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Créditos
Moderadora de Traducción
Vale

Traducción

3lik@ Mary Rhysand

Arifue NaomiiMora

Aelinfirebreathing Rimed

Anamiletg Rose_Poison1324

Candy27 Sofiushca

CarolSoler Taywong

Gerald Vanemm08

Grisy Taty Wan_TT18

Liliana Yiany

Manati5b YoshiB

Mer

Recopilación y Revisión
Mais & Vale

Diseño
Mew Rincone
Índice
Sinopsis Capítulo 23 Capítulo 46

Capítulo 1 Capítulo 24 Capítulo 47

Capítulo 2 Capítulo 25 Capítulo 48

Capítulo 3 Capítulo 26 Capítulo 49

Capítulo 4 Capítulo 27 Capítulo 50

Capítulo 5 Capítulo 28 Capítulo 51

Capítulo 6 Capítulo 29 Capítulo 52

Capítulo 7 Capítulo 30 Capítulo 53

Capítulo 8 Capítulo 31 Capítulo 54

Capítulo 9 Capítulo 32 Capítulo 55

Capítulo 10 Capítulo 33 Capítulo 56

Capítulo 11 Capítulo 34 Capítulo 57

Capítulo 12 Capítulo 35 Capítulo 58

Capítulo 13 Capítulo 36 Capítulo 59

Capítulo 14 Capítulo 37 Capítulo 60

Capítulo 15 Capítulo 38 Capítulo 61

Capítulo 16 Capítulo 39 Capítulo 62

Capítulo 17 Capítulo 40 Capítulo 63

Capítulo 18 Capítulo 41 Epílogo

Capítulo 19 Capítulo 42 Agradecimientos de


la autora
Capítulo 20 Capítulo 43
Próximamente
Capítulo 21 Capítulo 44

Capítulo 22 Capítulo 45
Sinopsis
Vinieron a la tierra: Peste, Guerra, Hambre, Muerte; cuatro jinetes
montados en sus corceles que gritaban, corriendo hacia los rincones del
mundo. Cuatro jinetes con el poder de destruir a toda la humanidad.
Vinieron a la tierra y vinieron a acabar con todos nosotros.

El día que cae Jerusalén, Miriam Elmahdy sabe que su vida ha


terminado. Las casas se están quemando, las calles están rojas de
sangre y un ejército traidor está matando a todos los residentes. No hay
forma de sobrevivir a esto, especialmente no una vez que Miriam llama
la atención de Guerra. Pero cuando el enorme y aterrador jinete
acorrala a Miriam, la llama su esposa, y en lugar de matarla, la lleva de
regreso a su campamento.

Ahora Miriam se enfrenta a un futuro aterrador, en el que observa


cómo su mundo se quema pueblo por pueblo, y el único responsable de
todo esto es su "marido", aparentemente indestructible. Pero hay otro
lado en él, uno que es amable, cariñoso y decidido a ganársela, y puede
que ella no sea lo suficientemente fuerte como para resistirse.

Sin embargo, si hay algo que Miriam ha aprendido, es que el amor


y la guerra no pueden coexistir. Y así, debe tomar la decisión definitiva:
rendirse a Guerra y ver caer a la humanidad, o sacrificarlo todo y
detenerlo.

War - The Four Horsemen #2


En amoroso recuerdo de Robert H.

Por siempre tu "hermana pequeña".


Cuando Él rompió el segundo sello, escuché a la segunda criatura
viviente decir: "Ven". Y salió otro caballo rojo; y al que estaba sentado
en él, se le concedió quitar la paz de la tierra, y que los hombres se
mataran unos a otros; y le fue dada una gran espada.

—Apocalipsis 6: 3-4 NASB


—Shakespeare
Capítulo 1
Traducido por Liliana

Año 13 de los Jinetes

Jerusalén, Nueva Palestina


El día comienza como la mayoría de los demás. Con una
pesadilla.

La explosión ruge en mis oídos, su fuerza me arroja al agua.

Oscuridad. Nada. Entonces…

Lucho por respirar. Hay agua y fuego y... y... y Dios el dolor... el
dolor, el dolor, el dolor. La mordida aguda casi me roba el aliento.

—¡Mamá, mamá, mamá!

No puedo verla. No puedo ver a nadie.

—¡Mamá!

El cielo se balancea sobre mí. Toso en el humo. Mi bolsa está


envuelta alrededor de mi tobillo y me está arrastrando hacia abajo, hacia
abajo, hacia abajo.

No. Intento patalear mi camino de regreso a la superficie, pero a


pesar de mis esfuerzos, se mueve más y más lejos de mi alcance.

Mis pulmones se hinchan. La luz del sol sobre mí se oscurece


incluso mientras lucho.

Abro la boca para pedir ayuda.

El agua se precipita dentro…

Me siento en la cama con un jadeo.

Puedo escuchar mi reloj de pared haciendo clic clac, el péndulo


oscilando de un lado a otro, de un lado a otro.
Toco la cicatriz en la base de mi garganta mientras estabilizo mi
respiración. Mis sábanas están torcidas alrededor de mis tobillos. Me
desenredo y me levanto de la cama.

Agarrando la caja de fósforos cercana, enciendo una lámpara de


aceite. Brevemente, ilumina una fotografía de mi familia antes de que la
levante lo suficiente para ver la hora en el reloj.

3:18 a.m.

Ugh. Me froto el rostro.

Coloco la lámpara sobre mi mesa de trabajo, empujando a un


lado las plumas, las puntas de flecha de cristal y los trozos de plástico
que ensucian su superficie.

Miro con nostalgia a mi cama. No hay manera de que vuelva a


dormir, lo que significa que puedo trabajar en mi último encargo o
puedo ir a hurgar en la basura. Echo un vistazo a las paredes, donde
cuelgan algunos de mis productos terminados, los arcos aceitados y las
flechas pintadas apenas visibles en la oscuridad.

El elegante armamento de rescate se vende por un bonito centavo


en estos días.

Está demasiado oscuro para distinguir las fotos que cuelgan a su


lado, pero mi garganta se tensa al pensar en las imágenes de todos
modos.

En este momento, en las alas de mi sueño, no quiero estar en


compañía de los recuerdos que atormentan mi apartamento.

Así que iré a hurgar en la basura.

Mis botas crujen a lo largo de la grava suelta mientras serpenteo


por las calles de Jerusalén, equipada con mi arco, mi carcaj y la bolsa
de lona que usaré para guardar mis hallazgos. Tengo una daga en mi
cadera y una pequeña hacha en mi bolso.

Paso por una oscura mezquita, que estará llena de gente cuando
regrese. La sinagoga al final de la calle es oscura y siniestra, con varias
de sus ventanas tapiadas. Parece dócil y arrepentida, como si alguna
vez no estuvo orgullosa de adueñarse del lugar.

Nadie más está fuera, a excepción de la ocasional guardia


palestina. Ellos me miran sombríamente pero me dejan sola.
La vida no siempre fue así.

Puedo recordar vagamente mi infancia. Tuve una feliz, o más


bien, solía no tener preocupaciones, y eso es casi lo mismo. Ahora, las
preocupaciones se amontonan como piedras en mis hombros.

Pero esa vida es menos real para mí que incluso el sueño con el
que me desperté.

Toco el amuleto de hamsa1 en mi muñeca mientras miro a mí


alrededor. El momento en que me siento demasiado cómoda con mi
entorno es el momento en que me atacan.

No, la vida no fue siempre así, pero esta ha sido mi realidad desde
que llegaron los Jinetes.

Puedo ver el Día Uno en mi mente como si estuviera sucediendo


de nuevo.

Cómo las luces en mi clase de cuarto grado se apagaron, una tras


otra. Mis oídos aún resuenan por los gritos de mis compañeros.

Tuve la desgracia de sentarme cerca de una ventana, así que vi de


primera mano cómo los autos perdían potencia, sus cuerpos de metal
chocaban contra cualquier cosa (o quien sea) que estuviera más cercano
a ellos.

Vi a una mujer ser atropellada por un automóvil, con los ojos


muy abiertos durante un segundo antes del impacto. A veces, cuando lo
recuerdo, veo a mi padre y no a la mujer.

A veces me pregunto si es así como se desarrolló. Nunca vi su


cuerpo destrozado, solo escuché que fue atropellado por un autobús,
por lo que todo lo que queda son dudas.

A la gente de aquí le gusta decir que la vida puede cambiar en un


instante, y es verdad. Nacer, morir, cuatro hombres extraños que se
presentan un día con planes para destruir el mundo; todos cambios
instantáneos.

Pero a veces, el cambio más insidioso ocurre con el tiempo.


Porque el Día Uno terminó y el Día Dos comenzó. Se esperaba que todos
continuáramos existiendo incluso cuando los autos no podían ser
conducidos, los teléfonos no podían llamar, las computadoras no

1
N.T. También conocido como Mano de Fátima, es un símbolo en forma de mano
popular en todo el Oriente Medio y África del Norte. Es un símbolo de protección
utilizado comúnmente como defensa, principalmente por judíos y musulmanes.
podían computar, y se perdieron muchas vidas queridas.
Eventualmente, esta terrible nueva existencia tuvo que volverse normal.
Y así es como ha sido la vida durante la mayor parte de mis veintidós
años.

Me muevo hacia el oeste a través de la ciudad, más allá de un


aviario, las aves dentro en silencio a estas horas. Antes, podías recibir
noticias casi instantáneamente. Ahora, la paloma mensajera es la forma
más rápida de enviar mensajes... y no hay garantía de que un mensaje
saliente llegará a donde necesita ir al primer intento. Las aves, después
de todo, son sólo limitadamente obedientes e inteligentes.

La noche es tranquila. Ha sido así durante el último mes. No es


que sea particularmente ruidoso aquí por la noche, pero esto se siente
diferente. Puedes sentir la preocupación de las personas en el aire
inmóvil.

Deben ser los rumores.

Hubo... historias extrañas del este, historias destinadas a


asustarte cuando estás acurrucado alrededor de una fogata y la noche
parece especialmente aterradora.

Historias sobre ciudades enteras que van a la tumba. Sobre calles


salpicadas de huesos y cementerios labrados como campos. Y a través
de todo ello, Guerra, montando sobre su corcel rojo sangre, su espada
desenfundada.

No sé qué tan ciertas son, hay tantas cosas que se escuchan en


estos días, pero Jerusalén ha estado más sometida de lo normal.
Algunas personas incluso han empacado y se han ido.

Podría haber sido una de esas personas, si tuviera suficiente


dinero para llegar a donde quería ir. Pero no lo tengo, así que
permanezco en Jerusalén.

Cuando me acerco a las Montañas de Judea que se encuentran


en las afueras de la ciudad, escucho las pisadas de alguien caminando
detrás de mí. Podría ser la Hermandad Musulmana, podría ser la fuerza
policial palestina, podría ser un saqueador como yo o una prostituta
que busca completar lo último de su cuota por la noche.

Probablemente no sea nada. Aun así, eso no me detiene de


revisar mi código de supervivencia, también conocido como “Guía de
Miriam Elmahdy para mantenerse jodidamente viva”:

(1) Dobla las reglas, pero no las rompas.


(2) Adhiérete a la verdad.

(3) No llames la atención.

(4) Escucha tus instintos.

(5) Sé valiente.

Cinco reglas simples que, aunque no siempre son fáciles de


seguir, me han mantenido viva durante los últimos siete años.

Aumento mi ritmo, esperando poner distancia entre el extraño y


yo. Menos de un minuto después, escucho los pasos detrás de mí
acelerarse.

Dejo escapar un suspiro.

Deslizando el arco de mi hombro, saco una flecha de mi carcaj y


la coloco en su lugar. Dando vuelta, apunto a la forma oscura.

—Muévete —digo.

La figura sombría está a unos diez metros. Levanta las manos,


adelantándose un poco.

—Solo quería saber qué estaba haciendo una chica como tú fuera
tan tarde —grita el hombre.

Entonces, el individuo no es una prostituta y probablemente


tampoco la policía. Eso deja a la Hermandad Musulmana, o un
miembro de una pandilla local o un civil común dispuesto a pagar por
la compañía de una mujer. Por supuesto, también podría ser un
compañero ladrón que busca robarme mis hallazgos.

—No soy una prostituta —grito.

—No pensé que lo fueras.

Por lo tanto, no es un cliente confundido.

—Si estás con la Hermandad —le digo—, he pagado mis cuotas


del mes. —Ese es el costo de moverse por la ciudad con impunidad.

—Está bien —dice el hombre—. No estoy con la Hermandad.

¿Entonces un ladrón?

Da un paso hacia mí. Luego otro.


Tiro de la cuerda del arco hacia atrás, la madera de mi arco
gimiendo.

—No voy a hacerte daño —lo dice con tanta amabilidad que quiero
creerle. Pero he aprendido a confiar en lo que las personas hacen en
lugar de en lo que dicen, y él no está retrocediendo.

Un criminal entonces. Las personas honestas no hablan con


dulzura para acercarse a menos que quieran algo de ti.

Y lo que él quiere, dudo que me vaya a gustar.

—Si te acercas más, dispararé —advierto.

Sus pasos se detienen, y ambos nos quedamos de pie allí por


varios segundos en un callejón sin salida.

Él está de pie en las sombras entre las farolas de gas, así que es
difícil distinguir lo que está haciendo, pero creo que se va a ir. Sería lo
más inteligente por hacer.

Sus pasos se reanudan: uno, dos, tres…

Cierro brevemente mis ojos marrones. Esta no es manera de


comenzar un día.

El hombre comienza a acelerar su ritmo a medida que gana más


confianza en que no dispararé. Es completamente inconsciente de que
he hecho esto antes.

Perdóname.

Libero la flecha.

No veo dónde aterriza en la oscuridad, pero sí escucho el grito


ahogado del hombre, y luego lo veo colapsar.

Durante varios segundos me quedo donde estoy. Solo a


regañadientes, bajo el arco y me acerco a él, con una mano flotando
cerca de la daga en mi cadera.

Cuando me acerco, veo que mi flecha sobresale de la garganta del


hombre, su sangre oscureciéndole la piel y el suelo debajo de él. Su
respiración es jadeante y laboriosa.

Lo miro a la cara durante varios segundos mientras agarra el


proyectil. No lo reconozco, no es que asumiera que lo haría. Supongo
que eso es un alivio. Mis ojos van a la bolsa que llevaba.
Agachándome, lo abro y hurgo en sus cosas. Cuerda, una barreta
y un cuchillo. El paquete de inicio de un asesino.

La inquietud se desliza a través de mí. La mayoría de las personas


que hacen cosas malas tienen sus motivos: codicia, poder, lujuria, auto-
conservación. Es desconcertante cruzar caminos con alguien que
planea lastimarte no como un medio para un fin, sino como el fin en sí
mismo.

Las respiraciones ahogadas del hombre son lentas, luego se


detienen por completo, su pecho queda inmóvil.

Una vez que estoy segura de que se ha ido, saco mi flecha de su


cuerpo, limpiándola en sus pantalones antes de deslizarla de nuevo en
mi carcaj.

Nadie se molestará en investigar lo que pasó. Nadie será


castigado, y cuando el sol esté alto en el cielo, el cuerpo será removido y
la ciudad pronto olvidará que alguna vez hubo un cadáver en el camino.

Dándole al hombre una última mirada, toco el hamsa de mi


brazalete y me alejo.

Salgo de la ciudad hacia las colinas que se extienden hacia el


oeste, tratando de no pensar en el hombre que maté y lo que él quería.
O que apenas me detuve antes de matarlo.

Me froto la frente y luego la boca. La muerte es cada vez más fácil


de repartir para mí. Eso es... preocupante.

Una vez que me abro camino hacia las montañas ondulantes,


salgo de la carretera y me dirijo a los árboles. El cielo está empezando a
aclararse, pasando del azul marino al cenizo mientras el sol de acerca al
horizonte. Más arriba de la colina veo los huesos de una casa a medio
terminar, el bloque de hormigón y el marco de hierro corrugado solo
parcialmente completado antes de que su propietario abandonara el
proyecto.

Me muevo hacia ella, la cáscara de una casa una vista familiar.


Pero no es el edificio lo que busco si no los árboles a su alrededor.

Dirigiéndome a un pino, saco mi hacha y comienzo a cortar una


rama gruesa. La madera aquí hace buenos arcos y flechas.
Quince minutos en mi trabajo escucho... algo.

Hago una pausa, mis ojos van al camino. Fuerzo mis oídos, pero
las colinas boscosas están en silencio…

Espera.

Ahí está de nuevo. El sonido es apenas audible. No puedo decir


qué es, solo que es continuo.

Probablemente un viajero.

Me mudo a la casa cercana, deslizándome silenciosamente


dentro. Prefiero no meterme en un enfrentamiento dos veces en una
noche.

Dentro de la estructura abandonada, tierra, hojas viejas y varias


colillas de cigarrillos ensucian el suelo. Por el aspecto del lugar, se
construyó después de la llegada, no hay enchufes eléctricos ni tuberías
que puedan llevar agua corriente. Esos lujos que perdimos poco
después de que vinieran los jinetes, y por más que hemos intentado, no
hemos podido recuperarlos.

Me muevo hacia el marco de una ventana abierta,


manteniéndome mayormente en las sombras. Me siento como una
cobarde, escondida detrás de una pared porque podría haber escuchado
algo, pero después de mi riña anterior, mejor cobarde que muerta.

Muy lentamente, el sonido se vuelve más fuerte, hasta que puedo


distinguirlo claramente.

Clop. Clop. Clop

Un viajero cabalgando.

Miro por la ventana, el cielo ahora tiene un tono rosado. Hay


árboles y arbustos que oscurecen parcialmente mi vista de la carretera,
por lo que no veo a la persona de inmediato. Pero cuando lo hago…

Me quedo sin aliento.

Un hombre monstruoso se sienta en su corcel rojo sangre, una


espada enorme atada a su espalda. Hay anillos dorados en su cabello
oscuro y kohl2 se alinea en sus ojos. Sus pómulos son altos y el ceño
fruncido que lleva hace que se vea absolutamente petrificante.

Por un momento, nada de lo que estoy viendo realmente se


registra. Porque lo que estoy viendo está mal. Ningún caballo tiene un
pelaje tan rojo, y ningún hombre tiene una estatura tan impresionante,
ni siquiera en la silla de montar.

Bueno, si los rumores son ciertos, tal vez una persona lo haga...

Siento que empiezo a temblar.

No.

Querido Dios, no.

Porque si los rumores sobre su descripción son ciertos, entonces


significa que el hombre al que estoy mirando podría ser realmente
Guerra.

Mis pulmones se detienen solo con el pensamiento.

Y si los rumores son ciertos...

Entonces Jerusalén está jodida.

Un pequeño ruido sale de mis labios, y Guerra —si ese es, de


hecho, Guerra— se vuelve en mi dirección.

Me agacho de nuevo.

Dios mío, Dios mío, Dios mío.

Un jinete del apocalipsis podría estar parado a veinte metros de


mí.

Los cascos hacen una pausa, luego dejan la carretera principal.


De repente, escucho el clop... clop… clop de ellos subiendo la colina
hacia mí.

Me cubro la boca, amortiguando el sonido de mi respiración, y


cierro los ojos con fuerza. Puedo escuchar el crujido de las ramas secas
y las ruidosas exhalaciones del caballo.

No sé qué tan cerca está el jinete antes de que se detenga. Parece


que está justo afuera del edificio, que si me levanto y me asomo por la

2
N.T. Cosmético a base de galena molida y otros ingredientes, usado principalmente
por las mujeres de Oriente Medio, Norte de África; para oscurecer los párpados y como
máscara de ojos.
ventana, podría acariciar a su corcel. Los vellos en mis brazos se
levantan.

El caballo se detiene, y espero a que su jinete desmonte.

¿Podría ser realmente Guerra?

Pero ¿por qué no sería él? Jerusalén ha sido el epicentro de varias


religiones durante siglos. Es un buen lugar para ocasionar el fin del
mundo, incluso se ha predicho que aquí es donde el mundo termina en
el Día del Juicio.

No debería sorprenderme.

Aun así lo estoy.

Después de un largo minuto, escucho las pisadas en retirada del


caballo de Guerra; mierda, supongo que estoy asumiendo que
realmente es Guerra.

Espero hasta que las pisadas están lo suficientemente lejos antes


de jadear, una lágrima temerosa se escapa.

Oh Dios mío.

No me muevo. No hasta que esté segura de que Guerra ha


avanzado.

Pero justo cuando creo que se ha ido, escucho más ruido de


cascos. Varios golpeteos de cascos.

¿Quién más podría estar siguiendo al jinete?

Los golpeteos de los cascos parecen multiplicarse en sí mismos


hasta que comienzan a sonar como un trueno.

Me asomo desde el cascarón de una ventana. Lo que veo me quita


el aliento.

Debe haber cientos de jinetes todos apretados en la carretera,


armados con cuchillos, arcos y espadas y toda otra forma de
armamento.

Mi corazón comienza a latir más y más rápido, y sin embargo me


mantengo quieta, tan quieta, con miedo de respirar demasiado fuerte.

Espero a que pasen, pero siguen viniendo, los jinetes seguidos por
lo que parecen soldados de infantería, y esos seguidos por carros
tirados por caballos.
Cuanto más observo, más jinetes me pasan, hasta que queda
claro que no hay simplemente cientos de hombres, sino miles de ellos,
todos siguiendo la estela de Guerra.

Solo hay una razón por la que esta cantidad de hombres armados
viajan juntos.

Guerra no está simplemente montando hacia Jerusalén.

La está invadiendo.
Capítulo 2
Traducido por Manati5b

Espero hasta que el ejército completo haya pasado antes de dejar


mi escondite. Salgo del edificio con pies temblorosos, insegura de qué
hacer.

No soy una santa, no soy un héroe.

Me quedo mirando el camino que se dirige hacia el oeste, en la


dirección opuesta al ejército, y se ve terriblemente tentador.

Miro en la otra dirección, hacia donde se dirige el ejército.

Mi casa.

Vete, dice la voz de mi madre en mi cabeza, vete con la ropa


puesta y nunca vuelvas. Vete y sálvate.

Hago mi camino hacia la calle, dejando atrás las ramas que corté.
Miro hacia ambos lados: al oeste, lejos de la ciudad, y el este, de regreso
a Jerusalén.

Me froto la frente. Maldita sea pero, ¿qué debo hacer?

Vuelo a revisar mi código de supervivencia: dobla las reglas, pero


no las rompas. Adhiérete a la verdad. No llames la atención. Escucha
tus instintos. Sé valiente.

Siempre sé valiente.

Por supuesto, están son las reglas para mantenerse viva. No


necesito las reglas para saber que ir al oeste aumentará mis
probabilidades de supervivencia, mientras que ir hacia el este las
reducirá. No debería ser una pregunta en lo absoluto: debería ir al
oeste.

Pero cuando me doy la vuelta y comiendo a caminar por la


carretera, mis pies no me llevan al oeste.

En cambio, marcho de regreso a Jerusalén. De regreso a mi casa,


al ejército y al jinete.
Tal vez sea estupidez, o morbosa curiosidad.

O tal vez el apocalipsis no ha vencido el último pedazo de


altruismo en mí después de todo.

Sigo sin ser una santa.

Para cuando llego a la ciudad, las calles ya están teñidas de rojo


con sangre.

Presiono el dorso de mi mano contra mi boca, tratando de cubrir


el horrible olor a carne que huele en el aire. Tengo que rodear los
cuerpos sangrientos que ensucian las calles. Muchos de los edificios se
están quemando, y el humo y la ceniza se amontonan a mí alrededor.

A la distancia puedo escuchar a la gente gritar, pero aquí mismo,


justo donde estoy caminando, la gente ya ha sido asesinada y el silencio
parece ser una cosa en sí misma.

Antes de que la Nueva Palestina fuera la Nueva Palestina, el


ejército de Israel reclutó a la mayoría de los ciudadanos. Desde la
guerra civil de mi país, no ha habido reclutamiento obligatorio, pero la
mayoría de los jóvenes aquí aprendieron a luchar de todos modos.
Cuando miro alrededor a todos los cadáveres, me doy cuenta de que
nada de eso importa.

A pesar de todo el conocimiento que pueden tener sobre la lucha


y la guerra, todavía están muertos.

En verdad, ¿qué estaba pensando al regresar aquí?

Mi agarre en mi arco ahora se aprieta. Saco una flecha y la cargo.

Ni siquiera debería importarme salvar a estas personas. Después


de todo lo que los Musulmanes les hicieron a los Judíos y los Judíos a
los Musulmanes, y lo que todos hicieron a los Cristianos, los Drusos y
todas las demás sectas religiosas minoritarias, uno pensaría que estaría
feliz de dejar que todo se reduzca a cenizas.

Todas las religiones quieren lo mismo: la salvación. Puedo


escuchar la voz de mi padre, como un eco del pasado. Todos somos
iguales.
Camino cada vez más rápido por las calles, con mi arma lista. El
lugar ha sido barrido. Mas estructuras están en llamas, más cuerpos
yacen dispersos en las calles.

Vine demasiado tarde. Demasiado tarde para la ciudad, y


demasiado tarde para la gente.

Unas cuadras más, y empiezo a ver gente viva. Gente que está
huyendo. Una mujer corre con su hijo en sus brazos. Diez metros
detrás de ella, un hombre montado la persigue.

Ni siquiera pienso antes de levantar mi arco y disparar la flecha.

Le pega justo en el pecho, la fuerza lo hace caer del caballo.

Miro por encima de mi hombro a tiempo para ver a la mujer y su


hijo meterse en un edificio.

Al menos están a salvo. Pero entonces, hay muchos otros que


luchan por sus vidas. Agarro una flecha, cargo y disparo. Agarro, cargo,
disparo. Una y otra vez. Algunos de mis tiros fallan, pero siento un
arrebato de satisfacción por haber logrado eliminar a algunos de estos
invasores en absoluto.

Tengo que agacharme mientras continuo por las calles. Las


personas se asoman por las ventanas, tirando cualquier objeto que
puedan a este ejército extraño. Mientras me muevo veo a un hombre
que es empujado desde su balcón. Aterriza en el toldo ardiente debajo.
Lo último que escucho de él son sus gritos.

En algún punto, algunos de los soldados invasores reconocen que


soy una amenaza. Uno de ellos apunta su propio arco y flecha hacia mí,
pero está montado en un caballo, y su tiro se desvía.

Agarro, cargo, disparo.

Lo golpeo en el hombro. Agarro, cargo, disparo. Esta vez mi flecha


le da en el ojo.

Necesito más flechas. Y otras armas, para el caso.

Me precipito hacia mi departamento, que está a varias cuadras de


distancia, susurrando una oración en voz baja para que no me quede
sin flechas antes de llegar. Llevo una daga, pero no soy rival para un
oponente más grande, y la mayoría de estos soldados son eso, grandes
oponentes.
Me lleva unos treinta minutos llegar a mi hogar. Vivo en un
edificio declarado en ruinas, no es que alguien vaya a derribarlo pronto.
Sufrió algunos daños durante los combates de hace unos años, y como
resultado, la mayoría de la gente se mudó. Yo no lo hice. Llámame
sentimental, pero es donde crecí.

Cuando llego ahora, la entrada está en llamas.

Mierda, ¿por qué no había pensado en esto?

Observo la estructura. La mayoría está hecha de piedra, y aparte


de la entrada, se ve bien. Me muerdo un lado de mi labio.

Tomando una decisión, me lanzo dentro. Ni tres segundos


después de que lo haga, el alero se derrumba, encerrándome.

Bueno, mierda. Voy a tener que saltar por la ventana o esperar


que la escalera de incendios antigua funcione.

Una vez dentro, subo corriendo las escaleras hacia mi


departamento, tosiendo contra el humo.

Disminuyo la velocidad cuando veo mi departamento. La puerta


principal cuelga entreabierta.

Hijos de puta. Alguien más debe haber tenido ya la misma idea


que tuve yo. La gente de por aquí sabe que hago armas.

Entro, y el lugar es un desastre. Mi puesto de trabajo ha sido


volcado. A lo largo de los estantes, casi todos los cuchillos, las espadas,
las dagas, los arcos y carcaj, mazos y flechas que había almacenado
cuidadosamente, han sido casi todos removidos.

No hago una pausa para hurgar a través de ellos. Corriendo a mi


habitación, levanto mi colchón. Debajo hay docenas y docenas de
flechas y una daga de repuesto.

Dejando caer la bolsa de lona al suelo, recojo las flechas y meto


todas las que puedo en mi carcaj. Luego, tomo una daga enfundada y la
ato rápidamente.

Después de haberme armado, me dirijo hacia abajo. Pateando la


puerta de uno de los apartamentos que sé que está abandonado, entro.
Las ventanas aquí están casi intactas, y tengo que agarrar una silla
desechada y golpearla contra el vidrio para que se rompa.

Golpeando los últimos fragmentos, salgo y corro hacia el combate


una vez más.
No es hasta que estoy justo fuera de la Vieja Ciudad que puedo
ver a Guerra.

Y es él por seguro. No le creí a mis ojos cuando lo vi por primera


vez, pero ahora, bañado en la sangre de sus víctimas, sus ojos brillando
como ónix, no hay forma de que pueda ser otra persona.

Se sienta a horcajadas sobre su caballo en medio del camino, con


su corcel pateando el suelo. La criatura es tan temible como todas las
historias prometieron que seria.

Guerra examina la carnicería a su alrededor, viéndose muy


complacido con los resultados.

Colocando una flecha en el arco, coloco al jinete en la mira.

Apunta al pecho. Cualquier otra cosa es muy probable que se


desvíe.

La cabeza de Guerra se precipita hacia mí, casi como si escuchara


mis intenciones susurradas en el viento.

Mierda.

Se fija en mi arma, y luego en mi rostro. Guerra patea su caballo


hacia adelante.

Dejo a mi flecha volar, pero se desvía, fallando totalmente.

Colocándome el arco a través del pecho, me doy la vuelta y salgo


disparada, mis flechas se sacuden a mi espalda.

Miro por encima de mi hombro. Guerra está impulsando a su


corcel hacia adelante, la mirada cruel del jinete fija en mí.

Corto a través de los escombros donde un edificio solía estar y me


dirijo hacia la Vieja Ciudad.

Por favor, que no se me tuerza un tobillo, por favor que no se me


tuerza un tobillo.

Detrás de mi puedo escuchar el ruido de los cascos, y puedo


prácticamente sentir la mirada amenazadora del jinete en mi espalda.

Hay docenas de personas peleando y huyendo a mí alrededor,


pero el jinete los ignora a todos. Al parecer soy la única para la que
tiene ojos.
Mierda. Mierda. Mierda.

Es apropiado, supongo, que conocería a un jinete aquí, en este


lugar que ha visto milenios de conflictos y guerras. Jerusalén está lleno
de tanta sangre como tierra.

Los cascos golpean más fuertes, más cerca.

No me atrevo a mirar atrás.

Normalmente, siempre hay algunas personas que permanecen en


la Vieja Ciudad, pero justo ahora, el lugar está completamente
abandonado.

¿Por qué pensé en venir aquí? Dios no puede salvarme. No


cuando su engendro está demasiado ocupado persiguiéndome.

Giro a la izquierda, y de repente el Muro de Occidente aparece a


mi lado. Corro a su lado, mis ojos fijos en la Cúpula de la Roca.

Si alguna vez hubo un tiempo para creer en la salvación, ahora


sería el momento.

Empujo a mis brazos y piernas, serpenteando de un lado a otro


para que el jinete no pueda atraparme por detrás.

La mezquita está tan cerca, que puedo distinguir los detalles más
finos a lo largo de sus paredes, y…

La entrada está cerrada.

No.

Sigo corriendo hacia ella.

Tal vez no está bloqueada. Tal vez…

Cierro los últimos metros entre ella y yo, tomando la manija de la


puerta.

Cerrada.

Quiero gritar. Puedo ver la Piedra de la Fundación en el ojo de mi


mente, puedo ver el pequeño agujero que conduce al Pozo de las Almas
más abajo. Si alguna vez hubiera un lugar en el que un jinete
necesitaría respetar su santidad, ese sería el lugar.

Me alejo de la puerta cerrada y del arco de columnas. Vuelvo al


sol cegador.
Detrás de mí, los ruidos de los cascos se detienen. Los vellos a lo
largo de mis antebrazos se levantan.

Me doy la vuelta.

Guerra se baja de su montura, y me tambaleo al verlo.

Es enorme. Más alto que un hombre normal, y cada centímetro de


él está construido como un guerrero: amplios hombros, brazos gruesos,
cintura delgada y piernas poderosas. Incluso su rostro tiene el aspecto
de algún héroe trágico, su salvaje belleza masculina solo sirve para
hacer que parezca más letal.

Casi casualmente, Guerra saca su espada de la vaina en su


espalda. Mis ojos van hacia la enorme hoja. Brilla plateada a la luz del
sol.

¿Cuántas muertes ha entregado esa arma?

Pero entonces, otra vista me llama la atención. Mi mirada viaja


por el arma de Guerra en su mano. En cada nudillo hay un glifo
extraño que brilla de color carmesí.

Guerra comienza a caminar hacia mí, su armadura de cuero rojo


hace ruidos suaves cuando se frotan, sus adornos dorados del cabello
brillan al sol. Se ve menos como un mensajero celestial y más como un
dios pagano de la batalla.

Tomando mi arco, cargo una flecha.

—No te acerques —advierto.

El jinete ignora la orden.

Que Dios me salve.

La libero.

Golpea a Guerra en su hombro, incrustándose en su armadura de


cuero. Sin apartar la vista de mí, agarra la punta de la flecha y la saca.
Sale ensangrentada, y tengo un momento de orgullo, sabiendo que mi
arma pasó por su armadura.

Alcanzo otra flecha detrás de mí, cargándola, y la dejo volar. Esta


salta inofensivamente de él, el ángulo del golpe totalmente incorrecto.

Y ahora me quedo sin distancia.


Solo tengo tiempo para un tiro más antes de que necesite cambiar
de arma. Agarro una flecha final, apunto y suelto.

Va irremediablemente ancha.

Dejo caer mi arco y mi carcaj, mis flechas cuidadosamente


recogidas, ahora se desparraman por el suelo. Mi mano va por una de
mis dagas.

No hay rival para esa bestia de espada. Miro otra vez los
músculos enormes de Guerra, y no hay ninguna posibilidad de que
gane esto.

Trago.

Voy a morir.

Mi mano se aprieta en mi hoja. Al menos tengo que intentar


detenerlo.

Empiezo a moverme, tratando de poner mi espalda al sol. Guerra


cierra la última distancia entre nosotros, sin molestarse en superar mi
táctica. No necesita ningún tipo de ventaja para derribarme, ambos lo
sabemos. Y si el sol le irrita, no muestra signos de ello.

Ese es el momento por el que me doy cuenta de que en realidad


esto no va a ser una pelea. Este es un león aplastando a un ratón.

Debo haberlo hecho enojar mucho antes.

Guerra levanta su espada, el sol hace que la hoja resplandezca


con un brillo deslumbrante.

Con un golpe fuerte de su brazo, la aterradora espada de Guerra


se conecta con la mía mucho más pequeña, haciéndola caer de mi
mano. Grito por el impacto; la fuerza del golpe me adormece el brazo y
me pone de rodillas.

Cojo mi otra cuchilla, desenfundándola. Cuando el jinete da un


paso adelante, le doy un golpe asestándole en la pantorrilla.

Una línea de sangre mana de la herida. Por un instante, lo miro


tontamente.

Bolas sagradas, en realidad lo corté.

Guerra mira la herida, luego sus ojos se mueven hacia mí, y se ríe
bajo y profundo, el sonido dibujando piel de gallina en mi piel.
Este hijo de puta es francamente aterrador.

Me apresuro hacia atrás, con la daga apretada en la mano,


tratando de alejarme de él lo más rápido posible. El jinete me sigue
caminando tranquilamente, luciendo ligeramente entretenido.

Me las arreglo para ponerme de pie y levantarme.

Corre, ordena la voz de mi madre, pero estoy petrificada de


girarme y darle la espalda a este hombre. Me gustaría mirar a la muerte
a los ojos cuando sea entregada.

Guerra avanza y vuelve a girar su espada y yo levanto mi daga


para enfrentar el golpe. Incluso sabiendo lo que viene, la fuerza del
golpe todavía es un shock. Grito por el impacto, mi arma lanzada una
vez más de mi mano. Cae al suelo a un metro de distancia.

Me tropiezo hacia atrás. El talón de mi bota atrapa una de las


flechas esparcidas por el suelo, y me resbalo, cayendo con fuerza sobre
mi trasero.

El jinete se me acerca, el sol ilumina su piel de olivo y sus ojos.


Me clava los ojos, nuestras miradas fijas.

Levanto mi barbilla desafiante, aunque tengo miedo. Mi cuerpo


tiembla con el miedo.

El jinete levanta su espada.

Pero no termina de inmediato. Me mira a la cara durante mucho


tiempo, lo suficiente como para que me pregunte porqué está dudando.
Los ojos de Guerra caen en el hueco de mi garganta, y su espada vacila.

¿Qué está haciendo?

Mi mano se contrae con la necesidad de tocar mi garganta y


sentir la espeluznante cicatriz que la adorna.

Los ojos de Guerra viajan hacia mí. Ahora hay algo diferente en
su expresión, algo que me aterroriza de una manera completamente
nueva.

—Netet wā neterwej.

Tú eres la que Él me envió.

Me sobresalto con su voz. Sus palabras no son hebreas, árabes,


idish o inglés. No habla ningún idioma que reconozca… y sin embargo,
lo entiendo como si lo hiciera.
—Netet tayj ḥemet

Tú eres mi esposa.
Capítulo 3
Traducido por Manati5b

Tú eres mi esposa.

Esa declaración no se procesa. Tampoco el hecho de que


realmente pueda entenderlo.

El jinete enfunda su espada, dándome una mirada extraña y


feroz.

No va a matarme.

Eso sí se procesa. Me quedo en el lugar unos dos segundos más,


y luego retrocedo de nuevo.

Me obligo a ponerme de pie mientras Guerra me persigue y ahora


corro.

Vuelvo por el camino por el que había venido, dirigiéndome hacia


una salida de la Vieja Ciudad. No escucho al jinete detrás de mí, y
tontamente creo que tal vez me va a dejar ir.

Mis esperanzas se desvanecen un minuto después cuando


escucho el amenazante chasquido de los cascos de su caballo contra el
pavimento de piedra.

Oh hombre, primer paso es algún imbécil que dice que eres su


esposa; segundo paso, la mierda de repente se vuelve real.

Los cascos golpean igual que antes. Solo que esta vez no creo que
pueda superarlos. Mi adrenalina está casi agotada.

El caballo de Guerra está casi sobre mí, y juro que puedo sentir
su aliento caliente contra mi piel. Justo cuando creo que me va a
pisotear, algo me golpea la espalda.

El aire sale de mis pulmones cuando caigo hacia adelante. Pero


no golpeo el suelo. En su lugar, me levantan y me depositan
limpiamente en la silla de montar del caballo.
Durante varios segundos yazco allí, orientándome. Luego miro
hacia atrás, a los ojos del monstruo.

Guerra me está mirando, esa extraña expresión todavía en su


rostro. Me siento temblar bajo su mirada.

Este es un hombre para ser temido.

Y por varios largos momentos, tengo miedo. Estoy completamente


aterrorizada de esta criatura sombría.

Pero entonces se activa el buen instinto de supervivencia.

Empiezo a luchar contra él.

—Déjame ir.

Su respuesta es apretar el abrazo alrededor de mi cintura, su


mirada se mueve a nuestro alrededor.

—En serio —digo, tratando y fallando de sacudir su agarre de


hierro—. No soy tu esposa.

Los ojos de Guerra chocan con los míos, y por una fracción de
segundo, parece sorprendido.

Tal vez no le gusta el hecho de que no estuviera de acuerdo con


ese asunto de la esposa, o tal vez no se dio cuenta de que podía
entenderle.

Sea lo que sea, se recupera lo suficiente rápido, la sorpresa


desapareciendo de sus rasgos. No me responde, y no me suelta, en su
lugar conduce su caballo por la ciudad.

Lucho un poco más contra él, pero es inútil. Su brazo es como


una esposa, encadenándome a él.

—¿Qué vas hacer conmigo? —exijo. Sueno sorprendentemente


tranquila. No me siento calmada. Me siento agotada y asustada.

Otra vez, Guerra no responde, aunque su agarre se contrae solo


un poco. Justo lo suficiente para saber exactamente donde está su
mente.

Cierro los ojos con fuerza, tratando de mantener al margen todas


las horribles imágenes de lo que les sucede a las mujeres en la guerra.

—Neṯet ṯar —dice.


Estás a salvo.

Casi me carcajeo por eso.

—Tal vez de tu espada. —No de otras cosas.

Tal vez el jinete tiene ochenta esposas, cada una un premio de


guerra que cogió de cada ciudad conquistada diferente.

Oh Dios, eso suena realmente plausible.

Una ola de nauseas me recorre.

Guerra desenfunda su espada mientras cabalga a través


Jerusalén. Los edificios están en llamas, y las calle están llenas de
gente, luchando, huyendo, muriendo.

He viso mi parte de peleas, pero mi hogar nunca se había visto


así, como un montón de salvajismo humano.

Me quedo mirando todo, aturdida. Creo que el shock podría estar


asentándose.

Puedo sentir docenas de ojos sobre mí mientras nos miran a


Guerra y a mí. Su temor es evidente —nadie espera encontrarse cara a
cara con uno de estos jinetes míticos y mortales— pero también siento
un terror más profundo. Nadie se ha dado cuenta de que Guerra podría
tomar prisioneros, no hasta que en este momento, ven la prueba
sentada en su montura. La vista de mí debe engendrar un nuevo
conjunto de temores.

Por aquí sabemos que a veces una muerte rápida es una mejor
manera de irse.

El jinete empieza a conducir su montura hacia adelante a un


ritmo agotador. Su espada todavía está blandida y dirige su montura
hacia los humanos que huyen. Cada vez que se acerca a uno, da un
gran balanceo a esa poderosa espada.

Tengo que cerrar los ojos para no verlo, pero aun así, a veces
siento el rocío enfermo de la sangre.

Por largo tiempo, simplemente me concentro en no vomitar. Es


todo lo que puedo manejar. Escapar es imposible con el agarre de
Guerra en mí, y pelear, bueno, realmente había agotado ese camino.
Nos movemos hacia el oeste a través de la ciudad, de regreso
hacia las colinas que visité recientemente. El jinete toma la misma ruta
que ambos tomamos antes.

La ciudad da paso al bosque, y, finalmente, los sonidos de la


batalla se desvanecen. Por aquí, nunca se sabría que un pueblo entero
fue masacrado.

Ambos pasamos por delante de la carcasa de la casa en la que me


escondí, nos adentramos cada vez más y más en las montañas.

Una vez que estamos bien y verdaderamente lejos de la


civilización, el agarre de Guerra se afloja.

—¿A dónde me llevas? —pregunto.

No hay respuesta.

—¿Porque dejaste la pelea? —empiezo de nuevo.

Siento los terribles ojos de Guerra en mí, y miro hacia atrás para
encontrarme con ellos.

Sostiene mi mirada durante varios segundos, luego vuelve a


centrar su atención en el camino.

Estaaaaa biennn.

¿Tal vez no me entiende como yo le entiendo a él?

El resto del viaje lo hacemos en silencio.

En algún punto al azar, Guerra gira fuera del camino. Las plantas
aquí han sido pulverizadas por el ejército del jinete. Sigue las huellas
que dejó su horda, serpenteando a través de las montañas.

Eventualmente doblamos una curva y me quedo sin aliento.

Enclavado en una sección relativamente plana de tierra hay un


campamento tan grande como una pequeña ciudad. Miles de tiendas de
campaña se encuentran anidadas entre los árboles y arbustos,
cubriendo una enorme porción de la ladera de la montaña.

Quien sabe cuánto tiempo han estado acampados aquí,


completamente fuera de la vista de la carretera principal.

Guerra pasa por varios corrales de caballos improvisados y filas y


filas de tiendas. Ahora que nos estamos moviendo por el lugar, me doy
cuenta de que incluso en este momento hay gente aquí. La mayoría de
ellos son mujeres y niños, pero también hay algunos soldados de tipo
musculoso.

El jinete detiene su corcel. Desmontándose de la criatura, se da


vuelta y me levanta de su caballo.

No tengo idea que diablos está pasando, pero realmente desearía


tener mis armas.

El jinete me coloca en el piso. Me observa por varios minutos,


luego mete un mechón de caballo detrás de mi oreja.

¿Qué diablos está pasando?

—Odi acheve devechingigive denu vasvovore memsuse. Svusi


sveanukenorde vaoge misvodo sveanudovore vani vemdi. Odedu
gocheteare sveveri, mamsomeo —dice Guerra.

Estarás a salvo aquí hasta que regrese. Todo lo que debes hacer es
jurar lealtad con los demás. Entonces volveremos a hablar, esposa.

—No soy tu esposa.

De nuevo, capto un eco de su sorpresa anterior.

No creo que se suponga que pueda entenderlo.

Uno de los tipos soldado se acerca, una banda roja alrededor de


la parte superior de su brazo. Guerra se inclina hacia él y le dice algo
tan bajo que no puedo oírle. Una vez que termina, el jinete me da una
larga mirada, luego regresa a su caballo.

Con un tirón de sus riendas, Guerra se da la vuelta y sale del


campamento, y yo me quedo sola para resolver la situación.

Para cuando el el sol se está ocultando, mis muñecas están


atadas detrás de mi espalda y soy forzada a esperar en una fila junto a
otros individuos igualmente unidos.

No sé si esto es lo que Guerra había imaginado para su esposa


cuando me dejó, pero se siente correcto.

Los otros cautivos han ido llegando a lo largo del día. Hay tal vez
un centenar de nosotros; probablemente somos una fracción de una
fracción de la población total de la ciudad. Y el resto de la ciudad…
Cuando cierro mis ojos, los veo. Todas esas personas que
respiraron hace solo un día, y ahora yacen muertos en la calle, comida
para carroñeros.

Por largo tiempo, la línea de nosotros solo permanece ahí. Un


gran hombre a uno cuantos metros enfrente de mí está temblando
incontrolablemente, probablemente por el shock. Puedo ver sangre
salpicada en su espalda.

¿A quién perdió?

Pregunta estúpida. La respuesta debe ser a todos. La única


diferencia estos días es quien incluye todos. ¿Una esposa? ¿Padres?
¿Hijos? ¿Hermanos? ¿Amigos?

Uno de mis clientes una vez me dijo que había más de cincuenta
miembros de su familia extendida. ¿Murieron todos hoy?

El pensamiento lleva la bilis a la parte posterior de mi garganta.

Mi atención se extiende sobre nuestros alrededores. La mayoría


de los cautivos en la línea son hombres. Hombres y notablemente
atléticos. Busco otra mujer entre nosotros. Hay algunas. Muy pocas
para mi gusto. Y todas ellas son jóvenes y bonitas, lo mejor que puedo
decir. Un par de mujeres se aferran a niños, y eso es otro shock para mi
sistema. No sé qué me enferma más, que estas pequeñas familias ahora
están a merced de estos salvajes, o que debe haber innumerables
dejadas atrás en Jerusalén…

Cierro mis ojos.

Siempre supe que este día llegaría. El día en que los Cuatro
Jinetes terminarían lo que empezaron.

Pero saberlo no podía prepárame para la realidad de esto. Los


cuerpos, la sangre, la violencia.

Esta es una pesadilla enferma.

—Te voy a disfrutar más tarde.

Parpadeo para abrir mis ojos justo a tiempo para ver a un hombre
apuntando con su espada hacia mí, su mano libre moviéndose hacia su
entrepierna.

Me toma una montaña de esfuerzo no reaccionar.

Mi mente destella a todas las mujeres bonitas en línea.


¿Qué planea hacer este campamento con ellas?

¿Con nosotras?

Un coro de gritos interrumpe el pensamiento. La atención del


hombre vulgar se desvía, hacia el frente de la línea de donde provienen
los gritos.

El hombre me lanza una sonrisa maliciosa, retrocediendo.

—Te tendré muy pronto —promete.

Lo miro fijamente durante largo tiempo, memorizando sus rasgos.


Cara larga, los comienzos de una barba, y el cabello oscuro hacia atrás.

Mi mirada se mueve sobre los otros hombres que nos vigilan.


Todos tienen una mirada maliciosa, como si te robarían y violarían si se
presentara la oportunidad.

—¡Muévanse! ¡Muévanse! —grita uno de los soldados.

La línea se mueve hacia adelante.

Delante de mí, otro prisionero se inclina y vomita. Un par de


soldados se ríen de él. Y los gritos, esos gritos desgarradores y terribles,
continúan intermitentemente, seguidos por las protestas bulliciosas del
campamento.

No puedo ver lo que sea que está pasando adelante; hay mucha
gente y tiendas en el camino, pero no obstante, me revuelve el
estómago. Hay una agonía peculiar al esperar cuando sabes que algo
malo te llegará al final.

No es hasta que me muevo alrededor de una curva en la línea que


tengo una vista de lo que es esa cosa mala.

Delante de mí, hay un gran claro libre de carpas y arbustos.


Parado, en medio, hay un hombre sosteniendo una espada sangrienta.
Un prisionero de rodillas en frente de él. Están hablando, pero no puedo
entender lo que dicen. A su alrededor, hombres y mujeres rodean el
espacio, observando con ojos ávidos y hambrientos.

Sentado en un sillón a corta distancia y supervisándolo todo está


Guerra.

Mi corazón se tambalea al verlo. Es la primera vez que lo veo


desde que me capturó.
El hombre con la espada agarra al prisionero del cabello,
arrastrando mi atención de regreso a ellos dos. Ahora puedo escuchar
los gritos del prisionero.

Parecen caer en oídos sordos. El hombre de la espada tira de su


espada hacia atrás, y con un limpio movimiento del arma, decapita al
prisionero.

Giro mi rostro hacia mi hombro, respirando contra la tela de mi


camisa para mantener a raya mi creciente malestar.

Ahora entiendo los gritos y las náuseas.

Los prisioneros están siendo sacrificados.

Lleva treinta minutos agonizantes moverme hacia cerca del frente


de la línea. En esos treinta minutos, he visto morir a más prisioneros,
aunque muchos han salido en libertad.

El gran hombre que vi antes, el que temblaba


descontroladamente, está ahora al frente de la línea.

Alguien lo agarra bruscamente, llevándolo al centro del claro


antes de empujarlo de rodillas. Ya no está temblando, pero puedes
prácticamente oler su miedo tiñendo el aire.

Por primera vez, distingo las palabras sobre el ruido y la


distancia.

—¿Muerte o lealtad? —le pregunta al hombre arrodillado.

De repente lo entiendo. Se nos está dando la opción de unirnos a


este ejército… o morir.

Mis ojos se mueven sobre todas las personas que están alrededor.
Todos debieron haber escogido lealtad. A pesar de que podrían haber
visto al jinete matar a sus seres queridos e incendiar sus ciudades.

Es incomprensible.

No me convertiré en la misma cosa contra la que luché hoy.

En frente de mí, no escucho al respuesta del hombre, pero


entonces el verdugo lo toma del cabello.
Esa es suficiente respuesta.

El prisionero echa un vistazo a la espada.

—No, no, no…

Con el barrido de la hoja, el verdugo corta sus gritos.

La saliva se precipita en mi boca, y me trago las náuseas.

Eso es lo que va a pasarme si no estoy de acuerdo con los


términos de este campamento. Es casi suficiente para hacerme cambiar
de opinión.

Cierro mis ojos.

Sé valiente. Sé valiente. Probablemente no debería estar usando la


regla cinco de la guía de Miriam Elmahdy para mantenerse jodidamente
viva para convencerme de que la muerte es la mejor opción. La idea de
mis reglas es mantenerse jodidamente viva.

El puñado de prisioneros que siguen, todos eligen lealtad. Los


sacan de la arena y son tragados por la multitud.

Alguien me empuja hacia adelante, y ahora es mi turno de


enfrentar el juicio.

Un soldado me arrastra bruscamente al centro del claro, donde el


verdugo espera. Charcos de sangre manchan el área, y el líquido salpica
debajo de mis botas cuando camino hacia el hombre con la espada.
Aquí, el aire huele a carne y excremento.

La muerte es desagradable. Olvidas eso hasta que matas a un


hombre.

Los ojos del campamento están ahora sobre mí. Se ven


enfermamente fascinados por esto, como si fuera una especie de
espectáculo macabro.

Pero todas sus caras se desvanecen cuando miro a Guerra.

Tan pronto como el jinete me ve, se sienta hacia delante en su


asiento. Su rostro es placido, pero sus ojos oscuros son intensos.
Todo lo que debes hacer es jurar lealtad con los demás. Entonces
volveremos a hablar, esposa.

Una de sus manos aprieta su reposabrazos; la otra descansa


debajo de su barbilla, esos glifos extraños brillando de sus nudillos.

Ahora que no está en el campo de batalla, Guerra se ha quitado la


armadura y la camisa, dejando su pecho desnudo. Ninguna herida
estropea esa piel, incluso aunque sé que al menos una de mis flechas se
incrustó en su hombro. Sin embargo, hay más de esos glifos extraños y
brillantes en su pecho, las dos líneas carmesí de ellos se arquean desde
sus hombros hasta sus pectorales antes de curvarse en su caja
torácica. Las marcas parecen tan peligrosas como el resto de él.

Ya no lleva su espada gigante. De hecho, la única arma que sí


lleva es una daga con forma de aguja que está atada a la parte superior
de su brazo.

El verdugo se mueve enfrente de mí, forzándome a alejar mi


mirada de Guerra. La espada del hombre esta tan cerca que podría
alcanzarla y tocarla, el acero cubierto de sangre.

Detrás de mí, un soldado me empuja de rodillas. La sangre


salpica cuando mis rodillas golpean la tierra empapada. Me estremezco
ante la cálida sensación del líquido.

Cierro mis ojos y trago.

—¿Muerte o lealtad? —exige el verdugo.

Debería ser una respuesta sencilla, pero no puedo obligarme a


decir las palabras.

A pesar de todo, no quiero morir. Realmente, realmente no quiero


morir, y no quiero sentir la mordida de esa espada.

En este momento, cualquier cosa, incluso la idea de volverme


contra mis propios hermanos, es más tentadora.

Abro mis ojos y miro al verdugo. El hombre tiene ojos muertos.


Demasiado asesinato y no suficiente vida. Eso es lo que me pasará si
elijo vivir.

Inadvertidamente mi mirada se mueve hacia el jinete sentado en


su trono. El jinete, que me atrapó y me perdonó. Quien me llamó su
esposa. Ahora me mira con ojos cautivados. Sé qué respuesta quiere de
mí y parece casi seguro de que la daré.
Cuanto más lo miro, más enervada me siento. Un escalofrío
recorre mi piel. Hay todo un mundo inexplorado en sus ojos, uno que
me promete cosas oscuras y prohibidas.

Alejo mi mirada de él y mis pensamientos errantes, mi atención


regresa a esa sangrienta espada frente a mí.

¿Muerte o lealtad?

Sé valiente, sé valiente, sé valiente.

Levanto la vista hacia el verdugo y fuerzo a salir la misma palabra


que no podía solo momentos antes.

—Muerte.
Capítulo 4
Traducido por Yiany

El verdugo me fuerza la cabeza hacia abajo, de modo que la parte


posterior de mi cuello queda descubierta para él. No lo veo levantar su
espada, pero siento su cálido goteo de sangre.

Me muerdo el labio ante la sensación.

Así no es como me imaginaba el final de mi vida...

—No. —La voz de Guerra llena el campamento. Su sonido es como


el aliento de un amante contra mi piel. Es siniestro, profundo, muy,
muy profundo, y su peso parece hacer eco a través del claro. O tal vez
es simplemente el silencio que cae en su estela.

Cada soldado escandaloso y de ojos pequeños se calla.

Alzo la mirada. La multitud parece encogerse de nuevo, y su


miedo es algo físico.

Mis ojos se mueven hacia Guerra, donde se reclina en su trono.


Su mirada se fija en la mía, y de repente, es como si estuviéramos de
nuevo en tierra santa y me declarara su esposa una vez más.

Los ojos de Guerra no se parecen en nada a los del verdugo.


Están muy, muy vivos. Arden brillantes. Y, sin embargo, para toda la
vida que los llena, no puedo decir lo que el hombre detrás de ellos está
pensando. Si fuera un humano y lo desafiara, esperaría ira, pero no
estoy segura que eso sea lo que siente.

Guerra levanta una mano y me invita a avanzar.

Un soldado me agarra por el brazo y me lleva hacia el jinete, solo


me detiene a un par de metros de su estrado.

Con un asentimiento a Guerra, el soldado retrocede.

La mirada del jinete se desliza sobre mí, y no por primera vez, me


doy cuenta de lo anormalmente guapo que es. Es un tipo de belleza
viciosa, que solo los hombres peligrosos tienen.
Su labio superior se riza lo más mínimo, y me hace pensar que
está disgustado al verme.

El sentimiento es mutuo.

De repente, se levanta. Trago delicadamente mientras levanto mi


cuello para mirarlo.

No es humano.

No hay error ahora. Sus hombros son demasiado anchos, sus


músculos son demasiado gruesos; sus extremidades son demasiado
largas, su torso demasiado masivo. Sus rasgos también... complicados.

Saca la daga, que es tan fina como una aguja, de la funda que
rodea su bíceps. Al verlo, una descarga de adrenalina me atraviesa, lo
cual es ridículo considerando que pedí la muerte hace unos momentos.

—San suni ötümdön satnap tulgun, virot ezır unı itdep? Sanin
ıravım tılgun san mugu uyuk muzutnaga tunnip, mun uç tuçun vulgilüü —
dice, rodeándome.

¿Te salvé de la muerte, y sin embargo ahora la buscas? Cómo me


insultas esposa, yo que nunca he sido conocido por mi misericordia.

Cada palabra es grave, resuena.

Bajo su escrutinio mi garganta se mueve.

—No voy a conservar mi vida solo para que puedas obligarme a


matar a otros —le digo, mi voz ronca por el miedo.

En mi espalda, siento que el jinete se detiene.

¿Se sorprende una vez más que pueda entenderlo?

Antes que pueda darme la vuelta, él toma una de mis manos. Sólo
ahora, cuando me toca, sus callosas manos tragándose las mías, me
doy cuenta que estoy temblando.

Respiro hondo unas cuantas veces para calmar mi creciente


ansiedad.

Guerra se acerca, su boca rozando mi oreja.

—San suni sunen teken dup esne dup uynıkut? Uger dugı vir
sakdun üçüt?

¿Es eso lo que crees que quiero contigo? ¿Hacerte otro soldado?
Se ríe contra mi cabello, el sonido hace que mi piel hormiguee. Me
sonrojo, desconcertada por sus palabras.

Siento el frío metal de la hoja de Guerra cuando lo inserta entre


las manos atadas a mi espalda. Hay una breve presión cuando su daga
presiona contra mis ataduras. Un segundo después, escucho un
desgarrón cuando, de un solo golpe limpio, Guerra corta la cuerda y me
libera las muñecas.

Mis brazos pican mientras la sangre fluye hacia ellos.

—Sé lo que quieres de mí —digo en voz baja, comenzando a


frotarme las muñecas.

—Uger uzır vurvı? San vakdum tunduy uçıt-uytın.

¿Lo haces ahora? Cuán transparente me he vuelto.

Guerra vuelve frente a mí. Todavía me está haciendo una mueca,


como si hubiera ofendido su delicada sensibilidad.

—A hafa neu a nuhue inu io upuho eu ha a ia a fu nuhueu a fu


Ihe —dice. Su tono y el lenguaje que habla parecen cambiar y
suavizarse.

Hay muchas cosas que puedo darte que Muerte no puede.

—No quiero tus cosas —digo.

La esquina de la boca de Guerra se levanta. No puedo decir si su


sonrisa es burlona o divertida.

—Ua i fu ua nuou peu e fuhio.

Y aun así las conseguirás.

Me mira por encima.

—Huununu ia lupu, upu. I fu ua fu ipe huy.

Lávate, esposa. No morirás hoy.

Tira su daga a mis pies, la hoja delgada se hunde en la tierra, y


luego se aleja.

Después de la salida de Guerra, nadie parece saber qué hacer.


Reacciono primero. Arrodillándome, agarro la empuñadura del
arma desechada de Guerra y la saco de la tierra. En el brazo del jinete,
parecía más una horquilla que una daga, pero en mi mano es pesada y
grande. Bastante grande.

Girando, apunto la hoja hacia todos y cada uno. Alguien se ríe.

Es hora de largarse de aquí.

Aferrándome a la hoja, salgo del claro y me abro paso entre la


multitud. Espero que alguien me ataque, pero nunca sucede.

Solo logro caminar una corta distancia antes que una mujer me
agarre del brazo.

—Por aquí —dice, comenzando a dirigirme a través del laberinto


del campamento. Miro hacia ella.

—¿Qué estás haciendo?

—Llevándote a tus nuevos alojamientos —dice, sin perder el


ritmo—. Soy Tamar.

Tamar es una cosa pequeña, con cabello canoso, piel bronceada y


ojos verde oliva.

—No estoy planeando quedarme.

Suspira.

—Sabes, la mayoría de la gente que saludo aquí me dice eso.


Estoy cansada de tener que decirles la brutal verdad.

—¿Y qué es eso? —digo mientras serpentea a través de filas de


tiendas de campaña.

—Todo el que se va, muere.

Tamar me lleva a una carpa manchada de polvo que parece


idéntica a las docenas de carpas erigidas a cada lado.

—Aquí estamos —dice, mirando hacia arriba—. Tu nueva h...


espera. —Llama a otra mujer cuatro carpas abajo—. Esta es una de las
que estamos dando, ¿verdad?

La otra mujer asiente.


Tamar se vuelve hacia mí.

—Aquí es donde te quedarás a partir de ahora.

—Ya te dije que no me quedaré.

—Oh, calla —dice, desechando mis palabras—. Has tenido un día


desgarrador. Mañana será mejor.

Muerdo una respuesta. No necesito convencerla de mis


intenciones.

Retira las aletas de la tienda y me hace un gesto para que mire


dentro. A regañadientes, lo hago.

Es un espacio pequeño, apenas lo suficientemente grande para el


palet arrugado que se extiende a lo largo de él. En una esquina
descansa un desgastado libro y un juego de café turco. En otra esquina
descansa un peine y algunas joyas de fantasía.

Claramente es la casa de otra persona.

—¿Qué le pasó a la última persona que se quedó aquí? —


pregunto.

Tamar se encoge de hombros.

—Se fue en su caballo esta mañana... pero nunca regresó.

—Nunca regresó —repito tontamente.

Mis ojos barren sobre los muebles otra vez. Quienquiera que fuera
esta mujer, nunca volverá a recoger ese libro. Nunca dormirá en esta
cama, usará estas joyas o tomará de esas tazas.

—No eran todos de ella —dice Tamar, mirando fijamente los


artículos a mi lado—. Algunos pertenecían a otros que fallecieron antes
que ella.

Si esa explicación estaba destinada a brindarme algún consuelo,


no alcanzaba su objetivo.

Así que he heredado las posesiones de los muertos. Y cuando


muera, alguien heredará los pocos artículos míos que quedan.

Eso es, por supuesto, asumiendo que me quedaré. Que no lo


haré.

Todos los que se van, mueren.


Trago un poco ante eso. La cosa es que realmente no quiero
morir. Y todavía estoy decidida a descubrir cómo salir de este lugar,
pero ya puedo decir que eso no va a suceder todavía.

Mis ojos barren sobre los escasos muebles. Así que supongo que
este es mi hogar por ahora. Tamar se vuelve hacia mí.

—¿Qué puedes hacer? —pregunta.

Mis cejas se fruncen antes que agregue:

—¿Puedes pelear, cocinar, coser...?

—Hago arcos y flechas para ganarme la vida, o solía hacerlo de


todos modos.

—Maravilloso —dice, como si le hubiera dado la respuesta que


estaba buscando—. Siempre podríamos usar más artesanos. Muy bien,
le diré al personal administrativo que tenga esto en cuenta cuando te
asignen tus funciones.

—¿Mis funciones? —pregunto, levantando mis cejas.

Nuestra conversación es interrumpida por varias mujeres que


vienen llevando una cuenca llena de agua.

—Ah —dice Tamar, perfecta sincronización—. Adelante, póngala


dentro de la tienda —les dice a las mujeres, que luego proceden a llevar
la palangana a mi nuevo hogar.

Para mí, dice:

—Disfruta del baño. Volveremos en quince minutos con ropa y


comida.

Antes que pueda decir algo más, Tamar y el resto de las mujeres
se han ido, probablemente para ubicar a otros recién llegados.

Me vuelvo a la tienda. Después de un momento, respiro hondo y


entro.

Muerdo el costado de mi labio mientras miro el agua del baño. Es


de color marrón rojizo y turbio. Junto a ella, una de las mujeres dejó
una barra de jabón y una toalla.

¿Me atrevo a entrar realmente?

Casi no lo hago. No es que esto sea algo desconocido. Tenemos


que bombear a mano la mayor parte de nuestra agua en estos días, así
que estoy acostumbrada a bañarme con esponja y compartir el agua del
baño. Simplemente no es tan sucia.

Aun así, puedo sentir la sangre seca en mis jeans, fusionando el


material con mis piernas, y eso, al final, es suficiente para meterme en
el baño, agua turbia y todo.

Me lavo rápidamente y me seco. Una vez que termino, voy a


trabajar en mi ropa, usando el agua del baño para lavar la sangre de
ellas.

Nunca puedes sacar completamente las manchas de sangre...

A medio camino, una de las solapas de la carpa se retira y Tamar


y las otras mujeres se meten en el interior, trayendo consigo varios
artículos, especialmente un plato de comida.

Me duele el estómago al verlo. No he comido durante la mayor


parte del día. Hasta ahora, he estado demasiado nerviosa para sentir
mucha hambre, pero ahora que he tenido tiempo de descansar, mi
hambre se ha acumulado.

Tamar me mira, envuelta en la toalla que me dejaron. Levanta los


artículos que cubren su brazo.

—Tu ropa y unos zapatos —dice, entregándome ropa diáfana y un


par de sandalias.

El atuendo es un conjunto de dos piezas, y todo lo que puedo


decir sobre la parte superior y la falda es que ambos son endebles, el
material negro y dorado, vaporoso y transparente en la mayoría de los
lugares.

Me muevo un poco en mi toalla. Quiero ropa limpia demasiado,


pero tampoco tengo muchas ganas de pasear por este campamento con
ese atuendo de película.

—Um… —¿Cómo no ser una perra sobre esto?—, ¿tienes algo más
sustancial para usar?

Tamar me frunce el ceño, claramente sintiéndose poco apreciada


por ayudar.

—Al jinete le gusta que sus mujeres lo vistan —dice ella.

¿El jinete? ¿Sus mujeres?

Qué demonios.
—No soy su mujer —digo a la defensiva.

Eres mi esposa.

Esta es la primera vez que Tamar ha mencionado al jinete. Dejé


de lado el hecho que acaba de confirmar que Guerra es en realidad
Guerra y me centro en el hecho de que Tamar me ha estado preparando
para el jinete.

—Mejor su mujer que la de otra persona —dice una de las otras


chicas. Algunas de las otras mujeres murmuran su acuerdo.

Voy a disfrutar de ti más tarde, me había dicho ese soldado hace


unas horas. Reprimo un escalofrío.

¿Así es como funciona este lugar?

A regañadientes, tomo las sedas de Tamar, el material parece


deslizarse entre mis dedos.

¿Me los pongo?

Mi única otra opción es deslizarme nuevamente dentro de mi ropa


y zapatos mojados. Vuelvo a mirar los artículos.

No soy más mujer de Guerra que de alguien más, y usar estos


artículos no cambia eso. Pero el interés del jinete en mí es otro asunto.

Hay cosas que quiere de mí, cosas que no tienen nada que ver
con mis habilidades de lucha y todo que ver con el hecho de que me
llama esposa.

Mi agarre se aprieta en las sedas.

Hay cosas que yo quiero también. Respuestas, información, una


solución a este apocalipsis monstruoso.

Quién sabe, tal vez esta noche voy a conseguir algunas de ellas.
Solo tengo que ponerme el maldito traje.
Capítulo 5
Traducido por Grisy Taty

Tambores de batalla llenan el aire nocturno. Fuera de mi tienda,


antorchas resplandecen, su humo se curva hacia el oscuro cielo.

Le doy vueltas al brazalete de hamsa alrededor de mi muñeca y


sigo a las mujeres de vuelta al claro, mi falda oscura susurrando
alrededor de mis piernas.

En el tiempo transcurrido desde mi experiencia cercana a la


muerte, el lugar ha sido transformado. Puedo oler carne asándose, y
hay jarras de algún tipo de alcohol ya instaladas. La visión de todo ese
licor es algo chocante. La mayoría de las personas en Nueva Palestina
no beben.

A mi alrededor, las personas están hablando, riendo y disfrutando


de la compañía del otro. Es extraño pensar que más temprano estaban
invadiendo y masacrando la ciudad. No hay señal de toda esa
depravación ahora.

Mis ojos se mueven de persona en persona, tratando de leer sus


pecados en sus ojos, hasta que diviso a Guerra.

Se sienta en su estrado, justo como lo hizo más temprano. Me


observa, el humo y la luz del fuego haciendo sus brutales facciones
hipnotizantes. No sé cuánto tiempo ha estado mirándome, solo que
debería haberlo notado. Sus ojos se sienten como el toque de una mano
contra mi piel; es difícil ignorar la sensación.

Alguna parte de mí reacciona a la visión de él. Mi estómago se


aprieta mientras miedo retuerce mi intestino. Debajo de eso, hay otra
sensación... una que no puedo describir, solo que me hace sentir
vagamente avergonzada.

Una de las mujeres cerca de mí coge mi mano. Su nombre es


Fatimah.

—Él no puede morir —me dice conspirativamente, acercándose.

La miro.
—¿Qué?

—Lo vi yo misma, dos ciudades atrás —dice, sus ojos brillantes


mientras relata la historia—. Un hombre se había enojado por algo,
quien sabe por qué. Sacó su espada y se acercó al jinete. Guerra dejó
que el hombre condujera su espada directamente a través de su torso,
justo entre esos tatuajes suyos. Y luego se rio.

Un inesperado escalofrío se desliza por mi columna vertebral.

—El jinete sacó el arma de sí mismo, y luego rompió el cuello del


hombre como si fuera yesca. Fue horrible. —Fatimah no luce
angustiada por la historia. Luce entusiasmada.

Lanzo una mirada de nuevo a Guerra, quien todavía está


mirándome.

—¿No muere? —¿Qué clase de criatura es inmortal?

Fatimah se acerca y le da un apretón a mi mano.

—Solo haz lo que él quiera y serás tratada bien.

Sí, eso no va a pasar.

—¿Qué hay de las otras? —le pregunto. Alguien se ha acercado al


jinete con un plato de comida, arrastrando su atención lejos de mí.

La frente de Fatimah se arruga.

—¿Qué otras?

—Sus otras esposas. —Debe haber otras.

—¿Esposas? —La frente de Fatimah se arruga—. Guerra no se


casa con las mujeres con las que está. —Ahora me da una mirada
extraña—. ¿Cómo te encontró? —pregunta—. Escuché que condujo
directamente fuera de la batalla contigo en su caballo.

Estoy escogiendo mis palabras cuando la atención de Guerra


regresa a mí. Por segunda vez hoy, gesticula hacia mí, las marcas
escarlatas en sus nudillos brillando amenazadoramente en la creciente
oscuridad.

Supongo que alguien se cansó de esperar.

Por un momento, me quedo enraizada en el lugar. Mi lado


testarudo se activa, y estoy teniendo oscuras fantasías sobre lo que el
jinete haría si simplemente ignoro su orden.
Pero entonces Fatimah lo nota y me empuja con el codo hacia
adelante, y empiezo a caminar, sintiendo el peso de las miradas
crecientes de la multitud.

Me muevo a través del gentío, solo deteniéndome una vez que


estoy a poca distancia del jinete.

Él se levanta de su asiento, y un murmullo corre a través de la


multitud. Los tambores siguen golpeteando, pero parece como si
tuviéramos la atención del campamento completo.

Guerra avanza uno, dos, tres pasos, dejando su improvisado


trono y cerrando la distancia entre nosotros hasta que está justo frente
a mí.

Estudia mis facciones por varios segundos y su mirada es tan


intensa que quiero apartar la mirada.

Calor arde en lo profundo de sus ojos. Calor, e interés.

No dice nada por tanto tiempo que finalmente yo rompo el silencio


entre nosotros.

—¿Qué quieres?

—Meokange vago odi degusove.

Pensé que ya lo sabías.

Me devuelve mis palabras anteriores.

Y sí, todavía creo que lo hago.

Los ojos de Guerra beben de mi rostro. Está portando la misma


expresión extraña que me dio en Jerusalén.

Luego de varios segundos, alcanza y frota un nudillo sobre mi


pómulo, como si no pudiera evitarlo.

Alejo su mano de golpe.

—No puedes tocarme —digo suavemente.

Sus ojos se estrechan.

—¿Sonu moamsi, mamsomeo, monuinme zio vavabege odi?

Entonces dime, esposa, ¿cómo sí puedo tocarte?

—No puedes.
Me sonríe, como si fuera encantadora y singular y
extremadamente ridícula de la manera más encantadora posible.

—Gocheune dekasuru desvu.

Ya lo veremos.

Me alejo del jinete entonces. Me observa ávidamente pero no


intenta ponerme de nuevo a su lado. En algún punto, me doy media
vuelta, mi falda transparente silbando alrededor de mis tobillos, y me
fundo en la multitud.

Casi estoy decepcionada. Después de todo el alboroto que las


mujeres hicieron sobre presentarme al jinete, habría pensado que el
poderoso Guerra haría algo más que murmurar unas cuantas palabras
y mirarme.

Pero es esa mirada que todavía puedo sentir en mi espalda como


una marca.

Miro sobre mi hombro y encuentro esos ojos inquisitivos y


violentos. La esquina de su boca se curva en una sonrisa desafiante.

Eso es todo lo que se necesita para que haga la única cosa que
más odio: huir.

Me quedo como una tonta en la casi oscuridad de mi tienda por


varias horas. Incluso desde aquí puedo escuchar la fiesta furiosa, y
puedo oler comida cocinándose.

Me deslizaría afuera y agarraría un bocado para comer, excepto


que tendría que mostrar mi rostro. Es bastante malo que corriera, pero
al menos era alguna clase de salida. Aparecer como si nada hubiera
pasado…

Puedo ver la mirada desafiante y burlona de Guerra. Él lo


disfrutaría. Pensaría en ello como otra apertura. Eso es realmente lo
que me detiene.

El mundo podría llegar a un sangriento final, pero maldición si no


me salto una comida para guardar las apariencias.

Así que ignoro el olor de la carne, y luego de iluminar la pequeña


lámpara de aceite que Tamar me dio, leo la manoseada novela de
romance dejada en mi tienda y ociosamente reflexiono sobre qué
horrible idea sería quemar el campamento.

En medio de la distante conversación, escucho pasos acercarse.


Instintivamente, siento mis músculos tensarse.

Después de todo lo que Guerra me dijo, espero ser llevada a su


tienda, así que no estoy sorprendida cuando las solapas de mi propia
tienda crujen, y Tamar entra en mi residencia prestada.

—No voy a ir —digo.

—¿Ir a dónde? —pregunta.

Frunzo el ceño.

—¿No me llevarás a su tienda?

—¿A la de Guerra? —dice, elevando las cejas—. Hay una gran


cantidad de mujeres dispuestas de las que el jinete puede elegir si
quiere disfrutar de un cuerpo caliente esta noche. No necesita que seas
tú.

¿Otras mujeres? Imagino esas manos pesadas y firmes posándose


sobre otra piel, y frunzo el entrecejo.

—No es por eso que estoy aquí —dice Tamar, cambiando el tema.

Se sienta a mi lado.

—Los escuché hablando más temprano —dice, sus palabras


susurradas. Se acerca—. ¿Cómo conoces el idioma de los jinetes? —
pregunta, su voz un susurro.

Sacudo mi cabeza.

Estoy a punto de negarlo cuando agrega:

—Todos te vimos comunicarte con él —insiste.

No había notado que alguien estaba observando el intercambio


tan de cerca.

Contemplo a Tamar.

—No sé qué escuché —admito—, o por qué habló conmigo en lo


absoluto. Lo siento, pero eso es lo mejor que tengo. No entiendo nada de
esto.
Tamar inspecciona mi rostro. Eventualmente asiente y alcanza mi
mano para apretarla.

—Guerra usa a las mujeres —dice esto como una especie de


confesión, y me siento un poco enferma. Realmente no quiero saber
sobre las relaciones personales de Guerra.

—Si quieres terminar con él —continua—, solo sucumbe por una


noche o dos.

¿Qué pasa con las mujeres aquí dándome consejos sexuales no


solicitados?

—Te ganará alguna medida de protección —añade.

La última vez que revisé, una espada me protegió muy bien.

—¿Y si no sucumbo? —digo.

Hay una larga pausa, entonces Tamar agarra mi barbilla.

—Este es un lugar peligroso para ser une mujer, especialmente


una bonita. —Sus ojos caen adonde la espada de Guerra descansa
cerca de mi lámpara de aceite—. Mantén ese cuchillo cerca.
Probablemente lo necesitarás.
Capítulo 6
Traducido por Liliana

Tomo el último consejo de Tamar: duermo con la daga de Guerra


debajo de mi cabeza.

Es algo bueno, también.

—Despierta, Miriam. —Una profunda voz me arrastra del sueño.

Mis ojos se abren de golpe.

Sentado al lado de mi camastro, con los brazos colgando


holgadamente sobre las rodillas, está Guerra.

Mi mano va por mi espada, y me siento, blandiendo mi arma.

Los ojos de Guerra brillan cuando me asimila, espada y todo.

—¿Disfrutando de mi daga? —pregunta.

Me sobresalto ante sus palabras. Está hablando hebreo con


fluidez.

—Puedes hablar —declaro. Y sabes mi nombre, me doy cuenta.

Gruñe.

—Quiero decir, te entiendo.

Estoy acostumbrada a escucharlo hablar en una lengua


desconocida, su significado superponiéndose a las palabras. Es
desconcertante escucharlo hablar el mismo idioma que yo. Lo que
significa que todo este tiempo, ha podido entenderme a mí.

Mantengo mi espada apuntada hacia él.

—¿Por qué hablas en lenguas? —pregunto.

Pregunta equivocada, Miriam. La pregunta correcta es: ¿Qué


diablos estás haciendo en mi tienda?

El jinete se levanta y se acerca. En respuesta, levanto mi arma.


Ignora por completo la amenaza. Guerra se sienta en el borde de
mi camastro, incluso cuando la punta de mi espada presiona la piel de
su garganta.

Los ojos negros de Guerra caen a la espada, y la esquina de su


boca se curva hacia arriba. Se ve oscuramente divertido.

Obviamente no tiene sentido amenazarlo. En todo caso, me da la


impresión de que encuentra todo el asunto encantador.

—¿Cómo es que yo puedo entenderte cuando estás hablando en


lenguas? —pregunto.

—Eres mi esposa —responde con suavidad—. Entiendes mi


naturaleza y mis dones.

Hay un problema con eso.

—No soy tu esposa.

Guerra sonríe con suficiencia, su expresión se burla de mí otra


vez.

—¿Quieres que pruebe mi reclamo? Estaría más que feliz de


hacerlo. —Sus palabras están llenas de matices sexuales.

Reajusto mi agarre en la daga.

—Sal de mi tienda.

Guerra me estudia, sus ojos brillan en la oscuridad.

—¿Aunque, es realmente tuya esta tienda? —pregunta.

No. No cambia el hecho de que lo quiero fuera.

—Sal de esta tienda —corrijo.

—¿O si no? —Levanta una ceja.

¿No es eso lo suficientemente obvio?

Presiono la punta de su daga un poco más profundamente en su


carne. Una línea oscura de sangre cae por su garganta.

Guerra se inclina hacia adelante.

—Valiente pequeña guerrera, amenazándome en mi propio


campamento. —Sus ojos investigan mi cara.
—¿Cómo me encontraste? —exijo. Hay miles de residencias en
este lugar.

—Pensé que querías que me fuera de tu tienda —dice. Siento su


diversión.

—Y sin embargo, todavía estás aquí. Entonces.

—No puedo responder a tu pregunta si me cortas la garganta. —


Mira la daga intencionadamente.

Dudo. Despertar ante cualquier hombre en mi tienda es lo que


consideraría una clara amenaza. Sin embargo, tengo que admitir que si
Guerra quisiera hacerme daño de alguna manera, probablemente ya lo
habría hecho, y ninguna de mis armas podría detenerlo.

Finalmente, bajo la daga.

Él toca la sangre en su garganta, y juro que veo un susurro de


una sonrisa en su rostro.

—Este es mi campamento. No hay secretos que se me puedan


ocultar.

Lo miro un poco más, mi agarre apretándose en mi daga.

—He oído que no puedes morir —le digo.

—¿Es por eso que aún no has intentado matarme? —Ese tono
burlón ha regresado a su voz.

Sí.

Mi silencio es respuesta suficiente.

—¿Puedes? —presiono.

—¿Morir? —aclara Guerra—. Por supuesto que puedo.

Maldición. Justo cuando también bajé mi cuchilla.

—Simplemente tengo una tendencia a no quedarme muerto.

Lo escudriño.

—¿Que se supone que significa eso?

Agarra una lámpara de aceite encendida que no noté, luego se


pone de pie.
—Lo entenderás, eventualmente, junto con todo lo demás, aššatu.
—Esposa—. Todo lo que tienes que hacer es rendirte.

Lanzándome una mirada final y enigmática, Guerra apaga la


lámpara y luego se va como un fantasma en la noche.

Aunque mi ciudad ha desaparecido y me hayan capturado, se


espera que continúe con mi vida.

Eso está lo suficientemente claro a la mañana siguiente cuando


me despierto con el sonido de una charla general fuera de mi tienda.

Supongo que no debería estar tan sorprendida. Lo mismo se


esperaba de mí el día después de la Llegada de los jinetes. Por ahora
soy una veterana en esto.

Me visto con mis ropas manchadas. Todavía están húmedas de


ayer, pero Dios, es mucho más práctico que el atuendo que me dieron.
Me pongo las botas y salgo.

Las personas descansan alrededor de sus tiendas, charlando,


riendo, tomando té o café. Esta sección del campamento está llena
principalmente de mujeres y niños, y me sorprende ver que varios de
ellos tienen sus cabezas cubiertas. Habría asumido que Guerra querría
que todos abandonáramos nuestra religión por la suya, pero al parecer
no.

El aire todavía está lleno del olor a carne, y por un momento, todo
en lo que puedo pensar son los cadáveres que cubrían el suelo cuando
entré en Jerusalén ayer. También olía a carne en ese momento.

Sigo el olor al claro. Este aterrador lugar parece ser donde se sirve
el desayuno. Mis ojos se mueven sobre las ovejas girando en un asador
y las bandejas de fruta, nueces y pan que se extienden ante mí.

Me acerco a la fila para el desayuno e intento no pensar de dónde


viene toda esta comida. Los ejércitos necesitan ser alimentados, y uno
tan grande como este... bueno, saquear las ciudades sería la menor de
las atrocidades que han cometido.

Para cuando estoy en la parte delantera de la línea, veo un rostro


familiar. El hombre de ayer, el que agarró su entrepierna y me apuntó
con su espada, se encuentra al otro lado del claro, vestido con un
kufiyya3 y fumando un cigarrillo enrollado a mano. Pasa los dedos por
su barba corta mientras conversa con los hombres que lo rodean. Pero
sus ojos están en mí, y no importa cuánto tiempo lo mire, no apartará
la mirada.

El peso de la daga a mi lado es un pequeño consuelo.

Soy la primera que rompe el contacto visual, agarrando mi


comida y dejando el claro.

Me dirijo al borde del campamento, encontrando un lugar


relativamente tranquilo para sentarme y comer. Mientras lo hago, mis
ojos vagan sobre las montañas que nos rodean.

Sería tan fácil escaparme sin que nadie lo note.

Hago una pausa, a medio masticar, mirando subrepticiamente a


lo largo de las afueras del campamento en busca de guardias
patrullando.

No veo ninguno.

Dejando a un lado mi plato, me pongo de pie. Tengo que luchar


contra la necesidad de mirar a mí alrededor y comprobar que nadie
haya notado mi comportamiento. Esa es la forma más rápida de alertar
a las personas de que andas en algo turbio.

Casualmente, empiezo a alejarme del campamento, conteniendo


la respiración mientras lo hago. Los segundos pasan, y el zumbido
general de la vida en el campamento continúa, desapareciendo
gradualmente detrás de mí.

Realmente lo estoy haciendo.

Sin embargo, solo cuando he pasado media docena de árboles,


exhalo mi alivio.

Lo hice.

Eso fue más fácil de lo que pensé que...

—¡Bajo pena de muerte, para!

Maldición.

Me detengo, seguro hay una flecha apuntando a mi espalda.

3
N.T. Pañuelo tradicional de oriente medio y Arabia.
Efectivamente, cuando me doy vuelta, un hombre camina hacia
mí, con una flecha apuntando mi pecho.

—Todos los desertores se enfrentan al bloque del verdugo —me


informa.

He estado en una posición difícil más veces de las que quisiera


admitir. Con la Hermandad Musulmana, con la guardia palestina, con
otros asaltantes que me cogieron con la guardia baja. La clave para salir
de estas situaciones relativamente ilesa era tener una historia
convincente y seguir la Regla Dos: adhiérete a la verdad.

—Hago armas —digo rápidamente. Tamar mencionó que al


campamento no le vendría mal un fabricante de armas.

El soldado me mira de reojo.

—¿Qué carajos tiene que ver eso?

—Uso la madera de los árboles en esta área para hacer arcos y


flechas —digo lentamente, como si toda esta situación debería ser
obvia.

—¿Esperas que crea que estás aquí recolectando algo de maldita


madera para armas?

Para ser justos, tiene un punto. No tengo una bolsa para recoger
ramas, y mi daga enfundada no es útil para cortar madera. Parezco una
fugitiva, no una trabajadora.

—Lo aclaré con Guerra. —La mentira se apresura fuera de mí.

De inmediato me arrepiento.

Tanto por adherirme a la verdad: acabo de lanzar esa regla por la


ventana.

El soldado me mira de arriba abajo, probablemente sopesando los


pros y los contras de creerme versus no hacerlo.

Finalmente, llega a algún tipo de decisión.

—No me importa con quién aclaraste tus actividades, si quieres


vivir, será mejor que jodidamente regreses al campamento. Ahora.

Dando a los árboles a mí alrededor una última mirada de


despedida, dejo el lugar, me dirijo al campamento con una flecha que
me apunta todo el camino hasta allí.
Tanto por escapar.

Hay un orden en este laberinto de campamento. Me toma el resto


del día averiguarlo, pero eventualmente lo hago.

El diseño se divide en cuatro cuadrantes. Vivo entre las mujeres y


los niños en un cuadrante. Otro esta acordonado para los hombres y
mujeres que deciden vivir juntos. Por mucho, el cuadrante más grande
es el dedicado a los hombres.

Luego, por supuesto, está el área de Guerra.

Todos estos cuadrantes del campamento rodean el claro, que


parece ser el corazón de este lugar. Y es un corazón ennegrecido por
eso.

A lo largo del día, los tambores golpean de manera intermitente, y


llego a aprender que estos ruidos preceden a las ejecuciones. Algunos
son por hurtos menores, otros son por desertores capturados, un
hombre incluso fue condenado a muerte por orinarse en la bebida de
un compañero. Al parecer esa broma no salió muy bien. Y luego hay
algunas ejecuciones que no tienen causa declarada. Supongo que
realmente no importa al final; Guerra nos quiere a todos muertos, nos
mantendrá con vida a los suficientes para ayudarlo a lograr ese
objetivo.

Pensarías que la gran cantidad de ejecuciones daría lugar a un


ambiente sombrío —y tal vez afecta a las personas en un nivel más
privado— pero por todas las partes que veo, hombres y mujeres se
mueven, charlan y cargan ropa o tejen esteras para dormir y cestas, y
así sucesivamente.

Todos parecen tener tareas para completar. No puedo averiguar si


se les han asignado estos deberes o si simplemente se ofrecen
voluntariamente para ayudar, pero hay personas que cocinan, personas
limpiando, personas vigilando, personas al cuidado de los caballos,
personas excavando letrinas, y otras cien tareas necesarias para
mantener este campamento funcionando como una máquina bien
engrasada, no es que ninguna máquina funcione sin problemas, ya sea
con aceite o no. Pero lo que sea. Mi punto aún se mantiene.

Lo observo todo.
Parece tan irremediablemente normal. No sé cómo lo hace Guerra.
Cómo logra que las personas trabajen juntas después de haber perdido
todo a manos de su ejército.

Pero no todo es normal. Después de todo, no hay indicios de que


la religión exista aquí. Por supuesto, solo he estado en el campamento
por un día, así que tal vez solo necesito ser paciente. Sin embargo,
hasta ahora no ha habido llamadas a la oración, ni sermones públicos.
No he visto nada que indique en qué Dios, si es que hay alguno, creen
estas personas. Los únicos signos de religión que he visto son los pocos
artículos religiosos que las personas usan sobre sí mismos. Aparte de
eso, es como si Dios no existiera.

Lo cual es muy irónico, considerando nuestras circunstancias.

Con el tiempo, vuelvo a mi tienda. Nadie me visita ni me asigna


ninguna tarea para realizar en el campamento, y sólo salgo cuando la
comida o la naturaleza me llaman.

El atronador sonido del golpeteo de los cascos finalmente me hace


volver a salir. Para entonces el sol se está hundiendo en el cielo, el calor
del día se está enfriando gradualmente. A mi alrededor, otras mujeres
dejan sus tiendas, mirando hacia el sonido.

—Están viniendo —escucho murmurar a una de ellas.

A mí alrededor, la mayoría de las personas se dirigen hacia el


claro. La curiosidad me arrastra con ellos. Apenas he llegado cuando
docenas de hombres montados cruzan el campamento, levantando el
polvo y arrasando con los arbustos en su camino. Montando al frente
esta Guerra en persona. Él y el resto de los jinetes están empapados en
sangre.

De regreso de otra invasión.

No me había dado cuenta de que había más personas para matar;


el ejército parecía haber hecho un buen trabajo ayer. Aunque tiene
sentido. Jerusalén es grande, y luego están las comunidades cercanas.
Supongo que incluso una fuerza sobrenatural como el jinete necesita
más de un día para acabar con todos.

Los tambores de guerra vuelven a sonar, su ritmo agita la sangre


en mis venas.

Guerra irrumpe en el claro mientras la gente se apresura a salir


de su camino, y trago ante la visión de la bestia de color rojo sangre que
monta. Su caballo apenas ha disminuido la velocidad cuando Guerra se
balancea fuera de su montura.

Detrás de él, otros jinetes galopan hacia el claro, cada uno con un
lazo rojo en la parte superior del brazo.

—¿Quiénes son esos hombres? —le pregunto a una mujer a mi


lado.

—Jinetes Fobos4 —dice, apartando brevemente la mirada de


ellos—. Son los mejores soldados de Guerra.

Lo que significa que son sus mejores asesinos. Los miro con ojos
nuevos mientras rodean al jinete antes de esparcirse alrededor de él.
Cuando el último ha caído en su lugar, se cortan los tambores.

No tengo idea de lo que está pasando hasta que el polvo se ha


asentado un poco. Acostado en el suelo, frente a todos, hay un hombre
ensangrentado.

Parece muerto, la forma en que yace allí, pero después de un


minuto más o menos, se levanta.

Guerra no habla, sólo lo mira ponerse de pie. Una vez que el


hombre está de pie sobre sus piernas temblorosas, el jinete se acerca a
él.

La multitud se queda en silencio mientras un jinete fobos salta


fuera de su caballo y da un paso adelante.

—Este hombre, Elijah —dice, señalando al hombre casi muerto—,


fue uno de los Fobos, la élite exclusiva del señor de la guerra. Nuestro
señor de la guerra lo alimentó, le dio refugio, confió en él. ¿Y qué hizo
para recompensar esa amabilidad? —Se detiene, su mirada barriendo a
la multitud—. ¡Se volvió contra nuestro jinete y se volvió hacia sus
compañeros guerreros!

Como si fuera una señal, las personas a mi alrededor gritan su


indignación. Los miro, sorprendida al ver que muchos se ven
legítimamente enojados. Si están actuando, están haciendo un muy
buen trabajo.

4
N.T. En la mitología griega, Fobos era la personificación del temor y el horror. Era el
hijo de Ares, Dios de la guerra, y Afrodita, Diosa del amor. Fobos y su hermano
gemelo Deimos, junto con la diosa Enio acompañaban al dios de la guerra en cada
batalla.
—Tan pronto como comenzó la batalla, Elijah comenzó a matar a
sus hermanos de armas —continúa el orador, mientras Guerra mira a
Elijah, con los ojos afilados como cuchillas—. Perdimos muchos
hombres buenos hoy.

Sin dejar de mirar a Elijah, Guerra alcanza sobre su espalda y


agarra la empuñadura de su enorme espada. El acero silba cuando lo
saca de su vaina.

Me estremezco al verla, recordando mi propio encuentro cercano.


Pero en lugar de balancearla sobre el hombre, Guerra arroja la espada
delante de él.

—Sun uk. San suni, adas Susturu tituu üçüt huniştüü nunıtnuu
utenin dukikdep nurun —dice.

Tómala. Demuestra que eres lo suficientemente digno para


desafiarme, humano.

Elijah está temblando, ya sea por miedo o por agotamiento, pero


no parece arrepentido de sus acciones.

Guerra retrocede lentamente.

—San Tuduygu uturun teknirip, nikniygiziş üçüt hutişnüü nunıtnuu


utenin dukikdep nurun.

Prueba que eres lo suficientemente digno para desafiar a Dios


mismo.

Con eso, el jinete se da vuelta, dándole la espalda a Elijah.

El jinete fobos ensangrentado espera un segundo o dos, luego se


apresura a buscar la espada de Guerra. Se encuentra con su primer
problema cuando levanta la espada. El arma es claramente demasiado
pesada para que él la empuñe; incluso con ambas manos en su
empuñadura, la espada se balancea en su agarre.

Mi corazón se desploma ante la vista. Aquí hay un hombre que


decidió matar a los asesinos. Quiero que él detenga a este jinete de una
vez por todas. La parte realista de mí sabe que no hay posibilidad de
eso. He visto la fuerza de Guerra. No hay quien le gane.

El jinete se da vuelta, con las manos desnudas. Su armadura de


cuero rojo está salpicada de sangre, y sus ojos revestidos de kohl son
feroces. Lleva otra espada sobre él, pero incluso cuando su oponente
comienza a acercársele, no la toma.
Elijah se acerca, su rostro lleno de ira justificada.

—¿Esperabas que solo mirara cómo nos masacrabas?

—Tuz utırtı juni şuur üçüt önüt dup atna üçüt ıtuuzı vokgon.

Estuviste contento de hacer eso por las últimas diecisiete ciudades


por las que pasamos.

¿Diecisiete? ¿Diecisiete?

No estoy segura de sí debería seguir animando a este hombre...

Se tambalea hacia adelante, su agarre tembloroso, su cuerpo


obviamente agotado por el día. Debe saber que pelear es una causa
perdida, pero eso no le impide correr hacia Guerra, con odio en sus
ojos.

El hombre está casi sobre el jinete, este último se queda muy


quieto. Elijah lucha para levantar la espada lo suficientemente alto
como para golpear. Guerra todavía no se mueve.

—San sunin nupşırsunı suksugın tönörö ukvuyn.

No puedes llevar el peso de mi tarea.

Como si estuviera desafiando las palabras de Guerra, el jinete


fobos balancea la espada. El jinete se agacha fácilmente bajo el golpe,
los anillos dorados en su cabello brillan cuando se balancean en la luz.

Elijah se tambalea hacia adelante, levantando polvo mientras


trata de recuperar el control de la pesada arma. Lleva unos segundos
agonizantes que el jinete fobos se dé la vuelta y se enfrente a Guerra
una vez más.

El jinete está completamente tranquilo, y sin embargo siento


muchísimo poder contenido detrás de su postura relajada.

—San Tuduydın urtin nüşütüü süstün eses —se burla.

No puedes entender la voluntad de Dios.

Con un grito, Elijah se le acerca de nuevo, balanceando la espada


de Guerra salvajemente. Y de nuevo, el jinete esquiva el ataque. Su
oponente está jadeando, sus brazos temblando por el esfuerzo que se
necesita para sostener la espada del jinete.

Es casi doloroso verlo, y lo que lo empeora es que estoy alentando


a Elijah. Podría ser la única aquí.
Guerra se acerca y agarra una de las muñecas de su oponente. El
movimiento obliga a Elijah a perder el agarre a dos manos que tenía
sobre la gigante espada, y sin ese agarre, el arma se hunde en su mano.

El jinete se inclina cerca, sus siguientes palabras apenas


audibles.

—Sani övütün urtin nüşütügö süstün eses, vurok San senin öç


nüşünön.

No puedes entender Su voluntad, pero entenderás mi venganza.

Sucede casi demasiado rápido para seguir. Oigo un chasquido,


luego un grito. El hombre deja caer la espada de Guerra, acunando su
brazo contra su pecho.

El señor de la guerra atrapa el arma masiva mientras cae.


Desenfunda su otra espada más pequeña. Durante una fracción de
segundo, los dos hombres se miran fijamente. Luego, Guerra corta sus
hojas a modo de tijera en el cuerpo de su oponente.

La sangre salpica, y parte del cuerpo del hombre va en una


dirección, el resto, en otra. Se necesita todo en mí para no enfermarme
ante la vista.

A mi alrededor, una ovación se eleva desde la multitud.

El mundo se ha vuelto loco.

Enfundando sus espadas, el jinete se aleja, dejando que el resto


del campamento se acerque y profane el cuerpo.

Ni una hora más tarde, me llaman a la carpa del jinete.

Camino junto a varios jinetes fobos con rostro solemne, los


hombres rodeándome. Por primera vez desde que llegué, entro en la
sección del campamento de Guerra.

Ahora que el asalto ha terminado por el día, los jinetes fobos


serpentean sobre las tiendas aquí, fumando cigarrillos enrollados a
mano y jugando a las cartas. Algunos de ellos me miran con interés,
pero la mayoría simplemente ignora a la mujer siendo llevada a la
tienda de Guerra.
Es inconfundible cuál es la tienda de campaña del jinete. El hogar
de Guerra está apartado del resto, y aunque los alojamientos de los
jinetes fobos son mucho más grandes que el mío, la tienda de Guerra
empequeñece las suyas. Ha hecho un palacio de lona para él, el lugar
iluminado en el exterior por antorchas encendidas.

Aproximadamente a un metro de los alerones de la tienda, los


jinetes fobos se separan de mí para montar guardia, dejándome sola en
el umbral de la tienda de Guerra.

Mi corazón late rápido en mi pecho. He enfrentado una cantidad


decente de mierda aterradora desde la Llegada. Pensarías que ahora
tengo cierta tolerancia para ello. Pero no. Todavía tengo miedo. Tengo
miedo de este lugar y de lo que le hace a las personas. Tengo miedo de
lo que depara el futuro. Por encima de todo, le tengo miedo al jinete y a
lo que quiere conmigo, especialmente después de verlo matar sin piedad
a un hombre.

—Entra —dice uno de los jinetes fobos.

Suspirando, doy un paso adelante y entro.

Lo primero que veo es la enorme figura Guerra sentado en un


banco. Todavía está vestido con su armadura de cuero rojo, todavía
cubierto de polvo y sangre. Sus ojos me divisan cuando comienza a
quitar un protector de brazos.

—Miriam —dice a modo de saludo.

Trago.

La tienda de Guerra está llena con una mesa y sillas, una cama y
varios cofres que deben contener todo su botín de guerra. Alfombras y
almohadas brillantemente tejidas están dispersas por todo el espacio, y
luego están las armas. Espadas y dagas, hachas de dos cabezas y arcos
y flechas se apoyan en varias superficies. Claramente es aficionado a los
objetos afilados.

Todo es muy letal y lujoso, pero es difícil de asimilar cuando


apenas puedo tolerar alejar la mirada de Guerra.

—¿Por qué estoy aquí? —pregunto, deteniéndome cerca de la


puerta.

Guerra se detiene en su trabajo. Dejando a un lado su pieza


suelta de armadura, se pone de pie, sus ojos oscuros por el kohl se
mueven hacia los míos.
Mis rodillas se debilitan un poco, teniendo toda la fuerza del
enfoque de Guerra en mí.

Dios, pero es atractivo, atractivo como lo son las cosas mortales.


No tiene bordes suaves, desde su mandíbula afilada hasta sus labios
llenos y perversos. Y luego están sus violentos, violentos ojos.

—¿Cómo estás, esposa? —dice, sin molestarse en hablar en


lenguas—. ¿Divirtiéndote?

No, no en realidad.

Tengo que luchar para no dar un paso atrás, especialmente


cuando él da un paso adelante. Todavía hay metros y metros entre
nosotros.

—Escuché que fuiste aventurera esta mañana —dice.

¿Me ha estado vigilando?

Trago con delicadeza.

—¿Y?

Se quita la funda de la espalda, la espada y la vaina se aflojan.


Miro fijamente la espada que hace poco mató a un hombre.

—Me dijeron que haces armas —dice casualmente.

Cierro los ojos por un momento.

Ese soldado debe haberle contado a Guerra todo, incluido el


hecho de que el jinete supuestamente aprobó mi presencia en esos
bosques.

No quiero comenzar a temblar, pero lo hago. Acabo de ver a este


hombre convertir a una persona en una kabob5 humana por
traicionarlo, y ahora él sabe que yo también intenté desafiarlo.

—Aparentemente, aprobé estos planes tuyos.

Por esto tengo una regla contra la mentira. Es tan fácil ser
atrapada.

Abro los ojos y levanto desafiante mi barbilla.

