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Alma Kiri - Volumen I (Spanish - DI - VI.NA
Alma Kiri - Volumen I (Spanish - DI - VI.NA
Volumen I
CDD A863
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Los personajes, eventos y sucesos presentados en esta obra son ficticios. Cualquier
semejanza con personas vivas o desaparecidas es pura coincidencia.
Sinopsis
Ángeles y Diego se conocerán de una forma muy particular durante una cálida tarde
porteña, la cual los marcará para dejarlos sin nada. Cuando ambos se reencuentren,
retomarán el último beso para vivir un amor urgente, irrefrenable… Explosivo y
desmedido… Sin embargo, una noticia pondrá todo en jaque, haciendo que Ángeles
quiera barajar y dar de nuevo.
¿Qué pasa cuando no sabemos amar y aparece alguien que nos obliga a entregarnos
enteras? ¿Qué sucede cuando nos empeñamos en alejarnos de la luz y, a pesar de
todo, ella nos busca? ¿Hasta cuándo se puede seguir resistiendo detrás de las
compuertas de un muro que quisimos construir para no ver con el alma? Ese huracán
de vida llamado Diego, ¿se dará por vencido ante la renuencia a amar por parte de
la mujer que eligió para compañera de su alma? Las respuestas a todas esas
preguntas tendrán que buscarlas a la par.
Esta historia, llena de luces, sombras y contradicciones, nos habla del coraje y
del amor verdadero, ese que sana y que cree en las segundas oportunidades. Diego y
Ángeles, dos seres que siempre caminaron para encontrarse, aunque lo hicieran en
direcciones opuestas, nos dejarán un mensaje aprendido a pulso de coraje: la
felicidad está más cerca de lo que creemos. Sólo es cuestión de pelear por ella,
grabándonos en el corazón que, más allá de las excusas y condicionamientos que
tengamos, mejorar como personas y reorientar nuestra vida siempre es posible.
Índice
Sinopsis
Acerca de mí
Brando
Tomás está raro. Punto. No hay otra definición a su histeria. Ya sé que estoy
utilizando de nuevo palabras de mi psicólogo, pero es que temo que se esté
aburriendo o tenga a otra. Y yo también siento que… No, mejor no me hago la cabeza.
Seguro es un período que viven todos los amantes. Nosotros nos queremos. O al
menos, eso pensaba hasta la tarde de hoy, cuando mi vida daría un vuelco de ciento
ochenta grados, cuando cambiaría todo entre ambos.
Como no me gustan las hipótesis y siempre tomo el toro por las astas, ayer le avisé
que hoy tendría una sorpresa para él y, como parte de eso, le dejé su agenda libre.
Ser su secretaria tiene sus ventajas: inventar reuniones, crear viajes relámpagos,
organizarle el tiempo a mi antojo… Quería explorar cosas nuevas y ver qué resultaba
de mi idea para resucitar la pareja. ¡Seguro que a este lugar nunca fue con su
mujer! Mi yo interno me palmea la espalda felicitándome y sonrío a la nada. Estas
son las cosas que me diferencian y lo tientan a elegirme sobre Gabriela, y sobre
ellas tengo que apoyarme y mantenerme. No tendré hijos con Tomi pero tengo su
tiempo y mis ganas.
Todo comenzó la semana pasada, cuando Richard me contó que su “chongo del momento”
(como él le dice) lo llevó a un spa swinger donde la pasó muy bien. Sin embargo, me
confesó que eso no era para él. Después de haberle preguntado de todo y de pedirle
los datos, me metí en internet para mirar sus instalaciones, aprender sobre sus
prácticas y también un poco de su historia. Es un lugar (según sus fundadores) que
busca destacarse entre los demás en cuanto a la masividad: la página decía que no
organizaban con más de cuatro o cinco parejas por día, mientras que los demás
eventos juntaban entre quince o veinte parejas al mismo tiempo. Mejor, más tranqui
para empezar, me dije. Me provocó un cosquilleo en el cuerpo todo lo que leí y por
eso me animé a llamar. Me hicieron una mini entrevista telefónica donde me
preguntaron si mi pareja y yo éramos de la “comunidad” y nos dieron cita para
asistir este martes. La mujer con la cual hablé me explicó que no es fácil
“explorar” y que, a veces, tiene sus consecuencias. Por eso, me recomendó venir
hoy, ya que el evento juntaría a parejas sin experiencia (en la práctica, al menos)
y, además, seríamos pocos por ser día de semana. También me dijo que no me
preocupara, que “no hay descontrol, ni es un todo contra todos. El objetivo del spa
es ofrecer un ambiente más cálido y erótico que un simple boliche swinger, donde se
puede hablar y después, solo si hay onda, pasar a la siguiente etapa… Nadie se les
va a tirar encima porque hay reglas que son estrictas y se respetan.” Me pareció
genial la propuesta y me lancé en picada. ¿Qué podría salir mal?
Son las dos de la tarde, ya salí de la oficina y le dije a Tomás que lo llevaría en
auto para no arruinar la sorpresa. En lugar de estar preguntándome cosas o pedirme
pistas hacia dónde vamos, no cesa de mirar su celular y sonreír. Me pongo celosa y
freno el auto de golpe para que me mire. Cuando estoy muy ansiosa sabe que me
comporto caprichosamente, y me amonesta con su mirada antes de volver a su móvil.
Luego de buscar estacionamiento, bajamos. Por fuera, parece una casa normal, enorme
y bien cuidada, que pasaría desapercibida ante los ojos prejuiciosos de cualquiera.
Tomás no pregunta. Solo observa y me mira a mí, de a ratos, sonriendo de costado,
como si intuyera. ¿Conocería el lugar? Mis celos vuelven a activarse y me quedo
callada. Nos reciben con una copa de champagne de bienvenida y una chica nos va
explicando mientras nos conduce por cada estancia. Por segundos, me olvido de Tom.
Solo existe la excitación que va creciendo en mi piel, tanto por el lugar como por
lo que observo, mientras tomo notas mentales y fotografías virtuales sobre cada
cosa que oigo y veo.
―Todos los espacios del Centro están habilitados: los hidromasajes, las duchas y
los gabinetes de masajes. ―Nos mira y sonríe. ―Me alegro que nos hayan elegido para
su primera experiencia, porque en otros lugares no se fomenta tanto la comodidad
como aquí. ―Pufff, re cómodos íbamos a estar pensando y pensando en quién podría
ser nuestra pareja… ¡Como si fuera lo más común del mundo! “Hola, ¿aquí es el
mercado de carne humana? Quiero este trozo y el otro también. ¡Gracias!” ―Pueden
andar en batas como en un spa tradicional y, si se quedan toda la madrugada, se los
invitará con algo dulce como nuestra especialidad de mousse de chocolate y
maracuyá… Es muy afrodisíaco… —Hace una risita y le guiña un ojo a Tomás. ¡Querida,
la de la idea fui yo, así que tranquila con mi chico! —Por favor, ante cualquier
inquietud, no duden jamás en preguntarme… Que disfruten mucho…
Con mi amante nos miramos y sonreímos. Me susurra que soy la mejor, y que esta
sorpresa le había generado tal calentura que estaba buscando un gabinete desocupado
para cogerme a solas. ¡Wow! Me siento como en una película, a punto de traspasar
alguna especie de límite, pero decidida y cómoda porque yo soy la que había buscado
transgredir a través de esta experiencia. Más que ver las reacciones de Tomás
cuando un hombre viniera a pedir por mí o me besara frente a él, quería probarme a
mí misma. Jamás había hecho algo así. Mucho menos un trío o intercambio de parejas,
y si iba a ser mi primera vez, quería que fuera con mi amor. Tener algo que
contarle a nuestros nietos y reírnos hasta dolernos la panza. Bueno, justamente,
esto no es algo para contar en la mesa familiar o reírse con niños, ¿no? Pero,
hablando en serio, busco, sobre todo, darle aire fresco a nuestra relación de
amantes donde parece que la única que está entregándose por completo (cuerpo,
corazón y tiempo de vida) soy yo, y ya empieza a pesarme la falta de “pasemos al
siguiente nivel”.
Nos acercamos a la barra, y Tom pide ron con hielo para él y una tónica para mí.
Ustedes no me conocen, pero yo no tengo demasiada cultura alcohólica, así que hoy
prefiero estar con mis sentidos abiertos. Imaginen música variada, muy suave, ambos
en tensión, observando todo e intentando elegir la pareja que mejor nos “quede”,
cuando… Lo encuentro. Un chico que me llama la atención, musculoso en el punto
justo, observando con detenimiento cada detalle, como decidiendo si se queda o se
va. La chica podría ser del gusto de Tomás, así que se los señalo con la cabeza. Mi
amante los mira y asiente con su intento de sonrisa artificial, pero no dice nada.
Miro en su dirección y descubro que el “ropero armado con pinta de empotrador
serial” (palabras que suele utilizar Richard y que ya son parte de mi vocabulario
habitual) no me quita los ojos de encima mientras camina hacia nosotros con la
diosa que lo acompaña. Me observa con ganas, como una quiere que la miren siempre
aunque estés en pantuflas. No tiene ojos para nada ni nadie más en esta especie de
lobby-bar. Me calzo mi sonrisa falsamente seductora para demostrarle que me gusta
pero que no se agrande. Nos comemos con los ojos. Su caminar parece el de esos
hombres de los documentales que van hacia los leones: saben que pueden ser comidos,
pero no les importa porque ellos quieren probarse que pueden ganarles. Seguro,
masculino, cadencioso pero no pretencioso. Sexy, en esa forma rústica que, intuyo,
solo podría serlo alguien como él, y que te demuestra con cada gesto velado que en
público no moverá ni un solo músculo pero que en la intimidad te hará gritar a su
compás sensual. El centro de mis piernas comienza a latir… Sin embargo, lo que más
me llama la atención de él son sus “pocitos” al sonreírme. ¡Y les aseguro que su
boca no está mintiendo! Es como si estuviera contento de habernos encontrado
después de años de buscarme… ¡Hasta sus ojos brillan! No, tengo que borrar esas
imágenes porque no quiero predisponerme a pensar en él como compañero de cama.
Quizás no les gustemos o no nos elijan, y luego estaré pensando en que me quedé con
las ganas. Aunque podría jugar a conquistarlo, y sé que si me insinúo puedo
convencerlo… Ay, chico misterioso, si supieras que tengo el primer puesto en
conseguir al que yo me proponga podrías venir más entregado. O más arisco, para
domarte… Sí, la verdad que tengo ganas de probar mis dotes conquistadoras y ahora
la que quiero soy yo.
Si Diego o Ángeles hubieran intuido que estaban a punto de pasar una prueba de
fuego que los dejaría marcados para siempre, estarían evadiendo a conciencia esta
jugada que el destino les preparó para que aprendan que, lo que actualmente llaman
amor, no es más que un espejismo basado en comodidad.
***************************
Cada vez que le proponía a Ivana algo fuera de lo “común”, o jugar un poco más a
fondo en el sexo, ella me miraba ofendida haciéndome sentir como el pervertido más
grande de la historia. El tope había sido cuando una vez me dijo: “Cuando nos
casemos, haremos lo que quieras por donde quieras. Hasta ese momento, no pienso
comportarme como una puta. Yo soy tu novia, Diego, que te quede claro, y las faltas
de respeto las dejás afuera de esta cama…”. Se vistió y me dejó solo e insatisfecho
en el departamento.
Por eso estaba sorprendido con el volantazo que pegó hace un par de días. Hacía una
semana que mi novia me estaba mandando artículos, notas y todo lo que encontrara,
para comerme la cabeza y que aceptara ir a ese spa swinger. Pasó de “hasta acá,
porque no es lo correcto” a “¿y si vamos a un spa swinger como autoregalo de
despedida de solteros?”. Volviendo al tema, uno de los conceptos que más me
interesó de todo lo que leí me lo imprimí para pegarlo en la heladera, junto al
imán de sushi, y releerlo hasta tatuármelo:
“Las libertades sexuales han evolucionado mucho durante los últimos veinte años. El
mundo cambió y algunos temas tabú han ido desapareciendo.” [1]
Todo muy lindo, pero esto no terminaba de cerrarme. Si bien es cierto que yo quería
experimentar cosas con mi pareja, ¡no quería hacerlo frente a otros! No necesito
ver cómo otro flaco se monta a Ivana delante de mí.
Igual, terminé aceptando. Mi novia quería conocerlo a toda costa y me dijo que una
de sus amigas le había dado buenas referencias. Sin entrar en cuestiones morales,
la mayoría de las personas (no es mi caso) coinciden en que sólo es una variante
más de relacionarse sexualmente. Sinceramente, no creía que la fuera a pasar bien,
pero iría por ella. Tengo muy claro que si algo no llegara a gustarme… Mejor no
pensar…
Cuando entramos, una de las encargadas nos hizo un recorrido explicándonos que el
lugar contaba con los servicios típicos de los spa tradicionales. Las habitaciones
eran para compartir con otra pareja; o solo para mirar; o, la habitación más grande
que tenía anexada una segunda estancia, para aquellas parejas que hacían el
intercambio para tener sexo sin su compañero delante de ellos. Nuestra asesora
terminó su camino donde lo habíamos empezado.
―Y allí tienen la barra, cuyo propósito es hacer un brindis y romper el hielo con
quienes les interese, pero no para embotarse de alcohol. ―Sonríe. ―Queremos evitar
las relaciones motivadas por la pasión artificial, fomentando la charla y el
conocerse conscientemente…
De pronto, se apagaron todos los sonidos. No escucho nada más que el retumbar de
los latidos de mi corazón y el bombeo de la sangre a mi cerebro. La veo y pierdo
conciencia de tiempo, lugar y con quién estoy. La miro y quiero grabarme la imagen
de esa mujer para siempre. No puedo explicarlo, sé que hay reacciones químicas que
parecen no tener sentido, pero mi piel erizada (y mi incipiente erección marcándose
en el jean) me ordena que tengo que ir hacia ella. Nuestros ojos se encuentran y
sus pezones se marcan. ¡Bingo, le pasa lo mismo! Un minón en todo sentido: pollera
de cuero negro (ajustada, corta, sensual, imaginando mil formas de abrirle cada uno
de sus cierres para ver hasta dónde muestran), camisa celeste y tacos negros
altísimos que podría dejárselos para estar a mi altura mientras la tomo por atrás…
Destaca entre todas con su pose seria pero insinuante, inclusive estando Ivana en
la sala. La había visto mucho antes que ella me incluyera en su radar, dedicándome
a observar cómo venían a invitarlos otras parejas y ella decía que no.
Evidentemente, es la que decide. Por eso, celebro que nuestras miradas hayan
chocado. Me causa gracia su reacción de “no te acerques porque nos traerá
consecuencias”. No debe saber que no existe cosa que me incite más…
―¿A dónde vamos? ¿Encontraste a alguien? ―Pregunta Ivana mientras intenta adivinar
cuál podría ser nuestro objetivo.
―Sí. ―En dos zancadas estoy frente a ellos. Tengo miedo que se nos adelanten.
―Buenas tardes ―extiendo mi mano a su pareja―, mi nombre es Diego. ―No me mira.
Tengo que hacer algo. Me acerco y la saludo, dejándole un beso imperceptible cerca
de sus labios, aprovechando su perfil. Gira su cabeza bruscamente y me mira con
intensidad. La molesté. ―Ella es Ivana, mi novia. Somos nuevos. ¿Ustedes?
―Perdón por ir al grano, pero, ¿les molestaría comenzar a conocernos para luego
pasar a alguna de las habitaciones? ―Me anticipo ante la mirada de enorme deseo que
el extraño le dedica a mi novia.
―Por mí, perfecto. Y sé que Angie no pondrá objeciones, ¿no, amor? ―Sonríe y veo
que le aprieta el culo en señal de que responda. Ella solo asiente y él vuelve a
sonreír mientras mira a Ivana.
Ángeles (lo repito mil veces en mi mente para que se me grabe su nombre) sigue sin
responder. Sólo me mira con intensidad, como si me conociera. Imposible, la
recordaría. Durante la charla, siento esa imparable tensión sexual que me provoca
tomarla, como si de eso dependiera seguir respirando, como si fuera mi único
objetivo en las horas que nos restan. Cruza y descruza continuamente sus piernas.
Debe estar húmeda. Aunque decido dejar de mirarla unos segundos, siento sus ojos
estudiándome, su mirada encendiendo cada partícula de mi piel a su paso. Si me
diera vuelta ahora mismo, podría adivinar donde están clavadas sus pupilas en base
a la parte de mi cuerpo que tengo más receptiva… No soporto seguir dilatando algo
que, aunque no sea entre estas cuatro paredes, sucederá sí o sí en algún momento.
En ese instante lo intuí y no me equivoqué: nos habíamos encontrado para todo. Lo
bueno y lo malo. Y hoy, aunque no estemos juntos… No importa, aún falta para que
conozcan todo lo que nos pasó antes de su huida…
Continúo hablando con Tomás e Ivana, sin dirigirme a ella, pero solo pienso en mi
lengua entre sus piernas, mis dedos en su boca, mi pene en su… Sí, vas a ser mía.
Aunque sea lo último que haga, tigresa de ojos dorados.
************************
¿Y ahora? ¿Tendríamos que estar los cuatro en una misma cama? ¿Qué propondrían
Diego y su novia? ¿Y nosotros? ¡Jamás había estado tan receptiva en toda mi vida
por la anticipación y la incertidumbre! Los escucho en silencio hablar sobre sus
gustos y sobre sus experiencias. Increíblemente, no podía emitir palabra. Estoy
hipnotizada. Asustada por mis reacciones ante ese desconocido. Yo cazaba, no era
cazada. Y Diego me demostró que pertenecíamos a la misma especie. Si bien Tomás
había sido un hueso duro de roer, siempre supe que la que había digitado todo para
estar donde estábamos era yo. Encontrarme con un par, con alguien que si se lo
proponía podría llegar a doblegarme para hacerme suya, me desestabiliza. Por eso me
mantengo en silencio.
Una vez que decidimos compartir y pasarla bien entre los cuatro, se lo comunicamos
a la coordinadora y ella nos guía hacia el cuarto donde se desataría la tormenta
que aún hoy rige nuestras vidas. La habitación que nos asignaron es minimalista, en
tonos pastel, blanco y negro. Tiene lámparas altas y un dintel cubierto con gasa
blanca. Parecía el paraíso, pero de la lujuria, porque me imagino que si esa cama
hablara… Es que una siempre piensa que la pieza en donde “todo está permitido” será
roja y negra, con espejos arriba y abajo, fustas, látigos, bolas plateadas… Tipo el
cuarto rojo del dolor de Grey, ¿o no? Pero esta es todo lo contrario: transmite paz
y relax, invitando al placer sensual. Provoca.
―Sigue sin quedarme claro si ustedes tienen experiencia en esto o no. ―Pregunta la
tal Ivana, con gesto superado.
Había leído, antes de venir, que las actividades de intercambio de pareja incluyen
muchas cosas. Temía qué variante elegirían los otros tres integrantes de este
cuarteto porque no había venido preparada para tener sexo con alguien que me
provocaba de todo y quería seguir conociendo fuera de estas cuatro paredes. Por
eso, decido tomar la posta.
―Creo que… ―Diego me mira con tal energía sexual, desnudándome con sus ojazos
verdes, que trago saliva porque me cuesta concentrarme en lo que quiero decir.
Contrario a lo habitual, y sobre todo porque yo había propuesto esta salida. ¿Qué
pensé? ¿Qué sería venir a recoger margaritas del campo sin ser rozada siquiera?
Bueno, quizás el verbo “recoger” no es lo mejor para ilustrar la situación actual.
―O sea… Yo algo leí, y sugiero que empecemos con algunas caricias… ―Terminé de
susurrar.
―Me parece bien ―me respaldó el ingeniero. Acababa de enterarme su profesión porque
había sido tema de conversación. ―La pregunta es… ¿Habrá intercambio de parejas o
solo observaremos? ―Lo mira a Tomás, midiéndose con sus poses de machos sabihondos.
Parece que será difícil este encuentro entre los dos alfa y pedir pista.
―Yo propongo intercambiarnos. Y coincido con Ángeles: caricias, besos y sexo oral,
sin penetraciones. ―No la contradigo, pero me molesta que siga imponiendo reglas.
Gira hacia su novio, toma su cara con una mano, y le susurra para que escuchemos:
―Tomalo como tu despedida de soltero, como pienso hacerlo yo… Disfrutemos sin
culpas y que lo que hagamos, sea lo que sea, muera hoy, acá…
―Votemos ―lo enfrenta Diego. ―Aunque la idea de… ¿tu novia? ―sonríe con sorna, como
si supiera que soy la amante ―me parece que es ideal. No olvidemos que, queramos o
no, los cuatro somos inexpertos… ―Vuelve a mirarme con hambre y dudo si quiero
seguir con esto.
―Está bien ―me corta Tomás. Diego asiente pero me mira como pidiéndome permiso,
como si supiera que dudo. Su actitud despeja mis dudas y convierte el ardor por lo
desconocido en urgencia que desintegra mi ropa interior. ―Entonces, ¿quién empieza?
―Primero, establezcamos algo: Tomás, no pienso dejar que me toques ni con los ojos
―nos reímos todos antes las palabras tajantes del otro hombre de la habitación.
―Por mí, esa es mi única regla. Después, estoy abierto a todo… ―Susurra cerca mío.
―Pueden enunciar las suyas.
―Propongo… ―Titubeo y me excita ver que tengo atención completa de los tres. ―Se me
ocurre que Ivana y yo seamos “adoradas”. —Lo poco que leí en el protocolo que me
mandó por mail el spa antes de esta cita pienso aplicarlo con propiedad. Según las
sugerencias de los organizadores, algunas reglas servían para los principiantes
como nosotros y para sugerir formas de relacionarnos inicialmente. —Es decir,
cuando nos toque el turno a ella y a mí, comandaremos en ese momento. Por ejemplo,
Ivana puede estar sostenida por mí y por Diego, mientras Tomás la besa y la recorre
con sus dedos… O estar tirada sobre la cama, mientras se van turnando para hacerla
acabar… Lo mismo para mí… ―Me empapo al instante y mis pezones se endurecen a
medida que describo mis fantasías, viendo cómo Diego comienza a tocarse cuando me
nombro. Tomás sonríe seductoramente y celebro el privilegio de estar un rato a
merced de semejantes ejemplares. ―Pero yo también tengo una condición: podría
permitirle a Ivana hacerme sexo oral, si así lo deseara, pero no la pienso besar ni
acariciar…
―Está bien, lo respeto ―acepta la otra chica. ―Pero yo sí pienso tocarte y besarte,
Angie… ―Siento que más que sensualidad, intenta transmitirme algún tipo de
advertencia.
Comenzamos lo que parecía una danza erótica ensayada, donde cada uno conocía su
papel de memoria, como si lo hubiésemos hecho por años. Tomás me mira, toma mi
mano, me acerca y comienza a besarme. Diego tironea de mí y se aproxima a mi boca,
buscando su momento. Como mi amante no cede su lugar, el desconocido desciende y me
quita la tanga, comenzando a besarme en el medio de mi placer. Ivana se acerca y me
susurra palabras duras, muy sexuales. La sensación de ser triplemente besada
empieza a calentar el ambiente, dándome el sacudón único de sentir, no sólo una
lengua húmeda en el interior de mi boca, sino dos, en lugares distintos, buscando
una reacción mayor al simple estimulo común, a lo que estaría acostumbrado
cualquier mortal. Esta vez, la novia del sexy ingeniero introduce su lengua en mi
oreja, provocando una sensación más suave y delicada, más húmeda, en contraste con
las de nuestros hombres, las cuales noto ásperas, demandantes, musculosas. Esta
doble impresión, provoca indescriptibles ganas de estallar en cada una de sus
bocas, tanto con mis gemidos como con mi humedad... Casi sin darme cuenta, los
cuatro ya estamos desnudos cuando me conducen a la cama. Ivana empieza a hacerle
sexo oral a Diego, mientras él continúa sus besos y mordiscos sobre mi clítoris, y
Tomás acaricia y chupa cada uno de mis pechos. Alcanzo mi orgasmo y quedo como una
muñeca de trapo. Sin energía, pero llena de vida al mismo tiempo.
―Ay, Angie…
Diego dice mi nombre con voz ronca, levanta su cabeza y me mira con ojos enormes.
Ivana deja de besarlo y se coloca sobre él, como si necesitara marcar territorio.
La dejo hacer ya que es su novio. No puedo interferir aunque quisiera. Para ella la
regla de “no penetraciones” no aplica con su chico, pero tengo ganas de arrancarla
de ahí y demostrarle a ese macho hermoso que yo sería su esclava sexual por horas
si me promete entrar en mí y dejarme sentirlo… Estoy tan celosa y tan enojada, que
tomo a Tomás, lo siento en el sillón y, de espaldas, lo poseo, subiendo y bajando,
mientras entrelazo mis ojos con los de Diego, que continúan en los míos. Cada uno
con su pareja, pero sin dejar de mirarnos, como si la extraña o mi amante no
existieran. Me da vueltas el estómago de la culpa, porque es horrible sentir que
estoy engañando al hombre de mi vida mientras se esfuerza por complacerme. No puedo
evitarlo. No me explico esta conexión que no sentí jamás con otro. Y saber que el
ingeniero está sintiendo lo mismo mientras está con su novia, me provoca una
dualidad que va entre el desliz y el placer. ¡Maldigo la hora en que se me ocurrió
venir a este lugar! Tomás clava sus dedos en mi cadera, me aprieta sin piedad, y me
muerde la oreja mientras me susurra “el que está en vos soy yo, no lo olvides”. Sé
que está celoso. Observo que Ivana sale de encima de Diego. Se aproxima hacia mí,
separándome del cuerpo de Tom, no dejándome acabar y tomando mi lugar con sus dedos
para terminar mi labor en forma manual, haciendo que Tomás concluya con un jadeo
ronco. Diego se levanta de la cama y comienza a chuparme, primero el labio
inferior, luego muerde el superior, y se frota contra mi cuerpo. Entiendo su orden
sin que la enuncie, comenzando de a poco a descubrir lo que piden sus ojos, y lo
masturbo hasta que él también alcanza su orgasmo.
****************************
Ninguno de ellos imaginó que esto clavaría flechas de dudas en sus corazones,
generando dolor en cada sonrisa forzada. Ivana, apenas la dejó Diego en su casa,
texteó a su amante de hace unos meses para invitarlo a un encuentro de intercambio
de pareja pero en otra casa privada. Una de sus clientas le había pasado el dato, y
ahora que “había probado el dulce” no pensaba soltarlo. Tomás llegó tan excitado a
su hogar, que sorprendió a su mujer para tener sexo rápido en el baño mientras sus
hijos jugaban en el piso de arriba. Gabriela no entendía nada, pero la tranquilizó
saber que aún seguía deseándola. Si supiera que hoy había vuelto a reafirmar su
masculinidad a través de la infidelidad, y en una cama de a cuatro, no sé si
estaría tan tranquila.
Angie no podía dejar de pensar en las manos de Diego, sus ojos verdes dentro de su
mirada, hipnotizándola, como si solo estuvieran ellos dos en aquel lecho; su lengua
invasora y conquistadora que solo sabía acariciar; sus palabras provocadoras pero
tan sensuales que la hicieron sentir única… Le había gustado mucho el modo suave
pero exigente del ingeniero. Tanto, que se regaló su típico baño con sales y se
acarició hasta alcanzar un orgasmo pequeño, pero tan vívido, que, imaginó el
perfume de él en su piel. No podía quitarse ese aroma nuevo pero tan familiar a la
vez… ¿Cómo se mirarían mañana con Tomás en la oficina? Diego estaba igual: pensando
en la piel de Ángeles, en sus gemidos, en sus pechos en su boca, sus labios
recorriendo su ingle… Temía que cada vez que hicieran el amor con Ivana (aunque no
sabía si seguir llamándolo así a los futuros encuentros entre ellos) apareciera en
sus labios el gusto a esa mujer que lo había descentrado, mostrándole otra piel.
Ambos se acuestan pensando en lo mismo: cómo comportarse de ahora en más con sus
parejas. Pero lo peor sería aceptar que nunca volverían a encontrarse. De todas
formas, y como si se consolaran a distancia con las mismas palabras, piensan que
prefieren haber conocido el deseo verdadero, aunque fuera una única vez en sus
vidas, a no haber experimentado jamás los placeres disfrutados esta tarde tan
especial.
Sí, habían jugado un pleno a algo que traería efectos colaterales. Lo que empezó
como una experiencia más, se instalaría como una espina eterna. Podrían hacerse los
superados pero ningún principiante sale ileso de esos intercambios, y ellos no
serían los primeros.
¿Cuántas veces creemos elegir sin darnos cuenta que lo que ya elegimos nos eligió
también? Ángeles sabe que esa astilla en su corazón llamada Diego será una
maldición. Mientras que él tiene un único propósito: devolverle el brillo a esa
mirada cobriza que sigue sin poder olvidar, atreviéndose a ser el único capaz de
mover la pieza más importante de sus vidas. La de enseñarle a ser feliz.
Hoy en la empresa se realizarán entrevistas y cada vez que eso sucede terminamos
agotados. Aquí no se hacen procesos largos de selección, es decir, de varias
semanas. A Tomás le gusta arrancar a las siete de la mañana y terminar a las doce
de la noche, haciendo pasar a los candidatos elegidos etapa por etapa, hasta
conseguir al o a los profesionales perfectos. Los que aplican a la entrevista saben
que por un día “nos pertenecen” (palabras de Tomás), y mi amante y yo somos los
últimos en ver en la última fase al que sorteó las pruebas para decidir si nos
interesa o no. Si no estamos conformes, todo comenzará de nuevo al día siguiente.
Desde hace dos años, soy la mano derecha (secretaria me queda corto) de Tomás
Alcetegaray, un ingeniero que fundó su empresa desde la nada (bueno, con dinero de
la familia de su esposa, en realidad), y actualmente tiene un nombre entre las
grandes. Este detalle no menor, le permite presentarse a las licitaciones estatales
que le plazca. Hoy, estamos urgidos y necesitamos definir el tema del ingeniero
civil, sí o sí, por la cantidad de nuevos proyectos que nos están llegando. Sin
embargo, como algo que espera su momento, hoy me siento rara, ansiosa... Se lo
atribuyo a las entrevistas, pero venimos bien con la preselección... No, es otra
cosa. Algo que, presiento, llega para cambiar mi vida… Estoy desencajada,
últimamente, no me hagan caso…
Llegada la noche, tenemos una terna y el último que queda es un tal Diego Corso que
parece cumplir con las expectativas. Que tenga el mismo nombre de pila y la misma
profesión que él, me transporta a la habitación del spa swinger donde conocí a
aquel empotrador (después de muchos meses, cada vez que lo nombramos con Richard,
lo llamamos así y estallamos en risas). Ese que tanto me hizo sentir hace doce
meses atrás, y que aún me visita en sueños para recordarme sus caricias, su lengua,
sus palabras, su olor… Su mirada… Esos ojos decían tanto a través de ese verde que
se tornaba oscurísimo de deseo cuando me buscaban… Jamás los olvidaré. Sigo
pensando pavadas, razonando como si lo hubiera conocido por años ¡y solo fueron
horas! Me obligo a concentrarme, y, mientras, observo a Tomás. Es hermoso y es mío.
Bueno, de su mujer, de sus hijos, de la empresa y mío. Me coloco en el último
lugar, sin casualidades, porque ahí me pone él cada vez que lo necesito. Pero ayer,
después de una sesión maratónica de sexo en mi departamento, supe que podría
pedirle lo que quisiera. Por primera vez, me prometió que en quince días se iría de
la casa para instalarse en el departamento de soltero que tiene a dos cuadras de
acá. ¡Ahora sí había ganado!
―¿Ángeles? ¿Tomás?
Observo por el rabillo de mi ojo derecho que mi pareja levanta la cabeza de los
contratos que estaba revisando, y lo mira con altanería. Sé que no le gustan las
atribuciones confianzudas ni los tuteos dentro de su empresa.
―Sí… ―Lo mira, pero creo que aún no cae de dónde se conocen. ―¿Y usted es…?
―Diego. ―Veo que duda si explicarse o continuar como si nada. ―Soy el ingeniero
Diego Corso.
―Sí, eso dice su currículum, pero ¿de dónde nos conocemos? ¿Y de dónde conoce a
Angie? ―Nos mira a ambos, tragamos saliva y, en segundos, la cara de Tomás se
transforma. Parece que le cayó la ficha. ―Vos sos… Diego, el novio de Ivana… ―Me
pone celosa que se acuerde del nombre de aquella mujer. ―Pero… ―Me mira
desconcertado. ―¿Qué hacés acá? Si estás buscando chantajearme…
―¡Esperá! ―Ambos me miran. Cuando Tomás pone esa cara de “analicemos qué provecho
podremos sacar de esto” no me gusta. ―Seamos profesionales, por favor. En su
momento acordamos que nada de lo sucedido nos afectaría ni se traería a colación.
Diego, te pido por favor que te quedes y terminemos con el último paso. Si no nos
convencés, te irás. Pero si nos sirve tu experiencia y encajás en el perfil,
necesitamos que te quedes. ―El ingeniero asiente, vuelve sobre sus pasos y se
acomoda en la silla. Los tres estamos tensionados, pero la situación de la empresa
debe primar por sobre nuestra vida privada, ¿no? Sí, pero lo de aquella tarde
terminó siendo un error, marcándonos en nuestra intimidad sexual, siempre
insatisfechos, en busca de algo más. Y eso no estaría mal si fuera para crecer en
la cama, para la búsqueda de la pareja, pero no era así. Al contrario. De hecho,
volvimos al spa y no fue lo mismo. Ya nada retrocedería el paso gigante que
habíamos dado. Esa tarde fue única e irrepetible, y nos convencimos que así debería
quedarse. Por eso, ahora, me arrepiento de haberle pedido a Diego que se quede.
―¿Comenzamos?
La entrevista dura media hora y Tomás le pregunta hasta el color del cepillo de
dientes que Diego usa a diario. Presto atención, porque tengo la excusa perfecta
para conocerlo, y sobre todo, saber si está solo o continúa con Ivana. Estaba más
varonil y sexy de lo que mi mente lo había idealizado. Camisa blanca, suelta lo
justo y necesario para marcar sus músculos; jean oscuro que delineaba sus muslos y
gemelos trabajados; barba de apenas tres días; manos enormes, que contenían esos
dedos que conquistaron mis partes húmedas; cejas gruesas, que enmarcaban sus
faroles verdes que se iluminaban cuando se dignaba mirarme; labios carnosos y
llenos, que me recorrieron con dulzura desconocida… Y esos rulos, que tanto me
rozaron cada vez que se detenía penetrando en mi placer… ¡Me siento tan excitada
que cierro mis ojos para no mirarlo! Empapada hasta la médula, retorcida de los
nervios por tenerlo frente a mí y no poder tocarnos. Ya no quiero que se vaya.
―Perfecto. ―Ambos se levantan y estrechan sus manos. ¿Cómo? ¿Terminaron? ¿En qué
momento me distraje tanto como para no escuchar casi nada? ¿Y qué habrán resuelto?
―No sé si la señorita Durán querrá agregar algo más… ―Dice Tomás mirándome, pero sé
que será imposible porque no presté atención. ―Bueno, entonces…
¡Ya sé!: ―Sí, quisiera saber si continúan con Ivana, o si tienen planes de
casamiento o hijos en el corto plazo. ―Tomás traga saliva, y su boca se convierte
en una delgada y rabiosa línea. No le hace gracia y debe estar retorciéndose de
celos. Diego abre sus ojos y luego los entrecierra envanecido. Debe pensar que
acabo de incinerarme por mi curiosidad sobre su vida amorosa, y en cierta forma es
así, pero tengo mi excusa. ―¿Piensa responderme o no, señor Corso?
―¡Angie! ―Alza la voz Tomás. Diego no responde, mientras disfruta la situación. ―¿A
qué viene la pregunta?
―Sí.
―¿Sí a qué?
―Sí a todo lo que me pida, señorita Durán. ―Intenta no sonreír, pero se le nota que
dijo esa frase con malicia. ―Quiero decir, trabajar en este lugar me dará el salto
que necesito, y sé que estoy a la altura del perfil que buscan.
Los dos hombres más varoniles y sensuales que he visto se estrechan sus manos, y
cuando llega mi turno, Diego hace lo mismo. Noté sus cálidos y húmedos dedos… Como
aquella vez… Su agarre firme se detiene unos segundos para terminar en una caricia
suave cuando retira su mano. Nos miramos, y ese verde casi negro me hipnotiza al
punto de perder noción del tiempo, y ya no sé ni donde estoy. Mejor dicho, sí sé:
en aquella habitación donde me hizo suya para siempre. Escucho lejana la voz de
Tomás que atiende su celular, pero no sé si me habla a mí o qué. Tampoco me
importa. Solo pienso en quedarme ahí, entre sus manos…
―Diego ―Tom tapa el celular con la palma de su mano para que no escuchen desde el
otro lado. ―De más está decir que aquella tarde jamás existió y que, sobre todo,
esa experiencia no te da derecho alguno para tener privilegios aquí, si es que
fueras seleccionado. ―El ingeniero no mueve ni un músculo, solo mira a mi amante
con una mezcla de bronca e ironía que debe estar poniendo loco a Tomás. Lo conozco
y odia que lo desafíen. ―Ahora sí podés retirarte.
―A mi casa. Estoy cansada, Tomás… Estamos desde las seis de la mañana con esto de
las entrevistas y ya son las once de la noche… Mañana será otro día… ―Contesto sin
darme vuelta, sacándome sus dedos de encima. No me hace caso y aprieta más el
agarre, pasándome la lengua por mi lóbulo izquierdo. Me siento incómoda
rechazándolo pero no tengo ganas. Me arqueo para correrme de su cuerpo pero él lo
toma como una invitación. ―Tomás…
―Angie, estoy tan caliente como vos, mirá... ―Lleva mi mano a su entrepierna. ―No
podés dejarme así…
―Andá a tu casa que Gabriela te está esperando ―le digo, pero sin ironías ni celos.
―No te pongas celosita, nenita mía ―sonríe y me guía hacia el sillón que hay en su
oficina. Me tumba sobre él y sé que me conviene complacerlo para terminar rápido.
No me gusta fingir, pero solo puedo pensar en Diego. ―Sabés que sos la única para
mí… Además, en unos días nos mudamos… Dale, vení…
―Ay, nena… Aunque al principio te noté distraída… Uuufff, nunca me fallás… ―¡Eso lo
tengo claro! Para mí, un fiasco, pero para Tom estuve genial. ¡Claro, no fingí el
orgasmo, pero tuve que cambiar piezas para alcanzarlo! Mientras me recoloco la
ropa, mi jefe me mira y suelta las palabras más inoportunas del mundo en este
momento. ―Angie, sé que debes estar enojada por la conversación de recién con
Gabriela y lo entiendo, pero dame tiempo, que en breve te voy a demostrar que soy
un hombre de palabra….
¡Listo! ¡Me cayó la ficha! Siempre dije que un tipo que enuncia este tipo de cosas
después de cogerte es porque te está mintiendo. Ahora veo el panorama: Tomás no va
a dejar a su mujer. O al menos, no en el corto plazo. Igual, mejor que piense que
mi estado se debe a eso y no a que me movió el piso volver a ver al empotrador. Me
río de mí misma llamándolo así a un hombre que jamás me regaló un empotre… Asiento,
sonrío, le doy un beso en la mejilla y abro la puerta.
************************
¡Ángeles! De todas las empresas, de todas las entrevistas, de todas las ciudades,
tenía que encontrármela. Cuando entré en aquella oficina me golpeó la realidad de
que la ciudad de Buenos Aires es muy chica cuando el destino quiere. Verla y
recordar todo de un tirón. El de mi entrepierna. “Es ella, sus ojos y sus piernas
hechiceras la destacan en un millón”. Me di cuenta que pasé meses con su recuerdo
latiendo dormido, esperando reencontrarnos y que me devolviera esos ratos de placer
sensual de aquella tarde. Si habré pasado mil veces por esa cuadra por si volvía a
verla. Si habré pensado en su boca mientras Ivana me hacía sexo oral. ¡Si habré
googleado y llamado al teléfono de veinte Ángeles distintas para reconocer su voz!
Pero nada. Tampoco en el spa quisieron darme datos porque las identidades son
“confidenciales”…
Hasta hoy, que el velo se corrió para darme lugar nuevamente en su vida. Descubrí
varias cosas. La primera que no solo son amantes sino también compañeros de
trabajo. ¿Y si yo quedara? ¿Y si aceptara? ¿Estaríamos los tres en un mismo piso?
La misma cantidad de horas, trabajando a la par, intentando no mezclar las cosas
pero sabiéndolo imposible… ¿Podríamos? No lo creo. Pero, ¿eso me detendría de
conocerla ahora que la había encontrado? También noté que Tomás y ella están
bastante consolidados, aunque me descolocó la llamada de su mujer y que él
atendiera solícito delante de Ángeles. No sé… ¿Y si le contaba a Ivana? Creo que lo
de hoy me había vuelto pelotudo, sino no me explico que incluyera a mi novia en mi
estrategia de acercamiento a la mina que me tiene confundido y excitado a partes
iguales desde hace horas.
Chequeo mi reloj. ¡La puta madre! ¡Son las dos de la madrugada y no sé qué mierda
hacer si llegan a llamarme mañana! Agarro mi celular para llamar a mi novia.
Necesito verla, hablar, sacarme esta calentura que me provocó encontrar a Angie de
nuevo. Abro el whatsapp y encuentro un mensaje de alguien desconocido.
“Diego, soy Ángeles. Disculpá la hora pero seguramente vos tampoco podés dormir… No
aceptes el trabajo si Tomás te llama mañana. Por favor…”
¡Ella! ¿Cómo…? Mi currículum. Agendo su número y veo que lo envió hace casi una
hora. Debe estar durmiendo. O con su amante.
“¿Por qué no querés que acepte?”, le pregunto. Espero cinco minutos y nada. Cuando
estoy poniendo a cargar el teléfono al lado de mi cama, suena.
Quise seguirla. Sin embargo, entendí que Angie en esos momentos necesitaba un amigo
verdadero, alguien sin doble intención que pudiera decirle las palabras exactas
para que dejara al forro de nuestro jefe. Mi beba debe sentir mucha culpa y eso la
lleva a no poder contarle sus cosas a un tipo como yo que la desea sin tregua,
porque, aunque mi actitud de ese momento hubiera sido (casi) desinteresada, yo
tengo un solo objetivo: que sea mía.
Lo de antes era angustia por saber que su amante la poseía y yo no podía decir ni
mú, anhelando algún roce fortuito, con la calentura constante por volver a sentir
su boca en mí… ¡Y ahora la rabia me llena el cuerpo al escuchar sus gemidos y su
placer detrás de la puerta de uno de los toilets! ¿Tomás la considera tan poca cosa
como para no pagarle una hora de hotel? ¿Y ella? ¿No puede exigirle verse después
del trabajo? Sé que sueno como un troglodita, pero lo que considero mío no quiero
que sufra o se mancille… Mis hermanos se reirían de escuchar mis pensamientos.
Ángeles, MÍA… En un ataque de voyeurismo (aunque no fuera tal, sino que estaba
celoso y lleno de furia), pego la oreja a la puerta y su perfume me invade… La
deseaba desde hace meses, desde siempre. La espiaba obsesivamente. Aprendí los
tonos emocionales de su voz, grabé su sonrisa enorme, sé qué significa cada seña a
nuestro jefe (cuando quiere decirle algo, cuando quiere verlo a solas), conozco la
calle en la que se encuentran a una cuadra de la oficina y luego se van juntos en
el auto de él… Obsesivo, sí, pero porque preciso tenerla en mi campo visual. En
ésto me convertí. Y es que mi corazón me dice que ella me necesita.
¿Cómo sería estar en Ángeles? ¡Lo mismo que estar con Ivana, seguro! “Si todas las
minas tienen lo mismo”, dirían mis amigos de fútbol. “Sí, el sexo es un mero acto
mecánico, biológico, necesario. Pero si le adicionamos sentimientos como el deseo o
el amor, suele ser sublime…”, dijo una vez uno de nuestros profesores, explicando
un ejemplo de la mecánica fusionada con la idoneidad. “¿Qué tendrá que ver?”, me
pregunté en su momento. Pero ahora me venían a la mente ese ejemplo, mi novia y mi
compañera de trabajo. Igual, no hay mucho que pensar: estoy caliente con ella desde
la tarde en el spa y se agravó al reencontrarnos, pero sé que “se me tiene que
pasar” porque estoy comprometido. Análisis rápido de la situación y sin gastar un
peso en Freud.
Pienso en Ivana. Cada vez que nos vemos es un sinfín de “tenemos que hacer ésto”,
“hay que invitar a tal”, “necesitamos definir lo del departamento”, “¿Cuándo iremos
por las alianzas?”. Nada de la pasión del principio. Solo vernos, tener sexo
durante diez minutos, y luego discutir sobre las cosas faltantes para la fiesta.
Casi no se estaba quedando a dormir, siempre “tapada de trabajo” o hablando de sus
objetivos profesionales, y eso también había hecho mella en nuestra intimidad del
inicio. Entiendo que todo se haya vuelto “raro” después de lo del intercambio en el
spa y eso hizo que reprogramáramos la boda, pero sé que gran parte de la culpa es
mía porque no estoy al cien por ciento en lo nuestro. Tampoco sé si quiero estarlo…
¡Y eso me genera una culpa descomunal, la puta madre que lo parió! Me da bronca
terminar con Ivana, pero pienso que no tengo ganas de seguir aparentando, y mucho
menos casarme. No me veo veinte años a futuro con alguien como ella. En realidad,
no me imagino con nadie. Aunque con Angie… Con ella sí podría llegar a ser... La
sueño demasiado y la evoco en la cama estando con mi novia… ¡Malditos sean la
tentación y el deseo de que nuestras pieles transpiren juntas aunque sea una vez
más! Sin embargo, tengo que hacerlo. Son muchos años invertidos y, además, se lo
prometí a mi viejo: recibida, novia formal, casa propia, casamiento. El viejito
quería que yo le diera nietos a mamá porque sabía que mis hermanos son unos
“descastados” (como él los llamaba) y “los gurises le darían vida a la casa”.
Cuando mi papá me dijo todo eso, seguramente sabía que se moriría en breve y que
nosotros tres le daríamos poca bola a nuestra madre. He ahí la promesa que me llena
de remordimiento no querer cumplir.
Hace cinco años que estamos de novio y necesito respirar. O mejor dicho, gemir y
explotar como lo está haciendo Tomás en Ángeles… Mi novia es una chica con una
buena posición económica, que trabaja en el estudio de contadores de sus padres,
tíos y abuelos (o sea, ella es una nena de departamento y yo, un ingeniero de
potrero), y que sueña con una boda en el Tattersal para figurar. De todas formas,
ya le expliqué que tendremos una boda que yo también pueda pagar, y lo mismo aplica
para nuestra futura casa. Para que vayan entendiendo de qué va la cosa, a veces, me
cuesta plantearle ciertos temas, y sobre todo, conocer qué le gusta y qué no en la
cama, porque ella siente que será una conversación irrespetuosa, que una novia
requiere un status diferente, no coger por coger. Ivana nunca me dice cosas como
“me encanta” o “haceme de todo”. No. Tampoco me hace sexo oral porque le da asco.
¡Asco! Pero yo sí que tengo que hacerle TODO lo que ella exige. Salvo aquella vez
que me sorprendió con lo del spa swinger. ¡Y no crean que no aproveché esa ráfaga
desinhibida que tuvo! Luego de esa tarde, pensé que todo cambiaría, pero no. Vuelta
otra vez a lo mismo… ¡Qué sé yo! Quizás fueran pelotudeces mías… No sé…
Definitivamente, me cuesta imaginarme casado con ella por todas las diferencias que
se fueron asentando entre nosotros, y tampoco me gusta engañarla con el
pensamiento… Estoy en una encrucijada y hoy le pienso dejar claro lo que me está
pasando.
―¡Sí, de hoy no pasa! ―Alzo la voz con bronca, olvidándome donde estoy, y golpeando
una de las puertas.
―¿Quién está ahí? ―Escucho la voz de mi jefe preguntando desde adentro del toilet.
*******************
―¡Tomás! Te dije que no era buena idea estar acá, así… ¿No podríamos haber esperado
e ir al hotel de siempre o a mi departamento?
Me siento la peor. Me doy asco. Tomás me estaba haciendo sentir que no merecía su
tiempo fuera de estas cuatro paredes. Como si solo le sirviera para sacarse las
ganas que traía de afuera. Y desde hace rato yo deseo más. Quiero ser la única. Mi
mamá ya me dijo que me quedara embarazada, que pronto me reemplazaría por alguien
más joven, que su mujer haría algo y yo quedaría tirada sin él y sin trabajo…
Necesito imponerme, pero sus manos, su mirada y su voz me doblegan. A pesar de mi
confusión con mi nuevo compañero de trabajo, yo sigo queriendo a Tomás por sobre
los demás. Lo de Diego es caos, lo de Tom es amor. Estoy segura.
―Aaarrrggg… Así, nena… Seguí que todavía no terminé ―me ordena, mientras sigue
entrando y saliendo de mí con fuerza, dejando claro el egoísmo por su satisfacción.
Me abre un poco más las piernas, y me obliga a sostenerme con firmeza en ese
cubículo pequeño. Con cada embestida, me siento más chiquita, como el espacio que
ocupo en su vida. ―Además, sabés que a la salida tengo el cumple de mi sobrino y
debo pasar a buscar a mi familia… Mi mujer es estricta con esas cosas… ―Me duele en
lo más profundo. Juro que me desgarra el corazón que no pueda guardarse el
comentario, o al menos simular que tiene que pasar tiempo con su mujer. Como si la
imbécil que soy pudiera soportar todo sin chistar, como si no sintiera nada, como
si fuera su inflable. Me aguanto las lágrimas de rabia y de humillación que quieren
salir, me impulso hacia adelante y me desprendo a la fuerza. ―¡Auch! Ángeles, ¿qué
mierda hacés?
―¡Sos un animal! ¿Ahora cómo salgo así? ¡Me van a ver todos los de la oficina!
―Eso, para que no te olvides quién manda entre nosotros. Que todos sepan que sos mi
putita… Que te miren con deseo, si quieren, pero que entiendan que el único que te
toca soy yo. ―Aunque no lo crean, su lado morboso, sexual, posesivo, me puede. Soy
vulnerable a él porque nos movemos en el mismo terreno y de la misma forma: no
entregando el corazón. O al menos, eso creía que hacía para escudarme de sus
desprecios. Tampoco conozco otra forma de que me amen. Siempre fui “la otra”,
incluso para mi familia, y nunca quise más. Pero me estaba cansando. ―Vení,
hermosa…
**********************
Pasaron veinte minutos y ambos vuelven a sus escritorios con caras de pocos amigos.
Deberían estar felices, ¿no? Después de todo, acaban de estar juntos. Sin embargo,
Ángeles viene frotándose el cuello y con la mirada baja, como si estuviera
avergonzada, y Tomás camina delante de ella como si fuera su dueño. Se acomoda en
su silla, coloca su pelo femeninamente detrás de su oreja, y observo cómo su cara
se va transformando de la apatía a la furia.
―¡¿Quién mierda dibujó esto?! ―Agita con energía un papel con una especie de
bosquejo y letras que no distingo desde acá. Se oye un carraspeo, risitas por lo
bajo, pero nadie levanta la vista de sus escritorios. Se ve que cuando no
estábamos, alguien le dejó algo para molestarla. ¿Qué dirá? ―¡Qué compañeros tan
graciosos que tengo! ―Se desploma sobre su silla, hace un bollito con esa hoja y se
tapa la cara. La oigo sollozar y se me estruja el corazón. ―Mediocres… Pero no
pienso darles el gusto… ¡Cómprense una vida!
Se levanta, se coloca su saco ajustado, se pasa los dedos para limpiarse el rímel
corrido por sus lágrimas y se va de la oficina hecha una furia. Amago a levantarme
para ir a consolarla, pero Rocío, una de sus amigas que se sienta al lado mío, me
toma del brazo.
―Dejala… Cuando está así es mejor darle espacio… ―La miro y le hago caso. Es mujer,
debe saber más que yo. ―¿Querés que te prepare un café?
―¿No deberías ir vos, al menos? ―No puedo dejar de pensar en que le pasó algo y se
fue sola y triste. ―¿No sos una de sus amigas?
―¿Y eso qué? No quiero que me hagan un vacío mis compañeros como se lo hacen a
ella… Después me contará, pero seguro es lo de siempre: Tomás le dijo algo o le
dejó una nota de separación… Van y vienen, según los humores de la esposa del jefe…
Me tienen harta… ―Contesta con fastidio.
―No entiendo mucho, pero creo que no es eso… Se refirió a nosotros… A todos. ¿Qué
era ese papel que tiró? ¿Viste si alguno le faltó el respeto o se burló de ella
mientras no estábamos?
―¿Yo? No. Y tampoco lo diría… Te repito, Diego, no quiero ser una paria en la
oficina buchoneando cosas... Si tuvo los ovarios para meterse con un hombre casado
—lo dice con desprecio, como si la esposa damnificada fuera ella, y eso me hace
ruido—, y encima su jefe, puede arreglárselas muy bien solita… Cambiemos de tema:
¿hoy querés salir a tomar algo al after office de enfrente?
No hago caso a la insinuación de Rocío. Yo solo quería ir volando a ver cómo estaba
Angie y no tenía excusas. Aunque…
―Se me ocurre algo mejor. ―Veo cómo se le ilumina la cara y sonríe seductora. ―¿Y
si vamos a visitar a tu amiga después de acá? ―Tuerce su boca en un gesto de enojo
pero no me interesa. Mi objetivo es otro. ―No sé… Se me ocurre que podría
necesitarte… No la vi bien, y me ofrezco a llevarte de vuelta… Después de todo,
entre compañeros hay que ayudarse, y todo hace a una mejor convivencia en la
oficina… ―Ya no sabía ni como dibujarla. ―¿No te parece?
La veo dudar, hasta que responde lo que quiero oír.
―Bueno, después vamos a verla… Pero primero un trago… ―Me guiña un ojo.
********************
Llegué a casa, perfumé cada ambiente, conecté el equipo con mi playlist de música
ochentosa y dispuse dedicarme tiempo en soledad. Ahora estoy en mi tina,
disfrutando de mi baño y llorando por las palabras que había leído en el papel de
hoy: “Zorra rompehogares, dejá de hacerte la linda o si no te vas a quedar sin
laburo. ¿No te da vergüenza destrozar un matrimonio?”, junto al dibujito de la
esposa de Tomás dándome una patada y yo de rodillas. Explícito, ¿no? Como si fuera
yo la que tuviera que cuidar el matrimonio de mi jefe o deberle respeto a una mina
que no conozco. Él es el que estaba haciendo cornuda a su mujer, no yo.
Antes de comenzar mi baño, dejé mi celular cerca de mí para poder atender supuestas
disculpas de mi pareja, pero veo que no llegarán. Cierro mis ojos, pienso en la
mirada de Tom, en sus exigencias, en sus gestos dulces del principio que fueron los
que me conquistaron, en sus promesas de amor… ¿Por qué no puede entender que somos
iguales y que su mujer solo es la madre de sus hijos? ¿Por qué no se escucha a sí
mismo cuando me cuenta que en su cama matrimonial ya no hay fuego y que solo vuelve
para cambiarse de ropa y ver a sus hijos? Alarma de mensaje.
