vamos al grano: tengo los estudios de compatibilidad medular en mi mano
y… Cha chan cha chaannn… ¡Somos compatibles en un noventa y ocho por ciento!
¡¿Entendés que es un milagro para cualquiera, y sobre todo, para nosotras que no
venimos de la misma madre?! ―Me pregunta eufórica. Claro que entendía. Eso me había
dejado sin habla. Seguía recibiendo amor y pruebas de que tenía que poner de mí
aunque la culpa me quisiera llevar a ese agujero negro que siempre estaba latente.
Ante mi silencio, Lu prosigue. ―Por eso, y luego de hablarlo con mi familia, es
decir, tus sobrinos y tu nuevo cuñado ―nos reímos entre lágrimas por lo que está
por decir―, no hay dudas de que lo voy a hacer… ―Lanzo un grito ahogado de emoción
y solo puedo dar gracias a Dios en silencio. ―Y también quiero decirte que nos
juntamos con tu mamá… ―Otro silencio. ―Salió de ella… Eso me puso contenta y me
convenció para vernos… Parece que le cayó la ficha, hermanita, y que se dio cuenta
que nada importa salvo ser felices el poco tiempo regalado que nos queda… Me dio su
número y quedamos en que nos mantendríamos al tanto mutuamente de todo lo que
tuviera que ver con vos…

―Gracias, Lu… Gracias ―hago una pausa porque me conmuevo al decirlo en voz alta―,
hermana…

―Angie… —Traga saliva. —Sé que lo que les hizo mi familia no tiene arreglo, y
también sé que me van a desterrar por esto, pero… Hermanita, lo más importante sos
vos… Quiero que mis hijos te conozcan y que vean que hay que apoyarse siempre entre
hermanos y…

Se larga a llorar y yo lo hago con ella. Un calor especial, distinto, esperanzador,


se instala en mi pecho y tengo más ganas de vivir que nunca. Nos despedimos como
podemos, entre promesas de vernos pronto y con palabras cortadas por la nueva
relación que se está gestando entre nosotras. Sigo movilizada e ilusionada con esta
segunda oportunidad que podría darnos la vida. Hace días, pensaba que no tenía
familia y que dependería de la compatibilidad con un extraño para mi trasplante.
Ahora, la vida volvió a barajar y dar de nuevo. Sea cual sea el final de todo esto,
estos meses están valiendo más que muchos años desperdiciados en rencores y
revanchismos. Silvestre maúlla y camina hacia la puerta. Es el gato más perro que
conozco: le gusta salir a pasear, por poco con correa, en lugar de huir y callejear
como los demás. Otro bello ser que me regaló este año…

Sigo sin poder creer las palabras de Luciana: “El médico dijo que somos, casi, un
cien por ciento compatibles, Angie, ¿entendés lo que significa? Cuando me llamó a
casa fui corriendo a su consultorio. Necesitaba ver el resultado con mis propios
ojos, hermanita. ¡Esto es un milagro! Me dijo que podés seguir haciendo vida
normal… Es decir, continuar con los medicamentos y los controles en Buenos Aires.
El doctor me aseguró que se hablan todos los días con su colega en Capital y que tu
preparación viene bien… Solo falto yo, pero estaré mil puntos… ¡En dos meses,
máximo, ya estás trasplantada, hermanita! Vamos a lograrlo, vas a ver…”

Luego, mientras me estoy bañando, repaso los dichos de mi doctor: “Todos tenemos un
genotipo. Este está formado por cincuenta por ciento de madre y cincuenta por
ciento de padre. Como también se heredan genes de los abuelos, se dice que entre
los hermanos hay un treinta y cinco por ciento, máximo, de compatibilidad. La
probabilidad de tener un hermano compatible es de una entre cuatro...” ¡Y yo la
tenía! Tendría que ir a la Basílica de San José de Flores para agradecer.
Inclusive, las traería a mi hermana y a mi mamá para ir juntas.

Un rato después, mientras mi celular se está cargando, suena e imagino que es mi


vieja que ya se enteró de la buena nueva. Ya la llamaría. Debe estar sensibilizada
y avergonzada por lo que se ha hablado entre ambas familias durante tantos años,
pero agradezco a Dios que hayan podido dejar de lado sus temas pasados en virtud de
mi recuperación.
Me hago unos mates y con Silvestre nos ponemos a comer unas galletas horrendas (sí,
mi gato me hace el aguante con la dieta especial que necesito por la quimioterapia,
es el mejor amigo que podría tener), mientras agarro mi teléfono para devolver la
llamada a mi mamá. Me sorprende ver que la perdida no era de ella sino de mi
ruliento donjuán. Me lo imagino celoso y preocupado porque no lo atendí y beso la
pantalla. Mi amiguito maúlla y le digo que se busque una gata. Ronronea en
respuesta y leo en voz alta el mensaje de Diego. Sonrío ante su sensualidad y su
naturalidad cuando de hablar de su deseo se trata, y releo cientos de veces la
última parte.

“Cogernos y hacer el amor para nosotros, mi angelito de la mirada cobriza, ya no


tiene diferencia, porque nuestros orgasmos son tiernos, y duros, y emocionantes, y
temblorosos… Y luego, quedarnos dormidos… Extrañame, beba…”

Amo ver su mirada sobre mí, su percepción acertada sobre mi corazón, sus manos
recorriendo mis mejillas para adentrarse en mi pelo y sostenerme mejor para
comernos la boca… La humedad que me provoca pensar en él me duele y me arde… Lo
quiero. Ya no puedo vivir sin él. Me ayudó a verme como mujer, enseñándomelo que
significa una verdadera relación y el respeto por el ser amado. Él huele a FUTURO.
Un futuro sin culpas, sin lastimar a nadie… Un futuro que ya no será porque deberé
dejarlo... No, no solo lo quiero. Yo a Diego lo AMO. Vuelvo a recordar lo que hablé
con mi hermana y entiendo que mi definición estaba cada vez más cerca, sumiéndome
en la negatividad de la proximidad de nuestra separación. Por eso, y
definitivamente, sé que no puedo arrastrarlo a mi suerte. No sería justo, ¿no?

A pesar de eso, me dijeron que mi tratamiento y recuperación comenzarían a ser


reales cuando empezara a pensar en positivo y teniendo a mis afectos cerca.
Disfrutar este tiempo con mi dulce donjuán y siendo feliz de a ratos junto a él no
nos puede hacer mal, ¿o sí? El problema es que yo era la única que en ese momento
tenía el panorama completo del bosque y sabía lo que sucedería, mientras que Diego
solo veía el árbol que yo le mostraba. Seguía en esa encrucijada sin salida que
continuaba quitándome energía vital cuando me dejaba engullir por mi egoísmo.

Faltaba poco para que las mentiras que había ido construyendo y creyéndome junto
con él nos devastaran.

***************************

Me despedí de mi familia con rapidez porque la voz de Ángeles no se me quitaba del


cuerpo. Casi dos días sin hablarnos por una boludez: ella no quiere mostrarse y yo
quiero poder besarla cuando se me cante y delante de quien sea. Subo al auto y mis
manos conducen de memoria hasta su departamento, como cuando nos hacemos el amor,
que nuestros cuerpos ya saben dónde explotarán mejor las caricias del otro…

Jamás creí en el amor a primera vista. Pero lo nuestro fue otra cosa. Cuando nos
vimos por primera vez, la intencionalidad de sus ojos cortó cualquier actividad
cerebral en mí, y mientras su mirada soleada recorría cada pedacito de mi piel, mi
pene se iba izando imaginando sus manos a su paso. Pensé que era calentura mal
correspondida. Sin embargo, fue encontrarnos y volver a morir si no la tenía. Al
recordar el instante en que la conocí, me doy cuenta que, lo que yo creí una
obsesión, en realidad, era curiosidad. Necesitaba conocer por qué latía su corazón,
cuándo se le erizaba la piel dándole temblores, cómo sería al explotar en un
orgasmo cuando amaba de verdad. Porque desde el minuto uno descifré que mi angelito
de las piernas eternas no estaba enamorada del boludo que tenía al lado.

¿Y ahora qué? Después de estos pasos que avanzamos y retrocedemos, sigue


desconcertándome su aparente frialdad cuando quiere demostrarme con palabras que
necesita su espacio, aunque luego me busque con la mirada; o la note entregada
vibrando bajo mi cuerpo y en el vaivén de nuestros orgasmos. Me echa de sus días y
luego me envía canciones que hablan por ambos. O me dice “te quiero, mi donjuán” a
escondidas, cuando piensa que duermo… Sé que ella desconoce aún la verdadera
profundidad de sus sentimientos, pero apenas podamos vivir juntos estoy convencido
que se soltará. Y de la única forma que puedo demostrarle que ya somos uno, sin
importar cuánto se esmere en alejarme, es convertirme en su necesidad.

Sí, tenía que venir a verla. El ardor en el pecho por extrañarla es demasiado
grande. En realidad, estoy celoso de su tiempo sin mí y urgido de nuestras bocas,
manos y cuerpos siendo uno. Ese aroma a sexo amoroso que nos invade cuando
empezamos a rozarnos, reinventándonos para sentirnos, sabiendo que, aunque
repitamos mil veces en la cama, terminarán siendo diferentes porque algo nuevo nos
descubriremos en cada embestida... ¿Y por qué me lo iba a perder? ¿Porque Ángeles
sigue enojada y aún no entendió que no puedo vivir sin ella? Lo siento, gente, no
tengo orgullo cuando de mi beba se trata.

Toco el portero y Ángeles me abre sin titubear. Subo de dos en dos los escalones,
embaladísimo (y empalmadísimo), pero entendiendo que tendremos que hablar después
de amarnos. No seguiré escondiéndonos de nada ni de nadie. Ni siquiera de sus
demonios. Me recibe con su sonrisa que tanto añoraba y con Silvestre en brazos.
Esto es hogar: que tu chica te esté esperando y sus ojos te digan TODO lo que pasa
por su cuerpo. Me desea tanto como yo a ella y leerla me pone en quinta a fondo. Se
corre del portal, deja que pase y apoya a su gato en el piso. Se va quitando su
piyama mientras camina a la pieza y solo se detiene para mirar sobre su hombro,
susurrar mi nombre y sacarse su tanga con tal lentitud que pensé que la tomaría ahí
mismo. Continúa caminando hacia ese cuarto que tanta felicidad nos da y solo puedo
pensar en que la extrañé demasiado. La encuentro estirada en la cama, masturbándose
con suavidad, comenzando nuestro juego eterno de ver quién domina la escena, cuando
ambos sabemos que soy su esclavo desde aquella tarde. Aprieto mi mandíbula del
hambre que le tengo, y comienzo a imitarla acariciando mi bragueta. De repente, se
me ocurre algo y salgo de la habitación, pero no sin antes observar que Angie no se
inquieta por mi ida. Nos sonreímos con lujuria, porque debe intuir que será
placentero, sea lo que sea. Vuelvo en segundos con un bol lleno de cubitos. Sonríe
veladamente, anticipando lo que pasaría en minutos, como si conociéramos nuestros
deseos más primitivos sin tener que decírnoslos.

—Vení… —Se acerca en cuatro patas mostrándome su hermoso culo en todo su esplendor.
—Sentate frente a mí y desabrochame los pantalones. —Obedece, colocándome entre sus
piernas y dejando caer mi jean junto a mi boxer hasta los tobillos. Vuelve a
levantar su carita de diosa experimentada y yo pierdo la cordura. Tomo uno de los
cubitos y comienzo a pasarlo sobre sus pezones endurecidos. —Imaginá que es mi
lengua que los humedece y los mima… —Está tan excitada y su cuerpo tan ardiente,
que el pequeño bloque de hielo se derrite en segundos. —Angie… Beba mía… Me ponés a
mil… —Guío su cabeza hacia mi pene y pasa su lengua sobre mí. —Sentime…

Repito la operación sobre el otro pezón y lo dirijo hacia su humedad. Otra vez, y
por culpa de nuestro deseo, el cubito comienza a derretirse rápidamente. Pero antes
que desaparezca, lo llevo a mi boca y lo chupo arrancándole un gemido a su boca de
labios llenos. Necesito entrar en su fuego para respirar y calmarme. Soy cuando sus
terminaciones me chupan hasta sacar lo mejor de mi esencia. Quiero todo con ella…
No nos contenemos y nos hacemos el amor mejor que la última vez, pero sé que será
menos perfecto que la próxima. Ángeles acaba mientras le hago sexo oral y,
aprovechando sus contracciones, me hundo en su calor para agarrar los últimos
coletazos de su orgasmo y llegar al mismo tiempo. Juntos, como debe ser. Estuvo
perfecto… Me desplomo sobre mi chica y ella muerde mi cuello haciéndome reír.