Él camina hacia mí, cada paso amenazante. Guerra se acerca,


demasiado cerca.

5
N.T. Brocheta.
—Nunca me vuelvas a usar en una mentira —dice en voz baja.

Escucho la amenaza tácita en sus palabras.

O si no te castigaré.

Y ahora he visto la justicia de Guerra. Es tan aterradora como


podía imaginarme.

Los ojos del jinete escudriñan mi rostro.

—Vas a ser un problema, ¿verdad, esposa? —Me estudia un poco


más—. Sí, definitivamente problemas —se dice a sí mismo.

Guerra elimina lo último del espacio entre nosotros, su armadura


de cuero rozando mi pecho. Está lo suficientemente cerca para que
pueda ver las manchas doradas en sus ojos. Esos ojos son aterradores.
Hermosos y aterradores.

—Estás equivocada si crees que eso me molesta. —Su sonrisa es


amenazadora—. Todo lo que eres ha sido hecho para mí.

Este bastardo arrogante. Apuesto a que cree que todos los


humanos fueron creados para su entretenimiento. Para luchar, para
follar, para matar.

El jinete se acerca y pasa un dedo sobre mi clavícula, su mirada


nunca abandona la mía.

—Te vi, y por primera vez, deseé.

Sus palabras arrugan mi carne.

—Y por eso, tomé.


Capítulo 7
Traducido por Grisy Taty

El toque de Guerra se detiene en mi piel.

—De pensar que casi te escapas. —Retrocede entonces,


alcanzando su avambrazo, sus dedos desatando el protector de su
brazo—. Es bueno que no lo hicieras.

Es bien y verdaderamente inhumano. Nada en este mundo podría


asustarme de la manera en la que él lo hace.

He tratado de escapar del jinete dos veces en esa misma cantidad


de días: una vez a través de la muerte y una vez a través de la
deserción. Si es tan despiadado como aparenta ser, entonces mis
acciones tendrán consecuencias.

—¿Realmente puedes hacer armas? —pregunta.

Me detengo, insegura de adónde va con esto.

—No soy muy buena en ello —digo después de un momento.

Levanta la mirada.

—¿Eso es un sí?

Reticentemente, asiento.

La mirada de Guerra cae a mis labios.

—Bien. Entonces le harás a mi ejército las armas que te encargue.

Otra jodida razón por la que nunca, nunca debería romper la


Regla Dos y mentir. Porque ahora tengo un trabajo que me inventé hace
solo horas atrás.

—No puedo hacer nada sin mis herramientas —digo—. Y esas


están en mi apartamento.

Guerra me mira por varios minutos, quizá tratando de descifrar si


estoy mintiendo de nuevo.
—¿Dónde vivías?

Vivías. Tiempo pasado.

Miro al jinete mientras eso se asienta. En lo que a él concierne, mi


casa es una cosa del pasado; esta ciudad de tiendas de campaña es mi
hogar ahora.

Luego de un momento de vacilación, recito mi dirección.


Normalmente no la daría, pero... si Guerra está seriamente sugiriendo
que me traerá mis herramientas, entonces aceptaré lo ofrecido. Después
de todo, estoy siendo vigilada demasiado de cerca para escapar de este
lugar en cualquier momento cercano.

—¿Ya me puedo ir?

La mirada escrutadora de Guerra está de vuelta en mí. Me


observa por unos segundos, entonces redirige su atención a remover su
armadura.

—¿No crees en Dios, verdad? —dice.

Supongo que no me puedo ir todavía.

A pesar de mi misma levanto mis cejas.

—¿Por qué preguntas?

La esquina de su boca se levanta, como si la respuesta es alguna


broma interna que no entendería.

—Es curioso.

—¿Por qué es curioso?

Los ojos de Guerra se mueven de vuelta a los míos.

—Acércate y te lo diré.

Cuelga la respuesta como un cebo.

Doy un solo paso hacia él.

De nuevo, esa sonrisa, solo que esta vez luce un poco menos
jocosa, un poco más peligrosa.

—La cobardía no te queda, esposa.

—No soy una cobarde —digo desde mi distancia segura alejada de


él.
Su mirada oscura pesa en la mía.

—Entonces pruébalo.

Sé valiente.

Vacilantemente cierro la distancia entre nosotros, hasta que


puedo oler el sudor y el polvo aferrándose a él.

—No eres una cobarde después de todo. —El jinete me escruta—.


En cuanto a tu pregunta… es curioso que no creas en Dios cuando yo
existo.

—¿Por qué debería ser extraño? Tú no eres Dios.

Creo que Guerra es una entidad sobrenatural. Es todo lo demás


lo que encuentro difícil de creer.

El jinete está completamente impávido por mis palabras y el


desafío en ellas.

—No lo soy —acepta.

El jinete rompe el contacto visual para quitarse una greba, e


inhalo bruscamente ante la pérdida de esa mirada en mí. No sé por qué
se siente como una perdida; cada vez que sus ojos caen en mí, tiemblo
como una hoja.

—Creo en Dios —digo—. Sólo no creo en tu Dios.

Mi madre era Judía, mi padre era Musulmán. Crecí creyendo en


todo y nada a la vez.

—Eso es un pena —dice Guerra, mirándome —, porque Él parece


haber tomado un interés en ti.

Hay más días de ataques, días donde el golpeteo de cascos


marcan el inicio del día, y el sangriento desfile marca el final.

Es solo el cuarto día cuando los sonidos cambian.

Parpadeo mis ojos abiertos y miro al poste de madera gastado


sobre mí. Afuera, puedo escuchar a las mujeres hablando.

Restriego mis ojos, sofocando un bostezo mientras me siento. Mi


rodilla choca con una pila de ramas que ocupan la mayor parte de mi
tienda.

Guerra cumplió su parte del trato, se me ha permitido reunir


madera para la fabricación de armas. Con un acompañante, por
supuesto.

Le doy una deliberada patada extra a la pila de madera.

Rodando fuera de mi camastro, agarro mis botas y empiezo a


ponérmelas. Una vez que finalizo, corro mis manos a través de mi
cabello marrón oscuro. Estos días duermo con mi ropa —no soy lo
suficientemente valiente para arriesgar algo más en una ciudad sin
puertas reales— así que simplemente aliso mi blusa antes de dirigirme
afuera.

Alrededor de mí, las tiendas están siendo desarmadas y


empacadas. Miro a mí alrededor con confusión. Una mujer se mueve
afanosamente por ahí.

—Disculpe —le digo—, ¿qué está ocurriendo?

Me da una mirada como si debiera ser obvio.

—Nos estamos mudando.

Mudando.

Incluso ahora, cuando mi tienda no es nada más que una pila de


palos y trapos, la idea aprieta mis entrañas.

No había anticipado una mudanza. Pero naturalmente eso es lo


que una aterrorizante horda hace. Se mueven y asaltan. Mover y
asaltar.

—Miriam.

Casi salto ante la voz detrás de mí. Cuando giro, dos hombres
vistiendo bandas de brazo rojas están a mi espalda. Los jinetes fobos de
Guerra.

—El señor de la guerra quiere verte.

Mis entrañas se aprietan de nuevo. Ha pasado media semana


desde la última vez que hablé con el jinete, y no puedo decidir si ahora
estoy aterrada o exaltada por la idea de reunirme con él de nuevo. Me
había convencido de que cualquier interés que había demostrado tener
en mí había pasado. Que quizá había encontrado otra mujer para
molestar y llamar esposa por ninguna razón aparente.

La tienda palaciega de Guerra sigue levantada. Es una de las


últimas estructuras que sigue de pie. Y cuando entro, el hombre mismo
está ahí, vistiendo pantalones negros y una camisa negra, un cuchillo
atado a su cintura. Se arrodilla frente a un cofre abierto, su espalda
hacia mí y mis guardaespaldas.

—Mi Señor —anuncia uno de los jinetes fobos cerca mío—, la


hemos traído.

Guerra no reacciona inmediatamente, escogiendo en su lugar


poner lo que sea que sostiene en su mano en el cofre. Cierra la pieza de
mobiliario, corriendo sus manos a lo largo de la tapa.

—Se pueden ir —dice, sin molestarse en hablar en lenguas.


Supongo que se guarda su algarabía para los anuncios generales que
hace en el campamento.

A cado lado de mí, los jinetes fobos de Guerra se retiran. Empiezo


a irme con ellos.

—Tú no, Miriam.

Me detengo a medio paso, los vellos a lo largo de mis brazos se


levantan. Quiero decir que es porque estoy asustada, pero hay una nota
en su voz... me hace pensar en sábanas suaves y cálida piel.

Trago, girando de nuevo.

Guerra se levanta y me enfrenta entonces, luciendo gigante,


magnifico y escalofriante, todo a la vez. La amenaza que exuda en olas
de él no tiene nada que ver con su armadura o sus armas. Hay algo
intrínseco acerca de él que incita el miedo.

Me observa por varios segundos. Lo suficiente para que piense


que definitivamente no me ha reemplazado con otra esposa. Mi ritmo
cardiaco aumenta ante el pensamiento.

—Tengo algo para ti —dice.

Levanto mis cejas. No creo querer nada de lo que ese jinete tenga
para ofrecer.

Cuando solo sigue mirándome, mis cejas suben un poco más.


—¿Vas a ir a conseguir este regalo? —pregunto.

—Quiero contemplarte primero, esposa. ¿Vas a negarme incluso


eso?

Sus ojos contienen una pesadez, y no estoy segura de qué hacer


con ello. Cada vez que pienso que va a ir a la izquierda, va a la derecha.
Por cuatro días el jinete mantuvo su distancia. Ahora lo hace lucir como
si ha estado muerto de ganas por verme.

No puedo encontrarle sentido.

Pero puedo negarlo.

Desafortunadamente, antes de tener la oportunidad de hacer


exactamente eso, Guerra se mueve a la esquina de su tienda, agarrando
un saco que reposa ahí. Se pasea hacia mí, su camisa negra abrazando
su figura mientras lo hace. Lanza la bolsa a mis pies.

Solo me toma un momento reconocer mi viejo morral.

Pero había dejado eso en mí...

Mis ojos vuelan hacia Guerra.

—¿Viste mi apartamento?

Trato de imaginar al jinete llenando mi hogar, sus ojos agudos


moviéndose sobre mi espacio. Habría visto todos los momentos que he
guardado de mi familia. Habría visto mi desastrosa mesa de trabajo —
desordenada aún más por quien sea que allanó el lugar— habría visto
las fotos colgando en las paredes, el reloj de pared, la atestada cocina,
mi ropa sucia, mi cama arrugada y mi otra docena de detalles
personales.

¿Que habrá debido pensar, mirando mis cosas?

Cuando no responde, regreso mi atención de vuelta a mi morral.


Arrodillándome frente a la bolsa, la abro.

Mis ojos se posan en mi rollo de cuero. Saco el estuche y lo


desenvuelvo. Mis variadas herramientas de carpintería están metidas
dentro de los suaves bolsillos. Las aparto y regreso mi atención a mi
morral.

Diviso papel de lija y un par de grapas; parece que incluso


empacó una de mis pequeñas sierras y mi hacha.

Guerra realmente lo hizo. Me trajo mis herramientas de casa. No


esperaba que lo haga. Aún no puedo creer que vio mi hogar. Me hace
sentir extrañamente expuesta, como si hubiera mirado dentro de mi
mente y visto su contenido.

Las solapas de la tienda crujen entonces, y un jinete fobos entra.

—Mi Señor, necesitamos empezar a empacar sus cosas.

Guerra asiente, y el jinete se mueve para agarrar uno de los cofres


más pequeños antes de abandonar la tienda.

Una vez que el soldado se ha ido, el jinete cierra la distancia entre


nosotros, su cuerpo eclipsando todo a nuestro alrededor.

—Vas a cabalgar a mi lado.

—¿Ordenas a todas tus "esposas"? —pregunto.

Las cejas de Guerra se arquean.

—¿Piensas que hay otras? —Me da esa sonrisa suya, la que es


jodidamente aterradora.

Más de los jinetes entran en la tienda, inmediatamente


poniéndose a trabajar para empacar sus cosas.

—Alguien buscará tu caballo —dice Guerra, retrocediendo lejos de


mí—. Estoy deseando nuestro paseo.

No entiendo por qué tenemos que montar caballos cuando existen


bicicletas. Las bicicletas no se cansan ni les da hambre, no cagan, y
definitivamente no tratan de patearte porque son bastardas
temperamentales.

Aunque, para ser justa, un ejército de soldados en bicicletas no


infunde miedo en los corazones de los hombres.

Miro fijamente a Trueno, el caballo en el que estoy sentada. A


penas me las arreglé para evitar ser pateada por esta bestia, y ahora
tengo que montarla.

Estoy segura de que los caballos sienten mi deficiencia como ser


humano.

Toma una eternidad para que el campamento se prepare. Para el


momento que todo está empacado, la horda está reunida en una gigante
procesión hecha de soldados montados, carros enganchados, y muchos,
muchos individuos cargados con paquetes.

El jinete es el último en llegar cabalgando, luciendo portentoso en


su corcel. Una vez más va vestido en su armadura de cuero, su gigante
espada atada a su espalda y sus piezas de cabello doradas
resplandeciendo a la luz del sol. No luce como nada que pertenezca a
este siglo.

Guerra cabalga a mi lado.

—¿Lista?

No es como que tenga mucha opción. Asiento de todas maneras.

—Sígueme.

Se va, su caballo corriendo al frente de la línea que está formada.


Las personas vitorean mientras pasa a su lado, como si fuera su
salvador en lugar de alguna amenaza sobrenatural. Lo observo por
varios segundos antes de espolear a Trueno para que siga al jinete.

Las personas no vitorean cuando paso a su lado pero puedo


sentir sus miradas curiosas, interrogantes.

¿Quién es ella?

¿Por qué está siguiendo a Guerra?

Hago mi camino hacia el frente de la procesión, y luego la paso


del todo.

Ahí, Guerra espera. Sus ojos parecen danzar mientras me acerco.


Una vez que llego a su lado, empieza a cabalgar sin una palabra,
marcándonos el paso.

Nada de hola; nada de ¿cómo estás? Solo una confianza tranquila


de que le obedeceré.

Lanzo una mirada de vuelta a la horda, la cual se está empezando


a mover. Está claro por su paso que no se nos unirán. Nunca he
querido una masa de gente tan desleal para salvarme como lo hago
ahora.

Ellos siguen tras nosotros por medio kilómetro antes de que el


jinete y yo pasemos por una curva en el camino, y entonces ambos
estamos solos.
El silencio pulula. Espero a que Guerra lo rompa —seguramente
lo va a romper— pero el sólo cabalga, esos ojos peligrosos reparan en el
camino por delante.

Aclaro mi garganta.

—¿Por qué querías que cabalgara junto a ti? —pregunto,


finalmente rompiendo el silencio.

—Eres mi esposa.

No soy tu esposa, quiero insistir. No en ningún sentido que


importe.

Las palabras están justo ahí en la punta de mi lengua, pero


entonces estudio el perfil de Guerra, y hay algo tan... certero acerca de
la manera en la que lidia conmigo. Lo miro por un rato más, desde su
cabello oscuro hasta los hombros a sus labios voluptuosos y su
mandíbula filosa.

—¿Por qué crees que soy tu esposa? —digo.

Los ojos de Guerra se mueven hacia justo debajo de mi barbilla.

—No lo "creo" —dice—. Lo sé.

Escalofríos. Ahí está, esa certeza. Pensarías que si fuera a hacer


de Guerra un esposo, lo sabría también.

—Si soy tu esposa, ¿por qué no duermo en la misma tienda que


tú? —digo—. ¿Y por qué no...? —Me detengo antes de que pueda decir
más.

El jinete me lanza una mirada. Ahora he captado su interés.

—Adelante —dice—. Dime, Miriam, sobre todo lo demás.

No lo hago.

—¿Por qué no te follo duro y me doy un banquete con tu coño y te


mantengo encadenada a mi cama como un buen esposo? —termina por
mí.

¿Encadenada a la cama como un buen esposo?

Le lanzo una mirada.

—¿Quién demonios te educó sobre el matrimonio?

Realmente, ¿qué demonios?


Olvida a Dios. Este tipo tiene que ser un demonio.

Guerra le da una mirada a mi rostro y se ríe.

—¿No es eso lo que hacen los buenos esposos?

No tengo idea de si realmente está bromeando.

Santo jodido cielo.

—¿Quién dice que no estoy casada ya? —No sé por qué dije eso.
Ciertamente no es verdad.

Por un momento, Guerra no reacciona. Luego, siempre tan


calmadamente, me mira.

—¿Lo estás? —pregunta suavemente—. ¿Tienes un esposo,


Miriam?

Su voz, esos ojos aterradores... envía un escalofrió por mi


columna vertebral, y recuerdo de nuevo que este no es un hombre;
Guerra es una criatura preternatural que mata sin remordimiento.

—No. —No podría mentir bajo esa mirada incluso si quisiera.

Guerra asiente.

—Eso es afortunado para ti, y para él.

Otro escalofrío.

De pronto no tengo duda de que si estuviera casada, este jinete


no lo pensaría dos veces antes de terminarlo. Me balanceo
inestablemente en mi silla ante el pensamiento.

Guerra es definitivamente un demonio.

Está silencioso por unos momentos, entonces cuando mira a


nuestro alrededor, Guerra pregunta:

—¿Tienes familia?

—Tenía. —Tengo que forzar la palabra a salir—. Pero tú ya sabias


eso, ¿no? —El jinete había estado en mi apartamento, o al menos
asumo que fue él quien fue allí a recuperar mis herramientas. Habría
visto las fotos de mis padres y las fotos de la infancia de mi hermana y
yo.

—¿Qué pasó? —pregunta.


Tú pasaste, bastardo demente.

Le lanzo una mirada al brazalete de hamsa que tengo. No es nada


más que un talismán de metal metido en una cuerda de cuero, la
cuerda roja en la que estaba originalmente enroscada se había roto.
Pero el simple talismán de metal fue el último regalo que mi padre me
dio.

Para protegerme del daño.

—Mi padre murió el día que tú y los otros jinetes llegaron. —


Había estado cruzando la calle, de regreso de la universidad luego de
tener un almuerzo con otros profesores. El bus lo golpeó a él y a su
colega, y ninguno había sobrevivido.

—Mi madre y mi hermana...

El tiroteo es ensordecedor. Las tres escapamos de la ciudad con


nada más que una mochila cada una. Somos de los afortunados. Pero
entonces, ese bote, ese bote siniestro...

—Hubo una guerra en Nueva Palestina mucho antes de que


llegaras. —Durante el tiempo que las personas han vivido en este rincón
del mundo, ha habido guerra—. Estábamos escapando...

Puedo sentir los ojos del jinete sobre mí, esperando que termine,
pero no puedo hablar sobre el resto. Esta pérdida está más fresca que la
otra.

Sacudo mi cabeza.

—También se han ido.

Cabalgamos al Oeste, lejos de Jerusalén, a lo largo del solitario


camino. Está sorprendentemente tranquilo, como si la misma tierra no
tuviera palabras para lo que está pasando a esta tierra.

Lanzo una mirada sobre mi hombro, buscando por algún signo de


la horda viajando detrás de nosotros, pero por los últimos veinte
minutos no he sido capaz de ver ninguna señal de ellos.

—Están allá atrás —dice Guerra.

No estoy segura si está tranquilizándome o advirtiéndome,


probablemente ambas.
—¿Cómo haces que te sigan? —pregunto—. No solo ahora, si no
en la batalla.

Un pequeño juramento de alianza no puede ser suficiente para


ganarse la devoción de un ejército, especialmente no después de las
atrocidades que todos hemos presenciado.

—Yo no hago que hagan nada —dice el jinete—. Mi trabajo no es


ganarme su lealtad, es juzgar sus corazones.

Esa respuesta suena... bíblica. Bíblica e inquietante.

—¿Qué hay de mi corazón? —pregunto—. ¿Lo has juzgado ya?

Guerra me mira fijamente por un instante antes de decir


suavemente:

—Tu corazón es en gran parte un enigma para mí. Pero sabremos


la verdad sobre eso muy pronto.
Capítulo 8
Traducido por Mer

No nos cruzamos con una sola alma mientras viajamos por la


carretera de montaña, y después de un tiempo la falta de gente se
vuelve alarmante.

Mi piel pica.

¿Están todos muertos? Y si es así, ¿cómo?

¿Cómo podría Guerra y unos pocos miles de hombres, como


máximo, eliminar una región entera? ¿No solo ciudades, sino también
todo lo de en medio también? Algo sobre eso no me cuadra.

Miro al jinete, y su calma me desconcierta aún más. Nada de esto


le molesta. Debería molestarlo.

No humano, me recuerdo.

Y cualquiera que sea la bestia que realmente es Guerra, tengo el


placer de ser su juguete por el momento.

Lo superarás, Miriam, al igual que has hecho con todo lo demás.

El problema es que por primera vez en mucho tiempo, no creo que


simplemente superarlo sea lo bastante bueno.

Simplemente no sé qué es suficientemente bueno.

Aún no.

Pasamos por los restos quemados de una gran estructura que


podría haber sido una mezquita o un templo judío.

He oído hablar de los horrores que sucedieron en otras áreas de la


Nueva Palestina durante nuestra guerra civil, pero esta es la primera
vez que puedo ver evidencia de ello fuera de Jerusalén propiamente
dicha. Nadie y ninguna religión se salvaron.

Esa fue mi primera lección en la guerra: todos pierden, incluso los


vencedores.
Una montaña lleva a otra, que lleva a otra. Es hermoso y todo,
pero...

—¿A dónde vamos? —pregunto a Guerra.

—Hacia el océano.

El océano. Mi corazón se salta un latido.

Hay agua y fuego y... y... y Dios el dolor, el dolor, el dolor, el dolor.
La aguda punzada casi me roba el aliento.

No he visto el océano en siete años.

Guerra me mira.

—¿Está todo bien?

Asiento con la cabeza un poco demasiado rápido.

—Estoy bien.

Me mira fijamente por un poco más, luego vuelve a mirar hacia


adelante.

—A lo largo del curso de la existencia humana, tu especie ha


creado cientos de miles de palabras para todo lo que se pueda imaginar,
pero de alguna manera ninguno de ustedes ha descubierto cómo decir
lo que piensa.

—Estoy bien.

De ninguna manera voy a compartir mis verdaderos


pensamientos sobre el océano.

En lo alto, todo el peso del sol de mediodía fríe mi piel hasta


dejarla chamuscada. Mi cara se siente tensa y puedo ver el polvoriento
color rojo de mis antebrazos.

También estoy sudando como una vaca.

Miro al jinete, fijándome en la armadura granate que usa sobre su


ropa.

—¿No estás acalorado? —le pregunto, cambiando de tema.

Si yo fuera él, estaría jodidamente miserable.

Todo ese cuero simplemente encierra el calor. Si yo fuera él,


estaría bañada en sudor. En su lugar él se ve irritantemente no
afectado.

—¿Está mi esposa preocupada por mi bienestar?

Fijo mi mirada en un puesto de caballos delante.

—Lo olvidé, estás acostumbrado a los climas más cálidos —le


digo—. Escuché que el infierno es particularmente cálido en esta época
del año.

Puedo sentir el peso de los ojos del jinete sobre mí.

—¿Crees que soy un demonio? —pregunta escépticamente.

—No lo he descartado… —Mis palabras se desvanecen al


escudriñar un poco más de cerca otra estructura delante de nosotros.

En estos días se pueden encontrar establos y posadas


recientemente erigidas y almacenes generales salpicados a lo largo de
las carreteras. Son el tipo de lugares en los que te detienes para
repostar y descansar. Parece que estamos llegando a uno de esos
lugares.

Pero a medida que nos acercamos, algo parece... raro.

Los pájaros giran en lo alto y debe haber más en el suelo porque


puedo escucharlos llamándose unos a otros.

Miro esos pájaros. A pesar del calor, un escalofrío se desliza sobre


mi piel.

No es hasta que pasamos la tienda general y los puestos de


caballos abandonados que veo qué es lo que llamó la atención de las
aves.

Cerca de una docena de pájaros —águilas, buitres, cuervos—


todos se arremolinan y luchan por una cosa inmóvil en el suelo.

Unos momentos después, registro que la cosa en el suelo es un


humano.

Miro y miro y miro y luego estoy deteniendo mi caballo y


desmontando.

Los pájaros vuelan mientras yo me acerco al cuerpo. Uso la


esquina de mi camisa para cubrirme la boca mientras observo el
cadáver. No puedo entender exactamente lo que estoy viendo, y no trato
de hacerlo. El individuo está muerto. Eso es todo lo que importa.
Cualquier otra cosa es simplemente alimento para pesadillas. A un tiro
de piedra descansa un montón de huesos descoloridos, la boca
sonriente del cráneo manchada de sangre.

Frunzo el ceño. Esto parece menos un asesinato en masa y más


como un sacrificio ritual.

—Miriam.

Me vuelvo y me enfrento a Guerra. No ha desmontado. En su


mano sostiene las riendas de Trueno.

—¿Mataste incluso hasta aquí? —pregunto.

Parece excesivo. Estamos en medio de la nada. Este no es un


bastión de la humanidad; no puede haber más de un puñado de
personas que viven en este parche de colinas en particular.

—Mato a todo el mundo —responde Guerra sin problemas.

A todos excepto a mí.

Vuelvo a mirar ese cuerpo, el cuerpo que una vez fue una persona
con esperanzas y sueños y amigos y familiares.

—Vuelve a montar tu caballo, Miriam —dice Guerra,


completamente inmutable con nuestro entorno—. Tenemos un largo
camino por recorrer.

No es personal. Puedo ver que no es personal. Ninguno de los


sufrimientos que Guerra está infligiendo es personal.

Mi mirada regresa al cadáver.

Solo que sí es personal.

Tomo todo esto muy, muy personalmente.

No quiero volver a subirme a ese caballo, y no quiero montar al


lado del jinete. No quiero pasar por más puestos de caballos con más
cadáveres frescos.

El jinete entrecierra los ojos, como si pudiera oír mis


pensamientos.

Sé valiente, Miriam.

Me obligo a dar ese primer paso hacia adelante. El segundo viene


más fácil. Doy un paso y otro y otro hasta que recupero las riendas de
Guerra y miro sus malvados ojos mientras me subo a mi caballo.
Él no intenta ofrecer una explicación, y yo no le digo lo que
pienso. Monto, y reanudamos. Eso es todo.

Para cuando el sol se está poniendo, hemos pasado más


cadáveres y aves en círculos de lo que me gustaría admitir. Está claro
que esas redadas de Guerra tuvieron más que éxito.

No queda nadie.

Frunzo el ceño ante el pensamiento, el movimiento tirando de mi


tensa piel. Después de un día de cabalgar, mi cara está más que un
poco quemada por el sol. Estoy empezando a sentirme febril y la piel
expuesta me duele al tocarla. No hay mucho que pueda hacer al
respecto en este momento. No tengo un sombrero o un velo para
protegerme la piel.

El jinete me mira y frunce el ceño.

—No te ves bien, esposa.

—No me siento tan bien —admito.

Él maldice en voz baja.

—Nos detendremos por la noche.

Miro detrás de mí a la carretera vacía.

—¿Qué pasa con el resto de tu ejército?

—Estarán bien. No estamos acampando con ellos —dice.

—Nosotros... ¿no? —Me cuesta un minuto entender eso. Mi


mirada regresa al sol poniente.

Oh Dios mío.

Una cosa es cabalgar solo con Guerra, otra es pasar la noche con
él y solo él. Y ahora que me han recordado lo que puede hacer, estoy
doblemente nerviosa.

Unos cien metros más adelante, hay una bomba de agua, un


recipiente y un montón de heno. Nos detenemos el tiempo suficiente
para que Trueno beba y coma un poco de heno antes de que Guerra nos
conduzca por una de las colinas inclinadas.
Guerra desmonta suavemente de su montura, agarrando las
riendas del caballo.

Con cautela, me deslizo fuera de Trueno, haciendo una mueca


cuando los músculos internos de mis muslos gritan en protesta.
Benditas pelotas, eso duele.

Doy un paso tembloroso, luego otro, encogiéndome por todos mis


dolores y molestias. No son solo mis piernas. Mi piel se siente
demasiado caliente, mi estómago está revuelto y estoy un poco
mareada.

—No me siento tan bien —le digo de nuevo. Tal vez era la carne
curada que alguien había empacado para mí; tal vez el agua que bebí
antes estaba contaminada.

O tal vez esto es un golpe de calor.

Me tropiezo un poco, luego me caigo fuerte.

No escucho acercarse a Guerra, el maldito es silencioso, pero se


agacha frente a mí, su frente arrugada un poco. Creo que se trata de
tanta preocupación como el insensible de Guerra ha mostrado jamás.
Se acerca.

—Me tocas, y te cortaré con tu propia espada —le digo.

Guerra ahueca mi cara de todos modos. Es un bastardo.

Busco mi daga, pero mi mano apenas ha agarrado su


empuñadura cuando la mano libre del jinete se cierra alrededor de la
mía. Retira la hoja de mi agarre y la tira a un lado.

—Miriam, deja la lucha para el campo de batalla.

—Oh, eso es muy generoso de tu parte.

Sus ojos se encuentran con los míos, y mi respiración se detiene.


Dios, es irritantemente atractivo. Y cuanto más lo miro, más me doy
cuenta de cada detalle inconveniente que lo hace así: como la plenitud
de sus labios y los irises de tigre de sus ojos, y los afilados y altos
pómulos que lo hacen parecer tan exótico.

—Deberías haber dicho algo sobre la quemadura solar —dice.

—No pensé que te importara.

Me estudia.
—Me importa.

—¿Por qué? —digo.

—Hemos pasado por esto —responde.

Porque soy su esposa, quiere decir.

Nos miramos el uno al otro un poco más.

Después de un momento respiro hondo y aparto la mirada.

—Me siento mejor.

Realmente lo hago. Ahora que me he sentado, ya no me siento tan


febril y juro que mi piel no palpita tanto como hace unos minutos.

Ahora que he tenido tiempo suficiente para reagruparme, quiero


que el jinete deje de tocarme. Unas pocas palabras amables, un toque
suave, y comenzaré a creer que no es un engendro de demonio atroz.

Guerra deja caer su mano y se levanta, dirigiéndose a su caballo,


que sacude la cabeza cuando su maestro se acerca.

—Calma, Deimos —le dice a su corcel, colocando una mano en el


abrigo rojo oscuro de la bestia.

¿Deimos? ¿Ha puesto nombre a su caballo?

Alcanza las alforjas de la criatura, sacando agua y comida. El


jinete se dirige hacia mí y me entrega los artículos.

Los tomo de Guerra y le doy una breve sonrisa. Sus ojos


permanecen en mi boca por un momento, luego se aleja nuevamente
para tratar con los caballos, o tal vez para desempacar.

Aprecio su forma. Ha sido extrañamente amable conmigo hoy, y


debo recordarme que lo he visto cortar a muchas, muchas personas,
casi siendo yo una de ellas. No puedo dejar que su preocupación y unos
cuantos toques suaves lo opaquen.

—¿Sientes algo? —le pregunto—. ¿Cuando matas?

Es momento para mi horario de recordatorio de que Guerra es un


mal tipo.

Él se detiene, de espaldas a mí.

—Sí.
Espero a que diga más. El silencio se extiende.

—Siento sed de sangre y excitación, y una profunda satisfacción


por el trabajo bien hecho. —El jinete lo dice como si estuviera hablando
de algo mundano, como el clima y no la masacre de inocentes.

Se vuelve hacia mí.

—Soy tuyo y tú eres mía, Miriam...

Me estremezco ante esas palabras.

—...pero no soy como tú, y nunca deberías olvidar eso.


Capítulo 9
Traducido por Rimed

Las estrellas centellean sobre nosotros cuando Guerra arregla


nuestras camas. Una es solo una colchoneta y una delgada frazada,
pero en la que está trabajando ahora es una adornada con sábanas.

¿Cuál es suya y cuál es mía? De cierta forma odio el hecho de que


él las haga tan obviamente desiguales. Si toma la adornada, sabré que
además de ser un depravado, el jinete es también una especie de
imbécil. Pero si me da esa a mí…

Me retuerzo incómodamente un poco ante esa posibilidad. No me


gusta la excesiva amabilidad; me hace sentir como si debiera algo a
cambio. Y realmente no quiero pensar en lo que Guerra pueda pensar
que le debo.

Al menos para empezar hizo dos camas. Supongo que debo estar
agradecida de que no tengamos que compartir una.

Luego de que el jinete termina, se acerca a donde estoy sentada


junto al fuego que hicimos hace un rato. Desabrocha su armadura
pieza por pieza, dejándolas a su lado. Hay algo terriblemente confiado y
calmado sobre sus movimientos, como si el mundo y todos en él deben
esperarlo.

No soy como tú.

Observo al jinete por un momento, intentando no concentrarme


en el hecho de que bajo toda esa armadura hay un malvado, malvado
cuerpo.

—Tu cama es la que tiene sábanas —dice él, desabrochando su


peto de cuero.

Maldición. Definitivamente voy a sentir que le debo algo ahora.

—Tus arreglos parecen algo toscos —digo, señalando con la


cabeza a su cama.

Guerra se quita su última pieza de armadura.


—No sería un buen marido si no pudiera hacer que mi esposa
estuviera cómoda.

Él y su asunto del buen marido.

Echo un vistazo alrededor.

—¿Dónde están las cadenas con las que se supone debes


encadenarme?

Bastante segura de que eso estaba en la lista de cosas que


debiera tener un buen marido.

—Empacadas con el resto de mi tienda, desafortunadamente —


dice Guerra tan calmadamente que pienso que puede no estar
bromeando, hasta que una disimulada sonrisa se asoma en su rostro.

—La próxima vez entonces —digo.

—Te haré cumplir eso, esposa.

Los dos realmente nos llevamos bien cuando quiero que lo


hagamos. Qué inquietante…

Guerra se quita su camisa, sus marcas brillan en la noche.


Emiten un espeluznante brillo rojo.

Definitivamente un demonio.

—Antes —dice él—, quisiste saber porqué no hablo las lenguas de


los hombres cuando puedo hacerlo —dice.

Le había preguntado sobre esto cuando invadió mi tienda hace


varias noches atrás; aún tengo curiosidad, especialmente cuando él
puede hablar perfectamente hebreo conmigo.

—Hablo cada idioma que alguna vez ha existido. Incluso aquellos


de los que no quedan registros. Han desaparecido hace mucho de la
memoria mortal, pero no de la mía. Jamás de la mía.

Guerra se queda en silencio por un momento.

—Lo que la gente no puede entender los aterra.

¿Cuántas veces he visto pruebas de ese miedo? Docenas, al


menos. Y ahora Guerra ha hecho de este terror un arma.

—Así que hablo lenguas muertas y dejo que los humanos lo


interpreten a su voluntad —termina Guerra.
—Pero no siempre hablas en lenguas —digo. Ha habido varias
ocasiones donde él habla en hebreo o árabe para mí y sus jinetes.

—No lo hago. Hay veces donde me es útil ser entendido.

—Y cuando hablas en lenguas muertas —digo—, ¿cómo es que yo


aún puedo entenderte?

Guerra me da una mirada paciente.

—Te lo dije, eres mi esposa. Me conocerás a mí y a mi corazón, lo


quieras o no.

Un malestar se asienta bajo en mi estómago.

Nuevamente, él lo dice con tal certeza que me pregunto…

Pero no. Me niego a creer que debo estar con este monstruo.

—¿Qué quieres conmigo? —pregunto, tocando un guijarro


cercano.

En vez de verlos, siento los ojos de Guerra bajar a mi cara.

—¿No es obvio?

Mi mirada se mueve a la suya.

—No. —No lo es.

Por las pocas historias que he escuchado, este hombre se ha


embolsado a tantas mujeres como las que habría en una ciudad —una
gran y jodida ciudad— y aun así no ha hecho más que tocar mi mejilla y
afirmado que soy su esposa.

—¿Entonces quieres que te lo diga? —pregunta él, su voz


engañosamente suave.

Mi pulso se acelera.

—Sí.

—Quiero que te rindas.

Pasa un momento de silencio.

No tengo idea de lo que realmente eso significa, pero me doy


cuenta de que encadenarme a una cama y darse un festín con mi coño
no fue mencionado. Lástima. Bajo las circunstancias adecuadas (como
con montones y montones de alcohol), podría de hecho haber estado
tras de él.

—¿Rendirme? —repito—. Ya lo he hecho.

—No lo has hecho —insiste.

¿Estás bromeando? Me obligó a dejar mi vida detrás porque le


convenía. Si eso no es rendirse entonces no sé qué lo es.

Mientras más me regodeo en mis pensamientos, más indignada


me siento.

—Hemos hablado cuan diferente eres y lo difícil que eres de


entender, pero no hemos hablado de mí —digo finalmente—. No te
quiero como esposo y no te acepto, y lo que sea que tu dios piense que
quiere hacer conmigo y el resto del mundo, lucharé contra ello hasta mi
último aliento. Oh, y no rendiré nada ante ti, hijo de puta.

Guerra suelta una risa malévola y contra mi voluntad, eriza los


vellos de mi nuca.

—Pelea todo lo que quieras, esposa. La batalla es en lo que soy


mejor, y te aseguro, no ganarás esta.

El segundo día de montura es tanto más y menos miserable que


el primero. Más porque aún tengo que cabalgar junto a Guerra, y
menos, porque Trueno solo ha intentado patearme una vez hasta ahora,
y eso es una mejora de los tres intentos que hizo ayer.

Mi terrible quemadura solar también parece estar mucho mejor


hoy, la piel solo ligeramente tensa y mis adoloridos muslos no duelen
tanto como esperaba. No sé qué brujería es responsable de esto, pero no
me voy a quejar.

Hoy dejamos la árida cordillera detrás, moviéndonos hacia el


terreno plano cerca de la costa. En el momento en que esas colinas
desaparecen, me siento desnuda. He vivido en esas montañas toda mi
vida. La abierta y plana extensión de tierra que se presenta frente a mi
ahora es extraña y me hace sentirme dolorosamente nostálgica.

Realmente no voy a volver. Mi corazón se contrae un poco ante el


pensamiento, incluso cuando un extraño tipo de euforia aparece. Por
años he estado intentando ahorrar suficiente para dejar Jerusalén. Y
ahora realmente la he dejado.

No es que en esta parte de Nueva Palestina haya mucho por ver.


No es nada más que hileras y franjas de hierba amarilla, interrumpida
de vez en cuando por parcelas de tierras de cultivo. Cada tanto
pasamos por un edificio en ruina o un pueblo aparentemente vacío, y
quizás aún hay gente viviendo allí. No pareciera que Guerra haya
asolado estos lugares, pero todo está muy tranquilo.

—¿La gente aquí ya está muerta? —pregunto.

Se siente como si estuvieran muertos. Todo está demasiado


quieto. Ni siquiera el viento se agita, como si ya hubiera abandonado
este lugar.

—Aún no —dice él ominosamente.

¿Cómo es posible para Guerra extender su alcance tan lejos? Las


ciudades a las que pone sitio, esas las entiendo, pero las casas que hay
en estos lugares olvidados, ¿cómo llega a esas?

Él no dice nada más, y me quedo con una horrible y atormentada


preocupación de que él y el otro jinete realmente sean imparables.

Pero ellos pueden ser detenidos, ¿no? Después de todo, otro jinete
vino antes que Guerra y entonces, algún tiempo después, se desvaneció.

—¿Qué ocurrió con Peste? —pregunto.

Tal miedo se había asentado en Jerusalén luego de que llegaran


las noticias de que un jinete del apocalipsis estaba propagando la plaga
por Norteamérica. Pero entonces, poco después, estallaron los rumores
de que Peste había desaparecido. No sé si alguien realmente creía eso,
que él había desaparecido, quiero decir. Nos habíamos engañado una
vez con esa explicación cuando llegaron por primera vez los jinetes.

Pero Peste no había vuelto después de todo; Guerra había venido


en su lugar.

—El conquistador fue vencido —dice Guerra.

—¿El conquistador? —repito—. ¿Te refieres a Peste?

Guerra inclina un poco su cabeza.

—Pensaba que todos ustedes eran inmortales —digo.

—No dije que mi hermano estuviera muerto.


Entrecierro mis ojos, estudiando el perfil de Guerra. ¿Cómo puede
un jinete ser vencido y estar vivo?

Él me devuelve la mirada.

—Llevas preocupación en tus ojos, esposa. Lo que sea que estés


pensando, no lo pienses.

—Háblame de él —digo—. Peste.

Guerra se queda en silencio por un largo tiempo. Sus delineados


ojos con kohl muy conscientes.

—¿Quieres saber cómo fue detenido Peste?

Por supuesto que sí. No tenía idea de que un jinete pudiese ser
detenido. Un segundo después, las palabras de Guerra realmente se
registran.

—¿Entonces él fue detenido? —Intento imaginar a Peste


encadenado e inmovilizado, alejado de su mortal tarea.

Guerra se acomoda más profundamente en su silla.

—Esa es una historia para otro día, me temo. —Sus palabras son
finales—. Pero esposa —agrega—, hay algo que deberías saber ahora.

Elevo mis cejas. ¿Oh?

Guerra me da una feroz mirada.

—Mi hermano falló. Yo no lo haré.

Creo que se supone que esté aterrada por las palabras de Guerra,
pero todo en lo que puedo pensar es que Peste falló. Falló en lo que sea
que suponía debía de hacer.

Mierda. Los jinetes realmente pueden ser detenidos.

Guerra continúa, sin darse cuenta de mis pensamientos.

—Peste puede haber sido un conquistador, pero yo no busco


conquistar, mujer salvaje, busco destruir.

Es tarde para cuando finalmente nos detenemos. No estamos en


el océano, pero de las pocas palabras que dijo Guerra sobre el tema,
esta explanada de tierra es donde todo su ejército acampará cuando
lleguen mañana.

Lo que significa que solo debo soportar una noche más de tiempo
uno a uno con Guerra. El pensamiento no es ni de cerca tan
desalentador como lo fue ayer. Además de acunar mi cara, él no ha
intentado tocarme.

Sin embargo, esta noche Guerra coloca las camas notablemente


más cerca la una de la otra. Lo suficientemente cerca para estirarnos y
tomarnos las manos desde nuestras respectivas camas, si lo
quisiéramos.

Como ayer, Guerra aún me da todas las sábanas, y aun me siento


culpable por ello. No debería sentirme culpable. Pasar frío por una
noche es lo menos que este maldito se merece.

Pero incluso una vez que me deslizo bajo las sábanas, la culpa
aún se hace camino dentro. Tal vez especialmente porque el aire de la
noche ya se comienza a sentir.

No le ofrezcas una sábana, Miriam. No lo hagas. Si ofreces esa


rama de olivo abres la puerta a ser algo más que distantes compañeros
de viaje.

Me muerdo la lengua hasta que ya no siento la necesidad de


compartir mis sábanas.

Guerra, por su lado, luce completamente como en casa en su


raída cama. Él yace sobre su espalda, sus manos detrás de su cabeza y
sus piernas cruzadas por los tobillos mientras mira a las estrellas.
Nuevamente, envidio su tranquilidad. Parece perfectamente cómodo
aquí, en este pedazo de tierra, más en casa de lo que yo me siento, y he
vivido en esta tierra por mucho más tiempo que él.

—Entonces… —comienzo a decir.

Él voltea su cabeza hacia mí.

—¿Sí?

Dios, esa voz profunda. Mi núcleo se aprieta con el sonido.

—¿Qué estabas haciendo antes de asaltar ciudades? —pregunto.

Guerra vuelve a mirar las estrellas.

—Dormía.
Uh…

—¿Dónde?

—Aquí, en la tierra.

Su respuesta no me hace mucho sentido, pero entonces, no


mucho más sobre él hace sentido tampoco; hasta ahora, lo que he
aprendido sobre él es que no puede ser asesinado, no necesita comida o
agua, y no necesita cagar u orinar como el resto de nosotros.

Repito: el jinete no necesita cagar u orinar.

Te lo digo, él no tiene sentido.

La voz de Guerra corta el aire nocturno.

—Mientras dormía, soñaba. Podía oír tantas voces. Tantas cosas


—murmura.

Estudio su perfil. Hasta ahora, Guerra ha sido arrogante,


posesivo, elocuente y aterrador. Pero esta no es la primera vez que lo
así. Lleno de su otro yo. Una extraña sensación se apodera de mí, como
si él hubiese estado a punto de escupir los secretos del universo.

Él parece sacudirse a sí mismo.

—Pero eso no importa.

Lo miro por un poco más.

—Mañana mi ejército llegará aquí.

—Y las cosas volverán a ser como eran antes —digo.

Imagino mi pequeña tienda. Debería sentirme aliviada de que


podré poner distancia entre nosotros una vez más. En su lugar mi
estómago se retuerce. No me había dado cuenta lo sola que he estado.
Realmente no te concentras en cosas como la soledad cuando estás
intentando sobrevivir cada día como lo estuve en Jerusalén. Pero he
sentido la soledad. La he sentido cada noche que he dormido sin mi
familia y despertado en silencio.

Y entonces Guerra entró en mi ciudad y dejé de intentar


sobrevivir. Abrí mis brazos a la muerte y fue el jinete el que me alejó de
ese destino.

—Las cosas no tienen que volver a ser como eran antes, esposa.
Esposa.

El jinete sabe exactamente cómo tentarme. No quiero estar con él,


pero ahora he recordado lo que es estar con alguien. Tener
conversaciones abiertas y sin barniz.

Trago el nudo en mi garganta.

—Deben serlo.
Capítulo 10
Traducido por 3lik@

Me despierto en los brazos de Guerra.

Lo sé antes de que abra los ojos, incluso antes de que me libere


del sueño. Estoy demasiado caliente, y puedo sentir sus pesadas
extremidades envueltas sobre mí mientras estoy acostada de lado. Sin
embargo, cuando abro los ojos, no estoy preparada para la realidad.

Mi cara está casi enterrada contra su pecho desnudo. Alejo un


poco la cabeza. Tan cerca de él, todo lo que puedo ver es el brillo
carmesí de sus marcas y su interminable piel de oliva.

¿Cómo pasó esto?

Miro entre nosotros y, maldita sea, estamos en su catre, no en el


mío, lo que significa que me acerqué a él en algún momento de la
noche, sacrificando mis mantas por su tapete delgado y músculos
gruesos.

Mis ojos viajan hacia arriba, más allá de su cuello, para poder ver
su cara.

Dormido, Guerra parece angelical, o, más apropiado,


angelicalmente demoníaco. Todos sus rasgos agudos han sido mitigados
un poco. Casi luce... en paz. Su mandíbula no es tan firme, sus labios
parecen un poco más atractivos, y ahora que no puedo ver sus ojos
penetrantes, no es tan intimidante.

Lo miro por un largo tiempo, grabándolo en mi memoria.

Deja de comerte con los ojos a un jinete del apocalipsis, Miriam.

También necesito salir de debajo de él, inmediatamente. Lo último


que quiero es que él también se despierte con esto.

La pierna de Guerra está sobre la mía, y su brazo está sobre mi


costado, abrazándome. Con un poco de esfuerzo, logro deslizar una
pierna, luego la otra, por debajo de la suya. Cuando llego a su brazo,
trato de quitármelo; tratar es la palabra clave.
Dios mío, su brazo pesa cinco mil millones de kilos, y no está
renunciando a mí.

Me retuerzo un poco con el esfuerzo. Este ogro.

—Esposa.

Respiro para tranquilizarme, mirándole fijamente el pecho. Esto


es realmente lo que no quería.

Lentamente, mis ojos se mueven hacia arriba a los de Guerra.


Está tan cerca que puedo ver esas manchas de oro en ellos. Hay un
indicio de una sonrisa en sus labios y una profunda mirada de
satisfacción.

—Esto es tu culpa —le digo.

Él levanta las cejas.

—¿Lo es?

El jinete no se molesta en señalar que estamos en su pobre


excusa de una cama. Tampoco se molesta en quitar su brazo de donde
está. En cambio, su mano se desliza de mi espalda a mi caja torácica,
acomodándose en mi espalda baja. Puedo decir que está trazando los
contornos de mi cuerpo. Le debe gustar lo que está descubriendo
porque se ve molesto y complacido.

Sus ojos son como la miel cuando dice:

—Quédate conmigo, Miriam. —Su mano se flexiona contra mi


costado—. Duerme en mi tienda. Prepara tus armas. Discute conmigo.

Veo su rostro. Si tan solo supiera cuán tentadoras son sus


palabras para una chica solitaria como yo. Y él lo pregunta bien, ya que
culpablemente disfruto estar en sus brazos. Tocar es un lujo del que no
he gozado últimamente.

Pero eso es lo que es, un lujo. Uno que no puedo permitirme,


especialmente con esta criatura.

—No —le digo. Ahora que Guerra está despierto, ha vuelto a


parecer feroz. Hace que sea más fácil rechazarlo—. Seguiré adelante y te
dejaré llamarme tu esposa, pero nunca voy a elegirte por mi propia
voluntad.

El agarre de Guerra se aprieta contra mi cintura. Me acerca a él.


—¿Quieres saber una verdad, Miriam? Los humanos hacen
proclamaciones así todo el tiempo. Pero sus juramentos son frágiles y se
rompen con la edad. No tengo miedo de los tuyos, pero deberías tener
miedo de los míos porque te diré esto: eres mi esposa, te rendirás a mí y
serás mía en todo el sentido de la palabra antes de que haya destruido
lo último de este mundo.

Las cosas han vuelto a ser como eran antes.

Guerra está en su tienda, yo estoy en la mía, y ahora hay cinco


mil personas que nos separan.

No hemos hablado desde que el ejército del jinete llegó ayer. Fue
arrastrado a conversaciones con sus jinetes fobos, sin duda planeando
la mejor manera de acabar con la próxima ciudad en la que se han
fijado.

En cuanto al resto de nosotros, nos estamos acomodando en este


lugar como si fuera un nuevo par de zapatos. En mi caso, un par de
zapatos muy mal ajustados. Pero supongo que es un problema personal
en este punto.

Mi tienda y mis cosas me fueron devueltas ayer, hasta la novela


romántica andrajosa y el juego de café que heredé de la última pobre
alma que vivió aquí.

Incluso mi madera me fue devuelta. Mi madera. Pensé con


seguridad que eso desaparecería.

Ahora paso mis manos sobre una rama. He estado posponiendo la


fabricación de armas, pero el deseo de crearlas ha vuelto a mis dedos.

Agarro la bolsa de lona que me regaló Guerra hace varios días.


Sin miramientos, le doy la vuelta y vuelco todo.

Escudriño a través de mis herramientas, buscando una para


raspar la corteza. Mientras lo hago, mi mano roza algo que no
pertenece. Haciendo una pausa, rechazo las herramientas y descubro
un marco de metal familiar.

Dentro hay una foto de mi madre, mi padre, mi hermana y yo.

Un pequeño sonido se sale.


Tomando la foto, la levanto con reverencia. Ahí está mi familia.
Trago con fuerza, mientras paso mi pulgar por la cara con hoyuelos de
mi hermana Lia. Ella y mi madre son más jóvenes de lo que las
recuerdo, igual que yo. Pero esta fue la última foto de familia de los
cuatro. En ella, mi madre está viva, mi padre está vivo, mi hermana
está viva y yo estoy sentada entre todos ellos.

Recuperar esto es como recuperar un pedazo de mí misma. Sin


esto, podría haber olvidado sus caras.

No me doy cuenta de que estoy llorando hasta que una gota de


agua golpea el cristal.

¿Por qué Guerra empacaría esto? ¿Fue un accidente? No parece


ser del tipo sentimental. ¿O estaba destinado a ser cruel? Si lo fue,
perdió su marca.

Fuera de mi tienda, escucho el golpeteo rítmico de un tambor:


una, dos, tres veces. Comencé a entender los ruidos lo suficientemente
bien como para distinguir el sonido de los tambores, de los de
celebración o de la batalla. Éste es una especie de anuncio.

Respiro lentamente, luego, cuidadosamente, dejo a un lado la foto


de mi familia y dejo mi tienda. Siguiendo a la creciente multitud de
personas, me dirijo al centro del campamento.

La distribución aquí es igual que en el último campamento, así


que sé exactamente dónde ir; el sitio puede cambiar, pero los espacios
no.

Guerra ya está en el claro con sus jinetes, de pie en un estrado


improvisado para que pueda ser visto. Mi aliento se detiene al verlo. No
sé lo que siento, solo que siento algo cuando lo miro.

Recuperó la foto de mi familia. Eso no podría haber sido otra cosa


que intencional. Quiero agradecerle, pero la distancia entre nosotros y
la mirada temible en su rostro lo hacen parecer más lejos de mí que
nunca.

Una vez que la mayor parte del campamento ha llegado, Guerra


avanza, y la multitud se aquieta. Él nos da a todos una mirada larga,
luego abre su boca y habla en esa lengua gutural suya.

—Etso, peo aduno vle vegki.

Se me eriza la piel.
Mañana, nos dirigimos a la batalla.
Capítulo 11
Traducido por Mary Rhysand

Me siento en mi tienda, ondeando la daga de Guerra en mi mano


una y otra vez.

Sobrevivir no es suficiente.

Lo fue una vez, apegarme a mis reglas para sobrevivir al


apocalipsis. Pero ahora el juego no solo es sobre sobrevivir. No puede
serlo. Es sobre permanecer decente durante el verdadero final del
mundo.

Guerra quiere que peleemos, bueno, para ser justos, le importa


un comino donde yo pelee. Dejó eso bien claro cuando me tomó. Pero la
mayoría de los ocupantes del campamento se suponen que deben ir a la
batalla y matar al igual que sus familias y amigos fueron asesinados. No
sé cómo muchas personas pueden soportar eso, pero yo no puedo. No
puedo quedarme sin hacer nada mientras personas inocentes resultan
masacradas.

Echo un vistazo donde he colgado la foto de mi familia.

Mis manos se inmovilizan.

¿Qué pasa si paso mi tiempo en batalla matando a este ejercito


indigno?

Asesinar es horrible, demasiado complicado. Y asesinar al ejército


de Guerra es ganarse una sentencia a muerte, si soy atrapada
haciéndolo. Mi idea no es en absoluto decente o sabía.

También sé que simplemente no puedo quedarme sentada y


observar al mundo arder.

Las solapas de mi tienda se abren, y un jinete fobos entra.

—El señor de la guerra desea verte.

Mi estómago se aprieta.
Enfundo la daga de Guerra, sigo al jinete por los cuarteles
femeninos, los dos haciendo nuestro camino hacia la tienda del jinete.

A medida que nos movemos por el campamento, noto que las


armas han sido colocadas, y la gente está escogiendo, hallando cual les
sienta mejor. Incluso veo a un niño comprobando una daga. Me
estremezco ante la vista.

Más allá del cumulo de personas, veo al hombre de la primera


noche que se agarró la entrepierna y me señaló con su daga. Charla con
otros hombres, pero sus ojos me siguen a medida que paso. El imbécil
se lame el labio inferior cuando me ve.

No se ha olvidado de mí, lo cual no es bueno.

Esta es una de las razones por la que la Regla Tres —evitar ser
notada— ha hecho mi lista de supervivencia un método para vivir.
Cuando las personas te notan estos días, es solo por razones
equivocadas. Demasiado linda, demasiado saludable, demasiado
vulnerable, demasiado herida, demasiado enferma, demasiado estúpida.
No puedes convertirte en un objeto fácil para estas personas.

Le frunzo el ceño al hombre y continúo.

Cuando la tienda de Guerra sale a la vista, mi corazón comienza a


acelerarse.

Esta es la primera vez que hablaremos desde que viajamos juntos,


y mis emociones son conflictivas. El Guerra junto con el cabalgué era
una persona medio normal. El Guerra que maneja este campamento es
un ser temible y sin conciencia.

Y la verdad es, ni siquiera sé el verdadero alcance de su poder y


crueldad, solo que es capaz de arrasar ciudades enteras.

¿Cuánto de la Nueva Palestina se ha ido? En esa línea, ¿cuánto de


las tierras del este de la Nueva Palestina se han ido?

Me entran nauseas. Ese es el hombre con el que estoy lidiando.


Un jinete que ya matado a cientos. Un jinete que disfruta la carnicería.

Tan pronto nos acercamos a la entrada de la tienda de Guerra, los


jinete fobos se apartan, dejándome entrar.

Dentro, Guerra se sienta en una silla, sus dedos presionados


contra su boca.
Cuando me ve, los ojos del hombre vienen a la vida. Mi corazón
tartamudea un poco ante la vista.

Por miedo, no deseo. Al menos, eso es lo que me digo a mi misma.

El jinete se pone de pie y se acerca, y es tan intimidante como


siempre. Estira una mano para tocarme, pero me aparto antes que
pueda.

Las cosas son diferentes ahora.

Guerra frunce el ceño.

—¿Dormiste en mis brazos hace dos días, y ahora no puedes ni


siquiera soportar mi toque?

Si no lo conociera mejor, diría que el jinete sonaba un poco


dolido.

—No quise dormir junto a ti —digo.

—¿No quisiste? —me responde—. Preparé tu cama lo mejor que


pude y aun así viniste por mí.

—Deja de reescribir los hechos —espeto.

Se acerca más.

—¿Lo hago?

—Conscientemente, no dormiría contigo —digo—. No cuando


estás exterminando mi clase.

—Estoy haciendo lo que debo, al igual que tú —dice—. ¿Puedes


culparme por ello?

—Sí. —Malditamente puedo.

—Si supieras lo que yace al otro lado de la muerte —dice—, sabría


que no hay nada que temer.

—¿Y qué sobre el dolor? —agrego.

—¿Qué con ello?

—¿Si no te importa el hecho que estás asesinándonos, qué hay


sobre el dolor que estás causando?

—Tu especie solo siente por un corto tiempo.


Lo miro. No lo entiende. Dolor es dolor, y la muerte es el fin; tal
vez avanzamos en otro forma, pero es un final. Nuestros cuerpos
mueren, y todas esas esperanzas y sueños terrenales con ello. Está
subestimando el hecho de la vida es valerosa en sí misma.

Retrocedo.

—¿Por qué me llamaste aquí?

—La pelea de mañana no es para ti —dice—. Te quedas aquí, en


mi tienda. Tendré todo lo que necesites.

Ah, así que él es feliz de matar personas, pero cuando se refiere a


mí, no quiere que sea tocada por la violencia.

Sobrevivir ya no es suficiente.

—¿Qué pasa si quiero ir?

Guerra entrecierra sus ojos. Me ira por un momento demasiado


largo, y tengo que pelear contra la urgencia de retroceder.

—¿Qué estás tramando? —dice.

—¿Por qué estás preocupado? —digo un poco defensivamente—.


¿Qué podría hacer?

—Podrías morir.

—Si confías tanto en que Dios me envió a ti, entonces


seguramente sabes que me protegerá, ¿o estás inseguro después de
todo?

El jinete curva su boca.

—Desafiarme no te va a llevar a ningún lado, esposa.

—Déjame ir. —Así podre matar a todos tus leales soldados.

Cuando no responde, mi mirada se mueve a sus labios.

Hay otras formas de convencer a un jinete…

Adrenalina fluye en mi torrente sanguíneo ante el pensamiento.


Sé que el jinete quiere besarme. Quiere eso e indudablemente más.

—Por favor —insisto, tratando de persuadir al jinete con mis


palabras—. Es justo que… —vacilo en mis próximas palabras—, tu
esposa debería estar luchando a tu lado.
Me estudia, pero juro que luce más tocado que convencido. Sus
ojos caen en mis labios, mirando a mi boca al igual que yo miraba a la
suya momentos atrás.

La victoria está cerca; todo lo que tengo que hacer es… Antes de
pensarlo dos veces, envuelvo mis manos en su nuca, mis dedos rozando
contra su oscuro y suave cabello. Estaba segura que se sentiría áspero,
como el resto de él, pero es suave. Muy suave.

Los ojos de Guerra se amplían casi imperceptiblemente ante mi


toque.

Poniéndome de puntillas, presiono mis labios a los suyos. El beso


acaba antes de empezar por completo, ni siquiera estoy segura que algo
así de corto pueda ser llamado beso. Sin embargo, el jinete luce atónito
y hambriento.

Mi mano se desliza de su cuello y mis tobillos tocan el suelo.

—Conseguirás otro si me permites pelear.

Los ojos de Guerra arden con sentimiento mientras me estudia.

—Sabía que serías un problema. —Aparta la mirada y corro una


mano por su mandíbula—. Esto me hace dos veces más renuente a
dejarte ir mañana. Y sin embargo…

Se gira de vuelta a mí, un borde fiero en sus facciones.

—Paruv Eziel ratowejiwa we, pei auwep ror.

Las manos de Dios te protegen, pero las mías no pueden.

Todo mi cuerpo se estremece a medida que dice las palabras, mis


rodillas se debilitan por su sonido. El efecto perdura varios segundos
antes de desaparecer.

—¿Qué fue eso? —digo, frotando mi brazo.

—Angelical, mi lengua nativa. —Me da una mirada intensa—.


Mañana no seré capaz de protegerte de la batalla. Tendrás que
protegerte tú sola.

Santa mierda, ¿me dejará en serio hacer esto? Hace solo minutos
parecía convencido de que debía permanecer fuera del camino. ¿Quién
hubiera sabido que un poco de engatusamiento y un pequeño beso
podrían cambiar toda esa consideración cuidadosamente calculada?

—¿Entonces es un sí?
En vez de responderme, Guerra me tira cerca, inclinando mi
rostro. Antes de que puedan entender por completo lo que está
haciendo, su boca está de vuelta en la mía.

Su beso no es para nada como el que le di. Lo sé en el momento


en que nuestros labios chocan juntos. Este beso es deseo puro, y me
corta ampliamente. No he sido verdaderamente besada en un año, e
incluso esa experiencia palidece ante esta. Los labios de Guerra arden
contra los míos a medida que me tira hacia él.

Mis rodillas ya débiles de sus palabras anteriores, ahora


desfallecen por completo, y es su agarre el que me mantiene en pie.

El jinete sonríe contra mi boca, más que consiente de su efecto en


mí.

Su necesidad está provocando la mía. Le devuelvo el beso, no creo


que pueda hacer nada más que devolverle el beso en este momento.

Voy a pagar por esto después… pero ahora mismo me importa


una mierda. He olvidado lo que se siente el autocontrol.

Guerra separa mis labios, y de repente su lengua está


presionando contra la mía. Su cuerpo se siente como pecado, pero sabe
cómo el cielo.

Mi mano se mueve de vuelta a ese suave cabello suyo, y mi centro


está en llamas. Si esto es lo que un beso me hace, no puedo imaginar
cómo se sentirá todo lo demás.

No sé quién termina el beso, pero eventualmente nuestros labios


se separan.

Me libero de los brazos de Guerra. Ahora soy yo quien está


atónita. Me quedo mirando a su boca.

Mi Dios, nunca he querido a alguien tanto como me disgusta. Pero


de nuevo, aquí está otro lado de Guerra que solo comienzo a ver, el
rebelde, apasionado guerrero.

Guerra respira pesadamente, ese abrumador cuerpo suyo


moviéndose con la acción. Pensé que podría mostrarme una de sus
sonrisas burlonas; él sabe exactamente lo que me hizo. En lugar de eso,
camina hacia mí, su expresión determinada, claramente lista para
reanudar ese beso.

Doy un paso atrás.

—No puedo.

La respuesta correcta debió haber sido no, pero la verdad es que,


quiero besar al jinete. Es embarazoso cuánto lo deseo.

Su mirada está puesta en mis labios.

—¿Por qué? —dice. A duras penas una pregunta.

Respiro hondo, peleando contra mi lujuria. Un día, mi vagina


podría dar un golpe de estado y dominar mi cerebro, pero ese día no
será hoy.

Mis ojos encuentran los de Guerra.

—Porque mañana aun vas a cabalgar con tu ejército, y eso va a


romper mi corazón.
Capítulo 12
Traducido por 3lik@

Nos reunimos antes del amanecer.

Es una cosa tranquila y sombría. Me gustaría pensar que los


soldados a mi alrededor están tan dolidos por la idea de matar a
inocentes como yo, pero no lo sé.

Soy una de varios cientos que le han dado un caballo. El resto del
ejército se dirige a pie, a excepción de los pocos hombres y mujeres que
manejan las carretas gigantes que traerán a la ciudad, carretas que
eventualmente regresarán al campamento llenos de artículos robados.

Los soldados me han hecho esperar al lado de la caravana del


ejército, como la última vez que salí del campamento. Y como la última
vez, escucho el sonido de los cascos del caballo de Guerra atravesando
el aire de la mañana. Guerra sale de la oscuridad, la luz de las
antorchas lo hace parecer particularmente amenazador.

Me quedo mirando su caballo rojo sangre. Deimos, llamó a la


criatura.

Guerra se detiene cuando me alcanza.

—Mantente a salvo —dice, su voz tan seria como la he escuchado.

—Trata de no matar a mucha gente —le respondo.

Una sonrisa curva sus labios.

—No hay tal cosa como demasiados.

Puf.

—Adiós, esposa. Nos volveremos a encontrar en el campo de


batalla.

Con eso, Guerra cabalga hasta la cabeza de la caravana. Los


soldados que pueden verlo levantan sus armas y antorchas y gritan.

Idiotas.
Lentamente, todo el ejército comienza a moverse. Me deslizo en
línea junto con el resto de ellos, mis nervios se aceleran. La mayoría de
nosotros nos dirigimos a Ashdod, una ciudad situada a lo largo de la
costa de Nueva Palestina. Hogar de muchas, muchas personas.

El viaje es anormalmente tranquilo. Nadie habla entre sí, por lo


que el único sonido es la caída de los latidos de las pezuñas y los pasos.
Docenas de soldados llevan antorchas, y la luz del fuego ilumina sus
rostros sombríos.

En un lado de mi cintura está la daga envuelta de Guerra y en la


otra una espada que recogí antes. Es un poco pesada y el borde es
bastante aburrido, pero voy a necesitar usarla de todos modos si me voy
a arrojar a la lucha.

Siento que mi resolución se endurece en su lugar.

La Regla Uno siempre ha sido: rompe las reglas, pero no del todo.
Pero si las reglas están equivocadas, entonces deben romperse.
Necesitan ser jodidamente destrozadas.

Y hoy voy a hacer precisamente eso.

El ejército de Guerra destruye primero a los aviarios.

Tan pronto como entro en la ciudad, puedo escuchar los gritos


agudos de los pájaros. El fuego ya envuelve varios edificios, y en uno de
ellos, hay pájaros atrapados dentro. A mi alrededor, la gente lucha,
grita, huye y muere, pero es el sonido de los gritos de esas aves lo que
realmente me da escalofríos.

Atacar a los aviarios es similar a cortar cualquier y todas las


advertencias que podrían transmitirse al mundo exterior.

Supuse que Guerra se reunió con sus hombres para hablar sobre
la estrategia de batalla, pero en realidad no había pensado en cómo
sería esa estrategia.

Un ave solitaria se eleva por el aire, su forma parcialmente


oscurecida por las columnas de humo que se elevan desde la ciudad en
llamas. Me atrevo a esperar que haya escapado al fuego, que lleve una
advertencia de que alguien logró hacer garabatos antes de que fuera
demasiado tarde. Espero que se dirija a algún lugar que ya no haya sido
golpeado por Guerra.

Y espero que el pájaro en realidad llegue allí.

Vete, en silencio lo animo.

Tiene una oportunidad de pelear, realmente lo hace.

Pero luego veo a unos pocos arqueros en un tejado cercano. Veo a


esos soldados armar sus arcos y apuntar. Y luego los veo soltar sus
flechas. Debe haber una docena de ellos arqueando el cielo.

La mayoría falla al ave, pero una golpea a la criatura en el pecho.


Cae del cielo, y siento que mi esperanza se hunde con esa ave.

No habrá advertencias que transmitir, tal como no se nos advirtió.


Todos pelearemos y moriremos, y Guerra avanzará para destruir más
ciudades hasta que el mundo entero se haya desaparecido.

Estamos ante una extinción masiva, y no vamos a sobrevivir.


Capítulo 13
Traducido por Liliana

Es horrible. Las cosas que veo.

Los cuerpos, la sangre, la violencia innecesaria. Pero lo peor, lo


peor absoluto, son las caras de los civiles cuando pierden todo al mismo
tiempo.

Algunos de ellos ni siquiera corren. Ven destrozarse las vidas que


han construido para sí mismos, se paran en las calles y simplemente
lloran. Todas estas personas sobrevivieron a una guerra civil. Ya han
visto la destrucción y la violencia barrer una vez. Y por segunda vez,
tienen que soportarlo. Algunos simplemente se dan por vencidos. Si el
mundo es tan difícil de vivir, no vale la pena vivirlo.

Paseo por la ciudad en mi caballo, con el corazón en la garganta.

Los edificios están completamente envueltos en llamas. Peor aún,


resulta que Ashdod es una ciudad a la que las personas acudieron en
masa después de la Llegada, y los barrios de viviendas precarias que
paso parecen ser aún más inflamables que los edificios más antiguos.
No son más que un muro de llamas color rojo anaranjado; incluso el
suelo parece arder en estos barrios más nuevos y desesperados, y
puedo escuchar los horribles gritos de muerte de los atrapados en el
interior.

Detengo mi caballo, mis ojos recorriendo el paisaje. He estado tan


concentrada en luchar en el ejército de Guerra que he olvidado que
todavía puedo ayudar a la gente a vivir. ¿No es ese el objetivo final?
¿Sobrevivir a este apocalipsis?

Veo a una madre y a los dos niños que presiona cerca de ella, y
no puedo reaccionar. Eso podría haber sido yo y mi familia. Una vez fui
yo y mi familia.

Guío a mi caballo hacia ellos y bajo, manteniendo las riendas del


corcel en mi puño.

Los ojos de la mujer están cerrados, como si eso pudiera apagar


la pesadilla, y está callando a sus niños que lloran.
—Tienes que salir de la ciudad —le digo a ella. Cuando no
reacciona, agarro su brazo. Grita y se aleja—. Escúchame —le digo,
sacudiéndola un poco.

Sus ojos se abren ante el tono de mi voz.

—Llévate a tus hijos, sube a este caballo, y cabalga tan lejos y tan
rápido desde la ciudad como puedas. Creo que el ejército se está
dirigiendo hacia la costa, así que dirígete en cualquier dirección que no
sea esa.

Ella me da un asentimiento tembloroso.

—Debería haber algo de comida y agua en las alforjas. No mucho,


pero lo suficiente para mantenerte por un rato. No te detengas, no hasta
que estés lejos, muy lejos.

Cuando no se mueve de inmediato, sacudo la cabeza hacia el


caballo, que está cada vez más agitado por la violencia que nos rodea.

—Date prisa, antes de que nos maten a todos.

La mujer parece salir de cualquier hechizo bajo el que estuviera,


apurándose a sí misma y a sus hijos hacia el caballo. Rápidamente la
ayudo a ella ya sus hijos a subir, y luego le doy las riendas.

—Mantente a salvo —le digo, haciendo eco de las palabras de


Guerra.

Con eso, golpea los costados del caballo y Trueno —o quien sea
ese caballo— despega. Los miro por varios segundos, observándolos
alejarse. Tengo la terrible sensación de que no están mejor que ese
pájaro que escapó de los aviarios. Que dentro de una milla o dos,
también serán derribados.

Espero que no. No puedo soportar la idea de que esa familia se


haya separado como la mía.

Los sonidos de la guerra se filtran, el griterío, los chillidos, el


llanto y, entre todo, la bofetada húmeda de cuerpos siendo rebanados.

Saco mi espada.

Sé valiente.

Me vuelvo justo cuando un hombre apunta el largo cañón de un


arma hacia mí. Al verlo, me paralizo.

Mi corazón está en mi garganta.


No he visto uno de esos en meses. Pero recuerdo las armas, y sé
cómo se ve la carne cuando una bala la atraviesa.

Veo al hombre en camisa blanca y pantalón de pijama.


Probablemente estaba durmiendo cuando llegamos, y ahora está
luchando por su vida. Hay salpicaduras de sangre en su camisa, y
mierda, realmente no quiero pelear con él, quiero ayudarlo.

—Por favor —digo levantando una mano para aplacarlo—. No voy


a…

No veo mover el dedo del hombre, pero escucho el disparo de la


pistola. Los gritos de metal como parte de la pistola explotan, volando
hacia el rostro del dueño.

Al verlo, me cubro la boca con el dorso de la mano, forzando mi


náusea.

Es por eso que las personas dejaron de usar armas. En estos


días, las armas de fuego tenían la mala costumbre de atascarse. Tenías
más probabilidades de matarte que de acabar con un enemigo.

Solo tengo unos segundos para procesar el hecho de que el


hombre está muerto y yo no antes ser arrastrada en la marea de la
pelea.

Durante las siguientes horas, hay otros que ayudo en el combate


cuerpo a cuerpo. No estoy completamente segura de que haga una gran
diferencia. Quiero seguir salvando a personas inocentes, y lo haré, pero
es difícil ver el punto cuando están tan abrumados por los soldados. Es
el ejército de Guerra el que realmente necesita ser detenido.

Los carros del ejército recorren la ciudad y soldados saqueando


los cargan con mercancías. Sacos de granos, jarras de agua y cualquier
espíritu que puedan tener en sus manos. Frutas secas, nueces,
animales de granja, que pronto serán sacrificados porque los pollos y
las cabras no viajan bien.

Lo que no está siendo saqueado está siendo quemado hasta los


cimientos. La ciudad entera parece estar en llamas.

Delante de mí, mis ojos se posan en un soldado muerto, un arco y


carcaj prácticamente lleno aún atado a su espalda.

Miro fijamente los objetos durante varios segundos. El arco es


grande, hecho para la estatura de un hombre, y el agarre no será
familiar, pero ahí está. Soy mucho mejor con un arco y una flecha que
con una espada. Y un arma como esa me daría la habilidad de herir a
los enemigos de manera encubierta.

Sin otro momento de vacilación, corro hacia allí, esquivando y


desviándome para evitar las batallas que se libran en la calle.

Me pongo de rodillas al lado del hombre caído. Su sangre corre


como un río de una herida en la cabeza. Intento no mirarlo más de
cerca cuando empiezo a quitar el arco y carcaj de su cuerpo.

Tengo el arco sobre mi hombro cuando una mujer a caballo carga


por la calle, y tengo que rodar para que su corcel no me pisotee. Un
momento después, estoy de vuelta al lado del hombre, arrastrando su
carcaj de su cuerpo, las flechas sonando dentro de él.

¡Lo tengo!

El carcaj está preparado para un torso mucho más grande y el


arco es pesado y extraño en mi mano, ¡pero los tengo a ambos!

Ahora corro, mis ojos escudriñando las calles en busca de un


buen edificio para sentarme dentro. No hay mucho para elegir,
considerando que la mayor parte de la ciudad está ardiendo, pero veo
algunos edificios que están resistiendo las llamas.

Corro por uno de ellos, una estructura de tres pisos que una vez
debió tener oficinas o apartamentos. Encontrando el hueco de la
escalera, tomo los escalones de dos en dos. El sudor gotea por mi piel, y
toso mientras respiro el aire lleno de humo.

En el tercer piso me dirijo a una de las habitaciones, que después


de todo no son oficinas, sino apartamentos. La familia dentro grita, y
una mujer mayor intenta golpearme la cabeza con una olla.

—¡Caray! ¡Me voy!

Maldita sea.

Salgo y cierro la puerta detrás de mí.

—¡Cierra con llave la puerta la próxima vez! —grito a través de


las paredes.

Es probable que la puerta no tenga cerradura, zopenca.

Trotando a la puerta de al lado, entro al apartamento, esta vez un


poco más cautelosa. Pero el lugar está vacío. Me dirijo a la ventana y,
agarrando una jarra cercana, aplasto el cristal.
Golpeando los fragmentos restantes, agarro una flecha y la coloco
contra el arco. Y luego cazo.

En las calles debajo de mí, los soldados de Guerra están


causando el caos. Apunto mi flecha hacia una mujer que pasa su
cuchillo por el vientre de otra mujer.

Por favor no falles.

Tomo una respiración constante y luego suelto la flecha.

Fallo por un metro.

Poniendo otra flecha en el arco, apunto de nuevo, esta vez


corrigiendo la distancia. Tirando de la cuerda del arco hacia atrás,
suelto la flecha.

No escucho el nauseabundo golpe que golpea el estómago de la


mujer, pero veo que la flecha la atraviesa. Es una herida a la que podría
sobrevivir, pero no me molesto en seguirla porque a diez metros de la
calle, un hombre está tratando de bajar los pantalones de una mujer.

Podría darle a ella...

El pensamiento no me impide apuntar y disparar. El cuerpo del


hombre retrocede cuando la flecha lo golpea justo debajo del corazón.
Se tambalea hacia adelante, hacia la mujer que grita. Ella empuja su
cuerpo lejos y corre, sin mirar atrás para ver de dónde viene la
liberación.

Sigo disparando desde mi posición hasta que me quedo sin


flechas.

Dejo mi punto de visión, dirigiéndome a la parte trasera del


edificio. Voy saliendo por la entrada principal cuando Guerra pisotea la
calle con su espada ensangrentada. Las personas están gritando y
dispersándose.

Otra pistola se dispara. No tengo tiempo para ver al tirador o me


sorprende el hecho de que el arma de fuego realmente funcione. Estoy
demasiado ocupada viendo a Guerra mientras el disparo lo golpea. Su
cuerpo se sacude hacia atrás, la fuerza del golpe arrojando esa montaña
de hombre fuera de su corcel. Su caballo continúa cargando hacia
adelante, dejándolo atrás.

El jinete yace inmóvil en el suelo, esos rizos dorados opacos a la


luz brumosa.
¿Está muerto? Dijo que podía morir.

Mi piel se estremece de forma extraña ante el pensamiento. Sea lo


que sea lo que siento, la emoción está más en conflicto de lo que
debería estar.

Guerra comienza a moverse, y mis pensamientos se desvanecen.


Se empuja del suelo sin ayuda, levantándose una vez más. Una sonrisa
maliciosa se extiende por su rostro.

Ahora, me vuelvo para mirar a la mujer que sostiene el arma. Su


mano es firme, aunque sus ojos están muy abiertos. Ella es un poco
mayor que yo, y el hiyab que lleva se levanta en la brisa mientras
apunta el arma en Guerra. Y luego reanuda apretando el gatillo.

Las balas iluminan el cuerpo de él, sacudiendo su figura hacia la


izquierda y hacia la derecha mientras avanza. Abre los brazos y se ríe
como un maldito bastardo mientras los disparos perforan su armadura
y se hunden en la piel. Su sangre gotea en gruesos riachuelos de las
heridas, deslizándose por su cuerpo.

Lo miro con horror.

Dios mío, realmente no puede morir.

La mujer dispara hasta que su pistola hace clic. Guerra se ríe a


carcajadas, y sus ojos son tan, tan violentos.

Sin pensarlo, cruzo la calle, corriendo frente a la mujer,


bloqueándola del jinete.

Los ojos de Guerra se posan en mí. Hay un momento de sorpresa;


esta es la primera vez desde que comenzó la batalla que tropezamos
uno con el otro. Pero su sorpresa se marchita rápidamente, y sus ojos
se estrechan.

—No te interpongas entre nosotros, esposa —dice, sin molestarse


en hablar en lenguas. Su voz gutural me atraviesa como un viento frío.

—No voy a dejar que la mates. —No sé lo que pensaba la mujer,


pero es mejor que desaparezca rápido.

—Miriam. —La voz de Guerra es tan grave como la he


escuchado—. Muévete.

Sé valiente.

—No.
El jinete me examina, sus heridas todavía lloran sangre.

—Hay miles de inocentes en este pueblo. Ella no es una de ellos.


No desperdicies tu misericordia.

Cuadro los hombros.

—No me moveré.

Guerra se me acerca y recuerdo de por qué es tan terriblemente


aterrador. Mide más de dos metros de altura y casi cada centímetro
cuadrado está cubierto de sangre.

—Estás jugando un juego peligroso, esposa —dice, con la voz


baja.

Creo que se supone que es una amenaza, pero siento esa voz baja
en mi estómago, y me recuerda de nuevo el beso del jinete.

—No considero que la vida y la muerte sean un juego. Perdónala.

—¿Y que intente matarme de nuevo? —dice—. Eso es una locura,


mujer.

Mientras dice esto, escucho un tintineante tintineo. Miro hacia


abajo justo a tiempo para ver una ensangrentada bala pasando a lo
largo del camino.

Eso... salió de él.

Santas bolas.

—¿Qué daño haría? Perdónala —insisto de nuevo.

—Ella simplemente te agrada porque intentó matarme —dice él,


mirándome.

Tal vez.

—Es valiente.

Él mira por encima de mi hombro a la mujer, con una mueca en


su rostro.

—Ella causará problemas.

Pero en realidad él está considerando esto.

Presiono mi ventaja.

—Dale una tarea útil, haz que cocine cosas o maneje cosas.
La batalla aún se está gestando a nuestro alrededor, y cada
segundo que supera las probabilidades de supervivencia de esta mujer
se hacen cada vez más pequeñas.

Guerra la mira fijamente durante un tiempo increíblemente largo.


Su labio superior se riza.

—Esto es una pérdida de mi tiempo —dice—. Por el bien de tu


suave corazón, la dejaré vivir… por ahora.

Le silba a un soldado cercano y lo llama. El hombre corre al lado


de Guerra. Inclinándose cerca, el jinete le susurra algo al soldado. El
hombre asiente en respuesta, luego se aleja.

Miro detrás de mí. La mujer todavía está parada en medio del


camino, aunque en algún momento consiguió un cuchillo.

¿Por qué no corriste cuando tuviste la oportunidad? Quiero


preguntarle.

Cambia su peso de un pie a otro, sus ojos van hacia mí, luego a
Guerra y al soldado. Tiene una enojada y desesperada mirada sobre
ella.

El hombre se aleja de Guerra, caminando hacia la mujer.

—¿Qué está haciendo? —le pregunto a Guerra, alarmada.

El labio superior del jinete se levanta.

—Perdonándola —dice, con una nota de disgusto en su voz.

La mujer levanta su arma cuando el soldado se acerca, pero el


hombre fácilmente quita la navaja y la agarra por el hombro. Tan
pronto como el soldado la toca, ella enloquece, arañando, pateando y
gritando.

Apretando los dientes, el soldado comienza a explicarle a ella,


gesticulando primero al jinete y a mí, y luego a un caballo cercano. Lo
que sea que el soldado le esté diciendo, está causando que ella coopere
lenta y reticentemente.

Un minuto después, lleva a la mujer a un caballo cercano y la


ayuda a subir a la silla, murmurando en voz baja para ella.

—¿Estás seguro de que no solo va a cortarle la garganta en el


momento en que estemos fuera su vista? —le pregunto a Guerra
mientras miro a ambos. Ni siquiera sé por qué estoy tan comprometida
en esto. Tal vez sea simplemente porque la mujer hirió a Guerra.

—No —responde mientras el soldado y la mujer se alejan—. No lo


estoy. Los corazones de los hombres son volubles y crueles.

Le doy una mirada justo cuando otra bala sale de su armadura,


chocando contra el suelo.

El jinete se acerca y, sin previo aviso, me toma la parte de atrás


de la cabeza y me jala para darme un salvaje beso. El mundo gira sobre
su cabeza, pero en el momento en que los labios de Guerra tocan los
míos, el ciclón parece detenerse.

No hay más batalla, ni más muerte ni violencia, ni más cielo


enfrentado contra la tierra. Solo somos él y yo.

Sabe a humo y acero, y mis labios responden a los suyos, tal


como lo hicieron anoche. Parece que no puedo no besarlo, incluso
cuando representa todo contra lo que estoy luchando.

Su boca recorre la mía una y otra vez y...

Guerra se aleja del beso y el mundo vuelve a entrar.

Miro fijamente al jinete, aturdida, mientras se aleja, sus ojos


cubiertos de kohl se fijan en los míos.

—¡Deimos! —grita, sin apartar la vista de mí.

El corcel de Guerra se acerca galopando como si hubiera estado


esperando la orden.

El jinete monta a la bestia mientras yo estoy allí, preguntándome


qué demonios estaba pensando justo ahora cuando le devolví el beso.

Guerra no dice nada más. Con una última mirada a mí, regresa a
la refriega.

Para el momento que la batalla está terminada, no queda nadie.

Las calles están llenas de muertos y moribundos. Los edificios


son cenizas y escombros. El cielo una vez azul ahora es un marrón
rojizo y la ceniza se desplaza hacia abajo como la nieve.
Se han llevado a los cautivos, y el resto de nosotros nos estamos
volviendo a filtrar por el camino que vinimos.

Mis manos tiemblan de dolor, agotamiento, hambre y un


profundo sentido de injusticia. Lo que sucedió hoy no estuvo bien.

Me tropiezo con el jinete de nuevo cuando salgo de la ciudad.

Guerra está de pie en una encrucijada, de espaldas a mí, un


campo de cuerpos esparcidos a su alrededor. Está salpicado de sangre,
observando con calma la destrucción.

Él no puede ser algo santo. No puede. Nada puro puede ser


responsable de un dolor como este.

Pero luego se vuelve, y sus ojos se encuentran con los míos.


Debajo de la sed de sangre, hay un peso y una resolución en su mirada.
Y si me quedo mirando el tiempo suficiente, incluso podría decir que se
ve un poco agobiado.

Alejo la mirada antes de que eso pueda suceder.

Continúo caminando, bordeando los cuerpos y paso delante de él


como si fuera invisible.

Ni dos minutos después, escucho galopar detrás de mí. Me doy la


vuelta justo a tiempo para ver al jinete a horcajadas en su caballo de
guerra, Deimos, los dos dirigiéndose directamente hacia mí.

Guerra se inclina fuera de su silla de montar, su brazo extendido.


Empiezo a apartarme del camino, pero Guerra simplemente ajusta su
trayectoria para que todavía se esté acercando a mí. La distancia se
cierra entre nosotros: diez metros, cinco, dos.

Su brazo se estrella contra mi cintura, sacándome del suelo. Mi


aliento me deja de golpe cuando me arrastra hacia su caballo. Jadeo
por aire mientras Guerra asegura mi espalda frente a él.

—La próxima vez, me esperarás —me dice al oído.

Improbable.

Le frunzo el ceño por encima del hombro mientras me saca de la


ciudad, odiando estar presionada tan cerca de él.

Una vez que he tomado algunas respiraciones profundas, digo:

—Me hiciste matar hoy. —Ellos eran sus soldados, pero aun así.
No estuvo bien, nada de eso estuvo bien.

Guerra no responde.

Por supuesto que no lo hace.

El corcel del jinete se ralentiza cuando nos reunimos con el


último ejército, que se ha reunido en el borde de Ashdod. No sé por qué
los soldados de Guerra se han detenido aquí, en lugar de regresar al
campamento, o por qué Guerra se detiene con ellos.

Deimos se detiene y, tan pronto como lo hace, me deslizo fuera


del corcel. Guerra me deja ir, y eso en sí mismo debería haberme
avisado de que algo extraño estaba sucediendo.

Siento que la mirada del jinete arde en mi espalda mientras me


abro paso entre la multitud de soldados reunidos. Las personas a mi
alrededor miran a su señor de la guerra como si hubieran estado
esperando un anuncio.

Los jinetes fobos de Guerra se esparcen a su alrededor, el grupo


de ellos sigue sobre sus caballos. Miro a estos hombres estoicos,
montados, cada uno con una banda roja en su bíceps. Al igual que
Guerra, muchos de ellos usan kohl para oscurecer sus ojos.

Un silencio cae sobre la multitud, y mi piel me pica ante el


silencio. Todos los ojos están todavía en Guerra.

¿Qué está pasando?

Sin decir palabra, el jinete alcanza las ruinas de Ashdod, con la


palma de la mano hacia arriba. Su brazo comienza a temblar, sus
músculos se tensan bajo su armadura. Lentamente, levanta el brazo,
cada vez más alto como si levantara una gran carga.

Miro alrededor de mí de nuevo a todas las caras embelesadas.

De acuerdo, en serio, ¿qué diablos está pasando?

Durante un largo minuto, todo está en silencio, todo está quieto.

Entonces, lo siento a mis pies.

La tierra comienza a temblar. Es sutil al principio, casi creo que


es mi imaginación, pero continúa intensificándose hasta que mis
piernas vibran. Guijarros se escabullen por el suelo y la tierra. Mientras
tanto, Guerra se sienta en su corcel, con el brazo levantado y sus
facciones serenas.
Un escalofrío me recorre la espalda. Algo está sucediendo, algo...

A nuestro alrededor, la tierra comienza a dividirse. Las personas


saltan o tropiezan a medida que el suelo alrededor de ellas se separa.

Y entonces…

El suelo se está moviendo. No solo abriendo, sino moviéndose.


Parece vivo y no puedo entender lo que estoy viendo… hasta que, eso
es, una mano desecada se eleva del suelo.

—Querido Dios —exhalo.

De la tierra, resucitan los muertos.


Capítulo 14
Traducido por 3lik@

Las historias eran ciertas. Las del este. Acerca del este.

Mis ojos escudriñan el paisaje plano. Por todas partes mis ojos
aterrizan, los muertos se están levantando. Hay docenas y docenas de
ellos. El suelo debajo de mis pies, sin saberlo, estaba salpicado de
tumbas sin marcas, y de ellas, las ya desaparecidas están volviendo a la
vida.

Algunos de ellos no son más que esqueletos; otros aún tienen


trozos de carne adheridos a sus cuerpos desecados.

Tan pronto como se levantan, los muertos se vuelven hacia


Ashdod.

Nos toma menos de un minuto escuchar los gritos distantes.

Querido Dios. Todavía había gente viva en la ciudad. Solo ahora,


al escuchar esos gritos...

La horrible, inquietante verdad se hunde, y se paraliza.

Los muertos están matando al último de los vivos. Por eso no


escuché más que rumores sobre las ciudades que fueron a la tumba.
Guerra no dejó sobrevivientes, y sin ellos, no había manera de advertir
al resto del mundo que el jinete venía.

Me abro camino hacia el frente del grupo, justo al lado de los


jinetes fobos. Delante de mí puedo ver el camino hacia Ashdod. Mis
piernas casi se doblan cuando miro hacia la ciudad en llamas ahora
plagada de muertos vivientes.

Mi mirada regresa a Guerra, con su brazo extendido.

Él está haciendo esto. Sin ayuda.

Sin pensarlo, mis pies me están moviendo hacia adelante, hacia


él.

Un jinete fobos montado me bloquea el camino.


—Nadie molesta al señor de la guerra.

Guerra gira entonces, sus ojos se llenan de oscuro intento. Él


baja su brazo, aunque los gritos no se detienen.

—Jehareh se hib’wa —dice.

Déjala pasar.

Empujo más allá del jinete, sintiendo la mirada del jinete sobre
mí.

—Detén esto —le digo cuando llego a él.

Me mira fijamente durante mucho tiempo, su cara ilegible. Luego,


muy deliberadamente, se da la vuelta y enfrenta a la ciudad.

Ahí está mi respuesta. Está escrito en cada línea de su cuerpo.

No.

—Basta —digo más fuerte—. Por favor. Esto no es guerra.

Esto es erradicación.

—Esta es la voluntad de Dios —dice el jinete, su voz retumbando.

Estoy forzada a esperar hasta que se termine. Es


deprimentemente rápido. Por lo que se oye, no hay victorias contra los
muertos. Si tu oponente no puede morir, entonces realmente no puede
ser detenido.

En algún momento, los gritos comienzan a disminuir. Ya no es un


coro de gritos distantes sino un susurro. Y entonces eso, también, se ha
ido.

Poco después de que los gritos se desvanecen, algo a mi


alrededor... cambia. No puedo decir exactamente qué es, solo que el aire
parece más fácil de respirar. Tal vez sea la tensión colectiva de todos. La
multitud parece estar despertando ahora que el entretenimiento ha
terminado.

Guerra baja su mano y aleja a su caballo de la ciudad,


dirigiéndolo hacia mí.
Se detiene a mi lado, extendiendo una mano hacia mí. Es la
misma mano que usó para resucitar a los muertos.

—Aššatu —dice.

Esposa.

Está claro que quiere cargarme de nuevo sobre su caballo y


regresarme al campamento.

Me alejo de su mano, mis ojos se levantan para encontrarse con el


jinete.

—Te odio —digo suavemente, mi pulso palpitando en mis venas—.


Creo que te odio más de lo que nunca he odiado nada.

La actitud confiada de Guerra se desliza un poco ante mis


palabras. Juro por un momento que parece casi... incierto.

Me alejo de él entonces, y recibe el mensaje alto y claro, retirando


su mano. Permanece por varios segundos más, y una vez más, siento su
profunda duda. Por todo lo que supuestamente sabe de los humanos,
no parece saber cómo manejar nuestros estados de ánimo.

Finalmente, Guerra me da una última y pesada mirada, luego


dirige su caballo hacia el frente de la multitud. Supongo que pensó que
lo seguiría a pie junto al resto de los soldados, que ahora están detrás
de él.

Pero no.

Me quedo en su lugar, observándolos a todos retirarse por donde


vinieron.

Me giro y enfrento los ardientes restos de Ashdod. Me duele el


corazón al verlo. ¿Era así como se veía Jerusalén? Si pudiera pararme
en el Monte de los Olivos en este mismo momento y contemplar mi
ciudad natal, ¿parecería tan silencioso y quieto como Ashdod?

Doy unos pasos hacia la ciudad, el pensamiento me da


escalofríos.

Esta podría ser mi oportunidad de escapar. Sin duda, hay


bicicletas, botes, comida y todo tipo de recursos que quedan en la
ciudad. Podía armarme y equiparme e irme.
Echando un breve vistazo por encima de mi hombro, me aseguro
de que no haya soldados regresando por mí. Pero ninguno de los
hombres y mujeres echan ni un vistazo detrás de ellos.

¿Por qué nadie me detiene? El pensamiento preocupante revolotea


por mi mente solo por un segundo o dos antes de que me enfrente a
Ashdod nuevamente.

Doy unos pasos más hacia adelante. No importa, decido, soy yo


quien debe dejar de persistir si realmente quiero hacer esto.

Porque Guerra probablemente vendrá por mí, y solo puedo


imaginar su ira.

Con ese pensamiento escalofriante, empiezo a trotar hacia la


ciudad.
Capítulo 15
Traducido por Yiany

Ceniza se arremolina a lo largo de los caminos de Ashdod, y el


aire huele a humo y carne carbonizada.

Es como decían las historias que sería. Huesos en las calles,


cementerios labrados como campos. Solo ahora lo entiendo
completamente.

Me agacho y levanto un fémur, dejando el resto del esqueleto


donde yace en el camino.

Los muertos vinieron y arrasaron los últimos restos vivientes de la


ciudad, y luego, al parecer, volvieron a estar muertos. Un escalofrío me
invade cuando veo los cuerpos, algunos claramente murieron hoy, y
otros, como el esqueleto frente a mí, hace mucho que desaparecieron.

Ahora a encontrar una bicicleta.

Empiezo a recorrer las calles en busca de bicicletas dejadas por


ahí, tratando de no asustarme por el silencio antinatural.

Estoy tan perdida en mi propia búsqueda que casi pierdo las


pisadas suaves en mi espalda. Es casi demasiado tarde para cuando me
doy vuelta.

Un hombre enorme está a solo un par de metros de mí, y está


corriendo a toda velocidad, con una espada en la mano. Solo tengo unos
segundos para desenfundar mi propia arma.

Gira su espada por encima de mi cabeza, haciéndola caer sobre


mí, y gruño cuando bloqueo su ataque a toda prisa, su espada
encontrándose con la mía más corta. Tengo que sostener mi espada
prestada con ambas manos para mantenerlo a raya.

Miro fijamente a los ojos del hombre.

Santa mierda.
Son vidriosos como los de una muñeca y ligeramente nublados.
Pero lo peor de todo, no hay nada detrás de ellos. Sin inteligencia, sin
curiosidad, sin personalidad.

Realmente tenemos almas. Debemos hacerlo porque esa chispa de


vida se ha ido de la mirada de este hombre.

Levantando mi pie entre nosotros, lo pateo, comprándome unos


preciosos segundos.

Ahora que lo veo bien, sus ojos no son lo único malo en él. Su
torso está empapado en sangre de una herida que recibió en el
estómago, y su piel es de un color ceniciento.

Podría estar moviéndose y peleando, pero no tengo ninguna duda


que este hombre está bien y verdaderamente muerto.

Me las arreglo para dejar caer mi arco antes que ataque de nuevo.
Mis flechas se agitan en su carcaj cuando desvío otro golpe, y luego
otro.

Me siento como una idiota. Vine aquí suponiendo que


cualquier magia que Guerra usara en sus muertos, se terminó. Merezco
la muerte que probablemente obtendré por este tipo de mierda.

El hombre muerto sigue viniendo hacia mí, y es todo lo que puedo


hacer para desviar sus golpes.

Realmente espero que mi espada sea lo suficientemente afilada


para la carnicería que necesito hacer. Y tendrá que ser una carnicería.
Un golpe letal no detendrá este cadáver.

Agarro la muñeca del hombre, luego casi la suelto por el shock.


Su piel es solo un toque demasiado fría, y tiene algún otro elemento, tal
vez la carne es demasiado dura, o concede cuando no debería —no
sé, algo— es claramente anormal.

Un segundo después, bajo mi espada y comienzo a cortar su


muñeca. Mi agresor sacude su brazo, enviándome tropezando con él.

En un ataque de pánico desenvaino mi daga y lo apuñalo en los


ojos, haciendo una mueca mientras lo hago.

Si no puede verme, podría vivir.

Trato de recordar que el hombre se ha ido, que esto es solo una


marioneta que no puede sentir dolor. Y estoy bastante segura que la
criatura realmente no puede sentir nada porque en lugar de defenderse,
deja caer su espada y alcanza mi garganta.

Y ahora mi atacante ciego no necesita verme para matar mi


estúpido culo. Puede exprimir mi vida perfectamente bien sin sus ojos.

Así que empiezo a serruchar desesperadamente otra vez su


muñeca, y cuando eso no marca una diferencia notable, pongo uno de
mis pies contra su pecho y luego el otro.

Los puntos negros llenan mi visión.

Asfixia.

El agua se precipita en...

No, no, no. Eso no va a pasar de nuevo.

Con un impulso masivo, empujo mis pies contra el pecho del


hombre muerto, reclinándome contra su agarre.

Arranco el cuello de sus manos y caigo con fuerza al suelo,


asfixiándome por aire. Cuando se zambulle detrás de mí, me las arreglo
para alejarme justo a tiempo, con mis armas milagrosamente todavía en
la mano.

Agitada, me arrastro hasta pararme del suelo.

El hombre muerto está luchando para volver a ponerse de pie. No


puedo dejar que eso suceda.

Aprieto los ojos contra lo que estoy a punto de hacer, y luego


coloco mi espada en su cuello.

Mi espada corta su carne, y realmente no es tan afilada como


debería ser. Se requieren demasiados balanceos para separar su cabeza
de su cuerpo, y me avergüenza decir que, todo el tiempo, me estoy
mordiendo el labio para evitar gritar, en caso que haya más muertos
alrededor.

A la mierda este día y todas sus atrocidades.

Incluso después que me las arreglo para sacar la cabeza del


hombre de sus hombros, su cuerpo todavía se mueve. Sus brazos
todavía se agitan, sus piernas todavía patean; no ha perdido ninguna de
sus motivaciones.

Me alejo de él, luego tropiezo, aterrizando con fuerza en mi


trasero. Presiono el dorso de mi mano contra mi boca, conteniendo un
sollozo persistente que quiere abrirse camino. El cadáver se levanta,
balanceándose un poco ahora que su cabeza se ha ido.

Levántate, Miriam. Levántate antes que otra criatura te encuentre.

Me esfuerzo por ponerme de pie y retroceder, envainando mi


espada y mi daga. Mis ojos siguen volviendo a esa abominación, incluso
cuando me alejo de ella.

Y luego corro.

No sé cómo me encuentra el siguiente muerto viviente, solo que


no estoy fuera de la ciudad antes que otro está rompiendo hacia mí,
espada en mano.

Mierda.

Siempre había imaginado que los muertos vivientes se


arrastraban y cojeaban. Nunca imaginé que serían tan ágiles.

Entonces, nuevamente, a juzgar por el hombre masivo que se


dirige hacia mí, supongo que Guerra eligió solo a los muertos más
frescos y equipados para quedarse mientras el resto se pudrió.

Estos pocos muertos vivientes finales deben patrullar el área en


busca de las últimas personas vivas que se atrevan a moverse por la
ciudad.

Bombeo mis brazos y obligo a mis piernas a moverse más rápido,


aunque el peso de mi armamento me está frenando. No me atrevo a
dejar nada de esto. Me temo que lo voy a necesitar pronto.

La idea de escapar parece un sueño. He abandonado toda


esperanza de huir de Guerra y su ejército. Todo lo que quiero ahora es
volver al campamento con mi vida.

Consigo apenas una cuadra antes que el cadáver casi me alcance.


Me giro, desenvainando mi espada.

El hombre viene hacia mí como un tren de carga, balanceando su


arma con experiencia sobrenatural. El lado izquierdo de su cuerpo está
inundado de sangre. Aparte de eso, luce casi completamente intacto.

Me defiendo lo mejor que puedo, pero es implacable, incansable.


Balancea su espada una y otra vez, y con cada golpe que bloqueo,
siento que me debilito. A pesar de mi adrenalina anterior, el cansancio
se está acumulando. He estado luchando demasiado tiempo, y casi he
gastado lo último de mi energía.

El sonido de los cascos truena a mi espalda.

—¡Cesa! —Resuena la profunda voz de Guerra.

De inmediato, mi atacante cae al suelo, inanimado una vez más.


Los golpes de los cascos en mi espalda no disminuyen.

—¡Míriam! —ruge Guerra.

Me vuelvo para enfrentarlo, mi cuerpo entero sube y baja con mi


respiración trabajosa.

El guerrero inquebrantable ya no es estoico. Su rostro es una


máscara de furia.