“¿Estás bien? No me gustó verte ir así de la oficina.” Diego. “Cualquier cosa que
necesites, Ángeles, CUALQUIER COSA, tendré mi celular encendido”
―Te dije que estaba bien… Hola, amiga ―Rocío me da un beso y pasa. Por lo visto,
tendría que atenderlos aunque no tuviera ganas. ―Vinimos porque nuestro compañero
tenía miedo que te suicidaras, por poco… ―Dice poniendo los ojos en blanco.
―¡Tampoco la pavada! ―La amonesta con la mirada. ―Hola, Ángeles ―me saluda Diego
con un beso en la mejilla pero sin amagar a pasar. ―No queríamos molestar, solo
saber cómo estabas… Te vi irte muy mal de la oficina y como no tengo confianza para
venir solo… ―Me mira con intensidad, y sus ojos iban desde los míos, pasando por mi
boca y luego a la abertura de la bata en mis pechos. ―Me tenías preocupado. ―Y baja
la voz para decir: ―Lo de la semana pasada más lo de hoy… —Se rasca la cabeza y se
despeina los rulos. —¿Estás bien?
Me desconcierta. ¿Qué hace acá? ¿Qué busca? Recuerdo mis pensamientos mientras
Tomás y yo hacíamos el amor en el toilet… Era él. Me pongo colorada y Diego me mira
con expresión de no entender qué me pasa.
―No hay problema ―me cubro el pecho con ambas manos. ―¿Vas a pasar o no?
―¿Puedo?
Ambos ponemos cara de “bueno, si no queda otra…” y le dejo el paso justo para que
entre. Camina hacia mí y nos quedamos frente a frente, como si no existiera algo
más importante que respirar uno junto a la otra. Bajo mi mirada y noto que sus
manos están moviéndose dentro de sus bolsillos. Está nervioso, y sigo sin entender
por qué siempre está raro cuando tiene que hablarme. Bueno, sé que nadie comienza
una relación laboral con el bagaje previo que nosotros tenemos, pero somos adultos,
¿no? Podríamos hacer de cuenta que nos reencontramos con un ex novio en la misma
empresa ¡y listo! Se inclina sobre mi boca, sus cejas gruesas son una línea y pasea
sus ojazos esmeralda de los míos a mis labios. La tensión crece por combustión
instantánea, mientras su aliento a chicle de menta y café se queda impregnado en mí
por nuestra cercanía. Saca con lentitud una mano de su bolsillo y acomoda un mechón
rebelde tras mi oreja, rozándome el cuello en el viaje. Finalmente, me da un beso
en la mejilla. Ese amague genera un retumbar en mi cabeza, entre nervioso y
excitante, porque por un segundo temí que me besara sin importar la presencia de
nuestra compañera. ¡Ahí tenés tu pose de adulta superada, Ángeles!, me dice la voz
de mi consciencia.
―Hola ―susurra.
―Hola… ―Sonreímos los dos sin saber muy bien por qué. —Y gracias…
―De nada. Quiero que sepas que estoy para lo que necesites…
Asentí. ¿Qué podía decir frente a eso? No nos conocemos. Había una cierta (e
inusual) tensión entre nosotros. Pero, ¿tensión de qué tipo y por qué? Si apenas
sabíamos nuestros nombres… Es decir, unas horas de cama compartidas, un trabajo
diario y unas miradas indiscretas no generaban obligación de preocupación para con
el otro. Las mujeres intuimos cuándo un hombre se siente atraído hacia una, pero de
ahí a que él soñara con una nueva posibilidad de estar juntos era una gran
tontería. Entiendo que podamos tenernos ganas. Sin embargo, creo que es más
añoranza e idealización por lo vivido que otra cosa. Puedo fantasear, es parte del
juego que a veces puede darse entre hombre y mujer, pero sigo teniendo ojos solo
para mi hermoso y erótico amante.
Los escucho sin prestarles atención. Miro sus ojos, sus manos, sus poses. Diego
está frente a mí, en un pequeño sillón, y mi amiga al lado mío. ¡Rocío es tan
obvia! Le gusta nuestro compañero y no sé cómo explicarle que no le da bolilla. Que
los ojos de él están sobre mi escote y sobre mis manos que retuercen su pañuelo con
nerviosismo (lo encontré sobre el tapizado antes de sentarme sobre el sillón y lo
tomé). Quiero echarlos y ponerme a llorar por mí, y porque mi amante ni me piensa
ni me extraña como yo. Porque tiene a su familia y yo no tengo nada. Porque para
Tomás jamás seré la primera opción como él sí lo es para mí. Porque la sombra en la
cual me convertí jamás puede ser la luz de ninguna otra vida hasta que no encuentre
la tecla de mi propio encendido… ¿Qué estará haciendo Tomás?
¡Tengo tanta bronca que quiero vengarme de todos y que sufran como lo estoy
haciendo yo en este momento! Inclusive de la tal Ivana, que ni debe saber que su
noviecito está mirándome con deseo mientras ella debe estar trabajando. Me dan
ganas de tontear un rato, jugar un poco, para sacarme este despecho celoso.
Comienzo a pasear su pañuelo sobre mis piernas, mi escote, mi cuello… Aprovecho que
no aparta sus ojos llenos de deseo de mis movimientos y de su pañuelo para
provocarlo.
―Sí. ―Responde serio y me mira. Traga saliva porque está entendiendo mi estímulo.
―Ángeles, ¿podría pasar al baño? ―Concentrada en acariciarme, asiento sin mirarlo.
―¿Me indicarías por dónde?
―¡¿Vos estás loca, Rocío?! ―La tomo del brazo con fuerza y la levanto de mi lado.
―¡Se van ya mismo de acá!
―Te aseguro que no quería venir, pero no me quedó otra. ―Me dice con fastidio. ―En
el bar se puso pesadito y ni me dejó terminar el trago. ¡Por poco, venía con una
autobomba! Exagerado… ―Hace una pausa y sonríe. ―¿Viste lo bueno que está?
―Ahora entiendo tu vestimenta de… ―Me mira de arriba hacia abajo y hace una mueca
irónica. ―¿Geisha?
Asiento. Así que Diego se había preocupado en serio por mí... Me siento mal por
haber jugado a provocarlo. Quizás, él había dejado aquella tarde atrás y la que
seguía sin poder hacerlo era yo. Continúo sin disfrutar del presente, usando
personas externas a mi relación como excusa de mi infelicidad. Tengo que aclararme
cuanto antes para poder exigirle a Tom que se defina.
―Listo. ¿Nos vamos, Rocío? ―Mi amiga le dice que sí y, mientras recoge sus cosas,
su cara se ilumina como si hubiera obtenido la sortija en la calesita. Ya en la
puerta y a punto de irse, Diego le dice: ―¿Me esperarías abajo mientras charlo un
tema con Ángeles? Algo de trabajo que quedó pendiente antes que se fuera temprano…
―¡¿Eh?! ¿Qué tema tenemos en común vos y yo, ingeniero? La pobre de mi amiga se
desinfla como un globo y se va cabizbaja. Apenas la ve desaparecer por la escalera,
se acerca a mí tomándome ambas mejillas con sus manazas y dejando su boca casi
pegada a la mía. Me aprisiona contra la puerta para decirme: ―Hermosa bata, hermosa
vos y mi pañuelo te queda muy bien entre los dedos y en tu cuerpo… Me imaginé
muchas cosas… ―Abro la boca para responderle como se merece, pero su sonrisa
sensual me desarma y la cierro. Su pulgar me limpia una mancha de rímel imaginario
y llega hasta mis labios para recorrerlos con apremio. ―Nunca más te quiero ver
llorar. Y menos por un pelotudo como Tomás…
Sus manos abandonan mi cara para tomar mis muñecas y colocarlas sobre mi cabeza,
mientras una de sus piernas se queda entre las mías y me besa en la comisura
derecha de mis labios. Es el casi-beso más lindo, tierno y confundidor del mundo.
Observo cómo se separa un poco de mí, me mira con ese verde oscuro que ya conozco,
deja suavemente mis manos a los costados de mi cuerpo y se va. Baja corriendo las
escaleras sin esperar a que le responda. Me quedo atontada, pensando en ¿por qué
alguien como Diego, con pinta de caballero andante atrevido, tuvo que aparecer
justo ahora? ¡No tengo tiempo para estar confundiéndome! ¿Qué busca? Necesito
enfocarme y conseguir que Tomás me ame tanto como yo a él. ¡Que cumpla con sus
promesas!
Tengo que cortar con todo esto. Siempre el fusible termino siendo yo y mi mente
estaba buscando excusas para que mi corazón soltara el lastre de mis sentimientos
hacia Tomás. Yo quiero todo con él pero me duele no poder mostrarme frente a los
demás como suya. Porque mi cuerpo, mi mente y mi sexo estaban encadenados a él a
través del hilo de la sensualidad. ¿Pero sólo es eso? ¿No había nada más? ¡Y nada
menos! Para el afuera soy la que se muerde la lengua llamándolo cuando me toca con
sus ojos, cuando nos encontramos en sueños o a escondidas en nuestras mentes y en
nuestros sexos… ¿Es delito amarse así? ¿Soy yo la delincuente en esta relación a
tres o el perverso es él, que juega a dos puntas lastimándonos con cada caricia
robada?
Dos horas después me acuesto. Agotada de tanto darle vueltas a esto que siento, y a
lo que no quiero renunciar porque necesito seguir creyéndole. Me niego a reconocer
que es un cagón que no se define por hacérsela fácil a él mismo... Pienso que los
hombres como Tomás transcurren su vida cómodamente, yendo de una cama a la otra,
por mujeres como su esposa y como yo que se los permitimos. Que nos sacamos los
ojos entre nosotras por conquistar el órgano que tiene la de enfrente: su mujer
quiere de vuelta el sexo de su marido en su cama, y yo quiero conmigo su corazón
para reinar en el lugar donde actualmente reina su familia… Y así estamos,
dejándome engañar por propia convicción día tras día… ¿Y a esto consideraba vivir?
********************
No podía quitármela de la cabeza. Por eso apuré el trago que me presté a tomar con
Rocío, sorteando como pude sus avances y su conversación insistente. Cuando ella se
fue al baño, le mandé un mensaje a Angie para no quedar como un acosador o un
desubicado cuando me viera minutos después en su casa. Ángeles para mí no es “una
minita más”. Ella es una mujer que quisiera conocer, y no solo en la cama. No me
tilden de “quijote mal curado”, pero quisiera rescatar el brillo especial y dorado
de esa mirada que en algún momento debe haber iluminado todo a su paso. Quiero
arrancarle esa tristeza constante, la que parece que la posee todo el tiempo y la
oscurece, cuando que ella está destinada a encender.
Muy a mi pesar, conocer su casa no me aportó nada negativo o algo que me provocara
rechazo. Al contrario, demasiadas cosas en común, por lo poco que observé. Le gusta
leer, es ordenada, inteligente, y tiene un tocadiscos para pasar vinilos originales
de los años ochenta y noventa… Lo dicho: demasiado. Tengo la teoría que las
“confusiones” aparecen cuando las coincidencias se suman a la atracción física y
mental. Y no suelo permitírmelas en ningún orden porque nunca las necesité. Pero
esto es diferente… Siento que tengo que estar ahí para ella, porque si no nadie lo
hará. Incluido el hijo de puta del jefe, que le da igual si su amante vive o muere.
Vuelvo a pensar en mi pañuelo, que iba y venía entre sus dedos, empapado de sus
lágrimas, deslizándolo sobre sus caderas generosas, sus pechos llenos, sus labios…
Lo imaginaba con su olor y la sal del llanto mezclada con su maquillaje… Estoy
feliz de que me tenga con ella en alguna forma, que use algo mío para consolarse.
¡La puta madre no haber llegado antes a su vida! Ella podría aspirar a alguien
mejor, a alguien que la respetara, a alguien que la cuidara. A alguien como yo. ¿Y
si me acercara a ella como su amigo? Después de todo, hoy no se nos dio tan mal.
¡Mentira! Me comporté como un caballero, y me contuve de robarle besos en varias
ocasiones, porque sueño con que ella me lo pida y diga mi nombre con deseo.
Mientras mi mente divaga sobre la piel de mi angelito, observo que Ivana habla,
organiza y me muestra sus notas, pero no la estoy escuchando.
―Diego… —Asiento ante cada mirada suya, porque temo que sospeche que estuve toda la
cena en otro planeta. —Diego… —Repite, pero mi mente sigue intentando desentrañar
ese misterio llamado Ángeles. —¡Diego! ¿Me estás escuchando? ¡Ésta también es tu
boda, che!
―Sí, Ivi, te escucho. Es que hoy tuve un día jodido en el laburo… Y para colmo….
―¿Y a mí qué me importa? ―Me interrumpe. ―Todos lidiamos con cosas a diario y sin
embargo me tomé el trabajo ―veo que para ella también es un “trabajo” estar acá ―de
reservar esta mesa para ir cerrando cosas de nuestro casamiento. En seis meses nos
casamos y vos no elegiste ni tu testigo para el Civil ni el traje para la Iglesia…
¡No pienso volver a aplazar la fecha ni darle de comer a la chusma de siempre!
―Tira enojada la servilleta y se va al baño.
¡La cagué, la puta madre! Ahora tendría que pedirle perdón, comprarle las flores
que le gustan, fumarme algún evento snob a los cuales la invitan continuamente,
etcétera. Pero esta vez tiene razón. Estoy siendo injusto con ella: a punto de
casarme y yo preocupado por la seguridad emocional de una compañera de trabajo. ¡Y
si Ivana se llegara a enterar con quién trabajo me rompería las pelotas cada cinco
minutos para controlarme! Cuando volviera, le pediría disculpas y le haría un
regalo por su paciencia… Timbre de whatsapp.
Sonrío ante la pantalla como si fuera ella quien estuviera delante. Se había
preocupado por mandarme un mensaje. Desde hace tres meses, cuando me pidió que no
aceptara el trabajo, no había vuelto a enviarme nada. ¡Hasta pensé que me había
bloqueado! Mientras pienso qué responderle me llega otro.
“Pd: Mañana te devuelvo limpio tu pañuelo… Debe ser muy querido para vos porque
lleva iniciales, pero no son las tuyas…”
Los pañuelos de tela son de las pocas cosas que conservo de mi viejo y no se los
presto a nadie. Pero con Angie ni siquiera lo pensé, y se lo di porque quería que
dejara de llorar y que entendiera que me importaba. Podría acercarme a ella a
través de Ricardo, el chico gay que siempre organiza las reuniones en la oficina y
que me enteré que es su mejor amigo. Es bastante copado ese pibe y nos caímos bien
de entrada. Además de la pequeña historia que tenemos en común… Creo que podríamos
salir a tomar algo entre todos y tantear el terreno de una vez por todas.
Y a los pocos segundos le mando otro. “Y quiero que sepas que no sos una
rompehogares… No tenés la culpa de haber tropezado con el imbécil de Tomás. Sos
demasiado para él. Ahora sí: Buenas noches.”
Me quedo como bobo esperando una respuesta o algo, pero nada. Empiezo a pensar si
estará escribiéndole a Tomás o a algún otro, porque sigue en línea pero no
responde. No me reconozco. Angie representa todas las confusiones juntas en una
misma mujer. Es hermosa, inteligente, rápida, buena compañera, solidaria. ¿Qué
pretenderá de la vida? ¿Qué busca en un hombre? ¿Le gustarían los comprometidos
para evitarse quilombos? Igual, toda esa cuestión debería importarme poco y nada,
porque mi camino es otro. Mis objetivos en este momento son casarme, tener hijos y
compartir mi vida junto a la mujer que me acompaña desde hace cinco años. Si
Ángeles quería arruinarse la vida y las esperanzas con alguien como Tomás que jamás
la pondría en primer lugar, allá ella. ¿Pero eso es lo que me está molestando
realmente o estoy celoso porque nunca se fijará en mí? Aquella tarde, en el spa,
fue bastante fácil porque todos nos impusimos un poco ante los ojos de quienes
debían elegirnos. Éramos inexpertos, nos gustamos y arrancamos. Sin embargo, en el
día a día, Ángeles, más que un saludo o alguna mirada furtiva, no repara en mí.
Aunque debo decir que hoy la noté tensionada y sorprendida por mis avances. No sé
qué tecla activa o qué dice para tenerme así, pero su presencia despierta al
depredador que siempre llevé y que ahora estaba enjaulado por mis deberes de novio.
―Nada importante. ―La miro y la tomo de sus manos. Quiero poner los pies en mi
presente para no cometer boludeces irreparables en mi futuro cercano. ―Ivana,
quería pedirte disculpas… Estoy nervioso y me la agarro con vos que lo único que
hacés es preocuparte de que tengamos lo mejor…
Al instante, suena su celular y en la pantalla leo Dr. Salar. Veo que mi novia lee
el nombre, tensa su mandíbula, se remueve en su lugar y vuelve a lo que estaba.
Debe ser un colega demasiado molesto para que se haya puesto así. No le doy mayor
importancia y no pregunto para no incordiarla de más. Continuamos la cena, y entre
risas y mucho alcohol, terminamos teniendo sexo en la cama del departamento de
Ivana. Increíblemente, ella estaba dispuesta a todo lo que le pedía, y yo disfruté
de mi orgasmo, mitad dedicado a Angie y mitad a la dedicación que mi novia le puso
al encuentro.
A pesar de eso, y ya en mi casa, esta noche acabo de decidir que no me casaré con
Ivana y que haré lo imposible por separar a Ángeles de Tomás. Tengo que convencerla
que su mejor opción es conocerme.
Llegó el sábado y pasaron tres días desde mi “ataque de furia” por las
desatenciones de Tomás. Otra vez lo mismo. Harta de esos toco y me voy causados por
sus desequilibrios familiares. A veces, me siento un tubito de ensayo… Los sábados
son día de reunión y salida con mis amigos, con los Gitanos. Ayer vinieron a copar
mi casa y los eché. Sé que los traté mal, pero no tenía ganas de ver ni a mi
sombra. Para colmo, horas antes en la oficina, Diego me había interceptado en la
escalera para invitarme a tomar algo y le contesté que no. El ingeniero, que venía
sumando algunos puntos, terminó de hundirse al preguntarme con sorna si necesitaba
ser jefe para salir conmigo, a lo cual respondí con un cachetazo y me fui. Estoy
irascible, es verdad, pero tampoco para dejarme faltar el respeto. Vengo bastante
contrariada con el género masculino…
Volviendo a Tomás, debo festejar que se hubiera terminado esta semana rara, llena
de sentimientos encontrados y cuestionamientos que me tenían toda la madrugada
tomando decisiones que se esfumaban en la mañana o al verlo. Tampoco estoy
manejando sus celos y posesión desmedidos, ni el sentir su perfume o sus roces en
la cocina de la oficina. A pesar de ser nuestro jefe, Tomás siempre se las
ingeniaba para ir a tomar algo allí y flirtear con quien estuviera. Si habré
soportado sus histeriqueos con alguna pasante nueva… Luego me decía que no viera
fantasmas y que solo pensaba a mí. ¡Me hace tanto mal y tanto bien al mismo tiempo!
Lo aposté todo a él y ahora exijo mi lugar. Me haría desear. Lo haría sufrir.
Sin embargo, y a pesar de mí y que no quiero que sea así, el soplo de aire fresco
es cada vez más vívido cuando el ingeniero Corso se acerca. Cuando comienza a
gustarnos anhelamos el cortejo, miradas, detalles, frases veladas... El simple
juego de seducción que, en la mayoría de los casos, no conducen a nada. El estar
atenta cada vez que llega a la oficina, o la sorpresa de cruzarnos en los pasillos,
me está devolviendo las ansias por lo nuevo. Es por todo eso que no puedo dejar de
agradecerle internamente a mi dulce compañero de mirada verdosa que me hubiera
traspolado a mi adolescencia puntana, cuando aún creía eso de sentir.
―¡No pasa nada, amore! ―Contestan a coro, y me hacen tantas cosquillas que lloro de
risa.
¡Los amo! Con Rocío, Richard y Mora formamos el grupo Los Gitanos y salimos todos
los sábados, sin falta, a diferentes boliches. Nos lo pusimos en broma una noche
que estábamos muy en pedo y que hicimos karaoke en la casa de Ricardo. Resulta que,
hablando sobre nuestras madres, a los cuatro nos habían llevado a algún concierto
de Sandro[3], el Gitano de América, ya sea en la panza de nuestras viejitas, o de
la mano, o para dejarlas en la puerta e irnos con nuestros padres. ¡Esa misma noche
decidimos que nuestro comité de crisis siempre sería embotarnos con música del más
grande! Nuestra canción fetiche es “Como lo hice yo”. La actuábamos a la
perfección, con coreo y vestimenta incluidos, y siempre nos poníamos a gritarlo en
el medio de cualquier pista. En algunos boliches a los cuales volvíamos más de una
vez, ya nos conocían y hasta nos arengaban con aplausos.
―Lo de ayer ya pasó, Angie ―me dice Richard tomando mis mejillas. ―Recordá que
siempre hay un mañana esperándonos para darnos algo mejor que lo de hoy. ―Me da un
beso en los labios y sonríe. ―¡Pero bueno! Vean cómo se nos ha puesto nuestra
diosa… ―Toma mi mano derecha y me da varias vueltas. ―¡Hoy sí o sí la rompés,
Angie! ¡Y nada de boludos rondando, ni mensajeando, ni controlando, ni nada! Bueno,
salvo uno… ―Hace una risita pícara y me guiña un ojo.― Y que no es ningún boludo…
―Ricardo, ¡te conocemos! ¡Decinos ya mismo cuál es la sorpresa y por qué no está
acá con vos! ―Le reprocha Mora.
―Tuvo un inconveniente, pero nos está esperando en el bar donde haremos la previa.
―Ajá, Rochi… Alguien que se puso muy contento cuando lo invité ―vuelve a reírse con
malicia.
―¿Es hombre o mujer? ―Pregunto con cautela. Sé que no es Tomás porque se odian.
Literalmente. Por eso temo que me haya armado una cita a ciegas.
―¡Esperá, Ángeles! Siempre tan ansiosa… Ahora les toca hacer pasarela, como cada
sábado. Empieza Rocío… ¡Mueva, mueva, mueva!
Todos estábamos radiantes, como si intuyéramos que la noche nos traería un punto
bisagra. Por mi parte, estaba estrenando un vestido color chocolate, con escote
halter (ajustadísimo y drapeado desde el pecho hasta justo debajo de mi cola,
haciéndome ver con más lolas de las que tengo) y unos zapatos con tacos inmensos.
Había comprado el conjunto para usarlo esta semana con Tomás, pero volvió a dejarme
plantada por el cumpleaños de una amiga de su mujer. ¡Hoy me sacaría las ganas y
pensaba frotarme con cada chico que se me acercara! Rocío vestía leggings color
azul metalizado y top negro; Mora, jeans y camisa de gasa transparente con manga
musculosa; y Richard, un conjunto de saco y pantalón chupín color azul marino.
Salimos gritando “¡Te lo juro por ésta! (nos agarramos la entrepierna) Como lo hice
yoooooo…”
― “Él” es mi amigo, y creo que otro hombre le vendría bien al grupo… Para balancear
tanta chuchina, ¿no te parece? ―Sonríe con una mueca irónica.
―¡Yo me encargaré que se entere, Angelita, eso te lo aseguro! Ahora, sonreí ―me
ordena mientras nos vamos acercando a Diego. No puedo dejar de observarlo (como las
mujeres que están a su alrededor en la barra): jeans, remera azul que ajusta sus
músculos, esos rulos que enmarcan su cara perfecta, cejas que rodean sus esmeraldas
oscuras y que siempre me sonríen solo a mí… Deslizo mi mirada por esas manazas que
ya me habían consolado y arrancado gemidos y cierro los ojos sin querer. ―¡Diego!
¿Hace mucho que esperás?
―Hola a todos… ―Saluda en conjunto pero sigue sin despegar sus ojos de mí. ―Sí,
pero valió la pena… ―Se humedece los labios, me da un beso suave en la mejilla, de
esos a los cuales comienzo a acostumbrarme, y me toma de la cintura con posesión.
―Hola Angie… ―¿Angie?―¿Qué quieren tomar?
―¡Pero yo sí tengo ganas de tomar algo! ―Dice Rocío. ―Quiero lo mismo que vos, Die…
―Le dice al oído, pero para que todos escuchemos. Se acerca más a él y se le pega
como estampilla. Algo en su actitud me pone incómoda. “Sí: te molesta no ser la
estampilla de ese sobre, Ángeles”, me contesto.
―En el boliche te invito un trago, Rocío ―la corta―, pero ahora será mejor que
vayamos porque Ángeles tiene razón. ―Me toma del codo y me lleva con él. Se acerca
a mí para susurrarme: ―¿Preparada para guiarme hacia…?
―¿No te molesta ir con Diego, no, Anyu? ―Pregunta Richard con picardía. Los miro a
ambos y voy entendiendo que es una trampa. ―Él no conoce el lugar ni el recorrido.
Las chicas vienen conmigo…
************************
―Largá ese teléfono que ya debe estar durmiendo ―me dice al oído.
―Imposible. Él jamás se duerme sin desearme buenas noches ―lo miro irónicamente,
como dando a entender que no se meta en lo que no sabe.
―¡Me imagino! Ahora, ¿podrías explicarme algo? ―Amago a irme pero me retiene con
fuerza. No me interesa lo que tenga que decirme. Aunque me sorprende que su
contacto siga excitándome cada vez con más fuerza. Lo dicho: no soy buena con
alcohol encima. ―¿Por qué una chica tan inteligente como vos necesita a alguien
como él?
―No te creo. ¡Y me da bronca! ―Abro mis ojos porque me sorprende que reaccione así.
Se da cuenta y chasquea la lengua. ―Ángeles, no sé qué me pasa con vos, de verdad…
No suelo meterme en la vida de nadie, pero desde que te consolé la semana pasada…
Bueno, ahora que estamos solos puedo decir la verdad: desde que nos disfrutamos en
aquel spa, nos mezclamos y nos mordimos como nunca antes con nadie, yo… ¿Ves? ¡Me
trabo! Parezco un boludo tan cursi que no sabe qué decir… Para que entiendas mejor,
me das ganas de todo, de protegerte, de cuidarte, de hacerte entrar en razón… De
besarte… De estar en vos todas las horas del día… ―Suspiro. ―Me confundís, me
mareás, ponés de cabeza todo lo que vengo planeando hace años… Si hasta empecé a
replantearme…
Hace una pausa y cierra sus ojos. No conozco su vida amorosa actual, pero imagino
que debe seguir con Ivana, y quizás piense que está confundido porque imagina que
le gusto, pero es solo mi envase. Y tengo que hacérselo notar. No quiero que le
pase como a mí con Tomás: estar detrás de alguien que no siente lo mismo por una ni
tampoco con la misma intensidad. Porque yo sí puedo decir que estoy enamorada de mi
amante… Sea como sea, esto lo termino ahora.
Quiero demostrarle que aunque nos conocimos de una manera peculiar, y conectamos
desde cada poro y en cada latido, eso no debería atarnos para volver a estar en una
cama, confundiéndonos con sentimientos que no existen. Se frena y traga saliva.
Antes que diga algo de lo cual nos arrepintamos, sonrío con una mueca triste y
niego con la cabeza. Sacudo mi brazo y me suelto de su agarre para irme al medio de
la pista con mis amigos. Intentaba no mirarlo, pero igual intuyo sus ojos
persiguiendo mi espalda, leyéndome las ganas y el corazón, a pesar de la oscuridad.
La mando a Rocío para que lo distraiga, los veo discutir, y ella vuelve con cara de
enojada. Comienza a sonar Karina y con las chicas nos ponemos como poseídas por
esta canción que nos encanta. Me olvido de todo y nos pegamos muy juntas para
bailar, rozándonos y con las manos en alto.
―Que sí, que agarraría el fierro caliente que es tu vida y que vos representas para
mí. Sé que tendremos que lidiar con muchas cosas, pero yo estoy dispuesto a ser lo
que necesites. Y no solo me refiero a la cama…
Abro la boca y la cierro porque no sé qué contestarle. Los tipos no suelen decir
estas cosas si solo te quieren para una noche. O dos, a lo sumo. ¿Por qué, Diego?
¿Para qué?
―Me imagino… ―Sonrío con suficiencia. Tengo que evitar creerle a esos ojos que me
hipnotizan y a esos labios gruesos que dicen lo que necesito oír, cual canto de
sirena. Saco de mí la Angie que se coloca en un pedestal antes de perder una
batalla, y me contoneo, apoyándole mis pechos en el suyo, luego me doy vuelta y me
arqueo para rozarlo con mi cola, mientras le voy susurrando parte de la letra.
―Quítame la venda que me cegó, quítame de golpe esta obsesión… Siempre queda
espacio para un nuevo amor, siempre si el que llega es muy superior… ―Me cuelgo de
su nuca, se la acaricio despacio, y esta vez no canto, le recito la letra, como si
fuera lo que yo pienso. ―Quítame esa idea de serle fiel, quítame el deseo de estar
con él… Dejame en la mente ganas de volver a verte… ―Posa sus manos sobre el inicio
de mi trasero, se refriega contra mí y siento su erección. ―Quítame ese hombre del
corazón, quita de mi cuerpo su sensación…[4]
―No me importa lo que hagas o digas para intentar convencerme de que no tenés que
gustarme. Ya es tarde… ―No le creo ni una sola palabra. Es hombre y tiene novia: ya
me conozco este capítulo del manual masculino. Y a pesar de la música, el ruido y
el beso con mordida que acaba de dejar en mi nuca, logro escuchar lo que me
susurra. ―Angie, no suelo escuchar lo que dicen los demás… Ni siquiera si ese
alguien sos vos tratando de disuadirme para no conocerte… Y yo también quiero que
te bajes de ese falso cielo donde él te subió, quitarte el vestido y subirte hasta
un nuevo sol… ―Recitando parte de la letra de la canción. —El nuestro… El de tus
ojos…
Pero, ¿y este donjuán lleno de palabras encantadoras de dónde salió? Sus palabras y
su roce me llevan otra vez a aquella tarde. Sin embargo, hoy es distinto.
Inclusive, mejor. Porque en aquella habitación, tiempo atrás, tuvimos que
descubrirnos a la fuerza, mientras que esta noche nos tenemos genuina voracidad...
Generadas desde otro lugar… Sí, yo también quiero. Después de encender un
torbellino en la boca de mi estómago y acrecentar mi humedad con sus promesas y su
lengua, me deja sin su calor yéndose con Rocío. ¡Maldición! Voy hasta la barra para
pedir más alcohol, pero la promoción de mojitos y caipi había finalizado. Necesito
evaporar este deseo por el ingeniero sensual que sabe decir lo correcto, sintiendo
que no me equivoco cuando pienso que, si llegara a caer en su cama, mi abismo sería
eterno. Él no es como todos. Se nota. De Diego sí podría enamorarme con locura. Y
yo le temo a ese sentimiento porque sé lo que provoca en la vida de las personas.
Prefiero el control a la inconsciencia del corazón.
―Ey… ―Contesto con cansancio. No se puede vivir luchando contra la corriente. Y más
cuando la corriente es una misma.
―¿Qué le pasa a la más linda del lugar? ―Pregunta Richard. Se acerca a mí e incluye
a Mora con un gesto. ―Anyu, querida mía, hace un rato pensé que el ingeniero se te
iba a meter por el escote, o por la boca, o por el… ¡Mamitaaaa, qué manera de
mirarse, tocarse, provocarse y todos los “arse” que se te ocurran! Hoy se van
juntos, ¿no? No te preocupes por Rocío, nosotros te la atajamos ―me guiñan un ojo a
dúo.
―¡No! Iba a decir, “ya quisiera él irse conmigo”… ―Hice el famoso “recalculando”.
De corazón, creo que es el alcohol el que está hablando por mí, así que no me haré
cargo de lo que piensen todos (incluido ustedes que me leen). ―Chicos, no doy más
―suspiro mirando que Rocío está adosada a Diego. ¡Y tampoco es como si a él le
molestara por cómo se deja franelear! ¿Pero este chico no acaba de hacerme una
declaración tipo Bridget Jones? Sigue sin quedarme claro, pero no pienso quedarme a
averiguar la veracidad de algo que ya decidí que no quiero que me lastime. ―Me voy
―anuncio.
―¿Estás loca? Nosotros tenemos ganas de seguir un rato más. ¡No estuvimos ni dos
horas! ¡Al menos justifiquemos el viaje hasta acá, Ángeles! ―Me dice Richard
haciendo puchero. ―Hagamos un trato: si me marcas un chongo como la gente para
darme unos picos, te prometo que te llevo en media hora.
―No. Me voy sola, sino… Yo acá no me quedo ni un segundo más… ¿Mora venís o te
quedás?
Mi amiga me mira y no sabe qué decir. Si me dice que sí, deja en banda a Ricardo.
Si me dice que no, sabe que me iré sola, y ella es un poco como nuestra mamá: no le
gusta que sus pollitos andemos solos.
―Richard, mejor vayámonos juntos. No está bueno que Angie viaje en este estado ―me
mira de arriba a abajo y sé que sabe que estoy un poco mareada. Mi amigo me mira y
asiente. ―Además, Los Gitanos siempre nos movemos en patota… Vamos por Rocío y le
avisamos a Diego también.
―¡No! ―Creo que grité demasiado. ―Digo, no los molestemos… ―Sí. Estaba que ardía en
celos, pero quizás lo mejor fuera que esos dos se sacaran las ganas, así el
ingeniero no volvía a molestarme. Después de todo, el lunes deberíamos volver a
vernos. ―Rocío está que se muere por él, y es la primera vez que la veo de esta
forma, ¿no les parece?
―El que se muere por vos es Diego ―pongo los ojos en blanco. ―Bueno, gordita, ¡está
bien! Se hará como digas… Pero mañana te la bancas vos a Rocío por el grupo de
whatsapp, cuando empiece con que siempre a ella la dejamos de lado y toda la sarta
de boludeces que nos esperan… ―Hago muecas y en blanco y nos reímos al mismo
tiempo.
Salgo detrás de mis amigos y giro la cara justo cuando Ro le está comiendo la boca
a Diego. Inmediatamente, pienso en los desprecios que vivía padeciendo de parte de
Tomás. Envenenada por este amor prohibido que me estaba quitando mi alegría y mi
energía… Antes de salir, no puedo evitar volver a voltear hacia el bello ingeniero
y sentir envidia y bronca por no poder romper los barrotes sentimentales que me
siguen encarcelando y aislando de todo, y de todos... ¡Dios mandame una señal, un
remo, algo!
Ángeles aun no comprende que su punto de llegada está cada vez más cerca. Que
pronto quebraría esas cadenas invisibles gracias a la mirada sensual que supo
regalarle Diego, y a sus palabras que le demostraban que él la observaba de otra
forma, provocando también que ella se mirara distinto. Había pedido por un remo y
el ingeniero lo sería. Sin embargo, aún debían pasar muchas pruebas antes de
conocer la verdad acerca de sus sentimientos.
**********************
―Gracias por traerme, chicos… Espero que Román esté despierto y me espere con su
slip de elefantito…
Nos guiña un ojo antes de bajarse del auto de Ricky y nos reímos a carcajadas. Son
una pareja de las que ya no quedan: se aman, se respetan, se ayudan en sus
proyectos personales… Los quiero mucho y añoro algo así para mi vida. Quisiera
encontrar un hombre que me ame sin medida, sin juzgar mi pasado; que me tenga
paciencia si no le correspondo porque sé que el único amor de mi vida siempre será
Tomás. Siempre… Maldita palabra cuando se trata de una condena al corazón...
Comienzo a llorar, dándome cuenta que mi destino será eternamente ser la segunda en
su vida o estar a merced de los pocos minutos que su familia le permita regalarme,
llamándolo y mendigando por un poco de su cariño.
―Sé lo que estás pensando, Anyu, y no podés seguir lastimándote así… ―Dice mi amigo
con tristeza, mientras conduce hasta mi departamento.
―No sé de lo que estás hablando, Ricky ―contesto secándome las lágrimas, mirando
por la ventana e intentando que no me vea hacerlo.
―Mi vida… ―Acaricia mi mano sin quitar la vista de la calle. ―¡Me da una bronca que
ni te imaginás! ¿Por qué las chicas lindas y buenas como vos terminan con estos
hijos de puta?
Sonrío con ironía. Porque “las chicas como yo” somos las crédulas. Las inseguras
que por su incapacidad de sentir, nunca reconocemos qué es verdad y qué no en temas
del corazón. Porque somos las que vivimos “comiéndonos” el mundo, cuando en
realidad es el mundo quien hace lo que se le antoja con nosotras, mostrando que hay
que envidiarnos (porque, supuestamente, somos fuertes), pero vivimos llorando a
escondidas… Las chicas “como yo” nunca esperamos a ver qué sucede porque siempre
estamos intentando sentir al máximo, y así nos va, por mandadas, por ser demasiado
pasionales, viscerales… Por estar aspirando a vivir.
―De todas formas, estoy feliz por esta noche porque cumplí con mi misión. ―Lo miro
sin entender. Estoy por bajar porque acabamos de llegar a mi casa, pero la
curiosidad me puede. ―¡Ajá, doña “soy la peor del mundo y merezco que ningún
ingeniero me ame”! Conseguí que Diego te provoque aunque sea preguntarte qué sería
sentirlo en vos alguna noche…
―¡Estás loco!―¿Qué diría mi amigo si supiera que con Diego ya traspasamos algunos
límites?
―¿Sí?
―Sí.
―¿Segura? Angie, soy tu mejor amigo, tu hermano, tu confidente. ¡Te conozco mejor
que tu vieja y sé cuando alguien te gusta! O, por lo menos, cuando alguien te
genera cosas, porque tus manos van a su nuca directo... ―Sonrío. ―¡Como hoy en la
pista! Lo tomaste a Diego del cuello y le hiciste tu bailecito sensual ―estallamos
en carcajadas. ―Te propongo algo: apostemos. ―Lo miro y no me gusta lo que intuyo
que está por venir. ―Tendrás que conquistar al ingeniero “seriote y con pinta de
empotrador” para darle celos al Jefe…
―No…
―Sí…
―¡No!
―¿Tenés miedo?
Bajo del auto sin responderle, enojada con Ricardo por creer que mi corazón es a
control remoto y puede jugar sin salir lastimado. En realidad, medito todo esto
porque Diego logró sorprenderme y un poco me gustó su preocupación, su sensualidad,
sus palabras prometedoras… Su nuca, su mano, sus ojos de fuego. Sus labios y sus
besos precisos, conociendo el momento exacto cuando estaba humedeciéndome. Lo
pienso y tiene razón: Tomás piensa que jamás podrá perderme. Por primera vez, no me
saludó para desearme buenas noches, y su Instagram muestra cuatro cucuruchos de
helados, como un brindis, unidos para la foto. Pero esta vez no lloro, solo aprieto
mis dientes hasta que me duele tanto la mandíbula que parece que se me va a salir.
Mientras subo las escaleras, comienzo a reconsiderar la propuesta de Richard acerca
de jugar a darle celos a mi amante con Diego…
―Vine a ver que llegaras en condiciones… ―Hace una pausa, me mira con deseo y se
abalanza sobre mi boca. La sorpresa no impide que abra mis labios como si lo
hubiera esperado toda la noche. Ese beso me trajo de nuevo su sabor a mi lengua, el
de aquella tarde, el que había estado dándome vueltas a pesar de no haberlo
sentido. ESE sabor que había estado buscando sin saberlo. ―Me encantás…
Hace una pausa, me toma de mi cola y su nariz se refriega sobre mi monte de Venus.
Estoy incendiada y eso me sorprende. Mi cuerpo frente a Diego reacciona por sí
solo, aunque sepa que mi corazón pertenece a Tomás. ¡Cómo nos encanta sedarnos con
mentiras cuando la culpa nos corroe! Debería haberlo intuido en ese momento, pero
todavía tenía que descubrir el velo de automentiras que me había ido imponiendo
poco a poco hasta cegarme. Gimo y me acerco más a él.
―Así, Ángeles, te quiero escuchar y sentir solo para mí… Me mata escuchar tu
respiración… Como si te ahogaras de placer…
―Diego…
Escuchar su nombre debe haberlo sorprendido porque se detiene y eso basta para
volver en mí. ¿Qué estaba haciendo? ¿Y si se enteraba Tomás? ¿Y si pierdo todo por
una estupidez? Lo empujo con fuerza y sus ojos verdes se tornan oscuros de la
rabia. Sabe que acabo de cortar toda posibilidad de estar juntos.
―Angie… Por favor… —Se acerca y me rebullo en el sillón. Baja la vista, cierra sus
ojos y aprieta su mandíbula. —Dale paso a esta pasión, a nuestras emociones… ¿Qué
podría salir mal? ―¡TODO podría salir mal, ingeniero, cuando hay sentimientos de
por medio! No me gusta que use esa palabra. Acá no debería haber habido emociones
sino sexualidad. Miro su erección que debe dolerle aprisionada en su jean, pero me
remuevo incómoda por lo que acaba de decir y se da cuenta. ―Angie, no solo vine a
ver que estuvieras bien, sino a corroborar que no te encontraras con Tomás… ―Mi
cara debe decirle que se está pasando, pero sus ojos me sostienen la mirada y esos
dos pozos verdes y enormes, ahora convertidas en oscuras esmeraldas por las ganas,
me dicen muchas cosas. ―Quiero mi oportunidad. Quiero conocerte y que me conozcas.
Quiero que empecemos algo, aunque sea a escondidas, pero necesito que me permitas
estar con vos porque quiero demostrarte todo lo que sueño… ―Toma su celular. ―Si me
lo pedís, ya mismo llamo a Ivana y…
―¿Y qué? ―Le quito el celular y lo tiro sobre el sillón. ―Imagino que estás
borracho y por eso decís estas cosas, ¿no?
―Sí, lo estoy, pero por esto que podríamos llegar a vivir… Por tu olor, por tu
sabor, por tus jadeos… No pude quitarte por meses de mi cabeza después de haber
estado en esa cama, en tu piel… Te deseo desde hace tiempo y, por lo visto, vos
también…
―Andate ya mismo… ¿Te pensás que por unos besos despechados voy a dejar todo? ―Le
dolió la palabra, lo veo, pero no pienso ceder en esto. Sí, me gusta, pero no me
conviene. Con él las cosas serían diferentes. Es demasiado posesivo y sentimental y
yo estoy en un barco del cual no me quiero bajar. ―Sí, Diego: me quedaste cómodo y
te tomé. ¿O creíste que esto era el inicio de algo? ―Lo miro con sorna, pero solo
unos segundos, porque su imagen sexy y su boca roja de los besos que recién casi me
regalan un orgasmo me desarman. Voy hacia la puerta. ―Por favor… ―Digo sin mirarlo.
―¿Querés jugar, Ángeles? ¿Estás segura? No podés mentirme. Yo también estaba acá
hace un rato cuando gemiste en mis labios… ―Se acerca a mí y pega su erección a mi
abdomen. Me toma de las mejillas y desciende desde su altura hacia mi boca. Muerde
mis labios con suavidad y vuelve a conquistar mi voluntad. ¡Dios bendito! Me gusta
mucho su forma de llevarme adonde él quiere con sus besos, esa mezcla de imposición
con ternura, como si me demostrara con sus caricias el “ya sos mía, pero mientras
te dejaré creer que tenés la sartén por el mango”. Revuelve mi pelo, se agacha un
poco y su lengua recorre mi cuello hasta el drapeado de mi escote. Suspiro y meto
mi mano en su jean para sentirlo. Ambos suspiramos con ruido, sabemos que todo
empezará otra vez. Sin embargo, me deja boqueando en el aire. ―Está bien, lo
haremos a tu modo… Pero quiero que sepas que podés utilizarme a tu antojo, que para
mí será un placer…
Pienso los pros y las contras y recojo el guante. Sí, jugaría con el ingeniero. A
diferencia de mi relación con Tomás, donde yo era la “dominada”, aquí me daría el
gusto de poner las reglas. Tendría que sentarme con Ricky y delinear ciertas
cuestiones, pero desde hoy comienza el juego, Diego.
Y aún hoy no entiendo por qué no me di cuenta en ese mismo instante que todo había
terminado para mí y comenzaba lo peor. Mejor dicho, iniciaba lo mejor de mi vida:
conocer el amor. El despojarme de mi armadura de frialdad para entrar en la espiral
amorosa y tierna de sentir en bucle. De vibrar en sintonía con alguien que solo me
daría amor en demasía y que yo no supe devolver ni aprovechar a tiempo.
Capítulo 5 - Soy el fuego que arde tu piel
Viernes, balance del juego de conquista. En minutos llegará y por eso me apuro a
escribir.
“Semana 1. Había sido bastante productiva. Se nota que el objetivo es más arisco de
lo imaginado, pero ahora está curioso por saber qué me pasa con él y eso es
importante para el experimento. Hoy vendrá a cenar y podremos empezar a conocernos
en un ámbito más amigable, parcial y propicio para la interacción ¿neutral?
Necesitamos saber del otro (sobre todo yo de él) para poder provocar a Tomás.
Finalidad del juego: darle celos al principal.”
Aunque creo que debería haber agregado en esa “finalidad”, “conocer por qué el
ingeniero me está dedicando tanto tiempo siendo que conoce mis sentimientos sobre
Tomás”. El lunes me compré un cuaderno tipo diario para ir anotando cosas de Diego,
avances que pudieran notar mis compas y me fueran mandando por el grupo de
whatsapp, regalos planificados, encuentros “fortuitos”... Lo que sea con tal de
ganar la apuesta y que Tomás empezara a notar ciertos cambios de actitud entre el
ingeniero y yo. Desde la noche en el boliche platense, no podía dejar de escuchar
la canción Quítame sin pensar en él. Ahora, en lugar de ser algo entre amigas,
siempre sería la primera canción que nos dedicamos con intención... De hecho, la
incluí en mi lista “Emociones especiales” (así soy: hago listas en Spotify y les
pongo nombres locos para acordarme qué sentí con cada canción en algún momento
específico, y ésta ya tenía dueño).
El martes nos reunimos los cuatro para “estudiar” cómo seguir, porque el lunes me
había costado hablarle después de la escenita en La Plata (para mis amigos) y de
los besos posteriores en mi casa (cosa que tampoco había contado). Propuse que la
apuesta se midiera en semanas y no en días, porque Diego era un chico del cual no
sabía nada, y cualquier pista podría ayudar. Solo sabía de sus labios y dedos en
todo mi cuerpo, pero esa data mis amigos no la conocían, así que era más difícil
saltear pasos sin hacerlo en realidad. Necesito investigar y caminar con pies de
plomo, porque en esto me estoy jugando la movida de mi vida. Ese día, Ricky sugirió
lo de la cena y todos (menos yo) estuvieron de acuerdo en que fuera en mi casa.
Inclusive, sugirieron que cocinara para que le diera un tinte de “dedicación
especial”. La pregunta que nos veníamos haciendo desde esa noche es ¿con qué excusa
lo invitaría? Y además, ¿él accedería a venir? Y si venía, ¿cómo nos
comportaríamos?
Existe una realidad: mis amigos viven en su nube de colores y no tienen ni remota
idea de que esa boca en forma de corazón, labios llenos y lengua invasora, me había
regalado excelentes momentos. Diego no parecía de esos que jugaran a dos puntas, y
seguía pensando que sus dichos, besos y caricias habían sido histeriqueos
propiciados por el alcohol. Tengo que tener en claro mi enfoque sobre el objetivo
final: no confundirnos más de lo que estábamos, sino generarle tantos celos a Tomás
que quisiera elegirme de una vez por todas, acelerando nuestra convivencia. Luego
de haberme divertido un rato con el ingeniero, y una vez que Tom viniera a casa a
pedirme que me mudara a nuestro primer lugar juntos, cortaría todo. Repetí cien
veces, Ángeles, me digo: no debo descentrarme, Diego no debe gustarme, Diego no
puede tocarme, y no puedo mirar esos ojos durante más de cinco segundos. ¡Ilusa!
―Dale gordita, si te gusta... Sabes que yo soy el único que te conoce... Sin mí no
sos nada... Mirá ―me dice en tono condescendiente―, entiendo que tengas un mal día.
De hecho, ¿no te estaba por venir?
¡¿Pero a este idiota qué le pasa?! ¿Qué se le da por tratarme como la amante
loquita a la cual hay que tenerla tranquila, que no joda en lugares públicos y que
la chupe cuando a él le plazca? Mejor me calmo.
―A ver, Tomás, no me pasa nada… No tengo un mal día ni una mierda... ―Se ve que no
funcionó hacerme la chica zen porque sigo teniendo ganas de explotar. ―O sí:
últimamente sólo tengo malos días con vos…
―¿Puedo pasar, Tomás? Es urgente ―pide mi compañero en tono ansioso y con un dejo
de rabia. Debe haber escuchado la discusión.
―Me voy.
Mientras pienso en todo esto y elijo qué ponerme, recuerdo que Ricardo me comentó
que nuestro ingeniero en cuestión no parecía un “virgen” en estas lides, y que si
se está prestando a jugar es porque tiene ganas. ¡Y eso que ni sabía que ya
habíamos estado juntos! Ricky me contó que se habían reído mucho con Diego cuando
mi amigo le confesó que la mayoría de nuestras compañeras le habían preguntado por
él, y que estaban haciendo apuestas a ver quién se quedaba con el trofeo. Ricardo
buscaba prepararlo y saber qué pensaba de las chicas. Tantearlo para averiguar si
podría engañar a Ivana. Recuerdo que me hice la tonta y seguí revolviendo mi café
en la cocina de la oficina. No quería preguntar qué había respondido el ingeniero.
Mi amigo suspiró y me dijo que me lo contaría de todas formas porque se me notaban
las ganas de saber. Lo miré con media sonrisa y seguí tomando de mi taza. “Me dijo
que le gusta mucho una chica que es inalcanzable porque ella se niega a ser feliz y
a mirarse con los ojos con los cuales él la ve… Hacé los deberes… ¿Vos intuís quién
puede ser, Angie?” Me fui sin responderle, pero su mirada estaba llena de sarcasmo.
A veces, siento que Diego y Ricardo se conocen desde siempre o tienen un secreto
entre ellos que no logro dilucidar...
De todas maneras, ¿quién se creía ese ingeniero con ojos del color de la esperanza
para dejar entrever que le gusto? ¡Él está tan comprometido como yo! Por eso, mi
excusa para la cena será “quiero pedirte disculpas y empezar con el pie derecho una
futura amistad, ya que Ricardo quiere integrarte al grupo y BLA BLA BLA”. Mañana,
Tomás se enteraría que Diego estuvo en mi casa, y vendría a rogarme que
estuviéramos juntos. Sí: utilizaría la predisposición de mi sexy compañero y no me
siento mal por eso. ¿No dicen que en la guerra y en el amor vale todo? Y tomando
sus palabras del domingo pasado a la madrugada, él se prestó a ser utilizado, así
que…
A veces pensamos que podemos jugar con fuego sin quemarnos, pero no entendemos que
no digitamos nada y que el cazador también puede ser cazado.
**************************
Ivana
Diego
Me insiste para que me circuncide y me convierta para poder estar juntos y que su
familia me acepte.
No cambio mi ateísmo por nada ni por nadie, y menos, tocarme el cuerpo cuando no
estaba convencido que fuera siquiera por amor.
Y no estoy diciendo que las parejas deban ser siameses en sus gustos, sino que sigo
sin sentir que debamos casarnos. Menos ahora, que tengo que definir qué siento por
mi novia y decidir si seguimos adelante o no. De todas formas, lo que sucede con
ella me incumbe a mí, y solo a nosotros, y no permitiré que nadie me juzgue o
vuelva a opinar al respecto, porque el que se está hipotecando el futuro con
alguien a quien no ama soy yo. Ninguno vendrá a felicitarme en el final de mi vida
por haber mantenido mi compromiso con alguien, a sabiendas que estaba siendo
infeliz. Y todo ésto no sólo tiene que ver con el angelito que hoy me está quitando
el sueño cada noche. Tampoco pretendo meterla en el medio de mi falta de deseo por
Ivana, pero… Igual, no es momento de mirar para mis adentros ahora, solo quiero
pensar en esta cena que estoy por disfrutar, y que seguro me ayudará a conocer más
al objeto de mi apetito.
Mientras manejo, cambio el chip, y voy recordando todo lo sucedido desde que
Ángeles me plantó en La Plata. Esa madrugada, Rocío volvió conmigo y se puso PESADA
(en mayúsculas), así que tuve que frenarla esgrimiendo que estaba comprometido.
¡Una cosa es joder con quien te la pone dura y otra muy diferente es hacerlo con
cualquiera! Cuando logré dejarla en su casa e ir directo al departamento de
Ángeles, subí esas escaleras de dos en dos, temblando de celos y esperando no verla
en brazos del forro de Tomás. ¡Ni yo me esperaba tanta receptividad de su parte!
Por momentos, pensé que estaba en un sueño. Y luego, lo de darme una ducha y acabar
tocándome en su nombre, también fue una sorpresa… No dejo de preguntarme cómo será
pasarnos el día y la noche, uno dentro de la otra, pero por puro deseo y no
“obligación” como aquella vez. Sentir su culo en mis manos, mientras entro y salgo
de ella. Verla extasiada, llenándola con mi orgasmo, escuchándola repetir mil veces
mi nombre… Tendría que tranquilizarme para no llegar con un bulto en mi jean.
Mientras busco donde estacionar, me río solo al recordar cómo nuestro amigo en
común se encontraba siempre “casualmente” conmigo para contarme cosas de su amiga.
Ricardo cada vez que me “cruzaba sin querer”, me soltaba cosas como que Angie se
había sentido mal (y muy celosa, según él) después de lo del sábado pasado por
habernos dejado solos y abandonados con Rocío en La Plata; que Tomás la agobiaba
sin cesar y cada vez la humillaba más hasta anularla sin punto de retorno; que
Rocío estaba celosa de ella y de mí… Lo bueno es que, a esta altura, sé más de ella
que el propio Tomás y pienso usarlo a mi favor. Y lo del boliche y lo de la
madrugada del domingo… Bueno, eso no dejaba de darme tirones en la entrepierna cada
vez que lo evocaba. La letra de esa canción que me recitó Angie con tanta rabia, la
escucho una y otra y otra vez. Como si quisiera tatuármela, dándome vía libre para
entender que ella necesita extirpárselo de la mente y el cuerpo. La veo tan
inteligente, emprendedora, fuerte, que ese papel que está jugando de “amante
condescendiente y culposa” me enerva porque permite que los demás opinen de su vida
como si debieran. Cada vez se me hace más intolerable que el idiota de Tomás
continúe sometiéndola a su antojo y al mal trato continuo. Tengo tantas ganas de
llevármela de la vista de todos, besarla hasta arrancarle a ese imbécil de su
cabeza, de su sexo, y… Qué sé yo… Cada día me cuesta más y más no pensar en ella,
evadir mi deseo, o negarme a cualquier pedido de su parte que implicara pasar
tiempo juntos. Por eso sé que estoy perdido, deseando como nunca antes a una mujer,
y eso me quita capacidad de maniobra para no mandarme ninguna cagada antes de
tiempo. Sentir demasiado o encontrar la horma del zapato de uno en el sexo a veces
no es bueno, y ahora no sabía cómo volver al punto de partida. ¡Maldita la hora en
que acepté aquella propuesta de mi novia de compartirnos con otros! O no. Benditos
esos minutos, porque conocí los ojos más dulces y expresivos de mi vida. Los que me
dieron un propósito que estaba por descubrir dentro de poco: demostrarnos que aún
podíamos ser felices y no ser “amebas” de la vida.
