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Bermejo Luque Lilian - Falacias Y Argumentacion PDF
Bermejo Luque Lilian - Falacias Y Argumentacion PDF
Falacias
y
argumentación
PLAZA Y VALUES
BQK9
Esta obra ha recibido una ayuda para su publicación del proyecto KO NTUZ!
(FFI2011 24414)
Plaza y Valdés, S. L.
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ISB N : 978-84-15271-68-0
D L: M-34327-2013
Presentación....................... ......................................................... 11
DE LA ARGUM ENTACIÓN....................................................... 53
2 .7 .1 . L a d efin ició n de argumentación .............................. 54
2 .7 .2 . L a in terp retació n y el análisis de la
a rg u m e n ta c ió n ................................................................. 59
2 .7 .3 . L a valoración de la arg u m e n tació n ....................... 63
SOFISTAS............................................................ .......................... 76
3 .3 . L a t e o r í a d e l a f a l a c ia d e A r i s t ó t e l e s ............ . 81
3 .4 . L a t e o r í a d e l a f a l a c ia d e H a m b l i n ....................... 84
3 .5 . F a l a c ia s y l ó g i c a i n f o r m a l ............................................ 86
3 .6 . T a r e a s p a r a u n a t e o r í a d e l a f a l a c i a .................... 88
3 .7 . E n c o n c l u s ió n ...................................................................... 91
7. Bibliografía 175
Presentación
D
entro del ámbito general de los estudios sobre argu
mentación (que involucra perspectivas tan diversas
como las de la filosofía, la lingüística, la retórica, el
análisis del discurso o los estudios culturales), la teoría de la ar
gumentación se ocupa de la elaboración y del análisis de mo
delos normativos para la argumentación, es decir, de propuestas
más o menos sistemáticas y comprensivas para distinguir entre
buena y mala argumentación.
El interés filosófico de esta disciplina resulta evidente: no
es solo que nuestras concepciones sobre qué es argumentar bien
estén estrechamente relacionadas con temas tradicionales de la
investigación filosófica, tales como las nociones de justificación,
racionalidad, etcétera, sino que a falta de métodos experimen
tales propios, la labor filosófica misma consiste básicamente en
producir y evaluar argumentos. En este sentido, los estudios
normativos sobre argumentación tienen algo de propuesta me
todológica para la propia filosofía.
Sin embargo, a pesar del indudable interés filosófico de la
teoría de la argumentación (razón por la cual sus orígenes re
motos se encuentran ya en las primeras reflexiones sobre las re
laciones entre lenguaje y mundo, discurso y sociedad, de Platón,
de los sofistas y, sobre todo, de Aristóteles), su reconocimiento
como disciplina tuvo lugar hace apenas cuatro décadas. Pues lo
cierto es que los filósofos han prestado escasa atención a la ar
gumentación en lenguaje natural como tema de estudio y mu
cho menos se han ocupado de desarrollar modelos específicos
para su evaluación. De algún modo, se asumía que la lógica
formal, que eventualmente se complementaba con modelos pa
ra la formalización de los argumentos del lenguaje natural, se
encargaba de la parte sistemática de esta tarea. La idea era que
la buena argumentación es una cuestión de buenas inferencias
(inferencias válidas en el sentido de «formalmente válidas») y
buenas premisas (premisas verdaderas). De manera que aquellos
fallos argumentativos que atañían sin embargo a la dimensión
pragmática de la argumentación en cuanto actividad comuni
cativa — como la petición de principio, el cambio ilegítimo de
la carga de la prueba, el uso de lenguaje cargado, etcétera— ,
quedaron sin un tratamiento sistemático durante siglos. La re
cepción en Estados Unidos y Canadá a finales de los setenta de
los trabajos sobre argumentación que Toulmin y Perelman de
sarrollaron en los años cincuenta, así como los inicios de la Es
cuela de Ámsterdam a mediados de los ochenta,, supusieron el
establecimiento de la teoría de la argumentación como un in
tento de abordar esta tarea.
