Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
lectoras como tú. Está hecho sin ningún ánimo de lucro por
lo que queda totalmente PROHIBIDA su venta en cualquier
plataforma.
En caso de que lo hayas comprado, estarás incurriendo en un delito contra el
material intelectual y los derechos de autor en cuyo caso se podrían tomar
medidas legales contra el vendedor y el comprador.
Traducción
Arifue NaomiiMora
Aelinfirebreathing Rimed
Anamiletg Rose_Poison1324
Candy27 Sofiushca
CarolSoler Taywong
Gerald Vanemm08
Liliana Yiany
Manati5b YoshiB
Mer
Recopilación y Revisión
Mais & Vale
Diseño
Mew Rincone
Índice
Sinopsis Capítulo 23 Capítulo 46
Capítulo 22 Capítulo 45
Sinopsis
Vinieron a la tierra: Peste, Guerra, Hambre, Muerte; cuatro jinetes
montados en sus corceles que gritaban, corriendo hacia los rincones del
mundo. Cuatro jinetes con el poder de destruir a toda la humanidad.
Vinieron a la tierra y vinieron a acabar con todos nosotros.
Lucho por respirar. Hay agua y fuego y... y... y Dios el dolor... el
dolor, el dolor, el dolor. La mordida aguda casi me roba el aliento.
—¡Mamá!
3:18 a.m.
Paso por una oscura mezquita, que estará llena de gente cuando
regrese. La sinagoga al final de la calle es oscura y siniestra, con varias
de sus ventanas tapiadas. Parece dócil y arrepentida, como si alguna
vez no estuvo orgullosa de adueñarse del lugar.
Pero esa vida es menos real para mí que incluso el sueño con el
que me desperté.
No, la vida no fue siempre así, pero esta ha sido mi realidad desde
que llegaron los Jinetes.
1
N.T. También conocido como Mano de Fátima, es un símbolo en forma de mano
popular en todo el Oriente Medio y África del Norte. Es un símbolo de protección
utilizado comúnmente como defensa, principalmente por judíos y musulmanes.
podían computar, y se perdieron muchas vidas queridas.
Eventualmente, esta terrible nueva existencia tuvo que volverse normal.
Y así es como ha sido la vida durante la mayor parte de mis veintidós
años.
(5) Sé valiente.
—Muévete —digo.
—Solo quería saber qué estaba haciendo una chica como tú fuera
tan tarde —grita el hombre.
¿Entonces un ladrón?
—No voy a hacerte daño —lo dice con tanta amabilidad que quiero
creerle. Pero he aprendido a confiar en lo que las personas hacen en
lugar de en lo que dicen, y él no está retrocediendo.
Él está de pie en las sombras entre las farolas de gas, así que es
difícil distinguir lo que está haciendo, pero creo que se va a ir. Sería lo
más inteligente por hacer.
Perdóname.
Libero la flecha.
Hago una pausa, mis ojos van al camino. Fuerzo mis oídos, pero
las colinas boscosas están en silencio…
Espera.
Probablemente un viajero.
Un viajero cabalgando.
Bueno, si los rumores son ciertos, tal vez una persona lo haga...
No.
Me agacho de nuevo.
2
N.T. Cosmético a base de galena molida y otros ingredientes, usado principalmente
por las mujeres de Oriente Medio, Norte de África; para oscurecer los párpados y como
máscara de ojos.
ventana, podría acariciar a su corcel. Los vellos en mis brazos se
levantan.
No debería sorprenderme.
Oh Dios mío.
Espero a que pasen, pero siguen viniendo, los jinetes seguidos por
lo que parecen soldados de infantería, y esos seguidos por carros
tirados por caballos.
Cuanto más observo, más jinetes me pasan, hasta que queda
claro que no hay simplemente cientos de hombres, sino miles de ellos,
todos siguiendo la estela de Guerra.
Solo hay una razón por la que esta cantidad de hombres armados
viajan juntos.
La está invadiendo.
Capítulo 2
Traducido por Manati5b
Mi casa.
Hago mi camino hacia la calle, dejando atrás las ramas que corté.
Miro hacia ambos lados: al oeste, lejos de la ciudad, y el este, de regreso
a Jerusalén.
Siempre sé valiente.
Unas cuadras más, y empiezo a ver gente viva. Gente que está
huyendo. Una mujer corre con su hijo en sus brazos. Diez metros
detrás de ella, un hombre montado la persigue.
Mierda.
La mezquita está tan cerca, que puedo distinguir los detalles más
finos a lo largo de sus paredes, y…
No.
Cerrada.
Me doy la vuelta.
La libero.
Va irremediablemente ancha.
No hay rival para esa bestia de espada. Miro otra vez los
músculos enormes de Guerra, y no hay ninguna posibilidad de que
gane esto.
Trago.
Voy a morir.
Guerra mira la herida, luego sus ojos se mueven hacia mí, y se ríe
bajo y profundo, el sonido dibujando piel de gallina en mi piel.
Este hijo de puta es francamente aterrador.
Los ojos de Guerra viajan hacia mí. Ahora hay algo diferente en
su expresión, algo que me aterroriza de una manera completamente
nueva.
—Netet wā neterwej.
Tú eres mi esposa.
Capítulo 3
Traducido por Manati5b
Tú eres mi esposa.
No va a matarme.
Los cascos golpean igual que antes. Solo que esta vez no creo que
pueda superarlos. Mi adrenalina está casi agotada.
El caballo de Guerra está casi sobre mí, y juro que puedo sentir
su aliento caliente contra mi piel. Justo cuando creo que me va a
pisotear, algo me golpea la espalda.
—Déjame ir.
Los ojos de Guerra chocan con los míos, y por una fracción de
segundo, parece sorprendido.
Por aquí sabemos que a veces una muerte rápida es una mejor
manera de irse.
Tengo que cerrar los ojos para no verlo, pero aun así, a veces
siento el rocío enfermo de la sangre.
No hay respuesta.
Siento los terribles ojos de Guerra en mí, y miro hacia atrás para
encontrarme con ellos.
Estaaaaa biennn.
En algún punto al azar, Guerra gira fuera del camino. Las plantas
aquí han sido pulverizadas por el ejército del jinete. Sigue las huellas
que dejó su horda, serpenteando a través de las montañas.
Estarás a salvo aquí hasta que regrese. Todo lo que debes hacer es
jurar lealtad con los demás. Entonces volveremos a hablar, esposa.
Los otros cautivos han ido llegando a lo largo del día. Hay tal vez
un centenar de nosotros; probablemente somos una fracción de una
fracción de la población total de la ciudad. Y el resto de la ciudad…
Cuando cierro mis ojos, los veo. Todas esas personas que
respiraron hace solo un día, y ahora yacen muertos en la calle, comida
para carroñeros.
¿A quién perdió?
Uno de mis clientes una vez me dijo que había más de cincuenta
miembros de su familia extendida. ¿Murieron todos hoy?
Siempre supe que este día llegaría. El día en que los Cuatro
Jinetes terminarían lo que empezaron.
Parpadeo para abrir mis ojos justo a tiempo para ver a un hombre
apuntando con su espada hacia mí, su mano libre moviéndose hacia su
entrepierna.
¿Con nosotras?
No puedo ver lo que sea que está pasando adelante; hay mucha
gente y tiendas en el camino, pero no obstante, me revuelve el
estómago. Hay una agonía peculiar al esperar cuando sabes que algo
malo te llegará al final.
Mis ojos se mueven sobre todas las personas que están alrededor.
Todos debieron haber escogido lealtad. A pesar de que podrían haber
visto al jinete matar a sus seres queridos e incendiar sus ciudades.
Es incomprensible.
¿Muerte o lealtad?
—Muerte.
Capítulo 4
Traducido por Yiany
El sentimiento es mutuo.
No es humano.
Saca la daga, que es tan fina como una aguja, de la funda que
rodea su bíceps. Al verlo, una descarga de adrenalina me atraviesa, lo
cual es ridículo considerando que pedí la muerte hace unos momentos.
—San suni ötümdön satnap tulgun, virot ezır unı itdep? Sanin
ıravım tılgun san mugu uyuk muzutnaga tunnip, mun uç tuçun vulgilüü —
dice, rodeándome.
Antes que pueda darme la vuelta, él toma una de mis manos. Sólo
ahora, cuando me toca, sus callosas manos tragándose las mías, me
doy cuenta que estoy temblando.
—San suni sunen teken dup esne dup uynıkut? Uger dugı vir
sakdun üçüt?
¿Es eso lo que crees que quiero contigo? ¿Hacerte otro soldado?
Se ríe contra mi cabello, el sonido hace que mi piel hormiguee. Me
sonrojo, desconcertada por sus palabras.
Solo logro caminar una corta distancia antes que una mujer me
agarre del brazo.
Suspira.
Mis ojos barren sobre los muebles otra vez. Quienquiera que fuera
esta mujer, nunca volverá a recoger ese libro. Nunca dormirá en esta
cama, usará estas joyas o tomará de esas tazas.
Mis ojos barren sobre los escasos muebles. Así que supongo que
este es mi hogar por ahora. Tamar se vuelve hacia mí.
Antes que pueda decir algo más, Tamar y el resto de las mujeres
se han ido, probablemente para ubicar a otros recién llegados.
—Um… —¿Cómo no ser una perra sobre esto?—, ¿tienes algo más
sustancial para usar?