El jinete está fuera de su montura en un movimiento fluido. Y


entonces está corriendo hacia mí.

—¿Qué diablos estás haciendo? —grita. Cuando llega a mí, agarra


la parte superior de mis brazos. A él obviamente no le importa que
todavía esté sosteniendo una espada.

Inhalo y exhalo, jadeando por aire. Miro hacia abajo al hombre


muerto a mis pies, y un escalofrío inesperado retuerce mi cuerpo.

Querido Dios, nunca he visto nada tan aterrador y antinatural en


toda mi vida. Y no podía ser detenido.

—Esta mañana te pedí que estuvieras a salvo, ¿y esto es lo que


haces? —exige Guerra—. ¿Has venido aquí buscando la muerte?

Todavía estoy tratando de recuperar el aliento. Todo lo que


consigo es un movimiento de mi cabeza. Ni siquiera sabía que todavía
había muertos vivientes patrullando estas calles en busca de
sobrevivientes. Por supuesto que no hubiera venido si lo hubiera
sabido.

—¡Podrían haberte matado! —dice con los ojos desorbitados.

Casi me mataron.

Guerra me libera para maldecir, pasando una mano por su boca y


mandíbula.
Respiro temblorosamente y me alejo de él, tratando de recuperar
la compostura y, lo que es más importante, no mearme.

—¿A dónde crees que vas? —La voz del jinete está más calmada
ahora, más bajo control.

Aun así, no respondo.

Delante de mí, uno de los muertos comienza a temblar. Entonces,


como una marioneta, el hombre se levanta. Es uno de los grotescos
muertos, la mitad de su rostro fue golpeado. Se acerca a mí, y ahora me
detengo, mi mano apretando instintivamente mi espada.

Pero la criatura no ataca. No es que lo necesite. Todo lo que tiene


que hacer es caminar hacia mí, y ahora estoy retrocediendo,
retrocediendo hasta que me topo con la dura y cálida carne.

Las manos de Guerra se cierran sobre la parte superior de mis


brazos y me atan en mi lugar una vez más. Delante de mí, el hombre
muerto cae al suelo.

—Me responderás —dice el jinete—. Y no te irás.

Mi ira aumenta, llenándome como un veneno en mis venas. Giro


alrededor de los brazos de Guerra para poder enfrentarlo.

Quiero decirle de nuevo lo mucho que lo odio, lo repulsivo que es


para mí, pero una mirada a los ojos del jinete, y lo sabe. No sé si le
importa, pero al menos lo sabe.

—¿Por qué? —digo en su lugar—. ¿Por qué tuviste que matar


a todos?

Ahora es su turno de no responder.

—¿Por qué? —repito, más insistente.

El labio superior de Guerra está rizado, su rostro sombrío. No


responde.

Todavía mantiene cautivos mis brazos, pero eso no me impide


empujarlo.

—¿Por qué? —repito. Otro empuje—. ¿Por qué? —Otro. Y otro—.


¿Por qué, por qué, por qué?

Lo pido como un canto y lo empujo una y otra vez. El jinete ni


siquiera se mueve. Bien podría estar empujando una roca.
Ahora vienen las lágrimas y estoy enojada y triste y me siento tan,
tan indefensa.

Guerra me atrae hacia él, recogiéndome en sus brazos. Y solo lo


dejo. Mi cuerpo se hunde contra el suyo, estúpidamente aliviado por el
abrazo. Lloro contra su hombro y él me deja y, de alguna manera, eso
hace que toda esta prueba sea aún más horrible.

Su mano recorre mi cabello una y otra vez.

En algún momento enfunda mi espada y luego me levanta. No me


molesto en pelear con él. Sería tan útil como lo fueron mis anteriores
empujones.

En silencio, Guerra me acomoda en Deimos, girando un momento


después. Me mantiene cerca de él mientras salimos de esa ciudad.

—Siento que te deslizas entre mis dedos como granos de arena,


Míriam —me dice Guerra al oído—. Dime lo que he hecho mal.

—Todo —digo con cansancio.

Me obliga a mirarlo.

—Los corazones humanos pueden ser arreglados —dice, como si


fuera yo quién tiene que cambiar la perspectiva.

—¿Puede el tuyo? —pregunto.

Busca en mi cara.

—¿Eso hará que me odies menos?

—No lo sé.

—No te perderé —dice Guerra, con una promesa en su voz—. Te


perdoné ese día en Jerusalén porque eras mía. Y tengo la intención de
mantenerlo así, sin importar el costo.

Para cuando volvemos al campamento, ha caído la noche. El


humo de los últimos incendios en Ashdod oscurece las estrellas. Es
mejor así. Odiaría que los cielos vieran todas las cosas horribles que
nos hemos hecho unos a otros.
Tan pronto como Guerra detiene su caballo, desmonto de Deimos.
Una vez que mis pies tocan el suelo, me detengo.

Estoy lista para alejarme y descartar completamente a Guerra,


pero hay algo que debería saber.

Volviéndome hacia él, digo:

—Encontré la foto de mi familia. La que estaba dentro de mi bolsa


de herramientas.

El jinete me mira fijamente, sin emociones.

—Estaba absurdamente agradecida contigo, sabes —continúo—.


Por un momento allí, cuando sostuve esa foto, quise volver a esas dos
noches que estuvimos juntos. Quería revivirlos de otra manera. Mejor.

Lo dejo con eso.

Puedo sentir la intensa mirada de Guerra sobre mí mientras me


alejo, pero aquí no hay ningún muerto con el que pueda detenerme. O
tal vez haya terminado de encerrarme. De cualquier manera, me deja ir,
y me quedo para lidiar con mi dolor y mi horror a solas.
Capítulo 16
Traducido por Mary Rhysand

Soy distraída de la caminata a mi tienda cuando paso a un


cúmulo de mujeres, Tamar y Fatimah junto con ellas. En el centro del
grupo está la mujer que salvé antes, la que le disparó a Guerra
repetidas veces.

Se encuentra de pie enfrente de una de las tiendas, rodeada por


los mismos rostros que me dieron la bienvenida a mí. Sus pantalones
están manchados de sangre, y su hijab está ligeramente torcido,
revelando lo más mínimo de cabello negro. Se abraza a sí misma,
luciendo completamente miserable.

Voy hacia el grupo, llevada por la curiosidad y un profundo


sentimiento de un propósito compartido.

Los ojos de la mujer encuentran los míos mientras me uno al


grupo; reconocimiento destella en sus ojos.

—Eres la que me salvó —dice. No puedo decir si está agradecida


por ello, o si quiere comerme viva por ello.

—¿Cómo vas? —pregunto cuidadosamente.

Traga, sus ojos parpadeando lejos.

Correcto.

Le doy una breve sonrisa.

—Soy Miriam.

—Zara —dice.

Mis ojos se mueven a las mujeres a nuestro alrededor.

—Puedo hacerme caso desde aquí —les digo.

Están lo suficientemente feliz para seguir. Hay otras nuevas


reclutas que necesitan su atención.

Una vez que estamos a solas, mi mirada regresa a Zara.


—Así que juraste alianza.

No es como yo, me doy cuenta.

Más temprano, todo lo que vi fue nuestras similitudes, pero


después de la batalla en Jerusalén, la batalla me había dejado. Si no
hubiera sido salvada por Guerra, mi cuerpo sería comido para los
cuervos ahora.

Pero no Zara.

Ella peleó contra el jinete y tal vez en ese entonces quería morir,
peor cuando los soldados la alinearon y le pidieron su alianza, la dio.
Ella quería vivir.

Suspira.

—Sí. —Patea la tierra bajo sus botas.

Cuando me mira de nuevo, veo todas esas muertes que ha


evidenciado. Tuvo que observar, al igual que yo, cómo sus vecinos y
amigos eran asesinados. Y luego tuvo que pararse en la línea y ver cómo
los asesinaban de nuevo.

—¿Y esta es tu tienda? —pregunto, asintiendo hacia el hogar a su


espalda.

—No es mía.

Cierto. Es la tienda de alguna mujer muerta.

Alzo una ceja.

—¿Qué heredaste?

—¿A qué te refieres? —pregunta.

Moviéndome alrededor de ella, aparto una solapa y miro dentro de


su tienda.

—Brazaletes, un cepillo de dientes, un periódico, y algo de


sombras para los ojos. —Enlisto los artículos que veo. Al menos la
sábana doblada que descansa en su cama luce nueva.

—No quiero nada de esas cosas —dice Zara con vehemencia.

Jodidamente no te culpo.

—No tienes que conservar nada de eso.


Me mira tristemente.

—¿Qué pasa ahora?

Dejando caer la solapa de la tienda, encuentro su mirada


renuentemente.

—¿Quieres que te diga lo que te gustaría oír, o quieres que te diga


la verdad?

Aprieta su mandíbula.

—La verdad.

Le doy una mirada triste.

—Serás forzada a celebrar la masacre de tu ciudad con el resto


del campamento. —Ya puedo escuchar la horda reuniéndose en el claro
central. Los tambores no han empezado aún, pero pronto lo harán.

Exhalo.

—Después de la celebración, irás a la cama y despertarás en esa


tienda mañana y te darás cuenta que no fue solo una pesadilla después
de todo. Que esta es tu vida. Dependerá de ti lo que haces de ella. Pero
el dolor no parará. Guerra y sus mejores peleadores atacarán las
ciudades aledañas en los próximos días, y matarán a todo el mundo, y
tú no serás capaz de detenerlo.

—Bastardos —jura.

—Y luego te darán un trabajo, ya sea como soldado o como una


cocinera o como algo más, y eso será lo que harás aquí.

—¿Y si no lo hago? —desafía.

Ambas ya sabemos la respuesta a esa pregunta.

—Entonces es probable que mueras.

Zara me mira.

—Tú no has muerto aún.

Puedo decir que está recordando los hechos anteriores, cuando


detuve que Guerra la matara, pero todo lo que recuerdo es el
sentimiento de esas manos del muerto viviente en mi garganta,
ahogándome la vida.

Le doy a Zara una larga mirada.


—Aún.

Para el momento que el sol se está poniendo, los tambores de


guerra han empezado. Puedo oler los preciados animales de alguien
chisporroteando sobre un asador, y la gente está constantemente
corriendo hacia el centro del campamento, charlando ociosamente,
como si no hubiéramos masacrado a una ciudad. Las antorchas ya se
han encendido y la gente se ha puesto el atuendo del festival.

Me dirijo hacia el claro, llevada por el hambre. Ahora que la


adrenalina se ha disipado, mi estómago vacío está retumbando.

Me deslizo en la línea de comida, y mientras espero, estudio la


multitud. Esta noche, veo algo que no había visto antes. Tantos rostros
sostienen un borde desesperado en ellos. Sonríen y actúan normal pero
hay una mirada acechante y vacía en sus ojos que no había notado
antes.

Fue un movimiento de mierda de mi parte el asumir que estas


personas no estaban igual de asustadas e indefensas que yo. Ellos
están petrificados. Todos lo estamos: yo, Zara, y todos los demás.

Y tenemos buenas razones para estarlo.

A través del clamor de la multitud, veo a Guerra sentado en su


trono, reclinado hacia un lado mientras un jinete fobos charla con él.

Todas mis emociones tempranas regresan. Él saqueó una ciudad,


luego levantó a los muertos para eliminar los restos de ella.

Y luego me salvó de sus abominaciones siniestras.

El jinete se frota la parte inferior de la cadera mientras escucha al


otro jinete, sus ojos delineados de kohl se ven tan oscuros como hoyos.

Girando lejos de él, agarro dos platos de comida y dos bebidas y


me dirijo de vuelta a los cuarteles de las mujeres. Las antorchas arden
bajo aquí.

—Toc, toc —digo cuando llego a la tienda de Zara.

No me molesto en esperar a que responda antes de lanzarme


dentro. Recuerdo cuan poca energía tenía para necesidades o algo más
el día que llegué.
Zara está usando lo que queda de maquillaje de la antigua dueña
para dibujar imágenes en el suelo, a pesar de la poca luz, es difícil
discernir exactamente qué son esas imágenes.

Le tiendo un plato de comida.

Deja de dibujar para tomarlo.

—Gracias —dice—. Eso fue amable de tu parte.

—También te traje algo de vino, pero… —Le doy una mirada


significativa a su pañuelo—, no sé si lo quieres.

Lo toma de igual forma y lo coloca a un lado de su plato. Su


mirada se mueve de la comida a mi rostro. Me estudia un poco.

—¿Por qué estás siendo amable conmigo?

Sí, por qué.

Tomo un sorbo de mi propia copa de vino y me siento a su lado.


No me molesto en preguntarle si debo irme. Probablemente debería, y
también sé que nosotras dos seríamos más miserables por ello.

—Porque lo vales. Y además, lograste dispararle a Guerra, y estoy


un poco celosa por ello.

Zara me da una pequeña sonrisa, pero rápidamente cae cuando


los vítores surgen de las festividades.

—¿Por qué están felices? —pregunta, escuchando los sonidos.

—Maldición si lo sé. —Tomo otro sorbo de mi copa.

Puedo sentir su mirada en mí, sopesando mis palabras.

—¿Qué? —digo finalmente.

—¿Si los odias tanto por qué estás peleando con ellos?

La miro, bajando mi trago.

—¿Por qué elegiste alianza sobre muerte? —pregunto.

No dice nada ante eso. No hay nada que decir. Todo es tan
complicado.

Muevo el líquido en mi copa.

—He estado luchando —admito—, pero he estado apuntando al


ejército de los jinetes, no a los civiles.
Zara me da una mirada afilada.

—¿Puedes hacer eso? —Se ve intrigada.

—No con impunidad, no. —Eventualmente, alguien me atrapará y


tendré que enfrentar las consecuencias de matar al ejército de Guerra.
Realmente no gustan de los traidores aquí.

—¿Pero no has sido castiga por ello? —presiona Zara.

Dudo.

—No aún. —Ahí está de nuevo, esa palabra: aún. Porque es


inevitable que algo malo nos pasará a todos nosotros.

Nos quedamos en silencio por un momento, pero eventualmente,


tengo que preguntar:

—¿De dónde, en el nombre de Dios, sacaste el coraje para


disparar un arma?

No puedo decir si Zara está sonriendo o frunciéndome el ceño.

—No tenía mucho que perder, y estaba tan enojada. Tan pero tan
enojada. Aún lo estoy. Solo agarré el arma de mi familia y le disparé al
imbécil.

Familia.

Oh Dios. Siento el horror correr a través de mí. Por supuesto que


tenía familia. Y ahora me pregunto qué vio ella antes de recoger el arma
de fuego y decidir: a la mierda, me arriesgaré.

—¿Cómo detuviste al jinete de asesinarme? —pregunta Zara


luego.

Es una pregunta tan razonable, pero hay tanto de esa pregunta


que no quiero contestar.

—Le pedí que te salvara —digo, agradecida de que la oscuridad no


muestre mi rostro.

Hay una pausa. Luego Zara dice:

—Eso no es lo que estoy preguntado.

Lo sé. Lo que quiere saber es por qué Guerra me escucharía en lo


absoluto.
Me llevo la bebida a los labios y trago casi todo el contenido,
estremeciéndome ante el gusto.

Solo dile.

—Él cree que soy su esposa.

Más silencio.

—¿Qué se supone que significa eso? —dice Zara eventualmente.

—Creo que puede significar eventualmente… —Mi boca se seca—,


sexo, pero por ahora, es un título vacío.

Pienso en las veces en que el jinete y yo nos hemos besado, y


estoy en un conflicto. Uno muy grande.

Indudablemente, Zara queda en silencio, porque no tengo sentido.


Uno debería estar casado o no, tener o no tener sexo. Todo lo demás
merece una larga explicación.

Una que no estoy lista para dar, parcialmente porque ni yo


entiendo mucho la situación.

—¿Entonces tienes algo de poder sobre él? —dice Zara


eventualmente.

¿Poder?

Reflexiono sobre eso.

—Tal vez para incidentes aislados, como salvarte la vida, pero no,
es bastante inflexible cuando se trata de matarnos a todos.

—¿Has tratado de convencerlo de que pare?

Le doy a Zara una mirada que estoy segura no puede ver en la


oscuridad.

—Por supuesto que sí.

No es suficiente, dice esa pequeña molesta voz en mi cabeza.


Intenta de nuevo. Y de nuevo. E intenta más duro.

Zara exhala.

—¿Por qué está haciendo esto?

—Porque su Dios se lo dijo, o alguna mierda como esa.

—¿No crees en su Dios? —pregunta, sonando sorprendida.


Mis ojos se mueven al pañuelo de Zara.

—¿Tú sí? —pregunto.

Ambas nos quedamos en silencio.

Como dije, todo es muy complicado.


Capítulo 17
Traducido por Mary Rhysand

Esa noche toma más tiempo de lo usual dormir. Entre la batalla


de hoy, la revelación de que Guerra puede levantar a los muertos, la
emocionante posibilidad de que de hecho puede que haya hecho una
amiga en Zara, mi cerebro no puede descansar.

Tampoco ayuda que siguiendo a las festividades del campamento


esta tarde, la gente es ruidosa y desagradable y no irán a dormir. Puedo
escuchar a varios grupos de mujeres hablando de esto y de aquello.

Solo váyanse a la jodida cama y sáquennos a todos de esta


miseria.

Eventualmente, las voces se callan y puedo dormir.

Siento que solo he dormido un instante cuando me despierto por


una sensación punzante en mi nuca de que algo no está bien.

Regla Cuatro de mi guía de supervivencia: escucha a tus instintos.


He vivido al borde lo suficiente para saber que rara vez se equivoca.

Alcanzando debajo de mi cama, agarro la daga de Guerra. Mis


ojos evalúan la oscuridad, buscando al jinete, seguro de que él es el
responsable por despertarme. Pero mi pequeño hogar está libre de
jinete.

Casi estoy decepcionada ante el pensamiento.

Fuera de mi tienda, escucho varias voces masculinas susurrar.

A esta hora de la noche, los hombres no deberían estar en esta


sección del campamento, especialmente después de un día de batalla y
una tarde bebiendo.

Por un segundo pienso que tal vez alguna mujer los trajo aquí, o
que hicieron planes de encontrarse con alguien.

Escucho esas voces de nuevo, por lo menos hay tres de ellos, y no


suenan confundidos, suenas maliciosos.
Escucha a tus instintos.

Me muevo al fondo de la tienda. La pared de lona es demasiado


pesada para pasar por debajo, así que levanto la daga de Guerra,
presionando la punta para cortar el material.

Si me equivoco sobre esto, y hago un agujero en mi tiendo por


ninguna razón, voy a sentirme como una tonta.

Mejor tonta que algo más…

Con eso, presiono la lona. Tan silenciosa como puedo, empiezo a


penetrar la tela, creando una abertura.

Aprieto mis dientes ante el rasgar del material mientras la rompo.

Afuera, los susurros se callan.

Me muerdo la mejilla tan duro que pruebo sangre.

¡Más rápido! ¡Más rápido!

Es la clase de situación más agonizante, tratar de cortar la tienda


tan rápido y en silencio como puedo. El sonido que estoy haciendo me
parece ensordecedor.

Finalmente, el agujero es lo suficientemente grande. Apretando la


daga en mi puño, me lanzo por el agujero, la cabeza primero; detrás de
mí, escucho el chasquido de las solapas de mi tienda siendo abierta.

Querido Dios. Querido Dios.

Araño mi camino hacia adelante, forzando mi torso fuera de la


tienda.

Una mano atrapa mi pierna.

—¡Está tratando de escapar! —susurra uno de los hombres tan


alto como se atreve.

Dejo escapar un grito, sin molestarme en quedarme callada.


Esperemos que despierte todo el campamento.

La mano me arrastra de vuelta a la tienda, y siento más que ver al


grupo de hombres que han entrado a la tienda.

Ahora estoy aquí atrapada con ellos.


Continúo gritando como una banshee6. Maldición si dejo que esto
pase en silencio.

—Cierra la jodida boca, estúpida zorra —dice otra voz masculina.

Pateo, y escucho un crujido. Grita uno de mis asaltantes,


liberando mi tobillo.

Me arrastro una vez más por la apertura que he hecho, gritando


todo el tiempo.

Más manos atrapan mis tobillos y me arrastran de vuelta adentro.

Uno de ellos me coloca sobre mi espalda, y otro me desgarra la


camisa. Esta vez, cuando el material se rasga, suena como un disparo.

Oh Dios Oh Dios Oh Dios. Esto no está pasando.

¿Dónde está todo el mundo?

¿Por qué nadie ayuda?

Grito y ondeo mi daga frente a mí, la espada atrapando el pecho


de alguien. Siento que su sangre me golpea, y la sensación solo me hace
gritar más fuerte.

Mi atacante llora ante el dolor.

—¡Tiene un arma! —sisea otro.

Los estoy pateando y luchando contra sus manos, las cuales


están ocupadas tratando de mantenerme abajo e inmóvil.

Siento rodillas en mis muslos, manos en la piel desnuda de mi


estómago.

Oh Dios, por favor Dio, no.

Grito más fuerte.

¿Dónde demonios está todo el mundo? Vivimos en una ciudad sin


paredes, y estamos acampando en un país que tiene un fuerte grupo
militar. Tiene que haber al menos una persona sobria y lo
suficientemente valiente para detener esto.

Uno de mis atacantes va por mi daga, acercándose para tomar mi


muñeca. Con un último envión de energía, le entierro la daga en la
garganta.

6
N.T. Espíritu femenino cuyo llanto advierte de una muerte inminente.
Siento su sangre brotar de la herida, e incluso en la oscuridad e
incluso en la confusión, estoy segura la herida es letal.

Ahora es el hombre quien grita, asustado.

—¡La perra atacó a Sayid!

—¡Tú sucia zorra!

Alguien me patea en las costillas tan duro que mi grito se corta.


Otra bota me patea de nuevo, esta vez sobre la oreja.

Me hago una bola, cubriendo mi cabeza mientras el hombre va de


inmovilizarme a patearme. Siento los golpes en todas partes: mis
brazos, piernas, torso, cabeza. El dolor, el dolor el dolor, no puedo
respirar. Está explotando desde cien lugares diferentes. Estoy perdiendo
todos mis otros sentidos.

Es una agonía cegadora, asfixiante y desesperante.

De repente, escucho una voz como un trueno; diciendo palabras


que no reconozco pero sin embargo entiendo.

—¡Jinsoi mohirsitmon dumu mo mohirsitum!

¡Te enfrentas a Dios cuando te enfrentas a mí!

Reconocería esa voz si la escuchara en el mismo infierno.

Guerra.

La golpiza se detiene al instante. Luego hay más gritos, horribles


sonidos agudos que hacen los animales cuando son masacrados, pero
no vienen por mí. Trato de abrir mis ojos para ver lo que pasa, pero mis
párpados no me obedecen.

Un minuto después, manos están de nuevo en mí, deslizándose


por mi cuerpo. Intento gritar, pelear contra esas manos, pero mi boca
está llena de sangre y cuando trato de mover uno de mis brazos… dolor
cegador.

—Miriam, Miriam. —La voz de Guerra… nunca la he escuchado


sonar así. Suave y agonizante al mismo tiempo—. Solo soy yo.

Lloro mientras me levanta.

—No. —La palabra sale como confusa mientras trato de empujar


sus manos.
—Sssssh. Estás a salvo. —La voz de Guerra es profunda y gruesa
y terrible y estremecedora. O tal vez el zumbar de mis oídos me juega un
truco.

Aun no puedo ver y apenas me puedo mover. Estoy asustada de


mi propia vulnerabilidad, pero me siento… protegida. Por el momento.
En sus brazos. Todo es tan jodido.

Guerra le ladra órdenes a alguien, y me estremezco ante la ira en


su voz.

—Mi esposa, mi esposa —dice, su voz suave y estremecedora de


nuevo—, estás a salvo, estás a salvo.

Todo duele. Dios, pero todo duele. Mientras comenzamos a


movernos, el dolor pasa de cegador a inimaginable.

Estoy indefensa.

¿A dónde va mi mente….?

Es decir, a dónde estoy yendo… yendo… ¿Qué estaba pensando?


Las cosas se están moviendo muy rápido… tan rápido, tan rápido…

Y luego esa voz corta a través de la oscuridad como una daga:

—Te lo prometo, pagarán.


Capítulo 18
Traducido por Mary Rhysand

Despierto ante el roce de manos contra mí, y el toque es terrible y


no bienvenido.

Jadeo, comenzando a luchar.

¿Dónde está mi daga?

¿Por qué no puedo abrir mis ojos?

El dolor regresa como un admirador nada bienvenido, y sollozo


ante la intensidad del mismo.

—Tranquila, esposa —la voz de Guerra retumba.

Son sus manos las que me tocan, me doy cuenta. ¿Qué está
haciendo?

—Para, para, para —me quejo, tratando de apartar sus manos—.


Duele. En todos lados. Duele en todos lados.

—Lo siento, Miriam —dice, pero luego su toque regresa.

—No, no, no. —Comienzo a pelear de nuevo contra él.

¿Por qué demonios no puedo ver?

Estas manos nos son como las otras. Me retienen, y nada de lo


que hago parece apartarlas.

—No voy a lastimarte, Miriam. Por favor, necesito que te quedes


quieta.

No lo hago. Todo lo que puedo recordar es el sonido de mi camisa


siendo rasgada y el sentimiento de esas manos despreciables contra mi
piel, y luego el dolor. Todo el dolor.

Estoy luchando, jadeando. Y luego mis sentidos se desvanecen…

Esta vez, cuando despierto, la forma borrosa de Guerra llena mi


visión. Se inclina hacia mí, su frente arrugada y sus oscuros ojos
pesados. Siento la calidez de sus palmas contra mi piel.
—¿Qué está pasando? —murmuro.

Frunce el ceño, su cuerpo cerca. Alarmantemente cerca. Estiro


una mano para apartarlo. Pero en vez de eso mi mano conecta
indefensa contra su mejilla.

—Duerme, Miriam.

—No —digo casi petulante mientras la forma de Guerra se enfoca


y desenfoca en visión.

Cuando sus facciones se agudizan, lo veo darme lo que parece


una sonrisa.

—Tienes un espíritu luchador, esposa, y me complace demasiado,


pero no necesitas luchar contra mí. Estás segura ahora.

¿Estoy segura con un jinete cerniéndose sobre mí?

Me duele demasiado la cabeza para tomar una decisión.

Trato de enfocarme en él, pero mis parpados están demasiado


pesados y siguen cerrándose.

No quiero dormir. En serio, no quiero. Pero el dolor no ha cesado.

Mis párpados se cierran y cada preocupación se desvanece.

Lo primero que noto es el cálido toque contra mi frente. Pero


ahora reconozco ese toque. Las manos del jinete son más diestras y
amables que las que me atacaron anoche.

Guerra aparta mi cabello, murmurando cosas demasiado bajo


para entenderlas. Suspiro ante la sensación de sus manos en mi piel.
Ya no hay más dolor con la sensación; si acaso, es extrañamente
relajante al momento.

En respuesta a mi suspiro, sus manos paran, sus dedos


presionando contra mi piel.

No he abierto mis ojos aun. No estoy lista para lidiar con las
consecuencias de anoche. Ya los dolores y molestias están resurgiendo.
No estoy segura de querer enfrentar mi situación actual.
Pero no voy a dormir de nuevo, y solo puedo pretender por un
cierto tiempo.

Abro mis ojos.

Guerra se sienta junto a mí, su muslo casi presionado a mi


costado. Baja la mirada hacia mí, sus ojos luciendo claros así de cerca.

—Estás despierta. —Su mirada busca la mía—. ¿Cómo te sientes?

—Como mierda —digo, con voz rasposa.

Mis labios estás rotos he hinchados, un dolor de cabeza comienza


a formarse detrás de mis ojos, mi torso se siente como un dolor
palpitante, y mi garganta está al rojo vivo, aunque ese último fue
probablemente por ser estrangulada por un muerto viviente, no por mis
posibles violadores.

Esta perra no puede conseguir un respiro.

Las manos de Guerra se flexionan contra mi piel, pero no las


aparta de donde descansan contra mi frente.

—¿Cuánto tiempo he estado inconsciente? —pregunto.

—Solo por la tarde. —Lentamente, comienza a apartar mi cabello


con sus dedos, observándome como si estuviera seguro que voy a
empujar sus manos al momento que se presente la oportunidad.

Creo que hacía eso mucho anoche.

Ahora la pregunta más dura:

—Mis heridas, ¿qué tan malas son? —Maldición, duele hablar.


Siento los dientes flojos y me duele la mandíbula.

La mirada del jinete se oscurece.

—Eran… significantes.

¿Eran?

—¿Puedes decirme más que eso? —le pregunto suavemente.


Tengo miedo de moverme y que el dolor recorra mi cuerpo.

Un músculo en su mandíbula se contrae.

—Esposa, estoy acostumbrado a romper cosas, no repararlas. No


puedo decirte de forma precisa cuáles eran tus heridas, solo que eran
muchas. Tu cuerpo estaba hinchado y herido y roto cuando te saqué de
la tienda.

Me estremezco ante el pensamiento.

Ahora la pregunta más difícil de todas:

—Mis atacantes… —Se supone que diga más, hay una pregunta
que necesito formular, pero parece que no tengo voz para ello.

Una mirada cruza el rostro de Guerra, como si fuera un dios


iracundo de la antigüedad.

—Capturados, torturados, y dejados para sufrir hasta el tiempo


de su sentencia. —Su voz es reverberante, el sonido de ella causándome
escalofríos.

Si tomara esta situación menos personal, casi sentiría pena por


esos hombres. Pero, no, así que dejémoslos que ardan.

Me incorporo, gimiendo mientras lo hago. Todo, me refiero a to-do,


duele demasiado.

Y es solo cuando las sábanas se deslizan de mi torso que me doy


cuenta que aun llevo la camisa de anoche, mi arruinada camisa. Está
rasgada y nada aparte de la gracia de Dios previene que mis pezones
salgan a saludar.

Guerra y yo estamos sentados lado a lado, yo en un catre


acolchonado, y él en el piso junto a mi cama, nuestros hombros y
piernas tocándose. Debo estar mejor que anoche porque a pesar que
tengo dolor, aún estoy consciente de cada punto de contacto entre
nosotros.

Me fuerzo a tomar nota de mis alrededores.

Hoy, estoy de vuelta en la tienda de Guerra. Debe haberme traído


anoche, después de rescatarme.

Lo que significa que la cama donde estoy sentada… es de Guerra.


Siento un vacío en el estómago. Estaba tratando de evitar terminar en
este mismo lugar.

Trato de enfocarme en eso, de sostenerme en la abrumadora mala


situación en la que me encuentro con el jinete, pero en todo lo que
puedo pensar es en que detuvo a eso hombres y pasó la noche
atendiéndome, y le estoy jodidamente agradecida.
Tan jodidamente agradecida.

No lo estaba cuando me perdonó la vida en Jerusalén, ni cuando


detuvo a ese muerto viviente de atacarme, pero ahora lo estoy.

Justo entonces un soldado llama fuera de la tienda:

—Mi señor, hay un asunto con un nuevo jinete que necesita…

—Puede esperar —dice Guerra.

Lo miro, deteniéndome en la sensual curva de su boca.

¿Por qué estoy pensando en su boca?

—Puedes ir —le digo—. Estaré bien.

Guerra me mira, y veo su duda.

—En serio, no voy a morir, gracias a ti —le digo.

Los ojos del jinete se profundizan ante eso. Sus labios se abren, y
creo que va a responder, pero en vez de eso, su mirada recorre mi
rostro, deteniéndose aquí y allá, sus ojos haciéndose más y más
violentos.

Debo lucir como mierda ya que su humor se oscurece ante mi


apariencia.

—Estarán bien si mí —declara.

—He vivido por mi cuenta por siete años —insisto, ajustando la


tela de mi camisa sobre mi pecho—. Estaré bien cuando te vayas. —
Podría usar un poquito de privacidad.

Me mira por varios segundos. Luego renuentemente, se pone de


pie, caminando hacia un cofre donde descansa una daga enfundada.
Mis ojos observan la forma en que su enorme cuerpo se balancea con
cada uno de sus pasos.

Detente, Miriam.

Guerra toma la daga y regresa a mí. Arrodillándose, coloca el


arma en mi regazo.

—Sí alguien más aparte de mí entra a esta tienda —dice,


asintiendo hacia las solapas—, lo degollas.

Lo dice un hombre que tiene experiencia en asesinatos.


Sostengo el arma. Ahora mismo no me siento muy piadosa.

—Diez minutos —declara mientras se levanta.

Se dirige hacia la entrada de la tienda. Casi se ha ido cuando se


detiene, mirándome sobre su hombro.

—Hay comida en la mesa. —Dándome una mirada significativa,


repite—. Diez minutos.

Con eso, el jinete se va, y por primera vez desde anoche, estoy
sola de nuevo.

Casi fue violada y golpeada a muerte.

Ahora que Guerra se fue, comienzo a asimilar el asunto.

Probablemente no ayuda que estoy en una tienda de nuevo, y


todo duele, y estoy sola, y no sé cuan bien seré capaz de defenderme si
alguien entra de nuevo.

Tampoco iba a decirle eso al jinete cuando estaba considerando


quedarse. Una cosa es sentirse vulnerable, otra es mostrarlo al mundo.

Me toco un poco la cara, tratando de determinar por la sensación


cuán mal estoy. Aparte de mi labio roto, mi nariz duele y la piel
alrededor de mis ojos está hinchada. Nunca he estado más agradecida
de la falta de espejos. En realidad no quiero ver los remanentes
pulposos de mi cara.

Me siento allí por varios minutos, aburrida e intranquila a la vez.


Mi piel palpita como si tuviera un pulso, y pensarías que el dolor haría
a un lado cualquier otra necesidad humana, pero no.

Me duele el estómago. Dios, tengo hambre.

Miro tristemente a la comida que Guerra mencionó. La mesa


parece que está a un millón de kilómetros por el estado en que estoy.

Agarro la daga que Guerra me dio y me obligo a levantarme…


Santa mierda, voy a vomitar. Voy a vomitar sobre la cama de Guerra
ahora mismo, y no parece igual de atractivo que hace días atrás.
Peleo contra las ganas y me tambaleo hacia la mesa, apartando
mi cabello castaño oscuro de los ojos. Con un empujón, me tumbo en
una silla, poniendo mi arma sobre la mesa.

No creo que debí levantarme. Las cosas se sienten… rotas. O


mejor dicho, recientemente enmendadas, como si mis huesos fueran
ramitas quebradizas puestas para romperse con el viento.

Extendido ante mí hay un plato lleno de albaricoques turcos


secos, higos, dátiles, aceitunas, carne curada, probablemente de cabra
u oveja, porque en estos días todo es cabra u oveja, queso cortado y
arreglado, y varias hogazas de pan de pita. Junto a todo esto hay una
cafetera y una taza de gawa llena de café turco espeso.

El café tiene rato frio, la pita está un poquito dura, y el queso se


ha secado, pero todo sabe jodidamente bien. Ni las heridas y un labio
roto pueden detenerme.

Mientras como, miro alrededor de nuevo. Es raro estar aquí, en la


tienda de Guerra, no solo como alguna clase de visitante sino como un
huésped, y una herida en todo caso.

No eres un huésped, eres mi esposa. Prácticamente puedo


escuchar la respuesta de Guerra incluso ahora.

Termino de comer, y una vez que lo hago, me siento allí,


postergando la caminata de vuelta a la cama.

Tiempo para inspeccionar mis heridas.

Bajo la mirada para inspeccionarme. Mi camisa rasgada revela


una piel moteada, descolorida. Con cuidado, muevo la tela rasgada para
verla mejor. Ugh. En este momento, mi carne se parece más a la de los
muertos vivientes con los que luché ayer que a la piel humana sana.
Todo está hinchado y descolorido.

Estoy a punto de cambiar mi atención a la parte baja de mi


cuerpo cuando escucho pesadas pisadas acercándose. Arreglo mi
camisa lo mejor que puedo.

Las solapas de la tienda son apartadas, y Guerra entra, su


expresión atormentada. Cuando me ve en la mesa, su paso se detiene,
su rostro volviéndose fiero pero de una manera diferente.

—Miriam. —Su voz es cruda y grave.


Encuentro que me gusta el sonido de mi nombre en sus labios.
Me hace sonar… formidable. Me podría venir bien un poco de
formidable hoy.

Guerra camina hacia la mesa y saca una silla. Se sienta junto a


mí, examinando la comida y luego mi cara. En este momento, el jinete
es todo propósito y energía dominante, y me siento como fruta
aplastada.

Guerra busca en su antebrazo, su cabello ondulado moviéndose


con la acción.

Me tenso cuando lo veo agarrar la daga puesta allí.

El guerrero me tiende el arma.

—Esta es tuya.

Miro al arma, su arma. La que le quité cuando llegué. La llevaba


en esa funda en el antebrazo al igual que ahora.

—Te pertenece —dice.

Suena, tal vez, un poco exasperado cuando dice:

—Tómala.

Muy bien… es decir, no voy a luchar contra este demonio por una
daga.

La toma y la coloco junto a la otra daga que me dio.

—¿Cómo te sientes? —pregunta por secunda vez hoy.

—Como mierda —respondo por segunda vez hoy.

Sonríe ante eso.

Miro alrededor, asegurándome de mirar a cualquier parte menos


a él.

—¿A dónde voy?

—No te vas —dice—. Te quedas aquí.

Comienzo a protestar, pero luego el jinete toma mi brazo, alzando


una manga de mi camisa para inspeccionar mi moretón.

—Luce mejor. —Sus ojos se mueven hacia los míos—. Pero luces
cansada.
Estoy cansada. Y en serio no quiero pelear contra él, no cuando
ha estado cuidando de mí. Ha pasado un tiempo desde que alguien
cuidó de mí, y olvidé cuando lindo es.

No necesitas que nadie te cuide, Miriam, menos un jinete.

Con eso en mente, comienzo a pararme, pero duele demasiado.


Me estrello de nuevo contra mi asiento.

Guerra se levanta de la silla, sus ojos dolidos mientras me ve. No


puedo saber exactamente lo que está pensando, pero si tengo que
adivinar, diría que se está dando cuenta que sobrestimó cuan herida
estoy.

Viene a mi lado, y sin palabras, me levanta y me lleva de vuelta a


su cama.

El jinete me acuesta, y mi camisa, la cual se estaba comportando


previamente, ahora se abre, y allí están mis pechos.

¿Puede esto volverse peor?

Pero el jinete no baja la mirada, y quiero llorar de nuevo porque él


de todas las personas es el único con sentido común.

Rápidamente, reajusto mi camisa.

Guerra se arrodilla junto a mí.

—Necesito tocarte de nuevo.

Le doy una mirada incrédula.

—¿Por qué?

—Aun estás herida.

Oh. Bien. Ha estado atendiendo mis heridas.

Asiento, mordiéndome el interior de la mejilla. El tacto sigue


siendo algo dudoso para mí.

Su mano se cierra sobre mi muñeca, y levanta la manga de mi


camisa, revelando la piel descolorida e hinchada. Mis ojos están en el
jinete, observando su profundo ceño fruncido mientras mira mis
heridas. Pero luego estoy distraída por la sensación de sus manos sobre
mí.
Guerra pasa su palma por la tierna carne de mi antebrazo, sus
tatuajes brillan contra sus nudillos. Bajo su toque, mi piel se calienta. Y
entonces, algo extraño sucede.

Ante mis ojos, mis moretones se transforman de color ciruela a


un color marrón amarillento, y algo de la palidez enfermiza de mi piel se
retira, como el veneno que se extrae de una herida.

Levanto la mirada hacia Guerra, mis ojos amplios ante la


realización.

—Has estado curándome.


Capítulo 19
Traducido por Taywong

El jinete no solo puede resucitar a los muertos, sino que


aparentemente puede curar a los heridos. Por eso me ha puesto las
manos encima casi constantemente desde anoche. Simplemente
pensaba que era demasiado consciente de su tacto, pero no, parece que
así es como cura.

Guerra encuentra mis ojos por un momento, con un aspecto


claramente perturbado por mis palabras. A alguien no le gusta la idea
de que está ayudando a una humana, esposa o no.

El jinete mueve sus manos a otra sección de mi piel, y comienza a


trabajar en ello, ignorando lo que dije. No me molesto en presionarlo. No
quiero que de repente decida que es un hijo de puta muy duro para
hacer de niñera.

Durante un tiempo trabaja en silencio, y disfruto de la vista de su


cabeza inclinada sobre mí. Su cabello ha sido recogido: adornos
dorados y todo en un moño. Miro debajo de él, a los ángulos agudos de
su rostro. Observo su mejilla tensarse y destensarse.

Mientras tanto, mi piel se calienta bajo sus manos mientras mis


heridas desaparecen lentamente. Ese toque del que me alejé, ese toque
que todavía despierta extrañas emociones en mí, ese toque me está
curando. No puedo entenderlo.

—No quise que pasara esto, esposa. Nunca lo quise —murmura


Guerra. Después de unos segundos, añade—: Cuando lloraste, no vino
nadie. Nadie más que yo. —Su voz es cruda, mientras admite esto.

Trago, mientras recuerdo. Había estado tan segura de que alguien


vendría, que alguien detendría a los hombres. Nadie lo hizo. Vivimos en
una ciudad sin muros reales. Mis gritos fueron escuchados,
simplemente no fueron atendidos.

Si él no hubiera intervenido, probablemente estaría muerta.


Muerta y contaminada.

—¿Cómo supiste que tenías que venir?


—Oí tus gritos.

—¿Cómo sabías que eran míos? —pregunto. Hay cientos de


mujeres en su campamento; seguramente mi voz no es tan distinta.

Ahora sus ojos se encuentran con los míos.

—De la misma manera que conoces mis palabras cuando las


hablo. Esposa, estamos conectados en formas que desafían la
naturaleza humana.

Es una respuesta ridícula, y no sé si la creo. Sé que no quiero.

—Todavía te odio —digo, sin ningún detenimiento. Sobre todo,


porque necesito recordármelo.

Arrastro esas palabras a mí alrededor como una capa.

La comisura de su boca se curva hacia arriba.

—Soy consciente —dice.

Guerra trabaja en silencio durante un poco más de tiempo, y lo


observo a él y a sus cuidadosas manos, la maravilla de todo esto no
desaparece.

—¿Cómo lo haces? —finalmente pregunto—. Curarme, quiero


decir.

—A voluntad. Es tan simple como eso. —Hace una pausa, y creo


que ese es el final de su explicación, pero entonces Guerra añade—: Mis
hermanos y yo podemos hacer todo lo contrario de nuestros poderes:
Peste puede propagar la enfermedad y curarla. Hambre puede destruir
las cosechas y hacerlas crecer. Muerte puede dar y tomar la vida a
voluntad. —Guerra se detiene—. Puedo lastimar… y sanar.

No sé qué decir a eso. Creo que me está sorprendiendo ahora


mismo. A todos se les encomendó la tarea de acabar con la
humanidad... pero también se les dieron las herramientas para salvarla.

Guerra me mira fijamente por un largo momento, luego sus ojos


se dirigen a mis labios. Esta vez, puedo sentir el beso a punto de
ocurrir. Guerra se está acercando inconscientemente, y yo estoy
inclinando mi rostro para encontrar mejor su boca.

Guerra es violento e intransigente, pero no es malvado. Lo está


probando ahora mismo mientras su tacto todavía calienta mi piel.

Me estoy inclinando, y él también lo está…


En el último momento, giro mi cabeza.

No puedo.

El perdón es una cosa. Esto es otra cosa. No puedo cruzar esa


línea.

No puedo.

Sigo esperando ese momento horrible en el que Guerra va a


querer su cama de vuelta, pero no llega. No esa tarde, cuando entro y
salgo del sueño, y no esa noche, una vez que el sol se ha puesto y el
campamento se ha calmado.

Guerra viene a mí varias veces, ya sea para poner comida junto a


mi cama, o para poner sus manos sobre mi piel y continuar curando
mis heridas, sus tatuajes de color rojo rubí brillando en la oscuridad.

—¿Cómo es que aún estás despierto? —murmuro cuando siento


sus manos sobre mí por lo que tiene que ser la quinta vez esta noche.

—No necesito dormir —dice.

Abro los ojos ante eso.

Después de una pausa, añade:

—Mi cuerpo no lo requiere. Es un rasgo humano que tengo


simplemente asumido durante los meses.

Al principio, no sé calcular. Mi cerebro está demasiado nublado


por el sueño. Pero luego lo hace.

—¿De verdad no lo necesitas? —Me siento un poco ante eso.

—Puedo curar a los heridos y resucitar a los muertos, pero ¿esto


te sorprende? —pregunta con una sonrisa irónica.

Buen punto.

Me recuesto de nuevo.

—¿Qué más puedes hacer? —pregunto.

—Ya conoces todos mis otros secretos. No necesito comer ni


beber, aunque lo disfruto. Mi cuerpo puede curarse a sí mismo. Puedo
hablar todos los idiomas conocidos o una vez conocidos por el hombre,
aunque prefiero hablar en lenguas muertas cuando doy órdenes. Y
puedo resucitar a los muertos.

Se calla, y cierro los ojos de nuevo, dejándolo trabajar. Pero no


puedo volver a dormirme. No cuando sus manos están sobre mí, y casi
lo beso antes, y todavía estoy un poco confundida de que quería tener
sus labios sobre mí tan pronto después de que fui atacada.

Abro mis ojos de nuevo.

—¿Por qué lo hicieron? —pregunto en voz baja—. ¿Por qué me


atacaron esos hombres?

Miro al jinete, y tal vez la oscuridad me está engañando, pero a la


tenue luz de la tienda de campaña, sus ojos se ven tan tristes, tan, tan,
tan tristes. Nunca me había dado cuenta de eso antes. He estado
demasiado atascada en lo aterrador que era. Pero ahora su expresión
no parece tan hambrienta de batalla, y eso cambia todo el rostro del
jinete.

—Los corazones de los hombres están llenos de maldad, esposa —


admite.

No tengo por qué estar en desacuerdo. Odio a los jinetes, sí, pero
ahora mismo creo que podría odiar más a los de mi especie. ¿Siempre
hemos sido así? ¿Tan crueles? ¿O los cuatro demonios que cabalgaron
sobre la tierra nos hicieron así?

Las manos de Guerra dejan mi piel.

—Duerme, Miriam. Y no te preocupes por esos hombres o sus


motivos. Tendrás tu justicia.

Eso es extrañamente premonitorio.

Con eso, Guerra se retira y yo me quedo dormida.

El siguiente día, me despierto con un desayuno frío y un montón


de mis cosas colocadas al lado del camastro de Guerra.

Oh, y no hay rastro del jinete.

Fuera, haciendo guerra, sin duda...


Al menos se siente más cómodo dejándome sola hoy que ayer.

Agarro el plato de comida y recojo el desayuno, pensando que


tengo un trato bastante dulce: uno de los jinetes del Apocalipsis me está
esperando a pie y no me ha pedido nada a cambio.

Todavía.

Puedo escuchar mi advertencia anterior a Zara zumbando en mis


oídos. Solo puedo salirme con la mía por un tiempo. Así es como
funciona este mundo.

Por supuesto, eso no es tan distractor como el hecho de que


ahora estoy empezando a preguntarme cómo se sentiría estar con
alguien como Guerra. Alguien que es más una fuerza de la naturaleza
que un hombre de verdad. Y no me desanima la idea de que...

Después del desayuno, recojo mis cosas. Ahí está mi madera para
flechas, mis zapatos, mis herramientas de carpintería, mi juego de café
heredado, y lo más emocionante de todo, andrajoso corpiño que me
legaron.

También hay un montón de ropa nueva entre mis artículos, junto


con una nota.

Hay un baño esperándote. Puede que ya esté frío. Disfrútalo de


todos modos.

Levanto la vista del trozo de papel e inmediatamente, mis ojos se


posan sobre el lavabo de metal en la parte de atrás de la habitación.

Tengo la más extraña necesidad de llorar. La mayoría del agua es


bombeada de los pozos en estos días, así que un baño es un
espectáculo. Especialmente uno cálido.

Vuelvo a mirar la nota, pasando mi pulgar por encima de la


segura y arrolladora gracia de la escritura de Guerra. Al igual que todo
lo demás acerca de él, su caligrafía tiene una gran seguridad; uno
pensaría que ha estado anotando notas durante décadas.

Dejando el papel a un lado, tomo la ropa y me dirijo al lavabo.

Una de las cosas que he aprendido sobre mí misma desde que me


uní al ejército de Guerra: los baños son una experiencia que induce a la
ansiedad. El sonido de cada transeúnte me tiene lista para saltar de la
bañera. Lo que es una lástima, porque el agua, aunque no esté caliente,
todavía se siente increíble.

Dios, echo de menos la fontanería interior. Lo extraño tanto,


tanto.

Al menos tengo la oportunidad de inspeccionar mis heridas. Los


moretones en mi piel son más débiles y más pequeños de lo que eran
ayer. El corte en mi labio ha desaparecido por completo, y mi pecho ya
no me duele tanto cuando respiro.

Dicho esto, me siento cansada y débil, como si hubiera sido


reconstruida en los últimos dos días, lo que no está muy lejos de la
verdad. Así que, a pesar de las conversaciones que pasan a la deriva y
me tienen tensándome en la bañera, me permití quedarme en el agua
por un tiempo.

Además, es que extraño mucho los buenos remojos. Los baños de


esponja no son lo mismo.

Estoy a punto de salir cuando oigo a alguien caminar hacia la


tienda. Aguanto la respiración, esperando a que pasen.

En su lugar, las solapas de la tienda de campaña se abren y


Guerra acecha en su interior.

Me congelo al verlo, desnudo como el día en que nací.

El rostro y la armadura del jinete están manchados de sangre y


una fina capa de polvo. Algo de eso se pega a su cabello. Se me cae el
estómago al verlo.

Los ojos de Guerra encuentran los míos y se calientan.

Esto es incómodo.

Tan, tan incómodo.

Me hundo un poco más abajo en la bañera.

—Hola.

¿Hola? ¿Qué diablos Miriam?

Además, no relacionado, ¿pero puede ver mis pezones? Esa es


una gran preocupación mía.
—Esposa. —Su voz es más ronca de lo normal, y mi núcleo se
aprieta ante el sonido—. Encontraste mi nota.

Lo hice. Un poco tarde a juzgar por el hecho de que ya ha vuelto.


¿Cuánto tiempo he dormido?

Mejor pregunta: ¿cuánto tiempo se fue Guerra?

—¿No se supone que todavía deberías estar afuera... —No me


atrevo a decirlo. Matando gente—. ¿Invadiendo?

Mis ojos se posan sobre su armadura. La última vez que lo vi con


su equipo, estaba lleno de agujeros de bala del arma de Zara. Ahora, a
pesar de la suciedad y las salpicaduras de sangre, la armadura de cuero
está lisa y entera una vez más.

¿Cómo es eso posible?

Guerra avanza dentro de su tienda, distrayéndome. Comienza a


quitarse la ropa, empezando por su gran espada.

—Me puse... ansioso de dejarte solo —dice.

¿Está ansioso? Soy yo la que está ansiosa.

Se quita los avambrazos y luego los protectores de cuero de los


hombros. Luego, se desata la armadura del pecho, dejando que todo
caiga al suelo. Por último, se quita la camisa.

Contengo un poco de aliento al verlo sin camisa. Debajo de toda


esa armadura está el músculo sudoroso. Los tatuajes en su pecho
queman carmesí contra su piel.

¡Y esa piel! Es tan anómalo como su armadura. He visto balas


entrar en su carne y espadas cortarla, pero su carne no tiene rastros de
esas heridas. Me dijo que podía curarse a sí mismo, pero solo ahora
estoy viendo evidencia real de eso.

Guerra se sienta pesadamente en uno de sus asientos, la madera


crujiendo con su peso.

Inclinándose, cruza los brazos sobre su enorme pecho.

—¿Alguien te ha molestado desde que me fui? —pregunta.

Cuando encuentro sus ojos, todavía hay calor en ellos.

—No.
Para ser honesta, estoy bastante segura de que Guerra estacionó
a varios de sus hombres alrededor de la tienda. Había demasiadas
pisadas cercanas para que creyera lo contrario. Y si hay una cosa en la
que este tipo es bueno, exagerar.

—¿Y cómo te sientes?

Expuesta. Vulnerable. Como si mis tetas estuvieran en exhibición.

—Mejor.

Guerra desata sus grebas y nudos.

—Bien.

Sus ojos estudian mi piel, y sé que está comprobando cómo se


están curando mis heridas, pero todo lo que puedo pensar es que está
dando un vistazo de tetas. Y ahora se ha convertido en algo demasiado
en mi mente como para cubrirme como una persona cuerda.

—Cierra los ojos —digo abruptamente.

—¿Por qué? —pregunta, levantando una ceja. Todavía está


desatando sus espinilleras.

—Porque estoy desnuda y quiero salir y no quiero que sigas


mirándome.

El calor en esos ojos parece profundizarse.

—Veré esa hermosa carne eventualmente, esposa.

De nuevo mi núcleo se aprieta ante su voz.

Estoy a punto de protestar cuando sus ojos se cierran. Dejando


escapar un respiro, salgo del baño y me envuelvo en una toalla cercana.
Tan rápido como puedo, me pongo la ropa nueva que me dejó Guerra,
sorprendida de que me quedara bien. Para ser justos, una camiseta y
un pantalón cargo de edición estándar son difíciles de desordenar.

Aun así.

—Gracias por la ropa —digo. Porque la civilización puede estar


muerta, pero los modales no.

—¿Puedo abrir los ojos? —dice en respuesta.

—Uh, sí —digo, tirando de mi camisa para evitar que se pegue a


mi carne aún húmeda.
Guerra termina quitándose la armadura y luego se levanta. No sé
qué espero que haga ahora, pero definitivamente no espero que se baje
los pantalones.

Que es precisamente lo que hace.

—¡Santa mierda! —Tapo mis ojos. Al menos, los protejo un poco,


quiero decir, sé valiente es mi mantra...

Técnicamente, debería haberlo visto venir. Se estaba desnudando


después de todo. Solo tenía la expectativa que él esperaría hasta que yo
no estuviera para cambiarse.

Además, dos palabras: sin ropa interior. Y ahora sé con seguridad


que si Guerra alguna vez quisiera sexo, me rompería.

Santas bolas, o tal vez santa polla sea más apropiado.

Claramente la desnudez es una cosa mía, porque Guerra parece


no preocuparse por ella. Ni siquiera me mira mientras cruza la
habitación, hacia el lavabo. Solo hay una conciencia cero de que está
desnudo y yo estoy perversamente intrigada enormemente incómodo.

Mis ojos se deslizan hacia la bañera de agua en la que estaba. En


la que ahora él se está metiendo. Hay algo literal y figurativamente
sucio sobre el hecho de que está reutilizando mi agua. Y me hace sentir
extraña y consciente de mí misma.

—¿Quieres que me vaya? —digo. Ni siquiera sé por qué lo


pregunto. Debería irme sin más. Aunque mis rodillas tiemblen de
cansancio, debería.

Los ojos delineados de kohl de Guerra encuentran los míos al


entrar al lavabo.

—¿Y perderme tu reacción, esposa? Nunca.

—¿Así que sabes que es inapropiado exhibir a la gente? —digo,


levantando una justa indignación.

El jinete se recuesta en el lavabo.

—Es solo desnudez. No se supone que sea ofensivo.


De alguna manera Guerra, el imbécil que está matando a todos,
se las arregló para sonar como el inocente.

—No es ofensivo —digo—. Es solo que... no está hecho.

—¿Lo es ahora? —dice—. ¿Para que los maridos no vean a sus


esposas desnudas y las esposas no vean a sus maridos desnudos? ¿De
alguna manera se divierten completamente vestidos?

Quiero pasar mis manos a través de mi cabello.

—No estamos casados.

Guerra me da una mirada que dice claramente que lo estamos.

—No debería quedarme más en tu tienda —digo, retrocediendo.


Claramente no había pensado en la logística de dormir aquí, donde
Guerra vive y se baña y duerme.

—Deberías haberte quedado siempre en mi tienda conmigo. Te he


dejado disfrutar de tu propio espacio porque te complació, y disfruto
complaciéndote a ti y a tus ridículos caprichos humanos.

¿Mis ridículos...?

—¿Quieres complacerme? —digo, ahora oficialmente molesta—.


¿Qué tal si dejas de matar gente?

Guerra me da una mirada penetrante.

—Hay otro a quien quiero complacer también, Miriam. Y


desafortunadamente para ti, Él desea algo diferente.

Sobreviví la prueba del baño.

Apenas.

Ahora Guerra está completamente vestido y curando


diligentemente mis heridas. Esta vez, cuando me toca, soy muy
consciente de su cercanía. Hay una peculiar intimidad al ver al señor de
la guerra con el delineado kohl fuera de sus ojos.

Quiero llegar a él y tocarlo, y si lo miro muy de cerca a los ojos,


estoy segura de que veré que él también lo quiere.

Así que mantengo los ojos abajo.


Una vez que ha terminado con sus ministraciones, se... queda.

Esto es nuevo.

Quiero decir, estoy acostumbrada a que esté en la tienda de


campaña, después de todo es suya, pero hasta ahora, la mayoría del
tiempo estuve inconsciente. Lo miro mientras afila un cuchillo y hojea
un libro que parece mucho menos divertido que mi propia novela
romántica.

Esto se siente.... doméstico. Como si Guerra fuera a conseguir ese


matrimonio del que tanto habla.

Tengo que salir jodidamente de aquí, inmediatamente.

En serio, ¿qué voy a hacer con esta situación? No puedo


quedarme aquí para siempre. Y cuanto más tiempo esté aquí, más nos
acostumbraremos a estos alojamientos.

Eso realmente no puede pasar. Guerra ya es demasiado atractivo


para su propio bien, y ahora sé que es capaz de ser desarmadamente
amable. No tengo resistencia a nada de eso.

En realidad, no importa, a pesar de todo. No me iré esta noche,


cuando mis huesos se sienten como zancos desvencijados y mi piel
todavía me duele al tacto. Me quedaré aquí, aguantaré un poco más, y
luego, cuando esté físicamente lista para irme, lo haré.

Hasta entonces…

Agarro mi equipo de carpintería y un trozo de madera y empiezo a


cortar la rama hacia abajo, afeitando la corteza como la piel de una
manzana.

Tengo que hacer que el tiempo pase de alguna manera.

Trabajo en silencio, y con el tiempo, mis preocupaciones


desaparecen y se convierte en solo yo, la veta de la madera, y el
constante raspado de mis herramientas. De vez en cuando aliso mi
trabajo con papel de lija, frotando el eje de la flecha hasta que la
superficie se vuelve relativamente lisa.

—¿Dónde aprendiste a hacer eso?

Levanto la mirada, solo para darme cuenta de que la mirada fija


de Guerra está sobre mí, que su mirada podría haber estado sobre mí
durante algún tiempo. He estado tan perdida en mi trabajo que no me
di cuenta.
—Es una larga historia —digo.

—Tenemos tiempo.

Maldito sea él y su voz grave. No puedo evitar pensar en su boca


cada vez que habla.

Será mejor que le cuente la historia. Cualquier cosa para evitar


que mi mente deambule por el camino que quiere tomar.

Dejo el trozo de madera a un lado. A mi alrededor, las virutas de


madera yacen esparcidas como confeti.

—Mi madre era profesora de historia en la Universidad Hebrea —


digo—. Uno de los cursos que enseñaba eran sobre armamento antiguo.
Tenía muchos libros sobre armas viejas y fabricación de armas.

Antes de que mi madre, mi hermana y yo tratáramos de escapar


del Israel destrozado por Guerra, ya había estado hojeando esos libros,
mi ingenuo corazón estaba decidido a sobrevivir. Tontamente pensé
que, si aprendía a fabricar armas, podría usarlas para cazar, como
alguna amazona moderna.

Fue un deseo infantil lo que motivó un interés honesto.

—Llevó mucho tiempo encontrarle sentido a los libros, y mucho


más tiempo hacer una sola cosa bien.

Pero al final lo hice. Entonces una cosa se convirtió en dos, y así


sucesivamente. Una vez que perdí a mi madre y a mi hermana y regresé
a Jerusalén sola y sin ningún tipo de ingresos para vivir, me dediqué a
mi trabajo.

—Primero hice dagas de madera.

Incluso eso fue un proceso de ensayo y error. La madera se puede


pudrir, puede ser demasiado blanda, puede ser demasiado frágil. Pero
una vez que entendí un poco más sobre su naturaleza y las formas de
templado y endurecimiento al fuego, fue cuando realmente fui capaz de
manipular el material.

—Luego pasé a otras armas.

Hice arcos y flechas, probando madera más blanda y dura.


Aprendí cuándo aplicar calor, cuánto y por cuánto tiempo. Y descubrí
que podía reutilizar el vidrio roto para convertirlo en puntas de flecha, y
el plástico delgado en un flechero. Las casas y los depósitos de chatarra
estaban llenos de estas cosas, así como de cuerdas y pegamento y de
alguna que otra herramienta.

Los libros de mi madre tenían la mayoría de las respuestas, solo


tenía que ser creativa en la forma en que los aplicaba.

—Así que eres autodidacta —dice Guerra. Se ve impresionado, y


me siento incómoda por lo bien que me hace sentir.

Asiento.

—¿Y tus habilidades de lucha? ¿También autodidacta?

Sacudo la cabeza.

—Había algunos soldados mayores que me enseñaron algunas


habilidades básicas.

Soldados como mi madre. Solía ser que la mayoría de los israelíes


se alistaron en el ejército durante al menos dos años. Pero para cuando
cumplí la mayoría de edad, había un nuevo régimen político, uno que
no creía en entrenar a las mujeres para la guerra. Así que tuve que
trabajar con lo que mi madre me había enseñado, y con lo que otros
israelíes mayores estaban dispuestos a enseñar.

—¿Te enseñaron a disparar un arco? —dice Guerra, incrédulo.

—Bueno, no. Eso fue autodidacta. —Antes de la Llegada, las


armas eran el arma preferida. Solo cuando las armas de fuego dejaron
de funcionar correctamente, los arcos y las flechas, las espadas y las
dagas, las mazas y las hachas volvieron a ponerse de moda—. ¿Por qué
quieres saberlo? —pregunto, tímida.

—Eres una criatura curiosa, eso es todo. —Me muestra una


sonrisa astuta—. Una criatura curiosa y peligrosa.
Capítulo 20
Traducido por Gerald

Para el tercer día, me estoy moviendo y levantándome de nuevo.


Después de otra noche de las cálidas manos de Guerra en mi piel, casi
me siento de vuelta a la normalidad. Todavía hay algunas dolencias y
molestias —como si giro mi torso de cierta manera, mis lesiones en las
costillas vuelven a la vida— pero si me muevo con cuidado, puedo fingir
que estoy curada.

Que es exactamente lo que hago una vez que despierto y descubro


que Guerra no está, sin duda despedazando a más gente condenada.
Me levanto y me muevo por la tienda del jinete y no voy a mentir,
husmeo en toda la mierda del lugar.

Levanto almohadas y hojeo el montón de libros apilados en una


mesa lateral. Echo un vistazo a las lámparas de aceite y abro algunos
de los baúles del jinete, decepcionada cuando termino contemplando
armas y más armas.

Honestamente, la vida íntima de Guerra no es tan intrigante.


Estaba esperando encontrar que en secreto le gustaba fabricar vestidos,
coleccionar muñecas rusas o algún tipo de mierda extraña de ese estilo.

En cambio, encuentro viejos mapas con ciudades tachadas. Trago


cuando las veo.

Abro el último de sus baúles y exhalo cuando veo lo que hay en el


interior.

Su armadura rojo sangre está en el fondo.

Su espada, noto, está ausente.

Saco el antebrazo, girando la cobertura del brazo en mi mano. El


cuero una vez más está en prístinas condiciones, a pesar del hecho de
que juraría que ayer había manchas de sangre. Supongo que al final del
día, Dios lava todos los pecados. ¿Por qué Guerra no lleva puesta su
armadura?

La respuesta llega un segundo demasiado tarde.


—Es ligera, ¿cierto?

Me sobresalto ante el sonido de la voz de Guerra. Cuando miro


por encima de mi hombro, está en la puerta de su tienda, mirándome,
su expresión inescrutable.

Dios, cuán culpable luzco, agachada frente a su baúl, sosteniendo


una pieza de su armadura.

—No esperarías eso de una armadura —dice, dirigiéndose hacia


mí—. Todos mis hermanos llevan una armadura de meta, pero en el
campo de batalla, el metal es pesado e incómodo.

Regreso el protector del brazo al interior de baúl y lo cierro. Luego


me giro para mirar a Guerra. Lleva puesta una camiseta negra, la
empuñadura de su espada asomándose por encima de su hombro.

—¿Qué ha de eso? —pregunto, mi barbilla moviéndose hacia su


arma—. ¿Eso no es... incómodo?

—Mucho. Pero le tengo afecto.

Detrás de él, la solapa de tienda cruje al abrirse y un soldado


entra, cargando una bandeja con comida y café. Acomoda los objetos en
una mesa, luego se va.

Una vez que estamos solos de nuevo, Guerra se acerca hacia la


mesa y saca una silla para mí.

—¿Quién te enseñó a ofrecerle a una mujer su asiento? —


pregunto, siguiéndolo. Me siento, mis ojos en el acomodo de la mesa.

No ha soltado la parte trasera de mi silla y se inclina para


susurrar a mi oído:

—La misma gente que te enseñó cómo husmear en las cosas de


las personas.

Guerra se endereza y cuando lo hace, vislumbro una empuñadura


conocida amarrada a la cartuchera de su brazo.

—Mi daga —digo cuando el reconocimiento llega. Era una de las


armas con las que peleé en Jerusalén—. La guardaste. —Había estado
segura de que hacía tiempo que se perdió. Verla detona una vieja
emoción.

Sin pensarlo, me estiro para tomarla, solo para lograr que Guerra
atrape mi muñeca.
Le doy una mirada incrédula.

—Es mía.

—Considéralo un trato, obtienes mi daga, obtengo la tuya.

—Eso no es un trato —me quejo, poniéndome de pie—. Mantienes


mi arma guardada sin decírmelo y simplemente me das la tuya. Quiero
la mía de regreso.

Mi daga está más desafilada que la de Guerra y el equilibrio no es


el adecuado. Aun así la quiero de vuelta.

—No. —Simplemente por el tono de su voz puedo saber que no es


negociable. Ugh.

Lo fulmino con la mirada.

—¿Por qué siquiera quieres mi daga? —pregunto.

Hay docenas de armas simplemente en esta habitación. Hay miles


más a lo largo del campamento y con cada ciudad que atacamos, hay
innumerables más para que Guerra adquiera. Mi humilde daga no es
rival para esas.

—Le tengo… afecto.

Justo como le tiene afecto a su espada.

Señala la silla de nuevo.

—Siéntate.

Lo hago, echando un vistazo a la variedad de comida y al espeso y


humeante café junto a ella.

En lugar de sentarse en su propia silla, Guerra se arrodilla,


presionando sus manos en mis heridas. Para este momento me he
acostumbrado a esta rutina. Todavía es sorprendentemente íntimo
tenerlo tan cerca y sentir su piel presionada contra la mía, pero he
llegado a esperarlo, incluso a anticiparlo.

No estoy bien de la cabeza.

—¿Solo me estás curando porque quieres follarme?

Santa madre de Dios. ¿Esas palabras realmente salieron de mi


boca?

¿Qué pasa contigo, Myriam?


La cabeza del jinete se levanta rápidamente hacia mí. Me mira
fijamente durante varios segundos, sus ojos moviéndose hacia mi boca.

—Te curé por mis razones propias. Follar contigo es algo


completamente diferente.

Guerra termina su trabajo y se sienta en la silla junto a la mía.

Y ahora tengo que lidiar con las doce toneladas de tensión sexual
que he provocado en la habitación.

Para distraerme, obligo a salir a las palabras que he tenido la


intención de decirle.

—Voy a regresar.

Los ojos de Guerra se mueven casualmente hacia mí, pero siento


la profunda tensión ante mis palabras.

—¿Regresar a dónde? —Su voz, de hecho, se levanta un poco,


como si regresar en cualquier sentido de la palabra fuera ridículo e
imposible.

—De regreso a mi tienda.

Ahora Guerra se endereza en su asiento. Muestra un rostro


terrible y aterrador, uno que ocasiona que los hombres se estremezcan
antes de que siquiera les ponga una mano encima.

—¿Por qué? —Es una demanda más que una pregunta.

—No somos amantes.

La profunda mirada que me dedica el señor de la guerra, hace


que mi centro se caliente.

Eso cambiará, dicen sus ojos.

—Por no mencionar que estás destruyendo el mundo entero —


digo—. Fue amable que me curaras...

—Amable —repite, como si nunca hubiera escuchado algo tan


desagradable en su vida.

—...pero ahora estoy mejor y quiero recuperar mi tienda.

¿Realmente alguna vez pensé que los ojos del señor de la guerra
estarían tristes? Solo hay violencia en ellos. Terrible violencia
devoradora de almas.
Se inclina hacia adelante y esa simple acción hace que quiera
retroceder.

—¿Qué pasa si te digo que no? —dice, su voz baja—. ¿Qué pasa si
te dijera que no puedes irte?

Levanto mis cejas.

—¿Vas a intentar detenerme cuando has trabajado tan duro en


darme mi espacio?

—No te equivoques, Miriam —dice, su voz engañosamente


suave—. Puedo ser lo que sea que me plazca. Te arranqué de tu primer
hogar. También puedo arrancarte de tu segundo hogar.

—No arruines esto —digo suavemente.

Su rostro destella y por un momento creo que está recordando


cómo le dije que lo odiaba.

—Y si te devuelvo a tu tienda, ¿quién dice que no te atacarán en


el momento en que estés a solas?

—Déjame ir a la batalla —digo—. Hay una parte de ti que


claramente confía en que tu dios me protegerá.

—También es tu dios.

Um, no tiene sentido discutir.

—Si me obligas a permanecer aquí —digo—, no eres mejor que


aquellos hombres que me atacaron.

Está bien, eso es un poco exagerado.

Sin embargo, parece que le hace sentido lógico a Guerra.

Su mandíbula se tensa y aparta la mirada, sus fosas nasales


ensanchándose.

—Bien —dice forzadamente después de un momento, sus ojos


todavía llenos con violencia—. Puedes recuperar tu tienda... por un
tiempo.

Guerra se levanta y se inclina.

—Pero yo decidiré cuando el tiempo se terminé y ninguna de tus


bonitos argumentos humanos cambiará eso.
Guerra es un hombre de palabra. Sí me regresa a mi tienda más
tarde ese mismo día... simplemente que decide cambiarla justo junto a
la suya.

—¿Qué es esta tontería? —demando, mirando hacia nuestras dos


tiendas acomodadas una al lado de la otra. La mía luce irrisoriamente
diminuta al lado de la suya.

El jinete se para junto a mí, evaluando la vista. Tuve que


contenerme con todas mis fuerzas para no arrastrarlo de su tienda para
que me escuchara y estoy bastante segura de que estaba esperando con
entusiasmo mi reacción como si fuera Baklava7.

Ahora se inclina más cerca de mí.

—De nada.

¿De nada? ¿Qué demonios?

—Esto no es lo que acordamos —digo indignada.

—Es exactamente lo que acordamos. Simplemente agradece que


no la coloqué dentro de mi tienda. Estuve tentado, esposa. —Guerra me
mira de arriba abajo—. ¿Cómo te sientes?

Como un maldito desastre.

Levanto un hombro.

—Mejor —digo de mala gana. Muy, pero muy a regañadientes.

Su mirada me recorre rápidamente. Y da un corto asentimiento.

—Entonces empacaremos y nos iremos mañana, después de que


tus atacantes enfrenten su juicio, por supuesto.

Con esa amenazante línea final, se va.

7
N.T. Un postre.
Capítulo 21
Traducido por Yiany

A la mañana siguiente, Guerra me despierta en mi nueva tienda.

Sé que es él desde el momento en que su toque cálido y firme se


encuentra con mi piel. Todavía me sobresalto ante la sensación. Va a
tomar un tiempo borrar completamente el ataque de mi memoria.

—Levántate, Míriam —dice, ya retirándose de mi tienda—. El día


ha llegado.

Frunzo el ceño y me froto los ojos.

—¿Qué día?

Pero entonces retornan sus palabras de ayer.

Voy a tener que enfrentarme a mis atacantes. Ese pensamiento


me hace sentir calor y frío a la vez.

Me siento, pasándome las manos por el pelo. Respiro hondo,


deseando una taza de café turco. Lo bebería, lodo y todo, si pudiera
prepararme para este día.

Me pongo las botas y salgo, entrecerrando los ojos contra el brutal


resplandor del sol. Guerra está varios metros por delante de mí, y
camina como si supiera que lo seguiré. El bastardo. Odio ser predecible.

El jinete me lleva al claro en el centro del campamento, donde la


mayor parte de la horda ya se ha reunido. La multitud se separa como
el mar para dejarnos pasar a Guerra y a mí, cerrando sin problemas
detrás de nosotros.

Es solo una vez que los superamos que tengo una visión clara de
los tres hombres que están atados y golpeados, varios jinetes fobos
armados se extienden detrás de ellos.

El viento casi me deja sin aliento.


Mis atacantes.

Todavía puedo sentir sus manos sobre mí y escuchar el rasgón de


la tela cuando desgarraron mi camisa. Estaba tan indefensa entonces.

Pero ahora las cosas han cambiado.

Mi mirada se mueve de un hombre atado al siguiente. Reconozco


a uno de mis atacantes como el hombre del primer día, el que hizo un
reclamo sobre mí. Los otros son extraños.

Mirar sus caras a plena luz del día los hace mucho menos
atemorizantes. Tal vez es que ellos son los que se ven aterrorizados, o
tal vez es el hecho de que no pueden ser mucho mayores que yo. En un
mundo diferente, podrían haber sido los hombres con los que fui a la
escuela.

Pero ese no es este mundo.

Un jinete fobos se separa de sus camaradas y se acerca para


entregarme un arma. Tomo la espada que me da, luego la miro
tontamente.

—¿Qué es esto? —le pregunto a Guerra.

Su labio superior se curva con desagrado mientras mira a los


hombres.

—Wedāw.

Justicia.

Me lleva varios segundos darme cuenta.

—¿Quieres que mate a estos hombres? —le pregunto al jinete.

En respuesta, Guerra se cruza de brazos, sin decir nada.


Cualquier gentileza que me mostró en los últimos días, se ha ido. Este
es un Guerra intransigente, cuya voluntad reina absoluta.

Echo un vistazo a los hombres.

Lo intentarán de nuevo. Si no en mí, en otra mujer.


Probablemente ya lo hayan hecho antes. Son una amenaza abierta, y lo
seguirán siendo mientras vivan.
¿Pero no es eso lo que Guerra cree sobre todos nosotros? ¿Que
todos somos malvados e inmutables? Simplemente no es verdad. A
pesar de que todos somos capaces de maldad, no significa que estemos
condenados. También somos capaces de bondad.

Miro el arma que tengo en la mano y respiro hondo.

—No los mataré —digo.

No ahora, y no así.

Después de una pausa larga y pesada, el jinete dice:

—Ovun obē tūpāremi ātremeṇevi teri, obevi pūṣeṇevi teri epevitri


tirīmeṭi utsāhe teḷa eteri, ¿obeṭi vuttive iṭuvennē næppe?

Invadieron tu tienda, trataron de violarte y contaminarte, ¿y no


impartirás justicia?

—Esto es venganza —le digo.

Entrecierra los ojos.

—Kē kahatē, peḷivænīki sehi vuttive eke sā sekānevi.

En este momento, la venganza y la justicia son lo mismo.

—No los mataré —repito.

Sé que debo parecer una hipócrita. He matado antes, y estos no


son hombres inocentes. Si estuviéramos en el campo de batalla,
fácilmente pelearía con ellos hasta la muerte. Si me acorralaran en una
noche oscura en Jerusalén, también los habría matado a tiros. Pero al
ver a estos hombres alineados, con las muñecas atadas, esto sería una
ejecución.

No soy un verdugo.

Guerra me mira durante mucho tiempo. Finalmente, hace un


sonido bajo en la garganta y sacude la cabeza, como si fuera algo
maldito.

—Abi abē vuttive eṭu naterennē nek, keki evi abi saukuven
genneki, aššatu.
Si no tomarás tu justicia, entonces la tomaré por ti, esposa.

El jinete ronda hacia los hombres. Al verlo moverse, recuerdo que


así es Guerra. Y, a diferencia de los humanos, no estoy completamente
segura que el jinete pueda cambiar. Ciertamente no quiere hacerlo.

Mis atacantes se alejan de él, pero no hay a dónde ir. Están


rodeados por la multitud y los jinetes fobos.

Cuando Guerra se acerca a los tres hombres, retira una espada


de su vaina en la cadera. No es la espada masiva que usa en su
espalda. Esta se ve más clara y más estrecha.

—Avā kegē epirisipu selevi menni.

—Obtendrán mi espada inmunda, dice Guerra, su voz creciendo


sobre sí misma.

—Gīvisevē pī abi egeurevevesṭi pæt qū eteri, etækin abejē kereṇi pe


egeurevenīsvi senu æti.

En la vida fueron deshonrosos, por lo que sus muertes también


serán deshonrosas.

Los sonidos guturales de sus palabras lo hacen aún más


aterrador.

—Por favor. —Uno de los hombres comienza a rogar—. No


quisimos hacerlo.

El de la izquierda está notablemente temblando.

Pero es el hombre que reconozco quien levanta su barbilla


desafiante, sus ojos en mí. No parece arrepentido, se ve enojado.

—Lo que sea que esa perra te dijo, es una mentira. Ella lo quería.

Guerra se acerca al hombre, y agarra su mandíbula.

—¿Ella lo quería? —Esta vez cuando habla, no se molesta en


hablar en lenguas. Todos escuchamos las palabras perfectamente
enunciadas.

El hombre lanza una mirada dura al jinete, pero no responde.


Después de un momento, Guerra deja ir al hombre y comienza a girar.
En un destello de velocidad, el jinete se vuelve hacia el hombre y,
con un golpe brutal, hunde su espada en el estómago del hombre y lo
atraviesa.

Me sobresalto ante la repentina violencia.

Mi antiguo atacante deja escapar un grito ahogado, y sus dos


cómplices gritan de sorpresa.

Guerra libera su agarre de la espada, dejando que la empuñadura


sobresalga del abdomen del hombre.

El hombre se balancea por unos momentos, luego cae al suelo, un


parche creciente de sangre brota de la herida.

—¿Se siente bien? —pregunta Guerra, nuevamente haciéndose


entender. Se asoma sobre el hombre, la espada aún sobresale de su
víctima—. Espero que sí. Apuesto a que querías que empuñara mi
espada dentro de ti tanto como Miriam quería que la tuya empujara en
ella.

Querido Dios.

Me había olvidado del salvajismo del jinete.

La boca del hombre se mueve, pero todo lo que sale es un gemido


estrangulado.

La atención del señor de la guerra se dirige a los dos hombres


restantes. Tan pronto como su mirada feroz se fija en ellos, ambos se
marchitan visiblemente.

Guerra agarra la empuñadura de su espada del abdomen del


moribundo y saca la hoja, la acción hace un sonido húmedo y
chapoteante.

El jinete se acerca al más asustado de los dos restantes, y sin


ceremonia, lo apuñala en el estómago. Casi mecánicamente, retira su
espada y pasa al siguiente, repitiendo la acción hasta que los tres
atacantes están muertos en un charco de su propia sangre.

Los miro con horror mientras se retuercen y gimen en el suelo. El


jinete los hirió mortalmente, pero no los mató instantáneamente,
dejándolos sufrir.
Guerra pone sus ojos violentos en la multitud.

—Cualquiera que ponga un dedo deshonesto sobre otra mujer


sufrirá el mismo destino.

Se vuelve hacia mí y me da una inclinación de cabeza.

La venganza y la justicia son lo mismo, dijo.

Quizás esta es la razón por la que el mundo está ardiendo.


Después de todo, si se trata de que la guerra es justa, entonces la
justicia de su Dios también tiene sentido.

No regreso inmediatamente a mi tienda. En cambio, hago el viaje


familiar de regreso a mis habitaciones originales. Llámalo curiosidad
mórbida o cierre, pero quiero ver el lugar donde fui atacada. Quiero ver
si la tierra está manchada de rojo con la sangre derramada, o si el suelo
ya ha vuelto a la normalidad.

No sé por qué, pero el impulso me presiona.

A unos diez metros de mi tienda noto que algo está mal. Las
carpas en esta área se agitan tristemente con la brisa. No hay nadie
cerca, y está en silencio. Muy silencioso.

Un escalofrío me recorre, a pesar del calor del día.

Continúo hacia la ubicación original de mi propia carpa, muy


consciente que el ruido y el ajetreo habitual de esta área ya no están.

Mis viejos vecinos podrían estar en el centro del campamento.


Todavía quedaban algunas personas...

Cuando llego a donde debería estar mi tienda, todo lo que queda


es un parche vacío de tierra y algunas manchas de sangre. Tan pronto
como veo esas manchas, la noche vuelve a mí con todo su terror. Las
manos de los hombres sobre mí, sujetándome, golpeándome.

Respiro profundamente, tratando de deshacer esos recuerdos. No


quiero sentirme frágil y asustada.
Doy un paso atrás, y ese silencio desconcertante me invade de
nuevo. Miro a mí alrededor todas las tiendas vacías, sus aletas
rompiendo en el viento. Hay algunas cestas volcadas dispersas, pero no
hay vida, ni siquiera un susurro.

Cuando gritaste, nadie vino. Nadie excepto yo.

La justicia de Guerra tocó a más de tres hombres, me doy cuenta


con un escalofrío. Las personas que alguna vez vivieron a mí alrededor
ahora se han ido.

Estoy descansando al lado de mi tienda rota, cortando otra flecha


cuando escucho conmoción cerca.

Levanto la vista justo a tiempo para ver a los jinetes fobos


acercándose a alguien.

—¡Déjame pasar!

Alzo las cejas ante la voz vagamente familiar.

—Nadie pasa sin la aprobación de Guerra.

—¡Su esposa lo aprobará!

Dejo mi trabajo a un lado y me dirijo a los jinetes fobos, uno que


ahora tiene su mano en su arma. Más allá de los dos hombres está
Zara.

Tan pronto como la reconozco, grito:

—¡Déjenla pasar! —Uno de los hombres me frunce el ceño y


escupe.

Aparentemente me tiene mucho cariño. El otro, sin embargo, el


que me trajo la espada en la ejecución de esta mañana, hace un gesto
para que Zara pase. Su compañero inmediatamente comienza a discutir
con él, pero ignora al otro hombre.

Mi nueva amiga se desliza con dos platos llenos de comida en sus


manos.
—He estado tratando de verte durante días —se queja cuando se
encuentra conmigo—. Y durante días esos imbéciles me enviaron lejos.

—Lo siento mucho —digo—. No lo sabía.

La llevo de regreso a los restos empacados de mi tienda,


consciente de los muchos pares de ojos sobre nosotras. Aparentemente,
los jinetes fobos no son amables con cualquiera que ingrese a su
sección de campamento, incluso cuando su sección de campamento
está empacando para viajar.

—Está bien —dice—. Sabía que eventualmente los superaría.

Cuando llegamos a mis cosas, me entrega uno de los platos.

—Quería devolverte tu amabilidad anterior.

Eso... eso me golpea más fuerte de lo que debería.

—Gracias —digo, tomando el plato, un nudo en la garganta.

—¿Cómo has estado? —pregunta, sus ojos se mueven sobre mí.


La mayoría de mis heridas visibles se han curado; no sé si puede ver lo
que queda de ellas.

—Estoy bien —digo.

Hoy, siento que nuestros roles se han revertido por completo.


Zara parece estar de buen humor, y yo soy la remota.

—Esa noche —dice Zara—, escuché tantos gritos. Pensar que uno
de ellos era tuyo... —Sacude la cabeza—. Pensé que pertenecían a las
otras personas, las que habían matado... —Sacude la cabeza.

Escuchó esos gritos y pensó que era una especie de justicia


perversa.

Zara pica su comida.

—No supe que eras tú hasta que se corrió la voz que una mujer
había sido lastimada, una a que le gustaba al jinete. Puse dos y dos
juntos... —Sus ojos se encuentran con los míos—. Lamento no haber
venido.
—Era tu primera noche. Yo no lo habría hecho. —Sin mencionar
que no vivía cerca de mi tienda.

Estamos en silencio por unos minutos, y tomo la comida que trajo


Zara.

—¿Qué es eso? —pregunta de la nada, señalando con la cabeza el


cuchillo de trinchar y la pieza de madera en la que estaba trabajando.

Lo recojo y lo inspecciono.

—El comienzo de una flecha.

—¿Estás haciendo una? —No estoy segura si es su juicio o


asombro en su voz. Me quita el trozo de madera y lo mira—. Nunca
aprendí a disparar un arco —admite—. No tengo problemas con las
espadas cortas, pero esa habilidad no me ayuda mucho ya que en
realidad no tengo una espada.

—¿No tienes un arma? —pregunto, sorprendida. Pero por


supuesto que no. Zara fue despojada de sus armas cuando llegó, y no le
ofrecerán otra hasta la próxima batalla.

Si los mismos hombres que me atacaron hubieran elegido la


tienda de Zara, habría estado completamente indefensa.

El pensamiento me enferma.

—Espera aquí. —Me levanto y entro en la tienda de Guerra, que


todavía está de pie. El jinete no está adentro en este momento, lo que
probablemente sea lo mejor.

Es más fácil pedir perdón que permiso, tomo una de las dagas
envainadas que Guerra tiene por todas partes, luego abandono su
tienda y regreso a Zara. Varios jinetes fobos siguen mis movimientos.

—¿Qué es eso? —pregunta mi amiga cuando le extiendo el arma.

—Póntela.

—No va a encajar —dice, desenrollando el cinturón de cuero que


envuelve la vaina; estaba claramente hecho para adaptarse a una
cintura mucho más grande. Se enrolla el cinturón a su alrededor,
haciendo lo mejor que puede para que le quede bien.
Zara lo mira fijamente.

—¿Guerra me va a matar por esto? —pregunta, mirando con


cautela a los jinetes fobos que nos miran a las dos. Indudablemente van
a informar que he sacado una daga de la colección del jinete.

—Hablaré con él. Estará bien.

Levanta las cejas.

—¿Vas a hablar con él? —dice con escepticismo—. ¿Y eso


funcionará?

—Lo ha hecho hasta ahora.

Suelta una carcajada.

—¿Qué tipo de conversación estarán teniendo ustedes dos? ¿Del


tipo horizontal?

Hago una mueca incluso mientras me río un poco.

—No. El tipo normal de conversación.

Sacude la cabeza.

—O eres la mujer más convincente del mundo, Miriam, o estos


favores eventualmente te costarán.

Eres mi esposa, te rendirás a mí y serás mía en todos los sentidos


antes que destruya lo último de este mundo.

Zara tiene razón. Nada en estos días viene sin un precio,


especialmente los favores. Y Guerra me ha hecho muchos favores.

En algún momento, me hará pagar.


Capítulo 22
Traducido por Candy27

He roto la Regla Tres.

No llames la atención.

Para ser justa, Guerra parece siempre haber tomado interés en


mí. Ahora el resto del campamente es el que está muy, muy al tanto de
quién soy.

Siento sus miradas mientras monto a Lady Godiva, un caballo


nuevo que está menos interesado en patearme que Trueno. La mirada
colectiva del campamento hace que me pique la piel. Es imposible
mezclarse, y lo odio.

Tal como lo prometió el jinete, hoy el ejército empacó. Ashdod ha


sido erradicado, al igual que todas las comunidades satélites que lo
rodean. No hay nada más que pueda matar Guerra, por lo que es hora
de que nos vayamos.

Como antes, Guerra y yo cabalgamos a la cabeza de la horda,


poniendo la suficiente distancia entre nosotros para que pueda olvidar
por un momento que hay un ejército asesino siguiendo nuestra estela.

El jinete nos conduce hacia el sur por la carretera 4. El terreno es


demasiado plano para que pueda ver el océano desde aquí, pero juro
que puedo olerlo. Está a meros kilómetros de la carretera. Y por las
conversaciones que escuché en el campamento, nos mantendremos
cerca de la costa durante los próximos días.

Intento mantener mis pensamientos preocupados por el viaje en


sí, pero inevitablemente vuelven hacia mi compañero de viaje, tal como
lo han hecho desde que salimos del campamento.

Por absolutamente ninguna razón lógica, hoy no puedo ignorarlo.


O tal vez hay una razón; tal vez la bárbara justicia de Guerra, de hoy
más temprano, rompió algo en mí.
Cualquiera que sea la razón, ahora no puedo evitar notar el corte
agudo de su mandíbula; su pelo oscuro, casi negro; y esos labios
curvos. Asimilo su armadura de cuero rojo y sus poderosos muslos.

Estoy teniendo fantasías de muslos. Acerca de mi enemigo.

Soy una maldita imbécil.

Naturalmente, por supuesto, eso no me para de continuar


mirando a Guerra, y cuanto más miro, más segura estoy que quiero
correr mis dedos sobre sus extrañas marcas brillantes y untar el kohl
de la línea de sus ojos. Quiero saborear esos labios de nuevo.

Lo quiero todo, y no se supone que lo haga, lo cual me hace


quererlo más.

—¿Por qué no has estado con ninguna otra mujer desde que nos
conocimos? —La pregunta simplemente se desliza fuera, pero tan
pronto como lo hace, quiero morir.

Las personas que están interesadas entre ello preguntan este tipo
de cuestiones. Flagrantemente le estoy haciendo creer que esto me
importa. Y no lo hace, no realmente. Solo estoy curiosa. Quiero decir,
¿no todo el mundo quiere saber acerca de la vida sexual del jinete?

¿No? ¿Solo yo?

Mierda.

Guerra me mira por encima.

—¿Quién te dijo que he estado con otras mujeres?

—La gente habla.

Recuerdo cuando vine por primera vez al campamento las


mujeres lo hicieron sonar como que Guerra tenía una puerta giratoria
de mujeres entrando y saliendo de su tienda.

—Ah —dice el jinete—. Humanos y sus manías. —Hay un largo


momento de silencio.

—¿Y? —presiono. Ya me he avergonzado a mi misma. Bien podría


continuar con esta pregunta—. ¿Por qué no lo has hecho?

Guerra se gira completamente hacia mí, sus ojos marrones brillan


con el sol.

—Estoy comprometido contigo, esposa, y contigo nada más.


Quiero encogerme de hombros ante la declaración. Incluso lo
podría haber hecho hace un par de días. Pero por alguna razón, hoy,
esa explicación me golpea bajo en el estómago.

—Guau, estoy halagada. —Intento sonar burlona e irreverente,


pero no lo consigo del todo.

Guerra me da una sonrisa adolorida, como si el esfuerzo de la


abstinencia no hubiera estado sin retos. El pobre jinete ingenioso y su
polla abandonada. ¿Qué hará alguna vez?

—¿Qué pasa si nunca duermo contigo? —pregunto.

—He sido inhumano por mucho tiempo, Miriam. Puedo manejar


mi cuerpo lo suficientemente bien hasta que sea inhumano una vez
más.

Siento escalofríos. Sabía que no era completamente humano, pero


escucharle decirlo es completamente más preocupante que simplemente
ser consciente de ello.

—Tú, por otro lado —continua—, has sido solo humana, y estás
ligada a tu más básica naturaleza. Veremos cuánto duras, esposa.

Hoy, de todos los días, esa declaración encuentra su marca.

En la carretera, no hay equívocos de que estoy viviendo un tiempo


terrible. El signo más obvio de ello son los cuerpos. Justo como la
primera vez que viajé con Guerra, pasamos bastantes de ellos.
Descansan en las calles, o medio dentro, medio fuera de las residencias.
Estoy segura de que hay más muertos encerrados en las casas,
descomponiéndose entre sus posesiones de este mundo.

Desperdigados cerca de los cuerpos hay pilas de huesos, y sé que


los muertos vivientes de Guerra son responsables de eso.

Pero no es solo los cuerpos.

Pasamos por Ashkelon, la ciudad al sur de Ashdod. Este lugar,


también, ha sido saqueado. Algunos de los edificios siguen ardiendo en
la distancia, y hay una quietud en el aire que se siente completamente
desprovisto de vida humana.
Incluso una vez que pasamos la ciudad, hay todavía extraños
signos que nunca se hubieran visto hace una década. Aquí fuera, entre
ciudades, nuestros alrededores están salpicados con vertederos y
chatarra. Las carcasas de viejos coches y electrónica y otras tecnologías
inútiles abandonadas a lo largo de la carretera.

No sé si la vista de toda esta vieja decadencia y desperdicios


parará alguna vez de ser estremecedor para mí. He cribado a través de
tantos vertederos durante los años, pero incluso después de haberlo
visitado cientos de veces, sigo sin ser inmune a la sensación de
hormigueo en mi espalda, como si hubiera viejos fantasmas.

—¿Puedes hablarme de tus hermanos? —pregunto, mis ojos se


detienen ante un secador oxidado y un frigorífico manchado mientras
pasamos.

—Son letales y terribles justo como yo —dice Guerra.

Incluso en el sofocante calor de mediodía, los vellos de mis brazos


se elevan.

—¿Dónde están? —pregunto.

—Donde necesitan estar —dice crípticamente.

—¿Incluso Peste? —presiono. Guerra ha mencionado que el


primer jinete había sido parado.

El jinete curva su labio superior un poco. Su silencio tiene a mi


corazón acelerándose.

—Donde esté, no es cosa mía. Su propósito ha sido servido.

Creo... creo que esa es la forma evasiva de Guerra de decir que


sus hermanos realmente pueden ser parados.

Ahora tengo que figurarme cómo.

—¿Cuándo vendrá Hambre? —pregunto.

—Cuando sea su tiempo.

—¿Y... cuando será eso?

Guerra sacude la cabeza, entrecerrando los ojos a la distancia.

—Después de que yo haya hecho mi juicio final.


—¿Tu juicio final? —digo—. ¿De qué? ¿Humanos? —Elevo las
cejas.

Guerra gira la cabeza y me da una larga mirada.

Si, de humanos.

—¿Por qué crees que estamos aquí? —dice Guerra.

Le miro de vuelta.

—¿Por qué no me lo dices tú? —Él es el único con todas las


respuestas.

—Tu especie no ha sido hecho mal —dice Guerra crípticamente—.


Pero colectivamente han escogido mal.

Estoy intentando seguir las palabras de Guerra y cómo se atan a


un juicio, pero no sé realmente lo que está tratando de decir. ¿Que la
naturaleza humana por si misma está bien, simplemente nos hemos
vuelto malos en algún momento a lo largo del camino? ¿Y ahora tiene
que castigarnos por ello?

—¿Y así que vamos todos a morir? —digo.

—Han sido llamados a casa.

Lo que quiere decir es que la humanidad está siendo barrida


hacia la basura de Dios como un resto en mal estado.

—¿Y no hay nada que puedas hacer? —pregunto. No sé porqué


me molesto en intentarlo. Guerra no me ha mostrado ni una pizca de
interés en realmente salvar la humanidad. Está completamente bien
aniquilándonos.

—Miriam, no es para mí hacer algo. Los hombres son los que


tienen que cambiar. Yo simplemente estay juzgando sus corazones a lo
largo del camino.

Paso una mano por mi pelo marrón oscuro.

—¿Cómo puedes incluso juzgarnos si estás demasiado ocupado


despedazándonos a todos?

La cara de Guerra está seria.

—Hay un orden en lo que mis hermanos y yo hacemos.


—¿Qué siquiera significa eso? —Está bailando alrededor de mis
preguntas.

—Cuatro calamidades, cuatro oportunidades.

Un hormigueo no bienvenido de miedo de desliza por mi columna.

—¿Cuatro oportunidades de qué?

Sus ojos caen pesados sobre mí.

—Redención.
Capítulo 23
Traducido por YoshiB

Redención. Esa palabra pesa mucho sobre mí aquella noche


mientras miro al cielo. La humanidad ha estado tan empeñada en
detener a los jinetes que hemos pasado por alto una simple verdad: tal
vez no sean los jinetes los que deben ser detenidos.

Tal vez somos nosotros.

No nuestras vidas —aunque Guerra insistiría de manera


diferente— sino nuestras acciones. La tecnología se detuvo en seco el
día que llegaron los jinetes. Pero si fueron las cosas que creamos lo que
estaba mal, ese acto único y destructor debería haber sido todo.

Y no fue así.

Peste surgió cinco años después de eso. Cinco años. Y ahora ha


pasado más de una década desde la llegada inicial del jinete. ¿Por qué
la espera? ¿Qué nos estamos perdiendo?

Recuerdo la visión de mis tres atacantes sobrevivientes, todos


esperando morir. Recuerdo haber visto a esos hombres, estando tan
seguros de que volverían a lastimar a alguien si fueran liberados. No
quería creerlo —todavía no lo creo— pero pensé que todo era lo mismo.

De alguna manera se supone que todos debemos redimirnos. No


estoy segura de que todos estemos dispuestos a hacerlo.

Y entonces estamos programados para morir.

Pasamos por Gaza, toda la zona. No queda nadie. Está tan


abandonado como Ashdod y Ashkelon. Los cuerpos se pudren bajo el
sol del verano, y el zumbido profundo y premonitorio de los enjambres
de moscas levanta el vello en mi nuca.

Jabalia, Khan Yunis… todas las ciudades de la zona tienen el


mismo aspecto.
Muerto.

—¿Qué has hecho? —susurro mientras lo asimilo todo.

—No podía dejarte —dice Guerra.

Lo miro.

—Cuando te lesionaste —aclara.

El horror se abre paso sobre mí. Mientras se quedaba a mi lado y


me sanaba, todavía estaba matando.

Guerra se encuentra con mi mirada, y no hay remordimiento en


su expresión despiadada. Lo tendrá todo: a mí y el fin del mundo. Es su
derecho de nacimiento tomarlo todo.

Miro hacia otro lado. Pensar que estaba fantaseando con él hace
solo un día...

Mi atención vuelve a las ruinas de esta civilización. Ni siquiera


sabía que el ejército atacó tan lejos de su campamento base.

Solo que, cuanto más miro la carnicería y más lo pienso, más me


doy cuenta de que el ejército de Guerra no se movió tan al sur. No hay
edificios ardiendo, no hay soldados caídos. No hay nada que indique
que el hombre se encontró con el hombre en el campo de batalla y cada
uno luchó hasta la muerte.

Pero hay pilas de huesos. Montones y montones de huesos.

—¿Usaste a los muertos? —pregunto.

Su única respuesta es mirarme a los ojos y decir nuevamente:

—No podía dejarte.

No hablo con Guerra después de eso. No por horas y horas.

Desafortunadamente, parece perfectamente bien con ese arreglo.

No es sino hasta que se pone el sol y Guerra está alejando a su


corcel del camino hacia un puesto avanzado desierto que dice:

—Sé que estás enojada conmigo.

Sacudo la cabeza.
—No estoy enojada contigo —le digo. Puedo sentir su mirada
sobre mí—. Estoy enojada conmigo misma.

Guerra se aleja de Deimos y toma las riendas de mi propio


caballo, llevando a la criatura a un conjunto de comederos llenos de
comida vieja y agua turbia.

Miro a mí alrededor. Estamos en el medio de la nada.


Verdaderamente. A parte de un puesto avanzado, aquí no hay nada más
que carretera y tierra estéril blanqueada por el sol.

—Hace una semana, tu gente te maltrató —dice—, ¿y todavía


crees que deberían ser salvados?

Lo ignoro, deslizándome fuera de Lady Godiva y haciendo una


mueca ante mis doloridas piernas.

Ata las riendas de mi caballo y vuelve a mi lado.

—Contéstame —exige. Por una vez sus ojos están enojados, y


tengo la impresión de que está recordando la noche en que fui atacada.

—¿Por qué? —digo—. Razonar contigo no logra nada.

Guerra se acerca.

—¿Y si fuera así? —pregunta suavemente—. Si te escuchara y


tratara de cambiar, ¿entonces qué?

Miro su rostro. Todo sobre él es brutal: belleza brutal, poder


brutal, personalidad brutal.

—Creo que sabes lo que sucedería si intentaras cambiar —le digo,


levantando un poco la barbilla.

Me está costando bastante trabajo mantener las manos alejadas


de Guerra tal como está. Si me dio una razón para creer que era capaz
de cambiar para mejor, podría estar tentada a mancillar su buen
nombre aquí, ahora mismo.

La mirada del jinete cae sobre mis labios y sus ojos notoriamente
se calientan.

—Y si hiciera esto, si yo... cambiara… ¿eso te haría sentir menos


avergonzada por el hecho de que el mundo me odia y tú eres mía?

—No soy tuya. —Hay una gran diferencia entre querer follar a un
hombre bonito y ser suya.
Las esquinas de los pecaminosos labios de Guerra se curvan
hacia arriba.

—Eres mía. Lo sabías en el momento en que me miraste a la cara


ese día en Jerusalén. Justo cuando supe que eras mía también. —Su
mirada cae al hueco de mi garganta, donde está mi cicatriz.

Guerra se acerca, atraído por mi vieja herida.

—Mía por violencia. Mía por poder. Mía por proclamación divina.

Creo que podría besarme. Tiene esa mirada intensa en su rostro


como si quisiera, y ha dejado perfectamente claro que cree que soy suya
en todos los sentidos de la palabra.

Pero en lugar de inclinarse y presionar sus labios contra los míos,


pasa por delante y comienza a instalar el campamento.

Miro su espalda mientras trabaja. ¿Por qué no acaba de cerrar el


trato? Es lo suficientemente fuerte y no tiene ningún problema para
vencer a humanos inocentes en el campo de batalla. ¿Por qué trazar la
línea cuando se trata de su "esposa" poco dispuesta?

—¿Qué cambiarías de mí? —pregunta sobre su hombro,


interrumpiendo mis pensamientos.

Lo que sea que te impulse.

—Deja de matar gente —le digo.

Hace una pausa en su trabajo.

—¿Quieres que entregue mi propósito?