En el ámbito de los países de lengua española, la teoría de
la argumentación es todavía una disciplina emergente, aunque
su presencia es cada vez mayor en los currículos universitarios y
surgen nuevos grupos y proyectos de investigación en torno a
ella, en parte como respuesta a una creciente demanda ante las
limitaciones de la lógica para evaluar la argumentación cotidia
na. Este libro pretende ser una pequeña contribución a ese pro
ceso en nuestro ámbito. Aunque, como género, puede resultar
un tanto atípico. Por un lado, tiene vocación de manual, de ex
posición de las principales teorías, enfoques y aportaciones ac
tuales dentro de la teoría de la argumentación; por otro, tiene
forma de ensayo, de defensa de una tesis sobre un tema con-
creto, a saber, el estudio de las falacias y las posibilidades de
adoptar una teoría de la falacia como modelo normativo para la
argumentación. Por fortuna, ambos objetivos se compaginan
bastante bien, no en vano el estudio de la falacia fue la principal
motivación para el surgimiento de la teoría de la argumenta
ción como alternativa a la lógica. Así, la panorámica sobre la
disciplina que aquí se ofrece sigue como hilo conductor el mo
do en que las distintas teorías de la argumentación han caracte
rizado el concepto de falacia y han tratado de sistematizar el
análisis y la evaluación de los argumentos falaces.
El libro consta de dos partes: los tres primeros capítulos
son, respectivamente, una presentación de la argumentación
como actividad cotidiana y ubicua, de la teoría de la argumen
tación como una disciplina normativa dentro de los estudios
sobre la argumentación y de la teoría de la falacia como desa
rrollo característico de la teoría de la argumentación. Estos ca
pítulos poseen un carácter eminentemente expositivo, incluso
histórico, aunque en ellos se avanzan temas centrales para este
trabajo, como la caracterización de los modelos normativos pa
ra la argumentación según las tareas que le son propias, las rela
ciones entre lógica, dialéctica y retórica y los correspondientes
enfoques dentro de la teoría de la argumentación y la teoría de
la falacia, la distinción entre modelos para la evaluación y mo
delos para la crítica de la argumentación, o la caracterización de
los programas de la teoría de la argumentación y la teoría de la
falacia frente al de la lógica formal.
La segunda parte, más argumentativa, comienza con el
debate sobre la viabilidad de una teoría de la falacia y con el
análisis de las críticas que el concepto mismo de falacia ha sus
citado. A continuación, sigue la exposición de las principales
teorías de la falacia, agrupadas según sus estrategias a la hora de
resolver estas dificultades, junto con un análisis de las posibili
dades que tendría cada una de ellas de constituirse como un
modelo para la evaluación de la argumentación. Por último, el
capítulo de las conclusiones recopila estos análisis con el fin de
valorar las posibilidades de abordar el estudio normativo de la
argumentación desde la teoría de la falacia, al tiempo que se
defiende el interés del concepto de falacia, así como del catálo
go tradicional, como instrumentos, si no para la evaluación, sí
para la crítica de la argumentación.
Este trabajo ha visto la luz gracias al apoyo y entusiasmo
de Txetxu Ausín, que siempre ha confiado en mi capacidad pa
ra hablar de las falacias sin cometer muchas, razón por la cual
me invitó a formar parte del proyecto de investigación que él
dirige, K O N TU Z! (FFI2011-24414 del Ministerio de Econo
mía y Competitividad), sobre el principio de precaución; no en
vano son muchos los debates en torno a los argumentos falaces
implicados en la definición y al uso del principio de precaución
(pendientes resbaladizas, argumentos a d bacidum, ad populum,
ad ignorantiam...). Bajo los auspicios dé este proyectó se finan
cia este libro. También depende del Ministerio de Economía y
Competitividad y, en concreto, del Programa Nacional de In
corporación y Contratación de R R H H , el contrato de investiga
ción Ramón y Cajal que me ha permitido desarrollar las ideas
aquí presentadas.
1. La argumentación,
una actividad cotidiana
l . l . P e r s u a d ir y ju s t if ic a r
A
unque no lo parezca, nos pasamos el día argumentando.