Qué demonios.
—No soy su mujer —digo a la defensiva.
Eres mi esposa.
Hay cosas que quiere de mí, cosas que no tienen nada que ver
con mis habilidades de lucha y todo que ver con el hecho de que me
llama esposa.
Quién sabe, tal vez esta noche voy a conseguir algunas de ellas.
Solo tengo que ponerme el maldito traje.
Capítulo 5
Traducido por Grisy Taty
La miro.
—¿Qué?
—¿Qué otras?
—¿Qué quieres?
—No puedes.
Me sonríe, como si fuera encantadora y singular y
extremadamente ridícula de la manera más encantadora posible.
Ya lo veremos.
Eso es todo lo que se necesita para que haga la única cosa que
más odio: huir.
Frunzo el ceño.
—No es por eso que estoy aquí —dice Tamar, cambiando el tema.
Se sienta a mi lado.
Sacudo mi cabeza.
Contemplo a Tamar.
Gruñe.
—Sal de mi tienda.
—¿Es por eso que aún no has intentado matarme? —Ese tono
burlón ha regresado a su voz.
Sí.
—¿Puedes? —presiono.
Lo escudriño.
El aire todavía está lleno del olor a carne, y por un momento, todo
en lo que puedo pensar son los cadáveres que cubrían el suelo cuando
entré en Jerusalén ayer. También olía a carne en ese momento.
Sigo el olor al claro. Este aterrador lugar parece ser donde se sirve
el desayuno. Mis ojos se mueven sobre las ovejas girando en un asador
y las bandejas de fruta, nueces y pan que se extienden ante mí.
No veo ninguno.
Lo hice.
Maldición.
3
N.T. Pañuelo tradicional de oriente medio y Arabia.
Efectivamente, cuando me doy vuelta, un hombre camina hacia
mí, con una flecha apuntando mi pecho.
Para ser justos, tiene un punto. No tengo una bolsa para recoger
ramas, y mi daga enfundada no es útil para cortar madera. Parezco una
fugitiva, no una trabajadora.
De inmediato me arrepiento.
Lo observo todo.
Parece tan irremediablemente normal. No sé cómo lo hace Guerra.
Cómo logra que las personas trabajen juntas después de haber perdido
todo a manos de su ejército.
Detrás de él, otros jinetes galopan hacia el claro, cada uno con un
lazo rojo en la parte superior del brazo.
Lo que significa que son sus mejores asesinos. Los miro con ojos
nuevos mientras rodean al jinete antes de esparcirse alrededor de él.
Cuando el último ha caído en su lugar, se cortan los tambores.
4
N.T. En la mitología griega, Fobos era la personificación del temor y el horror. Era el
hijo de Ares, Dios de la guerra, y Afrodita, Diosa del amor. Fobos y su hermano
gemelo Deimos, junto con la diosa Enio acompañaban al dios de la guerra en cada
batalla.
—Tan pronto como comenzó la batalla, Elijah comenzó a matar a
sus hermanos de armas —continúa el orador, mientras Guerra mira a
Elijah, con los ojos afilados como cuchillas—. Perdimos muchos
hombres buenos hoy.
—Sun uk. San suni, adas Susturu tituu üçüt huniştüü nunıtnuu
utenin dukikdep nurun —dice.
—Tuz utırtı juni şuur üçüt önüt dup atna üçüt ıtuuzı vokgon.
¿Diecisiete? ¿Diecisiete?
Trago.
La tienda de Guerra está llena con una mesa y sillas, una cama y
varios cofres que deben contener todo su botín de guerra. Alfombras y
almohadas brillantemente tejidas están dispersas por todo el espacio, y
luego están las armas. Espadas y dagas, hachas de dos cabezas y arcos
y flechas se apoyan en varias superficies. Claramente es aficionado a los
objetos afilados.
No, no en realidad.
—¿Y?
Por esto tengo una regla contra la mentira. Es tan fácil ser
atrapada.
5
N.T. Brocheta.
—Nunca me vuelvas a usar en una mentira —dice en voz baja.
O si no te castigaré.
Levanta la mirada.
—¿Eso es un sí?
Reticentemente, asiento.
—Es curioso.
—Acércate y te lo diré.
De nuevo, esa sonrisa, solo que esta vez luce un poco menos
jocosa, un poco más peligrosa.
—Entonces pruébalo.
Sé valiente.
Mudando.
—Miriam.
Casi salto ante la voz detrás de mí. Cuando giro, dos hombres
vistiendo bandas de brazo rojas están a mi espalda. Los jinetes fobos de
Guerra.
Levanto mis cejas. No creo querer nada de lo que ese jinete tenga
para ofrecer.
—¿Viste mi apartamento?
—¿Lista?
—Sígueme.
¿Quién es ella?
Aclaro mi garganta.
—Eres mi esposa.
No lo hago.
—¿Quién dice que no estoy casada ya? —No sé por qué dije eso.
Ciertamente no es verdad.
Guerra asiente.
Otro escalofrío.
—¿Tienes familia?
Puedo sentir los ojos del jinete sobre mí, esperando que termine,
pero no puedo hablar sobre el resto. Esta pérdida está más fresca que la
otra.
Sacudo mi cabeza.
Mi piel pica.
No humano, me recuerdo.
Aún no.
—Hacia el océano.
Hay agua y fuego y... y... y Dios el dolor, el dolor, el dolor, el dolor.
La aguda punzada casi me roba el aliento.
Guerra me mira.
—Estoy bien.
—Estoy bien.
—Miriam.
Vuelvo a mirar ese cuerpo, el cuerpo que una vez fue una persona
con esperanzas y sueños y amigos y familiares.
Sé valiente, Miriam.
No queda nadie.
Oh Dios mío.
Una cosa es cabalgar solo con Guerra, otra es pasar la noche con
él y solo él. Y ahora que me han recordado lo que puede hacer, estoy
doblemente nerviosa.
—No me siento tan bien —le digo de nuevo. Tal vez era la carne
curada que alguien había empacado para mí; tal vez el agua que bebí
antes estaba contaminada.
Me estudia.
—Me importa.
—Sí.
Espero a que diga más. El silencio se extiende.
Al menos para empezar hizo dos camas. Supongo que debo estar
agradecida de que no tengamos que compartir una.
Definitivamente un demonio.
Pero no. Me niego a creer que debo estar con este monstruo.
—¿No es obvio?
Mi pulso se acelera.
—Sí.
Pero ellos pueden ser detenidos, ¿no? Después de todo, otro jinete
vino antes que Guerra y entonces, algún tiempo después, se desvaneció.
Él me devuelve la mirada.
Por supuesto que sí. No tenía idea de que un jinete pudiese ser
detenido. Un segundo después, las palabras de Guerra realmente se
registran.
—Esa es una historia para otro día, me temo. —Sus palabras son
finales—. Pero esposa —agrega—, hay algo que deberías saber ahora.
Creo que se supone que esté aterrada por las palabras de Guerra,
pero todo en lo que puedo pensar es que Peste falló. Falló en lo que sea
que suponía debía de hacer.
Lo que significa que solo debo soportar una noche más de tiempo
uno a uno con Guerra. El pensamiento no es ni de cerca tan
desalentador como lo fue ayer. Además de acunar mi cara, él no ha
intentado tocarme.
Pero incluso una vez que me deslizo bajo las sábanas, la culpa
aún se hace camino dentro. Tal vez especialmente porque el aire de la
noche ya se comienza a sentir.
—¿Sí?
—Dormía.
Uh…
—¿Dónde?
—Aquí, en la tierra.
—Las cosas no tienen que volver a ser como eran antes, esposa.
Esposa.
—Deben serlo.
Capítulo 10
Traducido por 3lik@
Mis ojos viajan hacia arriba, más allá de su cuello, para poder ver
su cara.
—Esposa.
—¿Lo es?
No hemos hablado desde que el ejército del jinete llegó ayer. Fue
arrastrado a conversaciones con sus jinetes fobos, sin duda planeando
la mejor manera de acabar con la próxima ciudad en la que se han
fijado.
Se me eriza la piel.
Mañana, nos dirigimos a la batalla.
Capítulo 11
Traducido por Mary Rhysand
Sobrevivir no es suficiente.
Mi estómago se aprieta.
Enfundo la daga de Guerra, sigo al jinete por los cuarteles
femeninos, los dos haciendo nuestro camino hacia la tienda del jinete.
Esta es una de las razones por la que la Regla Tres —evitar ser
notada— ha hecho mi lista de supervivencia un método para vivir.
Cuando las personas te notan estos días, es solo por razones
equivocadas. Demasiado linda, demasiado saludable, demasiado
vulnerable, demasiado herida, demasiado enferma, demasiado estúpida.
No puedes convertirte en un objeto fácil para estas personas.
Se acerca más.
—¿Lo hago?
Retrocedo.
Sobrevivir ya no es suficiente.
—Podrías morir.
La victoria está cerca; todo lo que tengo que hacer es… Antes de
pensarlo dos veces, envuelvo mis manos en su nuca, mis dedos rozando
contra su oscuro y suave cabello. Estaba segura que se sentiría áspero,
como el resto de él, pero es suave. Muy suave.
Santa mierda, ¿me dejará en serio hacer esto? Hace solo minutos
parecía convencido de que debía permanecer fuera del camino. ¿Quién
hubiera sabido que un poco de engatusamiento y un pequeño beso
podrían cambiar toda esa consideración cuidadosamente calculada?
