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Religión y Antropología - Brian Morris PDF
Religión y Antropología - Brian Morris PDF
Religión y antropología
Una introducción crítica
i
P R E F A C IO
Brian Morris
7 de agosto de 2004.
IN T R O D U C C IÓ N
2. E n fo q ues i-mocionai.istas
3. E n fo q u es e s t r u c t u r a l is t a s
4. E n f o q u e s í n i t u i >k i '.t a t i v () s
5. E n i- o q iio s c o c n it iv o s
7. E n ro q ues s o c io l ó g ic o s
1.1. P ró lo g o
1,2. ¿Qué ES E L C H A M A N IS M O ?
1.4. L a p o s e s ió n p o r l o s e s p ír it u s y e l c h a m a n i s m o
1. La perdida del (tinta. Los ¡nuil creen que el alma de una persona
sale a pasear duranie la noche, mientras esa persona duerme, o
puede abandonar el cuerpo si una persona siente miedo de repen
te. Así, el alma de una persona puede capturarla un espíritu malé
fico y, hasta que regrese al cuerpo, la dolencia o la enfermedad
pueden apoderarse, del paciente.
2. La violación de un tabú. Como ya se ha señalado, la creencia en
que la enfermedad la causaba la violación de una prohibición ri
tual (tabú) o una violación moral era corriente entre los inuií. Se
creía que no mostrar el debido respeto a los animales o maltratar
los, no compartir la carne equitativamente, el incesto y las perver
siones sexuales eran transgresiones que provocaban enfermeda
des. La esencia de la sesión cliamániea consistía, por consiguiente,
en encontrar el mal cometido y. mediante la consulta con los espí
ritus ayudantes o familiares, aceitar con el sacrificio o la expiación
necesarios para reclificar la situación y devolverle al paciente
la salud.
3. La brujería. Los inuií distinguen claramente cutre la magia cu
rativa del chamán y la del brujo o hechicero: una persona (a me
nudo considerada como chamán de otra comunidad) que emplea
fórmulas mágicas y riios secretos para causar la enfermedad. El
papel del chamán consiste, así. en descubrir la posible identidad
del brujo y contrarrestar su pernicioso influjo.
4. La intrusión de alíjelos. La creencia en que la enfermedad la cau
sab a la intrusión de un objeto extraño en el cuerpo del paciente
estaba muy desarrollada entre los ¡nuil. La cura del chamáis coiv
sisfía, por tanto, en Ja extracción de este objelo a fin de restaurar
la salud. De manera que era importante que durante la sesión el
chamán luciera aparecer uno o más objetos -normalmente una
piedra- que pudieran mostrarse a la concurrencia como prueba
de la eliminación de la causa de la enfermedad.
5, Im intrusión de las espíritus. La creencia en que la enfermedad po
día ser consecuencia de la intrusión de un espíritu ajeno a la per
sona estaba también muy extendida, informa Murphy, entre los
inuit de Alaska, si bien esta causa solía invocarse en los casos de
demencia o histeria episódica. La intrusión de los espíritus impli
caba técnicas diagnósticas para acertar con la identidad de dicho
espíritu y con el procedimiento terapéutico del exorcismo ritual.
Murphy hace, pues, una distinción entre intrusión de los espíritus
y posesión por éstos, que parece similar a la distinción propuesta
por Lewis entre posesión por los espíritus descontrolada y contro
lada. como antes hemos visto (Murphy, 1964, pp. 62-83).
I .7. E l NLOCHAVIANtSM O
1.8. E s t u d io s c o m p a r a tiv o s
de la práctica del trance visionario, .sea paite del complejo de los espíri
tus guardianes o inducido por las drogas en otros mareos, informan con
mucha mayor frecuencia los varones que las mujeres (1979, p. 254).
1.9. L a i n t e r p r e t a c i ó n d ei. c h a m a n is m o
2.1. P r ó l o g o
«El budismo es una religión muy antigua: tiene tras de sí dos mil
quinientos anos de historia», escribió el fundador de la Orden Budista
Occidental, Sanghaiakshita (1990, p. 26). Sin embargo, hay estudiosos
contemporáneos, normalmente los de convicción posmoderna. que no
cesan de decirnos que el budismo en cuanto religión es puramente un
invento occidental; o que no existe como «entidad única». No es una
institución monolítica, escribe Damien Keown, «en todas partes la mis
ma» (1996, p. 2). En consecuencia, deberíamos hablar de budismos (en
plural), como si esta afirmación no implicara la existencia de algo lla
mado «budismo», ¡que luego es el tema de un libro! Y bien puede plan
tearse esta pregunta: ¿qué estudioso o antropólogo ha dejado jamás de
reconocer las diversas manifestaciones del budismo tal como se ha adap
tado a las situaciones culturales y sociales locales en su difusión por
Asia? Por supuesto, en muchas partes de Asia las personas se han reco
nocido como budistas (mucho antes de que los estudiosos europeos en
traran en escena), algo normalmente expresado en términos de segui
miento del (¡harina, las enseñanzas del Buda.
En esencia, el budismo es un camino de salvación: lo que le preo
cupa no es ni Dios ni el mundo, sino la vida humana, o más bien los
seres sensibles, y la eliminación del sufrimiento. El logro de la salva
ción no depende ni de sacramentos rituales, ni de la fe. ni de la gracia
divina, sino solamente de una profunda comprensión del modo en que
«las cosas realmente son» (Gombrich, 1984, pp. 9-1 1).
La primera pregunta que bien podríamos formularen relación con los
principios esenciales del budismo y son muchos los que la han plantea
do--es si el budismo es o no es una religión. Algunos han opinado, si-
guiendo la lamosa definición de la religión debida a Tylor de una «ere.
encia en seres espirituales» (1871, pp. 1/424), que el budismo no es en
realidad una religión, por más que tal idea parezca contradecir nuestro
uso cotidiano, El argumento es que el budismo es un sistema ateo de pen
samiento, que incluye varios asuntos diferentes, como Edward Conze
(1951) señaló hace tiempo. El primero se refiere a si el budismo com
porta la noción de un espíritu creador, la creencia en una deidad que tras-
ciende o se halla fuera del mundo. La tradición budista niega la existencia
de un dios creador y, por consiguiente, según las categorías occidentales
es atea. Es más, entiende que la preocupación por un ser así es una pér
dida de tiempo, pues no conduce a la salvación. En las escrituras budis
tas el Ruda siempre es considerado superior a Brahma, que, en la teolo
gía hindú, se tiene por el creador. Si la indiferencia hacia un dios creador
es ateísmo, entonces, como Conze escribe (1951, p. 39 |ed. casi.: p. 50))
el budismo es efectivamente ateo. Walpola Rahula, él mismo monje bu
dista, subraya este ateísmo aún con más fuerza y defiende la condición
única en la historia del pensamiento humano que el budismo debe a su
negación de la existencia del alma (atinan) y de un dios. Para él estos
conceptos están conectados con dos ideas desde el punto de vista psico
lógico profundamente enraizadas en los seres humanos: la autoconser-
vación y la autoprotección. Al negar éstas, el budismo no ofrece tal con
suelo. Según el budismo, escribe, «nuestras ideas de Dios y el alma son
falsas y vacías-/ (1959, p. 52 [ed. cast.: p. 58]). Muchos intérpretes occi
dentales consideran, por tanto, el budismo como una religión esencial
mente ética, afín al humanismo secular (Spiro, 1970, p. 8 ),
Pero, por supuesto, ha de reconocerse que en la cosmología budis
ta existen varios ámbitos de seres, aparte de humanos y animales: dei
dades (deval), espíritus maléficos (yaksha), fantasmas (pretas) y seres
atormentados. Incorporada a las escrituras budistas, los budistas siem
pre han creído en la existencia de estos seres, y los textos tempranos
dan instrucciones a los laicos sobre la realización de rituales para ha
cer propicios a estos dioses y espíritus (Lehman, 1971; Sangharakshi-
la, 1990, pp. 81-85; Lewis, 1997, p. 343). De manera que, eomo vere
mos, los espíritus son una parte constituyente del budismo tradicional,
si bien las creencias animíslas no son, en esencia, una parte del budis
mo en cuanto religión de salvación: pues la salvación (nirvana) no pue
de alcanzarse con la ayuda de espíritus.
Finalmente, está la cuestión de si el budismo implica la noción
mística de una realidad última o divina sustancial al mundo material.
¿Es la concepción de Dios, especialmente tal como lo expresan los
místicos cristianos e islámicos, afín al concepto budista de nirvana...
eomo muchos autores han sostenido? Es más, el famoso estudio de
Aldous Huxley sobre el misticismo. La filosofía perenne (1946), in
cluye muchas referencias al Buda, y Conze también abre su análisü
con la afirmación de que el budismo es una forma de espiritual ¡dad
«idéntica» a otras enseñanzas místicas. Pero sería un grave error con
siderar el concepto budista de nirvana en términos religiosos y equi-
mrar las realidades «últimas» de sistemas de pensamiento diferentes.
La «intuición de la unidad con el absoluto cósmico» o con una «esen
cia espiritual omnicomprensiva» -para citar dos definiciones de la ex
periencia mística (Bharaii, 1976, p. 25; De Marqtietíe, 1965, p. 24)-
úene un sesgo religioso y teísta. El nirvana del budismo, a menudo
olosado como el «vacío misterioso»; el concepto sufí, cristiano y ve-
danta de la deidad o brahmán; la noción de Tao expresada por L.ao
Tztr y el misticismo natural de Richard Jeífries no pueden en ningún
sentido significativo equipararse... Más allá del hecho de que hay una
percepción de una realidad (o experiencia psicológica) que es distin
ta de la realidad fenoménica (para otras explicaciones del misticismo,
cfr. Suzuki, 1957; Zaehner, 1957; Happold, 1963; Katz, 198.3),
Tales temas nos llevan más allá de nuestro presente análisis, pero,
evidentemente, sería apropiado conceder que el budismo es una reli
gión, aunque no es fácil de encajar en una definición teísta. Ésta era
precisamente la posición de Durkheim, quien argüía que «el budista
no está interesado en saber de dónde procede el mundo en el que se
vive y su I ré: lo toma como un hecho dado, y todo lo que le preocupa
es escapar de él» (1915, p. 37 jed. east.: p. 28)). De manera que no
hay ninguna necesidad de recurrir a la divinidad. En un valioso estu
dio sobre el budismo y la definición de la religión, Martin Southwold
(1978) sostiene que los conceptos cingaleses eoncuerdan en gran me
dida con las ideas de Durkheim sobre la religión. Pues los cingaleses
clasifican todo como perteneciente al mundo (lautika) o no pertene
ciente al mundo (lokotiaral... y lo segundo parecería cercano a lo que
Durkheim denominaba con el término sagrado (cfr. Ames, 1964, p. 23).
Southwold da una traducción aproximada de lokottara corno «supra-
mundano», y. por supuesto, lo que esencialmente preocupa al budismo
son tales fines de otro mundo. Pero a Southwold la definición durkhei-
miana le parece igualmente limitadora y propone una definición hete
rogénea de religión que incorpora una serie de atributos o elementos
normalmente asociados con la «religión» en cuanto sistema cultural.
En su estudio Ecsiatic Religión, loan Lewis menciona brevemente
los cultos nat de Birmania como ejemplo de culto periférico. Y señala
cómo estos cultos, asociados primordialmente con las mujeres, coexis
ten con la religión budista oficial «dominada por los hombres» (1971,
p. 85), Constituye el propósito del presente capítulo explorar la relación
entre estos dos sistemas religiosos, la religión de los espíritus y el bu
dismo, centrados como están en torno a las preocupaciones mundanas
y ultramundanas (trascendentes) de la humanidad. La bibliografía sobre
el budismo es, por supuesto, vasta incluso en relación con sus aspectos
sociales, y yo, por consiguiente, centraré mi análisis en torno a a
textos antropológicos clave. Vale, sin embargo, la pena señalar
budismo lia sido completamente pasado por alto en muchos tex
cientes sobre la antropología de la religión (Klass y Weisgrau,
Bowie. 2000; Lambek. 2002).
Durante el último medio siglo, ha habido un renacimiento del
mo en «Occidente», como tema de estudio y como nuevo(s) mov
lo(s) religiosüís). Asociado con estudiosos como Dharmapala, D
Suzuki, Christmas Humphreys y Sangharakshita, este movimient
de a defender lo que se ha descrito como budismo moderno. En es
ma moderna, se hace hincapié en la meditación y en la racionalid
budismo, se pone el acento sobre su compatibilidad con la cienc
derna y la filosofía occidental (en especial el exisicncialismo), se
a menospreciar o rechazar la religión de los espíritus o los aspec
tuales de (orinas antiguas de religión y, finalmeníe, se pone de
que el budismo es una clase de espiritualidad igualitaria, universa
cal y socialmeníe comprometida (Bechert, 1984; Sangharakshita,
Batchelor, 1994; Baumann, 1995; López, 2002).