Y algunos, qué remedio, desde bien temprano: «¡Venga,
chicos, que son menos diez...!».
Sí, algo tan sencillo como «¡Venga, chicos, que son menos
diez...!» es una argumentación en toda regla: apelamos a la hora
para avalar el apremio, para justificar que hay que apremiarse y,
con ello, tratar de persuadir a los chicos para que se den prisa.
En la vida cotidiana, si hay algo para lo que argumentamos
continuamente, es para persuadirnos los unos a los otros.
Sin embargo, argumentar no es la única manera de per
suadir. A veces, ni siquiera es la más eficaz. Las amenazas, por
ejemplo, pueden ser más útiles en algunos casos: «... pues ma
ñana os levanto media hora antes, que lo sepáis...». De alguna
manera, persuadir sin argumentar también es hacerlo mediante
razones: al lanzar amenazas, al hacer promesas e, incluso, al
proferir gritos y lamentos, podemos dar razones a los chicos pa
ra que se apresuren. En realidad, casi todo lo que decimos pue
de servir para persuadir a nuestros oyentes de algo y, en algunos
casos, puede constituir una buena razón para que actúen de un
modo u otro. Entonces, ¿es lo mismo argumentar que amena
zar, por ejemplo?; mediante argumentos y amenazas, ¿damos
buenas razones igualmente?
La intuición nos dice que no, que hay algo valioso en ar
gumentar que no está presente en esas otras formas de dar razones.
D e hecho, desde Sócrates hasta Habermas, muchos pensadores
han considerado la argumentación el modelo por excelencia de
la interacción comunicativa legítima.
Si bien la distinción entre la argumentación y esas otras
formas de dar razones es sumamente pertinente, no es fácil
proponer criterios para distinguir la una de las otras. Algunos
autores han tratado de hacer camino distinguiendo, a su vez,
entre actuaciones comunicativas que tienen por objetivo per
suadir y actuaciones comunicativas que buscan convencer:
mientras que al persuadir generaríamos, principalmente, acti
tudes en nuestros oyentes, al convencerlos, nuestro logro con
sistiría en producirles creencias. De ese modo, mientras que la
persuasión podría lograrse de múltiples maneras (por ejemplo,
excitando las emociones en nuestros oyentes al ser amenazados
o adulados), convencer sería algo esencialmente vinculado al
uso de la razón y del razonamiento. Persuadir sería el efecto re
tórico de cualquier tipo de actuación comunicativa, mientras
que convencer sería facultad exclusiva de la comunicación ar
gumentativa. Así, la argumentación, en cuanto intento de con
vencer, podría también definirse como un intento de persuadir
racionalmente.
Sin embargo, esta distinción más bien técnica entre per
suadir y convencer ha caído en desuso, pues, además de resultar
muy forzada desde un punto de vista meramente lingüístico, ni
siquiera cumple la función para la que había sido propuesta: in
cluso si aceptamos que al convencer inculcamos creencias en
nuestros oyentes, mientras que al persuadirlos inducimos en ellos
actitudes, ¿acaso no generamos creencias al prometer que haremos
tai o cual cosa?; ¿y no generamos actitudes si argumentamos que
tal práctica es saludable o que tal otra es moralmente censurable?
En todo caso, ¿no requiere del uso de la razón actuar en conse
cuencia cuando uno recibe una amenaza o una oferta tentadora?
Las amenazas, los sobornos, las promesas, etcétera, generan, efecti
vamente, razones para la acción y para la creencia indistinta
mente. De hecho, su eficacia depende de su capacidad de generar
creencias sobre lo que conviene y lo que no, así como de la ra
cionalidad que muestren aquellos a los que se dirigen. Al amena
zar, sobornar, prometer, etcétera, damos razones para que nues
tros oyentes actúen en un sentido u otro.