En un rato, nos pondremos a prueba y sacaré conclusiones, pero sepan que desconecté
todo rasgo de raciocinio para darle el timón de esta noche a mi curiosidad y al
apetito sexual por ella que me gobierna desde esa tarde en el spa. La ansiedad por
la noche de hoy me vuelve tan pelotudo, que tardé en decidir qué ponerme, cavilando
cómo le gustaría que vistiera un flaco. Por eso, me puse lo que pude (jeans, remera
y mis Puma de siempre), haciendo de cuenta como si no me importara… Estoy frente a
su puerta decidiendo si me quedo o me voy, si estoy dispuesto a profundizar este
derecho a roce que tuvimos, cuando Ángeles abre distraídamente.
―Exacto, me primereaste… Como siempre… ―Guiño un ojo. ―Buenas noches ―me acerco a
saludarla, y ella se pone en puntas de pie mientras yo desciendo hacia su mejilla.
Esta vez, sus ojos brillan y sonríe pícaramente mientras pone la punta de su lengua
entre sus dientes, como si intuyera mis pensamientos. Me señala la cocina y guardo
el postre. Señoras y señores, ahora sí: oficialmente entrando en terreno a
conquistar. Según el chat de Angie de esta mañana, esta sería una cena para
levantar banderas blancas. Y, por si hubiera estado dudando en venir, minutos
después de esa conversación, Ricardo me cruzó “inesperadamente” en el pasillo de la
oficina para rogarme (literalmente) que aceptara la invitación de su amiga
(asegurándose de que no me negara como ayer). ¡Como si no fuera a hacerlo! Es
verdad que venía transitando el tira y afloje con ella porque me daba miedo lo que
comenzaba a sentir (sí, los hombres también tenemos miedo a salir de la zona de
confort y dejar el nido conocido), pero esto había aparecido de la nada y pensaba
aprovecharlo. No solía presentir cosas, pero podía apostar mi vida a que ambos nos
haríamos bien: por mi parte, no me movería de su lado hasta que viera que había
aprendido a valorarse, y eso implicaría que también dejara a ese pelotudo de una
vez; y ella a… Bueno, no sé bien qué busca mi chica de los ojos brillantes en esta
relación “amistosa”, pero la ayudaría a encontrarlo.
**************************
―Voy a cocinar yo, ahora que vi cual será el menú. ―Me quita suavemente el delantal
que estaba por atarme a la espalda, rozando mi pelo y acariciando mi cara a su
paso. ―Te advierto ―arquea una ceja― que pienso darte un beso por cada cubierto que
intentes tocar. Vos decidís como querés que siga esta noche…
Sonreímos. En realidad, la que sonríe soy yo, de nervios, porque este donjuán que
tengo delante solo hace una mueca lobuna que no llega a sonrisa. Empieza tranqui la
noche, eh… Para bien de los dos le hago caso y, mientras charlábamos de cualquier
cosa, me fascina mirar cada uno de sus movimientos: concentración absoluta al
cortar al milímetro cada verdura, bíceps contenidos en la tela de su remera,
sonrisa enorme cada vez que consideraba que yo había dicho algo gracioso,
cotidianeidad en cada palabra, sensación de hogar mientras compartíamos este simple
espacio… ¡Dios mío! ¿Por qué no puedo tener esto con Tomás? “Porque jamás quiso que
lo tuvieran”, me contesta mi yo interno y castigador. ¿Por qué es tan hermoso y tan
sexy? ¿Por qué Diego hace parecer tan fácil ser feliz? “Porque la vida es fácil,
Ángeles, solo hay que proponérselo y tirar el carro hacia lo que queremos, soltando
los grilletes de lo que nos hace mal. Solo vos tenés la fuerza y la voluntad de
hacerlo… Primero tenés que amarte…” ¿Será?
―¿Te gusta la música? ―Me mira como si hubiera preguntado una tontería sobre algo
obvio. ―¡Tampoco para mirarme así! ―Nos reímos pero sigue cortando sin contestar.
―Es que algunos de los hombres no escuchan “a consciencia” las letras… ―Continúa
sonriendo sin mirarme, y va echando de a poco la verdura para saltearla. ―Ni le dan
ciertas connotaciones… ―Niega suavemente con la cabeza. ―Mientras que nosotras, las
mujeres, sí, por eso pregunto. ―Me asaltan pensamientos llenos de ganas de morderle
esa boca gruesa que tiene, mientras le tironeo sus rulos en el agarre del beso.
―Por ejemplo, para mí, cada persona representa una música, o me imagino una canción
que le pegue… Vivo armando playlists con cada estado de ánimo y le pongo nombres
locos… ―Esta vez, se da vuelta y me mira como invitándome a seguir. Trago saliva,
nerviosa. ―También escucho canciones pensando que cada escena vivida tiene su
propia banda sonora y así…
―Imagino que habrás agregado Quítame a alguna playlist, ¿no? —Pregunta inesperada
sin respuesta. —¿Ya tenés alguna lista con nuestra música?
―Imaginás mal. ―Amago a moverme para ir acomodando la mesita frente a los sillones
y cenar allí, pero deja todo y me aprisiona contra una de las paredes de la cocina.
―¿Qué hacés?
―Te dije que si te movías te daría un beso… ―Se acerca y me da pequeños besos en el
cuello. ―Qué rico perfume…
―No es justo… ―Suspiro pero ladeo la cara para darle más espacio. Me encanta. ―La
regla era si tocaba un cubierto… Sos un tramposo… ―Gimo y no me importa que
escuche.
―Ángeles ―deja mi cuello y me mira con esas esmeraldas que me embrujan―, acá las
reglas las pongo yo, y digo que vos te moviste para tocar un cubierto… —Sonríe con
picardía.
Lo empujo con suavidad pero no se corre, así que paso por debajo de sus brazos para
irme de su vista. No me banco su cercanía, lo que me provoca nuestra proximidad. Lo
que siento sin tocarnos… Ya está, lo dije.
―¿Y cómo estuvo tu semana? ―Pregunto desde el living intentando sonar normal.
Diego comienza a contarme cosas, pero obviando a Ivana, y eso me da más bronca y
más curiosidad que si la nombrara. A pesar de eso, me hago la distraída para no
delatar mi interés. Ni mis celos. A medida que la cena va quedando lista, me habla
de sus gustos musicales y de los viajes que hizo. Abrimos otra pinta de cerveza, y
llevo los platos y los cubiertos. Como quien no quiere la cosa, toco el tema de
Rocío y le “recomiendo” que no la confunda. Me mira con cierto atisbo de enojo
mientras revuelve la guarnición para la pasta. Su silencio me anima a ir un poco
más lejos, preguntándole por qué se dejó besar por ella en La Plata. No me contesta
enseguida. Cuando nos sentamos me explica que evidentemente no vi la escena
completa, que la separó gentilmente y que le explicó que está comprometido. Pongo
caras. Él sonríe seductor, acercándose, y yo me alejo. Diego entiende mi reacción y
se acerca un poco más.
―Angie, si le dije eso a tu amiga fue porque la única que me importaba que esa
noche me besara eras vos.
Suspira y vuelve a su lugar. Se lleva dos tenedores de fideos con verduras antes de
contestarme.
―Aún no lo sé… ―Me mira con intensidad y curva su boca como si fuera a besarme,
pero vuelve a mirar su plato. Con bronca y ansiedad latentes, me pregunta: ―¿Me
creés? ―Bajo la vista. ―¿Y si te contara que anoto mentalmente cada dato, por
minúsculo que sea, que Ricardo me cuenta de vos? Y si te dijera que te deseo como
nunca me pasó con nadie y que me siento demasiado cómodo para mi gusto con vos,
acá, simplemente cenando y charlando como una pareja de años, ¿tampoco me creerías?
¿Vos no nos sentís así, Angie? ―Deja el tenedor. Se acerca. Acaricia mis brazos.
Piel de gallina. Toma mi mano derecha y besa las yemas de mis dedos. Todo en cámara
lenta. ―Y lo que dijiste hace un rato… A mí también me gusta… ―Ya ni sé qué dije
pero si te gustó, ingeniero… Vuelve a mirarme con sus ojos enormes que prometen
todo y su boca de labios sensuales vuelve a curvarse tiernamente. ―Y me impresiona
que tengamos tanto en común… ―Toma mi otra mano y repite sus mimos. ―No te lo dije
pero también colecciono canciones que marcaron momentos en mi vida…
Sonríe como si lo suyo fuera una travesura que no le puede contar a nadie. E
inmediatamente, cambia su mirada por resignación. Epa, ¿qué pasó? ¿Qué me perdí?
Suspira y comienza a recoger los platos. Algo cambió. El clima se tornó íntimo,
pero cargado de ese no sé qué. Denso, lleno de urgencia y anticipación.
―¿De verdad? —Hago una pausa. —No me malinterpretes… Es que Tomás... Disculpame,
cambiemos de tema… No creo que te interese lo que mi pareja haga o deje de hacer…
Me interrumpe en tono tenso pero sigue sin mirarme, haciendo como que me ayuda a
ordenar. Lo miro fugazmente y sus hermosas cejas están más curvadas y juntas que
nunca. Tormenta en puerta.
―Es que esta cena era para hacer borrón y cuenta nueva… Conocernos como amigos… Y
te estaba por llenar con mis dramas… ―Chasqueo la lengua. ―Okey, sueno bastante
aburrida, ¿verdad? ―Intento sonreír y no me sale, la puta madre.
―Angie, los amigos ―vuelve a dejar los platos sobre la mesita, traga saliva, como
si le molestara la palabra― se bancan en todas. Y si querés hablar de tu… ―Duda y
eso me da mucha vergüenza. Hasta en eso es cuidadoso, en no dejarme como la
segunda, porque sabe que eso me está haciendo daño cada día. ―Si querés contarme de
él, hacélo. Por mí, todo bien…
―No, Diego, no quiero hablar de Tomás, pero recordé una frase que me dijo cuando
hablamos de la música, de mi obsesión por ponerle letra y melodía a todo, y me
dolió que me dijera que era una pelotudez, una pendejada cursi típica de alguien
que vive en las nubes… ―Bajo mi mirada y mis lágrimas empiezan a acumularse. No
quiero llorar frente a él. Mostrar que el camino que vivo pregonando que me hace
feliz, no es tal. Prefiero hacerlo en soledad, como cada noche desde hace algunos
meses atrás. Porque no estaría llorando por esa frase sino por todas las
humillaciones que vengo soportando. ―Disculpame… ¿Postre?
Me toma las manos, las acaricia y luego recorre mis brazos con sus dedos suaves y
hábiles hasta llegar a mis hombros. La dulzura de su tacto me hacer sentir tanto,
que cierro mis ojos y acepto su roce. Empieza a mimarlos, convirtiendo sus caricias
en una especie de masajes acariciadores (no puedo describírselos de otra forma,
ustedes imaginen y agréguenle mil veces más de sensualidad) que me van relajando.
Me suelto con un movimiento suave y justo suena Tuyo[5], un bolero colombiano de la
serie que estaba viendo por estos días en Netflix y la incluí en una de mis listas.
Lo veo levantarse y colocarse detrás de mí, para tomarme de los hombros y continuar
lo de recién.
―Sí, se me antoja un postre especial… ―Susurra, deslizando sus manos por mi espalda
hasta el nacimiento de mi cola. Me entra un calor enorme que provoca un latido
directo en mi centro. ―¿Y esta canción?
―¿Te gusta?
(se queda allí por segundos, conteniendo su respiración y me humedezco como hace
tiempo no lo hago)
No sabía que podía excitarme tanto alguien de quien no conozco ni siquiera qué
perfume usa. Sí. Habíamos compartido e intercambiado parejas, nos habíamos regalado
orgasmos, nos deseábamos al punto de prestarnos a este encuentro para probarnos y
provocarnos, pero no nos conocemos. Estamos llegando muy lejos.
―Angie… Yo… Tu piel… Es raro… ―Respira agitado y habla entre susurros. Estoy tan
empapada que me da vergüenza que pueda intuir mi excitación a través de mi ropa.
―Como si mis manos supieran qué hacer y tuvieran vida propia… ―Su hablar
entrecortado y con tono de confusión me hace sentir poderosa. ―Y esta canción…
―Sí, me pasa igual… Para variar… ―Sonreímos porque no paramos de coincidir. ―La
escuché y me gustó mucho, por eso figura en mi playlist… ―Casi meto la pata.
―Diego… ―Trago saliva. Quiero mostrarme neutral y no puedo. ―Tus manos son mágicas…
―De pronto, se me ocurre un chiste para descomprimir. ―Se lo diré a Mora y a Rocío,
porque siempre dijimos que necesitábamos un masajista para nuestras sesiones de
charlas… Podrías venir, actuar como nuestro chongo ―¿acabo realmente de usar esa
palabra con él?―, masajista y cocinero, y nos atendés a las tres, ¿qué te parece?
Pregunto, intentando sonar despreocupada, aunque los celos de pensar que él podría
llegar a siquiera rozarlas me violenta. Lo veo sonreír con condescendencia y
entiendo que debo estar torciendo la boca, como hago cada vez que algo me molesta
pero no quiero reconocerlo. De repente, ambos nos reímos a carcajadas. Creo que
intento desdramatizar tanta caricia para evitar lo que empiezan a provocarme sus
dichos y sus dedos.
―Primero, no suelo “regalar” masajes. Esto surgió. ―Hace una pausa y me gustaría
verle la cara. ―Segundo, las “charlas de chicas” ―remarca la frase como hizo con
“regalar” hace segundos―, no creo que me interesen mucho. Soy celoso de mis
“amigas” ―se le nota la picardía en el tono y me encanta. ―Tercero, no cocino ni
una ensalada. Lo de esta noche es especial ―suspiramos al unísono. ―Ángeles, estos
masajes son para que te relajes, te olvides del afuera y sigamos charlando como
personas adultas. Según vos, desde hoy, la idea es construir una relación amistosa
y conocerse, ¿no? —Aprieta más sus caricias/masajes. —Sé que empezamos “raro” ―lo
escucho serio y me pongo atenta a lo que está por decir, porque ambos debemos estar
recordando lo que pasó el año pasado―, pero lo intentaremos… ―Deja mi espalda para
arrodillarse frente a mí, tomar mis manos y apoyarse en mis rodillas. No, por
favor, Diego, no me mires con esos ojos taaannn verdes y profundos que no soy de
fierro. ―No somos pendejos y sé que hay atracción entre nosotros, pero tenemos
parejas y nos necesitamos más como amigos que como “problema”. Así que te propongo
sellar con un beso un pacto de ¿confraternidad? ―me pregunta con la mirada― entre
vos y yo para quitarle peso al asunto. Sobre todo, después de las ganas que me
llevé a cuestas el sábado pasado…
Me atrae que pueda poner en palabras precisas lo que nos pasa mientras yo vivo
suspendida por mi tara y mis miedos a sentir. Como si decodificara mis emociones y
tomara el mando para que no me paralizara del todo y se perdieran en los silencios.
Sin esperarlo, me roza los labios fugazmente y sonríe como un nene que acaba de
degustar su golosina preferida. Yo ni les cuento cómo estoy porque creo que deben
estar sintiendo a mi par. Lo miro como queriendo descifrar la veracidad de sus
dichos luego de haberme besado y sus ojos destilan fuego.
Mejor. Después de todo, los dos estamos enamorados de nuestras parejas, ¿no? Y esto
solo sería una leve distracción, una especie de aire fresco que le dicen. Algo con
qué confundirme para seguir lastimándonos un poco más… Pero yo ya elegí y acá me
quedo. Lo veo irse a la cocina y moverse como si perteneciera a mi vida, como si
conociera cada rincón de mi hogar desde siempre. Y lo dejo, porque acallo mis
deseos de vivir lo mismo con Tomás. Porque la dulzura, la picardía y los cuidados
de este hermoso donjuán de ojos verdes me energiza.
Sería lindo tener a alguien “presente” para charlar, hacer el amor y escuchar
música como una pareja normal… En ese momento, y desde esta noche, sabía que nos
mentiríamos hasta que alguno estallara primero, ¿pero qué podía hacer? Tendría que
haberme dado cuenta que, llegados a este punto, ninguno querría amistad del otro
sino conocernos en tiempo récord, como si eso fuera el único objetivo en el corto
plazo. Meternos en nuestras venas, invadirnos la piel, comernos el corazón para
poseernos. Como si cada cosa que íbamos sabiendo del otro nos tranquilizara esa
ansiedad. Nos comparé con los adictos al cigarrillo, que con solo tener entre sus
dedos un placebo electrónico ya estaban hechos. Diego y yo nos empezábamos a
acostumbrar a preguntar de a poco, a un simple roce, pero necesitábamos eso:
tenernos bajo la mira. Temía que este juego nos dejara en la vera de nuestros
verdaderos sentimientos. ¿Y si sólo estábamos idealizando el deseo que nos imantaba
el uno hacia la otra? ¿Y si Tomás se enteraba de esta cena y “perdía el esfuerzo”
hecho a su lado hasta ahora? No podía permitirme tirar por la borda esas noches
donde me comí la rabia porque me dejaba sola, esos fines de semana en los que me
prometía compartir viajes relámpagos y se la pasaba contestando mensajes de sus
hijos… ¿Estaría cansándome de él? ¿Me podían interesar dos hombres tan distintos?
Con Diego me unía la novedad, la pasión perdida con Tomás, sus atenciones que me
hacían sentir deseada, sus ojos que me miraban como si fuera lo mejor del mundo y
no existiera nadie más, sus labios que querían dejar su marca cada vez que podía.
Con Tomás… Ya no sé si algo nos une o solo es mero realce y añoranza del pasado,
pero pronto lo averiguaría. Tampoco podía determinar si me estaba cegando el
pensamiento de creer que siempre estaría acompañada por este seductor ingeniero… Es
una falacia, una ilusión, ya que él también está en pareja. Entonces, ¿a qué
carajos estoy jugando?
―Diego… ―Lo llamo. Lo escucho tararear algo mientras sigue en la cocina. De pronto,
el ruido que hace la cafetera al caerse me asusta y corro hacia él. ―¿Estás bien?
¿Qué pasó? ―Me mira mientras continúa agachado y recogiendo el recipiente de acero.
Sus pantalones marcan sus músculos trabajados y su erección contenida. Ninguno
sonríe. ―Diego… Necesito que te vayas…
―Diego… ¡Por favooooor! ―Grito mi gemido. ―No podemos… Tomás… Ivana… ―Intento
disuadirlo mientras me levanta la remera y comienza a chupar mis pezones
endurecidos. ―¡No pares! Necesito que me muerdas… ―Gruñe como si le encantara mi
orden y acabo tan rápido que me doy vergüenza. La culpa de haber acabado con Diego
y engañar a Tomás me está matando. Sin embargo, venía conteniendo mi orgasmo con él
desde el sábado pasado y exploté de tanto esperar. Apoyo mi frente en su pecho,
tomo aire y lo empujo. ―No tenés derecho a ésto…
―¿A qué? ―Me mira con deseo. ―¿A tocarnos? ¿A hacernos sentir mutuamente? ―Chasquea
la lengua, enojado. ―¿Es por Tomás? No pienso decirle a menos que me lo pidas…
―Desvío mi cara. —Mejor me voy. —¿Cómo? ¿Por qué? —No puedo estar con alguien que
no sabe lo que quiere. En realidad, sí lo sabés: te gusta ser la mártir del cuento
y yo no te quiero en ese papel. Tu lema de cada mañana debe ser “sufro, luego
existo”, ¿no? ―Tuerce su boca con ironía y bronca. —Para mí valés mucho más que
unas simples horas a escondidas, Ángeles… ―Resopla y se despeina sus rulos con
impaciencia. ―Mirá, no sé con qué muñecos te cruzaste antes, pero yo no te voy a
seguir el tren sin antes demostrarte que vos podés ser el todo de alguien. Creo que
aún no entendiste que hay hombres que morirían por pasar un segundo en vos. Yo soy
uno de ellos y te prometo que, cuando nos habilites ―nos señala―, seré el único…
Solo dejame… ―Avanza hacia mí y adivino que quiere desechar su orgullo para retomar
esto que nos trastorna. Y esta vez pienso dejarlo deshacerme a su antojo. ―No
―niega con la cabeza y vuelve sobre sus pasos―, así no puedo... Antes necesito que
me creas y te lo creas… Por hoy, rescindo… Pero sólo por hoy…
Ayer le dije a mis Gitanos por nuestro grupo de whatsapp (incluido Diego porque
Ricardo lo metió sin preguntarnos), que no me juntaría a cenar con ellos en el
departamento del ingeniero porque Tomás me había invitado al cine y luego a bailar.
Salvo Richard, ninguno me contestó y entendí que estaban enojados porque,
supuestamente, jamás se anteponen las actividades individuales a nuestras
reuniones... Ya se les pasaría. Lo importante es que hoy todo será distinto, y
podré demostrarles que solo había que esperar y tener paciencia.
Al principio, me pareció raro que mi amante eligiera salir un sábado, pero luego me
explicó que era porque su mujer se iba a visitar a su madre todo el fin de semana y
también se llevaba a sus hijos. Le pregunté qué excusa le había puesto para no
acompañarla y me dijo que la de siempre: ajustar los últimos detalles del nuevo
shopping que la empresa está construyendo. Ya no sé si Gabriela se hace la tonta o
no quiere ver, pero tampoco me importa. Bastante tengo con mis quilombos. Total, en
poco tiempo estallaría todo, y ese matrimonio ya estaba terminado mucho antes que
yo apareciera.
Son las diez menos cuarto de la noche y estoy parada en el cine Atlas de Recoleta.
Ya fui al baño, compré el balde más grande con almendras caramelizadas y tengo las
dos entradas en la mano. En cinco minutos es la función. Vuelvo a chequear por
quinta vez el celular y nada. Su última conexión fue hace tres horas. Pregunto y me
explican que a las diez y veinte es el tope para pasar a la sala, para evitar
molestar a los demás. No creo que vaya a dejarme plantada, pero son las diez en
punto y habíamos quedado en vernos nueve y media. Mi estómago se contrae de los
nervios. Comienzo a picar almendras del cubo y miro el reloj enorme que tengo
enfrente que marca las diez y cuarto. “Tomás, ojalá te haya pisado un tren y esa
sea tu excusa... Por favor…” La chica del kiosco me mira de reojo con lástima.
―¿Tenés hambre? ―Le pregunto. Se sobresalta y baja la mirada. ―Digo, como no parás
de mirarme. ¿Querés comer las almendras? ¿No te pagan lo suficiente como para que
te agarres lo que quieras y lo pagues al costo? ―Pobre chica, debe pensar que estoy
loca. Y lo estoy. ¡Quisiera romper todo de la rabia por ser tan imbécil de haber
creído que Tomás pasaría una noche romántica conmigo! ―Tomá, comételo. Disfrutalo
vos y aprendé de mí: jamás le creas a un tipo que te dice que podés ser la primera
en su vida mientras te trata a cada segundo como si fueras la mismísima mierda…
Vuelvo a mirar al grupo y hacia el interior del bar. ¿Y si entro a tomar algo?
¿Hace cuánto que no salgo sola ni hago nada espontáneo? Sí, ya sé que no tengo
tolerancia al alcohol por no saber tomar, pero hoy necesito olvidarme de mí. Me
gusta el ambiente. Elijo sentarme en una esquina de la barra, alejada de todo y de
todos, y comienzo a pedirme tragos. Primero, Cosmopolitan (bien, soportable, aunque
fuertecito); luego, Negroni (comienza a pegarme el Martini); después, un Mojito
(estoy viendo los ojos desconfiados del barman que debe intuir que no sé tomar,
porque comienzo a balancearme sobre el taburete)… Estoy por pedir uno más, pero un
chico (morochazo, perfume híper masculino y envolvente, ojos marrones e intensos,
boca provocadora y cuerpo increíble) se me acerca al oído y me susurra que me
invita lo que yo quiera si vamos al V.I.P.. “Okey, debo parecerte desesperada, pero
aún estoy lúcida, bebé, y vos no llenás los pantalones de Diego ni aunque…” ¿Qué?
De Tomás, eso quise decir… ¡T-O-M-Á-S! ¡Estoy borracha, evidentemente! Me concentro
en el pibe que tengo delante e intento empujarlo con fuerza, luego de que se haya
acercado un poco más y me lamiera la oreja ante mi distracción. Trastabillo, se
corre, casi me caigo y antes que se arme un desastre, ya tengo las manos del barman
sosteniéndome y llevándome al baño de mujeres para lavarme la cara. Patética nivel
mil. Comienzo a llorar (¡otra vez!), y él solo sonríe con dulzura mientras me
cuenta que está acostumbrado. ¿A qué? ¿Acostumbrado a mujeres que no saben sentir y
se enfocan en lo superficial para seguir levitando por la vida? De pronto, saca un
pañuelo de tela del bolsillo de su jean y me dice que me lo lleve para el camino.
Otro hombre dulce que me rescata con un pañuelo de tela en el baño. Como él… Me
pregunta con tacto si necesito que me llame un taxi, pero le contesto que estoy
bien y que me iré sola.
Sola. Siempre odié eso de “soy sola”, pero esta noche pude sentirlo en los huesos.
Y no es algo de Tomás o su desprecio, sino que acabo de comprender que mi vida
futura con él será así: seré sola aunque él decida convivir conmigo. Seré sola
aunque tengamos un hijo. Pero no estoy hablando de tener que depender de un tipo, o
no sentirme bien conmigo misma y necesitar legitimarme como mujer con pareja. Lo
que a mí me duele de “ser sola” con Tomás es su desamor, su egoísmo, su cobardía y
comodidad para no modificar su status quo. Siempre sola. Se me viene una de mis
canciones preferidas a la mente mientras camino:
“Las chicas grandes lloran cuando su corazón se rompe…”, como dice la cantante. No
sé cuándo pero esto tiene que cambiar. No puedo seguir poniendo mi vida en espera
por otros. ¿Y mi felicidad? ¿Y el deseo de formar mi propia familia? ¿Hasta cuándo
continuaría viéndome con los ojos de los demás y les dejaría seguir manejando mi
vida? Creo que puedo ser feliz con Tomás. Pero, ¿y si solo es inercia? Es decir,
jamás sentí nada “más grande” por otras personas. Aunque Diego me hace desear y
exigir cosas diferentes… No sé… Me provoca esa ansiedad necesaria para que lata el
corazón, las entrañas se revuelvan y mi boca se seque. Saben a qué me refiero, ¿no?
Me hace sentir fuerte. Sí, esa es la palabra. Como si el fuego que siento cuando lo
veo viniera de un lugar tan profundo, tan visceral, tan sexual, que su potencia lo
envuelve todo y el corazón late distinto… Así y todo, no sé si podría permitirme
someterme a algo así. A un hombre tan demandante de sentimientos, tan pendiente de
entregarse... Con Tomás conozco los límites y aprendimos a movernos en nuestros
espacios, pero con Diego… Tiene tanta vida y me mira como si de verdad creyera todo
eso que me dice, que me hace dudar. Y yo estoy tan cansada de palabras vacías y de
remar todo sola... Igual, sé que falta poco para la meta. En breve, seré la mujer
de Tomás y eso le cerrará la boca a muchos, me dará el lugar que merezco y la
estabilidad que siempre busqué.
Mientras las lágrimas queman mis mejillas, sonrío con ternura al recordar las
palabras del ingeniero que piensa como yo en eso de amar tanto la música y
relacionarla con la vida y las cosas. Siempre comparé a las personas que iba
conociendo con cajitas musicales. Y si lo piensan desde mi óptica, no es tan
descabellado. Algunas personas tienen muchos “adornos”, te seducen a primera vista,
pero por dentro no tienen nada. Otras no tienen mucha decoración, pero están llenas
de joyas brillantes y un mundo por descubrir. También están aquellas que, cuando
las abrimos, nos muestran su interior lleno de recovecos y muchas veces nos
perdemos entre sus laberintos, sin terminar de conocerlas... Finalmente, están esas
cajitas que son transparentes, que las vemos con solo darles una mirada y sabemos
cómo van a actuar siempre: sin dobleces, mostrándonos todo su esplendor sin
artificios y sabiendo que jamás nos van a defraudar. Cada uno de ustedes sabrá con
quién elige rodearse, pero, para mí, mis preferidas son estas últimas. Y ahí
encasillé a Diego. En el poco tiempo que lo conozco, me demostró que siempre estará
ahí para mí. La pregunta es si yo estoy preparada o quiero aceptar ese regalo.
Como si supiera que estaba en mis pensamientos, aparece su mensaje como la luz que
necesitaba en este momento oscuro: “Leí esto y me acordé de vos. De nosotros y
nuestra charla… ´Cada persona es el reflejo de la música que escucha". Al menos,
alguien cree tener un “nosotros” conmigo. Y sí. En estos momentos, esa frase que me
mandó Diego, aplica perfecto. Tengo tal subidón emocional, que tengo ganas de
hundirme para ser nada. No le contesto, pero ve las rayitas azules. Aparece el
“escribiendo…” y luego nada. Después de algunos minutos, me manda una foto de él y
mis amigos en su departamento. Se me borró la sonrisa por los celos cuando observé
que Rocío tenía sus piernas sobre las de mi ingeniero, y que no miraba a la cámara
por tener ojos solo para Die.
Tengo ganas de tardar para llegar a casa y por eso continúo la caminata. Luego de
diez cuadras, me mareo y me apoyo en una pared. Pienso que debe ser porque tomé sin
comer, pero si en ese momento hubiera sabido a qué se debían ese mareo y mi falta
de energía, me hubiera cuidado más el cuerpo. Miro mi reflejo en la vidriera del
negocio donde me estoy sosteniendo y me digo que no puedo seguir así, hablándome
mal y exponiéndome al peligro de la noche. Camino una cuadra más, encuentro la
parada de taxis y tomo uno.
Dicen que lo único sin arreglo en la vida es la muerte. ¿Y entonces por qué me
estaba comportando como si estuviera muerta? Como si no tuviera posibilidad de
cambiar mis actos. Hablaría con Tomás, aclararíamos lo que fuera, y luego empezaría
a vivir. Literalmente. Con o sin él. Paso de seguir siendo la sombra de alguien.
Esto ya no es vida para mí.
**********************
Si algo me faltaba era venir con resaca a trabajar. Ya puedo tachar también eso de
la lista. No solo me puse la misma ropa que ayer sino que tampoco me desmaquillé.
Parezco un panda. Temprano, mientras me peinaba a las apuradas, me pesaba en mi
balanza digital como cada mañana y me cepillaba los dientes (todo junto porque soy
ansiosa) medité sobre lo que pasó: me llamó Tomás para vernos ayer a la noche
(después de su plantón del sábado) en mi departamento. Discutimos, cenamos,
volvimos a discutir, nos empujamos (bueno, yo lo empujé cuando quiso venir a
sacarme la remera del piyama para tener sexo sin responder ni una sola de mis
preguntas), nos enojamos. Lo eché. Volvió, tuvimos sexo a las apuradas, y casi a
las obligadas, con la intención de solucionar algo que ni nosotros sabíamos que
estaba por estallarnos en la cara. Volvimos a discutir porque no quería quedarse.
Se fue y… Me quedé vacía.
Me obligo y me centro en que, sí o sí, necesito hablar con Tomás. No vuelvo a pasar
otro domingo como el de ayer. Sola como un perro y después llenada como un envase
descartable, para terminar quedando deshabitada. García Márquez decía que “el sexo
es el consuelo que uno tiene cuando el amor no alcanza”… ¿Estaríamos en esa etapa?
¿En la del duelo de nuestra relación? Me sorprendo al pensar así del hombre con el
cual quiero planificar mi largo plazo. Con resignación. Como si me diera igual él y
nuestro futuro. Como si no doliera su desprecio. “Angie, no pierdas el foco estando
tan cerca. Vos amás a Tomás, no te distraigas con cantitos de sirenas. O donjuanes
inoportunos…”, me dice mi cerebro. Pero, ¿y mi corazón?
―Gracias… Creo… ―Intento balbucear alguna palabra para no quedar como idiota. ―Pero
no estoy interesada en nada que venga de vos… ―“…porque si me dejo embaucar por tus
labios, tus ojos y tu cuerpazo pierdo mi última oportunidad de ser feliz…”. Esto
estaría bien para completar y coronar la mala onda que le puse a mi frase. Me mira
enojado y veo que se va a la máquina de café. ―Quiero decir… Diego, esperá… ―Creo
que mi corazón quiso salvar la racionalidad de mi respuesta, pero ya es demasiado
tarde.
Me deja pensando en que sus detalles son lindos y en que no estoy habituada a
ellos. ¡Claro, por eso chocamos! ¡Porque no quiero acostumbrarme para no bajar la
guardia, para no extrañarlo, para no pensar que mi existencia podría ser diferente
con una pareja estable! Porque no quiero enamorarme y perder el control.
Mi corazón está en carne viva y solo quiero morirme. Se me cayeron todos los
ladrillos de mis estructuras… ¿Y ahora qué?
****************************
Llega en media hora y le abro la puerta. Son las dos de la tarde del peor lunes de
mi vida y yo estoy en piyama (es una forma de llamarles a mi remera y calza,
gastadas de tanto lavarlas), con los ojos hinchados y llorosos. Sigo sin creer que
haya venido tan rápido. Tomás jamás… ¡Otra vez la cabra al monte! “A ver si lo
entendés, Ángeles: el hombre en el cual depositaste tus esperanzas y le bancaste
TODAS será padre. ¡Te mintió!”, se burla mi consciencia, mi peor enemiga desde
tiempos inmemoriales.
Entra como un tornado apenas abro la puerta, me abraza sin mediar palabra y se
queda en mi cuello por una eternidad, murmurando palabras que no llego a entender
pero que me dan más calor en el corazón que cualquier discurso sensiblero. Deposita
un beso húmedo allí, justo debajo del lóbulo derecho, y me muerde despacito varias
veces seguidas... Suspiro, entre feliz de estar en su pecho y sorprendida de tanto
cariño, como si hubiera sorteado miles de desiertos para llegar hasta mí. Como si
yo le importara.
―Menos mal que estás bien, si no… ―Sin soltarme me recorre el cuerpo con sus ojos.
Toma mi mentón y mirando hacia el piso. ―Porque estás bien, ¿no? Es decir, sé que
el hijo de puta de Tomás te reventó con lo que hizo ―asiento sorbiendo mis mocos y
agacho la cabeza al piso― pero temí que te lastimaras. No me gustó tu cara de hoy
cuando llegaste… El sábado tendría que haberte venido a buscar y… No sé, no paré de
pensar en vos ni un segundo… Y a él… ―Sonrío con tristeza para mis adentros. ¿El
sábado él quería venir a buscarme y estuvo pensando en mí? Digo, ¿en plan celos o
en plan amigo? ―Ya está. Ahora estoy acá y no me pienso mover…
―Angie… Por mí, me interno en tu cama, te demuestro que mi mundo podría nacer de
estar en vos las veinticuatro horas y acá se terminó todo… O sea, a la fuerza todos
somos machos, pero… ―Me miró con rabia. ―No sabés lo que daría por haber llegado a
tu vida antes que ese pelotudo… —Sigue sin soltarme y sus manos parecen no querer
abandonar mi cintura. —Porque sé que, aunque mi compañía te hará bien, necesitás
ordenarte y darte cuenta sola que como venís lastimándote no está bien para nadie…
―¡Bendito Diego que sabía tanto de mí sin conocerme! Claro que sería fácil estar
juntos, al menos para no sentirme tan vacía, pero ¿y después qué? ―Hagamos algo:
hoy te haré sentir como la reina que sos y como los buenos amigos ―me guiña un ojo―
que aspiramos ser…
―Gracias por este rescate express, mi donjuán particular, pero no… ―Digo en voz
baja.
―¿Cómo? ―Me pregunta como si no me hubiera escuchado, mientras aparece con las dos
tazas de té en la mano.
―Angie…
―¿Mmmm?
―¿Vos entendés por qué no podemos? —Entonces sí escuchó lo que dije. —Porque le doy
vueltas, al derecho, al revés, a un costado y al otro, y sigo sin entenderlo... —Me
taladra con su mirada anhelante y su mandíbula contraída. —¿Me lo explicás?
―No, Diego.
―No lo entiendo… ―Lo oigo suspirar y sé que se viene algo que no me gustará.
―Aunque nos pasen cosas y me gustes cada segundo que pasa mucho más, y quiera
arrancarte de la piel las promesas de mierda con las cuales te ataron y te ataste,
siento que no quiero ser un placebo para vos. ―Lo dice con tal determinación en la
voz, que levanto mis ojos hacia sus esmeraldas. Se acerca. No, por favor, no te
acerques que estoy sensible. Me da un beso tan tierno y tan contenedor que lo
detesto. Estoy acostumbrada a otro tipo de cariño (si es que se le puede llamar
“cariño” a lo que tengo con Tomás). ―A veces, siento que solo me buscás para darle
celos a tu amante… Y yo creo que estoy sintiendo cosas serias por vos que no estoy
pudiendo gestionar sin enojarme ni ahogarme en celos… —Chasquea la lengua y esboza
su media sonrisa de compromiso. —Ángeles, te merecés todo, pero si vos no querés,
yo no puedo meterme…
El día que Diego reapareció en nuestras vidas yo venía, dentro de todo, bastante
bien. Aún tenía la ilusión de vivir con Tomás, ser padres algún día, terminar mi
carrera para emprender algo sola. Y ustedes podrán preguntarme: ¿y qué te faltaba,
entonces? AMOR. Tampoco es que lo fuera buscando… Para que me entiendan, no me
refiero al sentimiento cursi, al empalagoso, al “juntos para siempre”. Lo que
necesito es amor del tipo “soy tu back up para lo que sea”. El JUNTOS A LA PAR. El
que implica desde una taza de té porque los dolores menstruales no me dejan
levantar de la cama, hasta ser lo más importante en la vida del otro para
acompañarse en lo grande. Quizás no me expreso bien porque ni yo tengo claro qué
quiero. Me enseñaron a no demostrar lo que pasa por dentro y solo exteriorizo lo
que es necesario. Resultado: un corazón que no late y un alma cansada. Lo que sí
tengo claro es que Diego es inmanejable con su torbellino de sentimientos, y si
bien yo deseo estar en su misma tormenta, hoy necesito a alguien que no modifique
mi “cómoda” situación actual. Y ese status quo, para mí, significa la única
seguridad de que no voy a sufrir por amor. “Ay, Angie, ¡como si no sufrieras las
esperas de un sentimiento que Tomás no tiene por vos! Como si no hubieras deseado
que Tomás te amara como lo hiciste hasta ayer… Sé libre, sé feliz, esta vez te
toca…”, me susurra mi amienemiga interna. Vuelvo a mirar a este ingeniero que cree
que merezco algo mejor y decido atacar antes que sentir.
―Sí. ―Me mira Diego entendiendo los sentimientos implícitos de nuestras palabras y
asintiendo sobre lo inevitable. ―Yo a vos te quiero sin nadie dentro tuyo. Cuando
dije “quiero que me utilices” lo hice como manotazo de ahogado, pero en realidad
quiero que me necesites tanto que te plantees dejar a ese imbécil de una vez por
todas… ―Hace una pausa y pestañea lento, como si no quisiera seguir hablando por
miedo a que su ego de macho saliera herido. ―Lo que los amigos sí podemos hacer
―sonríe a medias― es limpiar, ordenar y dejar lista la cena para que comas aunque
yo no me quede, mientras mi amiga se da una ducha… ―Traga saliva como si dudara en
confesar con su boca lo que sus ojos me estaban demostrando: que ambos teníamos
ganas de “borrar” con besos y gemidos la decepción que había sufrido esta tarde. —
Igual, Ángeles, yo… No sé qué decirte… —Ambos nos miramos, y suspiramos por
nuestras imágenes mentales. Mi donjuán y yo, ducha, jabón, manos contra los
azulejos, su lengua entrando y saliendo, mis pezones entre sus dientes, sus dedos
provocándome orgasmos, sus ojos pidiéndome entrega y sus palabras diciéndome que
solo tenía que sentir sin pensar. ―Vine para hacerte compañía como amigo, pero… La
puta madre, parezco un pelotudo balbuceando… ―Cuando me ve sonreír ante su
nerviosismo, hace lo mismo y curva sus labios sensualmente. ―Disculpá los insultos,
es que me hacés sentir que no sé nada de la vida, me anulás, ¿entendés? Y no estoy
acostumbrado… Me encantás…
―Diego, quiero que sepas que aprecio de corazón todo esto… No quiero traerte
problemas pero… ―Lo miro mordiéndose los labios. ―Qué difícil… ―Susurro.
―¿Difícil? Ángeles… —Resopla y se revuelve sus rulos. —Difícil es seguir simulando
que no pasa nada mientras nos estamos comiendo con los ojos… Te repito: sé lo que
debemos hacer, pero no tengo ganas de cumplirle ni faltarle a nadie más que
nosotros. Y, además, está Ivana…
―Por eso… ―lo interrumpo. —Si vos considerás que esta amistad será turbia a los
ojos de los demás, podés irte ya mismo… No pasa nada… No tenés obligaciones
conmigo.
Parecíamos dos adolescentes que no sabían qué hacer. Nos teníamos enfrente y
decíamos cosas que no tenían sentido ni sentimientos, con tal de tapar con la mano
estas ganas que eran una especie de sol enorme que crecía segundo a segundo. Hasta
que, claro, otra vez Diego toma la iniciativa. Me toma de las mejillas, mete sus
pulgares en mi boca para entreabrírmela e ir directo a mi lengua para
mordisquearla. ¡Me besa y me besa y me besa hasta el cansancio! Es tan dulce y
protector, pero a la vez tan demandante, que no puedo hacer menos que rendirme a
él. Se separa para permitirnos respirar porque, como hoy, no parábamos por miedo a
que se perdiera esta especie de magia que se genera cada vez que nos dejamos
llevar. Me mira con un brillo tan especial en sus ojos... No me hagas esto,
donjuán…
Me mata su sonrisa que le hace hoyuelos bajo su barba castaña, la cual que me raspa
cuando me ve en la empresa y “se queda a vivir” para saludarme más tiempo del
normal… Me lanzo a su boca en forma de corazón, respondiendo a su iniciativa. Me
fundo en su aliento al té de menta que él mismo había preparado para compartir el
chocolate, y nos hundimos en ese bucle sexual que siempre nos toma y nos devuelve
solo felicidad y plenitud. Nos deshacemos juntos y nos volvemos a rearmar con
nuestras manos. Sus caricias me demuestran que estará ahí, que me apoye en su
corazón... Que no es necesario morir por amor, sino que es mucho mejor el vivir de
amor. Y yo quiero eso. Aunque no sepa qué pasará mañana, hoy quiero esconderme en
esos hoyuelos y en sus ojos tristes que solo brillan para mí. Con ese pensamiento y
sin otra cosa en el medio que nuestras bocas entreabiertas, nos miramos fijamente
mientras comenzamos a desvestirnos. Nos levantamos la remera al mismo tiempo. Le
muerdo sus tetillas, mientras lo escucho suspirar con placer y me masajea mis
pezones convertidos en piedras por la excitación. Ya no hay vuelta atrás.
Necesitamos dejarnos llevar y borrar con nuestros besos lo que acabamos de decir
para mentirnos y alejarnos: nosotros jamás podremos ser amigos. Diego y yo queremos
volver a la tarde en aquel spa para terminar lo que empezamos. Para descubrir, de
una vez por todas, si lo que imaginábamos que sería sentir el calor de estar uno en
la otra será tan perfecto como el sabor de la humedad de nuestros sexos que
permanecen aún en nuestras bocas… De repente, mi caparazón frío y el que me invita
a no emocionarme por nada, me recuerda que Diego también está comprometido y que no
necesito equivocarme de nuevo.
―Mejor paramos… ―Le digo, empujándolo con convicción. Estoy enojada, pero conmigo.
Me imaginé nuevamente siendo “la otra”, la que separa parejas consolidadas, la que
destruye todo lo que toca. ―Me voy a bañar…
―Pero…
¡Pobre! Su boca hinchada y sus ojos desorientados me hacen ver que no puedo hacerle
(y hacernos) esto. Intento zafarme pero me cuesta. Sus dedos me retienen para
seguir besándome y me pide por favor que no me vaya. Hago caso omiso a esos dos
ojazos ilusionados y me encierro en el baño sin mirarlo, porque si lo hiciera me
vuelvo a trepar en ese cuerpo de empotrador serial y ¡me tienen que sacar con la
policía federal! No puedo evitar tocarme y aliviar un poco la tensión del epicentro
de mi cuerpo. Me confunde pensar que estoy tan receptiva a las caricias de Diego
mientras que con Tomás, últimamente, necesito pensar en otras cosas para excitarme.
También me sorprende haberme olvidado de la rabia por lo que me hizo mi pareja y
estar un poco más ¿serena?
Me quedo bajo el agua caliente, hasta que considero que puede habérsenos escurrido
del cuerpo la excitación de hace un rato. Mientras me seco, el olor a comida que
entra por debajo de la puerta del baño me hace sonreír. Otra vez, Diego y su afán
por cuidarme. Casi sin hacer ruido, salgo en toalla para ir a vestirme a mi pieza y
veo su espalda en la cocina tarareando la canción TUYO del otro día, que está
sonando en la playlist. Me provoca ternura su dedicación, pero rápidamente su
perfil y sus manos hacen volar mi imaginación, dando paso a la sensualidad del
momento: solos, él cocinando para mí, yo en toalla y embobada mirándolo… Diego se
da vuelta como si me hubiera intuido y sus ojos recorren mi cuerpo con deseo.
¡Dios, qué declaración! Huyo de nosotros, me pongo un jean y una remera, y salgo
descalza para… ¡Ni yo sé para que me visto rápido si está visto que ninguno puede!
Suena Zaz de fondo y su Eblouie par la nouit, mientras Diego va recogiendo las
cosas y sigue la melodía con la cabeza.
Se queda un rato más para terminar de ordenar y luego se va. Nos despedimos todo lo
normal que podemos y termino de adorarlo un poco más cuando me dice que también
había dejado preparada la cena en la heladera. Cierro la puerta después de darnos
un beso en ambas mejillas (“Como debe hacer Zaz en Francia”, me dijo pícaro) y me
apoyo en el marco para bajar las revoluciones de mi corazón. ¿Pero qué eran todas
estas cursilerías? Me desconozco. Ya pasé estas sensaciones adolescentes cuando me
convertí en amante de un tipo casado. Sin embargo, a veces, después de pasarnos la
vida acumulando y sorteando experiencias de todo tipo, una se choca con “la
experiencia” más importante, y resulta que no te sirve ninguna de las
“herramientas” aprendidas. Así, con Diego. Él y su huracán de sentimientos. Él y su
sabiduría en cuanto a las emociones y en dejarse llevar. Él. Llenó todo, lo bueno y
lo malo, en milésimas de segundos, permitiéndome respirar de su boca, ilusionándome
con vivir diferente. Él.
Almorcé el wok que me había hecho y me puse a ver “Los puentes de Madison”,
reafirmando eso de que si la comida se hace con pasión ella llega hasta quienes la
disfrutan. Siento en cada bocado sus besos, sus dedos, su saliva recorriéndome y
sus esmeraldas ávidas por demostrarme su deseo. Sin darme cuenta, me quedo dormida
apenas termino el plato. Necesitaba tanto descansar la mente, el cuerpo, las
ansias… El corazón…
*************************
Suena el timbre y tardo en ponerme de pie. Soñé con Diego. Me despierto húmeda por
ese sueño, pero más tranquila y descansada. Me miro y mi cara luce descansada, con
una especie de mueca feliz escondida… Abro la puerta y lo veo. Mi sexy ingeniero,
sus rulos castaños que le caen sobre su frente, sus esmeraldas brillantes y sus
labios llenos de sensualidad. Sus hoyuelos. Su actitud de donjuán que quiere salvar
y seducir al mundo… Cuando veo que sus fascinantes cejas gruesas se arquean y sus
labios se curvan hacia un costado en una casi sonrisa, me doy cuenta que estaba
boba mirándolo. Me sonrojo. Me encanta el desconecte mental que provoca en mí.
―Delivery de amor… ―Saluda antes de darme un beso fugaz en mi labio superior. Entra
y va directo a la cocina. ―No confiaba en que cenarías, así que preferí venir a
corroborar que te alimentaras. Las penas de amor pasan más rápido con comida
casera… Así dice mi vieja, al menos… Tendrían que conocerse ―sonríe enormemente
como si disfrutara mi cara de pánico ante tanta efusividad de sentimientos. ―Es
broma. ―Y me guiña su ojo izquierdo. —Aunque me gustaría…
Otra vez prepara la mesita ratona del living, pone música, y se comporta como si
viviéramos juntos. Un mareo me sorprende, y como no quiero preocuparlo, me siento
despacio. Pienso mucho y muy rápido mientras lo observo. Diego me inspira
seguridad, protección, cariño. Y ustedes pueden creer que alguien como yo no
necesita esas cosas, que se las puede arreglar solita. Puede ser… Pero ando con
ganas de soltar un poco el agarre, para que me abracen y me cuiden. ¿Tan difícil es
de entender? No es que no pudiera vivir sola o necesitara de un hombre: solo estoy
pidiendo que me amen y se entreguen como lo hago yo. Una persona que me tenga en
cuenta al despertarse, durante el día y al irse a la cama para tocarse pensando en
mí. Que me llame en el medio de la noche para decirme que vio algo que le recordó a
nosotros. Que me quieran de verdad… Esa es la “protección” que busco: la del
corazón. Que alguien se anime por fin a quedarse a mi lado lo suficiente como para
juntar sus partecitas y lo curen de a poco… Soñé que me merecía un gran amor. Soñé
que Diego y yo estaríamos juntos soportando un gran dolor y que ese cariño rompería
mi crisálida para convertirme en la mujer que siempre quise. Y aunque yo no sabía
que faltaban meses para que eso se cumpliera, lo sentí tan real que me lo creo y me
dejo mimar.
―Estuve indagando un poco y podríamos hacer una lista compartida. ―Lo miro porque
estaba en otro mundo. ―Tierra, ¿me copia? Diego llamando a Angie para que baje del
cielo y venga a cenar conmigo… ¿Estás bien? ―Me pregunta acariciando mi mejilla
derecha con su pulgar. Recuesto mi cara sobre su mano y luego me inclino sobre su
hombro. ―Ay, Ángeles… Sos tanto… Me encantás… ―Ya me lo había dicho temprano así
que algo de verdad debía haber en sus palabras.
―¿Y si bailamos?
Nos tomamos de las manos cuando está sonando Amor Completo en la voz aguda de Mon
Laferte. Se levanta sin responderme y me susurra que le tenga paciencia porque está
nervioso. Mi ingeniero y sus palabras. Los sonidos de esta especie de bolero nos
transportan y solo siento el calor del cuerpo de Diego, nuestros balanceos, sus
latidos, mis manos enterrándose entre sus rulos y acariciando su nuca, sus
suspiros, sus brazos que sé que jamás me dejarán caer… Su creciente erección... Sí,
hasta en eso es cristalino mi donjuán personal. Seductor y tímido hasta con sus
armas. ¿Cómo será con su novia? Lo noto tan transparente que temo que ella sospeche
algo. Por lo que veo, no tiene problemas de horarios porque hoy se pasó casi todo
el día conmigo.
Levanto mis ojos hacia los de él, y los suyos están tan oscuros pero tan
brillantes. Baja sus manos hacia el nacimiento de mi cola, aprieta sus labios y yo
acerco mi boca a la suya. Quiero besarlo. Lo necesito. Quiero acostarnos y que me
abrace toda la noche.
―Angie…
Suspira mi nombre con la voz ronca por el deseo. Se inclina y nos besamos despacio,
sabiendo que estábamos a punto de olvidarnos de todos y comenzar lo que sería…
―Abrile a ese hijo de puta que tengo unas ganas de ponerlo en su lugar… ―Me dice
Diego con rabia.
―¡No! Tomás es muy violento… Dejalo que se vaya… ―Me tapo la cara con vergüenza.
―Además, podrías perder el trabajo… —Camino hacia el sillón y me desplomo sobre él.
Estoy agotada. —Cuando se canse y se vaya será mejor que vos hagas lo mismo…
―Ángeles, ¿vos te pensás que me importa el trabajo o algo extra que no seas vos?
¿Todavía no lo entendiste? ―Con sus pulgares seca mis lágrimas y me besa,
demandante. Nada de ternura, solo pasión. ―Abrile.
―¿Qué hace este tipo acá? ―Me pregunta. Luego se dirige al hombre que me cuidó toda
la tarde, cosa que no había hecho jamás mi amante y me mira con odio. ―¿Vos no
habías dado parte de enfermo? Ahora entiendo… Ustedes están juntos desde… ―La
borrachera que tiene encima y sus elucubraciones pueden traerme problemas. Me toma
del brazo y comienza a zamarrearme. ―¿Desde cuándo se están riendo de mí, basuras?
―Pero… ¡No! No pienso dejarte con esta mierda… Mirá en el estado en que está,
Angie… ―Me suplica con su mirada.
Vuelvo a pedirle que se vaya, y se dirige hacia la puerta cabizbajo. Pero antes
toma mi teléfono y pone su número en marcación rápida.
―Apretás el 1 y estoy en segundos, ¿entendiste? ―Levanta mis ojos hacia los suyos,
y me da un beso en la mejilla mientras susurra: ―Te quiero, no lo olvides. Y vos
valés más que cualquier migaja que te ofrezca este tipo…
Quizás me enamoré esa misma noche, cuando su actitud quijotesca y de donjuán que
jamás lo abandonaba frente a mis desgracias, me demostró que un hombre con todas
las letras no necesita humillar y mentir para que lo escuchen. También influyó que
fuera el TE QUIERO más real que me hubieran dicho y sin importar más nada que el
sacárselo del corazón para dármelo en custodia…
―Quiero otra cosa… ―Digo en voz baja, no sé si tanto para él o para mí.
―No tengo más, Tom. Me cansé de remar contra la corriente, contra tu familia,
contra vos… No quiero seguir siendo el desahogo de alguien. ¡Tu reservorio de
mierdas! Quiero serlo todo y vos solo me ofrecés tu mitad…
―Estuviste toda la tarde con ese pelotudo y ahora no necesitás que te toque, ¿no?
Vení que te voy a enseñar lo que es estar con un verdadero hombre… —Intenta besarme
de nuevo y le escupo la cara.