—¿Entonces es un sí?
En vez de responderme, Guerra me tira cerca, inclinando mi
rostro. Antes de que puedan entender por completo lo que está
haciendo, su boca está de vuelta en la mía.
—No puedo.
Soy una de varios cientos que le han dado un caballo. El resto del
ejército se dirige a pie, a excepción de los pocos hombres y mujeres que
manejan las carretas gigantes que traerán a la ciudad, carretas que
eventualmente regresarán al campamento llenos de artículos robados.
Puf.
Idiotas.
Lentamente, todo el ejército comienza a moverse. Me deslizo en
línea junto con el resto de ellos, mis nervios se aceleran. La mayoría de
nosotros nos dirigimos a Ashdod, una ciudad situada a lo largo de la
costa de Nueva Palestina. Hogar de muchas, muchas personas.
La Regla Uno siempre ha sido: rompe las reglas, pero no del todo.
Pero si las reglas están equivocadas, entonces deben romperse.
Necesitan ser jodidamente destrozadas.
Supuse que Guerra se reunió con sus hombres para hablar sobre
la estrategia de batalla, pero en realidad no había pensado en cómo
sería esa estrategia.
Veo a una madre y a los dos niños que presiona cerca de ella, y
no puedo reaccionar. Eso podría haber sido yo y mi familia. Una vez fui
yo y mi familia.
—Llévate a tus hijos, sube a este caballo, y cabalga tan lejos y tan
rápido desde la ciudad como puedas. Creo que el ejército se está
dirigiendo hacia la costa, así que dirígete en cualquier dirección que no
sea esa.
Con eso, golpea los costados del caballo y Trueno —o quien sea
ese caballo— despega. Los miro por varios segundos, observándolos
alejarse. Tengo la terrible sensación de que no están mejor que ese
pájaro que escapó de los aviarios. Que dentro de una milla o dos,
también serán derribados.
Saco mi espada.
Sé valiente.
¡Lo tengo!
Corro por uno de ellos, una estructura de tres pisos que una vez
debió tener oficinas o apartamentos. Encontrando el hueco de la
escalera, tomo los escalones de dos en dos. El sudor gotea por mi piel, y
toso mientras respiro el aire lleno de humo.
Maldita sea.
Sé valiente.
—No.
El jinete me examina, sus heridas todavía lloran sangre.
—No me moveré.
Creo que se supone que es una amenaza, pero siento esa voz baja
en mi estómago, y me recuerda de nuevo el beso del jinete.
Santas bolas.
Tal vez.
—Es valiente.
Presiono mi ventaja.
—Dale una tarea útil, haz que cocine cosas o maneje cosas.
La batalla aún se está gestando a nuestro alrededor, y cada
segundo que supera las probabilidades de supervivencia de esta mujer
se hacen cada vez más pequeñas.
Cambia su peso de un pie a otro, sus ojos van hacia mí, luego a
Guerra y al soldado. Tiene una enojada y desesperada mirada sobre
ella.
Guerra no dice nada más. Con una última mirada a mí, regresa a
la refriega.
Improbable.
—Me hiciste matar hoy. —Ellos eran sus soldados, pero aun así.
No estuvo bien, nada de eso estuvo bien.
Guerra no responde.
Y entonces…
Las historias eran ciertas. Las del este. Acerca del este.
Mis ojos escudriñan el paisaje plano. Por todas partes mis ojos
aterrizan, los muertos se están levantando. Hay docenas y docenas de
ellos. El suelo debajo de mis pies, sin saberlo, estaba salpicado de
tumbas sin marcas, y de ellas, las ya desaparecidas están volviendo a la
vida.
Déjala pasar.
Empujo más allá del jinete, sintiendo la mirada del jinete sobre
mí.
No.
Esto es erradicación.
—Aššatu —dice.
Esposa.
Pero no.
Santa mierda.
Son vidriosos como los de una muñeca y ligeramente nublados.
Pero lo peor de todo, no hay nada detrás de ellos. Sin inteligencia, sin
curiosidad, sin personalidad.
Ahora que lo veo bien, sus ojos no son lo único malo en él. Su
torso está empapado en sangre de una herida que recibió en el
estómago, y su piel es de un color ceniciento.
Me las arreglo para dejar caer mi arco antes que ataque de nuevo.
Mis flechas se agitan en su carcaj cuando desvío otro golpe, y luego
otro.
Asfixia.
Y luego corro.
Mierda.
Casi me mataron.
—¿A dónde crees que vas? —La voz del jinete está más calmada
ahora, más bajo control.
Me obliga a mirarlo.
Busca en mi cara.
—No lo sé.
Correcto.
—Soy Miriam.
—Zara —dice.
Pero no Zara.
Ella peleó contra el jinete y tal vez en ese entonces quería morir,
peor cuando los soldados la alinearon y le pidieron su alianza, la dio.
Ella quería vivir.
Suspira.
—No es mía.
—¿Qué heredaste?
Jodidamente no te culpo.
Aprieta su mandíbula.
—La verdad.
Exhalo.
—Bastardos —jura.
Zara me mira.
—¿Si los odias tanto por qué estás peleando con ellos?
No dice nada ante eso. No hay nada que decir. Todo es tan
complicado.
Dudo.
—No tenía mucho que perder, y estaba tan enojada. Tan pero tan
enojada. Aún lo estoy. Solo agarré el arma de mi familia y le disparé al
imbécil.
Familia.
Solo dile.
Más silencio.
¿Poder?
—Tal vez para incidentes aislados, como salvarte la vida, pero no,
es bastante inflexible cuando se trata de matarnos a todos.
Zara exhala.
Por un segundo pienso que tal vez alguna mujer los trajo aquí, o
que hicieron planes de encontrarse con alguien.
6
N.T. Espíritu femenino cuyo llanto advierte de una muerte inminente.
Siento su sangre brotar de la herida, e incluso en la oscuridad e
incluso en la confusión, estoy segura la herida es letal.
Guerra.
Estoy indefensa.
¿A dónde va mi mente….?
Son sus manos las que me tocan, me doy cuenta. ¿Qué está
haciendo?
—Duerme, Miriam.
No he abierto mis ojos aun. No estoy lista para lidiar con las
consecuencias de anoche. Ya los dolores y molestias están resurgiendo.
No estoy segura de querer enfrentar mi situación actual.
Pero no voy a dormir de nuevo, y solo puedo pretender por un
cierto tiempo.
—Eran… significantes.
¿Eran?
—Mis atacantes… —Se supone que diga más, hay una pregunta
que necesito formular, pero parece que no tengo voz para ello.
Los ojos del jinete se profundizan ante eso. Sus labios se abren, y
creo que va a responder, pero en vez de eso, su mirada recorre mi
rostro, deteniéndose aquí y allá, sus ojos haciéndose más y más
violentos.
Detente, Miriam.
Con eso, el jinete se va, y por primera vez desde anoche, estoy
sola de nuevo.
—Esta es tuya.
—Tómala.
Muy bien… es decir, no voy a luchar contra este demonio por una
daga.
—Luce mejor. —Sus ojos se mueven hacia los míos—. Pero luces
cansada.
Estoy cansada. Y en serio no quiero pelear contra él, no cuando
ha estado cuidando de mí. Ha pasado un tiempo desde que alguien
cuidó de mí, y olvidé cuando lindo es.
—¿Por qué?
No puedo.
No puedo.
Buen punto.
Me recuesto de nuevo.
No tengo por qué estar en desacuerdo. Odio a los jinetes, sí, pero
ahora mismo creo que podría odiar más a los de mi especie. ¿Siempre
hemos sido así? ¿Tan crueles? ¿O los cuatro demonios que cabalgaron
sobre la tierra nos hicieron así?
Todavía.
Después del desayuno, recojo mis cosas. Ahí está mi madera para
flechas, mis zapatos, mis herramientas de carpintería, mi juego de café
heredado, y lo más emocionante de todo, andrajoso corpiño que me
legaron.
Esto es incómodo.
—Hola.
—No.
Para ser honesta, estoy bastante segura de que Guerra estacionó
a varios de sus hombres alrededor de la tienda. Había demasiadas
pisadas cercanas para que creyera lo contrario. Y si hay una cosa en la
que este tipo es bueno, exagerar.
—Mejor.
—Bien.
Aun así.
¿Mis ridículos...?
Apenas.
Esto es nuevo.
Hasta entonces…
—Tenemos tiempo.
Asiento.
Sacudo la cabeza.
Sin pensarlo, me estiro para tomarla, solo para lograr que Guerra
atrape mi muñeca.
Le doy una mirada incrédula.
—Es mía.
—Siéntate.
Y ahora tengo que lidiar con las doce toneladas de tensión sexual
que he provocado en la habitación.
—Voy a regresar.
¿Realmente alguna vez pensé que los ojos del señor de la guerra
estarían tristes? Solo hay violencia en ellos. Terrible violencia
devoradora de almas.
Se inclina hacia adelante y esa simple acción hace que quiera
retroceder.
—¿Qué pasa si te digo que no? —dice, su voz baja—. ¿Qué pasa si
te dijera que no puedes irte?
—También es tu dios.
—De nada.
Levanto un hombro.
7
N.T. Un postre.
Capítulo 21
Traducido por Yiany
—¿Qué día?