Ahora bien, cuando argumentamos, damos razones en el
sentido de que aducimos hechos, datos, etcétera, que, even
tualmente, servirán para mostrar que aquello de lo que trata
mos de persuadir a nuestros oyentes es tal y como decimos que
es. Por ejemplo, al aducir que son menos diez, antes que in
tentar persuadir a los chicos para que se den prisa, de lo que
intento persuadirlos es de que deben darse prisa. Aducir que
son menos diez sirve para mostrarles, en determinadas cir
cunstancias, que, efectivamente, han de apremiarse. Por el
contrario, amenazar con levantarlos más temprano (o prome
terles algo si se dan prisa) no sirve para mostrar que han de
apresurarse; a lo sumo, es una manera de hacer que, de hecho,
más les valga darse prisa.
En definitiva, las amenazas, las promesas, los tratos y
acuerdos, las palabras tiernas o los improperios no son argu
mentos en sí mismos, por más que, a menudo, nos den muy
buenas razones para actuar en un sentido u otro y generen creen
cias perfectamente racionales. Aunque los argumentos y esas otras
formas de comunicación puedan compartir el propósito de per
suadir a aquellos a quienes se dirigen, hay algo que caracteriza
solo los primeros: los argumentos cuentan como «intentos de
mostrar que ciertas afirmaciones son correctas», a saber, aque
llas de las que tratamos de persuadirlos (o convencerlos). Por eso,
en la medida que mostrar que una afirmación es correcta es justi
ficarla, podemos finalmente afirmar que argumentar es «aducir
razones con el fin de justificar nuestras afirmaciones». Esta será,
pues, la definición de argumentación que adoptaremos a partir
de ahora: «argumentar es, ante todo, intentar justificar aquello
que se afirma».
Como hemos visto, la argumentación no puede definirse
propiamente como un «intento de persuasión racional» pues, de
algún modo, toda forma de persuasión puede ser racional en
última instancia. No obstante, hay que admitir que el principal
uso que hacemos de los argumentos es intentar persuadir a
nuestros oyentes. De hecho, mostrar que lo que afirmamos es
correcto suele ser una forma bastante eficaz de persuadirlos.
Ahora bien, persuadir es algo que podemos lograr de muchas
maneras. La argumentación es solo una de ellas y no siempre es
la más efectiva, ni la más sensata, ni la más adecuada. Aun así,
como vamos a ver, hay algo especial en ella.
1 .2 . E l v a l o r d e la a r g u m e n t a c ió n
1 .3 . C o n d ic io n e s pa r a l a p r á c t ic a d e l a a r g u m e n t a c ió n
2 .1 . L a T E O R ÍA D E LA A R G U M E N T A C IÓ N :
U N A PERSPECTIVA NO R M A TIV A
H
asta ahora hemos llamado la atención sobre lo ubicua
que es la práctica de argumentar y, para explicar este
hecho, hemos considerado su valor como un instru
mento autolegitimante de interacción' social e, incluso, como
una forma privilegiada de expresión de nuestra racionalidad.
Tales características justificarían por sí mismas la conveniencia
de profundizar en el estudio de la argumentación, tanto'si aten
demos a un interés descriptivo relacionado con al análisis de las
manifestaciones esencialmente humanas, como si respondemos
a consideraciones puramente instrumentales de cara a la exce
lencia en el manejo de una herramienta tan eficaz. Sin duda,
conocer los modos de argumentación propios de cada contexto,
cultura o época supone descubrir aspectos importantes de las
distintas formas en que los humanos se han comunicado y han
interactuado. Desde hace años, disciplinas tales como la antro
pología, la sociología, la psicología o la lingüística han aborda
do esta tarea descriptiva. Asimismo, desde un punto de vista
instrumental, el estudio de la argumentación supone un im
portante recurso en la formación de las personas y, en particu
lar, de aquellas cuyas profesiones están más vinculadas al uso de
la palabra y a la interacción entre semejantes. Los estudios de
retórica y oratoria habrían cumplido esta función formativa en
la Antigüedad y la Edad Media. Hoy día, principalmente en el
ámbito de la enseñanza superior norteamericana, disciplinas
tales como los estudios de.comunicación (Communication Stu-
dies) y el así llamado pensamiento crítico ( Critical Tloinking), así
como los florecientes clubes y certámenes de debate, han llena
do el hueco que la retórica y la oratoria dejaron en los currícu-
los. De hecho, en Estados Unidos y Canadá, este tipo de for
mación se considera clave para el desarrollo de la llamada
sociedad civil.