Sí. Pero eso es claramente demasiado pedirle.

Me acerco a él, agarro el otro extremo del catre que está


desplegando y lo ayudo a extenderlo.

—Al menos salva a los niños —le digo.

Guerra aleja mis manos, y para un hombre que no es realmente


un hombre, parece saber un poco sobre caballería o lo que sea que cree
que está haciendo por mí.

—Los niños crecen —dice—, y la infancia trágica hace de los


hombres los más vengativos.
Hombres que tratarían de detener a Guerra... si pudiera ser
detenido.

Pienso en mi propia infancia. De sentarme en el regazo de mi


padre y escucharlo contar historias de lugares lejanos y personas que
había conocido. Recuerdo que estaba en la cocina, haciendo jalá con mi
madre, la receta familiar supuestamente se transmitió durante cientos
de años antes de que me enterara. Recuerdo cuán pacífica, cuán
amorosa fue mi infancia.

Al menos, así era antes.

Después…

Cierro los ojos y puedo escuchar el rechinar de metal el día que


llegaron los jinetes. El día que murió mi padre. Y luego, años después…
el agua se precipita…

Puedo sentir su frío helado, exprimiendo la vida de esos


recuerdos.

El jinete tiene razón. Es difícil recordar lo que amabas sin


recordar también lo que odiabas.

—Además —continúa Guerra, sin darse cuenta de mis propios


pensamientos—, los niños se convierten en adultos, que luego
engendran más niños.

Problemática cuando intentas matar una especie.

Guerra termina de instalar el catre, luego saca unos cuantos


troncos de madera del paquete de mi caballo, junto con un paquete de
fósforos desgastados y algo de leña.

—¿No te molesta eso? ¿Que los niños se están muriendo? —


pregunto, sentándome en uno de los catres—. Seguramente hay una
parte de ti… tal vez la parte que me salvó, que está molesta por eso.

El jinete comienza a apilar la madera seca.

—Hambre no tiene ningún problema con los niños… y Muerte…


—Una sonrisa sin alegría aparece en la cara de Guerra por un segundo,
y luego desaparece—. Muerte no amaría nada más que abrazar al
mundo entero en su frío abrazo. Entonces, no, Miriam, no me preocupa
mi clemencia.

—¿Qué pasa con Peste? —presiono, arrojando mis brazos sobre


mis rodillas.
—¿Qué hay con él? —dice Guerra, agregando leña a los troncos.

Mi corazón late cada vez más fuerte. Hay algo aquí. Algo de este
primer hermano que Guerra decididamente no quiere que sepa.

—No lo incluiste en tu lista —le digo.

Guerra se toma su tiempo para encender un fósforo y luego


llevarlo a la leña.

—¿Tenía que hacerlo? —dice, apagando el fósforo—. Tú y yo


sabemos que la peste no discrimina a sus víctimas.

Estrecho mis ojos sobre Guerra, segura de que es inteligente con


sus palabras.

—Lo que sea que me ocultes, lo descubriré.

Más tarde esa noche, después de haber comido y bebido hasta


saciarme (Guerra absteniéndose en nombre de los recursos de
racionamiento), miro al jinete sobre el fuego moribundo. Tiene su
espada sobre su regazo y una piedra para afilar su espada. Puedo
escuchar el zumbido rítmico de esto mientras desliza la piedra por el
metal.

—Mañana estableceremos el campamento aquí —dice, rompiendo


el silencio.

—¿Aquí? —pregunto, mirando alrededor. Estamos en el medio de


la nada—. ¿Dónde estamos?

—Egipto —responde Guerra.

Egipto.

Nunca antes había estado fuera del país. Se siente raro, viajar
más lejos que nunca. Durante años he querido viajar; imagina que
cuando finalmente tengo la oportunidad, es en la dirección equivocada.

Mi mirada recorre nuevamente nuestro árido entorno. Así que


este será el final de nuestros viajes. No es que signifique nada. El jinete
erigirá mi tienda justo al lado de la suya y continuaremos con esta cosa
que tenemos entre nosotros.
Pero este es el final de algo, al menos por ahora. En el camino, es
más fácil que te guste un hombre como Guerra. No está enfocado en
matar gente, y honestamente, cuando quitas eso de la ecuación, no es
tan horrible.

Las llamas bajas parpadean sobre su piel oliva y danzan en sus


ojos. Brillan sobre la hoja de su espada e iluminan amorosamente su
grueso brazo. Guerra no parece un hombre moderno en este momento.

—Antes de llegar a la Tierra, ¿quién eras? —pregunto.

Sus ojos se encuentran con los míos.

—No quién, Miriam —dice—, sino qué.

No digo nada, y finalmente continúa.

—He vivido a lo largo del Somme, descansé en Normandía y me


dispersé en las antiguas costas de Troya; he probado la mayor parte de
esta tierra y mis muertos han sembrado innumerables campos con sus
cuerpos.Incluso ahora puedo sentir esos cuerpos profundamente debajo
de mí en el suelo.

Se me pone la piel de gallina. La mitad de lo que dice no tiene


sentido, pero puedo sentir la verdad. Hasta la última palabra.

—Soy viejo y nuevo y es una experiencia terrible y molesta. —


Zing. Pasa la piedra de afilar sobre su espada de nuevo—. Pero a
diferencia de mis hermanos, soy único en una sola y fundamental
manera. —Hace una pausa, su mirada pesada sobre la mía.

—¿De qué manera es esa? —pregunto, aunque no estoy segura de


querer saber la respuesta.

Sus ojos van al fuego.

—Existo únicamente en los corazones de los hombres. —Guerra


mira las llamas. Ahora que lo he abierto, parece que toda su historia se
está desmoronando—. Todas las criaturas pueden experimentar peste,
hambre y muerte… pero guerra, la verdadera guerra, es una experiencia
singularmente humana.

Mientras lo miro, su rostro eclipsado en su mayoría en la sombra,


la comprensión se abre paso.

—Por eso juzgas los corazones de los hombres —le digo. Porque la
guerra, nacida del conflicto humano, es el único jinete que realmente
comprende nuestros corazones y solo nuestros corazones.
Guerra se ríe, dejando a un lado la piedra de afilar y su espada.

—Todos mis hermanos juzgan los corazones de los hombres… —


Se inclina hacia adelante—, es solo que yo conozco sus corazones. He
residido en ellos durante mucho, mucho tiempo, esposa.

De nuevo, un escalofrío se desliza sobre mí. La mirada de Guerra


es demasiado intensa, y lo que está diciendo me hace sentir como si
fuera real y lo desconocido en realidad está separado por una cortina
delgada, y en este momento, el jinete está quitando esa cortina.

Por capricho, me acerco a él.

No sabe nada más allá de la guerra. Esa ha sido la totalidad de su


existencia hasta ahora.

Alcanzándolo, capturo su mano entre las mías. No sé lo que estoy


haciendo, solo que el brillo de los tatuajes de sus nudillos parecen
luciérnagas atrapadas entre mis manos.

Inmediatamente, la mirada de Guerra se mueve hacia la mía, y


sus dedos se tensan.

—Si conoces los corazones de los hombres —le digo, entrelazando


mis dedos con los suyos. ¿Qué estoy haciendo?—, entonces también
debes saber que la mayoría de los hombres no quieren pelear.

Son los países, las causas y los reyes que quieren la guerra, y los
soldados que pagan el precio.

—¿Estás realmente tan segura de eso, Miriam? —Pero por una


vez, Guerra es el que parece que no quiere pelear.

Paso el dedo sobre sus nudillos, trazando cada glifo.

—Lo estoy.

Todavía no tengo idea de lo que estoy haciendo en nombre de


Dios, pero sé que Guerra no me detendrá.

Ha estado esperando que nos toquemos por mucho más tiempo que
yo.

Mira la acción, sus ojos profundos, su cuerpo inusualmente


quieto.

Mi dedo se desliza sobre el dorso de su mano y sube por su


antebrazo bronceado, comenzando a tocar toda la piel que me dije que
no tocara. Debajo de la punta de mi dedo, puedo sentir las gruesas
bandas de sus músculos. Músculos que, yo sepa, se formaron hace
poco más de una década.

—Esposa. —La voz de Guerra se ha vuelto áspera por la


necesidad, y hay mil deseos en sus ojos. Está empezando a inclinarse
hacia adelante, y parece que va a atacarme en cualquier momento.

Mierda, creo que quiero descubrir cómo se siente eso, así como
quiero saber cómo se sentiría tener las caderas de Guerra acurrucadas
entre mis muslos, su enorme cuerpo presionado contra el mío...

También me inclino hacia adelante.

Casi logro olvidar todo lo demás.

Pero entonces, hay mucho que olvidar. Demasiado.

Puedo escuchar los gritos de batalla, y puedo ver la forma en que


los pájaros rodearon esas ciudades conquistadas. Recuerdo los
cadáveres, todos esos cadáveres, que ensuciaban tantos kilómetros de
camino y la armadura de Guerra cubierta de sangre.

Libero su mano. Es guapo y amable y me salvó la vida, pero como


dijo: no soy como tú, y nunca debes olvidar eso.

De repente, me levanto.

—Creo que necesito ir a la cama.

Idiota, Miriam. Pensar que casi iniciaste algo con el jinete.

La soledad claramente me está superando.

Puedo sentir la mirada del jinete en mi espalda mientras me


acerco a mi catre. Al igual que la primera vez que viajamos, la mía está
llena de mantas. En cambio tomo la de Guerra, solo para dejar claro
que puedo soportar dormir como un tacaño, pero teniendo en cuenta la
forma en que nos estábamos follando con la mirada el uno al otro hace
solo un momento, podría tener la impresión equivocada.

Y no creo que tenga en mí rechazarlo dos veces.

Mientras me quito las botas, Guerra apaga lo último del fuego.


Espero que diga algo sobre lo que acaba de suceder: alguna promesa de
más, alguna frustración que me escapé de su alcance (literalmente) una
vez más, pero no.
Es desconcertante como el infierno, principalmente porque
recuerdo que, por brutal que sea guerra, es un estratega. Y creo que
sabe cómo jugarme.

Poco después de acostarme en mi catre, él hace lo mismo,


quitándose la camisa mientras lo hace. Puedo ver sus tatuajes brillando
en la noche.

—No es necesario que te vayas a la cama solo porque yo lo hago


—le digo.

—No quiero estar despierto cuando estás dormida. Hablar contigo


me recuerda lo solitario que es existir.

Esas palabras aprietan mi pecho. No había imaginado que el


jinete podría sentirse así cuando vive entre una horda de humanos.
Para ser honesta, no había considerado que fuera capaz de sentirse
solo. La soledad es un sentimiento muy vulnerable, muy humano. No se
ajusta a mi noción de guerra.

Tal vez tu noción es incorrecta.

Está justo ahí. No es demasiado tarde para estar un poco menos


solo por una noche.

—Miriam —dice, interrumpiendo mis pensamientos.

—¿Mm?

—Dime algo hermoso.

No estoy segura de haber escuchado al jinete correctamente. ¿Él


quiere escuchar sobre algo hermoso? No pensé que un hombre como
Guerra tuviera espacio para algo como la belleza.

Mi noción de él está definitivamente equivocada.

Me giro en mi catre para poder mirar al jinete. Está acostado en


su propia cama, mirando las estrellas. Debe sentir mi mirada sobre él,
pero no se vuelve hacia mí.

Algo hermoso…

La historia me llega casi de inmediato.

—Mi padre era musulmán. Mi madre era judía.

Está callado.
Paso mis dedos sobre la tela de mis mantas mientras hablo.

—Se conocieron en Oxford mientras ambos obtenían su


doctorado. Mi papá me dijo que escuchó la risa de mi madre antes de
ver su rostro. Supuestamente fue cuando supo que la iba a amar.

Mis dedos se quedan quietos.

—Se suponía que no debían amarse.

—¿Por qué? —La voz de guerra proviene de la oscuridad.

Mis ojos se mueven hacia él.

—Sus familias no querían que estuvieran juntos, porque eran de


dos culturas diferentes y dos religiones diferentes. —Mi padre, turco-
estadounidense, y mi madre, israelí.

El jinete no dice nada a eso, así que continúo.

—Al final, no les importó lo que pensaran sus familias. Sabían


que el amor era amor. Que puede cerrar todas las brechas.

Exhalo Ahora mis padres se han ido y esta gran historia de amor
en la que creía cuando era niña llegó a su fin.

Entonces, tal vez no sea hermoso, después de todo. El mundo se


lleva todo, al final.

Ahora Guerra gira la cabeza para mirarme.

—Entonces, ¿encuentras hermoso el amor, Miriam? —pregunta.

—No —digo, mis ojos se encontraron con los suyos en la casi


oscuridad—. No el amor mismo. —Todo lo que siempre he amado lo he
perdido. No hay belleza en eso—. Es el poder del amor lo que encuentro
hermoso.

Puede cambiar tantas cosas…

Para bien o para mal.


Capítulo 24
Traducido por Candy27

Me despierto contra Guerra.

Justo como la última vez que pasó esto, he dejado mi propio


catre, mi cuerpo gravitó hacia el jinete como un imán.

Levanto un poco la cabeza y veo que, al menos esta mañana,


Guerra también ha dejado su propio catre, y no encontramos en algún
punto intermedio.

Eso solo me hace sentir un poquito mejor.

Mis ojos se mueven hacia el jinete. Todavía está dormido, sus


largas pestañas se abren en abanico contra sus mejillas. Siento que mi
piel se calienta incluso mientras me permito lentamente acomodarme
contra él.

¿Está mal re-imaginar esta situación? Porque lo quiero. Tan mal.

Cuanto más me presiono contra él, más se despierta mi cuerpo


contra el suyo. Soy consciente de que está hecho de músculo y tal vez
nada más, y que todo ese músculo se siente muy bien contra mí.
También hay una parte perversa de mí que disfruta sintiéndose
pequeña y protegida aquí, en el capullo de sus brazos. Hace mucho
tiempo que no me siento protegida.

Mi mirada se mueve hacia su pecho, donde sus pectorales están


envueltos en esos tatuajes brillantes. Antes de que pueda pensarlo
mejor, levanto una mano y trazo uno. Debajo de mi toque, la piel del
jinete es pedregosa.

El brazo de Guerra me aprieta, y se despierta con una sonrisa


lenta y despreocupada. Me pregunto cuántos más de esas obtendré hoy.
Me horroriza darme cuenta de que he comenzado a esperar esas
sonrisas. El jinete no sonríe mucho, así que cada una que gano me da
un placer perverso. Énfasis en perverso.

—Esposa, tienes la costumbre de encontrar el camino hacia mis


brazos.
Una costumbre que, a juzgar por su rostro, no hará nada para
disuadir.

—Me encontraste en el medio —digo un poco a la defensiva,


porque me siento un montón como si lo estuviera persiguiendo en este
momento cuando ha sido al revés.

Guerra me da otra sonrisa somnolienta, que calienta mi núcleo.

—¿Cómo podría no hacerlo? —dice—. En el sueño no tengo tanta


moderación.

Sigue sin dejarme ir, y yo no he intentado salir de sus brazos.


Creo que ninguno de nosotros está ansioso por terminar este momento.

El jinete se acerca y traza la cicatriz en la base de mi garganta.

—¿Cómo obtuviste esto?

La pregunta rompe mi estado de ánimo.

La explosión ruge por mis oídos, la fuerza de la misma me arroja al


agua.

Oscuridad. Nada. Entonces...

Me quedo sin aliento. Hay agua y fuego y... y... y Dios el dolor, el
dolor, el dolor, el dolor.

Aprieto los ojos contra el recuerdo. Cuando los abro, está


cuidadosamente guardado de nuevo.

—¿Por qué importa? —pregunto.

Los ojos profundos de Guerra se elevan a los míos.

—Importa.

Arrugo la frente.

—Tuve un accidente. Tengo otras cicatrices en otros lugares.

Esto, por supuesto, es lo incorrecto que decir. Los ojos de Guerra


se vuelven ávidos; parece que quiere quitarme la ropa y leer mi piel
como si fuera un mapa.

Su mirada sube por la columna de mi garganta. Más allá de mi


boca y nariz. Enfoco mis ojos en los suyos, y ninguno de los dos mira
hacia otro lado. Puedo ver esas motas de oro en sus irises. Incluso
puedo ver eso en este momento, sus ojos han sido despojados de la
violencia.

Lo que queda en ellos es puro deseo.

Mi respiración se acelera y mi núcleo comienza a latir, y lo quiero,


lo quiero, lo quiero. Pensé que dormir cambiaría las cosas, pero no fue
así.

Su cara está muy cerca. Demasiado cerca.

Soy yo quien cierra la distancia entre nosotros. Yo, quien presiono


mis labios contra los suyos. Este es un impulso puro, no adulterado.

Demasiado para no perseguirlo...

Sabe tal como lo recuerdo. Como humo y acero. Y a diferencia del


resto de su cuerpo, la boca de Guerra es flexible.

Se supone que el beso es suave, pero el jinete lo secuestra,


aplastando sus labios contra los míos. Me está devorando con la misma
intensidad que tiene en la batalla.

Nos da la vuelta para que yo esté de espaldas y él esté encima de


mí, sujetándome al suelo. Mantiene su peso sobre mí, pero aun así, se
siente tan sólido y pesado como esos tanques pudriéndose en los
depósitos de chatarra de Jerusalén. Descaradamente, me muevo contra
él, conteniendo un gemido.

A lo lejos, escucho el lento ruido de los cascos, pero mi atención


se concentra intensamente en Guerra mientras su mano se mueve
hacia mi pecho y toma un seno.

No es mi intención, pero un jadeo entrecortado se escapa.

Guerra se separa del beso lo suficiente como para decir:

—Esposa, no he estado viviendo hasta este momento. Debes


hacer ese sonido de nuevo.

Mierda, ¿se dio cuenta de eso?

Clop, clop, clop, clop.

Los labios del jinete vuelven a los míos, y su mano vuelve a mi


pecho, y estoy frotando mi pelvis contra la suya como si fuera un
deporte profesional.

Clop, clop, clop, clop.


Esto va a suceder aquí y ahora. Mi período de sequía oficialmente
habrá terminado. Me ocuparé de las consecuencias de esta mala
decisión más tarde.

Una sombra rueda sobre nosotros, y cuando me molesto en mirar


hacia arriba, noto el caballo de Guerra inclinado, olisqueando el pelo
del jinete.

A diferencia de Lady Godiva, Guerra no se molestó en atar su


corcel aquí. Y ahora su caballo acababa de ser un bloqueador de polla
de mierda en esta situación.

Guerra se aleja de mí.

—Deimos —gime, sonando exasperado mientras empuja el hocico


del caballo.

Dándome una mirada de disculpa, Guerra se aleja de mí para


lidiar con su corcel.

Me siento, sacudiendo la suciedad de mi cabello y mi ropa,


sintiéndome un poco disgustada por lo que acabo de hacer. Veo a
Guerra interactuar con Deimos, acariciando a la bestia a lo largo de su
mejilla y cuello.

Siempre pensé que el caballo de Guerra, con su enorme cuerpo y


su abrigo rojo sangre, era una criatura aterradora, pero en este
momento parece más un niño necesitado, ansioso por la atención de su
padre.

Muy bien, los caballos pueden tener una o dos cosas sobre las
bicicletas. Incluso si se hacen caca por todas partes.

Estoy a punto de deambular hacia donde están el caballo y el


jinete cuando escucho un sonido bajo. Echo un vistazo al camino y veo
formas confusas justo en ese punto donde la tierra se encuentra con el
cielo.

Deimos no estaba bloqueando polla después de todo. Estaba


haciendo sonar la alarma.

El ejército de Guerra está en el horizonte.


Capítulo 25
Traducido por Vanemm08

Esa noche salí de mi tienda recién montada, armada con un


propósito.

Afuera, el pequeño lugar desolado en el que Guerra y yo


acampamos está cubierto de tiendas de campaña hasta donde alcanza
la vista. Los momentos privados que tuvimos hace tan solo unas horas
han sido sustituidos por personas y por la industria.

Siento una breve punzada de pérdida, pero se desvanece


rápidamente, reemplazada por mis crecientes nervios.

Muerdo el interior de mi mejilla, mis ojos se dirigen a la tienda


del jinete. He venido con una especie de plan. Un plan tímido, a medias,
pero no obstante, un plan. Uno que hace que sienta un vacío en el
estómago cada vez que lo pienso.

Al menos dejaré de sentirme tan desgarrada, si funciona.

Guerra va a invadir la próxima gran ciudad en uno o dos días.


Necesito hacer que esto suceda antes de eso.

Doy un solo paso hacia su tienda, luego vacilo.

Mi plan podría esperar hasta mañana...

Por otra parte, si lo pospongo, puede que nunca encuentre el


coraje para hacerlo de nuevo.

Empiezo a dirigirme hacia la tienda de Guerra, con el corazón en


la garganta.

La noche es cálida y tranquila, y los sonidos del campamento me


rodean: el suave ronroneo de las antorchas, los lejanos aullidos de risa,
el suave aleteo de las lonas. Si nuestras circunstancias fueran
diferentes, estos ruidos serían reconfortantes.

Dios, ¿realmente voy a hacer esto?


Los jinetes fobos que normalmente están de guardia alrededor del
área se han ido. Me acerco a la tienda, y desde el interior escucho
varias voces hablando.

Dudo, entrelazando mis pegajosos dedos, mi respiración viene


demasiado rápido.

Ahora realmente podría ser un mal momento para esto.

El bajo murmullo de la voz del jinete se deriva desde el interior, y


mi estómago se aprieta.

Todavía puedo dar la vuelta. Él nunca lo sabría.

Sé valiente.

Hago a un lado la solapa de lona, solo un poco.

En el interior, el jinete escucha a sus hombres mientras planean


la mejor manera de invadir Arish, la siguiente ciudad en su lista al
parecer.

—El océano bloquea la ciudad desde el norte, el desierto desde el


sur —dice un jinete fobos—. Iremos desde el este, dejando el único
escape de los civiles hacia el oeste. Podría ser mejor dividir el ejército y
atacar ambos lados.

Frunzo el ceño hacia el hombre que habla. Está hablando de


cómo sería mejor aniquilar a toda una ciudad.

Guerra estudia la topografía, su pecho desnudo, sus tatuajes


brillando como rubíes.

—También hay que pensar en la Carretera 55 —dice una soldado,


moviendo su dedo sobre una sección del mapa—. Eso lleva al desierto,
pero si la gente está lo suficientemente desesperada, lo usarán para
huir hacia el sur...

Una mano se envuelve alrededor de mi brazo.

—¿Espiando al guerrero? —gruñe un hombre detrás de mí.

Me doy vuelta y veo a otro de los jinetes fobos. Uzair creo que es
su nombre. Tiene una mirada especialmente mala.

Me empuja dentro de la tienda de Guerra. El jinete y los otros


soldados alzan la mirada por la conmoción.
—Encontré a tu persistente mujer fuera de la tienda. Estaba
escuchando tus planes —dice Uzair.

Los ojos de Guerra se ciernen sobre mí antes de moverse hacia el


hombre.

—Vete.

El jinete vacila. Claramente, pensó que iba a recibir una


palmadita en el hombro por delatarme. Él le da a Guerra una reverencia
rígida y se va.

Los soldados restantes están observando al jinete, esperando su


señal antes de actuar.

Guerra sacude la cabeza hacia las solapas de la tienda. Sin


palabras, todos se van. A medida que avanzan, la mayoría de ellos me
dan miradas duras.

No he ganado ningún aliado entre sus hombres.

El jinete se queda mirando las solapas de la tienda durante


varios segundos, incluso después de que todos se han ido.

—Si quieres saber mis planes —finalmente dice—, solo tienes que
preguntar.

Guerra y yo sabemos que solo usaría la información para


sabotear sus esfuerzos.

—No es por eso que estoy aquí —le digo.

—Entonces, ¿por qué estás aquí? —pregunta, alejándose de su


mapa. Sus ojos brillan con interés.

Sé valiente. Sé valiente. Sé valiente.

Él se acerca más, y lo miro, realmente lo miro. Desde su


imponente marco, a sus ojos oscuros y pómulos afilados, su mandíbula
afilada y la vasta extensión de su torso desnudo. Todo sobre él fue
hecho para acabar vidas.

Abro la boca…

Retrocede.

—Sabes qué, olvídalo. —Las palabras salen en un apuro.

En otro momento, me prometo.


Justo cuando me doy la vuelta para irme, Guerra me agarra del
brazo y me gira para mirarlo. Observa mi rostro.

—Tienes una mirada en tus ojos...

¿Tengo una mirada en mis ojos?

—Dime por qué estás aquí —ordena.

Mi mirada se mueve de la mano en mi brazo a su cara.

Vamos mujer solo dilo ya.

Exhalo.

—Tengo una propuesta para ti.

—Una propuesta —repite. Su voz lleva peso, peso que calienta


mis mejillas.

Si alguien entendiera los intercambios, sería Guerra. Los lados


opuestos se encuentran, intercambian una cosa por otra, y luego
reanudan el conflicto en la mañana.

Él continúa escrutándome con creciente intensidad.

—¿Qué es, esposa, lo que propones?

Mientras lo miro, me acerco. Muy deliberadamente, coloco mi


palma contra su pecho.

—Creo que quieres esto —le digo en voz baja, incapaz de explicar
exactamente lo que estoy ofreciendo—. Y más.

Mucho más.

Guerra respira profundamente, y sus ojos arden. No lo niega.

—¿Esta es tu propuesta? —pregunta.

Mi temido plan.

Asiento con la cabeza.

—¿Qué quieres? —Su voz es profunda y resonante.

Quiere hacer un trato.

Libero una exhalación temblorosa. Esto es exactamente lo que he


estado esperando. Las dudas que tengo palidecen en comparación.
—Deja de resucitar a los muertos —le digo.

No le estoy pidiendo a Guerra que termine su maldita cruzada;


simplemente estoy pidiendo que no nos erradique por completo a todos.
Tal vez entonces algunas personas sobrevivirían a las redadas de
Guerra. En este punto, algunos son mejor que ninguno.

Guerra cierra sus ojos y mueve una mano sobre la mía,


sujetando mi palma a su pecho.

—Es una buena oferta. —El jinete abre los ojos—. Estoy tan
tentado como siempre lo estaré…

Siento que mi esperanza se expande...

—...pero no, Miriam, no estaré de acuerdo con esto.

...luego cae en picado.

Mis mejillas se ruborizan ante el rechazo.

Fui una tonta por pensar que podría convencerlo tan fácilmente.
O pensar que mi cuerpo tendría un precio tan alto para él. Y luego está
también la sensación de humillación que siento. Fue lo suficientemente
degradante como para ofrecer mis servicios, ¿para luego tenerlos
rechazados de todos modos?

De repente estoy enojada, principalmente conmigo misma, pero


también con Guerra.

Empiezo a apartar mi mano, pero él la mantiene prisionera.

—¿Te vas tan rápido? —dice.

Miro abiertamente al jinete, y la mirada le hace reír


amenazadoramente.

—Sí, ódiame, mujer salvaje; tu ira te hace vivir.

Él todavía tiene mi mano atrapada.

—Aquí es donde negociamos —dice.

—Esto no es negociable —le digo—. Puedes tomar mi oferta o


rechazarla y dejarme ir.

Guerra ignora mis palabras.

—¿Y si acampamos un poco más lejos entre ciudades? —dice—.


Podría comprarle a tu gente un poco más de tiempo.
¿Unos pocos días? Si voy a follar con este jinete cuándo y cómo lo
pide, quiero comprar años, incluso décadas, de la vida de alguien. No
días.

—Eso no es lo suficientemente bueno.

Él me muestra una sonrisa cruel.

—Eres rápida para saltar de intercambios a demandas.

—Y tú eres rápido para derribarlos —espeto.

El jinete suelta mi mano, pero solo para que pueda pasar su


pulgar por mi labio inferior.

El señor de la guerra se inclina.

—Te entregarás a mí de todos modos. Estas marcada para mí, mi


premio de guerra.

Ahora me toca a mí darle una sonrisa cruel.

—Tal vez —le digo—. Tal vez me tendrás o tal vez no. Pero no será
esta noche, y podría haberlo sido

Los ojos de Guerra parecen oscurecerse.

Oh, toqué algo que quería ahora, ¿verdad?

Qué mal.

Me doy vuelta y me dirijo a la puerta.

Estoy casi en las solapas de la tienda cuando dice:

—Los aviarios.

Mis cejas se fruncen, y lo miro por encima del hombro.

—¿Qué?

Da un paso adelante.

—No quemaré los aviarios.

Puedo escuchar el latido de mi corazón acelerarse.

Los aviarios. Ese era el sistema de comunicación más eficiente de


una ciudad. Si se dejaran intactos, entonces otras ciudades podrían ser
advertidas sobre la guerra. La gente podría tener tiempo de huir antes
de que el jinete entrara en su ciudad.
Escudriño al jinete, girándome completamente para enfrentarlo.

—¿Es esto una especie de truco?¿No planeas darme tu palabra


solo para matar a las aves de alguna otra manera?

Guerra parece casi complacido con mi pregunta. Tal vez a su


mente estratégica le gusta ser probada. Mientras tanto, aquí estoy,
encontrando todo tedioso.

—No evitaré que mis hombres maten a las aves —dice—, pero no
daré una orden explícita para que destruyan los aviarios.

Esto es lo mejor que voy a conseguir. Y es mucho mejor que su


primer contraoferta.

Lentamente, asiento. Asiento antes de que realmente pueda


pensar en las otras ramificaciones de este trato. Las ramificaciones que
me van a costar.

—Está bien —digo en voz baja—. Estoy de acuerdo con los


términos.

La mirada intransigente del jinete está fija en la mía. Finalmente,


da un pequeño asentimiento.

—Bueno. Tenemos un trato.

Sus ojos se mueven sobre mí, calentándose a medida que


avanzan.

—Ahora, ven a mí —dice. Su voz se ha vuelto más áspera, más


profunda—. Muéstrame lo que he comprado.
Capítulo 26
Traducido por Vanemm08

Esto realmente está sucediendo.

Dios, no esperaba que sucediera tan rápido. Tal vez realmente no


esperaba que sucediera en absoluto. Creo que todavía podría estar en
shock.

Tomo una temblorosa respiración. Ansiedad y temor y emoción


perversa agitándose en mi estómago mientras doy esos pasos vacíos
hacia él.

Una de sus manos cubre mi mejilla, y me sobresalto ante la


sensación. Ahora que se lo que nosotros dos haremos, lo que he
acordado hacer, su toque se siente particularmente eléctrico.

—Las cosas que he imaginado, esposa —murmura, su pulgar


acariciando mi piel. Tranquilamente bebe en cada faceta de mi cara: mi
nariz, mis labios, mis mejillas, mis ojos.

Un escalofrío me recorre.

Guerra se inclina, su boca al más leve aliento de la mía. Justo


cuando pienso que sus labios se van a cerrar sobre los míos, dice:

—Tócame.

Trago.

Levantando mi mano, toco su rostro suavemente, muy


suavemente. No creo que esto sea lo que Guerra tenía en mente cuando
me dio la orden, pero no se opone. Sigue mirándome, su mirada
ardiente.

¿Qué clase de mente se encuentra debajo de este bello rostro? Yo


lo llamaría malvado y sin embargo he visto la marca humana del mal.
Se nutre de la crueldad y la tortura. No pienso que Guerra sea
depravado, aunque su brutalidad es asombrosa.

Deslizo mis dedos sobre sus altos pómulos, bajo su mandíbula y


la columna de su garganta. Continúo moviendo mi mano cada vez más
abajo hasta que mi palma vuelve a ese lugar justo debajo de sus
pectorales.

Guerra cierra los ojos, exhalando por la nariz.

Él tiene un cuerpo de guerrero, lo cual no es sorprendente, y no


es nada que no haya visto ya. Pero esta noche, cuando sé que va a estar
presionado contra mi propia piel, esta noche lo noto.

Ahora estoy mirando su pecho y esas marcas brillantes. ¿Por qué


estoy tan nerviosa? ¿Y por qué estoy haciendo todo esto raro? ¿Debo
solo besarlo?

—¿Has hecho esto antes? —pregunta, abriendo los ojos.

Asiento, sin mirarlo a los ojos. No le digo que no lo he hecho


mucho. Un embarazo sería complicado.

—¿Tú lo has hecho? —Como una idiota, la pregunta se escapa de


mis labios antes de que pueda detenerme.

Guerra inclina mi cabeza hacia arriba, obligándome a


encontrarme con sus ojos.

—Mmm —dice, creo que es su forma de decir que sí.

Antes de que pueda hacer algo más, y antes de que tenga la


oportunidad de hacer que esto se sienta realmente incómodo, llevo mis
manos a su pecho de nuevo. Ignorando la forma en que tiemblan, aliso
mis manos sobre su carne.

Debajo de mi toque, siento la piel erizada de Guerra, y es un


shock, saber que puedo hacerle eso a él.

Muevo mis manos hacia abajo, alcanzando sus pantalones, listos


para hacer que todo esto pase, pero Guerra atrapa una de mis
muñecas.

—Espera.

¿Espera?

Mis rodillas están casi tocándose por los nervios. No creo que
pueda esperar.

Sosteniendo mi brazo, Guerra me lleva a una mesa auxiliar,


donde descansan un decantador y lentes. Descorchando el recipiente,
vierte dos bebidas y me da una. La otra la guarda para sí mismo.
Lo tomo, envolviéndolo con mis dos manos. Al menos esto aliviara
los nervios. Mis sentidos apreciarían ser embotados.

Tomo un tentativo sorbo del alcohol. Es picante, y honestamente


no podría decir qué tipo particular de espíritus destilados estoy
bebiendo, pero me calienta al instante, así que tomo otro trago.

Tal vez simplemente puedo hacer esto borracha...

Con ese pensamiento, inclino mi vaso hacia atrás y trago el resto


de la bebida, haciendo una mueca ante el aguijón.

Guerra me mira de cerca. Después de un momento, se sienta en


su silla, su mirada nunca me deja. Creo que va a señalar que me veo
nerviosa. En cambio, toma un largo trago de su bebida, luego deja el
vaso a un lado. Después de un momento, toma mi bebida y la pone a
un lado también.

Extendiéndose, me agarra por las caderas y me acomoda para que


mis piernas queden atrapadas entre las suyas. Mi corazón está
martillando en mi pecho.

Mirándome, el jinete comienza a frotar sus pulgares sobre mi piel.


Lentamente, sus palmas suben por mis costados, levantando la parte
superior junto con ellos. Su toque es eléctrico. Nunca he estado tan
consciente de mí misma en toda mi vida.

Poco a poco, levanta mi camisa, revelando un sujetador hecho


jirones debajo. Termino de remover la camisa, dejando a un lado la
prenda.

Siento que estoy a punto de salir de mi propia piel, lo cual es


alarmante, considerando lo poco que hemos hecho.

Necesito tomar el control.

Con ese pensamiento, me inclino y lo beso.

Dulce alivio.

En el momento en que mis labios se presionan contra los suyos,


toda mi energía ansiosa se convierte en intensidad. Estrecho mis manos
a ambos lados de su cara, dirigiendo su boca a la mía.

Gime contra mí, y cualquiera que sea el ritmo agonizante y lento


que nos propuso antes, se desvanece en un instante. Sus manos están
en mi cabello mientras devora mi boca.
Mis rodillas aún están débiles, y prácticamente tengo que
agarrarme a la falda de Guerra para evitar colapsar en el suelo. La piel
de mi pecho se presiona contra la suya y me estremezco contra él.

El señor de la guerra muele sus caderas contra mí, y puedo sentir


su dureza tirando contra el material.

—La sensación de ti contra mí... —gruñe—, todos los santos, es


como un recuerdo del cielo.

No sé qué decir a eso; el jinete me comparó con el cielo y sabría


todo sobre el lugar. En una nota más personal, nadie ha apreciado
cualquier parte de mí como lo está haciendo Guerra en este momento. Y
es embriagador. Es tan malditamente embriagador.

Guerra se aleja de mi boca.

—Quiero ver tus bonitos pechos —dice, su voz grave.

Le devolví la mirada, aturdida por sus labios.

Antes de que sus palabras se procesen completamente, me está


quitando el sujetador. Un momento después, mis senos están libres.

Automáticamente, mis brazos se acercan a mi pecho y mi


nerviosismo anterior vuelve con toda su fuerza.

Aun así, es Guerra quien saca mis brazos de mi pecho, revelando


mis oscuros pezones. Su mirada humeante se hunde para encontrarse
con la mía.

—No tienes razón para estar nerviosa, esposa.

Esposa. El sentimiento hace que sienta un vacío en el estómago.

—Por favor, no me llames así en este momento. —Pensé que me


había acostumbrado al término, pero estaba equivocada. En este
momento suena demasiado íntimo. Puedo trivializar lo que hago con el
jinete mientras permanezca emocionalmente distante.

—Eso es una cosa que no voy a aceptar. Esposa.

Estrecho mis ojos hacia él.

Su mano roza mi piel, luego toma un pecho. Es casi cómico, lo


grandes que son sus manos. Engullen mi pecho, y un poco más.

Él levanta su otra mano, de modo que los toma a ambos. Su


pulgar se arrastra sobre un pezón.
—Quiero estar en ti, Miriam —exhala—. Es todo en lo que he
podido pensar últimamente.

Sus palabras le prenden fuego a mi núcleo. La necesidad crece en


mí para llevar esto más lejos. Más rápido.

Guerra me levanta fácilmente, dándose acceso a mi pecho. Siento


su aliento caliente exhalar contra mi pezón, y luego lo toma en su boca.

Mi reacción es instantánea.

Gimo, arqueándome contra él, presionándome contra su pecho.


Sus labios son como el pecado, y puedo sentirme mojándome con cada
golpe de su lengua.

Él gime contra mí.

—Esposa. Ese sonido.

Necesito más.

—¿Qué quieres que haga? —digo en su lugar.

—Tócame donde te plazca.

Ahora eso es una orden complicada. Implica que cualquier parte


de él me agrada, y a pesar de que mis labios ya están hinchados por
sus besos, y aunque estoy a horcajadas en su regazo y mis bragas están
empapadas, todavía no quiero que ninguna parte de él me complazca.

Y definitivamente no quiero que él lo sepa.

Pero el deseo gana. Paso mis manos sobre sus pectorales, sus
hombros, su espalda y brazos. Lo estoy tocando en todas partes, en
todas partes. Su cuerpo es enorme, su masivo torso empequeñece el
mío.

El jinete gime de nuevo, y de nuevo se aprieta contra mí. Sus


labios comienzan a deslizarse sobre mi pecho, haciéndose más exigente,
y sus manos se están volviendo más codiciosas. Reflexivamente, paso
mis dedos por su pelo oscuro.

Sus violentos ojos, forrados de kohl se fijan en los míos, y se


agudizan con un propósito.

Guerra me levanta y me lleva a su cama, sentándome en el


colchón en el que no hace mucho dormí. Se siente familiar y extraño al
mismo tiempo, las sábanas huelen ligeramente como el jinete.
Me acuesto y miro a Guerra, que parece más grande que la vida
desde este ángulo.

Hace unos minutos hubiera estado nerviosa. Ahora solo lo quiero.

Se arrodilla a mi lado, su mirada fija en la mía. Sus manos van a


mis botas, y mis calcetines sacándolos uno por uno. Sube la cama, sus
dedos van a mi cintura.

Trago un poco mientras me desabotona los pantalones. El sonido


de la cremallera abriéndose incrementa mi emoción. Él engancha sus
dedos alrededor de mis pantalones y la ropa interior, y luego lo arrastra
todo, poco a poco, descubriéndome a medida que avanza.

Escucho su fuerte inhalación, y sus ojos están paralizados en mi


núcleo, incluso cuando tira mi ropa por mis pantorrillas y la saca por
mis pies. Se ve hipnotizado por la vista de mí desnuda en su cama.

Después de un momento, Guerra se endereza, sus propias manos


yendo a las botas negras que lleva, sus músculos se ondulan con el
movimiento.

Él comienza a desnudarse para mí, y es muy sexy. El jinete está


sin camisa, así que no hay mucho que quitar una vez que se quitó los
zapatos. Sus manos se mueven a su pantalón negro. No aparta la vista
de mí cuando lo baja —y a lo que sea que lleva debajo—, abajo, abajo,
abajo.

Mi mirada se hunde, y... oh. Un pequeño zarcillo de nervios


vuelve.

Su polla es enorme. Lo suficientemente grande como para


intimidarme, y lo suficientemente grande como para herir, si no somos
cuidadosos.

De repente siento mi inexperiencia. Estoy abrumada, y Guerra


probablemente ha estado con suficientes mujeres para ver la poca
práctica que tengo.

Antes de que mis inseguridades puedan precipitarse, el jinete se


arrodilla en la cama, y entonces su cuerpo se posa pesadamente sobre
mí. Sus caderas encajan entre las mías, solo como alguna vez imaginé
que lo harían, y su pecho se presiona contra cada parte de mi piel
expuesta. La sensación es mejor que lo que mis fantasías enfermas
podrían soñar.
A nuestro alrededor, las lámparas parpadean, su brillante luz
baila a lo largo del cuerpo de Guerra. El jinete me mira durante unos
segundos.

—Ahora, esposa, puedo respirar con facilidad. Todo es como debe


ser.

Su boca se encuentra con la mía, y se siente como si estuviera


siendo traída a la vida.

Guerra no me vuelve a pedir que lo toque. No hace falta. Su boca


ilumina un fuego dentro de mí, y me lleno de una necesidad salvaje e
imprudente.

Deslizo mis manos alrededor de su torso, mis palmas rozando su


espalda. No necesito escucharlo hablar para sentir lo contento que está.
Tal vez es tener mis manos en su piel, tal vez sea la naturaleza propia
del tacto. Todo lo que sé es que profundiza el beso, su lengua golpea
contra la mía.

Su pene está atrapado entre nosotros, y tenerlo dentro de mí es


una necesidad física.

Quemándome. Me estoy quemando de adentro hacia afuera, mi


respiración se acelera más y más rápido.

Mis manos se deslizan hacia atrás por la pendiente de su


columna vertebral y sobre el rollo esculpido de su culo.

Lo necesito en mí.

Sonríe contra mis labios mientras me besa, como si escuchara


mis pensamientos.

—Durante milenios he ansiado esto. —Su voz baja parece vibrar


contra mi piel—. Durante milenios me lo han negado.

Dejo escapar un suspiro, atrapado entre lo aterradoras que son


sus palabras y cuan sexy es el sentimiento.

Alcancé entre nosotros, envolviendo una mano alrededor de su


polla. Guerra sisea entre dientes.

—Por la voluntad de Dios, Miriam, tu toque...

Él desciende en mis labios, empujando hacia adelante en mi


mano.
Levanto mis caderas, posicionándolo en mi entrada. Estoy
jadeando, lista para sentir...

—No —dice Guerra, su cuerpo tenso contra el mío.

¿No?

Se aleja un poco de mí, y mi mano se desliza lejos de él. Quiero


llorar por que el dolor dentro de mí no ha disminuido. ¿Estoy a tres
empujes de venirme, y me lo está negando?

—No hasta que te rindas —dice Guerra.

—¿Qué? —Apenas puedo concentrarme en sus palabras. No tengo


ni idea de lo que está hablando, solo que ha mencionado antes que me
rinda a él.

—Quiero más que tu cuerpo, esposa, y no te tendré del todo hasta


que te rindas a mí.

¿Qué? Pongo una mano en la cabeza. ¿Y eso qué significa?

Durante varios segundos, el único sonido en la habitación es mi


respiración superficial.

—Así que no tendremos sexo?

Por favor. Toma mi vagina. Ella te quiere.

Los ojos de Guerra brillan. Agarra mis rodillas y extiende mis


muslos, exponiendo mis partes más íntimas.

—Bueno, ahora, eso depende de tu definición de sexo.

Y luego desciende sobre mí.


Capítulo 27
Traducido por Rose_Poison1324

Oh Dios Mío, Dios Mío, Dios Mío.

—¿Qué estás haciendo? —digo en un jadeo, pero esos malditos


nervios han vuelto.

La única respuesta de Guerra es un beso en la parte interna de


mi muslo.

Mi boca se seca. Nunca he hecho esto, jamás en la vida he hecho


esto y creo que podría estar en pánico. Guerra me tiene total y
completamente a su merced.

Y no tiene toda esa jodida misericordia para empezar.

Intento mover mis piernas, pero Guerra las tiene atrapadas en su


posición actual inflexible. Me mira, arrastrando besos de forma
constante hacia adentro, hacia mi núcleo.

—Relájate, esposa, vas a disfrutar esto.

¿Por qué está haciendo esto? Se suponía que los favores sexuales
eran para su beneficio, no el mío.

Guerra es un buen besador, pero no sé qué tan bueno hasta que


su boca hace su camino hasta el final de mis muslos.

Hace una pausa, y no puedo soportar este largo y prolongado


momento.

Entonces su boca se encuentra con mi coño, y no se compara a


nada que haya sentido antes. Reflexivamente, me opongo a su beso, y
no creo que me guste esto. Estoy demasiado expuesta y se siente
abrumador. Sus labios y lengua se mueven sobre cada sección de mi
núcleo y terminaciones nerviosas que ni siquiera sabía que tenía ahora
se están disparando.

Trato de repelerlo, pero es como tratar de derribar un edificio.

—Es demasiado Guerra. Por favor.


Lo siento sonreír contra mí.

—Quieta, esposa, ni siquiera he llegado a la mejor parte.

¿La mejor parte?

Estoy sin aliento por la sensación, y él es implacable. El jinete


lame, pellizca, chupa y me atormenta hasta que estoy jadeando,
gimiendo e impotentemente moviendo mis caderas hacia arriba para
encontrar su boca.

Y luego encuentra mi clítoris.

—Oh, Dios mío. —Es como si una bomba explotara. Casi me


vengo allí mismo.

Mis manos encuentran su camino en su cabello, y él hace un


ruido profundo y de aprobación con su garganta.

—Por favor, Guerra, por favor. —Ni siquiera sé por lo que estoy
rogando, solo que el jinete puede arreglarlo.

Inserta un dedo en mí, y eso es todo lo que se necesita.

Grito cuando un orgasmo casi violento me desgarra.

—Guerra.

Mis dedos se tensan en su cabello mientras ola tras ola irradia a


través de mí. Estoy haciendo ruidos embarazosos y desesperados, y no
estoy bien. Me muevo contra él una y otra vez, su boca prologando la
sensación tanto como pueda.

Es solo después de que me calmo que Guerra se aleja de mi coño.


Lo miro fijamente como nunca lo había visto antes.

El jinete sube por mi cuerpo y me da un beso carnal. Puedo


probarme a mí misma en el beso, y estoy avergonzada y excitada y no sé
qué hacer sobre el hecho de que eso fue mucho más de lo que pretendía
que fuera.

Se acuesta a mi lado y me atrae a sus brazos.

Y se acurruca.

Mierda. Una chica solitaria como yo no tiene defensa contra esto,


especialmente en este momento, cuando me siento particularmente
vulnerable.
Acabo de recuperar el aliento cuando me doy cuenta de que ahora
es mi turno.

No creo que Guerra vaya a pedirlo, pero también quiero a esos


aviarios intactos. Es por eso que hice este intercambio en primer lugar.

El jinete dibuja círculos en mi espalda cuando alcanzo debajo de


nosotros y envuelvo mi mano alrededor de él.

Sigue estando dolorosamente duro. Su polla se sacude y su


cuerpo se tensa.

Empiezo a bajar por su cuerpo, más allá de sus tatuajes


brillantes, más allá de sus abdominales, más allá del tentador triángulo
de músculo que forma su pelvis, hasta que me arrodillo entre sus
muslos, mi mano todavía alrededor de él.

Guerra se apoya en sus antebrazos.

—Esposa. —Sus ojos brillan.

—Un trato es un trato —le digo. Muevo mi mano arriba y abajo de


su eje para enfatizar mi punto. En respuesta, sus caderas se sacuden.

—La ira de Dios —jura por lo bajo—. ¿Qué, exactamente, tienes la


intención de hacer…?

Sus palabras se cortan bruscamente cuando mis labios se


envuelven alrededor de la cabeza de su polla. Él gime, sus caderas se
levantan para encontrarse con mi boca.

Es enorme, y yo soy torpe y no estoy segura de lo que estoy


haciendo, pero él está gimiendo y temblando, así que debo estar
haciendo al menos algo bien.

—Misericordia a los caídos, nunca... nunca sentí una sensación


como esta... —Sus palabras se afilan en un gemido.

Muy bien, o está exagerando demasiado, o me perdí totalmente


una carrera como una prostituta experta porque Guerra parece
realmente estar disfrutando de esto.

En algún momento encuentro un ritmo, y luego son sus manos


las que se profundizan en mi cabello, sosteniéndome a él.

—Tu boca contra mí, es el dolor más exquisito, esposa.

Me alegra que piense eso, porque Dios mío, la polla de este


hombre va a romper mi quijada.
Una vez que obtengo suficiente confianza, mi mano se mueve
hacia sus bolas.

—Miriam…

Esa es toda la advertencia que recibo.

Guerra se engrosa dentro de mi boca, y luego se está viniendo y


viniendo y viniendo. Lo pruebo contra mi lengua por un momento, ¿se
supone que debo tragar? Pero entonces no importa porque estoy
tragando, y él está haciendo ruidos sexys y satisfechos mientras
continúa entrando y saliendo de mis labios.

Me siento extrañamente orgullosa de mi juego oral durante cinco


segundos calientes antes de darme cuenta de que acabo de darle una
mamada a un jinete del apocalipsis, y tengo esperma sobrehumano
dentro de mí y estoy bastante segura de que nada de esto es bueno.

Guerra me atrae hacia él, distrayéndome de esa inquietante línea


de pensamientos.

—Es posible que conozca todos los idiomas, esposa —dice, con su
voz profunda por el sexo—, pero no tengo palabras para lo que siento en
este momento.

Busco su mirada llena de kohl, luego le doy un suave beso en los


labios.

El jinete es dolorosamente amable. Mucho más amable de lo que


imaginé que es.

No cambia quién es él, dice mi parte cínica. Y luego la culpa se


arrastra por lo que hice y lo que seguiré haciendo con el jinete. Peor,
realmente lo quería por mis propios motivos egoístas.

Al menos los aviarios serán salvados. Puedo descansar tranquila


sabiendo eso.

Estuve acostado en los brazos del jinete durante mucho tiempo.


Lo suficiente para que nuestras respiraciones volvieran a la normalidad
y nuestros cuerpos se enfríen. Incluso pasé unos minutos trazando los
tatuajes brillantes de Guerra.

Al igual que anoche, quiero volver a imaginarnos, aunque solo sea


para aliviar mi culpa. Quiero fingir que llego a tenerlo, una vida
decente, no más batallas y todo lo demás que sé que no tendré.
El sueño solo dura unos minutos. Una vez que puedo mantener la
realidad a raya durante más tiempo, empiezo a levantarme.

Apenas empiezo a salir de la cama de Guerra cuando engancha


un brazo en mi torso y me arrastra de nuevo a su cama.

—¿A dónde vas? —pregunta, su aliento caliente contra mi oído.

Le lanzo una mirada de sorpresa. ¿No es obvio?

—De vuelta a mi tienda.

—No —dice simplemente.

Me quedo allí, mi espalda contra su pecho, por un segundo.

—Esto no es lo que nosotros acordamos —le digo.

—Tus toques —responde Guerra—. Eso es lo que acordamos. Y


estoy reclamando a todos ellos, incluso los que suceden cuando no te
estoy tomando en mi boca.

Mi cara se calienta. No sé qué decir a eso. Realmente no tengo un


argumento. Simplemente no había planeado seguir acurrucada con este
monstruo.

Se inclina sobre mí y comienza a arrastrar besos por mi torso.

No es que él planee acurrucarse...

Sus labios pasan mi ombligo.

—Las cosas serán diferentes ahora —murmura contra mi piel.

Lo siento caliente y frío, equivocado y correcto, todo al mismo


tiempo.

Sus labios se mueven más abajo, más abajo...

—¿Otra vez? —digo sin aliento—. Pero no estoy lista…

Besa mi clítoris y yo me golpeo contra él.

Oh Dios, ¿qué he aceptado?

—Sí, Miriam, estamos haciendo esto de nuevo. Y otra vez. Y otra


vez. —Se aleja el tiempo suficiente para mirar la línea de mi cuerpo—.
Mi esposa —dice—, espero con ansias este trato.
El sol acaba de levantarse cuando me despierto. Estoy atrapada
en una maraña de los miembros de Guerra, y mi cuerpo se siente en
carne viva y cansado por todo lo que hicimos durante la noche.

A mi lado, el jinete duerme profundamente. Mis ojos se dirigen a


su boca, y mis mejillas arden de nuevo. Mi núcleo es extra sensible y los
músculos del muslo me duelen cuando me escabullo de la cama de
Guerra y vuelvo a ponerme los pedazos dispersos de mi ropa. Una vez
que me visto, me dirijo a la salida.

Me detengo, volviendo la vista atrás para ver al jinete por última


vez.

Los ángulos agudos de su rostro se han suavizado en el sueño; se


ve casi feliz. Siento que mi estómago se agita en respuesta, la sensación
seguida rápidamente por el horror.

Esto es solo una relación física. Cualquier otra cosa solo promete
decepción.
Capítulo 28
Traducido por YoshiB

Me siento en mi tienda, mis antebrazos descansando sobre mis


rodillas juntas, mi pulgar presionado contra mis labios mientras pienso.
Hoy ni siquiera puedo concentrarme en hacer arcos y flechas.

Cada vez que cierro los ojos, juro que puedo sentir el
deslizamiento de las manos de Guerra y la presión de sus labios. Y cada
vez que una serie de pisadas pasa cerca de mi tienda, me tenso, segura
de que son suyas. Pero hasta ahora, me ha dado mi espacio.

—¡Miriam! ¿Estás en tu tienda? —Suena la voz de Zara.

Mierda. Ella es la última persona que quiero ver en este momento.


Y la única vez que necesito que los jinetes fobos la mantengan fuera, la
dejaron pasar.

—Sí —digo débilmente—, estoy aquí.

Varios segundos después, las solapas retroceden y ella asoma la


mirada dentro.

—¿Qué estás haciendo ahí? Hace calor.

Me estoy escondiendo.

En lugar de contestarle, salgo de la tienda.

Tan pronto como lo hago, Zara me mira, el ceño creciendo en su


rostro.

—¿Estás bien? Te ves como una mierda.

Hago una mueca.

—Gracias por tu honestidad.

—No te preocupes por eso. —Toma mi mano entre las suyas—.


¿Vas a salir mañana? —pregunta, con una nota de urgencia en su voz.

Oh Dios, la invasión. Una ola de náuseas me recorre ante la


perspectiva.
—Sí, creo que sí —le digo.

El hecho de que me haya acostumbrado a este lugar no significa


que no intentaré detener a estos soldados en cada oportunidad que
tenga.

—Miriam… —Me aprieta la mano con fuerza—, me pusieron a


cocinar para mañana, pero necesito salir con el resto de ustedes.

—¿Por qué? —le pregunto con curiosidad. Ser un soldado


significa que tienes que matar a los tuyos... y significa que tú mismo
podrías ser asesinado. Tampoco son opciones deseables.

—Mi hermana. —Su voz se rompe—. Vive en Arish con su esposo


e hijo. Necesito sacarlos.

Mi estómago toca fondo.

—¿Estás segura de que viven allí? —Es una pregunta tonta; por
supuesto que está segura.

Zara asiente de todos modos.

—Mi cuñado, Aazim, es un pescador.

Un pescador...

El océano bloquea la ciudad desde el norte.

Aprieto su mano.

—¿Tiene un bote?

—Comparte uno con otros hombres, creo...

Detrás de Zara, un jinete fobos se dirige hacia nosotras.

Miro a mi amiga, mi mente se acelera.

—Por favor —dice ella—, si hay alguna manera de que puedas


ayudar…

El jinete fobos se nos acerca, sus ojos se mueven entre Zara y yo.

—El señor de la guerra quiere verte —me dice.

Mi enfoque todavía está en Zara. Aprieto su mano otra vez y tomo


una decisión.
—Ayudaré —digo, asintiendo. La atraigo para darle un abrazo y le
susurró al oído—: Te veré en tu tienda mañana a primera hora.
Prepárate… y trae todas las armas que puedas contigo.

Asiente mientras se aleja.

—Gracias —dice suavemente, incluso cuando el jinete fobos me


aleja.

Despido a Zara y sigo al jinete. Después de un largo silencio,


examino al hombre. Es el mismo soldado que me entregó la espada el
día que debía matar a mis atacantes.

—¿Cómo te llamas? —pregunto. Tiene ojos amables, y las pocas


veces que he interactuado con él, no ha sido tan hostil como algunos de
los otros jinetes fobos.

—Hussain —dice.

La tienda de guerra se avecina. Verlo me hace sonrojar.

—Soy Miriam —digo distraídamente.

El jinete quiere más. Puedo sentirlo.

Mi cuerpo tiembla ante la idea.

Hussain ríe un poco.

—Sé quién eres —dice. Suena amable y no parece que me


desprecie.

No estoy acostumbrada a la amabilidad aquí; para ser honesta,


incluso en Jerusalén, la amabilidad era algo raro. La vida es una serie
de deudas, préstamos y obligaciones. La amabilidad es solo algo para
enturbiar las aguas.

Los dos llegamos a las solapas de la tienda. Hussain se inclina y


se aleja, dejándome entrar sola.

Cuando entro en la tienda de Guerra, todo se siente diferente. En


este espacio cerrado, nada más aparte de mí y el jinete existe. Sin la
muerte, el dolor, la violencia y el horror del mundo exterior.

Aquí, con el olor a cuero y aceite perfumado en el aire, recuerdo


otras cosas más íntimas.

Al otro lado de la habitación, el hombre mismo descansa en una


silla, con una copa de vino colgando de su mano.
—Miriam. —Sus ojos se calientan cuando se encuentran con los
míos, y prácticamente puedo ver la noche de ayer reproduciéndose en
su mente.

Se pone de pie, dejando a un lado su vino.

Respiro hondo y me acerco a él, mi mano se arrastra sobre la


mesa mientras la paso. La miro distraídamente, pero lo que veo me
llama la atención.

Hay un mapa de Arish extendido, varias notas y flechas


garabateadas en él. Este era el mapa que Guerra y sus jinetes fobos
estaban mirando ayer cuando hablaban de estrategia. A pesar de todas
sus habilidades sobrenaturales, el jinete aún confía en nosotros, los
nativos, para ayudarlo.

Guerra se acerca justo detrás de mí.

—Todavía no puedo creer que haya personas que te sean leales —


le digo, mis dedos se mueven sobre la escritura. Diferentes manos han
escrito diferentes notas.

—Mis jinetes no son leales a mí, Miriam. —Su aliento sopla a lo


largo de mi cuello—. Son leales al arte de respirar.

Mi piel se frunce ante su cercanía, y toma varios segundos


ignorar la respuesta de mi cuerpo hacia él.

Me aparto del mapa, la mesa chocando contra mi espalda. Tengo


que estirar la cabeza para mirar a Guerra.

—¿Por qué estás haciendo esto? —pregunto.

—¿Haciendo qué? —Sus ojos están fijos en mi boca.

—Luchar. Asesinar.

Guerra me da una mirada extraña, como si le preguntara por qué


los pájaros vuelan o los corazones laten. Algo que no necesita
respuesta.

—¿Por qué no estaría haciendo esto? Es por eso que estoy aquí.
Es lo que soy.

Es lo que soy.

Sigo pensando en él como una persona, no como una entidad,


pero supongo que eso es lo que es: guerra. Simplemente tiene un rostro
humano.
—¿Podrías dejar de pelear y asaltar? —pregunto.

—No lo haré.

—Eso no es lo que estoy preguntando.

Guerra me mira fijamente durante mucho tiempo, entrecerrando


los ojos.

—Sí, esposa, supongo que podría parar.

Sí, por supuesto, quería. Eso hace que esto sea un poco peor; no
era positiva hasta ahora que el jinete podría tener una opción en el
asunto.

Respiro temblorosamente.

—¿Tienes un arco y una flecha? —pregunto, cambiando de tema.

Guerra me estudia.

—Sí —dice con cuidado.

—¿Puedo usarlo mañana?

—¿Mañana? —repite—. ¿Para la batalla? —El jinete entrecierra


los ojos—. Y aquí me habías convencido de que estabas tratando de
presionar por la paz.

No respondo a eso. Me temo que cualquier otra cosa que diga


podría hacer que Guerra decida que mantenerme fuera de la pelea es la
opción más inteligente. Definitivamente es la más segura.

Pero dudo que la mente de Guerra incluso vaya allí. No desde


que lo convencí la última vez de que su Dios me protegería.

Se acerca, apoya los nudillos en la mesa y me inmoviliza.

—¿A quién, dulce esposa mía, planeas disparar con mi arco y


flechas?

Mi mandíbula se tensa.

—Quien se cruce conmigo.

La esquina de sus labios se curva hacia arriba.

—Sabía que ibas a ser un problema. —Su mirada cae a mis


labios—. Pero no importa. No es por eso que te llamé aquí.

Mis abdominales se tensan.


—Sé por qué me llamaste aquí.

—Bueno. Entonces no hablemos más.

Guerra no espera que responda. En un instante, su mano acuna


la parte posterior de mi cabeza y su boca está en la mía.

Vergonzosamente, mis rodillas se debilitan y me aferro al


antebrazo del jinete para mantenerme en pie.

Guerra es un besador exigente, sus manos en mi cabello, su


lengua insistente contra mis labios hasta que separo mi boca y lo dejo
entrar.

Me levanta y me pone sobre la mesa, colocándome en el borde.

—Esta mañana te fuiste antes de que empezáramos.

Bruscamente, el jinete me quita una de mis botas y luego la otra.

—No hay prisa —digo un poco sin aliento.

Las manos de Guerra van a mis pantalones, desabrochándolos y


luego tirando de ellos por mis caderas y mis piernas.

Él ríe por lo bajo.

—Oh, no planeo apurar esto.

Mis bragas caen después. El jinete se arrodilla, tirando de mis


caderas hacia él. Dios, estamos haciendo esto de nuevo.

—Guerra…

Pero luego mis palabras dan paso a jadeos.

Pasa mucho tiempo antes de que los dos hagamos mucho más
que hablar. Horas y horas después. Para entonces, estamos de vuelta
en la cama de Guerra, mi cuerpo cubriendo el suyo.

Él pasa los dedos por mi espalda.

—Tu piel es más suave de lo que imaginaba —dice, sus ojos


siguiendo su mano—. Tan suave, mi novia mortal.
Apoyo mi barbilla en su pecho. Tan cerca de él, me sorprende otra
vez lo... distinto que es. Es demasiado grande, demasiado feroz,
demasiado cautivador.

No brilla como siempre imaginé que lo haría un ángel, y


obviamente no es puro y limpio en la forma en que se representan a los
ángeles, pero hay algo en él, algo extraño y diferente. Algo
decididamente no demoníaco, aunque quiero demonizarlo… o solía
querer de todos modos.

Guerra me ve mirando, y me sonríe, sus ojos divertidos.

—Si no supiera mejor, creo que disfrutarías mirándome tanto


como yo disfruto mirándote a ti.

Tomo una de sus manos y entrelazo nuestros dedos.

—Me gusta mirarte —admito. Llevo su mano a mi boca, besando


sus tatuajes uno por uno—. Y me gusta tocarte.

No debería decirle cosas como esta, especialmente cuando suenan


fieles a mis propios oídos.

La cara de Guerra cambia, sutilmente. O tal vez son simplemente


sus ojos. Me rodea con un brazo y nos da la vuelta para que yo esté
debajo de él.

—Tócame todo lo que quieras, esposa.

Trazo sus marcas, de repente me siento dueña e insegura a la vez.

—¿Cuántas veces has hecho esto? —le pregunto, manteniendo


deliberadamente mi tono suave.

No engaño al jinete.

Busca mi rostro y se apoya contra mí, sus antebrazos a cada


lado de mi cabeza.

—¿Qué importa?

No debería importar.

Trago, y se da cuenta, sus ojos enfocados en la pequeña acción.


Hace que sus cejas se frunzan.

—No sé lo que se supone que debo decir. Te ves asustada, esposa.

¿Asustada?
—No tengo miedo —digo, ofendida.

Tendría que estar emocionalmente involucrada para tener miedo.

De nuevo, sus cejas se juntan.

—Esto es algo humano que no entiendo, pero si realmente quieres


saberlo, lo he hecho innumerables veces antes de hoy.

Gimo y me tapo los ojos con la mano. ¿Incontables? He estado con


cuatro hombres, y solo uno de ellos fue memorable en cualquier forma o
condición. Y ahora está acostado encima de mí.

El jinete aleja mi mano de mi cara.

—Miriam, estás siendo extraña. ¿Importa?

Me río.

—Tienes que saber que importa —le digo.

La vergüenza me calienta la cara. Quiero decir, vamos, sé que este


tipo no es humano, pero ha estado en la tierra el tiempo suficiente para
acostarse con innumerables mujeres… y tal vez algunos hombres
también. Seguramente debería saber que a la gente le importan estas
cosas.

—¿Quieres saber sobre las otras mujeres con las que he estado?
—pregunta.

Por supuesto que sí. Tengo una morbosa curiosidad por cosas así.
También estoy avergonzada de ese hecho.

Ni siquiera necesito responder; lo que sea que vea en mi cara debe


ser una pista suficiente.

—Ah —dice—, quieres pero no. Qué desconcertante, esposa.

Guerra me mira y es alarmante lo guapo que es con su cabello


oscuro y sus rasgos principescos.

Deja escapar un suspiro.

—He estado con docenas y docenas de personas, Miriam. Sus


caras se mezclan todas, no recuerdo ninguno de sus nombres.

—¿Todavía hay algunos en tu ejército? —Esta es una pregunta


muy aguda.

—Algunos.
Ick. Hago una mueca. Por alguna razón, eso lo hace sentir un
poco menos como mío.

No es tuyo, Miriam.

—¿Cómo se sienten al respecto? —consigo pronunciar la


pregunta.

—¿Cómo se sienten acerca de qué? —pregunta Guerra,


desconcertado.

—¿Tener sexo contigo solo para verte con otra mujer?

Guerra me mira como si tratara de darle sentido a lo absurdo.

—¿Por qué debería preocuparme eso?

Es mi turno de darle una mirada extraña. Pero, por supuesto,


¿por qué debería preocuparle eso? El jinete no creció muy consciente de
la etiqueta social y los tabúes entre los humanos.

No dice nada más. Supongo que esa es toda la respuesta que voy
a obtener.

—Ahora, ¿qué hay de ti? —dice.

—¿Qué hay de mí? —pregunto con recelo.

—Quiero saber sobre los otros hombres con los que has estado.

—No. —La respuesta llega a mis labios tan rápido.

Guerra sonríe, pasando un dedo por mi boca.

—Esos pocos.

—¿Por qué importa? —Le hago esencialmente la misma pregunta


que me hizo hace unos minutos.

La mirada del jinete se desplaza hacia mis ojos, y esa mirada


corta toda mi mierda.

—Me he dado un banquete contigo. Voy a estar dentro de ti.


Quiero saber quién más.

Extraño, extraño hombre. No parecía entender mis motivos para


mencionar este tema cuando era yo cuando lo interrogaba, pero ahora
que quiere conocer mi historia sexual... de repente, está actuando de
manera muy humana. Humano y posesivo.
Sacudo la cabeza.

—Me he acostado con tres hombres. Solo he... —Respiro hondo y


fuerzo las palabras—. Solo he tenido sexo con uno de ellos. —Incluso
eso fue solo dos veces. Correrse es un asunto complicado en una era de
anticonceptivos limitados. No suele valer la pena.

—¿Quién era él? —La expresión de Guerra se ha vuelto


decididamente más sanguinaria.

—¿Quiénes eran? —Le devuelvo el golpe.

Si Guerra espera que le cuente sobre mis hazañas sexuales,


entonces espero lo mismo de él.

Me da una sonrisa escalofriante.

—Muchos humanos se sienten atraídos por el poder,


independientemente del costo. Es tentador, como comer postre antes de
la cena. Todos mis compañeros anteriores vinieron a mí y se ofrecieron,
y no hay nada tan satisfactorio como una pelea seguida de una cogida.

No sé si Guerra está intentando deliberadamente desanimarme, o


si simplemente está perdido en su propia cabeza retorcida.

—Pero al final —continúa—, eso es todo lo que eran: un buen


revolcón y nada más. No he tratado de incursionar en ningún tipo de
enredos emocionales hasta ahora.

Conmigo, quiere decir.

—¿Por qué empezar ahora?

—Porque estás aquí. Si hubieras estado aquí el día que desperté,


habría comenzado entonces. Nunca fue el cuándo, sino el quien evitó
que mi corazón se involucrara.

Estaba lista para ser desanimada por Guerra, pero descubro que
no estoy lista para esto. Sus palabras sin remordimiento me afectan y
me siento un poco fuera de lugar.

—¿Cómo te sientes cuando tu corazón se involucra? —pregunto


cuidadosamente, mirándolo.

—Emocionado. —Otra respuesta sin complejos para la que no


estoy preparada.

Se inclina cerca.
—Es tan emocionante como la guerra.

Tarde esa noche, mucho después de que el campamento se haya


acostado, me escapo de los brazos de Guerra y salgo de su tienda. El
jinete mencionó anteriormente que quería despertarse para la batalla
conmigo a su lado, pero... eso simplemente no sucederá. Los favores
sexuales son una cosa; pasar la noche es otra.

Sin embargo, Guerra debe haber sabido que iba a escabullirme,


porque cuando entro en mi tienda, ya hay un arco y un carcaj
esperándome, junto con una nota:

Para tu sensible corazón.


Capítulo 29
Traducido por Vanemm08

Mucho antes de que el sol haya salido, me encuentro con Zara en


su tienda. Aunque la mayor parte del campamento todavía está
dormida, ella ya está despierta.

—Me preocupaba que lo hubieras olvidado —dice mi amiga


cuando me ve. Está vestida y nerviosa.

—Posiblemente no podría —le digo. No cuando tiene que salvar a


su familia. Lo que yo daría por esa oportunidad.

Ajusto el arco arrojándolo encima de mi hombro.

—Esto es lo que va a pasar —le digo sin mucho preámbulo—. Me


van a dar un caballo, y tú vas a tomarlo.

No hay manera de que ella reciba un caballo de otra manera.

—Cabalgarás con los otros soldados montados, de esa manera


obtendrás una ventaja.

Todavía entraría a la ciudad detrás de los jinetes fobos, pero al


menos no estaría al final del ejército, donde están los soldados de
infantería. Donde yo estaré.

—Una vez que encuentres a tu hermana y su familia, no les des


más de diez minutos para empacar lo esencial: piensen en comida, agua
y mantas. Entonces consigue llegar a los muelles. —Respiro hondo—.
Tendrán que conseguir a tu cuñado navegue y navegue lo más lejos que
pueda de aquí, y tendrán que quedarse lejos.

Incluso una vez que la batalla haya terminado, habrá muertos


vivientes merodeando por quién sabe cuánto tiempo, tal vez
indefinidamente. Si la familia de Zara regresa, ellos morirán.

—Oh —agrego—, y no le des a nadie una razón para atacarte.

En Ashdod, vi a los soldados enfrentarse unos a otros sin


ninguna razón. No hay verdadera lealtad por ahí, y al jinete no le
importa mucho si sus filas son sacrificadas. Siempre hay más personas
dispuestas a ser reclutadas.

Zara asiente, tirando de mí para otro abrazo.

—Gracias, Miriam. Muchas gracias.

—No te mueras —le advierto, abrazándola de nuevo.

—No planeo hacerlo.

Recojo mi caballo y, según lo planeado, le entrego las riendas a


Zara. Si este fuera un ejército normal, nunca podría salirme con la mía
con mi mal pensado plan. Pero en el ejército cambiante de Guerra,
estamos acostumbrados a no reconocer a los soldados que luchan a
nuestro lado.

—¿Hay un lugar donde debería encontrarte? —le pregunto a


Zara—. ¿Ya sabes qué hacer, si necesitas ayuda o las cosas no van de
acuerdo al plan?

Ella duda, porque estoy segura que no quiere pensar en que las
cosas no salgan de acuerdo al plan. Pero asiente.

—Mi familia vive en el extremo oeste de la ciudad, cerca de los


muelles. Hay un grupo de palmeras cerca de la playa... —Su voz se aleja
y puedo decir que ella misma está teniendo problemas para recordar
cómo era el lugar.

—Intentaré encontrarte, aunque probablemente nos echemos de


menos.

Un soldado cercano silba en nuestra dirección, haciendo un gesto


con la mano a Zara para que pueda unirse a los otros soldados
montados. Con una sonrisa de despedida, se sube al caballo y dirige a
la criatura cerca de los demás.

Hay picos de adrenalina en mi sistema. Espero que esto funcione.

—Ahí estás —dice una voz detrás de mí.

Me doy la vuelta y me encuentro con la mirada de Hussain, uno


de los jinetes fobos de Guerra. Él es el encargado de armamento.
—Guerra te está buscando; no estabas en tu tienda esta mañana.
—Se detiene justo antes de que suene como una acusación, así que no
me molesto en explicarme. Hussain asiente con la cabeza hacia atrás
hacia el campamento—. Por aquí. El señor de la guerra querrá verte
antes de este viaje.

Me lleva de vuelta a la tienda del jinete. Justo fuera de él, la luz


de las antorchas ilumina a Guerra mientras revisa la brida de su corcel.

Deimos, he aprendido, no se queda con los otros caballos. Él es


demasiado temperamental para eso. O bien está en un establo
separado, o vaga libremente.

El jinete levanta la vista, y en el momento en que sus ojos se fijan


en los míos, parece relajarse. Deja su caballo, cerrando la distancia
entre nosotros y tomando mi boca en la suya.

Levanto mis cejas, incluso mientras devuelvo el beso. Esto es lo


que acordamos: intimidad: simplemente no esperaba que se moviera a
exhibiciones públicas, pero por supuesto que lo hace. El jinete está bien
con que la gente sepa lo que significo para él. Soy yo la que tiene un
problema.

Después de que se aleja, toca mi arco.

—Veo que encontraste mi regalo.

Regalos y besos. ¿Qué diablos estoy haciendo con este hombre?

—¿Y tú caballo? —pregunta, mirando por encima de mi hombro.

—Voy a entrar a la ciudad a pie.

Guerra entorna los ojos, y por un angustioso momento, estoy


segura de que sabe que temprano reclamé un caballo.

En cambio, me agarra la nuca.

—Mantente a salvo, esposa, y trata de no ser demasiado


entrometida.

Me da otro beso rápido, y luego regresa a su caballo rojo sangre.

Lo veo montar, el jinete se ve como un conquistador salvaje de


una época pasada, su espada gigante atada a su espalda, su armadura
de cuero gimiendo con sus movimientos.
Dándome una última y larga mirada, patea los costados de
Deimos y se aleja, hacia la procesión de espera de los soldados. Lo sigo
más despacio, y cuando llego al grupo, ya están empezando a moverse.

Y así comienza mi segunda invasión.

Me dirijo a Arish con los soldados de infantería, así que soy una
de los últimas en llegar. Apenas entro, puedo ver las grandes columnas
de humo que se elevan en el cielo. La lucha se ha movido hacia adentro,
las calles por las que paso están llenas de cuerpos.

Más adelante, veo el primer aviario. Los edificios que lo rodean


están en llamas, pero éste permanece intacto. Guerra cumplió su
palabra.

Por curiosidad, miro dentro. Hay un hombre muerto en el suelo,


pero las jaulas están vacías. No hay pájaros muertos. Tampoco vivos.

Tal vez fueron puestos en libertad, y tal vez se escaparon con


advertencias adjuntas a sus cuerpos.

Miro fijamente esas jaulas vacías, y por un segundo siento un


suspiro de orgullo. Pero entonces me alejo del edificio, de vuelta a la
calle, y toda la ciudad parece quemada y la gente está gritando o
yaciendo muerta en el camino. En un instante, mi intercambio con el
jinete se siente como una tontería. Como muy poco, demasiado tarde.

Me muevo hacia adentro, pasando por una mezquita en llamas y


un café cuyas mesas al aire libre han sido volcadas. Corro entre tiendas
y edificios de apartamentos, entre los muertos quienes serán
cruelmente re-animados antes de que termine el día.

Tres bloques más lejos se está librando la batalla. Muchos de los


soldados a mí alrededor se apresuran hacia adelante, dirigiéndose
directamente a la refriega. Me muevo un poco más despacio, intentando
recordar las direcciones que me dio Zara. Eventualmente necesito
encontrar mi camino hacia el extremo oeste de la ciudad, por si necesita
ayuda.

Ni siquiera estoy a mitad de camino allí cuando llego al centro de


la batalla. Los soldados en los caballos están matando a todos. La gente
grita, huye, todo volviéndose horriblemente repetitivo.
Noto que un soldado agarra a una mujer en un burka, con un
cuchillo en la garganta. Él agarra su ropa, intentando levantarla. Toda
esa modesta ropa, toda su piedad, no la salvó de esto. Guerra prohibió
la violación en su campamento, pero no prohibió esto.

En el siguiente instante, mi arco está en mi mano. Lo pongo


detrás de mí, tirando una flecha de mi carcaj, encajándolo en su lugar.

Recuerdo esas manos exigentes sobre mí. Recuerdo lo que se


sentía el ser pateada y el sentir mi ropa rasgada abierta. El miedo y la
humillación de que esto me estaba pasando y que no podía hacer nada
para detenerlo.

Ni siquiera me doy cuenta de que he apuntado y disparado hasta


que la flecha penetra a través de la espalda del soldado, la punta
estallando en su pecho. La mujer, que había estado sollozando y
rogando, ahora grita ante la escena. El soldado tropieza en el terreno, y
la mujer logra alejarse.

Bajo mi arco, mi respiración rasposa. El sudor está empezando a


gotear por mi cara. Por un momento, parece que no puedo recordar.

Encuentra a Zara.

Parpadeo varias veces. De acuerdo. Pongo mi arco sobre mi


hombro y corro.
Capítulo 30
Traducido por Candy27

Toma mucho más cruzar la ciudad de lo que anticipé. Las calles


están completamente congestionadas con luchas, si las puedes llamar
así. Es más como buscar y destruir; los ciudadanos de Arish corren, y
el ejército de Guerra los persigue.

Llego al océano, y mi corazón se para a la vista de ello. Toda esa


agua cristalina y azul parece algo de un sueño.

O un recuerdo.

Mis pulmones pulsan. La luz del sol por encima se oscurece


mientras lucho.

Abro la boca para llamar por ayuda.

El agua entra en tromba...

Sacudo el recuerdo y continuo, siguiendo una calle que corre a lo


largo de la playa. Mientras me muevo, veo gente nadando en el mar... y
veo que algunos soldados se han dirigido detrás de ellos. Hay unos
cuantos botes que salpican el agua, un número decepcionante volcados,
seguramente por las mismas personas quienes, en este momento,
oscilan arriba y abajo con las olas. Todo el mundo quiere ser salvado.

—¡Miriam! ¡Miriam!

Me vuelvo hacia el sonido en pánico de mi nombre, y ahí está


Zara.

No estamos cerca del extremo más occidental de la ciudad. Eso en


sí mismo es suficiente para que mi inquietud crezca. Pero es la vista de
ella derrumbada contra un edificio junto a la playa, su pañuelo hecho
jirones alrededor de sus hombros, lo que realmente me preocupa.

Corro hacia ella.

Es solo cuando me acerco que veo al niño flácido acunado en sus


brazos, una flecha que sobresale de su pecho.
Oh no.

Me pongo de rodillas a su lado.

—No pude salvarlos —llora, inclinando la cabeza sobre el cuerpo


del niño—. No pude salvar a ninguno de ellos.

Mi estómago se vuelve ante la vista del niño herido en sus brazos;


debe ser su sobrino. Alguien hizo esto a un niño pequeño. Le disparó en
el pecho como si su vida no significara nada.

—Ya habían pasado para el momento en el que llegué —solloza.

Llegamos por el este, dejando a los ciudadanos la única escapada


por el oeste, dijo uno de los soldados de Guerra cuando estaban
planeado su ataque, Será mejor dividir el ejército e ir por ambos
extremos.

Los soldados de Guerra deben haber hecho exactamente eso.

—Lo siento mucho, Zara.

Ni siquiera había pensado en advertirle sobre esto, no es que


hubiera hecho mucho bien. Estoy segura de que cabalgó lo más rápido
que pudo para llegar a su familia. Si fue demasiado tarde para ella,
nunca tuvieron una oportunidad para empezar.

Siento las lágrimas en mis ojos cuando miro al niño. Me acosté


con el jinete, y ¿qué gané? No salvé a la hermana de Zara, ni a su
cuñado, ni a su sobrino.

Pongo una mano sobre el niño. Casi me sobresalto por el calor de


su piel. Lo miro fijamente, y veo que su pecho sube y baja
mínimamente.

—Todavía está vivo —le digo, sorprendida.

Ella llora abiertamente mientras sacude la cabeza.

—No va a lograrlo, ¿cómo podría hacerlo?

Miro hacia abajo, donde la flecha está incrustada en su pecho. La


ropa a su alrededor ya está cubierta de sangre resbaladiza.
Seguramente es una herida mortal, y sin embargo...

Quizás todavía hay algo que ganar con esto.

—Hay una posibilidad, una pequeña posibilidad...


¿Qué estoy pensando al decir estas palabras y darle esperanza a
Zara? Es una idea tan mala.

Zara parpadea y puedo decir que no me cree, se ha decepcionado


demasiadas veces como para creerme.

Miro a mí alrededor. ¿Dónde está el jinete ahora mismo?

—¡Guerra! —grito inútilmente—. ¡Guerra!

—¿Qué estás haciendo? —dice mi amiga, horrorizada de que esté


llamando al jinete.

—Puede ayudar.

Zara me mira como si me hubiera vuelto loca.

—Es el responsable de esto —dice ella.

—¿Quieres su ayuda o no? —espeto.

Presiona sus labios juntos.

Me paro.

—Necesito encontrarlo. Es una posibilidad remota... —digo,


retrocediendo.

Es más que una posibilidad remota, Miriam.

No dejo que el pensamiento insidioso se arrastre más profundo


que eso.

—Volveré.

Corro por el comino por el que vine, sintiendo la inutilidad de la


acción. Posiblemente no voy a encontrarlo a tiempo. E incluso si lo
hago, convencerlo de ayudar a otro humano es incluso menos probable.
Eso no me para de derribar calle tras calle, gritando el nombre de
Guerra, preguntando a todo el que puedo si lo han visto.

Corro dos cuadras, luego giro a la derecha, luego a la izquierda, y


ahí está, cargando por el camino, blandiendo su espada, su cuerpo
cubierto de sangre.

No va a ayudar.

Es tan ridículamente obvio. Quiero decir, ¿porque lo haría?


Y justo cuando me las arreglo para hacer la primera tarea
imposible también, lo encuentro.

—¡Guerra! —grito.

Su cabeza gira de golpe hacia mí. Tan lejos, no puedo decir la


expresión que lleva el jinete, solo que después de un momento, envaina
su espada detrás de su espalda y galopa hacia mí.

Guerra cierra la distancia en menos de un minuto, llegando a mi


lado.

—Esposa —dice, sonriendo, sus ojos un poco locos—.


¿Disfrutando del regalo? —Asiente hacia mi arco.

—Necesito tu ayuda —suelto.

Esto no va a funcionar.

Su expresión cambia en un instante de loca a seria.

—Y deberías tenerla.

Veremos eso...

Alcanza mi mano. Agarro su palma y le dejo subirme a su


montura.

—¿Qué es? —pregunta, una vez que estoy colocada delante de él.

Mojo mis labios, girando mi cabeza la mitad hacia él. Ahora la


parte complicada.

—Te lo diré, pero primero necesitamos llegar ahí —digo.

Es un testimonio de la propia creencia de Guerra en mí que vaya


con eso, dejándome dirigirle de vuelta al edificio al lado de la playa sin
protestar.

Zara está donde la dejé, su sobrino sigue acunado entre sus


brazos. Incluso desde aquí puedo ver que le está murmurando cosas
suaves a él.

Se el instante en el que Guerra ve a Zara. Detrás de mí, su cuerpo


se tensa.

El jinete tira de Deimos.

—¿Qué es esto? —demanda. Toda la amabilidad se ha drenado de


su voz.
Me giro hacia él en la montura y coloco una mano en su mejilla.

—Por favor —digo.

Bajo mi toque siento el músculo de su mandíbula saltar.

Por un momento, los dos simplemente nos miramos. Espero


contra toda esperanza que sienta lo suficiente para ayudar. Pero no
estoy segura de que lo haga.

Antes de que responda de una manera u otro, salto de su corcel y


me dirijo de vuelta al lado de Zara.

Guerra es más lento en unírsenos, aunque para darle crédito, sí


desmonta de su caballo y me sigue. No estaba segura de que lo hiciera.

—¿Me sacas de batalla para salvar a uno de ellos? —dice detrás


de mí—. ¿Esto es lo que es? —Su voz se eleva con enfado.

Me agacho al lado de Zara. Está temblando, ya sea por miedo o


alivio o ambos. Su sobrino se ha vuelto aún más pálido, aunque sus
ojos revolotean un poco.

—Si no haces nada, morirá.

—¿Te has vuelto loca, esposa? —hace de todo menos bramar—.


¡Ese es exactamente el punto! ¿Y me sacas de batalla por esto? —Sus
ojos están inflamados con furia.

Esta es la primera vez que verdaderamente he visto enfadado a


Guerra. Incluso cuando mata, no es así.

Creo que puede estar experimentando actualmente


arrepentimiento por primera vez, justo aquí, ahora mismo. Todo en
manos de su esposa humana.

Tomo una profunda respiración, intentando ignorar como mi


propio cuerpo ha empezado a temblar de miedo. Es suficiente terrorífico
cuando sus emociones están bajo control. Pero verlo enfadado me hace
sentir como si mi interior se hubiera licuado.

Guerra toma un paso más cerca.

—¿No he sacrificado suficiente para ti ya?

Me elevo en mi completa altura, a pesar de mi terror. He visto otro


lado de este hombre. Solo tengo que convencerlo. Así que, en contra de
mis instintos, camino de vuelta hacia él.
Dios, está enfadado, la violencia no solo está en sus ojos ahora.
Se derrama por toda su cara, desde su apretada mandíbula hacia las
aletas de su nariz abiertas. Pero me mira mientras me acerco como si
nunca se hubiera encontrado a alguien como yo, y puede estar
dispuesto a escucharme.

Tomo la mano de Guerra.

—¿Qué quieres de mí? —pregunto.

Sonríe.

—No voy a hacer otro trato contigo.

—No estoy hablando de tratos —digo—. De vuelta en tu tienda me


dijiste que querías más que solo mi cuerpo. ¿Sigues queriendo eso?

El labio superior de Guerra se tuerza con enfado y desagrado.


Probablemente no es el mejor momento para preguntarle este tipo de
cuestión. Creo que ahora mismo, no quiere más que anular nuestro
pequeño matrimonio falso.

Aprieto su mano.

—Así es como consigues todo —digo suavemente.

Sus concesiones, su amabilidad, su altruismo y misericordia,


esas son las cosas que me ganarán.

—Conseguiré lo que quiero de ti de cualquier manera.

—No lo harás —digo con acero en mi voz.

La mirada del jinete se afina.

—¿Quieres que pare de odiarte? —digo—. ¿Quieres que te ame


absolutamente?

Ante la palabra amor, Guerra se tensa, como si finalmente


hablara su lengua.

—Así es como consigues que te ame —digo. Se siente mal


prometer al jinete cosas que no tengo la intención de dar. Y a lo mejor lo
sabe porque me mira un largo rato.

Juzga los corazones de los hombres. ¿Qué encontrará dentro del


mío?

El guerrero se gira y mira al niño. Hace una mueca.


Su mirada salta de vuelta a la mía, y me da una mirada final
larga, su labio superior está torcido con enfado.

—Para tu blando corazón —dice vehementemente.

Querido Dios, realmente... ¿funcionó?

Guerra deja mi lado, dirigiéndose hacia Zara y su sobrino.


Cuando se acerca, Zara aferra al niño más fuerte contra su pecho.

—No —suplica.

—Está bien, Zara. Realmente —digo. Al menos espero que esté


bien.

El jinete se arrodilla cerca de ella, estudiando la herida del chico.


Estirándose, arranca la camiseta del niño, causando que Zara salte.

—¿Qué estás haciendo? —demanda ella.

Ignorándola, Guerra se estira, su mano sobrevolando justo


encima de la herida. Puedo ver su feroz ceño fruncido. Después de un
largo momento, presiona la mano contra la piel del chico, y puedo ver al
cuerpo del niño temblar.

Me muevo hacia ellos, arrastrada por Guerra.

La otra mano del jinete se mueve hacia el palo de la flecha.

—Abrázalo —instruye Guerra a Zara mientras pone sus dedos


alrededor del arma—. Voy a sacar esto, y a él no le va a gustar.

Asintiendo, Zara envuelve sus brazos más apretadamente


alrededor de su sobrino.

Y un único y sordo tirón, Guerra arranca la flecha del cuerpo del


niño.

El niño se despierta con un grito estridente, empezando a patear y


a azotar. En un sentido muy real, está luchando por su vida.

Justo cuando la flecha está fuera, la mano de Guerra está de


vuelta en la herida, a pesar del corcoveo del chico. El jinete se queda
ahí por un largo tiempo, incluso mientras el niño continúa azotando y
llorando ante su agarre. El agarre de Guerra es inflexible, y
eventualmente, el pequeño chico pierde la batalla. Gimotea, después
cae exhausto en silencio.
Lágrimas silenciosas bajan por la cara de Zara, y puedo ver su
cuerpo visiblemente sacudiéndose. Esto la está destrozando.

Después de lo que se siente una cantidad interminable de tiempo,


Guerra quita su mano de la herida.

—No está completamente curado —dice Guerra—, pero está más


allá del riesgo de una infección seria ahora.

Nivela sus ojos con Zara.

—Dos veces te he ayudado ahora. Espero algún tipo de lealtad a


cambio.

Mi amiga frunce el ceño, pero le da a Guerra un ligero


asentimiento.

El jinete se levanta, alejándose de los dos. Sus violentos ojos fijos


en los míos.

Da un paso más cerca de mí.

—No me pidas esto de nuevo, esposa —dice oscuramente—. Serás


denegada.

Con eso, Guerra me pasa. Monta en Deimos, y después se ha ido.


Capítulo 31
Traducido por Gerald

Me arrodillo junto a Zara, quién está sosteniendo a su sobrino


fuertemente contra ella, lágrimas bajando por su rostro.

Sus manos van hacia la herida. Todavía hay sangre cubriendo el


área, pero una vez que la limpia, está claro que no hay nada debajo de
la sangre a excepción de una costra fresca. Ante la señal de ello, un
sollozo entrecortado sale de Zara.

—Salvó la vida de Mamoon. —Levanta la mirada hacia mí—.


¿Cómo hizo eso? ¿Y cómo sabías que podría hacer eso?

Me siento pesadamente junto a ella.

—Salvó mi vida una vez antes.

Salvó tu vida más que una vez.

Zara toma mi mano y la aprieta.

—No puedo pagártelo, Miriam. Gracias. Quedo en deuda contigo


para siempre.

—No me debes nada. Además… —Me estiro y vuelvo a colocar el


velo encima de su cabeza—, tú y tu sobrino todavía no están a salvo. —
Miro hacia el océano, donde la gente maniobra con varios de los botes
volcados. Nuestro plan de más temprano, hacer que la familia escape
hacia el mar, se ha desvanecido como el humo en el viento—. Déjame
encontrarles un caballo para que ambos puedan regresar al
campamento a salvo y recuerda, si alguien viene hacia ti, mátalos.

Hay mucha ferocidad en los ojos de Zara cuando dice:

—Con mucho gusto.

Los dejo ahí, revisando las calles buscando a cualquier caballo sin
jinete. Inevitablemente, siempre hay algún corcel asustado corriendo
libremente. No son un buen transporte, pero al menos disminuirá las
probabilidades de que Zara y su sobrino sean atacados. El ejército de
Guerra no tiende a tener como objetivo a hombres y mujeres montados.
A una calle de distancia, veo a un caballo atado al poste de una
lámpara. Trotó por la calle hacia él. Definitivamente es la montura de
algún soldado, a juzgar por las armas y el kitsch metido en las bolsas
de la silla, los objetos claramente tomados de la casa de alguna pobre
alma.

Muy mal para ese soldado, sus bienes robados están a punto de
serle robados.

Tan pronto como me hago del caballo, comienzo a desamarrar las


riendas de la criatura.

—¡Oye! —grita un hombre por encima de mí.

Tres pisos arriba, un soldado se inclina hacia el exterior de la


ventana. Aparentemente, este es el jinete del caballo, ocupado
saqueando otra casa.

—¿Qué demonios estás haciendo? —me grita.

Ignorándolo, termino de desatar las riendas y me subo al corcel.

Hay algo innegablemente satisfactorio sobre robar a un ladrón.

Golpeando los costados del caballo, me muevo rápidamente,


sonriendo ante el colorido flujo de maldiciones que el soldado grita a
mis espaldas.

Toma muy poco tiempo cabalgar de regreso hacia Zara y su


sobrino.

Me bajo del caballo, el polvo levantándose con mi aterrizaje.

—Muy bien, súbete primero, luego levantaré a tu sobrino...

—Mamoon —interrumpe. Mostrándome una pequeña sonrisa—.


Su nombre es Mamoon.

—...levantaré a Mamoon hacia ti.

Vacila, sin querer apartarse de él ni siquiera por un momento.


Pero finalmente se pone de pie, levantando a su exhausto sobrino en
sus brazos. Me lo entrega, luego se levanta para acomodarse en el
corcel.

Miro hacia el bebé en mis brazos y mi corazón se hincha.

Está vivo cuando podría haber muerto. Guerra lo perdonó.


Guerra lo perdonó.

Zara se estira y yo levanto a su sobrino hacia sus brazos. Juntas,


lo acomodamos en la silla frente a Zara.

En el momento que Mamoon se da cuenta de que está en un


caballo, comienza a llorar. No son las casas quemándose o la gente
gritando o siquiera las armas lo que termina aterrorizándolo. Es el
caballo.

—Sssh. Mamoon —dice mi amiga—. Zaza te tiene.

—¡Oye! —grita la misma voz masculina de más temprano. Miro


hacia la voz y veo al soldado caminando rápidamente hacia nosotros.

Me giro de nuevo hacia Zara.

—Hora de irse.

Zara mira hacia el hombre.

—¿Estarás...?

—Estaré bien. —Ya estoy deslizando mi arco por mi hombro—.


Vete. Te veré más tarde.

Zara asiente y le da al caballo un rápido golpecito a sus costados


y su montura se mueve.

—¡Oye! —dice el hombre de nuevo—. ¡Ese era mi caballo!

—Consigue otro —digo, girándome hacia él mientras saco una


flecha de mi carcaj.

—No voy a conseguir otro maldita sea —dice, corriendo hacia mí,
con una espada en su mano—. Vas a recuperar a mi caballo o vas a
arrepentirte por ello.

Acomodo la flecha y apunto hacia su pecho.

—Acércate más y te dispararé.

El soldado no vacila para nada.

Libero la flecha y la esquiva. Apunto y disparo otra y otra, evade


ambas sin siquiera mostrarse preocupado.

—¿Eso es lo mejor que tienes? —grita.

Es en ese entonces que noto la banda roja alrededor de su brazo.


Un jinete fobos,

—No me importa lo mucho que al señor de la guerra le guste tu


coño; voy a cortarte miembro por miembro y dejarte pudriéndote.

Y sabe quién soy, junto con cómo amenazar terroríficamente a


alguien.

Tomo dos flechas y las acomodo al mismo tiempo, apuntándolas


hacia el jinete. Solo he practicado esto y siempre con resultados de
mierda, pero si no le acierto al hombre pronto, seré obligada a sacar mi
espada y contra su espada... tiene la ventaja ganadora.

Jalo fuertemente de la cuerda del arco y libero a las dos flechas.


Ambas fallan, una virando bruscamente. Pero el disparo distrae al jinete
y la próxima flecha que libero... esa acierta al hombre directo en el
pecho.

El jinete fobos se tambalea, mirando hacia su piel perforada, sus


ojos muy abiertos.

Antes de que pueda hacer algo más, disparo dos flechas más, una
de las cuales lo golpea directamente en el corazón. El cuerpo del jinete
retrocede ante el impacto. Ahora sus ojos no están tan abiertos, como
están desenfocados.

Se tambalea hacia adelante, luego cae de rodillas.

Apenas estoy bajando mi arco cuando siento la punta de la


espada en mi espalda.

—La única razón por la que no estás muerta, niña —dice la voz
detrás de mí—, es porque quiero que nuestro señor de la guerra se
entere de tus crímenes.

Bueno, mierda.
Capítulo 32
Traducido por Rimed

De regreso en el campamento, bajo los rayos del sol poniente, los


soldados alinean a los traidores.

Soy una de ellos.

Los nuevos cautivos ya habían jurado lealtad, o estaban muertos.


Ahora era nuestro turno de ser juzgados.

Soy empujada hacia adelante, hacia el claro, con mis manos


atadas. La gente me está gritando, su odio es una cosa palpable. Le
hacen esto a cada traidor y aun así soy señalada por la multitud, sin
duda porque ahora todos saben sobre mi relación con Guerra.

El jinete está sentado en su trono en la cabeza del claro. Casi me


había olvidado de ese trono. Él es una persona distinta allí arriba,
diferente a como es en el campo de batalla —sediento de sangre y
calculador— y diferente a como suele ser conmigo —amable y gentil.
Sentado en ese trono, aun vestido con su ensangrentado atuendo, es
arrogante y distante. Aunque, hoy, admito que se ve más agitado de lo
normal.

Mientras entro al claro, mantengo mi mentón en alto, a pesar del


hecho de que el suelo esta empapado con sangre fresca y los cuerpos de
los recientemente asesinados prisioneros yacen apilados en un costado.

La multitud está gritando, escupiendo y furiosa, furiosa, furiosa.


Más de una persona nos está arrojando literalmente estiércol de
caballo.

Querido Dios, ¿es esto realmente lo que querías? ¿Convertir a


hombres en demonios y dejar que el infierno gobierne la tierra?

Nuestra línea es forzada a encarar a Guerra.

Nos mira a todos, su aburrida mirada se mueve de traidor en


traidor hasta que sus ojos aterrizan en mí. Por un instante, hay una
chispa de alivio. Luego su rostro se endurece.
No estoy segura, pero tengo la impresión de que ninguno de sus
jinetes le dijo sobre mi paradero. Supongo que querían darle un enfoque
más dramático, más público a todo el asunto.

Guerra se pone de pie y la multitud se calla. No sé lo que él está


pensando, lo que ocurre detrás de sus ojos turbulentos. Es
seguramente pesar porque por segunda vez hoy, estoy minando todos
sus cuidadosamente elaborados planes.

—Miriam. —Su voz se extiende por todo el campamento y nadie es


inmune a ella.

La gente hace una pausa al arrojar estiércol para poder mirar al


jinete y luego a mí.

Su mirada cae en mi garganta y luego a mis manos atadas.


Cuando me mira nuevamente, hay un filo en sus ojos.

—Libérenla. —No intenta hablar en lenguas.

—Mi señor —objeta uno de los jinetes fobos, dando un paso lejos
de los otros jinetes—. Ella asesinó a uno de sus jinetes.

No reconozco al hombre que habla, pero sé que no es el soldado


que me capturó hoy. Ese había resultado ser Uzair, el mismo jinete
fobos que también me había atrapado merodeando fuera de la tienda de
Guerra cuando el jinete estaba discutiendo estrategias de batalla con
sus hombres. En este momento, Uzair está de pie junto a los otros
jinetes, su mandíbula apretada.

—¿Por qué la mantienes cerca? —demanda este nuevo jinete


fobos, entrando al claro.

Guerra luce aburrido cuando mira a este hombre.

Varios soldados se están acercando a mí, presumiblemente


siguiendo la orden de Guerra de liberarme, pero sus expresiones son
duras. Está claro que creen que yo debería morir hoy. Se acercan a mi
costado y me toman por mis brazos, guiándome lejos de la alineación.

—Ella mata a nuestros hombres, sabotea tus planes, ¿y aun así la


perdonas? ¿A ella? —dice el jinete fobos, indignado—. Nunca antes
habías hecho excepciones. Por qué ahora, ¿y por qué? ¿Una puta?

Los ojos de Guerra se estrechan.


—¿Kikle vležoš di je rizvoroš maeto vlegeve
ika no ja rizberiš Vlegi? —dice el jinete, volviendo
ahora a una de sus lenguas muertas.

¿Cómo podrías entender mis motivos si no comprendes a Dios?

—¿Ha hecho ella débil tu mente, jinete? —En este punto, el jinete
fobos simplemente parece estar provocando abiertamente a Guerra, lo
cual nunca es una buena idea al lidiar con un tipo que disfruta con el
derramamiento de sangre.

El jinete da un ominoso paso hacia adelante y la multitud se agita


con inquietud. Él toma otro y otro, descendiendo de su tarima y
entrando al claro.

Se aproxima al hombre hasta que se cierne sobre su jinete.

Ocurre tan rápido que apenas si tengo tiempo de registrarlo.


Guerra saca una daga de su cadera y la empuja a través del corazón del
soldado. Los labios del jinete se separan y sus ojos están tan abiertos
como los del jinete fobos que maté antes, como si la muerte llegara de
sorpresa a él.

Guerra retira su arma y la sangre sale como una cascada por la


herida abierta.

El jinete fobos se ahoga un poco, su mirada gira sobre todas las


calladas personas. Se tambalea por un momento y luego cae al piso,
muerto.

La sangre del jinete fobos no se ha enfriado para cuando Guerra


se hace camino entre los soldados y me saca de allí.