Es solo una vez que los superamos que tengo una visión clara de
los tres hombres que están atados y golpeados, varios jinetes fobos
armados se extienden detrás de ellos.
Mirar sus caras a plena luz del día los hace mucho menos
atemorizantes. Tal vez es que ellos son los que se ven aterrorizados, o
tal vez es el hecho de que no pueden ser mucho mayores que yo. En un
mundo diferente, podrían haber sido los hombres con los que fui a la
escuela.
—Wedāw.
Justicia.
No ahora, y no así.
No soy un verdugo.
—Abi abē vuttive eṭu naterennē nek, keki evi abi saukuven
genneki, aššatu.
Si no tomarás tu justicia, entonces la tomaré por ti, esposa.
—Lo que sea que esa perra te dijo, es una mentira. Ella lo quería.
Querido Dios.
A unos diez metros de mi tienda noto que algo está mal. Las
carpas en esta área se agitan tristemente con la brisa. No hay nadie
cerca, y está en silencio. Muy silencioso.
—¡Déjame pasar!
—Esa noche —dice Zara—, escuché tantos gritos. Pensar que uno
de ellos era tuyo... —Sacude la cabeza—. Pensé que pertenecían a las
otras personas, las que habían matado... —Sacude la cabeza.
—No supe que eras tú hasta que se corrió la voz que una mujer
había sido lastimada, una a que le gustaba al jinete. Puse dos y dos
juntos... —Sus ojos se encuentran con los míos—. Lamento no haber
venido.
—Era tu primera noche. Yo no lo habría hecho. —Sin mencionar
que no vivía cerca de mi tienda.
Lo recojo y lo inspecciono.
El pensamiento me enferma.
Es más fácil pedir perdón que permiso, tomo una de las dagas
envainadas que Guerra tiene por todas partes, luego abandono su
tienda y regreso a Zara. Varios jinetes fobos siguen mis movimientos.
—Póntela.
Sacude la cabeza.
No llames la atención.
—¿Por qué no has estado con ninguna otra mujer desde que nos
conocimos? —La pregunta simplemente se desliza fuera, pero tan
pronto como lo hace, quiero morir.
Las personas que están interesadas entre ello preguntan este tipo
de cuestiones. Flagrantemente le estoy haciendo creer que esto me
importa. Y no lo hace, no realmente. Solo estoy curiosa. Quiero decir,
¿no todo el mundo quiere saber acerca de la vida sexual del jinete?
Mierda.
—Tú, por otro lado —continua—, has sido solo humana, y estás
ligada a tu más básica naturaleza. Veremos cuánto duras, esposa.
Si, de humanos.
Le miro de vuelta.
—Redención.
Capítulo 23
Traducido por YoshiB
Y no fue así.
Lo miro.
Miro hacia otro lado. Pensar que estaba fantaseando con él hace
solo un día...
Sacudo la cabeza.
—No estoy enojada contigo —le digo. Puedo sentir su mirada
sobre mí—. Estoy enojada conmigo misma.
Guerra se acerca.
La mirada del jinete cae sobre mis labios y sus ojos notoriamente
se calientan.
—No soy tuya. —Hay una gran diferencia entre querer follar a un
hombre bonito y ser suya.
Las esquinas de los pecaminosos labios de Guerra se curvan
hacia arriba.
—Mía por violencia. Mía por poder. Mía por proclamación divina.
Después…
Mi corazón late cada vez más fuerte. Hay algo aquí. Algo de este
primer hermano que Guerra decididamente no quiere que sepa.
Egipto.
Nunca antes había estado fuera del país. Se siente raro, viajar
más lejos que nunca. Durante años he querido viajar; imagina que
cuando finalmente tengo la oportunidad, es en la dirección equivocada.
—Por eso juzgas los corazones de los hombres —le digo. Porque la
guerra, nacida del conflicto humano, es el único jinete que realmente
comprende nuestros corazones y solo nuestros corazones.
Guerra se ríe, dejando a un lado la piedra de afilar y su espada.
Son los países, las causas y los reyes que quieren la guerra, y los
soldados que pagan el precio.
—Lo estoy.
Ha estado esperando que nos toquemos por mucho más tiempo que
yo.
Mierda, creo que quiero descubrir cómo se siente eso, así como
quiero saber cómo se sentiría tener las caderas de Guerra acurrucadas
entre mis muslos, su enorme cuerpo presionado contra el mío...
De repente, me levanto.
—¿Mm?
Algo hermoso…
Está callado.
Paso mis dedos sobre la tela de mis mantas mientras hablo.
Exhalo Ahora mis padres se han ido y esta gran historia de amor
en la que creía cuando era niña llegó a su fin.
Me quedo sin aliento. Hay agua y fuego y... y... y Dios el dolor, el
dolor, el dolor, el dolor.
—Importa.
Arrugo la frente.
Muy bien, los caballos pueden tener una o dos cosas sobre las
bicicletas. Incluso si se hacen caca por todas partes.
Sé valiente.
Me doy vuelta y veo a otro de los jinetes fobos. Uzair creo que es
su nombre. Tiene una mirada especialmente mala.
—Vete.
—Si quieres saber mis planes —finalmente dice—, solo tienes que
preguntar.
Abro la boca…
Retrocede.
Exhalo.
—Creo que quieres esto —le digo en voz baja, incapaz de explicar
exactamente lo que estoy ofreciendo—. Y más.
Mucho más.
Mi temido plan.
—Es una buena oferta. —El jinete abre los ojos—. Estoy tan
tentado como siempre lo estaré…
Fui una tonta por pensar que podría convencerlo tan fácilmente.
O pensar que mi cuerpo tendría un precio tan alto para él. Y luego está
también la sensación de humillación que siento. Fue lo suficientemente
degradante como para ofrecer mis servicios, ¿para luego tenerlos
rechazados de todos modos?
—Tal vez —le digo—. Tal vez me tendrás o tal vez no. Pero no será
esta noche, y podría haberlo sido
Qué mal.
—Los aviarios.
—¿Qué?
Da un paso adelante.
—No evitaré que mis hombres maten a las aves —dice—, pero no
daré una orden explícita para que destruyan los aviarios.
Un escalofrío me recorre.
—Tócame.
Trago.
—Espera.
¿Espera?
Mis rodillas están casi tocándose por los nervios. No creo que
pueda esperar.
Dulce alivio.
Mi reacción es instantánea.
Necesito más.
Pero el deseo gana. Paso mis manos sobre sus pectorales, sus
hombros, su espalda y brazos. Lo estoy tocando en todas partes, en
todas partes. Su cuerpo es enorme, su masivo torso empequeñece el
mío.
Lo necesito en mí.
¿No?
¿Por qué está haciendo esto? Se suponía que los favores sexuales
eran para su beneficio, no el mío.
—Por favor, Guerra, por favor. —Ni siquiera sé por lo que estoy
rogando, solo que el jinete puede arreglarlo.
—Guerra.
Y se acurruca.
—Miriam…
—Es posible que conozca todos los idiomas, esposa —dice, con su
voz profunda por el sexo—, pero no tengo palabras para lo que siento en
este momento.
Esto es solo una relación física. Cualquier otra cosa solo promete
decepción.
Capítulo 28
Traducido por YoshiB
Cada vez que cierro los ojos, juro que puedo sentir el
deslizamiento de las manos de Guerra y la presión de sus labios. Y cada
vez que una serie de pisadas pasa cerca de mi tienda, me tenso, segura
de que son suyas. Pero hasta ahora, me ha dado mi espacio.
Me estoy escondiendo.
—¿Estás segura de que viven allí? —Es una pregunta tonta; por
supuesto que está segura.
Un pescador...
Aprieto su mano.
—¿Tiene un bote?
El jinete fobos se nos acerca, sus ojos se mueven entre Zara y yo.
—Hussain —dice.
—Luchar. Asesinar.
—¿Por qué no estaría haciendo esto? Es por eso que estoy aquí.
Es lo que soy.
Es lo que soy.
—No lo haré.
Sí, por supuesto, quería. Eso hace que esto sea un poco peor; no
era positiva hasta ahora que el jinete podría tener una opción en el
asunto.
Respiro temblorosamente.
Guerra me estudia.
Mi mandíbula se tensa.
—Guerra…
Pasa mucho tiempo antes de que los dos hagamos mucho más
que hablar. Horas y horas después. Para entonces, estamos de vuelta
en la cama de Guerra, mi cuerpo cubriendo el suyo.
No engaño al jinete.
—¿Qué importa?
No debería importar.
¿Asustada?
—No tengo miedo —digo, ofendida.
Me río.
—¿Quieres saber sobre las otras mujeres con las que he estado?
—pregunta.
Por supuesto que sí. Tengo una morbosa curiosidad por cosas así.
También estoy avergonzada de ese hecho.
—Algunos.
Ick. Hago una mueca. Por alguna razón, eso lo hace sentir un
poco menos como mío.
No es tuyo, Miriam.
No dice nada más. Supongo que esa es toda la respuesta que voy
a obtener.
—Quiero saber sobre los otros hombres con los que has estado.
—Esos pocos.
Estaba lista para ser desanimada por Guerra, pero descubro que
no estoy lista para esto. Sus palabras sin remordimiento me afectan y
me siento un poco fuera de lugar.
Se inclina cerca.
—Es tan emocionante como la guerra.