Esta forma «occidental» de budismo es similar al budismo
tante que se ha desarrollado en Sri Lanka y que describiré en
ción 2.5.
Permítanme que esboce el contenido de este capítulo.
Tras un análisis inicial en la siguiente sección de las do
esenciales del budismo, en su sentido clásico como una relig
salvación, exploraré las relaciones entre el budismo y los cultos
espíritus en tres sociedades theravadin -Birmania, Tailandia y Sr
ka-. Centraré el estudio en tres textos antropológicos semina
respectivamente, Spiro (1970), Tambiah (1970) y Gombrich y Ü
sekere (1988). Esto constituirá la sustancia de las secciones 2
Luego, en la sección 2.6, exploraré la relación del budismo con
ligión popular en el Tíbel. concentrándome en el exhaustivo e
de Samuel (1993) y la distinción que hace entre budismo cham
y clerical. Concluiré el capítulo con una breve ojeada a la relaci
tre el budismo y el Estado.
2.4. E l b u d is m o y i o s c u lto s d r l o s l s p í r i t u s l n T a i l a n d
2 .5 . E l c a m b i o r l l i g i o s ü l n S k i L a n k a
2 .6 . E l b u d is m o y l a r e lk h ó h p o p u l a r l n llT íb e t
3 .1 . P ró lo g o
3.2. L a t r a d ic ió n is l á m ic a
I ,ewis niega que éste sea un retrato elnocéntnco, sino que más bien
refleja la realidad de la posición de la mujer en Somalia, Es en ta
les circunstancias en las que los achaques de las mujeres, sean o nc
acompañados por síntomas físicos, se interpretan como posesión por
los espíritus saar Su tratamiento, sin embargo, présenla dos rasgos in
teresantes.
En primer lugar, ed tratamiento siempre lo lleva a cabo no un hom
bre bienaventurado o santo, sino una mujer especialista o chamán (alu-
atinad) a la que se considera dotada de autoridad sobre los espíritus, hi
les expertas rituales son invariablemente viudas, mujeres sin hijos o
divorciadas. Es más, Lew is señala el significativo dato de que las muje
res que participan en los cultos de la posesión por los espíritus suelen
ser aquellas que no encajan en el ideal somalí de «feminidad».
En segundo lugar, el tratamiento, que cuando es seno puede incluir
una elaborada y costosa sesión, consiste esencialmente en el apacigua -
miento del espíritu poseedor mediante la presentación de lujosos rega
los a los pacientes. Las peticiones las articulan los espíritus, que hablan
a través de las mujeres afligidas... y, consumidas por ia envidia y la co
dicia. demandan perfumes, prendas delicadas y comidas caías. Los r i
tuales más elaborados incluyen ofrendas de sacrificios y un banquete,
iodo sufragado por el marido de la paciente. La reacción masculina tí
pica ante esta situación, escribe Lewis, es de escepticismo y de consi
derarlas (¡nejas fingidas o triviales formuladas por sus esposas a fin de
obtener de sus maridos lujos y atenciones innecesarios. Pero como la
realidad de los espíritus no se cuestiona -pues son mencionados en el
Corán-, las actitudes tic los hombres hacia estas actividades de culto
son ambivalentes. Son muchos los aspectos que dependen de las cir
cunstancias conyugales, como si el marido satisface las demandas de
su esposa articuladas mediante la sesión de posesión. De manera que
Lewis piensa que entre los somalíes los cultos de la posesión por los
espíritus protagonizados por las mujeres constituyen una «contraparti
da» del culto «oficial» del islam, y operan como un
Para Lewis, pues, las mujeres somalíes están lejos de ser ingenuas
y no aceptan o aprueban pasivamente la posición subordinada a ellas
asignada por los hombres i 1971, p. 75).
Así, al igual que muchos estudiosos anteriores, Lewis concluye que
el papel prominente de las mujeres en los cultos de la posesión por los
espíritus puede interpretarse como una «compensación por su exclu
sión y falta de autoridad en otras esferas» (1986, p. 27).
Como señalamos en el capítulo 1, Lewis interpreta el chamanismo
y los cultos de la posesión por los espíritus como esencialmente «reli
giones de los oprimidos».
Lo mismo que sucede con los cultos periféricos de posesión, éstos
son considerados «cultos de protesta» que posibilitan a individuos ca
lentes tle influencia política -especialmente mujeres- «exponer sus ¡n-
teiesesy mejorar su suerte, siquiera temporalmente, en relación con las
opresivas cadenas impuestas por la posición que se les asigna en la So.
ciedad» (Lewis, 1971, p. 127). Tales cultos suelen darse en sociedad^
en las que la posesión no desempeña ningún papel en la religión centra)
y. a diferencia de los cultos chamánicos descritos en el capítulo 1, |m
cultos periféricos no operan para mantener el código moral de una st).
ciedad. Es la religión central -el hinduismo, el islam, el budismo, e[
cristianismo o. en el contexto africano, los cultos de los ancestros- |a
que es mor al y cuyos espíritus apoyan el stalu quo, mientras que l;ls
aflieciones guardan relación con transgresiones mor ales. Asimismo, puf.
de mencionarse un sentido en el que cultos como el de los zar son amo
rales e indiferentes con respecto al orden social. De manera que Lewis
describe estos cultos como «periféricos» en tres aspectos.
En primer lugar, sus participantes pertenecen a categorías periféri
cas a la estructura de autoridad de la sociedad, pues los miembros de
tales grupos son en gran medida mujeres, hombres de gmpos de esta
tus bajo y pertenecientes a otras categorías desfavorecidas.
En segundo lugar, el culto es periférico al orden moral y en gran
medida indiferente, entiende Lewis, con respecto al mantenimiento de
las mores sociales. Por ejemplo, los líderes de los cultos o chamanes
suelen llevar vidas «inmól ales», sin que esto afecte necesariamente a
su papel como «médiums» frente a los espíritus.
Y, en tercer lugar, los espíritus mismos son periléricos, invariable
mente procedentes de, o asociados a un dominio ajeno al orden social:
son, quizá, espíritus naturales o forasteros.
Una interesante cuestión se plantea al considerar la relación de la po
sesión por los espíritus con la brujería, fenómenos sociales relacionados
y cocx¡sientes en muchas comunidades. En tales situaciones, apunta Le
wis, la posesión por los espíritus puede verse como una forma oblicuado
«ataque místico», una forma de reparación que ventila frustraciones y
agravios sin perturbar el orden de cosas establecido. En los cultos zar, se
da expresión a las necesidades y aspiraciones de una mujer sin que esto
lleve necesariamente a una ruptura de la relación conyugal. Es más, los
cultos, como C'onstatinidcs sostiene, son una manera sutil en la que un
individuo puede ajustar su posición (dado el apoyo del grupo) en «rela
ción con los instrumentos de la presión social» (1977, p, 84). Aunque
Lewis a veces exagera la perspectiva de la «guerra de sexos», esto tam
bién refleja su punto de vista. En contraste, opina Lewis, las acusaciones
de brujería representan una estrategia más drástica, una forma directa de
«ataque» que busca romper la relación.
Es importante señalar que Lewis no considera la distinción enüe
cultos «centrales» y «periféricos» como tipos ideales, sino como cate
gorías funcionales que reflejan la relación de los cultos de la posesión
por los espíritus con el poder. Si un culto particular es o no penlcneo
depende de un contexto histórico particular, y Lewis está inleiesido
en expióme las transformaciones históricas de tales cultos en relación
con las estructuras de poder de una sociedad.
Un ¡ispéelo interesante del estudio de Lewis es. pues, su análisis de
|,t rclacióii entre las formas extáticas y rituales de expresión religiosa
y la naturaleza «cíclica» de los movimientos religiosos. Siguiendo a We-
j,er escribe que la «extinción del entusiasmo es una tendencia intrínse
ca» en el desarrollo de los movimientos religiosos, y muchas religiones
del mundo -el cristianismo y el islam se citan como ejemplos- tuvieron
sus on'oenes en cultos extáticos. El vincula, por consiguiente, los cultos
j e la posesión por los espíritus con movimientos de tipo milenarista y
0iras «religiones tle los oprimidos» (Lanternari, 1963), y señala que ta
les cultos o bien han sido desacreditados, o bien simplemente han de
saparecido. Algunos han conservado una existencia marginal y «no ofi
cial» como «supersticiones» populares o como sectas separadas. Pero,
significativamente. allí donde los cultos periféricos han conseguido es
tablecerse y convertirse en un culto dominante, la posesión tiende inva
riablemente a «quedar relegada al fondo y ser tratada como un signo de
peliaosa subversión potencial*. Y continúa Lewis:
sino que fueron introducidos en Sudán en las primeras décadas del si-
alo pasado y parecen estar ¡ndudablemenie asociados con la creciente
u r b a n i z a c i ó n y las presiones de la vida moderna. Son esencialmente un
Hombres Mujeres
Fuera Dentro
Mundo exterior Dominio aldeano
Política Moralidad
Poder espiritual Poder generador
Movimiento Estatismo
Apertura Encierro
Producción Reproducción
Sustancia Fluido
der las categorías que las han constreñido y reconocerlas como lo que
son: eonstruetos culturales» (1989, p. 257). Boddy aporta pocas pruebas
de su teoría de que la posesión zar es un «viaje a la autoconsciencia»
(1989, p. 301). Aunque censurando a los cieniíllcos sociales por su in
consciencia de los supuesios culturales subyacentes a sus propias teorías,
ella misma parece olvidar el hecho de que esta insistencia en la aulo-
(raseeiklencia y en el logro de la personalidad o la individualidad plenas
sólo a través de los rituales religiosos refleja en gran medida las preocu
paciones de los defensores occidentales del espirilualismo M ar,lije y la
psicología jungiana. Como la mayoría de las mujeres no son vid ¡mas de
la jiosesión, uno se pregunta si incluso se reconocen a sí mismas como
individuos o simplemente siguen siendo clones culturales.
En la parle final del libro. Boddy incurre intensamente en lo que
Gellner describe como una «borrachera hermenéutica» (1995, p. 22
|ed, casi.: |). 39j). pues da una explicación muy detallada de los espíri
tus zar como un «sistema de significados». Es en gran medida un ejer
cicio de teología /ar, aunque informativo e interesante. Su tesis princi
pal es que los espíritus zar consliluyen un «universo paralelo» al de los
humanos y ofrecen un «recurso cultural» o «texto» en el que las mujeres
pueden basarse idiosincrásicamente en sus rituales de posesión (1989,
p. 148). Pero, como otros estudiosos han sugerido, el zar es también un
importante tiranía rilual. que encapsula acontecimientos y personaje'
históricos, y es esencialmente «contrahegemónico». Empero, Bodcíy
parece perderse en un lirismo extravagante al sugerir que la posesión
por los espíritus permite a sus adeptos
3.5. Lo.s S A N T O S Y L O S 1 - k U D IT O .S D L L IS L A M
Ernesl Gellner fue una de las figuras intelectuales más importantes del
siglo xx. Polifacético, liberal apasionado y. por tanto, acérrimo delensof
de la modernidad (juntamente con el capitalismo, la ciencia y la nación
e] Estado), fue un brillante estudioso cosmopolita: profundo.
11 incisivo e iconoclasta. Escribía en un estilo atrae-
jos() irr e v e re n te ,
in^en nR|y distinto de la «portentosa oscuridad» tan estimada en
^'^'.({leinia (LessnolT, 21)02, p. 3). Sus mordaces críticas del antirrealis-
<autocompasivo subjetivismo de muchos estudiosos hermeneutas y
•modernos eran particularmente refrescantes, aunque un poco exage
ras por cuanto Gellner concibe la «hermenéutica» casi como si fuera
1 -i*Anecie de enfermedad o delirio (Gellner, 1992, pp. 22-71 [ed. casi.:
pp 37-861; 1995, pp. 236-240 ¡ed. east.: pp. 261-265)).
Pero, durante toda su vida, Gellner fue un estudioso serio, aunque
controvertido, del islam; U i sociedad musulmana (1981) se ha converti
do en mi texto clásico. Una década antes, sin embargo, Gellner había pu
blicado su estudio etnográfico sobre los santos de los montes Atlas, en
M arruecos (1969), y en sus últimos años escribió un texto sumamente
polémico y acerbo, Posmoderiiisino, razón y religión (1992), en el que
el islam se interpreta como el verdadero prototipo del fundamentalismo
religioso. Los exuberantes y perspicaces escritos de Gellner sobre el is
lam" merecerían un estudio, pero aquí me centraré brevemente no en sus
polémicas, sino más bien en dos temas: su análisis de los «dos estilos»
del islam y el papel del santo en la región del Alto Atlas, en Marruecos,
tal com o se describe en sus estudios etnográficos (1969, 1972, 1984).