Pero, además de estas perspectivas descriptiva e instrumen
tal, es posible abordar el estudio de la argumentación desde un
punto de vista normativo. Este punto de vista lo inaugura la con
sideración del hecho de que argumentar bien no es equivalente a
argumentar de manera eficaz; mientras que la eficacia argumenta
tiva es, en última instancia, una cuestión empírica sujeta a las
contingencias de contextos y auditorios concretos, las condiciones
del buen argumentar buscan y determinan lo que resulta acepta
ble e inaceptable si de argumentar se trata, con independencia de
su éxito persuasivo real. En realidad, la evaluación y la crítica de
los argumentos son fundamentales para la propia práctica de ar
gumentar. De algún modo, embarcarse en la tarea de dar y pedir
razones supone concebir que existe un hiato entre las razones que
nos persuaden de hecho y las que deberían persuadirnos; rechazar
argumentos es dentinciarlos como instrumentos de persuasión
ilegítima. Por ello, aprender a argumentar es, en buena medida,
aprender a distinguir los buenos de los malos argumentos. Como
argumentadores, todos partimos de ciertas nociones normativas
básicas, de ciertos modelos preteóricos sobre qué es correcto o in
correcto como argumentación. Sin embargo, como teóricos, cabe
preguntarnos hasta qué punto dichas nociones básicas son acerta
das, coherentes, universales, etcétera. La teoría de la argumenta
ción es, precisamente, la disciplina que se encarga de proponer,
analizar y desarrollar modelos normativos para la argumentación.
A pesar de que, como hemos visto, la práctica de la ar
gumentación estaría en el núcleo de lo específicamente huma
no, dado su papel de garante de la racionalidad teorética y
práctica y de la sociabilidad racional característica de nuestra
especie, lo cierto es que durante siglos su estudio ha recibido
una escasísima atención.
En particular, por lo que respecta al desarrollo de mo
delos normativos para la práctica de la argumentación, dicha
falta de atención es una circunstancia aún más inexcusable en
el caso de la filosofía, ocupada frecuentemente en cuestiones
metodológicas relativas a otras disciplinas, pero casi ciega a sus
propios métodos, al menos por lo que respecta al desarrollo de
un enfoque general y sistemático; al fin y al cabo, ¿en qué
consiste la filosofía, sino en producir y evaluar argumentacio
nes? Incluso si dejamos al margen el interés de la argumenta
ción y su centralidad tanto en el ámbito de la razón práctica
como en el ámbito de la razón teórica, la filosofía debería haber
dedicado mucha más atención al estudio normativo de la ar
gumentación, aunque fuera solo porque esta es su única me
todología, el único medió de que dispone para adquirir cono
cimiento sobre sus objetos característicamente abstractos,
intratables experimentalmente.
En esta sección, vamos a explicar las circunstancias que
habrían originado esta situación. En primer lugar, describire
mos brevemente los orígenes del estudio normativo de la argu
mentación, de cara a evidenciar su clara filiación filosófica ya
desde sus inicios. A continuación, consideraremos una hipótesis
para explicar por qué, después de ese período inicial, los filó
sofos abandonaron el estudio sistemático de la argumentación
en lenguaje natural, casi sin excepción, hasta la segunda mitad
del siglo X X .
2 .2 . L O S O RÍGEN ES
2 T raducción de la autora.
Toulmin rechaza la idea de que la justificación sea una
cuestión de reglas a-contextuales, como las de un sistema formal.