―¿Sabés algo, Tomás? ―Mi pausa nos tiene en vilo, pero ya no puedo acallar lo que
siento. ―Dicen que hay dos tipos de corazones rotos: los que se rompen desde afuera
y los que se rompen desde adentro. Vos lograste participar de ambos procesos… Te
felicito… ―Le digo con amargura, y me doy cuenta que plantearle lo que estoy por
pedirle no duele tanto como yo pensaba. ―Necesito que te vayas. De verdad, para
siempre. Y, sobre todo, de mi vida. Te prometo que, en cuanto pueda, buscaré otro
trabajo, pero volvé con tu familia que te necesita más que nunca. Y te doy un
consejo: disfrutá de lo que tenés. Te estoy dando una oportunidad porque me
considero una buena mina. ¡Hasta en eso tenés suerte! Otra ya te hubiera ido a
destrozar la casa y a contarle todo a tu mujer… ―Me mira con más odio que
impotencia. Lo conozco y sé que debe estar deseando arrancarme la ropa, pero solo
para demostrarme que él sigue mandando. ―Andate.
No sé cuántos minutos estuve sentada en el piso y abrazando mis piernas, hasta que
escucho mi celular. Mensaje de Diego: “Te esperé cien años en las calles en blanco
y negro. Llegaste, silbando. Deslumbrada de noche por destellos de luz mortales.
Pateando latas, tan distante como un barco. Sí, perdí la cabeza, te amé y aún peor.
Llegaste, silbando…”
“Sí, la traduje y sos vos… “Llegaste ciega, perdida y me hiciste perder la cabeza”,
como dice Zaz”
“Y esta parte también me gusta: “Te esperé cien años en las calles en blanco y
negro. Llegaste, silbando…” Angie, somos nosotros en blanco y negro hasta que nos
decidamos a vivir en colores, silbando, mareándonos uno en la otra… ¿Podés
entenderlo? Y si es así, ¿venís?”
Y sí, claro que iría, mi donjuán, mi ingeniero amoroso, pero para eso aún faltaba
demasiada vida que recorrer y pruebas que superar para poder convertirnos en
quienes teníamos que ser para el otro.
A la noche, llamo a mi mamá para contarle que había quedado como secretaria de un
empresario porteño y que retomaría la facultad de a poco.
—Aún no, pero… —Suspiro del otro lado de la línea. Me apuro para aclararle con
orgullo: —El fin de semana pasado fui a una de esas ferias que hay en las plazas y
vendí dos…
—Pero, pero, pero… ¡Basta de peros, Ángeles! Sos tan inconstante que, al menos,
espero que te enganches con un tipo de guita para no tener que seguir preocupándome
si vas a poder seguir viviendo sola o no. —Cambia de tema con impaciencia. —Tu
hermano está con alguien nuevo pero te advierto que esa chica no me gusta... Se
acostó con medio Potrero de los Funes[7] y el señorito anda embobado de aquí para
allá…
Me desconecto de todo lo que dice mi vieja porque siempre es lo mismo. Me duele que
la mujer que me dio la vida no se moleste en disimular su desprecio hacia mis cosas
y solo viva para mi hermano. Santi sí que la lleva bien: no le lleva el apunte y
listo. Le corto sin despedirme, y apago el celular para que no vuelva a llamarme y
dormir tranquila. Mañana comienzo a trabajar y es mejor descansar.
Siempre fui más una rebelde sin causa que una mujer en vías de aprendizaje. Jamás
había estado enamorada, y aquellos con quienes pasaba el rato, sirvieron para
probarme que podía manipularlos y para joder a mi mamá. Quería libertad, salir a
dónde quisiera, sin ataduras ni sufrimientos. Mis padres me demostraron que sentir
con el cuerpo y el corazón no daba ganancia, y de mi parte, tampoco sabía cómo
expresar esa rabia que llevo adentro desde que tengo uso de razón. La consecuencia
es un corazón frío, árido, inerte… (In)Cómodo…
A pesar de todo ese bagaje que llevo a cuestas, hoy cumplimos un mes juntos y sé
que soy una mujer totalmente diferente. Como se dice socialmente: estoy enamorada.
Durante la cena nos ponemos a hablar de mudarnos juntos, tener un perro, y hacer
muchos hijos. Mientras yo sigo escuchándolo y asintiendo ante cada una de sus
palabras, embobada con su mirada azulada, me dice que debería dejar de pintar. En
ese momento, mi cerebro deja de pensar en pajaritos. Me incomoda que opine sin
saber que la pintura es mi cable de desconexión.
—Gordita, conmigo vas a tener todo. Tendrías que dejar la facultad que te quita
tiempo para hacer otras cosas… —Cambia de tema como si no le importara mi
respuesta. —Mmmm, estos langostinos están buenísimos. —Asiento y lo miro para
explicarle que era algo que ya venía pensando porque quería dedicarme mil por
ciento a pintar. Sin embargo, me callo porque noto el desinterés de Tom, que sigue
revolviendo su plato sin prestarme atención. —Tampoco necesitás ir a las plazas a
exponerte y que se den cuenta que no lo hacés tan bien como los profesionales del
arte… —Sigo observándolo fijamente, porque siento que estoy frente a mi madre. A
pesar de eso, elijo relajarme para empezar a pensar en que no puedo seguir sola por
la vida y en que Tomás es un hombre como siempre deseé. Sobre todo, no tan exigente
en cuanto a demostraciones sentimentales que tanto me cuestan. Él solo quiere lo
mejor para mí. —Además, señorita Durán —alza su pie, para acariciarme por debajo de
la mesa y meterse entre mis piernas—, usted solo nació para estar a mi servicio… —
Suspiro ahogadamente del placer que sus dedos me están provocando, y su lengua lame
su labio inferior.
Esta noche, mientras me cogía a cuatro patas, me regaló una pulsera con mi nombre y
me dijo que pasara lo que pasara siempre sería suya. Y sí, sé que así será porque
mi corazón por fin encontró su horma. A ver qué dirá mi madre cuando le cuente que
me casaré con alguien a su medida.
**********************
Hace una semana me enteré que Tomás es casado. Por pura casualidad, y eso es lo que
me sigue doliendo. Dejó su celular cuando se fue a bañar, antes de volver a la
empresa y después de haber tenido sexo en un nuevo hotel cercano a la oficina, y
atendí la llamada de una tal Gabriela. La mujer no esperó ni un hola y comenzó a
gritar con rabia y desesperación que estaba en la guardia porque el nene más chico
se quebró el brazo. Me cayeron todas las fichas de golpe: sus ausencias, sus
excusas, sus regalos caros y culposos. Por supuesto, negó todo y cuando se vio
acorralado, me suplicó hasta el hartazgo diciéndome que estaban tan mal que no
soportaba ni el tono de su voz. Le creí, pero no estoy bien. El fracaso no me
gusta. Otra vez, la vida me demuestra que sentir no es bueno... Estoy tan triste
que no quiero ver ni a mis amigos. La llamo a mi mamá, porque dicen que hay que
apoyarse en los padres en circunstancias como esta.
―¡Hable!
Siempre fría conmigo, para variar. Sé que no soy su preferida pero al menos podría
disimular un poco. Después de todo, le paso una suma importante todos los meses
para que ella tenga sus “extras”. Y no hablo de echarle nada en cara, sino de que
me quiera como su hija. Yo la detesto y sé que no es la mejor madre, pero la acepto
y estoy pendiente, a pesar de enterarme de sus cosas por mi hermano.
―Necesito un consejo…
―¿Y?
―Porque está mal, mamá… ―Sollozo. ―Quiero ser importante en la vida de alguien y no
la segunda… Además, tiene hijos… Qué sé yo…
―No, me enteré de casualidad y luego lo enfrenté, pero no salió de él... ¿Y eso qué
tiene que ver?
―Eso quiere decir que sigas como hasta ahora, disfrutando de las mieles de verlo
algunas horas, llevándote lo mejor de él y, algún día, y si no te ponés cargosa
como solés hacer, te dará el lugar al que aspirás… A vos te conviene porque no
sabés querer ni dejar que te quieran… —¿Será verdad? Siempre creí que me habían
educado para no sufrir: ni por entregar demasiado ni por demandar. Pero Santiago,
en el medio de una discusión, también me dijo que no me dejo querer. —Tomás es el
dueño de su propia empresa siendo tan joven, solo pensá en eso y esperá. Ahora te
dejo que sigo con lo mío.
Y escucho el clic del corte de llamada. Ya no sé qué hacer para que me demuestre su
cariño, ni si alguna vez me quiso, pero entiendo que no puedo seguir exigiendo algo
que, intuyo, nunca vendrá. Sin embargo, después de esa conversación, mi madre
comienza a llamarme dos veces por semana para preguntar siempre lo mismo: “¿Ya se
enteró su mujer? ¿Ya la dejó?” en lugar de “Hija, ¿estás bien?”. Me duele que no
vea mi sufrir, la disyuntiva entre el deber y mi corazón. No quiero repetir la
historia de mis padres.
―Los otros días escuché decir a mamá que está contenta de que seas la punta de
lanza para que ese matrimonio no sea feliz. Tomando mates me contó por arriba lo
que piensa y no deja de repetir que lo mejor sería que la esposa de Tomás tardara
en enterarse para que el impacto fuera mayor… Como con nosotros, cuando papá nos
abandonó por otra, agregó… ―Sollozo y mis lágrimas fluyen sin que pueda
contenerlas. Mi hermano hace una pausa porque se da cuenta que estoy llorando.
―Angie, mamá no está bien… La noto enajenada, embarcada en su lucha personal a
través de tu historia, y vos no tenés porqué librar su batalla, hermanita…
Recuerdo que fueron años duros, tanto por tener que salir solos adelante como por
el resentimiento de mi vieja. Mi hermano, por ser el mayor, pasó a ser el hombre de
la casa, y yo dejé de ser la princesita de papá. Cuando él nos dejó, yo tenía
quince años y fue una etapa crítica, sobre todo para mí, porque mi mamá no me
dejaba acercarme a ningún chico, y continuamente repetía que me cuidara porque
todos eran lo mismo. Nada de fiestas de quince, nada de ilusiones, nada de diarios
íntimos confesándole a la nada que estaba enamorada de alguien. Imposible. Aprendí
desde temprano, que en la vida es mejor desconectar los sentimientos y dedicarnos a
no creer en que el alma de nuestra otra mitad existe y nos busca incansablemente...
Creo que por eso siempre tuve en claro que jamás me casaría y que estaría con el
que quisiera, estuviera comprometido o no. Mi hermano continuamente se reía de
estos pensamientos, mientras y él jugaba a ser el galán con cada chica que se le
presentaba. Resultado: no tuve muchas relaciones y, apenas pude, me largué de
Potrero de Los Funes. Me dediqué a estudiar y a trabajar, con una vida social casi
nula, hasta que entré a la empresa y conocí a mis amados amigos, los Gitanos.
—Hola mamá —vuelvo a llamarla al día siguiente de haber hablado con Santi.
—Llamame el día que seas dueña de todo. Tus berrinches de amante desahuciada no me
interesan, me aburren… No te olvides que ya estuve ahí, y conozco todas las
excusas…
—Quiero decirte que lo quiero y que tenés razón… El que le debe fidelidad es él a
ella. A mí me debe sus promesas y su futuro… —Suspira, impaciente, pero no me
corta. —Y te aseguro que tendré todo.
***********************
—¿Así que el caramelito que te estás comiendo se enteró que estás casado y no
quiere seguir?
Todos lanzan la risotada porque me conocen. Mis amigos saben que siempre he tenido
amantes, pero que a Gabriela no la pienso dejar jamás. Es la madre de mis hijos y
no tengo la culpa de que mi secretaria esté como un camión.
—Hola.
—¿Y a este maricón también te lo estás tirando? —Se acerca a preguntarme Rodolfo
por lo bajo, ligándose una piña en el hombro. —¡Pará, boludo!
—Pará vos de decir boludeces o te saco a patadas en el orto —susurro. —¿Qué querés?
—Nada —dice Ricardo—, solo pasé a saludar… —Se va pero arquea una ceja como
diciendo “te estaré vigilando”.
Aparecen las chicas que mis amigos contrataron para celebrar que cerramos un
negoción, y no puedo pensar en nada más que en el culo de la rubia que acaba de
apoyarse sobre mi bragueta.
—¿Y ese quién era? —Pregunta Salvador, otro de mis amigos. —Te habló con demasiada
confianza.
—¡Soportaré lo que tenga que soportar, y hasta que me harte, con tal de conservar a
mi chica que tiene buenas gambas y sabe cómo moverse en la cama! —Las prostitutas,
mi grupo de amigos y yo estallamos en carcajadas mientras pedimos otra ronda más de
tequilas.
—Hijo de puta… La otra pobre sufriendo como una magdalena, preguntándose si vale la
pena creerte tus mentiras de mierda sobre tu familia, y vos acá, disfrutando de una
mamada, en lugar de consolarla… —Escupe cerca de mis zapatos y la rubia le dice que
se vaya. —Siempre intuí que eras una basura, pero ahora estoy contento de
comprobarlo…
Lo veo irse y quiero detenerlo para que no le vaya con el cuento a Angie. Rodolfo
me ataja y me hace un gesto para que espere hasta que lo veamos irse. Esa
expectativa me mantiene en vilo y me está arruinando la noche. ¡Maricón de mierda!
Dos horas después, cuando lo veo despedirse de sus amigos y enfilar hacia la
puerta, mis socios me hacen señas, dejamos todo y salimos.
—¡Ey, Ricardo!
—Ese puto no te jode más, Tom, vas a ver que no le dice nada a tu chica… —Se
carcajea Salvador, y entre todos chocamos las manos.
—Esperemos…
—¡Pero sí, boludo, te lo aseguro! —Igual, pienso, me saldrá cara la carpeta médica
que se tomará para no volver a la empresa. —Dale, rubia, vení y seguile haciendo la
fiestita a nuestro amigo, que para eso las trajimos…
Tomás no sabía que el que lo encontraría tirado a Ricardo serían Diego y sus
hermanos, y que lo llevarían a una guardia, preocupados de que ese desconocido no
reaccionara. Cuando años más tarde se reencuentren, se acordarían de aquella noche,
y ese lazo invisible de gratitud se reforzaría. Ricardo le contará todo sobre Tomás
y lo sucedido en ese boliche a Diego, comenzando a idear un plan para introducir la
presencia constante del ingeniero a los Gitanos, incentivando que Ángeles y él se
vayan conociendo y acercando.
***********************
—Nena, en momentos como este es mejor estar con vos misma. No sirvo para consolarme
ni a mí, imaginate… Pero si llego a desocuparme, pasaré unos segundos…
Tendría que haberme dado cuenta que mi relación sería siempre así: sola para todo.
No lo conmovieron ni mis lágrimas, ni decirle que lo extrañaba y que necesitaba la
compañía de mi pareja. En ese instante, se hace un silencio en la línea y, para
rematar su desinterés, me contesta algo que me deja helada: me aclara que no somos
una pareja que tiene que vivir pegada a la otra persona, que yo soy su amante y que
él me daba lo que podía. Que no me confundiera. Rompo en llanto y me siento más
vacía que nunca.
—Ay, nena, no llores, sabés que no lo soporto —me reprende con hastío. —Te voy
avisando, ¿okey? Ahora tengo que irme…
No respondo nada y espero a que él me corte. Por supuesto, esa noche no vino.
Estuve tres días sin ir a la empresa, y hoy, a una semana de que mi otra mitad
falleciera de la peor manera, y de no querer ir al velatorio de Santi por no
llevarme esa imagen como último recuerdo, considero que es hora de llamar a mi
madre. No paramos de discutir ni un segundo. En realidad, ella se la pasó
gritándome, insultando a la novia de Santiago, maldiciendo haberse quedado sola,
odiando a mi padre por no haberla ayudado en nuestra crianza. Mezclando mil cosas
que tenía dentro y aborreciendo al mundo entero. Por mi parte, soporto en silencio
su desahogo mientras lloro por todo lo que no viviré jamás con mi querido hermano
mayor.
―¡Ojalá te hubieras muerto vos y no mi Santi! ―Lanzo un suspiro ahogado, como si me
hubiera pegado un golpe en el medio de la boca del estómago. ―Vos ya te habías ido
de todas formas, ya nos habías abandonado hace mucho, como hizo la basura de tu
padre… ¿De qué me servís? ¿Ahora quién estará a mi lado? Nunca estuviste para nada,
y ahora, además, sos la puta de alguien…
Sin embargo, y a pesar nuestro, nadie está preparado para estar solo. Siempre hay
un amor esperándonos en la vuelta de la esquina. O al menos, alguien que nos enseñe
a valorarnos y prepararnos para encontrar el amor en alguna de sus múltiples
expresiones. Faltaba mucho para que Ángeles pasara una de las pruebas más difíciles
de su vida pero lo importante es que su camino ya había comenzado.
Ahora que lo pienso, ¿qué hace Diego los fines de semana? Imagino que salir con
Ivana, o caminar por los bosques de Palermo o visitar a su familia. ¿Pensaría en
mí? “¿Y vos, Angeles? ¿Pensaste en él?”, me pregunta mi amienemiga favorita. Y… Me
da temor responder, por eso prefiero seguir engañándome y decir que un poco lo
extrañé, pero ya no sé si es por soledad, por despecho o por querer retomar lo que
mi amante nos había interrumpido. Hablé con Richard y sabía que no había salido con
Los Gitanos porque Diego había tenido que cumplir con compromisos afectivos. ¿De
qué tipo? ¿Noviazgo o familiares? A mi amigo le conté lo de la cena y la venida de
Tomás. Ricardo pasaba del derretimiento absoluto por mi ingeniero empotrador (a
esta altura, es imposible sacarle la palabra de la cabeza y que lo llame de otra
forma) al odio visceral por mi amante.
***********************
No, doctora, no estamos juntas en ESTO. Acá es como en un ring de box: cuando
comienza la pelea, te quedás tan solo que ni el banquito te dejan. Vuelvo a pararme
y, como un flash, viene a mi mente la idea que germinó antes de entrar al
consultorio. En ese momento, la concebí como mi pequeña venganza mezclada con
despecho. Ahora, es una obligación absoluta para con mi futuro. Luego de veinte
minutos, llego hasta esa casa, por donde tantas veces pasé con la intención de
tocar el timbre y soñaba que yo era la “ganadora”. ¿Ganadora de qué? ¿De un tipo?
¿Eso es ganar? Sé que no, pero hace unas horas todo pasaba por mi ego, mi dolor, mi
revanchismo. Ahora, solo necesito descargarme esta mochila e intentar empezar de
cero para ocuparme solo de mí.
―No.
―Gabriela, prefiero hacer esto en privado ―mira para todos lados y yo solo tengo
ojos para ella. Para la mujer “oficial” de mi amante. Para la que se lleva todo.
Hasta mi última esperanza de formar una familia. Pero en mi interior sé que eso no
es verdad. Que me aferré con uñas y dientes a un espejismo que hoy me toca
deshacer. ―Por favor…
―Estoy apurada, tengo hijos que atender. ―Chasquea la lengua. ―Claro… Vos no sabés
lo que es eso… ―Agacho la cabeza porque tiene derecho a sacarse la bronca. Se corre
para dejarme pasar y cuando ingreso a su casa tiene un aroma a hogar que me voltea.
Casi me pongo a llorar de envidia. Casi. Hasta que recordé que ese no es mi lugar y
que esta mujer no tenía nada mío. Ya no. Tengo que decir rápidamente lo que vine a
expresar e irme. ―Vos no sabés lo que implica tener una familia, pero te aseguro
que sí debés intuir lo que duele que venga otra a romper el fruto de tu esfuerzo…
Otro golpe. Segundos eternos. Gabriela también sufre. Ambas nos metimos en esta
competencia donde el supuesto trofeo era Tomás y, en el mientras tanto, fuimos
dejando jirones de alma, corazón y piel. Obviando que esa lucha inútil, donde todo
tenía base de barro nos destrozaría la vida en todo sentido y por igual. De todas
formas, no estoy deslindando responsabilidades. Cuando Tomás me contó que era
casado, podría haber optado por cortar y no lo hice. En ese momento le creí, me
convino y esperaba que se separara. Era un ganar/ganar sin mucha inversión. Después
pasó lo que todos sabemos.
―No. No me lo imagino, porque jamás estuve con el marido de otra y porque tampoco
quiero imaginarme las cosas que mi esposo hacía con vos ―me contesta con rabia.
―¡Yo no tengo nada que reconstruir! ¡No te des tanta importancia! —Enciende un
cigarrillo y clava sus ojos en mí. —¿Y a qué viene tanta generosidad de tu parte?
―Viene a que… ―Casi le digo la verdad, pero ¿para qué? ¿Para darle lástima? ¿Para
que me perdonara más rápido? No, gracias. Una cosa es venir a comerme el orgullo y
pedirle disculpas, y otra muy distinta darle la llave para que terminara de
“santificarse” a sí misma por perdonar a la amante moribunda del forro de su
marido. ―A que no tengo ganas de seguir regalándole mi vida a alguien que jamás me
quiso, a alguien que no puede cuidar ni de su propia sangre y a que quiero dejar de
esconderme de mí y del mundo para vivirme… Sí, eso: me quiero vivir, Gabriela… Y te
recomendaría que vos hicieras lo mismo…
―¡Ja! ¡Pero a mí me tocan todas! ―Golpea sobre sus muslos con rabia y me mira con
desprecio. ―¡Inclusive, la amante más caradura del planeta! ¿Vos me das consejos a
mí? ¿Después de todo lo que nos hiciste? ¿Pero quién mierda te pensás que sos?
―¡Ah, bueno! La amante viene a decir lo que “ella necesita” ―remarca las palabras
con énfasis―y que a las señoras nos parta un rayo, ¿no? ¡Bravo! ―Comienza a
aplaudir. Se levanta y me toma del brazo. No me interesa. La dejo. Si quiere
pegarme que lo haga. Total… En estos momentos me quiero hacer desaparecer del
planeta. ―Basura, andate ya de mi hogar, ¿entendiste? ¡HOGAR! ¡Algo que jamás
tendrás porque no sabés quererte ni a vos! ―Me baja la presión y siento que me
desmayo. ―¡Ah, no! Eso sí que no: victimizarte y hacerte la desmayada para dar
lástima, ¡no!
Aguanto el desprecio y las sacudidas de Gabriela, que me saca a la rastra de su
living y me empuja a la calle. Sin mediar palabra, me cierra la puerta en la cara y
me siento en su portal. Sigo mareada. Demasiada culpa, demasiado dolor por saber lo
que me tocará afrontar. Sola. Demasiada mierda que sacarme de encima. Sola… No me
esperaba palabras cariñosas, ni aliento, ni comprensión, solo un poco de respeto.
En los años que duró lo mío con Tomás jamás los molesté. Entendía mi papel
secundario en sus vidas y por eso jamás aparecí.
Me levanto para caminar sin rumbo, otra vez. Y, a pesar de estar golpeada en lo
sentimental, me siento orgullosa por haber aceptado cerrar este capítulo poniendo
la cara. Lo que viniera de ahora en más sería ganancia. Camino con una sola
certeza: estoy enferma pero intentaré vivirme.
Hay veces que la vida acelera procesos, mostrándonos la “salida” de una manera
brusca, pero necesaria. Ángeles ya había dado el primer paso hacia el abismo que la
resucitaría.
**************************
Todo el fin de semana aguanté sin llamarla. En honor a la verdad, resistí porque
sabía que Ricardo hablaba con ella y me mantenía informado. Esta semana pasó
volando sin mi Ángeles en la oficina, y aunque le escribí, ella poco y nada.
Respondía los whatsapps con monosílabos o solo les marcaba el visto. Me preocupa
que haya desaparecido de repente y que ni Ricardo sepa dónde está, pero nuestro
amigo me dijo que Angie suele hacer esas cosas.
Hoy, sábado de nuevo, y mi abstinencia por ella me está marcando un ritmo que no me
gusta nada. Y si bien, Ángeles no es una mujer cualquiera para mí, esto de estar
pendiente de cosas sobre las cuales no tengo control, me tiene fuera de eje. Por
otro lado, de a poco me fui ganando mi lugar entre Los Gitanos. Me sentía bien con
ellos, porque empezaba a conocer gente fuera del círculo de Ivana o mis hermanos.
Después de un mes de haber plantado bandera en el grupo, no pensaba ceder lugar. En
cada reunión conocía algo más, algo nuevo que me acercaba hacia el objeto de mi
deseo y su forma de ser. Un paso agigantado hacia tratar de entender qué me atraía
de alguien tan diferente a mí, en cuanto a expresar sentimientos se trata. Y a
pesar de que siempre fui muy taciturno y nunca me gustó compartir socialmente, este
grupo se había convertido en prioridad. En algo muy especial y necesario, porque
estaba la mujer de los ojos color cobre con más alma en sus iris que había
conocido.
Ya sé qué música le gusta, que cada canción y sus letras siempre significaban algo
que había pasado en su vida o que ella esperaba que pasara, y que sus playlists
estaban armadas para cada estado de ánimo. También leía entre las líneas de sus
dichos, que deseaba ser amada con todo su cuerpo y su corazón. Inclusive, para
algunas cosas se comportaba como una niña que había “vivido mucho” sin vivir, sin
disfrutar del todo, como anestesiada y mirando a través de un vidrio. Y ahí estaba
la clave. Darme cuenta que su armadura solo se la quitaba en la intimidad, porque
frente al público se comportaba como otra persona, me enganchaba más y más.
Necesitaba verla desnuda en todas las formas. Charlábamos de ella, de sus sueños,
de sus proyectos futuros (siempre recalcaba “sola”, o al menos, no nombraba al
boludo del amante) y todo le iluminaba su carita de ángel. Comenzaba a conocer sus
tics cuando estaba nerviosa, cuando mentía, cuando estaba excitada (a veces, le
decía cosas para provocarla, o le susurraba hechos que habíamos compartido solos y
se ponía colorada y se le marcaban ligeramente sus pezones, o apretaba sus piernas,
cruzándolas y descruzándolas), cuando estaba triste… Nos estábamos conociendo en el
sentido literal de la palabra.
Animado por nuestro amigo en común, le envié algunos mensajes, pero no me animaba a
preguntarle realmente si estaba mal por la separación con Tomás o por otra cosa. De
todas maneras, eran una especie de chequeo para que ella siguiera comunicada.
Mientras me aparecieran las dos rayas azules, estaba tranquilo. Intuyo que ambos
llegamos a ese punto en el cual Ángeles está empezando a entender que no me iré a
ningún lado, y en el cual yo estoy descubriendo que mi angelito es una mujer que
necesita que la amen desde el corazón y no solo por su exterior, como me dio a
entender la última vez que compartimos. Esa noche, si no hubiera aparecido Tomás,
rompíamos el colchón.
Me doy cuenta que yo tendría que poner mucho de mí para que ella se soltara, y
explicarle con claridad y con hechos que ambos seremos libres apenas lo
materialicemos. Porque cada vez que hago referencia a cosas que nos están
sucediendo a ambos, su expresión muta del deseo, pasando por el arrepentimiento,
hasta llegar a la culpa. Y no es justo para ninguno que ella no se lance a sentir
por emociones equivocadas.
Conocer a la mujer que realmente me movió los ladrillos de todo, de la cual estoy
enamorándome hasta las pelotas, lo cambia todo. El “techo, novia, laburo y listo”,
no va más. Ahora mi prioridad es sentir para buscar la felicidad. No la puedo
seguir careteando, conformándome con la futura esposa perfecta, con mi futura
empresa solventada con mi conocimiento pero sostenida con la guita de “la nena de
papá”, y saliendo en las revistas como “el esposo de”. Sobre todo, por aquella
promesa a mi viejo de formar una familia pero sin hipotecarme la vida, eligiendo
una compañera de vida y no solo de lo material. Ahora sí tengo ganas.
Lo que me frena a veces es pensar que, quizás, aún no sea el instante exacto en la
vida de ella. Ella, en estos momentos, me necesita como amigo, como sostén, me lo
dejó claro mil veces, y yo no puedo “traicionarla” albergando sentimientos que no
eran los esperados por Angie. Ahora que la conozco no quiero soltarla a los lobos.
Es un diamante que ni ella misma sabe lo que vale. A pesar de eso, no tengo tiempo
de demostrarle que está para ser tratada como una reina y no como placebo o
descarte por un hombre. Tengo que actuar aquí y ahora, y si me sale mal tendré
tiempo de recalcular estrategias, pero dejarle la opción a ella implicaría que
siguiera viviendo en el mismo círculo vicioso que viene rumiando. Escucho mis
pensamientos y parezco Gollum de El Señor de los Anillos gritándole a todo el mundo
“my precious!”. Me río porque nada aplicaba mejor a nosotros: dos freaks, que las
tres últimas veces terminamos juntos en su sofá mirando capítulos de Game Of
Thrones y hablando de la era dorada de la música y el cine. Compartiendo momentos
que anidarían para siempre en nuestras retinas. En nuestras bocas. En nuestros
corazones.
Un recuerdo de hace quince días se cuela entre la canción, su letra y mis ganas. La
invité a tomar un café en la cocina de la oficina, como otra excusa más para
hablarle y acercarme, para ofrecerme de voluntario en lo que me pidiera. Para
sentir su perfume y ver su boca moverse mientras me contaba cómo estaba. Para
ilusionarme con la mínima sonrisa. Hasta que entra Tomás, nos mira con burla, se va
y Angie explota sin razón.
―¿Por qué te gusto? ¿Por qué me perseguís? ¿De dónde sacaste que debería escuchar
tus consejos?
Me dice con rabia contenida. La disculpo porque sé que la está pasando mal, y
porque el forro de nuestro jefe vino a marcar territorio, pero no me gusta que me
aleje de esa forma. Quiero demostrarle que aunque ella haga de todo, yo ya estoy
hasta las manos.
―Porque me importás. —Veo que la descoloca que le diga lo que siento con tanta
naturalidad, a la luz del día, y mira para todos lados. Debe preferir que lo
hagamos en la intimidad. —Mucho…
—Atrevido, sí —sonrío—, pero porque sé lo que quiero —doy un paso hacia ella, se
apoya en la mesada y la arrincono sin importar que alguien pudiera entrar. Me
hipnotiza con sus ojos brillantes de deseo, poniéndome la piel de gallina―: a vos.
Quiero todo con ella. Inclusive, su desconcierto. Tengo que acostumbrarla a que el
amor no es a escondidas y que las relaciones pueden hablarse en voz alta.
***********************
Son grupos de los ´80 que me gustan mucho. En un remate virtual conseguí estos
tickets de un fanático que viajó por el mundo y ahora quiero que vos los tengas… Un
beso en tus ojos color del sol…
¿No les pasa que cuanto más “superpoderosas” nos sentimos más tememos “no poder
llenar” ciertos zapatos imaginarios que nos autoimpusimos? Y eso me pasa ahora. En
este instante, me doy cuenta que estaba corriendo una carrera que ya estaba perdida
desde el vamos y eso me desenfocó de mis estudios, de mi salud, del verdadero amor,
sea cual fuere su expresión. De mí. Continuar peleando por algo y por alguien hasta
enfermarme, me desintegró hasta no verme. Pero ya no más.
“La leucemia es más frecuente en los adultos mayores de 55 años, pero también es el
cáncer más común en los niños menores de 15 años.”
Le grito a mi notebook que eso es una mentira enorme porque yo no entro en esa
población y, de todas formas, acá estaba, padeciendo lo que no le deseaba ni a mi
peor enemigo… Se me cayó la estantería de la vida, y tengo un resentimiento inmenso
contra todo y contra todos. ¿Por qué Dios mío? ¿Por qué a mí? Nunca tuve nada mío:
familia, amor, salud… ¿Qué es lo que querés de mí? ¿Qué maldad tan grande le hice
al planeta para quedarme sola, despreciada y encima a punto de morirme?
Cuando abro la puerta de mi casa para salir a correr por la plaza del barrio, me
encuentro un gatito en el palier. Me agacho para hacerle una caricia sobre su
minúsculo lomo, y se me engancha en los tobillos haciéndome sonreír. Lo alejo con
suavidad y bajo corriendo para hacer mi rutina. Me olvido por completo de él hasta
mi vuelta, cuando escucho un ronroneo dentro de mi departamento. Me mira con los
ojitos del gatito de Shrek, vuelve a enredarse en mis tobillos como lo hizo más
temprano y lanzo una carcajada.
“Ya somos demasiados “gatos” en el grupo como para sumarle uno más… ¡Te extraño,
gordita! Pero como te conozco como nadie, respetaré tus silencios… Solo te pido que
te dejes querer y que me llames si me necesitás…”
Sonrío. ¿Qué haría sin mi hermano del alma? Me doy un baño, pero con la mampara y
la puerta abiertas, mientras Silvestre recorre la casa. Luego de relajar mis
músculos, salgo a la veterinaria de la vuelta para comprarle las piedritas y
alimento especial. Ocuparme de mi nuevo amiguito me distrajo bastante, y eso me
hace bien. A la tarde, y durante horas, escucho música y ordeno mi placard, mudando
la ropa de invierno por la de verano, todo con el ronroneo suave que ya conquistó
mi sonrisa. Termino y me siento a mirar un poco el Facebook. Entro al de Diego y su
foto de perfil es una imagen de alguna fiesta. Está sonriente, camisa blanca,
desaliñada ordenadamente, sus rulos y sus ojos verdosos brillan… Recuerdo su mirada
celosa, sus palabras posesivas pero contenidas, todo lo que su boca quiere
expresarme cada vez que se acerca con alguna excusa pero solo lo transmite con
roces o gestos, y mi mano lo acaricia a través de la pantalla... Como una burla a
mis pensamientos comienza a sonar ¿Dónde crees que vas?[8] Digo broma, porque jamás
había escuchado esta canción antes, y menos en mi playlist. Evidentemente, mi dulce
y pícaro donjuán quiso sorprenderme y la agregó a mi lista Misceláneas en algún
momento que estuvo en casa. De repente, la canción y la voz del cantante me
recuerdan su último regalo y corro a tomar el sobre que me dejo esta semana con
aquellos tickets de recitales. ¡Lo sabía! Uno de ellos es el de Dire Straits. Me
dan ganas de escribirle para tontear un rato preguntándole qué se proponía con esta
letra y desde cuando había planificado obsequiármelos. Silvestre trepa sobre el
sillón, y el ritmo cadencioso del tema me obliga a levantarme de la silla para
moverme pensando en sus manos sobre mi cuerpo, como si la energía del tema y de su
recuerdo se apoderaran de mí, de mi lugar. Como si no hubiera estado llorando horas
antes, como si pensar en él y en su mirada celosa me envolviera de amor propio.
Sonrío porque parece escrita por mi ingeniero de ceño adusto pero mirada sensual.
Invento pasos para moverme por toda la casa y que mi gatito me siga. Lo imagino
acariciándome y susurrándome la letra al oído. Esto me trajo Diego: VIDA. Termina
el tema y Silvestre se acerca al equipo para que vuelva a hacerla sonar.
—Veo que nuestro ingeniero de ojos esmeralda ya nos conquistó a ambos, ¿eh,
Silvestre?
Apago la música y decido que ya es demasiado para una noche. Tengo tal sube y baja
emocional, que casi me olvido de tomar las pastillas iniciales al tratamiento que
me prescribió mi doctora. Elijo un capítulo de The Fall para terminar la velada lo
más negativa y abajo posible, pero me interrumpe mi celular. ¿A ésta hora? ¿Habrá
pasado algo? Si llega a ser Tomás le devuelvo la llamada y que se entere su mujer.
Me levanto y veo su nombre. Diego… Me mandó una canción por whatsapp… Y, otra vez,
entra en mi mundo de prepo para sacarme de mi hoyo negro:
Lo leo y dejo que las dos rayitas azules sean mi contestación. Entiendo que su
mensaje necesita una respuesta, pero no voy a lastimarlo ni confundirlo más de lo
que ambos estamos. No es justo habernos conocido en circunstancias poco normales,
pero tampoco lo es imaginar un futuro junto a alguien que tiene tanta vida y
proyectos por delante. Si vieran cómo me hablan sus ojos verdes, lo que prometen,
cuando su cuerpo se acerca... Es un chico que hace que el amor parezca tan fácil de
disfrutar… ¿Qué clase de egoísta sería si lo alentara o le confesara todo lo que
estoy aprendiendo con solo mirar el recorrido de sus manos sobre mí? ¿Y al final de
qué sirve encontrar el amor cuando una se está por…? ¡No, no quiero ni decirlo, ni
pensarlo, ni imaginarlo! Daría batalla, haría las cosas bien, empezaría de cero. Y
a Diego lo mantendría lejos. Mi error, el haberme forjado un futuro en soledad,
debo pagarlo sin arrastrar a nadie. Él no merece el peso de una moribunda al lado.
Preparo la casa como sé que a Tom le gusta y estoy ansiosa por presentarle a
Silvestre, mi nueva compañía. Me pongo su conjunto preferido, el que me regaló para
nuestro primer aniversario, soñando con que me lo arrancará y me hará el amor como
antes, después de decirme que me ama y que me acompañará durante el tratamiento. Lo
invité a tomar el té después de la oficina y le cociné budín hamburgués. “Me gusta
como lo hacés vos”, solía decirme, y yo disfrutaba haciéndome la “Susanita”[10].
Suspiro. Listo, todo preparado.
Suena el timbre. El corazón me galopa, porque estoy por hacer algo de lo cual ya no
estoy tan convencida, pero nuestra historia merece una segunda vuelta. Miro que
todo esté en su lugar y abro.
―Decime qué querés porque en media hora me espera Gabriela para la primera
ecografía. ―Así arrancó su entrada. Ni me mira, ni me saluda y no quitó ni un
segundo la vista de su celular. Levanta la nariz para oler el aroma a hogar que
quise emular y me mira burlonamente. ―¿Cocinaste budín?
―Sí. ―Me acerco a darle un beso y él me esquiva sentándose en el sillón. Okey, ya
entendí. No habrá beso, ni abrazo ni ropa interior arrancada, pero quiero decírselo
igual. ―Bueno… ¿Podrías mirarme que tengo algo importante que decirte? ―Escucha mi
tono y levanta la vista. Mejor de una porque si no… ―Tengo cáncer.
Sonrío con amargura. Siempre había sido así y no quise verlo. El gran Tomás no
detendría sus planes ni cambiaría su status quo ni siquiera frente a una situación
límite. Él, siempre él, primero.
Nos miro desde otro plano y jamás imaginé terminar así. Todo lo que sufrí, lo que
padecí, lo que resigné para llegar hasta este punto: el de mirarlo y ver que en sus
ojos no hay amor, que no me encuentro, que no existimos el uno para el otro. ¡Y yo
pensando en volver con él! No nos queda nada. No me queda nada.
―¡Ahhh, ya entiendo! ―Se levanta y me mira con ironía. —Vos querés plata…
―¿Cómo? ―Lo miro confundida. Dolida. ―Por favor, Tom, no digas cosas que nos puedan
lastimar eternamente… ―Suplico y me acerco.
―No me toques porque ya voy entendiendo todo. Necesitás guita para tu supuesto
tratamiento… ―Cierra los ojos y se toma el tabique. ―Mirá, Angeles… ―Nos doy tanta
pena… ―Lo que tuvimos ya pereció. Por tu culpa, que quede claro. Creo que no
entendiste jamás todo lo que te ofrecía a mi lado, y preferiste presionarme dando
ultimátums que no le ayudaban a nadie… ―Mi llanto empieza a convertirse en
angustia. ¡Basta, no doy más! Siento que me tiemblan las piernas. No puedo flaquear
ahora, tengo que mantenerme firme. ―No te preocupes, te voy a dar unos días para te
vayas de vacaciones, para que te aclares y para que descanses. Planificalo como
quieras y tomate semanas si querés, pero eso sí: cuando vuelvas tendrás que
buscarte otro trabajo. Intentá no reencontrarte con ningún amante en tu búsqueda…
―Dice con ironía. ―Podría decirte que lo lamento, pero no sería verdad. Ahora tengo
que pensar en mi familia. ―¿O sea que yo jamás signifiqué nada para él? ―Ya
bastantes problemas me causaste yendo con mi esposa, y ahora me vigila de sol a
sombra… No puedo estar con vos y encima ocuparme de su embarazo… No tengo cabeza
para sus celos, mis hijos, la empresa y tu supuesta enfermedad… ―Deja de caminar y
me mira. Lo conozco. Viene algo que me va a destruir. ―Después de todo, candidatos
que te sostengan el suero no te van a faltar. —Emite una sonrisita burlona. —Chau,
Ángeles, y no me busques hasta que reflexiones sobre todo este teatrito… Crecé, te
hará bien… ―Y cierra con un portazo.
Verlo irse así, sin más, sin siquiera mirarme, luego de sus ironías, sus desprecios
y sus palabras carentes de amor, me descompone de los nervios. Siento que mis
piernas no me responden y que tengo ganas de vomitar. Intento calmarme y llamo a
Richard. Me dice que me escucha rara y me pregunta no sé cuántas cosas más, pero
solo le pido que venga, que no me siento bien. Miro la medicación que me dio mi
doctora y que me recomendó tomar una vez por día. No estaba haciendo bien las
cosas. ¿Pensaba que la enfermedad desaparecería por no tomar las pastillas? ¿O que,
contándole a Tomás, él cambiaría su forma de vernos y dejaría todo? ¡Ilusa!
Sigo preguntándome ¿por qué sigo esperando? ¿Es esto el amor? Seguro que no. De mi
parte, di todo para que lo fuera. Sin embargo, me doy cuenta que es muy fácil
confundir cariño cuando hay empatía en la cama. Me engañé creyendo que las palabras
que me dedicaba estaban dirigidas a construir amor a largo plazo, pero sólo eran
dádivas a mi actitud mendicante.
Tampoco puedo contarle a nadie que mi deseo más profundo es que esta enfermedad
avance de tal forma que todo sea irreversible. Que quiero saltar, como dice una de
mis canciones favoritas. Que el abismo me llama. Que siento que ya no tengo nada
más que ofrecerle a nadie. Ni siquiera a mí. Que no tengo familia para atrás ni
futuro para adelante. Que me odio y que por eso acabo de tomar mis pastillas con
alcohol. Que no supe hacer nada bueno con mi vida y que arruiné la de los demás…
Por eso “salto”. Por eso “aviso”. Porque quizás tenga ganas de seguir jodiéndole la
vida a los que quiero. Deseo que Richard me encuentre. Solo él entenderá por qué lo
hice… ¿Y Diego?
“Se necesita mucho amor y mucha paciencia para curar las heridas y las penas de las
mujeres marcadas por la vida. —Ambos sorbíamos el café, despacio y sin despegar
nuestras miradas. —Me refiero a mujeres como vos, de carácter fuerte, que se alejan
de todo para evitar sentir… —Se acercó y sus dedos acariciaron mi antebrazo,
erizándome la piel. —Porque son tan inteligentes… Tan maduras… —Recuerdo que su
aliento me rozó el cuello y ladeé mi barbilla para darle acceso a sus besos. —Que
no creen en nada ni en nadie… Pero te prometo… No, no te prometo nada… Solo
quisiera que cerraras tus ojos, confiaras en lo que nos revuelve la sangre y
vinieras a mi mundo donde nos amamos a manos, bocas y pieles llenas de... Todo...”
¡Puras mentiras! Si lo supiera, huiría. Como todos los hombres que me han ido
dejando a lo largo de mi vida, desde mi papá.
Necesito con desesperación que me cuiden. Llamar la atención para que Tomás vuelva
y se dé cuenta que mi enfermedad no es un chiste. Quizás está exigiendo una prueba.
Algo que termine pesándole en la conciencia… Tengo tanto sueño…
***********************
No recuerdo nada. Miro a mi alrededor, y no entiendo por qué ahora estoy en mi cama
si antes de cerrar los ojos estaba recostada en el sillón. Intento retroceder en el
tiempo y recuerdo que sonó el timbre, me levanté a abrir la puerta pero no pude, y
me desplomé en el piso... Ahora también intento levantarme pero no puedo… Estoy tan
mareada…
―Angie… ―Susurra y reconozco su dulce voz, ahora ronca, titubeante... ¿Diego? ¿Pero
qué hace acá? ¿Él estaba cuidándome? Se supone que… Me mira con esos dos faroles
verdosos que obnubilan, que siempre me transmiten con transparencia lo que siente,
y me pierdo. Tiene sus labios contraídos por la impotencia. ―Te preguntarás cómo
entré y qué pasó. —Asiento. —Bueno, no quiero que te enojes por colarme en tu casa
sin tu consentimiento, pero… Toqué timbre, no me abrías… —Se revuelve el pelo,
nervioso. —Dejé pasar cinco minutos, me desesperé… ―Su mueca suplica perdón y besos
a partes iguales. Tan mal no debo sentirme si puedo imaginar mi lengua raspándose
contra su piel… ―Y abrí con la llave que me había dado Ricardo… Disculpame, pero me
moría si te llegaba a pasar algo…
―¿Y por qué mi amigo no está acá? —Pregunto, mientras me tapo completa con las
sábanas.
―Porque tuvo algo más importante que hacer, seguramente… ―Sonríe con pena, como si
intuyera lo que pretendí hace unas horas.
―Es que yo lo llamé a él, no quiero que un extraño me vea así… —Intento sonar
histérica, ofendida, porque me siento patética. Vuelvo a tratar de levantarme y me
mareo otra vez. Diego se acerca en segundos y me sostiene. Su cara queda a dos
suspiros de la mía y me amonesta con su mirada. —Si no te molesta, me gustaría que
te fueras… ―No me importa sonar desagradecida con su tiempo y sus cuidados. Quiero
que otro se sienta culpable cuidándome, no Diego.
Sí, ahora sé que él sabe lo que hice. Y detesto que me mire con lástima o que se
quede a asistirme. Yo buscaba otra cosa con ésto, no terminar involucrando al
ingeniero en mis líos. O sí, pero sé que no debo. Es un placer y un premio que no
merezco.
―Angie, Ricardo me advirtió que sos difícil de cuidar ―se enoja ―, pero hoy vas a
dejarte querer. ¡Y bastante! Cuando me dijo que te sentías mal, que estabas sola y
que parecía que… Yo… ―Hace una pausa. Cierra sus ojos. Traga saliva. ―¿Por qué? ―No
tuvo que agregar nada más.
Una cosa es cuidar de los demás, preocuparme por ellos, ayudarlos. Lo necesitaba
como una especie de terapia que me ayudaba a expiar culpas que mi mamá siempre me
hace sentir, o no sé qué otras mierdas, pero yo no quería que me retribuyeran.
Primero cuidé a mi mamá y a mi hermano (aunque él fuera el mayor) después de lo de
mi viejo. Luego, llegó Tomás con sus problemas maritales, supuestamente
insalvables, y otra vez consolando a alguien con mi tiempo, mi vida y mi corazón.
Más tarde, mi hermano murió y empecé a cuidar (a distancia y con dinero) a mi mamá,
a pesar de sus desprecios. Me las banco todas, menos que los demás me ofrezcan su
cariño y su tiempo… La fuerte y la “triunfadora” soy yo. Este papel de cobarde no
me gusta… Estas ganas de morirme, tampoco. Esta sensación de que podría llegar a
ser amada, mucho menos. Tengo miedo de este nuevo sentimiento, tan fuerte, que creo
que podría vivirme en y con Diego.
―¿Vos entendés que jamás podré darte nada de lo que sea que estés imaginando, no?
Aunque ambos pudiéramos y estuviéramos libres, no merezco ser feliz… ¿Cuándo lo vas
a entender?
―Ángeles, ¿y vos entendés que yo no busco que me retribuyas con nada que no quieras
o no puedas, no? ―Me mira con esos ojos que tiene, con su boca húmeda, esa que me
hizo gozar sin precedentes en aquella habitación. La que volvió a ofrecerme sus
besos para calmar mis angustias… Su mirada, que me invita a asomarme en su alma y
no quiero. ―Mirá… —Suspira y baja la mirada. —Vamos a dejarlo así… Ahora, a
levantarse que el desayuno está listo… ―¿Desayuno? ¿Cuánto dormí? ¿Qué hora es?
Suena su celular, lo mira y lo apaga. ―¿Necesitás ayuda para vestirte? ―Me pongo
colorada y Diego tarda en darse cuenta lo que pasó por mi mente. Sonríe con
picardía y me guiña el ojo. ―Para eso también…
―Ángeles, quiero que entiendas que hoy lo más importante sos vos. Por favor, déjate
cuidar un poco y hacénosla fácil… ―Empieza a hacer pucheros como si fuera un nene y
luego se acerca con las manos en posición de iniciar una guerra de cosquillas.
Intento mantener la seriedad, pero verle la expresión me hace reír antes que ponga
sus dedos en mí.
―¿Y ese ruido? ―Sonríe cómplice de algo que no sé, sale de la habitación y vuelve
con dos cachorros hermosos que se suben a la cama y me llenan de besos. Empiezo a
reírme a carcajadas. ¡Cómo necesitaba esto! Respirar sin un nudo en la garganta.
Llorar de risa, aunque fuera por segundos. Y solo pudo lograrlo mi ingeniero de
ojitos verdes. ―¡Son súper dulces, Die!
―Igualitos a quien los cuida, les da de comer y los pasea todos los días ―arquea
las cejas y se señala.
―Pero… ¿Y Silvestre?
―Más o menos como vos y yo, ¿no? ―Le pregunto con la mirada qué quiso decir. ―Eso,
Ángeles: que vivo corriendo detrás tuyo para ver si podemos darnos una oportunidad…
―Suspiro y me remuevo en mi lugar. ―Bueno, a levantarse dormilona que tengo un
súper plan para pasarnos el día juntos… ―Me tiende su mano y se la tomo. Tiene una
piel tan suave y cálida… Y el tacto, que jamás olvida lo que nos incendió o nos
provocó de todo alguna vez, revive cada uno de nuestros encuentros como si fueran
descargas eléctricas intermitentes. Su boca sonriendo de costado y su actitud
donjuanesca me dice que él también lo sintió. ―Vamos, gambas…
Abro la boca para saber por qué el apodo, pero ya lo oigo silbar en el living y
acomodar todo para desayunar, así que no me va a escuchar. Gambas… Eso significa
que piensa en mi cuerpo tanto como yo en el de él. Una vez me llamó “angelito” y
ahora “gambas”… Me gusta. Es íntimo.
Se nos pasa el día mirando películas y riéndonos con las peleas de Chicha, Limonada
y Silvestre. Al mediodía, cocinó para mí con miles de ingredientes que me darían
“fuerza”, porque si pedía comida comprada, según él, podría hacerme mal. Si supiera
que cuando discutía con Tomás y me convertía en despojo humano ni me levantaba de
la cama para bañarme ni hacerme un té… En la tarde hizo pochoclos y, luego de ver
Stranger Things, le dieron ganas de bailar. Sí, ¡de bailar! A ningún hombre como él
le provocaría bailar con una ojerosa y moribunda como yo. Cierto que él no sabe lo
de mi leucemia, pero…
―¿Y ésto? ―Sus ojitos verdes me miran entre confundidos y divertidos. ―¿Qué clase
de adjetivo es “empotrador”? “Música empotradora y donjuanesca”… ―Repite. ¡Tierra,
tragame y escupime en Saona para que al menos me broncee y vea cuerpos increíbles!
No puedo decirle que cada momento con él ha sido una canción para mí. Que me gusta
tanto, que relacioné frases y cantantes con nosotros para darle nombre a nuestros
momentos. Repite uno a uno los temas que tiene la playlist y, de a poco, su boca va
sonriendo hasta iluminar todo. ¡Bingo, Diego, me descubriste! ¡Piedra libre para
Angie que se vende sola! ―Quítame… Eblouie par la nuit… Tuyo… Amor completo…
Abrazame… ―Se da vuelta, suspirando como si entendiera el teorema más difícil, y
con su voz grave me dice: ―Tengo una idea: esta lista la podemos hacer
colaborativa, ¿te parece? Porque a mí el nombre me suena bastante sugestivo ―sube y
baja sus cejas tantas veces que terminamos riéndonos. ―A ver… —Lo veo tocar
funciones del programa, concentradísimo. —Mmm… Sí, ya está, ¡la convertí! Ahora
ambos somos usuarios y le podemos ir anexando canciones para que sea solo nuestra…
―Y no pude evitar abrazarme a su espalda como si quisiera dejar mis brazos atados
allí para siempre, mi mejilla apoyada en él y en su olor, sintiendo su respiración
mientras su columna sube y baja con excitación. Estoy empezando a comprender que
quedé embrujada por él desde hace más de un año en ese spa. Toma mis manos para que
no me suelte, mientras da la vuelta y posa sus brazos en el hueco anterior a mi
columna. ―Angie… ―Baja hasta mi boca para darme un beso que iba pidiéndonos más
segundo a segundo. Mis piernas flaquean, mezcla de la excitación, el descubrimiento
de mis sentimientos hacia él y mi debilidad corporal. Diego se da cuenta y para.
―¡Ay, Dios! Perdoname, angelito mío, ¡soy un animal! Es que me dejas sin reacción…
Solo me pongo a sentir que te rozo y que suspirás y… No sé, necesito estar
besándote mil veces hasta respirar solo a través tuyo… Sentir tu piel hasta
convertirnos en uno… —Sonrío para mis adentros y mi romántico donjuán saca su veta
protectora. Apoya su frente contra la mía y me da pena que esta maldita enfermedad
empiece a limitar mis deseos. —Nuestras bocas se mezclan y mis ganas reaparecen…
―Dios mío, ¿por qué justo ahora? ¿No podrías haberme dejado morir en soledad y sin
la angustia de probar una miel que se volverá hiel en mí dentro de pocas semanas?
―Vení, vamos a seguir sentados en el sillón mientras escuchamos música. Nada de
bailar hasta que ganes fuerzas… Cuando estemos bien salimos a dónde quieras…
Distribuye unos almohadones para apoyarse sobre ellos mientras me coloca sobre su
pecho para acariciarme el pelo. Justo suena Abrazame y sonríe lentamente. Lo sé,
aunque no lo mire, porque siento la vibración de su garganta y cómo late su
corazón. Tararea el tema que me envió hace poco y ya no tiene sentido negarlo. Me
podría enamorar de vos, ingeniero, no me lastimes, por favor…
No sé en qué momento me quedé dormida pero lo hice y fue bajo su tacto cariñoso. La
primera vez que me relajo de esta forma, como si todo lo negativo hubiera
desaparecido. No soñé con nada, no recuerdo otra cosa que no sea una fuerza
viniendo desde dentro de mí. No me duele nada y estoy energizada. ¿Esto significará
sentir que soy importante para alguien? Pensando en eso, abro lentamente los ojos y
vuelvo a cerrarlos. Pasan unos minutos, y entre sueños siento el roce de sus labios
y su voz susurrándome “abre los ojos, no me hagas sufrir… no te das cuenta que
tengo sed de ti”…
―Mmm, ¿qué hora es? ―Suspiro y vuelvo a abrir mis ojos con pereza.
―Las ocho… ―Susurra Diego muy cerca de mi cara y acaricia mi mejilla. Sus ojitos y
su bostezo me dicen que él también durmió un poco.
―Uuuy, ¿en serio? Bueno, es hora que te vayas, si no Ivana te va a colgar… —¿De
verdad acabo de nombrar a la que supuestamente sigue siendo su novia?
Él sabe que tengo razón. Diego comenzaba a irradiar luz sobre la infertilidad de
mis sentimientos y yo quería seguir en tinieblas. Su mirada me muestra que su
orgullo llegó hasta el tope. Asiente. ¡Insistí, por favor, ingeniero! No dejes que
me salga con la mía. Quiero enredarnos y no soltarnos. Mezclarnos, como me dijiste,
inventar olores, días y sensaciones solo nuestros… Por favor, mi donjuán de ojitos
verdes, insistime que te necesito.