Estudiosos anteriores establecían con frecuencia un contraste en
tre dos tendencias religiosas evidentes en la tradición islámica. Gibb,
por ejemplo, hablaba de «dos canales en la vida religiosa islámica»;
el ortodoxo y el místico (1969, p. 12). Pero el estudioso que más fer
vientemente ha subrayado que éstos son dos estilos de vida religiosa
dentro del islam es, por supuesto, Gellner, en su teoría del «balanceo
pendular» del islam. Como él dice,
nco una tradición asociada con los santos sufíes y que hacía hincapié
en las experiencias místicas y extáticas: a través de la danza, la músi
ca y los rituales de posesión por los espíritus. Al contrario que el cris
tianismo. donde el protestantismo tiene una tradición escrituraria sur-
cida como una forma disidente de religión, en el islam, enfatizaba
Gellner, la tradición central, la alta cultura, es igualitaria, escrituraria,
desprovista de jerarquía y puritana,
Pero para Gellner era importante el que esta tradición escrituraria en
el islam -que en su forma extrema es fundamentalista- guardaba una
«afinidad electiva» con las «virtudes» requeridas por una «sociedad dis
ciplinada, moderna, industrial» (es decir, capitalista). Pues posee rasgos
corno la sobriedad, el puritanismo, una aversión a las prácticas popula
res «desordenadas» y la «indulgencia mística», el individualismo y la
observancia tle las normas, asi como la insistencia en la importancia de
los textos escritos. Gellner considera, pues, que el islam desempeña un
papel similar al del nacionalismo, y que el nacionalismo y el islam es-
crituralista (íundamentalista) con frecuencia se funden (1994, p. 22 |ed.
east,: pp. 31 -321). Pero la realidad de la política islámica contemporá
nea él la describe como c lic n iiT is in o , gobierno reticular, combinado con
un moralisnio religioso (1994, pp. 25-57 |ed. east.: pp. 37-63 ¡).
Estos dos estilos del islam pueden resumirse como sigue:
Kscrituraüsta Extático
Ulema Santo
Urbano Rural
Puritano R itualista
Lenguaje escrito Lenguaje or;
Igualitario Jerárquico
Ortodoxo Marginal
Le teoría de Gellner de los dos estilos de vida religiosa dentro del is
lam, que por lo general se lia equiparado con la disiilición entre las ira-
dieiones grande y pequeña formulada por Redllekl (1956), ha sido ob
jeto de numerosas, en realidad un aluvión, críticas. Así, la dicotomía de
Gellner ha sido descrita como vaga, inadecuada, simplista y poco es-
clareccdora. Ll principal problema es que la dicotomía entre la ortodo
xia escrituralista y el misticismo suII -«morabitismo mágico»- carece
de correlatos sociales y no puede identificarse sin ambigüedades con las
dicotomías de ciudad y tribu, usuarios y tío usuarios del lenguaje escrito
Los suííes difícilmente pueden ser descritos como simplemente «rústi
cos» tribales e identificados con la tradición popular, pues en su mayo
ría estaban asociados a contextos urbanos y prestaban particular aten
ción al estudio y las escrituras: sobre todo al estudio de) Corán, Lewis
cita al distinguido estudioso Arberry para resaltar la vinculación entre los
suííes y el escritura!ismo. Como Arberry escribió, «la exposición esoté
rica del Corán se convirtió en el punto central de la dura preparación de
los sudes» (1950. p, 23; Lewis, 1986, p, 96). Aun concediendo que la
distinción entre el islam popular y el ortodoxo tiene cierta validez en
Marruecos, Henry Munson señala que los clérigos musulmanes (ule-
ma). a los que Gellner ve como encarnación de la ortodoxia, muchas ve
ces eran ellos mismos místicos sudes, y que tanto los ulemas como los
sudes formaban parte de la misma elite urbana. Igualmente relevante re
sulta, como Gellner mismo admite, que la religión popular, que incluye
cultos de los espíritus y ritos extáticos, no sólo fue un fenómeno tóbalo
rural, sino que, como veremos que sucede con los hamadsha, también
existía entre los pobres urbanos. Gellner. de hecho, dice que el sufismo
y los cultos extáticos ofrecían «consuelo» a los pobres urbanos y eran el
«opio del pueblo» (1981, p. 54 (ed. casi.: p. 811; Munson 1993, pp. 81-
84). De manera que el sufismo -y la religión de los ehíitas- parece «apo
yar un pie» en cada una de las dos formas de vida religiosa radicalmen
te separadas por Gellner (Holy, 1991, PP- 2-3; para olra crítica de la
teoría de Gellner, véase Asad, 1986).
Pasaré a continuación a comentar la lorma en que Gellner explica
el papel de los santos en la vida política de las gentes del Alto Atlas,
en Marruecos.
Durante buena paite de su historia. Marruecos ha sido una monar
quía cuyos habitantes han reconocido al sultán como su líder espiri
tual. Pero su poder político se limitaba en gran medida a las ciudades
y la llanura costera, una región conocida como Blad L-Makhzan o
«territorio del gobierno». Los montes del Atlas, habitados en gran par
te por gentes de habla bereber. se conocían como Blad S-Siba. «tierra
de la disidencia». La sociedad bereber tenía un sistema político seg
mentario, que consistía en comunidades tribales asociadas con un te
rritorio común y que afirmaban ser descendientes de un mismo an-
c cs tro patrilineal, Tales tribus eran conocidas como las gentes (ai!) de
anceslro particular (Hart, 1984. pp. 67-68). Las fronteras del terri
torio de la «disidencia» o anarquía solían ser inestables, así como mal
Je fin id as, y las tribus bereberes a menudo se resistían a pagar im
puestos al gobierno central. Los bereberes del Alto Atlas Central -los
-ufana eran una sociedad segmentaria trashumante, con una fuerte
tendencia a la endogamia y con preferencia por el matrimonio con las
hijas ío h ijo s ) de los h e rm a n o s de los [ja d íe s .
Entre los agrupamientos tribales, el caciquismo es electivo, y la
e l e c c i ó n se celebra anualmente en la logia sufí local (zawiya) bajo los
auspicios de los santos, y por los hombres de los diversos clanes que
constituyen la tribu. La elegibilidad como jefe es rotatoria: cada año
el jefe pertenece a un clan diferente. Los jefes no tienen mucho poder,
v Gellner los describe a todos como «patos cojos» (1984, p. 26). pues
no pueden imponer sanciones coercitivas, y su poder está mediado por
la influencia de la opinión pública. Entre las tribus bereberes el orden,
sostiene Gellner, no lo mantiene el gobierno central; por el contrario,
«las tribus se aseguran de que el poder central no intervenga en sus
asuntos (1984, p. 27). ¿Cómo se mantiene entonces el orden? Gellner
opina que ello ocuire por medio de dos mecanismos esenciales:
lítico segmentario Je los ait’atta, son pocas jas pruebas de que esta sea
una ideología claramente articulada entre ellos o de que las contiendas
Y ¡os confítelos alguna vez se conformaran al “.modelo segmentario),
de una oposición equilibrada y complementaria entre los grupos íMun-
son, 1993; Hickelman, 2002, pp. 125-126 |ed, east.: pp. 209-210]; cír.
Kuper, 1988). (Para un excelente estudio del islam en una sociedad tri
bal -los berti, en el oeste de Sudán-, véase Holy, 1990, que explica la
relación entre el género y dos formas de la vida religiosa, una centra
da en la ortodoxia islámica local, predominantemente asunto de los
hombres, la otra en los rituales consuetudinarios, en gran medida pro
tagonizados por las mujeres.)
Como ya se ha señalado, Gellner opina que hay casi una «afinidad
electiva» entre el islam escrituralista ortodoxo y la «modernidad» (es de
cir, el capitalismo), y no deja pasar ninguna ocasión de resaltar las se
mejanzas entre este estilo del islam y el protestantismo. De manera que
loque hace al islam tan aceptable para el mundo moderno, escribe, es su
«rostro puritano, igualitario, escriturario» (1992, p. 17 |ed. east.: p. 31 ¡).
Gellner llega a sostener que la revolución iraní i'ne una expresión de esta
forma del islam. Porque, aunque el islam ch¡ita de Irán, con su culto su
mamente emociona! de los mártires, parece diferir tlel ortodoxo escritu-
ralismo sunní, Gellner opina que el ayatolá Jomeini defendía esencial
mente una versión puritana del alto islam, centrada en torno al poder de
los clérigos (alemas). Estas tesis serán sin duda, objeto de un acalorado
debate (Gellner, 1992, pp. 16-22 (ed. east.: pp, 31-37]; Lessnoíf, 2002,
pp, 77-89. Sobre la revolución iraní, véase Keddie, 1981; Bashiriyeh,
1984; Mottahedeh, 1985: Salehi, 1988; Abiahamian, l993;Beyer, 1994).
Tanto para las logias como para los grupos de los poblados de día-
bolas, la más importante de estas ceremonias es la Imdm o danza de
trance. Tales ceremonias, que incluyen el canto de letanías, la música
y el tamborileo rítmicos y la realización de un sacrificio, están pensa
das para llevar a los devotos, paciente incluido, a un estado de trance o
extático (lud o h'(¡jo). Las mujeres, que caen en trance mucho más fá
cilmente que los hombres, permanecen entre el público hasta que «la
música las lleva» a un trance. Durante estas ceremonias se invocan a
menudo a jiiiin (singular jinn) de diversos nombres, o fenómenos espi
rituales asociados con los ríos y los manantiales. Sensibles a los insul
tos o las ofensas, los jmin suelen lomar represalias atacando o pose
yendo a quienes cometen agravios contra ellos, y son muchas las
enfermedades, lanío físicas como mentales, que se dicen causadas por
estos espíritus. Las mujeres son particularmente propensas al ataque de
los jnnn. Para producir la curación, el espíritu agresor debe ser apaci
guado o exorcizado por un maestro coránico. Pero para apaciguar al
espíritu puede establecerse una «relación simbiótica» entre el jinn y d
paciente, y éste, como Crapanzano escribe, «en caso de curación sim
biótica, es incorporado a un culto, y en cuanto miembro de ese culto él
(o ella) debe someterse a "curación” periódicamente». Esencialmente,
por tanto, la ceremonia de la luidra es un rito de curación, un procedi
miento terapéutico grato no sólo a los santos, sino también a los jnun.
Lo mismo que las peregrinaciones, la danza de trance es una forma de
terapia, un «compartir la enfermedad», así como tiene una función ca
tártica para los devotos individuales. Crapanzano ofrece una vivida ex
plicación de estas ceremonias, que a menudo incluyen los cortes en la
cabeza y otras formas de automutilación en los hombres, y la danza
frenética y convulsiva en las mujeres (1973, pp. 185 21 1). Interesa se
ñalar que a estas cofradías sufíes, como Keddie (1972, p. 10) ha indi
cado, no les preocupa el logro de una unión mística entre los humanos
v Dios, e l supuesto objetivo de la mística sufí. (Para otros esludios de
l'-is cofradías sulíes, véase Lewis, 1955; Gilsenan, 1973; Eiekdman,
1976; Cornell, 1998.)
l.os mejores reyes son los que visitan a los ulemas y los peores ule-
mas son los que visitan a lo.s reyes,
4.1. P r ó l o c io
Éstas son las palabras con que se inicia un libro sobre medicina
ayurvédica. El aulor. sin embargo, no cuestiona esta dicotomía; por el
contrario, se basa en ella. La cultura occidental y la india, nos dice,
son «polos separados». La cultura occidental es agresiva, extroverti
da, analítica, una «auténtica maldición para el cosmos», mientras que
la cultura india -la antigua cultura india- es cooperativa, sintética, in
trovertida. hospitalatia y generosa (Carde, 1975, p, 1).
Nadie discutirá que entre las culturas occidental e india hay dife
rencias cruciales. La hegemonía de la ciencia positivista en la cultura
occidental, con su metafísica dualista, su materialismo reductivo y su
individualismo lleva inevitablemente a tal contraste, marcadamente
con la cultura india, en la que la religión hindú es vista como un fe
nómeno «omnicomprehensivo». De hecho, Agehananda Bharati ha
escrito sobre la forma en que le parece que las concepciones metafí
sicas extraídas de las antiguas doctrinas brahinánicas lian impregnado
todos los aspectos de la vida social india ( 1985, p. 189). Pero tales con
trastes. basados en concepciones monolíticas de tradiciones culturales
particulares, a mí me parece que, aunque tienen cierta validez, son su
mamente engañosos, cuando no ofuscadores. Hay. por consiguiente,
una tendencia a equiparar la cultura india con el hinduismo y a consi
derar que el hinduismo no es una religión como el islam y el cristia
nismo. sino más bien una civilización que expresa una «espiritualidad»
universal. Nacionalistas hindúes como Vinayak D. Savarkar llegan in-
ciuso a postular un sentido primordial de la condición de hindú ~h¡lh
dutva- que sería esencialmente espiritual (Bhatt, 2001, pp. 94-97). Hav
de hecho, una «ficción» ampliamente propagada que sostiene que ]a
base del pensamiento y la cultura indias es fundamentalmente «espi
ritual» y, más aún, que esta espiritualidad es en esencia la tlel Advai-
ta Vedanta, El defensor más claro de dicha opinión es el filósofo indio
Sarvepalli Radhakrislman (1888 1975), el mismo un brahmán de cas
ta alta, que al final de su vida ocupó la presidencia de la India. Sus vo
luminosos escritos sobre la religión, la filosofía y la cultura indias son
muy conocidos. Una cita típica de sus escritos expresa contundente
mente este punto de vista:
Y continúa:
4.2. E l h in d u is m o s á n s c r it o
analista indio Sudliir Kakar la «imagen hindú del mundo» implica una
«visión unitaria», sin ninguna dicotomía radical entre el yo y el mun
do (1981. p. 33).