Estamos agotados pero plenos. Salgo de mi angelito, y cruzo mi brazo para tomar su
pecho izquierdo mientras beso su espalda. Es la primera mujer que me inspira dormir
abrazado a ella. Como si ambos nos consideráramos nuestros puertos seguros de
descanso. De hecho, me cuesta dormir en mi cama desde que me acostumbró a nuestro
olor. Otra cosa que me calma, es escuchar su respiración mansa y satisfecha después
de amarnos. No sé… Es algo que me llena de esperanza para cuidar de este
sentimiento que creció y nos desbordó a ambos, casi sin querer… Tanto así, que ni
siquiera me atrevo a confesárselo por miedo a que se esfume. “Con Angie hay que
andar con pies de plomo”, me dijo una vez Ricardo y me doy cuenta que tiene razón.
Últimamente, hay un tema que me obsesiona y es el de irnos a vivir juntos. No
soporto esto de no vernos algunos días porque ella está con sus cursos, o que se
refugie en su caparazón cada vez que peleamos y no me atienda el teléfono o no me
abra la puerta. Si tuviésemos que volver a la misma casa, nos obligaríamos a
rozarnos, al menos, para dormir espalda con espalda. Sin embargo, temo su reacción
si llegara a plantearle, por ejemplo, el recogerla después de cada clase para cenar
o dormir juntos. Es tan celosa de su intimidad que nunca sé hasta cuando lanzarme o
cuando retirarme, sin que lo tome como descuido o invasión. Y sigue haciéndome
ruido esos malestares repentinos que la dejan de cama o las pastillas que una vez
le encontré… Ángeles necesita seguridad, cero mentira o engaño, y yo estoy
dispuesto a encerrarme en un monasterio con tal de demostrarle que podemos vivirnos
en el día a día.

Como si intuyera algo, mi angelito me toma de ambos brazos, envolviéndose con mi


agarre. Quedamos encastrados: su espalda apoyada en mi corazón, su culo en mi pene
(casi) relajado y satisfecho, sus piernas en cuarenta y cinco grados y tapadas con
las mías, nuestros dedos entrelazados mientras mordisquea los míos suavemente… ¡La
gloria!

Necesito preguntarle qué le impide entregarse completa. Mirarla a los ojos y que me
responda si es que no me ama tanto como yo a ella o… Escucho que abre la boca,
suspira como si estuviera por decirme algo, toma aire y nada. Vuelve a dejar
nuestros dedos en sus labios.

—¿Qué es lo que te aqueja y nos separa, mi vida? Estoy para vos… —Susurro a su
oído, dejando pequeños besos sobre su pelo.

Se hace la que no escucha e intenta dormirse hasta que lo logra. Yo no puedo. Estoy
demasiado emocionado por lo que acabamos de vivir, y sigo consolándola en silencio
porque no quiero hablar de más, ni romper este momento perfecto diciendo algo
equivocado, o que la retraiga sin retorno. No importa qué ni cuando, pero seguro lo
transitaremos juntos en el momento en que ella decida hacerme partícipe…“Nadie que
no quiera ser salvado puede serlo a la fuerza”, me dijo una vez mi viejo.

Por primera vez, tengo miedo. Miedo de no poder lograr el proyecto más importante
de mi vida: retener a Ángeles a mi lado para siempre.

Capítulo 16 - Dándonos como solo se da si hay amor

Estoy en la cocina de la empresa, charlando con Richard y preparándome un té verde


para, luego y a solas, tomar las pastillas de media mañana. No puedo dejar de
recordar lo del sábado. Mi amigo me habla y me cuenta de la salida con su novio,
pero yo sigo emocionada por la cercanía e intimidad que se van gestando a pasos
agigantados entre Diego y yo. Me sentí diferente. Hubo un clic, un sinceramiento
entre lo que realmente nos pasa y lo que queremos que nos pase. Diego me demostró
que para hacer el amor había que sentirlo en la piel, en el corazón, en el
clítoris. En el alma. Como un orgasmo dentro de otro orgasmo que nos despedaza para
volver a armarnos. Convertirnos en uno para arder en el otro. La lava sexual que te
obliga a salirte y contemplar la unión para respirar y no terminar carbonizada…

Después de que Ricky se enojara por no prestarle atención y pedirle disculpas de


mil formas, le prometo que a la tarde hablamos, con licuado de por medio, en su
cafetería favorita. Me concentro para responder los requerimientos de la nueva
empresa con la cual comenzaremos a trabajar, mientras Diego sigue reunido con Tomás
y con los ingenieros del otro piso. Al mediodía, nos anuncian por el mail
corporativo que algunos iríamos a una comisión a Entre Ríos. Me sorprende ver mi
nombre y el de Rocío, pero no el de algún ingeniero. En el momento en el que pensé
que sería un golazo si también viniera mi donjuán, escucho discusiones entre Diego
y Tomás en el pasillo.

―Ángeles viene porque es mi secretaria personal, y además sabe inglés a la


perfección.

―Sos una basura… ¿No te cansás de seguir jodiéndole la vida? ―Mi amor chasquea la
lengua con hastío. ―¿Sabés lo que me está costando que confíe y sienta, sin pensar
en que después vendrá la cachetada?

Me acerco y veo que Tom sonríe irónicamente mientras Diego se despeina sus rulos
con impaciencia.

―Problema tuyo. Evidentemente, no sabés hacer que una mujer te obedezca… Angie
conmigo hacía…

Lanzo un grito ahogado cuando veo que la mano de Diego va directo a la cara de
Tomás, pero este lo esquiva a tiempo. Ambos se dan vuelta para mirarme cuando me
escuchan. Mi ex amante me mira con desprecio y se va a su oficina, pero mi hombre
hermoso me observa rabioso y se va a la calle. ¡Esto lo soluciono yo ahora mismo!
Entro y cierro la puerta con bronca.

―¿Se puede saber qué mierda te pasa? ¡Dejá de molestarlo o no respondo!

―Creo que te estás olvidando que sigo siendo el jefe de ambos, y no necesito que
vengan los polvos de una noche a primerearme sobre qué o qué no tengo qué hacer.
―Cierro la boca por varias razones. Primero, porque tiene razón y él es nuestro
jefe. Segundo, porque conoce que estoy enferma y no quiero que su despecho lo lleve
a ventilar cosas que no quiero. Y tercero, porque a mi también me molestó que Diego
se metiera en mi vida laboral por sus celos. ―El jueves salimos a primera hora. Te
paso a buscar…

―No. ―Me mira y sé que está por amenazarme con algo. Mejor calmar las fieras. ―Te
digo que no al jueves, porque tengo uno de los últimos controles antes de irme a
San Luis.

Me mira como si no le importara mi salud. Sin embargo, hace un llamado para


arreglar con los empresarios y con la reserva del hotel, avisando que iremos el
viernes. Ordena, exige, impone. Sus maneras siguen siendo las peores, y me doy
cuenta que a mí me trataba de la misma forma que acaba de hablarle al empleado del
hotel entrerriano. Vuelve a sus papeles y me quedo parada algunos minutos.

―¿Algo más para concederle a su alteza? ―Pregunta sin mirarme.

―Sí. Pedirte que desde hoy y hasta el viernes no te pasees como el macho alfa que
se irá con “el trofeo” al viaje…

―¿Y ese trofeo serías vos, “angelito”? ―Se ríe a carcajadas y emula la voz de
Diego.
―Antes podrías haberme herido con tus palabras humillantes, pero ya no… ―Corta su
risa irónica y aprieta su boca con bronca. ―Gracias a Dios, encontré a alguien que
me quiere y… ―Arquea una ceja. ―¿Pero qué estoy pretendiendo? ¿Qué entiendas lo que
es el amor? ¿Sabés? Lamento haber proyectado con vos algo que no tenías y por eso
jamás podrías habérmelo dado: felicidad. ―Sus labios se tornan blancos de tanto
comprimirlos. Suspiro. ―Solo te aviso que este viaje será lo último que haga por la
empresa. En breve me iré y tendré que empezar a entrenar a los demás, hacer una
reunión para ir presentando a quien vas a elegir para que comience a llevar tu
agenda…

Desvía de mí sus increíbles ojos claros, esos que alguna vez tuvieron poder sobre
mi voluntad pero que ya no mueven mi amperímetro emocional ni un ápice, y me hace
señas con su mano derecha para que me vaya y lo deje solo. ¿Qué se hace el dolido
frente a mí si ambos sabemos que sé que no tiene corazón? Me voy dando un portazo
de lo enojada que estoy conmigo misma, por haberme dejado desperdiciar a su lado en
lugar de vivirme…

Ya está. Lo hecho, hecho está. Ahora, a convencer a mi donjuán amoroso que en ese
viaje es imposible que pase algo, y que Tomás no significa ni significará nunca
jamás nada para mí.

************************

Buscando convencer a mi amor de los ojos verdes, en realidad, fue al revés. Diego
me demostró su entera confianza a través de su boca posesiva y sus rulos que
nacieron para cosquillearme entre los muslos. Hablamos mucho sobre que este viaje
no tenía que ver con las estupideces que le había dicho Tomás, y que ninguno de
nosotros se impacientaría mientras durara.

¡Ay, las palabras, cómo se las lleva el viento cuando tenemos hechos que parecen
verdad frente a nuestros ojos recelosos y temerosos! Le expliqué que mi ex sigue
despechado y que no soporta que yo ya no sea su marioneta. Sin embargo, ni mis
demostraciones de cariño, ni cocinar para él ese lunes agitado, o haber dormido
juntos la noche anterior al viaje (a pesar de ser jueves y haber tenido mi control
habitual, tuve que reconocer que yo también lo extrañaría y le propuse una cena
liviana y que se quedara a dormir) lograron apaciguar sus recelos. Nos reímos mucho
cuando me “ayudó” a armar el bolso, eligiéndome solo ropa interior de algodón y
vetando cada uno de mis atuendos porque eran “demasiado”. Terminamos corriéndonos,
hechos un manojo de cosquillas sobre el piso y con Silvestre maullando para
defenderme. Cuando vino la comida, vimos una serie, nos abrazamos y comimos
pochoclo de postre hasta que fuimos a la cama para dormir. Entre tantas emociones y
las pruebas en el hospital, estaba muy agotada, aunque ésto mi donjuán amoroso no
lo sabía. Diego no emitió palabra y acordó en que sería mejor que descansara para
la cena empresarial. Amo sus cuidados de varón enamorado, debiendo reconocer que
dormí mejor y más horas entre sus brazos.

Tomás me pasa a buscar a las siete de la mañana, pero no toca timbre sino que me
hace una llamada perdida. Diego se había levantado temprano, me había preparado el
desayuno y había chequeado que no me olvidara nada. Por mi parte, yo había
escondido mi neceser lleno de pastillas y mis cremas para la piel, que se me había
vuelto más sensible de lo habitual.

―Estoy orgulloso de vos, beba… Esta es una gran oportunidad para demostrar tu
experiencia e inteligencia a los alemanes. ―Nos damos un beso lleno de ternura. ―Y
creétela, que tenés con qué…

Me emocionan su respeto y su confianza, pero a la vez estoy esperando que todo


explote, y por eso sonrío triste cuando nos prometemos el mundo a mi vuelta. Sé que
no lo merezco, pero ya no puedo vivir sin él. Dios, perdoname por mi egoísmo, pero
este regalo no voy a dejarlo hasta que me vaya. Prefiero que me odie cuando no
esté, a que me mire con lástima o quiera atarse a una moribunda por “deber”. Los
dejé a él y a Silvestre en casa, puchereando, y sabiendo que nos extrañaríamos
hasta volver a vernos mañana. Acordamos con Die que iríamos al cine cuando
volviera, y saldríamos con nuestros amigos el domingo.

Cuando llego a la vereda, saludo de lejos a Tomás, y veo que ya está Rocío sentada
en el asiento del acompañante. Estoy por ubicarme atrás pero nuestro jefe le pide
que me ceda el lugar. Les digo que no es necesario, pero Tom insiste. El viaje se
hizo más largo de lo esperado, entre las maliciosas indirectas de mi compañera
sobre mi relación con Diego y los roces innecesarios y a propósito de mi ex amante.

Llegamos a Paraná pasadas las tres de la tarde, justo a tiempo para registrarnos y
disfrutar de la pileta del Hotel. Los empresarios, próximos clientes de nuestra
empresa, llegarían sobre la hora de la cena, así que me dispuse a recorrer las
instalaciones y leer un poco de información del lugar para tener conversación
durante la comida. Rocío nos dijo que prefería dormir y que nos encontraría en el
lobby a las ocho y media para entrar juntos.

Tomás nos contó que los alemanes habían elegido el Hotel Paranatá para la firma del
contrato de servicios por lo natural de la zona entrerriana, su menú vegano y por
las actividades grupales de yoga. De hecho, los empresarios propusieron una sesión
conjunta, ellos y nosotros, para “limpiar” energías antes de la cena. Eran
fanáticos de toda la movida de la conexión física y mental, compartir con las
personas aprendizajes de vida y disfrutar el momento a momento en sintonía con el
cuidado del ser, la naturaleza y el medio ambiente. Sin embargo, venían al país a
explotar yacimientos no descubiertos aún y en regiones vírgenes de Argentina. Así
que ese doble discursito ya me molestó. Minutos más tarde, nos avisaron desde
Recepción que el avión se les había atrasado, que disfrutáramos nosotros que estaba
todo pago, y tampoco era quién para oponerme a los negociados que mi ex amante y
jefe estuviera por emprender.