Al contrario, considera que la justificación es, hasta cierto
punto, una cuestión de «cam pos» (fieldsj. Sin embargo, tam
bién considera que la propiedad «estar justificado» ha de ser,
hasta cierto punto, el mismo tipo de propiedad cuando se pre
dica de una afirmación perteneciente a un campo u a otro. De
ese modo, llega a la conclusión de que debe haber dos tipos de
condiciones para determinar hasta qué punto un argumento es
capaz de proveer justificación para una afirmación: por un lado,
entiende que hay «estándares dependientes de campo» (field-
dependent standards), los cuales vendrían a recoger las condicio
nes para que una afirmación o creencia esté justificada por ra
zones morales, económicas, legales, matemáticas, médicas o de
cualquier otro tipo. Y por otro lado, también reconoce estánda
res «invariantes respecto a campos» (fielA-invariani standards)
que dan sentido a la idea de que la justificación de una afirma
ción es el mismo tipo de propiedad, independientemente del
campo de referencia. The Uses o f Argument está especialmente
dedicado a explicar estos últimos, pues por referencia a ellos,
Toulmin enunciará su famoso modelo de argumento com
puesto por seis tipos de elementos {datos, conclusión, garante,
calificador, respaldo y refutador) como una alternativa a la defi
nición tradicional de argumento, según la cual el argumento es
un conjunto de proposiciones que tan solo cumplen dos tipos
de función: ser premisas o ser conclusiones.
A pesar de que Toulmin se centra en la dimensión lógica,
su teoría de la argumentación es una de las más influyentes hoy
en día, no solo entre lógicos informales, sino también entre re
tóricos, estudiosos de la comunicación y de la composición dis
cursiva, teóricos de la argumentación legal, etcétera. Este hecho
sería sintomático de una necesidad previa de encontrar una al
ternativa a la lógica formal para caracterizar un concepto de va
lidez inferencial que, en última instancia, estaría en la base de
cualquier modelo normativo para la argumentación. También
sería un síntoma de la adecuación del modelo de argumento
que Toulmin propuso en su época, de su funcionalidad a la ho
ra de definir fenómenos argumentativos reales, tal como estos
surgen en los intercambios cotidianos, es decir, como activida
des comunicativas.
2.6. ¿ D e s c r i p t iv a v e r su s n o r m a t i v a ? L a s d e f i n i c i o n e s
D E A R G U M EN T A C IÓ N Y D E BU EN A A R G U M EN TA C IÓ N
2.7. P r e g u n t a s f u n d a c io n a l e s p a r a l a t e o r ía
D E LA A R G U M E N T A C IÓ N
es —
mentación. Pues por un lado, ha de proporcionar una definición
de su objeto y un modelo para su interpretación y análisis, y, por
otro lado, ha de proveernos de un modelo para su valoración.
C
omo hemos visto, la principal novedad que plantea la teo
ría de la argumentación frente a la lógica formal es su in
terés por las condiciones pragmáticas en las que surgen
los argumentos en la vida real, pues, a menudo, tales condiciones
determinan no solo su eficacia retórica, sino también su valor in
trínseco, su capacidad de justificar, su legitimidad. De ahí que,
además de proporcionar modelos y métodos para su evaluación, la
teoría de la argumentación también considere como propias las ta
reas de elaborar modelos y métodos adecuados para la interpreta
ción y el análisis, así como para la crítica de la argumentación.
Uno de los principales fenómenos que hizo patente la ne
cesidad de este enfoque alternativo fueron las falacias argu
mentativas clásicas. Al fin y al cabo, errores tales como la petición
de principio, el cambio en la carga de la prueba, la construcción
de un hombre de p aja o las famosas falacias ad (ad populum, ad
baculum, ad verecundiam, ad consequentiam, ad hominem, ad
ignorantiam, etcétera) difícilmente se podrían considerar errores
de tipo meramente sintáctico o semántico y, por tanto, difícil
mente se podrían evaluar mediante los métodos de la lógica
formal clásica.
Por esta razón, puede afirmarse que, en muchos aspectos,
el fenómeno de las falacias argumentativas supuso la principal
motivación para el desarrollo de la teoría de la argumentación
como disciplina. En ella, la lógica, formal o informal, repre
senta solo un aspecto o una dimensión de su objeto de estudio,
al que cabe añadir una dimensión dialéctica y una dimensión
retórica, relacionadas ambas con el hecho de que dicho objeto
de estudio, la argumentación, es en última instancia una forma
de comunicación.