Observo cómo está recogiendo sus cosas con movimientos rabiosos, y la tristeza de
que se vaya porque lo empiezo a necesitar vuelve a dejarme el corazón en cero. ¡Yo
no quería esto! ¿Ven por qué no me gusta depender de nadie? Lo sigo por toda la
casa mientras me la va dejando ordenada. Un calorcito empieza a invadirme. Me gusta
su compañía, no quiero que me deje, pero hay una realidad: tiene novia. Y si bien
eso no me ha detenido en el pasado, con él es distinto porque no quiero joderlo.
Prefiero morderme las ganas pero a él lo voy a cuidar.
―¿Por? ―Pregunta con el ceño fruncido y sus ojos más verdes que nunca.
Me doy cuenta que no quiere irse, pero su paciencia tiene límites. Me mata de amor
verlo con Chicha y Limonada, uno en cada brazo, mientras ellos lloriquean y me
tiran el hocico. Le doy un beso a cada uno en sus húmedas narices, y Diego amaga a
acercarse para recibir un saludo también. Sonrío.
―Por todo… Por esto… Por tu tiempo… Nunca nadie me había regalado tiempo, salvo mi
padre, mi hermano, o Richard… Y mucho menos, cariño…
No sé por qué siempre me dan ganas de contarle cosas de mi vida. Acaricio una de
sus manos y me alejo como si su piel quemara. Pero mi donjuán baja a sus cachorros
y me acerca a él entrelazando nuestros dedos.
―Ángeles, vos te merecés el mundo. Pero antes tenés que creértelo, ya te lo dije
mil veces… ―Roza apenas mis labios con su beso. Como si no hubiera querido dármelo
pero no hubiera podido resistirse. ―No sé qué o quién te hizo creer lo contrario,
pero yo te veo merecedora de todos los minutos y los besos del mundo… No importa
que “ahora no podamos” ―remarca con énfasis― según vos, o quieras hacerte la
indiferente, porque no pienso alejarme de tu cuerpo hasta que des un paso en falso
y le creas a tu corazón. Y cuando lo hagas… ¡Ay, angelito mío, cuando lo hagas…!
Me toma de los hombros y, esta vez, me da un beso que me deja idiota. Su lengua
penetró mi boca sin cesar, todo lo que quiso, dejándome su gusto a sexo futuro,
marcando y acelerando mi pulso hasta hacerlo desaparecer de nuevo. Sus labios,
lengua y saliva enviaron señales animales a mi centro que no dejaba de latir, para
luego irse lo más tranquilo, bajando las escaleras con sus cachorros, como si solo
me hubiera saludado con un frío “hasta luego”.
Me toco los labios con las yemas de mis dedos y me doy cuenta que ya lo extraño. Me
asomo en el rellano del palier, y me sorprende que vuelva hacia mí para
arrinconarme contra la pared y terminar lo que pretendió dejar inconcluso hace un
rato. Sus piernas custodiando las mías, su erección contenida contra mi centro de
placer que no cesaba de dilatarse y contraerse desde su beso primero, y sus manos
en mi cintura yendo y viniendo por mis costados, acariciando la parte baja de mis
pechos.
Se va por las escaleras con un trote ligero. Abro la boca para llamarlo, pero los
ladridos de Chicha y Limonada que lo esperaban en el portal tapan mi voz. Entro a
mi departamento y Silvestre abraza mis piernas. Nos sentamos en la oscuridad del
balcón y miro hacia la nada. Hacia la negrura total de la noche. Pensé que no
merecía amar ni que me amaran, pero intentar ser feliz en sus brazos ya no es una
opción que pueda desechar. Ya no quiero soltarme de su mirada ni de sus caricias
que nacieron para salvarme de mi abismo, de mis culpas, de la vacía vida que me
construí y que pensé que merecía… ¿Pero en qué momento decidí escribir sobre mi
corazón con renglones torcidos? Desde que nací, intenté marcar mi camino con el
pulso del amor. No lo logré, encontrando solo angustias y falsos sentimientos que
no solo me convirtieron en una descreída de todo y de todos, sino que también me
llenaron de inseguridad. Por eso no me abro con Diego. Es decir, mi alma y mi piel
sienten sus señales sinceras, su llamado sensual, y entiendo a nivel corporal que
estar juntos es lo correcto. Sin embargo, hoy me siento como un ciervo que está
aprendiendo a caminar en el sendero de una felicidad tardía pero posible.
Soy una especie de “virgen” en cuanto a amor verdadero se refiere. Sea como fuera,
me dejaría fluir… Vida, esperame, porque me quiero vivir y ahora sí pienso usar el
método de prueba y error. Total, ¿qué podría perder?
Me despierto faltando una hora para llegar a San Luis. Preferí venir sin mi auto,
porque cada vez me agoto más y el sueño me sorprende en cualquier lugar. No quiero
arriesgarme a matarme en la ruta. Como Santiago. ¡Cómo te extraño, hermanito! ¿Será
verdad que me estarías cuidando desde arriba? Te veo en pequeñas señales, y hasta
en palabras que me dice Diego que suenan a cosas que vos me dirías.
En estos días, Diego está fuera de Capital, viajando al sur del país, para ver los
planos in situ de una nueva empresa que nos contrató para construir un shopping. Lo
que no sabíamos era que esos terrenos se encontraban sobre tierra indígena. Ahora,
algunos de los obreros que pertenecían a las tribus del lugar, estaban de huelga
porque, no solo que nuestro estudio pretendía tocar una porción de su “suelo
sagrado” sino que la contratista también les debía sueldos atrasados. Tomás estaba
furioso, decía que era mi culpa porque me había ido dejando trabajo sin cumplir,
que tendría que mandarme a mí a solucionarlo y mil cosas más. Y puede ser que en el
último tiempo, debido a mi enfermedad y a la presión a la cual me sometió mi ex
pareja, estuviera distraída, pero en este momento no me importa nada más. Cuando mi
donjuán me llamó para que cuidara de Chicha y Limonada, le expliqué de mi viaje y
por eso se terminaron quedando con Ivana, según Ricardo.
Déjame besar el brillo de tu desnudez, déjame llegar a ese rincón que yo soñé…
Entrégate sin condiciones, tengo mil razones y ya no puedo más de amor…
¡Ahora recuerdo! Esta es la canción que pensé que había soñado y que me dedicó
antes de irse el día que estuvo cuidándome. Sonrío por su forma tan parecida a la
mía de conectar realidad con música. Rememorar la angustia, mis ganas de morirme
por no haberme sabido granjear un amor verdadero, y sabiéndome estafada en el
corazón, recordar su compañía, sentirme contenida y sacudida por su confesión, todo
y más termina transformando ese calor entre mis piernas de hace segundos en humedad
latente, que hace vibrar cada poro de mi ser. Lo necesito. Quiero creerle con tanta
fuerza, que hasta podría tirar por la alcantarilla todos mis prejuicios sobre ambos
y quienes nos rodean. Pero no. En este momento, la prioridad es mi salud. Estoy
regresando a San Luis para pedirle explicaciones a mi madre sobre la familia de mi
padre y eso haré. Es imperativo que conozca todo sobre ellos porque podrían ser los
posibles donantes… ¿Querrían ayudarme?
―No te esperaba.
―Te avisé que vendría a esta hora aproximadamente, mamá. ―Temo entrar porque todo
sigue igual. Las presencias de mi hermano y mi padre me susurran risas y palabras
de otro tiempo.
―Si tuviese que hacer una taza de té por cada vez que prometés venir… Te advierto
que no tengo plata ni…
―Tengo cáncer, mamá. ―No quise dejarla seguir. Vine con un objetivo y pensaba
cumplirlo. Estaba mi vida de por medio.
―¡María de los Ángeles no me causa gracia que busques mi lástima con algo así! ―Se
levanta y me zamarrea. ―¿O vos te olvidas que yo ya perdí a un hijo?
―No es una broma, mamá ―las lágrimas pugnan por salir y me las seco con fiereza.
Siempre detestó que llorásemos. ―Tengo leucemia y necesito encontrar a mis otros
hermanos para preguntarles si podrían donar médula. ―Me interrumpe con un llanto
casi histérico. Busca la foto de mi hermano y le susurra algo. No llego a entender
qué le dice pero tampoco me importa. La preciso de mi lado para que me de datos que
no podría conseguir sola. ―Mi doctora me pidió que hablara con ellos para que se
hagan lo más rápido posible el test de compatibilidad… Antes del trasplante….
Sin prestarme atención, saca del cajón una imagen de mi padre. Se acerca hacia mí,
la quita del marco y la gira.
Leer esos nombres es una inyección de esperanza. Por primera vez, siento que no
estaré sola, y que cualquier reto podré lograrlo gracias a que mi padre y la vida
me regalaron a mis hermanos. Mi corazón late exultante de alegría porque tendré
tres chances más para intentar sanarme. Me encantaría hablar con Diego y contárselo
pero él no sabe nada.
―Gracias, mamá... ―Asiente sin emitir una palabra. ―Más tarde quisiera sentarme con
vos y hablar de muchas cosas. Necesito aligerar mi carga para empezar el
tratamiento con energía renovada. Te necesito... ―Es muy duro para ambas. ―Quiero
pedirte que mañana me acompañes a buscar a mis hermanos y ayudarme a convencerlos
para que se hagan el estudio…
―No podés estar sola en estos momentos… Además, los medicamentos son caros… ―Ahora
entiendo su preocupación: el dinero.
*********************
Mis tres hermanos viven en la capital puntana. Siguieron, con diferentes aristas,
la carrera política de papá y no son mucho más grandes que yo: Vanina, la mayor,
tiene cuarenta y cinco años, Julio, el del medio, tiene cuarenta, y la menor,
Luciana, treinta y ocho. Preguntando por ellos, me sugirieron ir a ver a los dos
mayores a sus oficinas en la Legislatura. Apenas llego, sus secretarias se niegan
rotundamente a siquiera anotarme en sus agendas. Les digo con mi mejor ánimo que
volveré mañana y que por favor les avisen, pero me responden con hostilidad que no
volviera a aparecerme jamás o tendrían que sacarme con la fuerza pública.
Desahuciada y arrastrando mis pies por el peso de la reducción de mis chances para
vivir, me dirijo a la casa de Luciana. Me recibe en la puerta pero no me hace
pasar. Ella también parece haber sido advertida de que hay una “loquita” en San
Luis preguntando sobre la historia de los Durán y sus trapitos sucios. Mi hermana
comienza aclarándome por qué no nos quieren a mi madre y a mí: supuestamente, les
robamos a su padre. Le explico que las cosas no fueron así y que recién ayer me
enteré que ellos existen, que jamás habíamos querido competir ni dividir el cariño
de nuestro padre, que Santiago hubiera querido conocerlos y que necesitaba que se
hicieran el estudio de compatibilidad para mi tratamiento, que por favor los
convenciera. Por un instante, se queda callada. Me mira con sus ojos brillantes de
lágrimas que no deja salir. Se parece tanto a Santi, que estiro mi mano para
acariciarle la mejilla... Fue un minuto mágico, sin palabras, después del cual
Luciana me cierra la puerta en la cara antes de decirme que no puede ni quiere
ayudarme.
Abro el whatsapp y encuentro un mensaje de mis Gitanos y otro de Diego. Leo primero
el de él porque añoro sus abrazos más que nunca. Me cuenta que en el sur todo está
bajo control y que regresa mañana a Buenos Aires. No contesto y me desconecto.
Pasan unos minutos y me suena de nuevo el celular. Como les había dejado mi número
a mis hermanos, lo abro esperando que sea de alguno de ellos, arrepentidos por su
trato y confirmándome que se harían el estudio, pero no. Otra vez Diego: “Te
extraño”. Esas dos palabras mueven mi mundo a pesar de estar a kilómetros de
distancia. ¿Y qué podía contestarle? ¿Que yo también? ¿Que sus besos y sus cuidados
me iluminaban el camino hacia la esperanza de una recuperación que ya no veía tan
clara debido al desprecio de mis medios hermanos? ¿Que me conoció rota, con baja
autoestima, y que me enseñó que cualquier “falla” del pasado se subsana con amor?
Cierro el whatsapp, porque sigo negada emocionalmente a mostrar mi corazón y porque
no quiero enroscarme para terminar sumida en mi oscuro abismo de siempre.
―¡Yo no recé ni pedí nada, padre! ―Respondo con desdén y con rabia mal contenida.
―Solo vine a mirarlo y que me explique en mi cara por qué nunca puedo tener nada…
Por qué siempre tengo que ser la última línea del amor de los demás… Por qué no
puedo ni siquiera tener la chance de vivir…
―Porque las cosas no nos pertenecen, ni siquiera la vida. Todo es de Dios… Sin
embargo, él te dará la explicación que necesitás a través de los hechos. ―Me mira y
sonríe con seguridad, como si intuyera que mis preguntas serían respondidas tarde o
temprano. Y yo quisiera creerle, con tanta fuerza, que lloro con más ímpetu que
nunca. ―Vamos a rezar juntos la oración de Santa Teresa de Jesús, ¿está bien? ―No
digo nada y me limpio la cara. ―Dame tu mano y cerrá tus ojos… ¿Lista? ―Susurro que
sí y comienza:
Nada te turbe,
Nada te espante,
Todo se pasa,
Dios no se muda.
La paciencia
Todo lo alcanza;
Nada le falta:
Es mucho más larga, pero este es el pedacito más popular y más fácil de aprender…
Ahora te bendigo en el nombre de Nuestro Señor para que vayas en paz… ―Hace sobre
mí la señal de la Cruz y se va.
No me siento mejor, pero experimento un alivio por haber charlado y compartido con
alguien mis angustias. Una sensación inexplicable de vislumbrar que, si decidiera
luchar, fuera cual fuera el resultado final, viviría mi vida como yo quiero y sin
lamentarme de haber desperdiciado lo poco que me quedaba…
Continúo con mis ojos cerrados y Diego aparece otra vez en mi mente, en el latir de
mi corazón. Definitivamente, no puedo ni quiero seguir luchando contra este
sentimiento. A mi vuelta, me centraría en conocerlo y en disfrutar su compañía que
tanto me hace sentir. Mi ingeniero de los ojos más verdes, del tacto más suave, de
los besos más urgentes y con la boca más sensual que había conocido me hace sentir
viva, y eso es lo que necesito. Vivirme y vivirnos.
Levanto mis párpados con lentitud, acostumbrándome de a poco a la luz que entra por
los vitrales, para abrazar al sacerdote y agradecerle este instante de paz que
acaba de regalarme. Sin embargo, no está al lado mío. Miro hacia todos lados, me
levanto del banco y tampoco escucho el eco de pisadas. Qué raro… Veo aparecer a un
seminarista, le cuento lo sucedido y le pregunto sobre el sacerdote que estaba
conmigo. Me mira condescendiente, como si adivinara lo que acaba de suceder y me
responde:
―El padre se tuvo que ir rápido porque estaba atrasado para su habitual unción de
los enfermos. ―Asiento y me levanto de mi lugar. ―Espere. Me dejó un regalo para
usted. ―Mete una mano en el bolsillo de su hábito y saca un sobre para mí. Pero… No
entiendo. ¿Cómo sabía el párroco que tenía que darme un “regalo”? ―Seguramente se
estará preguntando por qué el Padre Francisco dejaría algo para usted ―sonríe―,
pero él es así: adivina las necesidades de las almas más necesitadas y siempre anda
con algo para regalar.
―Eso. Que acepte el regalo y que se deje llevar. ―Me hace la señal de la cruz para
bendecirme. ―Sea lo que fuera que le esté pasando, sepa que nuestro sacerdote ya
está intercediendo por su alma y su vida. Vaya en paz y tenga fe. ―Me dispongo a
abrir el sobre pero el seminarista me lo impide. Lo miro desconcertada. ―Hágalo en
su casa o cuando se sienta lo más tranquila posible. Sé por qué se lo digo ―me
sonríe con dulzura y se va.
Como reflejo, también sonrío. Camino sin dejar de tocar el sobre que guardé en mi
bolsillo. Voy a la parada y siento unas ganas irrefrenables de volver a Buenos
Aires, a los brazos de mi Diego. Subo y me despido de esta ciudad que antes me
trajo tristezas pero en el presente me está regalando otras cosas: paz, por el
acercamiento con mi madre y el haber conocido a mis hermanos; ganas de vivir, a
pesar de no tener muchas chances y de seguir recibiendo reveses; alma y corazón
latiendo al unísono, al aceptar mis sentimientos por Diego. Y en mi cabeza, sus
palabras:
¡Yo quiero anclarme a tus piernas, vivir dependiendo de tus besos, alcanzar mis
sueños con vos!
********************
Llego a la casa de mi madre (hace tiempo que ya no la considero como mía) y la veo
cocinando la cena. Corro a abrazarla porque necesito su cariño, sus consejos, una
caricia de sus manos. Como antes.
―¡Soltame, Angie! Vas a hacer que nos quememos. ―Se limpia las manos en el
delantal, luego de poner la carne en el horno, y me mira con una mezcla de temor y
desdén. ―¿Y? ¿Ya te aceptaron oficialmente los Durán o ni media moribunda te
quieren?
Tiene razón. Ni dándoles lástima puedo retener a los que quise o a quienes deberían
quererme y ayudarme. Pero no quiero pelear con mi vieja. Hoy tuve muchos mareos y
náuseas, y ya desperdicié bastante energía espiritual en este viaje. Suspiro, entre
decepcionada por todo lo ocurrido, y agotada de ser siempre la que pone la otra
mejilla.
―No, mamá. ―Chasquea la lengua y murmura algo que no comprendo. ―De todas formas,
no me voy a dar por vencida. Necesito que, cuando yo me vaya de Potrero, los vayas
a ver todos los días hasta ganarles por cansancio y explicarles que…
―¡Ni loca! ¡No lo hice cuando estábamos vivos todos, no lo haré ahora!
―¡Mamá, seguimos vivas! ―Me siento en la silla y me tapo la cara. ―Que se hayan
muerto papá y Santiago no te da derecho a borrarme del mapa a mí también… ¡¿No
entendés que no puedo más?!
El auto llega puntual y me acerca a la Terminal. En una hora parto a Capital. Luego
de veinte minutos de estar sentada mirando a la nada y pensando en muchas cosas que
quisiera cambiar de mi vida, escucho a lo lejos mi nombre. Miro hacia todos lados,
y veo que mi mamá está corriendo hacia la plataforma desde donde saldrá el ómnibus.
―¡Gracias a Dios que no te fuiste! ―Me abraza con fuerza y saca algo de su
bolsillo. ―Tomá…
Me alcanza una medallita que mi padre me había traído de Italia y que yo usaba
cuando era chiquita. Cierto día, no la encontré más y la fui olvidando con el
tiempo. Ahora la necesitaba más que nunca.
―No digas eso… Ya tenés donante… Seguro que alguno de tus hermanos…
―No. ―Hago una mueca burlona. ―No aceptó ninguno, ¿sabés? Y no creo que justo vos
los vayas a hacer cambiar de idea…
―No importa, tené fé… Si es necesario, iré a verlos todos los días como me pediste…
Me da el abrazo que tanto necesitaba. Nos apretamos y nos mantenemos unidas hasta
que llega el micro. Antes de irse, mi mamá me dijo que me ayudaría y me sugirió que
me mudara a la cabaña con ella, que siempre sería bienvenida. Mientras, se iría
haciendo los estudios de compatibilidad por si no conseguíamos donante. Sonreí y
agradecí este soplo de amor que había derretido el corazón de mi mamá y que la
había arrojado a buscarme. Al menos, esta puta enfermedad tendría algo bueno: me
uniría con mi madre y me llevaría otro tipo de esperanza…
Amén.
La releo una y mil veces, regalándome una sonrisa en los labios, en mi corazón, en
mi alma. A partir de este momento, sé que tendría a alguien poderoso jugando para
mí.
Dicen que todo inicio nace de un final. Se acabó el poner “piloto automático”, para
comenzar a luchar y disfrutar de toda sorpresa, buscando lo que me encendiera. Me
duermo con ese pensamiento mientras voy camino a Buenos Aires. Entrando en mi
departamento, en la madrugada del lunes, encuentro en mi celular un mensaje de
Luciana:
“Lo pensé mucho y no quiero seguir atada a un resentimiento que nos cagó la vida
por acciones de otros. Sos mi hermana y yo sí quiero ser tu donante. Me haré los
estudios de compatibilidad y te iré contando. De a poco, te prometo que vamos a
salir de ésta… Un beso.”
Pero al hombre hermoso que me sostiene con su cariño a distancia, no puedo decirle
nada aún. No quiero a mi alrededor más lástima de la que inspiro. ¡Y menos con él!
Necesito seguir viendo el futuro en sus ojos y sentir mariposas a través de sus
besos. Quiero que me siga sorprendiendo con sus mensajes y ansiándome a cada
instante. Preciso de sus manos, que siempre aparecen intuitivamente cuando peor
estoy. Amo sus whatsapps llenos de canciones y esa frase que me hace desearlo como
a nadie jamás: "Esperame... Acá estoy”, tocando timbre a los pocos segundos. Y
cuando estaba de viaje y no podía estar a mi lado, seguía firmando sus mensajes de
la misma forma, porque era su manera de estar conmigo. Sus gestos dulces y atentos
fueron calando en mí hasta convertirlos en propios. A veces, una no necesita
grandes cosas, solo ser mirada como quiere que la reconozcan. Diego se tomó el
tiempo de conocerme, para gustarme y extrañarlo. Por eso necesito que siga
mirándome con esos ojos felinos y hambrientos, con esa fuerza posesiva que lo llevó
a dedicarme un “te extraño” sin importarle si estaba o no con alguien. Para seguir
respirando vida fuera de toda esta mierda que me rodea.
¿Cuántas veces dejamos que nuestros prejuicios determinen las acciones que nos
alejan de nuestro destino? De nuestro camino hacia el otro… ¿Y si hablarnos con
amor y escuchar a quienes nos conocen mejor fuera la forma?
Ángeles y su ingeniero estaban por tomar la decisión que cambiaría sus vidas.
Sábado. Once de la mañana. Ya pasó una semana de mi estadía en San Luis. Ayer, mis
Gitanos me dijeron que querían juntarse, pero yo no estaba preparada aún. Mi
organismo aún no se adaptaba a la medicación y tenía miedo de algún vómito o mareo
en el momento menos indicado. Me excusé esgrimiendo que el cambio de clima de las
sierras me había afectado. A pesar de llamarme de todo, mis amigos propusieron
dejarlo sin falta para el próximo sábado, y fin de la discusión. Lo único que me
hizo ruido fue que Diego no respondiera. Es decir, lo vi en la pantalla mientras
aparecía la leyenda “Diego escribiendo…” pero luego nada.
―¿No sabés entender las directas, ingeniero? ¡No quiero ver a nadie!
―Yo no soy nadie… Abrime. ―Su voz rasposa dándome la orden y su sonrisa sensual, de
lado, me hacen dar cuenta de cuanto lo extrañé. Quito despacio la traba y le doy
paso. ―Empecemos de nuevo ―se acerca y me da un beso en los labios. ―Hola Angie,
¿cómo estás? Yo también te extrañé y, sí, me encantaría ir al cine con vos.
―¿Eh? ¿Al cine? ¿No ves que estoy perfectamente instalada con Silvestre y no pienso
moverme de mi sillón?
―Listo, te vas a poner esto ―responde sin escucharme. ―Pero… Ángeles, ¿no tenés
algo que no sea sexy o ajustado? ―Me causan ternura sus celos. Morfable al mil por
ciento. ―Tendré que fumarme a todos los boludos que te mirarán sin parar… ―Cambia
su cara de “enojado” para sonreírme, llenando de arrugas y hoyuelos su bella cara.
―Hoy vamos a hacer cosas que nunca hayamos hecho juntos. Como no compartimos mucho,
tenemos un amplio abanico de posibilidades. Una vez cada uno. ―Lo miro durante
segundos. Su cuerpo emana una energía hermosa. La de la vida. La del deseo. La que
necesito. ―¿Empezás vos o empiezo yo? ¿Te va una película en el cine? ―Asiento.
―Perfecto. ―Sonrío y sigo sin decir nada. Arqueo una ceja y Diego amplía su sonrisa
con picardía. ―Pensé que podrías estar distraída y comenzar a cambiarte sin
importarte mi presencia…
―Pero eso ya lo hicimos ―mi donjuán se pone serio y se acerca―, y vos propusiste
algo que no hubiéramos compartido aún… ―Descorre la bata de mi hombro derecho y
recorre con su pulgar la distancia entre el cuello y mis pechos. Trago saliva, abro
un poco mi boca y sonríe imperceptiblemente manteniendo sus labios apretados.
―Diego… ―Antes de poner mi bata en su lugar y salir de mi pieza, deposita un beso
húmedo en mi clavícula. Suspiro y Silvestre ronronea. ―Sí, yo también podría emitir
ese sonido si pudiera ―le digo a mi amigo gatuno. ―Uufff, mejor me cambio, gato
traidor, porque si espero a que vos lo ataques y me defiendas, ya estaría debajo de
sus piernas dejándome llevar…
Toma mi cara con ambas manos, acariciando mi cuello con sus pulgares,
transmitiéndome con ese roce que su promesa es real. Se inclina sobre mí para
chuparme con suavidad mi labio inferior, pero me asusto cuando comenzamos a
profundizar el beso y lo corto.
―Esperame que voy al baño y salimos… ―Tuve que encerrarme para poder tragar el nudo
de mi garganta y evitar las lágrimas. La ilusión por lo que podríamos llegar a ser
barre con cualquier presagio de tristeza y salgo dos minutos después. ―Ya sé cuál
quiero ver: “Yo antes de ti” ―la elijo a propósito, y lejos de oponerse, asiente,
me toma de la mano y me besa en la mejilla.
Comenzaba a soñarnos.
****************
Ir al cine acompañada de alguien que me gusta era algo inédito. Siempre iba a ver
las películas sola o con mi hermano. A Tomás ni lo cuento porque prefería no
mostrarnos mucho. Y lo de la última vez, ya todos conocemos lo que pasó. Compró las
entradas y Diego pidió el balde más grande de pochoclo. Me susurró que esta era su
idea de la cita perfecta: “Tus gambas, mis manos en vos y pochoclos”. Y no me
importó estallar a carcajadas delante de la vendedora. Me había olvidado de cómo
era reír espontáneamente por nada, agotada de esconderme.
Sí, mi cita ideal: él, su boca prometiéndome el mundo y sus ojos color ilusión
diciéndome, todo el tiempo y sin palabras, que yo soy especial. Ya en la sala, nos
comportamos como si hubiéramos venido mil veces juntos a ver una película.
Chocábamos los dedos peleándonos por los pochoclos; sonreíamos sin mirarnos frente
a situaciones de los protagonistas que nos daban ternura; mi donjuán intentaba
abrazarme y yo me acercaba; y, cuando adivinaba que estaba llorando, me daba otro
de sus pañuelos de tela.
―Ángeles, volvé de donde sea que te hayas ido porque quiero que se te grabe algo:
no sé qué cosas me estás escondiendo, pero si te pasara algo, de ahora en adelante,
se acabó el enfrentar todo sola. ―Empiezo a llorar en silencio, hasta que mi cuerpo
se libera y me apoyo en su pecho para abrazarnos. Acaricia mi pelo con una mano y
con la otra recorre lento mi columna vertebral, de arriba hacia abajo, llegando
hasta el nacimiento de mi cola y volviendo a subir. —¿Sabés? Dicen que algunos
lobos cazan solos, pero en tu caso ya es hora que comiences a hacerlo en compañía.
—Su gesto es de ternura, de contención, de deseo asexuado. —Conmigo. —De amor.
―¡Ay, beba, no puedo verte así sin preguntarte qué es lo que tanto callás! —Saco su
pañuelo, me seco las lágrimas y me sueno, mientras Diego alza mi cara para darme un
beso en la frente. ¿Por qué no puede ser tan odioso como los demás? ¿Por qué me
tengo que enamorar justo ahora que no puedo? —Quizás no sea el momento —mi hombre
hermoso sigue hablando, ajeno a esta batalla perdida—, pero prometeme que me vas a
contar qué te pasa. Sea lo que sea, y de la forma en que quieras que esté al lado
tuyo, como amante o como amigo, te voy a acompañar hasta el fin del mundo, al
tratamiento que necesites… —Traga saliva, dudando de lanzarse al vacío como está
por hacer. —Y te haré el amor segundo a segundo y de mil formas diferentes con tal
de que me lleves impreso en las venas y no hubiera lugar en vos para nadie más que
para ambos…
Es verdad que para él debe ser cómodo prometer algo así, sin conocer mi verdad, y
abriendo más dudas en mi corazón sobre si decirle o no de mi enfermedad. Pero
sentir que otra persona, que te conoce hace cinco minutos, te lee mejor que vos es…
Inesperado. Su lengua recorre mi boca, la asalta sin permiso, su erección se clava
en mi ombligo, sus brazos me aprisionan contra la pared de la puerta del cine. Nos
separamos algunos centímetros para respirar al unísono. Mis venas bullen y sé que
ya no puedo soslayar esto que sentimos. No puedo (ni quiero) separarme de Diego.
Sí. Definitivamente, comienzo a sentir… Nada más y nada menos, aunque eso seguía
sin bastar.
―Diego, yo… No puedo… De verdad, estoy haciendo todo lo posible, pero… —Suspiramos.
—Llevame.
No discute, ya me conoce y sabe que será peor. Me da ternura que vaya con el balde
de pochoclos vacío en una mano (“para que lo tengas de recuerdo, de nuestra primera
cita en el cine”, me dijo), mientras los dedos de la otra rozaban mi mano
tímidamente, y en el vaivén, también tocaban mi antebrazo. Me provoca cosquillas.
En todas partes. Empiezo a humedecerme, a sentirme “normal” a pesar de mis
falencias físicas, a experimentar lo que sería “ser la chica de alguien”…
En su auto no nos dirigimos la palabra porque sabía que una sola palabra suya
derrumbaría todas mis estúpidas ideas sobre no estar juntos. Igual, no podía evitar
mirarlo distraídamente mientras manejaba. Tenía esa expresión serena que me ponía
nerviosa. Manejaba acariciando el volante, sonriendo al tránsito, suspirando. ¡Lo
prefería enojado y no superado! De repente, toma mi rodilla con fuerza, y otra vez
sus dedos caminando por más territorio del permitido… Contengo la respiración,
porque de verdad quisiera negarme, pero, en lugar de mirarlo, quedo hipnotizada por
su contacto.
―Tranquila, angelito… Sea lo que sea, te voy a esperar. ―Tomo su mano y entrelazo
nuestros dedos para llevarme los suyos a mi boca. Beso una a una sus yemas en forma
húmeda, y las bocinas de los demás nos avisan que el semáforo se puso en verde.
―Ángeles, por favor… Soy de carne y hueso…
―¿Entendés que no me bajo del auto por vos, no? —Se toma el puente de la nariz con
dos dedos y veo que su lucha está a la par de la mía. —Es que si lo hago, entro y
te hago el amor sin contemplaciones... ―Suspiro y él aprovecha la abertura de mi
boca para darme un beso. ―Entendé que no pienso callarme más lo que siento. No
puedo. No lo merecemos. Dame la oportunidad… Tenés que dejar de escuchar esa voz, o
lo que sea que desde dentro te está diciendo que no, y empezar a escucharme a mí. A
besarme. A… ¡Todo! ―Otra vez ese scanner que disecciona mi mente y esboza las
palabras justas que tocan mi alma. ―Ángeles… ―Gruñe. ―Angie, Angie, Angie… Pasaría
horas besándote, diciendo tu nombre, tocándonos… Me calentás tanto… ―Pasa su mano
detrás de mi cuello para apretarme contra su cuerpo y esta vez me besa con deseo
irrefrenable. Sin querer, sus manos se enredan con mi cadenita y la mira con
curiosidad, al principio, y celos, después. ―¿Quién te la regaló?
―Mi mamá. ―Sonreímos al mismo tiempo. Él de alivio, y yo porque le daría todas las
explicaciones que fueran necesarias con tal de que confiara en mí. ―En realidad, mi
papá era creyente y “me trajo” mi nombre desde Asís, junto con esta medallita.
Contarle un aspecto importante y doloroso de mi vida que ni siquiera conoce Tomás,
diluye un poco la magia de recién. Mejor dicho, el deseo animal que casi nos lleva
a hacerlo en el auto. Es reconfortante descubrir que puedo humedecerme con
normalidad, aunque la medicación me daba ardores. Entreabro la puerta, pero sus
dedos vuelven a reptar por el interior de mis piernas. Cierro mis ojos porque no
volveré a negarme.
―Sí, tenés razón… Por favor, bajá antes que te secuestre… ―Sonrío tímidamente, le
doy un beso en su mejilla y bajo corriendo por miedo (y con ilusión) a que cumpla
su promesa. ―¡Ángeles! ―Me grita por la ventanilla del acompañante.― Creéme: vos y
yo vamos a hacer muchos bebés… ―Otra vez su sonrisa con hoyuelos, sus ojos más
verdes que nunca y su mechón lleno de rulos sobre su frente. Espera que entre y se
va.
Me lavo los dientes, vuelvo a mi piyama, y a la media hora, mientras estoy leyendo,
suena la alarma del Spotify. Me encanta este juego que inventamos para decirnos
cosas a través de la música. Es como abrir un regalo sorpresa cada vez. Y mi
ingeniero de los ojos esmeralda, mi donjuán particular, mi romántico y dulce Diego,
cómo no, había agregado Angie de los Rolling, antes de mandarme este mensaje:
*************************
Pensé que me invitaría a pasar. ¡Pero no! Está tan encerrada en culparse no sé de
qué mierdas, que se aísla pensando que merece autocastigarse. Cuando le hablé de
cuidarla de lo que sea y acompañarla a dónde necesitara, noté que ese disparo a
ciegas le había dado. Me miró fijo como buscando dónde estaría la trampa en mis
palabras. Hasta me ilusioné con que por fin hoy me contara qué más la está
torturando…
Le gusto. Lo noto en esos ojazos que, a veces, se vuelven del color del caramelo
cuando la provoco y el deseo la posee. Sé que en ese terreno, el de prometerle el
mundo y que empiece a creerme, vengo pisando firme. Es tan nuevo esto de sentir
que, por fin, me estoy enamorando, que no existe nada más en mi mente durante el
día. Disfrutar sentir con cada poro, en cada roce, y no solo con el pito… Ángeles
me enseñó que para querer, antes hay que conocerse, compartir. Me divertí mucho con
ella hoy y me deja tranquilo que se haya permitido mirar una película, llorar,
distenderse. Sé que gané mil puntos yéndola a buscar, sorprendiéndola sin llevarle
el apunte a su mezquina soledad.
Es tan hermosa. Si ustedes pudieran verla sonreír e iluminarse por las pequeñas
cosas de la forma en que yo lo hago… Sobre todo, en esos momentos que se distiende
y aparece la chica de treinta años que conocí el año pasado. ¿Qué le habría pasado?
Porque sé que lo de Tomás lo está superando… ¿Entonces? Tengo que lograr que se
abra, que me explique por qué es tan dura consigo misma y se castiga por algo en lo
cual ella debe estar siendo la víctima, y seguramente no puede verlo. Es decir,
todos sabemos que mi angelito estuvo en el medio de una relación que quizás la
marque algunos meses. ¿Pero quién de nosotros no se equivocó por amor? Porque,
aunque me doliera reconocerlo, sé que ella estuvo muy enamorada de Tomás y que yo
aparecí como salvavidas en el momento justo, para demostrarle que merecía algo más.
Eso, y gracias a las cagadas de ese pelotudo, hoy puedo estar a su lado y no pienso
desaprovecharlo.
Tendré que hablar con Ivana. Explicarle que lo nuestro nunca existió porque ahora
sí sé lo que es tener verdaderas ganas de alguien. ¡No, soy un animal, no puedo
decirle eso! Podría demostrarle mi indiferencia de a poco, preparándola, no
quisiera ser brusco con ella. No se lo merece. Todos y ninguno fuimos culpables del
huracán de aquella tarde. El mismo que desató el jugar sexualmente con fuego sin
prever consecuencias. Además, iría despacio no solo por consideración a nuestros
años de relación, sino también porque temo a su reacción. La conozco demasiado como
para pensar que querría armar un escándalo que pudiera echar para atrás los
diminutos pasos que estaba logrando con mi amor. Esto que nos explotó en la cara a
los cuatro, se veía venir tarde o temprano. Sin embargo, y ya que las cosas se
dieron precipitadamente, podríamos intentar hacer una transición lo mejor posible,
¿no? ¡Maldición, ya no sé más nada! Por más que le doy vueltas, la solución siempre
es la misma: estar con Ángeles sin perder un segundo más de vida.
Sabiendo que hay personas que pasan toda su existencia sin conocer jamás el amor,
¿cómo desperdiciar esta oportunidad con mi angelito?
*********************
Siento esa sensación de fuego en mi pecho y me pregunto cuánto más aguantaré las
lágrimas. Ya había conseguido que el carcelero me deslizara la llave entre el
pedazo de torta que pedí ayer a cambio de esas asquerosas caricias que le permití
robarme… Mejor no recordar, luego le daría su parte del trato. Me tiemblan los
dedos pero consigo encajarla en la cerradura. “Falta poco para irnos”, no dejaba de
repetirnos a Silvestre y a mí. Harta de transitar ese camino sinuoso que era
nuestra vida juntos, subí las escaleras del sótano y fui hasta el lavadero. Era la
puerta hacia la libertad… Dejo una nota, miro mi ropa raída y el bolso improvisado
y le consulto a mi amigo gatuno con la mirada: “¿Nos vamos?” Silvestre me mira, se
frota contra mi pierna dándome valor y abrimos la puerta sin saber que frente a
nosotras estaría él…
En la última sesión con mi terapeuta hablé tanto de Tomás y de Diego (se sonrío de
mis adjetivos para nombrar al dulce hombre que me desvela, pero es que me salen
solos) que era lógico soñar con ellos. Me explicó que estaba contento de verme y
escucharme renovada y que, más que “adjetivos”, terminaban siendo cualidades con
las cuales, inconscientemente, demostraba mi interés y mi apertura hacia algo
nuevo. Sin embargo, eso es lo que más miedo me da: abrirme y sentir sin barreras…
Me sorprendió que le diera “el alta” a mi histerismo. Fruncí mi ceño al escucharlo,
ofendida y curiosa.
En ese momento me quedé callada y le dije que en realidad lo que me estaba costando
era pensar continuamente en todo lo que me había equivocado. En que me duele volver
a corroborar que amar, en mi caso, es una pérdida de tiempo. Que no estoy hecha
para recibir ni dar amor… Lucas me respondió ante eso que todos somos seres de
amor, que aunque no encontremos el clic que nos activa frente a determinada
circunstancia, está inserto en nosotros. La clave está en centrarse en vivir.
Tenés miedo de dejarlo ir porque después, supuestamente, vas a estar sola. Pero,
¿realmente será así, Ángeles? Y si así fuera, ¿no te parece que tendrías que
replantearte qué relaciones fuiste creando? Creo firmemente que cada persona que
encontramos nos sirve para algo y nos muestra un aspecto de quienes somos. Pero
esto es lo que tendrás que intentar explorar cotidianamente: aprender a soltar y a
confiar más en vos, y en que, el que llegue a tu vida, sea quien sea, te va tener
que amar con tus virtudes y a pesar de tus defectos. Mostrar tu corazón y tus
miserias te hará completa. De otra forma, solo estarás ofreciendo una parte y
recibiendo también fragmentos del otro… Si despejaras todo ese espacio que ocupás
en tu mente por obsesionarte con el supuesto amor perdido, tendrías una puerta y….
¿Sabés qué haría el amor al verla? Entrar. —Lo miré porque Diego estaba queriendo
darme todo, colarse por algún resquicio, inventando de todo, y yo seguía
resistiendo. —Entraría y te llenaría con la luz más hermosa que jamás hayas podido
conocer: con la luz de saberte plena en tu completud y con el otro…Así que dejá de
estar usándolo a Tomás como excusa para bloquear esa puerta…
¿Sería así? ¿Tomás estaba siendo mi excusa o lo es mi comodidad por no tener que
expresar mis sentimientos frente a alguien que lo quiere todo? Nos viven exigiendo
que “vivamos cosas”, pero nadie se detiene en ninguna a disfrutar a largo plazo
porque eso implica compromiso. La inmediatez apura al sentir. Y a pesar de tener un
alma experimentada en historias, es cierto que jamás me había enamorado de verdad.
Con la llegada de Diego me di cuenta que lo de Tom fue un espejismo. El verdadero
amor te cuida, se preocupa, te hace brillar en la fusión completa de ambos
corazones. Te sostiene. Te engrandece.
Sí, puede ser que sea un alma vieja y descreída, pero estoy tan dispuesta a
arriesgar todo para ver si lo que me promete mi donjuán del amor es cierto, que me
ilusiono y hasta siento que puedo ganar esta pulseada si lo tengo al lado. Ya no
quiero seguir viviendo historias vacías. El sentir “apurados” en estos tiempos de
“desuso” de sentimientos, confunde y cualquiera es el amor de tu vida. Sin embargo,
los golpes del destino te hacen aprender y, nos conformamos con el amor que creemos
que nos merecemos, aunque a veces tengamos la visión tan sesgada… Y yo hoy quiero
merecerme todo.
Necesito ese aroma que solo él sabe desprender y enviarle a mis terminaciones
cuando estamos cerca. Su olor, el nuestro, es único y es el que, sin saberlo,
estuve esperando. Quiero que mi dulce donjuán sea ese AMOR que, a pesar de haber
llegado “tarde” a mi vida y no ser el primero, me haga olvidar a los placebos que
me rodearon mientras nos esperábamos…
Como mi doctora me pidió que fuera acumulando la poca energía que me dejaban los
rayos porque la necesitaría, eso me hizo pensar, por primera vez, en qué sucedería
si Diego y yo estuviéramos juntos… Yo esperaba, y lo hacía esperar a él,
preguntándole sobre cómo estaba con su novia para desalentar y distraer. Y Diego
siempre me repetía lo mismo, arrinconándome contra las cuerdas y con miles de
besos: solo le importaba que la mujer que él había elegido para ocupar su corazón
se diera cuenta cuanto antes de lo que valía y de lo que la necesitaba. Por mi
parte, bajaba mi mirada, me sonrojaba y le seguía la corriente. Y aunque me diera
bronca, entiendo que, a pesar de los celos que me daba que no me contara de su vida
privada, mi ingeniero me estaba cuidando y avanzando casilleros de a poco, como yo
le había pedido. En cada uno de sus gestos no cesaba de demostrarme y suplicarme
que, aunque me costara, tenía que empezar a confiar…
Sí, le temo al amor. No sé cómo procesar esta necesidad de amar sin medida, sin
protección, entregándome toda cuando Diego bulle en mi sangre por las cosas que me
dice o cuando le creo sobre lo que ve en mí. Amar es comenzar a plantearme darle la
llave de mi abismo para que entre del todo y siga llenándome con su luz. Pero,
sobre todo, darme cuenta que estoy enamorada de este hombre tan diferente a mí y a
los que conocí en mi vida, me provoca esa sensación de angustia continua de que se
aleje, cansado de mí, de mi egoísmo y de mi miedo a vivirnos. Sinceramente, ¿por
qué Diego estaría con alguien como yo? ¿Por qué querría "gastar" su tiempo dándome
su corazón? “Por la misma razón que vos querés dárselo: porque uno no elige a quien
amar”, me respondo. Sí, amar es un riesgo, una apuesta. Amar duele. Da un miedo
inmenso. Pero también cura y es inevitable.
“Angie, no todos son como Tomás”, me repetía, y así marchábamos sobre este camino
de enamoramiento que estábamos transitando con Diego: él, demostrando mucho, yo,
escondiendo mi corazón; él, educándome emocionalmente, yo, aprendiendo a sentir;
él, demostrándome lo felices que podríamos ser, yo, empezando a creerle… Porque
vivir, todo el tiempo, intentando protegerme de no sentir es agotador y ya dejó de
tener sentido para mí.
Sus celos son otro tema. Respecto al día a día en la oficina, notaba su creciente
incomodidad frente a ciertas situaciones: no se bancaba comentarios de mis
compañeros sobre mis privilegios de primera dama de la empresa; se le oscurecían de
rabia sus ojos cuando insinuaban que siempre sería la zorra trepadora por haber
salido con el jefe, o cómo le molestaba que yo no reaccionara frente a las risitas
irónicas de mi ex amante cuando avalaba ciertos maltratos de compañeros. Por mi
parte, resolvía tomando mis cosas y yéndome, sin importarme que se enojara quien se
enojara, porque de todas formas hablarían e inventarían igual y prefería no
discutir. Pero por parte de Diego, cada vez que eso pasaba, aprovechaba para verme.
Tocaba timbre, subía con la excusa de “justo pasaba por aquí” para el paseo diario
de Chicha y Limonada o de traer algún “encargo” de Richard (el mejor cómplice de
nuestro amor). Yo le abría con una sonrisa, Diego entraba, me daba un beso cerca de
mis labios, y se quedaba a “charlar”. Por no decir que se sentaba muy cerca mío, me
contaba su día mientras me acariciaba el pelo, se movía por mi casa como si fuera
suya preparando una merienda, tarareando las canciones de nuestra lista y tomando
mis dedos para besarlos, para siempre terminar en la misma pregunta formulada de
una u otra manera: ¿cuándo estaríamos juntos para poder mostrarnos frente a todos y
hacerles entender que nos queremos?
“Ángeles, quiero dejar de soñarte para poder mirarte… Para poder mirarnos… Dame la
oportunidad, beba…”
****************
Hoy, en el Faena, aprovecharía para dejar en claro algunas cosas. Diego y sus celos
se habían salido de su cauce. Las últimas dos tardes que vino no lo hice pasar y lo
atendí desde el portero. A propósito, para que aprendiera a confiar en mí, en mi
palabra. En que si decidimos estar en este proceso de conocimiento mutuo, era
porque quería sentir de verdad y no jugar con la vida de ambos. Al contrario, para
mí esto era una apuesta muy arriesgada. Cada noche me acostaba pensando en él,
escuchando nuestra música y empezaba a acostumbrarme a la idea de empezar algo con
mi dulce, sexy y atento donjuán. Necesitaba dejar de soñar en cómo sería sentirlo
en mí, romper barreras mentales y lanzarme por ambos.
A los dos nos pasaba lo mismo, y eso me tranquilizaba, solo que Diego seguía
negándolo. Y no me refiero al deseo latente y urgente que nos circunda, estemos o
no uno frente a la otra, sino a algo más grande: confianza. Palabra compleja, que a
muchos podría sonarle simple, y que abarca cada suspiro de nuestra existencia.
Mirando (nos) hacia atrás, en ese momento pensaba que no era merecedora de ese amor
arrebatado, empecinado, persistente, que me proponía mi hombre hermoso. Pero él,
tampoco sabía cómo gestionar sus celos con la confianza ciega que yo le pedía que
debía tenerme, y eso seguía alimentando mis trabas mentales y emocionales.
Somos como imanes, en esa perfecta inevitabilidad de su unión. Porque, desde que
nos encontramos, jamás tuvimos otra alternativa que estar juntos, para no terminar
como seres vacíos, muertos de amor y de dolor al alejarnos, sin sentirnos, sin
olernos. Yo podría procesarlo con tiempo, con toda la información de mi enfermedad
pesando sobre mis decisiones, pero, ¿y Diego? Él seguía sin entender por qué no. Sé
que el tiempo me dará la razón. Él merece una mujer entera y nadie me saca esa idea
de la cabeza. Sin embargo, estaba a punto de ser una completa egoísta para
permitirle a mi donjuán de los ojos hermosos que borrara con su lengua lo que yo
mentía con mis palabras.
Le pido a Silvestre que cuide el hogar antes de darme una última mirada en el
espejo. Con el maquillaje y este vestido no se notaba tanto mi pérdida de peso. Y
si bien Ricardo hacía preguntas por mis ojeras o mis ausencias en la oficina, no
estaba viniendo a casa hacía semanas porque estaba conociéndose con su propio
“empotrador serial”. Mora estaba en la búsqueda de ser madre, así que tampoco
reparaba en mí. Me dolía muchísimo mentirles a mis hermanos del alma, pero los veía
tan felices que no quería arruinarles el momento con mis mierdas. Y Rocío… Bueno,
ella seguía alejada de mí, celosa, y solo nos veíamos en las salidas con los
Gitanos. Respecto a mi donjuán particular, era el más difícil de cumplir porque
siempre estaba presente de una u otra forma. A pesar de eso, me creyó cuando le
dije que había arreglado con Tomás para faltar, vengándome así de su maltrato, y
que estaba intentando retomar mis estudios a través de unos cursos. Por ahora,
venía funcionando bien y respetaban bastante mis ausencias. Solo tendría que
aguantar este teatro un poco más, total, en breve me iría.
Llega el remisse que pedí hace un rato (no quise ir manejando porque continuaba con
baja presión y cosquilleo en las manos) y me dirijo a El Cabaret del Faena. Durante
meses buscando lugares, organizando esta fiesta, eligiendo EL vestido perfecto para
hacerle compañía, creyendo que vendría con Tomás ya separado y formalizaríamos lo
nuestro frente a todos, anunciando nuevos proyectos… ¿Y ahora? Todo derrumbado. El
espejismo de una relación que creí sólida y amorosa. Mi enfermedad. El amor que
nunca podrá ser. Demasiadas cosas rotas… ¡Basta! Necesito frenar esta espiral
negativa y dedicarme a intentar vivir el momento. Hoy será una gran noche, aunque
no vaya a pasar nada de lo que planifiqué. O sí. Quizás, el que descubrí como el
verdadero amor de mi vida destierre sus prejuicios, me baje de ese pedestal en el
que él me colocó, y me ayude a aceptar y a creer que sí merezco este beso en la
boca que la vida me quiere regalar: su corazón.
Al llegar, una mujer con smoking y pollera negra cortísima me indica el pasillo
para dirigirme al salón lleno de terciopelo rojo y adornos dorados. Cuando conocí
El cabaret me llamó la atención su intimismo y la atmósfera sensual que se
desprendía de los detalles. El lugar estaba ambientado en los clubes de tango del
Buenos Aires de 1920 y un cierto aire de burlesque en su decoración. Fue amor a
primera vista, y a Tomás no le importó ni lo que le conté ni el costo. A él siempre
le gustó aparentar con sus socios y clientes por lo cual no opuso resistencia.
Además, el escenario permitiría que la banda en vivo que contraté se escuchara con
una buena acústica. En la entrada, otra chica muy joven me recibe con mirada
hastiada (vaya a saber una de qué), le entrego la invitación y mientras ella revisa
la lista, chequeo que ninguna esté vestida como yo.
―¿Y su pareja? Porque luego no podré andar buscándola en el interior para que entre
con su tarjeta. Hágame el favor de quedarse por aquí… ―Me indica con renovado
aburrimiento la encargada de la puerta.
―Quedó en casa. ―La corto. Me mira fijo esperando que continúe. ―Le preparé la caja
con la arena y le deje su alimento listo. Llamalo si necesitás que te confirme
nuestro compromiso ―aludiendo a Silvestre.
Mira para todos lados, desencajada por mi ironía, y luego hacia adentro, donde está
Tomás y él le hace señas para que me deje pasar. Ni la miro y sigo. Entiendo que la
tarjeta decía “con pareja”, pero si me ves llegar sola, nena, ¡no jodas! Tendré que
calmar mi genio para sobrevivir la noche completa. La pregunta es con quién habrá
venido Diego.
En segundos, aparecen Mora, que me regala otro abrazo, y Rocío que me saluda
fríamente. Se coloca al lado de mi donjuán y le da un beso detrás de la oreja.
―Y yo que pensé que me iba a aburrir… ―Abre la velada Tomás, irónico, mirándonos
desde esa especie de escenario donde estaba la banda que ambientaría la reunión.
―Quiero agradecerles a todos por estar celebrando una nueva edición de nuestra
fiesta de fin de año y espero que disfruten como siempre. Como muchos sabrán, hay
cosas que llegaron a su fin ―me mira―, y otras que comienzan. Mi esposa les envía
saludos ―escucho un “hijo de puta” de Ricky e, inmediatamente, siento que Diego me
toma de la cintura sin saber en qué momento logró colocarse detrás de mí―. Ella
quiso quedarse en casa porque conoce que el deber de toda mujer de empresario
exitoso es cuidar lo que es suyo…
―Ángeles, ¿estás bien? ―Pregunta Rocío, frente a todos, mientras Tomás sigue
hablando. La miramos como si no entendiéramos la interrupción. Y en mi caso,
temiendo el porqué de sus ojos rencorosos en su fingida cara de inocente. Conozco
cómo puede ser ella cuando… ―Es que te vi salir del Durand[11] el jueves pasado, y
pensé que quizás fuiste por algún tratamiento por tu extremada delgadez, o por algo
de fertilidad… Digo, ahora que Tomás va a ser nuevamente padre, debés estar
pensando en cumplir como sea, y con quien sea, el propósito de ser madre… ―Esta es
una batalla entre nosotras. Sé que anduvo diciéndole a Richard y a Mora que yo le
robé a Diego, y debe creer que esa especulación errónea le dará alas para todo.
Tengo bronca, pero más tengo cansancio. Agotada de tanto justificarme. Que hagan y
digan lo que quieran. Lo único que me da vergüenza es que Diego presencie otra
escenita más debido a la mochila de mi pasado. Y para rematarme, redobla la
apuesta: ―Siempre fuiste por todo y por todos sin importar los sentimientos ajenos,
así que no me asombraría…
No mintió y esa media verdad fue la que me descentró. Sí, había ido al Hospital
Durand por una interconsulta y para un estudio específico que me indicó mi doctora.
No sospeché que alguien fuera a verme a esa hora ni tampoco estaba pensando en eso
ese día. Y si bien Rocío no conoce nada de mi vida actual, su golpe me afectó
porque tendría que dar explicaciones. Lo miro a Diego y veo que sus esmeraldas
están tristes por cualquiera de las posibilidades que acaba de plantear Rocío. Otra
vez su desconfianza, sus celos, su idolatría por mí que al prejuzgarme me deja con
los pies de barro haciéndome trastabillar… No. No me pienso justificar más. Se le
nota que se muere por preguntarme qué hacía en el hospital, pero aprovecho que
Tomás termina el discurso y me voy entre los aplausos.
―¡Sos un animal, Rocío! ―Escucho que dice mi amigo antes de escaparme. ―¿Qué
buscás? ¡Dejala en paz!
Tenía que educarnos a ambos en esto de creer. Y sé que suena mentiroso de mi parte
decirlo, porque yo soy la primera en no confesarle lo que estaba viviendo a la
persona que querría tener al lado el resto de mi vida, pero… Tengo mucho miedo de
sentir tanto, de que esto se ensuciara por malentendidos antes de empezar, de que
crea que le mentí por razones equivocadas. ¿Tanto cuesta entender que mis reglas
intentan convertirme en una chica normal que solo quiere salir, compartir, hacer el
amor y que la miren para siempre sin lástima ni por caridad? Me encantaría ser la
valiente sentimental que Diego y yo necesitamos para estar juntos… Desearía que mi
sexy y dulce ingeniero, el donjuán de mis emociones, no dejara de observarme ni
tocarme jamás como lo hace, pero sé que si supiera la verdad todo cambiaría.
