Está en la página 1de 10

La aparición como ejercicio de interseccionalidad

No todos los hombres son acosadores y muchos se están matando

El presente ensayo, a través de dos apartados y una conclusión, ofrece una mirada
desde el enfoque interseccional, sobre la mirada del hombre, sus formas de
vulneración y vulnerabilidad, pero al mismo tiempo, formula, quizá una hipótesis
enmarcada en la Aparición, como alternativa de cambio de la invisibilidad del
hombre como víctima.

1. En el transporte público no todos los hombres son victimarios.

En la plataforma virtual del canal capital “Conexión capital” (2018), encontré


siguiente noticia:

Joven bogotano denuncia acoso por parte de otro hombre en


TransMilenio

La víctima asegura que, al desocuparse el articulado, un hombre detrás de él


lo estaba tocando.

"El tipo me estaba tocando el glúteo, en ese momento lo que hice fue gritarle,
lo empujé y pues a nivel que le empecé a hablar fuerte, el tipo en un principio
me negaba las cosas y ya después dijo que pena que lo disculpara", agregó
el periodista.

Lo que no se esperaba Santiago Rico al momento de denunciar a este


hombre, fue la reacción de los ciudadanos y los uniformados.

"Cuando yo me percaté de la situación, cuatro tipos se soltaron una carcajada


y otros solamente se hicieron los indiferentes con el tema. Sí hubo otras
mujeres que me dijeron no venga, hágalo, denuncie y no se quede callado.
Fue la reacción que recibí", comentó.

La conclusión para este comunicador es que seguimos viviendo en un país y


una ciudad machista porque en tres ocasiones cuando le manifestó el caso
a varios oficiales, ellos soltaron una risa disimulada.

He dejado la noticia completa porque allí se encuentran tres elementos que entraré
a discutir en este primer apartado del presente ensayo. El primero de ellos sobre la
relación víctima de acoso-hombre, el segundo, la invisibilidad del hombre en los
hombres y el tercero, la reacción de los hombres frente a un hombre víctima de
acoso.

Es interesante leer que la nota hace referencia al joven como “víctima” y no como
victimario. En general, los hombres han sido vistos como victimarios frente a las
situaciones de abuso o acoso. Si la nota periodística no identificara el género de la
víctima, lo más probable sería pensar que se trata de una mujer de 24 años (edad
de Santiago) quien fue ultrajada por un hombre en un sistema de transporte público.

Aunque es innegable que el mayor número de incidentes de acoso o abuso lo sufran


las mujeres, valdría la pena preguntarse ¿qué pasa con la poca información que se
tienen de los casos de abuso o acoso en varones? Una respuesta rápida indicaría
que a los hombres no les sucede eso o que, dado que existen pocos casos, no son
relevantes, pero ¿acaso el daño psicológico o físico no es el mismo en hombres que
en mujeres?

La abogada Kimberlé Crenshaw, en 1989 hizo ver que las mujeres negras “estaban
expuestas a violencias y discriminaciones por razones tanto de raza como de
género” hecho que permitió que hoy se hable de “interseccionalidad”. El concepto
es interesante porque no habla de un número de casos, sino que centra su discusión
en formas de opresión determinadas por dos factores que pueden considerarse,
aumentan la vulnerabilidad: ser mujer y ser mujer negra.

En el caso aquí presentado, ¿podría dar espacio a pensar que la vulnerabilidad por
ser hombre es no poder hablar de un caso de acoso perpetrado por otro hombre?

Estoy proponiendo, de manera concreta, que la vulnerabilidad pasa de ser de la


expresión de una corporalidad (mujer/hombre), a la de la imposibilidad de hablar.
La palabra, que, como tecnología del ser humano, se ha convertido en la principal
arma contra el acoso, bajo la consiga “denuncie” queda aquí restringida por la mera
condición de ser hombre y tener que hablar ante los medios o la justicia que otro
hombre le estaba “tocando el glúteo”. Aquí de nuevo hay un juego de palabras que
son de gran relevancia. Mientras las mujeres denuncian que le tocaron “las nalgas”
el hombre habla del músculo “glúteo”. Pero esto no es solo una diferencia de
palabras, más bien corresponde al temor de ser burlado, acción que finalmente
sucedió con la víctima.

Ese temor ser burlado, se fundamenta en los sistemas de opresión silencian las
vulnerabilidades masculinas, no so lo por las que paradójicamente enfrente por una
suponer tener una postura privilegiada en el sistema social, sino por la que
realmente experimentan.