A la noche, luego de recorrer el histórico lugar, usar la pileta y el spa, y de


hablar por celular con mi dulce donjuán, comencé a elegir el atuendo para los
alemanes que ya habían llegado. Traje dos opciones de largo, porque estuve mirando
fotos en la página web de su empresa y en todas aparecían mujeres en traje sastre.
Por supuesto, no es mi onda, así que incluí en la valija un mono negro, con escote
profundo, cinturón finito color peltre y botamanga ancha (demasiado sexy para estar
concentrada en tomar mis pastillas, charlar en otro idioma y además atajar los
embates de Tomás y Rocío), y el otro conjunto era otro mono color celeste, sin
escote y botamanga ancha (serio y perfecto para la noche larga que tendría). Lo
combino con mis tacones negros, un sobre color negro brillante y mi pelo suelto.

Bajo al lobby del Paranatá, saludo a Tom y a mi compañera (que se había puesto un
vestido fucsia demasiado llamativo) y, seguidamente, nos indican cual es la mesa
reservada en el restaurante Morhandri, perteneciente al hotel y famoso en todo
Paraná. La cena transcurre entre miradas serias, al principio, por el atuendo de
Rocío, pero el vino ayuda a que la charla y algunas risas vayan fluyendo. La carta,
compuesta enteramente por cocina vegetariana, la trae Jesús, de setenta años, el
maître más antiguo del hotel. Nos explica que no cocinan con latas, cebolla, ajo u
hongos por "razones energéticas" y yo voy traduciendo mientras observo las caras
satisfechas de los extranjeros. Tomás se comportó desde el principio de la velada
como si fuera mi pareja, y para evitar que uno de los alemanes siguiera su avance y
flirteo conmigo, no lo contradije. A las once y media nos saludamos entre todos y
mi jefe los invita a una copa, pero ellos se van a dormir directamente porque deben
partir temprano.

A pesar de estar cansados, los tres nos vamos a festejar por el éxito de los
acuerdos que firmamos con los alemanes, y también es una forma de hacer las paces
antes de volver a Capital. Noto que Rocío nos deja a solas con Tomás y, antes que
suceda cualquier cosa que se malinterprete, amago a irme también.

―¡Esperá! ―Me toma la mano Tom. ―Necesito que hablemos, Ángeles… ―Pienso que todos
necesitamos ser escuchados aunque sea una vez. Y ahí vino mi error. ―Quisiera que
esta especie de escapada fuera la excusa para cerrar bien nuestra gran historia…
―Lo miro con ironía por su pose mansa, y no sé qué está buscando. ―No me mires así…
Sabés que ninguno tuvo la culpa de los desencuentros que nos marcaron y yo… Sé que
me mandé muchas cagadas, pero te sigo queriendo… Y mi mujer, al estar embarazada…

Me desconecto de la conversación porque no tengo ganas de escuchar más mentiras o


promesas. No las necesito. En su momento, les di importancia y entidad, pero hoy
soy otra gracias a que Diego me hizo ver lo que siempre valí. Además, ayer había
tenido sesiones preparatorias con mi doctora y los vómitos me dejaron más débil y
desganada que las veces anteriores. Tomo un poco de mi piña colada sin alcohol,
asiento como autómata, pensando en ir a la habitación para tomarme la pastilla de
la noche y buscar alguna canción para mandarle a mi chico ruliento. Pero la culpa y
la añoranza de los buenos años pudieron más, y cerrar ciclos siempre es bueno. Lo
miro y me da lástima por ambos. Porque, si bien me enamoré de todo lo que me
prometió y sufrí cuando comencé a ver que jamás cumpliría porque Tom se cree su
propio personaje de dios del Olimpo, él también debe haber hecho malabares para
tratar de mantener esa doble vida que lo llenó de infelicidad e insatisfacción,
costándole que sus hijos no le hablen y que su esposa lo desprecie a pesar de
seguir con él por la posición social. Y no es que lo estuviera justificando, para
nada, solo lo miro y ya no brilla como antes. Ahora se le notan demasiado las
costuras del traje de hombre superpoderoso/empresario/amante que elige a la chica
que lo ama. Se le notan el cansancio, los años en los cuales me tuvo a mí, a su
esposa y a las demás, el stress de volver a ser padre y tener que convivir al menos
hasta que nazca el nene… Gracias por aparecer a tiempo, mi amor… Gracias por
hacerme conocer que los verdaderos hombres no necesitan mentir para parecer
indestructibles, simplemente tienen que ofrecer su corazón para que la mujer
elegida por ellos lo cuiden. Lástima que te toqué yo, donjuán… ¡Asco de vida!

—Tomás, basta… Estás borracho… —Se tira sobre mí. —¿Qué hacés? —Intento empujarlo,
pero su peso es demasiado y comienzo a marearme también.

—Sos una gran mujer, Angie… —Me agarra de la nuca y miro hacia el interior del
lobby por si las dudas. —Dejarme, siendo que soy el amor de tu vida —me río por
dentro al escucharlo, pero no lo contradigo porque no deja de arrastrar las
palabras y se le nota la borrachera—, para que mi mujer no se quede sin padre para
su hijo…

—Querrás decir “nuestro hijo”, Tomás, porque no se embarazó sola…

—Sí, sí, vos me entendés…

Sus manos acarician mis hombros y en segundos están sobre mis pechos. Mi
desconcierto me paraliza e, instantáneamente, se las aparto, pero toma mis mejillas
con fuerza y me da un beso interminable. Lo empujo y le doy varios cachetazos.
Vuelve a tirarse sobre mí y me abraza sin dejar de besarme. Me marea mi debilidad y
la ira.

—¡¿Qué hacés, Tomás?! —Me limpio la boca de su saliva con el dorso de mi mano
izquierda y veo la astucia en sus ojos. Lo conozco demasiado para pensar que lo que
acaba de hacer solo fue por haber tomado de más. —¡No me vuelvas a tocar o te parto
una silla en la cabeza! Estoy enamorada de un hombre de verdad. Vos ya tuviste tu
oportunidad, ahora, ¿qué querés?
—A vos… De vuelta… —Me levanto para irme, dejo pago mi trago, pero Tomás se cae del
taburete de la barra intentando retenerme. —No me dejes así, Ángeles… —Seguía
arrastrando las palabras. Intento levantarlo, para volver a sentarlo, apoyándolo
sobre mis hombros pero yo no estaba mejor que él. Solo pensaba en que se me pasaría
el horario de mi pastilla. —Acompañame a mi habitación, por favor… —Lo miro y
comienzo a desconfiar, pero ¿qué podría hacerme un hombre en su estado? Asiento y
lo recoloco sobre mis hombros para que camine mejor. —Lo dicho: sos un ángel…

Subimos en el pequeño ascensor y vuelvo a marearme de tal forma que, ahora, la que
necesita asistencia soy yo.

—Angie, ¿estás bien?

—No, son esas nuevas pastillas que me dio ayer la doctora… Son más fuertes porque
estamos terminando el período de… —Otro mareo y amenaza de vómito. —Tomás, por
favor, llevame a mi habitación… —Cambio de planes, porque estábamos yendo a su
habitación en el tercero, y aprieta el botón del segundo piso donde está la mía. —
No llego, Tom, las piernas me tiemblan…

Abrimos rápido y corro a vomitar. Le pido a Tomás que se quede porque no me siento
bien y tengo miedo. Me ayuda a descalzarme y me mete en la cama.

—No te preocupes, nena, me quedo hasta que te duermas…

Asiento, cierro mis ojos y no me acuerdo de nada más. A la mañana siguiente, me


levanto con la peor de las resacas y la mano de mi ex amante sobre mi cintura. Nos
observo en ropa interior a ambos, me tomo la cabeza e intento recordar. Pastillas,
quimioterapia y alcohol no son recomendables, pero… Yo había pedido una piña colada
sin alcohol, no entiendo… Salvo que Tomás hubiera… No, tampoco voy a demonizar a
nadie. Evidentemente, el barman se equivocó, pero ¡ya me va a oír! Ahora, a
despertar a este hombre para cambiarnos y volver a Capital.

Si Ángeles hubiera intuido que todo había sido un plan urdido por Ivana y Tomás
para destruir la semilla de su inmenso amor por Diego, y de Rocío para vengarse
porque su ex amiga le quitó al único hombre que ella amaba, quizás no lo habría
hecho pasar a su habitación a pesar de su malestar. Después de haber sido
maltratada y timada por ellos reiteradas veces, Angie seguía confiando en que las
personas podían cambiar, porque ella continuaba ilusionada con esta segunda
oportunidad que le tocaba en la vida junto a Diego. Mientras sacaba las fotos,
Rocío se dijo a sí misma que Ángeles siempre tuvo todo y que era tiempo de que
sintiera en carne viva el dolor que surge de perder el amor. Pero Ángeles sabía muy
bien lo que el odio, el despecho y el rencor pueden hacerle a otro ser humano, e
inclusive a quien los padece. ¿De quién es realmente la “culpa” cuando les damos
“armas” a los demás y terminan arrebatándonos aquello que creímos nuestro? Cuando
se cumplen nuestros deseos más recónditos y acaban siendo nuestra peor pesadilla,
¿también deberíamos culpar a quienes nos detestan por haber leído las señales de
nuestros descuidos? De todas formas, ya era tarde para frenar el daño que estaba a
punto de desatar el peor caos y que precipitaría las cosas. Ángeles estaba por
probar su propio “efecto mariposa”.

*********************

Voy manejando, escuchando nuestra música, pensando en ella, en lo que me hace


sentir y desear con la fuerza del más bravo de los ciclones. En lo que anhelo
cuando hago canción mis sentimientos para calarle hasta el alma, y por si aún le
quedaran dudas de cuánto la amo. En la vida que me regala en cada gesto…

Suena una canción de Las Pastillas del Abuelo, y la letra me vuela la cabeza al
sonar como si la hubiera escrito yo, con los sentimientos a flor de piel, sin
retórica, directo al corazón de la mujer amada. Me quedo decodificando cada palabra
y su cadencia, y vuelvo a ponerla para cantarla, como si la tuviera a mi angelito
delante.

Te amo y te amo y te amo amor,

no me importa decirlo así.

Ya me pasó la última vez, que otro gil lo dijo por mí.

No quiero dejar pasar liberación tan esencial.

Si es infinito nuestro amor no cabe en cajas de cristal,

para nuestro cielo terrenal…[17]

Cuando mi ángel de la mirada brillante se fue de su departamento aproveché a


armarle un bolso para nuestra escapada, con ropa cómoda y sexy. ¡Tanto tiempo
perdido para comprender que somos cuando existimos en el otro! En la entrega
infinita de terminar creando vida dentro de otra vida. Sé que debemos pulir
nuestras inseguridades y miedos, pero ya estamos consolidados.

Cuando te veo sonreír, todo mi ser ríe con vos.

Y si te veo lagrimear, me entra la desesperación…

Estos dos días quiero sorprenderla para que aleje sus desconfianzas de nosotros y
se sincere sobre qué la tiene atormentada. Seguro que debe ser algo relacionado con
la madre, porque estuvo viajando a San Luis y a veces la ha nombrado con recelo. No
importa, sabré esperar. Lo importante es estar a su lado para cuando sea el
momento, acostarme y levantarme con ella durante el resto de los días de nuestras
vidas.

Salí hoy, casi de madrugada, para evitar llegar antes de que se fuera del hotel, y
le fui dejando whatsapps de buen día para controlar si estaba levantada o no. Como
ni tengo el visto, debe seguir durmiendo. Llego a las diez en punto, y a pesar de
ser temprano, me toman los datos y me dan la llave para usar la habitación. Tomo mi
bolso, pero unas manos tapan mis ojos para sorprenderme.

—¡Viniste! ¡Qué bueno! Tenía tantas ganas de verte… Aún queda hora y media antes de
irnos… —Da la vuelta, me abraza por la nuca y pasa una de sus manos por el hueco de
mi camisa. —Pero… ¿Cómo sabías dónde estaba? —La miro serio y arqueo una ceja. —Ah…
Viniste por Ángeles… Bueno, mejor, así te cuento que…

—¿Qué hacés vos acá? —Tomás interrumpe y se coloca frente a mí. —Ya nos íbamos.

—En todo caso, ustedes se irán, porque yo tengo reserva para hoy y mañana. —Tomás
da un paso hacia mí y se nota la ira que traspasa su cuerpo al haberle quitado el
mando. Sonrío de lado. —No quiero seguir perdiendo tiempo. Ángeles se vuelve
conmigo, así que vayan tranquilos. Hasta el lunes.