Está callado mientras me carga de vuelta a su tienda. No me


molesto en decirle que puedo caminar. No estoy muy interesada en
oponerme a él en este momento, cuando ha desafiado sus propias
convenciones dos veces en un día por mí.

Detrás nuestro, la multitud está en silencio, pero una vez que


estamos bien fuera del rango de visión, escucho aumentar nuevamente
el ruido y entonces, todo de una vez, la multitud parece rugir, sin duda
como resultado de las ejecuciones del resto de los traidores.
Cierro mis ojos ante el pensamiento de toda esa gente con la que
estuve hace unos minutos. Ellos se atrevieron a detener al ejército, y
murieron por ello.

El jinete me carga hasta su tienda. Solo cuando estamos adentro


me baja.

Saca una de sus cuchillas y corta mis ataduras, liberando mis


muñecas antes de tirar a un lado la gruesa cuerda.

—Guerra… —comienzo a decir.

—No.

Una mirada a su expresión y está claro de que no está jugando.

Agitado, comienza a quitarse el resto de sus armas.

—Dios no me envió una esposa —dice en voz baja—, me envió mi


castigo.

Me quedo allí, frotando mis muñecas, insegura de donde yacen


mis sentimientos. Por un lado, vi muchas espantosas muertes hoy, y
este hombre es responsable por todas. Por otro lado, salvó a un niño, y
luego me perdonó. Estoy molesta con su mundo, pero también estoy
extrañamente en deuda con él.

—No deberías estar atacando a mi ejército —dice duramente.

—¿Por qué no?

—¡Porque yo lo digo! —brama. Guerra se voltea hacia mí ahora, su


rostro lleno de ira—. Salvé una vida por ti, fui contra mi propia
naturaleza para hacerlo, ¿y me agradeces matando a mis hombres?

—¡Ese hombre iba a matarme!

Su rostro se agudiza.

—No mientas y pretendas que fue solo un hombre el que mataste.

—¿Por qué repentinamente esto importa? —digo, mi propia voz


acalorada—. Tú me diste el arco y flechas sabiendo muy bien lo que
pretendía hacer con ellos.

—Creaste disensión en mis filas —dice.

Indudablemente lo hice. Y la gente nos odiará a ambos por ello.


—Ya hay disensión en tus filas, ¿o acaso te has olvidado de que
destruiste las ciudades de toda esa gente y asesinaste a sus familias
antes de tomarlos prisioneros?

Un músculo en su mandíbula se aprieta.

Guerra viene hacia mí, acercándose tanto que nuestros pechos se


tocan.

—He sido indulgente contigo. No volveré a cometer ese error.

Mi corazón cae ante eso. Era solo la indulgencia lo que salvó a


Mamoon. Esa es la parte de él que no quiero que cambie.

Comienza a pasar a mi lado cuando atrapo su brazo.

El jinete se detiene, observándome. Sus ojos siguen furiosos.

—Gracias —digo—. Por salvar al chico.

Guerra se aleja, viéndose un poco molesto, como si me las


hubiera arreglado para ofender su delicada sensibilidad.

Sujeto su brazo un poco más fuerte.

—En serio. No puedes saber lo que significa para mí. —Perdonó la


vida de un extraño. Es casi intrascendente junto a la cantidad de
personas que ha matado, pero nunca había salvado a alguien fuera de
su propio interés. No hasta hoy.

Guerra busca mis ojos, quizás buscando validación de que había


hecho algo bien, incluso aunque para él se sintiera mal.

Mi garganta palpita y me doy cuenta de que hay cosas que voy a


tener que hacer si quiero que Guerra alguna vez considere salvar otra
vida.

Muevo mi mano de su brazo hacia la parte posterior de su cuello


y tiro de él hacia mí. Cuando está a mi alcance, me paro en las puntas
de mis pies y beso cualquier último pesar que pueda tener.

No cae en eso, no de inmediato. Pero una vez que se entrega al


beso, se entrega completamente. Sus manos están repentinamente en
mi cabello y su acumulada ira se convierte en pasión.

No hay nada tan satisfactorio como una pelea seguida de una


follada, había dicho él.
Muéstrale lo agradecida que estás por las vidas que perdonó hoy.
Tal vez entonces Guerra considere nuevamente ser indulgente en el
futuro.

Con mi corazón latiendo rápido, comienzo a tocar el cuerpo del


jinete. Aún lleva su ensangrentada y sucia armadura. Comienzo a tirar
de ella.

—Quítate esto —ordeno.

—Primero haces que rompa mis reglas, ¿y ahora me das órdenes?


—dice esto mientras comienza a desvestirnos a ambos—. Estás jugando
un delicado y peligroso juego.

—¿No son los juegos peligrosos tus favoritos? —digo.

Guerra me acerca.

—Mujer salvaje, yo no juego. —Con eso, me arranca lo último de


mi ropa.

Aún estamos ensangrentados por la batalla, pero eso no nos


impide unirnos. Lo tiro hacia el piso cubierto de alfombra, su gran
cuerpo envolviéndome.

Tomo una de sus manos, enredándola entre las mías. Las marcas
de sus nudillos brillan y las beso una por una. Estas manos han
causado tantas muertes, pero ahora me salvaron a mí y a otro.

Tal vez un día estas manos dejen de matar por completo. Es una
locura desear algo tan descabellado, pero soy adicta a la posibilidad. Es
toda la esperanza que me queda.

La polla de Guerra está caliente y dura contra mí y puedo sentir


que aun arde dentro de su sistema el zumbido de la batalla. Está
prácticamente temblando con la necesidad de enterrarse en mí.

La idea de tener sexo con el jinete es tanto completamente


aterradora como estimulante. Me muevo debajo de él, hasta que la
cabeza de su polla está presionada contra mi entrada.

Por un instante, las caderas de Guerra presionan hacia adelante,


y oh Dios mío esto va a ocurrir. Pero entonces gruñe y se aleja de mí,
todo su cuerpo temblando por la abstinencia.

—Criatura celestial, fuiste creada para tentarme. —Guerra está


respirando pesadamente—. Pero no te has rendido. No aún. Te tendré
completamente solo entonces.
El jinete se acerca y ahueca mi coño. Muy deliberadamente hunde
un dedo en él.

—Pero por ahora, esto bastará.


Capítulo 33
Traducido por Yiany

Mientras el resto del campamento, incluido Guerra, están en las


juergas más tarde esa noche, me dirijo a la tienda de Zara, comida en
mano. Se ha convertido en lo nuestro, nos llevamos comida cuando
hemos tenido un día difícil.

Entro en la tienda sin llamar. En el interior, Mamoon está


dormido en el camastro de Zara, y mi amiga se sienta a su lado,
acariciando su cabello.

Ella se sobresalta cuando entro, su mano buscando su daga. Se


relaja cuando me ve.

—Lo siento, debería haberme anunciado —digo.

En respuesta, me atrae hacia ella y me da un fuerte abrazo. No


me suelta después de varios segundos, y muy pronto escucho sus
sollozos ahogados mientras llora en mi hombro. Hoy fue un día horrible
para ella. Perdió a su hermana y su cuñado, y casi perdió a su sobrino.

Le froto la espalda y la sostengo, dejándola derramar todo su


dolor. Continúa por mucho tiempo, y sus sollozos son en su mayoría
silenciosos, probablemente debido al hecho de que está tratando de
dejar que Mamoon duerma.

—¿Qué le diré? —susurra.

Sacudo la cabeza contra ella.

—No sé. —Esta es una situación tan poco natural. No hay


palabras fáciles para ello.

Finalmente, sus sollozos se convierten en moqueos, y luego se


aleja, secándose los ojos.

—¿Cómo está? —pregunto.

—Está bien —dice, con voz temblorosa—. Quiero decir, está


traumatizado, pero vivo. —Su voz se rompe un poco por la palabra—.
Eso es más de lo que puedo decir sobre...
Sobre el resto de su familia.

—¿Qué les pasó?

Zara junta sus piernas contra su pecho.

—Los jinetes de Guerra llegaron a ellos primero. Ni siquiera


estaban en su casa cuando llegué allí. Creo que habían intentado huir.
Encontré sus cuerpos tirados en la calle...

Mamoon se agita y Zara deja que la historia se desvanezca.

—¿Qué sabe él? —pregunto, asintiendo con la cabeza a su


sobrino.

Sus rasgos se desmoronan y sacude la cabeza.

—No estoy segura. No ha hablado mucho.

—Al menos te tiene a ti, y tú lo tienes a él.

Zara toma una respiración profunda y temblorosa y asiente.

Se limpia los ojos otra vez y me mira.

—¿Cómo estás tú? —pregunta, reponiéndose. La alarma se


precipita en sus ojos—. Oh, Dios mío, esta tarde —dice, como si se diera
cuenta de lo que sucedió por primera vez—. Hiciste tanto por mi
sobrino, y luego fuiste atrapada por eso, lo siento mucho. —Comienza a
llorar de nuevo, y le agarro la mano.

—Oye, oye, oye —le digo—. Me metí en ese lío. No tú. No lo


lamentes. Además, Guerra no me dejará morir, así que... —Así que me
convierto en la pequeña imbécil que arruina sus planes. Más o menos.
Luego tengo que compensarlo en favores sexuales que disfruto más de
lo que debería.

—No quiero que sufras por mi situación —dice Zara.

Sufrir podría no ser la palabra que usaría...

—No lo hago —aseguro.

—Ten cuidado con el jinete —dice—. Lo que hizo hoy... está más
que enamorado de ti.

Trago un poco. Asumí que a Guerra le agradaba solo porque creía


que su dios me había hecho para él. Pensar que en realidad podría
haber sentimientos reales...
No, Zara debe estar equivocada. Guerra siente pasión y posesión
hacia mí, pero nada más.

Absolutamente nada más.

—El Señor de la Guerra quiere verte —dice Hussain desde el otro


lado de mi tienda esa misma noche.

Para entonces, hace mucho que regresé de ver a Zara y su


sobrino. Incluso he logrado terminar de hacer dos flechas.

Dejo a un lado el libro que estoy leyendo, apago mi lámpara de


aceite y salgo de la tienda, siguiendo al jinete fobos hacia las
habitaciones de Guerra.

De la nada, Hussain dice:

—Mejor cuida tu espalda, Miriam.

Lo miro bruscamente. ¿Me está amenazando?

Se encuentra con mi mirada y luego suspira.

—Los hombres han estado hablando de ti, y no han estado


diciendo nada bueno.

No es una amenaza, me doy cuenta, es información privilegiada


que está transmitiendo.

—Escucha, Miriam, solo... mantente en guardia —continúa—.


Guerra no elige a sus jinetes fobos por su honor.

Lo que significa que soy una mujer marcada. Mis brazos se ponen
de piel de gallina ante eso.

Los dos llegamos a la tienda de Guerra. Hussain inclina la cabeza,


luego retrocede en la oscuridad, dejándome sola.

Respiro hondo y me obligo a dejar de lado esa preocupación para


otro momento. Tengo asuntos más inmediatos que tratar. Retiro las
aletas de la tienda del jinete y entro.

Solo que... el jinete no se ve por ningún lado. Pánico.


Esta era una trampa. A lo que sea que Hussain se refería, no iba a
suceder en algún momento en el futuro; está a punto de suceder ahora
mismo.

Saco mi daga de su vaina justo cuando las aletas de la tienda se


retiran. Guerra camina con el torso desnudo y está borracho. Muy
borracho.

—Esposa. —Sus ojos se iluminan cuando me ve. Cruza la


habitación, ignorando por completo la daga en mi mano. Me quita el
pelo de las orejas y me toma la cara entre las manos.

Sus ojos están turbios.

—Acuéstate conmigo.

Por un momento, no respiro. No me muevo en absoluto, a pesar


de que esas dos palabras han sacado todo tipo de respuestas
inapropiadas de mi cuerpo.

Hace un minuto estaba segura que estaba a punto de ser


emboscada; en cambio estoy recibiendo proposiciones. Por un jinete
borracho.

—Pensé que querías que me rindiera primero —digo.

—Cambié de opinión. —Sus pulgares acarician mis mejillas, y es


tan malditamente tentador. Tan, tan tentador.

Debe ver lo débil que soy porque se inclina y me besa ferozmente.


En el segundo que lo hace, pruebo el licor en su lengua.

Me alejo.

—¿Cuánto bebiste? —pregunto con recelo. Guerra es un hombre


grande; es probable que tenga que beber una botella entera de alcohol
para llegar a este punto.

—Lo suficiente como para dejar de lado mis reservas.

Acuéstate conmigo.

Recuesto la frente contra su hombro cuando se me ocurre una


idea.

—Aún si quisiera...

—Quieres —dice, su voz segura.


Mi estómago se aprieta ante su voz. Es baja y segura, y suena
como un amante, como mi amante.

—¿Qué pasa con la protección? —Algo en lo que claramente no


he pensado hasta ahora, aunque definitivamente debería haberlo hecho.

Aleja mi rostro de su hombro, sus ojos turbios se agudizan.

—¿Protección? —dice—. ¿De qué? Soy la encarnación de la


guerra. Quien intente enfrentarme se encontrará muerto.

Quiero reír. Quiero derretirme en el piso.

—No es ese tipo de protección —digo.

Oh chico. No esperaba tener esta conversación hoy. Las cejas del


jinete se juntan.

—Podría quedar embarazada —digo lentamente.

No puedo decir por su expresión si lo está entendiendo o no.

Tal vez he entendido todo esto mal. Tal vez Guerra no puede tener
hijos. Quiero decir, no es un humano común.

Echo un vistazo a su cuerpo lleno de músculos. Seré condenada


si alguna vez he visto a un hombre más viril. Siento que una larga
mirada suya podría embarazarme.

Mi siguiente pregunta se me escapa.

—¿Alguna vez has embarazado a una mujer?

Esos tatuajes brillantes brillan desde la oscuridad. El jinete me


mira, como si estuviera a punto de atacar. De hecho, cuanto más miro,
más amenazante parece.

—¿Por qué harías una pregunta así? —dice.

Curiosidad sobre todo.

—¿Lo has hecho? —presiono.

Cualquier estado de embriaguez en que se encontraba Guerra


cuando entré en su tienda, se ha ido.

—¿Qué crees, Miriam? —Esos ojos violentos están fijos en los


míos, y suena particularmente peligroso—. ¿Crees que he embarazado a
una mujer mientras me movía por tu tierra? ¿Crees que luego maté a
mi hijo, junto con su madre? ¿O crees que ambos están aquí en algún
lugar del campamento, ocultos a la vista?

No lo sé. No lo dejaría pasar por alto, a pesar que parece ofendido.


Tan ofendido, de hecho, que ahora estoy bastante segura que a pesar de
la fiesta sexual que ha tenido desde su llegada a la tierra, no tiene hijos.

Ese pensamiento debería aliviarme. En cambio, toda la


conversación me recuerda todas las razones por las cuales dormir con
Guerra es una mala idea. Perder el tiempo con él solo es divertido
cuando no tengo que pensar demasiado en ello.

—Venir aquí fue un error —digo. Empiezo a pasar junto a él,


hacia la salida.

Me agarra del brazo y me hace girar para mirarlo.

—Esto no fue un error.

—Duerme, Guerra —digo—. Te sentirás mejor una vez que lo


hagas.

—Entonces, ¿estás huyendo? —acusa.

—¿No es eso lo que todos los humanos hacemos? —pregunto.

—No tú, mujer salvaje —dice, su expresión oscura y astuta


mientras me agarra del brazo—. Peleas incluso cuando no es prudente
hacerlo.

—¿Qué harías si embarazas a una mujer? —pregunto.

Guerra solo me mira.

No tiene absolutamente ninguna idea, y eso es aterrador por


derecho propio.

—Buenas noches, Guerra —digo.

Saco mi brazo de su agarre y dejo su tienda.

No vuelvo a ver a Guerra hasta el día siguiente. Para cuando viene


a mí, ya ha regresado de asaltar todas las comunidades satélites
alrededor de Arish. Por lo que he visto de Egipto hasta ahora, no hay
muchas. Aquí afuera, hay desierto, océano, cielo y nada más.
—¿Tuviste resaca? —le pregunto. Me siento fuera de mi tienda,
ocupada colocando una punta de flecha de vidrio en un eje de madera
terminado.

—¿Una resaca? —Sonríe un poco—. Hubo un breve destello de


dolor y algunas náuseas fugaces, pero no lo llamaría resaca.

Una parte de mí está tardíamente sorprendida de que sepa lo que


es una resaca, pero ha vivido entre soldados durante un año. Estaba
obligado a aprender sobre ellos eventualmente.

—¿Recuerdas nuestra charla? —pregunto—. ¿De ayer por la


noche?

Su cara cambia, pero no puedo decir exactamente cuál es su


expresión. ¿Meditabundo? ¿Curioso? En este momento es imposible
saberlo.

—Hasta el último momento.

Increíble.

Toma mi mano.

—Ven, quiero tenerte solo para mí.

Tomo su mano, incluso cuando mis cejas se fruncen.

—¿A dónde vamos?

Silba.

—Ya verás.

Un minuto después, Deimos viene galopando hacia nosotros, su


abrigo rojo intenso brillando al sol. Todavía tiene su silla de montar y la
brida de la redada de la mañana.

El caballo se detiene junto a nosotros.

—¿Cómo logras que haga eso? —pregunto. No necesita ser


estabilizado, y llega a la llamada de su amo. No he conocido tantos
caballos, pero no creo que esto sea normal.

Guerra se inclina hacia mí.

—Él es tan caballo como yo un hombre.

Buen punto.
El jinete me indica que monte a Deimos. Por un momento, dudo,
insegura de querer pasar más tiempo con Guerra del que sea
absolutamente necesario. Pero al final, sigo adelante.

Guerra se mece en la silla detrás de mí, tan cerca que sus muslos
encierran los míos, y su pecho presiona contra mi espalda. No es la
primera vez que comparto una silla de montar con el jinete, pero es la
primera vez que lo noto.

Su cabello hace cosquillas contra la piel de mi cuello, y puedo


sentir su aliento contra mi mejilla. Un brazo rodea mi cintura,
presionándome más profundamente contra él, y no debería estar tan
afectada por esto.

Quiero decir, por el amor de Dios, he tenido la polla del hombre


en mi boca.

—Quédate conmigo en mi tienda —dice Guerra en mi contra, su


aliento se agita en mi oído.

—¿Qué quedará de mí si lo hago? —No quiero decirlo en voz alta,


pero las palabras salen de todos modos.

—Esposa, no voy a comerte si te mudas, bueno, te comeré, pero


sé que disfrutas ese tipo de cosas.

Siento mis mejillas arder, recordando la sensación de su boca


entre mis muslos. Medio giro la cabeza hacia él.

—¿Puedes no decir cosas así?

La mano de Guerra se aprieta contra mi estómago.

—Quédate conmigo, Miriam.

—No, a menos que quieras hacer otro intercambio.

El jinete está callado.

—Te das cuenta de que podría simplemente hacerte quedar


conmigo.

Así que ha sido amenazado antes.

—Entonces hazlo —digo, sabiendo que no lo hará.

Debe ser extraño para él, un hombre de acción, hacer amenazas


vacías. Nunca tuvo que hacerlo antes de mí. Cuando quieres que el
mundo muera, es fácil hacer amenazas reales, o, más del estilo de
Guerra, simplemente matar sin amenazar a alguien en absoluto.

—Caerás ante mí, esposa, como todos y todo lo demás.

Eso es exactamente lo que temo.

El jinete nos conduce hacia el sur, hacia el desierto. Aquí no hay


nada excepto extensiones de tierra seca. Es hermoso de una manera
muy austera.

Solo hemos montado durante unos cinco o diez minutos cuando


Guerra detiene su caballo.

—¿Dónde estamos? —pregunto, mirando alrededor mientras


desmonto fuera de Deimos.

—No sé exactamente —dice, desmontando, su mirada forrada de


kohl entrecerró los ojos al sol.

Miro a mí alrededor.

—Entonces, ¿no hay ninguna razón particular por la que me


hayas traído aquí? —pregunto.

—Oh, hay una razón —dice—, simplemente no tiene nada que ver
con nuestro entorno.

Me alejo unos pasos de él, pero ahora miro hacia atrás.

—¿Cuál es la razón? —pregunto.

—Quiero escuchar cómo suenas cuando nadie más que yo está


escuchando.
Capítulo 34
Traducido por YoshiB

Cuando se trata de intimidad, Guerra da más de lo que toma.


Que es mucho. Es un montón. Tiene el apetito de una deidad, y apenas
puedo seguir el ritmo de ambos lados.

Me está haciendo trabajar para esos aviarios.

Me acuesto en una manta con él, nuestras ropas puestas a un


lado.

—Me gusta cuando estás así —dice, arrastrando un dedo sobre


mi abdomen desnudo.

Lo miro.

—Apuesto que lo haces.

—No solo de esa manera, esposa —dice, riendo bajo—. Eres más
abierta conmigo en estos momentos.

¿Lo soy? Las alarmas están sonando.

—¿Y eso te gusta? —digo.

—Por supuesto que sí.

Estudio la cara del jinete.

—¿Por qué?

Su mirada busca la mía. El oro en sus ojos brilla en la luz.

Está más que enamorado de ti. Las palabras de Zara suenan en


mis oídos.

Antes de que Guerra diga nada, algo se mueve en la distancia, lo


que hace que me sobresalte sorprendida. Todo mi cuerpo está expuesto.
Recojo desesperadamente mi ropa, tratando de cubrirme.

—¿Qué pasa? —dice Guerra, su voz aguda. Su mirada sigue la


mía.
Es una persona, una que ahora he condenado a muerte.

Pero cuando el jinete lo ve, la tensión en su cuerpo disminuye.

—Relájate, esposa. Es uno de los míos.

—¿Uno de los tuyos? —¿Se refiere a uno de sus soldados? Porque


realmente no querría que uno de ellos me viera desnuda.

—Los muertos re-animados —explica Guerra.

Los vellos de mi brazo se erizan. Casi me había olvidado de esa


habilidad macabra suya.

Capturo la figura distante de nuevo.

—¿Qué está haciendo aquí?

—Miriam, mis muertos vivientes permanecen en todas partes


donde estoy o he estado. Patrullan cada pedazo de tierra que he tocado.

Me lo imaginé después de encontrar a sus muertos vivientes en


Ashdod.

—¿Cuánto tiempo patrullan una ciudad?

—Siempre. Una vez que reclamo un territorio, no lo dejo.

Escalofriante.

En cada lugar donde Guerra ha estado, sus muertos vivientes


están allí, nunca durmiendo, nunca cesando, pero siempre, siempre
cazando.

Poniendo un mechón de cabello detrás de mi oreja, me alejo del


jinete, una acción que él nota. Sigo dejándome olvidar de la verdadera
naturaleza de Guerra.

—¿Me has visto matar muchas veces, Miriam, y sin embargo esto
te molesta?

—Por supuesto que me molesta —le digo—. Me hace no querer


tocarte.

La cara de Guerra... esa violencia está de vuelta en sus ojos, pero


por un instante, un instante breve… veo su dolor.

Es casi absurdo pensar que una fuerza de la naturaleza como


Guerra es incluso capaz de sentirse herido. Pero tal vez no soy la única
que se vuelve vulnerable cuando se quita la ropa.
—Pero seguirás tocándome —dice—. Mientras desees que tus
aviarios permanezcan intactos, lo harás, y no necesito recordarte lo fácil
que puedo deshacer todo el progreso que has comprado para tu especie.

—Comprado —repito.

Ahora soy yo quien se siente herida; herida, usada y sucia.


Olvídate de que esta situación fue idea mía, o que eso fue exactamente
lo que hice —les compré a mis semejantes humanos la posibilidad más
mínima de supervivencia— todavía me agota escuchar a Guerra hablar
sobre eso como si fuera una venta fría y sin emociones.

Me levanto, completamente desnuda, sin importarme realmente lo


que Guerra ve.

—Me alegro que ambos sepamos que eso es todo lo que esto es. —
Empiezo a ponerme la ropa—. Odiaría que tuvieras la impresión de que
realmente te quiero.

—Oh, me quieres. —El jinete suena casi presumido.

Empujo mis pies nuevamente dentro de mis pantalones.

—Vete. A. La .Mierda.

—No hasta que entregues todo.

Terminé, terminé, terminé con esto. Acabo de vestirme y empiezo


a alejarme.

—Regresarás conmigo —ordena Guerra detrás de mí.

Le doy el dedo en respuesta.

Apenas he caminado veinte metros cuando veo movimiento por el


rabillo del ojo. Me giro justo a tiempo para ver al muerto viviente de
antes corriendo hacia mí.

Me las arreglo para no gritar, pero no voy a mentir, me orino un


poco al ver a la criatura corriendo hacia mí.

Detrás de mí, Guerra se para en nuestra manta y se pone los


pantalones mientras mira la escena.

—¿Qué estás haciendo? —le grito a Guerra, nunca logrando


arrancar mis ojos del muerto viviente.

El hombre muerto —bastante segura de que es un hombre al


menos— se precipita hacia mí.
A la mierda, empiezo a correr.

Llego medio kilómetro antes de que la criatura me aborde. Los dos


nos tambaleamos contra la tierra arenosa.

Querido Dios, el olor. Como si alguien estuviera violando mis


fosas nasales. Me atraganto un poco. Y ahora, cuando veo a la criatura,
realmente grito. Este no está recién muerto como los hombres con los
que peleé hace una ciudad. Su piel es de un tono grisáceo y se está
pudriendo en áreas, revelando sus entrañas en descomposición.

El muerto viviente me pone de pie justo cuando el jinete cabalga


sobre Deimos.

Se detiene a mi lado, extendiendo una mano.

—Ven, Miriam.

Miro a Guerra.

—No.

—Entonces mi hombre se verá obligado a escoltarte a casa.

Creo que tengo pedazos en descomposición de ese hombre en mi


cabello. Definitivamente los tengo manchando mi camisa y pantalones.

Voy a tener que quemar esta ropa. Maldición.

—Al menos será mejor compañía —le digo.

Guerra me frunce el ceño, luciendo frustrado y molesto, todo al


mismo tiempo.

—Que así sea. Disfruta el paseo, esposa.

Y luego se va.

Bastardo.

Tardo casi una hora en regresar al campamento, y todo el camino


el hombre muerto me agarra la parte superior del brazo. El hedor de él
es demasiado, y vomito cuatro veces por separado. Finalmente,
simplemente me tapo la nariz y respiro por la boca.

A pesar de esto, no me arrepiento de mi decisión de regresar. Ni


siquiera un poco.

En este momento, el hombre muerto es aún mejor compañía que


Guerra.
No veo al jinete de nuevo por días. No me llama, y me mantengo
alejada de su tienda, pasando mi tiempo leyendo, haciendo armas y
visitando a Zara y su sobrino asustado.

Así que me sorprende cuando, el día que empacamos el


campamento, me dan un caballo y me indican que espere a Guerra.

Casi no lo hago.

No estoy molesta por la revelación de que los muertos de Guerra


persiguen todas las ciudades caídas del mundo. Es terrible e
impactante y hace que el jinete sea aún más bárbaro de lo que ya
imaginé, pero es lo que es, y ahora lo sé.

Ni siquiera estoy molesta por la nauseabunda caminata de


regreso al campamento, aunque lo había estado por un tiempo después
de mi regreso.

A este punto, estoy enojada porque he estado enojada, y no sé, la


emoción ha desarrollado algo de inercia propia.

Pero luego Guerra llega cabalgando por el campamento, como un


sol rojo que se eleva en el horizonte, y me siento ansiosa por verlo,
ansiosa por estar enojada con él, ansiosa por escuchar su voz profunda
y mirar esa cara. Y tal vez incluso tocarlo. Puede que no me guste el
tipo, pero creo que soy adicta a él.

El jinete se detiene cuando llega a mi lado. Me observa por varios


segundos.

—Esposa —dice. No puedo decir lo que está pensando.

—Guerra.

Me da un leve asentimiento y vuelve a cabalgar. Lo sigo al frente


de la procesión, sintiendo los ojos de todo el ejército sobre nosotros. Y
luego están detrás y somos solo yo, Guerra y el camino interminable
que tenemos por delante.

El jinete es el primero en hablar.

—Si vamos a estar casados, tenemos que llevarnos bien.

—No estamos casados —digo por enésima vez.


—Lo estamos.

¡Hombre exasperante!

—¡Hiciste que un hombre muerto me atacara! —Está bien, tal vez


todavía estoy un poco molesta por mi regreso al campamento. Tengo el
jodido derecho de estarlo. Olí a cadáver durante dos días enteros.

—No escucharías —dice.

—¡No, eras tú quien no escuchaba! —digo, alzando mi voz. Oh sí,


estoy muy lista para saltar de nuevo a la arena y luchar contra este
hombre—. Estás tan acostumbrado a mandar a la gente que crees que
también puedes mandarme.

—Por supuesto que puedo.

Estrangularía a Guerra si pudiera salirme con la mía.

—No es así como funciona el matrimonio —digo, tratando de


calmar mis emociones—. Al menos, no un buen matrimonio… y quieres
que sea un buen matrimonio, ¿no?

¿Por qué estoy tratando de razonar con él?

Me da una mirada larga.

—Por supuesto que sí, esposa.

—Entonces debes escucharme y respetar mis opiniones. —Son las


dos reglas más obvias del matrimonio y, sin embargo, Guerra las
desconoce por completo.

—Y tú debes respetar mi voluntad —contraataca—. Como mi


esposa, deberías ser obediente las pocas veces que te lo exijo.

¿Obediente?

Estoy furiosa.

—A la mierda. Quiero el divorcio.

—No.

—No voy a ser obediente, demonios, ni siquiera quieres que sea


obediente. Sé que no lo haces. —Claramente ha estado rodeado de
demasiados misóginos.

Guerra se pasa la mano por la cara, uno de los anillos que usa
atrapa la luz.
—Siento que estoy siendo golpeado con mi propia espada —
murmura—. Bien. Intentaré ser más... respetuoso. Con tus opiniones...
incluso cuando son absurdas.

Lo fulmino con la mirada.

—Y escucharé tus suaves deseos mortales. Pero a cambio, debes


escuchar mi voluntad cuando lo doy.

—Lo escucharé —digo.

Solo es posible que no lo acepte.

—Bien. —Se ve complacido.

Solo lo miro.

Este va a ser un viaje largo.

He abandonado mis reglas. Las que sobrevivieron al apocalipsis.


No sé cuándo sucedió, si los dejé en Ashdod o si viajaron hasta Arish
antes de abandonarlos.

Solo sé que cada uno ya no aplica para sobrevivir al apocalipsis


ahora que estoy atrapada con uno de los jinetes que lo orquesta.

La única regla que todavía uso es la Regla Cinco: Sé valiente.


Cada segundo de mi día consiste en tratar de ser valiente cuando todo
lo que realmente quiero hacer es cagarme y esconderme.

Desafortunadamente, aquí en el desierto árido, no hay ningún


lugar para esconderse.

Es un viaje largo y solitario. El camino que tomamos está rodeado


por un desierto ininterrumpido. Y aunque sé que el océano queda a mi
derecha, la carretera está lo suficientemente tierra adentro como para
no poder vislumbrar esa agua azul.

El sol de verano nos golpea cruelmente a los dos, y durante todo


el tiempo que hemos estado cabalgando, podríamos haber recorrido dos
kilómetros... o doscientos. Es imposible decirlo.

La única forma real en que puedo decir que estamos progresando


es por los pocos puntos de referencia que pasamos: una casa
abandonada, un puesto avanzado árido, un canal de agua al lado de un
pozo de bombeo manual. Ah, y por supuesto, los pocos pueblos de
pescadores por los que pasamos, un grupo de aves carroñeras dando
vueltas sobre ellos.

Eventualmente, el sol se pone delante de nosotros, y Guerra elige


un lugar para que nosotros y nuestros caballos descansen.

Después de que los dos encendimos el fuego, empiezo a freír la


cena. En este viaje, Guerra empacó una sartén y algo de carne salada
para cocinar. Miro las tiras de carne después de colocarlas. Verlos me
revuelve el estómago. Se parece demasiado a todos esos humanos cuyos
cuerpos fueron destrozados durante la batalla.

A mi lado, el jinete se sienta en canclillas, mirando el fuego.

—¿Por qué tienes un ejército si simplemente podrías usar a tus


muertos para matar humanos? —le pregunto mientras trabajo.

Me parece que, con el movimiento de su mano, Guerra podría


aniquilarnos a todos, y sería mucho más rápido y más completo.

—¿Por qué no cantas todo el tiempo si tienes la capacidad de


hacerlo? —responde, con los ojos brillantes—. ¿Por qué no correr a
todos lados si puedes? El hecho de que tenga el poder no significa que
siempre quiera ejercerlo.

¿Entonces no quiere matarnos de manera eficiente? No sé si eso


es misericordioso de su parte o simplemente cruel.

—Además —dice—, prefiero el campamento. Me recuerda quién


soy y quién he sido siempre.

Batalla traída a la vida, quiere decir.

—Eso es un poco extraño, ¿no te parece? —digo—. Quieres


recordar quién eres reuniendo humanos a tu alrededor y disfrutando de
su compañía.

—No, no creo que sea extraño —dice Guerra, levantándose para


tomar una botella de vino que ha empacado. Regresa con eso y dos
vasos. Volviendo a sentarse, dice—: Nací de los hombres y estoy aquí
para juzgarlos. Naturalmente quiero estar entre ellos.

—Así que hay una parte de ti a la que le gustan los humanos —le
digo.
—Por supuesto que me gustan los humanos. —Guerra descorcha
el vino y comienza a servirnos un vaso a cada uno—. Simplemente no lo
suficiente para prescindir de ellos.

Eso es tan retorcido.

Me da uno de los vasos y tomo un trago profundo.

—Soy un comandante de hombres —continúa—. Ni siquiera la


muerte puede detener mi alcance.

Ni siquiera la muerte puede detener mi alcance.

Guerra tiene razón. Incluso en la muerte puede convertirnos en


armas. Recuerdo al renacido que me llevó de regreso al campamento. La
mayor parte de sus ojos habían desaparecido, su piel estaba manchada
y desprendida, y aun así se movía como si estuviera vivo.

—¿Cómo controlas a los muertos? —digo.

El jinete me mira fijamente.

—Estamos hablando de los poderes de Dios, Miriam. No hay una


explicación humana que pueda darte.

—¿Podrías hacerlo ahora mismo si quisieras?

Guerra levanta las cejas.

—¿Quieres que resucite a los muertos?

Eso no es exactamente lo que le pregunté y, sin embargo, ahora


que ha abordado el tema, tengo una curiosidad perversa. No sé por qué.
Es macabro y aterrador.

Asiento de todos modos.

El jinete se acerca y siento que el suelo a mi alrededor tiembla,


como si fuera un cosquilleo. A varios metros de distancia, la tierra árida
cambia y el esqueleto parcial de un caballo se levanta del suelo arenoso.
A la criatura le faltan muchos de sus huesos, pero se pone de pie lo
mejor que puede.

Es difícil decir que esto no es magia.

El caballo esquelético comienza a moverse como si estuviera vivo,


a pesar de que parece muerto hace mucho tiempo.

—No... es humano —digo.


—Puedo reanimar tanto a las personas como a las criaturas.

El caballo deambula hacia mí, y el instinto me dice que me


levante y huya. Pero maldita sea, me he enfrentado a algo peor.
Entonces me siento allí y dejo que se acerque.

El caballo golpea su hocico contra mi hombro, y parte de mí está


desarmada por esta pobre cosa que se mueve como un caballo y actúa
como un caballo a pesar de que hace mucho que respiró por última vez.

—¿Estás satisfecha? —pregunta Guerra.

Asiento, tal vez un poco demasiado rápido.

El caballo se aleja varios pasos de mí, luego, de repente, cae a la


tierra, nada más que un montón de huesos dispersos.
Capítulo 35
Traducido por Wan_TT18

Llega la noche y el fuego se apaga. Justo cuando el aire de la


tarde comienza a enfriarse, el jinete se levanta del fuego. Puedo
escucharlo a mi espalda, quitando su armamento. Todavía sostengo mi
vaso vacío, y todo ese vino en mi estómago se agita.

Esta es la primera vez que viajo con el jinete desde nuestro


acuerdo, y aquí, sin un ejército a nuestro alrededor, mi universo se
siente muy pequeño. Es solamente lo suficientemente grande como para
sostenerme a mí, a Guerra, y este sentimiento incómodo que surge en
mí cada vez que estamos juntos.

El jinete vuelve a mí y extiende una mano.

—Ven, esposa. Es tarde y quiero sentir tu cálida carne contra la


mía.

Ese mismo sentimiento incómodo surge en mí. En este momento


es vértigo y una emoción que viene con ceder ante el jinete. Somos todo
o nada, enemigos o amantes. Es vertiginoso. Nuestros cuerpos se llevan
mucho mejor que nuestras bocas.

Tomo la mano de Guerra y dejo que me lleve al catre que nos hizo.
Solo hay una cama esta noche. Mis abdominales se tensan ante la vista.

El jinete me acerca, sus manos van hacia mi cabello oscuro


mientras se inclina y me besa. Y el beso es todo lo que se necesita para
abrirme por completo.

He expresado todo mi deseo por él durante el largo día, pero


ahora me quedo sin aliento cuando su mano pesada baja por mi cuello
y a lo largo de mi clavícula. Mis propias manos encuentran sus
abdominales, y Dios fue claramente parcial cuando hizo a este hombre
porque Guerra es perfecto. Cada cresta dura, cada músculo inclinado y
cada borde delgado: perfecto, perfecto, perfecto.

Mientras me desnuda, trato de no pensar en el hecho de que


obviamente no soy perfecta. Tengo cicatrices de ese accidente de hace
mucho tiempo, tengo cicatrices de todas las escaramuzas en las que he
luchado desde entonces, y tengo cicatrices de todas las mellas y cortes
que me he dado para mi trabajo. Y luego están todas las imperfecciones
con las que simplemente nací.

Estoy crudamente moldeada en comparación con este jinete.

Pero cuando Guerra me baja, quitándome la última ropa, sus


manos y labios se mueven sobre mí como si fuera perfecta. El jinete se
desliza entre mis muslos y, mientras miro las estrellas, se me escapa
una estúpida y horrible lágrima. Porque me siento tan apreciada. Tan
apreciada y tan malditamente perfecta.

No debería ser así. No debería.

Pero lo es.

Después de que los dos nos hayamos agotado, me acuesto con


Guerra en su catre. Nuestro catre, supongo, si soy sincera conmigo
misma.

No me molesto en decirle al jinete que esto se siente bien. Que su


cuerpo ridículo se ajusta al mío como una pieza de rompecabezas.

Guerra pasa sus dedos por mi cabello.

—Háblame de ti —dice.

—¿Qué quieres saber? —le pregunto, mirándolo. Desearía poder


ver su rostro en la oscuridad.

—¿Qué te hace amar ser humana? ¿Cuáles son tus cosas


favoritas? Quiero saberlo todo.

—Me gusta el arte —digo cuidadosamente, volviéndome para


mirar el cielo—. Me gusta reutilizar la basura en objetos hermosos.

—Te refieres a tus armas —dice.

Me estiro a lo largo de su cuerpo. En respuesta, Guerra me acerca


más a él.

—Así es como pude ganar dinero con mi arte —digo—. Pero sí,
mis armas son parte de eso.
—¿Y por qué disfrutas del arte? —pregunta Guerra.

Levanto un hombro.

—Es catártico para mí. No lo sé.

—Dime algo más —dice Guerra.

—Extraño el sabor de Shakshuka de mi madre —admito. Nunca


aprendí a cocinar su versión exacta del plato picante del desayuno. Hay
tantas cosas pequeñas y simples como esa, que perdí cuando la perdí.

—¿Qué más?

—Mi hermana Lia quería ser cantante. —Sé que Guerra me está
preguntando acerca de mí, pero esto es lo que soy: una niña solitaria
que transporta a los fantasmas de su familia—. No sé de dónde sacó su
voz —continúo—. El resto de nosotros no podía llevar una melodía, pero
ella sí. Solía cantar cuando no podía conciliar el sueño por la noche, y
yo lo odiaba, compartíamos una habitación —agrego—. Pero luego, en
algún momento, se volvió relajante, y a menudo me dejaba llevar por
sus canciones.

Esa podría haber sido la peor parte de todo cuando regresé. El


silencio. Había tantas noches en que me recostaba allí, en mi viejo
colchón, en la cama de mi hermana frente a la mía, y esperaba la
canción que nunca llegaba.

Después de un tiempo, comencé a dormir en su cama, como si de


algún modo pudiera sacar la médula de sus sábanas viejas. Nunca
funcionó. Ni siquiera cuando me mudé a la cama de mi madre para
tratar de atraer un poco de consuelo allí.

—A veces grabo notas musicales en mis arcos y flechas —admito


a Guerra—. Ni siquiera sé qué significan las notas, o si están dibujadas
con precisión, pero me recuerdan a Lia.

El jinete pasa una mano ociosa por mi brazo y me recuerda lo


íntima que es toda esta situación.

—¿Tallas algo más en tus armas? —pregunta.

Lo miro de nuevo.

—¿Por qué quieres saber? —pregunto.

—Quiero saber todo sobre ti, esposa —dice, tal como lo hizo
antes.
Respiro hondo

—Dibujo hamsas para mi padre. —Ni siquiera puedo decir


cuántas armas he decorado con la imagen de un mal de ojo encajado en
la palma de una mano.

—¿Por qué hamsas? —pregunta Guerra.

Inconscientemente, alcanzo mi pulsera, tocando el pequeño dije


de metal mientras me enfoco de nuevo en el cielo.

—Los Hamsas son conocidos entre los judíos como la "Mano de


Miriam" —explico—. Cada vez que mi padre veía una pieza de joyería
con un hamsa, me la compraba, porque era mi homónimo.

El hamsa que uso es la última pieza de joyería que tengo de él.


Todo lo demás lo he perdido en la última década. Estoy petrificada por
el día en que también perderé esto.

—Y en honor a mi madre —continúo—, a veces tallaba una


espada, o a veces una espada que perforaba un corazón, en mis arcos.
La espada es en honor a lo que aprendí de sus libros sobre armamento,
y el corazón... bueno, eso es por razones que se explican por sí mismas.

Ahora me duele el corazón, revisando todas las razones por las


que apreciaba tanto a mi familia y por qué los extrañaba tanto.

El jinete está callado. No le va muy bien, he descubierto, con


emociones difíciles como el dolor y la tristeza.

—Es extraño ser humano —dice finalmente Guerra—. Por mucho


tiempo, observé cómo era ser humano, pero nunca lo sentí. No entendía
la verdadera dicha de tocar a una mujer o probar comida o sentir el sol
en mi piel. Lo sabía, pero no lo entendí hasta que me convertí en un
hombre. Hay cosas que todavía no entiendo —dice, casi para sí mismo.

Puede que Guerra no lo sepa, pero es cautivador cuando habla


así, como si tuviera un pie en este mundo y un pie en el otro.

—¿Qué tipo de cosas? —pregunto.

—La pérdida —dice. Está callado por un momento—. Es uno de


los aspectos más comunes de la guerra y, sin embargo, nunca lo he
experimentado.

—Será mejor que nunca lo hagas —le digo, pensando en mi


familia de nuevo.
La pérdida es una herida que nunca sana. Nunca, nunca, nunca.
Se enreda, y por un tiempo casi puedes olvidar que está allí, pero luego
algo —un olor, un sonido, un recuerdo— dividirá esa herida y se te
recordará nuevamente que no estás completo. Que nunca estarás
totalmente completo de nuevo.

—Cuéntame más sobre ellos —dice Guerra—. Tu familia.

Mi garganta se mueve. No sé si tengo ganas de seguir hablando de


ellos. Pero luego mis labios se separan y las palabras salen.

—Mi padre era el hombre más sabio que conocí —le digo—. Pero
para ser justos, solo lo conocí de niña, y cuando eres un niño, los
adultos en general parecen muy sabios. —Busco en el cielo, tratando de
recordar más—. Mi papá era gracioso, muy, muy gracioso. —Sonrío
mientras lo digo—. Él podría hacerte reír, generalmente de ti mismo.
Sin embargo, estaba bien, porque él también se burlaba de sí mismo
todo el tiempo. Era bueno celebrando las asperezas de todos. Y él era
tan... real. —Hubo muchas ocasiones en las que me hablaba como si yo
fuera un igual—. Con algunas personas, nunca puedes meterte debajo
de la superficie, ¿sabes? —digo, aunque el jinete probablemente no lo
sepa—. Con mi padre, siempre podías.

Intento aferrarme a su memoria.

—He olvidado su voz —admito—. Esa es la parte más aterradora


de todo. No recuerdo cómo sonaba. Puedo recordar cosas que dijo, pero
no eso.

Nos quedamos en silencio por varios segundos. El jinete no dice


nada, solo acaricia mi cabello.

—Mi madre era callada pero fuerte. Aprendí que después de la


muerte de mi padre, cuando de repente tuvo que cuidar de mí y de mi
hermana. Su amor era una cosa feroz.

Me quedo en silencio.

—¿Qué les pasó? —dice Guerra.

Ya le conté cómo murió mi padre. En cuanto a mi madre y mi


hermana...

—Hubo un accidente.

El agua se precipita en...

Me toco la garganta.
—Ahí es donde obtuve esta cicatriz. —No puedo compartir el resto
de la historia.

La mano de Guerra deja de acariciar mi cabello. Después de un


momento, sus dedos se mueven por la columna de mi garganta. Se
detienen cuando llegan a la cicatriz. Su pulgar se alisa sobre la piel
levantada en medio de mis clavículas.

Se me cae la mano de la garganta y cierro los ojos al sentir la


punta de su dedo.

—Lo siento, esposa —dice el jinete—. Tu desgracia es mi


ganancia.

Frunzo el ceño. Eso es algo extraño de decir.

—¿Qué quieres decir? —pregunto, abriendo los ojos.

Los labios de Guerra rozan mi piel mientras me acerca.

—El día que recibiste esta cicatriz es el día en que te volviste mía.

No todos los lugares parecen haber sido tocados por el


apocalipsis.

Hay pueblos remotos como en el que entramos dos días después,


que el mundo moderno claramente pasó. Estos son los lugares donde
los granjeros todavía pastorean su ganado por las calles y los perros
son salvajes y los edificios usan la misma arquitectura de adobe que
han tenido durante los últimos mil años.

Parece que estas ciudades apenas sintieron el impacto del


apocalipsis, y lo resistieron con mucha más gracia que mi ciudad.

Guerra y yo entramos en el pueblo de pescadores, que es apenas


más que unas pocas calles encaramadas al lado del mar Mediterráneo.
Mientras pasamos, un par de hombres se sientan afuera de sus
hogares, bebiendo café turco y fumando cigarrillos enrollados a mano.

Los miro maravillada. Guerra y yo pasamos por muchos pueblos,


pero casi todos han sido visitados por la muerte.

No este pueblo. La gente aquí está disfrutando este día como lo


haría con cualquier otro.
—¿Qué vas a hacer con ellos? —pregunto, mi pregunta puntuada
por el golpeteo de los pasos de mi caballo.

—Lo que siempre hago, esposa.

Mi estómago se aprieta con eso. Montar al lado de Guerra es


repentinamente, claramente incómodo.

Atraemos más a medida que avanzamos en la ciudad. Me di


cuenta de quién era Guerra poco después de verlo por primera vez;
ahora, mientras la gente mira fijamente, me pregunto si están teniendo
la misma comprensión que yo tuve una vez.

O simplemente podría ser que en estos días, nadie confía en


extraños, particularmente en extraños con espadas gigantes atadas a
sus espaldas.

—No tienes que matarlos, ya sabes —digo en voz baja—. Podrías


saltarte este lugar. Sólo por el placer de hacerlo.

—Mi esposa y su corazón blando —dice Guerra. Suena como un


cumplido genuino—. ¿Realmente te gustaría eso? ¿Que perdone a estas
personas?

¿Está hablando en serio?

Me fijo en sus rasgos despiadados.

Sí, creo que en realidad podría estarlo.

—Lo haría —digo, apenas atreviéndome a creerlo.

Guerra me mira durante varios segundos, y sostengo su mirada,


ignorando a nuestra creciente audiencia.

Eventualmente, hace un sonido en el fondo de su garganta y se


enfoca en el camino nuevamente.

No sé qué hacer con eso.

Mis manos aprietan las riendas. Estoy muy tensa, muy, muy
tensa. Sigo esperando que Guerra retire su espada, para decirme que
todo fue un truco inteligente, pero no lo hace.

Pasamos por el pueblo y luego lo dejamos completamente atrás.


Solamente entonces libero completamente mi respiración. Sin embargo,
no es hasta que el pueblo esté completamente fuera de vista que hablo.

—No los mataste —le digo, incrédula.


—No —acuerda Guerra—. No lo hice. Tengo a muerte para eso.

Debajo de nuestros pies, el suelo tiembla. Tarda


aproximadamente un minuto, pero eventualmente escucho gritos que
comienzan a nuestras espaldas, y ahora sé exactamente qué ha sido de
esa aldea.
Capítulo 36
Traducido por Mer

Esta vez, cuando se establece el campamento y suben las carpas,


falta la mía, junto con el resto de mis cosas.

Sé quién está detrás de esto.

Irrumpo en la tienda de Guerra.

—¿Dónde está? —demando.

La sala está llena de jinetes fobos, todos ellos inclinados sobre


otro mapa de otra ciudad que van a devastar. Me miran.

Uzair, el que me sorprendió matando a su camarada en Arish, me


frunce el ceño mientras Hussain, el único jinete fobos que ha sido
amable conmigo, me da una mirada indescifrable.

Pero es la forma siniestra de Guerra que logra eclipsar a todos los


demás. Hoy se ve particularmente salvaje, con sus protectores de
brazos puestos y su pecho desnudo, sus tatuajes carmesí brillando
desde donde se envuelven alrededor de sus pectorales.

—Esposa. —El kohl que recubre sus ojos es especialmente


grueso, y lo hace parecer muy diferente.

—¿Dónde está mi tienda? —demando.

—Estás de pie en ella.

Estrecho mi mirada.

—Eso no es lo que acordamos.

—No negocio con humanos —dice Guerra.

Mi mirada recorre la habitación de nuevo, y miro todos los rostros


de los jinetes de Guerra. De repente lo entiendo.

En Arish, hice que los jinetes parecieran débiles entre sus


hombres. Ahora está reclamando su autoridad, a mi costa.
En este momento, nada de lo que digo lo afectará. Es obvio solo
por su expresión. Cualquier otra cosa que diga ahora solo servirá para
hacerme ver débil y llorona, y estos jinetes ya parecen tener una
opinión bastante baja de mí.

Dándole a Guerra una última mirada persistente, me giro para


irme.

El jinete puede hacerme vivir con él, pero no puede obligarme a


quedarme durante el día.

—Oh, Miriam —el jinete me llama justo cuando llego a las solapas
de la tienda—. Una última cosa: mañana, cuando comencemos la
batalla, irás conmigo.

A la mañana siguiente me despierto al sentir la boca de Guerra


arrastrando besos sobre mi hombro. La habitación está tenuemente
iluminada por lámparas de aceite. Los dos estamos desnudos, y lo
siento duro contra mí.

Sus besos se mueven por mi brazo.

Esto es lo que temía de vivir con el jinete. ¿Cómo se supone que


una chica solitaria como yo luchará contra esto? Es todo lo que he
anhelado, y el demonio a mi lado lo sabe.

—Ríndete —susurra contra mi piel.

Me estiro contra él.

—Ríndete tú.

Él gime, una mano agarrando mi cadera. Por un momento, se


aprieta contra mí. Siento que apoya su frente contra mi espalda, su
respiración es pesada.

—Hoy voy a estar malditamente cerca de distraerme,


imaginándote aquí mismo, contra mí.

De mala gana, se levanta, y aunque podría odiar quién es y el


hecho de que me haya obligado a vivir con él, en este momento, estoy
muy molesta de que se haya ido de mi lado.

¿Cómo es eso de tener tu corazón y tu cabeza en guerra uno con


otro?
De verdad que necesito mi jodida propia tienda de campaña de
vuelta.

—Ven, esposa —dice Guerra—. Es hora de prepararse para la


batalla.

El recordatorio me despeja. Más personas van a morir hoy.


Primero fue Jerusalén, luego Ashdod, después Arish. Ahora, por los
susurros en el aire, parece que estamos atacando a Port Said. Me froto
la cara, no estando lista para enfrentar otro día de carnicería.

Al otro lado de la tienda, Guerra se pone los pantalones negros y


luego la camisa negra. Este atuendo de Guerra es siempre el mismo, y
siempre está en perfectas condiciones por la mañana,
independientemente de lo destrozado y sangriento que pueda estar el
día anterior.

Agarro mi propia camisa y pantalones, que no están tan limpios, y


me los pongo. Me siento de nuevo para atarme las botas, luego empiezo
a ponerme mi armamento, comenzando con mi arco y mi carcaj.

—¿Por qué sigues dejándome ir a la batalla? —le pregunto cuando


termino de asegurar mi carcaj.

Desde su perspectiva, no veo ninguna razón para dejarme seguir


uniéndome a la pelea.

El jinete me mira desde donde está atando una de sus espinilleras


de cuero.

—¿Por qué en realidad? —reflexiona—. ¿Preferirías que te


encadenara a nuestra cama como el cariñoso esposo que soy?

—Sólo si te quedas conmigo —le digo, sin perder el ritmo. Estoy


hablando en serio. Si pudiera mantener a Guerra alejado de la batalla…
pero no, su ejército y sus muertos simplemente matarían por él.

Sus ojos se calientan ante eso.

—Fuiste hecha para tentarme, esposa —dice.

El jinete termina atando una espinillera y se mueve hacia la otra.

—Me dijiste que debemos respetarnos el uno al otro en el


matrimonio.

Lo… hice. Me sorprende que lo recuerde.

—Quieres pelear. Este soy yo respetando tus deseos.


¿Esta es la versión de respeto de Guerra? Casi me río de lo
absurdo. Me obligó a dormir en su tienda de campaña —quiero decir, a
la mierda el respeto allí mismo— pero todavía me va a permitir pelear
en una batalla que podría hacer que me maten porque eso es lo que
debe hacer.

Para ser sincera, suena muy parecido a la lógica del jinete.

—Además —agrega Guerra, sin darse cuenta de mis propios


pensamientos—, estás matando humanos.

—No a los que quieres muertos —argumento, asegurando mi daga


a mi lado.

—Los quiero a todos muertos —dice—. Estás haciendo mi trabajo


más fácil.

Lo miro por varios segundos, y es como si una granada explotara


en mi mente.

Estoy ayudando a su causa.

Cada persona que mato es una persona menos que vive en la


tierra.

Todos los pensamientos de respeto se disuelven cuando se hunde


una especie de devastación aguda. Me balanceo un poco y, por un
momento, creo que me voy a enfermar.

Asumí que realmente estaba haciendo algo útil.

Guerra termina de ponerse su armadura y viene hacia mí. Fuera


de la tienda puedo escuchar unos pasos apagados mientras los
soldados abandonan silenciosamente sus hogares, preparándose para
un día de lucha.

—¿Lista? —pregunta.

Casi digo que no. Todavía me estoy recuperando de esa


revelación. Lo último que quiero en este momento es jugar de la mano
del jinete matando a más personas.

Pero luego recuerdo a esos soldados a los que les gustaba usar las
redadas como una oportunidad para violar mujeres o cometer otras
atrocidades. Alguien todavía necesita mantenerlos en raya; condenadas
palabras de Guerra.

Asiento con la cabeza al jinete, y juntos salimos de la tienda.


Esta vez, cabalgar con Guerra no se siente reconfortante en lo
más mínimo. El jinete me abraza, pero se siente remoto. Tengo la
horrible sospecha de que está llevando su mente a ese lugar donde
mata.

La ciudad comienza a verse por etapas: primero con unos pocos


edificios decrépitos, después varios más, luego rápidamente la ciudad
entera. Port Said se encuentra justo frente al mar Mediterráneo, cada
kilómetro cuadrado está repleto de edificio tras edificio. A esta hora
temprana, la ciudad está tranquila, tan terriblemente tranquila.

Mi pecho se contrae. Solo ahora estoy empezando a darme cuenta


de lo que realmente significa estar al frente del ejército de Guerra. Solo
he visto la batalla una vez que ha estado enfurecida por un tiempo.
Nunca he visto lo que la enciende. Y ahora estoy teniendo visiones de
Guerra irrumpiendo en los hogares y matando gente en sus propias
camas.

—Necesito bajarme —susurro.

En todo caso, el brazo de Guerra me aprieta.

—Necesito bajarme —digo más fuerte.

El jinete me ignora por completo, pero cuando empiezo a luchar,


su agarre se vuelve inquebrantable. Bien podría estar atrapada por una
banda de acero.

Guerra hace un chasquido con la lengua y Deimos comienza a


acelerar hasta que nos precipitamos al galope. Mi cabello castaño
oscuro está azotando detrás de mí, y la daga enfundada en mi cadera
choca contra mi muslo una y otra vez.

—¿Qué estás haciendo...?

En cuanto pregunto empiezo a ver un par de figuras que salen de


la oscuridad, con armas en sus manos mientras nos miran. Tardo un
poco más en notar los uniformes en la oscuridad.

El ejército egipcio.

Uno de ellos coloca una flecha en su arco y nos señala.

—Detente y dígame qué quiere —ordena. El otro soldado a su lado


también levanta su arco.
Guerra llega a sus espaldas, y escucho el zumbido siniestro
cuando saca su espada de su vaina.

—No, Guerra —digo, mirando a los hombres mientras comienzan


a gritar—. Por favor no.

Él me ignora.

En el siguiente instante, una flecha zumba por mi cara, tan cerca


que escucho el silbido de ella cortando el aire.

Todo el tiempo, Guerra sigue galopando hacia adelante,


dirigiéndose directamente hacia los hombres uniformados. Se inclina a
un lado de su silla de montar, con su enorme espada agarrada en su
mano. Otra flecha pasa volando, esta golpea al jinete en el pecho. Siseo
en un suspiro.

Y luego Guerra está sobre los hombres. Balancea su espada,


cortando a un soldado como si estuviera apartando una mosca. Me
trago el grito, incluso cuando siento que me golpean unas gotas de
sangre.

El otro soldado egipcio gira sobre sus talones y corre, gritando a


toda velocidad:

—¡El jinete está aquí! ¡Guerra está aquí!

Lucho contra el señor de la guerra de nuevo, tratando de escapar.

—Basta, Miriam —ordena.

Um, a la mierda con eso.

—Si te bajo ahora, los civiles te atacarán, al igual que mis jinetes
si no te reconocen.

Eso tiene cierto sentido. Quiero decir, cuando estás al frente del
ejército entrando en una ciudad para atacar, la única persona que
tienes que evitar matar es al mismo jinete. Todos los demás son una
presa fácil.

Guerra derriba a otro soldado, separándole la cabeza de los


hombros.

No va a parar. Nunca se detendrá.

Empiezo a pelear contra él en serio, incluso cuando los gritos


arrasan la ciudad y más hombres uniformados vienen corriendo en
nuestra dirección.
—Miriam.

—Déjame ir.

Él no quiere, puedo sentirlo en su terco agarre. Especialmente no


ahora cuando las personas comienzan a salir de sus casas y la unidad
militar egipcia se está movilizando.

—Maldita sea, Miriam. —Envaina su espada—. No puedo


protegerte si peleas conmigo.

Me giro.

—No puedes protegerme en este momento. —Como para enunciar


mi punto, otra flecha pasa volando.

Sus ojos se abren un poco cuando se da cuenta de que


probablemente por primera vez sí, podría estar en lo cierto.

—No puedes tener ambos a mí y a tu preciosa batalla —le digo.

Su mandíbula se aprieta, sus ojos tormentosos.

Detrás de nosotros, escucho un aullido de otro mundo que se


levanta.

Miro por encima del hombro de Guerra a tiempo para ver a sus
jinetes fobos irrumpiendo en la ciudad, gritando y aullando como
animales mientras descienden.

El jinete mira detrás de él, siguiendo mi mirada, y uso la


distracción para alejarlo.

—¡Esposa! —grita detrás de mí. Me escapo de Deimos y me alejo


corriendo, mezclándome en la oscuridad.

No miro hacia atrás, pero puedo escuchar el ruido de las flechas y


luego el sonido de Guerra desenvainando su espada nuevamente.

—¡Miriam!

Ahora la gente está comenzando a abandonar sus casas y los


gritos comienzan a tomar cuerpo. Los jinetes fobos truenan calle abajo,
sus aullidos se vuelven casi ensordecedores, y tengo que agacharme
para evitar ser golpeada por un jinete que empuña un hacha.

—¡Miriam! —La voz de Guerra vuelve a sonar, pero no me atrevo a


apartar la mirada de la lucha para mirarlo.
Otro jinete fobos me distingue, separándose del grupo para
perseguirme. Rápidamente tomo una flecha y la golpeo. Libero la
cuerda, dejando volar la flecha. Falla en darle al jinete, pero perfora la
carne de su montura. Mientras miro, el caballo retrocede y el hombre se
cae.

Me pica la mano por agarrar otra flecha y acabar con el soldado.

Estás haciendo mi trabajo más fácil.

Maldigo por lo bajo y corro.


Capítulo 37
Traducido por 3lik@ & Mary Rhysand

Encuentra los aviarios.

Si puedo llegar allí, tal vez al menos pueda hacer algo bueno.

A mi alrededor, docenas de flechas en llamas se arquean a través


del cielo. Nunca pensé que ciudades como Jerusalén o ésta podrían
arder. No hay nada tan obviamente inflamable sobre ellas. Pero ahora
que esta ciudad se está incendiando justo delante de mí, noto que hay
toldos de lona, hileras de ropa, cortinas, arbustos, carros, puestos de
madera y muchas otras cosas inflamables que pueden incendiarse. Y
mientras corro, lo hacen.

La gente comienza a invadir las calles mientras intentan escapar.


Los niños están llorando —demonios, hombres y mujeres adultos están
llorando— las familias están huyendo y todo es en vano.

Casi extraño el aviario. Los pájaros no hacen mucho ruido y todo


en las calles está ahogando cualquier sonido que estén haciendo.

Me apresuro a entrar y casi me decapita un hombre de mediana


edad con un hacha.

Retrocedo justo a tiempo para esquivar filo, pero por casi.

—¡No estoy aquí para lastimarte! —digo.

Agarra su arma con más fuerza.

—Me parece que sí.

No había pensado en el hecho de que podría parecerme al


enemigo.

—Quiero enviar un mensaje.

El hombre mueve su brazo hacia atrás, la hoja del hacha brilla.

—Apuesto a que sí, mentirosa inmunda. Vete de mi edificio.


Ahora.
—Guerra puede resucitar a los muertos —me apresuro a decir—.
¿Sabías eso?

—Vete —dice el hombre de nuevo.

—Tiene un ejército, pero usa a sus muertos para matar a todos —


me apresuro a decir—. Por eso nadie sabía que iba a venir.

Detrás del hombre, veo a una mujer mayor temblando aún en su


ropa de dormir. Probablemente su esposa.

—Por favor —le suplico, mirándola. Los sonidos se hacen más


fuertes a medida que el ejército invade el exterior, y las aves enjauladas
comienzan a verse un poco agitadas, revoloteando y luego reajustando
sus alas—. Necesito advertir a otras ciudades. No hay mucho tiempo.

—¿Por qué debería creerte? —dice el hombre, atrayendo mi


atención hacia él.

—Porque lo he visto.

Aún no parece convencido.

—Mira, si quisiera hacerte daño, no trataría de razonar contigo. Si


podemos enviar un mensaje, podemos alertar a otras ciudades. —Y tal
vez tengan tiempo de evacuar antes de que llegue el ejército de Guerra.

La mujer en la parte trasera del edificio se acerca a su esposo.

—Escucha a la chica.

El hombre se ve acosado.

—Ella está peleando con el jinete —objeta.

—Si no escribes su mensaje, lo haré yo —dice su esposa, con un


fuego en los ojos.

Siento un nudo en la garganta. Este es el pedazo de humanidad


que he extrañado durante tanto tiempo. Valor ante la muerte.

Resoplando, el hombre se dirige a un escritorio empujado debajo


de la ventana principal de la tienda.

—¿Qué quieres que escriba? —pregunta, disgustado.

Me giro hacia la puerta, sacando una flecha, preparada para


defender este lugar mientras pueda.

Respiro hondo
—«Se acerca Guerra» —empiezo a decir—. «El jinete tiene un
ejército de al menos 5,000 soldados, y ha estado viajando por la costa
desde Israel» —continúo—. «Puede resucitar a los muertos, y sus
patrulleros muertos vigilan todas las ciudades que ha asaltado,
buscando matar a cualquiera que sobreviva...»

La puerta del aviario se abre de golpe, e instintivamente libero mi


flecha. Le doy al soldado justo entre los ojos. La mujer grita,
retrocediendo un poco.

Hago una mueca, pero vuelvo a inclinar mi arco, apuntando el


arma al suelo mientras extiendo la mano y cierro la puerta.

Le digo al hombre:

—«Puerto Saíd ya está cayendo mientras escribo esto» —le digo,


continuando dirigiendo la nota—. «Adviertan a todos lo que puedan de
lo que te he dicho».

Una piedra se estrella en la ventana, casi alcanza al dueño del


aviario. Él grita, dejando caer su pluma mientras la roca se estrella
contra la jaula gigante detrás de él, asustando a los pájaros.

Su esposa se apresura hacia él, agarra algunas de las finas hojas


de papel y lo aleja de la ventana. Mientras observo, ella toma un
bolígrafo y comienza a escribir el mismo mensaje.

Mi corazón late tan fuerte que puedo escucharlo.

Esto no va a funcionar.

La lucha está justo afuera. Puedo escuchar cómo allanan otras


casas, otras familias gritan por sus vidas. Lo peor de todo son esos
gritos que de repente cesan. Muchas personas inocentes están siendo
asesinadas, y detrás de toda esta carnicería está Guerra.

La puerta se sacude cuando alguien intenta entrar. Deja de


moverse un segundo después, pero luego veo la cara de un hombre que
se asoma por la ventana, con una espada en la mano.

Le apunto la flecha a la cara.

—Muévete a menos que quieras morir.

Sin otra palabra, el soldado se va por donde vino.

Libero el aliento. Hasta ahora, he sido afortunada, pero es solo


cuestión de tiempo antes de que mi suerte se agote.
El hombre entra en la jaula común detrás de su mostrador.
Enrollando la nota, la desliza en un pequeño cilindro en la parte
posterior de una de las palomas. Una vez que termina de adjuntar el
mensaje, lleva el pájaro a la parte posterior del edificio y abre la puerta.

Un soldado lo espera.

Todo lo que escucho es un aleteo de alas y un sonido ahogado.


Entonces el hombre cae y el pájaro asustado se aletea hacia el cielo.

Su esposa grita, dejando caer su pluma y papel para correr hacia


él.

No, no, no.

Levanto el arco y la flecha, pero antes de que pueda disparar al


soldado, escucho el ruido de una flecha y veo que su cuerpo retrocede.
Otra flecha le sigue.

La mujer corre hacia su esposo cuando lo ve asesinado. Corrió


hacia él. Guerra piensa que los humanos son el flagelo de la tierra, pero
¿hay algo tan poderoso como la forma en que amamos?

Tan pronto como ella cae, veo a la mujer que le disparó.

Libero mi propia flecha, y le da al soldado en el hombro. Con un


grito, ella sale a trompicones de la puerta trasera, y ahora la estoy
acechando a través del aviario, volviendo a cargar.

No puedo mirar a la pareja caída que pasó sus últimos minutos


tratando de transmitir mi mensaje.

Afuera, el soldado está tratando de sacar mi flecha de su piel. Le


disparo de nuevo, esta vez en la pierna.

Ella grita, mitad de dolor y mitad de ira.

—¿Qué diablos estás haciendo? —acusa, claramente


reconociéndome.

Me inclino sobre ella y agarro las flechas de su carcaj,


agregándolas a mi propio suministro. Por si acaso me quedo corta.

—Estoy tratando de salvar a la humanidad, gilipollas.

Con eso vuelvo adentro y pateo la puerta para cerrarla.

Hoy voy a morir.


Ese pensamiento se me pasó por la cabeza durante casi todas las
batallas, pero hoy me asienta con certeza fría. Una parte macabra de mí
quiere saber qué pensaría Guerra sobre eso. Parece que le importa
mucho mi bienestar, pero no me ama, y no le importa la muerte, y me
ha llevado a la batalla una vez más a pesar de lo peligroso que es.

¿Me lloraría?

Podría, creo.

Regreso al escritorio y tomo los mensajes garabateados desde


donde estaban. Entre el esposo y la esposa, lograron escribir dos notas
más. Tomo ambas y las doblo, metiéndolos en tubos unidos a la parte
posterior de las dos primeras palomas que alcanzo. Agarrando a los
pájaros, me apresuro a salir.

El soldado al que disparé aún sigue allí, apoyado contra la pared,


tratando de quitar mis flechas.

—Lo que estás haciendo no tiene sentido —resopla, mirándome


mientras trabaja.

—Sip, también tú —le digo, mirando sus esfuerzos inútiles para


sacar las puntas de flecha.

Libero a los pájaros y los veo elevarse en el aire de la mañana. No


me demoro el tiempo suficiente para ver si salen o no de la ciudad. Creo
que podría aplastar mi último pedazo de esperanza si los viera caer.

Regreso adentro. Hay cinco pájaros más en la jaula. Entre tres


personas, solo hemos logrado liberar tres pájaros.

Agarro el bolígrafo y el papel desde donde la mujer los dejó caer, y


empiezo a garabatear el mismo mensaje que le indiqué a la pareja que
escribiera.

Es una sensación extraña, pelear contra el jinete, pelear contra


Dios mismo, aparentemente. Este es el momento en que la gente reza.
En cambio, estoy tratando de sabotear los esfuerzos de Guerra. No sé
dónde eso me coloca en la escala del bien al mal. Siempre asumí que el
bien era sinónimo de Dios. No lo sé ahora. Pero esto se siente bien.
Tengo que asumir que sirve de algo.

Milagrosamente logro sacar dos pájaros más con mensajes antes


de que un jinete fobos aparezca por la ventana.
Nuestros ojos se entrecierran y un rayo de reconocimiento me
atraviesa.

Uzair, el hombre que me sorprendió espiando a Guerra y me


sorprendió matando a otro jinete fobos.

—Tú —dice, acercándose hacia mí.

Mi arco descansa sobre mi hombro y mi daga aún está


enfundada. Antes de que pueda alcanzarlos, Uzair me agarra del cabello
y me lanza hacia adelante. Tropiezo, gritando cuando un mechón de
cabello se desprende. Mis manos van a mi cabeza, mis ojos pican por la
presión cegadora de mi cuero cabelludo.

—¿Qué estás haciendo? —demando. Pero ya lo sé.

Esto es acerca del jinete fobos que maté en Arish. Puede que
también sea sobre el segundo jinete que Guerra mató, el que lo desafió
cuando este me liberó de la línea de traidores.

Sin responderme, Uzair me arrastra afuera, donde el fuego de


varios edificios quemados ahora oscurecen la luz de la mañana.

Sabía que tenía una relación complicada con los jinetes de


Guerra, pero no me di cuenta que fuera así de mala. Son, después de
todo, fielmente devotos a su líder.

Supongo que esa devoción no se extiende a mí.

Hussain me había advertido que me cuidara la espalda. Solo que


no le presté la suficiente atención.

Uzair me arroja en la calle. Cuando golpeo el suelo, escucho un


crujido de madera prominente de una de mis armas.

Por favor que sea una de mis flechas. Todos menos el arco.

—Levántate, perra asquerosa —demanda Uzair.

Apretando mis dientes, me pongo de pie.

—Comes nuestra comida, duermes en nuestro campamento —


dice, caminando hacia mí—. Chupas la polla del guerrero.

Se acerca a mí, me lanza un puño y me aparto del camino justo a


tiempo, apenas logrando evitarlo.

—Solo porque Guerra no deja que se la chupes tú no tienes que


ponente celoso. —Lo estoy molestando. No me importa.
El jinete fobos carga hacia mí de nuevo. Girando una vez, dos y
tres veces, logro evadir el golpe, cada una por un respiro.

—Esperaba cruzarme contigo —dice—. Pensé que serías lo


suficientemente lista para mantenerte alejada de la pelea. Es fácil morir
aquí.

Su significado es claro: es tan fácil hacerte desaparecer.

Y es en serio. Las personas no prestan mucha atención. Todo el


mundo está ocupado asesinando o salvándose a sí mismos. Fue pura
mala suerte que este hombre me atrapara matando a su compañero
durante la última batalla.

Agarro la daga de Guerra y la empuño.

Uzair me sonríe con suficiencia. Saca su propia arma, la cual es


mucho más grande y gruesa.

Jódeme.

En la lucha es como en el sexo, más grande tiende a ser mejor.

Nunca voy a ganar de esta forma.

Mis ojos recorren la calle, sobre los combatientes y la carnicería.


Lejos en la distancia, veo a Guerra. Es difícil de perderlo en su montura
roja. Pero así de lejos es imposible que pueda reconocerme en mis
pantalones negros y camisa sucia. Solo soy otro civil a punto de morir.

Mi atención regresa a Uzair, quien se está acercando a mí.

A la mierda.

Me doy vuelta y corro en la dirección contraria.

—¡Jodida cobarde! —lo escucho gritar, seguido por el sonido de él


empuñando su espada—. ¡Regresa!

Es demasiado bueno esperar que Uzair me deje escapar. Es decir,


lo espero, pero no estoy sorprendida cuando escucho el sonido de sus
pesadas pisadas detrás de mí.

Si me atrapa, es el fin. Pelea mejor que yo y tiene un arma mejor


que la mía y un rango de ataque mayor. E indudablemente tiene más
práctica asesinando.

Impulso mis brazos y piernas, corriendo a donde Guerra, incluso


a pesar de que está muy lejos. Demasiado lejos.
A mi derecha hay varios edificios en llamas. Tomando una rápida
decisión, me lanzo al más cercano, atravesando la puerta abierta.

Dentro, el aire está espeso con humo, pero capto un destello de


escaleras justo cuando escucho a Uzair aproximándose. Corro por las
escaleras, tosiendo cuando me entra humo en los pulmones.

—¡No escaparás! —grita Uzair detrás de mí—. No hoy. ¡Nuestro


guerrero no puede salvarte aquí!

Tomo los escalones de dos a la ve. ¿Cuándo se va a rendir este


imbécil?

Tan pronto como llego al segundo piso, me tambaleo un poco ante


la vista con la que me encuentro. El pasillo se extiende frente a mí, y en
el otro extremo está ardiendo, gruesas columnas de humo saliendo de
las llamas.

Esto fue una mala idea.

Cargo hacia delante de igual forma. Hasta que Uzair no desista,


necesita seguir corriendo.

Entrecierro los ojos contra el humo espeso y el calor abrazador; a


duras penas puedo ver a donde voy.

Detrás de mí escucho las persistentes pisadas del jinete fobos.

Mierda.

¡Corre, corre, corre!

Vuelo por el pasillo, donde el fuego es peor. No sé lo que estoy


haciendo. Para el momento en que me doy cuenta que de hecho puedo
saltar por una ventana, he pasado los cuartos aun intactos para hacer
eso.

No escucho el chasquido metálico de la espada de Uzair cuando la


desenfunda detrás de mí, pero siento la punta de ella atrapar mi nuca y
abrirme la piel arrancándome un pedazo de cabello.

Me tropiezo, extendiéndome por el suelo, las flechas en mi carcaj


dispersándose. El piso está caliente al tacto.

¡Trató de decapitarme!

Puedo sentir la sangre bajando por mi espalda, el calor


evaporando la mayoría de ella. Los cuartos a mi izquierda, mi derecha,
y delante de mí están todos envueltos en llamas.
Atrapada.

Giro sobre mi espalda mientras Uzair se cierne sobre mí, tragando


mi creciente miedo. Todavía tengo mi daga apretada firmemente en mi
mano, pero es casi inútil en este momento.

Este es mi fin.

Esposa. Casi puedo oír la voz del jinete en mi cabeza. No te


mueras ahora.

—Guerra, no te perdonará por esto —digo. Puede que esta sea la


primera vez que reconozca abiertamente lo que creo que significo para
el jinete.

—Él no va saber que fui yo —responde Uzair.

Supongo que no. Guerra puede que ni siquiera encuentre mi


cuerpo en lo absoluto. Ese pensamiento me acelera el pulso. No estoy
segura por qué me molesta, solo que lo hace.

Respiro profundo y alzo la mirada al jinete fobos, mi antebrazo


apoyado contra el ardiente piso.

Uzair apunta su espada, la hoja ya bañada en sangre.

Baja la espada hacia mí, apuntando a mi cuello, su ataque


controlado. Observo la espada caer, y casi le permito cogerme.

No estoy lista.

Hay cosas que no le he dicho a Guerra, cosas que no he hecho y


cosas que aun ni me admito a mí misma.

Ruedo lejos, apenas perdiendo el golpe.

El jinete fobos carga hacia mí de nuevo, y esta vez, el borde de su


espada abre mi brazo y corta a través de mi pecho. Y maldición, duele
como perra.

Levanto mi bota y pateo la muñeca de Uzair. El impacto sacude


su arma de su mano, y la espada se clava en el suelo.

Lo alcanza, inclinándose dentro del rango de ataque. Y ahí es


cuando me lanzo.

Introduzco mi daga en el cuello del jinete, estremeciéndome


cuando la sangre borbotea como una fuente.
Me mira, furioso, como si esto no se suponía que pasara. Yo era
solo, una indefensa y derrotada mujer.

Uzair se tambalea hacia adelante, junto a mí. Para el tiempo que


su cuerpo golpea el suelo, ya está muerto. Saco mi daga de su garganta
y me tambaleo de pie.

Necesito moverme. Las paredes están en llamas y el suelo se está


volviendo insoportablemente caliente, incluso a través de las suelas de
mis zapatos.

Sin embargo, ahora que la lucha está terminada, me muevo


lentamente, mis músculos flojos. Tomo varias respiraciones profundas,
pero parece que no puedo respirar suficiente aire. En vez de ello, el
humo quema mis pulmones.

Solo he dado unos pocos para cuando, delante de mí, parte del
techo cede, aprisionándome y convirtiendo mi única salida en una
gruesa pared de fuego.

Mi estamos se hunde.

Debí dejar que Uzair me matara. Hubiera sido una mejor muerte
que la que estoy a punto de obtener. Me cavé mi propia tumba,
entrando en este edificio.

Las llamas suben por las paredes como un salvaje río anaranjado.
Me tapo la boca con la camisa y entrecierro los ojos contra la oscuridad
humeante.

No puedo ver, no puedo respirar.

Me tambaleo hacía la obstrucción, incluso a medida que más


partes del mismo se siguen derrumbando alrededor de mí. Comienzo a
sentir que desfallezco de tanta humo inhalado.

Este es el fin.

¡BOOM!

Una sombra irrumpe a través de los escombros, las llamas a


abriéndose paso. En la oscuridad, veo una forma rojo sangre, el caballo
de Guerra, me doy cuenta. Deimos galopa hacia mí.

Alzo la vista, y me encuentro la violenta y turbulenta mirada del


jinete.
Sus ojos arden más que el fuego mismo, ¡y su expresión! Como si
ni el cielo pudiera detenerlo.

Guerra baja de su caballo y corre hacia mí. Cuando llega a donde


estoy, ahueca mi rostro, sus manos frías contra mi piel ardiente.

—¿Qué estabas pensado? —Su grito resuena sobre el rugido del


fuego.

Toco su rostro, mi respiración agitada. Mis pulmones están en


llamas, y parece que no puedo mantenerme consiente. Lo único que me
mantiene aquí es la expresión asustada de Guerra y su agarre en mí.

—¡Pudiste haber muerto! —dice.

Y me besa entonces.

Ataca mi boca como si fuera una ciudad que se ha propuesto


destruir. Sus labios abren los míos y luego su sabor llena mi boca.

Es como saborear el cielo y el infierno y la tierra y la muerte y


todas las cosas que no tienen nombre.

Esto no se siente como todos nuestros otros toques, aquellos en


los que nos debíamos algo. El cuerpo masivo de Guerra tiembla de ira,
necesidad y deseo. Querer y querer y querer y querer —creo que estoy
desmayada de alivio y lujuria— eso y el aire oscuro debe ser el culpable
de los puntos negros que nublan mi visión. Pero luego siento que mis
piernas se doblan, y luego no siento nada en absoluto.
Capítulo 38
Traducido por Taywong

No recuerdo que Guerra me atrapara, y no recuerdo que hayamos


montado su caballo. Pero me despierto a tiempo para vernos cargar a
través del edificio en llamas.

La mano del jinete está debajo de mi camisa, la palma de su


mano entre mis pechos. Incluso ahora, cuando aún estamos en peligro,
está decidido a curarme.

El techo y las paredes caen a nuestro alrededor como lágrimas,


pero Deimos se mantiene firme a pesar de todo, incluso cuando las
brasas caen sobre su crin oscura. Los alejo, aunque esa pequeña acción
hace que mi visión se oscurezca.

Bajamos a gritos por la escalera, el empujón me hace toser hasta


que me quedo sin aliento.

No hay un cambio gradual de la oscuridad a la luz. En un


momento estamos dentro del edificio lleno de humo, y al siguiente,
estamos afuera, con la luz del día ardiendo a nuestro alrededor. Apenas
puedo ver el sol a través de la neblina ardiente de la ciudad, pero su
visión —brillante y sangrienta— hace que se me escape un sollozo.

El jinete tira de mí más fuerte contra él.

—Pensé que iba a morir —le digo, mi voz ronca. Estaba segura de
ello.

Guerra baja la mirada hacía mí con sus terribles ojos.

—Hoy no, esposa —promete—. Nunca jamás.

Aunque la batalla se propaga rápidamente, Guerra huye de la


ciudad, agarrándome a su pecho.
No estoy segura de qué hacer con la situación, solo que algo ha
cambiado entre nosotros.

Mi cuerpo todavía tiembla de la batalla, y estoy tan cansada.

Me balanceo un poco en la silla de montar, solo recordando esa


pelea final. La mordedura de acero, el aliento de fuego, el humo
llenando mis pulmones; toso ante el recuerdo, y una vez que empiezo,
parece que no puedo parar. Toso y toso. Todo mi cuerpo tiembla con el
esfuerzo y mi visión se nubla.

—Quédate conmigo, esposa —ordena Guerra. Hay tanta


autoridad en su voz que me obligo a abrir los ojos. No me había dado
cuenta de que los había cerrado...

Otro ataque de tos destroza mi pecho. El aire está seco y mi


garganta está seca y no estoy tomando suficiente oxígeno.

Siento más que ver los ojos de Guerra sobre mí esta vez. Maldice
en voz baja, y luego saca su mano de debajo de mi camisa, solo para
envolver mi garganta.

Por un momento, entró en pánico. He estado en la batalla


después de todo. Tener una mano en la garganta debería significar que
te vas a ahogar. Pero este es Guerra, Guerra, que insistió hace solo
unos momentos en que no iba a morir.

Y su tacto es tan suave, casi reconfortante. Mis ojos se cierran y


suelto un aliento tembloroso, volviendo a apoyarme en él. Roza un beso
en mi sien, y los dos cabalgamos así.

Sea cual sea el poder que tenga el jinete, es tan sutil que no lo
siento al principio. Pero cuanto más cabalgamos y cuanto más tiempo
su mano callosa presiona contra mi garganta, menos necesito toser.

Cuando llegamos al campamento, la gente nos observa con


expresiones de asombro. Se supone que Guerra y yo no deberíamos
estar de vuelta. El jinete atraviesa nuestro asentamiento, corriendo
hacia delante hasta que llegamos a su tienda.

Guerra salta fuera de su caballo, y luego me agarra por la cintura.


Me baja y hacia sus brazos.

Y entonces sus labios pecaminosos están de vuelta en los míos,


acalorados y exigentes. Me pierdo en el sabor de él mientras me levanta
y empieza a llevarme. Oigo el susurro de la tela, y entonces Guerra me
pone de pie dentro de su tienda.
Me mira y las cosas son diferentes.

Él es diferente. La violencia que lleva consigo como una capa ha


desaparecido. Mi jinete parece... humano.

Sin apartar la mirada de mí, Guerra se quita toda su armadura,


luego toda su ropa, su expresión seria.

Se me acerca y ahora es mi turno. Sus manos son hábiles


mientras me quita la camisa y luego los pantalones. Me quedo ahí
parada. Nos hemos desnudado docenas de veces, pero no así. No con el
jinete mirándome con tanta vida en sus ojos.

Una vez que estoy desnuda, nos baja a los dos a su cama. Estoy
sucia, ensangrentada y débil por la fatiga. Esto no suena a romance.

Pero cuando presiona mi cuerpo contra el suyo, no hay nada en él


que se sienta sexual. Íntimo, sí, pero no sexual.

Tomo un aliento desigual, mis ojos van a los de Guerra.

—¿Qué estamos haciendo?

—Casi mueres —responde. Hay un borde salvaje en las facciones


del jinete. Levanta una mano temblorosa y mete un mechón de mi
cabello castaño detrás de mi oreja—. Si no hubiera llegado cuando
tenía... —En lugar de terminar la frase, me empuja hacia él, dándome
un beso en los labios, como para asegurarse de que sigo viva.

—¿No es por eso que estás aquí? —digo en voz baja, cuando el
beso termina—. Se supone que todos debemos morir. —Mi garganta
arde mientras hablo.

—No todos, no tú.

Mis párpados son pesados.

Estoy tan cansada. Tan, tan cansada. Ya sea el agotamiento de la


batalla, la inhalación de humo, la pérdida de sangre o la magia curativa
de Guerra, mi cuerpo está exigiendo sueño.

—Sigo siendo humana —murmuro. Siempre voy a ser parte del


problema a los ojos del jinete.

—Sí —dice Guerra—. Eres dolorosamente humana. Tus huesos


quieren romperse, tu piel quiere sangrar, tu corazón quiere detenerse. Y
por primera vez en mi vida, estoy desesperado porque nada de eso
ocurra. Nunca he conocido el verdadero miedo hasta ahora.
La admisión es tan cruda, tan cortante, que me aparto un poco de
él, solo para beber su expresión.

El jinete me curó una vez antes, justo después de que me


atacaran. Estaba tan cerca de la muerte entonces. Pero a pesar de la
preocupación de Guerra, no había actuado así. Cualquier corazón
helado que le fue dado cuando vino a la tierra, está empezando a
descongelarse poco a poco. Y ahora estoy vislumbrando al verdadero
hombre debajo de él.

Extiendo la mano y trazo sus labios.

—No eres lo que pareces. —Suspiro, ya me estoy quedando


dormida.

Guerra besa la punta de mi dedo.

—Tú nunca lo fuiste.

Con esas últimas palabras sonando en mis oídos, me duermo.

Despierto ante la presión de las yemas de dedos. Bajan por mi


espalda, cada uno sintiéndose seguro y estable. El tacto es tan
agradable, tan inesperado, que me arqueo ante él.

Hay un lenguaje en los gestos. Esta transmite una sola emoción:


Amado.

Aprieto los ojos con fuerza, algo grueso alojándose en mi


garganta.

Hace mucho tiempo que no me sentía así. Y con un hombre,


nunca así.

Inhalo un aliento irregular cuando recuerdo al hombre detrás del


tacto.

Guerra.

Pero incluso con él, esto es nuevo. Cuando fui atacada en mi


tienda de campaña, me tocó con cuidado, y desde el trato que hicimos,
me ha tocado con deseo y afecto. Esto, sin embargo, se siente mucho
como…
Ni siquiera puedo pensar la palabra. Toda la idea es demasiado
aterradora y demasiado imposible.

Las yemas de los dedos del jinete dejan mi carne. Un momento


después, siento la cálida presión de sus labios contra mi espalda.

Demasiado. Mi corazón parece que va a estallar.

Me doy la vuelta y mi mirada se encuentra con la de Guerra. Sus


ojos se han vuelto suaves y profundos.

Acaricia mi cabello.

—Durante milenios he anhelado esto. —Una conexión humana,


quiere decir—. Durante milenios ha estado fuera de mi alcance.

Hasta ahora.

Mi pulso se está acelerando. Todavía estoy desnuda bajo las


sábanas de Guerra, y con el jinete así de cerca, soy muy consciente de
ello. La emoción y el miedo se mezclan.

Coloco una mano contra su mejilla cincelada. Guerra gira su


cabeza, sus labios rozando un beso contra mi palma.

Ahora me toca a mí ablandarme con él. He visto al jinete


lujurioso, enfadado, decidido, despiadado. Ver este lado cariñoso de él
cambia completamente cada una de mis respuestas.

—Tú me deshaces —dice Guerra roncamente.

Mi estómago revolotea ante sus palabras.

Un olor pútrido afuera corta brevemente mis suaves


pensamientos.

Dios, ¿qué es ese hedor? No soy yo, ¿verdad?

—¿Qué pasó, Miriam? —pregunta Guerra, llamando mi atención


de nuevo a él.

Sus rasgos se han agudizado, y ha vuelto a parecerse a una


criatura que caza humanos.

Quiere saber sobre el día de hoy. Sobre por qué estaba en un


edificio en llamas, un jinete fobos muerto a mis pies.

Trago un poco. Todavía me duele la garganta y hablar solo


empeora las cosas.
—Uzair intentó matarme.

El jinete jura en voz baja.

—Mis jinetes son los peores de tu clase. Eficaces, pero totalmente


desprovistos de compasión.

¿Quién es este hombre que habla de compasión, y qué ha hecho


con Guerra?

—Y venciste a uno de ellos en combate cuerpo a cuerpo —


continúa el jinete. Suena casi... impresionado. Guerra inclina la cabeza
para besar mi cuello otra vez—. Espero que hayas hecho que la muerte
de Uzair fuera lenta y dolorosa.

Paso mis dedos a través de su cabello negro.

—Eso es algo muy mezquino para un mensajero de Dios.

Presiona sus labios contra mi piel, y mi mano aprieta sus gruesos


rizos, sosteniéndolo cerca de mí.

—Hasta nosotros, los jinetes, tenemos nuestros momentos.

De hecho, río de eso. En respuesta, sonríe contra mi cuello.


Siento esa sonrisa en todas partes. Me arqueo en él, mi núcleo doliendo.

Lo necesito. Lo necesito tanto que duele.

Guerra besa mi garganta de nuevo, y esto todavía no es normal


entre nosotros. Es demasiado crudo, demasiado fuera de la simple
necesidad.

—Tócame —susurro.

—Te estoy tocando —dice, y maldita sea, esa sonrisa vuelve a


apretar contra mi carne, y está haciendo que mi cuerpo cobre vida.

¿Tengo que deletrearlo?

Tomo su mano y la muevo por mi estómago, hacia mí...

—Todavía te estás curando —dice, apartando su mano.

¿Y ahora le importa más atenderme que disfrutar de mí? ¿Quién


es este hombre?

—Me siento bien. —O al menos lo suficiente para lo que tengo en


mente.
—¿Crees que no quiero?

Guerra toma mi mano y la coloca sobre su entrepierna. Desde que


me quedé dormida, se ha puesto un par de pantalones; esa es la única
razón por la que no estoy sosteniendo su polla en mi mano en este
mismo momento. Tal como está, se esfuerza contra el material.

Guerra se acerca.

—Me está tomando todo para no quitarme los pantalones y


follarme ese dulce coño tuyo, esposa. Todo.

Dios mío, si ese pequeño discurso se suponía que debía


disuadirme, no llegó a su destino.

—He estado enloquecido con emociones que nunca he sentido hoy


—continúa Guerra. Tiene un borde salvaje en sus ojos—. Soy un
hombre de acción. No quiero nada más que sentirte viva y envuelta a mi
alrededor. Y estoy tratando de resistir, así que te pido que no trates de
romper mi limitada fuerza de voluntad.

Libero un aliento tembloroso. Una parte de mí quiere empujar al


jinete hasta el borde, solo para ver cómo sería quebrarlo, pero una gran
parte de mí está hipnotizada por este nuevo lado de Guerra.

Puede cambiar. Está trabajando en el cambio. Para mí y por mi


culpa. Antes no estaba segura, pero ahora sí. Esta es una semilla que
quiero cultivar.

Así que me alejo, a pesar de mis hormonas furiosas. (Quiero decir,


oye, casi muero. Creo que mi supervivencia debería ser recompensada
con un orgasmo o tres, pero esa es solo mi opinión.)

Me instalo más profundamente en su cama. Todavía estoy


sangrando, y huelo a humo, y estoy segura de que estoy arruinando las
sábanas del jinete.

—¿Cómo supiste que estaba atrapada en el edificio en llamas? —


pregunto a Guerra. Mi voz sale con un graznido.

Tal vez no estoy tan bien como pensaba que estaba...

Es el pensamiento que está al acecho en mi mente desde que me


salvó.

—Te vi corriendo en la distancia —dice.


Recuerdo haber visto la impactante figura de Guerra tan lejos.
Demasiado lejos para creer que pudiera verme, pero aparentemente lo
hizo.

—Y vi a un hombre persiguiéndote dentro —añade.

Oh. Bueno, entonces.

Unas pocas mujeres entran en la tienda en ese momento,


interrumpiendo nuestra conversación. Con su entrada viene otra ráfaga
de ese olor pútrido. Arrugo mi nariz, incluso cuando agarro las mantas
de Guerra con fuerza. Dios, cómo extraño las puertas. Y que golpeen. Y
la privacidad en general. Es un sueño lejano ahora que vivo en una
ciudad de tiendas de campaña.

Entre las mujeres, llevan una palangana llena de agua humeante.


Ponen la bañera en el suelo, junto con varias toallas, y se alejan. Sus
ojos parecen asustados, y siguen mirando detrás de ellos a algo fuera de
la tienda de campaña.

—¿Necesita algo más? —pregunta una de ellas, pasando de las


solapas de la tienda de campaña a mí y a Guerra. Sus ojos se mueven
curiosamente sobre mí, asimilando mis hombros desnudos y mi
apariencia sucia y el hecho de que estoy en la cama del jinete. Un rubor
se desliza por sus mejillas.

—Eso es todo. —Guerra las aleja.

Cuando volvemos a estar solos, asiente hacia la bañera.

—¿Quieres un baño? —Daría mi teta izquierda por un baño.

Mis mantas están fuera en un instante. Es solo cuando me


levanto, desnuda de la cabeza a los pies, que realmente siento mi fatiga.
Me balanceo un poco. Mi garganta arde, mis pulmones se estremecen,
las heridas de la espada en mi brazo, cuello y torso pican, y mis piernas
quieren doblarse debajo de mí.

Doy unos pasos temblorosos antes de que el jinete venga y me


recoja.

—Puedo caminar —protesto.

—Déjame hacer esto, esposa —dice, sus labios cerca de mi oreja.

A regañadientes, dejo que me lleve a través de la habitación hasta


el baño. Me pone en el agua, lo que es escalofriante.
Me fundo en ella.

Juro que nada se ha sentido tan bien en mucho tiempo.

Pero eso no es cierto, ¿no? He tenido muchas, muchas


experiencias con Guerra que eclipsan a ésta. El solo pensarlo tiene mis
mejillas ruborizadas y mi abdomen apretándose.

Me vendría bien un orgasmo feliz-de-estar-viva ahora mismo, a


pesar de mi fatiga.

Inclinada hacia adelante, envuelvo mis brazos alrededor de mis


piernas y giro la cabeza para poder descansar la mejilla contra las
rodillas. Mis ojos revolotean cerrados por la agradable sensación que
produce.

Oigo que Guerra se instala junto a la bañera y luego sumerge algo


en el agua. Un momento después, siento la presión de un paño húmedo
sobre mi espalda.

Mis ojos se abren.

—¿Qué estás haciendo?

—Lavando a mi esposa.

Mi espalda se tensa. Nos estamos aventurando en un territorio


desconocido. Hay toques sexuales y curativos a los que me he
acostumbrado. Pero permitir que el jinete me bañe es una nueva forma
de intimidad.

Hasta ahora, había luchado contra esto. Tal vez estoy demasiado
cansada o tal vez fue la revelación de que todavía hay mucho que no se
ha dicho y que no se ha hecho entre Guerra y yo. Cualquiera que sea la
razón, esta vez no me resisto.

—De acuerdo —digo.

Guerra no responde a eso, pero siento que arrastra la tela hacia


arriba y abajo de mi espalda, trazando cuidadosamente alrededor de la
herida en la parte posterior de mi cuello. La toallita se desliza en el
agua, haciendo que el líquido caliente se ponga un poco más rojo.

Una vez que ha terminado con mi espalda, se mueve hacia la


parte delantera de la bañera y comienza a lavarme los brazos, una vez
más teniendo cuidado de limpiar mis heridas de espalda.

—He sido un tonto —admite.


Mis ojos van abruptamente hacia los suyos.

—No vas a luchar en más batallas, Miriam —dice. No es una


pregunta.

Me detengo en sus palabras. ¿No más batallas?

¿Cómo hacer correr la voz entonces?

Sus ojos se encuentran con los míos.

—No te perderé —dice con vehemencia.

Mi garganta se siente muy pesada.

—No puedo creer que alguna vez me permitiera el lujo de pensar


que no podía suceder —agrega, su mirada puesta en mis heridas—.
Especialmente después de que te atacaron. Simplemente nunca pensé
que Él permitiría…

En ese momento, un soldado entra en la tienda.

—Guerra... —comienza a decir.

¡Dios Todopoderoso! ¿Ha muerto la privacidad?

Cubro lo que puedo de mí misma.

El jinete no levanta la mirada desde donde me está lavando.

—Vete.

—Pero no has levantado a los muertos...

La conciencia se agudiza en los ojos de Guerra. Se levantan de mi


piel, encontrándose con la mía una vez más. El jinete es un hombre de
hábito, y su hábito más consistente es que al final de cada batalla
levanta a sus muertos.

Pienso en los pocos pájaros que liberé. Cuán insignificantes


fueron mis esfuerzos frente a los muertos vivientes del jinete.

Guerra comienza a levantarse, alejándose de mí, su expresión se


vuelve seria, calculadora. Tengo el más mínimo atisbo de este hombre
nuevo, uno que tiene corazón y compasión. No estoy lista para perderlo
tan pronto.

Atrapo la mano de Guerra.


—Por favor, no. —Sale como un susurro—. Por favor, Guerra.
Todas esas personas que sobrevivieron, por favor, no las maten. —
Aprieto su mano con fuerza.

Me mira fijamente, buscando en mi rostro.

Más allá de él, el soldado se mueve un poco impaciente en la


entrada.

Guerra no tiene por qué escucharme ahora. No tengo nada nuevo


y convincente para decirle que no lo haya intentado ya, y no tengo nada
más que ofrecerle que no le haya ofrecido ya.

Pero algo en el día de hoy ha cambiado al jinete. Lo veo incluso


ahora que me mira fijamente.

—Al final no habrá diferencia —dice, con sus ojos tan brillantes y
vivos.

Le doy una mirada significativa.

—Hará una diferencia para mí.

Así es como consigues que te ame, le dije en Arish. Tengo la


sensación de que está recordando esas palabras ahora mismo.

El jinete me mira un poco más, y luego dice sobre mi hombro al


hombre que espera:

—Llama a los hombres. Esta noche, los muertos no resucitarán.

Los muertos no resucitarán.

Puedo oír el trueno de mi corazón.

El soldado se va, y estamos solos de nuevo.

Trato de respirar profundamente, pero me quedo sin aliento.

Pensé que era una promesa fácil de hacer, diciéndole a Guerra


que la misericordia era la clave de mi amor. No me había dado cuenta
de que esas palabras eran ciertas.

No hasta este momento.


Me levanto, el agua escurriendo de mí. Guerra mira mi cuerpo,
sus ojos hambrientos. Todavía se mantiene bajo control, pero antes
tenía razón: tiene una fuerza de voluntad limitada. Y ahora mismo, voy
a romperla.

Salgo de la bañera y me pongo en brazos del jinete, poniendo mi


cuerpo mojado contra el suyo. Inmediatamente, su mano se acerca a mi
cintura, el paño cayendo, olvidado, al suelo.

Todavía está arrodillado, y por una vez soy más alta que él. Sus
manos rozando a cada lado de mi cintura, y sumerge su cabeza,
presionando un beso a mi estómago.

Paso mis dedos por el cabello del jinete e inclino su cabeza hacia
atrás, obligándolo a mirarme. Solo paso un momento mirando los labios
de Guerra y luego lo beso.

En el momento en que nuestras bocas se encuentran, me derrito.


Es decadente, pecador, santo.

Se aleja del beso.

—¿Qué me has hecho? —susurra—. ¿Qué has hecho? Esposa,


esposa, esposa, esposa —murmura contra mi piel, sus labios se mueven
hacia abajo. Por mi garganta y a través de mis clavículas. Pasa su boca
por encima de la herida de mi pecho, que ahora tiene costra, gracias a
él. Después de un minuto, su boca continúa en mis pechos.

Sus manos se aprietan mientras presiona mi arqueada espalda


más profundamente en él. La boca de Guerra se cierra sobre un pezón,
y un gemido se desliza de mis labios. Nunca he estado de esta manera
con otros hombres. Nunca he podido bajar tanto la guardia.

—Ve lethohivaš —dice.

Me intoxicas.

Su lengua golpea la punta de mi pecho, jugando conmigo. Me


presiono más profundamente contra él, necesitando más, mucho más.

Todos los toques, los besos, el oral, nada de eso ha sido


suficiente. Especialmente ahora que Guerra me hace sentir amada, y no
cuando me mira con algo parecido a la humanidad en sus ojos.

No cuando ha renunciado a resucitar a los muertos porque yo se


lo pedí.
La boca de Guerra se mueve de un pezón a otro, y su mano se
desliza entre nosotros, su pulgar corriendo a lo largo de mi hendidura.

Respiro con dificultad, jadeando mientras me arqueo en él.

No lo suficiente. No lo suficiente. No lo suficiente.

—Guerra. —Suspiro.

Lo necesito dentro de mí. Que se jodan mis heridas restantes, se


curarán, él las curará.