Debido a mi pasado como amante de Tomás (y que muchos conocían), no paré de ser
tratada con burla como la señora de la fiesta durante toda la noche. Eso me
repateaba la conciencia y me daba mucha bronca, pero de a poco, iba aclarando a
quien me lo preguntara mi nuevo estado sentimental. Para la mitad de la noche ya
había dejado de ser la hija de puta roba maridos para pasar a ser la pobre boluda
que terminó como se merecía, según el cristal de quien me mirara.
―No lo hagas ―escucho que me dice la voz masculina que desde hace meses me provoca
de todo y que me metió en las venas que no está mal vivir con ilusión. Me doy
vuelta y lo miro como si me diera vergüenza que pudiera leerme con tanta certeza.
―Tomás jamás se preocupó por merecerte. Y no está mal que hayas creído en que el
amor es lo que él te enseñó que debía ser: conformismo, anularte como persona,
segundas opciones, humillaciones… ―Quiero sonreír pero solo me salen lágrimas. Alza
sus dedos para recoger las que brotan y se las lleva a los labios. Las saborea
mientras no deja de mirarme. ―Tengo tantas ganas de morderte… —Ahora sí sonrío ante
su ocurrencia. ¿Entienden por qué lo amo? ¡Me ve llorar y dice que quiere morderme!
De repente, el aire entre nosotros cambia. Sus labios entreabiertos y su lengua en
medio de sus dientes, me provocan a mí ganas de sacarlo de acá y lamerlo desde su
ombligo hasta la punta de su… ―¡Al fin, angelito mío! Tu sonrisa… Tenés una luz tan
hermosa cuando me mirás así, como si comprendieras que podés hacer conmigo lo que
quieras, cuando quieras y si querés… ―Gruñe. ―¡Dios, ya estoy caliente! ―Bajo mi
mirada hacia su pantalón y me río en voz baja, con ternura, por sus reacciones.
―Cuando sonreís y nos regalas lo mismo a los mortales que te rodeamos… ―Otra vez,
acaricia mi mejilla con el dorso de su dedo y su contacto nos quema, ostentando en
el aire lo que sentimos desde aquella tarde en el spa. ―Angie, mi chica de los ojos
color del sol, quisiera… ―Traga saliva. Que no termine sus frases me excita mucho
más que si lo hiciera. ―Necesito…
No pudo continuar porque su beso le gana a las palabras, y respondo como hace meses
que sueño hacerlo. ¡Le tenía tantas ganas! A él, a sus besos, a nuestras lenguas, a
sus caricias. Apoyo mis labios en los suyos y Diego succiona mi labio inferior,
mordiéndomelo, tironeándomelo… Un gesto tan íntimo, a pesar de estar rodeados de
extraños, con el cual quiso demostrarme sin discursos que no se iría a ningún lado.
―Me gustás toda, ¿sabés? ―Su mirada verde recorre mi cara con lentitud. ―Mirate en
mis ojos y te voy a demostrar lo que sos, lo que valés para mí y para vos…
¡Mi vida, mi Diego, si pudiera hacerlo! Si pudiera confesarte que me tenés en una
nube, que te amo porque te metiste en mis venas, en mi sangre, para nunca más
salir... Sí, es hermoso vivir con ilusión, pero ¿cuántas veces hemos preferido
mirarla de lejos para no darnos la cabeza contra la pared? Para no hacerle daño al
ser que le da sentido a nuestro vivir… Mantenerla allí, como la zanahoria con el
conejo, cavilando que sí se puede pero sabiendo que la realidad es otra. Y, sin
embargo, siempre volvemos…
―Y con nosotros, la grande, la inigualable, Angie de América ―escuchamos a Richard.
¡Ay, no! Ese sobrenombre siempre lo utiliza cuando quiere que cante algo de Sandro
en algún bar. ―Ángeles, ¡dale, vení! Subí y regalanos tu versión de la canción que
quieras, amiga… ―Sube y baja sus cejas y se ríen todos, arengando con palmas. ¿Y la
cámara oculta? Una cosa es bromear con el karaoke en mi casa y entre amigos, y una
muy distinta cantar frente a todos los de la empresa. “Ricardo, no es el momento”,
le digo con mímica. ―¡No se imaginan la gran cantante que tenemos entre nosotros! —
Comienza un murmullo intenso y me sonrojo. —Dale, no te hagas rogar y subí…
―Eso, mi angelito de sonrisa brillante y ojos dorados, por favor, no me hagas rogar
más…
Subo al escenario sabiendo qué canción cantaría. Como la que había contratado y
elegido a la banda luego de escucharlos también había sido yo, su director y los
demás me sonríen al verme llegar. Les pregunto si conocían el tema que deseaba
compartir con todos, el director lo googlea (con una aplicación especial que tiene
en la tablet para tocar todo tipo de canciones), me dice que sí y nos guiñamos un
ojo. Ricardo expresa un “te quiero” con sus labios y me lanzo para confesar con
música lo que no me animo estando frente a frente. Contemplo la sala teñida de
rojo, como mi corazón, como mis venas que lo ansían, como mi sexo que lo reclama y
empiezo a cantar.
―Hoy desperté con ganas de besarte. Tengo una sed de acariciarte, enredarme a ti, y
no soltarte. Eres tan embriagante, eres tú, eres tú…
Sigo la letra con mis dedos, acariciándome, sin dejar de mirarlo, mientras voy
cantando. Primero mis labios, tomando el pie del micrófono, bajando por los
costados de mis pechos y moviéndome sinuosamente, diciéndole que es ÉL el que
descubrió lo oculto en mí, al que esperaba, sin saberlo, por sus palabras y besos.
Desde siempre y para siempre. Diego se acerca al pie del escenario, como si fuera
mi fan, y yo acaricio su mentón. Parece ensayado, pero es el deseo el que está
hablando. Toma mi mano y besa el dorso de mi muñeca. No nos importan las miradas y
los susurros. Que todos sepan.
―Tenemos planes diferentes, pero tú siempre en mi mente, pues mis venas ―acaricio
el dorso de mis brazos pasando de nuevo por los costados de mis pechos para
terminar con las manos (solo un segundo, porque si no saltaba del escenario y
hacíamos el amor ahí) en mi sexo― tan sutilmente disfrutan tanto quererte… Eres tú,
eres tú, eres tú, eres tú…
Bajo del escenario y busco a Tomás que está solo en la barra, alzando la copa en mi
dirección. En cierta forma, hubiera preferido seguir con él. Menos sentimientos en
juego, solo mi ego. Ahora había entregado el corazón, algo que siempre juré no
hacer. Vivir era más fácil cuando hacía de cuenta que amaba y seguía detrás de mi
muro. Esa pared que derritió Diego con la luz de la ilusión… Con la emoción
inagotable de su amor… Quise darle celos, demostrarle que no necesitaba su cariño
ni esa vida mejor que me quería regalar… Que no le convengo. Tengo esta maldita
lucha continua entre la Ángeles que quiere perdonarse y ser feliz el tiempo que
resta, y la que desea castigarme y castigar a mi amor por haber cometido el error
de fijarse en mí.
―Te felicito. ―Ofrece su mano y paso de largo. Si alguien me hubiese dicho hace
meses que hoy estaríamos así con Tomás no le hubiese creído. No quiero darme vuelta
para no encontrarme con Diego. Mi ex amante se da cuenta. ―Quedate tranquila que
estando conmigo no se atreverá a venir a buscarte. ¿Qué le viste a ese boludo? Anda
babeando detrás tuyo como si fueras un trofeo. Decile que llega tarde, que seguís
siendo mía… ―Toma un trago de su whisky y sonríe con sorna.
―¿Y por qué habría de mentirle? Ambos sabemos que estoy enamorada de él como nunca
lo estuve de nadie. Ni siquiera de esos sorbitos que me diste y que me hiciste
creer que era lo que no era: amor.
―No te pases, Ángeles ―me toma del brazo con fuerza, lastimándome, y deja un beso
en mi cuello―, porque de mí nadie se burla. ―Le susurro que me suelte, porque
siento todas las miradas sobre nosotros y no tengo fuerzas para empujarlo. Dentro
de una hora me toca la medicación. ―Ya me enteré que anduviste diciendo que lo
nuestro se acabó, pero a mí nadie me humilla. ―No entiendo nada. ¿No se supone que
siendo un hombre casado y a punto de ser padre de nuevo debería estar
agradeciéndome que haya aclarado las cosas? ―Vos vas a ser mía hasta que yo decida
soltarte… No hagas que destruya tu mundo de mierditas de colores en dos segundos,
porque vas a pasarla muy mal el poco tiempo que te quede… ¿Le contaste que estás
enferma? ―Palidezco porque no quiero que lo sepa. ―Me imaginé. No te animaste a
jugar la carta de la lástima con él como lo hiciste conmigo, ¿no?
―Me voy.
Ni lo miro y sigo caminando hasta la salida. Escucho que Richard y Mora me llaman
pero quiero huir. ¡Déjenme en paz! Cuando siento el aire en la cara, respiro
profundamente.
―¡Ángeles, pará! Perdoname… ―Me quedo quieta en el lugar. ¿Tomás pidiendo perdón?
―Sé que a veces puedo ser un poco brusco ―“una basura”, querrás decir―, pero lo que
dije hace un rato, las amenazas y lo demás, fue porque aún me resisto a que no
podamos seguir juntos… Yo…
―Ahorrátelo, Tom, los dos sabemos que nunca fuimos y que solo perdí estando con
vos…
Agacha la cabeza: ―Al menos dejame llevarte y así me aseguro que no te vas con
nadie…
―¡Ni se te ocurra volver a tocarme! ―Respondo con una seguridad en mi voz que no es
tal.
―Ángeles, si accediste a venir conmigo en el auto es porque aún nos pasan cosas y
querés dirimirlas en la cama de tu departamento. Departamento que, te recuerdo, yo
te ayudé a pagar… Por lo tanto, puedo venir y hacer lo que quiera en él ―toma mi
barbilla con fuerza, apretando mi cara y dándome una muestra más de su violencia―,
¿te queda claro?
―Atendé a los que te necesitan y dejá de molestar a las que queremos ser felices.
Chasquea la lengua. No me interesa que el hombre que me quitó todo sepa de mis
sentimientos. Me da miedo que también vaya contra él y no pueda volver a trabajar
siendo tan brillante.
―¡Conmigo misma! No necesito a otros para intentar rehacer mi vida. Ese error no lo
vuelvo a cometer. Me costó demasiado caro…
―Te vi besarlo… —Se acerca, pero le rasguño la cara para que le pida explicaciones
Gabriela. —¿Qué hacés, loca de mierda? ¿Y ahora cómo justifico esto?
Entro rápido en mi edificio, cierro con llave y espero a estabilizarme para subir.
Enfrentarme a Tomás me quitó la poca energía que tenía. ¡Menos mal que no debía
tener stress! Un poco más calmada, subo al departamento donde me recibe Silvestre
amorosamente.
Ivana no quiso venir porque según ella sería “una fiesta de cerebritos y no tengo
ganas de bancarme a gente hablando de obras y cosas que no me interesan”. También
me dijo que no dormiríamos juntos porque ella tenía mucho que investigar para un
caso especial. Si sabía que estaba con su compañero de oficina, hubiera sido mucho
más fácil digerir las razones que esta noche me llevarían a disfrutar de la piel de
mi angelito.
La veo aparecer cuando Ricardo deja de hablarme, y trago saliva varias veces. Sigo
sintiendo la misma taquicardia de aquella tarde, de nuestra primera vez, del minuto
cero que marcó nuestra largada hacia la meta que nos llevaría años lograr. Sin
embargo, cuando uno conoce lo que podría ser lo ideal lo quiere cuanto antes y esa
era mi maldición. Esta vez, imprimirme en la sangre el olor del hueco de su cuello
y el significado de sus miradas doradas me impacientaba, haciendo que tachara cada
segundo hasta reencontrarnos con el cuerpo (ya que con el alma lo habíamos hecho).
No me voy a justificar, las cartas están echadas: tengo novia pero amo a otra. A
aquella que me hizo entender que, aunque caminemos perdidos y ciegos hasta niveles
insospechados, siempre podemos pegar el volantazo. ¡Lo que daría porque Ángeles me
escuchara y creyera cada palabra!
Cuando nos encontramos y toco su espalda, mi pene saluda a media asta. No me está
haciendo bien este vestido rojo, enmarcando su culo y dejando ver demasiado de sus
piernas. Quiero dejarle en claro, con mi mano en su espalda desnuda y mi beso
posesivo, que necesito estar en ella… Pero Rocío arruina el momento con sus
comentarios maliciosos, y me dan ganas de rescatarla de todo y de todos.
Siento que ella no se abre por miedo a que la vea tal cual es. Si entendiera que ya
la conozco, que veo perfectamente qué clase de ser humano es. Ella es mi angelito
de las alas rotas y la quiero ayudar a volar, a descubrirse. Eso deseo expresarle
con mis caricias distraídas, con mis propuestas que le suplican que me deje entrar
en ella, con mis idas a su casa, con las canciones que le regalo. Nos acercamos y
alejamos toda la noche. Nos miramos. Nos olemos a distancia. Jugamos. Mientras
Rocío se vuelve insoportable dedicándome con ademanes una canción, Tomás se acerca
con un trago sin que me dé cuenta.
―Parece que las hembras más lindas de la fiesta están necesitando a otro ingeniero
que las… ¿Cómo decirlo? ―Se ríe por lo bajo.
―¿De verdad te pensaste que por unos besos y orgasmos robados ella se iba a
enamorar de vos? Angie desea la libertad y por eso volvió conmigo. ―¿Cómo q volvió
con él si me dijo que había hablado para terminar todo? ―No te ilusiones ni le
hagas el noviecito con cortejo que ella necesita ésto, ser la otra, más por
comodidad que por pasión. ¡No sabría qué hacer si tuviera el amor delante!
―Continúa con una media sonrisa despreciable. ―Aunque… ¡Pero claro! ¿Cómo no se me
ocurrió antes si esto ya lo vivimos? Pensalo: si tanto te gusta, podríamos
compartirla…
Muestra esa sonrisa falsa que tanto conozco, la que usa para sus acuerdos
comerciales. La que debe utilizar el mismísimo demonio cuando quiere tentar y herir
mortalmente con sus tratos. Pero para mí, Ángeles no es un negocio. Lo miro y
aprieto mis dientes. Tengo ganas de partirle la cara por faltarle el respeto en su
ausencia con esa sugerencia. Sin embargo, sabía que así le haría más daño a ella
que a mí.
―¡No me digas que creíste que Ángeles es de esas que se conforma con uno solo en su
cama, ¿no? Mujeres como ella solo sirven para cogérselas, no para enamorarse, pibe…
―Toma un sorbo de su trago. ―Aceptá este consejo gratis de… ¿Amigo?
Aprieto mis puños, conteniéndome, porque esta basura considera que Angie es suya y
que la conoce. Dejo mi trago, me acerco y lo tomo de las solapas. El muy hijo de
puta sigue sonriendo, sabiendo que mis celos me tornan desconfiado, y que Ángeles
me oculta algo que no se anima a decirme y que sólo él sabe.
―¿Qué cuenta el hombre más lindo de la fiesta y el pelotudo más grande del
universo? ―Gracias a Dios, nos interrumpe Ricardo, porque lo iba a cagar a palos.
Tomás deja su vaso, ni lo mira, y se va. ―Vine porque me di cuenta que esa mierda
te estaba llenando la cabeza con algo y vos estabas por responderle… Él sabe que si
lo trompeabas no conseguías laburo nunca más —mira a nuestro alrededor—, porque
esto está lleno de empresarios dispuestos a contratarte con solo guiñar un ojo… —
Palmea mi hombro y relajo mis puños. —Andá a buscarla, que está perdida sin vos y
se le nota…
Nos sonreímos porque la noble amistad con Ricky hace que vuelva a centrarme en mi
objetivo. Lo dejo y me dispongo a seguirla a distancia por todo el salón cual
guardaespaldas silencioso, pero haciéndome ver y haciéndole sentir que nunca más va
a estar sola. Observo cómo cambia su expresión dependiendo de quien la aborde para
conversar, y sé que eso tiene que ver con su rol de ex amante de la basura de
Tomás.
―Me gustás toda, ¿sabés? ―Agranda sus ojos abrillantados de ese cobrizo tan
especial y sus pestañas se mueven sin parar. Está sorprendida y yo suspiro de
codicia. Recorro su cara con lentitud, porque quiero grabarme cada gesto de nuestro
primer beso en público. Tengo que saber qué pasa por su mente ya mismo. Angie mira
de reojo para todos lados y quiero traerla de nuevo a mí. ―Mirate en mis ojos y te
voy a demostrar lo que sos, lo que valés para mí y para vos… Fuera de nosotros, no
existe nadie más…
Respeto su distancia. Ahora, los cuatro, junto a Ricardo y Mora, estamos en otra
barra, mirándolos a Tomás y a mi amor discutir casi en silencio. La conozco, y sé
que detrás de las sonrisas armadas que se están dedicando hay un rechazo
encubierto. ¡Mirame, angelito mío, y dame una señal para ir a buscarte! Pasan
segundos y lo hace, como si mi orden hubiera llegado hasta ella. Aprieto mis puños
al ver que Tomás esquiva un cachetazo y decido ir hasta ellos.
―No vale la pena, dejalos resolver sus cosas y dame una oportunidad… ―Me pide Rocío
tomando mi cara con sus manos.
La miro a los ojos y solo veo deseo despechado, nada del alma hermosa que leo en
los ojos brillantes de Ángeles. A pesar de eso, me doy vuelta y me olvido. No
quiero, pero necesito hacerlo. No voy a seguir suplicando.
―Diego, te juro que no entendemos por qué lo hace, pero sé que siente cosas por
vos… ―Dice Mora. Rocío le contesta algo por lo bajo y yo sigo maldiciendo la
indecisión de Ángeles. No puedo seguir demostrando sin recibir algo que me inste a
continuar, por eso no digo nada. ―Si no me crees, lo llamo a Román y…
―¡Angie! ―Miro en dirección a lo que sea que esté viendo Ricardo, y observo cómo mi
amor se está yendo angustiada de la fiesta. Sigue de largo, ignorando el llamado de
Mora y su amigo, y Rocío susurra que la dejemos ir. Tomás va detrás de ella. ―Tenés
que ir a buscarla, Diego…
No quiero ser grosero, pero si dice una palabra más no sé qué seré capaz de
replicar. Esta vez, el silencio es generalizado.
―De todas maneras, todos sabemos que Ángeles y Tomás se merecen… ―Dice con malicia.
Respondo que no con la cabeza, pidiéndole que no continúe. ―Deben haber ido al
departamento de ella… Seguro que hoy vuelven y se arreglan… —No la soporto más. Ni
a ella ni a la mierda de distancia que nos impuso Ángeles dejándome inseguro frente
a sus sentimientos. —¿Diego? ¿Adónde vas?
Es tarde y necesito estar solo para meditar qué resolveré sobre Ivana y el
casamiento. No puedo seguir engañándonos. Es decir, no les voy a mentir diciendo
que no nos dejamos confundir bajo las sábanas, pero me pasan más cosas en el pecho,
en el estómago y en mi pene cada vez que escucho la voz de Ángeles, que cogiendo
con mi supuesta novia. Lo que hacemos es meramente fisiológico y para callar
nuestras conciencias, porque intuyo que a ella tampoco le están pasando cosas como
antes. Sin embargo, no puedo olvidar que… No sé, me da pena… Dejar a una mina con
todo listo… ¿Qué diría mi viejo? Pero peor sería más adelante…
****************
No doy más. En pocas semanas estaré en San Luis y esto será un mal recuerdo. Lo que
pasó esta noche, la agresión de Tomás, la humillación de seguir siendo “la otra” en
el inconsciente colectivo (y, a veces, en el mío), me desgastó hasta el punto de
que mi enfermedad me recordara, con una puntada y un desmayo que no llegó a ser,
que no podía seguir en ese lugar. Y cuando digo “ese lugar” me refiero tanto al
Faena como a la vida.
Como siempre que me siento mal, lleno la bañera, escucho música y me transporto a
otros lugares. Esta vez, le doy play a mi lista compartida con Die, Música
donjuanesca (le saqué el “empotradora” porque ahora también la manejaba él),
acomodo la camita de Silvestre a mi lado, y me dispongo a disfrutar de mi baño
perfumado escuchando nuestros corazones hablando a través de las canciones.
Chapoteo con el agua y Silvestre se corre. Para ser un gato, está siendo bastante
amigable con el agua que derramo fuera de la bañera. Quizás intuye que necesito que
me escuche. ¡Lo único que me falta es que use de psicólogo a mi pobre amigo gatuno!
Sonrío y me paso la esponja por el cuello recordando el beso de Diego y su perfume.
Acaricio mis pezones, duros de mi deseo por mi donjuán y me quedo algunos segundos
en cada uno, apretándolos, pensando en su boca…
Cierro mis ojos mientras escucho y tarareo la música que habla de sufrir y sentir
con todo el corazón. Siento que ahora se sufre a medias y a las apuradas. Estamos
en la era de lo descartable: si no sos vos, será otro, o el que sigue, o el que
sigue al que sigue… Y a pesar de la imagen que quise proyectar toda mi vida, de
despreocupada, de desinterés emocional, de inalcanzable, esa jamás fue mi esencia.
Pero para darme cuenta, tuvo que llegar Diego, ese chico celoso y atento que mira
constantemente a través de mi alma y mis necesidades, tomándose el tiempo de
descubrirme como nadie para que yo vuelva a mi naturaleza. Para que le crea. Para
que lo acepte… Silvestre ronronea, me mira y pienso en los ojos color ilusión de mi
hombre. Podría perderme en cualquier momento y lugar, pero sé que si giro mi mirada
allí estarán esperándome sus esmeraldas, su boca seria pero amorosa, y sus rulos,
para abrazarme en segundos, si fuera necesario.
¿Estaría realmente enamorada? Sí, y por eso el miedo. Porque saber que encontré al
amor de mi vida y no poder… Una lágrima rabiosa y rencorosa se escapa, cayendo en
el agua perfumada. ¿Y si lo llamaba? ¿Y si le decía lo que sentía? No. Ya bastante
me expuse con la canción. No podía seguir jugando con su corazón. No es justo. Esta
vez, no podía ser egoísta. Esta vez, tendría que pensar en alguien más que yo.
Siempre, en mi vida y en la de los demás, estuve sola, seguí sola y salí sola.
¡Hasta me felicitaba sola frente a mis logros! Jamás esperé nada de nadie porque
hasta mi madre me enseñó desde chica que debía curtirme solita y mi alma. ¿Cómo es
que ahora necesito de alguien como verdad irrefutable? Eso me descoloca... Y sí,
tengo un par de ovarios que me pusieron donde estoy, pero todos en algún momento
tenemos que delegar el mando. No se puede vivir siendo piloto y queriendo ser
pasajero al mismo tiempo. Mi corazón está cansado, y necesita que le inyecten amor
y no humillaciones. Deseo y no culpa. Caricias y no resentimientos. Esperanza e
ilusión. Vida. Y no hablo solo porque estoy enferma, sino porque estoy enamorada y
deseo todo. Dios es testigo que desde antes de enterarme de la leucemia ya había
empezado a buscar el retorno en esta ruta a contramano que venía transitando…
Quiero vivir. Quiero vivirnos.
Sin embargo, sé que hasta que no logre conciliar ambos estados que toman de a ratos
este pobre corazón mío, seguiré de esta forma.
***************************
Mientras manejo hasta su departamento, pienso en esta noche. Su boca podía mentirme
diciendo cosas que no sentía. Su mirada, no. Sé que podría estar simulando
sentimientos, pero Angie pasó de tener ojos tristes y apagados a brillantes cada
vez que nos veíamos. Y aunque les suene una cursilería, me parece importante notar
señales en la mujer que a uno le vuela la cabeza. Tampoco sabría cómo describir ese
“brillante”, pero me sonaba a interés, a abrirme la puerta de su vida… A
oportunidad. Y eso, sí o sí, tiene que ser algo bueno, ¿no?
La conocí de vuelta de todo, esperando algo que seguía sin venir, resignada. Hasta
que un día no quiso esperar más e hizo lo que hizo. No soy boludo y sé, aquella
tarde que Ricardo me mandó a cuidarla, que quiso terminar con su vida. No sé qué o
quién la llevó a creer que tener esperanza e ilusión no era algo para ella, pero lo
compró como verdad. Ángeles debe pensar que lo dejé pasar, que me olvidé. Sin
embargo, esa fue la alarma que acentuó mi obsesión por saber qué hace o deja de
hacer, de caerle “de sorpresa”, de cuidarla, de discutir como perro y gato cuando
quería negarme que me acercara... ¡Tengo que salvarla de ella aunque no quiera! Y
la única forma que conozco es amándola como lo estoy haciendo.
Desde abajo, veo luces tenues detrás de su cortina y no me animo a bajar del auto.
Busco en Spotify nuestra lista compartida y agrego, luego de buscar bastante, Eres
Tú. ¡Ojalá que le suene el celular y los interrumpa! Soy un boludo, ¿no? Estoy
pensando que, si están juntos, el ruido minúsculo de una aplicación podría estorbar
sus besos… ¡Si yo estuviera ahí, no me muevo ni a palos de su cuerpo! Me quedo
estacionado durante diez minutos, sopesando pros y contras, intentando ver sombras
o movimiento, agarrando el volante como si fuera su cintura, soñando con estar en
sus brazos. En su sexo. Hacer estallar en su boca mi orgasmo… ¿Qué clase de cobarde
soy que estoy acechando con envidia y celos al amor de mi vida sin haber resuelto
mis mierdas?
Me olvido de todo cuando observo que una de sus vecinas está por entrar con su
novio y aprovecho a colarme. Nos vimos un par de veces, así que me deja pasar. Subo
de dos en dos y estoy como un idiota frente a su puerta, escuchando sus risitas,
pero no las de Tomás. Sé que si toco el timbre y están juntos, cruzaré un límite
sin retorno. No me aguanto y tampoco me importa. Golpeo la puerta y toco timbre al
mismo tiempo. Tarda un poco más que siempre y me pongo nervioso. Quizás no lo
escuché porque él estaba en la cama mientras Angie ponía música. Como hace conmigo…
¡Dios, que abra ya porque tiro la puerta abajo! Oigo la llave, y mi angelito de
mirada cobriza y piernas eternas me recibe con una bata muy corta de estrellas, su
pelo húmedo y el rímel corrido (debe ser por el baño que se habrá dado). Era la
visión más tierna, auténtica y triste que vi en mi vida.
―Diego… ¿Qué hacés…? ―No aguanto y asalto su boca. La tomo del cuello con mi mano
derecha para que no se despegue de mí, mientras que con la izquierda le quito su
bata. Queda desnuda y su calor traspasa mi ropa. Gemimos al unísono y sus piernas
trepan hasta mi culo para encajar su humedad en mi bragueta. ―Por favor…
Asiente mientras no para de besarme. Fue una formalidad, lo sé, pero necesitaba
preguntarle si estaba de acuerdo con esta intromisión. La llevo en andas y la
deposito con suavidad sobre la cama. Me desvisto en segundos y Angie no para de
acariciarse por los lugares que voy dejando desnudos. Me acerco a ella, colocándome
con cuidado sobre su hermoso cuerpo y la beso. Me siento como si ambos fuéramos dos
vírgenes sin experiencia, como siempre que estoy a su lado. Saber que por fin
haríamos el amor, me excita de tal forma que estoy duro como piedra y casi dentro
de su calor. ¡Su fuego! Indescriptible sensación el perfume de su shampoo mezclado
con el aroma a sexo que sobrevolaba esa cama. Nuestras bocas, manos y gemidos
querían demostrar la ansiedad por tanta espera, y nos sentíamos en todas partes.
¡Se nos notaba la urgencia! Sonríe tímidamente.
―¿Qué pasa? ―Se sonroja y sus ojos se tornan más brillantes. Está emocionada.
La tomo de las manos, la levanto y la pongo frente al espejo rectangular que tiene
al lado de su cómoda. Detrás de ella, acaricio sus pechos, su cintura, su boca, e
intenta cubrirse con sus codos.
No sé cuánto tiempo habrá pasado, solo siento el cuerpo de Angie volver a la cama.
Debe haber ido al baño y no la escuché cuando se separó de mis brazos. ¿Qué hora
será? Creyéndome dormido, me abraza y susurra:
Sonrío para que solo mi corazón pueda verme, y quisiera responderle: “Mi adorado
minón de gambas eternas y ojos dorados: jamás me voy a cansar de vos. Desde hoy,
sos enteramente mía. Preparate para compartir tu vida y nuestra cama por mil años
más. Te quiero, mi angelito en la tierra...”
*******************
Me despierto feliz. Plena. Sin esas náuseas que me aquejan cada mañana. Y en
segundos recuerdo por qué. Sonrío emocionada al verlo caminar con el desayuno hacia
mi cama, despeinado, adorable. Mío.
―Puse música e hice café con leche porque sé que te encanta levantarte así. —¡Me lo
morfo! —Aún sigo acá… —Lo miro sorprendida por su saludo, hasta que comprendo que
escuchó lo que le susurré ayer. ―No me mires así y aceptá que no me voy a ir a
ningún lado. —Deja la bandeja sobre mis sábanas de flores para servirme café.
Observo su concentración y cómo sus rulos se bambolean en cada movimiento. Tengo
ganas de tironeárselos para acercar su boca a mis pechos. —Pará de resistirte y
entendé que con vos quiero eso que antes no quise con ninguna otra mujer. —Quisiera
preguntarle “¿ni siquiera con Ivana?”, pero no quiero romper la magia. Me toma la
cara con una mano y me da un beso suave, mordisqueando mi labio superior. Sus
ojazos verdes brillan y quisiera decirle tantas cosas que se me atascan en la
garganta por mi incapacidad de expresar mis emociones… —Tus ojos están tan dorados,
tan llenos de fuego, que dan ganas de quemarse en ellos… Buen día, mi amor… —
Sonríe.
―¿De qué?
―De esto…
―¿Nosotros?
―¿Nosotros? ―Me asusta, pero es un miedo lindo, vertiginoso, que genera calorcito
en mi estómago. ―Wow… qué lindo suena… Jamás nadie me incluyó en nada y vos ya
decís que formamos un dúo… ―Sonríe y me muerde el cuello.
―¡E iría más rápido si me dejaras! Esto tendría que haber pasado hace meses, solo
que reconozco que no empezamos de la mejor manera… —Sigue con sus besos en el
cuello mientras Silvestre se acerca a nuestra bandeja. —¿Viste la película de Frida
Kahlo? ―Niego con la cabeza, aunque con su boca en mi garganta dudo de acordarme
hasta el nombre de mi madre. Su voz grave, mientras su lengua humedece mi piel, me
está poniendo frenética. ―Es hermosa… Y no puedo olvidarme de una frase de ella:
“Si yo pudiera darte una cosa en la vida, me gustaría darte la capacidad de verte a
ti mismo a través de mis ojos. Solo entonces te darás cuenta de lo especial que
eres para mí”. Ayer, mientras te hacía sexo oral y te pedía que te miraras en el
espejo, quise que te vieras como yo lo hago cada día. Sexy, entera, confiada y
entregada a mí a pesar de tus contradicciones… —Deja de besarme para mirarme otra
vez a los ojos. Acaricio su frente y sus cejas, coloco el mechón de rulos que cae
sobre ellos y le doy un beso en cada una de sus esmeraldas. Hay tanto en juego que
no puedo dejarme llevar solo por nuestros corazones. —Danos la oportunidad,
angelito mío, solo eso te pido…
―Hay gente que tiene ojos en el corazón, y ven el mundo y a las personas sólo con
esos ojos. En este caso, para ambos, lo tuyo es un problema y no una virtud.
―Quiero que entienda que me cuesta. Su respuesta es una especie de mueca triste.
―Sé que soy una tentación para vos —sonríe pícaro y se muerde su labio inferior— y
tenés ganas de hacer la “buena acción de tu vida”, pero no te convengo.
―Dejá que eso lo decida yo, ¿no te parece? —Susurra. No quiere imponerse, pero se
le nota que le gustaría convencerme. Me tumba en el costado que queda libre sin la
bandeja del desayuno y me da la vuelta para quedar pegada a su pene, mientras ambos
nos frotamos uno contra el otro, haciendo crecer nuestra excitación. ―Mi cuerpo, mi
boca, mi piel, opinan que nunca se sintieron tan plenos como recorriéndote… Quizás
sí seas una especie de tentación, y me provoques caer todo el tiempo, pero yo me
quiero quedar a vivir en vos y no sobrevolarte un par de veces… ―Comienza a sonar
U2, y una de las canciones que una vez me dijo que eran de sus preferidas. Su
lengua recorre mi columna y continúa hasta acariciar con ella mi trasero. ―Voy a
quedarme acá, al lado tuyo, y te pienso esperar hasta que entiendas que no puedo
vivir sin vos… Ya no… Y tampoco voy a permitir que retrocedas lo que avanzamos…
La música, su lengua, sus palabras, sus dedos. Todo hace que mi piel vaya
recalentándose, erizándome de afuera hacia adentro, y desde adentro se distribuya
hasta el alma. Estaba enamorándome. Como si la compuerta de un muro de soledad
angustiante y rencorosa se derribara de repente. Como si pudiera llegar con sus
caricias hasta rozar mi sangre… ¡Dios, esto es demasiado para rechazarlo!
―¡Esperame acá que tengo una sorpresa! ―Me arqueo y zafo de su agarre para salir
corriendo de su lado e ir hacia el equipo de música.
Escucho que Diego se ríe desde el dormitorio y le hago escuchar una canción que nos
recuerda nuestra primera vez. No lo tenía planeado, pero el momento se presentó
perfecto. Segundos después, aparece serio, glorioso en su desnudez, y con sus
labios más apretados que nunca. Amo ese gesto que él cree que me atemoriza, pero yo
sé qué sentimientos esconde.
―Esta canción me gusta y la detesto. Aquella tarde tuve que compartirte y yo no
hago esas cosas. Recuerdo que jamás me sentí más impotente en mi vida... Quería
borrar al mundo y entrarte por todos lados, sin reglas ni espectadores. —Le creo
porque su ceño está cada vez más fruncido y su boca crispada. Estamos frente a
frente, sin tocarnos, mientras veo cómo Diego se debate entre enojarse por sus
recuerdos o acariciarme. Todo un donjuán, posesivo y tierno a la vez… —Y ya la
había descubierto aquella vez que vos… Bueno, cuando te cuidé después de que
quisiste… No puedo ni decirlo… —Maldice por lo bajo y me toma de la cintura,
pegándome a su torso y a su media erección. —¡No lo hagas nunca más, Ángeles! Sin
vos, me muero…
Asiento sin despegar nuestras miradas. Lo tomo de la mano y lo llevo al sillón. Aún
no tomé la pastilla que corresponde antes del desayuno y me siento un poco mareada,
pero solo puedo pensar en Diego. La angustia en su mirada me demuestra que le
afectó mucho lo que intenté hace meses. ¡Dios mío, dame las fuerzas suficientes
para poder confesarle lo que me pasa! Me coloco sobre él y me acurruco sobre su
pecho dándole pequeños besos, mientras susurro parte de la letra “Is it a crime, is
it a crime, that i still want you and i want you to want me too…”[12] y nos
envuelve la melodía tan especial de Sade.
―Diego, jamás me compartiste. —Sus rulos y su boca están más descontrolados que
nunca de negar con su cabeza. Está celoso, mi amor... —Ayer, tanto en la fiesta del
Faena como cuando hicimos el amor, me di cuenta que siempre estuviste en mí. Desde
esa vez, y quizás desde que duermo con tu pañuelo bajo mi almohada —sonríe pero
sigue sin mirarme—, mi corazón, mi deseo y mis pensamientos siempre volaron hacia
vos. —Levanta su vista y comienza a masajearme la cola. —Dicen que si soñás mucho
con algo, se cumple. ¿Vos creés que sea así? —Le pregunto juguetona, sin dejar de
acariciarlo y mordisqueando ambos lados de su cuello.
―¡Claro que sí, beba! Si no, mirá donde estamos ahora… ―Sonreímos y estoy feliz que
se haya disipado ese gesto de celos, angustia y bronca que tenía hace un rato. ―Te
quiero… En realidad, no sé cómo decírtelo, Angie, pero… ―Traga saliva y veo que le
cuesta. Temo por lo que viene. ―Te amo…
Sin contestarle, le muerdo las tetillas, sigo su camino feliz con besos y cuando lo
escucho gemir y suspirar roncamente le respondo:
No puedo decirle todo lo que siento en estos momentos porque la despedida sería más
difícil. Me mira y bajo la vista. Necesito tiempo para procesar tanta felicidad. No
estoy acostumbrada a que me digan TE AMO. ¿Tan difícil de entender es que a mí la
vida jamás me fue fácil? Los perros apaleados ladramos ante las muestras de cariño
y yo no sería la excepción. Para acallar mi falta de respuesta ante la inmensidad
de su afirmación, lo tumbo suavemente sobre el sillón para entendernos desde el
placer. En ese punto, no había máscaras y nos hallábamos, desde otro plano ysin
necesidad de palabras. Me saco la tanga y bajo su bóxer hasta sus rodillas. Entro
en él, que ya está listo para recibirme, pero a mí me duele porque aún continúo
seca. No es que me falten estímulos ni deseo, sino que hace tres días que no tomo
la pastilla con las hormonas que me permitirían lubricarme mejor. Entiendan que
jamás imaginé esta “inversión” de energía. Se suponía que Diego y yo…
—¡Arrgghh! —Mi sexy ingeniero gruñe ante mis movimientos. —¿Vos también estás
sintiendo todo el placer que nos estábamos perdiendo?
Lo tomo del cuello y meto dos dedos en su boca. Me los muerde y acelero mi
cabalgata. No me importó recibirlo sin preservativo porque no tenía nada que perder
frente a ninguna de las consecuencias de que acabara dentro de mí. Toma mis nalgas
y me guía. Su torso se alza y se acuesta. Se arquea. Quiere llegar y yo no podré
porque sigo incómoda. No quiero fingir, pero no deseo que piense que no me excito
con él…
—Volvé de donde estés, angelito… —Descubro que me está mirando. —No pienso terminar
hasta que vos lo hagas… —Sale de mí, me pone espaldas sobre el sillón y entra con
lentitud. —¿Así está mejor? —Asiento. ¿Cómo puede ser que me ame tanto que termine
interpretando mis pesares y conociéndome mejor que yo? —Ahora vamos a intentar
acabar juntos, mi amor…
Cierro mis ojos y me dedico a sentir. Su carne se abre paso en la mía, su roce en
mis labios, mis pies en su trasero sintiendo su cadencia, sus rulos rozándome la
cara, su mirada buscando mi alma, el fuego en mis entrañas que crece y palpita
alrededor de mi amor… Diego elevándonos. Llevándonos al país de nunca jamás para
terminar rompiendo con todo… Rompiéndome para volverme a armar a su antojo.
Haciéndome sentir mujer como nunca, como nadie. Desplomados, fundidos,
transpirados, uno sobre la otra, metiéndome su idea del amor en mi corazón.
—Te quiero —me dice. —Y gracias, porque sin vos seguiría muerto en vida… —De la
sonrisa enorme pasa a fruncir el ceño y mirarme con seriedad. —Mañana les decimos a
todos que estamos juntos y que, en breve…
—¡Pará, Diego! No empieces, por favor, y déjame manejar las cosas a mí… Necesitamos
ir con cuidado, no compartir espacios comunes, pensar estrategias… Yo lo conozco a
Tomás y sé de lo que es capaz si se entera que…
Sale de mí, con cuidado, pero enojado. Lo veo caminar, desnudo en todo su
esplendor, transpirado y húmedo por nuestro orgasmo, y me levanto a abrazarlo desde
atrás. Lo amo.
—Te quiero. —Suspira al oírme, y su espalda sube y baja. —Creo que me conocés y no
tengo que darte explicaciones. Pero también conocemos a Tomás…
Muerdo su espalda y jadea. Bajo mi mano derecha para acariciar su erección que
comienza a crecer en mi mano y Diego se da vuelta.
―Por mí, no me escondería una mierda. —Me abraza y sentimos el calor de nuestros
sexos reafirmando la unión de hace un rato. —Sin embargo, si vos necesitás hacerlo,
se acabó el tema acá. Se hace lo que a vos te haga sentir cómoda y punto. —Me mira
con ternura a pesar de sus labios apretados y sé que quiere gritar lo nuestro. Me
encanta que no quiera esconderme y me hace sentir que valgo la pena. ¡Mi vida, si
supieras que lo hago por tu bien! —¿Vamos a desayunar que me dejaste famélico?
¡Ayyy, me lo quería morfar de un bocadito! Cuando estoy con él, me siento la más
linda del mundo. Mi ingeniero empotrador y sus respuestas protectoras, que no dejan
lugar a repreguntas, me vuelven loca de amor. Estaba enamorada y no sabía cómo
gestionar tanto cuidado. Ojo, no es asfixiante, pero tampoco cómodo para alguien
como yo, inadaptada sentimental, desacostumbrada a alguien que vive contándome lo
que siente por mí. San José, ¿por qué justo ahora me premiás con este pedacito de
vida? Aunque… GRACIAS por Diego.
Sin responder ni hacer un mínimo gesto, lo miro y me trepo sobre su cintura para
comernos a besos y comenzar a disfrutar de su abrazo. El día se nos escurrió de los
dedos entre las travesuras de Silvestre, películas en la web, y enseñarle a hacer
panqueques con dulce de leche. Nos sentimos como si lo hubiéramos hecho toda la
vida. La complicidad y la ternura nos tenía envueltos y nos costó despedirnos
cuando me dijo que iría a atender a Chicha y a Limonada.
Lunes. Miradas. Coincidencias. Celos. Risitas. Sabía que sería difícil esto de
salir con mi donjuán particular. Porque si bien yo ya tenía experiencia en el tema
de estar con alguien del trabajo, esta vez es diferente. Diego es el amor de mi
vida. Amor que no podré disfrutar a la luz del día porque él aún no habló con su
novia y porque Tomás nos haría la vida imposible cerrándonos la vida laboral en
casi todo el país. Sí, así de grande era su poder. A mí eso no me importaba, pero
sí me preocupaba Diego.
Al mediodía, en la pausa del almuerzo, veo que mi ingeniero sexy me tira un beso y
sale. Me pongo nerviosa y miro para todos lados, pero por suerte cada uno está
ocupado en lo suyo. Anuncio que salgo a comprar comida con la excusa de alcanzar a
Diego, aprovechando a hablar sobre lo que sucedió este finde y cómo continuar. No
quiero ser dos veces la segunda y eso podría darme la excusa perfecta para mantener
una distancia prudencial entre nosotros. Sobre todo, porque esta vez sí me importa.
Su boca sobre la mía explicándome que soy la única en su mente y en su piel me
basta como palabra. Tengo tantas ganas de pasar otra tarde como la de ayer…
Doblo en una esquina y los veo. Diego e Ivana. Se sonríen. Él baja la vista. Ella
acaricia su mejilla. Él se corre sutilmente. Suficiente para mí. Una cosa es
imaginar el golpe y otra muy diferente recibirlo inesperadamente. Es fácil simular
acallar el vuelo amoroso de mi alma, tratando de convencerme que puedo mantener a
raya lo que siento por Diego. Sin embargo, verlo con otra después de saberlo mío es
doloroso. Me baja la presión y empiezo a pensar en ese agujero negro que siempre me
llama cuando creo que no soy suficiente para nadie. Cuando creo que está bien que
las cosas me salgan mal porque me lo merezco. “Quizás quiera aclarar todo, o quizás
se encontraron de casualidad”, me dice mi corazón.
—Llegué… —Me dice con su voz ronca. No entiendo nada. ¿Acabó? Dejo de besarlo y lo
miro interrogante. Sonríe pícaramente y sus rulos caen sobre su frente. —Digo que
me estabas llamando y acá estoy, ángel mío…
Nos reímos y tragamos agua. Empieza a mordisquear mis pezones y me duelen de tanto
deseo. Me alza y me encaja en su erección. Aunque le fue fácil entrar en mí
teniéndome en andas por mi pérdida de peso, el agua no ayudó mucho a mi escasa
lubricación y eso me irritó un poco. Sin embargo, la felicidad de saberlo llegando
a mis entrañas, me provoca un deseo sin escalas, entregándome a la pasión que vengo
acumulando en mi sexo desde ayer. Nos movemos al unísono, apoyándome en sus brazos,
llenos de vello castaño, para sostenerme, y él tomándome de mis caderas para entrar
y salir de mí, sin otro sonido que nuestros jadeos, la sensación de sus manazas en
mi cintura, poseyéndome y apretándome, desde mi espalda y hacia su pecho… El agua
golpeando entre nosotros… Sus “te amo, angelito”… La voz sensual de Bryan Ferry… La
música obra en mí como una llave que abre compuertas, quita vendas, cura a través
de sus letras. Y creo que eso sería de ahora en adelante Slave to love para
nosotros. Hoy, a la distancia y en el medio del dolor, recuerdo esa tarde y mi alma
se inquieta sabiendo que no volveremos a estar juntos, que demasiado amor nos
desbordó y tapó nuestras desconfianzas, nuestras fisuras…
―Diego… ―Lo llamo entre gemidos, porque me tiene retenida con una de sus manos y la
otra satisfaciendo mi otro centro. Penetraba con fuerza en mi humedad, mientras con
su dedo anular preparaba mi trasero.
―Sos hermosa… Siempre imaginé estar así con vos, pero estás superando mi mejor
sueño… Hoy te veía en la oficina y quería arrancarte de ahí para estar juntos todo
el día, como ayer… Como siempre, de ahora en adelante… Sos hermosa… —Su voz se
aclara, como si reconociera el alrededor y me pregunta: —¿Y esta canción?
―Quiero que entiendas algo, Ángeles: De ahora en adelante, nadie más podrá tenerte.
Ahora que puedo disfrutarte como quiero, como siempre te imaginé, no soportaría…―No
fue tanto lo que dijo sino cómo lo dijo. Torturado, acentuando su agarre en mis
brazos y marcándomelos. Inmediatamente, me suelta y me abraza. ―Perdoname, mi amor,
es que jamás fui un hombre celoso y no manejo estos sentimientos que me asaltan
cuando pienso que podrías aburrirte de alguien como yo… ―“Comprometido”. En
realidad, esa era la palabra que ninguno de los dos nos animábamos a decir en voz
alta. —Lo único que tengo para ofrecerte es mi vida…
―No, mi amor, te entiendo… Te prometo que esta semana arreglo todo con Ivana… Pero
tenés que comprender que nadie rompe un futuro casamiento de la noche a la mañana…
Al menos, sin lastimar al otro…
Quería preguntarle qué hacía hoy con su novia, por qué se sonreían, por qué lo
tocó, por qué no aprovechó en ese momento para decirle ¡chau!, pero mi orgullo pudo
más y prefirió crear fantasmas gigantescos. Quizás, se habían encontrado sin
querer… Quizás los Reyes Magos no son los padres… ¡Seguía confiando y creyendo en
los dichos de los demás, ilusa de mí!
—¡Ay, angelito mío, lo que tardé en ser feliz! Pero llegaste vos… Confiá en mí.
Todo se va a resolver… Dame tiempo. Te amo. ―No pude decir nada ante la inmensidad
de su mirada y sus palabras. Afloja el agarre. ―¿Sabés? Ivana siempre estaba
buscando y buscando, no sé bien qué, pero lo hacía sin cesar, obligándome a mí a lo
mismo... Hasta que terminamos desdibujándonos, perdiéndonos, no pensando en el
otro. No está mal, pero evidentemente no era la mujer para mí. Mientras que con
vos, pasó al revés: te busqué yo sin saber, te reconocieron mi corazón y mi piel, y
ya no necesité ese “algo más”. Estar juntos es la respuesta y es lo que me
completa. Al lado tuyo siento calma y que todo es posible… ―Me miró con sus ojos
más verdes que nunca, como si sus palabras vinieran desde adentro y nos iluminaran
a ambos con su sonrisa y su verdad. ―¿Te digo algo? Me encanta la forma que
inventamos para comunicarnos… —Lo miro como si no entendiera. Sigo pensando en
Ivana, en que vuelvo a ser la otra, en mi enfermedad… —Digo, cómo escogemos música
juntos, de manera de decirnos cosas al escucharla, estemos en donde estemos, y que
eso nos haga sentir entrelazados…
―Angie… No pienses mal… No nos hagas ésto… Dejame explicarte que en breve…
Y otra vez vuelvo al abismo de la soledad. A que todo me parezca de cartón pintado
porque yo quise que ese cartón que representa mi vida tuviera color. Y esto es lo
que me duele: haberme permitido soñar con ser feliz cayendo desde la nube más alta.
Yo soy esto y tendré que aprender a que los hombres vienen a mí pero no se quedan.
Jamás.
Pensé que Diego podría salvarme de mí, pero ni él se la quiere jugar. Prefirió
venir a mi casa después de verse con la novia y no decirme ni una palabra. ¿Cómo
puedo confiar en él? Esta vez, aplicaría las mismas reglas que me aplicaron.
Después de todo, tampoco tengo tanto tiempo para una relación o para ser feliz.
Debo estar enfocada en mi tratamiento y en San Luis. Y ya sé cómo lo haría…
*********************
Lunes, otra vez. ¡Hastiada de que mis comienzos de semana marcaran el ritmo de mis
emociones! Lógico, vivo sola (bueno, ahora está Silvestre, pero no es lo mismo) y
los domingos son muy duros. Bien de manual, ¿no? Para colmo de males, desde la
discusión de la semana pasada con Diego, él vino a verme dos veces más y no pude
negarme a sus besos. Me prometió que cuando volviera, arreglaría sus cosas con
Ivana, pero que necesitaba hacerme el amor para poder irse tranquilo. Luego partió
de viaje. Ayer lo extrañé mucho porque cumpliríamos una semana juntos y no
podríamos celebrarlo. Y aunque esa no fuera la palabra exacta, me descubrí
ilusionada con esto que nos permito vivir. Suena omnipotente, pero es así: la
oportunidad nos la di yo, y a pesar de mi burbuja de insensibilidad emocional. Sin
embargo, lo necesitaba cerca para creer que podía ser verdad. Porque sin la
presencia de mi donjuán, el agujero negro de temores y suposiciones volvía a
instalarse en mí.
Como si intuyeran mi estado, y luego de haberme vuelto a negar a salir con mis
Gitanos, Richard y Mora vinieron ayer a ver cómo estaba. Ricky hizo su típico y
gracioso recorrido por mi casa diciendo en cada habitación “¡Ingeniero empotrador
aparecé con o sin ropa!”. Nos hizo reír por el apodo con el cual él lo llama y tuve
que contarles (obligada y después de miles de extorsiones) que Diego y yo estábamos
“conociéndonos sin compromisos”. Igual, muy por arriba, y porque mi chico color
esmeralda me serviría de excusa con ellos frente a mis ausencias por la leucemia.
Gritaron, se (y me) abrazaron, me dijeron que parece un buen hombre y que me
merezco una relación “normal”, que Tomás era una mierda, que merecía ser madre con
alguien como Diego y como siempre había querido… ¡Han cantado bingo! ¿Quién no
quiere algo así? Pero esto no es soplar y hacer botellas, chicos: esto se trata de
que yo estoy enferma y lo voy a arrastrar a una vida de mierda, que voy a hacer que
se separe de la mujer con la cual había planificado casarse para quedarse solo en
unos meses de supuesta felicidad, y que lo amo tanto que no puedo ser tan egoísta.
Por supuesto, no les dije todas estas razones, solo me dediqué a sonreír. Y llorar,
cómo no, por mentirles, por ilusionarme, por amar sin medidas...
Ricky, que me conoce como si me hubiera parido, algo adivinó, y me dijo que mi
hermoso ingeniero les confesó (a él y a Román, el marido de Mora) que “se estaba
enamorando como nunca antes, y que con Ivana ya estaba todo terminado antes que yo
apareciera”. Pero lo que más me sorprendió fue que mi amigo le respondió por mí,
diciéndole que “vos dale para adelante, que Ángeles debe estar muy enamorada si
comparte más tiempo con vos que con nosotros”. Me miró fijamente esperando alguna
reacción de mi parte, una puteada o una negación, pero me fui a hacer mates en
silencio y me dejaron hacer. Saben cómo soy y me aceptan, porque no estoy ni
enojada ni triste. Simplemente, estoy cómoda sin hablar de mis huracanes internos y
emocionales. No hay tanta vuelta. Sin embargo, con Diego es diferente. Me agarra la
verborragia silenciosa, la que duele de no poder expresar lo que él me provoca. La
que aún no puedo ni sé gestionar por invadirme y darme ganas de decirle todo.
Cuando me dejaron sola estaba agotada de tanto disimular y lloré durante media
hora. Sé que hablaré con ellos en breve, sobre todo antes de irme, pero no definí
cuándo.
Ahora le toca el turno a Diego. Son las cinco menos cuarto de la tarde y me siento
en el café que queda cerca de mi departamento para esperarlo. Selecciono la lista
de nuestra música y salta la última canción agregada. Por mi hombre hermoso, como
casi siempre, porque él sí que no tiene problemas para expresarse de la forma que
tenga a mano. Sonrío, mientras la escucho con los auriculares.
y otra vez,
y otra vez…
Miro por la ventana y pienso en todo lo que pasó desde la fiesta en el Faena. Fue
la noche del miércoles siguiente a ese mágico sábado... Sí, ambos lo sentimos.
Hicimos el amor. Habíamos acumulado ganas, caricias, sexo del bueno, del que
demuestra todo con esa urgencia por conquistar. Esa noche me sentí la más amada,
necesitada y única del mundo. Y no me refiero solo a compararlo con mi pasado, con
Tomás, sólo que la forma de Diego es tan distinta que anula lo que sea que hubiera
existido antes. Con Tomás, todo en la cama era una carrera contra el tiempo: su
mujer, sus hijos, la empresa, inclusive, yo. Y con esto último me refiero a que él
medía cuánto de su tiempo darme para que no me ilusionara, siempre a cuentagotas.
Con Diego, es una demostración continua y una proclamación de promesas de cosas que
le gustaría hacer juntos. Y ahí está otra vez la ilusión. Dos hombres que marcaron,
marcan y marcaran mi vida, una frase, dos connotaciones distintas. ¡Y esa noche nos
disfrutamos tanto! Nos obsequiamos el espacio necesario para recorrernos… Hacernos
el amor, propiamente dicho. Las miradas previas, las caricias y los besos durante,
y el dormirse abrazados después, sin tiempos, es algo maravilloso que agradezco a
Dios haber tenido la oportunidad de disfrutar aunque sea una vez en la vida. Sobre
todo, que esa oportunidad la haya tenido con mi donjuán de los ojos más verdes y
expresivos que existen. Esos que manifiestan todo porque no pueden evitarlo, porque
no podrían esconder el alma aunque quisieran. Porque Diego no tiene reparos en
sentir a manos llenas. Por todo eso, lo amo.
Han pasado cinco días desde esa madrugada, cuando se fue para organizar lo de su
viaje. Cinco días sin poder pegar un ojo de pensar y pensar qué elegiría, y que esa
decisión nos atañería a los dos, permitiéndonos vivirnos con intensidad o hundirnos
en tristeza. Tanta responsabilidad pesando sobre mi corazón no me permite descansar
desde esa noche, lo cual me provocó una recaída el sábado, dándome la señal que
necesitaba para lo que estaba por suceder.