En este capituló vamos a repasar los orígenes del estudio
de las falacias y su devenir. Nuestro objetivo, a partir de ahora,
va a ser considerar hasta qué punto, vistas las dificultades de la
lógica formal para dar cuenta de la evaluación de los argumen
tos en lenguaje natural, una teoría de la falacia podría servir
como un marco adecuado para esta tarea. En esta búsqueda,
analizaremos las principales teorías actuales de la falacia, las
cuales constituyen propuestas que, de un modo u otro, coinci
den con el desarrollo de la teoría de la argumentación en su
conjunto. De esta manera, al hilo de nuestra respuesta a la
cuestión sobre las posibilidades de constituir una teoría de la
falacia como modelo para la evaluación, obtendremos también
una panorámica bastante fiel de la disciplina misma.
Como decíamos en el capítulo 2, el principal objetivo de
la teoría de la argumentación es la teoría de la evaluación de los
argumentos y, en cierto modo, es ella la que determina, no solo
el concepto de argumento, sino también la manera de inter
pretarlo y reconstruirlo. En nuestros días, existen cuatro gran
des líneas a la hora de desarrollar teorías para la evaluación de
los argumentos informales:
3 .2 . D i a l é c t i c a y r e t ó r i c a e n P l a t ó n y l o s s o f i s t a s
3.3. La T E O R ÍA D E L A FALACIA D E A R IS T Ó T E L E S
3 .4. L a t e o r í a d e l a f a l a c i a d e H a m b lin
3 . 5 . F a l a c i a s y l ó g ic a in f o r m a l
3 .6 . T a r e a s p a r a u n a t e o r ía d e l a f a l a c ia
3.7. E n c o n c lu sió n
C
omo venimos diciendo, el principal objetivo de este
trabajo es valorar las posibilidades de una teoría de la
falacia como teoría de la evaluación de los argumentos
reales, es decir, aquellos que utilizamos a diario para apoyar
nuestras conclusiones. Como han sugerido Ralph H. Johnson y
J. Anthony Blair (1993), entre otros, si dispusiésemos de una
teoría sistemática de la falacia, esta sería una buena candidata a
teoría de la evaluación, pues nos daría una respuesta también
sistemática a preguntas tales como: ¿es correcto este argumen
to?, ¿debemos creer su conclusión o dejarnos persuadir por él?
Sin embargo, desde mediados de los años setenta, ha ha
bido voces que, desde distintas perspectivas, han cuestionado
no solo la posibilidad de elaborar una teoría sistemática de la
falacia, sino incluso la coherencia misma del concepto de fa la
cia.1K continuación, vamos a exponer las razones de estos auto
res y las posibles respuestas que sus planteamientos suscitan.
(A)
Premisa 1: Si Filadelfia es la capital de Pensilvania,
entonces Pittsburg no lo es.
Premisa 2: Pittsburg no es la capital de Pensilvania.
Conclusión: Luego, Filadelfia es la capital de Pensilva
nia.
(1)
Premisa 1: si p, entonces q
Premisa 2: q
Conclusión: p
(B)
Premisa 1: Si algo ha sido creado por Dios, entonces el
Universo ha sido creado por Dios.
Premisa 2: El Universo ha sido creado por Dios.
Conclusión: Luego, algo ha sido creado por Dios.
(C)
Premisa: John dio un paseo por el río.
Conclusión: John dio un paseo.
(2)
Premisa: p o no-p
Conclusión: q y no-^
(D)
Premisa 1: Si, o bien todos los hombres son mortales o
algunos no son mortales, entonces, o bien
algunas serpientes no son moteadas o todas
son moteadas.
Premisa 2: Algunas serpientes no son moteadas o todas
son moteadas.
Conclusión: Luego, o todos los hombres son mortales o
algunos no son mortales.