El jinete se queda quieto. Estoy segura de que oye algo en mi voz.


Se separa de mi pezón, su mirada se eleva hacia la mía.

Mi aliento se atrapa en mi garganta, y mi cuerpo está empezando


a temblar de nervios y de excitación. No estoy segura de poder forzar las
palabras que quiero decir.

Vacilo, insegura de todo excepto de mi propia estupidez.

No puede haber vuelta atrás.

Sostengo su mirada.

—Me rindo.
Capítulo 39
Traducido por Rose_Poiso1324

Guerra está frio como el acero y con oscuras intenciones, y por un


segundo después de mi declaración, eso es todo lo que veo en su rostro.

Pero luego sonríe, luciendo muy, muy guapo para su propio bien.
Tira de mi cabeza hacia sus labios y me besa de nuevo, y siento su
lujuria y excitación y... algo más. Algo con lo que no estoy del todo
cómoda.

El jinete se separa y esa sonrisa todavía tira de sus labios, pero se


está atenuando.

—Quise decir lo que dije antes —dice—. Tu cuerpo necesita sanar.

Quiero gruñir de frustración. ¿Él elige ahora ser noble?

Pero Guerra no se ha alejado de mí. Podría querer hacer lo


correcto, pero no es idealista. Prácticamente puedo sentir su necesidad
de estar dentro de mí, solo para que pueda estar seguro de que estoy
realmente viva.

—Casi me muero hoy —finalmente le digo—, y cuando pensé que


era el final, ¿sabes de qué me arrepentí más?

Me mira, esperando que continúe.

—No había dicho ni hecho todo lo que quería contigo. Muéstrame


lo que me he estado perdiendo.

Con eso, beso al jinete de nuevo.

Lo siento en sus labios, el momento en que su resistencia cede. Él


gime en mi boca, y luego sus brazos se aprietan a mí alrededor. Sus
labios van de entretener a los míos a exigir más, más, más. Hay un
fervor en su toque que no estaba allí antes, y parece que estoy cayendo
de cabeza en aguas desconocidas.

Solo estar en sus brazos me hace olvidar mis últimos dolores y


molestias. No sé si eso tiene que ver con sus habilidades curativas, o si
su presencia está abrumando al resto de mis sentidos.
Acaricia mi hendidura de nuevo, y siseo en un suspiro.

Oh Dios, realmente logré convencerlo de hacer esto. Eso queda


claro cuando su mano continúa acariciando mi núcleo, su pulgar
frotando lánguidos círculos alrededor de mi clítoris.

Doy un gemido frustrado.

Todavía necesito más.

El jinete interrumpe el beso y me lanza una sonrisa diabólica.

—¿Pensaste que aliviaría tu incomodidad con una pequeña


declaración, esposa? —dice con voz especialmente baja y con grave—.
Quiero que te deshagas. —Puntúa sus palabras sumergiendo un dedo
dentro de mí. Instintivamente, me muevo contra él. Puedo sentir la
humedad entre mis piernas, humedad que no tiene nada que ver con el
baño.

Mis ojos se entrecierran. Dos pueden jugar ese juego.

Empiezo a alcanzarnos cuando me agarra la muñeca.

—Ah ah. —Sus dedos todavía se están moviendo dentro y fuera de


mí.

Estoy empezando a jadear.

—Por favor, guerra.

—¿Por favor qué?

¿Realmente va a hacer que lo deletree?

—Te quiero a ti dentro de mí.

Estoy literalmente en llamas.

Sus ojos forrados de kohl se calientan, y puedo sentir su erección


tensarse contra sus pantalones.

De repente sus dedos me dejan, y me levanta, llevándome de


vuelta a su cama. Todavía está sucia de cuando me acosté allí antes, y
el olor a humo y cenizas se aferra a ella.

Me acuesta, solo haciendo una pausa para quitarse los


pantalones. Su polla se libera y Dios mío, olvidé cuán terriblemente
grande es su polla. Lo suficientemente grande como para hacer que mi
mandíbula duela cuando mi boca está envuelta a su alrededor. Y el
resto del jinete es tan grande y violento que por un momento, mi deseo
disminuye.

Tal vez esta fue una mala idea.

Guerra se arrodilla a los pies de la cama y pasa las manos por


mis piernas mientras examina mi cuerpo. Se inclina hacia adelante,
hasta que su pecho, con sus extraños y brillantes tatuajes, se presiona
contra el mío.

Cualesquiera que hayan sido sus reservas anteriores contra el


sexo, hace mucho que desaparecieron.

Inclinándose, me besa, los movimientos de su boca son más


carnales de lo que fueron solo hace unos momentos. Mi corazón
comienza a latir cada vez más rápido. Esto no se siente como una
pequeña experimentación inocente, o una mala decisión impulsada por
mucho alcohol. Esto ni siquiera se siente como sexo regular. (No es que
tenga un montón de experiencia en ese departamento.) Tal vez es la
forma en que Guerra me está mirando, pero lo que estamos a punto de
hacer se siente cargado de significado.

Es solo un simple acto físico, me tranquilizo. Mucha gente hace


esto. No es gran cosa.

La mano del jinete vuelve a mi clítoris, tal vez para provocarme un


poco más, pero ya estoy empapada.

Él muestra una sonrisa malvada cuando siente lo lista que estoy.

—Esposa, cómo anticipé este día. Y ahora para ver tu dulce


cuerpo adolorido por el mío. Me parece que estoy más ansioso por esto
que incluso por batalla —dice esto como si se hubiera sorprendido un
poco.

Lo que sea. Ya he pasado el punto de preocuparme. Todo lo que


sé es que necesito al jinete en mí de una manera que no he necesitado
nada en mucho tiempo.

Me acaricia una y otra vez, a pesar de que no necesita hacerlo.


Aunque ya esté loca de deseo.

Me arqueo con cada toque, desesperada por más.

De repente, su mano se ha ido. Sus caderas se mueven, y un


momento después, siento que su punta presiona contra mi apertura.
Me tenso, recordando lo grande que es. Después de sostenerlo en
mi mano y en mi lengua, pensé que entendía su tamaño. Pero no lo
hice. Solo me estoy dando cuenta de eso ahora.

Con un movimiento lento de sus caderas, siento que Guerra


comienza a entrar.

Sisea cuando se encuentra con la resistencia.

—Relájate, esposa. Estábamos destinados a encajar juntos.

Um, solo una mujer con una vagina tan grande como un cráter
estaba destinada a adaptarse a la polla de Guerra.

El jinete espera hasta que siente que empiezo a relajarme, mis


piernas se abren un poco más ancho. Él comienza a empujar de nuevo.

Querido Dios. Parece imposible, y sin embargo siento que mi


carne cede, haciendo espacio para su tamaño aparentemente
insoportable. Mis dedos cavan en su espalda cuando el estiramiento se
vuelve demasiado.

Hace una pausa y me mira fijamente.

—¿Miriam?

—Solo... dame un momento. Es mucho... —De polla. Tanta polla.

Puedo sentir gotas de sudor formándose en mi frente. Después de


varios segundos, asiento con la cabeza.

—Bien. Estoy bien.

Guerra continúa su lento hundimiento en mí, su mirada busca la


mía.

—Esposa —dice, pareciendo atónito—, te sientes increíble.

La cara de Guerra es nada menos que entusiasta. Sé que está


experimentado con esto, así que estoy sorprendido de ver cuánto lo está
afectando.

Sus ojos están intensamente enfocados en mí. Habría supuesto


que irían a la deriva, lejos, muy lejos mientras la sensación lo
abrumaba, pero él está tan presente.

Desconcertantemente presente.
Está sudando con su necesidad de moverse despacio, de ser
gentil. Puedo decir que hay una fuerza en él que quiere empujar su
polla dentro de mí lo más rápido posible y luego follarme con abandono.
Prácticamente puedo sentirlo vibrar con la necesidad. Y tal vez
eventualmente lo haga, pero no creo que eso suceda hoy.

Lleva años, pero finalmente, sus caderas se encuentran con las


mías mientras entra completamente en mí, estirándome hasta mis
límites.

Libero el aliento. No sé si alguna vez sentí algo tan exquisito en mi


vida. Y ni siquiera ha comenzado a moverse todavía.

—He esperado años por este momento —dice—. No puedo creer


que finalmente llegue a mí. —Guerra sonríe de nuevo, y no puedo
superar lo insoportablemente guapo que es.

Estoy temblando de necesidad, mis piernas extendidas a cada


lado de él, sintiéndome más vulnerable que nunca. No esperaba eso. Se
suponía que esto era solo sexo. Pero la forma en que Guerra me está
mirando, se siente como que todo lo que tanto he trabajado por eliminar
está siendo expuesto de una vez.

—Finalmente, mi esposa, te has rendido.

Él comienza a moverse, saliendo de mí lo suficiente como para


mecerse nuevamente. Mi aliento me deja todo de una vez. Esperaba que
doliera. En cambio, cada ligero movimiento se siente tan
cataclísmicamente bien.

—Esposa. —El señor de la guerra me mira, sus ojos normalmente


violentos ahora llenos de alguna gentil emoción. Se me parte el
estómago cuando me doy cuenta de que la emoción no es simple
deseo—. No puedo decirte cómo he anhelado esto. Eres mía finalmente,
total y completamente, sin nada que nos separe.

El jinete empuja en mí de nuevo, como para enfatizar su punto.

Mis uñas se hunden en su espalda ante la sensación, y él hace


una pausa, tal vez para asegurarse de que no me está haciendo daño.

Apenas puedo formar las palabras sobre mi propio deseo elevado.

—No pares —exhalo—. Por favor no.

De nuevo, esa sonrisa pícara.


Guerra comienza a introducirse en mí, primero con una precisión
lenta y meticulosa, pero luego con fuerza creciente. Me estoy arqueando
en cada empuje, y ya siento mi orgasmo comenzando a acumularse en
el fondo.

Todo el tiempo, Guerra me mira, como si quisiera tener cada


mirada, cada momento. De vez en cuando susurra frases en otras
lenguas que se traducen a mi bella esposa y nunca he conocido
semejante placer y esto es lo más cercano que he estado al cielo en
mucho tiempo.

Esto es... para nada como mis otras experiencias con el sexo.
Este es el tipo de sexo que te arruina.

Cuando siento que me llena profundamente, finalmente siento la


verdadera naturaleza del jinete. No puede ser otra cosa que la batalla
traída a la vida. Toda esta carne sostiene la violencia de eones; lo siento
en cada golpe atronador de sus caderas. Y sin embargo, cuando sus
manos se deslizan sobre mi cuerpo, hay una inesperada suavidad en su
tacto.

Me besa en la columna de mi garganta, sus caderas empujando


adentro y afuera, adentro y afuera.

—Tan hermosa —ahora murmura—. Cuánto tiempo te he


anhelado.

El ritmo de Guerra cambia, se profundiza, y es como si los


últimos minutos hubieran sido una prueba y esto es la realidad.

Al instante, mi cuerpo se está enroscando, mi inminente orgasmo


ahora aumenta rápidamente, demasiado rápido.

De repente me rompo.

Grito, tirando del jinete con fuerza hacia mí mientras siento que
mi clímax se abre paso a través de mí. Una y otra vez lo siento, y justo
cuando comienza a terminar siento que Guerra se engruesa dentro de
mí.

—Mi esposa, mi corazón —gime cuando su propio orgasmo se


mueve a través de él, sus empujes cada vez más fuertes y más rápidos a
medida que se derrama sobre mí.

Guerra me mira, sus ojos se vuelven un poco borrosos mientras


saca a lo último de su orgasmo. Lo que parece una eternidad después,
los empujes del jinete comienzan a ir lentamente. Finalmente, no tiene
más remedio que salir de mí.

Estoy adolorida en todas partes; el tipo de dolor que hace que tus
mejillas se ruboricen.

Guerra se recuesta en su cama y me arrastra sobre su estómago.


Ahueca mi núcleo, incluso cuando siento que su semen comienza a
derramarse fuera de mí.

—Sentir que una parte de mí todavía está dentro de ti, esposa, no


hay una sensación más emocionante en el mundo —afirma.

Mi respiración comienza a disminuir y mi carne sudorosa se


enfría. Todos mis males y dolores están volviendo a la vida.

Ahora que estoy empezando a calmarme, la adoración de Guerra


comienza a... bueno, tengo algunas dudas.

El sexo, definitivamente quiero una segunda porción de eso, pero


el jinete está mirándome como si las cosas hubieran cambiado. Y sí, mi
roce cercano con la muerte me había dado una perspectiva, y sí, me
entregué a él y todo, pero ahora siento que mis palabras y acciones
podrían significar un poco más para él de lo que significan para mí.

Empiezo a alejarme de él.

—Debería limpiarme…—Todavía hay una tina llena de agua, y


ahora estoy pegajosa…

Guerra me tira hacia abajo, atrayéndome de vuelta a él con sus


besos acalorados.

—No tan rápido, mi esposa. —Me retira el pelo oscuro a un lado


para poder besar la nuca de mi cuello.

—Pero estoy sucia —protesto, desesperada por poner un poco de


distancia entre nosotros.

—Nada de lo que hicimos fue sucio —dice Guerra, demasiado


fervientemente—. Y me gusta estar por todo tu cuerpo.

Eso es exactamente con lo que tengo un problema.

—Va a ser diferente ahora —agrega.

Trago. Uh oh.
—Um, ¿qué quieres decir? —digo con cuidado, manteniendo mi
tono casual.

—Eres mía total y completamente, y yo soy tuyo. Por ahora y


siempre será de esta manera.

Oh Dios mío. Eso sonó como un voto para mí.

¿Qué he hecho?
Capítulo 40
Traducido por Rimed

A pesar de mis dudas, pasamos el resto de la tarde y noche en la


cama de Guerra, solo levantándonos para comer y beber.

No sé si está consciente de mi inquietud, pero si lo está, no podría


haber ideado una mejor estrategia para distraerme. Podría estar
preocupada por los sentimientos de Guerra hacia mí, pero no tengo
ningún problema con la forma en que hace el amor.

Ni siquiera la noche parece apagar la sed que impulsa al jinete.


Guerra me despierta dos veces más por sexo.

Para cuando la luz del sol se filtra en nuestra tienda, la mano de


Guerra se ha movido por millonésima vez a mi clítoris. Lo acaricia y
gimo suavemente en protesta. Mi cuerpo se siente como si hubiese sido
estrujado hasta del último orgasmo.

A pesar de eso, me siento deslizándome contra su mano. ¿Quién


habría pensado que tenía energía para otra vuelta?

—No puedo mantener mis manos lejos de ti —dice Guerra,


moviendo su otra palma a mi pecho. Contra mi buen juicio, me arqueo
ante su toque.

—Tan receptiva —murmura él.

Algo que no tuve en cuenta seriamente antes: toda esta acción de


piel contra piel me había curado casi por completo. Y mi libido está
agradeciéndole a Guerra por eso.

El jinete rueda sobre mí. Levanto mi pelvis y por milésima vez en


las últimas veinticuatro horas, mi jinete se desliza dentro de mí.

Mucho, mucho después me las arreglo para empujarme fuera de


la cama y limpiarme lo mejor que puedo (para decepción de Guerra).
Antes de que pueda regresar para más sexo, me visto y me deslizo
fuera.

Casi grito en el momento en que lo hago.


Los muertos vivientes rodean los cuarteles de Guerra.

Están parados sin hacer nada alrededor de la tienda, con las


armas preparadas. La mayoría de ellos se balancean ligeramente, sus
rasgos en descomposición sueltos. Y sin embargo, a pesar del hecho de
que sus ojos están desenfocados y sus cabezas no giran ante el sonido
de mis pisadas, hay una consciencia en ellos.

Así que eso explica el olor.

Pongo mi mano sobre mi nariz. El hedor es mucho peor aquí fuera


y el cálido día no ayuda.

Un momento después, Guerra sale junto a mí, con una sonrisa en


sus labios. Una mirada a él y todo el campamento sabrá que el jinete
consiguió un trasero anoche.

Increíble.

—¿Qué es esto? —pregunto, mi mirada recorriendo los cadáveres.

—Están para protegerte. —Su mirada desaparece—. Parece que


no puedo confiar ni en mis propios hombres para mantenerte a salvo.

Ahora que mi mirada recorre los alrededores, finalmente me doy


cuenta de que los jinetes fobos que solían montar guardia se han ido.

En su lugar hay muertos vivientes armados, sus cuchillas


enfundadas a sus costados.

—Esto realmente no es necesario —afirmo, cubriendo


nuevamente mi nariz. Ugh, puedo saborear la podredumbre en mi
lengua.

—Por el contrario, esposa, ahora es más importante que nunca.


—Mientras Guerra lo dice, sus muertos vivientes retroceden, dándome
espacio para respirar—. Ya te lo advertí: No te perderé.

El jinete acuna mi rostro, su mirada buscando la mía.

—La muerte siempre viene entre humanos. No dejaré que nos


ocurra a nosotros.

Veo su edad entonces, en sus ojos. Miles y miles de años de


guerras. Tantas vidas y muertes. Son momentos como este cuando
recuerdo que nunca nació y nunca morirá.
Siento que todos esos años de batalla han desgastado a Guerra.
Que, bajo su violencia, se aferra a una chispa de algo que no parece
algo propio de Guerra: paz, conexión, amor. Veo ese anhelo en sus ojos.

Y ahora he comenzado a cometer el error que se suponía nunca


haría. He comenzado a olvidar que Guerra es un chacal dedicado a
devorar el mundo. He comenzado a verlo como alguien por quien vale la
pena preocuparse.

Como por alguien que el que yo me preocupo.

La siguiente semana es un borrón de toques y sexo. Guerra


extiende nuestro tiempo en el campamento simplemente para poder
relegar unos días a quedarse en cama y nada más. Y no hay más
menciones sobre levantar a los muertos, salvo por mis guardias no
muertos.

Y si pensaba que esta racha breve y llena de sexo terminaría en el


momento en que levantáramos el campamento, pensé mal. Guerra se
detiene varias veces en el camino para poder introducirse en mí y las
noches durante nuestros viajes son en gran medida sin sueño.

Incluso cuando acampamos en el siguiente asentamiento, no


acaba. Parece más hambriento de mí que nunca.

Guerra folla como lucha. Es brutal, deliberado y lleno de pura


energía masculina. Me toma como si fuese la única cosa para lo que
estuviese hecho, como si esta fuera la última vez que fuese a estar en
mí. Como si estuviera estirándose, estirándose, estirándose, para
alcanzar algo que no puede agarrar.

Estaba en lo correcto la primera vez que lo sentí en mí, me ha


arruinado. Porque la locura no es unilateral. Si lo fuera, saborearía la
idea de que en cualquier momento podría simplemente irme y estaría
bien. Pero no creo que pudiera. No en este punto. Así que en cambio,
ahora tengo que lidiar con el hecho de que estoy enamorada de un
hombre que ha cometido atrocidades.

Apenas se ha deslizado fuera de mí cuando me pone contra él,


sosteniéndome cerca.
Afuera, el sol egipcio está saliendo, convirtiendo las paredes color
crema de nuestra tienda a un tono rosado. Todo a mi alrededor, todo
tiene un brillo brumoso y cálido.

—Dentro de dos días, cuando la batalla comience, te quedarás


aquí —dice suavemente Guerra, frotando círculos en mi espalda—. Mis
no muertos te protegerán hasta que regrese.

Mi cuerpo se pone rígido. Caso me olvido de la próxima redada.

Luego de Puerto Said, habíamos viajado tierra adentro,


dirigiéndonos por el Delta del Nilo hacia la ciudad de Mansoura. Aquí,
varios kilómetros fuera de las paredes de la ciudad, acampamos.

La tierra a nuestro alrededor es un poco más exuberante de la de


nuestras paradas anteriores, pero el estado decadente y lleno de
escombros de las ciudades que habíamos pasado resta valor a su
belleza natural. Coches aún congestionaban muchas de las calles,
viejos computadores y electrodomésticos ensucian el paisaje, fachadas
quemadas de edificios se alinean en el camino y muchas de las
adiciones recientes que Egipto ha hecho a sus ciudades, tales como las
lámparas de gas y caballerizas, ya han sido destrozadas.

De todo lo que he visto de estos lugares, diría que la gente aquí


estaba sufriendo desde mucho antes de que Guerra viniera. No
necesitan más dolor.

Viendo mi rostro, Guerra dice:

—Mansoura debe caer y yo estaré allí.

Siento mi corazón desplomarse. Guerra había dejado a un lado


sus deberes divinos por la última semana. Había esperado
estúpidamente que los dejase a un lado por mucho, mucho más tiempo.

—No tienes que hacerlo —susurro—. Podrías detenerte.

Él me acerca y roba un beso antes de que pueda empujarlo.

—Por ti casi lo haría.

Casi.

La última semana se las había arreglado para atraerme a una


falsa sensación de realidad, pero el sueño se acabó.

Sabía que las cosas no iban a cambiar. Lo que no me había dado


cuenta es que de repente no estoy de acuerdo con eso.
Sé valiente, Miriam.

Si quiero que el mundo cambie, tengo que hacer algo al respecto.

—Hay algo que quiero saber —digo cuidadosamente—. Si puedes


juzgar los corazones de los hombres, ¿puedes ver si tienen la intención
de hacer el mal?

¿Cuáles son los límites de tus habilidades, querido jinete?

El ceño de Guerra se frunce ante el cambio de tema.

—Ni siquiera yo puedo ver el futuro, Miriam, ni puedo leer la


mente de los hombres. Solo puedo entender su esencia básica. E
incluso eso puede cambiar con el tiempo e intención.

Trazo uno de los tatuajes carmesí de Guerra, las marcas lucen


como sangre derramada en su pecho.

—¿Conoces mi corazón? —pregunto cuidadosamente.

—Lo hago —dice él.

—¿Es bueno?

—Es suficientemente bueno. —Para mí, parece agregar el silencio.

Es suficientemente bueno.

Suficientemente bueno para que el jinete creyera que realmente


me había rendido a él en Puerto Said, lo que de todos modos es lo que
siempre quiso de mí.

La cosa es, un corazón suficientemente bueno no es lo mismo que


uno bueno. Y eso es desafortunado para Guerra, porque un corazón
bueno podría decir siempre la verdad, pero uno suficientemente bueno
no.

Cuando le dije que me rendía, bueno… mentí.

No he renunciado a nada.

La explosión ruge a través de mis oídos, la fuerza de ella me tira al


agua.

Oscuridad. Nada. Entonces…


Inhalo. Hay agua y fuego y… y… y Dios el dolor, el dolor, el dolor,
el dolor. La aguda sensación de ello casi me roba el aliento.

—¡Mamá, mamá, mamá!

No puedo verla. No puedo ver a nadie.

—¡Mamá!

—¡Miriam!

Jadeó despierta, sujetando mi garganta.

Guerra me mira fijamente, sus ojos como ónice. Una línea se


forma entre sus cejas.

—Estabas teniendo una pesadilla.

Tomo varias bocanadas profundas de aire.

Una pesadilla. Correcto.

Me mojo los labios y me siento, el jinete retrocede un poco,


dándome espacio. Mi piel está húmeda con sudor y mechones de mi
cabello están pegados a mis mejillas.

Han pasado semanas desde la última vez que tuve esta pesadilla.
Casi había olvidado que antes de Guerra, este recuerdo en particular
había atormentado mis sueños con mucha frecuencia. No sé porqué
había decidido tomar un asiento trasero hasta ahora. Quizás
últimamente mi mente había sido atormentada por imágenes más
nuevas y grotescas.

—¿Qué estabas soñando? —pregunta Guerra. La forma en que lo


dice me hace pensar que el jinete no sueña, o que, si lo hace, es una
experiencia muy distinta de la mía.

Mi dedo traza la cicatriz en mi garganta.

—No era un sueño. Era un recuerdo.

El agua se precipita dentro…

—¿De qué? —La voz de Guerra es dura como la piedra, como si él


quisiera batallar con algo tan insustancial como un recuerdo.

Trago.

Bien podría decirle.


—Hace siete años, Jerusalén estaba siendo superada —digo.
Rebeldes y fanáticos habían atacado mi ciudad—. Mi madre, hermana y
yo estábamos escapando. Nadie estaba seguro en la ciudad,
particularmente no una familia mitad judía y mitad musulmana.

Aquellos días de tolerancia y progreso de los que mis padres


habían hablado se habían apagado como una vela.

—Mi familia logró llegar a la costa.

Aún puedo ver el movimiento de cuerpos en la playa. Había


tantas otras familias como la nuestra, desesperadas de escapar de la
desgarradora guerra de Israel a otro lugar, cualquier lugar.

—Nos subimos a un bote a motor. Para entonces, la mayoría de


los motores en Israel habían dejado de funcionar y lo que aún estaban
operativos no eran confiables, en el mejor de los casos.

Eso fue hace siete años. Desde entonces, todos los motores
habían dejado de funcionar.

—Mi madre sabía que era peligroso, que algo podía salir mal, pero
era nuestra única opción.

Europa había cerrado sus fronteras. No querían extranjeros,


especialmente los del este y del sur. En sus mentes, les robaríamos sus
empleos, comeríamos su comida y abrumaríamos sus precarias
economías.

Si queríamos atravesar sus fronteras, tendríamos que hacerlo


ilegalmente, y ese traicionero viaje en bote era el único modo de hacerlo.

—Los botes eran… malos. Eran estrechos y desvencijados, pero lo


peor de todo, dependían de motores para su propulsión.

—No quería subirme al nuestro. Estaba tan asustada de que el


motor dejara de funcionar en medio del océano. Estaba asustada de
morir en el mar.

Guerra escucha, absorto, sus ojos buscando mi rostro mientras


hablo.

—Al final, mi madre y hermana me avergonzaron para que


subiera al bote. Sabían que no quería realmente dejar Israel, o Nueva
Palestina, como estaba comenzando a ser llamada.

Allí fue donde mi padre había muerto, donde crecí. Albergaba


todos mis recuerdos. Sabía que teníamos que irnos, pero no quería
hacerlo. Parecía cruel que tuviera que renunciar a esto también. Ya
habíamos perdido todo lo demás.

—Logramos salir de la playa. El motor hacía ruidos extraños, pero


al menos nos alejamos de la tierra.

Me detengo.

Algunos recuerdos se pierden en las arenas del tiempo, pero


otros, como este en particular… podría vivir hasta los cien años y aun
así nunca lo olvidaría.

—La explosión fue una sorpresa. —No sabía que los motores
podían explotar—. En un momento estaba sentada allí, junto a mi
madre y hermana, y al siguiente sentí calor y dolor mientras era
lanzada al agua. —Mi mochila se había enredado alrededor de mi tobillo
—Esa mochila estaba llena de mis últimas posesiones terrenales—.
Recuerdo que me arrastraba hacia abajo.

Mis pulmones palpitan. La luz del sol sobre mí se oscurece a


medida que lucho.

—Intenté quitármela, pero no podía. Me estaba hundiendo y no


podía volver a la superficie.

Abro mi boca para gritar por ayuda.

El agua se precipita dentro…

Bajo la mirada a mis dedos.

—No sé cómo sobreviví. Realmente no lo sé. Pensé que me


ahogaría en aquellas aguas.

—Pero no lo hiciste —dice Guerra, su voz suave.

Asiento.

—Cuando recuperé la conciencia, estaba a bordo de un bote de


pesca. El pescador dijo que me vio flotando sola en el agua, lejos de
cualquier naufragio. No sé lo que pasó con mi madre o mi hermana. No
sé siquiera si siguen vivas. —Mi voz se quiebra.

Guerra se inclina hacia adelante, acunando el costado de mi


rostro.

—Te juro, esposa, que descubriremos lo que ocurrió con tu


familia.
Casi dejo de respirar.

Es lo que siempre he querido. Lo que nunca pude lograr cuando


era solo una comerciante de armas en Jerusalén.

Guerra no podría darme un regalo más precioso.

¿Se dará cuenta de eso?

Mi mirada se desliza a sus labios. Me inclino y lo beso.

—Gracias.

Y entonces le muestro que lo digo en serio.


Capítulo 41
Traducido por Sofiushca

Ha pasado un tiempo desde que fui a visitar a Zara. Una gran


parte de mi incertidumbre ha sido tratar de explicarle que ahora me
estoy follando al jinete que arrasó con su ciudad natal y la mayoría de
su familia. No puedo imaginarme esta conversación yendo demasiado
bien, pero he pospuesto esta visita por demasiado tiempo.

Tan pronto como salgo de la tienda de Guerra, los muertos se


congregan a mí alrededor, oliendo como trasero de demonio y viéndose
aún peor. La muerte no hace ningún favor.

Les frunzo el ceño.

Empiezo a caminar, y los muertos vivientes se forman a mí


alrededor como una especie de fuerza de seguridad de no muertos.

Me detengo.

—¡Guerra! —grito detrás de mí.

Pasan varios segundos, luego el jinete sale de su tienda, con los


pantalones caídos, su cabello oscuro revuelto por el sexo, su torso
ondulado resaltado por el sol de la mañana. Tiene una taza de café en
su mano y lleva una sonrisa floja en el rostro, sus dientes blancos
crudos contra su piel de olivo. Es asqueroso lo hermoso que es.

—¿Reconsiderando una segunda? —pregunta, sus ojos se ríen de


mí mientras toma un pequeño sorbo. No está hablando del desayuno.

Le doy una mirada de reproche.

—¿Tengo que ser amiga de los muertos ahora? —Señalo a los


muertos vivientes.

Su sonrisa se ensancha un poco ante eso, sus ojos brillantes.

—Considéralo una relación en trabajo.

Resoplo, caminando de regreso a él, los revenantes en mis


talones.
—Nadie va a matarme.

—Lo sé —concuerda—. Porque nadie querrá acercarse a menos de


cinco metros de esos hombres. —Asiente a los muertos vivientes.

Ugh.

—Solo quiero visitar a mi amiga.

La expresión de Guerra se oscurece.

—¿La que intentó matarme? ¿La misma cuyo niño me obligaste a


salvar?

Miro hacia el cielo por paciencia.

—No importa a quién visite. Necesito tu palabra de que los


muertos no entrarán en ninguna de las carpas en las que entro, ni se
acercarán demasiado.

El jinete me escudriña.

—¿De qué sirve tener guardias si no pueden estar cerca para


protegerte?

Quiero decirle que los guardaespaldas fueron idea suya, no mía, y


que no me importa una mierda si tengo guardias. Pero conociendo a
Guerra, ese tipo de lógica me llevaría al doble de niñeras, todas las
cuales insistirían en entrar en la minúscula carpa de Zara.

Me froto la cara.

—Por favor, Guerra. —Dejo caer mi mano—. Iré con tus


guardaespaldas. Solo dame un poco de libertad. Necesito amigos.

Me mira durante mucho tiempo, luego dirige su atención a los


muertos vivientes que se han congregado a mi alrededor. Finalmente,
inclina la cabeza.

—Por tu corazón blando.

Suelto el aliento.

—Gracias. —Con eso, me doy la vuelta.

Siento esos ojos violentos sobre mí mientras me alejo, los muertos


se alinea a mí alrededor una vez más.

Los jinetes fobos que viven en el área de campamento de Guerra


se detienen y me miran (algo hostilmente) a mí y a mis macabros
guardaespaldas cuando los paso de largo, pero las miradas de verdad
llegan cuando entro en el área principal del campamento.

Hombres y mujeres me miran abiertamente, sus ojos van de


hombre muerto a hombre muerto. Y los mismos niños que he visto
manejar armas ahora gritan y huyen al ver a los muertos caminantes.

Ya me arrepiento de este viaje.

Cuando llego a la tienda de Zara, ella ya está parada afuera, con


los brazos cruzados y una ceja levantada.

—¿Por qué es que siempre escucho de ti antes de que llegues? —


dice a modo de saludo.

—Creo que solo tengo mala suerte.

Mira a los hombres muertos.

—No van a entrar a mi tienda —advierte.

Los miro, de repente insegura de cómo se supone que voy a lograr


que no lo hagan.

—He llegado —les digo—. Pueden retroceder ahora.

En respuesta, se extienden, flanqueando el área y haciendo que


una mujer cercana grite y deje caer la ropa que estaba lavando. El resto
de las mujeres merodeando por esta fila de tiendas nos observan con
curiosidad.

Zara mueve la cabeza hacia su casa.

—¿Por qué no charlamos adentro?

La sigo y, en los confines oscuros y cálidos de su tienda, veo a


Mamoon jugando con algunos juguetes de plástico descoloridos y un
muy querido oso de peluche.

—Mamoon, saluda —dice Zara.

—Hola —responde sin levantar la vista.

Zara frunce los labios y se ve un poco como si quisiera llorar.

—¿Cómo…? —Giro mi cabeza hacia su sobrino—, va todo?

Ella suspira.
—Difícil. Es muy, muy difícil. Pero tengo más de lo que la mayoría
de la gente tiene aquí, así que tengo en cuenta mis bendiciones. —
Respira profundamente, sus paredes emocionales se alzan—. Pero eso
no es de lo que quiero hablar ahora. —Sus ojos se mueven sobre mí—.
¿Dónde has estado la última semana? Te desapareciste de mí.

No quiero decirlo, realmente, realmente no quiero.

Sus ojos pasan sobre mí otra vez.

—Lo follaste, ¿no?

Me siento con fuerza y asiento.

—Sí. —Lo follé bien.

—¿Y bien? —agrega—. ¿Valió la pena?

Echo un vistazo a su sobrino.

—No tiene idea de lo que estamos hablando. Está bien.

No estoy tan segura de eso…

—¿Y? —Zara presiona. No puedo decir si está enojada. Suena


molesta y parece un poco nerviosa, pero de nuevo, desde que la
conozco, Zara siempre ha estado un poco nerviosa.

Se me sale una risa sin humor.

—¿Quieres decir que si lo disfruté? —La miro—-. Sí. Lo hice. —Es


problemático cuánto lo he disfrutado.

—¿Y ahora te sientes culpable? —pregunta.

La miro fijamente.

—No...

La comisura de su boca se curva en una sonrisa sardónica.

—No te juzgo, sabes —dice, sentándose a mi lado.

Me muerdo el labio inferior.

—No te culparía si lo hicieras —le digo.

Ella toma mi mano, apretándola con fuerza.

—Convenciste a esa bestia de salvar... —Su voz se rompe. Zara


asiente con la cabeza a su sobrino—. Guerra ha matado a todo aquel
que he amado, excepto a una persona, y eso fue solo porque llegaste a
él. Así que no, no te culpo por follarte al monstruo, aunque lamento que
seas la obligada a hacer el acto. Preferiría yo misma verle las bolas
fuera.

Lanzo otra mirada desesperada a Mamoon, segura de que entre


Zara y yo estamos corrompiendo las orejas del pobre muchacho.

—Vio a sus padres asesinados, ha caminado por ejecuciones y


ahora los hombres muertos están de guardia fuera de su tienda —dice
Zara—. Una pequeña charla sexual es la menor de mis preocupaciones.

Punto justo.

—Le hice una promesa a Guerra de no interferir en su camino, y


por mucho que lo odie, tengo la intención de cumplir esa promesa —
continúa mi amiga—. Así que sigue tu camino con él y no pienses que
voy a juzgarte o alejarme de nuestra amistad. Te debo una deuda que
nunca podré pagar. Y quién sabe, tal vez terminarás salvando al niño de
otra persona por vuestra... relación.

Le doy una sonrisa tensa.

—Simplemente no me evites —termina ella—. Extrañé tu


compañía.

—Está bien —digo suavemente.

Y ese es el final de la conversación sexual, al menos por ahora.

Durante las próximas dos horas, Zara y yo hablamos de todo y


nada. Me podría haber sentado con ella y conversar todo el día, pero
finalmente mi amiga nos arrastra a mí y a Mamoon fuera de la tienda,
hacia un grupo de mujeres reunidas varias tiendas camino abajo.

Mamoon sigue mirando a los muertos vivientes a nuestro


alrededor con los ojos muy abiertos mientras Zara lo conduce.

—No te harán daño —le digo—. Están aquí para protegernos.

Es una pequeña mentira, están aquí para protegerme a mí y a


nadie más, pero no dejaré que lastimen a Mamoon; así que es casi la
verdad. Y afortunadamente, mis palabras parecen aliviar el miedo del
niño.

El círculo suelto de mujeres se sienta debajo de un refugio de lona


que alguien ha erigido. Se sientan y conversan mientras reparan ropa,
tejen cestas y hacen otros trabajos extraños que no requieren mucha
concentración.

Cuando ven a nuestro grupo, veo a una mujer derramar una taza
de té que está bebiendo. Otra jadea.

—¿Qué es esto? —le pregunta otra mujer a Zara. Ella no se


molesta en mirarme.

—La esposa de Guerra decidió unirse a nuestro grupo —responde


mi amiga, como si fuera la cosa más normal del mundo.

Las mujeres se quedan calladas, cada una de ellas mirándome,


algunas con curiosidad, otras con malicia. Una me da una pequeña
sonrisa. Reconozco una cara aquí y allá de cuando vivía en este barrio
del campamento, pero nadie actúa como si alguna vez fuera como ellas.

—Por supuesto que las dos son bienvenidas —dice una mujer un
poco rígida. Su rostro se suaviza cuando ve a Mamoon—. David está
jugando fútbol con Omar si quieres unirte. —Señala detrás de ella,
hacia el final de las tiendas, donde dos niños pequeños patean una
pelota desgastada.

Mamoon levanta la vista hacia su tía, y cuando ella asiente con la


cabeza, el niño sale corriendo hacia sus nuevos amigos.

Zara mantiene sus ojos en él por varios segundos después de eso,


su rostro pellizcado por la preocupación. Aquí siempre hay algo de qué
preocuparse: la crueldad de los soldados, las numerosas armas
esparcidas por el campamento, el tamaño de nuestra ciudad
campamento. Un niño puede ser tragado entero.

—¿Alguna de ustedes quiere un poco de té? —pregunta una de


las mujeres.

Zara parpadea, dirigiendo su atención a la mujer.

—No gracias.

—Estoy bien, también —digo.

Ahuyento a mis guardias no muertos mientras el grupo nos deja


espacio en el círculo. Después de unos minutos tensos, la conversación
vuelve a la normalidad.

—…vi a Itay ir a su tienda anoche.

Algunas risas risueñas.


—Entonces esa era la persona que la hacía encontrar a Dios
mientras el resto de nosotros intentaba dormir.

—La pobre Ayesha de al lado tiene un hijo. ¡Intenta explicar eso!

Risas conmocionadas recorren el grupo.

Las escucho, extrañamente fascinada. A nuestro alrededor, miles


de personas mueren y, sin embargo, aquí están estas mujeres,
chismorreando sobre con quien se acuesta alguien.

—¿Cómo es Guerra? —pregunta una mujer, su mirada curiosa


cae sobre mí.

Al principio, la pregunta ni siquiera se registra. No es hasta que


las otras mujeres me miran que me doy cuenta de que todas quieren
saber sobre mi vida sexual y, Dios mío, no me inscribí en esto cuando
decidí visitar Zara esta mañana.

—¿Qué quieres decir? —digo, fingiendo ignorancia.

La boca de la mujer se curva en una sonrisa.

—¿Te ha hecho encontrar a Dios?

Alguien más interviene:

—Por supuesto que sí. De lo contrario, no habría hombres


muertos protegiéndola.

Es doloroso cuán precisa es esa declaración.

—Lo que quiero saber —dice otra mujer—, es lo bueno que fue el
jinete al brindarte una experiencia religiosa.

Varias de las mujeres se ríen; incluso Zara esboza una sonrisa.

Están tratando de incluirme, me doy cuenta. Esta no es la


Inquisición española, así es como se conectan estas mujeres, a pesar de
todas sus diferencias. Todas son amigas relativamente nuevas, después
de todo.

—¿De verdad quieren saber? —digo.

Esto es muy vergonzoso.

Varias mujeres asienten.

Reúno mi confianza.
—El jinete es definitivamente mejor en el amor que en la guerra.

No es del todo cierto, pero hace que las mujeres que me rodean se
ríen a carcajadas.

—Ese hombre fue hecho para complacer a una mujer —agrega


alguien más. Más risas.

La conversación continúa y todas parecen respirar un poco más


tranquilas.

Mi corazón se acelera cuando me doy cuenta de que pasé


cualquier prueba que me arrojaron. Podría haber venido como esposa
de Guerra, pero me iré como una de ellas.

Paso el día allí, escuchando sus chismes y agregando algunas


cositas sobre mis propias experiencias. Por primera vez en mucho
tiempo, la vida se siente normal, o al menos lo suficientemente normal.

Todo eso termina cuando alguien menciona la invasión mañana.


Podría fingir ignorar los horrores de este lugar por un tiempo, pero
eventualmente regresan.

El humor colectivo del grupo se hunde, la risa se apaga. Cuando


llegué al campamento por primera vez, estaba segura de que era la
única que luchaba por detener al jinete. Pero ahora está claro que a
otras personas también les importa. Simplemente no están en
condiciones de hacer nada al respecto.

Yo lo estoy.

He asegurado los aviarios, y eso es algo, pero vi de primera mano


durante nuestra última invasión lo poco que realmente funciona. Solo
un puñado de pájaros se fue volando con mi mensaje, y quién sabe
cuántos de ellos fueron derribados por los arqueros.

Pero la clave para sobrevivir al ataque del jinete es ser advertido


al respecto. Si las personas tienen tiempo suficiente para huir de sus
hogares, y si corren en la dirección correcta, entonces tal vez puedan
engañar a la muerte.

Desafortunadamente, no tendré otra oportunidad de enviar


advertencias, no si Guerra me prohíbe unirme a la lucha. Si quiero
hacer algo para ayudar al mundo, tendré que trabajar con mi marido
violento.

La clave para sobrevivir a su ataque es ser advertido al respecto.


La respuesta está justo ahí, mirándome fijamente.

—Miriam, Miriam —dice Zara, chasqueando los dedos frente a mi


cara—. ¿A dónde te fuiste?

Mi mirada se encuentra con la de ella.

—Se me acaba de ocurrir algo.


Capítulo 42
Traducido por Taywong

En plena oscuridad, me levanto de la cama de Guerra, con


cuidado de no despertarlo. Está profundamente dormido, su respiración
siseando constantemente.

Las lámparas de la tienda de campaña están apagadas, y tengo


que sentir el camino hacia la ropa que puse a mí alrededor. Tan
silenciosamente como puedo, los tiro y luego me pongo las botas. Por
último, me pongo las armas y me dirijo fuera.

Mis guardias no-muertos siguen en servicio, sus ojos sin ver


nada. Pero tan pronto como me perciben, se acercan sigilosamente.

Empiezo a caminar, rodeando la tienda de campaña de Guerra, y


los muertos vivientes caen en formación a mí alrededor tal como lo
hicieron antes.

Hay que sacudirlos.

Al menos ya no hay soldados vivos en esta zona. Ese es uno de


los obstáculos que logré evitar.

A poca distancia de la tienda de campaña de Guerra, hay un


corral privado. En su interior hay un inmenso caballo con pelo del color
de la sangre derramada.

Deimos.

A veces Guerra deja que su caballo deambule sin ataduras, y a


veces, como esta noche, lo acorrala, separado de los otros caballos, por
supuesto.

Por la noche y sin la presencia reconfortante de Guerra, Deimos


se ve más aterrador de lo que recordaba. Está parado en el borde del
corral, con la cabeza girada en mi dirección. Parece que me ha estado
esperando.

Antes de que pierda los nervios, me acerco al corcel sobrenatural.


Este golpea mi barbilla con su bozal.
—Oye tú —susurro, tratando de actuar con valentía. Extiendo
una mano y froto suavemente al caballo en su hocico y entre sus ojos.

Muerde mi cabello, la acción me sacude, pero el gesto parece


afectuoso.

Tal vez solo estoy imaginando cosas, pero creo que le gusto al
caballo de Guerra.

Respiro profundamente. No sé mucho de caballos, solo que


pueden ser criaturas quisquillosas. Y desde que he estado viajando con
Guerra, he visto mi parte justa de patadas y mordiscos de caballo. Si a
estos ponis no les gusta algo, hacen saber su desagrado.

Descubriremos lo mucho que le gusto a este en los próximos


minutos...

Salto la valla, y ahora estoy encerrada con él. Unos segundos más
tarde, los cadáveres que me rodean también caminan sobre la pared del
corral.

Maldita sea. Esperaba que la cerca disuadiera a los muertos.

Solo ahora me doy cuenta de que una chica humana, seis


criaturas no muertas y un caballo salvaje, todos amontonados en un
pequeño corral, son una receta para el desastre.

Sin embargo, la reacción agresiva que anticipo del caballo de


Guerra nunca llega.

Ignora por completo a los muertos que nos rodean, y en su lugar


se acerca a mí.

Acaricio el lado del rostro de Deimos.

—¿Me dejarás montarte? —susurro.

Cuando Deimos no me estampida, decido que tal vez pueda hacer


exactamente eso.

Su silla de montar cuelga cerca. Tengo muy poca experiencia


ensillando un caballo, y mucha inquietud ensillando éste.

Definitivamente voy a ser pateada. Deimos es un bastardo


malvado. Lo he visto patear y morder y casi pisotear a una docena de
hombres desde que me uní a este campamento.

Pero cuando levanto la alfombrilla y luego el sillín, y se los pongo


sobre la espalda, no intenta hacerme daño. Me apoyo en él para
asegurar las correas, y este es el momento de la verdad. Aguanto la
respiración, esperando algún tipo de represalia de caballito. En vez de
eso, sacude la cabeza con impaciencia, como si dijera “date prisa”.

Mientras tanto, mis guardias se mantienen pasivos. Los miro,


preguntándome si son capaces de comunicarse con Guerra. Mi
estómago cae al pensarlo.

Está profundamente dormido, me tranquilizo. Eso no me impide


echar una mirada asustada en dirección a su tienda.

Una vez que termino de asegurar la silla, abro la puerta, tomo las
riendas y trato de sacar a Deimos.

El caballo sacude la cabeza hasta que suelto las riendas. Luego


comienza a hacer su propia salida, aumentando la velocidad con cada
paso.

Termino teniendo que apresurarme a su lado y a subirme a su


espalda antes de que me supere.

Por una fracción de segundo Deimos trata de sacudirme, y estoy


segura de que este es el final de mi plan a medias. Pero me aferro al
caballo, y después de unos segundos, parece que acepta el hecho de
que voy a montarlo esta noche.

Su trote aumenta en velocidad a medida que nos alejamos del


campamento. A nuestro alrededor, mis guardias no-muertos comienzan
a correr, tratando en vano de mantenerse al día. Pero el cuerpo humano
no puede moverse tan rápido, ni siquiera uno mágicamente animado.
Los cadáveres comienzan a alejarse de nosotros, y espero
desesperadamente que no se reporten inmediatamente a Guerra.

Apenas he perdido a mis guardias cuando oigo el silbido de una


flecha mientras pasa a toda velocidad.

Mierda. Me había olvidado de los soldados que patrullan el


perímetro del campamento de Guerra. Tontamente asumí que habían
sido reemplazados por los muertos. Pero no, todavía están de guardia.

Otra flecha pasa volando, y bajo mi cuerpo para estar pegada a


Deimos.

Oigo sus lejanos gritos, pero en algún momento, viajamos fuera


del alcance de sus armas.

Escapé de mis guardias y del campamento mismo.


Suelto un aliento irregular.

Paso uno completo.

Ahora al paso dos.

Lleva más de una hora llegar a Mansoura. La ciudad crece como


una maleza de la tierra, las afueras no son más que escombros
recuperados por la naturaleza.

Las pocas lámparas de gas que se encienden revelan más


cáscaras rotas de los hogares. Los pequeños edificios parecen lápidas,
sus paredes están llenas de agujeros de bala.

Es evidente que hubo combates aquí, al igual que en Jerusalén.


Tal vez la religión fue la causa, como lo fue para mi país, o tal vez fue
otra cosa. Las personas desesperadas son a menudo personas enojadas.
Y desde la Llegada, muchos de nosotros hemos estado desesperados.
Eso es todo lo que se necesita para empezar una guerra: enojo y
desesperación.

Una vez que entro en la ciudad, me doy cuenta rápidamente de


dos cosas: Una, Mansoura es enorme, mucho más grande que algunas
de las ciudades que hemos asaltado hasta ahora. Y dos, a pesar de su
tamaño, puede que ya esté abandonado. Faltan los cristales de las
ventanas, los edificios se están desmoronando y las calles están llenas
de escombros.

Sin embargo, las lámparas de gas están encendidas, y alguien


tenía que encenderlas, lo que significa que, a pesar de todas las
apariencias, la gente sigue viviendo aquí.

Mis ojos rastrean la ciudad dormida. En menos de doce horas, un


ejército de miles de personas descenderá sobre el lugar, quemando,
matando y atacando todo lo que se encuentre a la vista. Incluso en las
alas de mi pasión y de la bondad de Guerra, todavía hay un punto débil
enfermo en nuestra relación.

Los soldados egipcios se manifiestan en la oscuridad, tal como lo


hicieron en Puerto Said. Y al igual que en Port Said, sus armas están
desenfundadas. Incluso hay un arquero que apunta con su flecha a mi
pecho.
—Qué hace por aquí —exige uno de ellos.

Brevemente, me pregunto si todos los extraños que entran en la


ciudad a estas horas de la noche son bienvenidos de esta manera. No
tiene importancia.

—Guerra está a menos de veinte kilómetros de su pueblo —digo—


. En unas horas él y su ejército de cinco mil cabalgarán hacia tu
ciudad, y lo destruirán todo.

Los soldados no bajan sus armas.

—¿Cómo lo sabes? —pregunta uno de ellos.

—Soy su... —Esposa. Me muerdo la lengua para no decir ese


maldito título—. Soy uno de sus soldados.

Oigo el crujido de la madera cuando el arquero tira de su arco. Un


desliz de sus dedos y le tomaré una flecha en el pecho.

—¿Por qué deberíamos confiar en ti? —pregunta el arquero.

—No tienes ninguna razón para hacerlo —admito—, pero te ruego


que te arriesgues y evacues lo que puedas de tu ciudad.

Mis ojos se mueven a dicha ciudad. Si todavía hay tanta gente


aquí como antes del apocalipsis, no hay manera de que todos ellos
tengan tiempo de escapar. Pero algunos lo harán, y eso es todo lo que
importa.

—Si no quieres problemas —uno de los soldados dice—, te sugiero


que vuelvas por donde viniste.

¿Por qué nadie me cree?

—Escucha —digo—. Los rumores sobre el este son ciertos. Guerra


ya ha arrasado con Nueva Palestina. También pasará por aquí. Lo he
visto en varias ciudades. Le pasó a la mía.

No puedo decirlo en la oscuridad, pero los hombres parecen


escépticos.

—¿Alguno de sus mensajeros ha desaparecido recientemente sin


dejar rastro? —pregunto, tratando de no parecer exasperada—. ¿Tus
pájaros han tenido problemas para enviar mensajes a ciertas ciudades
del este?

Veo a dos de los hombres intercambiando una mirada.


—¿Qué tal el cielo? ¿Han notado que ha estado borroso
últimamente? ¿Han visto cenizas flotando en el viento?

Una vez más, los hombres intercambian una mirada.

—Al jinete le gusta quemar sus ciudades y matar todo lo que se


acerque a ellas. Tus mensajeros desaparecidos están muertos, y las
ciudades al norte y al este de ti se han quemado. Port Said se ha ido.
Así es Arish y la mayoría, si no toda, de Nueva Palestina…

Los soldados se miran unos a otros, y luego murmuran


suavemente entre ellos. El arquero todavía tiene su arma fija sobre mí,
pero incluso él está escuchando la tranquila discusión.

Eventualmente llegan a algún tipo de decisión.

—¿Y si te creemos? —dice uno, aunque a regañadientes—.


¿Entonces qué?

Por un momento las palabras no se procesan. Supongo que no


esperaba que cambiaran de opinión. No cuando parecían tan
desconfiados.

—No queda mucho tiempo —les digo a los soldados—. Los


hombres de Guerra se despertarán en una hora, tal vez menos, y
empezarán a movilizarse. Si la gente de aquí espera escapar, tendrán
que irse inmediatamente.

—Si nos has mentido —dice el arquero todavía sosteniendo su


arco y flecha sin apretar—, lo pagarás.

Desafortunadamente…

—Estoy diciendo la verdad.

Quince minutos después estoy galopando por las calles de


Mansoura.

—¡Despierten! —grito mientras voy—. ¡Todos ustedes necesitan


evacuar! ¡Se acerca Guerra! —Me muevo por la ciudad, gritando varias
versiones de lo mismo una y otra vez hasta que mi voz se ronca.

Esta fue la idea que se formó cuando me senté con Zara y esas
otras mujeres. Puede que no sea capaz de luchar contra el ejército de
Guerra, pero aun así podría advertir a las ciudades que el jinete estaba
preparado para atacar, empezando por ésta.

Lentamente, Mansoura se despierta. Las lámparas están siendo


encendidas dentro de las casas, y puedo ver a la gente barajando por
ahí, o mirando afuera con curiosidad. Eventualmente, veo a las familias
inundar las calles, algunas con sus pertenencias.

Hago una breve pausa para asimilarlo todo.

Me las arreglé para advertirles. En realidad, lo hice.

Toco mi pulsera, frotando mi pulgar sobre la Mano de Miriam.


Una parte de mí se hincha de orgullo. De hecho, ayudé a esta gente.
Podrían sobrevivir realmente a Guerra, todo porque me atreví a
escabullirme y alertarles de lo que se estaba avecinando.

Entre el caos oigo el ruido de las pezuñas, y un caballo y su jinete


se acercan a mi lado.

—Esto fue muy atrevido de tu parte.

Salto ante esa voz grave y profunda.

—Audaz e imprudente.

Mi cabeza se mueve a un lado, y ahí está Guerra, sentado a


caballo de otro, mirando las casas con sus residentes huyendo. No
parece enfadado, pero la vista de su rostro tranquilo y despiadado me
hiela hasta los huesos.

—¿Q-qué estás haciendo aquí? —digo.

—Perdoné al hijo de tu amigo en Arish, y perdoné a los


supervivientes en Port Said, todo por tu blando corazón —dice en una
conversación—. Incluso estaba dispuesto a encontrar a tu familia por ti.

Mis manos empiezan a temblar. Sé que no puedo confiar en su


nivel de voz.

Gira sus ojos despiadados hacia mí.

—¿Y así es como me lo pagas?

Estar con Guerra me ha adormecido en un falso sentido de la


realidad, uno en el que me trata con benevolencia y pasa por alto mis
acciones.

La parte de atrás de mi cuello pica. Creo que lo malinterpreté.


Me obligo a levantar la barbilla. Estamos más allá de las
disculpas o explicaciones. No me arrepiento de lo que hice, y nada en
esta tierra me quitará esa mentira de los labios.

Escudriña mi rostro. Lo que ve allí hace que la comisura de su


boca se curve hacia arriba.

El frío dentro de mí se expande, llegando a mis brazos y luego a


mis piernas.

—Sabía que ibas a causar problemas —dice—. Pero ahora, debes


verme por lo que realmente soy.

Levanta la mano…

—No.

Dios, no. Cualquier cosa menos eso.

Guerra me ignora, extendiendo su brazo, como para agarrar el


oscuro horizonte.

A nuestro alrededor, la gente se mueve por las calles. Quiero decir


que no veo a los viejos y a los jóvenes y todo lo demás en el medio, pero
todos ellos están entre la multitud que sale de sus casas. Algunos de
ellos nos miran, pero nadie parece tener idea de que hay un demonio
entre ellos.

—Por favor, Guerra —ruego, alcanzando su mano—. No tienes


que sabotear esto —digo.

—No estoy saboteando nada. Desafiaste mi voluntad, y ahora


ellos sufrirán por ello.

—Por favor —repito. Una lágrima de horror se desliza por mi


mejilla.

He tenido a este hombre desnudo contra mí. Me ha salvado del


borde de la muerte y ha sacado sentimientos en mí que nadie más
tiene.

Es capaz de la amabilidad, de la bondad. Lo he visto más de una


vez.

—Por favor. —Mi voz se rompe—. Este no eres tú.

¿No lo es, sin embargo? ¿No es exactamente quién y qué es?


Guerra me ignora, y debajo de nosotros, la tierra empieza a
temblar. El caballo sobre el que se sienta empieza a esquivar
nerviosamente.

—No —repito, esta vez sin esperanza.

Me bajo de Deimos y doy varios pasos pasmosos mientras la tierra


rueda bajo mis pies. A mi alrededor, oigo a la gente gritar mientras se
agarran unos a otros.

Miro por encima de mi hombro a Guerra, pero sus ojos se han


desenfocado. No está aquí, sino en otro lugar. Y no se parece en nada al
hombre que he llegado a querer.

La tierra se desgarra a mi alrededor, y los cuerpos blancos como


huesos se arrancan del suelo. La gente grita tan pronto como ve a los
muertos resucitando. No hay muchos muertos en esta zona de la
ciudad, pero a lo lejos oigo gritos ascendentes. Debe estar junto a un
cementerio cercano o a una fosa común de algún tipo.

Y ahora la escalofriante realización se instala: Mansoura


probablemente fue golpeado por Guerra recientemente, a juzgar por el
aspecto de la ciudad. Y en Guerra, hay muchas bajas... bajas cuyos
cuerpos pueden haber sido enterrados en la ciudad.

Los muertos a mi alrededor descienden sobre los vivos con una


agilidad antinatural.

Me giro hacia Guerra.

—¡Detente!

Nada.

Me acerco a él.

Su caballo ya está medio asustado. Debato entre asustar al corcel


en un frenesí antes de decidirme a forzarme a levantarme y subirme al
caballo.

Estoy loca, creo, especialmente cuando la montura de Guerra


levanta sus patas delanteras a mitad de camino, como advertencia. Pero
me agarro a la silla de montar lo suficiente como para agarrarme a la
armadura de Guerra, y luego empiezo a arrastrarnos de vuelta a la
tierra.

La acción es suficiente para asustar al caballo. La montura del


jinete retrocede, arrojándonos a mí y a Guerra de su espalda. Una
fracción de segundo después, el caballo se lanza al combate cuerpo a
cuerpo.

Guerra está por debajo de mí. Su brazo ya no está extendido, sus


ojos ya no son vidriosos. Sin embargo, los no-muertos no vuelven a caer
a la tierra. Cualquiera que sea el poder al que haya recurrido, no se
detendrán solo con la distracción.

Me inclino sobre él, y acuno el lado de su rostro.

—Por favor, Guerra. Por favor, encuentra tu compasión. Por favor,


detente.

—No me detendré, esposa. Nunca me detendré. Eres tú quien


debe rendirse a mis caminos.

Esa maldita palabra.

Me alejo de él y de repente me repugna la idea de tocarlo. De


cuidar de él. Es una plaga y un terror para mi mundo.

A mi alrededor la ciudad está cayendo en un caos total. Los


muertos matan a los vivos, y cada persona cortada solo se queda quieta
por un momento o dos. Luego se levantan de nuevo como los muertos
vengativos. Se vuelven contra los vivos, atacando a las mismas
personas que buscaban proteger solo unos segundos antes.

Los maridos muertos matan a sus esposas, los padres muertos


matan a sus hijos, los vecinos muertos matan a sus amigos. Toda una
vida de relaciones —relaciones profundas y significativas— se
convierten en armas en un instante.

Apenas registro las lágrimas que viajan por mi rostro. ¿Cómo


merecimos esto? ¿Qué podríamos haber hecho para merecer esto?

Los muertos me ignoran a mí y a Guerra completamente. Es casi


surrealista, y por un instante, recuerdo cómo era ver la televisión. Ser
como una mosca en la pared mientras una gran escena se desarrollaba
a tu alrededor. Lo veías, como un espectador, pero nunca te tocaba.

Me obligo a ponerme de pie. En un trance, me quito el arco del


hombro, y agarro una flecha. Y empiezo a disparar a los recién muertos.

Una madre, un abuelo, un marido, una hija, un vecino. Apenas


reaccionan a las flechas que los atraviesan. Sigo disparando, incluso
mientras lloro. Disparo hasta que ya no quedan flechas para disparar.
Y, aun así, los muertos siguen matando.
Saco mi daga de su funda y me meto en la refriega. Los no-
muertos no pelean conmigo. Se separan como el Mar Rojo, moviéndose
a mi alrededor para buscar más inocentes. Ni siquiera puedo acercarme
lo suficiente a ellos para clavar mi daga en su carne.

Quiero gritar.

—¿Crees que no sabría de tu traición? —grita Guerra detrás de


mí.

Me giro para enfrentar a mi esposo celestial, y tiemblo con toda mi


ira y angustia.

—Ni siquiera te habías ido del campamento cuando mis hombres


me lo dijeron. —Comienza a cerrar casualmente la distancia entre
nosotros, ignorando la carnicería que lo rodea, incluso cuando la sangre
rocía su ropa negra—. Cómo mi esposa se escabulló, en mi caballo nada
menos.

Solo hay una cosa en este mundo que mantendrá, una cosa que
no puede soportar perder. Una forma de que se detenga.

El miedo se apodera de mí.

Sé valiente.

Dejo que se acerque. Es solo en el último minuto que llevo mi


daga a mi garganta.

Guerra se detiene, aún demasiado lejos para agarrar mi arma,


pero lo suficientemente cerca como para que la vea apretada contra mi
piel. Sus ojos se abren de par en par, solo por una fracción de segundo.
El jinete no se lo esperaba.

—Miriam. —Guerra usa su voz amenazadora, la que te hace


querer orinarte encima. Y, sin embargo, hay una chispa de miedo en
sus ojos.

Ahora mismo soy demasiado imprudente para preocuparme por


ninguno de los dos.

—Detén el ataque —exijo.

—No seré amenazado —advierte.

Clavo el cuchillo un poco más profundo, hasta que siento un


pinchazo afilado y sangre caliente derramada por la herida y por mi
cuello.
Los ojos del jinete siguen la línea de sangre, y ahora parece un
hombre que observa cómo la arena se desliza a través de un reloj de
arena.

Pero soy yo la que se está quedando sin tiempo. Los gritos se


están callando ahora; los muertos han abrumado a los vivos. No va a
durar mucho más.

—Déjalos vivir —digo. Creo que vuelvo a rogar.

No lo hace.

No lo hace, y siento que mi corazón se rompe. Ni siquiera sabía


que podía estar roto. No por Guerra.

No puedo convencerlo. Todos estamos realmente perdidos.

Siento que mis lágrimas vienen más rápido ahora, cada una
goteando por mi rostro. Oscurece la forma del jinete, que es
probablemente la forma en que se las arregla para cerrar la distancia
que queda entre nosotros.

En un instante, se me aparece delante. Envuelve una mano


alrededor de la empuñadura de mi cuchillo y trata de quitármelo. Está
siendo demasiado gentil, reteniendo sus fuerzas, y en lugar de perder el
cuchillo, me muevo con él, tropezando con el cuerpo de Guerra, de
modo que ahora él está sosteniéndome a mí y a la hoja. El borde aún
muerde mi piel.

—Hazlo —digo, incitándolo—. Fue tan fácil para ti matarlos a


todos. Mátame a mí también.

Ahora usa su fuerza inhumana. Guerra arranca su vieja daga, y


veo furia en sus ojos.

—¡Estás loca, esposa! —dice.

—No puedes hacerlo —digo, aunque él ya lo sabía—. Estás tan


seguro de tu causa, y sin embargo no puedes matarme.

—Claro que no puedo, Miriam. ¡Dios te dio a mí! —brama—. ¡No


malgastes tu vida para hacer un punto! Te prometo que no lo
recuperarás.

—¿Crees que no lo sé? —digo en voz baja.


El jinete me agarra, demasiado enfadado para hablar. Deimos ha
vagabundeado cerca, y Guerra se acerca a la criatura, llevándome con
él. Me sube a su montura.

Hace solo unas horas, este hombre estaba dentro de mí. Recuerdo
sus ojos sobre los míos; me miraba como si fuera un extraño milagro.

Ese era el sueño. Esta es la realidad.

Todavía no me ha acompañado en su caballo, y lo miro fijamente


mientras cae el último de la ciudad, con sus gritos en silencio, uno por
uno.

—Solo estás dispuesto a seguir a tu dios cuando no tienes nada


que perder —digo—. Pero cuando lo haces, entonces ¿lo desafías? No
eres un salvador trágico, eres un monstruo de voluntad débil.
Capítulo 43
Traducido por Sofiushca

Cabalgamos en silencio durante mucho tiempo, durante el cual


Guerra ha tratado de tocar mi herida en el cuello dos veces, solo para
que yo aleje su mano. Se siente demasiado como ceder, dejar que el
jinete me sane.

—No voy a dejar de tratar de advertirles —digo en la oscuridad—.


Tendrás que matarme primero.

—Ya he comprendido bastante —dice.

No sé qué hacer con eso. Pero al menos las líneas de batalla ahora
se han trazado oficialmente.

—Podría matarlos a todos al instante, sabes —dice Guerra, de la


nada—. Cada pueblo, cada nación. El hombre no tendría ninguna
posibilidad.

No reacciono. Creo que estoy entumecida.

—Solía hacer esas cosas —continúa Guerra.

Miro el paisaje oscuro, la repulsión me recorre.

—Me desperté hace unos dos años —comienza—, justo en el


extremo sur de Vietnam. En aquel entonces no tenía ejército, solo los
muertos que levantaba del suelo. Pero fue suficiente. Fue más que
suficiente. Cada ciudad que encontré fue aniquilada en cuestión de
horas.

Aprieto la mandíbula para evitar decirle qué monstruo es otra vez.


Él lo sabe. Puedo escucharlo en su voz.

—Ya no mato así. A pesar de mi deseo de batalla, hay una parte


de mí, una parte creciente de mí, que está en desacuerdo con tales
tácticas.

Así que simplemente nos matas más despacio, quiero acusarlo,


pero ¿cuál es el punto? Prefiero no perder el aliento discutiendo con
Guerra sobre su método de matar gente cuando lo que realmente me
molesta es el hecho de que está matando gente.

Se calla de nuevo, y los dos pasamos el resto del viaje meditando.

Cuando volvemos al campamento, todavía está oscuro, silencioso


como la tumba.

Aprieto los ojos cerrados. No pienses en tumbas.

Algunos soldados de guardia nos miran con curiosidad mientras


cabalgamos a través.

Se siente mal estar de vuelta aquí. Como si todo el viaje fuera un


ensueño oscuro.

Guerra detiene a Deimos frente a su tienda. Allí los muertos


vivientes nos esperan y yo tiemblo al verlos.

Sé de lo que son realmente capaces. Lo vi de primera mano hace


solo unas horas.

Guerra salta fuera de su corcel, la antorcha cercana hace brillar


sus adornos de cabello dorados.

Cuando no lo sigo hacia abajo, me alcanza y me saca del corcel.

Por un segundo, creo que me va a traer a sus brazos. Hay una


mirada en sus ojos, como media disculpa, y casi lo creo. Pero el abrazo
nunca llega.

Agarra mis brazos, su expresión es feroz.

—Si fueras otra persona, esposa —dice en voz baja—, te mataría


yo mismo por tus acciones.

Alzo la barbilla.

—Entonces mátame y déjame ser libre —le digo, mi voz hueca.

Su agarre me aprieta.

—Maldita sea, mujer —dice, sacudiéndome—, ¿no sientes ni una


pizca de lo que siento por ti? Te digo esto porque no podría, nunca
podría matarte. Puedo destruir a toda una civilización, pero no a ti,
Miriam. No por mil desaires diferentes que podrías dar conmigo.
Prefiero antes cortarme la mano que lastimarte.
Estoy parpadeando para contener las lágrimas nuevamente, y
estoy enojada, triste, frustrada y desconsolada todo de una vez.

—Entonces córtala —le respondo bruscamente, sintiendo el


veneno de mis emociones en mis venas—. Y mientras lo hagas,
conviértela en tu brazo espada.

Sé que estoy siendo cruel. En este momento lo disfruto. Se siente


bien herir al jinete cuando nada ni nadie más puede hacerlo.

Las palabras logran su marca. Guerra me libera, conmocionado,


sus ojos más desnudos de lo que suelen estar.

Ahora que me ha dejado ir, me doy la vuelta y me alejo.

Solo he dado unos cinco pasos cuando uno de los no muertos


acechando trota cerca, abriéndose paso hacia mí. Miro a Guerra por
encima del hombro.

—Te quedarás conmigo esta noche, como lo haces siempre. —Su


voz es profunda, controlada. En este momento, es cien por ciento el
jinete, dispuesto a destruir mi mundo.

—Como el infierno que lo haré —digo.

El muerto viviente se acerca lo suficiente como para que retroceda


ante su olor, pero es Guerra quien cierra la distancia entre nosotros,
acercándose tanto a su pecho que roza el mío.

Él inclina su cabeza hacia mí.

—Te estoy dando tu dignidad ahora mismo. —Guerra se inclina —


. Y algo me dice que aún te queda mucha dignidad. No obligues a mis
muertos a tirarte por encima del hombro. Ahora, entra en nuestra
tienda.

Lo miro por un segundo o dos. Mi cuerpo prácticamente tiembla


con la necesidad de socavarlo. Pero el jinete ya ha demostrado una vez
esta noche que no puedo escapar.

Corro de todos modos.

El desafío, incluso el desafío fatalista, se siente bien.

No hago diez metros antes de que uno de sus soldados no


muertos me atropelle. Me empujan al suelo, luego me arrojan a los
brazos del cadáver.
Lo maldigo a él, a Guerra, a Dios, a cualquier otra persona inútil
en este campo. No tengo sentido de rabia. El jinete arrasó una ciudad
entera solo con su voluntad. Y fue la vista más horrible que he visto.

Todo porque intenté salvarlos primero.

Mis maldiciones se convierten en sollozos. El muerto viviente me


lleva hasta la tienda de Guerra, donde el jinete ya espera.

—Te odio, bastardo rata —le digo mientras me tiran al suelo.

Guerra no responde. En cambio, se mueve a través de su tienda,


quitando todas las armas que almacena dentro de su casa. Se los
entrega a su soldado no muerto.

—Almacena estos en un lugar seguro —le dice a la criatura—. Y


una vez que hayas terminado, trae agua caliente para la cuenca.

No me muevo del suelo, incluso cuando el soldado se va con las


cosas de Guerra. Todavía hay más armas en la tienda de Guerra, y el
jinete continúa despojándolas de la habitación hasta que cada una de
ellas se acumula en una pila.

—¿Qué estás haciendo? —pregunto.

—No confío en ti con objetos afilados en este momento.

Entonces se está deshaciendo de ellos.

—Eso es inteligente de su parte —le digo suavemente—, porque


en el momento en el que cierres los ojos, trataré de apuñalarte.

El jinete parece ligeramente divertido mientras camina hacia su


mesa y se sirve un vaso de espíritus. Al menos, su expresión parece
divertida. Sus ojos son serios.

Toma un sorbo de su bebida.

—Puedo levantarme como mis muertos. Tú no puedes. Ahí está


mi problema.

Me toma un momento reunir el significado detrás de sus


palabras. Cuando lo hago, levanto las cejas.

—¿Crees que me voy a suicidar?

Guerra me mira, su rostro inescrutable.


El jinete se traga el resto de su bebida, luego vierte otra y se
arrodilla frente a mí para entregarme el vaso. Cuando no lo tomo, él
suspira y lo limpia.

—¿Por qué te importa si me mato? —le pregunto desde donde me


siento. Mi temperamento todavía arde, pero en este momento, la
curiosidad está dominando mi odio.

Guerra se levanta y vuelve a la mesa, sirviéndose otro trago. Una


vez más, vuelve a mi lado y me lo ofrece. Dudo, luego me levanto y se lo
quito.

—Esta no es una oferta de paz —afirmo. No puede comprar mi


perdón. No después de lo que vi y de lo que hizo.

—No tenía la intención de que fuera uno.

Me muevo a la mesa y me siento. No sé por qué estoy jugando


bien en absoluto. Guerra hizo la cosa más horrible que jamás haya
visto. Pero luego todo lo que vino después de ese evento se ha separado
del guión apropiado. Se supone que debo matarlo, y se supone que debe
castigarme, pero nada de eso está sucediendo.

Guerra se prepara otro trago, luego se sienta frente a mí.

El soldado no muerto regresa a la tienda, llevando una jarra de


agua humeante. En silencio, lo vierte en la bañera en la parte trasera de
la tienda, luego sale, deteniéndose solo para recoger más armas que
Guerra depositó en ese montón.

—¿Cómo puedes querer que todos muramos? —pregunto.

—No quiero que todos mueran.

—Correcto, es tu jefe quien quiere que nos vayamos.

—Lo creas o no —dice Guerra, con aspecto cansado—, hay otras


criaturas en este planeta que vale la pena salvar, criaturas que los
humanos han eliminado sistemáticamente. ¿Alguna vez has
considerado el hecho de que aun si son el hijo favorito de Dios, no son
el único?

—¿Entonces estás haciendo esto por los mosquitos? —Debería ser


divertido, pero todavía estoy tan enojada que quiero tirar mi bebida a la
pared de la tienda.
—Ha habido varios eventos de extinción en este planeta, Miriam.
Y antes de que aparecieran mis hermanos y yo, el mundo se dirigía a
otro, todo gracias a los humanos.

Así que nos están matando para proteger todo lo demás que vive
en esta roca. Odio que el bastardo se las arregle para sonar altruista
después de los eventos de esta noche.

—Tu propia naturaleza es defectuosa —continúa Guerra—,


demasiado curiosa, demasiado egoísta. Y demasiado brutal. Por lejos
demasiado brutal. Pero no, Miriam, no quiero que todos los humanos
mueran. Mi esencia misma nació de la naturaleza humana. Sin ustedes,
no hay yo.

Un escalofrío me recorre los brazos. Con cada golpe de su espada,


el jinete se está matando.

—Así que no lo sientes por esta noche —le digo.

—No puedo cambiar mi tarea, esposa. —Sus ojos forrados de kohl


tienen una pesadez ancestral para ellos.

—Puedes escoger no hacerlo —le digo.

—¿Y por qué debería hacerlo? —desafía.

—Porque tu esposa te lo ruega.

Guerra todavía se detiene un poco ante la palabra esposa. No es


frecuente que reconozca quién soy para él. Sé que piensa que significa
que creo en este extraño matrimonio nuestro, y tal vez estaba llegando a
la posibilidad. Pero en este momento solo lo digo porque sé que se mete
debajo de su piel de una manera que pocas otras cosas pueden.

—Los humanos tienen el lujo de ser egoístas, Miriam, pero yo no.

No se siente egoísta, tratar de evitar la matanza de innumerables


personas, pero también puedo decir por la mirada aguda en los ojos de
Guerra que esta noche, mis palabras caerán en oídos sordos. Estoy
demasiado involucrada emocionalmente, y él es demasiado inflexible
acerca de su causa para ser influenciado.

Tomo otro sorbo de mi bebida. El soldado muerto ha regresado


adentro, llevando más agua caliente a la cuenca y recogiendo otro
puñado de armas al salir.

El baño es para mí, lo sé sin siquiera preguntar. Así que termino


mi bebida y dejo la mesa, desnudándome camino a la bañera. No me
importa lo que Guerra vea, ni me importa ahora si el cadáver regresa y
tiene un ojo lleno de senos. Algo de mi ira realmente ha disminuido,
pero solo para que un terrible entumecimiento pueda aparecer.

Entro en el baño poco profundo y empiezo a lavarme porque


huelo a cadáver. Le doy la espalda al jinete, no me interesa verlo, hablar
con él o interactuar de ninguna manera. A la mitad de la limpieza, el
muerto viviente vuelve y no me molesto en cubrirme. No importa; sus
ojos ciegos no miran absolutamente nada mientras completa su tarea.

—¿Entonces es eso, esposa? —Suena la voz de Guerra—. ¿Ahora


fingirás que no existo?

—Eso sería imposible —le digo, tan silenciosamente que no estoy


segura de que lo escuche.

La silla del jinete retrocede y creo que por un instante se


acercará. Sin embargo, después de un momento de pausa, sus pisadas
se mueven en la dirección opuesta. Las aletas de la tienda susurran, y
luego la Guerra se va.

Me seco en el sombrío silencio de la tienda del jinete. Estoy


exquisitamente sola y, sin embargo, puedo sentir los ojos del jinete en
todas partes. Sé que su muerto acecha a las afueras de la tienda,
esperando que yo corra.

Lanzo mi toalla sobre una silla y me pongo ropa limpia, ropa que
otra persona lavó, secó y dobló. Ropa que no es mía y que no se siente
como la mía, como el resto de este lugar.

Luego vuelvo a la mesa de Guerra y me sirvo otro trago, mis ojos


se dirigen a la luz parpadeante de la lámpara a mi alrededor.

Guerra es un tonto si piensa que las cuchillas son la única forma


de morir. Todo este lienzo, todas estas llamas abiertas. Se producen
incendios en el campamento todas las semanas. Sería muy fácil
comenzar uno aquí y dejar que estas llamas terminen el trabajo que
comenzaron en ese edificio en llamas.

Pero no derribo una lámpara ni prendo fuego a las paredes. No


quiero morir a pesar de mi bravuconada anterior.

Cierro los ojos, una lágrima se escapa, y luego tomo otro trago del
licor. Y luego un poco más. Quiero olvidar cada recuerdo desagradable
desde que llegaron los jinetes.
No puedo. Ya sé que no puedo, y emborracharme solo me hará
sentir más mal. Ninguna cantidad de alcohol puede quitar lo que he
visto. Aparto mi vaso.

Estoy viviendo en medio de una extinción.

Eso es lo que es esto. Solo que, en lugar de que los humanos se


llevaran el mundo entero junto con nosotros, los jinetes decidieron que
solo seríamos nosotros los que moriríamos. Nosotros los humanos
malos.

Levantándome, me deslizo en la cama de Guerra, ignorando la


forma en que huele a él. Mi cuerpo está cansado, mi corazón está
cansado, y poco después de cerrar los ojos, me quedo dormida.

Más tarde me despierta el jinete, que se une a mí en la cama, con


uno de sus brazos alrededor de mi cintura.

Me pongo rígida en sus brazos. No estoy lista para esto.

Trato de alejarme, pero él me sostiene rápido en su lugar. Tiene


que armar todo con fuerza, al parecer.

Esta jodida noche interminable.

—Estás en mis brazos, y sin embargo siento que estás muy, muy
lejos de mí —dice Guerra—, No me gusta esta distancia, esposa.

Al menos siente lo remota que soy. Puede evitar que deje


físicamente su lado, pero no puede evitar que me retire
emocionalmente.

Los dos nos quedamos así por lo que parecen horas. No creo que
ninguno de nosotros duerma, pero tampoco nos levantamos.

Se ha abierto un abismo entre nosotros, o tal vez siempre estuvo


allí, pero ahora no se puede ignorar.

Cuando los primeros sonidos de hombres entusiastas rompen el


silencio afuera, Guerra retira a regañadientes su mano y se sienta. Lo
escucho suspirar.

Según el resto del campamento, están invadiendo Mansoura hoy.


Ninguno de ellos sabe que Mansoura ya ha sido tomado y purgado de
su vida. Todo lo que queda es asaltar casas y robar bienes de los
muertos.
Tengo curiosidad por cómo Guerra va a manejar esto. Tan
curiosa, de hecho, que una vez que el jinete se levanta de la cama, dejo
de pretender estar dormida y me siento.

Se acerca pesadamente a su armadura de cuero, que está


dispuesta cerca de la cama. Su enorme espada está tendida a su lado,
la espada monstruosa envainada en su vaina carmesí. Estoy medio
sorprendida de que haya traído la espada a la tienda después de la gran
producción que hizo sobre la eliminación de todas las armas de este
lugar.

Un pensamiento oscuro y desesperado me invade al ver esa


espada.

Atrapada en los ganchos de mi propia mente, me levanto,


avanzando hacia la hoja, atraída por ella.

Guerra se detiene justo en el medio de ponerse la placa del pecho,


sus ojos fijos en mí. Quitó todas las armas menos una de esta
habitación, y ahora su esposa se acerca. Estoy segura de que las
preocupaciones de anoche de que intenté lastimarme ahora están
alzando sus feas cabezas, pero él no toma la espada.

Me arrodillo frente a su espada. Agarrando la empuñadura, saco


el arma un poco de su vaina. Blasonado en el acero hay más de esa
extraña escritura que decora los nudillos y el cofre de Guerra. Estos
caracteres no brillan, pero puedo decir que el idioma es el mismo. El
lenguaje de Dios.

—Miriam. —Es una advertencia.

Echo un vistazo a Guerra, y sus ojos violentos y violentos tienen


un borde.

—No me voy a matar —le digo.

Él no se relaja, y disfruto su inquietud.

Volviendo a la hoja, paso los dedos sobre las marcas alienígenas.


Luego, aparentemente por propia voluntad, mis dedos se deslizan hasta
el borde de la cuchilla.

—Miriam. —Mi última advertencia.

Paso el pulgar sobre el filo de la espada, luego maldigo cuando


siento el acero mellar mi piel. El hijo de puta está afilado.
Meto el dedo en la boca justo cuando el jinete me quita el arma de
las manos.

—Le gusta el sabor de la sangre —dice Guerra, como si su arma


pudiera crecer repentinamente los dientes y comerme entera.

Él termina de ponerse su armadura, manteniéndose entre mí y su


espada. Por último, asegura su espada a su espalda.

Afuera, el ruido se hace más fuerte.

—Tengo que irme.

Guerra se acerca. Puedo decir que quiere besarme, o al menos


tocarme, pero no lo hace. Puede que el jinete no sea humano, pero
entiende lo suficiente sobre los impulsos humanos como para saber que
debe mantenerse alejado de mí. Aun así, sus ojos se ven lamentables.

Espera un momento o dos para que yo diga algo, y lo considero...

Espero que no vuelvas.

Que tus enemigos te derriben.

Púdrete en la miseria, gilipollas.

Pero mi ira candente desapareció hace tiempo, y es difícil reunir


la energía para seguir enojada.

Guerra perdura el tiempo suficiente para darse cuenta de que no


voy a darle ningún tipo de feliz despedida. Con una última y pesada
mirada hacia mí, deja la tienda, el lienzo cruje detrás de él.

Realmente nunca obtuve una respuesta a mi pregunta candente:


¿cómo se controlará Guerra hoy?

Sin embargo, obtuve una respuesta a una pregunta que no tenía


la intención de hacer.

Echo un vistazo al corte en mi pulgar. Una gota de sangre todavía


gotea allí. Sonrío un poco al verlo, luego me limpio la sangre.
Capítulo 44
Traducido por Arifue

No veo a Guerra hasta esa noche. Para entonces, la celebración


está en pleno apogeo, los tambores de guerra emitiendo un hipnótico
sonido.

No importaba que la incursión hubiese fracasado. Cada persona


aquí esta noche se ve alegre.

Me muevo por los bordes de la multitud, las personas


apartándose del camino mientras mis guardaespaldas no muertos se
abren paso entre la multitud.

Mis ojos miran hacia Guerra, quien está sentado en su trono, con
el ceño fruncido. Guerra me encuentra con la mirada desde su trono,
con ojos entrecerrados. Se levanta, y toda la multitud reacciona a este
simple movimiento.

Lo miro fijamente. No puedo evitarlo. Mi corazón, mi obstinado y


feo corazón, tartamudeaba. Siempre es amor y guerra entre nosotros.

Él no se detendría. Nunca lo hará.

Camino a través de la multitud, mirando cómo se abre el camino


para mí y mi grotesco séquito.

Guerra deja su trono, encontrándonos a mitad del camino.

Antes de hacer o decir nada, me besa. Es tan, pero tan descarado


de su parte, considerando donde lo habíamos dejado. Y ahora todo el
campamento confirma lo que habían asumido sobre nosotros. En caso
de que no hubiese sido súper aparente.

—¿Dónde has estado? —pregunta Guerra, rompiendo el beso.

Pero no es realmente una pregunta. Sus muertos han sido mis


guardines todo el día; Guerra debía tener alguna idea de donde había
estado. Lo que fue en el cuartel de las mujeres.

—¿Me amas? —le pregunto.


Guerra enarca sus cejas, sus oscuros ojos moviéndose entre los
míos. Es demasiado guapo.

Su mano se acerca a la unión de mi hombro con mi cuello, y lo


aprieta gentilmente.

—¿Lo haces? —repito.

—¿En serio no puedes verlo por ti misma? —dice, tan despacio


que casi no lo escucho.

Tomo una temblorosa respiración.

—Entonces deja de asesinar —digo—. Por favor, es todo lo que te


pido.

—Me pides que deje todo. —Guerra realmente se ve dolido, ante el


pensamiento de dejar de matar.

Él es la batalla encarnada. Tal vez estoy pidiéndole más que solo


dejar un hábito. Tal vez estoy pidiéndole que niegue una parte de su
propia alma.

—Por favor…

Su expresión se endurece.

—No. —Su tono es absoluto, inflexible.

Sabía que no se rendiría y aun así mi corazón se rompe una y


otra vez.

Sin ninguna otra palabra me alejo de él, su largo brazo


deslizándose de mi hombro. Atravesando la multitud, mi nariz pica con
el olor a sudor y descomposición que parece sofocar el lugar. Mis
guardias hormigueaban a mí alrededor.

He tenido muchas consideraciones con Guerra. Demasiadas.

Incontables.

Sé valiente.

No hay ningún lugar al que ir. Ninguno en donde pueda escapar


de estos horrores. Ni siquiera tengo mi propia tienda. Quiero gritar.

Considero dejar el campamento por completo; no es que serviría


de algo, pero aun así lo considero. Miro mi pulgar, donde el corte de
esta mañana ya ha sanado. Irme sería una tontería de todos modos; ya
he hecho planes para esta noche.

Me dirijo hacia la tienda de Guerra, el único lugar donde los


guardias no-muertos no me seguirán. Cuando entro, mis ojos recorren
el lugar. Todavía no hay armas dentro, incluyendo mis flechas.

Detrás de mí, escucho las solapas de tienda abriéndose.

—¿Qué fue eso? —La voz de Guerra es baja y amenazadora.

Mis ojos se amplían. En realidad, no pensé que dejaría la fiesta


tan pronto. Nunca lo hace.

Me giro mientras él me acecha.

—Quieres estar conmigo, pero no estás dispuesto a hacer ningún


sacrificio —digo. Lista para tomarlo donde lo habíamos dejado antes.

Guerra se acerca.

—No estoy aquí para hacer sacrificios, Miriam. Estoy aquí para
tomarlos. Cualesquiera que sean las nociones humanas que tengas
sobre las relaciones, déjalas de lado; esas no aplican a nosotros.

Mi rabia de la noche pasada está de vuelta y arde tan caliente que


estoy temblando con ella. El jinete todavía me reta con la mirada.

Entonces me voy. Me iré y pasaré el resto de lo que seguro será


una corta vida, tratando de olvidarte.

Retengo las palabras.

En cambio, empujo su pecho. Su cuerpo apenas se mueve.

El jinete sonríe sombríamente hacia mí.

—Incluso vencida, tienes mucho fuego. He visto villas arder


menos brillantes.

Lo empujo de nuevo… y de nuevo y otra vez. No paro hasta que él


atrapa mis muñecas.

Me libera y entonces me besa, sus labios feroces e inolvidables.


Este es el Guerra que recordaba. Es poder y posesión.

Caigo en su beso, tratando de no pensar nada más allá de mover


mis labios. Es difícil besarlo, es difícil bailar en esta línea entre el deseo
y la rabia.
Él es un infierno: su boca caliente sobre la mía, sus hábiles dedos
tirando de mi ropa.

Guerra me lanza al catre, sus rodillas entre mis piernas.

—Hay algunos sacrificios que puedo hacer.

Me desbrocha los pantalones y los tira fuera junto a mis bragas,


quitando los zapatos y la medias al mismo tiempo. Entonces su boca
desciende a mi centro.

Enredo mis dedos en su cabello, tirando de sus oscuros rizos lo


suficientemente fuerte como para que duela. Inclino su cara para que
me mire.

—No quiero ver lo que puedes darme —le digo, aun molesta, muy
muy molesta—, Muéstrame los beneficios de tomarlos.

Con una malvada sonrisa, lo hace.

Espero hasta que Guerra se duerme.

Probablemente pensarías que un inmortal como él —uno que


supuestamente no necesita descansar— ya habría aprendido a
mantenerse despierto, viviendo con una mujer como yo. Pero no lo ha
hecho, aún. Para ser justos, hice todo lo que podía para asegurarme que
cayera dormido esta noche.

Ahora cuidadosamente me desenredo de él, levantándome para


ponerme mi ropa y zapatos.

Me dirijo hacia uno de los cofres de Guerra y lo abro


cuidadosamente. Dentro, entre las ropas del jinete hay una soga que
descubrí antes. Rápidamente la tomo y camino a través de la tienda.

La voz de mi madre resuena en mi oído.

Miriam, no lo hagas… puedo decir que esta es una idea muy


estúpida.

Coloco la cuerda sobre la mesa y luego camino hacia el montón de


ropa que Guerra dejó atrás. Encima de todo está puesta su espada.
Probablemente tenía la intención de guardarla, pero el sexo y el sueño
lo distrajeron.
Tomo el arma, y…

Mierda, esta arma es jodidamente pesada. No puedo creer que él


balancee esta cosa por allí todo el día.

Cuidadosamente, saco la espada de su vaina. La espada silba


cuando deja su vaina.

En el catre, Guerra se mueve.

Mordiendo mi labio inferior, para evitar hacer algún ruido,


observo al jinete moverse. Su respiración se empareja, y me relajo.

Silenciosamente me aproximo al jinete, usando las dos manos


para cargar su colosal arma. La cabeza de Guerra se gira hacia otro
lado, y estoy especialmente agradecida por eso. No quiero ver su
expresión suavizada por el sueño. Eso definitivamente me haría perder
el valor.

Me acerco a la cama. Las sábanas solo cubren hasta las caderas


de Guerra; el resto de su cuerpo desnudo queda expuesto a la tenue luz
de la lámpara. Los tatuajes en su pecho brillan carmesí contra su piel
oliva.

Mientras lo observo, mueve su cuerpo en mi dirección.

Miro hacia su rostro, la espada en mi mano sintiéndose


imposiblemente pesada. El kohl que pinta sus ojos está corrido;
prácticamente puedo ver donde mis dedos lo han tocado, y en este
momento sus rasgos son tan suaves. Se ve bastante humano.

Demasiado humano.

No puedo hacer esto.

Por supuesto que no puedo. Una cosa es pelear con alguien en el


campo de batalla o en defensa propia. Otra cosa es planear fríamente…
esto.

Mis pies dan un paso atrás, y sin fijarme, pateo una jarra de
metal cerca de la cama, la que usualmente uso para tomar agua cuando
tenía sed en la noche.

El profundo, y ensordecedor sonido vence la tranquilidad del


cuarto mientras se vuelca y su contenido se derrama sobre la alfombra.

Mierda.
Guerra abre sus ojos de golpe, y es demasiado tarde para
retroceder ahora. Su espada está en mi mano y estoy parada mirándolo
desde arriba. Es demasiado tarde para deshacer mis planes.

—Miriam —dice el jinete, frotando su frente mientras me mira y


luego a su espada. Se ve realmente confundido.

Pensé que reconocería la acción más rápido que eso. Él está


bastante familiarizado con la táctica.

Confía en ti con absoluta seguridad, su esposa.

Usando las dos manos, apunto la espada hacia el esternón de


jinete.

El aturdimiento de Guerra se aleja junto con la confusión.

—¿Esposa, que estás haciendo?

—Vas a dejar de cazarnos, a los humanos. No más incursiones,


no más masacres. Cualquiera que sea la misión que realizas, termina
esta noche.

Ahora él está despierto.

—¿Qué es esto? ¿Una amenaza?

El jinete enarca sus cejas desde donde está acostado. Su mirada


se mueve sobre mí, y puedo decir que está buscando alguna razón —
cualquier razón— que pueda explicar mi comportamiento.

No me muevo, solo mantengo la espada estable apuntando hacía


su pecho, incluso mientras mis muñecas están sufriendo por el
esfuerzo.

Su boca se curva en una sonrisa burlona, incluso aunque no


alcanza sus ojos.

—¿Y qué pasa si digo que no? ¿Entonces qué? ¿Vas a


asesinarme?

Sí.

Él me mira fijamente, y su expresión no cambia en lo más


mínimo. He visto esta mirada en él antes, cuando los hombres se
atreven a cruzarse en su camino.

Guerra se sienta un poco, apoyándose en sus codos, incluso


aunque esto acerque la espada más a su piel. No está preocupado. Para
nada. He olvidado la última vez que lo enfrenté con un arma. El dolor
no lo asusta.

—¿Has pensado bien sobre esto, esposa? —pregunta.

Pensé que lo había hecho, pero…

—Porque, si lo hiciste —continúa—, sabes que solo estaré muerto


por poco tiempo —agrega—. Y cuando resucite de nuevo… —Me da una
dura mirada—, mi ira, una vez avivada, será insaciable.

Ya puedo sentir la furia que se construye detrás de sus ojos,


creciendo con cada segundo que pasa.

Mi respiración se corta y mi pulso es como tambores en mis


oídos. Sus palabras me hacen titubear. Pero afirmo mi agarre en el
mango y presiono la punta de la espada en su piel, mi resolución
haciéndose más fuerte.

—Acepta —demando. Una gota de sangre cae por la hoja,


arruinando su piel perfecta.

No hay vuelta atrás.

—Tendrías mi rendición —dice Guerra como si fuera un insulto.

—Si eso es lo que me pides a mí.

Esos ojos se ven en este momento tan negros como la noche.

—No.

Es la segunda vez esta noche que se niega.

Sabía que había estado esperando esta negación… y todavía así


me sorprende. Una desagradable sorpresa. Tal vez porque eso significa
que debo seguir con mi propio plan. No tenía la intención de seguirlo.

Mi mirada va hacia su carne, donde la punta de la espada


presiona contra él. Todo lo que tengo que hacer es atravesar la piel, solo
tengo que causarle dolor al jinete.

Pero no puedo.

He matado antes, he tomado otras vidas tantas veces. La vida de


mejores hombres que Guerra. Pero ahora, pensar en herir a este terrible
inmortal, hace que me den nauseas.

No puedo, no puedo, no puedo.


Oh por Dios, creo que de verdad me preocupo por este monstruo.

Mis manos están temblando y siento la bilis subiendo por la parte


de atrás de mi garganta.

Los dos nos estamos mirando uno al otro, y puedo decir que
Guerra está esperando.

Tengo la soga y un plan y joder, solo necesito hacer esto.

No puedo...

Alejo la espada de Guerra.

Sus ojos se entrecierran, pero se relaja.

—Eso fue una buena decisión….

…no puedo enamorarme de este monstruo.

Me lanzo, conduciendo el arma hacia el jinete, apuntando hacia


su garganta. Guerra atrapa la espada por la cuchilla, sus manos la
envuelven. La sangre mana por sus dedos, deslizándose por sus
muñecas y a lo largo de los bordes de su arma.

Si Guerra siente algún dolor físico, no lo demuestra.

En cambio, en sus ojos es donde se ve el dolor.

—Te atreves a herirme… con mi propia espada. —Esa última


parte es como si fuera un insulto para él.

—No es menos de lo que te mereces. —Odio que mi garganta se


apriete cuando digo esas palabras.

—No menos de lo que merezco —repite, su tono sin ninguna


inflexión—. ¿Es eso lo que piensas? Me has besado y me has follado y
repites mi nombre como una plegaria, ¿y crees que merezco la muerte?

Lo miro sin pestañear.

—Mereces algo peor.

Las esquinas de los ojos de Guerra se tensan, y ahora puedo


sentir la brisa de esa ira de la que habló. Estaba enojado antes, pero
ahora realmente lo he herido de una manera que nadie más puede
hacerlo.

Aquí es donde el jinete toma mi cabeza y la gira hasta que me


cruja el cuello. Y a diferencia de él, yo no volveré de la muerte.
Ahora es un asunto de vida y muerte.

Al diablo tus sentimientos, Miriam, acábalo.

Le pongo mi peso a la espada.

—Ríndete —le ordeno.

El labio superior de Guerra se curva, y sus ojos brillan con furia


mientras sostiene la hoja hacia atrás. Gotas de sangre caen en su
cadera y sobre la cama. Nuestra cama.

—Sé de lo que eres capaz —digo. Es lo suficientemente humano.


Lo he visto cambiar de parecer y cambiar sus reglas. Matar es una
opción para él, no importa qué tan insertado esté en su naturaleza.

—Te daré la última oportunidad de soltar mi arma, esposa. —El


título es como una bofetada—. Aplacaré un poco de mi ira si lo haces.

—Ríndete —repito.

Con un hábil tirón, Guerra me quita la espada y la arroja a un


lado. Y luego nos quedamos mirando el uno al otro. Su sangre gotea por
sus manos sobre las sábanas empacadas debajo de él.

Sin su arma, me siento extremadamente desnuda.

Podría haber planeado esto… mejor. Pero en cambio, dejé que mis
emociones interfirieran, y no funcionó.

No sé si realmente pensé que funcionaria, así como no sabía si


advertir a Mansoura habría funcionado, pero había esperado que
amenazarlo —tal vez, incapacitarlo— al menos habría hecho algo.

Niña tonta, tonta.

Guerra se levanta, y aunque está desnudo, es terriblemente


amenazante.

—Me traicionaste. —A los ojos del jinete, ese es el peor crimen que
se puede cometer.

Da un paso amenazador en mi dirección, su enorme cuerpo


aproximándose. Por primera vez desde Jerusalén, catalogo cada bulto
de sus gruesos músculos, no como un aspecto de su belleza de otro
mundo, sino como una prueba de todas las formas en que puede
lastimarme.
Me muevo insegura hacia atrás. Toda mi bravuconería se queda
atrás.

¿Cómo salgo de esta situación?

Guerra nota mi retroceso, y se ríe fuerte, un terrible sonido.

—Es muy tarde para correr, chica salvaje.

De una vez por todas, se acerca a mí, y que Dios me salve, porque
esto es todo.

El jinete me agarra, su sangre manchando sobre mi piel como


pintura de guerra.

—¿Creíste que podrías amedrentarme tan fácilmente? Yo creé la


violencia. No puedes superarme en mi propio juego.

Mis rodillas se ponen débiles del miedo. Fui una idiota en nunca
temerle a este hombre.

Las manos de Guerra se mueven a mi cabello, su sangre


manchando mis mejillas, mis oídos y mi cuero cabelludo.

—Es aquí donde te rindes, esposa —dice, en voz baja—. Ríndete a


mí de verdad, así como prometiste qué harías.

Hay muchas cosas que Guerra podría tomar de mí, pero mi


palabra no es una de ellas.

—No me rendiré ante nadie —digo—. Y si alguna vez creíste lo


contrario, eres un tonto.

La mirada del jinete se estrecha. Entonces se ríe, un sonido


profundo y escalofriante que levanta el vello a lo largo de mi brazo.

Él ahueca mi mandíbula.

—La tierra está llena de tantos huesos —susurra.

No sé qué hacer con esas palabras, solo que debo estar aterrada
de ellas.

Guerra libera mi mandíbula. Puedo sentir mi piel manchada por


su sangre.

Su mano se mueve hacia el hueco en la base de mi garganta.


Guerra traza mi cicatriz, la forma ahora manchada con su sangre.

—Este es el símbolo Angelical para rendirse.


¿A dónde va con eso?

Su mirada furiosa se encuentra con la mía.

—No soy el único que puede volver de la muerte —dice Guerra—.


Tú, al igual que yo, fuiste traída de vuelta a la vida y marcada.

El agua se precipitaba den…

Yo creía que había muerto ese día. Un escalofrió corre por mi


columna.

Mis ojos van a los tatuajes de Guerra, y ahora que los miro, la
forma de ellos es similar a la de mi extraña cicatriz. Nunca había
notado las similitudes. No hasta ahora.

Guerra pasa una mano sobre sus brillantes tatuajes.

—Este es mi propósito, escrito en mi piel. —Asiente hacia mi


cicatriz—. Ese es el tuyo.

Sacudo mi cabeza.

—Niégalo todo lo que quieras, pero no cambiará la verdad: fuiste


hecha para rendirte ante mí.
Capítulo 45
Traducido por Wan_TT18

Guerra se marcha poco después de sus últimas palabras.

En su lugar hay muertos vivientes, muchos, muchos de ellos.


Puedo sentirlos fuera de la tienda, pero son los que están adentro —los
que envió Guerra— los que captan más mi atención.

La mayoría de estos están un poco más descompuestos de lo


habitual, y su madurez me tiene tapándome la boca.

Estoy segura de que el jinete recogió estos cadáveres a propósito.

Prueba de que Guerra puede ser tan mezquino como el resto de


nosotros.

Las largas horas de la noche pasan, y no tengo nada con qué


llenarlas. El sueño me elude, y mi kit de fabricación de herramientas y
flechas son confiscadas con el resto del armamento de Guerra,
dejándome sin nada que hacer con mis manos. Todavía está esa novela
romántica muy gastada…

La idea de leerlo me tuerce las tripas. No podría soportar


escuchar sobre la gran vida amorosa de otra persona cuando la mía es
un desastre.

Casi lo mato. Hubo un momento en que me apoyaba en la espada


de Guerra, donde estaba poniendo todo mi peso en el empuje. Solo la
fuerza pura del jinete evitó que la cuchilla perforara su piel.

Me froto los ojos, sintiendo mil años.

La violencia no soluciona la violencia. Lo sé, y lo supe antes de


idear mi plan. Sin embargo, nada más ha funcionado. He estado
enojada y cansada de ver morir a demasiados inocentes. Y al final, al
menos Guerra tenía esa misma sorpresa herida en sus ojos que tenían
tantos de estos civiles condenados. Por lo menos, mi jinete probó su
propio castigo.

A media mañana, los sonidos del campamento están en pleno


apogeo. La gente se está riendo, discutiendo, sacudiéndose la ropa
polvorienta, afilando sus cuchillas o fumando cigarrillos y pateando
pelotas alrededor de las tiendas. Ya he escuchado que los tambores de
guerra anunciaban en una ejecución, y el desayuno vino y se fue. En
todo ese tiempo, Guerra no ha regresado.