En este sentido, se podría aplicar de manera clara el verbo desvelar, cuando se


identifica que según el INMLyCF, indica que en el contexto de la violencia
intrafamiliar en Colombia los niños de 0 a 9 son más maltratados que las niñas, así
mismo sucede, según el ICBF con la situación de vida en calle en donde el 62% de
los niños se encuentra en situación en relación al 32% de las niñas, una proporción
similar ocurre con el trabajo infantil, 60% niños y 40% niñas,

Estas cifras, en efecto implicaría en pensar en acciones con perspectiva género, sin
embargo, lo que deseo significar es que por ejemplo en el informe del INMLyCF, se
utiliza la frase “llama la atención”, (Forensis, 2018, p. 141), para referirse a que en
la violencia intrafamiliar en el rango de edad de 5 a 9 años son los niños más
afectados que la niñas, lo cual es inexacto, pues según el mismo informe los niños
entre los 0 a 4 son víctimas de violencia en 18,89% en relación con un 14,44% para
la niñas en el mismo rango de edad. La frase “llama la atención”, es aun más
inquietante cuando el patrón de la violencia intrafamiliar hacia los niños y niñas ha
tenido el mismo comportamiento desde hace diez años.

Por tanto, si consideramos el enfoque de la interseccionalidad como una perspectiva


para visibilizar los sistemas de opresión es plausible, poder comprender desde la
perspectiva simbólica el significado de la frase “llama la atención”, es como si la
mujer fuera por exclusividad merecedora del dolor y los hombres son excluidos de
ese “privilegio”, -en clave de ironía-.

Atendiendo a la perspectiva de la interseccionalidad desde una postura


posmoderna, la cual pone el acento “en los procesos dinámicos y en la
deconstrucción de las categorías normalizadoras homogenizantes” (Viveros, 2015,
p. 7). me interesa comprender como se construyen los sistemas de significación en
relación a la comprensión de las imbricaciones de carácter cultural y simbólico en
efecto dejan amnésica a una sociedad que ve pero no ve como mueren y lloran sus
hombres.

Siguiendo la perspectiva posmoderna considero fundamental “descodificar estas


construcciones culturales, para después resignificarlas y hacerlas funcionar en
narrativas distintas, y así reconfigurar el paradigma y abrir diferentes posibilidades
de significación” (Cavarero, 2014, p. 113).
El 8 de marzo de 2018, el periódico El Tiempo en su versión digital, daba la noticia
del videojuego “poder violeta” desarrollado por ingenieros y diseñadores de la
Universidad Javeriana, con el título “¡Hombres! Pónganse en los zapatos de una
mujer acosada con este juego”. De nuevo, la presión hacia los hombres. Utilización
del plural que pone a todos bajo la misma alerta: los hombres no pueden ser
víctimas, son, todos ellos: victimarios.

Al respecto, La descripción del juego, por parte de sus creadores deja interrogantes
interesantes “la mecánica del juego es bastante sencilla; Violeta, la protagonista del
juego, va tarde a una entrevista de trabajo y en su camino debe evitar agresivos
acosadores, personajes frecuentes en el transporte público” (Torres, Cuervo &
Florez, 2019, pág. 208). Violeta -como mujer-, es vista aquí como desempleada o
en busca de mejores oportunidades laborales, mientras los hombres –en general-,
son vistos como “agresivos” “acosadores”. Si bien, la intención es adecuada en tanto
que busca que las mujeres estén atentas ante cualquier situación de acoso por su
condición de género, no es cierto que ellas deban evadir a cualquier hombre que se
atraviese en su camino. No todos los hombres están pensando en cometer un delito,
no todos tienen intención de acosar a las mujeres. También hay hombres que
piensan en ofrecer su mano para colaborar, para ponerse de pie y dejar su silla a
una mujer.

Siguiendo a Crenshaw, no importaría el número de hombres afectados, un solo caso


o algunos pocos, importan. Mucho más, por quienes no tienen voz o no pueden
tenerla. Dicho de otro modo, el que un hombre no pueda denunciar abiertamente un
caso de acoso, demuestra una situación de vulneración. Esta ausencia de voz del
hombre como víctima, puede ser considerada como una desigualdad social y es por
ello que sería pertinente su estudio desde lo que Colins (2000), citada por xxxx ha
denominado “interseccionality”.
2. Más allá que unas zapatillas de ballet y de la invisibilidad.

