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mexicanas (véase, infra, en nota 33) cobran validez para otros muchos
ámbitos de conocimiento del pasado.5 Historiadores como David J. We-
ber y David Piñera Ramírez han resaltado la utilidad de los trabajos de
síntesis:6 el segundo, al hilo del pensamiento de Marc Bloch. Cosa di-
ferente es que —al menos por lo que se refiere a Piñera Ramírez— el
éxito haya acompañado a sus esfuerzos.
Inevitablemente, el cuadro que nace de la utilización de las fuentes
que se han enunciado refleja el modo en que las realidades indígenas
fueron contempladas desde fuera. Queda para otros estudiosos un análisis
complementario, de extraordinario interés, que habría de permitir recons-
truir el modo en que los indígenas observaron el Estado criollo-mestizo
que aspiró a instalarse en el viejo solar novohispano. A ellos recuerdo
las prevenciones que formuló Leticia Reina acerca de los problemas plan-
teados por la selección del material documental.7
A la pregunta obligada sobre la posibilidad de escribir adecuadamente
acerca del pasado indígena, la respuesta debe ser afirmativa, pero con
matices.8 Que la empresa es hacedera lo demuestran los magníficos tra-
bajos aparecidos en la colección Historia de los pueblos indígenas de
México, editada por dos prestigiosas instituciones mexicanas: el Centro
de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social y el
Instituto Nacional Indigenista. Las limitaciones que comporta esa tarea
se desprenden de la simple lectura de esas mismas monografías, que no
ocultan la dificultad de la limitación de fuentes, que implica una cons-
tante provisionalidad en la presentación de resultados.
5 Cfr. López Taylor, Rosa Vesta, “ Consolidación y desintegración de una hacienda jalisciense
del siglo XIX. El caso de El Tarengo, en La Barca, Jalisco. 1880/1930” , Estudios Sociales (Gua-
dalajara), núms. 12-14, mayo-agosto de 1994, pp. 25-37 (p. 26).
6 Cfr. Weber, David J., La frontera norte de México, 1821-1846. El sudoeste norteamericano
en su época mexicana, México, Fondo de Cultura Económica, 1988, p. 23, y Piñera Ramírez,
David, “ La frontera norte: de la independencia a nuestros días” , Estudios de Historia Moderna y
Contemporánea de México, México, vol. XII, 1989, pp. 27-50 (pp. 27-28).
7 Cfr. Reina, Leticia (coord.), Las luchas populares en México en el siglo XIX, México, Centro
de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, Cuadernos de La Casa Chata,
1983, p. 17.
8 A esas dificultades se refiere Margarita Loera en un interesante artículo donde desvela al-
gunos aspectos de una comunidad indígena a partir del análisis de más de un centenar de memorias
testamentarias: cfr. Loera, Margarita, “ La herencia indígena como mecanismo de reproducción cam-
pesina: Calimaya en la época colonial” , Historias, Revista de la Dirección de Estudios Históricos
del Instituto Nacional de Antropología e Historia, México, núm. 4, abril-diciembre de 1983, pp.
11-27.
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pero había algo más: esta declaratoria de igualdad no sólo pretendía poner fin
a las desigualdades que sufría el indígena, también a las que le protegían. La
igualdad de que se le dotaba implicaba la desaparición de todas las desigual-
dades, tanto de las que eran para el indígena una carga, como las que eran
un privilegio.20
ideología liberal que impregnaba el pensamiento de los políticos de la época. Al cabo de un inte-
ligente y acucioso estudio, responde que el combate a este tipo de propiedad fue deliberado, pues
Miguel Lerdo se mostró siempre irreductible ante todo aquello que pudiera infringir el principio
de la plena propiedad privada: cfr. Fraser, Donald J., “ La política de desamortización en las co-
munidades indígenas, 1856-1872” , Historia Mexicana, México, vol. XXI, núm. 4, abril-junio de
1972, pp. 615-652 (pp. 618, 637, 639, 640, 642 y 646), y Covo, Jacqueline, Las ideas de la Reforma
en México (1855-1861), México, Universidad Nacional Autónoma de México, Coordinación de
Humanidades, 1983, p. 416.
27 Velasco Toro, José, “ Indigenismo y rebelión totonaca de Papantla, 1885-1896” , América
Indígena, México, vol. XXXIX, núm. 1, enero-marzo de 1979, pp. 81-105 (p. 83).
28 Cfr. Pastor, Rodolfo, Campesinos y reformas: La mixteca, 1700-1856, México, El Colegio
de México, 1987, pp. 427-428.
29 “ La difícil andadura del colegio de San Gregorio durante el siglo XIX: unos episodios
críticos” , Liber ad honorem Sergio García Ramírez, 2 vols., México, Universidad Nacional Autó-
noma de México, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1998, vol. I, pp. 193-209.
30 Mora, José María Luis, Méjico y sus revoluciones, 3 vols., México, Instituto Cultural Heléni-
co-Fondo de Cultura Económica, 1986 (edición facsimilar de la de París, Librería de Rosa, 1836), vol.
I, p. 67. Véase, también Hale, Charles A., El liberalismo mexicano en la época de Mora, 1821-1853,
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Las demandas procedentes del mundo rural fueron aún más perentorias
y, en la medida en que se contraponían a la orientación dominante en
las leyes federales y estatales, se tornaron en fuentes permanentes de
disputa. Esa falta de armonía entre las disposiciones legislativas y las
realidades sociales que esos preceptos pretendían regular contribuyó al
descrédito y al frecuente incumplimiento de la norma jurídica, que se
vio privada del necesario prestigio para sustentar un auténtico Estado
de derecho.