Estoy ocupada mirando la foto de mi familia y mi pulgar frotando


la cara de mi padre, cuando los no-muertos a mi alrededor se
enderezan. Entonces, de a uno, se me acercan.

Se cierran hasta que está claro que me van a agarrar.

—Si quieren que los siga —les digo rápidamente, dejando a un


lado la foto—, lo haré. Solo por favor no me toquen.

Los guardias se detienen cerca de mí, flanqueándome por todos


lados. Luego, de a uno, comienzan a caminar hacia la puerta de la
tienda, y soy arrastrada junto con ellos. Juntos, nuestro grupo
abandona los cuarteles de Guerra y nos dirigimos hacia el centro del
campamento.

En algún lugar en la distancia, los tambores de guerra vuelven a


sonar, el sonido hace que mi piel se erice. Cuanto más caminamos, más
fuerte se hace, hasta que está claro que los tambores están sonando
para mí.

Hay cientos, quizá miles, de personas que se han apiñado


alrededor del claro. Nos miran pasar en grupo con una mezcla de
curiosidad y horror. Atravesamos la multitud, las personas que nos
rodean nos dan mucho espacio para caminar.

A medida que el sol de la mañana cae sobre el claro y el olor a


alcohol y vómito derramado se eleva desde la tierra, esto se siente como
un sueño que se dejó pudrir.

Entre todos, Guerra se sienta en su trono. Sus jinetes fobos se


extienden a su alrededor, la mayoría con aspecto estoico, pero algunos
de ellos parecen complacidos. Solo Hussain, el único jinete que ha sido
amable conmigo, parece preocupado.

Me llevan ante Guerra, mis guardias finalmente se detienen al pie


de su tarima elevada. No me han atado ni maltratado, pero está
bastante claro que soy una prisionera.

Los tambores siguen sonando, golpeando cada vez más rápido, y


la multitud se está volviendo loca.

Algo malo está por suceder.


Miro a Guerra, y se ve tan remoto. El jinete me da una mirada
despectiva, y siento que soy solo otra mujer que lo ha satisfecho por un
tiempo. Pero ahora soy un juguete que da más trabajo de lo que vale.

De repente, los tambores se cortan y la multitud se queda en


silencio. Sopla una brisa, agitando mi cabello en el silencio.

—Devedene ugire denga hamdi mosego meve —comienza a decir


Guerra.

Has descubierto mi única debilidad antes que yo.

A mi alrededor, la multitud escucha con entusiasmo, como si


entendieran incluso un ápice de lo que está diciendo.

Lo miro fijamente sin pestañear.

—Denmoguno varenge odi. —Su voz es fuerte como un trueno.

No puedo castigarte.

A juzgar por mi situación, estoy segura de que Guerra descubrió


algo.

Debajo de mis pies, la tierra comienza a temblar.

Mi corazón se salta un latido. Conozco esta sensación.

—¿Qué estás haciendo? —pregunto.

A nuestro alrededor, la gente mira el entorno, insegura de lo que


está sucediendo. Algunos parecen más asustados que otros; estoy
segura de que esas personas asustadas también están familiarizadas
con esta sensación.

Además de Guerra, los únicos que no parecen molestos son los


jinetes fobos.

Guerra me mira fijamente, con su mirada profunda y oscura.

—Denmoguno varenge odi —repite.

No puedo castigarte. Hay un énfasis en esa última palabra.

—Eso ono monugune varenge vemdi nivame vimhusve msinya.

Pero puedo castigar a otros por tus delitos.

La primera mano esquelética sale del suelo.

Oh Dios.
La tierra está llena de tantos huesos, dijo anoche. No había
entendido sus palabras entonces, pero ahora, mientras veo a los
muertos salir de sus tumbas, entiendo. Donde quiera que vaya Guerra,
él tiene un ejército listo.

Alguien da un grito de sorpresa. Luego hay otros varios gritos. Me


doy la vuelta justo cuando una onda atraviesa la multitud.

Los muertos se levantan, algunos no más que huesos, otros


cáscaras secas, y otros aún se ven recién muertos. No solo los
cadáveres humanos son arrastrados del suelo. Los animales también
son sacados de la tierra, sus huesos resuenan y se muelen mientras se
mueven.

La gente no sabe qué hacer con eso. Ni siquiera cuando esos


huesos comienzan a acercarse a ellos.

El jinete nunca ha hecho esto antes, nunca se volvió


completamente contra su propio ejército.

Echo un vistazo a Guerra. Sus ojos son tormentosos, su


expresión resuelta. Ha hecho las paces con mi castigo.

Mi castigo.

—Detente.

—Mevekange vago odi anume vago veki. Odi wevesvooge oyu


mossoun yevu.

Pensé que los querrías muertos. Lo has hecho tu misión.

Tiene razón; había hecho mi misión sacar a su ejército. Pero


ahora que los está atacando como lo ha hecho en cualquier otra
ciudad... Recuerdo nuestra humanidad compartida.

—Detente. Por favor.

Pero, no lo hace.

No veo la primera parte de sangre derramada, pero escucho el


grito. Ahora un verdadero grito espeluznante sube. No es miedo lo que
escucho, sino dolor.

Otro grito lo acompaña, luego otro.

La mayoría de estas criaturas no muertas no son más que huesos


frágiles y un poco de tendón seco. Debería ser fácil pulverizarlos en
polvo. Y estoy segura de que algunas personas hacen exactamente eso,
pero hay tantos muertos y no les importa nada la auto-conservación,
solamente la carnicería.

Un esqueleto muerde a un hombre en la garganta y la sangre


brota con fuerza. Otro tuerce el cuello de una mujer. A mi alrededor, la
gente cae al suelo muerta.

Todo el tiempo, Guerra observa impasible la masacre.

Es un hijo de puta malvado.

No me molesto en volver a rogar. Intenté esa táctica antes,


cuando Guerra no intentaba castigarme. Le supliqué hasta el final.

No le daré el placer de mi angustia. No otra vez.

Así es como se ve un corazón roto en un jinete, y es aterrador.

Ahora la gente se dispersa y los muertos los persiguen. Algunos


corren hacia mí.

Mis guardias, que no se han unido a la refriega, desenfundan sus


armas. En el momento en que alguien se acerca demasiado, atacan.

Otra ola de gritos proviene de las carpas que rodean el claro.

Zara. Mamoon.

Siento que la sangre se drena de mi cara.

—Guerra... —Estaba equivocada, estoy dispuesta a rogar—.


Guerra, por favor, detén esto.

Me ignora, con sus ojos enfocados en la pelea.

Avanzo hacia él, mis manos comienzan a temblar. Mi amiga, su


sobrino; no podría vivir con sus muertes en mi conciencia.

—¡Guerra!

Mis guardias me bloquean el camino. Trato de pasarlos y ellos me


agarran, deteniéndome.

—Maldita sea, Guerra, mírame.

—No —dice el jinete, sin molestarse en hablar en lenguas; los


gritos ahogan la mayoría de sus palabras—. Ahora es cuando tú miras,
esposa. Caen porque te atreviste a intentar matarme.
Me sacudo contra el agarre de los muertos vivientes, pero no me
liberan. Me dan la vuelta y me mantienen en su lugar mientras la horda
de Guerra es asesinada.

Me veo obligada a verlo todo, y esta vez, a los vivos les lleva
mucho más tiempo morir que en Mansoura. Yacen en pilas sangrientas
en el suelo, y supongo que es una pequeña bendición que los muertos
permanezcan muertos.

Pensé que había vivido y visto todo: la pérdida de mi familia, la


pérdida de mi hogar, la pérdida de tantas personas. Pensé que el dolor
era una especie de armadura; si lo peor te sucede, eventualmente, no
quedará nada para lastimarte.

Quizás eso es cierto. Pero este vacío tiene su propio dolor


aterrador.

Finalmente, los gritos desaparecen y el caos da paso a la quietud.


Finalmente, mis guardias me liberan los brazos y doy un paso
tambaleante hacia adelante.

Los no-muertos caen al suelo en el siguiente instante. Con su


tarea completada, pueden descansar una vez más.

Mis ojos recorren el claro, con sus montones de cuerpos


ensangrentados y rotos. En una ola enferma, todo el asentamiento se
ha ido.

Ese dolor hueco sigue ahí. Palpita a lo largo de mi piel y se sienta


como un bulto en mi estómago.

Está tranquilo. Tan anormalmente tranquilo. Las carpas de lona


se agitan con la brisa, pero no hay sonidos de vida.

Zara. Mamoon.

Respiro hondo y sus muertes me golpean como si fuera un golpe


físico. Todo mi cuerpo tiembla de adrenalina, con terror y culpa.

Me llevo una mano a la boca. No voy a llorar. No delante de esta


bestia.

Puedo sentir a Guerra detrás de mí, su venganza se asienta a


nuestro alrededor como cenizas a la deriva en el suelo. Cómo lo odio.
Cómo nunca he odiado algo tan profundamente en toda mi vida.

Mi corazón se aprieta.
Nunca me ha importado nada tan profundamente tampoco. Si
tenía la intención de romper mi corazón como yo lo hice con el suyo,
entonces, entre la destrucción de Mansoura y esto, ha tenido éxito.

Bajo mis pies, la tierra comienza a temblar una vez más.

Le lanzo a Guerra una mirada de ojos salvajes. ¿Es mi turno de


morir ahora?

Uno por uno, los muertos a mí alrededor se levantan, animados


una vez más. Pero lo que trajo esa chispa de vida a sus ojos, ahora está
ausente. Esa mujer nunca fumará otro cigarrillo y ese hombre nunca
jugará a las cartas con sus amigos. Las personas que bebieron y
bailaron en este claro tan solo anoche se han ido de verdad, ya sea al
cielo o al infierno o a otro lugar por completo.

—Nunca voy a parar —dice Guerra.

Mi mirada se mueve hacia él. Estoy tan alejada que siento que
estoy hecha de piedra.

—Yo tampoco.

Me alejo del jinete cuando lo oigo. En algún lugar en la distancia


llega el llanto de un niño. Todo en mí se queda quieto.

Pero él mató a todos.

Espero escuchar el sonido nuevamente, y efectivamente, lo hago,


solo que ahora hay varios gritos más que se unen. No quiero creerlo.
Esto debe ser otra parte de mi castigo, hacer que sus criaturas suenen
como las vivas.

Los muertos vivientes de repente comienzan a moverse,


separándose lo suficiente como para hacer un pasillo desde el borde del
claro hasta el estrado.

Más allá de ellos, veo movimiento, y ahora hay más llanto y


algunos gritos. Varias docenas de no-muertos se adelantan, luciendo
espeluznantes por sus recientes muertes. Se mueven por el pasillo,
llegando hasta donde estamos mis guardias y yo. Con ellos, los ruidos
humanos se hacen más fuertes.

Estoy conteniendo la respiración mientras se alejan del pasillo,


deslizándose entre la multitud de muertos, dejando atrás una línea de
personas muy confundidas, muy asustadas y muy vivas. A la cabeza de
la línea están Zara y Mamoon.
Me ahogo en un sollozo, casi cayendo de rodillas.

Detrás de mí, escucho el surgimiento de Guerra. Entonces, el


siniestro sonido de sus pisadas. Se acerca a mí y presiona sus labios
contra mi oído.

—Por tu corazón blando.


Capítulo 46
Traducido por Grisy Taty

—Eso fue estúpido de tu parte —dice Hussain.

El jinete fobos me encuentra más tarde ese día sentada entre una
línea de tiendas vacías. Ya he abrazado a mi amiga y su sobrino y he
procesado —o al menos intenté procesar— los horrores del día.

Ahora simplemente me estoy escondiendo de lo que queda del


mundo.

Y a juzgar por la presencia de Hussain, claramente he hecho un


trabajo de mierda con eso.

Hussain debe ser el único de los jinetes fobos de Guerra con el


que de hecho me llevo bien, aunque no he hablado con él en un tiempo.
Desde que un jinete trató de asesinarme, el jinete ha estado un poco
renuente a dejar que sus hombres se acerquen. Ahora, aparentemente,
ese ya no es el caso.

—Muchos otros ya han intentado matarlo —dice Hussain,


sentándose a mi lado. Mis guardias no-muertos no intentan detenerlo
de acercarse—. Tú deberías haber sabido que eso no funcionaría.

No me molesto en preguntarle cómo sabe que intenté apuñalar al


jinete. Mi suposición es que Guerra dejó a sus hombres entrar a su
plan. Ellos, después de todo, permanecieron pasivamente a un lado
mientras el muerto asesinaba a sus camaradas. Solo los niños y los
moralmente puros se salvaron de la muerte hoy… oh, y Zara. Ella no es
inocente, pero era mi amiga, lo que aparentemente la salvó al final.

—No estaba intentado matarlo —le digo a Hussain.

Al menos, no permanentemente. Incluso yo sabía que eso era


imposible. Solo quería que la masacre se detuviera. Engatusarlo no
había funcionado. Pensé que con violencia podría llegar a él; era un
lenguaje que Guerra entendía.

—Entonces fue una idea incluso más estúpida —dice Hussain.


—¿Viniste aquí para hacerme sentir mal? —espeto—. Porque ya lo
hago.

La verdad es, no sé cómo me siento exactamente. Estaba


matando a estas personas en batalla hace solo una semana; no debería
estar triste porque se fueron, especialmente considerando que Guerra
salvó a los dignos de su ira.

Todavía me siento como la mierda.

—No hay cómo detenerlo, Miriam —dice Hussain.

—Peste fue detenido —digo.

—Aunque realmente no lo sabes, ¿verdad? —dice.

Sí, quiero replicar, Guerra me lo dijo él mismo.

Pero tal vez el jinete mintió. Tal vez Peste terminó su misión antes
de matar a todo el mundo. ¿Cómo se supone que sepa cuál es el plan
divino de cada jinete?

—Asé que, ¿cuál es tu solución? —digo—. ¿Continuar peleando


hasta que el mundo termine?

Hussain me da una mirada.

—Mi mundo ya ha terminado. Mi esposa e hijos se fueron, mis


amigo fueron asesinados ante mis ojos. No tengo un mundo al que
regresar.

Le lanzo una mirada entonces, mis cejas fruncidas. No había


pensado en los jinetes fobos como víctimas. No cuando son tan buenos
matando.

—¿Por qué peleas por Guerra si él ha hecho tanto para herirte? —


pregunto.

Hussain me da una larga mirada, entonces entrecierra los ojos al


cielo.

—La única parte de Guerra que es humana es su recuerdo de


cada batalla que alguna vez ha sido librada. ¿Alguna vez te ha dicho de
esos recuerdos?

Frunzo el ceño hacia él.

—Guerra nos ha visto matar decenas de millones de personas a


través de los siglos, y muchas de esas muertes han sido
innecesariamente crueles. —Hussain exhala, el sonido cargado de
cansancio—. Él solo está proyectando en nosotros nuestra peor
naturaleza.

Le doy una mirada escéptica.

—¿Y eso te convence de pelear por él? —Porque lo que entendí de


eso es que los humanos necesitan hacer un mejor trabajo en ser
amables. No seguir siendo salvajes hasta que nos hayamos destruido a
nosotros mismos completamente.

—Eso me convenció de que hay algo inherentemente mal en


nosotros —dice.

Miro fijamente a las tiendas vacías. Algunas de ellas están


rociadas de sangre.

—¿Así que crees que nos merecemos esto? —pregunto.

Hussain patea una roca con su bota.

—Tal vez.

Se levanta y empieza a alejarse, pero entonces se detiene,


volviéndose a medias.

—Lo que hiciste tomó mucho coraje, sabes.

Dejo salir un tembloroso aliento. Esa declaración, esa leve chispa


de aprobación, hace mi corazón doler y me da vida al mismo tiempo.
Todos somos parte de la humanidad. Todos queremos vivir. Deberíamos
protegernos unos a otros, y lo intenté. Fallé, pero al menos lo intenté.

—No puedo quedarme a un lado sin hacer nada mientras él


continua matando —digo, mi voz rompiéndose.

El jinete fobos se vuelve completamente para enfrentarme.

—Marido y mujer se enfrentaron el uno al otro, ahora esa es la


verdadera guerra. —Retrocede—. Estoy interesado en ver quién ganará.

No regreso a la tienda de Guerra.

No puedo, no luego de mi castigo. Apenas podría hacerme a la


idea de estar cerca del jinete después de que acabó con Mansoura. Y
ahora, cuando traté de destriparlo con su espada y él asesinó a la
mayoría del campamento por la ofensa, se siente como que los dos
finalmente hemos cruzado alguna línea fija.

Es muy fácil mudarme; simplemente elijo una de las miles de


tiendas abandonadas. Escojo la que está junto a Zara, incluso aunque
en sus palabras…

—Tu muerto apesta.

Aun así, se aguanta a mis descompuestos guardias quienes no


han dejado de protegerme. No son los únicos muertos a los que
cualquiera de nosotros tuvimos que tolerar; el actual ejército no-muerto
de Guerra todavía continúa en los alrededores del campamento, la
mayoría de ellos esperando por las siguientes órdenes del jinete.

Eventualmente recupero mis cosas de Guerra: un muerto viviente


las deja caer en la entrada de mi tienda y se marcha. Entre la pila, está
mi equipo de herramienta y mis flechas a medio terminar, la antigua
foto de mi familia, mi novela de romance y mi abollada colección de café
que nunca uso. Incluso consigo la vieja daga del jinete, la que él me dio
al poco tiempo de conocernos.

Supongo que ya no está preocupado de que me vuelva a herir a


mí misma…

El mundo se mueve. Un día se vuelven dos, dos en cuatro,


entonces es una semana, luego semanas.

Lo que queda del campamento se empaca, muda, luego se


reinstala; empacar, mudar, reinstalar. La vida toma un tipo de
previsibilidad. Cabalgo con los otros humanos, y vivo junto a ellos
también. Hay más niños por adultos que antes, así que tomamos turnos
observándolos, y en la noche, los hacemos dormir en varias de las
tiendas más grandes.

Pasamos a través de Damanhur, luego Alexandria, después Tanta


y Banha, lentamente haciendo nuestro camino al sur a través de
Egipto. Los muertos ahora pelean y protegen el campamento, así que
los vivos no tienen que manchar sus manos de sangre (a excepción de
los jinetes fobos).

Guerra nunca viene a visitar.

No hay visitas inesperadas a media noche, no hay argumentos


convincentes sobre por qué debería estar durmiendo con él. No hay sexo
enojado de compensación.
Ni siquiera intenta acercarse a mi tienda. La última vez que lo vi,
iba cabalgando de vuelta de una invasión con sus jinetes fobos. Su
ejército no-muerto llego corriendo detrás de él, sus cuerpos enfermos
por la descomposición. Unos cuantos de ellos habían explotado ese día
luego de un accidente con algunos explosivos que metieron en la
ciudad.

Los ojos de Guerra pasan sobre los míos, pero no hubo pausa, ni
mirada profunda, ni chispa de familiaridad.

Es como si nuestra relación nunca fue.

La cosa entera es devastadora.

Todavía estoy molesta con Guerra, pero entonces siempre he


estado enojada con él. Es él quien ha decidido mantener su distancia.
Tan loco como es, de hecho estoy ofendida de que él siga molesto,
incluso cuando entiendo su enojo; traté de matarlo, después de todo.
Pero aun así, hubo tantos momentos cuando cruzó la línea conmigo,
supuse que fue en ambas direcciones.

Pero de nuevo, dejó claro que yo no voy a morir, mientras dejé


claro que lo quise muerto. Es muy difícil de regresar de eso.

Mientras las semanas transcurren, ese adormecimiento que sentí


en Mansura empieza a apoderarse de mí. Después de ver tantas
muertes, los rostros empiezan a confundirse. Y luego está esa terrible
cualidad humana de sentirse muy cómodo con un hábito. Viajamos,
acampamos, asediamos, nos movemos. Una y otra vez. Puede que odie
mi realidad, pero en algún punto lo anormal se vuelve horriblemente
normal.

Tal vez así es como se siente Guerra, como si esto fuera


simplemente normal. Por mucho tiempo pensé que era incapaz de sentir
—que su mente no funcionaba así— pero creo que lo hace. Puede que
sea una criatura celestial, pero parece que ama, pelea, se enoja y se
aflige justo como el resto de los humanos lo hacen.

Dios, estoy tan cansada. Tan increíblemente cansada. La fatiga es


una cosa física, y nada de lo que hago parece sacudirla. Voy a la cama
agotada, y paso el día deshecha.

Ese es el primer signo de que algo no está bien. Lo siguiente es mi


falta de apetito.

La comida ya no sabe bien. Primero era simplemente el olor de la


carne cocinándose. Tuve que mantenerme lejos del centro del
campamento, donde la carne era servida porque el olor me haría sentir
nauseas. Se lo atribuí a ver y oler tantos cadáveres, pero ahora he
perdido mi apetito por el café y el alcohol también.

Nada de eso me alarma, sin embargo. He sufrido tanto trauma y


tristeza, que algo como esto estaba obligado a pasar.

No es hasta esta mañana que realmente me preocupo.

Me despierto por un horrible retorcijón en mi estómago. Capto un


olor de mis guardias no-muertos, e inmediatamente gateo fuera de mi
camastro, frenéticamente abriendo mi camino fuera de la tienda.

Presiono el dorso de mi mano contra mi boca.

Voy a enfermarme.

No recorro más que unos cuantos metros antes de vomitar. Mis


guardias están de pie sin hacer nada, y su olor… vomito una y otra vez,
esa fétida esencia atrapada en mi nariz.

Necesito que los guardias se vayan.

Detrás de mí, escucho otra tienda abrirse.

—¿Miriam? —La voz de Zara es aturdida—. ¿Estás bien?

No puedo responder, no hasta que mi estómago está


completamente vacío. Incluso entonces me apoyo en mis rodillas,
respirando pesadamente.

—Aléjate de mí —digo ásperamente, dando la vuelta y


dirigiéndome a mi tienda—. Estoy enferma.

Zara no se mantiene alejada. Viene y me trae agua, pan, fruta y


yogurt fresco. Me las arreglo para tragar algo del pan y un bocado o dos
un albaricoque seco. La visión del yogurt me da nauseas, así que se lo
lleva.

—En serio, Zara, necesitas permanecer alejada de mí. Podría


contagiarte, o a Mamoon.

—Estaremos bien. Necesito regresar a mi tienda, pero volveré


luego —dice—. Espero que te termines toda el agua que dejé para ti. —
Suena como mi madre—. E intenta comer. No has estado… —Sus cejas
se fruncen, y por primera vez, veo que está preocupada por mí.

La despido.
—Estaré bien.

Con una última mirada preocupada hacia mí, sale, y soy dejada
para volver a dormir.

Me despierto con el sonido de pesados y familiares pasos afuera.


Alcanzan mi tienda, luego se detienen.

Parpadeo justo cuando las solapas de la tienda son echadas hacia


atrás.

Guerra se encorva para entrar y yo tengo que aspirar ante la vista


de él. Había olvidado lo inhumanamente apuesto que es, con su piel
olivácea y ojos oscuros, su cabello negro colgando salvajemente sobre
su rostro.

Me echa un vistazo.

—Miriam.

Ante el sonido de su voz y la preocupación que frunce sus cejas,


cierro ms ojos. Pensé que había perdido lo que sea que tuvimos. Pero
todavía está justo allí. Él está justo allí.

Guerra se arrodilla a mi lado. Sus manos van a mi cabello, los


tatuajes en sus nudillos brillando en rojo, y acaricia mis rizos oscuros
justo como tantas noches antes de esta.

Abro mis ojos de nuevo.

—Te extrañé.

Eso no se suponía que saliera de mis labios.

Su rostro se suaviza. Guerra estudia mis facciones, como si


estuviera tratando de memorizarlas. Frunce el ceño, la preocupación de
vuelta en su rostro.

—¿Estas enferma? —Hay una afilada, casi frenética mirada en


sus ojos.

—Los muertos… —empiezo. Solo el pensamiento de ellos me da


arcadas—. El olor… ¿puedes deshacerte de ellos?
Escucho pasos alejándose de mi tienda, y sé sin preguntar otra
vez que Guerra envió lejos a sus muertos vivientes. Le toma a su
esencia un poco más desvanecerse, pero una vez que lo hace me relajo
un poco más.

Guerra está en mi tienda. Y es justo como lo recuerdo: piezas


doradas en su cabello, kohl realzando sus ojos, vastas extensiones de
músculo. Incluso su atuendo negro sobre negro es exactamente como lo
recuerdo.

Intento no mirar fijamente su irresistible rostro y sus gruesos


brazos. Me estoy sintiendo bastante miserable para hacer algo que más
que dispara la mierda fuera de él con mis ojos.

—Necesito a mi hermano para esto —comenta Guerra, aun


estudiando mi rostro.

—¿Qué? —pregunto, alarmada.

—Si estás enferma —dice—, Peste sería capaz de ayudar.

No quiero a ninguno de sus hermanos cerca de mí. Pero por la


manera en que lo dice Guerra, es más que nada un deseo. Donde sea
que esté su hermano, no va a venir en mi ayuda.

—Estoy bien —digo.

—No lo estás —insiste Guerra—. Luces demasiado pálida y


cansada… y delgada. ¿No has estado comiendo? —Preocupación aprieta
las comisuras de sus ojos, y aún tiene un borde salvaje en sus
facciones.

—¿Por qué te importa? —le pregunto, no maliciosamente, solo


curiosa. No ha mostrado nada de interés en mucho tiempo.

—Esposa, siempre me he preocupado.

¡Ese título! No me había dado cuenta lo mucho que extrañaba


escucharlo hasta ahora.

—Eres tú —continúa—, quien nunca se preocupó. —Hay un


borde de amargura dirigen su voz.

¿Piensa que yo era la que se mantenía lejos? Digo, lo hacía, pero


solo porque lucía como que él me había excluido completamente. Mi ego
herido no puede soportar tantos golpes.

—Sí tan solo. —Aparto la mirada de él.


A mi lado, Guerra se detiene. Toma mi barbilla y voltea mi rostro,
forzándome a mirarlo fijamente o a los ojos.

—¿A qué te refieres con eso? —demanda.

—¿No es obvio? —digo miserablemente, medio consciente de que


Zara puede oír cada palabra. Oh bueno.

—Habla con claridad, Miriam —dice Guerra, sus facciones


afiladas y su mirada intensa, esperanzada.

¿Realmente voy a hacer esto? Mierda, creo que sí. Estoy


demasiado exhausta para fingir.

—Me preocupo por ti, Guerra —admito—. Más de lo que quiero…


mucho más. Ha sido el infierno no verte.

Guerra me mira fijamente por un largo minuto, y luego sonríe tan


grande que parece alcanzar cada rincón de su rostro. Todavía hay una
mirada feroz en él con sus afilados caninos —ni siquiera la felicidad lo
hace lucir menos peligroso— pero mi corazón da un vuelco ante esa
sonrisa.

—También te he extrañado, esposa. Más de lo que puedo expresar


con palabras.

Le dirijo una tímida sonrisa. Justo ahora, me está haciendo


olvidar que me siento como un animal atropellado.

—Sigo enojada contigo —admito.

—Y yo sigo furioso de que intentaras destriparme… con mi propia


espada, nada menos.

Creo que esa última parte es la que realmente llegó a él.

Se acerca.

—Pero de mi esposa —añade—, no esperé nada menos. —El jinete


se inclina entonces y me besa.

Estoy cansada y enferma, pero no hay nada, nada en el mundo


que podría detenerme de besar la mierda fuera de este hombre. Es lo
único que todavía se las arregla para saber bien. Sus labios devoran los
míos, y sus brazos me jalan más cerca.

Nos besamos por un largo, largo rato. Eventualmente, Guerra se


aparta para deslizar su mano bajo mi cuerpo.
—¿Qué estás haciendo? —pregunto.

Me levanta.

—Te estoy llevando a casa.


Capítulo 47
Traducido por Arifue

Ahora que Guerra tiene a sus muertos vivientes alejados, me doy


cuenta de que tengo hambre. Mucha, mucha hambre. En cuanto veo el
plato de frutas, nueces, quesos y panes, voy hacia él. Hay un tazón de
humus cerca, y no estoy segura de haber probado algo tan bueno en mi
vida.

— ¿Tienes hambre? —pregunta Guerra, acercándose a mí.

Se ve inquietantemente ansioso ante la idea. Supongo que


últimamente he estado rechazando más que carne.

—No lo sé, es solo que este humus sabe realmente bien.

Guerra sale inmediatamente de la tienda, y lo escucho dar la


orden de traer más humus.

Guerra regresa dentro de la tienda. Agarrando una jarra cercana,


llena un vaso de agua.

—Voy a traer un médico —dice, dándome el agua.

—No —digo rápidamente, agarrando el brazo del guerrero,


accidentalmente derramando sobre él un poco de humus. Ups.

Sus cejas se juntan mientras mira mi agarre en su brazo. Sus


ojos van a los míos y me mira sospechoso.

—¿Qué me estás ocultando, esposa?

Sacudo la cabeza.

—Solo no me gustan los médicos.

¿Era realmente eso? Tenía una bola de preocupación en la boca


del estómago. Algo no estaba bien, pero realmente no quería saber lo
que era. Al menos no todavía. Tal vez se resolvería solo.

—Algunas veces Miriam, demos hacer cosas que no disfrutamos.


Voy a traer un médico.
—Por favor no, Guerra —digo—. Es solo un resfriado. Los
humanos nos resfriamos todo el tiempo. Se habrá pasado en un par de
días.

En ese momento, uno de los hombres del jinete entra con más
humus. El jinete deja el plato sobre la mesa de Guerra, y se marcha.

—Tu cuerpo está enfermo, esposa. No finjas lo contrario. Debí


haberte vigilado mejor, porque está claro que no has estado comiendo
adecuadamente. Y sé que has estado más cansada de lo habitual.

¿Lo había notado? Probablemente debería preocuparme que de


alguna manera haya estado vigilándome, pero por el contrario estaba
extrañamente conmovida de que me fuera consiente de mi existencia.

Estoy jodida de la cabeza.

Guerra continúa:

—Y eso sin mencionar que estabas físicamente enferma esta


mañana.

—Me siento mejor ahora. —O algo así. Bueno, todavía tengo


náuseas y el calor sofocante que ha hecho el día de hoy no ayudó
mucho, pero aun así, me siento lo suficientemente bien para comer y
moverme un poco alrededor.

El jinete me da una mirada dolida.

—Tal vez hemos estado separados por un tiempo, esposa, pero no


te equivoques, no voy a dejarte morir. Ni por la espada, ni por
enfermedad.

Suspiro.

—Un médico no será capaz de hacer nada más que decirme que
descanse y tome mucho líquido.

Guerra no parece ni un poco convencido.

—Por favor, te lo prometo, no estoy muriendo —insisto, bebiendo


hasta el fondo el vaso de agua que él me ha dado.

Detrás de mí, las solapas de la tienda crujen, y entra uno de sus


jinetes fobos.

—Mi señor, necesitamos hablarte sobre… —Los ojos del jinete se


fijan en mí, y no logra ocultar su sorpresa—, la siguiente cabalgata.
—Ahora no —dice Guerra, llenado de nuevo mi vaso de agua. Él
solo tiene ojos para mí, y se siento vergonzosamente bien ser el centro
de su mundo.

—Ve —digo—. Estoy bien.

La quijada de Guerra se aprieta sutilmente.

—No lo estás.

—Lo estoy —insisto.

—¿Y los no muertos? —pregunta acusadoramente.

Entiendo su significado tácito. Despachó a los muertos vivientes.


Si se va no habrá nadie para protegerme.

Me da vergüenza cuánto se acelera mi corazón al escuchar su


preocupación. Pensaba que a él no le importaba. Hubo días en los que
estuve segura de ello. Solo hasta ahora soy consciente de lo mucho que
eso me ha lastimado.

—Vas a tener que tener fe en que voy a estar bien —digo. Pero
incluso mientras hablo, siento aparecer las náuseas nuevamente.

—La fe es para los humanos —murmura Guerra, pero después de


un momento, asiente hacia el jinete fobos.

El jinete se acerca a mí y toma mi rostro en sus manos y me besa


largo y duro.

—Continuaremos esta discusión sobre tu salud a mi regreso.


Hasta entonces, cuida de ti, esposa.

Guerra libera mi cara, y entonces se marcha.

—Entonces, regresaste con él. —La voz de Zara se desliza desde


fuera de la tienda.

Estoy de regreso a mi antiguo cuarto, recogiendo mis cosas. Dejé


la tienda de Guerra poco después de que él se fue, para así poder
recoger mis pertenencias… y reunir el coraje para decirle a Zara de que
me mudaba de nuevo con el jinete. Así de fácil Guerra me convencía.
Una visita de él, una simple petición de que volviera y ya me había
rendido.
Aparentemente, tengo una fuerza de voluntad sorprendentemente
débil cuando se trata de él.

Salgo de mi tienda y encaro a Zara.

—¿Escuchaste mi conversación con Guerra?

Ella asiente, su hijab revoloteando en la brisa.

—Voy a extrañar tenerte como vecina… incluso si tus muertos


vivientes apestan.

Me río un poco antes de volver seria mi expresión. Miro detrás de


ella, donde Mamoon está jugando futbol con los otros niños. En este
momento todos parecen tan frágiles. Y yo estoy preocupada de mi
propia felicidad; esto se ve como la calma antes de la tormenta.

—¿Lo amas? —me pregunta Zara, interrumpiendo mis


pensamientos.

Mi mirada choca con la de ella.

Abro mi boca, pero no sé qué responder. Hay muchas cosas por


las que no debería amar a Guerra.

Zara busca en mi expresión. Antes de poder encontrar algún tipo


de respuesta, ella dice:

—Sabes, lo mantenía al tanto de ti.

Mis ojos se amplían.

—¿Qué? ¿Cuándo?

—Cuando estaban separados —dice—. Él quería saber cómo


estabas. Si estabas a salvo, si eras feliz y si estabas bien de salud.

Mi corazón tartamudea un poco con eso. Así fue como supo que
no había estado comiendo. Había asumido que había obtenido la
información de mis guardias, pero era Zara quien lo había estado
informando.

—Lamento habértelo ocultado —añade… pero no suena


arrepentida.

—¿Por qué no me lo dijiste? —le pregunto. No creo estar


lastimada por ello, pero… pero no sé qué sentir, saber que mi amiga
estaba dándole información a Guerra en secreto.
—Me pidió que no te dijera —dice ella.

—Pero yo soy tu amiga.

—Forzó mi lealtad el día que salvó a Mamoon.

Lo recuerdo. Solo que nunca creí que haría uso de ese juramento.

La mirada de Zara va hacia mi tienda.

—Déjame ayudarte con tus cosas.

Normalmente, rechazaría su oferta, pero me siento


extremadamente cansada, y las náuseas han regresado. Tomaré toda la
ayuda que pueda conseguir.

Entre las dos tomamos mis cosas, solo dejando el café detrás.
Arreglamos la mayoría de mis cosas en mi bolsa de lona. Cuando
terminamos la deslizo sobre mi hombro.

—Más te vale venir a visitarme —dice Zara.

—Como si no tuviera mejores cosas que hacer —me burlo.

Me da una mirada que dice, no nací ayer.

—Puedo pensar en una actividad que tú tal vez elegirías antes


que a mí.

Las dos rompemos a reír, la empujo juguetonamente.

—¡Zara!

—¿Qué? No actúes como si no fuera cierto.

Nos reímos un poco más.

Finalmente, la expresión de Zara se suaviza.

—Hablando en serio Miriam, mejórate. Y un consejo sobre buenas


relaciones: si de verdad te gusta el tipo, trata de no matarlo de nuevo.

Finalmente, no termino viendo a Guerra hasta el atardecer. Él


entra a la tienda, luciendo tan imponente como siempre lo hace. Mi
corazón se acelera. Todavía no me he acostumbrado a estar cerca de él
otra vez.
Su mirada encuentra inmediatamente la mía.

—Esposa. —Sus ojos queman—. No puedo explicarte lo que me


hace sentir verte en mi tienda. Me vuelve loco vivir aquí sin ti.

Dejo a un lado la flecha que casi había terminado, cuando Guerra


cierra la distancia entre nosotros y captura mi cara, tomando mi boca
con la de él. Me besa con su usual ferocidad y me derrito en su abrazo.

Sus manos bajan por mis costados y sí, sí, sí. He deseado sentir
el cuerpo de Guerra contra el mío desde que habíamos estado
separados. Incluso cuando mi rabia ardía al rojo vivo.

Mis manos van a su camisa, tratando de quitársela. Sus manos


se deslizan por la mía, sus pulgares rosando mis pechos.

Todo está sucediendo tal como lo esperaba, cuando, de pronto, él


se detiene. Sus manos se alejan, y quiero llorar.

—Estás enferma —lo dice como si él mismo acabara de acordarse.

Sin embargo, no vuelve a mencionar lo de encontrar a un médico.


Apostaría mi novela de romance que no hay ningún doctor, a menos no
aquí en el campamento.

Sacudo mi cabeza, aunque siento algunas nauseas, con cada una


de sus caricias el deseo eclipsa el malestar.

—Si no estás dentro de mí en los próximos cinco minutos, voy a


estar amenazándote con otra espada —le digo.

Los violentos ojos de Guerra brillan con alegría, y me besa de


nuevo, aunque un poco vacilante.

—Hay algo que deberías saber, esposa —dice apartándome—. En


todos mis años, solo hay un aspecto del amor…

Mi aliento queda atrapado con esa palabra.

—…que realmente conozco —continúa—. Y es el anhelo. Eso es


todo lo que el campo de batalla tiene para ofrecerte; un anhelo tan
profundo, que tiene su propia presencia. El amor es la esperanza que
guía a los hombres en las noches oscuras, pero no es nada más que
eso.

Frunzo mis cejas.

—¿Por qué me dices esto?


—Cuando estuvimos separados, eso fue lo que sentí: anhelo. Era
una sensación tan familiar para mí, como esgrimir mi espada —dice—.
Odiaba mi cama vacía y mi solitaria tienda. Pero es lo que siempre he
conocido. El estar contigo es algo nuevo, algo que quiero, pero no
entiendo.

Creo que esto es una disculpa y una explicación de porqué se


mantuvo lejos, aunque no podía estar segura de ello. Las palabras de
Guerra hacen que mi estómago se revuelva y mi respiración se acelere.

—El amor es más que anhelo —le digo tranquilamente.

Es mucho, mucho más que eso.

Sus manos se aprietan en mi cuerpo.

—No soy un hombre de palabras, esposa. Soy un hombre de


acción.

Espero a que continúe, todavía sin estar segura de a donde quiere


llegar con todo esto.

—Si quieres que te crea… entonces demuéstralo.

Oh.

Bueno, mierda.

¿Cómo se supone que le demuestre a Guerra lo que el amor


significa? Cuando ni siquiera sé lo que siento por él.

Pero luego recuerdo lo que ha provocado esta conversación: el


hecho de que deseaba tener sexo con él a pesar de estar enferma.
Definitivamente estoy lo suficientemente bien para tener un poco de
sexo, y mostrarle lo que es el amor es su única condición…

Podría intentarlo. Ya sabes, todo en nombre de sexo de


reconciliación.

Tragándome mis nervios, tomo su mano y lo llevo hasta el catre.


Afuera escucho las antorchas silbar y crepitar, y en la distancia alguien
se ríe. Pero todo eso parece lejano en este momento.

Alcanzo los hombros de Guerra y lo empujo hacia la cama. Me


observa mientras se recuesta, dejándome tomar la iniciativa. Lo sigo
abajo, acomodándome en su cintura. Me inclino sobre Guerra y miro
dentro de sus ojos y recuerdo cada cosa buena que ha hecho… desde
salvar al sobrino de Zara hasta no resucitar los muertos esa vez.
Recuerdo todos esos momentos en que me salvó la vida, y cómo hoy
vino por mi cuando estaba enferma.

Miro dentro de esos ojos violentos hasta que los veo deshelarse. Y
ahora recorro mis manos sobre los planos de su rostro, mis pulgares
recorriendo sus ojos pintados con kohl hasta que el maquillaje negro se
corre. Inclinándome lo beso, primero suavemente, pero luego
aumentado la intensidad, más fuerte, más profundo.

No sé si lo estoy haciendo bien. No sé cómo mostrarle al jinete lo


que es el amor, ya que el amor no es sexo. Pero es lo mejor que tengo
por el momento.

Mientras me muevo sobre él, siento los duros planos de su


cuerpo, cada curva siempre nueva y maravillosa para mí. Hay un aleteo
divertido en mi abdomen, y me asusta como la mierda. Mis ojos vuelan
hacia Guarra, quién me mira embelesado.

Me saci la camisa y luego mi sujetador, inclinándome para dejar


un rastro de besos sobre su torso.

—Quítate el resto de la ropa —le susurro.

Él ni siquiera lo duda. Lo que estoy haciendo ha encendido el


fuego en sus ojos. Nos voltea y quita nuestras ropas antes de volver a
cubrir todo mi cuerpo con el suyo.

La mano del jinete se desliza hacia abajo entre mis piernas, y


comienza a tocarme hasta que me tiene gimiendo y moliéndome contra
su palma, y está susurrando esposa una y otra vez bajo su aliento.

Este es un territorio seguro. Hemos hecho esto docenas de veces.


Esto no es amor, era puro y simple deseo. Y aunque debería estar
demostrándole a Guerra lo que es amor, esto era mucho más cómodo y
familiar.

Se inclina sobre mí, sus ojos intensos, y toco su mejilla, mientras


sus dedos trabajaban fuera y dentro de mí.

El señor de la guerra respira de manera pesada, y su polla está


dura y lista. Me mira como si estuviera a punto de preguntar ¿Y ahora
qué sigue?

Cuadro mi pelvis y extiendo más abiertas mis piernas: lo que


quiero es obvio.
—No apartes la mirada —digo, mirándolo fijamente. Creo que esta
podría ser la clave de todo este asunto del amor.

Guerra no aparta la mirada. No mientras toma mis caderas,


mientras sus dedos se deslizan en mi piel y no mientras encaja la
cabeza de su polla en mi entrada. Sus ojos están en los míos mientras
entra en mí, lo suficientemente fuerte para hacerme gemir.

Siempre nos hemos mirado mucho mientras tenemos sexo, pero


esta noche es diferente. Tal vez es que simplemente nos habíamos
extrañado, pero solo el verlo y sentirlo, me deja sin aliento. Mi corazón
galopa en mi pecho, y es casi todo por esto entre nosotros.

Puedo imaginármelo tan fácil… estar enamorada de Guerra. Pasar


el resto de mi vida entre sus brazos.

Su polla palpita dentro de mí, tan gruesa que puedo sentirla latir.

Suavemente, se retira.

—Mi esposa, eres todo lo que nunca supe que quería —dice,
empujando de nuevo en mi interior.

De nuevo ese aleteo vertiginoso. De nuevo, esa inquietud al sentir


que mis emociones se desbordan. Guerra se inclina y me besa, y todo es
tan tierno y tan diferente a mi agresivo jinete.

—Perdóname —susurra contra mis labios—. Perdóname Miriam.

El señor de la guerra es dolorosamente gentil, cada golpe de sus


caderas una súplica. Me está haciendo el amor y ni siquiera es
consciente de ello, tan desesperado por mi perdón.

—Más duro —digo, porque de repente, me es muy real la amenaza


de sentir algo que no tenía la intensión de sentir esta noche. Se suponía
que yo debía mostrarle lo que era el amor, no al revés.

Y sin embargo, Guerra sacude su cabeza y mantiene sus empujes


suaves, amorosos. Sus ojos están fijos en los míos, tal como le indiqué.
En este momento, toda la experiencia se ha escapado de mi control. Mi
corazón sigue martillando y mi estómago aún está sintiendo cosas
graciosas.

No, no, no, no, no.

Pero estoy atrapada bajo esa mirada, y esos ojos me atraen, se


ven tan amables y tan tristes en ese momento.
Su mirada está diciéndome lo que sus palabras no hacen.

Te amo.

El resto de su cuerpo también es bueno hablando. Cada toque se


siente lleno de adoración, cada embestida como una promesa. Todo está
saliendo fuera de mi control, y maldita sea, su mirada todavía está
clavada en mí. ¿Por qué no le pedí que aparte la mirada? No puedo
escapar de lo que hay en su mirada. Me está derritiendo, y realmente,
realmente no lo deseo.

Puedo sentir el orgasmo construirse… más y más alto.

—Guerra…

Y entonces me corro, mirando su rostro, mis labios separándose


por la sorpresa cuando mi orgasmo me atraviesa.

Veo su expresión agudizarse cuando su polla se engrosa dentro


de mí un instante después. Y luego se corre en las alas de mi propio
clímax, los dos encerrados en esta extraña sincronía.

Nuestro orgasmo parece durar una eternidad, los dos mirándonos


mientras lo montamos.

Esto es algo nuevo, algo más que sexo corto y limpio. No puedo
negarlo, incluso si me sorprende.

He hecho el amor con el jinete. Es emocionante y aterrador al


mismo tiempo.

Se sale de mí y me atrae hacia él, y por un breve momento, las


cosas se sienten cómodas entre nosotros una vez más. Pero la
comodidad comienza a alejarse cuando me percato que Guerra aun
continúa mirándome, su mirada atrapada entre el deseo y el asombro.

—Nunca había sentido esto antes —finalmente admite—. ¿Qué


me estás haciendo, esposa?

Sacudo mi cabeza. No sé lo que ninguno de los dos está haciendo.

—No puedo desconocer este sentimiento —continúa—. Estabas en


lo cierto. El amor es más que anhelar. Es mucho más que de lo que
alguna vez imaginé.
Capítulo 48
Traducido por Yiany

A la mañana siguiente me despierto con náuseas extremas.

Me salgo del abrazo de Guerra tan astutamente como puedo y me


pongo una camisa y pantalones. No hay tiempo para sujetadores, ropa
interior y zapatos. Me arrastro descalza fuera de la tienda.

Afortunadamente, la carpa de Guerra está al borde del


campamento, y me las arreglo para llegar a las afueras antes de
enfermarme una y otra vez.

Ahora que mis guardias no-muertos se han ido, no hay nadie


para presenciar esto, excepto tal vez un guardia en la distancia, pero
está demasiado lejos para mirarme bien.

Una vez que termino, me tambaleo un poco, luego me siento con


fuerza en el suelo y me paso las manos por el pelo.

Mi mente está en silencio durante mucho tiempo; tan tranquila,


de hecho, que cuando un pensamiento se desliza, se siente muy, muy
fuerte.

Mi período ya debería haber llegado.

Respiro hondo varias veces, incluso cuando mi corazón comienza


a acelerarse.

Trato de contar las semanas desde la última vez que sangré, y


creo que llego a las seis antes de estar insegura.

Nos hemos mudado mucho. Es difícil hacer un seguimiento de los


días aquí... pero no, creo que incluso suponiendo que haya contado en
exceso, mi período aún debería estar aquí.

Mi inquietud ahora se acumula en mi estómago.

Me pellizco las sienes y respiro lentamente dentro y fuera.

No entres en pánico, no entres en pánico. Debe haber alguna


explicación simple.
Tal vez sea el estrés de todo este viaje y la guerra constante. Tal
vez mi cuerpo está en estado de shock. Tal vez eso simplemente ha
retrasado mi período.

Casi me relajo. La explicación es casi plausible.

Justo cuando estoy a punto de levantarme, aparece otro


pensamiento ruidoso. Trato de callarlo. Trato de ignorarlo, pero está
justo ahí, sentado frente a mí, sin querer ser pasado por alto.

¿Cuántas veces ha estado Guerra en ti?

Mis manos comienzan a temblar.

Mierda, creo que estoy empezando a entrar en pánico.

Las náuseas, la forma horrible en que la comida sabe y huele, la


fatiga que me ha atormentado y el período perdido, nada de eso es
normal.

Me tapo los ojos con una mano temblorosa.

¿Cuántas veces ha estado Guerra en ti?

Docenas de veces. Ha estado en mí docenas y docenas de veces.


Querido Dios, podría estar embarazada.

El estrés podría ser una explicación de la fatiga y el período


tardío, pero no las aversiones a los alimentos. No las náuseas.

Simplemente podría estar enferma. Realmente podría, pero...

El embarazo es una explicación más lógica.

Dejo caer mi mano de mis ojos. Durante mucho tiempo me siento


allí, en el follaje al borde del campamento, atrapada entre el horror y la
risa.

Esto es lo que sucede cuando las personas tienen relaciones


sexuales, Miriam. Particularmente sexo con dioses súper viriles.

Pongo mi cabeza en mis manos.

Embarazada. En realidad, podría estar embarazada. Con el niño


de Guerra. Santas bolas.

Cuanto más lo pienso, más segura estoy. Un jinete del apocalipsis


me embarazó.
Una risa incrédula se me escapa... luego otra pequeña risa.
Comienzo a reír en serio. No sé cuándo exactamente mi risa se convierte
en sollozos, solo que eventualmente puedo sentir las lágrimas
deslizándose entre mis dedos y mi cuerpo se agita.

Llevo unos cinco minutos llorando cuando escucho esos pasos


familiares y poderosos que se me acercan por detrás.

—Esposa —dice Guerra, su voz sorprendida—. ¿Qué estás


haciendo aquí?

Quiero acurrucarme y morir. ¿Ni siquiera puedo tener un


momento a solas para procesar esto?

—Miriam —dice, acercándose a mi frente, su voz llena de


preocupación.

Se arrodilla a mi lado y me quita las manos de la cara. Su mirada


pasa sobre mí, como si tal vez me lastimara.

—¿Qué pasó? —dice—. ¿Alguien te lastimó?

Ahora mis sollozos se transforman en risas, risas tristes. Mis ojos


tristes van a los suyos. ¿Qué se supone que debo decir?

Guerra y yo realmente no habíamos hablado de niños, no excepto


por esa conversación que terminó en pelea. Deberíamos haber discutido
esto más, eso es seguro.

Coloco mi mano sobre mi estómago, mis dedos tamborileando a lo


largo de él. El jinete sigue el movimiento, pero no hay chispa de
conciencia allí. No es como si hubiera nacido humano. Hay señales
como esta que él pierde por completo.

Estoy embarazada.

Abro la boca para decirle, cuando hago una pausa. No sé cómo


reaccionará. Eso solo representa aproximadamente la mitad de mi
miedo. Acabamos de volver a estar juntos.

La otra mitad de mi miedo proviene de estar embarazada. Con la


descendencia de un jinete.

Al diablo yo y a mis pobres elecciones de vida.

Miro a Guerra, luego a su boca. Él mata a todos. Todos.

Y la última vez que estuve a punto de discutir si había tenido


hijos con alguna de las mujeres con las que había estado
anteriormente, se ofendió. Asumí en el momento en que había herido su
orgullo, pero tal vez hay algo más en la conversación, algo oscuro que
me asustaría.

Estoy siendo ridícula. El jinete se preocupa por mí. Cuidaría un


bebé si fuera nuestro.

Lo creo.

Quiero decir, de mala gana salvó a Mamoon, pero ¿cuántos miles


de otros niños han muerto en sus batallas?

Esas no son buenas probabilidades.

Sacudo la cabeza, dándole una sonrisa pálida.

—Solo estoy cansada y odio sentirme enferma.

La frente del jinete está fruncida. Se ve legítimamente


preocupado.

—Pasa el día descansando. Lo necesitas, esposa. Haré que


alguien te traiga un recipiente con agua para mantenerte fresca. Nadie
más que yo te molestará.

Nadie más que yo.

Asiento, mordiendo el interior de mis mejillas. Nuevamente, no


menciona al médico con el que me amenazó antes, y estoy
absurdamente agradecida por ello. Sabrían en un instante lo que me ha
costado todo este tiempo descubrir.

Miro fijamente a Guerra por un momento más.

Todavía podría decírselo. Podría estar bien. Prometió mantenerme


alejada de la muerte.

No le ha hecho esa promesa a nadie más.

¿Se la extendería a nuestro hijo?

Tal vez, probablemente, pero hay una parte de mí que no está


segura, y esa es razón suficiente para mantener la boca cerrada. No
estoy dispuesta a perder a nadie más por el jinete.

Guerra se extiende y me ayuda a levantarme, y pretendo que todo


está bien cuando no lo está. Dios, no lo está.

Estoy jodidamente embarazada.


Espero que Guerra se duerma esa noche, como siempre hago
cuando quiero engañarlo. Soy dolorosamente predecible, y entre eso y
mi estado nervioso de hoy, estoy segura que Guerra puede ver a través
de mí.

Más tarde esa noche, sin embargo, se desliza en la cama a mi


lado, sus manos se mueven sobre mi piel como si estuviera tratando de
mapearme de nuevo. Aprieto los ojos cerrados contra su toque. Ya ha
sido bastante difícil fingir buen humor hoy. Es todo lo que puedo hacer
para actuar como si estuviera dormida.

Finalmente, sus manos se quedan quietas y su respiración se


profundiza. Solo entonces me permito volver a pensar realmente en mi
situación.

Embarazada...

¿Qué se supone que haga?

O le digo a Guerra, o no, pero si no... no puedo quedarme aquí,


donde eventualmente se enterará.

¿Qué es lo peor que podría pasar si le digo al jinete?

Él podría agrupar a nuestro hijo con el resto de la humanidad, la


parte de la que quiere purgar el mundo.

La idea de un padre matando a su propio hijo parece tan absurda


que quiero reírme, pero ¿lo es? ¿Verdaderamente? Guerra está mucho
más cómodo matando gente que salvándola. Es solo mi propia tonta
creencia en la bondad de Guerra lo que me hace pensar que no dañará
a nuestro hijo.

Esa misma tonta creencia me llevó a pensar que podría salvar a la


gente de Mansoura, pero la ciudad siguió cayendo. Y esa misma
creencia me hizo rogar a Guerra que perdonara a varias personas.
Y salvó a Mamoon, pero ¿cuáles fueron sus palabras de despedida
entonces?

No me vuelvas a pedir esto, esposa. Se te negará.

Me giro de espaldas y miro el techo de lona.

No resucitaré a los muertos esa vez...


Mi argumento suena débil, incluso para mis propios oídos. Querer
que algo sea verdad no lo hace realidad.

Suspiro.

¿Qué habría hecho la vieja Miriam, la Miriam que nunca conoció


a Guerra, para salvar a su familia de las amenazas?

Habría hecho lo que fuera necesario.

Perdí a todos los que amaba. Si todo lo que Guerra sabe del amor
es anhelo, entonces todo lo que sé de él es pérdida.

Solo que ahora hay una pequeña persona nueva. Alguien que aún
podría perder.

No dejaré que eso suceda. No otra vez.

No importan mis sentimientos por Guerra, sería ingenuo de mi


parte asumir lo mejor de él después de todo lo que lo he visto hacer.
Guerra es un buen amante, tal vez incluso un buen compañero, pero
¿un buen padre?

No lo sé, y no voy a arriesgarme a descubrirlo.

Tomando un respiro tembloroso, me inclino y beso sus labios. Su


brazo me rodea y me acaricia la espalda.

—Mmm... mi esposa.

Algo grueso se aloja en mi garganta.

Me alejo de él entonces.

—¿A dónde vas? —murmura.

Vacilo.

—Solo... yendo al baño. —No del todo inverosímil. Todos en el


campamento van al baño afuera.

En silencio, tomo las cosas que necesito y luego salgo de la


tienda. Mi corazón se siente como si se derrumbara.

No considero ensillar un caballo. No cuando los corrales suelen


estar vigilados. Saldré a pie hasta llegar al pueblo más cercano que el
ejército de Guerra arrasó.
Seguramente puedo tomar una bicicleta allí, tal vez incluso una
con un pequeño remolque enganchado. Podría tener una oportunidad
entonces.

Me siento como una tonta por planear incluso esto. No hay


escapatoria sin que Guerra lo sepa. Él siempre me está vigilando,
protegiéndome, y nunca he logrado escapar de él.

Aun así, no me detengo.

Tengo que intentar. Independientemente de lo que ocurra, al


menos tengo que intentar escapar.

Es fácil salir caminando del campamento. Los muertos ya no


vigilan la tienda, y no hay suficientes soldados vivos para proteger el
perímetro.

Sin embargo, todo eso cambia una vez que me alejo


suficientemente. El antiguo ejército de muertos de Guerra ahora está
estacionado aquí, lo suficientemente lejos del campamento como para
que el olor no sea abrumador.

Los vellos de mis brazos se erizan al verlos a todos inmóviles. No


puedo decir en qué dirección se enfrentan, pero parece que todos me
están mirando con esos ojos muertos.

Un momento después el olor me golpea. Pongo una mano sobre


mi nariz, amordazando un poco. Cinco mil cadáveres pudriéndose bajo
el sol del verano crean un hedor. Incluso respirando por la boca, todavía
puedo saborear la putrefacción fétida de todos, es tan espesa en el aire.

Solo empeora cuando cierro la distancia entre nosotros. Ninguno


de los muertos vivientes se mueve; nadie se adelanta para detenerme, y
ninguno de ellos gira la cabeza para verme pasar. Y luego estoy justo en
su línea. Hay suficiente espacio entre los muertos para caminar sin
frotar contra ellos, pero todavía espero que alguien me agarre. Lo espero
ahora después de tantos encuentros con ellos.

Cuando ninguno lo hace, exhalo.

Eso fue muy fácil. El pensamiento me llena de temor.

Ahora a encontrar un camino, cualquier camino. Mientras salga


de aquí, estaré bien.
Se necesita lo que parece una eternidad, pero eventualmente me
encuentro con un camino. Solo entonces puedo echar un vistazo por
encima del hombro.

Para mi horror, a unos diez metros detrás de mí, un no-muerto ha


dejado a sus camaradas para seguirme.

Ahí es cuando empiezo a correr.


Capítulo 49
Traducido por Gerald

No creo que tenga mucho tiempo.

Todavía no estoy segura del vínculo que el jinete comparte con


sus soldados no muertos, pero sospecho que puede sentir al mundo a
través de ellos. Tal vez su vínculo es lo suficientemente fuerte para
despertarlo de su sueño o tal vez un muerto viviente está regresando
para despertarlo en este momento. No sé cómo le advertirán, solo sé que
es inevitable que será advertido y más temprano que tarde.

El soldado muerto todavía está siguiéndome. No ha cerrado la


distancia entre nosotros, pero tampoco lo estoy perdiendo. Empujo mis
piernas para ir más y más rápido.

Necesito encontrar una bicicleta tan pronto como sea posible.


Entonces tal vez pueda tener una oportunidad de perder al no-muerto y
por consiguiente, a Guerra.

Solo la idea del jinete es aplastante.

Todo es culpa de mi corazón blando, como él diría. También odia


esto. Con cada paso que tomo, grita que soy una tonta por correr, una
tonta por irme. Cree lo mejor de Guerra, que es por lo que lo estoy
ignorando.

Está comprobado que los corazones son unos idiotas.

No he recorrido ni un kilómetro del camino antes de que deje de


correr. Junto mis dedos por encima de mi cabeza y tomo varias
respiraciones profundas.

Esto fue una mala idea. Todo ello, cada una de las decisiones que
me llevaron aquí. Correr, dormir con Guerra, permitirle insertarse en mi
vida. Todo ello.

Miro por encima de mi hombro.

El muerto viviente se ha detenido detrás de mí. Parece estar


esperando a que haga mi próximo movimiento.
Sé valiente.

Mi mantra se estrella contra mí y por primera, pienso en él en


una forma completamente nueva.

He asumido que todo el tiempo que he estado con el jinete he sido


valiente, pero no ha sido así. Me he estado negando y he estado
huyendo de esta terrible y embriagante sensación que tengo cuando
estoy alrededor de él.

Pero no hay manera de huir de él o de estos sentimientos.

Necesito afrentar al jinete, en el amor o en la guerra. Incluso si


eso significa lo peor.

No más actos hechos en la oscuridad de la noche. Lo que sea que


venga, lo enfrentaré de frente.

En la distancia juro que puedo escuchar el golpete de pezuñas.


Tal vez solo sea mi imaginación.

Entorno los ojos hacia la oscuridad y no, parece que sí hay una
figura en el camino.

Solo hay otra persona lo suficientemente confiada para


aventurarse a recorrer estos caminos de noche.

Guerra y su corcel salen de entre la oscuridad, el abrigo rojo


oscuro de Deimos luciendo casi negro en este momento.

El jinete se detiene cerca.

Me mira, sus ojos salvajes.

—¿A dónde vas? —Su rostro está casi enojado por el pánico.

Sé valiente.

—Estaba huyendo de ti —digo.

Su rostro se derrumba. Es una expresión que nunca he visto en


su rostro antes.

—¿Realmente me odias tanto? —pregunta, su voz bajando por la


emoción.

—No te odio en absoluto, Guerra —digo, la brisa de la tarde


jalando de mi cabello—. Y debería hacerlo, realmente debería.
Me mira fijamente desde Deimos, luciendo tan trágico. El viento
tira de su propio cabello y Dios, incluso cubierto por las sombras, es
magnífico. Nunca podría pasar por un mortal, nunca.

Pongo mi mano sobre mi estómago. Por segundo vez hoy, el jinete


nota la acción... y una vez más, no la registra.

—¿Alguna vez piensas en lo que sucedería? —digo—. ¿Una


humana y una mortal juntos, aun cuando él juró que mataría a su raza
y ella está determinada a defenderla? ¿Alguna vez pensaste en las
ramificaciones?

Guerra se baja de su montura, moviéndose lentamente, como si


pudiera correr si hiciera algún movimiento repentino.

—Lo que sea que te esté molestando, podemos arreglarlo, puedo


arreglarlo. —Da varios pasos hacia adelante, deteniéndose muy cerca de
mí—. Ódiame, maldíceme, solo por favor, regresa conmigo, Miriam —
dice. Su voz se rompe—. Por favor, regresa.

Está rogando. Y estoy confiando en el universo para elegir por mí


porque hay demasiadas fuerzas trabajando que son mucho más
grandes que yo.

Comienzo por asentir, cerrando la distancia entre nosotros.

Esa es toda la confirmación que necesita Guerra para llevarme


hacia sus brazos. Me abraza apretadamente durante un largo momento,
como si pudiera escabullirme con la brisa de la tarde.

Finalmente me separa lo suficiente como para mirarme, sus ojos


intensos.

—Te amo —confesa.

No respiro.

—Te amo, Miriam —repite—. No había sabido hasta anoche que


era esta extraña felicidad que sentía al estar cerca de ti. Pero ahora lo
sé. Estar contigo me hace sentir como si me hubiera tragado al sol.
Todo es más brillante, más llenos, mejor, debido a ti.

No tengo defensa contra esto. Nunca la he tenido. Puedo tomar


las crueldades de Guerra, puedo tomar su violencia. Pero este amor, me
rompe y atraviesa.

—Te amo —continúa—. Y aun así, nos ha estado destruyendo a


ambos. —Sacude su cabeza—. No dejaré que eso siga sucediendo. Te he
lastimado e importunado y cambiaré, juro que cambiaré. —Me agarra
fuertemente.

Mi respiración se entrecorta ante eso.

Guerra me dijo una vez que los juramentos humanos son cosas
quebradizas, destinados a romperse con el tiempo. En esa misma
conversación dijo que sus votos, esos eran firmes. Y tenía razón. Le
rogué y pedí que cambiara, lo amenacé y lo traicioné y no llegué a
ningún lugar con él.

Hasta ahora. Porque ahora su voto está cambiando. Y no sé


exactamente qué es lo que implica este, solo sé que soy lo
suficientemente estúpida para tener esperanzas.

No, estúpida no. Valiente. Soy lo suficientemente valiente para


tener esperanzas.

—Di algo —dice.

Ten fe. Eso es lo que le dije a Guerra antes. Y eso es todo lo que la
religión fue alguna vez para mí. Fe. Que las cosas mejorarán, en este
mundo y en el siguiente.

Es momento de que recuerde a cómo tener fe en el universo.

Abro mi boca y las palabras se derraman rápidamente.

—Estoy embarazada.
Capítulo 50
Traducido por aelinfirebreathing

Toma varios segundos que las palabras se filtren a través de


Guerra. Su ceño se frunce y entonces… los ojos del jinete se amplían, y
su agarre sobre mí se aprieta solo una fracción.

—¿En serio? —pregunta, sus ojos buscando los míos.

Espero que esto no sea un error.

Asiento, succionando mi labio inferior.

—Sí. Me embarazaste bastante bien.

La mirada de Guerra baja a mi estómago. Después de un


momento, coloca una de sus grandes manos sobre mi abdomen.

—Estás llevando a mi hijo. —Sus dedos se flexionan contra mi


piel—. Mi hijo.

Veo su garganta tragar, y estoy petrificada, completamente


petrificada.

La mirada de Guerra se mueve de vuelta a la mía, y sus ojos


brillan.

¿Está triste? ¿Está feliz?

El jinete toma mi rostro hacia el suyo.

—Nunca he sentido esta… alegría.

Suelta una risa, y sus ojos… sus ojos violentos, aterradores,


lagrimean.

Oh por Dios. Está feliz. Obscenamente feliz. Y ahora, por primera


vez desde que descubrí que estaba embarazada, siento una chispa de
felicidad también. Más que una chispa. Le sonrío un poco tímida, y
toma mi rostro.

—¿Es de esto de lo que estabas huyendo?

Pauso por un momento, luego asiento.


Presiona su frente contra la mía.

—Nunca tendrás que temerme, esposa; ni tampoco nuestros


hijos. Lo juro ante Dios mismo.

¿Hijos? ¿Acababa de asumir que habría más?

Guerra me besa entonces, y soy completamente distraída por él.


Puedo sentir la emoción del jinete y su esperanza en la presión de sus
labios. Mi corazón se acelera. Quiere todo el paquete humano:
matrimonio, hijos, todo. No estoy segura de que lo creía completamente
hasta ahora.

—No más, Miriam —dice Guerra—. No más peleas, no más


huidas, no más desconfianza entre nosotros. Lo entiendo. Finalmente lo
hago. Lo que te he hecho y lo que me he rehusado hacer por ti.

—Entiendo —repite, haciendo énfasis en la palabra—. Desde este


momento en adelante, las cosas serán diferentes, esposa. Te di mi
palabra y ahora pretendo mantenerla. Te has rendido; haré lo mismo.

Un escalofrío se desliza por mí entonces, lo cual es absolutamente


la respuesta incorrecta porque esto es todo lo que quería.

—Solo di que serás mía. No solo en nombre, sino en todas las


formas posibles. Entonces es tuyo. Es todo tuyo.

Examino el rostro del señor de la guerra, segura de que lo


escuché mal. Pero esto no es un truco. Todo lo que tengo que hacer es
entregarme a mí misma a él. Ser de Guerra total y completamente… y
las cosas cambiarán.

Es difícil confiar en tu corazón, pero es fácil rendirse ante él.

—Soy tuya, Guerra —digo—. Ahora y para siempre.

Luego de que regresamos al campamento, Guerra me mete en la


cama y me sostiene cerca, con sus manos bajando hacia mi estómago.

—Tengo un hijo. —Ha estado diciendo varias versiones de esto


desde que se enteró. Sigue embobado por ello.

El jinete se inclina hacia abajo y deja un beso contra mi


estómago, y corro una mano por su cabello.
Sus ojos se elevan para encontrarse con los míos.

—No sé lo que significa tener una esposa embarazada —admite—.


Estoy completamente des-familiarizado con el proceso.

Supongo que si lo estará. No hay una gran cantidad de mujeres


embarazadas involucradas en guerras.

—Nunca he hecho esto tampoco. —Por una vez, hemos


encontrado algo en lo que ambos somos igualmente inexperimentados.

—¿Qué sabes de ello? —pregunta.

—No mucho, más que el hecho de que las mujeres se embarazan


por nueve meses antes de dar a luz —digo—. Probablemente he estado
embarazada por un mes o más hasta ahora —añado.

—Un mes entero. —Guerra digiere eso, luciendo fascinado y


complacido—. Mi hijo ha estado dentro de ti por todo ese tiempo. Con
razón has estado tan sedienta de sangre.

Oh Dios.

—¿Qué más? —pregunta el jinete, continuando con la


conversación.

Rebusco en mi cerebro por las pocas cosas que sé sobre el


asunto.

—Mis náuseas y la aversión a las comidas, creo que eso es parte


del embarazo. Dicen que algunas mujeres se enferman físicamente
durante los primeros pocos meses del embarazo.

Guerra frunce el ceño.

—¿Esto se supone que pase?

Levanto un hombro.

—Quiero decir, eso creo.

El señor de la guerra luce masivamente insatisfecho por esas


noticias, y me doy cuenta de que está insatisfecho en mi nombre.

No quiere verme sufrir.

—¿Cuánto tiempo dura eso? —pregunta Guerra.

—No lo sé. —Este nunca fue un tema al que miré con mucho
interés. No había asumido que se aplicaría a mí en ningún momento
cercano—. Con suerte no mucho más. —Es un estado miserable en el
que encontrarse.

Muerdo mi labio inferior.

—Y luego está el parto. —Supongo que probablemente debería


abordar ese tema también.

Desde la Llegada de los jinetes, las invenciones médicas más


avanzadas se han vuelto obsoletas. Todavía hay doctores, y todavía hay
procedimientos físicos y hospitales y todo ese conocimiento que hemos
escrito en libros de texto, pero la tecnología elaborada que una vez fue
usada para salvar embarazos inesperados ha desaparecido
mayormente. Las mujeres y los bebés mueren durante el parto, justo
como lo habían hecho por cientos de años antes de la era moderna.

—¿Qué pasa? —dice Guerra, sintiendo mi cambio de humor.

—Dar a luz puede ser peligroso.

—¿Qué tan peligroso? —presiona.

Lo miro a los ojos.

—Podría morir. Y tu hijo podría morir.

—Nuestro hijo —rectifica, su mano todavía está presionándose


contra mi barriga. Por primera vez desde que comenzamos esta
conversación, sonríe un poco—. Te olvidas, esposa; puedo curar toda
clase de heridas. Como dije antes, tú y el bebé están a salvo.

Yo y el bebé.

Echo un vistazo a Guerra, y casi quiero reírme ante la idea de una


felicidad doméstica con este jinete. Parece tan ridículo. Y, aun así,
claramente está muy entusiasmado por ello. Demasiado entusiasmado
por ello.

Me besa.

—Todo estará bien. Confía en mí respecto a eso.

El cambio en Guerra comienza siendo pequeño. Tan pequeño que


casi pienso que lo estoy imaginando. Me había prometido —no, me
había dado su palabra— que se rendiría. Y aun así no estoy segura de
que le creí hasta que la prueba comenzó a aparecer.

Por las próximas semanas, mientras viajamos por el Nilo, Guerra


deja de atacar las comunidades satélites pequeñas que están dispersas
por la tierra. Incluso más desconcertante, el jinete escoge perdonar esos
pocos humanos quienes se las arreglan para sobrevivir sus redadas.

Es sorprendente de escuchar; después de todo, Guerra lleva a su


ejército de no-muertos con él a la batalla, y esas máquinas de matar no
dejan a nadie sin herir. Estoy teniendo dificultades en creer que queda
alguien para perdonar.

Pero en realidad hay sobrevivientes, y la prueba de ello viene el


día después de que dejamos Beni Suef.

Guerra y yo viajamos solos en nuestros corceles, con el Nilo a una


corta distancia de nosotros. El resto del campamento —los muertos y
todo— siguen bastante atrás de nosotros, justo como Guerra siempre
ha organizado.

Mientras nos encontramos con la ciudad de Maghaghah, una


flecha hace un zumbido mientras me pasa, tan cerca que siento el aire
cambiar. Echo un vistazo a Guerra, con una mirada de desconcierto en
mi rostro.

Esto nunca ha sucedido antes durante nuestros viajes porque la


gente no sabe que Guerra está llegando.

Otra flecha hace un zumbido cerca de mí. Luego otra y otra.

O al menos, no solían hacerlo.

—¡Miriam, muévete! —El jinete suena como un general, e


instintivamente, le obedezco.

Tiro de las riendas de mi caballo, poniéndome en un ángulo lejos


de la línea de fuego. Otra flecha silba… Mi cuerpo se estremece
mientras el proyectil me golpea en el hombro. Gruño, el dolor y la
sorpresa casi me lanzan fuera de mi caballo.

—¡Miriam! —grita Guerra. Sus ojos están encerrados en la flecha


sobresaliendo de mí. Miro fijamente a mi herida, sangre caliente está
saliendo de ella. El dolor está ahí, pero está enterrado bajo mi sorpresa.

Alguien acaba de dispararme.

Sabían que estábamos en camino y me dispararon.


Guerra conduce a Deimos en mi dirección, poniéndose a sí mismo
entre la ciudad delante de nosotros y yo. Hay más flechas viniendo en
nuestra dirección. La mayoría se quedan cortas o siguen adelante, pero
muchas vienen directas hacia nosotros.

Tengo que esquivar para evitar otra.

El jinete llega a mi lado, su lado expuesto a la envestida violenta.


Su rostro está calmado pero sus ojos muy violentos lo delatan.

En un movimiento fluido, me agarra de la cintura y me arrastra


hasta su caballo.

Me muerdo para evitar un grito mientras la acción hace que roce


contra mi hombro.

Y luego estoy sobre Deimos y estamos retirándonos, aunque


nunca he visto a Guerra retirarse, jamás.

Mientras cabalgamos lejos, veo unas cuantas flechas saliendo del


costado de Deimos. El caballo ni siquiera se estremece por el dolor,
aunque le debe doler.

Esto es lo que sucede cuando dejas a la gente vivir. Pasan


advertencias a las ciudades que no han sido atacadas, y esas ciudades
se preparan. Y luego luchan con cada última pieza de ellos mismos.

Mi corazón late un poco más rápido, y siento un sentido de logro


gratificante a pesar de estar en el lado equivocado de esta lucha.

Esto es por Guerra y por mí. Sin los negocios y las peleas y,
eventualmente, esa promesa suya, esto nunca hubiera pasado.

Guerra coloca su mano bajo el cuello de mi blusa, cerca de la


herida, tratando de curarla.

—No puedo remover la flecha hasta que estemos seguros —dice a


modo de disculpa.

Asiento, distraída por el goteo cálido de sangre por mi brazo.

Trato de echar un vistazo sobre mi hombro. La ciudad está


haciéndose pequeña rápidamente, pero en la distancia, noto a muchos
jinetes viniendo tras nosotros.

—Guerra…

—Lo sé.
Cabalgamos por un minuto más antes de que el jinete jale de las
riendas de Deimos para detenerlo. Nos giramos y así somos capaces de
ver a los hombres cabalgando por nosotros.

Guerra los deja acercarse. No lo suficientemente cerca para


dispararnos, pero lo suficientemente cerca para ver que estos hombres
están usando uniformes.

No son solo civiles, lo que significa que el mundo exterior


oficialmente sabe que el jinete está en ruta de guerra.

Guerra los observa por varios segundos. Calmadamente, extiende


una mano.

Un escalofrío se mueve a través de mí ante la vista. Una de sus


manos me está curando, mientras que la otra…

El terreno entre nosotros y nuestros asaltantes se distorsiona y


cambia. Y luego los muertos se levantan, justo como hacen siempre.

La tierra está llena de tantos huesos.

Los caballos de los jinetes se echan hacia atrás, e incluso desde


aquí puedo escuchar a los hombres gritando. Disparan flechas a los
cuerpos esqueléticos, pero eso no detiene a los muertos. Las criaturas
deambulan hacia ellos siempre muy firmes. Los hombres vuelven sus
caballos hacia atrás y cabalgan de regreso, con los muertos
siguiéndolos a sus espaldas.

Solo cuando se han ido el jinete se extiende por mi flecha. Más


rápido de lo que puedo comprender, agarra la punta de la flecha y la
jala hacia afuera.

Grito, más de sorpresa que de dolor. Una advertencia hubiera


estado bien.

Inmediatamente, la mano de Guerra cubre la herida, su toque es


cálido. Solo toma un poco más para que mi piel se sienta titilar. Los dos
nos sentamos así sobre Deimos en el medio del camino mientras el
jinete me cura.

Luego de lo que se siente como una eternidad, el jinete suelta mi


hombro.

—La herida se ha cerrado, aunque tomará un poco más para que


se repare completamente.
Hago a un lado la manga sangrienta y arruinada de mi blusa a un
lado para mirar la piel suturada recientemente.

—Gracias.

Detrás de mí, Guerra sacude la cabeza.

—Eres mi esposa. Es lo mínimo de lo que haría por ti.

Trago. Los dos estamos metiendo nuestros dedos en una relación


real. Bueno, para Guerra siempre ha sido real, pero para mí, esto es
todo nuevo. Y siento esas palabras. El peso de ellas.

Su otra mano se mueve hacia mi estómago.

—¿El bebé? —Hay tanta preocupación en su voz.

El bebé. Mierda, es cierto.

Levanto los hombros sin esperanza.

—Estoy segura de que está bien —digo, más para reafirmarme a


mí misma que nada.

Guerra da un ligero asentimiento. Aparentemente si yo creo que


está bien, él cree que está bien.

Con eso, el jinete desmonta. Tan pronto como lo hace, veo las
flechas en su espalda.

—¡Guerra! —Todo este tiempo ha tenido sus propias heridas que


ha estado ignorando.

Analizo los cinco proyectiles enterrados en su espalda. Mi propia


herida da una pulsación solo al mirarlas todas fijamente.

Cuando el jinete ve hacia dónde estoy mirando, echa un vistazo


por encima de su hombro a las flechas sobresalientes.

—Son inofensivas —dice, encogiéndose de hombros ante mi


preocupación.

¿De verdad lo son?

Recuerdo cómo entró la mirilla de Zara cuando ella lo enfrentó.


Cómo cortó sus palmas tomando mi ataque. Y supuestamente una vez
tomó una cuchillada en la tripa, solo porque sí. Supongo que, para él,
unas pocas flechas deben parecer inofensivas.

Aun así.
—¿Siquiera puedes sentir dolor? —pregunto mientras me ayuda a
desmontar de Deimos.

—Por supuesto que puedo.

Lo dice como si fuera obvio.

—¿Entonces cómo no estás herido? —pregunto.

—Las flechas golpearon mi armadura.

Oh. Supongo que eso tiene sentido. Comienzo a caminar


alrededor para inspeccionarlas cuando Guerra me sorprende.

Sus ojos se mueven hacia toda la sangre que se ha derramado por


mi brazo, y unas arrugas profundas se forman en su ceño.

Aquí está, preocupándose por mi dolor una vez más. Mi garganta


se aprieta cuando recuerdo que solo un poco tiempo atrás estaba
planeando hacerle exactamente lo opuesto.

Mis ojos van a la espada a su espalda.

—Lo siento —digo.

No sé por qué me ha tomado todo este tiempo para pronunciar las


palabras, pero ya estoy bastante atrasada.

—¿Por qué?

Toco su pecho.

—Por casi matarte con tu propia espada.

Se ríe y toma mi mano.

—No podrías haberme herido.

—Sí te lastimé de todas formas —digo.

No todas las heridas dejan marca.

Guerra mi mira fijamente por un latido más, luego lleva mis


nudillos a sus labios, sus ojos delineados con kohl reparan en los míos
mientras besa mi mano.

—Aprecio la disculpa, esposa. Todo está perdonado.

Suelto la respiración, y se siente como si un peso ha sido


levantado.
Le doy una sonrisa.

—Mi esposo…

Levanta las cejas, con su propia sonrisa pícara tirando de las


esquinas de su boca.

—Escuchar ese término en tus labios… es la música más dulce,


esposa.

Compartimos un momento. Un momento honesto de Dios que no


es totalmente complicado. Y me dejo disfrutarlo en toda su gloria ñoña
sin pensar mucho en ello.

Un sonido opaco en la distancia rompe el hechizo. Guerra echa


un vistazo hacia atrás a la ciudad que parece levantarse del desierto
mismo. En el proceso, veo las flechas que cubren su espalda, algunas
de las cuales gotea sangre.

Sisea en una inhalación.

—Estás herido —digo, dando un paso hacia las heridas.

Guerra extiende una mano hacia su espalda, y agarrando una,


tira de ella hacia afuera y la lanza a un lado. Luego hace esto por otra,
lo detengo.

—Puedo hacerlo.

El jinete se queda quieto, observándome. Después de un


momento, asiente y me deja ir tras su espalda.

Hay tres flechas más todavía encajadas en su armadura y piel.


Comienzo con la que está cerca de su hombro, agarrándola por la base.

—Esto puede doler.

Creo que lo estucho gruñir de la risa, pero puede que solo sea mi
imaginación.

Envuelvo la mano alrededor de la punta de la flecha, doy un tirón


y… nada sucede.

Ahora Guerra sí se ríe.

—Muy doloroso, esposa. Aprecio la advertencia…

Esta vez, echo todo mi peso en la acción y, con un sonido


húmedo, la flecha sale.
Tiro la cosa sangrienta y coloco mi mano sobre la herida.

—No puedo curarlo como tú puedes.

—Está bien, esposa —dice Guerra, su voz es completamente


gentil.

Saco fuera la siguiente flecha y luego la última, tirando fuerte de


cada una. Una vez que he terminado, el jinete se da la vuelta y me da
una mirada extraña.

—¿Qué? —digo, limpiando mis manos en mis jeans.

—Nadie nunca ha cuidado de mí. —Su voz suena rara.

Encuentro sus ojos. Parece algo salido de un cuento de hadas en


su armadura roja, su cabello negro adornado con piezas doradas.

—Me preocupo por ti, Guerra. No te quiero herido. Nunca.

Guerra me mira por un largo tiempo.

—Ese es un sentimiento extraño de escuchar para mí cuando


parte de lo que soy es dolor. Pero no puedo decirte cuán conmovido
estoy por tus palabras, sin embargo. Me has hecho mortal de la peor
manera, Miriam, y estoy por siempre agradecido por ello.

Luego del incidente en Maghaghah, los muertos vivientes de


Guerra comienzan a precedernos en nuestros viajes, y así cada ciudad
por la que paso está dispersada con cadáveres de la lucha que debe
haber soportado. Las cosas lucen peor, no mejor, de lo que estaban
semanas atrás.

Pero…

Pero los muertos del jinete no están atacando estas ciudades por
las que pasamos, se están defendiendo. Así que hay sobrevivientes.
Todavía es mucho que procesar, y mientras más personas están
informadas de la llegada del jinete, los ataques sobre el ejército se
vuelven más frecuentes y brutales, y hay más muertes a causa de ello.

Tengo que cabalgar entre los cadáveres con el jinete, con su


sangre todavía goteando de sus heridas. Creo que esta es la forma en
que las cosas van a ser.
Pero entonces, algo drástico cambia.
Capítulo 51
Traducido por aelinfirebreathing

Me siento con Zara cerca del centro del campamento que hemos
erigido justo afuera de Luxor. La niña en mí está desesperada por tener
un vistazo de las antiguas ruinas egipcias, pero la pragmática sabe que
eso nunca va a suceder. No durante una campaña de batalla. Así que
me conformo con disfrutar de la vista de las palmeras que cuelgan en el
banco del Nilo.

Junto a mí, mi amiga está tratando —y fallando— de tejer una


cesta.

Aparte del sonido distante de la risa de los niños y unas cuantas


conversaciones murmuradas, el campamento está completamente en
silencio. Guerra y su ejército se marcharon hace bastante, dejando
atrás a solo unos cuantos de nosotros.

—A la mierda esto —dice Zara finalmente, lanzando su cesta llena


de protuberancias frente a ella—. No puedo hacerlo.

Rueda lejos como una planta llevada por el viento.

—Creía que se veía bien —miento. Porque algunas veces el apoyo


es mejor que la dura y fría realidad.

Zara resopla.

—Tendrías que estar ciega para…

El sonido de cascos contra la tierra nos interrumpe.

Miro hacia el borde del campamento. No puedo ver más allá de las
pocas tiendas color crema que hay en medio, pero mientras más
escucho, más alto se hace el sonido de los cascos.

Por una vez, Guerra y sus jinetes no galopan hacia el


campamento a toda velocidad. En cambio, Guerra aparece primero, con
Deimos paseándose casi ociosamente dentro del claro. Muchos más
jinetes y sus caballos de guerra les siguen, cada uno moviéndose como
si estuvieran sedados. Es solo luego de que los primeros de ellos pasan
que veo a los niños.
Hay cientos de ellos siendo guiados hacia el campamento, sus
rostros sucios y lagrimosos. Varían en edad desde adolescentes jóvenes
hasta infantes.

Me pongo de pie, mirándolos fijamente en conmoción.

Zara se para junto a mí.

—¿Qué diablos…?

Guerra y sus jinetes regresan de la batalla con niños capturados.

No, no capturados.

Perdonados.

Había un tiempo en que era un milagro conseguir que Guerra


salvara un solo niño. Ahora tiene casi una ciudad de ellos.

Mi jinete le silba a Zara.

—Tengo más niños para que atiendas.

Guerra no se molesta en hablar en lenguas. No lo ha hecho por


las últimas dos ciudades de las que hemos acampado cerca. Ahora su
mente y sus palabras son tan abiertas como nunca lo han sido… para
el asombro de los humanos que restan viviendo aquí.

Zara se señala a sí misma, sus ojos bien abiertos.

—¿Yo?

Guerra asiente una vez.

Levanto mis cejas hacia ella.

—Supongo que ahora eres la cuidadora de niños extraoficial.

Zara me da una mirada suplicante antes de aproximarse a la


línea de los niños. Hay tantos, muchísimos de ellos.

Zara los acorrala, llamando a otros individuos para ayudar.


Juntos mueven a los niños hacia un lado del claro, donde la cena ya
está preparada.

Esperemos que sea suficiente comida.

Guerra viene hacia mí en Deimos, su forma está oscureciendo el


sol detrás de él.

—Los salvaste —digo.


Me observa fijamente por un largo momento, luego entrecierra los
ojos en la distancia.

—Es… no es tan fácil destruirlos, sabiendo que podrían haber


sido míos —dice, sus ojos caen a mi estómago.

Mi hijo, quiere decir. Ve a su propio hijo en ellos.

Por un momento, no respiro. Esta puede que sea la primera vez


que he visto empatía real provenir de Guerra.

—¿Es por eso que los perdonaste?

Baja la vista hacia mí.

—Lo hice por tu corazón blando —dice—. Pero, aun así, podrían
haber sido míos.

Esto se convierte en un patrón —perdonar a los niños— hasta


que hay demasiados niños en el campamento y no suficientes adultos
para atenderlos a todos. Hemos tenido que reclutar a los niños mayores
para ayudar con los más jóvenes, lo cual no es ideal.

Todo eso cambia hoy. Hoy Guerra no solo trae de vuelta niños con
sus otros premios de guerra. Hoy, también regresa con adultos.

Estas personas están salpicadas de sangre y sus ojos están bien


abiertos por las cosas que han visto, pero vienen con los niños y reciben
comida y refugio de la misma forma. No tienen que arrodillarse en la
sangre de sus antiguos vecinos mientras juran una alianza o escogen la
muerte. No tienen que presenciar ejecuciones diarias o enfrentar la
muerte y morir en la batalla.

Lo peor con lo que tendrán que lidiar es con el choque cultural


que viene con la vida en el campamento.

Guerra desmonta a Deimos y viene hacia mí, una de sus manos


se mueve a mi barriga.

—Por tu corazón blando.


—¿Quiénes son ellos? —pregunto más tarde esa noche.

—¿Te refieres a las personas que he salvado? —dice Guerra. Se


pone los pantalones sobre las piernas, su cabello todavía está húmedo
de su baño. Sus hombros lucen de un kilómetro de ancho.

Puedo escuchar a unos pocos jinetes miedosos gritar


beligerantemente afuera, borrachos por las festividades de la noche.
Estoy segura que, si afino mis oídos lo suficiente, podría incluso captar
los sonidos de las personas llorando. Este es el día más terrible de sus
vidas, pero no tienen idea de que es uno de los más compasivos del
jinete.

Recorre su cabello con una mano, luciendo imposiblemente sexy.

—Son los inocentes. Juzgué sus corazones y los encontré puros; o


al menos tan puro como puede ser un corazón humano.

Levanto las cejas.

—¿Qué te hizo decidirte por perdonar a los inocentes? —pregunto.

Los niños lo entiendo; ve reflejado a su propio hijo en ellos. ¿Qué


ve en esta gente?

—Te hice un voto de que iba a cambiar —dice—. Lo estoy


intentando.

Mi garganta se aprieta ante eso.

—¿Así que todo esto es por mí? —No puedo diferenciar si me hace
sentir imposiblemente adorada o un poco triste.

Guerra entrecierra sus ojos, estudiando mis rasgos por unos


cuantos segundos.

—Esa es una pregunta trampa, esposa. Digo que es por ti, y


temes que esté cambiando mis formas sin cambiar mi corazón. Digo que
es porque de repente he adquirido una conciencia, y me arriesgo a
menospreciar tu propia y significativa responsabilidad en este proceso.

Él adquiriendo una conciencia nunca podría ser algo despectivo


hacia mí. Es lo que he querido desde la primera vez que lo conocí.

—¿Lo has hecho? —pregunto—. ¿Has adquirido una consciencia?

Se pasea hacia mí entonces, los tatuajes en su pecho están


resplandeciendo. Guerra se arrodilla ante mí y levanta mi camiseta gris
apretada. Probablemente es mi imaginación, pero mi estómago parece
un poco más lleno.

Agarrando mis caderas, el jinete se inclina y deja un beso por mi


abdomen.

—Todo mi mundo está aquí —dice, levantando la vista hacia mí—.


Tarde en la noche, tiemblo al pensar en algo lastimándolos a cualquiera
de los dos. ¿Entiendes lo loco que eso me hace sentir? —Se pone de pie,
moviendo una mano por mi estómago—. Hay el más pequeño zarcillo de
otra vida dentro de ti, y es tan vulnerable. —Sus ojos se mueven hacia
los míos—. Y eso es decir nada de tu propia vulnerabilidad. La muerte
es imprevista para mí, pero cualquier cosa puede llevarte, y a nuestro
hijo junto contigo.

»Es difícil ser consciente de ese hecho y no pensar sobre los otros
padres cuyas familias he asesinado. Cuyos amores he asesinado. Estoy
lleno de una vergüenza creciente por lo que he hecho porque perderte
ya es impensable. Así que sí, creo que he adquirido una consciencia.

El jinete ha hecho tantas cosas horribles. Se merece perder las


únicas cosas por las que se ha preocupado alguna vez. Tal vez entonces
realmente sepa el precio de su guerra. Pero no quiero morir, no quiero
que mi bebé muera, y lo más retorcido de todo, no quiero que Guerra
sienta el dolor de la forma que ha hecho sentir a otros. Incluso si fuera
justo.

No es el único que se ha ablandado por esta relación.

—¿Realmente quieres un hijo? —Sale como un susurro. Ni


siquiera sabía que era una pregunta en mi cabeza hasta que las
palabras dejan mis labios.

Ser un padre parece tan completamente opuesto a todo lo que es


Guerra.

—Antes que fuera… un hombre —dice—, te habría dicho que no.

Me asusto un poco, justo como siempre lo hago, ante el


recordatorio de lo que realmente es.

—En aquel entonces yo era dolor y violencia y hermandad y


animosidad y pérdida. Me regocijaba en la sangre y el miedo. No podría
concebir una vida cuando estaba tan consumido por la muerte. Pero
entonces me fue dada esta forma, y de repente, existía en una forma
completamente diferente. Observaba la naturaleza humana desde el
campo de batalla por primera vez. Más que eso, sentía lo que era vivir
del campo de batalla.

El rostro de Guerra está descubierto, y por una vez, parece muy


joven.

—Me afectaba grandemente, esposa. Había tanto de la naturaleza


humana que no sabía hasta que viví y caminé entre todos ustedes, y
sentía esa naturaleza agitándose dentro de mí mismo. Pensé que
rendirme ante esos sentimientos era una debilidad a la que solo
sucumbían los mortales.

»Sin embargo, una vez que te conocí, y comencé a querer cosas


que nunca había imaginado querer, cosas que una vez había rechazado.
Al principio me rendí ante estos sentimientos que tenía por ti porque
pensaba que Dios te había enviado para mí. Se suponía que sintiera
compañerismo y compasión porque él lo había decretado así. Se
suponía que te tomara como mi esposa porque Él te entregó a mí. No
estaba equivocado.

»En algún lugar por el camino, mis razones por dejar entrar estas
emociones humanas cambiaron. Ya no te persigo porque se suponía que
lo hiciera. Anhelo tu compañía, tus sonrisas, tu enojo fiero y tu lengua
ingeniosa porque me trajo la misma alegría que el campo de batalla
hacía. Y el mundo floreció en colores. Por primera vez, comencé a sentir
de verdad este cuerpo y cada emoción dentro de él.

No tenía idea. Ni idea de que, en algún lugar entre todas esas


semanas de tortura, cuando todo se sentía tan perdido para mí, Guerra
estaba cambiando. Incluso antes del voto que me hizo, estaba
cambiando.

—Me doy cuenta ahora —dice—. Esto es lo que es vivir, lo que ser
humano es, verdaderamente.

Es tarde, y de alguna forma estoy hambrienta y con nauseas al


mismo tiempo. Lo cual no es realmente una sorpresa porque esto ha
sucedido otras cuatro veces en la última semana.

Odio como la mierda las náuseas matutinas. Las odio, las odio,
las odio.
Quiero decir, mínimamente podrían encargarse de sus propios
asuntos y solo mantenerse por las mañanas.

Me tambaleo fuera de la cama. Todas las lámparas están


apagadas menos una, la cual está puesta sobre la mesa. Me tambaleo
hacia ella.

Descansando junto a la lámpara están una jarra de agua, un


vaso, y un plato de fruta, queso, pan de pita, y lo que parece ser
humus.

Calzada debajo del plato hay una nota que dice, Para mi feroz
esposa e hijo. Espero que si te alimento mientras duermo, no tratarás de
apuñalarme de nuevo. Considera esto una oferta de paz.

Mis labios se tuercen en una sonrisa por la nota. Solo Guerra


podría sacar algo gracioso del hecho que casi traté de matarlo.

Recojo la nota y, demasiado para mi molestia, puedo sentir cómo


me pongo emocional.

Ni siquiera es un evento de una ocasión. Por semanas Guerra ha


estado dejando bandejas de comida para mí en la noche. Nunca ha
comentado sobre ello; solo han aparecido. No he notado ninguna nota
antes, pero ahora me pregunto si hubo otras noches con otras notas de
medianoche que no fueron notadas. Notas que Guerra limpió junto con
las bandejas en la mañana.

He estado tan consumida por lo que estaba pasando a mí


alrededor que no he notado la terrible y solitaria verdad en mi interior.

Amo al jinete.

Amo sus ojos violentos y la forma en que me mira. Amo su fuerza


y su humor y su cuerpo ridículo, y esa sonrisa. Esa sonrisa por la que
espero. Amo su voz y su mente. Amo cómo me deja bandejas de comida
con pequeñas notas y cómo robó mi daga todo ese tiempo atrás porque
era mía. Amo nuestras discusiones y nuestro sexo de reconciliación y
nuestro sexo de medianoche y nuestro sexo de mañana y de tarde y de
noche. Amo la humanidad creciente en Guerra y sus rarezas.

Lo amo.

Mierda.

Lo amo.
Recorro mi rostro con una mano. Quiero retirarla. Quiero
deshacer cualquier brujería que ha hecho sobre mí.

Echo un vistazo a la forma durmiente de Guerra. Apenas puedo


distinguir su rostro en la oscuridad, pero lo que puedo ver hace que
sienta un vacío en el estómago.

Esta es una historia familiar para mí. Amar lo que no se supone


que ames. Les sucedió a mis padres, y ahora me está pasando a mí. Al
menos mis padres tuvieron el beneficio de ser buenas personas. La
decencia de Guerra está enterrada en algún lugar bajo su agenda
sangrienta y su sed por la matanza.

Pero eso está cambiando, Guerra está cambiando, y el mundo


está cambiando con él.
Capítulo 52
Traducido por aelinfirebreathing

Con cada ciudad que atravesamos, más y más personas son


perdonadas. Primero los niños, luego, los inocentes, luego, los ancianos.
Eventualmente, no está claro qué distingue a la gente que Guerra salva
de los que no. Hay tantos civiles perdonados que eventualmente el
jinete deja de traerlos al campamento. Si han sobrevivido la redada,
pueden mantener no solo sus vidas, sino sus casas y posesiones
también.

Hoy Guerra y yo deambulamos por el campamento, los ojos del


jinete se están desviando a la gente que vive aquí. El campamento en sí
es toda una bestia diferente y conjunta de lo que era solo hace meses.
Hay mucha más risa y muchas menos armas.

No sé si Guerra es consciente de la metamorfosis por la que este


lugar ha atravesado, o si él es el responsable por este cambio, pero sé
que siento una ligereza dentro de mí cada vez que veo cómo las cosas
han mejorado.

Cuando Guerra y yo llegamos al extremo del campamento, se gira


hacia mí.

—Tengo algo para ti —admite.

Dejo de caminar, levantando las cejas. El jinete me ha dado un


montón de cosas desde que nos conocimos por primera vez: una tienda,
ropa, comida, armas, desesperanza, masacre, algunos muertos
vivientes, y un bebé. No estoy completamente segura de que quiera algo
más de él.

El jinete saca un anillo, y frunzo el ceño, sin entender.

No es hasta que Guerra se arrodilla —con ambas rodillas— que


me doy cuenta qué es esto.

—¿Serías mi esposa? —pregunta Guerra.

Lo miro fijamente embobada, mi corazón está tratando de latir su


camino fuera de mi pecho.
—Ya te prometí que lo sería.

—Pero ahora te estoy preguntando —dice el jinete, observándome


fijamente desde donde está arrodillado—. No más tratos entre nosotros,
Miriam. Quiero que esta sea verdaderamente tu elección. —Examina
mis ojos—. ¿Serías mía?

Podría decir que no.

Por primera vez, Guerra está dándome una salida de verdad de


esta relación. Por supuesto, es demasiado tarde para mí y mi corazón. Y
ahora tiene que ir y convertirse a sí mismo en un hombre mejor, un
hombre merecedor de que diga que sí.

—Sí, Guerra. Sí, seré tu esposa.

Sonríe tan relucientemente que arruga las esquinas de sus ojos,


sus dientes son cegadoramente blancos contra su piel oliva.

El jinete se levanta y, agarrándome alrededor de la cintura, me


hace dar vueltas en sus brazos. Riéndome un poco, presiono una mano
contra su mejilla y me inclino para besar sus labios.

Una vez que paramos de dar vueltas, Guerra toma mi mano y


comienza a deslizar el anillo en mi dedo.

—¿Dónde aprendiste sobre dar propuestas matrimoniales? —


pregunto, recordando cómo se arrodilló con ambas rodillas. Realmente
no es lo que todos los humanos hacen, pero fue lo suficientemente
cerca para saber que lo vio en algún lado.

—No soy completamente ignorante de las formas humanas,


esposa. Solo en su mayoría. —Me da una sonrisa tímida.

Su respuesta hace que sonría de vuelta. No puedo soportar


apartar la mirada. Me ha capturado. Pero entonces mi curiosidad hace
que mire mi anillo.

Es de oro, con un rubí redondo en el centro. Es del color de la


armadura de Guerra y sus glifos y su corcel; bueno, y de la sangre
también, pero voy a ignorar ese.

El anillo es muy grande para mi dedo anular, por lo que el jinete


lo desliza en mi dedo del corazón, pero entonces el anillo también es
muy grande para ese dedo, por lo que Guerra lo mueve a mi dedo
índice, donde descansa cómodamente.
Esta no es tampoco una costumbre humana de por sí, y la amo
mucho más por ese hecho. Nosotros dos, después de todo, no somos la
pareja normal en sí, pero estamos lo suficientemente cerca.

—Lo amo —digo.

Guerra aprieta mi mano.

—Me gusta mi anillo en tu dedo. Mi daga lucía bien en ti también,


pero esto… esto puede ser incluso mejor.

—Cuéntame sobre Dios —digo esa noche después de deslizarme


bajo nuestras sábanas. El anillo de Guerra es un peso cómodo en mi
dedo.

—¿No “tú Dios”? —pregunta Guerra desde donde está sentado


afilando un cuchillo, sus ojos son pesados sobre mí.

Siempre había sido su Dios. No el mío.

No sé cuándo eso cambió, tal vez fue cuando Guerra cambió. Lo


cual es irónico, considerando que lo estoy descarrilando de los
comandos sagrados que se supone que lleve a cabo.

—¿Qué quieres saber? —pregunta.

Apoyo mi cabeza en mi puño.

—Todo.

Guerra se ríe, dejando a un lado su cuchillo y su piedra de afilar.

—¿Por qué no comenzamos con las preguntas más urgentes?

—Solo si te metes en la cama.

Los ojos del jinete se profundizan con interés. Se pone de pie,


removiendo su camisa. Un minuto más tarde se desliza en la cama
junto a mí, abrazando mi cuerpo junto al suyo.

—¿Mejor? —pregunta.

—Mucho. —Mi estómago finalmente está comenzando a


hincharse, haciendo difícil para ambos estar alineados el uno contra el
otro.
—¿Cuáles son tus preguntas?

Extiendo una mano y trazo las palabras brillantes en su pecho.

—¿Qué dice? —Nunca he preguntado.

El jinete me observa fijamente por un largo tiempo, y parece que


está decidiendo algo.

Sus labios se separan y comienza a hablar en lenguas:

—Ejo auwep ag hettup ewiap ir eov sui wania ge Eziel. Vud


pajivawatani datafakiup, ew kopiriv varitiwuv, wargep gegiwiorep vuap
ag pe. Ew teggew kopirup fotagiduv yevawativ vifuw ew nideta eov, ew
geirferav.

Las palabras divinas me bañan como una ola, y las siento como si
fueran cosas vivas, que respiran. Cosas sagradas. Mis ojos pican por
escucharlas, siento como si hubiera acabado de tocar a Dios, lo que sea
y quien sea que sea Dios.

Seré la espada de Dios y también Su juicio. Bajo la guía de mi


brazo, la humanidad deberá rendir su último aliento ante mí. Estimaré
los corazones de los hombres mientras los entrego de frente.