Ella duda, porque estoy segura que no quiere pensar en que las
cosas no salgan de acuerdo al plan. Pero asiente.
Me dirijo a Arish con los soldados de infantería, así que soy una
de los últimas en llegar. Apenas entro, puedo ver las grandes columnas
de humo que se elevan en el cielo. La lucha se ha movido hacia adentro,
las calles por las que paso están llenas de cuerpos.
Encuentra a Zara.
O un recuerdo.
—¡Miriam! ¡Miriam!
—Puede ayudar.
Me paro.
—Volveré.
No va a ayudar.
—¡Guerra! —grito.
Esto no va a funcionar.
—Y deberías tenerla.
Veremos eso...
—¿Qué es? —pregunta, una vez que estoy colocada delante de él.
Sonríe.
Aprieto su mano.
—No —suplica.
Los dejo ahí, revisando las calles buscando a cualquier caballo sin
jinete. Inevitablemente, siempre hay algún corcel asustado corriendo
libremente. No son un buen transporte, pero al menos disminuirá las
probabilidades de que Zara y su sobrino sean atacados. El ejército de
Guerra no tiende a tener como objetivo a hombres y mujeres montados.
A una calle de distancia, veo a un caballo atado al poste de una
lámpara. Trotó por la calle hacia él. Definitivamente es la montura de
algún soldado, a juzgar por las armas y el kitsch metido en las bolsas
de la silla, los objetos claramente tomados de la casa de alguna pobre
alma.
Muy mal para ese soldado, sus bienes robados están a punto de
serle robados.
—Hora de irse.
—¿Estarás...?
—No voy a conseguir otro maldita sea —dice, corriendo hacia mí,
con una espada en su mano—. Vas a recuperar a mi caballo o vas a
arrepentirte por ello.
Antes de que pueda hacer algo más, disparo dos flechas más, una
de las cuales lo golpea directamente en el corazón. El cuerpo del jinete
retrocede ante el impacto. Ahora sus ojos no están tan abiertos, como
están desenfocados.
—La única razón por la que no estás muerta, niña —dice la voz
detrás de mí—, es porque quiero que nuestro señor de la guerra se
entere de tus crímenes.
Bueno, mierda.
Capítulo 32
Traducido por Rimed
—Mi señor —objeta uno de los jinetes fobos, dando un paso lejos
de los otros jinetes—. Ella asesinó a uno de sus jinetes.
—¿Ha hecho ella débil tu mente, jinete? —En este punto, el jinete
fobos simplemente parece estar provocando abiertamente a Guerra, lo
cual nunca es una buena idea al lidiar con un tipo que disfruta con el
derramamiento de sangre.
—No.
Su rostro se agudiza.
Guerra me acerca.
Tomo una de sus manos, enredándola entre las mías. Las marcas
de sus nudillos brillan y las beso una por una. Estas manos han
causado tantas muertes, pero ahora me salvaron a mí y a otro.
Tal vez un día estas manos dejen de matar por completo. Es una
locura desear algo tan descabellado, pero soy adicta a la posibilidad. Es
toda la esperanza que me queda.
—Ten cuidado con el jinete —dice—. Lo que hizo hoy... está más
que enamorado de ti.
Lo que significa que soy una mujer marcada. Mis brazos se ponen
de piel de gallina ante eso.
—Acuéstate conmigo.
Me alejo.
Acuéstate conmigo.
—Aún si quisiera...
Tal vez he entendido todo esto mal. Tal vez Guerra no puede tener
hijos. Quiero decir, no es un humano común.
Increíble.
Toma mi mano.
Silba.
—Ya verás.
Buen punto.
El jinete me indica que monte a Deimos. Por un momento, dudo,
insegura de querer pasar más tiempo con Guerra del que sea
absolutamente necesario. Pero al final, sigo adelante.
Guerra se mece en la silla detrás de mí, tan cerca que sus muslos
encierran los míos, y su pecho presiona contra mi espalda. No es la
primera vez que comparto una silla de montar con el jinete, pero es la
primera vez que lo noto.
Miro a mí alrededor.
—Oh, hay una razón —dice—, simplemente no tiene nada que ver
con nuestro entorno.
Lo miro.
—No solo de esa manera, esposa —dice, riendo bajo—. Eres más
abierta conmigo en estos momentos.
—¿Por qué?
Escalofriante.
—¿Me has visto matar muchas veces, Miriam, y sin embargo esto
te molesta?
—Comprado —repito.
—Me alegro que ambos sepamos que eso es todo lo que esto es. —
Empiezo a ponerme la ropa—. Odiaría que tuvieras la impresión de que
realmente te quiero.
—Vete. A. La .Mierda.
—Ven, Miriam.
Miro a Guerra.
—No.
Y luego se va.
Bastardo.
Casi no lo hago.
—Guerra.
¡Hombre exasperante!
¿Obediente?
Estoy furiosa.
—No.
Guerra se pasa la mano por la cara, uno de los anillos que usa
atrapa la luz.
—Siento que estoy siendo golpeado con mi propia espada —
murmura—. Bien. Intentaré ser más... respetuoso. Con tus opiniones...
incluso cuando son absurdas.
Solo lo miro.
—Así que hay una parte de ti a la que le gustan los humanos —le
digo.
—Por supuesto que me gustan los humanos. —Guerra descorcha
el vino y comienza a servirnos un vaso a cada uno—. Simplemente no lo
suficiente para prescindir de ellos.
Tomo la mano de Guerra y dejo que me lleve al catre que nos hizo.
Solo hay una cama esta noche. Mis abdominales se tensan ante la vista.
Pero lo es.
—Háblame de ti —dice.
—Así es como pude ganar dinero con mi arte —digo—. Pero sí,
mis armas son parte de eso.
—¿Y por qué disfrutas del arte? —pregunta Guerra.
Levanto un hombro.
—¿Qué más?
—Mi hermana Lia quería ser cantante. —Sé que Guerra me está
preguntando acerca de mí, pero esto es lo que soy: una niña solitaria
que transporta a los fantasmas de su familia—. No sé de dónde sacó su
voz —continúo—. El resto de nosotros no podía llevar una melodía, pero
ella sí. Solía cantar cuando no podía conciliar el sueño por la noche, y
yo lo odiaba, compartíamos una habitación —agrego—. Pero luego, en
algún momento, se volvió relajante, y a menudo me dejaba llevar por
sus canciones.
Lo miro de nuevo.
—Quiero saber todo sobre ti, esposa —dice, tal como lo hizo
antes.
Respiro hondo
—Mi padre era el hombre más sabio que conocí —le digo—. Pero
para ser justos, solo lo conocí de niña, y cuando eres un niño, los
adultos en general parecen muy sabios. —Busco en el cielo, tratando de
recordar más—. Mi papá era gracioso, muy, muy gracioso. —Sonrío
mientras lo digo—. Él podría hacerte reír, generalmente de ti mismo.
Sin embargo, estaba bien, porque él también se burlaba de sí mismo
todo el tiempo. Era bueno celebrando las asperezas de todos. Y él era
tan... real. —Hubo muchas ocasiones en las que me hablaba como si yo
fuera un igual—. Con algunas personas, nunca puedes meterte debajo
de la superficie, ¿sabes? —digo, aunque el jinete probablemente no lo
sepa—. Con mi padre, siempre podías.
Me quedo en silencio.
—Hubo un accidente.
Me toco la garganta.
—Ahí es donde obtuve esta cicatriz. —No puedo compartir el resto
de la historia.
—El día que recibiste esta cicatriz es el día en que te volviste mía.
Mis manos aprietan las riendas. Estoy muy tensa, muy, muy
tensa. Sigo esperando que Guerra retire su espada, para decirme que
todo fue un truco inteligente, pero no lo hace.
Estrecho mi mirada.
—Oh, Miriam —el jinete me llama justo cuando llego a las solapas
de la tienda—. Una última cosa: mañana, cuando comencemos la
batalla, irás conmigo.
—Ríndete tú.
—¿Lista? —pregunta.
Pero luego recuerdo a esos soldados a los que les gustaba usar las
redadas como una oportunidad para violar mujeres o cometer otras
atrocidades. Alguien todavía necesita mantenerlos en raya; condenadas
palabras de Guerra.
El ejército egipcio.
Él me ignora.
—Si te bajo ahora, los civiles te atacarán, al igual que mis jinetes
si no te reconocen.
Eso tiene cierto sentido. Quiero decir, cuando estás al frente del
ejército entrando en una ciudad para atacar, la única persona que
tienes que evitar matar es al mismo jinete. Todos los demás son una
presa fácil.
—Déjame ir.
Me giro.
Miro por encima del hombro de Guerra a tiempo para ver a sus
jinetes fobos irrumpiendo en la ciudad, gritando y aullando como
animales mientras descienden.
—¡Miriam!
Si puedo llegar allí, tal vez al menos pueda hacer algo bueno.
—Porque lo he visto.
—Escucha a la chica.
El hombre se ve acosado.
Respiro hondo
—«Se acerca Guerra» —empiezo a decir—. «El jinete tiene un
ejército de al menos 5,000 soldados, y ha estado viajando por la costa
desde Israel» —continúo—. «Puede resucitar a los muertos, y sus
patrulleros muertos vigilan todas las ciudades que ha asaltado,
buscando matar a cualquiera que sobreviva...»
Le digo al hombre:
Esto no va a funcionar.
Un soldado lo espera.