Esto nos lleva a la segunda concepción importante que resulta evi
dente en los Upanishads y los escritos védicos posteriores: la de Brah-
nia, un impersonal espíritu universal que lodo lo invade y sostiene pero
que se halla más allá del mundo fenoménico. Al alma individual o atinan
se la considera un aspeclo o manifestación de este «sustrato eterno del
universo», como Zaehner (1962, p. 5) lo describe. El dhanna o ley moral
eterna tiene su origen en este «espíritu universal». La religión «oriental»
es vísta con frecuencia eomo bastante distinta de la tradición cristiana y
el pensamiento «occidental», pero esta concepción guarda estrechas afi
nidades con el gnosticismo, aunque ésle suele describirse como dualista
por su rígida separación entre espíritu y materia. Pero por el acento que
pone en la salvación a través del conocimiento (en griego, gnosis). por
su devaluación del mundo como un ámbito de «irrealidad» e ilusión
(maya) y por su defensa de una unión mística (unió nivsiica) entre el in
dividuo (alma) y este ámbito trascendente (Brahma), la doctrina upanis-
hádica se parece, a mi entender, a la de la religión gnóstica (Joñas, 1958;
Pagels. 1982). En los escritos del famoso filósofo del sur de la India
Shankara. esta doctrina se desarrolló como el sistema vedanta de filoso
fía (salvación). Shankara (788-820) defendía una tesis no dualista (ad
venía), según la cual en un nivel superior de verdad el universo fenomé
nico, incluidos los mismos dioses, era irreal -niava- y la realidad última
era Brahma. la impersonal alma universal de los Upanishads, con la que
el alma individual era idéntica (Hiriyanna, 1949, pp. 152-169; Basliam,
1967. pp. 330-331; Menon. 1976).
Unidas, una creencia en la transmigración de las almas y el ciclo
de renacimientos (síansara) y la devaluación del orden «cósmico» fe
noménico en relación con una primordial realidad «espiritual» supe-
rior -noción con resonancias ascéticas y pesimistas- implicaban que
era a la vez posible y necesaria una vía tle escape del mundo del sam-
sara. Por lanío, en común con el budismo, el hinduismo desarrolló el
concepto de liberación (makshai del efímero mundo del samsara. Los
Upanishads, tle hecho, reflejan un desplazamiento del acento tle una
religión del sacrificio a una religión de la salvación. Pero mientras que
en el budismo sólo hay una vía de liberación -la vía tle en medio- e|
hinduismo reconocía vanas sendas de salvación; ¡as más importadles
son el ¡nana (el conocimiento), el yoga (la meditación), el karma (la
acción) y el hhakti (la devoción). Analizaremos sucesivamente catla
una tle estas sendas, apoyándome en mi estudio anterior (Morris, 1994
pp. 82-86).
4.3. Fj . h in d u is m o po pu la r
lodos los actos son estimulados en el acto de darshan. Hay una pro
fusión de colores, incienso dulce, guirnaldas de flores tropicales, jun
io al aroma ele los dulces en preparación y el olor de los animales que
permanecen alados en el palio (1980, p. 49),
5.1. L a t r a d i c i ó n cristiana
5.2. P r ó l o g o s o b r e l a r e l ig ió n a f r ic a n a
5.2.1. Dios
5.2.5. La brujería
5.3.1. Dios
Para los kongo los brujos no son seres espirituales, sino personas vi
vas que emplean un poder oculto o místico (kindoki) para hacer daño a
otras personas. Corno dice Boekie, se cree que «el ndoki destruye a sus
víctimas devorándolas». El termino kindoki. aunque derivado del verbo
kilongo loket. que significa embrujar, (¡ene un significado amplio y no
implica necesariamente algo malévolo o malo; esencialmente significa
un poder o luer/a místicos. Un jefe, un agricultor o un comerciante al
que le vayan bien las cosas, o un anciano de la tribu pueden ser consi
derados ndoki y poseedores de este poder oculto, Pero su significado
habitual denota este poder como perjudicial o dañino, y a lo largo de su
texto Bockie emplea el término ndoki con el significado de individuo
vivo que realiza un maleficio para causar daño, infortunios o incluso la
muerte a parientes o vecinos, MacGaffey también describe la brujería
como un «culto negativo de los muertos». Aunque muchos cristianos
del Bajo Zaire declaran no creer en la brujería (kindoki), Bockie afirma
con seguridad que, por mucho que esos cristianos puedan rechazar ta
les creencias en público, es frecuente que en privado reconozcan sus
efectos. Las personas pueden ser inconscientes del hecho de que son
brujos, y Bockie sostiene que sobre todo atacan a sus propios parientes.
Cualquier persona condenada por bruja {ndoki) lo más probable es que
sea denunciada públicamente y expulsada de la aldea, cuantío no gol
peada o lapidada hasta la muerte. Como en otras sociedades africanas,
los kongo atribuyen la brujería, sea consciente o inconsciente, a los ce
los (kimpahi), y los brujos pueden adoptar la forma tle mosquitos dañi
nos o animales salvajes, o bien enviar animales para que destruyan co
sechas o ganados.
Matando a una persona, el brujo puede acumular brujería (kimdu),
lo cual le hace más poderoso. Una vez más, como en muchas otras so
ciedades africanas, era frecuente realizar una prueba de veneno con
corteza del árbol n'kasa (F.rxthropldeuni sitavcnlen.s) a fin de identifi
car a los sospechosos de brujería, Pero en circunstancias normales ia
detección de la brujería y las contramedidas son la principal preocu
pación de los adivinos (nganga iigombo).
Durante los anos cincuenta, un movimiento tle persecución de bru
jos llamado munkainsa -derivado del verbo kitkiisa (confesar, purifi
car)- invadió el Bajo Zaire. No era específicamente anticristiano ni
antieuropeo, pero incluía la confesión y la toma de medicinas espe
ciales antibrujería. Quienes se negaban a tomar parte en los rituales
eran tratados como brujos (ndoki), lo que podía llevarlos a la muerte
por lapidación en cuanto sospechosos de brujería (MacGaffey, 1986,
pp. 160-167; Bockie. 1993, pp. 40-61).
Cuando morían, los brujos no se convertían en ancestros, sino en
fantasmas (min'knyu) condenados a vagar indefinidamente sin meta
por las praderas infértiles entre los valles cultivados y las selvas. Los
mili 'kiivii no eran el centro de ningún ritual de culto y se los solía con
siderar seres malévolos a los que había que exorcizar, no suplicar. Boc
kie describe a los bankayu como los «muertos malos», practicantes la
brujería en vida y luego «nómadas del otro inundo» (MacGaffey, 1986,
p. 73; Bockie. 1993. p. 131).
<
¡ j 5 Las medicinas consagradas (min’kisi)
Fúblico Privado
Destructivo Jefe (mfumii) Brujo (ndt'ki)
Benévolo Sacerdote o adivino (ngimg ’ti mlhingu) Mago (ngung ’a n
5.4. M o v i m i e n t o s p r o f é t ic o s u n f l B a j o Z a ik i -:
5.5. E l c a m b io r l u o io s o ln Z a m b ia
la lluvia, tan vital para los agricultores de subsistencia. Pero aunque los
cultos territoriales se asociaban a veces con la divinidad, en tiempos
primitivos, escribe Binsbergen, casi nunca se apelaba directamente a
Dios mediante el rilual o se le identificaba como la causa de los infor
tunios. El llega a afirm ar que en el oeste de Zambia las personas no pe
dían explícitamente a los muertos -ios espíritus de los ancestros- que
intercedieran ante Dios en beneficio suyo, y que si lo hacían se debía
sobre todo a las influencias cristianas (1981, pp. 139-141).
La segunda «forma», o culto, religiosa de peso era la asociada con
los espíritus de los ancestros. Los inlortunios y las enfermedades se
interpretaban en muchas ocasiones como debidos a la cólera del espí
ritu de un ancestro, y el tratamiento solía incluir medicinas específi
cas y el empleo de la adivinación a fin de dar con la causa del infor
tunio y con los pasos rituales necesarios para apaciguar a lo.s espíritus.
Los santuarios aldeanos y vecinales se asociaban particularmente con
los parientes difuntos; adicionalmente, había santuarios individuales
relacionados con destrezas específicas como la caza, la recolección de
miel y la fundición del hierro (1981, pp. 104-105).
La tercera dimensión ideológica en relación con la religión aldea
na «primordial» eran las creencias y los rituales asociados con la bru
jería y la hechicería, pues la enfermedad, el infortunio e incluso la
muerte se interpretaban a menudo corno resultado de la malicia hu
mana. Van Binsbergen resalta tres lemas en relación con la brujería y
la hechicería: que mientras que la enfermedad asociada con los an
cestros era muchas veces de naturaleza debilitadora o crónica, el cua
dro de síntomas identificado con la brujería era una enfermedad vj0
lema que producía un rápido deterioro, con resultado frecuente de
muelle; que la brujería comportaba la existencia de un agente hunia
no que expresaba malevolencia hacia los vecinos y parientes y practi
caba el canibalismo, alimentándose de carne fresca; y. finalm ente,que
mientras que la brujería con frecuencia reflejaba conflictos interper-
sonales y (elisiones sociales, también se tenía la sensación de que
cualquiera que disfrutara de un estatus o poder elevado tenía inevita
blemente acceso a medicinas poderosas, especialmente las derivadas
de un cadáver humano. Como escribe Van Binsbergen:
5.6. L o s MOVIMIENTOS R E L IG IO S O S EN Z .A M B IA
En los años treinta, los cultos tle la aflicción estaban bien establecidos
en el oeste tle Zambia, pero más o menos por esa época apareció un nue
vo tipo de culto de la aflicción, que Van Binsbergen describe como un
«culto prolélico regional» y que procedió a describir en tres de sus ver
siones. La primera estaba asociarla con un hombre, Mupumani, humilde
de origen y leproso, que hacia 1913 padeció una grave enfermedad tle la
que «murió» para luego resucitar afirmando que había recibido un men
saje tle I )¡os, identificado con Mulengachika (el creador de la pestilencia).
El mensaje comportaba una denuncia de los rituales tle duelo, capitales
en el culto tle los ancestros, en particular el sacrificio tle animales, y la
exigencia de la creación de un santuario con tíos postes blancos dedica
dos a la deidad. La visión de Mupumani recibió una «respuesta íenomé-
nica» y. según Van Binsbergen, la emigración laboral facilitó la rápida di
fusión de esle movimiento profético. Sin embargo, había una relación
dialéctica entre la visión del profeta y la respuesta popular, y no lardó en
anunciarse que, a través de la devoción por Dios, regresarían los tiempos
prístinos, con buenas cosedlas, abundante caza, la negación de la muer
te y la ausencia de brujería. El mensaje de Mupumani se convirtió, p0l-
consiguiente, en un movimiento milenarista. Mupumani viajó mucho di
fundiendo su mensaje, pero su movimiento tuvo corta vida, pues en 1914
el gobierno colonial lo arrestó y encarceló por vagabundeo y superche
ría. De manera que las expectativas de la gente llevaron a una rápida de
silusión y, como Van Binsbergen escribe,
niavo y junio tle 1925, Nyirenda ahogó o mato por otros procedimientos
Llnos dieciseis aldeanos lala, así como a más de cien personas en el ve-
„ji)0 Zaire. Durante su cruzada contra la brujería, llevada a cabo con la
ayuda tle vanos jóvenes, a Nyirenda se lo describe como imbuido de un
«celo excesivo», y así su movimiento acabó por llamar la atención tle las
autoridades coloniales. A su regreso del Zaire, permaneció oculto du
rante un tiempo, recibiendo comida y cobijo tle aldeanos locales, pues
creían que Nyirenda había matado a practicantes de la brujería (ajilii, no
apersonas. Finalmente, en septiembre fue capturado. Por desgracia, sus
captores lo ataron con demasiada fuerza, se produjo una gangrena y
hubo que amputarle ambos brazos. Tías un juicio que duró dos días en
febrero de 1926, Nyirenda, junto con el jefe Shaiwila, fue condenado a
morir en la horca, con lo cual, se dice, se acabó con una grave amenaza
contra el orden colonial (Rotberg, 1965, p. 146).