Imagen 1 Portada Comportamiento del suicidio. Colombia, año 2018. FORENSIS 2018 DATOS PARA LA VIDA
.

Si se reconoce que las imágenes “son susceptibles de interpretación” (Flusser,


1990, pág. 11), se puede pensar que no existe solo una forma para ello. La
interpretación inestable y poco precisa, responde a una subjetividad en la que está
inmerso quien funge como espectador.

Desde mi perspectiva poner en exposición la imagen de unas zapatillas de ballet


para hablar del comportamiento del suicido en Colombia en el 2018, que tuvo un
mayor número de hombres, (2.220 hombres y 476 mujeres) hace posible abrir un
franco debate entre la imagen preponderante y la invisibilidad.

Si en el apartado anterior me dediqué, de manera general, a hablar de la relación


que se establece entre la palabra y la desigualdad social de los hombres víctima,
en este apartado intentaré centrarme en esa misma relación, pero partiendo de las
imágenes. Toda vez que “Dar a ver es siempre inquietar el ver, en su acto, en su
sujeto. Ver es siempre una operación de sujeto, por lo tanto, una operación hendida,
inquieta, agitada, abierta (Didi-Hubberman, 1997, pág. 47).

Esta segunda imagen que representa una tabla muestra el espejo de una realidad
que no representa la imagen 1. Como se puede observar en la imagen 2, el número
de hombres que acabaron con su vida es muy superior que el número de mujeres.
Sin embargo, lo interesante del caso es que el número de muertos no es suficiente
para crear (visibilizar) la imagen con la que se presenta el capítulo sobre lo que está
pasando en materia de suicidios en Colombia.
Si, como lo plantea Brea (2010), las imágenes producidas “observan así a sus
contempladores –con una mirada espejo, que rebota invertido hacia el mundo, el
mismo cono escópico que la produjo, devolviéndoles idéntico privilegio que el que
a ellas se les concedió–” (pág. 17), valdría la pena preguntarse ¿si la imagen frágil
de las zapatillas de ballet rosadas corresponde a los datos? El problema vuelve a
radicar, por un lado, en la visibilidad de la vulnerabilidad de la mujer frente a
cualquier acto y, por otro lado, a la relación del suicidio con un acto de fragilidad. La
misma que ha sido criticada por la educación de la virilidad. ¿Acaso suicidarse es,
realmente un acto frágil? ¿un hombre que se suicida es frágil?

una analogía entre el concepto de vulnerabilidad y el estereotipo habitual que existe en torno a la
masculinidad y la feminidad; los hombres son invulnerables e impermeables, mientras que con las
mujeres sucede lo contrario. Hay algo de cierto en esta amplia generalización, pero también es
verdad que no es lo bastante precisa. Aun así, de alguna manera, la forma en la que se produce el
género, la masculinidad y la feminidad, es a través de la distribución de la vulnerabilidad. Esta
distribución desigual es parte del proceso de la producción y de la regulación del género. Si se reduce
la vulnerabilidad a un atributo femenino o la invulnerabilidad a
un atributo masculino, especialmente en el campo teórico, se institucionaliza (y naturaliza) el
problema en lugar de abrirlo a una comprensión crítica.
Se puede deducir que aquellas instituciones o grupos que buscan exponer a otros a la vulnerabilidad,
es decir, asignar la condición de vulnerabilidad a otros o intentar mantenerse como invulnerables,
están, de hecho, negando una vulnerabilidad que vincula a todos los seres humanos (Caverna, 2014.
Pagas 110 -101)

Sin embargo, el asunto que cuestiono no radica en quién es más vulnerable, se


ubica en que invisibilizar con una imagen un fenómeno que afecta principalmente a
los hombres implicaría, por ende, invisibilizar como se construyen en la dimensión
relacional los sistemas de opresión, que pueden favorecer la compresión del suicidio
no, como un fenómeno de hombres, sino como relacional.

Por tanto, considero que poner el acento en comprender la perspectiva de la


interseccionalidad como una forma “de hacer visibles y comprender las dinámicas
complejas de la dominación descartando toda visión unitaria de la categoría mujer
y de manera coherente, de cualquier otra categoría de diferencia como hombre,
negro, lesbiana”. (Arango, 2015, p.2), permitiría hacer visible las formas de opresión
de un sistema simbólico y relacional como lo es patriarcal, que no solo hace ver al
hombre fuerte, sino que a la mujer frágil.