Saludo a Rocío, que pone caras para hacerme notar su desilusión, y a Tomás le
tiendo la mano, pero la ignora. Sin responder, toma su valija, camina hacia la
puerta, y antes de irse se da vuelta y me dice:

—¡Suerte con eso de amar a quien no quiere ser amado! Te estás comprando un buzón,
no todo es lo que parece…

Observo cómo se van discutiendo con Rocío. No sé qué le estará diciendo, pero ella
continúa cabizbaja. De repente, se gira a mirarme y me tira un beso. No pienso
enroscarme con las pelotudeces que dice ese forro despechado.

Tomás estaba enojado con Rocío porque casi arruinaba el plan contándole todo a
Diego. Además, temía que al venir él hasta acá, no perdiera jugar en su contra con
la desinformación de lugares, o de decirle que, inclusive, desayunaron juntos en la
cama de Ángeles. Tomás no dejaba de maldecir, pero Rocío lo tranquiliza diciéndole
que sacó fotos de él saliendo en bata de la habitación de Angie, y con ella
cerrando la puerta, lo cual sería evidencia incuestionable para sus propósitos.
Volviendo a Capital llaman a Ivana para conocer cuáles serían los pasos a seguir de
ahora en más.

Pero nosotros, sigamos con Diego y su amor idílico por Ángeles.

***********************

Antes de encontrarme con Tomás y Rocío había llamado a mi angelito desde la


recepción sin anticiparle nada. Voy a buscarla a su habitación con un brunch
especial que me hice armar por la cocina del hotel, colocándolo en la canasta de mi
abuela que la otra vez compartimos.

—Servicio al cuarto —llamo a su puerta y coloco un paquete pequeño entre la comida.

—Yo no solicité nada —dice desde adentro. —De hecho me estoy yendo y… —Abre y se
sorprende. Pega un gritito y se cuelga de mí con brazos, piernas, boca, lengua,
dedos entre mi pelo... ¡No da chance a que no me excite y la quiera partir en mil!
—¡Mi vida, te llamé con el pensamiento! Gracias por haber venido a buscarme.
Termino en cinco y nos volvemos —vuelve a besarme y a refregarse en mi bragueta,
mientras sigue enlazada a mí.

—Nada de eso, beba —le digo mientras la dejo en el piso y tomo su mano. —Tomá tus
cosas y nos vamos a mi habitación antes de emprender nuestro paseo… No me mires
así, amor —sonrío—, vine para quedarme a pasar el fin de semana con vos… Para
vivirnos, como siempre decís…

La noto emocionada y sé que falta poco para cumplírnoslo, literalmente. Ya no


retrocedemos tanto como antes y ahora solo vamos en subida. A la distancia, pienso
que eso me ilusionaba tanto que me cegó hasta no ver que su tristeza venía de más
adentro, de algo que ni ella quería ver porque le ardía en el alma… A pesar de
todo, seguí remando contra corriente y hoy, con todas las piezas juntas, vuelvo a
decirme que no me arrepiento porque, si estuvimos mal o bien, la enormidad fue
vivirlo con ella. De todas formas, las fichas de la vida pueden seguir moviéndose,
y en esto es lo que me estoy jugando el corazón hoy día: esperando que este pleno,
derecho a su alma, salga sí o sí.

Dejamos todo y salimos con nuestra canasta llena de jugos naturales, mermelada
casera, miel, tostadas, frutas e infusiones orgánicas para recorrer a pie la
ciudad. Su ritmo tranquilo nos invitaba a prestar atención a cada detalle, cada
rincón histórico, comentándolo y sacándonos fotos para el recuerdo. Jacarandás
florecidos de lila bajo la lluvia calurosa, mucho verde en parques, y plazas y
calles finitas, nos mostraban la paz de la capital provincial. Su riqueza cultural
nos fascinó tanto, al punto de que casi olvido mi sorpresa para después del
almuerzo.

Como me contaron que a la hora de la siesta (hasta los museos cierran entre las
doce y las cuatro de la tarde) no vuelan ni las palomas, le sugerí a Ángeles que
fuéramos al Parque Urquiza para recorrerlo con tranquilidad. Y desde ese momento se
puso en marcha mi plan. Había estudiado que el parque está dividido en tres
niveles: la Costanera Alta, Media y Baja, conectados por numerosas escaleras,
senderos y calles por las cuales uno puede subir o bajar las barrancas por entre la
vegetación. Es decir, perfecto para meterse mano sin fisgones. Pero a mí, la que
realmente me interesaba es la Costanera Alta y ya les contaré por qué. Es,
fundamentalmente, un mirador al río por estar en la cima de las barrancas. En esta
parte está "El Rosedal", un lugar donde los chicos lo utilizan como lugar de
reunión antes de salir o juntarse con amigos. Dicho esto, creo que van viendo por
donde viene la mano, ¿no?

—Paremos por acá —le digo a mi angelito.

Comenzamos a extender el mantel y las cosas para disponernos a disfrutar de esta


soledad increíble, mientras Ángeles rebusca en la canasta los jugos. Estoy ansioso
que se tope con el “regalito” que nos traje.

—¿Me alcanzarías el…?

—¿Qué es ésto? —¡Al fin!

—¿Eso? No sé… Será un postre de regalo que nos dio el hotel… —Ni la miro y me hago
el distraído. —A ver, abrilo vos así termino de armar el almuerzo…

De espaldas a Angie, escucho que rompe el papel y lanza un suspiro y exclamación,


todo al mismo tiempo.

—Ingeniero Diego Corso… —Dice en tono divertido.

—¿Mmm?

—Quisiera saber qué opinaría su abuelita si supiera que anda metiendo cosas non
santas en su canastita… ¿Qué explicación le daría usted a una pobre y recatada
anciana si le fueran con el cuento?

Abraza mi espalda y agita mi regalo delante de mis ojos, mientras la vuelco sobre
mis piernas y la beso. Sus ojos fulgurantes de avidez y deseo, y su boca llena de
su bella sonrisa feliz, son mi premio.

—Le diría que el otro día pasé por un lugar y pensé en compartir un juego con mi
novia —se remueve sobre mi erección— y que no pude resistirme a proponérselo al
aire libre. —Pasa su lengua por mi cuello y cierro mis ojos del tirón que eso
provoca en mi entrepierna. —Y que tengo ganas de vivir la adrenalina de amarnos a
la vista de nuestros deseos, sin miedo a nada…

Se levanta a medias y se recoloca a horcajadas sobre mí. Su vestido hasta las


rodillas cubre perfectamente cualquier cosa que queramos hacer. Con una mano sobre
mi nuca, no cesa de repetirme que siempre le excita tironear de mis rulos, mientras
baja el cierre de mi bragueta, toma mi erección y espera a que corra su ropa
interior para adentrarme en ella. Sus movimientos suaves y sus besos, quiebran este
vacío que siempre tengo cuando no estoy en ella. Desde la primera embestida me deja
sin nada dándome lo más importante: su contención. ¿Cómo podría vivir sin esto? La
tomo desde sus nalgas, apoyando su ritmo y acariciando su trasero. Preparándola,
implícitamente, para lo que le propuse sin palabras. Toma el dilatador, se lo mete
lentamente en la boca, bolita por bolita, entrando y saliendo, humedeciéndolas,
dándoles calor…

—Me estás matando…

La apoyo con suavidad sobre la hierba, toma el dilatador y lo agita suavemente


entre sus dedos. La observo tan mujer, tan desatada, tan segura de sí misma, que no
puedo evitar recordar lo frágil que la encontré cuando fui a cuidarla, aquella
tarde, huyendo de vivir. Estoy demasiado excitado, y a la vez orgulloso, de que
Ángeles quiera experimentar todo juntos, y me siento feliz de habernos construido
de a poco. Notar que a ella le pasa lo mismo, me permite ir corriendo límites de
confianza en cada encuentro.

Sonríe y me muerde el labio inferior. Me da el dilatador de silicona y sé que


quiere que empiece. Miro para todos lados, porque ahora ya no podremos disimular
nada. A pesar de que uno de los inmensos árboles del Parque cobijan nuestra
excitación, y eso nos tranquiliza, soy yo quien decide que para nuestra primera vez
quiero beberme sus expresiones, gemidos y dolores en íntima comunión.

—Angie, pará… ―Me mira, pero sigue balanceándose y guiando mi mano a su humedad sin
hacerme caso. Se arquea. Me muerde. Besa mis ojos abiertos y extasiados de tanta
belleza. La suya. Verla dejarse llevar por sus contracciones, me eleva hasta casi
absorberme la razón, pero la tengo que cuidar. ―Amor, hermosa mía, pará, en serio,
que tengo miedo de que se me vaya la poca voluntad que me queda…

―¿Qué pasó? ¿No te gusta? —Me pregunta, agitada por la excitación.

―No, mi vida… ―La sostengo desde el culo, sin salir de su cobijo y sostenido por
sus piernas eternas, y se lo acaricio para que entienda que no es con ella sino con
el contexto. ―Necesito que paremos, porque se me acaba de ocurrir que no quiero
regalarle la vista a ningún boludo que pase por acá…

―Te hubieras acordado antes, ahora me embalaste… ―Sonreímos, porque es verdad.


Retoma su balanceo por sorpresa y casi me hace acabar. Acerca mi cara hasta sus
pechos generosos instándome a besarlos, morderlos y dejarles mi marca de amor. Gime
con su boca en mi cuello y su aliento hierve mis venas. ―¿Entonces? ―Vuelve a tomar
el control de nuestro acto amoroso.

―No, beba mía ―sé que le gusta que la llame así y por eso me premia con un beso―,
ya te dije cuál es la cuestión…

No quiero que malinterprete mis cuidados y mis celos con desprecio. Por eso esta
vez, tomo la posta, la doy vuelta y la coloco sobre mí para abrazarla desde su
espalda y penetrarla con suavidad por detrás. Pensar en nosotros, en lo que nos
espera compartiendo el día a día, en jugar con reglas propias. Sin condiciones,
salvo las de cumplirnos los sueños. De ser lo que sentimos, así sin más. Y lo que
siento es que buscándola en mí, nos encuentro. Que ella vino a barrer con mi
soledad. Con mi carencia… Que ambos vivimos cuando somos.

Se toma de mis brazos para hacer un movimiento de contracción que apresura mi


clímax. Gruño y muerdo, su hombro para ahogar mi grito de satisfacción por saberla,
vibrando conmigo, mientras mi amor de la mirada cobriza tira su cabeza hacia atrás
para apoyarse en mí. Un sueño hecho realidad… El mío…

Nos quedamos embotados de tanto amor, suspirando, acariciándonos. Cayendo en la


cuenta de que no me puse preservativo por la urgencia de materializar estas ganas,
no recordamos que estábamos al aire libre y ya se terminaba la hora de la siesta de
los paranaenses. Un perro nos vino a dar lengüetazos, y eso nos espabiló para
acomodarnos y salir antes que las calles comenzarán a llenarse.

A la vuelta, planificamos utilizar el spa juntos (me provocó muchísimo que no


hubiera nadie y jugar a penetrarla sin acabar, solo para su disfrute) y luego nos
dedicamos una hora separados para ir a la sala de lectura o la de meditación, y
encontrarnos en la habitación para bañarnos, vestirnos, y salir juntos como la
pareja que somos. Está radiante, ansiosa, con sus ojitos soleados mirando todo, y
saludando a quienes no conocíamos y nos encontraban… Se siente amada y se le nota,
pero necesitaba escuchar de sus labios que estábamos en la misma sintonía. Por eso
hablo.

―¿Estás contenta, mi amor? ―Asiente, y se acurruca en mi hombro antes de entrar al


restaurante. ―Angelito, quiero decirte que si te molestó que viniera sin avisar…

Pone un dedo sobre mis labios, me besa y me toma de mis mejillas para contestarme:
―¿Vos no entendés que si no digo nada es porque estoy aprendiendo a procesar todo
el amor que me das? ¿Que me siento culpable por ser una descentrada emocional
cuando no puedo darte todo lo que te merecés? Diego, soy feliz al lado tuyo, pero
la pregunta es… —Traga saliva y baja su mirada. —Si vos lo sos al lado mío… —Cuando
vuelve a alzar sus ojos, me encandilan como el ámbar de los aros que le regalé y
lleva puestos. —No sé, nunca fui una novia… O al menos, no sé serlo de la forma que
vos… Perdoname…

Me lo dice llorando, con las manos tapando su cara, angustiada, como si no


entendiera que ella es mi razón. Sonrío. Si se emociona y quiere que construyamos a
la par, como dice, es que estamos en buen camino.