Mientras que el hecho de que un argumento del lenguaje
natural se pueda formalizar como (2) es condición suficiente
para que se trate de un argumento inválido, esto no sucede con
otro tipo de esquemas de argumentos formalmente inválidos,
como por ejemplo es el caso de (1). Según Bowles, esto significa
que un defensor de la tesis de la asimetría podría decir que, por
tratarse de un caso único, su perjuicio contra ella es mínimo: en
general, no podemos probar la invalidez de los argumentos del
lenguaje natural, a excepción de aquellos que puedan formali
zarse según el esquema (2). Tendríamos, entonces, una versión
débil de la tesis de la asimetría, que es la que intentará refutar
Bowles realmente. Para ello, propone que consideremos el si
guiente esquema de argumento:
(3)
Premisa: Casi todas las x son y.
Conclusión: Con toda probabilidad, esta x es una y.
A
continuación, vamos a examinar las teorías de la falacia
más representativas que existen hoy en día dentro de la
teoría de la argumentación. Aunque la falacia, como ra
zonamiento erróneo o como tipo de discurso idiosincrásico, se
ha estudiado desde ámbitos como la lingüística, la psicología
del aprendizaje, los estudios sobre comunicación o la retórica,
en este'trabajo tratamos de analizar las posibilidades de una teo
ría de la falacia como un modelo de evaluación de la argumen
tación; por ello, nos remitiremos a aquellas teorías que se ins
criben dentro de la teoría de la argumentación, en cuanto
disciplina normativa, por más que, como veremos, algunas de
estas propuestas se desarrollen al hilo de consideraciones retóri
cas (tal es el caso de la teoría de Charles Arthur Willard) o
pragmático-lingüísticas (como las teorías de van Eemeren, de
Grootendorst y del segundo Walton).
Como anunciábamos en el capítulo anterior, vamos a
agrupar estas teorías de la falacia de la siguiente manera: deno
minaremos teorías continuistas a aquellas teorías que pretenden
remitirse en primera instancia al catálogo tradicional de falacias
como clasificación de primer orden. Se trata de teorías que, en
principio, no parten de definiciones alternativas del concepto
de falacia, sino que pretenden obtener una definición de este a
través de una teoría que articule el catálogo tradicional. A me
nudo, estos teóricos centran su labor en dar definiciones de las
falacias tradicionales que aunque recojan su sentido habitual,
encajen en un sistema capaz de generarlas a todas ellas.
Por su parte, denominaremos teorías revisionistas, a aque
llas teorías de la falacia que abogan por una definición técnica
del concepto que prescinde (o al menos no prima) del catálogo
tradicional de falacias. El hecho de redefinir el concepto de f a
lacia, para destacar su aspecto normativo de cara a la distinción
entre buenos y malos argumentos, conllevará que estas teorías
partan de un catálogo de falacias de primer orden alternativo al
tradicional.
En todo caso, cabe señalar que esta distinción entre teo
rías continuistas y revisionistas ha de entenderse de manera
programática, pues como veremos, de uno y otro lado aparecen
dificultades a la hora de ceñirse a estas definiciones de forma
consistente.
5 .1 . T e o r ía s c o n t in u is t a s
o bien,
6.1. C o n d i c i o n e s d e u n a t e o r ía d e l a f a l a c ia c o m o
G
omo hemos analizado, una teoría de la evaluación debe
explicar el significado de validez e invalidez aplicados a
los argumentos del lenguaje natural. En el capítulo 4,
hemos visto que no puede tratarse de la validez e invalidez for
mal y también allí hemos considerado las dificultades de apelar
a una teoría natural de la evaluación. La teoría de la falacia pa
recía una buena candidata a teoría de la evaluación para los ar
gumentos del lenguaje natural, al menos en lo que a decidir so
bré la invalidez se refiere. Pero, en el capítulo 5, hemos
mostrado las dificultades de las teorías actuales a este respecto.
A partir de las observaciones que hemos desarrollado hasta aho
ra, podemos señalar las siguientes condiciones necesarias para
que una teoría de la falacia pueda servir como un modelo para
la evaluación de los argumentos del lenguaje natural:
6.2. T e o r í a s c o n t in u is t a s
6.3. T e o r í a s r e v is io n is t a s
6.4. En c o n c l u s ió n