En este orden, la imagen podría remitir a estereotipos, que para Cavarero (2014),
sugieren que los “sujetos siempre estamos insertados e incorporados en el lenguaje
y en el orden simbólico, así que, para hablar de conceptos, se tiene que tener en
cuenta que estos están inmersos en construcciones culturales”. (p. 113).
De esta forma, siguiendo, Arango (2015), la interseccionalidad permitiría
comprender cómo operan “las categorías simbólicas y normativas (ideas, normas,
creencias, lenguajes, visiones y divisiones del mundo)”, (p.13), en relación con como
clase, género, raza, etnicidad.

Son estas categorías simbólicas que nos llevan comprender tal vez a invisibilizar
con una imagen lo que dicen los hechos y por tanto a reforzar la idea que una
imagen vale más que mil palabras.

Estos sistemas simbólicos reproducidos en los procesos de socialización de la


masculinidad refuerzan la “invulnerabilidad masculina, esa imagen de cara dura y
fuerte. No llorar, no ser frágil hace parte de los criterios para ser considerado varón.
Al respecto afirman Hardy & Jiménez (2001)

La familia, la escuela, los medios de comunicación y la sociedad en general


le enseñan explícita e implícitamente la forma en que debe pensar, sentir y
actuar como “hombre”. Por ejemplo, no puede llorar, debe ser fuerte, no debe
mostrar sus sentimientos, no puede tener miedo, y debe ser viril (págs. 79-
80).

el INMLyCF, refiere que “En Colombia, al igual que en otros países del mundo, los
varones se suicidan a un ritmo mayor que las mujeres, representan el 81,49% de
las defunciones por suicidio” (Forensis, 2017). Este comportamiento ha sido similar
durante los últimos diez años en Colombia.

El fenómeno del suicidio al igual que el del homicidio evidencia que la vulnerabilidad
de goce del derecho a la vida es significativa, en este sentido el INMLyCF, señala
que la mayoría de los suicidios en Colombia (44,73%) se produjeron en edades
comprendidas entre los 20 y los 39 años y entre los 40 y los 59 años (25,13%). En
los adultos mayores (60 años o más) se registró el 14,0%. La desagregación de las
cifras por sexos muestra que entre los varones es mayor la vulnerabilidad en el
rango de edad de 75 a 79 años (16,55 casos por 100.000 habitantes), y 14,45 por
100.000 habitantes, a partir de los 80 años (Forensis, 2017, pág. 354).

Lo anterior plantea una necesidad imperiosa de hablar sobre la masculinidad en


igual dimensión que hablar del feminismo, toda vez que, según lo acusan un
sinnúmero de informes e investigaciones, el modelo violento de la masculinidad es
el que ha producido, por obvias razones, mayores actos de violencia contra otros
hombres y contra las mujeres. Es por ello que Javier Ruiz invita a trabajar sobre las
masculinidades y afirma “Hay una realidad que de por sí hace contundente la
necesidad de trabajar críticamente las masculinidades: la de crecientes estadísticas
de violencia asociadas a las maneras como los hombres viven y ejercen su hombría”
(Ruiz, 2015, pag 14).

Es por ello que la imagen 1 fabrica, un espejo de la realidad equivocado, que deja
de lado lo que sucede con los hombres, invisibilizando la realidad plasmada en la
imagen 2.

Conclusión: La aparición como ejercicio de interseccionalidad.

Palabras, imágenes son reclamos por una voz, desde la interseccionalidad para los
hombres. Ellos, víctimas también paradójicamente de su “hombría” , “su virilidad”.
Es por este motivo que me he interesado por el concepto de Hanaah Arendt de la
“Aparición”. Comprender que los hombres están vinculados, igual que las mujeres,
a mecanismos de opresión, cambiarían el pensamiento que se tiene de la virilidad,
la hombría, en general, lo que es el hombre. Al respecto Cabra (2016), expresa:

Con el propósito de asumir formas de acción más equitativas e incluyentes,


hemos de reconocer que muchos hombres han sufrido también el proceso
que los convierte en cierta versión de hombre. La idea dominante de
masculinidad, en el seno de una sociedad machista y con resonancias
patriarcales, resulta castrante y opresiva para las diversas posibilidades de
esos seres humanos que se designan como hombres. (página, 175).