No puedo dudar que Guerra es otra cosa que no sea sagrada. No


luego de escuchar eso.

Todavía estoy respirando con dificultad cuando Guerra extiende


su mano, trazando mi propia marca natural en la base de mi garganta.

—Tengo algo para ti —dice Guerra, interrumpiendo mis


pensamientos. Se levanta de la cama y cruza la habitación, tomando un
pequeño objeto de sus pantalones.

—¿Tienes algo más para mí? —digo, levantando las cejas.

¿Dos regalos en un día? Ese es un precedente peligroso para


hacer.

Regresa de nuevo.

—Pensaba dártelo más temprano, pero después de que te propuse


matrimonio…

Después de que me propuso matrimonio, cualquier regalo


adicional se habría perdido en el momento.

Guerra se mete en la cama y abre su puño.


Todo lo que veo en su puño es un hilo rojo, pero eso es suficiente
para que sepa exactamente lo que es esto. Medio segundo después, noto
la mano de plata, con una piedra de turquesa diminuta en el centro.

La Mano de Miriam. Un hamsa.

—Estos estaban expuestos en Edfu, y recordé el que llevas en tu


muñeca.

Toco al que se está refiriendo.

—No soy tu padre —continua Guerra—, pero pensé que haría lo


correcto por él. —Al darme otro brazalete de hamsa y continuando con
la tradición de mi padre.

Tomo la delicada pieza de joyería de él y la sostengo en mi mano.

La encierro en mi puño. Ha pasado una década desde que mi


padre colocó mi último brazalete alrededor de mi muñeca. Recibir este
regalo de Guerra… se siente menos el hecho de que mi padre no está.

—Gracias —digo suavemente—. Lo amo.

Guerra me ayuda a ajustar el brazalete en mi muñeca, justo al


lado del otro.

Miro fijamente las dos piezas de joyería que el jinete me dio hoy, y
casi lo digo.

Te amo.

Mis ojos suben en dirección a Guerra.

Te amo.

Estaría encantado de escuchar esas palabras.

Separo los labios.

—¿Qué pasará con nosotros? —digo en cambio, acobardándome


en el último minuto.

Últimamente, he estado pensando sobre el futuro. Nuestro futuro.


No solo lo que pasará en la próxima semana o mes, sino en dónde
estaremos en años hacia el futuro.

—¿A qué te refieres? —pregunta Guerra.


—¿Hacia dónde ves yendo nuestra vida? —Ahora que hay un bebé
y las maneras de Guerra están cambiando, el futuro es una
incertidumbre grande y creciente.

—Esposa, viviremos justo como otros millones lo han hecho: en


amor hasta una edad madura.

Solo hay un problema con eso.

—Pero tú eres inmortal, y yo no.

—Eso no significa nada. —Aun así, Guerra frunce el ceño, y sé


que está pensando en lo mismo.

—Lo hará —insisto.

Ahora tengo veintidós, pero no siempre los tendré. Eventualmente


mi juventud se desvanecerá convirtiéndose en huesos frágiles y piel
arrugada. Mientras tanto, ¿cómo lucirá Guerra? ¿Permanecerá sin
cambiar, con su cuerpo todavía viril y muscular? No puedo imaginarlo
de ninguna otra forma.

¿Y si no envejece, entonces qué? ¿Qué pasará cuando sea una


anciana y mi esposo siga siendo esta fuerza de la naturaleza masculina
y bruta? ¿Seguiremos juntos aún? ¿Podremos seguir estando juntos?

E incluso si lo estuviéramos…

—Eventualmente moriré —digo—, y tú no.

¿Siquiera qué pasaría con Guerra? ¿Y qué le pasaría al mundo?


El juramento del jinete puede que acabe con mi muerte. ¿Regresará
entonces a sus antiguas formas y lo retomará desde donde lo dejó?

—Una vez hablaste de fe —dice Guerra, interrumpiendo mis


pensamientos—. Tal vez ahora es el tiempo de tener fe en mí. Todo
estará bien, Miriam. Lo juro.

Para cuando me despierto la mañana siguiente, Guerra se ha ido.

Un escalofrío se apodera de mí. El jinete se ha ido temprano


antes, pero eso era cuando hacia planes con sus hombres. Ya no hace
mucho eso.
Me visto y me fuerzo a tragar un poco de comida —mis náuseas
mañaneras realmente parecen estarse yendo— y luego dejo la tienda.
Los sonidos de los vivos ya están llenando el campamento.

Me paseo sin rumbo alrededor hasta que veo a Guerra. Está


parado en borde del campamento, acariciando a Deimos por su hocico.
El cabello negro del jinete ondea por el viento del desierto.

No me nota hasta que llego justo a su lado. Cuando me ve


eventualmente, sonríe. Su expresión es tan libre de violencia que casi
podría pasar por un hombre.

Tú arrancas pedazos de su rareza y luego se vuelve como el resto


de nosotros.

No sé si quiero que se vuelva como el resto de nosotros. Me


gustan sus rarezas.

Pero tal vez consigo tener todavía esa rareza, solo sin
derramamientos de sangre.

Guerra continúa acariciando a Deimos. El caballo echa a un lado


la mano de su dueño y toma varios pasos hacia mí, hasta que el corcel
ha enterrado su cara en mi pecho.

El jinete se voltea y mira entre nosotros dos. Justo cuando pienso


que va a decir algo sobre Deimos y yo haciendo una pareja adorable (lo
cual hacemos), dice:

—Vamos a dejar a Zara y el resto del campamento atrás.

El mundo se silencia por muchos segundos luego de eso mientras


continúo acariciando a su caballo.

Sus palabras no están siendo procesadas. No las dejaré.

—Todo el mundo, menos los jinetes fobos —añade.

Eventualmente, levanto la vista hacia Guerra.

—¿A qué te refieres con que los dejaremos atrás?

—En la próxima ciudad los dejaremos atrás. Estoy


desmantelando el campamento.

Ahora está comenzando a hundirse.


—¿Qué? ¿Por qué? —Mi corazón comienza a acelerarse—. ¿Estás
planeando matarlos? —Porque no dejaré que eso pase. No a Zara o a
Mamoon, y no a los otros tampoco.

Las cejas de Guerra se juntan.

—No dije eso. Dije que los estoy dejando.

—Así que, ¿vivirán? —pregunto.

—Tal vez, tal vez no. Pero eso será según su propia suerte y
fortuna.

Ahora estoy tratando de hacer que mi mente entienda esto: que


por primera vez jamás, Guerra liberará a su ejército captivo. Puede que
estén lejos de sus casas —ahora estamos en Sudán, después de todo—
pero al menos ya no estarán bajo el yugo de Guerra.

No parece que pueda respirar. Hay muchas emociones


contradictorias dentro de mí. Dolor, porque tendré que dejar ir a mi
amiga; incredulidad, porque esto pueda pasar en realidad; sorpresa,
porque Guerra está considerando esto realmente. Y luego está esta
preocupación extraña e intranquila que me pone los vellos de punta.

Esta es la parte de la guerra que he visto solo una vez antes. El


fin. La parte donde retiras tus tropas, das de baja tus armas, minimizas
tu ejército. Lo vi cuando la guerra civil de mi país terminó.

Ahora está sucediendo de nuevo.

Zara y Mamoon podrán vivir una vida real, en algún lugar que no
esté lleno de muerte y tristeza. Por ese hecho, el resto del campamento
podrá vivir algo similar a una vida normal. No será la misma de antes,
nada puede regresar a cómo era, pero tendrán otra oportunidad de una
vida, lo cual es más que cualquiera en este campamento ha tenido
antes.

—¿Por qué estás haciendo esto? —le pregunto a Guerra.

Me da una sonrisa.

—Por tu corazón blando.


Capítulo 53
Traducido por Rose_Posion1324

No quiero dejar ir a mi amiga. No lo he hecho desde que Guerra


me dio las noticias a principios de esta semana, pero ahora realmente
me está afectando.

Guerra ya liberó a su ejército de muertos vivientes a veinte


kilómetros camino arriba, sus cuerpos muy descompuestos esparcidos
entre la tierra seca es todo lo que queda de su ejército original.

Liberó a sus muertos vivientes. Ahora es el momento de liberar a


los vivos.

Zara, el resto del campamento y yo nos encontramos en medio de


Dongola, un pueblo en el norte de Sudán que se encuentra a lo largo
del borde del Nilo. Es un llamativo y soleado lugar, y espero que haga
feliz a mi amiga.

A nuestro alrededor, los residentes de la ciudad nos miran con


ojos sospechosos. El trato de Guerra con ellos fue que él no dañaría
una sola alma de ellos siempre y cuando pudieran incorporar a todo el
campamento de Guerra en su ciudad.

No parecían particularmente emocionados al respecto, y no los


culpo, Dongola no parece totalmente abastecido para manejar a miles
de personas más, pero cuando se enfrentaron con la alternativa,
aceptaron nuestro lote.

No es que necesariamente se apeguen al trato una vez que nos


vayamos. Por eso Guerra dejó atrás a un muerto viviente o dos, solo
para vigilarlos. Después de todo, nosotros los humanos hacemos votos
frágiles.

Adultos y niños ya se están separando de nuestra procesión,


llevándose el ganado y otras formas de moneda que necesitarán para
reconstruir sus vidas. Siento que me duele el corazón al verlos partir.
Todos hemos ido en este viaje único juntos. Es una sensación horrible
verlos irse y quedarse detrás.
—¿Vas a estar bien? —pregunta Zara. Ella sostiene las riendas de
un apestoso y gruñón camello, la bestia cargada de pertenencias. Tiene
muchos artículos para mantener a Mamoon y ella cómodos, y aun así
estoy preocupada por los dos.

Asiento con la cabeza.

Ella mira hacia mi vientre, que está empezando a sobresalir.

—¿Estás segura?

No llores. No llores.

Tomo una respiración estabilizadora por la nariz.

—Estaré bien. ¿Tú vas a estar bien? —Miro a mí alrededor otra


vez, notando todas las caras inhóspitas. Esto es mejor que la muerte
absoluta, pero los humanos no siempre son las criaturas más
compasivas. He visto demasiada evidencia de eso en los últimos meses.

Zara deja escapar un sonido a medio camino entre un resoplido y


una risita.

—Sabes que puedo cuidarme a mí y a Mamoon. —Esta última


quien se aferra a su pierna—. Estaré bien.

—¿Y el resto de los niños? —Me muerdo el labio inferior. Hay


muchos niños sin padres. Me preocupo por ellos.

—Me aseguraré de que estén bien.

Me subo a sus brazos y le doy un fuerte abrazo.

—Te voy a extrañar, Zara. Más de lo que imaginas.

Las dos hemos estado juntas durante meses, y hemos visto y


hecho cosas que nadie más ha hecho. Nos ha acercado. Tratando de
imaginar una vida sin ella hace que me duela el corazón.

Sus brazos se aprietan a mí alrededor.

—Yo también te voy a extrañar, Miriam. Gracias por ser mi amiga


desde el primer día, y por salvar mi vida y la de Mamoon.

Las dos nos abrazamos durante varios segundos. Finalmente me


separo para poder arrodillarme delante del sobrino de Zara.

—¿Puedes darme un abrazo? —le pregunto.

De mala gana, suelta la pierna de su tía y entra en mis brazos.


—Te voy a extrañar, pequeño —le digo, apretándolo con fuerza—.
Cuida de tu tía.

Me da una mirada seria, lo que considero es un, lo haré. Luego se


retira de vuelta a las piernas de Zara.

Ella se aleja de mí, manteniendo a su sobrino cerca, el camello


gruñe un poco detrás de ella.

—Por cierto, si alguna vez necesitas a alguien para matar a tu


marido —dice, asintiendo con la cabeza hacia donde se encuentra
Guerra sentado en Deimos—, solo recuerda que soy tu chica. —Me
lanza una sonrisa malvada.

Una sonrisa tira de mis labios.

—¿Pensé que le debías tu lealtad?

—Puedo hacer una excepción para una hermana mía —dice, con
los ojos brillantes.

Algo grueso se aloja en mi garganta.

Ella retrocede un poco más.

—Escríbeme, Miriam, si puedes. Tal vez un día nuestros caminos


se cruzarán de nuevo.

Mi sonrisa vacila con mi tristeza.

—Haré eso.

Zara saluda por última vez, y luego se da la vuelta y se va, la


ciudad tragándola.

El campamento está tranquilo. Demasiado, demasiado tranquilo.

Estoy parada afuera de la tienda recién construida de Guerra,


mirando la brisa levantar polvo como cenizas. Seguimos adelante,
dejando atrás Dongola. Siento que he dejado una parte de mí en esa
ciudad.

El viento silba a través de las pocas carpas que quedan. Me sigue


inquietando. Pensarías que después del ruido de vivir en una ciudad de
tiendas, agradecería el silencio. Pero extraño el lugar como era.
¿Cómo es eso de irónico? Estoy nostálgica por la presión de las
tiendas y la multitud en la que podrías perderte. Era una herida
supurante de una comunidad, pero dejó un vacío a su paso.

Nuestro campamento ahora consta de no más de treinta carpas, y


esas incluyen carpas que protegen nuestras provisiones. Miro a las
otras estructuras de lienzo, las que albergan a lo que queda de los
jinetes fobos de Guerra. No ha estado reemplazando a sus jinetes desde
hace un tiempo, por lo que su círculo interno de luchadores se ha
vuelto cada vez más pequeño.

No sé qué les sucederá, especialmente ahora que Guerra ha


lanzado a su ejército de muertos vivientes. ¿Irá a la siguiente ciudad
solo con sus hombres? ¿O resucitará más muertos?

Puedo ver la misma pregunta en las expresiones de amargura e


infelicidad de los jinetes de Guerra. Ninguno de ellos sabe lo que
sucederá después. Su señor de la guerra no los liberó con el resto del
campamento. ¿Qué planes podría tener para ellos?

La pregunta es aún más apremiante ya que Guerra no ha dejado


a nadie a cargo de llevar a cabo las tareas diarias del campamento.
Solía haber gente que lavaba tu ropa, gente que cocinaría tus comidas.
Los que tejerían contenedores y repararían las carpas rotas y afilarían
cuchillas y así sucesivamente. Tú nombra una necesidad y habría
alguien para encargarse de ello.

Para ser justos, el jinete intentó reclutar a algunos de sus muertos


para estos trabajos, pero nadie quiere que piel en descomposición llegue
a la sopa (si los muertos si quiera saben cómo preparar adecuadamente
esas cosas), o que las partes no mencionables de algunos muertos
vivientes manchen la ropa que están lavando.

Dicho esto, todavía quedan algunos no-muertos alrededor del


campamento; a Guerra le gusta tenerlos patrullando los terrenos. No les
dará la oportunidad de acercarse lo suficiente como para enfermarme,
pero claramente todavía los tiene cerca para la protección del
campamento y, en mayor medida, la mía.

Mientras observo las pocas carpas restantes, dos jinetes fobos


salen de una, sus torsos desnudos, salvo por la faja roja que siempre
usan alrededor de la parte superior de su brazo. Se inclinan el uno
hacia el otro, conversando en voz baja. Cuando me ven, uno asiente en
mi dirección, y el otro se da cuenta, los dos se callan.
La parte de atrás de mi cuello pinca. De lo que sea que estén
hablando, no es para mis oídos.

Poco tiempo después, Hussain pasa caminando, levantándome


una mano a modo de saludo antes de unirse a los otros dos hombres.
Juntos, el grupo de ellos se va, sus cabezas inclinadas juntas, sus voces
susurrando.

Obviamente todos son amigos, y verlos juntos trae un fuerte dolor


en mi pecho. Ya extraño a Zara y la fácil amistad que tuvimos.

Rodando mis pulseras hamsa alrededor de mi muñeca, me dirijo


hacia las afueras del campamento.

A lo lejos, veo a Deimos pastando, y cerca de él está Guerra. La


vista del jinete todavía hace latir mi corazón.

Al igual que sus jinetes, Guerra no tiene camisa, e incluso tan


lejos, puedo ver su piel verde oliva ondeada con sus músculos. De pie
allí, entre el árido paisaje de Sudán, él se ve… diferente. Todavía de
temible estatura, pero agobiado alguna manera. Eso trae de nuevo esa
sensación incómoda e irritante que sentí hace solo unos minutos,
aunque no sé porque.

Me dirijo a él.

Cuando llego a su lado, no se vuelve hacia mí.

—Esposa —dice Guerra, mirando al horizonte. Aquí afuera el


mundo es todo suelo arenoso y amarillo y cielo azul pálido—. ¿Dónde
trazas la línea entre aquellos que son inocentes y los que no lo son? —
pregunta, su mirada distante.

Sacudo la cabeza, aunque no estoy segura de que la pregunta


fuera para mí.

Se vuelve hacia mí y sus ojos oscuros son insoportablemente


tiernos.

—Lo he visto todo —dice—. No hay una demarcación clara entre


el bien y el mal. ¿Y quién diría que incluso los peores hombres no
pueden cambiar?

Escudriño su cara. Apenas estoy siguiendo sus reflexiones, y


ciertamente no tengo cualquier tipo de respuesta para él.

Él mira mis labios.


—Pensé que podría tenerlo todo: mi esposa, mi guerra y mi
santidad. En cambio, me has obligado a cuestionar todo: la vida y la
muerte. Lo correcto e incorrecto. Dios, incluso a mí mismo. Y no soy
nadie para juzgar, esposa.

Mira más allá de mí, mirando al horizonte otra vez.

—He pasado demasiado tiempo juzgando los corazones de los


hombres que no he juzgado el mío. No hasta ahora. Y esposa... lo he
encontrado deseando.
Capítulo 54
Traducido por Mer

Esa noche, Guerra me mantiene cerca, incluso más cerca de lo


habitual. Siento su incertidumbre y conflicto interno en el apretón
desesperado de sus brazos. Realmente no es el tipo de criatura que se
cuestiona a sí mismo, y ahora que lo ha hecho, parece que su identidad
se está desmoronando.

¿Qué es Guerra sin guerra?

El jinete busca en mis ojos.

—Te amo. —Su voz es áspera con su propia emoción—. Más que
mi espada, más que mi tarea. Te amo más que a la guerra misma. —
Presiona su frente contra la mía—. Lo siento mucho, Miriam. Lo siento
mucho por todo. Por no escuchar. Por tu dolor y sufrimiento. Por hasta
la última cosa.

La cara de Guerra se vuelve borrosa cuando lo miro fijamente. Ha


habido mucho sufrimiento.

—¿Por qué me estás diciendo esto ahora? —Mi voz es ronca.

Me acaricia la mejilla.

—Porque estoy tomando la decisión de terminar la lucha.

Te amo pero eso nos ha destruido a los dos, había dicho una vez el
jinete. No me había dado cuenta de que él podría haber querido decir
eso literalmente cuando se refería a sí mismo. Guerra y apatía van de la
mano. Sentir, empatizar, amar, ese debe ser el principio del fin de la
guerra misma.

¿Estaba condenado en el momento en que me vio en Jerusalén?


¿O fue cuando casi me muero, o cuando me rendí? Sé que cuando el
jinete me miró y arrasó con todo el campamento, estaba allí. Entonces
me amaba, aunque no tenía nombre para lo que sentía; fue la
quemazón de la traición lo que lo provocó. Pero para entonces, la chispa
que puso todo lo demás en movimiento ya había sido encendida.
Perdonando a los niños, luego a los justos.
Y ahora, Guerra está considerando detener la destrucción por
completo.

Está más allá de mi más salvaje esperanza, así que no sé por qué
siento miedo, pero esa sensación aceitosa me retuerce el estómago.

—¿Por qué estás haciendo esto? —pregunto.

El jinete me da una sonrisa suave.

—Siempre cuestionando mis motivos. Pensé que te alegraría.

—¿Qué te va a pasar?

No puedo soportar decir: ¿Qué te hará Dios? Pero me lo estoy


imaginando igualmente. El jinete está dando la espalda a su violento
propósito. Seguramente hay algunas consecuencias por ello.

Guerra me levanta la barbilla.

—¿Estás realmente preocupada por mí?

Mi labio inferior está empezando a temblar lo más mínimo.

—Claro que lo estoy. No quiero que... mueras. —Mi voz se


quiebra.

Sé que ha dicho que es imposible que muera, pero ¿es realmente


menos posible que resucitar a los muertos o curar a los heridos o
hablar idiomas muertas? Imposible ya no tiene el mismo significado que
una vez tuvo.

El pulgar del jinete roza mi labio inferior.

—¿Y quién dice que lo haré?

—Dime que no lo harás —digo un poco desesperada.

—Mi hermano no lo hizo.

Me quedo inmóvil.

—¿Entonces Peste todavía está vivo?

Guerra asiente.

—¿Quieres saber qué le pasó? —pregunta—. ¿Lo que realmente


sucedió?

—¿Cómo fue detenido, quieres decir? —digo.


Los dedos de Guerra se mueven hacia mi cicatriz, trazando el
símbolo.

—No fue la violencia lo que lo atrapó al final. Fue amor.

No respiro.

—Mi hermano se enamoró de una mujer humana y renunció a su


misión divina para estar con ella.

Que es exactamente lo que parece estar haciendo mi jinete.

Trato de mantener mi voz firme.

—¿Qué le pasó a él? —¿Qué te pasará a ti?

—Él y su esposa viven… tienen hijos también —dice Guerra.

Siento que empiezo a respirar establemente de nuevo.

—¿Entonces están vivos? —pregunto—. ¿Y felices?

—Hasta donde yo sé —dice Guerra.

El alivio me atraviesa. Guerra no morirá, como tampoco lo hizo


Peste. Él puede dejar atrás la lucha, y podemos tener una buena vida.
Con suerte una vida mundana, feliz y larga.

Estudio de nuevo la expresión de Guerra.

—¿Entonces no te preocupa dejar atrás tu tarea?

Guerra vacila.

—No diría eso.

Como chasquear los dedos, mi miedo regresa.

Debe verlo porque dice:

—Miriam, ¿crees que puedo ser redimido?

—¿Qué quieres decir? ¿Estás preguntando si puedes corregir tus


errores?

El señor de la guerra asiente con la cabeza.

Ha hecho tantas cosas abominables. Desde el mismo día que


llegó, trajo la muerte con él. Pero lo que ha hecho es una pregunta
diferente de la que está haciendo.
—Creo que ya te estás redimiendo —le digo—. Entonces, sí,
Guerra, creo que eso puede suceder.

El jinete me da una mirada suave.

—Entonces seguramente cada hombre, mujer y niño en la tierra


es tan capaz de redención como yo. Y si quieren la redención, ¿quién
soy yo para matarlos antes de su verdadero día de juicio final?

Sacudo la cabeza, perdida.

—¿Entonces vas a detener la matanza?

Él asiente levemente.

—Así que voy a parar de matar.

No sé cuándo los dos nos quedamos dormidos, encerrados en el


abrazo del otro, solo que una voz fantasma me saca del sueño.

Ríndete.

La palabra susurra a lo largo de mi piel, moviéndose sobre ella


como una tierna caricia.

Me siento en la cama, respirando profundamente. El recuerdo de


la palabra parece resonar en esa tienda.

Ríndete, ríndete, ríndete.

Toco mi cicatriz. Esta herida y la palabra que representa


intrincadamente nos unieron a mí y a Guerra. Estaba segura de que se
suponía que debía rendirme. La prueba de ello fue tallada en mi carne.

Como un rayo, la realización me golpea.

El mensaje no era para mí.

Nunca fue para mí. Después de todo, no puedo leer Angélico.

El mensaje es para alguien que puede.

Guerra.
Capítulo 55
Traducido por CarolSoler

A la mañana siguiente, me despierto con las manos de Guerra


sobre mi estómago.

—Mmm, ¿qué estás haciendo? —digo adormilada, estirándome en


la cama.

Siento el cabello del jinete acariciar mi piel desnuda justo antes


de que bese mi vientre.

—Nunca va a dejar de fascinarme —dice—, que estés llevando a


mi hijo.

Parpadeo y deslizo una mano a través de sus bucles oscuros, que


están revueltos por el sueño.

—¿Sabes qué es? —pregunto.

Quiero decir, él sabe un montón de cosas… puede que sepa el


sexo del bebé.

Guerra dibuja círculos en mi estómago, su expresión es suave.

Su boca se curva en una pequeña sonrisa.

—Humano, imagino. O algo bastante cercano.

Me río y le empujo, aunque no estoy del todo segura de que esté


bromeando.

—¿Sabes de qué género es el bebé?

Me mira con cariño.

—Incluso mi conocimiento tiene sus límites. Lo descubriremos


juntos.

Lo atraigo hacia mí, dándole un beso en los labios.

—Cambiar la muerte por la vida —digo cuando me separo—, te


sienta bien.
Toma mi cara en sus manos.

—No sabía que era capaz de sentir de esta manera, esposa. La


felicidad es una emoción nueva…

La lona de la tienda se abre bruscamente, y un jinete fobos entra,


interrumpiéndonos.

Tiro la sábana sobre mí, tapándome los pechos. Igual que Guerra,
me he aficionado a dormir desnuda. Lo admito, mi ropa se está
volviendo demasiado apretada.

Guerra se sienta, en absoluto preocupado por su piel expuesta.

—Fuera.

Suena como su antiguo yo. Lleno de confianza y violencia


reprimida.

El jinete, un hombre fornido y calvo con una espesa barba, parece


un poco inseguro. Hace una rápida reverencia, luego se apresura a
decir:

—Con el debido respeto, mi Señor, los habitantes de Karima se


están preparando para emboscarnos. Si queremos detenerlos, debemos
partir ya.

Miro a Guerra, asustada. Ayer, el jinete estaba decidido a deponer


las armas pero, ¿qué ocurre cuando los humanos son los que atacan?
¿Mantendrá su palabra o hará una excepción?

Guerra se levanta, completamente desnudo e indiferente,


pavoneándose a través del cuarto para agarrar sus pantalones.

El jinete fobos aparta la mirada bruscamente. Después,


murmurando alguna rápida excusa, se escabulle de la habitación.

Me siento, las mantas apretadas firmemente contra mí,


observando mientras el jinete se pone su ropa negra, después su
armadura. Finalmente, se amarra su enorme espada a la espalda.

Al verlo, mi temor crece. No sé decir exactamente qué me está


perturbando; que Guerra podría matar como siempre ha hecho… o que
podría hacer algo completamente diferente, algo que podría tener sus
propias consecuencias.

Guerra debe ver las terribles posibilidades avanzando por mi cara


porque camina hacia mí y se arrodilla junto al catre.
Estira el brazo y me acaricia la mejilla.

—No hay nada que temer, Miriam. Sean cuales sean tus
preocupaciones, bórralas.

Asiento, intentando creerle.

El jinete me da un beso, y después se marcha.

Todo el campamento, o lo que queda de él, se vacía. Guerra se ha


ido, sus jinetes se han ido; incluso la mayoría de los caballos se han
ido.

Estoy totalmente sola, excepto por unos cuantos guardianes


esqueléticos que Guerra resucitó para vigilarme. Me siento como si
fuera el último humano en la tierra, mi entorno abandonado, el mundo
de los vivos nada más que recuerdos.

El paisaje no ayuda. Esta parte de Sudán es toda tierra quemada


y cielo. Y aparte de unas cuantas ruinas y un puñado de edificios que vi
durante nuestro viaje, no hay nada que indique que la gente ha vivido
aquí alguna vez.

Pero la soledad no es tan dolorosa como el aburrimiento. He


releído mi novela romántica tantas veces que podría citar secciones
completas del libro. He mirado la foto de mi familia hasta casi hacer
sangrar mis ojos. Y la idea de trabajar en otra flecha me hace querer
tirarme del pelo.

Puede que sea eso lo que me lleva a empezar a cotillear por el


campamento.

Nunca he estado en la tienda de ningún jinete fobos. No he tenido


nunca la oportunidad o el deseo. Pero ahora que, literalmente, no hay
nadie para detenerme, la curiosidad me supera.

Salgo de la tienda de Guerra y atravieso el campamento, una


brisa caliente removiendo mi pelo.

La tienda más cercana a mí está aproximadamente a diez metros.


Me dirijo a ella, deteniéndome por un segundo ante la lona de la tienda.

Esto es grosero e invasivo. Tampoco es lo peor que he hecho.

Aparto las solapas y entro.


El lugar es un absoluto desastre. Ya hay platos sucios de un día
entero apilados en una esquina de la habitación, y otra pila de ropa
ensangrentada. Las moscas zumban por el interior de la tienda, y
maldición, eso debería ser incentivo suficiente para limpiar el lugar.

La siguiente tienda no podría ser más distinta. Es espartana, y las


pocas posesiones que tiene el dueño, están organizadas de un modo
agradable y pulcro. Incluso las mantas del catre del jinete están
remetidas.

Mi ceño se frunce ante esto. Estaban todos envueltos en un


tumulto histérico para encontrarse con sus enemigos, yo no habría
pensado que tendría tiempo para hacer la cama…

La siguiente tienda de jinete pertenece a una mujer, aunque no lo


sabrías viendo sus cosas. Mi única pista es la foto enmarcada junto a
su cama. Reconozco su cara inmediatamente. Es difícil no hacerlo
cuando hay tan solo unos cuantos jinetes fobos mujeres. En la foto hay
un hombre con ella, ¿su marido?

De repente siento una emoción indeseada hacia esta mujer quien


indudablemente masacró a docenas de inocentes. Pero no lo puedo
evitar. Ella tuvo una familia, como el resto de nosotros, y en algún lugar
del camino, los perdió; lo más probable por el mismo Guerra.

Por enésima vez me pregunto qué motivó a estos jinetes no sólo a


luchar por los jinetes, sino a convertirse en sus soldados más leales y
letales. ¿Fue la supervivencia? ¿Fue el amor a los juegos sangrientos?
¿Otra cosa?

Salgo de la tienda de la mujer, deslizándome como un fantasma.

Fisgonear está empezando a perder su atractivo. De mala gana,


me dirijo a la cuarta tienda.

La última, me prometo a mí misma.

Este hogar parece un lugar compartido; hay dos catres puestos


juntos, las sábanas revueltas por el sueño.

Parece que Guerra y yo no somos los únicos en el campamento


que vivimos en pareja.

Estos jinetes tienen el lujo inusual de tener un cofre de mimbre


en su habitación. No muchos lo tienen ya que es difícil viajar con
muebles.
Me dirijo a él.

De rodillas frente al cofre, abro la tapa. Dentro, veo una


cachimba, tabaco, un juego de ropa de recambio, y un set de café turco.
Entre todo eso hay un trozo de papel doblado.

Saco el pedazo de papel y lo despliego. El él hay un mapa


dibujado a mano del área en la que estamos actualmente, seguido por el
río Nilo que hemos estado siguiendo, la carretera en la que hemos
estado viajando, nuestro asentamiento temporal, y la ciudad de Karima,
esta última situada en la parte superior, la esquina derecha del mapa.
Algunas zonas del papel tienen marcas en ellas, junto al nombre de
varios jinetes fobos.

Esto es un plano táctico, me doy cuenta. Uno que parece incluir


las personas y los lugares que tienen que defender… o atacar.

Pero Guerra me había dicho que estaba dejando la lucha.

Él no me mentiría, especialmente sobre esto.

Lo que significa que el mapa está equivocado. Tiene que estarlo.


Mi ceño se frunce mientras sigo estudiándolo. Cuanto más lo miro, más
extraño me parece.

Y entonces me doy cuenta del por qué.

En el mapa, los jinetes fobos están situados a lo largo de la


carretera, y a juzgar por las marcas, el plan es conducir a sus
asaltantes hacia una ubicación concreta, una donde pueden tenderles
una emboscada. El único problema es, que el mapa no muestra a los
atacantes llegando de la ciudad.

Los muestra viniendo del campamento.


Capítulo 56
Traducido por CarolSoler

Guerra tenía razón. No hay nada que temer.

Hasta que, por supuesto, lo hay.

Guardo el mapa donde lo encontré, y después corro a la tienda de


Guerra.

Le van a tender una emboscada.

Por lo menos creo que lo van a hacer.

Pero… debo estar equivocada sobre lo que vi. No porque tenga fe


en los jinetes de Guerra; no confiaría en ellos por nada del mundo, sino
porque ellos saben mejor que nadie el alcance de la ferocidad y poder
del jinete.

Saben que no pueden matarlo.

¿Entonces por qué preparar una emboscada?

Quizá leí mal el mapa. No tengo mucha experiencia analizando


mapas tácticos. Es posible que haya malinterpretado este.

Dentro de la tienda de Guerra, agarro mi daga y mi funda y lo ato


a mi cintura. Me lleva un poco más encontrar el arco y el carcaj que
Guerra me dio. Me siento un poco estúpida, armándome cuando aún no
estoy segura de lo que vi.

Los jinetes de Guerra deben saber algo que yo no. O puede que
haya entendido todo esto al revés. Quizás no van a matar al jinete, ¿por
qué mi mente sigue yendo allí, de todas formas? El hombre no puede
morir.

Sin embargo, la inquietud se posa como una piedra en mi


estómago.

Salgo, encaminándome al establo, donde quedan unos cuantos


caballos. Me paro cuando los veo, otra ola de incertidumbre me
atraviesa.
¿De verdad voy a hacer esto? Una cosa es atarme armas, otra es
ensillar un caballo y cabalgar a la batalla por una suposición que hice.

E incluso si mis peores temores fueran ciertos, ¿qué podría hacer


yo que no pudiera hacer Guerra por sí mismo?

No tengo la oportunidad de resolver mis propias dudas.

De repente, la tierra cobra vida bajo mis pies, y está furiosa. Se


dobla y se menea violentamente, casi arrojándome al suelo. Me tropiezo
mientras todo a mi alrededor, las tiendas se agitan y se derrumban. Los
caballos se mueven, nerviosos, en el establo.

Al instante siguiente, salen despedidos del suelo, abriéndose


camino hacia la superficie. Se mueven con una agilidad antinatural;
nunca los he visto levantarse tan rápidamente.

Uno de los caballos carga, derrumbando la frágil madera de su


recinto. El resto le sigue, galopando.

Me doy la vuelta.

Por todas las direcciones, los muertos están emergiendo. Hay


cientos de ellos hasta donde puedo ver. Nunca he visto a Guerra llamar
a tantos.

La mayoría son simplemente cáscaras de humanos, algunos con


varios huesos desaparecidos. Hay otros animales también; caballos,
cabras, ganado, y algo que puede ser un perro o un chacal. Resurgen de
la tierra desierta, el polvo desprendiéndose de ellos.

Una vez que están arriba, empiezan a correr en una dirección:


hacia el lugar de la emboscada.

Guerra.

Algo ha ocurrido. Ahora estoy segura.

Y mi plan anterior es un desastre; los caballos se han ido. Si


quiero ayudar a Guerra, tendré que ir a pie.

Empiezo a trotar en la misma dirección que los muertos cuando


me sobrepasan. Hay tantos de ellos, más de los que uno supondría,
dado el hecho de que la tierra parece estar desprovista de vida.
La tierra está llena de tantos huesos.

A mucha distancia, oigo un amortiguado bum. El sonido me pone


los pelos de punta.

¿Qué diablos?

Menos de un minuto después escucho otros dos bums, cada uno


incrementando mis nervios.

En respuesta, impulso más fuerte mis piernas.

Sólo he cubierto unos cuatrocientos metros cuando de repente,


los muertos vivientes caen al suelo a la vez.

Echo un vistazo a mi alrededor a los incontables cuerpos que


ahora ensucian el paisaje, mi enfado aumenta.

Me acerco a uno de los cuerpos, este no es nada más que un


esqueleto. Bajo la mirada hacia él mientras los segundos pasan. Uno,
dos, tres, cuatro…

Algo no está bien.

Algo realmente no está bien.

Miro al horizonte. Mi ansiedad vuelve, pero ahora redoblada.

¿Sabes qué?

A la mierda.

Regla Cuatro de la Guía de Miriam Elmahdy para mantenerse


jodidamente viva: haz caso a tus instintos.

No lo he hecho, no desde que llegué al campamento. Los últimos


meses me han obligado a ignorar esta regla por que la viví, pero no lo
haré hoy.

El instinto me está diciendo que algo terrible le está pasando a


Guerra, que algo terrible puede que ya le haya pasado.

Agarro mi arco y saco una flecha del carcaj. Sigo corriendo a lo


largo de la carretera dirigiéndome hacia Karima, esquivando montones
de huesos y cuerpos que contaminan el terreno. Mientras estoy
corriendo me doy cuenta de que si los hombres de Guerra quieren
deshacerse de él, entonces volverán al campamento para deshacerse de
mí también.
Mierda. Puede que estén volviendo a por mí en este mismo
momento.

Una parte de mí quiere seguir lanzándose de cabeza hacia


Guerra, pero la parte más calculadora, superviviente de mí sabe que la
única ventaja que tengo sobre dos docenas de jinetes fobos armados es
la sorpresa.

Observo los alrededores mientras corro, hasta que veo un coche


oxidado situado fuera de la carretera. Me dirijo hacia él, y
agazapándome detrás de su irregular estructura de metal, apunto mi
arma a la carretera que viene hacia mí.

No tengo que esperar mucho tiempo antes de oír los fuertes


golpes de los cascos en la distancia. Mirando por encima del capó del
coche, veo un jinete a caballo. Están demasiado lejos para distinguir
sus rasgos, pero ya puedo decir que no es Guerra. El corcel es negro y
no rojo, y la estatura del jinete no es ni de cerca tan abrumadora como
la de Guerra.

Mantengo mi flecha apuntando al jinete y espero a que se


acerque. Entonces, tiro de la cuerda hacia atrás.

Inhalo. Exhalo. Apunto. Lanzo.

Mi flecha golpea al jinete justo en el pecho, echándole hacia atrás


en su montura.

En un instante, otra flecha está en mi mano. El hombre está


enderezándose cuando salgo de mi escondite y tenso la cuerda.

El disparo le golpea en el brazo, no donde tenía pensado, pero


demonios, le dio. Eso tiene que contar para algo.

—¡Miriam! —grita, acercándose a mí—. ¿Qué narices estás


haciendo?

Es raro oír mi nombre en sus labios cuando no sé quién es este


hombre. O escucharle gritar de indignación cuando debe saber
exactamente por qué estoy disparándole.

El jinete frena a su caballo mientras se acerca a mí, entonces se


baja. Sólo ahora veo que es el hombre corpulento y barbudo que entró
en mi tienda esta mañana. Ahora tiene una espada enfundada en una
cadera y un hacha de combate en la otra. Bruscamente, agarra la flecha
incrustada en su brazo y la arranca, lanzando el arma a un lado.
Coloco otra flecha, apuntándole.

—¿Qué estás haciendo tú?

Me impresiona que mi voz sea tan firme.

Camina hacia mí, dirigiéndome una mirada desdeñosa.

—Te he visto desfilar por el campamento durante los últimos


meses como si fueses una maldita reina.

Sus manos tocan la parte superior de su hacha de combate.

—Toca ese arma otra vez, y te dispararé.

—Pero no eres una reina —continúa el jinete fobos, su mano


cayendo a un lado—. Eres solo una puta barata que se quedó preñada.
—Sus ojos se encuentran con los míos—. Tú baja esa arma, y te daré
una muerte rápida y limpia. De lo contrario, te arrastraré de vuelta con
el resto de los hombres, y disfrutaremos follándote unas cuantas…

Mi flecha le alcanza limpiamente en la garganta, y sus palabras se


interrumpen con un sofoco.

No estoy de humos para escuchar esta mierda.

Da un tembloroso paso hacia atrás, pareciendo más sorprendido


que dolorido. Siempre parecen sorprendidos. No sé por qué. Ya disparé
a este hombre dos veces, y le amenacé con una tercera vez.

El jinete intenta sacar la flecha mientras la sangre cae en cascada


por su cuello. Se balancea un poco, después se tambalea sobre sus
rodillas, estirando un brazo para agarrarse. Más sangre chorrea por el
suelo.

Camino hacia él, preparando otra flecha.

—¿Dónde está mi marido?

El jinete lo hace lo mejor que puede para mirarme, teniendo en


cuenta que hay una flecha atravesando su garganta. Sonríe cruelmente
mientras intenta hablar. El sonido gorgotea de su garganta.

No importa. Veo las palabras formarse en sus labios de todas


formas.

Guerra está muerto.


Capítulo 57
Traducido por AnamiletG

El jinete fobos se desploma poco después de eso. Me inclino y le


quito el hacha de la mano. Uso sus pantalones para limpiar la sangre
del arma, y luego paso el mango de madera a través de la presilla del
cinturón.

El caballo del jinete solo se ha alejado un poco. Pasando por


encima de un montón de huesos, alcanzo el caballo y me pongo en la
silla. Solo toma unos minutos dar vuelta a la bestia, hacia Karima. Y
luego cabalgo como si me persiguieran demonios.

Guerra está muerto. Las palabras se repiten una y otra vez.


Quizás es por eso que sus muertos vivientes cayeron todos a la vez. Tal
vez no los liberó, tal vez su poder sobre ellos murió con él.

No puede morir, tengo que seguir recordándome a mí misma. No


permanentemente al menos. Pero luego, con cada cadáver que paso me
siento un poco menos segura.

¿Qué pasaría si Dios le diera la espalda a mi jinete ahora que


Guerra decidió terminar la lucha? ¿Qué pasa si ha decidido que esta vez
muerto significa muerto?

No puedo recuperar el aliento. El pensamiento es absolutamente


aterrador.

No sé cuánto tiempo conduzco antes de registrar el ruido húmedo


y sordo proveniente de una de las alforjas. Lo alcanzo por irritación. En
el momento en que toco el lienzo, mi mano sale húmeda. Echo un
vistazo a mis dedos.

Carmesí.

Tiro del caballo hasta que se detiene, un mal presentimiento viene


sobre mí. Me bajo del caballo, aflojo la alforja y... Solo vislumbro el
conocido cabello oscuro y una cuenta ensangrentada y dorada antes de
girar y tirar al costado del caballo.
Lo que mis ojos vieron, estaban equivocados. No debería mirar de
nuevo. No debería.

Abro más la alforja.

—No. —La palabra se escapa.

La cara de Guerra es sangrienta y se ve muy mal. Tengo que


inclinarme para vomitar nuevamente.

—No —sollozo. Todo mi cuerpo está temblando.

Me dijo que no podía morir permanentemente. Él me dijo eso.

Pero nunca me dijo qué pasaría si alguien hiciera algo tan


drástico, algo como quitarle la cabeza de los hombros.

Me siento allí en el caballo por cerca de un minuto, consciente de


que el tiempo pasa.

No me importa mucho.

Un sollozo ahogado se me escapa. Presiono el dorso de mi mano


contra mi boca, una lágrima se desliza, luego otra.

Guerra se ha ido.

Mi esposo, mi amor, el hombre que despertó todo en mí.

El hombre que dejó una parte de sí mismo dentro de mí.

Todo lo que puedo recordar ahora son las noches que me sostuvo
debajo de las estrellas, y la sensación de sus labios contra mi piel
mientras susurraba su amor por mí.

Se ha ido, se ha ido, se ha ido. Lo deseaba tanto una vez, estar


libre de él. Es una ironía tan cruel que ahora que quiero a mi jinete,
alguien me lo ha quitado.

Nunca tuve la oportunidad de decirle que lo amaba.

Otro sollozo ahogado se escapa. Puedo sentir que empiezo a


temblar. Estoy a punto de perderlo por completo. Puedo sentirme
parada en ese precipicio, lista para caer de cabeza en mi dolor.

Miro hacia el horizonte y me obligo a tirar de él.

Habrá tiempo para llorar a Guerra, cantidades interminables y


enormes de tiempo. Lo sé muy bien.
Pero por ahora, aunque todavía puedo reclamarlo...

Quiero mi venganza.

Bajo el camino a toda velocidad, la ira me empuja hacia adelante.


Mis pensamientos son un grito continuo en mis oídos.

No puedo pensar en él o en los cadáveres que decoran el camino


como confeti.

Estoy siendo retenida por la venganza y solo venganza.

¿Por qué todo lo que amo debe ser alejado de mí?

Empujo el pensamiento antes de volver a deslizarme por esa


madriguera de conejo.

Veo un edificio derrumbado a un lado de la carretera, y por


capricho, dirijo el caballo hacia la estructura. Antes de que el corcel se
haya detenido por completo, desmonto, pisando dos montones de
huesos para poder deslizarme dentro de la construcción abandonada.

Traigo el caballo conmigo.

Los jinetes fobos tienen que tomar este camino de regreso si


quieren regresar al campamento; es el único que lleva de vuelta allí. Y
volverán al campamento. Han dejado atrás sus posesiones, y luego
todavía los tengo que matar.

Sostengo mi arco en mis manos, una flecha suelta contra él. Se


necesita hasta la última pizca de hierro puro para no deslizar mi mirada
hacia la alforja, que actualmente está goteando en el piso. Puedo
escuchar su terrible sonido.

Goteo... goteo... goteo.

Aprieto los dientes y me paro en la ventana que da a la calle. Me


detengo brevemente para golpear el cristal, antes de entrenar mi mirada
y mi arma en el camino.

Y luego espero.

Parece que han pasado horas cuando los jinetes fobos vienen
galopando por la carretera. Para entonces mi mente está en silencio y
mi puntería es estable.
Bastante estable.

No me queda miedo, y mi ira se ha disipado, dejando atrás nada


más que un sombrío propósito.

Cuento los jinetes. Uno, dos, tres, cuatro. Cuatro, cuando solía
haber cerca de veinte. Lo que significa que, aparte de este grupo y el
hombre al que le disparé antes, todavía hay quince soldados
desaparecidos.

Me preocuparé por eso más tarde.

Apunto la flecha a uno de los jinetes, respiro y luego suelto.

Golpea al hombre en el hombro. Su cuerpo retrocede por el


impacto, pero se las arregla para permanecer en el caballo, tirando
salvajemente de las riendas.

Ya estoy apuntando mi segunda flecha cuando sus camaradas se


dan cuenta.

Respira, luego suelta.

La siguiente flecha golpea a otro jinete justo en el cofre. Se


desploma en la silla de montar, su caballo se desvía del camino.

Los dos jinetes restantes giran sobre sus corceles, buscando la


fuente de las flechas.

Cargo y suelto. Golpeo a uno de ellos. Tres heridos.

Todo lo que queda es…

Mis ojos se encuentran con Hussain justo cuando él mira hacia


mí.

—Miriam —gruñe.

Dudo por una fracción de segundo. Hussain siempre ha sido


amable conmigo. No quiero creer que pudo haber ayudado a matar a
Guerra, o que podría haber regresado al campamento para tratar
conmigo.

El segundo pasa y con él, mi conmoción. Agarro otra flecha y


apunto. Lanzo.

Hussain se agacha, la flecha pasa zumbando por donde estaría su


cabeza. Él patea su caballo a la acción, galopando directamente hacia el
edificio.
Por supuesto, él sería parte de esta conspiración; parece como si
todos los jinetes estuvieran involucrados.

Aun así, mi corazón se rompe un poco al verlo.

En lugar de seguir disparándole, apunto mi próxima flecha en


uno de los jinetes heridos que ahora se ha enderezado en su caballo y
está dando vueltas. Con el objetivo de su torso, libero el proyectil. Lo
golpea justo por encima del esternón, y escucho su gruñido.

Eso es todo para lo que tengo tiempo.

Hussain está justo al otro lado de la puerta. Lo escucho


desmontar su caballo, sus armas chocan contra él.

Cargo otra flecha, apuntando a la entrada.

Hay un momento de silencio…

Con una patada feroz, la puerta se abre hacia dentro. Más allá
está el único jinete que siempre fue amable conmigo. Espada en mano,
él entra.

Libero mi flecha.

Golpea a Hussain en el costado. No puede ser más que una


herida de carne, pero es suficiente para que haga una pausa.

Él la mira y luego vuelve a mirarme.

—Nunca pensé que tratarías de matarme —dice.

En segundos saco otra flecha de mi carcaj y la coloco contra el


arco.

—Podría decir lo mismo.

Objetivo, liberación.

Hussain se mueve, pero no es lo suficientemente rápido como


para evitar el golpe por completo. La flecha se aloja cerca de su hueso
de la cadera.

Aprieta los dientes, pero esa es toda la reacción que tengo. Y aun
así sigue avanzando, quitando la flecha mientras lo hace.

Veo sangre goteando de su herida, pero no parece molesto en lo


más mínimo. Saca la segunda flecha un momento después y la arroja a
un lado.
¿Qué demonios es este salvajismo?

Dejo caer mi arco y mi carcaj, saco mi daga y el hacha de batalla,


retrocediendo. Su mirada se dirige al hacha en mi mano. Él levanta las
cejas.

—¿Has logrado matar a Ezra? —pregunta, reconociendo el


hacha—. Miriam, estoy impresionado.

La mirada de Hussain se mueve hacia mi cara, luego hacia el


caballo más allá de mí. Debe ver la alforja empapada de sangre, lo que
significa que sabe que yo sé.

—¿Por qué estás haciendo esto? —pregunto.

Su atención vuelve a mí.

—Guerra está terminando sus excursiones. Si él no te ha dicho


tanto, al menos debes haberlo visto.

Muevo mi peso, el sudor de mis palmas desliza mis armas.

—Dejó su ejército de niños e inocentes en Dongola —Hussain


continúa—, pero no a sus asesinos entrenados. ¿Por qué crees?

Honestamente, no tengo idea.

—Seamos sinceros el uno con el otro: Guerra podría salvar a los


inocentes del mundo, incluso podría salvar al hombre promedio, ¿pero a
sus jinetes fobos? Hemos visto y hecho demasiado. —Hussain niega con
la cabeza—. Le dimos todo...

—Todo menos tu lealtad —le digo.

—Tenía la intención de matarnos.

—No —digo, algo profundo dentro de mí duele—. Guerra no tenía


la intención de hacer eso.

Ninguno de estos luchadores debe haber conocido los


pensamientos de Guerra sobre la redención y el perdón. Si lo hubieran
hecho, habrían sabido que el jinete también los habría salvado. Guerra
creía que incluso ellos eran capaces de la redención. Son estos hombres
al final los que carecen de fe.

Y así conspiraron para matar al jinete.

Hussain levanta su espada, sus intenciones claras.


—Fuiste amable conmigo —digo un poco triste.

No es que importe mucho ahora. No impidió que Hussain


conspirara contra Guerra, ni me impidió dispararle el primer tiro. Y eso
no impedirá que el jinete fobos intente abrirme ahora.

—Y tú fuiste amable conmigo —responde, reconociendo nuestra


extraña relación. Da un paso adelante, luego otro, su espada aún
levantada—. Lo suficientemente amable para que yo considere
perdonarte. Pero ambos sabemos que si lo hago, intentarás salvarlo.

Miro a Hussain. No sirve de nada negarlo. Ya me vio cortar a sus


hombres. Él conoce mis intenciones, tal como yo ahora conozco las
suyas.

—Además… —Sus ojos se mueven hacia mi estómago—, también


está el asunto de tu hijo...

Sin previo aviso, Hussain derriba el arma como un martillo, y


apenas me aparto a tiempo. Lo golpeo, pero estoy demasiado lejos y mis
armas son demasiado cortas para conectarme con nada.

La última de mis emociones queda en segundo plano cuando


realmente me enfrento a la batalla, esquivando los sucesivos golpes de
Hussain incluso cuando lo golpeo con mis propias armas.

Los dos nos agachamos y giramos, esquivamos y embestimos,


moviéndonos casi en sincronía. Es un baile violento, y Hussain es mi
compañero.

Me vuelve a golpear, y esta vez soy demasiado lenta. Siento la


sensación de la piel desgarrada y el líquido tibio derramándose por mi
brazo.

En el segundo siguiente, el dolor se produce. Mierda. Mi brazo


izquierdo está ardiendo.

El jinete sigue el golpe con otro, este roza mi otro brazo,


igualmente profundo.

Lo miro fijamente, mi propio ataque se detiene y sé que me va a


matar. Me va a matar y no lo pensará dos veces. Lo ha hecho cientos de
veces antes. ¿Qué es otra muerte? Es tan fácil como respirar para él.

La mirada de Hussain se ha excitado un poco, como si disfrutara


de este momento en el que su oponente queda atrapado al borde de la
vida y la muerte.
—¿Realmente pensaste que podrías convertirte en la esposa del
jinete y que las cosas podrían terminar bien para ti? —dice casi con
lástima—. Él es un monstruo. Todos lo somos. No tenemos finales
felices.

Hussain balancea su espada, con la intención de cortar mi torso,


y la única ventaja que tengo en este momento es que su arma es pesada
y un poco lenta.

Me agacho bajo el golpe, sintiendo el aire agitarse sobre mí. El


instinto me está gritando que corra, pero la única posibilidad que tengo
de detenerlo es hacer lo contrario. Entonces, cuando me levanto, doy un
paso adelante, balanceando el hacha de batalla con las manos en alto
mientras lo hago.

Mis brazos heridos gritan contra el peso del arma, y tengo que
apretar los dientes contra el dolor.

El hacha atrapa a Hussain en el intestino, alojándose


profundamente en su carne. Por un segundo, solo puede mirar el golpe
tontamente, sorprendido de que realmente haya recibido un golpe.

Una fracción de segundo después, me golpea de espaldas y me


tira al suelo. Ruedo antes de tener la oportunidad de recuperarme, y un
instante después, la espada de Hussain golpea el suelo donde estaba
hace un instante.

Me apresuro a cuatro patas, arrastrándome lejos de él, con la


daga de Guerra apretada en mi mano. Mi mejilla se siente como si
estuviera ardiendo.

Puedo escuchar la respiración agitada de Hussain.

—No voy a morir hoy, Miriam —resopla, agarrando mi tobillo y


arrastrándome hacia él.

Yo tampoco.

Me vuelvo sobre mi espalda justo cuando él levanta su espada


sobre su cabeza, y pateo en el mango del hacha que sobresale de su
vientre.

Hussain suelta un sonido que es medio enojado, medio


agonizante, un sonido que he escuchado tantas veces en el campo de
batalla cuando murieron hombres y mujeres. Su espada se desliza de
su mano, y tengo que salir rodando mientras cae al suelo.
El agarre del jinete sobre mí se afloja, y me las arreglo para sacar
mi tobillo de su agarre. Me pongo de pie, mi mirada se mueve sobre
Hussain.

Una cortina de sangre cae de su herida. Es un golpe fatal, puedo


decirlo de inmediato.

Creo que él también lo sabe. Ríe un poco, incluso mientras apoya


un brazo contra la pared.

—No puedo creer, me tienes —jadea.

Tampoco puedo creerlo.

—No volverá a la vida, ya sabes —dice—. Nos hemos asegurado de


ello.

—No lo creo —digo. No puedo.

Me quedo allí por un momento, con la daga en la mano. Podría


matar a Hussain ahora mismo. No estoy segura de si eso sería lo más
misericordioso.

Recuerdo las palabras de Guerra de anoche.

Cada hombre, mujer y niño en la tierra es tan capaz de redención


como yo... ¿quién soy yo para cortarlos antes de su verdadero día de
juicio?

En el recuerdo, enfundo mi arma.

Las rodillas del jinete se doblan y se desliza por la pared.

Comienzo a alejarme de Hussain, pero luego me detengo, mirando


por encima de mi hombro hacia él por última vez.

—Guerra realmente te iba a dejar vivir, ya sabes. Me dijo que


todos los hombres merecían una oportunidad de redención.

Hussain no reacciona a eso.

—No sé cómo se supone que ninguno de nosotros debe redimirse


—lo admito—, pero todavía nos queda un poco de tiempo. Por el bien de
nuestra amistad, inténtalo.

Agarro mi arco y tiemblo y salgo del edificio.


Afuera, uno de los dos jinetes fobos restantes ha intentado
alejarse, pero debe haberse resbalado de su caballo porque lo veo tirado
al costado del camino, inerte entre todos los otros cadáveres que
ensucian el suelo.

El otro jinete también se ha caído de su corcel, pero cuando salgo


del edificio cojea hacia la criatura, que está parada a cincuenta metros
de distancia.

Usando el arco y las flechas que he reclamado, le disparo en la


columna. Arquea la espalda y luego se tambalea hacia adelante varios
pasos antes de caer de rodillas.

Agarro otra flecha y la abro cuando me acerco a él. El jinete me


mira por encima del hombro, con los ojos llenos de ira.

La segunda flecha atraviesa su caja torácica. Él grita, cayendo al


suelo.

—¡Perra! —dice con voz ahogada cuando me acerco a él.

—¿Dónde está guerra? —exijo, cargando otra flecha y


apuntándola.

Él deja escapar una risa dolorida.

—Morirás si intentas salvarlo. —Está sin aliento—. Pero adelante,


inténtalo.

Un profundo presentimiento se desliza por mi columna vertebral.

El jinete fobos tose y luego se queda quieto. Lo empujo con mi


bota, pero está claro que cualquier vida que poseía, se ha ido.

Me muevo de él a los otros jinetes fobos, comprobando cada uno


de ellos en busca de signos de vida antes de recoger las flechas que
puedo.

Podría necesitarlos para los quince jinetes restantes.

Regreso al mirador donde había dejado mi caballo adentro.

Cuando entro, Hussain está muerto, con los ojos entreabiertos y


mirando fijamente algo en el suelo.

Algo dentro de mí duele al verlo. Indudablemente cometió


muchos, muchos horrores. La muerte no era menos de lo que merecía.
Aun así, fue amable conmigo cuando no tenía razón para serlo. Espero
que lo que sea que esté más allá de esta vida balancee lo bueno junto
con lo malo.

Agarro las riendas de mi caballo y llevo a la criatura a la calle. No


puedo quedarme aquí y esperar a que vengan más jinetes fobos. Si hay
otros que regresan al campamento, simplemente tendré que
enfrentarlos de frente.

Es hora de encontrar a mi esposo.

Bajo la carretera, siguiendo el rastro de cadáveres como migas de


pan. Se esparcen en el suelo por todas partes. Por lo que parece, Guerra
llamó a todos los muertos por él, cada uno que pudiera alcanzar.

En algún momento, los cuerpos caídos parecen alejarse del


camino, cortando hacia el oeste, hacia el desierto. Me desvío del
camino, dirigiéndome hacia lo que supongo que es el sitio del ataque.

Cuanto más me alejo, más densos se vuelven los cadáveres. Se ha


levantado una brisa caliente, y una capa de arena rocía los cuerpos
como guarnición.

No es hasta que llego a la cima de una colina poco profunda que


veo al resto de los jinetes de fobos.

Cuento nueve de ellos entre el resto de los cadáveres, sus cuerpos


desgarrados de una extremidad a otra, sus gargantas arrancadas. Se
convirtieron en comida para los no-muertos por lo que parece. Aún más
perverso, algunos de los jinetes fobos tienen la boca ensangrentada,
como si en el momento de su muerte, se volvieran contra sus
camaradas.

Continúo, consciente de que media docena de jinetes fobos siguen


desaparecidos.

Todo eso cambia cuando, a poca distancia, veo una sección de


tierra sin cadáveres. Forma un círculo asimétrico, y en los bordes de ese
círculo veo pedazos carnosos de apéndices: un brazo aquí, una pierna
allí, una parte del cuerpo indeterminada en el camino.

Mis náuseas anteriores aumentan a la vista.


No hay forma de determinar cuántos jinetes fobos murieron aquí,
o qué lo causó, solo que, en base a la salpicadura de sangre, varios de
ellos llegaron a su fin aquí.

A solo unos diez metros de distancia, los cuerpos se vuelven tan


densos que casi se encuentran uno encima del otro. Parecen llegar a un
punto focal, como si todos se estuvieran acercando a alguien en el
momento en que cayeron inertes.

¿Fue Guerra? ¿Su atacante?

Mi caballo se niega a caminar entre los muertos, así que me bajo


y me dirijo al lugar a pie.

Me abro paso entre los cuerpos, y justo en el centro de todos


ellos, hay más jinetes fobos muertos y mucha sangre, pero no está
Guerra.

Se necesita un poco más de búsqueda para encontrar más pistas


sobre la ubicación de Guerra.

Recorro el área, seguro de que su cuerpo debe estar por aquí en


alguna parte.

Después de vagar por una pequeña eternidad, veo un parche


desnudo de tierra. Me apresuro a acercarme. Es otro claro circular
rodeado de sangre y cuerpos mutilados.

Esta vez, noto las marcas de quemaduras contra la tierra, y


recuerdo los ruidos sordos que escuché en el campamento.

Todo se une entonces.

Estos idiotas manejaban explosivos.

No debería estar tan sorprendida; el ejército de Guerra se


encontró con algunos en Egipto, así que sé que todavía existen. Pero
cualquiera con una pizca de sentido común sabe que la mayoría de los
explosivos dejaron de funcionar hace mucho tiempo. Y obviamente, los
que aún funcionan son delicados e impredecibles.

Pero sería una forma efectiva de destruir al jinete.

Mis manos comienzan a temblar mientras me muevo hacia el


claro, mis ojos enfocados en las partes del cuerpo. ¿Voy a tener que
recoger los escombros para saber qué pasó con Guerra?
Justo cuando empiezo a recorrer los bordes del sitio de la
explosión, noto que hay otro claro más pequeño a poca distancia. Al
lado hay un agujero del tamaño de un ataúd en la tierra.

Trago.

Me abro paso entre los muertos, dirigiéndome hacia él.

No quiero mirar.

Respiro hondo y subo al pozo.

Tengo que ver.

Miro por encima del borde.

—No. —La palabra se desliza como un sollozo.

En el fondo del pozo está Guerra.


Capítulo 58
Traducido por AnamiletG

Me siento en el suelo lleno de cadáveres, con el puño apretado


contra mi boca, mirando la tumba abierta de Guerra. Puedo sentir
lágrimas calientes en mis mejillas.

Él iba a parar. Toda la violencia, todos los asesinatos. Él iba a


parar. Me lo contó anoche.

A mis espaldas escucho el ruido de los cascos. Un minuto


después, siento que un hocico de caballo me empuja por la espalda.

Me doy la vuelta para ver a Deimos, con su abrigo rojo sangre


manchado de sangre y varios cortes grandes.

Con un tartamudeo, presiono mi rostro contra el suyo.

—¿Qué te hicieron a ti y a Guerra?

Golpea contra mí, el sonido extrañamente dolido; es lo más


parecido que he escuchado a un animal llorar.

Sostengo la cabeza del corcel, acariciando su mejilla. Y luego


empiezo a sollozar. Lloro por este hombre que todos temen. Lloro por el
hombre que todos quieren muerto. Lloro por el hombre que amo. El
hombre al que nunca admití esto.

Él no lo sabe.

Le he dicho y hecho muchas cosas feas, pero no le he dicho que


es la mejor parte de mi día. No le he dicho que se convirtió en un
hombre mejor, y no quise hacerlo, pero me enamoré de él. Que todo lo
que quiero es a él, y se ha ido.

Dijo que no podía quedarse muerto. Él casi me lo prometió.

Y nunca lo identifiqué por mentiroso.

Me recupero y respiro hondo, dejando que Deimos se vaya


mientras me pongo de pie.

Me acerco a la tumba una vez más.


Me acerco y es tan difícil mirar el cuerpo de Guerra ahora como la
primera vez que miré por encima del borde. Solo que esta vez, me obligo
a detenerme y realmente mirarlo.

Lo primero que reconozco son los tatuajes en sus manos. Ni


siquiera la muerte ha disminuido su brillo. Así es como supe por
primera vez que era él.

Sus manos están dobladas sobre la empuñadura de su espada,


que se extiende sobre su cofre blindado.

Si no fuera por su cabeza... desaparecida, se vería como un


caballero salvaje y dormido. Es una posición extrañamente noble para
los jinetes fobos de ubicarlo, considerando cuán horriblemente lo
mataron.

Finalmente, mis ojos se abren camino hacia la cabeza de Guerra,


o donde su cabeza debería haber estado de todos modos. Tengo que
contener un sollozo.

La mandíbula inferior del jinete todavía está unida a su cuerpo, y


la piel y la parte superior del cuello se ven prístinas. Son su pecho y
hombros los que están empapados de sangre. Montones y montones de
sangre. La vista no se ve del todo bien, aunque no puedo señalar
exactamente por qué...

Antes de que tenga la oportunidad de resolverlo, mi atención se


centra en un dispositivo oscuro con forma de huevo ubicado junto al
muslo de Guerra. Hay otro al otro lado de su cuerpo. Pero ahora que me
doy cuenta de eso, mis ojos ven los objetos cilíndricos más largos que
descansan a su alrededor como objetos funerarios.

Un escalofrío me recorre. Esos cráteres que pasé en mi camino


aquí, los cuerpos destrozados esparcidos por sus bordes...

Morirás si intentas salvarlo, me había dicho el jinete fobos.

Nunca he visto una granada o un Artefacto Explosivo Improvisado


con mis propios ojos, pero eso debe ser lo que son. Explosivos.

Asumí que los jinetes fobos los estaban usando para matar a
Guerra. No me había dado cuenta de que estaban usando los explosivos
para mantener al jinete en su tumba, en caso de que realmente pudiera
sobrevivir a la decapitación.

Me siento de nuevo en mi trasero, fuerte, y respiro por la boca.


No llores, no llores, no llores. No puedes desmoronarte, todavía no.
No todo está perdido.

Mi mirada vuelve a los explosivos. Me trago un gemido bajo.

Pero lo es, ¿no es así?

Guerra no tiene cabeza y su cuerpo está lleno de explosivos.

Me muerdo el labio inferior con suficiente fuerza como para


sangrar y presiono las palmas de mis manos en las cuencas de mis
ojos. Ahora se me escapa un grito, y es un sonido feo y roto.

Se suponía que nunca debía enamorarme de él. No se trataba solo


del hecho de que él representaba todo contra lo que estaba luchando.
También tenía la certeza de que todo lo que te importa, lo perderás.

Dejo caer mis manos, mis palmas se humedecen con lágrimas, y


miro hacia ese pozo tosco nuevamente.

Yo tampoco puedo perderte, Guerra.

¿Que se supone que haga?

La respuesta viene en las propias palabras del jinete.

Ten fe.

El problema es que ya no estoy segura de tener fe en nada,


excepto tal vez en él.

—¿Puedes? —pregunto.

—¿Morir? —aclara Guerra—. Por supuesto que puedo. Solo tengo


una tendencia a no quedarme muerto.

Ten fe. Respiro hondo. Ten fe.

Mis ojos vuelven a su cuerpo, y miro la sangre que resuena en su


cuello y pecho. Lo miro y lo miro fijamente.

De repente me golpea, lo que parece tan extraño sobre la


salpicadura de sangre. A la mitad de la columna de su garganta, la
mancha de sangre se detiene abruptamente. Ni una sola gota estropea
la piel más allá de ese punto. Es como si la herida sucediera en el cuello
de Guerra, y luego todo lo que está encima...

Creció de nuevo.
No debería atreverme a esperar algo así, pero puedo sentirlo en
cada respiración superficial que tomo.

Toco mi cicatriz, trazándola mientras miro a Guerra. Según él, me


ahogué en el Mediterráneo y renací allí también. Este podría ser el
renacimiento del jinete que estoy presenciando.

Tomo varios explosivos a su alrededor: las granadas y los


Artefactos Explosivos Improvisados. ¿Qué pasa si sobrevive a la
decapitación? ¿Si está reconstruido y completo una vez más? ¿Qué
sucede si lo dejo en ese pozo para que se regenere y se despierte y se
mueva y cada una de esas bombas explote? ¿Qué pasa si él es volado,
su cuerpo incinerado? ¿Puede volver de eso?

Se me corta el aliento.

Una pregunta más importante: ¿estoy dispuesta a esperar y dejar


que sufra ese destino?

No. No en mil años.

Lo amo y no lo dejaré enfrentar la muerte nuevamente, y es mi


turno de creer en algo más grande que yo.

Tengo fe, en él, en mí misma y en este momento. Quizás incluso


en Dios mismo.

Me acerco al borde de la tumba.

—Me rindo.
Capítulo 59
Traducido por AnamiletG

He perdido mi mente.

Estoy seguro de eso cuando me bajo a la tumba. Un paso en


falso, y será la explosión de mi barco, segunda parte.

Sé valiente, sé valiente, sé valiente.

Justo cuando mis pies están a punto de tocar el fondo, noto una
granada enclavada en una sombra profunda.

Bolas santas, estaba a punto de pisarlo.

Tragando mi grito, reposiciono mis pies y aterrizo suavemente en


la tumba.

Por un momento, espero la inevitable explosión. Cuando no llega,


libero un suspiro tembloroso.

Para bien o para mal, estoy dentro.

Mis ojos se mueven sobre Guerra.

Ahora, ¿cómo sacarlo?

Primero agarro su espada, sacándola del agarre del jinete tan


suavemente como puedo. Si tiro demasiado fuerte, uno de sus brazos
podría deslizarse fuera de su pecho y entrar en un explosivo.

Me las arreglo para sacar la empuñadura de una mano antes de


volver a colocar rápidamente esa mano en su pecho. Luego me las
arreglo para desalojar y reubicar su otra mano.

Ya, el sudor está empezando a gotear a lo largo de mi frente. Mis


manos tiemblan de miedo, y ahora, realmente, realmente las necesito.

Sosteniendo la espada en mis manos, la levanto.

Mierda, esta cosa es estúpidamente pesada.

¿Por qué necesita tener la espada más grande de todas? Tan


tonto.
Mis brazos tiemblan cuando lo levanto. La parte superior de la
tumba está justo encima de mi cabeza. Si puedo conseguirlo allí...

Llevo la punta sobre el borde de la tumba y empujo el resto lo


mejor que puedo. Me lleva varios minutos agónicos, y al final, tengo el
sudor goteando por mi pecho y espalda, pero finalmente, saco el arma
de la tumba.

Mi atención vuelve Guerra. Ahora que su espada está fuera de él,


todo lo que queda es sacar a este hombre gigante de este pozo sin
hacernos explotar a los dos.

Muerdo la risa loca. Es una tarea imposible. No sé por qué pensé


que podría hacer esto...

Respiración profunda.

Alejo mis preocupaciones y me concentro en la tarea en cuestión.


La eliminación de los explosivos de la tumba está fuera de discusión, lo
que solo deja otra opción: sacar a Guerra y a mí ilesos del pozo.

Solo que no hay forma de que pueda arrastrar al jinete con mis
propias manos.

Necesitaría algo más fuerte para sacarlo de esta tumba...

Algo como un caballo.

—¡Deimos! —susurro en el escenario, como si alzar la voz pudiera


activar uno de estos explosivos... lo que podría ocurrir. Nunca sabes.

Lo último que vi fue que el caballo de Guerra vagabundeando


cerca, pero por lo que sé, se alejó de nuevo... probablemente para comer
los huesos de los muertos hace mucho tiempo, o lo que sea que hagan
los caballos de guerra inmortales.

No pasa nada.

—Deimos! —llamo un poco más fuerte.

Todavía nada.

Malditos caballos.

—Deimos! —grito.

No exploto. Alabado sea el cielo.


El caballo deambula, mirándome por encima del borde del pozo.
Sus riendas se deslizan hacia adelante, hacia la tumba, y la delgada
correa de cuero choca contra la pared del pozo. Hago una mueca porque
hace que un poco de suciedad se desaloje y se deslice hacia abajo, y
parte de ella desempolva un Artefacto de Explosivo Improvisado
cercano.

Cuando no pasa nada más, suspiro. El sudor comienza a gotear


por mis sienes.

Mis ojos se fijan en la funda de cuero de la espada que envuelve el


torso del jinete. Si puedo enrollar mi propio cinturón alrededor de la
funda de Guerra y las riendas de Deimos, y si puedo lograr abrochar las
riendas a la funda, Deimos podría levantar a Guerra de su tumba.
Hipotéticamente.

Incluso si esa parte del plan funciona, todavía existe el problema


de alguna manera incentivar a un caballo para que realmente arrastre a
su amo hacia arriba y fuera de la tumba... y luego, por supuesto, está el
problema de los explosivos.

Es desalentador pensar que este es el mejor plan que tengo.

Maldición.

Sé valiente.

Me quito el cinturón, lanzo mis armas sobre el borde del pozo y


luego me vuelvo hacia mi jinete.

Hay un lugar cerca de su cuello sin explosivos. Con cuidado, doy


un paso adelante, colocando mi pie en ese pedazo abierto de tierra. El
sudor gotea de mi frente y llega a la armadura de Guerra cuando me
inclino sobre él y empiezo a pasar el cinturón por las correas de cuero
de sus hombros.

Una vez que termino, alcanzo las riendas de Deimos, que todavía
cuelgan del pozo de la tumba. Los agarro, enrollando mi cinturón a
través de ellos también.

Apoyo mi pierna contra el cuerpo de Guerra cuando empiezo a


abrocharme el cinturón. Creo que tengo esto. Empujo un poco más el
cuerpo del jinete mientras termino de atarlo todo. En respuesta, uno de
los brazos de Guerra comienza a deslizarse de su pecho…

No, no, no, no, no.


Dejo caer el cinturón y las riendas y trato desesperadamente de
agarrar su brazo, pero no soy lo suficientemente rápida.

Su antebrazo está a punto de chocar con...

¡BOOM!

¡BOOM, BOOM, BOOM!


Capítulo 60
Traducido por Manati5b

Guerra

Me despierto, aunque medio dormido, mis ojos parpadean


abriéndose. El mortal sol cae sobre mí, y el maduro almizcle de la tierra
está en mis fosas nasales, junto con el aroma de la sangre derramada.

Es el olor de mi primer recuerdo, el que me formó. Eso y la ira. De


regreso en mi infancia, era todo malicia y coraje. He aprendido desde
entonces algunos de los puntos más finos de los hombres y la guerra.

Por un momento, no puedo ubicar dónde estoy o cómo llegué


aquí. Estoy recostado en alguna especie de agujero y mi piel se siente
nueva. Esa es una de esas sensaciones con las que dudo que los
humanos tengan mucha experiencia. Nueva piel.

Todo vuelve a mi entonces, cómo fui golpeado. Mis jinetes me


atrajeron a una trampa.

Siento mi ira, como una chispa, cerrar y crecer.

Se encerraron sobre mí, me mantuvieron a raya y me cortaron la


garganta malditamente cerca del hueso.

Mi rabia se multiplica y se multiplica otra vez. ¿Cuánto tiempo ha


pasado? ¿Cuánto tiempo le llevó a mi cuerpo reformarse? Ese es el
problema con la piel, los huesos, la sangre y el músculo. Ellos solo se
pueden reparar así mismos tan rápido, incluso en alguien como yo.

Empiezo a levantarme, mi cuerpo se siente nuevo y viejo a la vez.

Una gruesa masa de carne se desliza fuera de mí.

Esto también, es una sensación familiar. ¿Cuántos campos he


regado con sangre y fertilizado con carne? ¿Cuántos hombres han
salido de debajo de tanta muerte?

Incontables.
He renunciado a esta forma de vida, y sin embargo, siempre
estará ahí como mi primer recuerdo de mi existencia.

Empujo a un lado el cuerpo mientras me siento.

Pero cuando mis ojos se fijan en la delicada muñeca y las dos


pulseras hamsa… Todo dentro de mí se detiene. Todo menos el miedo.
El miedo en su plenitud.

Dejo salir un ruido.

No.

—¿Miriam? —Mis manos van hacia el cuerpo, pero las


extremidades, las dos que quedan, están frías.

No lo creo.

No es ella. Ella no sería tan tonta. No lo haría. Por favor Dios, no


lo haría.

Le doy la vuelta al cadáver, tratando de evitar la vista de las


extremidades suaves y femeninas. La mayoría del cuerpo ha
desaparecido, pero hay algo de piel alrededor del cuello.

Mis ojos se mueven hacia la garganta, hacia la cicatriz sagrada en


su base.

Rendición.

—No —sale como una súplica—. Miriam.

No queda mucho de su rostro. No hay mucho de nada restante.

No espero que se me apriete la garganta y mis tripas se tuerzan al


verlo todo. Estoy acostumbrado al desmembramiento. No estoy
acostumbrado a preocuparme por la criatura desmembrada. Pero
siempre las tengo con ella. Sus heridas siempre me hacían sentir
extraño. Enloquecido, indefenso y humano. Muy, inquietantemente
humano.

Ella no puede estar muerta.

—Miriam —suplico, inclinando la cabeza hacia atrás. Se deja caer


a un lado.

Mil y mil años y tantas innumerables muertes. Nada de eso me


había costado nada.
Pero esta… ella no está muerta. No puede estar muerta. No ella y
no…

Mis ojos se deslizan hacia lo que quedo de su torso. Una tercera


parte simplemente se ha ido, junto con todas las esperanzas y sueños
que conlleva.

—No —sollozo—. No, no, no… —La acuno contra mí.

Desesperado, presiono una mano sobre su piel, deseando que sus


heridas sanen. Pero la carne no se volverá a unir. Ni siquiera lo
intentará. Ha dejado de funcionar por completo.

Por un loco momento, considero levantarla como cualquier otro


no muerto. Pero mi corazón se derrumba ante la idea. No sería ella. He
reanimado suficientes cuerpos para saber que estoy trabajando con
recipientes y nada más. Lo que hizo a Miriam, Miriam, se ha ido. Hace
mucho.

Empiezo a llorar en serio, apretándola fuertemente contra mí.

¿Por qué esposa?

¿Por qué?

Miro a nuestro alrededor, hacia la arena y el polvo que recubre


nuestros cuerpos. A la parcialmente derrumbada pared cerca de mis
pies. Toma algo más de tiempo ver los pocos pedazos de metal
esparcidos y los restos carbonizados de la ropa de Miriam.

Obviamente me enterraron con los mismos malditos explosivos


que seguían sonando cuando intentaban matarme. Y Miriam… Miriam
debe haberlos visto también.

Lo que significa que mi esposa vino por mí a pesar de su


presencia. ¿Fue un suicidio? Tenía una inclinación poco saludable
hacia la muerte. ¿O había tratado de recuperarme?

Mi mirada vuelve a su garganta.

Rendición. La palabra se burla de mí ahora.

Me siento mortal e impotente.

Ese solo pensamiento me saca de mi dolor. Enderezo mis


hombros.

Nunca fui impotente. No cuando desperté por primera vez y no


ahora.
Todavía hay un camino que podría estar abierto para mí, queda
una posibilidad.

Sostengo el cuerpo de Miriam y empiezo a cantar en Angélico.

Esta es mi última esperanza. Mi única esperanza.

Cierro mis ojos y el mundo desaparece.

Cuando los abro de nuevo, estoy en otro lugar.


Capítulo 61
Traducido por Manati5b

Guerra

Thanatos está frente a mí, como si me estuviera esperando. No se


ve sorprendido pero vagamente decepcionado.

—No —dice.

A nuestro alrededor, el aire cambia y se mueve. Estamos en todas


partes y en ninguna parte al mismo tiempo. Se filtran tantas voces,
pasan tantos rostros. La humanidad que juramos destruir todavía nos
rodea.

—¿Por qué estás aquí? —pregunta, sus oscuras alas se ciernen


detrás de su espalda.

—Ya lo sabes —le gruño.

Me mira de arriba abajo.

—Deberías estar cumpliendo con tu deber.

—Lo hago. —Doy un paso adelante. Los hombres tiemblan


incluso ante esta leve muestra de poder. Muerte no se estremece—. La
quiero de vuelta.

Inclina su cabeza, su negro cabello se desliza por detrás de una


oreja.

—Nunca te había visto querer a un humano.

Muerte no entendería el amor, no como es actualmente. No ha


vagado por la tierra como yo lo he hecho. Es una sensación que uno
debe vivir para experimentar.

Mi voz cae baja.

—Ella está marcada —digo en su lugar. Eso es algo que él


entenderá.
Y sin embargo, Thanatos parece impasible.

—Ella cumplió su propósito y ahora la han llamado a casa.

Siento una parte de mí mismo romperse con sus palabras. Yo soy


su hogar. No el Gran Para Siempre.

Dando un paso adelante, lo agarro del hombro y lo aprieto.


Siempre hemos sido cercanos, él y yo. Seguramente trabajará conmigo
en la forma en que siempre hemos trabajado juntos.

—Te lo ruego —digo, mi voz baja—, tráela de vuelta.

Los ojos de Muerte se estrechan.

—¿Cuándo has rogado alguna vez? —Parece desanimado por


eso—. Mi hermano de paso seguro y vengativo, tú tomas.

Y sin embargo, no puedo tomar esto.

—Por favor.

Las alas de Thanatos se estiran y luego se reubican. Está


intrigado, lo cual es una mejora de la inmovilidad.

—Tú y yo sabemos que ella no puede vivir —dice Muerte—. Esa


no es nuestra tarea.

—Perdonaste a la mujer de Peste.

Thanatos tuvo piedad entonces.

—Una curiosidad que no repetiré —dice Muerte—. Además, su


mujer fue… recuperable. La tuya no.

—¿Ella ya ha cruzado? —pregunto, esa sensación de


desesperación me inunda de nuevo. Pero por supuesto ha cruzado. En
el momento en que la vida la liberó de sus garras, debe haberlo hecho.

El comportamiento de mi hermano se suaviza.

—Ella está bien… así como el niño.

El niño. Mi niño.

Cuando desperté por primera vez como hombre, y luego cuando


luché, todo ese tiempo pensé que no tenía nada que perder. Pensé que
el fin necesitaba los medios. Humanos, todos los humanos, estaban
condenados a morir. No era personal.
Siento que me estoy ahogando con mis viejas creencias ahora.

—Hare cualquier cosa —digo.

Los labios de Muerte se presionan.

—Solo hay una cosa que puede ser hecha.

No respiro.

—Entrega tu espada, Guerra.

Mi único propósito. Mi existencia e identidad envueltas en uno.

Rendición. El único signo escrito en Miriam.

Respiro hondo.

Él siempre lo supo. Yo fui el tonto en mi confianza. Había


disfrutado en mi completa confianza en que Miriam era mía por derecho
divino y que nada podía cambiar eso.

Nada puede cambiar eso. Esto no ha terminado. No tiene que ser


así.

Rendición.

Nada viene sin sacrificio, esto menos que nada. Miriam tenía
razón, amor y guerra no pueden coexistir. Puedo tener uno u otro, pero
no ambos.

Mi espada no estaba conmigo cuando dejé la tierra, pero está


conmigo ahora, asentada en su vaina como si nunca nos hubiéramos
separado. La alcanzo. El metal canta mientras la saco de su funda.

—Así que esa es tu decisión —dice Thanatos, la curiosidad y la


decepción rodaban en su voz.

—No es una elección. —Echaré mi suerte con los mortales. Los


falibles, complicados mortales.

Comienzo a entregar mi espada, la empuñadura primero. Muerte


la alcanza para quitármela.

En el último momento, retiro la espada, reteniéndola.

—El niño también viene.

Los ojos oscuros de Muerte me estudian.

—¿Cuál es el punto hermano? Ella apenas era una posibilidad.


Ella. Una niña entonces.

—Ella regresa —insisto.

Muerte me mira con sus ojos oscuros. Está juzgando mi corazón


tanto como yo he juzgado a la humanidad. Eventualmente asiente.

—Disfruta el tiempo que te queda con ellos —dice


honestamente—. Espero que valga la pena.

Con esas palabras, un cambio me sobrepasa.

Estoy despojado de mi sed de sangre y de mi inmortalidad. Se


levanta como un peso de mis hombros.

Ya no soy más un orgulloso Guerra, sino un hombre penitente.

—Estás liberado.
Capítulo 62
Traducido por NaomiiMora

Miriam

Abro mis ojos con un parpadeo. Está brillante y me hormiguea la


piel. No me siento del todo bien.

Guerra se inclina sobre mí y mis ojos se enfocan.

Me quedo sin aliento al verlo, entero y sin mácula.

—Esposa —dice, su propia voz sorprendida. Y luego me tira


contra él.

Guerra entierra su rostro en mi cuello, y su enorme cuerpo


comienza a temblar. Me lleva un momento darme cuenta de que está
llorando.

—Estás vivo —digo, asombrada, pasando mis dedos por el cabello


de su cabeza. Temía que esta muerte fuera la última.

¿Pero cómo…?

—No deberías haber venido por mí —dice con voz ronca.

Me alejo un poco para mirarlo y toco una de sus lágrimas. Nunca


he visto llorar al jinete.

—Te amo —digo. Reprimí esas palabras hasta que fue casi
demasiado tarde. Ahora salen corriendo de mí—. Jamás dejaré de volver
por ti porque te amo.

La cara de Guerra es emoción desnuda. La incredulidad y la


alegría llenan sus facciones, ahuyentando sus lágrimas.

Sus manos toman mis mejillas y busca en mis ojos.

—Estoy teniendo uno de tus sueños humanos —dice—. Esto es


demasiado maravilloso para ser real.

—Creo que esto es real. —¿Verdad?


Miro a mi alrededor. Ya no estamos en la tumba, pero estamos
cerca, los muertos aún están dispersos a nuestro alrededor. Lo
recuerdo, y recuerdo haber tratado de salvar a Guerra. Había estado
tan cerca, pero luego su mano se deslizó. No recuerdo una explosión,
pero tampoco recuerdo nada más. Mi memoria simplemente se detiene.

—¿Qué pasó? —pregunto.

La garganta de Guerra se aprieta.

—.Cuando desperté... —Toma un aliento tembloroso—, te habías


ido. —Sus ojos están llenos de emoción—. Viniste a salvarme y no pude
salvarte.

Miro hacia mi cuerpo. Mi ropa esta hecha jirones chamuscados.


Solo viendo el estado en el que se encuentran... debió haber habido una
explosión. Una que no recuerdo y que nunca sentí.

Miro mi atuendo otra vez. La tela está casi completamente


quemada y, sin embargo, mi piel permanece intacta.

El abrupto final en mi memoria... debo haber sido herida lo


suficiente como para desmayarme. Lo que solo podía significar que
Guerra de alguna manera me curó.

—Me salvaste —respondo, confundida. ¿Cómo podría decir que


no lo había hecho? Si no lo hubiera hecho, habría heridas y yo estaría
sufriendo.

—No con mis dos manos —admite.

Mis cejas se fruncen. No entiendo.

—Entonces, ¿cómo? —pregunto.

Me acaricia el pelo hacia atrás.

—Soy libre, Miriam.

Debí golpearme la cabeza muy fuerte porque no lo estoy


siguiendo.

—¿Libre de qué?

—Mi propósito.

Es tanto como lo admitió antes, pero esta vez, realmente proceso


sus palabras.
—¿Realmente ya no vas a matar? —digo.

Sacude su cabeza.

—No, a menos que sea para protegerte a ti… O a nuestra hija.

Levanto las cejas, luego miro mi estómago.

—¿Nuestra hija?

Me sonríe, y esa sonrisa parece extenderse a cada esquina de su


rostro. Es tan dolorosamente hermoso.

—Siento arruinar la sorpresa.

Nuestra hija.

—¿Cómo lo descubriste?

—Te lo dije, no te salvé. Mi hermano lo hizo.

—¿Tu hermano? —digo con curiosidad.

—Muerte.

Con esa sola palabra, mi humor ligero se desvanece.

Solo hay una razón por la cual la Muerte misma me salvaría.

—¿Yo ... morí? —Apenas puedo forzar las palabras.

Guerra me mira por un largo momento.

—Por un tiempo.

Oh Dios... morí.

Me vuelvo a tocar el estómago, el pánico me sube la garganta.

—Y la bebé, ¿todavía está viva?

—Me aseguré de eso.

Entonces empiezo a llorar, porque aparentemente llorar es


contagioso en este momento.

No entiendo. Pasé de morir a vivir. Al igual que Guerra. Al igual


que nuestra hija.

—Me rendí —digo sin sentido.

Guerra me tira fuerte contra él.


—Yo también.

Por un momento, los dos simplemente nos quedamos así. Su


cuerpo es tan sólido como siempre; se siente igual y, sin embargo, las
cosas deben haber cambiado.

—¿Cuál es la trampa? —pregunto.

Todo lo que amo, lo pierdo. Ahora, cuando parece que lo recuperé


todo, me temo que se me escapará de nuevo.

—No hay trampa —dice Guerra—. A menos que cuentes el hecho


de que ahora estoy bien y verdaderamente mortal. Viviré, envejeceré y
moriré como tú.

Cuando dijo que estaba libre de su propósito, lo dijo literalmente.

Lo que sucedió mientras yo estaba... ida... tuvo un alto costo


personal para Guerra. Tan fuerte que perdió su inmortalidad.

Mi corazón se rompe un poco ante eso. He visto suficiente muerte


para durarme al menos veintisiete vidas.

—¿Y Deimos? —pregunto.

—Enfrentará el mismo destino.

—¿Qué pasa con los otros jinetes? —Los que aún no han
caminado por la tierra.

La expresión de Guerra se vuelve sombría.

—Mis hermanos no se detendrán, y son incluso más fuertes que


yo.

Así que el mundo todavía no es seguro, pero tampoco está más


allá de la salvación. Peste y Guerra dejaron sus armas. No toda la
esperanza está perdida.

Además, eso es una preocupación para un momento posterior.

Estoy viva, Guerra está vivo y mi hija está viva. Ah, y no habrá
más asesinatos.

La esquina de mi boca se curva cuando un pensamiento me


golpea.

—¿Se han ido todos tus poderes o todavía puedes hablar todos los
idiomas que han existido?
—¿San sani du, seni nüşüna ukuvı?

¿Todavía me puedes entender cuando lo hago?

Una risa se escapa.

—Puedo.

Guerra y yo nos miramos el uno al otro, y por primera vez,


realmente se asimila.

Se acabó. Realmente se acabó. La lucha, la matanza y el


sufrimiento. Tengo la oportunidad de tener a este hombre y mi hija y un
futuro también.

Mi sonrisa se desvanece.

—¿Qué hacemos ahora? —pregunto.

—No me importa, esposa, siempre que lo haga contigo.


Capítulo 63
Traducido por NaomiiMora

Dos años después

Mi corazón está en mi garganta cuando llamo a la puerta azul


frente a mí. La casa, como muchas otras en Heraklion, Creta, es
pintoresca, a pesar de mostrar algunos signos de daños por el clima.

Tal vez nos equivocamos de nuevo. No sería la primera vez,


desafortunadamente.

Al otro lado de la puerta puedo escuchar voces amortiguadas,


luego el sonido de pisadas acercándose.

Me ha llevado mucho tiempo llegar a este momento, casi una


década si cuento todo el tiempo que ha pasado. Si, por supuesto, este
es el momento que he estado esperando.

La puerta se abre, y no respiro mientras veo a la mujer parada al


otro lado.

Estoy en la correcta. Lo sé en un instante.

Se ve diferente, mucho, mucho más vieja de lo que recuerdo, pero


todas las características familiares todavía están allí.

—¿Mamá? —digo.

Por un momento, mi madre se queda allí parada, con la cara en


blanco. Estudia mi propia cara, como si esto fuera una broma, y luego,
ahí está. El reconocimiento estalla en sus ojos. Se cubre la boca con las
manos, sus ojos lagrimeando.

—¿Miriam?

Saco lo que se siente como mi primer aliento. Asiento, alejando


con parpadeos mis propias lágrimas. He esperado tanto tiempo por esto.

No puedo creer que esté sucediendo.


—Soy yo —digo, mi voz temblorosa.

Deja escapar un sollozo, luego abre los brazos, aplastándome en


su abrazo.

Mi madre todavía está viva. Y la estoy abrazando.

Años de dolor y separación se disuelven en ese momento. Soñé


con este abrazo muchas veces.

Todo su cuerpo está temblando.

—Mi bebé. Mi hija. —Ahora llora abiertamente y me acuna contra


ella, y no puedo ver a través de mis propias lágrimas. Acaricia mi
cabello hacia atrás mientras me abraza—. Por años recé a cualquier
Dios que escuchara —dice, la disculpa gruesa en su voz—. Me quedé
aquí, en Creta, porque quería estar cerca en caso de que...

Sacudo la cabeza contra ella. No estoy aquí para explicaciones.


Entiendo. Todo por lo que pasé tuvo que pasar para que encontrara a
Guerra y terminara aquí mismo, y todo comenzó con mi supervivencia
milagrosa de esa primera explosión.

—Está bien, mamá. Te encontré. —Y estás viva. Esta es mi mayor


esperanza hecha realidad—. Está bien —repito de nuevo.

Ahora ella se aferra a mí, como si yo fuera la madre y ella la hija.

—Mi hija, mi hija inteligente y resistente. Hay tantas cosas que


quiero saber sobre ti, tantos años y recuerdos...

—¿Mamá? —llama una mujer desde el interior de la casa.

Me pongo rígida ante la voz familiar. Recuerdo esa voz


cantándome hasta dormir hace años y años. Es como música,
escucharla de nuevo cuando pensé que nunca podría hacerlo de nuevo.

Miro por encima del hombro de mi madre y veo a una joven


acercarse a la puerta, con el ceño fruncido por la preocupación. Mi
hermana, Lia, ya no se parece a la chica de cara redonda que recuerdo.
Y, sin embargo, nunca podría confundirla con otra.

No hay momento de confusión con ella. Mi hermana jadea cuando


me ve.

—Miri —dice, recurriendo a su antiguo apodo para mí.


Mi madre me deja ir lo suficiente como para caer en el abrazo de
mi hermana. La acerco a mí. Cerrando los ojos, disfruto la sensación de
abrazarla de nuevo.

Temía que nunca tendría esto, quiero decir. Temía haberlas


perdido para siempre.

Pero no perdí ni a mi madre ni a mi hermana. De alguna manera,


todos sobrevivimos a la Llegada, una guerra civil y dos jinetes del
apocalipsis.

Hablando de jinetes...

Detrás de mí escucho el paso inconfundible de Guerra


acercándose a la puerta. Hasta ahora, había estado esperando un poco
lejos, dejándome tener mi momento. No hay nada como un hombre
gigante y musculoso para poner nerviosos a las personas.

Puedo decir en el instante en que mi familia lo nota. Los brazos de


mi hermana se tensan, y escucho a mi madre respirar rápidamente.

Guerra aparece a mi lado, y casi instintivamente, mi hermana me


libera, retrocediendo un poco. Mi madre también retrocede. Su amistad
anterior da paso a cautela cortés. Les lleva a los dos unos segundos
registrar a la pequeña humana aferrada a él.

Quiero decir, los hombres que sostienen a niños pequeños


siempre parecen un poco menos amenazantes, ¿verdad?

En el caso de Guerra, tal vez sea una pizca muy pequeña.

Me acerco a él.

—Este es… —Me detengo. Todavía llamo a mi jinete por su


nombre de pila, Guerra, pero hemos infringido las reglas cuando
interactuamos con otras personas. Ha sido todo tipo de nombres,
ninguno de los cuales realmente le queda.

—Soy su esposo —dice por mí—. Guerra.

Gulp, ahí se fue esa introducción suave.

Y da a pie a ese momento incómodo cuando tu familia se da


cuenta de que su yerno no es normal.

Lo miran con los ojos muy abiertos.

—Miriam —dice mi madre, seguida de una larga pausa—, ¿este


es...? —¿Un jinete del apocalipsis?
Solo que ella no puede decirlo. Es muy improbable. Demasiado
ridículo.

Me lamo los labios.

—Ya no hace eso más —digo.

Estoy segura de que eso la hace sentir realmente tranquila.

Mi madre muerde su labio inferior, asimilando a Guerra.

—Escuchamos que desapareciste —le dice a él—. No sabíamos lo


que había sucedido.

Um, sorpresa. Dejó embarazada a tu hija. Y ahora está en tu


puerta.

Guerra podría haber renunciado a su tarea, pero la mortalidad no


lo ha hecho menos aterrador. Tampoco ha hecho que el proceso de
tratar de explicar su existencia, y su virtuosidad actual, sea una tarea
fácil. Los tatuajes en sus nudillos aún brillan carmesí, su estatura sigue
siendo tan inminente y letal como siempre, y sus ojos aún recuerdan
toda esa violencia.

Los ojos de mi madre van al bebé. Ahora, se suavizan de nuevo.

—¿Esta es...?

—Esta es tu nieta, Maya —digo.

—Tienes una hija —dice mi madre, mirándome, y ahora su


emoción la está asfixiando una vez más.

—¿Quieres cargarla?

Asiente, parece que está a punto de llorar de nuevo.

Echo un vistazo a mi esposo. Guerra vacila, sus ojos caen hacia


nuestra hija. Lleva la protección a un nivel completamente nuevo con
su hija. Para ser justos, Maya parece igualmente poco entusiasta por
dejar sus brazos. Pero eventualmente, le entrega a nuestra hija.

Mi madre toma a mi hija en sus brazos y mira su carita


pensativa. Una lágrima se desliza por la mejilla de mi madre, seguida de
otra. Está temblando, y aprovecho el momento para abrazarla. Un
momento después, mi hermana se une a nosotras.

Todas estamos reunidas y llorando como niños.


Mi madre se aclara la garganta y me mira a mí y a Guerra
nuevamente.

—¿Dónde están mis modales? Pasen, los dos. ¿Alguno de ustedes


quiere un café?

Asiento, atrapada entre la felicidad y esta ansia dolorosa en mi


pecho.

—Eso sería maravilloso.

Lia vuelve a la casa y se dirige a lo que imagino es la cocina.


Tentativamente, empiezo a seguirla. Mirando por encima de mi hombro,
veo que Guerra retira fácilmente a nuestra hija de los brazos de mi
madre.

Mi madre agarra el antebrazo de Guerra y lo aprieta.

—Bienvenido a la familia, hijo mío.

Él le da una de sus miradas ilegibles, luego asiente, sus ojos


lucen un poco conflictivos. Guerra nunca ha sabido lo que significa
tener una madre... ahora podría.

Mi corazón está apretando, apretando.

—Y, gracias, por traernos a mi hija —agrega mi madre, sus ojos


se mueven hacia mí.

La mirada de Guerra se desliza hacia la mía, y me da una mirada


gentil, una que me hace olvidar que alguna vez fue algo más que mi
alma gemela.

—Eso es lo que haces por los que amas —dice—. Los traes de
vuelta.
Epílogo
Traducido por NaomiiMora

Año 16 de los Jinetes

Comienza con un temblor. El suelo se sacude desde lo más


profundo, cada segundo más violento que el anterior, hasta que se
siente como si la tierra misma estuviera tratando de sacudirse su
propia piel.

Colosales olas rompen a lo largo de las costas, los edificios caen a


la tierra, y en todo el mundo, las personas se refugian mientras esperan
que pase el terrible terremoto.

El primer jinete se tambalea cuando la verdad lo golpea. Está


ocurriendo otra vez.

El segundo jinete se despierta con una inhalación aguda.


Palabras antiguas son arrancadas de sus labios:

—Ina bubūti imuttu.

Morirán de hambre.

Y en una cripta de su propia creación, una criatura sobrenatural


se agita.

Sus dedos se flexionan alrededor de su guadaña. Su armadura de


bronce cruje mientras se estira.

Sus ojos verdes se abren y toma su primer aliento en muchos


años.

Y luego sonríe.
Agradecimientos de
la autora
* EXCLAMACIÓN DE ALIENTO *

Espera, ¿el libro está terminado? ¡Pensé que este día nunca
llegaría! Este era un libro que simplemente no terminaría. Guerra me
sostuvo a punta de espada y me exigió que lo hiciera el doble de largo y
que trabajara el doble de lo normal antes de lanzarlo. (¡Es un bruto
mandón!) Espero haberlo hecho bien para él y para ustedes. Un
agradecimiento extra para todos los lectores que han estado esperando
mucho tiempo para este. Se suponía que debía lanzar este libro meses
antes, ¡así que agradezco su paciencia!

Un comentario sobre el galimatías en el libro. Las lenguas


muertas que habla Guerra están en su mayoría inventadas. Las únicas
excepciones a esto son los fragmentos de diálogo al comienzo de la
novela, su uso de la palabra esposa ("aššatu") y su línea final extraña.
El primer diálogo está escrito en egipcio antiguo, aunque estoy segura
de que mi profesor de jeroglíficos moriría en algunas de las libertades
artísticas que tomé con las palabras y la sintaxis. Las otras líneas de la
novela, a saber, "aššatu" e "Ina bubūti imuttu", son acadias, y se
traducen como "mi esposa" y "morirán de hambre", respectivamente. Un
gran agradecimiento a assyrianlanguages.org, que proporcionó esas
traducciones acadias.

Todas las demás instancias de Guerra hablando en lenguas se


basaron en las traducciones que obtuve del Traductor de Google... y
luego procedí a serruchar. (¡Guerra no es el único salvaje aquí,
muajaja!) Muchas gracias al Traductor de Google y a los idiomas que
inspiraron las líneas (que incluyen samoano, macedonio, kirguiso,
cingalés, vasco, latín y shona). Y disculpas a cualquiera cuyos ojos se
arruinaron por mis intentos desesperados de lingüística (que casi
suspendo en la universidad... ¡eep!).

¡Muchas gracias a Amanda Steele por probar a este bebé en el


último minuto! Dedicaste una gran parte de tu tiempo para pulir este
libro, y estoy muy, muy agradecida por ello. Sus ediciones fueron
perspicaces y totalmente acertadas.

Para literalmente todos los autores y lectores que mostraron


entusiasmo por este libro, ustedes son la razón por la que mi cabeza ya
no entra por las puertas. Broma: puedo pasar si me sacudo un poco.
Pero con toda seriedad, su continuo apoyo profesional y personal
significa mucho.

Mi familia, tanto inmediata como extendida, siempre merece un


saludo.

Son algunos de mis más grandes animadores, y tengo una suerte


increíble de que sean mi hogar. ¡Los amo a todos!

Para todos los que le dieron una oportunidad a este libro, me


siento muy, muy humilde por su continuo número de lectores.
Verdaderamente. Todavía me sorprende que la gente quiera leer las
historias locas que escribo, y estoy siempre agradecida a todos por
arriesgarse con mis palabras y mundos.

Abrazos y feliz lectura,

Laura
Próximamente
Todavía no hay fecha de publicación del tercer libro de la saga,
pero apenas salga estaremos traduciéndolo: Hambre, el Cuarto
Jinete.
TRADUCIDO
CORREGIDO &
DISEÑADO EN

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