¿Me lloraría?
Podría, creo.
Esto es acerca del jinete fobos que maté en Arish. Puede que
también sea sobre el segundo jinete que Guerra mató, el que lo desafió
cuando este me liberó de la línea de traidores.
Por favor que sea una de mis flechas. Todos menos el arco.
Jódeme.
A la mierda.
Mierda.
¡Trató de decapitarme!
Este es mi fin.
No estoy lista.
Solo he dado unos pocos para cuando, delante de mí, parte del
techo cede, aprisionándome y convirtiendo mi única salida en una
gruesa pared de fuego.
Mi estamos se hunde.
Debí dejar que Uzair me matara. Hubiera sido una mejor muerte
que la que estoy a punto de obtener. Me cavé mi propia tumba,
entrando en este edificio.
Las llamas suben por las paredes como un salvaje río anaranjado.
Me tapo la boca con la camisa y entrecierro los ojos contra la oscuridad
humeante.
Este es el fin.
¡BOOM!
Y me besa entonces.
—Pensé que iba a morir —le digo, mi voz ronca. Estaba segura de
ello.
Siento más que ver los ojos de Guerra sobre mí esta vez. Maldice
en voz baja, y luego saca su mano de debajo de mi camisa, solo para
envolver mi garganta.
Sea cual sea el poder que tenga el jinete, es tan sutil que no lo
siento al principio. Pero cuanto más cabalgamos y cuanto más tiempo
su mano callosa presiona contra mi garganta, menos necesito toser.
Una vez que estoy desnuda, nos baja a los dos a su cama. Estoy
sucia, ensangrentada y débil por la fatiga. Esto no suena a romance.
—¿No es por eso que estás aquí? —digo en voz baja, cuando el
beso termina—. Se supone que todos debemos morir. —Mi garganta
arde mientras hablo.
Guerra.
Acaricia mi cabello.
Hasta ahora.
—Tócame —susurro.
Guerra se acerca.
—Lavando a mi esposa.
Hasta ahora, había luchado contra esto. Tal vez estoy demasiado
cansada o tal vez fue la revelación de que todavía hay mucho que no se
ha dicho y que no se ha hecho entre Guerra y yo. Cualquiera que sea la
razón, esta vez no me resisto.
—Vete.
—Al final no habrá diferencia —dice, con sus ojos tan brillantes y
vivos.
Todavía está arrodillado, y por una vez soy más alta que él. Sus
manos rozando a cada lado de mi cintura, y sumerge su cabeza,
presionando un beso a mi estómago.
Paso mis dedos por el cabello del jinete e inclino su cabeza hacia
atrás, obligándolo a mirarme. Solo paso un momento mirando los labios
de Guerra y luego lo beso.
Me intoxicas.
—Guerra. —Suspiro.
Sostengo su mirada.
—Me rindo.
Capítulo 39
Traducido por Rose_Poiso1324
Pero luego sonríe, luciendo muy, muy guapo para su propio bien.
Tira de mi cabeza hacia sus labios y me besa de nuevo, y siento su
lujuria y excitación y... algo más. Algo con lo que no estoy del todo
cómoda.
Um, solo una mujer con una vagina tan grande como un cráter
estaba destinada a adaptarse a la polla de Guerra.
—¿Miriam?
Desconcertantemente presente.
Está sudando con su necesidad de moverse despacio, de ser
gentil. Puedo decir que hay una fuerza en él que quiere empujar su
polla dentro de mí lo más rápido posible y luego follarme con abandono.
Prácticamente puedo sentirlo vibrar con la necesidad. Y tal vez
eventualmente lo haga, pero no creo que eso suceda hoy.
Esto es... para nada como mis otras experiencias con el sexo.
Este es el tipo de sexo que te arruina.
De repente me rompo.
Grito, tirando del jinete con fuerza hacia mí mientras siento que
mi clímax se abre paso a través de mí. Una y otra vez lo siento, y justo
cuando comienza a terminar siento que Guerra se engruesa dentro de
mí.
Estoy adolorida en todas partes; el tipo de dolor que hace que tus
mejillas se ruboricen.
Trago. Uh oh.
—Um, ¿qué quieres decir? —digo con cuidado, manteniendo mi
tono casual.
¿Qué he hecho?
Capítulo 40
Traducido por Rimed
Increíble.
Casi.
—¿Es bueno?
Es suficientemente bueno.
No he renunciado a nada.
—¡Mamá!
—¡Miriam!
Han pasado semanas desde la última vez que tuve esta pesadilla.
Casi había olvidado que antes de Guerra, este recuerdo en particular
había atormentado mis sueños con mucha frecuencia. No sé porqué
había decidido tomar un asiento trasero hasta ahora. Quizás
últimamente mi mente había sido atormentada por imágenes más
nuevas y grotescas.
Trago.
Eso fue hace siete años. Desde entonces, todos los motores
habían dejado de funcionar.
—Mi madre sabía que era peligroso, que algo podía salir mal, pero
era nuestra única opción.
Me detengo.
—La explosión fue una sorpresa. —No sabía que los motores
podían explotar—. En un momento estaba sentada allí, junto a mi
madre y hermana, y al siguiente sentí calor y dolor mientras era
lanzada al agua. —Mi mochila se había enredado alrededor de mi tobillo
—Esa mochila estaba llena de mis últimas posesiones terrenales—.
Recuerdo que me arrastraba hacia abajo.
Asiento.
—Gracias.
Me detengo.
Ugh.
El jinete me escudriña.
Me froto la cara.
Suelto el aliento.
Ella suspira.
—Difícil. Es muy, muy difícil. Pero tengo más de lo que la mayoría
de la gente tiene aquí, así que tengo en cuenta mis bendiciones. —
Respira profundamente, sus paredes emocionales se alzan—. Pero eso
no es de lo que quiero hablar ahora. —Sus ojos se mueven sobre mí—.
¿Dónde has estado la última semana? Te desapareciste de mí.
La miro fijamente.
—No...
Punto justo.
Cuando ven a nuestro grupo, veo a una mujer derramar una taza
de té que está bebiendo. Otra jadea.
—Por supuesto que las dos son bienvenidas —dice una mujer un
poco rígida. Su rostro se suaviza cuando ve a Mamoon—. David está
jugando fútbol con Omar si quieres unirte. —Señala detrás de ella,
hacia el final de las tiendas, donde dos niños pequeños patean una
pelota desgastada.
—No gracias.
—Lo que quiero saber —dice otra mujer—, es lo bueno que fue el
jinete al brindarte una experiencia religiosa.
Reúno mi confianza.
—El jinete es definitivamente mejor en el amor que en la guerra.
No es del todo cierto, pero hace que las mujeres que me rodean se
ríen a carcajadas.
Yo lo estoy.
Deimos.
Tal vez solo estoy imaginando cosas, pero creo que le gusto al
caballo de Guerra.
Salto la valla, y ahora estoy encerrada con él. Unos segundos más
tarde, los cadáveres que me rodean también caminan sobre la pared del
corral.
Una vez que termino de asegurar la silla, abro la puerta, tomo las
riendas y trato de sacar a Deimos.
Desafortunadamente…
Esta fue la idea que se formó cuando me senté con Zara y esas
otras mujeres. Puede que no sea capaz de luchar contra el ejército de
Guerra, pero aun así podría advertir a las ciudades que el jinete estaba
preparado para atacar, empezando por ésta.
—Audaz e imprudente.
Levanta la mano…
—No.
—¡Detente!
Nada.
Me acerco a él.
Quiero gritar.
Solo hay una cosa en este mundo que mantendrá, una cosa que
no puede soportar perder. Una forma de que se detenga.
Sé valiente.
No lo hace.
Siento que mis lágrimas vienen más rápido ahora, cada una
goteando por mi rostro. Oscurece la forma del jinete, que es
probablemente la forma en que se las arregla para cerrar la distancia
que queda entre nosotros.
Hace solo unas horas, este hombre estaba dentro de mí. Recuerdo
sus ojos sobre los míos; me miraba como si fuera un extraño milagro.
No sé qué hacer con eso. Pero al menos las líneas de batalla ahora
se han trazado oficialmente.
Alzo la barbilla.
Su agarre me aprieta.
Así que nos están matando para proteger todo lo demás que vive
en esta roca. Odio que el bastardo se las arregle para sonar altruista
después de los eventos de esta noche.
Lanzo mi toalla sobre una silla y me pongo ropa limpia, ropa que
otra persona lavó, secó y dobló. Ropa que no es mía y que no se siente
como la mía, como el resto de este lugar.
Cierro los ojos, una lágrima se escapa, y luego tomo otro trago del
licor. Y luego un poco más. Quiero olvidar cada recuerdo desagradable
desde que llegaron los jinetes.
No puedo. Ya sé que no puedo, y emborracharme solo me hará
sentir más mal. Ninguna cantidad de alcohol puede quitar lo que he
visto. Aparto mi vaso.
—Estás en mis brazos, y sin embargo siento que estás muy, muy
lejos de mí —dice Guerra—, No me gusta esta distancia, esposa.
Los dos nos quedamos así por lo que parecen horas. No creo que
ninguno de nosotros duerma, pero tampoco nos levantamos.
Mis ojos miran hacia Guerra, quien está sentado en su trono, con
el ceño fruncido. Guerra me encuentra con la mirada desde su trono,
con ojos entrecerrados. Se levanta, y toda la multitud reacciona a este
simple movimiento.