―No vuelvas a impedirme contemplar tus ojos ―separo sus manos para verle la carita
a mi beba y beso sus párpados salitrosos por el llanto―, y mucho menos pensar que
no soy feliz junto a vos… ―Esta vez la beso en su boca, la misma que me devolvió el
hambre de TODO. Así, a lo salvaje y en mayúsculas, sin soltarla, hasta que
comienzan a temblarle esas hermosas piernas que me quitan la respiración. ―Ángeles,
con vos aprendí a vivir, a amar, a comer, a caminar… Todo pasa por vos y no es un
peso… Antes de encontrarte, me di cuenta que era la nada misma. Si a veces sueno
posesivo, soy celoso o me obsesiono con que te cuides… ―Revolea sus ojitos
luminosos y su picardía me da ternura. ―Mejor no digas nadas… —Nos reímos. —Y si
soy intempestivo para manejarme con nuestras cosas, es porque necesito que
entiendas que si no te tengo, ¿con quién me voy a deshacer a besos o hacer tanto el
amor para poder…? ―Me freno. Comienza a mirarme como si estuviera loco y luego sus
ojos pasan de la ternura al miedo. ¡Es que soy una bestia! No puedo decirle esto.
Tengo que aprender a dosificar mi amor con alguien tan frágil como Angie. Suspiro.
―Para que me entiendas, y respondiéndote a tu pregunta: nosotros creamos un idioma
propio y ya no sé hablar si no es a través de nuestros besos. De nuestros cuerpos.
De nuestras transpiraciones cada vez que nos amamos… Sin vos, nada… ―Se emociona,
pero intenta zafarse y no la dejo. Creo que expuse demasiados sentimientos para
alguien como mi novia. ―Por favor, prometeme que, sea lo que sea que nos pase,
siempre contaremos con el otro. Todo es solucionable, amor mío, menos la muerte…
―Me abraza. Sigue sin emitir palabra, y siento que se me escapa a otro lugar para
pensar en cosas donde ya no me está permitido entrar. Dejo muchos besos sobre su
coronilla y la siento temblar ligeramente. Es mi oportunidad de terminar de
reforzar lo que le dije, para que quede claro lo que significa para mí estar
juntos. ―En vos tengo todo lo que siempre busqué sin buscar, me hacés desear cosas
que no sabía que deseaba, y amar sin medida nuestra intimidad desde antes de saber
que podíamos tenerla… Lo más lindo de mí sos vos…

Siento que asiente con su cabeza contra mi pecho pero no me dice nada. Ángeles y
sus silencios. Ya no sé qué fibra tocarle para que se abra. Creo que sé lo que
siente porque cuando está sobre mí la veo gozar, cerrar los ojos, repetir mi
nombre, susurrar su amor, sin ataduras de ningún tipo... Pero también quisiera que
me guiara o me diera señales de si estoy yendo bien, de si mi amor le basta…

Sin embargo, nada. Salimos a recorrer la Costanera de la mano, al principio, y


luego pasa mi brazo sobre sus hombres para acurrucarse contra mi pecho. De pronto,
se para en puntas de pie.

―Te quiero… —Me dice al oído, tímidamente.

Estas cosas son las que me enamoran de ella: cuando te crees menos diez aparecen su
dulzura, sus ojos soleados y sus piernas para demostrarme que vale el esfuerzo.

Fue una cena distinta, con vistas al “mar oscuro”, como le dicen los de allí.
Elegimos un lugar con cocina tradicional paranaense e “interactiva”, donde te
enseñaban las cualidades de los peces de río, junto a otras parejas y frente a la
gente. Intentando aprender a limpiar y cocinar boga, pacú, dorado y surubí, nos
reímos a carcajadas y nos besamos exageradamente delante de quien quisiera
mirarnos. Tanto, que la gente nos silba y mi beba se pone colorada. El siguiente
paso es sazonarlos a elección, pero para ambos, la única posibilidad sería al limón
con un suave toque de hierbas varias, así que sabíamos que quedábamos “fuera de
competencia” frente a las habilidades de los demás. A pesar de eso, mientras
cenábamos, nos comunicaron que fuimos elegidos por el plato con la mezcla de
hierbas más sabroso. De premio, nos dan un champagne y un delantal con la imagen de
Paraná y sus características.

A la vuelta, Ángeles me dice que está muy cansada. Hoy sé que la medicación era lo
que la agotaba de esa manera y que las emociones comenzaban a menguar sus fuerzas.
Se desmaquilla y disfruto de ese ritual que pocas veces me permite ver. Se pone la
crema y se alisa ese pelo largo y castaño que tanto amo, y que a veces “se deja
olvidado” sobre mi ropa. La amo, viejito. Tenías razón: el amor es otra cosa, y sé
que esto es obra tuya porque me mandaste una a mi medida. Se mete en la cama y me
abraza para descansar sobre mi pecho. Escuchar su voz deseándome buenas noches, ser
lo último que besa antes de dormirse y darnos calor envolviéndonos entre brazos,
piernas y lenguas es mi oxígeno. Apago la luz, feliz porque acabo de ganarme, a su
lado, otra noche en el paraíso.

***********************

Nos levantamos temprano para aprovechar un ejercicio de meditación en pareja.


Habíamos descansado bastante, después de disfrutar la tarde de ayer. Nos sirvió
para compartir otra actividad juntos y cerrar este inesperado fin de semana que me
regaló mi donjuán. Con cada sonrisa, cada roce, cada discusión trivial, nos vamos
conociendo mejor, ganándole terreno a la desconfianza y cediendo al amor. Sin
embargo, aún no estoy lista para decidir si quiero meterlo en este lío… Tomo mi
pastilla de la mañana cuando él se va a dar un baño y termino de organizar el
bolso.

Como Paraná está considerado “el reino de la harina” (un lugareño nos contaba que
hay una panadería por cuadra), no fue fácil elegir qué queríamos comprar para
acompañar el mate de la vuelta. ¡Qué ciudad mágica! Ayer era un espectáculo estar
volviendo al hotel y ver la gente con el termo bajo el brazo, saludándose con
alguien cada dos minutos, conversando pausado y agudo, como los gauchos. El hombre
de la recepción nos dijo que eso que vimos, tomar mate con facturas después de la
siesta, “es tan clásico como dar la vuelta al perro en auto los domingos por la
costanera”. Me voy con un recuerdo imborrable de este lugar, y con el deseo de
poder congelar esta paz que nos da nuestro amor para siempre.

Antes de irnos, le pido a mi hombre de los ojos esmeralda pasar por la Catedral.
Sacamos fotos a los vitrales traídos de Francia y a sus mármoles italianos para
usarlos de modelo algún día, soñando con que, el futuro proyecto de mi propio
estudio de diseño, se materializará en el corto plazo.

—Y con mi apoyo, mi amor —me dice Diego.

Le sonrío emocionada por su fe en mí y en nosotros, y me voy a un costadito, frente


al altar de la Virgen del Rosario, para hacerle la promesa de que pondría todo de
mí para curarme. Y no solo le pido eso, sino también que me ilumine para poder
aceptar la felicidad que estoy desperdiciando con excusas. Algo me dice que volveré
a agradecerle y que tendré mi segunda oportunidad con mi dulce donjuán. Pero para
eso, tengo que aceptar que tengo derecho a ser feliz.

En el viaje de vuelta, caigo rendida por el agotamiento de tantas emociones y por


la pastilla de esta mañana. Me despierto con los besos que me da Diego en mi cuello
frente al portal de mi casa.

―Arriba, beba… Ya llegamos… ―Me mira con dulzura y me acomoda el pelo mientras me
desperezo. ―Quiero quedarme a dormir con vos…

―Diego… —Toma mis dedos y muerde sus yemas una a una para incitarme. —Tengo miedo…
―Suelto sin pensar, aún somnolienta y sin control de mis palabras. Lo abrazo.

—Mi vida… Mi amor… Mi angelito… No sé qué te frena a abrirte a esto que nos pasa y
nos desborda, pero dejá de hacerlo... —Vuelve a su asiento. Se está hartando y me
asusto. De repente, no tengo tan claro que quiero que se vaya. A pesar de querer
decirle lo que siento, solo miro mis yemas que acaba de dejar rojas de besarlas.
Gira sus faroles verdosos hacia los míos y me suplica con ellos. Lo amo. —Nos
pertenecemos. ¡Basta de negarlo! Fuera de lo que sentimos nada importa… ¡Sos mi
mujer acá en mi mente, en mi corazón y en el sexo! —Enuncia con orgullo y tocándose
cada lugar de su cuerpo. No aguanto más y lo beso con ardor, desdiciendo mis
actitudes y desoyendo los mandatos de mierda que me impuse. Al principio duda, pero
después no puedo frenarlo. —Hermosa mía… —Para y pasa su lengua por mis mejillas
para absorber mis lágrimas. —Siempre estaré al lado tuyo, angelito… Sos mía y eso…
Eso me da ganas…

Elijo creerle y no mirar para atrás, porque no quiero ver que cada vez que amé a
alguien me abandonó. Pasó con mi papá, pasó con mi hermano, pasó con Tomás… Y mi
madre, en cierta forma, también se alejó de mí. No estoy destinada para ser amada
pero nos quiero vivir. Aunque sea solo un ratito. Aunque sea solo esta noche.

—Sí, quiero… —Sonríe y subimos.

Silvestre salta desde la ventana para darnos la bienvenida cuando escucha que
llegamos. Seguro estaba con el gato de la vecina, el muy pillo. Jugamos un rato
mientras Diego prepara unos fideos y luego me doy una ducha. Cuando me estoy
secando, recibo un whatsapp de Tomás:

No te preocupes, nena. De mí jamás saldrá lo que pasó la noche del viernes en tu


habitación. Que descanses y te felicito por tu trabajo con los alemanes.

Pero, ¿qué dice este imbécil, si él estaba más dado vuelta que yo? Si se está
creyendo el cuentito de que compartimos cama y algo más, ya mismo se lo pienso
aclarar. Le pregunto y me responde que se refiere a que sabe que dormimos juntos
pero que recuerda perfectamente que no pasó nada. Me quedo tranquila (juro que por
un momento también dudé) y le retribuyo sus buenas noches.

Luego de cenar, me tiro un ratito en la cama con Silvestre y mi dulce donjuán


acomoda la cocina. Sin darme cuenta, vuelvo a quedarme dormida. La leucemia le está
pasando factura a mi cuerpo y cada vez me cuesta más manejarlo. Me despierto en el
medio de la noche con la boca seca y dudando de dónde me encuentro. Estoy mareada y
quiero incorporarme despacio, pero noto el peso del codo de Diego sobre mi pecho.
Verlo dormir boca abajo, con sus labios gruesos y sus rulos sobre su perfil,
ocupando toda la cama, me dan serenidad. Acaricio sus manos, que tanto placer me
regalan y que sobresalen de debajo de la almohada, y luego beso uno a uno sus dedos
para intentar despertarlo pero no lo logro. Mañana otra vez a fingir. No soporto
más esto de sentir culpa mezclada con la angustia del amor que me desborda… ¿Pero
qué hacer? Decirle la verdad no es una opción.

“Aunque intentara poner en palabras lo que me hacés sentir me quedaría corto. Aún
no se inventó la palabra que nos resuma, beba mía… ―Diego había propuesto
desnudarme a besos, quitándome el corpiño milímetro a milímetro, pellizcando con
dedicación mis pezones… Transmitiendo pequeños pinchazos eléctricos a todo mi
cuerpo, mordiendo mi cuello y mi hombro… ―Los demás no saben que cuando miramos una
película y vos te reís o lloras sin que pienses que me doy cuenta es cuando
realmente te iluminas… Y verte me ilumina a mí.... Esa mirada que me lanzaste
aquella tarde, y que cruzó todo el salón para llamarme en silencio, sigue
quemándome. ―Comenzó sus penetraciones lentas y profundas, haciéndome hervir las
venas. ―Alimentaste mis noches hasta que volví a encontrarte, porque seguía
regalándomela, pensando en lo que nos debíamos... Tus ojos soleados, atrayentes,
deseantes, hechiceros... —Y no cesaba de entrar y salir de mí, cada vez con más
dureza y rapidez. ―Sí… Ahhhh, Ángeles… Movete así, hermosa… —Me arqueo y sonrío. —
Eso sos: un sueño lleno de tanta magia que lo volvés realidad cada vez que me
besas… Ya no sé ni lo que digo… Me volvés loco, Ángeles… ”

Luego de eso, se vació en mí, colmándonos con su deseo, y segundos después lo


alcancé en esta hélice sexual que creamos en cada acto. Increíblemente, de recordar
esa unión tan perfecta que vivimos los otros días, me humedezco. Diego obra en mí
lo que mil pastillas no podrían… Y como tantas veces, en esa ocasión, también volví
a callar. A quedarme en silencio de tanta emoción. Quería explicarle que él me hace
sentir de todo. Que admiro su capacidad de poder expresar, sin miedos y con
certezas, cosas que a mí me cuestan. Porque crecí así, temerosa y desconfiada.
Porque yo vi lo que el amor provoca en las personas. Mi madre vivió resentida por
haber creído en un hombre casado que le había mentido. Yo había repetido la
historia, pensando que mi amor por Tomás cambiaría el final. Y ahora que había
encontrado el amor verdadero, respetuoso, generoso y sin medidas, que lo había
encontrado a ÉL, en mayúsculas, no podía decírselo porque mis mentiras y mi
enfermedad me habían dejado muda.