En su eselareeedor ensayo sobre el movimiento Mwana I .esa. Teren-
ce Ranger (1973) señalo que Nyirenda se veía a sí mismo sobre todo
como un evangelista cristiano y que en una «economía espiritual domi
nada por la brujería» (como el describía la cultura lala) Nyirenda proba
blemente creía en los beneficios tle su cruzarla contra la brujería. Cierta
mente, éstas fueron las bases de la defensa que tle Nyirenda hicieron sus
abogados en el juicio (Fieltls, 19S5, p. 171). Ranger, sin embargo, no con
sidera a Nyirenda ni como un monstruo ni como una víctima, pero sí afir
ma que. a diferencia de otros líderes tle los movimientos contra la bruje
ría, Nyirenda no .simplemente «purificaba» a los culpables de brujería,
sino que más bien «pingaba tle ellos a la sociedad» (1975, p. 68), De ma
nera que sus acciones no son explicables simplemente en función tle cre
encias culturales sobre la brujería. Es también significativo el hecho tle
que en el movimiento Mwana Lesa no hubiera personas de edad avanza
claque desempeñaran un papel destacado: el movimiento más bien daba
oportunidades a jóvenes ambiciosos e instruidos, con experiencia más
allá tle la aldea ¡Fieltls, 1985, p, 188), Importante también es la naturale
za «sincrética» del movimiento, formarlo por la interacción de las doctri
nas milenarias atalaya y las creencias religiosas lala, en particular sobre
la brujería ¡Ranger, 1975, p. 33).
En el centro de Africa, durante el periodo colonial hubo muchos
oíros movimientos como el de Mw ana Lesa, que insistían en la nece-
sitiad de acabar con la brujería, en distintas formas de bauptismo y en
las expectativas milenaristas. Algunos eran anticoloniales y, por tanlo
atrajeron la atención y la hostilidad del listado colonial.
(Sobre la política del movimiento Atalaya en Zambia. véase ]\/fee
helo. 1971. pp. 133 185; sobre los movimientos antibmjería, véase
Richards, 1935; Marwick, 1950; Willis, 1968.)
Los Testigos de Jehová siguen desempeñando un importante papel en
la s o c ie d a d d e Z a m b ia . y e n tre g e n te s como los Jala y los luapala suelen
ser los miembros con más instrucción de la sociedad. Entre los 'testigos
de jehová abundan ios pequeños capitalistas y acaudalados granjeros, los
cuales suelen vivir en pequeñas familias nucleares y confiar en el mutuo
apoyo moral y económico. Desde el punto de vísta social, con frecuencia
se separan tle los demás miembros de la comunidad, formando un gru
po tle organización compacta y exclusiva, y se ven a sí mismos como el
«pueblo elegido», que tiene la tarea de avisar a los demás de la inminen
te destrucción. La ideología de los testigos hace hincapié en una vida dis
ciplinada y ordenada, el estudio de la Biblia y, como prueba de niilena-
rismo. la creencia en el inminente Armagetlón. Karla Poevve sostiene que.
pata afirmar una identidad separada y reducir las presiones del parentes
co y la convivencia, así como la coacción de la brujería, tos pequeños ca
pitalistas luapala adoptan la ideología de la ética protestante: especial
mente la de los Testigos de Jehová (1981. p. 80; Long, 1968, pp. 200-236;
para estudios sociológicos sobre los Testigos de Jehová. véase Beckford,
1975; Bainbridge. 1997, pp. 96-101).
Ha tle señalarse que. durante lo.s años inmediatamente posteriores
a la independencia, en Zambia y en Malawi los Testigos de Jehová fue
ron víctimas de una terrible y continuada persecución por parte del Es
tado poseolonial, sobre lodo debido a su negación a participaren la po
lítica partidista (véase Hodges, 1976; Fiedler, 1996).
^'nfí ’sible a través del ritual, ocupando como un referente residual los
'"f^nés de la experiencia y el control cultural» (1985, pp. 83-84).
^ • í .i;</^ífih!p k¡ finnrp.nrinnP:^ K h iíli ele. bt d iviin ílíirl s.c'. c o -
Lo que para los tslucli resultaba crucial era que se hacia una clara
distinción entre la obra del ngaka, que se veía como benéfica, y la he-
cliRTita (boloi). Lil papel del ngaka consistía en adivinar si una aflic
ción paiticular, que según Comaroff normalmente se asociaba con una
¡nfraaión del «orden normativo», se debía a la hechicería, a los an-
cesti(,s 11íl 'a v>obición de una prohibición ritual (1985, p. 84).
Basándose principalmente en los estudios previos de Willougby
(1928) \ Schapera (1971), Comaroff ofrece una explicación muy deta
llada de la vida religiosa en la sociedad tshidi barolong del siglo X IX , en
laque analiza el ritual d e iniciación de los niños (bogwem), así eomo la
menos elaborada iniciación de las niñas (bojade) (1985, pp. 85-120). Es-
las iniciaciones, como los ritos de iniciación en toda Africa, eran com
plejas y multifacéticas, y el estudio de Comaroff llama especialmente la
atención sobre algunos de los siguientes temas:
•Las iniciaciones, tal eomo Van Gennep (1960) las describe, con
sistían esencialmente en tres fases: el «corte» o lase preliminar;
una fase limiiial, que incluía la circuncisión; y los ritos de agre
gación cuantío los hombres regresaban tle la «selva».
•La iniciación de los niños la coordinaba el jefe y se producía a
intervalos de más o menos cuatro años.
•La iniciación de los niños se realizaba en un pabellón de hierba
en la maleza, normalmente cerca del agua, y contrastaba, por tan
to, con la iniciación de las niñas, que tenían lugar en la casa, en
los márgenes del pueblo.
•El simbolismo calido-frío, el empleo de los animales como metáfo
ras sociales y la tríada de colores rojo, negro y blanco desempeñaba
un papel simbólico en los rituales, que esencialmente se ocupaban de
la construcción social del género y la adultez y de la «apropiación co
lectiva de poderes procreadores naturales» (1985, p. 116).
• La iniciación de los niños no sólo facilitaba la construcción rituij
de la potencia sexual masculina, sino que era también cruci-i|
para la reproducción de un orden social vital y duradero.
• Así, aunque los rituales de iniciación no eran simplemente unívo
cos y conservadores, desempeñaban un papel muy importante en
la «reproducción de las estructuras de desigualdad vigentes y en h
gestión de las tensiones que éstas encarnaban» (1985, p. 1it)¡
• Las iniciaciones eran, en consecuencia, relevantes como rito trans
formativo en la creación de seres sociales individuales y como me
dio para establecer y mantener la colectividad social. Eran, pues
una forma de poder hegemónico, donde la hegemonía se refería ¡i
aquellos aspectos de la cultura o la ideología de una sociedad que
han llegado a «dar carta de naturaleza a estructuras tle desieual-
dad» (Comaroff y Comaroff, 1992, p. 29).
5.8. L a s i g l e s i a s . s io n is t a s d e S u d a e r i c a
6 .1 . P ró lo g o
Los buicos de esclavos tiansporlaban no sólo a hombres, mujeies y niños, sino también
sus dioses, es concias y íolckne U adicional.
Cuando Colón arribó a las islas del Caribe en 1492, poblaban el con
tinente americano comunidades humanas con instituciones sociales y
modelos culturales de notable diversidad: desde recolectores forrajeros
como los shoshoni y los paiute hasta complejos Estados y civilizacio
nes -en su sentido original- teocráticos, como los aztecas, los mayas y
los incas (Farb, 1969). El modelo de las culturas preexistentes a la co
lonización del continente americano por los pueblos europeos, junto
con el desarrollo de la economía de mercado, estructuró en gran medi
da la posterior división del continente en lo que se ha descrito como las
«tres Américas» (Haréis, 1964). Las regiones templadas de América,
habitadas mayori tunamente por cazadores-recolectores o agricultores
de barbecho, fueron colonizadas por los europeos y actualmente cons
tituyen la América «blanca». En estas regiones, en países como Estados
Unidos, Chile y Argentina, la población americana nativa fue en gran
paite eliminada por las enfermedades, los trabajos forzados y el geno
cidio. y la mayoría de la población es, en nuestros días, de ascendencia
europea. Por el contrario, en Centro y Sudamérica. ocupadas por los Es
tados teocráticos de los incas y los aztecas, la población americana na
tiva era elevada, \ los colonizadores españoles y portugueses, tras la
conquista, simplemente sustituyeron a la elite tradicional y procedieron
a gobernar estas zonas como dominios imperiales. I-larris llamó a esta
región la América «india», y es aquí donde se desarrolló una fornm sin
crética de catolicismo popular, que incorporaba muchos elementos de
la cultura americana nativa en el sistema ritual. (Para interesantes estu
dios sobre las religiones en México y la región de los Andes, véase Ras-
lien, 1978;Taussig. 1980; Sallnow, 1987; O ’Connor, 1997; Dow y Sancls-
trom, 2001.)
En las zonas más tropicales de las Américas, en particular las islas
caribeñas y la costa atlántica de Sudamérica, al principio los coloniza
dores europeos fueron incapaces de desarrollar la explotación, pues los
habitantes de estas regiones, americanos nativos como los arawak, fue
ron pronto exterminados por los estragos de las enfermedades y los
electos del trabajo forzoso durante los primeros días de la colonización
europea. En muchas islas del Caribe, asi como en la región meridional
de los Estados Unidos, existen hoy en día pocos descendientes de la
población nativa. Para explotar estas regiones y establecer una econo
mía de plantaciones, los colonos europeos comenzaron a importar
mano de obra de otras parles. Así se inició el infame «comercio de es
clavos» a través del Atlántico, por el que los plantadores europeos ob
tenían su mano de obra en la costa africana occidental y exportaban
productos tropicales -principalmente tabaco, algodón y azúcar- a Eu
ropa. Es difícil calcular la cantidad de esclavos que embarcaron hacia
el «Nuevo Mundo» desde Africa, pero se estima que al menos un mi
llón de africanos hicieron la «travesía intermedia», como la llamaron
los esclavistas europeos. En torno a un 15 por 100 murió en el viaje.
Para denominar este sistema el término comercio no es apropiado, pues
se basaba en la dominación política y la violencia social, y legalmente
a los esclavos se los consideraba «propiedades». Son muchos los estu
diosos que han analizado la importancia del comercio de esclavos
como factor en el desarrollo del capitalismo industrial en Europa occi
dental, en el subdesarrollo de África, en la aparición del Estado de Da
llo mey como un poderoso reino que controlaba gran parte del comer
cio de esclavos interno, y en el cambio de los modelos de consumo de
los pueblos europeos. Tales temas rebasan los límites de este estudio.
(Para estudios clásicos del comercio de esclavos a través del Atlántico,
véase Williams, 1964; Patterson, 1987; Rotlney, I 972; Gaicano, 1973;
Walvin, 1992.)
Pero hay dos puntos que se han de destacar.
En primer lugar, como se basaba en el trabajo forzoso, los conflictos
eran consustanciales a la economía de plantaciones, y los esclavos afri
canos se resistieron a esle sistema «deshumanizador» en cuantas opor
tunidades se les presentaron. Intentaron abandonar su estatus de escla
vos en la travesía intermedia, incluso lanzándose por la borda, y las
revueltas de esclavos y muchas otras formas de protesta y rebelión fue
ron un rasgo constante del esclavismo, tanto a bordo de los barcos como
en Iris plantaciones. En el «Nuevo Mundo», muchos escaparon para for
m a r comunidades de «morenos». Más larde, esta resistencia se expreso
6.2. E l vudú en H a it í
trabajar para los espíritus se ha de ver como una alternativa a las re
laciones amorosas inadecuadas. Los espíritus vudú son amaines idea
les: protectores, eonslanles, poderosos y, si se les (rala oorreeiameiue
benévolos.
Servir a los espíritus es, por consiguiente, dejar tle servir a |os
hombres, y la relación entre las immbo y los Iw a se convierte en un
«intercambio de parejas» (1991, pp. 167-184).