—Por favor…
Su expresión se endurece.
Incontables.
Sé valiente.
Guerra se acerca.
—No estoy aquí para hacer sacrificios, Miriam. Estoy aquí para
tomarlos. Cualesquiera que sean las nociones humanas que tengas
sobre las relaciones, déjalas de lado; esas no aplican a nosotros.
—No quiero ver lo que puedes darme —le digo, aun molesta, muy
muy molesta—, Muéstrame los beneficios de tomarlos.
Demasiado humano.
Mis pies dan un paso atrás, y sin fijarme, pateo una jarra de
metal cerca de la cama, la que usualmente uso para tomar agua cuando
tenía sed en la noche.
Mierda.
Guerra abre sus ojos de golpe, y es demasiado tarde para
retroceder ahora. Su espada está en mi mano y estoy parada mirándolo
desde arriba. Es demasiado tarde para deshacer mis planes.
Sí.
—No.
Pero no puedo.
Los dos nos estamos mirando uno al otro, y puedo decir que
Guerra está esperando.
No puedo...
—Ríndete —repito.
Podría haber planeado esto… mejor. Pero en cambio, dejé que mis
emociones interfirieran, y no funcionó.
—Me traicionaste. —A los ojos del jinete, ese es el peor crimen que
se puede cometer.
De una vez por todas, se acerca a mí, y que Dios me salve, porque
esto es todo.
Mis rodillas se ponen débiles del miedo. Fui una idiota en nunca
temerle a este hombre.
Él ahueca mi mandíbula.
No sé qué hacer con esas palabras, solo que debo estar aterrada
de ellas.
Mis ojos van a los tatuajes de Guerra, y ahora que los miro, la
forma de ellos es similar a la de mi extraña cicatriz. Nunca había
notado las similitudes. No hasta ahora.
Sacudo mi cabeza.
No puedo castigarte.
Oh Dios.
La tierra está llena de tantos huesos, dijo anoche. No había
entendido sus palabras entonces, pero ahora, mientras veo a los
muertos salir de sus tumbas, entiendo. Donde quiera que vaya Guerra,
él tiene un ejército listo.
Mi castigo.
—Detente.
Pero, no lo hace.
Zara. Mamoon.
—¡Guerra!
Me veo obligada a verlo todo, y esta vez, a los vivos les lleva
mucho más tiempo morir que en Mansoura. Yacen en pilas sangrientas
en el suelo, y supongo que es una pequeña bendición que los muertos
permanezcan muertos.
Zara. Mamoon.
Mi corazón se aprieta.
Nunca me ha importado nada tan profundamente tampoco. Si
tenía la intención de romper mi corazón como yo lo hice con el suyo,
entonces, entre la destrucción de Mansoura y esto, ha tenido éxito.
Mi mirada se mueve hacia él. Estoy tan alejada que siento que
estoy hecha de piedra.
—Yo tampoco.
El jinete fobos me encuentra más tarde ese día sentada entre una
línea de tiendas vacías. Ya he abrazado a mi amiga y su sobrino y he
procesado —o al menos intenté procesar— los horrores del día.
Pero tal vez el jinete mintió. Tal vez Peste terminó su misión antes
de matar a todo el mundo. ¿Cómo se supone que sepa cuál es el plan
divino de cada jinete?
—Tal vez.
Los ojos de Guerra pasan sobre los míos, pero no hubo pausa, ni
mirada profunda, ni chispa de familiaridad.
Voy a enfermarme.
La despido.
—Estaré bien.
Con una última mirada preocupada hacia mí, sale, y soy dejada
para volver a dormir.
Me echa un vistazo.
—Miriam.
—Te extrañé.
Se acerca.
Me levanta.
Sacudo la cabeza.
En ese momento, uno de los hombres del jinete entra con más
humus. El jinete deja el plato sobre la mesa de Guerra, y se marcha.
Guerra continúa:
Suspiro.
—Un médico no será capaz de hacer nada más que decirme que
descanse y tome mucho líquido.
—No lo estás.
—Vas a tener que tener fe en que voy a estar bien —digo. Pero
incluso mientras hablo, siento aparecer las náuseas nuevamente.
—¿Qué? ¿Cuándo?
Mi corazón tartamudea un poco con eso. Así fue como supo que
no había estado comiendo. Había asumido que había obtenido la
información de mis guardias, pero era Zara quien lo había estado
informando.
Lo recuerdo. Solo que nunca creí que haría uso de ese juramento.
Entre las dos tomamos mis cosas, solo dejando el café detrás.
Arreglamos la mayoría de mis cosas en mi bolsa de lona. Cuando
terminamos la deslizo sobre mi hombro.
—¡Zara!
Sus manos bajan por mis costados y sí, sí, sí. He deseado sentir
el cuerpo de Guerra contra el mío desde que habíamos estado
separados. Incluso cuando mi rabia ardía al rojo vivo.
Oh.
Bueno, mierda.
Miro dentro de esos ojos violentos hasta que los veo deshelarse. Y
ahora recorro mis manos sobre los planos de su rostro, mis pulgares
recorriendo sus ojos pintados con kohl hasta que el maquillaje negro se
corre. Inclinándome lo beso, primero suavemente, pero luego
aumentado la intensidad, más fuerte, más profundo.
Su polla palpita dentro de mí, tan gruesa que puedo sentirla latir.
Suavemente, se retira.
—Mi esposa, eres todo lo que nunca supe que quería —dice,
empujando de nuevo en mi interior.
Te amo.
—Guerra…
Esto es algo nuevo, algo más que sexo corto y limpio. No puedo
negarlo, incluso si me sorprende.
Estoy embarazada.
Lo creo.
Embarazada...
Suspiro.
Perdí a todos los que amaba. Si todo lo que Guerra sabe del amor
es anhelo, entonces todo lo que sé de él es pérdida.
Solo que ahora hay una pequeña persona nueva. Alguien que aún
podría perder.
—Mmm... mi esposa.
Me alejo de él entonces.
Vacilo.
Esto fue una mala idea. Todo ello, cada una de las decisiones que
me llevaron aquí. Correr, dormir con Guerra, permitirle insertarse en mi
vida. Todo ello.
Entorno los ojos hacia la oscuridad y no, parece que sí hay una
figura en el camino.
—¿A dónde vas? —Su rostro está casi enojado por el pánico.
Sé valiente.
No respiro.
Guerra me dijo una vez que los juramentos humanos son cosas
quebradizas, destinados a romperse con el tiempo. En esa misma
conversación dijo que sus votos, esos eran firmes. Y tenía razón. Le
rogué y pedí que cambiara, lo amenacé y lo traicioné y no llegué a
ningún lugar con él.
Ten fe. Eso es lo que le dije a Guerra antes. Y eso es todo lo que la
religión fue alguna vez para mí. Fe. Que las cosas mejorarán, en este
mundo y en el siguiente.
—Estoy embarazada.
Capítulo 50
Traducido por aelinfirebreathing
Oh Dios.
Levanto un hombro.
—No lo sé. —Este nunca fue un tema al que miré con mucho
interés. No había asumido que se aplicaría a mí en ningún momento
cercano—. Con suerte no mucho más. —Es un estado miserable en el
que encontrarse.
Yo y el bebé.
Me besa.
Esto es por Guerra y por mí. Sin los negocios y las peleas y,
eventualmente, esa promesa suya, esto nunca hubiera pasado.
—Guerra…
—Lo sé.
Cabalgamos por un minuto más antes de que el jinete jale de las
riendas de Deimos para detenerlo. Nos giramos y así somos capaces de
ver a los hombres cabalgando por nosotros.
—Gracias.
Con eso, el jinete desmonta. Tan pronto como lo hace, veo las
flechas en su espalda.
Aun así.
—¿Siquiera puedes sentir dolor? —pregunto mientras me ayuda a
desmontar de Deimos.
—¿Por qué?
Toco su pecho.
—Mi esposo…
—Puedo hacerlo.
Creo que lo estucho gruñir de la risa, pero puede que solo sea mi
imaginación.
Pero…
Pero los muertos del jinete no están atacando estas ciudades por
las que pasamos, se están defendiendo. Así que hay sobrevivientes.
Todavía es mucho que procesar, y mientras más personas están
informadas de la llegada del jinete, los ataques sobre el ejército se
vuelven más frecuentes y brutales, y hay más muertes a causa de ello.
Me siento con Zara cerca del centro del campamento que hemos
erigido justo afuera de Luxor. La niña en mí está desesperada por tener
un vistazo de las antiguas ruinas egipcias, pero la pragmática sabe que
eso nunca va a suceder. No durante una campaña de batalla. Así que
me conformo con disfrutar de la vista de las palmeras que cuelgan en el
banco del Nilo.
Zara resopla.
Miro hacia el borde del campamento. No puedo ver más allá de las
pocas tiendas color crema que hay en medio, pero mientras más
escucho, más alto se hace el sonido de los cascos.
—¿Qué diablos…?
No, no capturados.
Perdonados.
—¿Yo?
—Lo hice por tu corazón blando —dice—. Pero, aun así, podrían
haber sido míos.
Todo eso cambia hoy. Hoy Guerra no solo trae de vuelta niños con
sus otros premios de guerra. Hoy, también regresa con adultos.
—¿Así que todo esto es por mí? —No puedo diferenciar si me hace
sentir imposiblemente adorada o un poco triste.