Voy por mi vaso de agua y luego me encierro en el baño. A veces, necesito mirar uno
de los neceseres que tengo diseminados por toda la casa para poder tomar mis
pastillas sin que mi hombre se entere, para recordar porqué hago lo que hago. Esta
vez, me toca hacer daño a mí y ser la mala de la película, pero tengo claro que
prefiero mil veces que me recuerde así a que me vea calva y moribunda. Diego se
merece ser feliz y darse otra oportunidad con la vida, porque yo ya no estoy en su
dibujo de amor y proyectos. Al menos, no en mi cerebro. Mi corazón, mi alma y mi
cuerpo son otra cosa.

Sí. Yo quiero vivir nuestra historia. Vivirme. Vivirnos. Sin embargo, sé que tengo
un as en la manga cuando quiera cortar todo e irme. En aquel momento, no imaginé
que esa estrategia se me volvería en contra dentro de poco. Mientras, disfrutaría
del amor que llegó a mi vida para maquillarla con esperanza. Y no me juzguen
egoísta, por favor, porque todos sabemos que la primera que sufrirá con esto seré
yo. Cuando esté sola en las sesiones de quimioterapia. Cuando no sienta su cuerpo
desnudo junto al mío. Cuando no vea brillar sus ojos verdes en la oscuridad. Cuando
no me quede nada más que el recuerdo de su semilla en mí… No. Al contrario. Pediré
piedad. Porque cuando me toque renunciar a la vida que mi donjuán me enseñó que
existe y podríamos tener, se me desgarrará el alma y sólo respiraré hasta volver a
sentirlo, si es que alguna vez eso sucede. ¿Acaso ustedes no harían lo mismo?
Quizás mi modo no es el mejor, pero es el que me sale y no quiero tener otro frente
abierto: el de luchar contra la lástima del hombre de mi vida. El de obligarlo a
decidir que me siga y arrastrarlo a mi suerte.

Un día antes de irme hablaremos. O no.

**************************

Habiendo disfrutado de la mini convivencia de estos últimos dos días, se me ocurre


esperarlo en su casa, después del trabajo. Junto a su proposición de vivir juntos y
los aros de ámbar, me regaló un juego de llaves “hasta que tengamos la nuestra”.
Como mañana tendrá un viaje de casi una semana, me gustaría darle una sorpresa.
Llego media hora antes y no respondo ninguno de sus mensajes, para que se persiga a
propósito. Cuando lo noto celoso a nivel estallido le contesto “te espero en tu
cuarto”. Lo lee y aparece como que está escribiendo pero no contesta. Sigo
preparando todo para recibirlo, y me doy cuenta que esto es la verdadera felicidad.
Nada de artilugios, solo piel y sentimientos. Lo que más me cuesta entregar de mi
parte, lo sé, pero también valoro mis esfuerzos que van en el camino correcto:
hacia el alma de mi dulce y sexy ingeniero donjuán.

Pasados quince minutos, escucho ruido de llaves y sonrío porque entendió la


directa. Una punzada de excitación me toma entera, desde mis venas, y me muero por
saltar a sus brazos, pero lo espero en la cama. Estar de novia, esperándonos,
compartir momentos y gemidos, es lo que me está devolviendo las ilusiones y por eso
me lancé a hacer esto. Sin pensar, sin meditarlo, sin permitir que mi tara
emocional se interpusiera.

Entra en la pieza, nos miramos fijamente, pero no pudimos contener las carcajadas
al verme correr a esconderme en el placard. Cuando paso delante de él, me agarra
por la cintura y me sostiene en el aire, cayéndonos sobre el colchón, tentados de
risa. Con Diego sobre mí, comenzamos a comernos a besos, a acariciarnos despacio,
saboreando este momento de libertad que me estoy concediendo. Ambos sabemos que
estamos preparados para dar el siguiente paso, el de decirlo a todos, pero valoro
que solo lo vivamos de puertas para adentro. Es una forma de no dejarlo tan
expuesto cuando me vaya.

―Amor… Por favor… Pará que dejé el wok a mínimo… Ahhh ―Su boca está conquistando
mis pezones y lo tomo de sus rulos para guiarlo hacia mi clítoris. ―Por favor…

―Te amo, beba… Dejame complacerte…

―Pero… El wok… Se quema… ―Escuchar el sonido de su lengua succionando la humedad


entre mis muslos, no me permite hilar ni una línea mental. ―¡Ahhhh, mi vida!

Cuando estoy en el punto cúlmine de mi excitación, cesa sus besos, dejándome sin
alivio, y vuelve sobre mi vientre. Recorre con sus labios la franja de mi ombligo y
retoma su asalto sobre mis pechos. Sobre ellos siento sus manos, su saliva, su
aliento, sus palabras… Me eleva cada vez que me hace sentir deseada y mi corazón le
habla, pero en silencio. No soy capaz de decirle lo que siento porque sé que, en
cuanto lo haga, todo se esfumará. Tengo miedo de que me vuelvan a decepcionar.
Tengo miedo de ser amada. Y cuando una no se deja querer, ni el amor más grande es
capaz de traspasar esa frontera sentimental. Salvo que lo hagamos por nosotras
mismas. Y en eso estoy…

Deja de colmarme con su boca para, esta vez, entrar en mí con cuidado, con deseo y
pasión contenedora. Con ese delirio inagotable y urgente tan suyo, y que ya lo
convirtió en nuestro. Estoy enamorada de la ternura que sentimos, de nuestros pasos
que van reafirmando bases. De esta forma, y casi sin saberlo, acabamos de
abrazarnos para siempre con ese hilo rojo del que muchos hablan y que, a veces, nos
cuesta tanto encontrar la punta del ovillo.

Chicha y Limonada, que no paran de rasguñar la puerta cerrada del dormitorio, más
el olor a verdura quemada, nos recuerdan el wok. Corremos a la cocina y vemos el
humo. Nos asustamos del desastre que provocamos, pero luego comenzamos a reírnos
sin parar, sumándonos a los ladridos de sus cachorros. Nos vestimos y salimos los
cuatro a comprar una pizza.

Mientras cenamos, mi donjuán de los ojos color ilusión, me muestra un archivo que
creó sobre posibles viajes a hacer, formas de ahorrar en común, compras de cosas
para cada casa y yo… Yo me dejo llevar… Escucharlo hablar de sus planes a futuro
(casa, hijos, viajes) me apuñala, porque no puedo dárselos… Me desconecto de lo que
dice para soñar que sí podemos, que el trasplante podrá funcionar y proyectaremos
una vida juntos, y yo también comienzo a mirar con ilusión los planes que mi
ingeniero de los ojos color esperanza tiene para nosotros. Cobijada en su abrazo,
sentada sobre él en el sillón de su escritorio frente a la computadora, agradezco a
Dios estos momentos de felicidad.

―Es verdad que el amor trae felicidad ―susurro, mientras Diego besa mi oído,
chupándome el lóbulo derecho, leyendo el hilo de mis pensamientos. Como siempre.
―Pero yo lo entiendo de otra forma… Vos, mi amor, me enseñaste a verlo de otra
forma… ―Lo miro de costado y le doy un beso, tironeando de su labio inferior.

―Así no puedo prestarte atención, beba… ―Reímos por lo bajo.

―Bueno, te decía… ―Trago saliva porque me cuesta muchísimo. ―Para mí, estar juntos
le trajo felicidad a este amor inmenso que siento por vos. ―Me levanto y me coloco
a horcajadas sobre él para mirarnos a los ojos, para que entienda que este amor por
él me desborda el alma. Nos besamos con delicadeza, pero sin parar. ―A veces,
pienso que podríamos habernos amado sin llegar a ser felices, como les pasa a
muchos… Sin embargo, acá estamos… Gracias a tu paciencia…

Le saco su remera y mordisqueo sus tetillas, subiendo por su cuello y lamiendo su


nuca, mi parte preferida de su cuerpo. ¡Bueno, una de tantas!

―Mirarte, leerte, sabiendo que no te atreves a expresar cosas, pero que igual me
las demostrás con tus caricias… ―Me abre la camisa que me prestó y que llevaba
puesta a medio abotonar, y se mete en la boca uno de mis pechos en forma completa.
―Sos mía y yo soy tuyo…

―Mi amor, siento haberte combatido, a lo que sentimos y a nuestro futuro durante
tanto tiempo… Es que nunca fui la prioridad de nadie. Jamás. Y me desconcertaste…
―Me arrodillo frente a mi hombre hermoso y saco su pene del bóxer, ansioso, con
unas gotas bañándolo y mostrando sus ganas de entrar en mi calor. Lo necesito.
―Perdoname, amor…

Me empala en su erección, mientras no deja de besar la juntura de mis pechos,


recorriendo con su lengua, yendo y viniendo entre mis clavículas, mis pezones, mi
cuello. Dejándome sus marcas.

―Lograr que te abras a mí un poco más cada día… ―Susurra agitado por sentir mis
contracciones que no paran de apretar su masculinidad. ―Esa es mi felicidad…
Nuestra felicidad, mi vida… Arrrggg… ―Gruñe porque sé que se está aguantando para
que lleguemos juntos. ―Y por ese regalo, el de tu amor, llegaste a transformar toda
mi vida….

―Vos me transformaste… Porque viniste a mi pobre existencia con una antorcha,


llegando con tu luz en el medio de mi oscuridad, a mostrarme el camino de salida...

Y entre contracciones, declaraciones y embestidas, mi dulce ingeniero, mi sexy


donjuán, mi hombre de los ojos color ilusión, me eleva hasta el infinito para
luego, derramarse en mí, devolviéndome mi fe.

Ya lo decidí: la semana que viene, a la vuelta de su viaje, le contaré todo antes


que se entere por otros. Quiero darle la posibilidad a que elija por él mismo si
quiere o no estar a mi lado, y dejar de suponer que le haré daño estando juntos. Sé
que sí, que vamos a poder.

Tenemos que poder.


Capítulo 17 - Qué decís que no vas a venir si te encanta

Estamos mejor que nunca con Ángeles. Ansioso de que termine el día para besarnos y
decirle que no aguanto vivir una noche más sin que mude sus cosas a mi
departamento. Es el amor que siempre soñé y es justo dejar de dilatar las cosas. A
ella también la noto ansiosa, y seguro que tendrá una respuesta a mi pregunta del
otro día.

De camino a la cocina, escucho que Richard está en el baño de los hombres hablando
por celular. Quiero hacerle una broma y sorprenderlo. Contarle que hoy, en la cena,
le mostraría a Ángeles las fotos de la casa que fui a ver solo, para apurar lo de
irnos a convivir a un lugar de los dos, empezando de cero nuestra historia, como
veníamos soñando desde hace meses. Es un muy buen amigo nuestro, casi artífice de
este amor con sus excusas de meterme a los Gitanos. Por eso, le voy a preguntar si
quiere venir con nosotros por unas cervezas después de la oficina. Sé que es martes
y que mi beba termina tarde su curso, pero quiero esperarla en su portal para
llevarla, mostrarle la casa, aunque sea por afuera, y que se entusiasme tanto como
yo. Además, ya reservé una cabaña en el sur para festejar lo nuestro, pedir
vacaciones juntos y, de ese modo, blanquearlo en la empresa. Sé que no sería fácil
por la basura de Tomás, pero nunca más estará sola para soportar sus acosos...

Me sorprendo al oír a Ricardo nervioso. No sé con quién está hablando, pero no me


gusta lo que oigo en forma entrecortada.

―¡¿Descompuesta?! Pero, ¿qué te pasó? ¿Tuviste un accidente? ―Hace una pausa


impaciente. ―Está bien, no me preocupo, ya me explicarás, pero apenas te lleva a tu
casa lo despachás, no sea que el empotrador se entere… ―Ese debo ser yo, porque
Ángeles me contó que Ricardo me llama así, pero ¿de qué no tendría que enterarme?
―¡Pero, nena, sacá a Tomás de tu teléfono y poneme a mí como contacto de
emergencia! ¡Estás tentando la suerte!

Definitivamente, es Angie. Mora o Rocío no lo tendrían a nuestro jefe como contacto


de emergencia. Abro la puerta del toilet y mi amigo, que está hablando sentado en
la tapa del inodoro, palidece.

―Ricardo, ¿estás hablando con Ángeles? ―Asiente. ―¡Pasámela! ―Escucho que le


susurra un “te corto, ahora no puedo hablar” y lo intenta guardar en el bolsillo de
su saco. Enceguezco de celos y le saco el teléfono, empujándolo con bronca contra
la pared y rompiéndolo por el golpe. ―¡Hablá ya o no respondo! ¿Qué le pasó?

―Diego, no malinterpretes nada de lo que escuchaste o te estoy por contar… —Cierro


los ojos. No intuyo nada agradable. —Angie se descompuso en la calle, llamaron a
Tomás como su contacto de emergencia… ―Baja la cabeza y susurra enojado: ―Sigo sin
entender por qué no estabas vos, o yo, en esa opción… ―Traga saliva. ―Se hizo
estudios de sangre y me dijo que está perfecta… ―No puede ser. No. No quiero pensar
en lo que estoy pensando. El otro día, en la cocina, Rocío insinuó que en Entre
Ríos, ellos pasaron la noche juntos. Imposible… Ella me ama y me lo demostró esos
días con su lenguaje rebelde, con su forma implícita y única de decirme te quiero
de mil maneras distintas. Imposible. ―Diego… Diego… ¿Me escuchás?