6.5. El, M O V IM IE N T O R A S T A F A R I
6.6. C r e e n c i a s y prácticas r a s t a i -a k i s
6.7. L a s r i s i j g i o n i í s d i; B r a s i l
Brasil es el quinto país más grande del mundo, con un territorio ma
yor que el de Europa. A finales del siglo xix, tenía una población de al
rededor de I 7 millones: hoy supera los 170 millones, con la mayoría de
los brasileños -en lomo al 80 por 100- viviendo en las populosas ciuda
des de la costa atlántica: Belem, Sao Luis, Recile, Salvador, Río de Ja
neiro y Sao Paulo. El enorme flujo de emigrantes rurales a las zonas ur
banas comenzó el siglo pasado antes del desarrollo del capitalismo
industrial, y como éste empleaba más capital que trabajo, en las ciuda
des brasileñas actualmente el desempleo es alio, la pobreza grande y las
desigualdades sociales y económicas extremas. F.n 1995, por ejemplo, el
20 por 100 más pobre de la población -unos 32 millones de personas-
recibía solamente el 2,5 por 100 de la renta nacional. Así, como Sidney
Greenfield escribe, «cantidades enormes y siempre crecientes de perso
nas viven en asentamientos ilegales, generalmente conocidos corno ía-
velas», sin viviendas ni transpone adecuados, ni agua, ni alcantarillado,
ni medios básicos de subsistencia. Cunden, por lanío, las enfermedades
endémicas y crónicas (2001, pp, 55-58). En estas condiciones, más que
ver el declive de la religión en Brasil, como preveía la primitiva teoría de
la modernización, en las últimas decadas lo que ha habido ha sido un re
surgimiento y una diversificación de las tradiciones religiosas en el país.
Lo que, por consiguiente, ha aparéenlo, señala Greenfield, es algo pare
cido a un «mercado religioso» en el que diferentes grupos religiosos com
piten, cada uno ofreciendo recompensas materiales o espirituales a sus
devotos y miembros potenciales. En nuestros días es, pues, característica
de la vida social y cultural brasileña una situación de «pluralismo reli
gioso» (Willems, 1969; Greenfield, 2001, p. 56).
La religión dominante en Brasil es la Iglesia católica, y a u n q u e sólo
aproximadamente un 15 por 100 de la población son católicos practi
cantes, la mayoría de brasileños -aparte de los adeptos a las sectas pro
testantes estríelas se consideran a sí mismos católicos. Tiene el estatus
s¡ ()e una religión oficial, y, según Emilio YVillems, el catolicismo ha
estado históricamente vinculado al nacionalismo brasileño. Durante el
j„|0 xix, el catolicismo romano se convirtió casi en la «Iglesia del Es-
t¿,», particularmente asociada con las clases alias, las cuales se veían
sí mismas como portadoras de la cultura nacional (YVillems, l% 9 ,
pp 196-201), Pero, pese a la oposición de la Iglesia católica, las sectas
protestantes comenzaron a aparecer y florecer, especialmente iras la Se-
iHiiida Guerra Mundial, y en la decada de 1960 ya había más de un mi-
|ón de protestantes en Brasil (YVillems, 1969, p. 203), En la acluahdad
^presentan el 10 por 100 de la población, en su mayoría penteeoslales
(Hess, 1991, p. 14),
Cuando Brasil se convirtió en una república a finales del siglo xix,
la klesia católica perdió su monopolio de la expresión religiosa y se
reconoció legalmente la práctica de otras religiones: el candornblé tle
origen africano (en sus muchas formas), el espiritismo y las sectas pro
testantes. No obstante, hasta bien entrado el siglo xx estas oirás reli
giones estuvieron sometidas a diversos grados de oposición y desapro
bación oficíales, así como a un acoso, un menosprecio y una represión
informales (YVillems, 1969, p, 196; Greenfield, 2001, p. 62). Cuando
durante su dictadura í 1930-1945) el presidente Vargas enlabió relacio
nes estrechas con la Iglesia católica, hubo una enorme represión poli
cial de lodas las religiones que incluyeran médiums, «desde la más
africana de los terreiros candornblé a las más europeas de los ceñiros
espiritistas» (Hess, 1994, p. /4).
Pero el número de practicantes de religiones no católicas ha creci
do mucho durante el último medio siglo, y los grupos-movimientos re
ligiosos en Brasil también han aumentado en cantidad y diversidad.
Greenfield sostiene que la aparición de estas diversas religiones repre
senta una «estrategia de adaptación» con respecto a la pobreza, la in
seguridad y el sufrimiento padecidos por muchos brasileños en las zo
nas urbanas. Es, sin embargo, importante señalar, corno el soeiologo
pionero Roger Bastido (1952) describió, que el catolicismo practicado
por las personas corrientes en Brasil era diferente del catolicismo for
mal de la Iglesia, Pues era una forma de catolicismo popular que daba
una enorme relevancia al cullo de los sanios, ¡os milagros, las proce
siones y las peregrinaciones, así como una forma de ritualismo propi
ciatorio con propósitos terapéuticos, y las relaciones del devoto con el
sanio era de intercambio y afines a las relaciones entre dueño y clien
te en la sociedad civil. De manera que, a cambio tle actos de peniten
cia, rezos y la devoción, se esperaba del sanio que ofreciera a los de
votos ayuda y apoyo, por ejemplo, en la búsqueda tle empleo o en la
superación de una enfermedad.
Roger Bastido opinó hace mucho tiempo que la situación en Brasil
con respecto a los movimientos religiosos de origen africano era eom-
pleja y diversa, y que de hecho había «tres Brasiles diferentes»: blan
cu, negro e indio o caboclo (1971, p. 19 [ed. east.: p. 25|). Los cultos
religiosos que lian aparecido en Brasil, aunque en gran medida sincré
ticos, presentan, por consiguiente, una gran diversidad en su contenido
cultural y sus rituales, según la localidad de que se (rale. Aunque en
muchos sentidos entre eslas diferentes formas religiosas hav una con
linuidad. por lo general los antropólogos han reconocido cuatro tipos
de cultos o movimientos religiosos en Brasil; es decir, distintos de las
sectas protestantes y del catolicismo. Son el calimbo, el canulonibié la
umbanda y el espiritismo. Sólo analizaré los dos primeros movimien
tos, aunque al establecer esta tipología los antropólogos no tratan de
reifícar tales fenómenos sociales. Sin embargo, uno no puede sino coin
cidir con Bryan Wilson en que la variedad de religiones en Brasil y las
mutaciones y variantes de sus prácticas y creencias hacen basianle pro
blemática cualquier calegonzacicm sistemática i 1973, p. 11). Pero me
rece señalarse que en cada una de estas cuatro religiones los rituales es
piritistas que incluyen posesión ocupan un lugar muy destacado y que
todas hacen hincapie: en la curación de las aflicciones. Guardan, pues,
afinidades con los cultos de la aflicción que se encuentran por toda
Africa y que Levvis (197 I ) describía como cultos periféricos de pose
sión, a pesar tic que, por lo que a la umbanda y al espiritismo se refie
re, distan de ser «religiones de los oprimidos» (Lantcrnan. 1963). En
esta sección final me centraré en las formas religiosas calimbo y can-
domblé. (Sobre la umbanda y el espiritismo, véase Brown, 1979, 1986;
Hess, 1991, 1994; Molla, 2001.)
E l calimbo
El candom blé
7 . 1. P r ó l o g o
l o s cuales gira gran parte de ia vida social kwaio. Volveré sobre lo que
7.2. L a r e l ig ió n k w a io
Los kwaio de Malaita, una de las islas Salomón, forman una peque
ña y remota comunidad de unas 2.000 personas. El etnógrafo Roger Ke
esing los describe como «recalcitrantes conservadores culturales»,
pues, habitantes de las montañas del interior, estos testarudos paganos
«siguen sacrificando cerdos a sus ancestros, siguen portando arcos, He
chas y palos, siguen celebrando fiestas mortuorias con empleo de obje
tos preciosos hechos con conchas ensartadas, siguen viviendo de los ali
mentos que crecen en las zonas quemadas del bosque tropical» (1992,
p. 3).
Sin embargo, sólo a unos doscientos kilómetros de distancia, en la
isla de Guadalcanal, se encuentra Ja próspera, bulliciosa y cosmopoli
ta ciudad de Honiara, la capital de las islas Salomón. Instalados en lo
que Keesing descube como un «enclave sitiado», los kwaio del cen
tro de Mala ita han (cuido que enfrentarse desde hace mucho tiempo a
un gobierno, tanto colonial como poscolonial, comprometido con el
desarrollo v los valores del estilo de vida occidental; a las intrusiones
de la economía de mercado, que no tardó en instituir un sistema labo
ral migratorio -un «tráfico de cargamento humano».en las planta
ciones de azúcar de Queensland y Eiyi; y, finalmente, a la entrada de
misioneros cristianos y evangelistas cuyas «armas de conversión» in
cluían no sólo la educación, sino también la medicina moderna, los
hospitales > los aviones (Keesing, 1982, p. 1),
Los kwaio y otras gentes de Malaita llevan mucho tiempo resis
tiéndose a estas intrusiones, una lucha que ha pasado por la resisten
cia armada y el milenarismo, aunque la isla acabó por «pacificarla»
una enorme expedición punitiva que en 1927 cusió la vida a mas de
-¡en personas y profanó sistemáticamente los santuarios de los anees-
tros- M (*e *a Segunda Guerra Mundial, un movimiento anticolo
nial con resonancias milenarislas, el Gobierno en Marcha í M a a s in a ),
s e desató en las islas Salomón, y la mayoría tle los kwaio se unió a el
Para los kwaio, los espíritus de los difuntos (el término genérico
los espíritus es adulo) tienen una presencia inmediata pero invisible*1'*
se inmiscuyen e inciden en la vida social de los kwaio de muchos y
versos modos. Los espíritus son omnividentes y omniscientes, y apúren'
teniente omnipresentes, «como el viento». Los gritos de algunos pájirüs
y la aparición de ciertos animales, como el saltamontes o una variedad de
serpienle. se interpretan como mensajeros tle los espíritus. Considerados
como originarios tle la tierra, los espíritus, si eslán descontentos, pueden
causar la muerte o traer infortunios a los vivos, y lo que más les disgusta
son las violaciones tle las prohibiciones rituales. Pero también p roteeeny
apoyan a sus parientes vivos y los espíritus tle los ancestros íwulafu) son
de particular importancia. Los ancestros, en cuanlo espíritus, valoran lo
que los seres humanos valoran: los objetos preciosos hechos con conchas
los cerdos, los cocos, las nueces de areca y el pudin de (aro. En la tierra
de los muertos (Anoi>wa ’u), identificada con la isla de Ramos (entre Ma-
laita y Santa Isabel), los espíritus llevan una vida muy parecida a la de
los humanos; viven en aldeas, cultivan el taro y crían cerdos (Keesing
1982, p. 110), Los espíritus de los ancestros son un epítome del orden
social y moral de los kwaio y, lo mismo que los seres humanos, tienen
personalidades, estados de ánimo y celos, y están emocional mente liga
dos a sus descendientes (Akin. 1996. pp, 151-153). A diferencia tle los
espíritus tle los ancestros, sin embargo, los espíritus son marginales a la
comunidad y eslán asociados con la vida salvaje (kwasi). Normalmente
se los considera maléficos e incluyen espíritus como los funii, pequeños
espíritus peludos; los hura, que personifican a los ancestros; y los [ele,
que son los familiares espíritus de los hechiceros (Keesing, 1982, p. 35).
La hechicería, lo mismo que los espíritus salvajes (adalo kwasi), se aso
cia en particular con las zonas marginales (1982, p. 52).
La asociación de los espíritus con los cerdos es estrecha, pues a los
cerdos se los suele consagrar y poner nombres tle ancestros, y en todas
las ocasiones rituales importantes a los espíritus se los propicia me
diante el sacrificio de cerdos. Pues «está en la naturaleza de los adalos
causar infortunios a los vivos o protegerlos de ellos» (Keesing, 1982.
p. 45). De manera que los ceñios se crían y consagran los ancestros,
específicamente para solicitar apoyo y protección de éstos, y el con
cepto de iiaiiaina (mana) no es tanto el atributo de una entidad como
el proceso por el cual ios ancestros bendicen y protegen a los humanos
y el trabajo y las actividades de éstos (1982, pp. 46-47). A los adula,
los espíritus de los muertos, lo mismo que a los humanos, «les encan
ta el cerdo», y por eso un hombre puede normalmente «mantener» de
ocho a quince cerdos consagrados (jo'ota), dedicados a los espíritus
(1982, p. 81).
En lodo el paisaje boscoso hay santuarios específicos (ba'c) asocía
lo s con los espíritus, específicamente con los ancestros fundadores; y se
¡l¡wm para los rituales más relevantes. Keesing insiste en la estrecha
c¡ac¡ón que se da entre la sociología de los vivos y la de ios muertos,
'mes los santuarios y los ritos sacrificiales constituyen una especie de
¡^ipadc la historia de las relaciones sociales. De modo que «los ances-
tros sirven de puntos de referencia cruciales en función de los cuales los
v i v o s establecen sus relaciones entre sí y con la tierra» (1982, p. 84).