La idea de este encuentro es usar su situación con Ivana, hacerlo sentir culpable y
evitar tenerlo todas las tardes en casa, como la semana pasada antes de su
ausencia... Yo estoy en tratamiento y no tengo días buenos siempre. Necesito mi
espacio para sufrir y definir si quería seguir los deseos de mi piel o de la razón.
¿Y si le cuento la verdad? No. Lo conozco y sería pedirle veladamente que se
quedara. No puedo explicarle que cada vez se me está cayendo más el pelo, que
pronto no tendré energía ni para amarlo ni para dejarme amar, que cada suspiro
transpirado con dulzura y caricias podría ser el último... No, no puedo hacerle
eso. Prefiero que me odie por algo que no conoce que contarle y quiera quedarse
conmigo para siempre… El corazón me galopa de la culpa… Lo amo. Me ama. Pero ¿qué
estoy haciendo? Continúo meditando la opción egoísta de arrastrar a Diego ¿hacia
qué? ¿Hacia dónde? Si no puedo prometerle nada... Necesito actuar para hacerlo
libre y dejarme de fustigar por algo que tampoco había provocado yo. Me enamoré,
nos enamoramos, pero eso no me da derecho a todo. A romper nada del otro, su
corazón, sus sueños, sus ilusiones, sus esperanzas, por aferrarme a un soplo de
vida que en un futuro no me pertenecería… Dios mío, guiame.
―Hola, amor ―me saca los auriculares y roza mi cuello con sus labios―, ¿qué te
pareció la canción? —Me toma de las mejillas y me da un beso húmedo, demandante.
Sexual. Sonríe y lo hago en espejo. Lo extrañé tanto… —Te extrañé tanto…
Nos miramos, perdiéndome en sus ojos y en el mechón castaño y lleno de rulos que
cae sobre su frente. Es tan hermoso. ¡Y por fuera más! Te amo tanto, ingeniero, que
te pido perdón por lo que estoy por hacer.
―¿Cómo te fue? —Hacemos seña al mozo para que nos traiga la carta, pero yo solo
pediré un café porque no quiero hacerla larga. —¿Mucho trabajo?
—Dos cafés y dos porciones de torta del día —pide por ambos. —Perdón, amor, es que
tengo mucho hambre y quiero contarte de todo antes de pasar a buscar a Chicha y a
Limonada por lo de mi hermano.
—¡Ni loco! ¿Y perderme de verte, besarte y charlar como estamos haciendo ahora? —
Toma mis manos, acerca la silla y me abraza por los hombros. —¿Te gustó mi canción?
Así te necesito, angelito mío, una y otra y otra y mil veces más… —Acaricia mi
costado y toca mi seno derecho. —Quiero reponer energías y matarnos en tu
departamento o en el mío… —Bajo la vista y las lágrimas se agolpan en mis ojos. —
¿Qué te pasa mi amor? ¿Qué dije? —Toma mi barbilla para mirarme como siempre quise
que me mirara el amor de mi vida. Como me mira ahora mi Diego. —¿Pasó algo en mi
ausencia, Ángeles? —Su tono de voz, mis lágrimas y su boca totalmente contraída
exigían una explicación. ¡Dios qué difícil es ser altruista! —¿El forro de Tomás
hizo algo? Lo mato… Si llegó a ponerte un solo dedo encima, yo… —masculla nervioso.
—No… —Susurro.
—Que Tomás y vos… —Intenta levantarse y retengo su huida. Con él es todo o nada, sé
que no me compartiría y entiendo cuál podría ser su talón de Aquiles para alejarlo
definitivamente. Aunque reconozco que solo estuvimos juntos de sábado a martes,
debería saber leer mis besos y mis caricias, a pesar de sus celos. —Dejame ir,
Ángeles, así al menos no me siento tan pelotudo con el regalo que te traje…
Me duele ver que aún no logro transmitirle seguridad, pero lo entiendo. Sin
embargo, ya debería conocer mi tara emocional y comenzar a confiar un poco.
—Diego… Estoy llorando porque… Porque… —Vuelve a sentarse y se acerca tanto que
siento su perfume. Me mira con la esperanza de quien todavía cree que puede ser
feliz y hacerme feliz con solo desearlo. Es como un chico y no le puedo robar esa
ilusión. No puedo porque tampoco quiero robármela a mí misma. Pido perdón por este
acto egoísta y que me juzguen cuando me muera. ¡Que sea lo que Dios quiera! —Porque
te amo tanto que me emociona sentirlo con tanta libertad…
Su sonrisa se va tornando cada vez más, y más, y más grande, sus ojos vuelven a
tener ese fulgor verdoso y sexual de hace un rato, y sus manazas me alzan de la
silla para colocarme sobre él y darme un beso indescriptible. Llega otra moza con
el pedido y se ruboriza de los dedos indiscretos de mi donjuán, que no dejan de
masajearme la cola y mis muslos, yendo y viniendo sensualmente. Llena mi cara de
besos y somos felices.
—¡Yo sabía! ¡Yo sabía, viejito mío, que no podías fallarme en ésta! ¡Es ella y es
mía! Acá está, papá, mirá el mujerón que me gané… —Habla mirando al cielo y
sonriendo con los ojos cristalizados de lágrimas que quieren asomar pero no se
dejan ver. —Gracias, mi amor, mi vida, mi todo… Mi angelito de las piernas eternas
y mirada del color del sol… —Y como si recordara algo, se mueve hacia arriba y
hacia abajo, buscando en su bolsillo trasero y clavándome su erección en cada
movimiento, haciendo latir mi centro con punzadas de deseo por tenerlo en mí. —Te
traje esto para que lo lleves siempre con vos y me recuerdes cuando me ausente
demasiado…
—Como vos los tenés en Facebook, me los sugirió la red como amigos y ahí recordé
que te gustaban sus diseños. El resto es historia… —Sonríe, ansioso. —Dale, abrilo,
mi amor, que quiero ver en vivo tu reacción… —Lo abro, y encuentro dos aros de oro
con piedras en forma de sol brillando con un fulgor especial. El del amor. —Los vi
y pensé en vos… Quiero que los uses cada vez que hagamos el amor y vestida solo con
ellos…
—La piedra es ámbar. Los había encargado antes de irme y recién los tuvieron listos
para hoy… Por eso llegué unos minutos más tarde a nuestra cita: pasé a recogerlos
para traértelos, ver cómo te quedan y arrastrarte a donde sea para hacerte el amor…
—Siento cómo se mueve con intención, ladeando su sonrisa lobuna, y su calor llega
hasta mi humedad derritiendo telas. —Ángeles, vamos ya a tu departamento que es lo
más cerca que tenemos, antes de volverme loco y desnudarte frente a todos… —Susurra
con su voz grave, mordiendo mi oreja.
Sin pedir la cuenta, deja doscientos pesos y salimos corriendo del café.
¡Parecíamos dos locos corriendo detrás de un tesoro incalculable! Como llegando
tarde a algo. Y era un poco de todo eso: nuestro tesoro éramos nosotros mismos,
nuestra urgencia de disfrutarnos, olernos, acariciarnos, sentirnos, hacernos uno.
Queríamos volver a estar uno en la otra, confirmando que el sexo es solo sexo
cuando termina, pero que el amor se hace después de eso, cuando nuestros fluidos
nos envuelven con el aroma único que creamos desde aquella bendita tarde en el spa.
Faltando una cuadra, me paro para tomar aire y le pregunto:
Sin responderme, lanza una carcajada llena de ternura, me alza sobre su hombro
derecho, me lleva en andas el resto del camino, me pide la llave y entramos. Me
baja, me besa y mete su mano en mi jean. Jugando, subimos gateando la escalera
hacia mi departamento porque mi donjuán me va desabrochando cordones, botones y
haciendo lo propio mientras me dice guarradas. Amo estas cosas “normales pero
únicas”. Locuras frente a los demás y novedades para mí, que siempre anduve
escondida del amor y de todos por expiar una culpa que ni siquiera era mía.
Silvestre nos mira apenas llegamos como si estuviera feliz de verme sonreír de
nuevo, ronronea y se va, dejándonos solos. ¡Gato listo! Hoy, doble ración de
caballa.
—Ponételos.
Sin mirarlo, siento sus ojos quemándome la piel y el peso de su cuerpo subiendo
sobre el colchón. Se coloca detrás, me alza y me sienta sobre sus piernas estiradas
hacia adelante. Me penetra con suavidad y se balancea abrazándome por la cintura y
desde mis pechos. Es una postura tan íntima, llena de conexión amorosa, que mi
felicidad brota sin cesar a través de pequeñas lágrimas. Tiro mi cabeza hacia
adelante mientras Diego apoya su mejilla sobre mi espalda. Jadea… Transpiramos…
Suspiro su nombre, que me viene desde el incendio sensual más profundo, pasando por
mis venas y mis entrañas, para terminar en mi lengua. Dios mío… Un ligero temblor
comienza a apoderarse de ambos. Vuelvo a arquearme hacia adelante, dejando un poco
de él entre mis pliegues, gruñe mi nombre y me restituye a la posición de recién,
adentrándose completamente en mí.
—Te siento, mi amor… Esperame y llegamos juntos… Cuando lo hicimos la última vez,
me quedé con una sensación increíble… —Bombea tres veces más, me balanceo con
fuerza para que masajee mi clítoris en el camino y acabamos juntos entre suspiros y
besos. —Arrrgggg…
Mi dulce hombre hermoso, el donjuán que se puso al hombro la batalla por mis
emociones, me abraza con sus manos, su sudor y sus piernas, y yo me fundo en su
burbuja de piel.
Las cartas fueron jugadas, las decisiones fueron tomadas, las vidas estaban
marcadas y mi corazón había matado a la poca racionalidad miedosa que me quedaba. A
mucha honra.
**************************
Qué feliz me sentí al ver en sus ojos que me ama tanto como yo a ella. Su entrega y
su “te amo” en nuestro reencuentro, fueron el premio más grande que me regaló la
vida. ¡Ahora te entiendo, viejito! Todo lo que vos me quisiste enseñar del gran
amor lo aprendí a caricias, a lo guapo, a puro beso y corazón. Como es ella. Porque
con mi angelito no quedaba otra: había que saber esperar que le cayera la ficha y
que confiara en que el amor verdadero estaba al alcance de nuestras manos. Lo que
empezó siendo una corazonada de libertad, terminó siendo nuestras ganas de vida. Me
enamora y se me infla el pecho y el corazón de saber que soy su sostén, haciéndonos
bien mutuamente. Porque, aunque me di cuenta que a Angie le gusta hacerse la dura y
la desentendida con sus sentimientos, ambos nos complementamos en esto de aprender
a transitar este huracán que nos sacudió la existencia y la puso patas para arriba…
Mi hermano se reiría de mí y me diría que parezco “un maricón hablando así”, pero
es que él no está enamorado, ¿no, papá? Sé que todo lo que venga de ahora en más
será pura construcción de felicidad... ¡Ahora sí quiero tener hijos cuanto antes!
Tres nenas con sus ojos, su carácter y su dulzura… Que cada persona que nos mire,
entienda que soy el tipo con más suerte del mundo, y que cada boludo que ose poner
sus ojos sobre ella vea que está panzona porque lleva mi semilla como marca de
agua. Pura vanidad de saberla mía.
Lo único que sigue haciéndome ruido es ese afán que tiene de seguir escondiéndonos.
Ángeles tiene que entender que se terminó esa época humillante que vivió y que
estoy a su lado para mostrarnos al mundo, orgulloso de lo que estamos descubriendo.
Otra cosa que no me animo a preguntarle, es sobre sus ojeras y su delgadez.
Seguramente, los nervios de todo lo vivido en los últimos meses la haya
descalabrado. El abandono de Tomás, los nuevos contratos de la empresa, nuestras
idas y vueltas… Nada que unas sesiones de amor con mi chica de los ojos color cobre
no solucione.
La extrañé demasiado en este último viaje. Mis compañeros llamaban a sus mujeres e
hijos, y yo no pude encontrarla en las veces que lo intenté por no haber buena
señal o ser muy tarde. Por eso mi única forma de comunicarnos era con la música.
Sabía que estaría dándole mil vueltas a lo que disfrutamos después de la fiesta del
Faena y mi oportunidad para crearle un golpe de efecto sería reafirmar lo que
hicimos. Esa ocasión llegó cuando incluí en nuestra lista íntima una canción que
escuchamos en el bar que fuimos a cenar con mis compañeros. Estaba puesto el canal
de música y sonaba un cantante desconocido (al menos para mí y los muchachos), pero
la letra... ¡Uuufff, nos describía a nosotros haciendo el amor! Sentí cada frase
como si estuviera dentro de Ángeles, mordiendo su hombro en cada balanceo y
besándole la juntura de sus pechos… Comencé a sentir una débil erección al
recordarla gimiendo mi nombre, y tuve que concentrarme en el canal y en la cena
para enfriarme. Esperé atento a que terminara el video, para conocer el nombre de
la canción y el del intérprete, la busqué en Spotify y la agregué a nuestra lista.
Quería que estuviéramos conectados a pesar de lo rara que había estado nuestra
despedida antes de que me fuera. Y cuando digo “clima raro” es porque ella seguía
sin abrirse. Hasta ayer, que me confesó todo y aceptó mi regalo como señal de
compromiso, mientras me susurraba en la ducha:
—¡Hola!—Unos dedos finos y fríos tapan mis ojos. —¡Te extrañé! Quiero que sepas que
aunque me sigas dejando alone con los preparativos de nuestro casamiento, te
perdono, pero… —Se sienta sobre mis piernas e intenta saludarme con un beso en la
boca que logro esquivar. Esto será difícil. Me mira entre sorprendida y enajenada.
—¿Qué pasa? ¿Ya no te gustan mis besos?
—¿Cómo? —Levanta la vista del menú. —¡Ah, ya entiendo! —Lanza una carcajada sorda y
me mira fijo. —Las estresadas siempre somos las novias, pero en este caso terminas
siendo vos, ¿no?
Sus ojos tienen tal egoísmo e ironía que no puedo dejar de compararlos con la
dulzura y profundidad de los de Angie. Recién ahora me doy cuenta que jamás estuve
enamorado de esta mujer.
—Perdoname, Ivi…
—¿Sirve de algo que te diga sí o no? Esto no es por terceros, esto es entre
nosotros… Ya no te amo y creo que es mutuo…
Tomo sus manos, porque a pesar de no amarla, Ivana hizo mucho por mí. Si en ese
momento hubiera sabido de sus engaños, no se los hubiera reprochado, pero sí me
hubiera ahorrado la culpa y las explicaciones. Las retira con rabia y sus ojos
destilan demasiada furia.
—¿Y la chica en cuestión también tiene dinero como yo? —Me pregunta con su habitual
sarcasmo.
—¿Sabés cuándo? —Me mira ansiosa, con una mueca desagradable en sus labios. —Cuando
fuimos al cine y lloró en mis brazos por una película… Tan simple y tan grande como
eso… Cuando ella, que jamás se abrió a nadie y casi sin conocerme, se permitió
confiar y decirme te amo en el medio de mis caricias… —Me cruza la cara de un
cachetazo. —Disculpame… No quise ofenderte… Me lo merezco… Lo estoy haciendo para
que dejemos de mentirnos y comencemos a vivir…
—¡Ah, no, eso sí que no! ¡Ahora no me digas que lo hacés por mí, Diego!
La veo mirarme, asombrada, sin saber qué responderme y aprovecho a levantarme para
ir al baño, porque necesito refrescarme la nuca. Estoy siendo injusto con la mujer
con la cual había planeado casarme y no tengo derecho a faltarle el respeto. Vuelvo
a la mesa después de cinco minutos de hablarme al espejo, diciéndome que lo peor ya
estaba hecho y de felicitarme por comenzar de cero, con la frente en alto, a
transitar mi camino con Ángeles. La veo retocarse el maquillaje y sé que estuvo
llorando, pero no puedo hacer nada. A veces, separarse y saber cortar a tiempo algo
que solo seguía inercialmente, también es amar al otro y es valorarse a uno mismo.
La abrazo y no decimos una sola palabra. Es el adiós, lo sabemos.
—Voy a llamar para cancelar todo lo de la fiesta… —Veo sus ojos acuosos y me da
pena.
—No, no, dejá, eran muchos amigos de papá, así que será mejor que lo haga yo… —
Suspira y roza mis dedos. —Diego, ¿algún día podríamos juntarnos a tomar algo como
viejos amigos o ya nunca más?
—Sí, claro…
La veo irse y me siento liviano. Ahora sí. Es verdad que todo fue demasiado fácil,
pero hasta Ivana me había dicho semana atrás de atrasar de nuevo la boda. Ninguno
estaba convencido, e Ivana siempre había sido buena mina… No quería perder un
segundo más cavilando cosas sin sentido y sin entrar en el cuerpo de mi chica de
los ojos cobrizos. Sin embargo, respetaría los tiempos de Angie y tampoco quería
sonar cargoso. Mañana nos sacaríamos las ganas de besarnos, de sentirnos, y se
pondría contenta cuando le contara todo.
*****************
Cuando Diego se fue al baño, Ivana googleó la empresa en la cual él estaba como
ingeniero para ver la nómina. Revisando mensajes, nombres, fotos, recordó, hiló
todo y entendió. El dueño era Tomás, el mismo que estaba con aquella chica que a
Diego tanto le había gustado en el spa swinger, y seguramente la “ladrona” que se
estaba robando a “su hombre”. ¿Cómo podría sacarse sus dudas y confirmar sus
sospechas? Ahora entendía la reticencia de su novio a hablarle de su trabajo, y sus
continuas “confusiones y distracciones” respecto al casamiento, día tras día. Ivana
aprovechó que Diego se levantó de la mesa, y tomó su celular para buscar el
contacto de Ángeles, mandándole un mensaje que decía: “Se nos ve el plumaje a las
dos por igual, así que ojito, que Diego es mío”. Y si hubiera sospechado que a los
pocos segundos envió otro con malicia que reforzaba: “Y sí, es su celular, para que
entiendas que puedo acceder a sus cosas cuando quiera. No sabés con quién te
metiste… No está muerta quién pelea…” seguramente hubiera actuado de otra forma
semanas después.
Teniendo tantas cosas que hacer, cancelaciones por el compromiso con Diego, avisos
a nuestras familias y el caso Robledo que me tiene entre la espada y la pared, paro
el mundo para encontrarme con una de las personas que compartió conmigo aquella
tarde, hace más de un año, y que tantos dolores de cabeza me trae hoy. Veo que un
hombre demasiado atractivo camina hacia mí, levanta su mano como saludo, pero luego
me hace señas que debe contestar su celular. No lo recordaba tan seductor... Su
traje azul marca un cuerpo trabajado y cuidado con esmero, y su corte prolijo y
masculino con un poco de canas en sus sienes le otorgan experiencia, a pesar de su
juventud. Se sienta sin saludarme, cruza sus piernas en forma varonil y me dedico a
observarlo. Sí, ahora entiendo qué me había atraído de él. Sonríe y gesticula,
mientras habla por su teléfono, como si el otro lo estuviera viendo. Se nota que es
un tipo de negocios, de armas tomar, de cortar cabezas si fuera necesario. De “el
fin justifica los medios”, como yo. ¿Que cómo me doy cuenta? Fácil: tiene una
sensualidad fría y una malicia implícita en sus ojos claros cuando te mira. Eso y
que sé reconocer a mis “pares”. Corta y me mira.
—Diego canceló nuestro compromiso porque planea irse a vivir con tu “amante”, como
vos le decís. —Lo tiro sin anestesia para ver su reacción. No me había equivocado.
Abre la boca con incredulidad y sus ojos destilan odio. —Sí, me imaginé que no lo
sabías. Se estuvieron revolcando a nuestras espaldas y a escondidas, quizás, desde
aquella maldita tarde… —Sabía que no, pero necesitaba mentir para generar
confusión.
—¡Imposible! ¡Me hubiera dado cuenta! ¡Ella siempre fue mía y de ningún otro!
Conmigo tenía todo y más… —Su orgullo lo estaba cegando. Mejor. —Si llego a
enterarme que esa hija de puta estuvo con otro a mis espaldas… No… Imposible…
—¡Todo!
Las caras de Tomás pensándose engañado son geniales. Los tipos como él piensan que
solo ellos son los machos alfa y proveedores de sexo. Tengo que aprovecharme de su
orgullo herido para lastimar lo máximo posible.
—Te propongo algo… —Sonrío y acaricio su boca con mi pulgar para quitarle esa mueca
que lo volvía maligno.
En pocos minutos, pudimos pergeñar el plan necesario para que Diego vuelva a mí, la
tal Ángeles sufra la humillación de ser denostada frente a todos sus compañeros y
tuviera que dejar la empresa, e, inclusive, acordamos incluir a una tercera persona
que sería crucial en nuestro próximo paso. Cuando terminamos, nos despedimos con un
apretón de manos y con el cuerpo agotado de tanto odiar. Nuestras palabras
demostraban que nuestros corazones estaban llenos de bronca y revanchismo. Casi no
nos escuchamos. Sin embargo, pudimos concertar que serían nuestros o no serían
felices.
****************************
Sábado. Angie estaba distante por la suma de mil cosas: nuestro alejamiento, el
almuerzo con Ivana y su mensaje (la bloqueé momentáneamente de mis contactos), y el
pelotudo de Tomás rondando. La extraño. No pasaron ni cuatro días, y ya me arde la
piel y el pecho se me contrae de no tocarla. Me sacó roja directa por ese mensaje
de mi ex y es una cagada. Pero, si no lo hubiera hecho, me preocuparía, porque
significaría que no le importo. Ahora, a remar desde cero de nuevo. Las batallas no
las ganan los cobardes, así que, sin avisar, paso a buscarla para invitarla a un
picnic. De alguna forma, tenemos que hacer las paces, y tampoco puedo dejar que
ella sienta que es la única que impone el ritmo en esta especie de “conocimiento”
que estamos transitando. Toco el portero y le pido que baje. Cuando viene a mi
encuentro, verla tan “digna” en su pose, me provoca internarme a mordiscos en su
cuello, imaginando mis manos en su culo y nuestros orgasmos estallando en las
venas. Me conmino a pensar en otra cosa para bajar mi deseo, e intento acercarme a
darle un beso, pero me pone su mejilla. Sonrío porque me divierte su pose celosa.
―Estás hermosa…
―Ajá…
―Se me ocurrió que podríamos hacer un desayuno tardío… ―No responde y se mira las
manos. Va a costar, pero está tan enojada que le partiría la boca de un chupón. ―¿O
ya desayunaste?
Estacionamos y bajo nervioso por lo que estoy por proponerle. Caminamos de la mano,
buscando el árbol más alejado de todos, cada uno sumido en sus pensamientos. Le
sugiero uno, lleno de raíces tan grandes que podrían escondernos y solo pienso en
hacerle el amor usándolas como butacas.
Dejo todo, me acerco levantando una ceja, mientras Ángeles se sienta en el lienzo,
dándome la oportunidad de tirarme sobre ella e iniciar una guerra de cosquillas.
—¡Basta, Die! —La escucho reírse y es la gloria. —¡Ayyyyyyy! —No para y estoy
fascinado de verla distendida. Parece una mujer diferente a esa sombra que siempre
le cruza la cara cuando intento acercarme a su corazón. —¡Paráaaaaaa! —Le hago
caso, la dejo tomar aire unos segundos y comienzo a besarla sin parar. —Pará, Die…
Acá no podemos… —Susurra.
—Lo sé, pero… Te traje para charlar —beso su cuello—, para verte, porque no
aguantaba más estar sin respirarte —muerdo sobre la tela uno de sus pezones y ella
se queja suavemente—, para explicarte… —No puedo terminar ninguna idea, porque mi
beba tampoco deja de morderme, imprimiendo el rastro de su lengua en mi cuerpo. —
¡Vamos ya al auto!
—Angelito mío —acaricio su mejilla—, disculpame… Te traigo para hablar sobre esta
semana y…
—Jamás. Pero si lo hubiera hecho alguna vez, estás tan clavada en mi sangre y
arrasaste con todo desde que llegaste, que no lo recordaría…
—Mi amor… Mi angelito… Mi beba hermosa… —Me abraza mientras acaricia mi espalda y
deja pequeños besos en mi cuello. Es una fuente inagotable de ternura y sensualidad
cuando se despoja de la mirada del mundo exterior, que no quisiera estar fuera de
ella ni un segundo. Así de posesivo me vuelvo cuando de Ángeles se trata. —Mudate
conmigo.
Se lo suelto así, sin lugar a dudas, y ella se paraliza. Sé que es pronto, que los
tiempos sociales y nuestro contexto nos “condenan”, pero no puedo callarme más. De
solo pensar que cada vez la noto más dispuesta a ser feliz, juntos, se me infla el
pecho de orgullo y me envalentono al recordar que, el otro día, estando abrazados
en el sofá y creyéndome dormido, dijo “si supieras cuánto te necesito, ingeniero…”.
Sé que no es lo mismo necesitar que amar, pero para mí, toda muestra de confianza
de Angie, es una afirmación a querer estar juntos y me agarro a eso con
desesperación. Sí, eso soy: un obsesivo delirante, un desesperado, un necesitado.
Si supieran el fuego que se esconde detrás de su hielo, mucho más la desearían.
Tarda en su respuesta y, otra vez, mis celos e inseguridades crecen a pasos
agigantados. Amago a salir de ella, pero mi angelito de la mirada fulgurante me
retiene, sonriendo mientras unas lágrimas caen de sus ojazos que brillan más que
nunca y me dice:
—Yo más.
Aunque no lo hubiera dicho con todas las letras, con eso me sobre y me basta.
****************************
Debo confesar que la etapa noviazgo blue (vieron esos meses que una está con
alguien hasta “formalizar”) con mi dulce y sensual donjuán estaba siendo un fuego.
A la distancia, lo pienso, nos miro, me río y nos extraño…
Mi rabia contra la vida “normal” que no podía llevar, me llevó a decirle que sí
iría, antes de saber que los análisis semanales saldrían mal. Ya no pude hacerme la
distraída. Hoy, mi doctor me dijo que tengo que comenzar a hacer reposo en serio,
si es que quiero curarme, y dejar de jugar con mi vida y con la de los demás, que
estaban haciendo de todo por salvarme. Si bien la quimioterapia oral la recibía una
vez por mes (una de las pastillas me la daban en el hospital en forma única y
mensual), lo que me desgastaba eran los análisis periódicos de sangre, radiografías
y tomografías, y los remedios que debía sí o sí ingerir todos los días. También me
conminó a avisar en mi trabajo que mi carpeta médica indefinida debía adelantarse.
Mi peso no bajaba pero tampoco subía, y desde que me enteré que estaba enferma
había perdido cinco kilos en total. El stress de fingir, de enfrentarme a mis
planes futuros fallidos, de ver mi vida desmoronarse y de luchar por recuperar una
familia que nunca tuve, habían hecho mella en mi salud, siendo las recaídas cada
vez más frecuentes. Solo una vez, Diego vio unos óvulos y me preguntó para qué
eran. Como no me animé a confesarle que me ayudaban a la lubricación para hacer el
amor, le dije que mi ginecóloga me los daba por una picazón que le comenté en un
control. Me miró fijo durante segundos, desconfiando y queriendo repreguntar. Temí
lo peor, y creo que si esa noche insistía un poco más le hubiera contado todo.
*********************
“—Qué hermoso verte, beba… —Evidentemente, se le pasó el enojo. —Pero, ¿no tenías
curso hoy? Aprovechemos y vamos al baño que tengo ganas de besarte el interior de
tus piernas y hacerte…”
—¿Angie? ¿Qué hacés acá? —Cierro la conversación con Diego porque Tomás está frente
a mí. —Pensé que hoy tenías que…
—Se suspendió.
Lo corto antes que se le escape algo, y lo miro con intención de que entienda que
cierre la boca. Sonríe con ironía, porque sabe que me tiene en su poder al conocer
sobre mi enfermedad.
—Ángeles, necesito un informe que está en el expediente de obra del último viaje
que hice a La Pampa. ¿Podrías mostrármelo desde tu pantalla? —Se acerca un poco
más. Como mi silla está contra la pared, su mano se cuela por mi pollera pero, para
los demás, sigue en mi respaldo. Levanto la vista y nadie nos está viendo. —
Relajate —susurra— y mostrame cómo te pongo… Hermosa, me volvés loco… —Me dice
mientras sus dedos suben y bajan por la raya de mi trasero. —Tu pecho está
temblando e imagino que tus pezones deben estar duros como piedras, como a mí me
gustan… —Levanta la voz. —Eso no, Angie. Necesito ver el recorrido y el total de
los gastos, porque hay costos que no me cierran… —Abro mi boca para respirar y
asiento como puedo, pero sus dos dedos en mi trasero me están desquiciando. Me
reacomodo mil veces y mi centro palpita. Sé que estoy por llegar. De costado llego
a ver cómo el bulto de Diego nos delata y se inclina más para ocultarlo. —Vamos al
baño que quiero que acabes en mi boca… Necesito sentirte… Ayer extrañé besarte…
—Diego —lo llama Tomás—, ¿está lista la foja de gastos del viaje a La Pampa?
—No me interesa. Vení a mi despacho que tengo dudas sobre algunos extras…
El aire se corta con cuchillo. Se detestan y se nota. Asiente y espera a que Tom
entre en su oficina.
Saca su mano con cuidado, se toca el corazón con los dedos que recién tenía en mí y
me señala delante de mis compañeros haciéndome poner colorada. Por suerte, creo que
nadie nos vio.
“—Mirá mejor, que yo desde acá puedo sentir tu olor, así que estoy cerca. —Miro de
nuevo mientras escucho su voz ronca por el deseo. —Frío...frío...caliente... —
Sonrío al verlo sentado en el bar de enfrente. —Caminá hacia mí, beba, que te voy a
ir diciendo lo que me provoca verte…”
Obedezco, mientras no despego mis ojos de los suyos ni mi oído del móvil. Camino
como si estuviera haciéndolo solo para él, y me acomodo el pelo distraídamente
hasta tocar el nacimiento de mi escote. Convierto su excitación en mía al escuchar
su voz ronca y susurrante.
“—Veo tus pezones a través de la tela, marcándola, pidiendo por mi lengua, pensando
en que te estás acercando, y quiero explotar en tu boca... Intuyo el roce de tus
muslos, empapados levemente al recordar que en breve estaré entre ellos y dentro de
vos... —Muerdo mi labio inferior para luego pasar mi lengua repetidamente por mi
boca. —Ay, angelito, adoro que hagas eso pensando en que vas a besarme entero… —Lo
escucho tragar saliva. —Vení...”
Llego y me siento al lado para rozarlo. Ni nos miramos, pero cruzo y descruzo mis
piernas mientras acaricio sus dedos enormes. Vuelvo a recordar lo que hacen en mí y
gimo solo para que él me escuche. Le pide al barman que me sirva un Spritz, pero
con poco alcohol. El chico me mira como si Diego fuera un desubicado, yo le indico
con la cabeza que está todo bien, y hace lo que mi ingeniero le pidió. Mientras, mi
hombre hermoso se acerca y me susurra: “Esa caricia en tu pecho y estos roces a
propósito te costarán caros...”
—“Pensé” —imitando la voz del extraño— que tendría que explicarle que sos mía. —Me
río y lo beso con ternura. Mi celoso incurable. Mi protector eterno. ¿De quién iba
a ser sino de quién me devolvió a la vida? —Vení —me acomoda sobre su regazo y me
clava sobre su erección—, basta de jueguitos que solo aceleran mis ganas de estar
en vos…
—Y a ver, mi hermoso donjuán, me querés explicar ¿por qué no estás yendo con los
chicos a tomar algo antes de reunirte con tu hermano?
—Porque no soy tonto, Angie, y no te veo bien… No sé qué te pasa, pero aunque no
pregunte para evitar discutir como el otro día, no significa que no me doy cuenta o
que vayas a lograr que te deje sola… —Toma mi perfil para darme un beso que nos
deja sin oxígeno y su mirada verde hechiza la mía, impidiendo que deje de mirarlo.
—Mi beba de las piernas eternas y la mirada del sol… —Mi romántico incurable.
Sonrío. —Presentaciones y salidas con mi hermano habrá miles, pero momentos con vos
jamás son suficientes. No me alcanzan las horas para disfrutarte, conocerte,
vivirnos, y quiero millones de recuerdos para atesorar… —Me emociono y bajo la
mirada. Me acaricia y susurra la canción que está sonando en el bar:
Me coqueteás, me histeriqueás…
Menos mal que la falta de luces del lugar oculta mi dolor. Conozco esta canción que
está sonando y que Diego me regala con sus palabras porque fuimos con Richard al
recital de Será Pánico para mi cumpleaños. No sabía que a Diego también le gustaba.
Cuando la escuché por primera vez, me reconocí en la letra. Pasa su lengua por mi
nuca hasta terminar succionando mi lóbulo derecho. Tiro la cabeza hacia atrás y me
apoyo en su hombro…
Te quiero así
Y tu enfermizo paraíso
Me doy vuelta y nos mordemos, suspiramos, jadeamos, nos metemos mano, él bajo mi
pollera y yo en su jean, como desesperados insaciables… Me humedezco y revivo. No
me importa estar frente a todos, ni si alguien de la oficina cruzó y está acá. En
sus dedos respiro y me merezco esto.
Si yo hubiera sabido todo lo que se tramaba detrás nuestro, lo que nos esperaba y
lo que perderíamos sin retorno, le hubiese contado de mi enfermedad. Tendría que
haber luchado con las garras que me daba el no tener nada más que perder, salvo la
felicidad que nos aguardaba en la verdad y que ya no volvería. No sé… Le hubiera
dicho otras cosas, aclarado lo imposible, explicado que quería todo con él,
inclusive, que nos había soñado con una familia y nuestros Silvestre, Chicha y
Limonada…
Pero una, a veces, calla pensando que nos sobra vida. Las cosas hay que hacerlas,
decirlas, disfrutarlas, desecharlas, gritarlas, llorarlas cuando corresponde. El
mañana es hoy.
El jueves, luego de haber pasado una noche hermosa haciendo las paces, volví a mi
casa porque Angie me dijo que aún necesita acostumbrarse al concepto “nosotros”
(textual). Mi estrategia es justamente lo contrario: que jamás se acostumbre,
necesitándome sin condiciones para asaltarle el corazón durante toda nuestra
existencia. De hecho, yo sé que nunca me habituaré a ver cómo brilla entera cada
vez que sonríe, a sus piernas rodeándome en la cintura cuando estoy en ella, a su
boca diciéndome “mi donjuán”, a su lengua marcando mi cuerpo para acabar rodeando
mi pene, a sus dedos tocándome y marcando el ritmo en cada embestida... Con ella me
siento el hombre más completo del planeta. Estoy enamorado y no dejo de repetírmelo
para celebrarlo desde mis entrañas. Disfrutábamos mucho de nuestra intimidad y
complicidad. Y en la oficina, otro tanto. Mirarnos y hablarnos por chat para
encontrarnos y besarnos fugazmente en la cocina, o en las escaleras de emergencia,
anticipando lo que cada tarde vivíamos en su departamento o en el mío.
Por eso, ayer la pasé a buscar más temprano para desayunar juntos y volver a
sorprenderla, ya que habíamos quedado en no vernos debido a mi viaje. La amable
señora que a veces me encuentro en su edificio me deja pasar, toco timbre y me
escondo tras el ramo de jazmines. Cuando abre, mi visión parcializada observa sus
pantuflas floreadas y sus piernas eternas. Pensando que está desnuda y aún sigue
sin vestirse, mis planes cambian y ahora tengo ganas de otra cosa.
―Buen día, beba… ―Le saco el ramo de sus manos, lo dejo sobre el mueble y la
abrazo, mientras disfruto del olor de su pelo mojado y de la suavidad de su piel.
―Acabas de bañarte… Quiero mancharte…
―¡Ni se te ocurra! ―Me contesta sonriendo, pero dándome permiso mientras corre por
toda la casa. La atrapo y Silvestre nos mira desde un rincón. Estamos tirados sobre
su cama, muertos de risa y defendiéndonos a cosquillas. ―¡Diego!
—Me voy a bañar… ¡De nuevo! —Retengo su mano, sonríe y vuelve a la cama para darme
un beso fugaz. —Son cinco minutos, amor… También podés venir, si querés… —Me
sugiere sensualmente.
—Aunque me tienta la oferta, angelito, quiero que nos dejemos el aroma de nuestra
mezcla en la piel… El olor a nuestro amor… —Duda, pero se ríe con la mirada y
arquea una de sus cejas. Sí, soné muy cursi, lo sé. —Es que esto de estar pensando
todo el tiempo en excusas para escondernos no me gusta, Ángeles... —Suelta el
agarre de mi mano y comienza a vestirse. Ahí está otra vez su caparazón. —Sigo sin
entender por qué con Tomás no tenías problemas de que murmuraran y conmigo sí. ¿Tan
poco significa lo nuestro para vos? —No dice ni una palabra pero sus ojos se
cristalizan. Me fui a la mierda. Cruzo desnudo la habitación para alcanzarla y
abrazarla por detrás. —Perdoname, hermosa, a veces me comporto como un pelotudo muy
celoso… Es que necesito que todos nos reconozcan como pareja…
—¿Por qué? ¿No te basta lo que estamos descubriendo juntos? ¿No te alcanza que
compartamos todo? Conociéndome un poco, ¿no te das cuenta que para alguien como yo,
lo que vivimos a diario, esto es “demasiado compromiso”? ¿No te alcanzo?
—¿Sinceramente? No. —Se da vuelta, confundida. —No solo quiero tu tiempo sino
también tu confianza, conocer qué es lo que te impide dar el gran salto para vivir
juntos o planificar un hijo, por ejemplo. —Me mira con miedo. Mejor, no voy por
ahí. —No sé, Angie… Siento como si creyeras que de un momento a otro esto se va a
terminar, y preferís no entrar del todo en nuestro amor por no salir quemada… —Baja
la mirada y me da miedo preguntarle si acerté. —Te aviso que es demasiado tarde,
¿sabés? Yo ya estoy incendiado… Y creo que vos también…
—¡Dieguito!
—Vieja, no empieces…
—Ahhh —me abraza por la cintura y rodeo sus hombros mientras caminamos hacia la
casa—, entiendo… ¿Y el ángel que te rescató de esa chica cómo se llama? —Pregunta
pícaramente. No solo embarró a Ivana en la pregunta, sino que también metió la
consulta sobre mi beba.
—¿Y entonces que esperás? ¿Por qué no la trajiste? —No contesto y la miro. Toma mi
cara con ambas manos y me da un beso en la mejilla. —Ay, ay, ay, hombres, hombres…
¡Todos iguales! Tendrían que pensar menos y actuar más… Entremos y luego hablamos…
Apenas traspasamos la puerta, mis hermanos, primos y tíos me reciben con abrazos y
preguntas sobre Ivana y qué paso con el casamiento. Les explico muy por arriba, y
enseguida olvidamos el tema y la incomodidad. Pasamos una tarde hermosa,
almorzando, discutiendo sobre política, jugando un picadito con los chicos y
merienda con cosas caseras.
—Ya sé que cuando uno ama la presencia del otro es imprescindible. —Me dice mi
madre alcanzándome un mate. La miro y no necesito decir nada, ella me conoce. —Yo
no dejo de extrañar a tu padre, de verlo en todo, de escuchar su voz. Nos amamos
desde que nos conocimos y sabíamos que teníamos que estar juntos para ser felices,
para que ustedes pudieran venir al mundo… Diegui, yo siempre supe que Ivana y vos
eran el agua y el aceite, sin embargo, no me metí jamás. —Asiento y le devuelvo el
mate. —Celebro que te hayas dado cuenta, pero no podés seguir perdiendo el tiempo
sabiendo que la mujer de tu vida está ahí afuera y vos estás acá, solo, cavilando
qué hacer… ¡Demostrale que vos sos lo que ella estaba esperando!
—Es complicado, vieja… —Sonrío. —¿Sabés? Ella se llevaría muy bien con vos. Las dos
son mujeres fuertes y luchadoras, pero Ángeles… No sé… Me descoloca… —Mi mamá se
ríe en silencio y asiente mientras sigue cebando. —Mi angelito ilumina todo a su
paso… Me hace estrenar sentimientos, desear cosas, estar insatisfecho sin nosotros…
—Te hace vivir, hijo… ¡Ay, mi amor, qué enamorado estás! ¡Al fin! —Dice mirando
hacia el cielo. Ambos extrañamos a mi viejo. —Voy a despedir a tu hermano y ahora
la seguimos. Quedate acá…
Ángeles es una mujer que ha sido lastimada y humillada, que necesita confiar y que
le demuestren que el amor es todo y no las migajas a las cuales quisieron
acostumbrarla. A veces, la pienso como un ciervito indefenso y cauteloso frente a
cada paso que desea tomar por falta de confianza en los demás, pero sobre todo, en
sí misma. Pero para eso, para enseñarle a descubrir su fuerza interior y que
entienda que no necesita de nadie, estoy yo. No dejar que se acostumbre, esa es la
estrategia que no puedo perder de vista. Tomo el teléfono y escribo.
Siempre me gustó escribir. Y como nunca me costó expresar lo que sentía, lo hacía
naturalmente. Un día llegó Ivana y no volví a hacerlo. Hasta que reencontré mi voz
al mirarme en los ojos de Ángeles. Ella desata en mí esta incontinencia sentimental
tan necesaria para no ahogarme en tanto amor que siento.
Veo que lo lee pero no me responde. Sonrío ante este código tan nuestro, en el cual
ella recibe todo lo que me surge, sea música o palabras, lo acepta y luego me
demuestra que ya lo internalizó de tal forma que nos lo retribuye en la cama. No me
reconozco en este papel lastimoso de cavernícola celoso, controlador y necesitado.
Pero solo por ella. Es tan frágil a pesar de lo que piensan los demás… Sé que ambos
estamos aprendiendo a convivir con estos nuevos seres en los que nos convertimos
desde aquella bendita noche, después del Faena, en la que dijimos “hasta acá”.
Mejor dicho, desde la tarde cuando nos reconocimos en el spa. Y digo “reconocimos”
porque, como dice mi vieja, teníamos que ser. Siempre hay un punto en el cual algo
o alguien nos salva de nosotros mismos, de seguir arruinándonos con la forma en que
venimos, supuestamente, viviendo.
Busco su número para preguntarle cómo está, pero me sorprende una llamada entrante
de Ivana y discutimos sobre las cosas pendientes de nuestro fallido compromiso. No
la escucho, digo todo que sí, me da lo mismo lo que piense. Sigue enojada porque le
dije de todo después de ese mensaje de mierda que le mandó a Angie, y que casi hace
tambalear su confianza en lo nuestro. Debe pensar que sigo bailando al compás de
sus caprichos, a pesar de no estar juntos, o debe tener esperanzas de volver.
Cuando corto con mi ex, vuelvo a pensar en los ojos soleados de mi beba. Quizás,
antes de encontrar a Ángeles, estaba medianamente contento y tenía “proyectos de
vida aceptables”, pero viajaba inercialmente con la corriente de lo que me
aparecía. Ahora sé que estuvimos levitando hasta encontrarnos y desde esa tarde no
me conformo más: quiero todo y nada menos.
Hoy, para mí, vivir adquirió un nuevo significado. Solo con ella.
******************
Nos levantamos temprano con Silvestre para dar una vuelta en la bici, pero las
náuseas matutinas y el dolor en las piernas me recuerdan que debo descansar como me
pidieron esta semana. Mi “enojo” de ayer y mi silencio con Diego se debieron a que
volví a foja cero con mi preparación al trasplante y a replantearme si debía seguir
ilusionándonos. Si bien habíamos acordado con mi doctor en San Luis que lo mejor
sería el minitrasplante[16] para que pudiera seguir con mi vida lo más normal
posible, me doy cuenta que también se me hace difícil este angustiante “alargue” de
saber cómo resultará todo. Mi amigatuno me recuerda que él también existe y se
enrosca en mis piernas mientras leo un libro. Acaricio su lomo y nos hacemos
compañía hasta que me quedo dormida en el sillón. No sé cuánto tiempo pasó hasta
que una llamada de mi hermana me despierta.
―Gracias, Lu… Gracias ―hago una pausa porque me conmuevo al decirlo en voz alta―,
hermana…
―Angie… —Traga saliva. —Sé que lo que les hizo mi familia no tiene arreglo, y
también sé que me van a desterrar por esto, pero… Hermanita, lo más importante sos
vos… Quiero que mis hijos te conozcan y que vean que hay que apoyarse siempre entre
hermanos y…
Sigo sin poder creer las palabras de Luciana: “El médico dijo que somos, casi, un
cien por ciento compatibles, Angie, ¿entendés lo que significa? Cuando me llamó a
casa fui corriendo a su consultorio. Necesitaba ver el resultado con mis propios
ojos, hermanita. ¡Esto es un milagro! Me dijo que podés seguir haciendo vida
normal… Es decir, continuar con los medicamentos y los controles en Buenos Aires.
El doctor me aseguró que se hablan todos los días con su colega en Capital y que tu
preparación viene bien… Solo falto yo, pero estaré mil puntos… ¡En dos meses,
máximo, ya estás trasplantada, hermanita! Vamos a lograrlo, vas a ver…”
Luego, mientras me estoy bañando, repaso los dichos de mi doctor: “Todos tenemos un
genotipo. Este está formado por cincuenta por ciento de madre y cincuenta por
ciento de padre. Como también se heredan genes de los abuelos, se dice que entre
los hermanos hay un treinta y cinco por ciento, máximo, de compatibilidad. La
probabilidad de tener un hermano compatible es de una entre cuatro...” ¡Y yo la
tenía! Tendría que ir a la Basílica de San José de Flores para agradecer.
Inclusive, las traería a mi hermana y a mi mamá para ir juntas.
Amo ver su mirada sobre mí, su percepción acertada sobre mi corazón, sus manos
recorriendo mis mejillas para adentrarse en mi pelo y sostenerme mejor para
comernos la boca… La humedad que me provoca pensar en él me duele y me arde… Lo
quiero. Ya no puedo vivir sin él. Me ayudó a verme como mujer, enseñándomelo que
significa una verdadera relación y el respeto por el ser amado. Él huele a FUTURO.
Un futuro sin culpas, sin lastimar a nadie… Un futuro que ya no será porque deberé
dejarlo... No, no solo lo quiero. Yo a Diego lo AMO. Vuelvo a recordar lo que hablé
con mi hermana y entiendo que mi definición estaba cada vez más cerca, sumiéndome
en la negatividad de la proximidad de nuestra separación. Por eso, y
definitivamente, sé que no puedo arrastrarlo a mi suerte. No sería justo, ¿no?
Faltaba poco para que las mentiras que había ido construyendo y creyéndome junto
con él nos devastaran.
***************************
Jamás creí en el amor a primera vista. Pero lo nuestro fue otra cosa. Cuando nos
vimos por primera vez, la intencionalidad de sus ojos cortó cualquier actividad
cerebral en mí, y mientras su mirada soleada recorría cada pedacito de mi piel, mi
pene se iba izando imaginando sus manos a su paso. Pensé que era calentura mal
correspondida. Sin embargo, fue encontrarnos y volver a morir si no la tenía. Al
recordar el instante en que la conocí, me doy cuenta que, lo que yo creí una
obsesión, en realidad, era curiosidad. Necesitaba conocer por qué latía su corazón,
cuándo se le erizaba la piel dándole temblores, cómo sería al explotar en un
orgasmo cuando amaba de verdad. Porque desde el minuto uno descifré que mi angelito
de las piernas eternas no estaba enamorada del boludo que tenía al lado.
Sí, tenía que venir a verla. El ardor en el pecho por extrañarla es demasiado
grande. En realidad, estoy celoso de su tiempo sin mí y urgido de nuestras bocas,
manos y cuerpos siendo uno. Ese aroma a sexo amoroso que nos invade cuando
empezamos a rozarnos, reinventándonos para sentirnos, sabiendo que, aunque
repitamos mil veces en la cama, terminarán siendo diferentes porque algo nuevo nos
descubriremos en cada embestida... ¿Y por qué me lo iba a perder? ¿Porque Ángeles
sigue enojada y aún no entendió que no puedo vivir sin ella? Lo siento, gente, no
tengo orgullo cuando de mi beba se trata.
Toco el portero y Ángeles me abre sin titubear. Subo de dos en dos los escalones,
embaladísimo (y empalmadísimo), pero entendiendo que tendremos que hablar después
de amarnos. No seguiré escondiéndonos de nada ni de nadie. Ni siquiera de sus
demonios. Me recibe con su sonrisa que tanto añoraba y con Silvestre en brazos.
Esto es hogar: que tu chica te esté esperando y sus ojos te digan TODO lo que pasa
por su cuerpo. Me desea tanto como yo a ella y leerla me pone en quinta a fondo. Se
corre del portal, deja que pase y apoya a su gato en el piso. Se va quitando su
piyama mientras camina a la pieza y solo se detiene para mirar sobre su hombro,
susurrar mi nombre y sacarse su tanga con tal lentitud que pensé que la tomaría ahí
mismo. Continúa caminando hacia ese cuarto que tanta felicidad nos da y solo puedo
pensar en que la extrañé demasiado. La encuentro estirada en la cama, masturbándose
con suavidad, comenzando nuestro juego eterno de ver quién domina la escena, cuando
ambos sabemos que soy su esclavo desde aquella tarde. Aprieto mi mandíbula del
hambre que le tengo, y comienzo a imitarla acariciando mi bragueta. De repente, se
me ocurre algo y salgo de la habitación, pero no sin antes observar que Angie no se
inquieta por mi ida. Nos sonreímos con lujuria, porque debe intuir que será
placentero, sea lo que sea. Vuelvo en segundos con un bol lleno de cubitos. Sonríe
veladamente, anticipando lo que pasaría en minutos, como si conociéramos nuestros
deseos más primitivos sin tener que decírnoslos.
—Vení… —Se acerca en cuatro patas mostrándome su hermoso culo en todo su esplendor.
—Sentate frente a mí y desabrochame los pantalones. —Obedece, colocándome entre sus
piernas y dejando caer mi jean junto a mi boxer hasta los tobillos. Vuelve a
levantar su carita de diosa experimentada y yo pierdo la cordura. Tomo uno de los
cubitos y comienzo a pasarlo sobre sus pezones endurecidos. —Imaginá que es mi
lengua que los humedece y los mima… —Está tan excitada y su cuerpo tan ardiente,
que el pequeño bloque de hielo se derrite en segundos. —Angie… Beba mía… Me ponés a
mil… —Guío su cabeza hacia mi pene y pasa su lengua sobre mí. —Sentime…
Repito la operación sobre el otro pezón y lo dirijo hacia su humedad. Otra vez, y
por culpa de nuestro deseo, el cubito comienza a derretirse rápidamente. Pero antes
que desaparezca, lo llevo a mi boca y lo chupo arrancándole un gemido a su boca de
labios llenos. Necesito entrar en su fuego para respirar y calmarme. Soy cuando sus
terminaciones me chupan hasta sacar lo mejor de mi esencia. Quiero todo con ella…
No nos contenemos y nos hacemos el amor mejor que la última vez, pero sé que será
menos perfecto que la próxima. Ángeles acaba mientras le hago sexo oral y,
aprovechando sus contracciones, me hundo en su calor para agarrar los últimos
coletazos de su orgasmo y llegar al mismo tiempo. Juntos, como debe ser. Estuvo
perfecto… Me desplomo sobre mi chica y ella muerde mi cuello haciéndome reír.
Estamos agotados pero plenos. Salgo de mi angelito, y cruzo mi brazo para tomar su
pecho izquierdo mientras beso su espalda. Es la primera mujer que me inspira dormir
abrazado a ella. Como si ambos nos consideráramos nuestros puertos seguros de
descanso. De hecho, me cuesta dormir en mi cama desde que me acostumbró a nuestro
olor. Otra cosa que me calma, es escuchar su respiración mansa y satisfecha después
de amarnos. No sé… Es algo que me llena de esperanza para cuidar de este
sentimiento que creció y nos desbordó a ambos, casi sin querer… Tanto así, que ni
siquiera me atrevo a confesárselo por miedo a que se esfume. “Con Angie hay que
andar con pies de plomo”, me dijo una vez Ricardo y me doy cuenta que tiene razón.
Últimamente, hay un tema que me obsesiona y es el de irnos a vivir juntos. No
soporto esto de no vernos algunos días porque ella está con sus cursos, o que se
refugie en su caparazón cada vez que peleamos y no me atienda el teléfono o no me
abra la puerta. Si tuviésemos que volver a la misma casa, nos obligaríamos a
rozarnos, al menos, para dormir espalda con espalda. Sin embargo, temo su reacción
si llegara a plantearle, por ejemplo, el recogerla después de cada clase para cenar
o dormir juntos. Es tan celosa de su intimidad que nunca sé hasta cuando lanzarme o
cuando retirarme, sin que lo tome como descuido o invasión. Y sigue haciéndome
ruido esos malestares repentinos que la dejan de cama o las pastillas que una vez
le encontré… Ángeles necesita seguridad, cero mentira o engaño, y yo estoy
dispuesto a encerrarme en un monasterio con tal de demostrarle que podemos vivirnos
en el día a día.
Necesito preguntarle qué le impide entregarse completa. Mirarla a los ojos y que me
responda si es que no me ama tanto como yo a ella o… Escucho que abre la boca,
suspira como si estuviera por decirme algo, toma aire y nada. Vuelve a dejar
nuestros dedos en sus labios.
—¿Qué es lo que te aqueja y nos separa, mi vida? Estoy para vos… —Susurro a su
oído, dejando pequeños besos sobre su pelo.
Se hace la que no escucha e intenta dormirse hasta que lo logra. Yo no puedo. Estoy
demasiado emocionado por lo que acabamos de vivir, y sigo consolándola en silencio
porque no quiero hablar de más, ni romper este momento perfecto diciendo algo
equivocado, o que la retraiga sin retorno. No importa qué ni cuando, pero seguro lo
transitaremos juntos en el momento en que ella decida hacerme partícipe…“Nadie que
no quiera ser salvado puede serlo a la fuerza”, me dijo una vez mi viejo.
Por primera vez, tengo miedo. Miedo de no poder lograr el proyecto más importante
de mi vida: retener a Ángeles a mi lado para siempre.
―Sos una basura… ¿No te cansás de seguir jodiéndole la vida? ―Mi amor chasquea la
lengua con hastío. ―¿Sabés lo que me está costando que confíe y sienta, sin pensar
en que después vendrá la cachetada?
Me acerco y veo que Tom sonríe irónicamente mientras Diego se despeina sus rulos
con impaciencia.
―Problema tuyo. Evidentemente, no sabés hacer que una mujer te obedezca… Angie
conmigo hacía…
Lanzo un grito ahogado cuando veo que la mano de Diego va directo a la cara de
Tomás, pero este lo esquiva a tiempo. Ambos se dan vuelta para mirarme cuando me
escuchan. Mi ex amante me mira con desprecio y se va a su oficina, pero mi hombre
hermoso me observa rabioso y se va a la calle. ¡Esto lo soluciono yo ahora mismo!
Entro y cierro la puerta con bronca.