Dicho ideal, se marca paradójicamente como una cadena de opresión al varón, que
históricamente se puede ubicar desde la antigüedad, tal como se cita en Duch &
Mèlich, 2005), al referirse al “mundo Romano de la antigüedad precristiana”:

nunca era suficiente con ser varón: un hombre tenía que esforzarse para
mantenerse «viril». Tenía que aprender a excluir de su carácter y de su
porte y temple corporales todos los rasgos evidentes de «blandura», que
delataran que estaba sufriendo una transformación femenina. (p.114).

Por tanto, si bien es cierto, la condición de la mujer se ha visto afectada por las
acciones de desigualdad entre varones y mujeres, existen mecanismos de opresión
culturales que afectan al varón a partir de la construcción social que se le otorga a
lo masculino y que sin duda alguna, maltratan las relaciones hombre –mujer,
hombre – hombre, por ello, en necesario, reconocer la vulnerabilidad masculina
para que desde esta perspectiva también se puedan leer las vulnerabilidades1 de
la mujer.

En atención a lo expuesto y retomando a Merleau-Ponty quien expone que:

[El otro] no [es] el constituido – constituyente, i.e., mi negación, si no lo


instituido-instituyente; i, e., yo me proyecto en él y él en mí, [hay]
proyección, introyección, productividad de lo que hago en él y de lo que él
hace en mí. (Merleau-Ponty, 2012. p. 5).

Por lo anterior, ha de considerarse que lo se válida como ser varón, ser mujer, es
una construcción intersubjetiva e interrelacional que nos constituye e instituye, por
ello, en ese proceso constitución habrá que resignificarse la dialéctica que se
soporta en la socialización de lo que se define y entiende en la sociedad occidental
por ser hombre y ser mujer.
Desde esta óptica, el género es, por encima de todo, una cuestión de relaciones
sociales en las que los y los grupos actúan”. (p.59). De hecho, considerar el género
desde una perspectiva relacional, implica abordar el género de forma que favorezca
superar las “las paradojas de las diferencias. (Connell y Pearse, 2018, p. 59).

Traspasar la visión de género como una categoría que define cualidades biológicas,
ontológicas y sociales, implica, considerar que el “género no es una clasificación
sino un acto creativo que se tensiona, que desplaza sus límites hasta quebrarlos, y
nos mueve a explorar más allá de cualquier borde”. (Cabra, 2016, p. 169).

Con base a lo expresado, la condición de lo que se ha denominado género,


responde a una construcción social que válida una serie de actos performativos,
(Butler, 1998) (vestirse, hablar, relacionarse, actuar). que en este caso, domestican
lo masculino y paradójicamente lo oprimen en la naturalización de acciones
agresivas, violentas, de fuerza o riesgo, como si hicieran parte de lo que significa
ser varón, pero que en definitiva lo exponen a una situación de desventaja vital y lo
no invisibilizan como sujeto de acción política (Arendt, 2005), pero si de la acción
de la política.

Y en este sentido, la acción de la política responde a una perspectiva ética que se


fundamenta en tal como lo es a ética de cuidado, la cual retomo desde la perspectiva
de Tronto citada por Arango, L. (2015), que consististe en una:

1
Vulnerabilidades no como categoría que beneficia, sino como categoría de cuidado.
Actividad característica de la especie humana que incluye todo lo que
hacemos para conservar, continuar o reparar nuestro “mundo” de modo
que podamos vivir en él lo mejor posible. Este mundo incluye nuestros
cuerpos, nuestras individualidades (selves) y nuestro entorno que
procuramos entretejer conjuntamente en una red compleja que sostiene la
vida. (p. 5).

Visibilizar la paradoja que válida lo masculino, la fuerza física, la rudeza de carácter,


son las circunstancias que a la vez vulneran su integridad e implicaría considerar
una nueva corporeidad física y psicológica. (Segovia & Espinoza-Tapia, 2015).

La ética de cuidado, la retomo desde la perspectiva de Tronto citada por Arango, L.


(2015), que consististe en una
Actividad característica de la especie humana que incluye todo lo que hacemos para
conservar, continuar o reparar nuestro “mundo” de modo que podamos vivir en él lo
mejor posible. Este mundo incluye nuestros cuerpos, nuestras individualidades
(selves) y nuestro entorno que procuramos entretejer conjuntamente en una red
compleja que sostiene la vida. (p. 5).

Referencias

Cavarero, Adriana (2014). Cuerpo, memoria y representación. Adriana Cavarero y


Judith Butler en diálogo, Barcelona: Icaria.

También podría gustarte