Femenino Masculino
Ahaje Arriba
Choza menstrual Casa de los hombres
Ambito de los poderes reproductivos Ambito (le los poderes ancestrales
Parto Muerte
Carne Hueso
Cultura Naturaleza
Ancestros Espíritus salvajes
A s e n ta m ie n to B osq ue
Controlado incontrolado
Centro Periferia
Humano No humano
7.2.3. L a m a g ia r itu a l
Casi todos los rituales contienen una serie de actos mágicos y son
estos rituales los que comprenden el cuarto aspecto y de hecho forman
el núcleo de la religión kwaio. Keesing hace hincapié, sin embargo, en
una aparente contradicción, a saber, que hay una compleja elaboración
de los procedimientos rituales, sin ninguna mitología desarrollada y
«sin una visión elaborada del cosmos, ni una tradición exegetica acom
pañante» ( 1982, p. 112), Pues a lo largo del texto insiste en que los
kwaio adoptan una actitud sumamente «pragmática» hacia la vida, vi
viendo como viven en un mundo incierto, y tienen, por tanto, un de
sinterés general por la metafísica. Los kwaio, escribe, «están más pre
ocupados por actuar en el mundo que por crear un sistema rnelafisieo
oninieomprehensivo... Están más preocupados por los medios que por
el significado, por los resultados que por las razones, por controlar
que por explicar». Con su escaso interés por los orígenes últimos o la
teología sistemática, la religión kwaio no es tanto una metafísica es
piritual eomo una «filosofía pragmática» (1982, pp. 48-49).
Lo que esencialmente preocupa, en consecuencia, a los kwaio es
la vida inmediata y sus rituales expresan esta preocupación. Casi lo
dos los rituales implican comunicación, de un modo u otro, con los es
píritus de los ancestros y Keesing describe minuciosamente las prin
cipales ¡cintas rituales. Éstas incluyen la adivinación, durante la cual
los ancestros revelan a las personas la causa de algún infortunio y la
acción correctora precisa; ritos de curación, centrados en los síntomas
de una enfermedad: rituales más elaborados, en los que los sacrificios
son necesarios para tratar las causas de una aflicción; ceremonias de
los primicias, centradas esencialmente en los ñames y el taro; y ritua
les que giran en torno al puno. Lo mismo que sucede con la mens
Imaeión, el parlo, opina Keesing, es entendido en términos de cont-i
munición o como algo «impuro»; pero los ritos expresan más bien Hs
preocupaciones colectiv as de la comunidad, con acento especial en el
aislamiento ritual de los «poderes de las mujeres» con respeclo a los
hombres. Finalmente, están los ritos mortuorios, particularmente cen
trados en los hombres, especialmente si se (rata de la muerte de un sa
cerdote (1982, pp. 112-127. 143-167). Resulta interesante que Kee
sing no mencione las iniciaciones.
Pero el ritual clave, y un aspecto central de la religión kwaio. es el
sacrificio de cerdos. Éste es esencialmente un ritual expiatorio v de
purificación -siiiiiu significa «lavar»- para expiar o reparar alguna fe
choría o la violación de alguna prohibición ritual. Al cerdo se lo mata
asfixiándolo o ([neniándolo; el ritual no se olieia en un tono de reve
rencia; y al dirigirse al espíritu se pone un mayor acento en el pago o
«compensación» que en la solicitud de amparo.
(La interpretación del sacrificio es desde hace mucho tiempo un
tema interesante para los antropólogos y los estudiosos de la religión;
véase, por ejemplo, Hubert y Mauss, 1964; Burkert, Girare! y Smith.
1987.)
Los rituales hacen hincapié en el hecho de que los espíritus de los
ancestros y los humanos son «copartícipes» del mundo cotidiano, y
responden a las preocupaciones básicas de los kwaio, así como hacen
evidentes las relaciones establecidas entre los sexos. También afirman
la identidad del grupo, pues constituyen «una dramatizado!) colectiva
sobre quién es uno, a qué grupo pertenece y dónde se encuentran los
intereses más fuciles y los vínculos ancestrales más profundos» (Ke
esing, 1982. p. I 70).
Al reflexionar sobre el simbolismo del ritual kwaio, Keesing se
muestra bastante escéptica con respecto a la exigencia de encontrar
orden y coherencia en las categorías del pensamiento religioso, en una
tradición que describe como «teología cultural» (Levi-Strauss, 1963;
Needham, 1973; Douglas, 1975). Esto, escribe, lleva a la «sobreinter-
pretación» o a un «orden mal construido», y tiende, por tanto, a mini
mizar las variaciones individuales en las creencias y la significación
pragmática de los rituales y el sistema simbólico (véase Schieffelin,
1976, p. 104; Brunlon. 1980). Necesitamos, según Keesing, resituar
estos esquemas simbólicos dentro de la vida cotidiana y la experien
cia de las personas, pues los kwaio, sostiene, viven «pragmáticamen
te con sus ancestros» (1982, p. 184), Keesing insiste también en que
las personas varían mucho en la extensión de su conocimiento (le los
rituales y de ¡os esquemas simbólicos, v muchas veces interpretan de
modos divergentes esos conceptos compartidos. Los humanos no son
simplemente un «electo» de su cultura (1982, p. 223).
g] estudio tle Keesing de la religión kwaio es un (exto ejemplar,
porque traía de comprender esta religión no simplemente como un
«sistema de significados», sino como una ideología con raíces en la
economía y la política «terrenales». Así, escribe que necesitamos for
jar una teoría
7.3, R E L IG IO N V E C O L O G IA
7.3.2. La cosmología
Implícito en las creencias en los espíritus tle los tsembaga. así como
en sus rituales y vida cotidiana, hay un esquema simbólico o cosmolo
gía que se centra esencialmente en la división tle género. Tiene afini
dades con lo descrito por Keesing con respecto a los kwaio y por mu
chos otros estudiosos en otras parles (véase Needliam, 1973; Willis.
1975; Monis, 1987. pp. 225-226. 293-296 [ed. cast.: pp. 275-277,356-
358j). Muchas veces se definen como clasificaciones simbólicas «dua
listas», pero no son tanto un dualismo como un conjunto coherente de
oposiciones estructurales complementarias. El esquema simbólico íni-
,lícitamente planteado por el estudio etnográfico que Rappaport hace
[|e ios tsembaga es el siguiente:
Masculino Femenino
A i lo
Bajo
Espíritus rojos (rana mugí) Espíritus de la putrefacción
(rana lukinnp)
Cabeza Patas
M arsu piales arbó reos Anguilas
Guerra Agricultura
Caliente Frío
Seco Húm edo
Fuerza Fertilidad
Lo mismo que los kwaio, los tsembaga también establecen una opo
sición simbólica entre lo doméstico (t'ip wombi) y lo salvaje (i'ip Je mi),
v esto último no se asocia solamente con lo salvaje y peligroso, sino
también con los espíritus maléficos y los enemigos.
j] 4 . L is fu n cio n e s de lo s ritu a le s
74 . /. E l culto toro
án
una extensa zona. Finalmente, era esperanzado!', pues ciertos ni¡eni„
bros del eulto taro creían que los ancestros vendrían en un barco a va
por o en una canoa trayendo bienes comerciales europeos (1957. p 59
[ed. cast.: p. 142]).
En su explicación de este culto, Worsley sostiene que, aunque se
centraba en intereses tradicionales y todavía vitales (la fertilidad de los
campos, los ritos de curación y los espíritus de los ancestros), y aun
que el sesgo rnilenarista era tenue, el culto presentaba muchos de los
rasgos característicos de los movimientos milenaristas.
Algunas de estas características merecen señalarse. La primera es
que el culto taro parece haber sido, como se. ha señalado, pantribal y qlle
se extendió por una extensa zona y rápidamente, de modo que 110 tardó
en llamar la atención de los administradores coloniales. Aunque tenía
una «especie de jerarquía», en expresión de F. E. Williams (1928, p. 32),
y había pruebas de una estructura política, el movimiento estaba suma
mente fragmentado y era esporádico. Se dividía en numerosas sectas,
que tendían a centrarse en torno a una variedad particular del taro, y ha
bía muchas variaciones en los objetos de culto, conjuros, prohibiciones
rituales y creencias asociados con cada secta (Worsley, 1957. pp. 68-69
¡ed. cast.: pp. 143-145]). El rilual kasamba, que incluía festejos, bailes
y toque de tambores, y en el que participaba toda la comunidad, y los
ritos de posesión por los espíritus jipari, asociarlos con el taro y los es
píritus de los ancestros, parecen haber sido las observancias clave com
partidas por todos los miembros del culto taro. Sin embargo, llarvey
Whiteliouse insiste mucho en que la difusión riel culto fue normalmen
te espontánea y por medir) del «contagio» ritual, pues el movimiento te
nía poco de doctrina explícita y tío se dilundió mediante un «proselitis-
mo directo», como sucedió con el posterior movimiento paliau en la isla
de Manus y en sus alrededores (1946-1950) (2000, p. 72). No era un
movimiento muy integrado, señala Worsley, con una estructura unitaria
de autoridad (1957, p. 68 [ed. cast.: p. I43¡).
En segundo lugar, el culto taro hacía mucho hincapié en el bienes
tar material, pero en los inicios del periodo de gobierno colonial lo prin
cipal 110 era el «caigo» per se (los productos comerciales europeos),
sino la siembra y la recolección exitosas de la cosecha de taro. Muchas
de las prohibiciones rituales asociadas con el culto -que convertían en
tabú el consumo de ciertos marsupiales o de ciertas especies de rana-
sé vinculaban por analogía con el culto taro. Los hombres taro (ha embo)
oficiaban también ritos mágicos especiales, a fin de asegurarse una bue
na cosecha de taro (Williams, 1928, pp. 45-46; Worsley, 1957, p. 62 ¡ed.
cast.: p. 139[; Whiteliouse. 2000, p. 72).
Y. finalmente, aunque el culto taro se desvinculó de las misiones
cristianas, tenía, no obstante, un aspecto sincrético, pues en sus ritua
les e invocaciones incorporaba muchos elementos cristianos. Más sig
nificativo incluso era la condición de antiguos policías de muchos de
los líderes del culto, como era el caso del profeta Yali, del que se trata
rá en la siguiente sección (Worsley, 1957, pp. 68-69 |ed. casi.: pp. 142-
1431: para un análisis interesante de la religión orokaiva contemporá
nea. véase Iteanu, 1995; un resumen del culto taro se encontrará en
Lantemari. 1963, pp. 163-165 |ed. casi.: pp. 233-238]).
Menos radical y milenarista que otros movimientos religiosos del
periodo, el culto taro parece que persistió hasta 1928.
Como Yali era analfabeto y «para nada teólogo», Gurek ejercía como
su «secretario teológico» y consejero, pero, dado su estatus formal en la
administración y su gran popularidad, Yali no tardó en convertirse en el
líder indiscutido del movimiento del culto cargo. Como Lawrence escri
be, Yali se constituyó a sí mismo en un «autócrata virtualmente inde
pendiente» (1964, p. 204),
Se atribuyó poderes ocultos y montó su propia organización políti
ca, con «chicos del jefe» en todas las aldeas del sur de Madang; y en
su propia zona Yali se convirtió en la autoridad judicial de fació. Aun
que al principio se limitó a una zona alrededor de Sor, la propia aldea
deYali, durante 1948 el movimiento del culto cargo se extendió a lo lar
go de toda la costa de Rai, y la «restauración pagana» floreció. Se ofi
ciaba la ceremonia kabu: las mesas se decoraban, se hacían ofrendas a
las deidades y los espíritus de los difuntos, e invocaciones para el en
vío de cargo.
Como durante el periodo colonial las actividades cargo eran ilega
les, la administración australiana repudió a Yali y denunció este culto,
en lo cual recibió el apoyo de la Misión Luterana y sus evangelistas, de
siempre opuestos a Yali y a los rituales locales que él había defendido.
Yali fue presentado como un «hombre de Satanás». Ln los primeros
meses de 1950, Yali se desilusionó cuando la ceremonia kabu no consi
guió traer el cargo, como preveía Gurek. Pero en julio de 1950 Yali fue
condenado a cinco años de cárcel, no por fomentar el culto cargo, sino
por privar ilegalmente a las personas de su libertad y por incitar a los
demás al saqueo. El juicio se celebró en un clima de máxima tensión ra
cial. Esto marcó el linal de la actividad del culto cargo en el sur de Ma_
dang, al menos como movimiento coordinado y extenso (Lawrence
1964, pp. 215-221; para otros estudios sobre el culto caigo y los movi
mientos de tipo nulenarista en Melanesia, véase Burridge, 1960; Sch-
wartz, 1962; Steinbauer, 1979; Gesch, 1985; Whitehouse, 1995),
Waliacc dice que tales visiones indican el deseo del soñador de una
fmura paterna satisfactoria, que incorporan fantasías sobre la destruc
ción del mundo (el apocalíptico contenido milenarista), así como que
expresan sentimientos de culpa y la necesidad de establecer un estado
ideal de relaciones humanas estables y satisfactorias. El concepto we-
beriano de liderazgo »cansnuHico» se reconoce que tiene un ejemplo
en el profeta, cuya relación exclusiva con un ser divino inviste de au
toridad moral a la persona visionaria (1965, pp. 46-47),
Worsley, sin embargo, es crítico con el concepto weberiano de
«cansina». Desde un punto de vista marxista y crítico con la dudosa
división entre estudios históricos y sociológicos, así como ofreciendo
un lúcido análisis de la sociología de Weber, Worsley sostiene que el
cansina no es un concepto explicativo, sino un elemento del análisis
sociológico: un dato, algo en lo que las personas creen en los cultos.