―Creo que te estás olvidando que sigo siendo el jefe de ambos, y no necesito que
vengan los polvos de una noche a primerearme sobre qué o qué no tengo qué hacer.
―Cierro la boca por varias razones. Primero, porque tiene razón y él es nuestro
jefe. Segundo, porque conoce que estoy enferma y no quiero que su despecho lo lleve
a ventilar cosas que no quiero. Y tercero, porque a mi también me molestó que Diego
se metiera en mi vida laboral por sus celos. ―El jueves salimos a primera hora. Te
paso a buscar…
―No. ―Me mira y sé que está por amenazarme con algo. Mejor calmar las fieras. ―Te
digo que no al jueves, porque tengo uno de los últimos controles antes de irme a
San Luis.
―Sí. Pedirte que desde hoy y hasta el viernes no te pasees como el macho alfa que
se irá con “el trofeo” al viaje…
―¿Y ese trofeo serías vos, “angelito”? ―Se ríe a carcajadas y emula la voz de
Diego.
―Antes podrías haberme herido con tus palabras humillantes, pero ya no… ―Corta su
risa irónica y aprieta su boca con bronca. ―Gracias a Dios, encontré a alguien que
me quiere y… ―Arquea una ceja. ―¿Pero qué estoy pretendiendo? ¿Qué entiendas lo que
es el amor? ¿Sabés? Lamento haber proyectado con vos algo que no tenías y por eso
jamás podrías habérmelo dado: felicidad. ―Sus labios se tornan blancos de tanto
comprimirlos. Suspiro. ―Solo te aviso que este viaje será lo último que haga por la
empresa. En breve me iré y tendré que empezar a entrenar a los demás, hacer una
reunión para ir presentando a quien vas a elegir para que comience a llevar tu
agenda…
Desvía de mí sus increíbles ojos claros, esos que alguna vez tuvieron poder sobre
mi voluntad pero que ya no mueven mi amperímetro emocional ni un ápice, y me hace
señas con su mano derecha para que me vaya y lo deje solo. ¿Qué se hace el dolido
frente a mí si ambos sabemos que sé que no tiene corazón? Me voy dando un portazo
de lo enojada que estoy conmigo misma, por haberme dejado desperdiciar a su lado en
lugar de vivirme…
Ya está. Lo hecho, hecho está. Ahora, a convencer a mi donjuán amoroso que en ese
viaje es imposible que pase algo, y que Tomás no significa ni significará nunca
jamás nada para mí.
************************
Buscando convencer a mi amor de los ojos verdes, en realidad, fue al revés. Diego
me demostró su entera confianza a través de su boca posesiva y sus rulos que
nacieron para cosquillearme entre los muslos. Hablamos mucho sobre que este viaje
no tenía que ver con las estupideces que le había dicho Tomás, y que ninguno de
nosotros se impacientaría mientras durara.
¡Ay, las palabras, cómo se las lleva el viento cuando tenemos hechos que parecen
verdad frente a nuestros ojos recelosos y temerosos! Le expliqué que mi ex sigue
despechado y que no soporta que yo ya no sea su marioneta. Sin embargo, ni mis
demostraciones de cariño, ni cocinar para él ese lunes agitado, o haber dormido
juntos la noche anterior al viaje (a pesar de ser jueves y haber tenido mi control
habitual, tuve que reconocer que yo también lo extrañaría y le propuse una cena
liviana y que se quedara a dormir) lograron apaciguar sus recelos. Nos reímos mucho
cuando me “ayudó” a armar el bolso, eligiéndome solo ropa interior de algodón y
vetando cada uno de mis atuendos porque eran “demasiado”. Terminamos corriéndonos,
hechos un manojo de cosquillas sobre el piso y con Silvestre maullando para
defenderme. Cuando vino la comida, vimos una serie, nos abrazamos y comimos
pochoclo de postre hasta que fuimos a la cama para dormir. Entre tantas emociones y
las pruebas en el hospital, estaba muy agotada, aunque ésto mi donjuán amoroso no
lo sabía. Diego no emitió palabra y acordó en que sería mejor que descansara para
la cena empresarial. Amo sus cuidados de varón enamorado, debiendo reconocer que
dormí mejor y más horas entre sus brazos.
Tomás me pasa a buscar a las siete de la mañana, pero no toca timbre sino que me
hace una llamada perdida. Diego se había levantado temprano, me había preparado el
desayuno y había chequeado que no me olvidara nada. Por mi parte, yo había
escondido mi neceser lleno de pastillas y mis cremas para la piel, que se me había
vuelto más sensible de lo habitual.
―Estoy orgulloso de vos, beba… Esta es una gran oportunidad para demostrar tu
experiencia e inteligencia a los alemanes. ―Nos damos un beso lleno de ternura. ―Y
creétela, que tenés con qué…
Cuando llego a la vereda, saludo de lejos a Tomás, y veo que ya está Rocío sentada
en el asiento del acompañante. Estoy por ubicarme atrás pero nuestro jefe le pide
que me ceda el lugar. Les digo que no es necesario, pero Tom insiste. El viaje se
hizo más largo de lo esperado, entre las maliciosas indirectas de mi compañera
sobre mi relación con Diego y los roces innecesarios y a propósito de mi ex amante.
Llegamos a Paraná pasadas las tres de la tarde, justo a tiempo para registrarnos y
disfrutar de la pileta del Hotel. Los empresarios, próximos clientes de nuestra
empresa, llegarían sobre la hora de la cena, así que me dispuse a recorrer las
instalaciones y leer un poco de información del lugar para tener conversación
durante la comida. Rocío nos dijo que prefería dormir y que nos encontraría en el
lobby a las ocho y media para entrar juntos.
Tomás nos contó que los alemanes habían elegido el Hotel Paranatá para la firma del
contrato de servicios por lo natural de la zona entrerriana, su menú vegano y por
las actividades grupales de yoga. De hecho, los empresarios propusieron una sesión
conjunta, ellos y nosotros, para “limpiar” energías antes de la cena. Eran
fanáticos de toda la movida de la conexión física y mental, compartir con las
personas aprendizajes de vida y disfrutar el momento a momento en sintonía con el
cuidado del ser, la naturaleza y el medio ambiente. Sin embargo, venían al país a
explotar yacimientos no descubiertos aún y en regiones vírgenes de Argentina. Así
que ese doble discursito ya me molestó. Minutos más tarde, nos avisaron desde
Recepción que el avión se les había atrasado, que disfrutáramos nosotros que estaba
todo pago, y tampoco era quién para oponerme a los negociados que mi ex amante y
jefe estuviera por emprender.
Bajo al lobby del Paranatá, saludo a Tom y a mi compañera (que se había puesto un
vestido fucsia demasiado llamativo) y, seguidamente, nos indican cual es la mesa
reservada en el restaurante Morhandri, perteneciente al hotel y famoso en todo
Paraná. La cena transcurre entre miradas serias, al principio, por el atuendo de
Rocío, pero el vino ayuda a que la charla y algunas risas vayan fluyendo. La carta,
compuesta enteramente por cocina vegetariana, la trae Jesús, de setenta años, el
maître más antiguo del hotel. Nos explica que no cocinan con latas, cebolla, ajo u
hongos por "razones energéticas" y yo voy traduciendo mientras observo las caras
satisfechas de los extranjeros. Tomás se comportó desde el principio de la velada
como si fuera mi pareja, y para evitar que uno de los alemanes siguiera su avance y
flirteo conmigo, no lo contradije. A las once y media nos saludamos entre todos y
mi jefe los invita a una copa, pero ellos se van a dormir directamente porque deben
partir temprano.
A pesar de estar cansados, los tres nos vamos a festejar por el éxito de los
acuerdos que firmamos con los alemanes, y también es una forma de hacer las paces
antes de volver a Capital. Noto que Rocío nos deja a solas con Tomás y, antes que
suceda cualquier cosa que se malinterprete, amago a irme también.
―¡Esperá! ―Me toma la mano Tom. ―Necesito que hablemos, Ángeles… ―Pienso que todos
necesitamos ser escuchados aunque sea una vez. Y ahí vino mi error. ―Quisiera que
esta especie de escapada fuera la excusa para cerrar bien nuestra gran historia…
―Lo miro con ironía por su pose mansa, y no sé qué está buscando. ―No me mires así…
Sabés que ninguno tuvo la culpa de los desencuentros que nos marcaron y yo… Sé que
me mandé muchas cagadas, pero te sigo queriendo… Y mi mujer, al estar embarazada…
—Tomás, basta… Estás borracho… —Se tira sobre mí. —¿Qué hacés? —Intento empujarlo,
pero su peso es demasiado y comienzo a marearme también.
—Sos una gran mujer, Angie… —Me agarra de la nuca y miro hacia el interior del
lobby por si las dudas. —Dejarme, siendo que soy el amor de tu vida —me río por
dentro al escucharlo, pero no lo contradigo porque no deja de arrastrar las
palabras y se le nota la borrachera—, para que mi mujer no se quede sin padre para
su hijo…
Sus manos acarician mis hombros y en segundos están sobre mis pechos. Mi
desconcierto me paraliza e, instantáneamente, se las aparto, pero toma mis mejillas
con fuerza y me da un beso interminable. Lo empujo y le doy varios cachetazos.
Vuelve a tirarse sobre mí y me abraza sin dejar de besarme. Me marea mi debilidad y
la ira.
—¡¿Qué hacés, Tomás?! —Me limpio la boca de su saliva con el dorso de mi mano
izquierda y veo la astucia en sus ojos. Lo conozco demasiado para pensar que lo que
acaba de hacer solo fue por haber tomado de más. —¡No me vuelvas a tocar o te parto
una silla en la cabeza! Estoy enamorada de un hombre de verdad. Vos ya tuviste tu
oportunidad, ahora, ¿qué querés?
—A vos… De vuelta… —Me levanto para irme, dejo pago mi trago, pero Tomás se cae del
taburete de la barra intentando retenerme. —No me dejes así, Ángeles… —Seguía
arrastrando las palabras. Intento levantarlo, para volver a sentarlo, apoyándolo
sobre mis hombros pero yo no estaba mejor que él. Solo pensaba en que se me pasaría
el horario de mi pastilla. —Acompañame a mi habitación, por favor… —Lo miro y
comienzo a desconfiar, pero ¿qué podría hacerme un hombre en su estado? Asiento y
lo recoloco sobre mis hombros para que camine mejor. —Lo dicho: sos un ángel…
Subimos en el pequeño ascensor y vuelvo a marearme de tal forma que, ahora, la que
necesita asistencia soy yo.
—No, son esas nuevas pastillas que me dio ayer la doctora… Son más fuertes porque
estamos terminando el período de… —Otro mareo y amenaza de vómito. —Tomás, por
favor, llevame a mi habitación… —Cambio de planes, porque estábamos yendo a su
habitación en el tercero, y aprieta el botón del segundo piso donde está la mía. —
No llego, Tom, las piernas me tiemblan…
Abrimos rápido y corro a vomitar. Le pido a Tomás que se quede porque no me siento
bien y tengo miedo. Me ayuda a descalzarme y me mete en la cama.
Si Ángeles hubiera intuido que todo había sido un plan urdido por Ivana y Tomás
para destruir la semilla de su inmenso amor por Diego, y de Rocío para vengarse
porque su ex amiga le quitó al único hombre que ella amaba, quizás no lo habría
hecho pasar a su habitación a pesar de su malestar. Después de haber sido
maltratada y timada por ellos reiteradas veces, Angie seguía confiando en que las
personas podían cambiar, porque ella continuaba ilusionada con esta segunda
oportunidad que le tocaba en la vida junto a Diego. Mientras sacaba las fotos,
Rocío se dijo a sí misma que Ángeles siempre tuvo todo y que era tiempo de que
sintiera en carne viva el dolor que surge de perder el amor. Pero Ángeles sabía muy
bien lo que el odio, el despecho y el rencor pueden hacerle a otro ser humano, e
inclusive a quien los padece. ¿De quién es realmente la “culpa” cuando les damos
“armas” a los demás y terminan arrebatándonos aquello que creímos nuestro? Cuando
se cumplen nuestros deseos más recónditos y acaban siendo nuestra peor pesadilla,
¿también deberíamos culpar a quienes nos detestan por haber leído las señales de
nuestros descuidos? De todas formas, ya era tarde para frenar el daño que estaba a
punto de desatar el peor caos y que precipitaría las cosas. Ángeles estaba por
probar su propio “efecto mariposa”.
*********************
Suena una canción de Las Pastillas del Abuelo, y la letra me vuela la cabeza al
sonar como si la hubiera escrito yo, con los sentimientos a flor de piel, sin
retórica, directo al corazón de la mujer amada. Me quedo decodificando cada palabra
y su cadencia, y vuelvo a ponerla para cantarla, como si la tuviera a mi angelito
delante.
Estos dos días quiero sorprenderla para que aleje sus desconfianzas de nosotros y
se sincere sobre qué la tiene atormentada. Seguro que debe ser algo relacionado con
la madre, porque estuvo viajando a San Luis y a veces la ha nombrado con recelo. No
importa, sabré esperar. Lo importante es estar a su lado para cuando sea el
momento, acostarme y levantarme con ella durante el resto de los días de nuestras
vidas.
Salí hoy, casi de madrugada, para evitar llegar antes de que se fuera del hotel, y
le fui dejando whatsapps de buen día para controlar si estaba levantada o no. Como
ni tengo el visto, debe seguir durmiendo. Llego a las diez en punto, y a pesar de
ser temprano, me toman los datos y me dan la llave para usar la habitación. Tomo mi
bolso, pero unas manos tapan mis ojos para sorprenderme.
—¡Viniste! ¡Qué bueno! Tenía tantas ganas de verte… Aún queda hora y media antes de
irnos… —Da la vuelta, me abraza por la nuca y pasa una de sus manos por el hueco de
mi camisa. —Pero… ¿Cómo sabías dónde estaba? —La miro serio y arqueo una ceja. —Ah…
Viniste por Ángeles… Bueno, mejor, así te cuento que…
—¿Qué hacés vos acá? —Tomás interrumpe y se coloca frente a mí. —Ya nos íbamos.
—En todo caso, ustedes se irán, porque yo tengo reserva para hoy y mañana. —Tomás
da un paso hacia mí y se nota la ira que traspasa su cuerpo al haberle quitado el
mando. Sonrío de lado. —No quiero seguir perdiendo tiempo. Ángeles se vuelve
conmigo, así que vayan tranquilos. Hasta el lunes.
Saludo a Rocío, que pone caras para hacerme notar su desilusión, y a Tomás le
tiendo la mano, pero la ignora. Sin responder, toma su valija, camina hacia la
puerta, y antes de irse se da vuelta y me dice:
—¡Suerte con eso de amar a quien no quiere ser amado! Te estás comprando un buzón,
no todo es lo que parece…
Observo cómo se van discutiendo con Rocío. No sé qué le estará diciendo, pero ella
continúa cabizbaja. De repente, se gira a mirarme y me tira un beso. No pienso
enroscarme con las pelotudeces que dice ese forro despechado.
Tomás estaba enojado con Rocío porque casi arruinaba el plan contándole todo a
Diego. Además, temía que al venir él hasta acá, no perdiera jugar en su contra con
la desinformación de lugares, o de decirle que, inclusive, desayunaron juntos en la
cama de Ángeles. Tomás no dejaba de maldecir, pero Rocío lo tranquiliza diciéndole
que sacó fotos de él saliendo en bata de la habitación de Angie, y con ella
cerrando la puerta, lo cual sería evidencia incuestionable para sus propósitos.
Volviendo a Capital llaman a Ivana para conocer cuáles serían los pasos a seguir de
ahora en más.
***********************
—Yo no solicité nada —dice desde adentro. —De hecho me estoy yendo y… —Abre y se
sorprende. Pega un gritito y se cuelga de mí con brazos, piernas, boca, lengua,
dedos entre mi pelo... ¡No da chance a que no me excite y la quiera partir en mil!
—¡Mi vida, te llamé con el pensamiento! Gracias por haber venido a buscarme.
Termino en cinco y nos volvemos —vuelve a besarme y a refregarse en mi bragueta,
mientras sigue enlazada a mí.
—Nada de eso, beba —le digo mientras la dejo en el piso y tomo su mano. —Tomá tus
cosas y nos vamos a mi habitación antes de emprender nuestro paseo… No me mires
así, amor —sonrío—, vine para quedarme a pasar el fin de semana con vos… Para
vivirnos, como siempre decís…
Dejamos todo y salimos con nuestra canasta llena de jugos naturales, mermelada
casera, miel, tostadas, frutas e infusiones orgánicas para recorrer a pie la
ciudad. Su ritmo tranquilo nos invitaba a prestar atención a cada detalle, cada
rincón histórico, comentándolo y sacándonos fotos para el recuerdo. Jacarandás
florecidos de lila bajo la lluvia calurosa, mucho verde en parques, y plazas y
calles finitas, nos mostraban la paz de la capital provincial. Su riqueza cultural
nos fascinó tanto, al punto de que casi olvido mi sorpresa para después del
almuerzo.
Como me contaron que a la hora de la siesta (hasta los museos cierran entre las
doce y las cuatro de la tarde) no vuelan ni las palomas, le sugerí a Ángeles que
fuéramos al Parque Urquiza para recorrerlo con tranquilidad. Y desde ese momento se
puso en marcha mi plan. Había estudiado que el parque está dividido en tres
niveles: la Costanera Alta, Media y Baja, conectados por numerosas escaleras,
senderos y calles por las cuales uno puede subir o bajar las barrancas por entre la
vegetación. Es decir, perfecto para meterse mano sin fisgones. Pero a mí, la que
realmente me interesaba es la Costanera Alta y ya les contaré por qué. Es,
fundamentalmente, un mirador al río por estar en la cima de las barrancas. En esta
parte está "El Rosedal", un lugar donde los chicos lo utilizan como lugar de
reunión antes de salir o juntarse con amigos. Dicho esto, creo que van viendo por
donde viene la mano, ¿no?
—¿Eso? No sé… Será un postre de regalo que nos dio el hotel… —Ni la miro y me hago
el distraído. —A ver, abrilo vos así termino de armar el almuerzo…
—¿Mmm?
—Quisiera saber qué opinaría su abuelita si supiera que anda metiendo cosas non
santas en su canastita… ¿Qué explicación le daría usted a una pobre y recatada
anciana si le fueran con el cuento?
Abraza mi espalda y agita mi regalo delante de mis ojos, mientras la vuelco sobre
mis piernas y la beso. Sus ojos fulgurantes de avidez y deseo, y su boca llena de
su bella sonrisa feliz, son mi premio.
—Le diría que el otro día pasé por un lugar y pensé en compartir un juego con mi
novia —se remueve sobre mi erección— y que no pude resistirme a proponérselo al
aire libre. —Pasa su lengua por mi cuello y cierro mis ojos del tirón que eso
provoca en mi entrepierna. —Y que tengo ganas de vivir la adrenalina de amarnos a
la vista de nuestros deseos, sin miedo a nada…
—Angie, pará… ―Me mira, pero sigue balanceándose y guiando mi mano a su humedad sin
hacerme caso. Se arquea. Me muerde. Besa mis ojos abiertos y extasiados de tanta
belleza. La suya. Verla dejarse llevar por sus contracciones, me eleva hasta casi
absorberme la razón, pero la tengo que cuidar. ―Amor, hermosa mía, pará, en serio,
que tengo miedo de que se me vaya la poca voluntad que me queda…
―No, mi vida… ―La sostengo desde el culo, sin salir de su cobijo y sostenido por
sus piernas eternas, y se lo acaricio para que entienda que no es con ella sino con
el contexto. ―Necesito que paremos, porque se me acaba de ocurrir que no quiero
regalarle la vista a ningún boludo que pase por acá…
―No, beba mía ―sé que le gusta que la llame así y por eso me premia con un beso―,
ya te dije cuál es la cuestión…
No quiero que malinterprete mis cuidados y mis celos con desprecio. Por eso esta
vez, tomo la posta, la doy vuelta y la coloco sobre mí para abrazarla desde su
espalda y penetrarla con suavidad por detrás. Pensar en nosotros, en lo que nos
espera compartiendo el día a día, en jugar con reglas propias. Sin condiciones,
salvo las de cumplirnos los sueños. De ser lo que sentimos, así sin más. Y lo que
siento es que buscándola en mí, nos encuentro. Que ella vino a barrer con mi
soledad. Con mi carencia… Que ambos vivimos cuando somos.
Pone un dedo sobre mis labios, me besa y me toma de mis mejillas para contestarme:
―¿Vos no entendés que si no digo nada es porque estoy aprendiendo a procesar todo
el amor que me das? ¿Que me siento culpable por ser una descentrada emocional
cuando no puedo darte todo lo que te merecés? Diego, soy feliz al lado tuyo, pero
la pregunta es… —Traga saliva y baja su mirada. —Si vos lo sos al lado mío… —Cuando
vuelve a alzar sus ojos, me encandilan como el ámbar de los aros que le regalé y
lleva puestos. —No sé, nunca fui una novia… O al menos, no sé serlo de la forma que
vos… Perdoname…
―No vuelvas a impedirme contemplar tus ojos ―separo sus manos para verle la carita
a mi beba y beso sus párpados salitrosos por el llanto―, y mucho menos pensar que
no soy feliz junto a vos… ―Esta vez la beso en su boca, la misma que me devolvió el
hambre de TODO. Así, a lo salvaje y en mayúsculas, sin soltarla, hasta que
comienzan a temblarle esas hermosas piernas que me quitan la respiración. ―Ángeles,
con vos aprendí a vivir, a amar, a comer, a caminar… Todo pasa por vos y no es un
peso… Antes de encontrarte, me di cuenta que era la nada misma. Si a veces sueno
posesivo, soy celoso o me obsesiono con que te cuides… ―Revolea sus ojitos
luminosos y su picardía me da ternura. ―Mejor no digas nadas… —Nos reímos. —Y si
soy intempestivo para manejarme con nuestras cosas, es porque necesito que
entiendas que si no te tengo, ¿con quién me voy a deshacer a besos o hacer tanto el
amor para poder…? ―Me freno. Comienza a mirarme como si estuviera loco y luego sus
ojos pasan de la ternura al miedo. ¡Es que soy una bestia! No puedo decirle esto.
Tengo que aprender a dosificar mi amor con alguien tan frágil como Angie. Suspiro.
―Para que me entiendas, y respondiéndote a tu pregunta: nosotros creamos un idioma
propio y ya no sé hablar si no es a través de nuestros besos. De nuestros cuerpos.
De nuestras transpiraciones cada vez que nos amamos… Sin vos, nada… ―Se emociona,
pero intenta zafarse y no la dejo. Creo que expuse demasiados sentimientos para
alguien como mi novia. ―Por favor, prometeme que, sea lo que sea que nos pase,
siempre contaremos con el otro. Todo es solucionable, amor mío, menos la muerte…
―Me abraza. Sigue sin emitir palabra, y siento que se me escapa a otro lugar para
pensar en cosas donde ya no me está permitido entrar. Dejo muchos besos sobre su
coronilla y la siento temblar ligeramente. Es mi oportunidad de terminar de
reforzar lo que le dije, para que quede claro lo que significa para mí estar
juntos. ―En vos tengo todo lo que siempre busqué sin buscar, me hacés desear cosas
que no sabía que deseaba, y amar sin medida nuestra intimidad desde antes de saber
que podíamos tenerla… Lo más lindo de mí sos vos…
Siento que asiente con su cabeza contra mi pecho pero no me dice nada. Ángeles y
sus silencios. Ya no sé qué fibra tocarle para que se abra. Creo que sé lo que
siente porque cuando está sobre mí la veo gozar, cerrar los ojos, repetir mi
nombre, susurrar su amor, sin ataduras de ningún tipo... Pero también quisiera que
me guiara o me diera señales de si estoy yendo bien, de si mi amor le basta…
Estas cosas son las que me enamoran de ella: cuando te crees menos diez aparecen su
dulzura, sus ojos soleados y sus piernas para demostrarme que vale el esfuerzo.
Fue una cena distinta, con vistas al “mar oscuro”, como le dicen los de allí.
Elegimos un lugar con cocina tradicional paranaense e “interactiva”, donde te
enseñaban las cualidades de los peces de río, junto a otras parejas y frente a la
gente. Intentando aprender a limpiar y cocinar boga, pacú, dorado y surubí, nos
reímos a carcajadas y nos besamos exageradamente delante de quien quisiera
mirarnos. Tanto, que la gente nos silba y mi beba se pone colorada. El siguiente
paso es sazonarlos a elección, pero para ambos, la única posibilidad sería al limón
con un suave toque de hierbas varias, así que sabíamos que quedábamos “fuera de
competencia” frente a las habilidades de los demás. A pesar de eso, mientras
cenábamos, nos comunicaron que fuimos elegidos por el plato con la mezcla de
hierbas más sabroso. De premio, nos dan un champagne y un delantal con la imagen de
Paraná y sus características.
A la vuelta, Ángeles me dice que está muy cansada. Hoy sé que la medicación era lo
que la agotaba de esa manera y que las emociones comenzaban a menguar sus fuerzas.
Se desmaquilla y disfruto de ese ritual que pocas veces me permite ver. Se pone la
crema y se alisa ese pelo largo y castaño que tanto amo, y que a veces “se deja
olvidado” sobre mi ropa. La amo, viejito. Tenías razón: el amor es otra cosa, y sé
que esto es obra tuya porque me mandaste una a mi medida. Se mete en la cama y me
abraza para descansar sobre mi pecho. Escuchar su voz deseándome buenas noches, ser
lo último que besa antes de dormirse y darnos calor envolviéndonos entre brazos,
piernas y lenguas es mi oxígeno. Apago la luz, feliz porque acabo de ganarme, a su
lado, otra noche en el paraíso.
***********************
Como Paraná está considerado “el reino de la harina” (un lugareño nos contaba que
hay una panadería por cuadra), no fue fácil elegir qué queríamos comprar para
acompañar el mate de la vuelta. ¡Qué ciudad mágica! Ayer era un espectáculo estar
volviendo al hotel y ver la gente con el termo bajo el brazo, saludándose con
alguien cada dos minutos, conversando pausado y agudo, como los gauchos. El hombre
de la recepción nos dijo que eso que vimos, tomar mate con facturas después de la
siesta, “es tan clásico como dar la vuelta al perro en auto los domingos por la
costanera”. Me voy con un recuerdo imborrable de este lugar, y con el deseo de
poder congelar esta paz que nos da nuestro amor para siempre.
Antes de irnos, le pido a mi hombre de los ojos esmeralda pasar por la Catedral.
Sacamos fotos a los vitrales traídos de Francia y a sus mármoles italianos para
usarlos de modelo algún día, soñando con que, el futuro proyecto de mi propio
estudio de diseño, se materializará en el corto plazo.
―Arriba, beba… Ya llegamos… ―Me mira con dulzura y me acomoda el pelo mientras me
desperezo. ―Quiero quedarme a dormir con vos…
―Diego… —Toma mis dedos y muerde sus yemas una a una para incitarme. —Tengo miedo…
―Suelto sin pensar, aún somnolienta y sin control de mis palabras. Lo abrazo.
—Mi vida… Mi amor… Mi angelito… No sé qué te frena a abrirte a esto que nos pasa y
nos desborda, pero dejá de hacerlo... —Vuelve a su asiento. Se está hartando y me
asusto. De repente, no tengo tan claro que quiero que se vaya. A pesar de querer
decirle lo que siento, solo miro mis yemas que acaba de dejar rojas de besarlas.
Gira sus faroles verdosos hacia los míos y me suplica con ellos. Lo amo. —Nos
pertenecemos. ¡Basta de negarlo! Fuera de lo que sentimos nada importa… ¡Sos mi
mujer acá en mi mente, en mi corazón y en el sexo! —Enuncia con orgullo y tocándose
cada lugar de su cuerpo. No aguanto más y lo beso con ardor, desdiciendo mis
actitudes y desoyendo los mandatos de mierda que me impuse. Al principio duda, pero
después no puedo frenarlo. —Hermosa mía… —Para y pasa su lengua por mis mejillas
para absorber mis lágrimas. —Siempre estaré al lado tuyo, angelito… Sos mía y eso…
Eso me da ganas…
Elijo creerle y no mirar para atrás, porque no quiero ver que cada vez que amé a
alguien me abandonó. Pasó con mi papá, pasó con mi hermano, pasó con Tomás… Y mi
madre, en cierta forma, también se alejó de mí. No estoy destinada para ser amada
pero nos quiero vivir. Aunque sea solo un ratito. Aunque sea solo esta noche.
Silvestre salta desde la ventana para darnos la bienvenida cuando escucha que
llegamos. Seguro estaba con el gato de la vecina, el muy pillo. Jugamos un rato
mientras Diego prepara unos fideos y luego me doy una ducha. Cuando me estoy
secando, recibo un whatsapp de Tomás:
Pero, ¿qué dice este imbécil, si él estaba más dado vuelta que yo? Si se está
creyendo el cuentito de que compartimos cama y algo más, ya mismo se lo pienso
aclarar. Le pregunto y me responde que se refiere a que sabe que dormimos juntos
pero que recuerda perfectamente que no pasó nada. Me quedo tranquila (juro que por
un momento también dudé) y le retribuyo sus buenas noches.
“Aunque intentara poner en palabras lo que me hacés sentir me quedaría corto. Aún
no se inventó la palabra que nos resuma, beba mía… ―Diego había propuesto
desnudarme a besos, quitándome el corpiño milímetro a milímetro, pellizcando con
dedicación mis pezones… Transmitiendo pequeños pinchazos eléctricos a todo mi
cuerpo, mordiendo mi cuello y mi hombro… ―Los demás no saben que cuando miramos una
película y vos te reís o lloras sin que pienses que me doy cuenta es cuando
realmente te iluminas… Y verte me ilumina a mí.... Esa mirada que me lanzaste
aquella tarde, y que cruzó todo el salón para llamarme en silencio, sigue
quemándome. ―Comenzó sus penetraciones lentas y profundas, haciéndome hervir las
venas. ―Alimentaste mis noches hasta que volví a encontrarte, porque seguía
regalándomela, pensando en lo que nos debíamos... Tus ojos soleados, atrayentes,
deseantes, hechiceros... —Y no cesaba de entrar y salir de mí, cada vez con más
dureza y rapidez. ―Sí… Ahhhh, Ángeles… Movete así, hermosa… —Me arqueo y sonrío. —
Eso sos: un sueño lleno de tanta magia que lo volvés realidad cada vez que me
besas… Ya no sé ni lo que digo… Me volvés loco, Ángeles… ”
Voy por mi vaso de agua y luego me encierro en el baño. A veces, necesito mirar uno
de los neceseres que tengo diseminados por toda la casa para poder tomar mis
pastillas sin que mi hombre se entere, para recordar porqué hago lo que hago. Esta
vez, me toca hacer daño a mí y ser la mala de la película, pero tengo claro que
prefiero mil veces que me recuerde así a que me vea calva y moribunda. Diego se
merece ser feliz y darse otra oportunidad con la vida, porque yo ya no estoy en su
dibujo de amor y proyectos. Al menos, no en mi cerebro. Mi corazón, mi alma y mi
cuerpo son otra cosa.
Sí. Yo quiero vivir nuestra historia. Vivirme. Vivirnos. Sin embargo, sé que tengo
un as en la manga cuando quiera cortar todo e irme. En aquel momento, no imaginé
que esa estrategia se me volvería en contra dentro de poco. Mientras, disfrutaría
del amor que llegó a mi vida para maquillarla con esperanza. Y no me juzguen
egoísta, por favor, porque todos sabemos que la primera que sufrirá con esto seré
yo. Cuando esté sola en las sesiones de quimioterapia. Cuando no sienta su cuerpo
desnudo junto al mío. Cuando no vea brillar sus ojos verdes en la oscuridad. Cuando
no me quede nada más que el recuerdo de su semilla en mí… No. Al contrario. Pediré
piedad. Porque cuando me toque renunciar a la vida que mi donjuán me enseñó que
existe y podríamos tener, se me desgarrará el alma y sólo respiraré hasta volver a
sentirlo, si es que alguna vez eso sucede. ¿Acaso ustedes no harían lo mismo?
Quizás mi modo no es el mejor, pero es el que me sale y no quiero tener otro frente
abierto: el de luchar contra la lástima del hombre de mi vida. El de obligarlo a
decidir que me siga y arrastrarlo a mi suerte.
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Entra en la pieza, nos miramos fijamente, pero no pudimos contener las carcajadas
al verme correr a esconderme en el placard. Cuando paso delante de él, me agarra
por la cintura y me sostiene en el aire, cayéndonos sobre el colchón, tentados de
risa. Con Diego sobre mí, comenzamos a comernos a besos, a acariciarnos despacio,
saboreando este momento de libertad que me estoy concediendo. Ambos sabemos que
estamos preparados para dar el siguiente paso, el de decirlo a todos, pero valoro
que solo lo vivamos de puertas para adentro. Es una forma de no dejarlo tan
expuesto cuando me vaya.
―Amor… Por favor… Pará que dejé el wok a mínimo… Ahhh ―Su boca está conquistando
mis pezones y lo tomo de sus rulos para guiarlo hacia mi clítoris. ―Por favor…
Cuando estoy en el punto cúlmine de mi excitación, cesa sus besos, dejándome sin
alivio, y vuelve sobre mi vientre. Recorre con sus labios la franja de mi ombligo y
retoma su asalto sobre mis pechos. Sobre ellos siento sus manos, su saliva, su
aliento, sus palabras… Me eleva cada vez que me hace sentir deseada y mi corazón le
habla, pero en silencio. No soy capaz de decirle lo que siento porque sé que, en
cuanto lo haga, todo se esfumará. Tengo miedo de que me vuelvan a decepcionar.
Tengo miedo de ser amada. Y cuando una no se deja querer, ni el amor más grande es
capaz de traspasar esa frontera sentimental. Salvo que lo hagamos por nosotras
mismas. Y en eso estoy…
Deja de colmarme con su boca para, esta vez, entrar en mí con cuidado, con deseo y
pasión contenedora. Con ese delirio inagotable y urgente tan suyo, y que ya lo
convirtió en nuestro. Estoy enamorada de la ternura que sentimos, de nuestros pasos
que van reafirmando bases. De esta forma, y casi sin saberlo, acabamos de
abrazarnos para siempre con ese hilo rojo del que muchos hablan y que, a veces, nos
cuesta tanto encontrar la punta del ovillo.
Chicha y Limonada, que no paran de rasguñar la puerta cerrada del dormitorio, más
el olor a verdura quemada, nos recuerdan el wok. Corremos a la cocina y vemos el
humo. Nos asustamos del desastre que provocamos, pero luego comenzamos a reírnos
sin parar, sumándonos a los ladridos de sus cachorros. Nos vestimos y salimos los
cuatro a comprar una pizza.
Mientras cenamos, mi donjuán de los ojos color ilusión, me muestra un archivo que
creó sobre posibles viajes a hacer, formas de ahorrar en común, compras de cosas
para cada casa y yo… Yo me dejo llevar… Escucharlo hablar de sus planes a futuro
(casa, hijos, viajes) me apuñala, porque no puedo dárselos… Me desconecto de lo que
dice para soñar que sí podemos, que el trasplante podrá funcionar y proyectaremos
una vida juntos, y yo también comienzo a mirar con ilusión los planes que mi
ingeniero de los ojos color esperanza tiene para nosotros. Cobijada en su abrazo,
sentada sobre él en el sillón de su escritorio frente a la computadora, agradezco a
Dios estos momentos de felicidad.
―Es verdad que el amor trae felicidad ―susurro, mientras Diego besa mi oído,
chupándome el lóbulo derecho, leyendo el hilo de mis pensamientos. Como siempre.
―Pero yo lo entiendo de otra forma… Vos, mi amor, me enseñaste a verlo de otra
forma… ―Lo miro de costado y le doy un beso, tironeando de su labio inferior.
―Bueno, te decía… ―Trago saliva porque me cuesta muchísimo. ―Para mí, estar juntos
le trajo felicidad a este amor inmenso que siento por vos. ―Me levanto y me coloco
a horcajadas sobre él para mirarnos a los ojos, para que entienda que este amor por
él me desborda el alma. Nos besamos con delicadeza, pero sin parar. ―A veces,
pienso que podríamos habernos amado sin llegar a ser felices, como les pasa a
muchos… Sin embargo, acá estamos… Gracias a tu paciencia…
―Mirarte, leerte, sabiendo que no te atreves a expresar cosas, pero que igual me
las demostrás con tus caricias… ―Me abre la camisa que me prestó y que llevaba
puesta a medio abotonar, y se mete en la boca uno de mis pechos en forma completa.
―Sos mía y yo soy tuyo…
―Mi amor, siento haberte combatido, a lo que sentimos y a nuestro futuro durante
tanto tiempo… Es que nunca fui la prioridad de nadie. Jamás. Y me desconcertaste…
―Me arrodillo frente a mi hombre hermoso y saco su pene del bóxer, ansioso, con
unas gotas bañándolo y mostrando sus ganas de entrar en mi calor. Lo necesito.
―Perdoname, amor…
―Lograr que te abras a mí un poco más cada día… ―Susurra agitado por sentir mis
contracciones que no paran de apretar su masculinidad. ―Esa es mi felicidad…
Nuestra felicidad, mi vida… Arrrggg… ―Gruñe porque sé que se está aguantando para
que lleguemos juntos. ―Y por ese regalo, el de tu amor, llegaste a transformar toda
mi vida….
Estamos mejor que nunca con Ángeles. Ansioso de que termine el día para besarnos y
decirle que no aguanto vivir una noche más sin que mude sus cosas a mi
departamento. Es el amor que siempre soñé y es justo dejar de dilatar las cosas. A
ella también la noto ansiosa, y seguro que tendrá una respuesta a mi pregunta del
otro día.
De camino a la cocina, escucho que Richard está en el baño de los hombres hablando
por celular. Quiero hacerle una broma y sorprenderlo. Contarle que hoy, en la cena,
le mostraría a Ángeles las fotos de la casa que fui a ver solo, para apurar lo de
irnos a convivir a un lugar de los dos, empezando de cero nuestra historia, como
veníamos soñando desde hace meses. Es un muy buen amigo nuestro, casi artífice de
este amor con sus excusas de meterme a los Gitanos. Por eso, le voy a preguntar si
quiere venir con nosotros por unas cervezas después de la oficina. Sé que es martes
y que mi beba termina tarde su curso, pero quiero esperarla en su portal para
llevarla, mostrarle la casa, aunque sea por afuera, y que se entusiasme tanto como
yo. Además, ya reservé una cabaña en el sur para festejar lo nuestro, pedir
vacaciones juntos y, de ese modo, blanquearlo en la empresa. Sé que no sería fácil
por la basura de Tomás, pero nunca más estará sola para soportar sus acosos...
―No… ―Me di cuenta que aún no había soltado del saco a Ricardo y apreté un poco
más. ―¿O sea que se estuvieron riendo de mí todo el tiempo? Claro… Por eso ella
estuvo esquiva esta última semana… Como despidiéndose… ―Me hablaba a mí mismo,
ajeno a todo, mientras Ricardo me miraba extraño. Le pego una piña a la pared y lo
veo a mi amigo con los ojos cerrados. No soy violento, pero me siento un pelotudo.
Lo suelto. ―Pensé que eras mi amigo y que jamás me darías esta puñalada por la
espalda. ¡Yo dejé todo por ella! La amo, ¡¿entendés?! ¿Y ahora?
―No sé qué estás pensando de todo lo que te dije, pero solo fue un error de Ángeles
que se puede subsanar desde hoy… Llamala, preguntale como está y vas a ver que te
estás haciendo una película al pedo…
―Ella también, ¿qué? —Grito. —¿Me quiere? ¿Cómo qué?―Chasqueo la lengua. ―Ahora
necesito estar solo y calmarme para poder pedirle una explicación coherente… Que me
diga desde cuándo terminé de ser un juego y una tabla de salvación para ella y
comenzó a pensar en mí como su hombre, no como un placebo o un sustituto de Tomás…
Porque quiero creer que al menos no estuvo acostándose con los dos, si no… —Lanzo
otro puñetazo a la pared.
Me siento el boludo más grande del mundo, el tipo más engañado, y desde ahora, el
más desconfiado. No me interesa seguir esta conversación de mierda. Camino hacia la
salida, pero mis pasos no obedecen a mi cabeza y voy hacia su escritorio. Hoy le
había dejado escondidos unos bombones. Los vuelvo a agarrar y los tiro a la basura.
Manejo como un loco y llego en tiempo récord a su portal para verlos juntos.
Abrazados. Vuelvo a llamarla, mira la pantalla y no me atiende. Abre la puerta de
su edificio y pasan. ¡Maldita sea! La angustia me quema como si me prendieran
fuego. Pensé que en ella podía confiar, que era la mujer de mi vida.
Voy de mi hermano, para hacer tiempo y tomarnos unas cervezas mientras le cuento
todo. Tengo miles de llamadas perdidas de Angie y mensajes de Ricardo diciéndome
que ella necesita hablarme. Seguro le contó. Seguro que él también sabía de su
juego… Mi hermano me ofrece dormir en su departamento y me pide que mañana la
escuche, que lo que pasó debe tener una explicación lógica y que pocas veces vio a
una “mina” como ella tan enamorada de un “pelotudo” como yo. Ni ganas de festejar
sus chistes, tengo…
―Al final todos tenían razón. ―Ladea su cabeza, confundida. Sus pupilas brillantes
miran mi boca, se humedece su labio inferior y ese gesto me desarma. Me dan ganas
de mordérselo e incendiarle la suya con mis besos. ―No te vi venir, pero te
agradezco que me hayas avivado de golpe. Primera y última vez que me entrego a
alguien de la forma en que lo hice con vos... Desde ahora, voy a seguir mis
instintos más bajos, se acabó la mariconeada de los sentimientos. Gracias por darme
el porrazo de mi vida...
Ángeles me llama. Pero también lo hace Ivana, casi al mismo tiempo. No atiendo a
ninguna de las dos y manejo hasta mi casa. Sin embargo, mi ex novia me sorprende en
la puerta y me pide hablar. La invito a pasar y pienso que me vendría bien el punto
de vista femenino, pero más el de una persona que tanto me conoce. Con un café de
por medio, le cuento parte de lo sucedido, incluido el fin de semana en Paraná, las
suposiciones de Rocío y la mentira de Angie, sin saber que ella era parte de todo
ese juego ruin. Me toma de las manos y me dice que le gustaría, de a poco, volver a
vernos para charlar de lo que sea. No respondo, dejo que acerque su boca a la mía,
e intenta besarme. Le corro la cara y, aunque esboza una sonrisa, sus ojos destilan
rabia. No quiero volver a mentirle ni mentirme: no puedo estar con nadie porque
estoy enamorado de Ángeles. Ivana, a pesar de su orgullo y vanidad, se bancó el
golpe de todo lo que le fui contando, y a mis ojos ganó muchos puntos. Vuelve a
sugerirme salir alguna noche, sin compromiso o con otros amigos, y no tuve ganas de
explicarle que no quería un polvo de descarte con ella ni nada de lo que quisiera
ofrecerme. Sin embargo, y sabiendo que le estaba dando alas, le digo que sí, porque
siento que se lo debo. Total, ya se daría cuenta de mi falta de interés. Es una
buena mujer, pero nunca fuimos para el otro. Nos despedimos con un abrazo y un roce
de labios, y ahí se terminó la cortesía del día de mi parte.
Durante esa tarde y el día siguiente que no fui a la oficina, Angie no deja de
mandarme mensajes, perseguirme con sus llamadas perdidas y sus mails, pero
necesitaba repasar cada caricia en soledad. ¿Tanto puede haberse cegado el corazón
al punto tal de no reconocer dobleces? Sus gemidos, su piel transpirando, sus
orgasmos, sus súplicas no pudieron ser mentira… Mucho menos, el brillo de sus ojos
ni sus piernas alrededor de mi espalda.
**********************
A una semana de quedar como el pelotudo más grande de la historia, todo vuelve a la
“normalidad” (o al menos, eso intento) y Ricardo me pide tomar algo después del
laburo. Prefiero ir al bar de enfrente para poder mirar con libertad a Ángeles
cuando salga, pero sé que está reunida con Tomás y aquellos alemanes. Al ver entrar
a los empresarios a la oficina, recordé nuestro viaje a Paraná y las promesas
rotas… Me hierve la sangre. Me imagino entrando a cagar a trompadas a ese hijo de
puta que ahora se hace el protector, haciéndole el amor a mi angelito con rabia,
frente a todos y arriba de la mesa de reuniones, para que entiendan que no dejó de
ser mía… Sin embargo, me concentro y miro a mi amigo, porque prometió contarme todo
lo que sabe. Comenzó con el tema de aquella apuesta, cómo fueron cambiando los
sentimientos de Ángeles a medida que nos acercábamos y nos íbamos conociendo, por
qué le propuso eso a su amiga, que le daba asco verla humillada y escondida en vida
con alguien como Tomás y lo que pasó aquella vez en el boliche con el forro de
nuestro jefe.
―¿Qué te pasa?
―Pasa que estoy cansado que me vendas espejitos de colores y que tu amiga es la
basura más grande de todas. ―Abre sus ojos y su boca para excusarle, seguramente,
pero se lo ahorro y le paso mi celular. ―¿Hasta cuándo se piensan seguir riendo de
mí? ―Lo observo pasar, sorprendido, las fotos que Rocío me mandó de Ángeles con
Tomás en Paraná. ―Y si te fijas la fecha, fueron minutos antes de haberla ido a
buscar a su habitación… ¡Mirá como se abrazaban! Después de la cena deben haber…
―Golpeo la mesa y vuelco el café. ―No quiero pensar… ―Revuelvo mi pelo con
nerviosismo.
No me reconozco tan fuera de mí. ¡Qué me hiciste, maldita seas, Ángeles! Tiro cien
pesos sobre la barra y me levanto del taburete.
―Basta, Ricardo, terminá de defenderlos… ―Miro a mi amigo con fijeza porque lo noto
tan desconcertado como yo. ―Solo te pido un favor: deciles que no me lastimen más…
Que ya ganaron…
―Diego… ―Me toma del brazo al ver que estoy por irme. ―Te juro que no es lo que
pensás, pongo las manos en el fuego por ella… La conozco y me lo dijo: te ama. No
sé qué son estas fotos, pero seguro hay una explicación para todo… Si querés,
podríamos ir ambos a su casa y hablar… Yo también necesito saber…
―Ya está, Ricardo ―dejo la plata y no espero al mozo. Quiero desaparecer. ―Hasta
mañana.
Tomo el auto y doy vueltas por la ciudad como un autómata. Me niego a aceptar y
sacar conjeturas sin pedir explicaciones. Además, ¡me las merezco, carajo! Sin
darme cuenta, termino siempre en el mismo lugar: en la puerta de su casa. Necesito
mirarla a los ojos, preguntarle. Gritarle a la cara que me duele tanta mentira y
que necesito volver a dormir escondido en su cuello. En su olor.
Toco timbre y me deja subir. La encuentro esperándome en la puerta, con los ojos
hinchados y bastante demacrada. ¿Estará sufriendo por mí? No nos saludamos y, en
silencio, entro en su casa. Nos sentamos en su sillón y ninguno dice nada por cinco
minutos. Cada rincón a donde volteo mi vista, es un lugar que conquistamos
haciéndonos el amor o riendo a carcajadas. La amo y eso no va a cambiar, pero ahora
necesito la verdad.
—¿Sabés qué, Diego? Siempre supe que esto pasaría tarde o temprano… —La miro sin
entender. —El amor tiene demasiada buena prensa. Ambos sabíamos que esto no
duraría. Al menos yo… Que mi pasado me condenaría de por vida…
—¡No seas injusta, Ángeles! No sé a qué te referís, pero jamás te juzgué en nada ni
pensé mal de vos…
—¿Sí? —Se ríe irónicamente y no para de retorcerse los dedos. Silvestre está en su
rincón, mirando todo desde lejos. —No existe eso de la completud que una vez me
dijiste, o que el amor sirve para todos... Lo aprendí a golpes de la vida desde
chica… Y en estos días estuve pensando: ¿por qué apostar a algo que sé que
terminará o que me hará mal? ¿Por qué apostar a vos? ¿Por qué apostar por un
nosotros?
La veo con tantas ganas de pelearse, de “sacarnos de encima”, que no puedo seguir,
luchando en soledad cuando la otra parte no quiere. Sin embargo, no voy a
permitirle que ensucie lo más hermoso que me tocó vivir.
Levanta los ojos de sus dedos para regalarme su mirada dorada. Cuando me oye, su
aplomo se convierte en asombro, luego en lágrimas que quieren salir y, por último,
muda su cara en una máscara sin sentimientos. En ese momento, sé que mi golpe ciego
a la oscuridad que emanaba de todo este asunto tendría sus consecuencias. Fue ahí
cuando Ángeles me hirió de muerte y ya no hubo vuelta atrás. Siento que me quiere
decir algo, que su espíritu quiere liberarse de su incapacidad para transmitir lo
que vibra en su corazón, pero finalmente termina diciendo lo que su cerebro le
dicta.
―Tenés razón... ―La corto porque me está matando escucharla. ―El pelotudo fui yo…
El que apostó a vivirnos como si no hubiera un mañana... El que estaba pendiente de
tus necesidades o de aprender a complacerte, porque un solo segundo con vos bastaba
para que todo brillase. —Se levanta de mi lado y la tomo del brazo.
—¡Dejame! ¡Andate!
—¡No, ahora me vas a escuchar a mí! —Verla llorar me parte el alma, pero tengo que
sacarme este entripado para poder curarme la herida que no para de supurar. Para
que entienda que no puede lastimarme de esta manera. —Vos te pensás que no te
merecés amor, que está mal amar y ser amado, que es preferible que el corazón no le
pertenezca a nadie… Pero te equivocás: yo sí te amo y sé que vos me amás, a tu
manera, pero lo hacés… Igualmente, terminarás lamentando este desperdicio de
sentimientos, ¿sabés? No es fácil encontrar a la persona que te hace dar ganas de
todo, y nos estás condenando a una vida gris, sin ilusiones… Vacía… No seguiré
luchando por este camino que una vez soñé al lado de alguien que no quiere ser
feliz. De alguien que se autoconstruyó una imagen de “mi corazón no siente”, y la
terminó comprando como verdad absoluta… ―Sigue en silencio, pero no hace fuerza
para soltarse de mi agarre. Ver mis dedos en su piel, el contacto que me quema de
rabia de saber lo que estamos perdiendo, me desenfoca. No para de sollozar. Tengo
ganas de evitarnos estas palabras y partirle la boca de un beso para terminar
haciéndole el amor, pero estoy harto. También tengo mi ego y me debo respeto. —Sin
embargo, yo sí decido hoy dejar de ser tu juguete. No tengo ganas de continuar
detrás de vos para alargar mi humillación… Te agradezco que me ayudaras a volver
con Ivana ―escucha su nombre y frunce el ceño―, su sinceridad, la tranquilidad de
saber que en algún corazón sí soy el elegido…
—Soltame y déjame en paz de una vez… —Se zafa con fuerza y camina hacia la puerta
para abrirla y echarme.
—Me voy con la tranquilidad de saber que lo di todo por nosotros. La que jamás
creyó en nuestro amor fuiste vos y ese será el peor de tus castigos. —Escucho su
llanto y sus suspiros. La intuyo arrodillada tras la puerta. —Te vas a arrepentir y
yo no voy a estar. Hasta nunca, beba…
Los dos sabíamos que jamás habría lugar para nadie más en mi corazón que no fuera
ella, pero quería sacudirla de alguna manera. Al menos, de la boca para afuera. Me
voy con todo el dolor del fracaso a cuestas. Llorando por mi angelito de la mirada
soleada, pero entendiendo que puse todo para construir felicidad a la par y ella
solo se negó a sentirlo. Hasta siempre, mi amor.
Agradecimientos
Antes que nada, a mis DIVIN@S (tod@s y cada un@ contribuye con su personalidad e
individualidad al TODO DIVINO), que me contagian con su buena onda, sus fanarts,
sus “¿Estás bien? ¿Necesitás algo?” y por su aguante constante. Siempre ayudan a
mejorar mi día escrituril. Sepan que me energizan a morir. ¡Amarlas!
Bueno, con el tema de la tapa, hubo diversas opiniones, así que acá van las GRACIAS
a Mariano, a Agustina, a Matías, a Caterina, a María Constanza y a Lourdes. Sin sus
consejos y su tiempo, no hubiéramos llegado, junto a LOBIZÓN EDICIONES, a darle la
vuelta de tuerca que se merecían Diego&Angie.
A las LIBRERÍAS (en mayúsculas) que confían en mis historias. Y también, a los
muros de cada uno de mis divinores, donde comparten mis novelas, me sugieren con su
“boca a boca”, y opinan todo el tiempo para que pueda estar de punta a punta en
cada biblioteca del país y el exterior. GRACIAS por la generosidad de vuestro
espacio para que pueda llegar a más corazones.
A mi familia, SIEMPRE SIEMPRE SIEMPRE, porque sin ellos, sin su fuerza, sería
imposible inspirarme o escribir una sola palabra. GRACIAS ETERNAS por ser mi motor
y mi canal de amor y contención. Sin ustedes, nada.
Acerca de mí
¿Qué puedo decirles sobre mí que ya no sepan? Esto va para los nuevos divinores ;)
En abril de 2014, quise compartir con otras personas mis opiniones sobre lo que
leía y así surgió mi blog Di.Vi.Na Social. Las redes sociales me acercaron a
colegas generosos y a compañeras de lectura amorosas. Y me dije: ¿por qué no? Tenía
en mi cabeza varias historias a la vez, y me decidí por la de Manu y Sofi, en
“TUYO… ¡Aunque te resistas!” (mi primera novela), así que me lancé con ellos en
noviembre de 2014. Luego, en junio de 2015, llegaron Alfonso y Ximena (el profe
sexy y tatuado y su dulce diosa), con su amor valiente, tratando temas duros como
la violencia de género, la corrupción y el narcotráfico en “TE DESEO (más allá de
la razón)”. En abril de 2016, quise contarles la historia controvertida de Adrián,
el rompetangas (como ustedes lo bautizaron) y su morocha, rompiendo algunos moldes
y dando que hablar con su problema de alcoholismo. Así llegó EL MAL AMADO (entre
las uvas y la pasión), con muchos personajes, amor y finales felices, ¡como nos
gustan a tod@s!
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[2] Qué juego tan siniestro jugaste, para hacerme sentir así. Qué cosa tan
siniestra hiciste, para permitirme soñar contigo. Qué cosa tan siniestra dijiste,
nunca te sentiste así. Qué cosas tan siniestras haces, para hacerme soñar contigo.
No, no quiero enamorarme… (Wicked game – Chris Isaak)
[4]Quítame – Karina.
[6]Chica dura, por el carril rápido, sin tiempo para el amor, sin tiempo para el
odio. Dramas no, sin tiempo para juegos. Chica dura a la que le duele el alma. (Las
chicas grandes lloran – Sia)
[12]¿Es un crimen? ¿Es un crimen? Sigo queriéndote y sigo queriendo que me quieras
tú también… (¿Es un crimen? – Sade)
[13] Estás corriendo conmigo sin tocar el suelo. Somos los corazones inquietos, no
los encadenados y atados… (Bryan Ferry – Esclavos del amor)