―No… ―Me di cuenta que aún no había soltado del saco a Ricardo y apreté un poco
más. ―¿O sea que se estuvieron riendo de mí todo el tiempo? Claro… Por eso ella
estuvo esquiva esta última semana… Como despidiéndose… ―Me hablaba a mí mismo,
ajeno a todo, mientras Ricardo me miraba extraño. Le pego una piña a la pared y lo
veo a mi amigo con los ojos cerrados. No soy violento, pero me siento un pelotudo.
Lo suelto. ―Pensé que eras mi amigo y que jamás me darías esta puñalada por la
espalda. ¡Yo dejé todo por ella! La amo, ¡¿entendés?! ¿Y ahora?

―No sé qué estás pensando de todo lo que te dije, pero solo fue un error de Ángeles
que se puede subsanar desde hoy… Llamala, preguntale como está y vas a ver que te
estás haciendo una película al pedo…

Marco como un autómata el teléfono de mi novia. Tarda cuatro tonos en atender y mi


rabia aumenta. Cuando lo hace, le pregunto si podemos vernos dentro de un rato en
su departamento. Ella titubea, escucho que susurra algo, seguramente estará con ese
hijo de puta, y finalmente me dice que sí, pero que mejor en una hora porque “aún
no terminó de cursar”. No dice una palabra de todo lo que le pasó, ni de su llamada
a Tomás, ni de la mierda de mentiras e inseguridades en la cual nos acaba de
hundir… Lo miro a Ricardo, con una mezcla de rabia y decepción que me invade desde
las entrañas, atenazando mi corazón y haciendo que apriete mi mandíbula hasta
acalambrármela. Desde la duda, no se puede construir nada. Necesito verla.

—Diego, no te equivoques ni escuches las mentiras de los demás. Andá, hablen y


déjense de pelotudeces. Ahora es cuándo para ser felices, porque ella también…

―Ella también, ¿qué? —Grito. —¿Me quiere? ¿Cómo qué?―Chasqueo la lengua. ―Ahora
necesito estar solo y calmarme para poder pedirle una explicación coherente… Que me
diga desde cuándo terminé de ser un juego y una tabla de salvación para ella y
comenzó a pensar en mí como su hombre, no como un placebo o un sustituto de Tomás…
Porque quiero creer que al menos no estuvo acostándose con los dos, si no… —Lanzo
otro puñetazo a la pared.

Me siento el boludo más grande del mundo, el tipo más engañado, y desde ahora, el
más desconfiado. No me interesa seguir esta conversación de mierda. Camino hacia la
salida, pero mis pasos no obedecen a mi cabeza y voy hacia su escritorio. Hoy le
había dejado escondidos unos bombones. Los vuelvo a agarrar y los tiro a la basura.
Manejo como un loco y llego en tiempo récord a su portal para verlos juntos.
Abrazados. Vuelvo a llamarla, mira la pantalla y no me atiende. Abre la puerta de
su edificio y pasan. ¡Maldita sea! La angustia me quema como si me prendieran
fuego. Pensé que en ella podía confiar, que era la mujer de mi vida.

Voy de mi hermano, para hacer tiempo y tomarnos unas cervezas mientras le cuento
todo. Tengo miles de llamadas perdidas de Angie y mensajes de Ricardo diciéndome
que ella necesita hablarme. Seguro le contó. Seguro que él también sabía de su
juego… Mi hermano me ofrece dormir en su departamento y me pide que mañana la
escuche, que lo que pasó debe tener una explicación lógica y que pocas veces vio a
una “mina” como ella tan enamorada de un “pelotudo” como yo. Ni ganas de festejar
sus chistes, tengo…

Miércoles. Me ducho, me pongo la misma ropa y parto a la oficina. Llego más


temprano que los demás, y camino hacia el baño para calmarme y prepararme para
cuando llegue mi beba... No, ya no es ni mi chica de la mirada soleada. Ni mi beba.
Ni tampoco me cobijarían más sus piernas y sus talones, empujándome a que me hunda
más y más en ella, en su calor... De refilón, la veo en la cocina tomando un café,
abstraída en el líquido que está bebiendo, pensativa, así que voy a su encuentro.
Pero antes me quedo observándola. Está hermosa y sonriente mientras toma de la
taza. Algo brilla entre su cuello y detrás de su pelo… ¡Nuestros aros de
compromiso! ¡Maldita sea! Se puso su pollera de cuero, que sabe que es mi
preferida, y su camisa blanca, esa que le rompí los botones en mi desesperación por
morder la juntura de sus pechos hace una semana atrás. ¿Será nueva o la arregló?
Sus piernas, cruzadas una sobre la otra, mientras se sostiene contra la pared y
juega a sacarse y ponerse un zapato. Sus dedos perfectos acarician la alfombra… La
recuerdo desnuda sobre la cama de su departamento, mientras le hacía masajes en los
tobillos y en la planta de sus pies… Y cuando besé, uno a uno, sus dedos con tal de
disfrutar la visión sexual de su columna arqueándose, suspirando de placer mientras
subía por el interior de sus piernas… ¿En qué estará pensando? ¿En mí? ¿En las
mentiras que tendrá que decirme para seguir a escondidas con su amante? ¿En
dejarme? Como si intuyera mi presencia, alza su mirada cobriza hacia mi posición.
Su media sonrisa y sus ojos llenos de ilusión quieren decirme algo que, en esta
ocasión y por primera vez, no interpreto. La amo. ¡La puta madre!

―Al final todos tenían razón. ―Ladea su cabeza, confundida. Sus pupilas brillantes
miran mi boca, se humedece su labio inferior y ese gesto me desarma. Me dan ganas
de mordérselo e incendiarle la suya con mis besos. ―No te vi venir, pero te
agradezco que me hayas avivado de golpe. Primera y última vez que me entrego a
alguien de la forma en que lo hice con vos... Desde ahora, voy a seguir mis
instintos más bajos, se acabó la mariconeada de los sentimientos. Gracias por darme
el porrazo de mi vida...

Y me fui. No le hice caso a mi hermano. Tampoco a mi corazón ni a mis ganas de


abrazarla. No quería pedir explicaciones ni que me viera llorar. Porque los hombres
no lloramos, ni somos celosos de lo que amamos, ni tenemos sentimientos profundos
por las mujeres que deseamos...

Ángeles me llama. Pero también lo hace Ivana, casi al mismo tiempo. No atiendo a
ninguna de las dos y manejo hasta mi casa. Sin embargo, mi ex novia me sorprende en
la puerta y me pide hablar. La invito a pasar y pienso que me vendría bien el punto
de vista femenino, pero más el de una persona que tanto me conoce. Con un café de
por medio, le cuento parte de lo sucedido, incluido el fin de semana en Paraná, las
suposiciones de Rocío y la mentira de Angie, sin saber que ella era parte de todo
ese juego ruin. Me toma de las manos y me dice que le gustaría, de a poco, volver a
vernos para charlar de lo que sea. No respondo, dejo que acerque su boca a la mía,
e intenta besarme. Le corro la cara y, aunque esboza una sonrisa, sus ojos destilan
rabia. No quiero volver a mentirle ni mentirme: no puedo estar con nadie porque
estoy enamorado de Ángeles. Ivana, a pesar de su orgullo y vanidad, se bancó el
golpe de todo lo que le fui contando, y a mis ojos ganó muchos puntos. Vuelve a
sugerirme salir alguna noche, sin compromiso o con otros amigos, y no tuve ganas de
explicarle que no quería un polvo de descarte con ella ni nada de lo que quisiera
ofrecerme. Sin embargo, y sabiendo que le estaba dando alas, le digo que sí, porque
siento que se lo debo. Total, ya se daría cuenta de mi falta de interés. Es una
buena mujer, pero nunca fuimos para el otro. Nos despedimos con un abrazo y un roce
de labios, y ahí se terminó la cortesía del día de mi parte.

Durante esa tarde y el día siguiente que no fui a la oficina, Angie no deja de
mandarme mensajes, perseguirme con sus llamadas perdidas y sus mails, pero
necesitaba repasar cada caricia en soledad. ¿Tanto puede haberse cegado el corazón
al punto tal de no reconocer dobleces? Sus gemidos, su piel transpirando, sus
orgasmos, sus súplicas no pudieron ser mentira… Mucho menos, el brillo de sus ojos
ni sus piernas alrededor de mi espalda.

Esto no va a quedar así. No puede terminar acá.

**********************

A una semana de quedar como el pelotudo más grande de la historia, todo vuelve a la
“normalidad” (o al menos, eso intento) y Ricardo me pide tomar algo después del
laburo. Prefiero ir al bar de enfrente para poder mirar con libertad a Ángeles
cuando salga, pero sé que está reunida con Tomás y aquellos alemanes. Al ver entrar
a los empresarios a la oficina, recordé nuestro viaje a Paraná y las promesas
rotas… Me hierve la sangre. Me imagino entrando a cagar a trompadas a ese hijo de
puta que ahora se hace el protector, haciéndole el amor a mi angelito con rabia,
frente a todos y arriba de la mesa de reuniones, para que entiendan que no dejó de
ser mía… Sin embargo, me concentro y miro a mi amigo, porque prometió contarme todo
lo que sabe. Comenzó con el tema de aquella apuesta, cómo fueron cambiando los
sentimientos de Ángeles a medida que nos acercábamos y nos íbamos conociendo, por
qué le propuso eso a su amiga, que le daba asco verla humillada y escondida en vida
con alguien como Tomás y lo que pasó aquella vez en el boliche con el forro de
nuestro jefe.

—Cuando apareciste en escena, o sea, quedaste en el puesto, me acordé quién eras y


quise juntarlos… Me dije que esto no podía ser otra cosa que obra del destino. —
Bastante hijo de puta el destino que me despojó de todo. —Por eso se me ocurrió la
apuesta… Disculpame, empotrador, pero sabía que eras… Perdón, SOS el hombre para
Angie… No te ciegues ni te pierdas el ser felices por una pelotudez mía… —
Preferiría seguir ciego y perdido en cuestiones del amor, porque ahora sé que no
podré volver a ser feliz sino es estando dentro de ella y a través de sus besos.
Ricardo se remueve nervioso porque no debe saber cómo seguir excusándose. —Ella
está mal y nunca la vi así por nada ni por nadie, Diego... ¡Te quiere! Cuando la
llamé me dijo “dejá, amigo, mejor así”, haciéndose la dura pero llena de lágrimas…
—Pone su mano en mi hombro. —No sé, sexy, no la entiendo… Como si ya hubiera sabido
que lo de ustedes estaba perdido… Como si no quisiera luchar o reconocer que te
ama. —Chasqueo la lengua en señal de hastío. Harto de tanto remar contra la
corriente. —Sé que debés estar pensando en mandar todo a la mierda, pero te juro
que… Diego, la conozco hace mil años y sé lo que lograste en ella. Se abrió como
nunca antes con ninguna otra persona. Vos no conocés su historia, pero ella viene
muy golpeada por la vida y te necesitaba… Algo pesado le debe estar pasando para no
contarnos… —¿Y si fuera cierto? ¿Y si ella está ocultando algo y solo lo sabe
Tomás? ¿Pero por qué justo a él? ¡Yo soy su hombre! ¡Más rabia me agarra! —Seguro
que es algo con la madre o la familia del padre para andar viajando tan seguido a
San Luis, lo intuyo… Pero tenemos que darle tiempo para que nos cuente... Por eso
te apuesto un pleno a vos, ingeniero: Angie merece amar y ser amada, y sé que no me
equivoqué con vos. Pero tiene miedo… Ella piensa de sí misma que es la peor basura
que existe… Por favor, dale otra oportunidad…

Me tomo el tabique de la nariz porque me duele demasiado la cabeza de darle tantas


vueltas. Estoy por mandar mi orgullo a la mierda e ir a buscarla para adentrarme en
mi angelito de la mirada brillante. Para volver a crear y sentir ese aroma único de
nuestros sexos. Para decirle que la voy a cuidar y amar toda la vida. ¡Qué me
importa si aún no puede contarme lo que sea que le esté pasando! Tengo que estar
para ella. La vibración de mi celular hace que interrumpa la charla y mis
pensamientos, y lo abro. No suelo estar pendiente del móvil, pero me llamó la
atención el nombre que aparecía en la pantalla. A medida que descargo las imágenes,
una especie de violencia inusitada posee mi interior, provocando un fuego de bronca
que crece hasta llegar a mi garganta y ahogarme otra vez. Ricardo se da cuenta.

―¿Qué te pasa?