Más aún, aunque algunos líderes de cultos es posible que llamen la
atención como individuos y que participen en ritos de curación o su
puestos milagros, para él el carisma esencialmente es una relación so
cial. más que un atributo personal o una cualidad mística ícfr, Wifson,
1973, p. 499). Pues con frecuencia la personalidad del profeta no es
importante para el surgimiento de tales cultos; lo crucial, según Wors
ley, es la significación social del lideren cuanto símbolo, catalizador
y portador de mensajes. Incluso, al fundador de un culto se lo puede
tratar como profeta o como mesías -como sucede con la relación de
André Matswa con los cultos mesiánieos congoleños-, sin que la per
sona misma haya formulado ninguna reivindicación de inspiración di
vina. La imaginación popular, por así decir, toma el mando. Y, como
Burridge subraya, existen muchas clases diferentes tle profetas: desde
el chaval enfermizo que tiene un sueño a partir del cual los demás ac
túan, pero a quien luego ya no se vuelve a oír, o la mujer medio loca
o visionaria que es dada a los trances, hasta un hombre de altas miras,
con carácter y auténtica capacidad organizadora, como Mahorna al
parecer fue (1969, p. 12 Jed. cast.: p. 25 j). Pero, como Worsley seña
la, comparado con otras formas de liderazgo cuya autoridad o poder
puede residir en la influencia, el líder o profeta «cansmálico» es su
mamente dependiente de sus seguidores, y el líder apropiado de un
culto sólo aparece porque articula y consolida las aspiraciones de ¿v-
íos. El afirma audazmente que la personalidad del profeta suele care
cer de importancia en los llamados «movimientos carismatieos».
Worsley también señala que en muchas ocasiones los cultos mesiáni-
eos tienen un liderazgo dual, que incluye a un profeta «inspirado»
menudo retraído y dado a experiencias visionarias, y a un «organiza
dor político'- que se ocupa de las cuestiones más seculares del culi
(1957, p, 271 |ed. casi,: p. 362|). °
En el caso «típico», sin embargo, el soñador o visionario, tras ex
perimenlar una revelación, comienza a predicar su mensaje de un
modo evangelista o mesiánico. El profeta consigue conversos y con
frecuencia los seguidores del nuevo culto profélico muestran diversas
formas de posesión o de trance extático. Aparte de la defensa de los
procedimientos rituales, en la enseñanza del profeta siempre hay un
componente moral. Es variable hasta qué punto se da una afirmación
o un rechazo del código moral «tradicional»: en el culto cargo de John
Frum, las danzas tradicionales, el consumo de alcohol y la poligamia
se restauraron, y en muchos movimientos religiosos africanos se tien
de con frecuencia, como reacción a las misiones cristianas, a hacer
hincapié en las prácticas «tradicionales». Pero es igualmente posible
q u e los eullos mesiánicos indiquen una oposición a las enseñanzas re
ligiosas y morales tribales. Empero, como Worsley sostiene al anali
zar el hecho de cine tales movimientos pueden ser expresiones tanto
de obscenidad ritual como de ascetismo sexual, lo importante es que
la secta milenarista representa un «rechazo» del orden actual. «Todos
los profetas», escribe, «subrayan, pues, la renovación moral; el amor
a los hermanos de culto; nuevas formas de relación sexual; el rechazo
del robo, de las mentiras, del fraude, del hurto, así como la dedicación
a los intereses de la comunidad» (1957, p. 251 |ed. east.: p. 3401).
Estos profetas representan una renovación espiritual y moral, una «rup
tura radical», o, como Burridge dice, constituyen la base de una nueva
integridad y se los ha de considerar, en consecuencia, como un proceso
de redención (1969, p. 171 [ed. east.: p. 229]), a pesar de que, al definir
la religión en general como un conjunto de suposiciones sobre el poder
que implican una redención, Burridge oscurece el hecho de que la reli
gión no sólo se preocupa por la «calidad de la humanidad personal» (y
aquí resuenan ecos de la coinnuiniias de Turner), sino que asimismo pue
de también funcionar para mantener el slalii qtio. I la de tenerse presen
te el recordatorio de Worsley de que, aunque «siempre potencialmente
innovadora», intrínsecamente la religión no es ni conservadora ni revolu
cionaria ( 1957, p. xxix [ed. east.: p. 35J).
No todos los cultos milcnaristas ponen, por consiguiente, con la
misma fuerza el acento en el viejo orden cultural. Así, hay un clavo
contraste, que Lucy Muir ha explorado (1959) en un interesante ensa
yo, entre la religión de la danza de los fantasmas y los cultos cargo.
El primero de estos movimientos puede con justicia describirse como
un movimiento «nativista», por cuanto en él había un intento de «re
vivir o perpetuar aspectos escogidos de su cultura» (Linton. 1943). Pues
e| mundo ideal revelado por Wovoka repre,sentaba un regreso al pasa-
jc v un rechazo de gran parle de la cultura material de los europeos,
la cual, como Mair escribe, ha provocado la envidia de la mayoría de
|os pueblos tribales. En cambio, un rasgo característico de los cultos
c¡irgo era el intenso interés por las cosas materiales y la plena acepta
ción de la tecnología material. El pasado se añoraba poco, y aunque
para los melanesios los espíritus de los ancestros eran importantes,
eran los precursores de un nuevo bienestar material que ellos sentían
q u e se les estaba negando. M air vincula esta diferencia al hecho de
Doctrinal ¡cónico
Revelación por Cuerpo doctrinal Rituales colectivos
transmisión codificado esporádicos
A elo rae ion ru ti nizada Imaginería multívoea
(lenguaje-diálogo) (exiático-riiual)
Memoria Semántica (esquemas Episódica (personal)
culturales)
Perspectiva religiosa Universal Particularista
Cognición Digital Analógica
Organización social Comunidades anónimas Grupos a pequeña escala,
(jerarquía) solidaridad (igualitaria)
8.1. P r ó l o g o
8 .2 . L a r e v i t a l i z a c i ó n n l o p a g a n a c o n t u m p o r á n b a
8.2.3. E l feminismo
les, y esto se combina con una tendencia a repudiar todas las formas de
jerarquía o aquello que Starhawk llama, apropiándose sin reconocerlo
délos principios básicos del anarquismo, el «poder sobre». Esto entra
ña un rechazo del ascetismo, de las formas sadomasoquisias de pensa
miento y de todas las modalidades de jerarquía y poder coercitivo (Star
hawk, 1982, p. 140). También implica una afirmación de la sexualidad,
aunque ésta suele ser espiritualizada como «numinosa y sagrada» (Star
hawk, 1979, p. 27). La proclama de la ética pagana, pues, sería: «Haz
loque cimeras, pero no dañes a nadie», con un acento especial en la co
munidad, más que en la organización jerárquica (Hardman y Harvey,
1996, p. xi).
8.3. L as r a íc e s p e la b r u je r ía n eo pagan a
jjenningseii. 1990; Clark, 1997; Grcenwood, 2001, pp. 94-159. Para re
flexiones de estudiosos y neopaganos contemporáneos sobre la tesis de
Murray, véase Adler, 1979 , pp. 47-56; Crowley, 1998, p. 172; Hutton,
1991, pp. 302-306; 1999, pp. 194-20).)
Entre muchos historiadores el consenso general parece ser que Marga
re! Murray era poco rigurosa y en general ignorante acerca del paganismo
antiguo de Europa occidental, y que existen pocas pruebas auténticas de
ningún «culto de la brujería» pagano. Hutton afirma categóricamente que
deni una sola de las personas juzgadas por brujería en Europa durante los
¡nicios del periodo moderno «se ha demostrado que hubiera sido adepta
deuna religión pagana» ( 1999, pp. 379-380; Levack. 1987, pp. 19-20 [ed.
casi.: p. 46J).
Sin embargo, estos hallazgos no impidieron que la segunda figura
en la ascensión de la moderna brujería pagana, Gerald Gardner (1884-
1964), aceptara acríticamente la tesis de Murray sobre un antiguo cul
tode la «brujería». Es más, Murray escribió un prefacio al famoso li
b ro de Gardner Witchcrafi Today (1954), considerado por muchos el
8.4.1. La wicca
8.4.3. E l druidismo
Los miembros de estos tres grupos eran por lo general poco numero
sos. y vale la pena señalar que el odinismo y la asaim no recibieron nien
ción alguna en la primera edición de Drawini’ Dcnvn ihe Moon. de Mar
got Adler ( 19791, Posteriormente, ésta llegaría a la conclusión de que «el
odinismo atrae a personas políticamente más conservadoras que la ma
yoría de los neopaganos. Están incómodos con el feminismo, el anar
quismo y la diversidad en materia de sexualidad y estilos de vida». Tam
bién señala la importancia que conceden a las artes marciales v a los
valores guerreros (1979, p. 279),
Se ha escrito mucho sobre las raíces ocultistas del nacionalsocia
lismo alemán, y en particular sobre la influencia de Guido von List
(1848-1919), que defendía una religión wotanista, basada en la anti
gua religión de los teutones expresada en las eddas y las ruinas. Éste
fue un aspecto importante de la ideología volkisch, abrazada por mu
chos nacionalsocialistas. De hecho, fueron los nazis quienes acuñaron
el término «neopagano». Esta ideología era una volátil mixtura de un
profundo antisemitismo, un ecomisticismo, una política autoritaria y la
adhesión al neopaganismo germánico (Goodriek-Clarke, 1992, pp, 49-
55; Bíehl y Staudenmaier, 1995). No puede, por consiguiente, negar
se una vinculación entre los nazis y el neopaganismo. Muchos grupos
políticos neofascistas contemporáneos aceptan el ecomisticismo y una
cosmovisión espiritual neopagana. Como Kaplan apunta, en los Esta
dos Unidos son muchos los grupos odinístas que han declarado sim
patías nazis (1996. pp. 193-195), mientras que T'urner señala que al
gunos hcaihcnislas de Gran Bretaña «ciertamente tienen opiniones
neonazis» (1996. p. 62). Pero no existe ninguna conexión intrínseca
entre la tradición nórdica, o el neopaganismo en general, y la política
fascista, como tampoco hay una conexión intrínseca entre cristianis
mo y fascismo, por más que en los Estados Unidos el movimiento
Identidad Cristiana combina la política reaccionaria, una ideología su-
premaeista blanca y el fundamentalismo cristiano (Barkun. 1997). Hi-
ller repudiaba muchos de los elementos volkisch y neopaganos. espe
cialmente si estos entraban en conflicto con los valores burgueses, y
además de a los judíos, a los socialistas y otros, persiguió a muchos
neopaganos. A diferencia de Himmler. muchos líderes nazis. Hitler in
cluido, eran cristianos entusiastas. Por otra parte, son muchos los pa
ganos nórdicos que se horrorizan y avergüenzan por los vínculos con
la ideología nazi (Jones y Pennick, 1995, pp. 218-219; Harrow, 1996,
pp. 15-16).
Para concluir esta sección, vale la pena señalar que muchos neopa-
ganos ihs pertenecen a ningún grupo, sino que prefieren «trabajar» so-
|()s. A menudo se describen a sí misinos como «solitarios» o como una
«bruja rural», y se han escrito libros especialmente dedicados a esta
clase de wiccanos que no pertenecen a ningún aquelarre u organización
formal.
8 .5 . L a t r a d i c i ó n d l l o s m is ¡ c r i o s o c c i d i é n t a l e s
8 .6 . L a m a g i a r i t u a l c o n t i -m p o r á n h a
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ÍN D IC E O N O M Á S T IC O
P r e f i n i ó ...... 7
Introducción 9
E l. C H A M A N IS M O 25
2. Et, b u d i s m o y l o s c u l t o s d l l o s l s p í r ü u s ....................................................... 63
3. E l. IS L A M y l a R LL 1 G IÓ N P O P U L A R ................................................................. 103
6 .1. Prólogo, 239 - 6.2. El vudú en Haití, 243 - 6.3. Los rituales
vudú, 252 - 6.4. Las religiones de Jamaica, 261 - 6.5. El movi
miento rastafan, 268 - 6 .6 . Creencias y prácticas raslalaris, 273 -
6.7. Las religiones del Brasil, 280
8. E l n e o p a o a n is m o y e l m o v im ie n to N ew Ac e .............................. 339
C o n c lu s io n e s ............................................................................................ 385
Bibliografía................................................................................... 393
In d ic e o n o m á s t ic o .................................................................................... 437