»Es difícil ser consciente de ese hecho y no pensar sobre los otros
padres cuyas familias he asesinado. Cuyos amores he asesinado. Estoy
lleno de una vergüenza creciente por lo que he hecho porque perderte
ya es impensable. Así que sí, creo que he adquirido una consciencia.
»En algún lugar por el camino, mis razones por dejar entrar estas
emociones humanas cambiaron. Ya no te persigo porque se suponía que
lo hiciera. Anhelo tu compañía, tus sonrisas, tu enojo fiero y tu lengua
ingeniosa porque me trajo la misma alegría que el campo de batalla
hacía. Y el mundo floreció en colores. Por primera vez, comencé a sentir
de verdad este cuerpo y cada emoción dentro de él.
—Me doy cuenta ahora —dice—. Esto es lo que es vivir, lo que ser
humano es, verdaderamente.
Odio como la mierda las náuseas matutinas. Las odio, las odio,
las odio.
Quiero decir, mínimamente podrían encargarse de sus propios
asuntos y solo mantenerse por las mañanas.
Calzada debajo del plato hay una nota que dice, Para mi feroz
esposa e hijo. Espero que si te alimento mientras duermo, no tratarás de
apuñalarme de nuevo. Considera esto una oferta de paz.
Amo al jinete.
Lo amo.
Mierda.
Lo amo.
Recorro mi rostro con una mano. Quiero retirarla. Quiero
deshacer cualquier brujería que ha hecho sobre mí.
—Todo.
—¿Mejor? —pregunta.
Las palabras divinas me bañan como una ola, y las siento como si
fueran cosas vivas, que respiran. Cosas sagradas. Mis ojos pican por
escucharlas, siento como si hubiera acabado de tocar a Dios, lo que sea
y quien sea que sea Dios.
Regresa de nuevo.
Miro fijamente las dos piezas de joyería que el jinete me dio hoy, y
casi lo digo.
Te amo.
Te amo.
E incluso si lo estuviéramos…
Pero tal vez consigo tener todavía esa rareza, solo sin
derramamientos de sangre.
—Tal vez, tal vez no. Pero eso será según su propia suerte y
fortuna.
Zara y Mamoon podrán vivir una vida real, en algún lugar que no
esté lleno de muerte y tristeza. Por ese hecho, el resto del campamento
podrá vivir algo similar a una vida normal. No será la misma de antes,
nada puede regresar a cómo era, pero tendrán otra oportunidad de una
vida, lo cual es más que cualquiera en este campamento ha tenido
antes.
Me da una sonrisa.
—¿Estás segura?
No llores. No llores.
—Puedo hacer una excepción para una hermana mía —dice, con
los ojos brillantes.
—Haré eso.
Me dirijo a él.
—Te amo. —Su voz es áspera con su propia emoción—. Más que
mi espada, más que mi tarea. Te amo más que a la guerra misma. —
Presiona su frente contra la mía—. Lo siento mucho, Miriam. Lo siento
mucho por todo. Por no escuchar. Por tu dolor y sufrimiento. Por hasta
la última cosa.
Me acaricia la mejilla.
Te amo pero eso nos ha destruido a los dos, había dicho una vez el
jinete. No me había dado cuenta de que él podría haber querido decir
eso literalmente cuando se refería a sí mismo. Guerra y apatía van de la
mano. Sentir, empatizar, amar, ese debe ser el principio del fin de la
guerra misma.
Está más allá de mi más salvaje esperanza, así que no sé por qué
siento miedo, pero esa sensación aceitosa me retuerce el estómago.
—¿Qué te va a pasar?
Me quedo inmóvil.
Guerra asiente.
No respiro.
Guerra vacila.
Él asiente levemente.
Ríndete.
Guerra.
Capítulo 55
Traducido por CarolSoler
Tiro la sábana sobre mí, tapándome los pechos. Igual que Guerra,
me he aficionado a dormir desnuda. Lo admito, mi ropa se está
volviendo demasiado apretada.
—Fuera.
—No hay nada que temer, Miriam. Sean cuales sean tus
preocupaciones, bórralas.
Los jinetes de Guerra deben saber algo que yo no. O puede que
haya entendido todo esto al revés. Quizás no van a matar al jinete, ¿por
qué mi mente sigue yendo allí, de todas formas? El hombre no puede
morir.
Me doy la vuelta.
Guerra.
¿Qué diablos?
¿Sabes qué?
A la mierda.
Carmesí.
No me importa mucho.
Guerra se ha ido.
Todo lo que puedo recordar ahora son las noches que me sostuvo
debajo de las estrellas, y la sensación de sus labios contra mi piel
mientras susurraba su amor por mí.
Quiero mi venganza.
Y luego espero.
Parece que han pasado horas cuando los jinetes fobos vienen
galopando por la carretera. Para entonces mi mente está en silencio y
mi puntería es estable.
Bastante estable.
Cuento los jinetes. Uno, dos, tres, cuatro. Cuatro, cuando solía
haber cerca de veinte. Lo que significa que, aparte de este grupo y el
hombre al que le disparé antes, todavía hay quince soldados
desaparecidos.
—Miriam —gruñe.
Con una patada feroz, la puerta se abre hacia dentro. Más allá
está el único jinete que siempre fue amable conmigo. Espada en mano,
él entra.
Libero mi flecha.
Objetivo, liberación.
Aprieta los dientes, pero esa es toda la reacción que tengo. Y aun
así sigue avanzando, quitando la flecha mientras lo hace.
Mis brazos heridos gritan contra el peso del arma, y tengo que
apretar los dientes contra el dolor.
Yo tampoco.
Trago.
No quiero mirar.
Él no lo sabe.
Asumí que los jinetes fobos los estaban usando para matar a
Guerra. No me había dado cuenta de que estaban usando los explosivos
para mantener al jinete en su tumba, en caso de que realmente pudiera
sobrevivir a la decapitación.
Ten fe.
—¿Puedes? —pregunto.
Creció de nuevo.
No debería atreverme a esperar algo así, pero puedo sentirlo en
cada respiración superficial que tomo.
Se me corta el aliento.
—Me rindo.
Capítulo 59
Traducido por AnamiletG
He perdido mi mente.
Justo cuando mis pies están a punto de tocar el fondo, noto una
granada enclavada en una sombra profunda.
Respiración profunda.
Solo que no hay forma de que pueda arrastrar al jinete con mis
propias manos.
No pasa nada.
Todavía nada.
Malditos caballos.
—Deimos! —grito.
Maldición.
Sé valiente.
Una vez que termino, alcanzo las riendas de Deimos, que todavía
cuelgan del pozo de la tumba. Los agarro, enrollando mi cinturón a
través de ellos también.
¡BOOM!
Guerra
Incontables.
He renunciado a esta forma de vida, y sin embargo, siempre
estará ahí como mi primer recuerdo de mi existencia.
No.
No lo creo.
Rendición.
¿Por qué?
Guerra
—No —dice.
—Por favor.
El niño. Mi niño.
No respiro.
Respiro hondo.
Rendición.
Nada viene sin sacrificio, esto menos que nada. Miriam tenía
razón, amor y guerra no pueden coexistir. Puedo tener uno u otro, pero
no ambos.
—Estás liberado.
Capítulo 62
Traducido por NaomiiMora
Miriam
¿Pero cómo…?
—Te amo —digo. Reprimí esas palabras hasta que fue casi
demasiado tarde. Ahora salen corriendo de mí—. Jamás dejaré de volver
por ti porque te amo.
—¿Libre de qué?
—Mi propósito.
Sacude su cabeza.
—¿Nuestra hija?
Nuestra hija.
—¿Cómo lo descubriste?
—Muerte.
—Por un tiempo.
Oh Dios... morí.
—¿Qué pasa con los otros jinetes? —Los que aún no han
caminado por la tierra.
Estoy viva, Guerra está vivo y mi hija está viva. Ah, y no habrá
más asesinatos.
—¿Se han ido todos tus poderes o todavía puedes hablar todos los
idiomas que han existido?
—¿San sani du, seni nüşüna ukuvı?
—Puedo.
Mi sonrisa se desvanece.
—¿Mamá? —digo.
—¿Miriam?
Hablando de jinetes...
Me acerco a él.
—¿Esta es...?
—¿Quieres cargarla?
—Eso es lo que haces por los que amas —dice—. Los traes de
vuelta.
Epílogo
Traducido por NaomiiMora
Morirán de hambre.
Y luego sonríe.
Agradecimientos de
la autora
* EXCLAMACIÓN DE ALIENTO *
Espera, ¿el libro está terminado? ¡Pensé que este día nunca
llegaría! Este era un libro que simplemente no terminaría. Guerra me
sostuvo a punta de espada y me exigió que lo hiciera el doble de largo y
que trabajara el doble de lo normal antes de lanzarlo. (¡Es un bruto
mandón!) Espero haberlo hecho bien para él y para ustedes. Un
agradecimiento extra para todos los lectores que han estado esperando
mucho tiempo para este. Se suponía que debía lanzar este libro meses
antes, ¡así que agradezco su paciencia!
Laura
Próximamente
Todavía no hay fecha de publicación del tercer libro de la saga,
pero apenas salga estaremos traduciéndolo: Hambre, el Cuarto
Jinete.
TRADUCIDO
CORREGIDO &
DISEÑADO EN