―Pasa que estoy cansado que me vendas espejitos de colores y que tu amiga es la
basura más grande de todas. ―Abre sus ojos y su boca para excusarle, seguramente,
pero se lo ahorro y le paso mi celular. ―¿Hasta cuándo se piensan seguir riendo de
mí? ―Lo observo pasar, sorprendido, las fotos que Rocío me mandó de Ángeles con
Tomás en Paraná. ―Y si te fijas la fecha, fueron minutos antes de haberla ido a
buscar a su habitación… ¡Mirá como se abrazaban! Después de la cena deben haber…
―Golpeo la mesa y vuelco el café. ―No quiero pensar… ―Revuelvo mi pelo con
nerviosismo.

No me reconozco tan fuera de mí. ¡Qué me hiciste, maldita seas, Ángeles! Tiro cien
pesos sobre la barra y me levanto del taburete.
―Basta, Ricardo, terminá de defenderlos… ―Miro a mi amigo con fijeza porque lo noto
tan desconcertado como yo. ―Solo te pido un favor: deciles que no me lastimen más…
Que ya ganaron…

―Diego… ―Me toma del brazo al ver que estoy por irme. ―Te juro que no es lo que
pensás, pongo las manos en el fuego por ella… La conozco y me lo dijo: te ama. No
sé qué son estas fotos, pero seguro hay una explicación para todo… Si querés,
podríamos ir ambos a su casa y hablar… Yo también necesito saber…

―Ya está, Ricardo ―dejo la plata y no espero al mozo. Quiero desaparecer. ―Hasta
mañana.

Tomo el auto y doy vueltas por la ciudad como un autómata. Me niego a aceptar y
sacar conjeturas sin pedir explicaciones. Además, ¡me las merezco, carajo! Sin
darme cuenta, termino siempre en el mismo lugar: en la puerta de su casa. Necesito
mirarla a los ojos, preguntarle. Gritarle a la cara que me duele tanta mentira y
que necesito volver a dormir escondido en su cuello. En su olor.

Toco timbre y me deja subir. La encuentro esperándome en la puerta, con los ojos
hinchados y bastante demacrada. ¿Estará sufriendo por mí? No nos saludamos y, en
silencio, entro en su casa. Nos sentamos en su sillón y ninguno dice nada por cinco
minutos. Cada rincón a donde volteo mi vista, es un lugar que conquistamos
haciéndonos el amor o riendo a carcajadas. La amo y eso no va a cambiar, pero ahora
necesito la verdad.

—¿Sabés qué, Diego? Siempre supe que esto pasaría tarde o temprano… —La miro sin
entender. —El amor tiene demasiada buena prensa. Ambos sabíamos que esto no
duraría. Al menos yo… Que mi pasado me condenaría de por vida…

—¡No seas injusta, Ángeles! No sé a qué te referís, pero jamás te juzgué en nada ni
pensé mal de vos…

—¿No? ¿Y a qué fuiste a Paraná?

—¡A estar juntos! ¡Maldición! —Camino por el living, revolviéndome el pelo,


desesperado para no ponerle mis manos encima. Si lo hiciera, la desnudaría a
caricias. —A tener nuestro primer fin de semana en pareja y alejados de todo… Sin
vos me falta el aire… Puedo vivir, pero necesito darnos amor… Te necesito…

—¿Sí? —Se ríe irónicamente y no para de retorcerse los dedos. Silvestre está en su
rincón, mirando todo desde lejos. —No existe eso de la completud que una vez me
dijiste, o que el amor sirve para todos... Lo aprendí a golpes de la vida desde
chica… Y en estos días estuve pensando: ¿por qué apostar a algo que sé que
terminará o que me hará mal? ¿Por qué apostar a vos? ¿Por qué apostar por un
nosotros?

La veo con tantas ganas de pelearse, de “sacarnos de encima”, que no puedo seguir,
luchando en soledad cuando la otra parte no quiere. Sin embargo, no voy a
permitirle que ensucie lo más hermoso que me tocó vivir.

—De mi parte, siempre te ofrecí mi corazón, mi verdad, mi vida... Pero vos


necesitabas más: que te hiciera sufrir. Y eso jamás iba a pasar... Simplemente,
porque te amo…

Levanta los ojos de sus dedos para regalarme su mirada dorada. Cuando me oye, su
aplomo se convierte en asombro, luego en lágrimas que quieren salir y, por último,
muda su cara en una máscara sin sentimientos. En ese momento, sé que mi golpe ciego
a la oscuridad que emanaba de todo este asunto tendría sus consecuencias. Fue ahí
cuando Ángeles me hirió de muerte y ya no hubo vuelta atrás. Siento que me quiere
decir algo, que su espíritu quiere liberarse de su incapacidad para transmitir lo
que vibra en su corazón, pero finalmente termina diciendo lo que su cerebro le
dicta.

—¿Y quién carajos te pidió que te hicieras el Quijote, Diego? Yo no te fui a


buscar, viniste solito, y te advertí mil veces que no sirvo para recibir ni para
dar amor. Sin embargo, insististe… Nos embarcaste en algo que…

―Tenés razón... ―La corto porque me está matando escucharla. ―El pelotudo fui yo…
El que apostó a vivirnos como si no hubiera un mañana... El que estaba pendiente de
tus necesidades o de aprender a complacerte, porque un solo segundo con vos bastaba
para que todo brillase. —Se levanta de mi lado y la tomo del brazo.

—¡Dejame! ¡Andate!

—¡No, ahora me vas a escuchar a mí! —Verla llorar me parte el alma, pero tengo que
sacarme este entripado para poder curarme la herida que no para de supurar. Para
que entienda que no puede lastimarme de esta manera. —Vos te pensás que no te
merecés amor, que está mal amar y ser amado, que es preferible que el corazón no le
pertenezca a nadie… Pero te equivocás: yo sí te amo y sé que vos me amás, a tu
manera, pero lo hacés… Igualmente, terminarás lamentando este desperdicio de
sentimientos, ¿sabés? No es fácil encontrar a la persona que te hace dar ganas de
todo, y nos estás condenando a una vida gris, sin ilusiones… Vacía… No seguiré
luchando por este camino que una vez soñé al lado de alguien que no quiere ser
feliz. De alguien que se autoconstruyó una imagen de “mi corazón no siente”, y la
terminó comprando como verdad absoluta… ―Sigue en silencio, pero no hace fuerza
para soltarse de mi agarre. Ver mis dedos en su piel, el contacto que me quema de
rabia de saber lo que estamos perdiendo, me desenfoca. No para de sollozar. Tengo
ganas de evitarnos estas palabras y partirle la boca de un beso para terminar
haciéndole el amor, pero estoy harto. También tengo mi ego y me debo respeto. —Sin
embargo, yo sí decido hoy dejar de ser tu juguete. No tengo ganas de continuar
detrás de vos para alargar mi humillación… Te agradezco que me ayudaras a volver
con Ivana ―escucha su nombre y frunce el ceño―, su sinceridad, la tranquilidad de
saber que en algún corazón sí soy el elegido…

—Soltame y déjame en paz de una vez… —Se zafa con fuerza y camina hacia la puerta
para abrirla y echarme.

En silencio, salgo de su casa, dejando atrás a la mujer de mi vida. Pero antes, y a


través de su puerta cerrada, le digo algo que sé que estará oyendo porque veo la
sombra de sus pies tras el portal.

—Me voy con la tranquilidad de saber que lo di todo por nosotros. La que jamás
creyó en nuestro amor fuiste vos y ese será el peor de tus castigos. —Escucho su
llanto y sus suspiros. La intuyo arrodillada tras la puerta. —Te vas a arrepentir y
yo no voy a estar. Hasta nunca, beba…

Los dos sabíamos que jamás habría lugar para nadie más en mi corazón que no fuera
ella, pero quería sacudirla de alguna manera. Al menos, de la boca para afuera. Me
voy con todo el dolor del fracaso a cuestas. Llorando por mi angelito de la mirada
soleada, pero entendiendo que puse todo para construir felicidad a la par y ella
solo se negó a sentirlo. Hasta siempre, mi amor.

Agradecimientos
Antes que nada, a mis DIVIN@S (tod@s y cada un@ contribuye con su personalidad e
individualidad al TODO DIVINO), que me contagian con su buena onda, sus fanarts,
sus “¿Estás bien? ¿Necesitás algo?” y por su aguante constante. Siempre ayudan a
mejorar mi día escrituril. Sepan que me energizan a morir. ¡Amarlas!

Bueno, con el tema de la tapa, hubo diversas opiniones, así que acá van las GRACIAS
a Mariano, a Agustina, a Matías, a Caterina, a María Constanza y a Lourdes. Sin sus
consejos y su tiempo, no hubiéramos llegado, junto a LOBIZÓN EDICIONES, a darle la
vuelta de tuerca que se merecían Diego&Angie.

A las LIBRERÍAS (en mayúsculas) que confían en mis historias. Y también, a los
muros de cada uno de mis divinores, donde comparten mis novelas, me sugieren con su
“boca a boca”, y opinan todo el tiempo para que pueda estar de punta a punta en
cada biblioteca del país y el exterior. GRACIAS por la generosidad de vuestro
espacio para que pueda llegar a más corazones.

A mis amigas de toda la vida, mis WAPAS <3

A mi familia, SIEMPRE SIEMPRE SIEMPRE, porque sin ellos, sin su fuerza, sería
imposible inspirarme o escribir una sola palabra. GRACIAS ETERNAS por ser mi motor
y mi canal de amor y contención. Sin ustedes, nada.

Acerca de mí

¿Qué puedo decirles sobre mí que ya no sepan? Esto va para los nuevos divinores ;)
En abril de 2014, quise compartir con otras personas mis opiniones sobre lo que
leía y así surgió mi blog Di.Vi.Na Social. Las redes sociales me acercaron a
colegas generosos y a compañeras de lectura amorosas. Y me dije: ¿por qué no? Tenía
en mi cabeza varias historias a la vez, y me decidí por la de Manu y Sofi, en
“TUYO… ¡Aunque te resistas!” (mi primera novela), así que me lancé con ellos en
noviembre de 2014. Luego, en junio de 2015, llegaron Alfonso y Ximena (el profe
sexy y tatuado y su dulce diosa), con su amor valiente, tratando temas duros como
la violencia de género, la corrupción y el narcotráfico en “TE DESEO (más allá de
la razón)”. En abril de 2016, quise contarles la historia controvertida de Adrián,
el rompetangas (como ustedes lo bautizaron) y su morocha, rompiendo algunos moldes
y dando que hablar con su problema de alcoholismo. Así llegó EL MAL AMADO (entre
las uvas y la pasión), con muchos personajes, amor y finales felices, ¡como nos
gustan a tod@s!

En esta oportunidad, en ALMA KIRI, quise elegir una protagonista “a prueba de


balas”, metiéndome en su corazón, pensando en lo difícil que debe ser decirle NO al
amor. Ojalá amen a Diego y a Angie tanto como yo… Si quieren visitarme, conocer los
lugares y las Ferias donde me voy presentando, charlar conmigo o dejarme sus
impresiones, mis espacios son:

Blog: www.divinasocial.wordpress.com

Facebook: www.facebook.com/DiViNaSocial

Twitter: @estrellasocial
YouTube:www.youtube.com/channel/UCmAhLgacwzafaL9Y61Rw0jQ

Mail: divinasocial2014@gmail.com

Página de autor en AMAZON: www.amazon.com/-/e/B012925KEM#

¡Los espero! Y GRACIAS una vez más por leerme…

* * *

[1]León Guindín, sexólogo.

[2] Qué juego tan siniestro jugaste, para hacerme sentir así. Qué cosa tan
siniestra hiciste, para permitirme soñar contigo. Qué cosa tan siniestra dijiste,
nunca te sentiste así. Qué cosas tan siniestras haces, para hacerme soñar contigo.
No, no quiero enamorarme… (Wicked game – Chris Isaak)

[3]Cantante y actor argentino.

[4]Quítame – Karina.

[5] Tuyo – Rodrigo Amarante

[6]Chica dura, por el carril rápido, sin tiempo para el amor, sin tiempo para el
odio. Dramas no, sin tiempo para juegos. Chica dura a la que le duele el alma. (Las
chicas grandes lloran – Sia)

[7] Localidad de San Luis

[8] Where do you think you´re going? – Dire Straits

[9] Abrazame – Iván Noble.


[10] Personaje de la tira Mafalda, del dibujante argentino Quino.

[11] Hospital de Buenos Aires.

[12]¿Es un crimen? ¿Es un crimen? Sigo queriéndote y sigo queriendo que me quieras
tú también… (¿Es un crimen? – Sade)

[13] Estás corriendo conmigo sin tocar el suelo. Somos los corazones inquietos, no
los encadenados y atados… (Bryan Ferry – Esclavos del amor)

[14] Raza de perro.

[15] Enfermizo Paraíso – Será Pánico

[16]Tratamiento de intensidad reducida en el cual las personas reciben dosis más


bajas de quimioterapia y radioterapia antes de un trasplante.

[17] Rompecabezas de amor – Las Pastillas del Abuelo

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