Existía, por supuesto, un marco legal, que se perfila como una faceta
cuyo estudio no puede ser desatendido; pero el juego político real re-
basaba con mucho los preceptos jurídicos y se regulaba por una serie
de complejos mecanismos —“ lealtades antiguas, redes clientelísticas,
amistades, compadrazgos, acuerdos verbales, ocultos y ajenos a aquellas
disposiciones que contaban con firmas y sellos oficiales” —31 que, con
demasiada frecuencia, restringían de modo decisivo la operatividad de
las leyes y de los recursos ante los tribunales.
Por otro lado, la modificación de las condiciones sociopolíticas pro-
vocada por la Independencia aceleró movimientos migratorios que, hasta
entonces, habían avanzado con una considerable lentitud. Tras la sepa-
ración de España, fue intensa y acelerada la penetración de mestizos en
espacios que, durante siglos, habían sido privativos de los indígenas, sin
que otros grupos raciales hubieran competido con ellos por la posesión
de la tierra. Una de las manifestaciones más estentóreas de esa intromi-
sión mestiza fue la competencia que se estableció entre los municipios
de nueva creación y las viejas repúblicas de indios. Como expresó acer-
tadamente Pablo Valderrama, “ se pasó del poder simbolizado en la vara
del gobernador y el respeto a los ancianos al de los ‘oficios’ del alcalde
México, Siglo XXI, 1972, pp. 224-225; Velázquez, Gustavo G., La diputación del Estado de México
en el Supremo Congreso Constituyente de 1824. Notas bibliográficas, Toluca, Gobierno del Estado
de México, 1977, pp. 67-69; Lira, Andrés, “ Los indígenas y el nacionalismo mexicano” , El na-
cionalismo y el arte mexicano (IX Coloquio de Historia del Arte), México, Universidad Nacional
Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Estéticas, 1986, pp. 19-34 (pp. 26-27); Urías
Horcasitas, Beatriz, Historia de una negación, pp. 138-140, y González y González, Luis, El indio
en la era liberal. Obras completas, México, Clío, 1996, vol. V, p. 158.
31 Falcón, Romana, “ Jefes políticos y rebeliones campesinas: Uso y abuso del poder en el
Estado de México” , en Rodríguez O., Jaime E. (ed.), Patterns of Contention in Mexican History,
Los Ángeles, UCLA, 1992, pp. 243-273 (p. 246).
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guerra contra los ejércitos extranjeros provocó también un alza generalizada de los impuestos, de
la leva y de la demanda de alimentos y de armas, lo cual produjo más descontento en el campo
y en las ciudades” : Florescano, Enrique, Etnia, Estado y Nación. Ensayo sobre las identidades
colectivas en México, México, Nuevo Siglo, Aguilar, 1997, pp. 374-375.
37 Cfr. Tutino, John, De la insurrección a la revolución en México. Las bases sociales de la
violencia agraria, 1750-1940, México, Ediciones Era, 1990, p. 220.
38 Cfr. Vanderwood, Paul J., Los rurales mexicanos, México, Fondo de Cultura Económica,
1982, pp. 24-27; Hamnett, Brian R., Raíces de la insurgencia en México. Historia regional 1750-
1824, México, Fondo de Cultura Económica, 1990, pp. 240-241; Powell, T. G., El liberalismo y
el campesinado en el centro de México (1850 a 1876), cit., p. 86, y Dublán, Manuel y Lozano,
José María, Legislación mexicana ó Colección completa de las disposiciones legislativas expedidas
desde la independencia de la República, 19 ts., México, Imprenta del Comercio, a cargo de Dublán
y Lozano, Hijos, 1876-1890, t. VIII, núm. 4,867, pp. 347-360 (16 de enero de 1857).
39 Cfr. Scholes, Walter V., Política mexicana durante el régimen de Juárez 1855-1872, México,
Fondo de Cultura Económica, 1972, p. 99; Vanderwood, Paul J., Los rurales mexicanos, cit., p.
38, y González y González, Luis, El indio en la era liberal, cit., pp. 355-357.
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42 Cfr. Cosío Villegas, Daniel, Historia Moderna de México, 10 vols., México, Hermes, 1955-
1972, vol. VII, El Porfiriato. La vida social (por Moisés González Navarro), p. 145.
43 Cfr. ibidem, pp. 529-530.
44 Cfr. El Universal, 9 de agosto de 1888, en Rojas Rabiela, Teresa (coord.), El indio en la
prensa nacional mexicana del siglo XIX: catálogo de noticias, 3 vols., México, Secretaría de Edu-
cación Pública, Cuadernos de La Casa Chata, 1987, vol. III, p. 167.
45 Cfr. El Universal, 3 de junio de 1896, en ibidem, p. 258.
46 Cfr. Lira, Andrés, “ Los indígenas y el nacionalismo mexicano” , cit., p. 33; Diario de los
Debates de la Cámara de Diputados. Decimotercera Legislatura Constitucional, t. III, p. 481 (26
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de noviembre de 1887), y Suárez Cortés, Blanca Estela, “ Las interpretaciones positivistas del pasado
y el presente (1880-1910)” , en García Mora, Carlos (coord.), La antropología en México. Panorama
histórico, 15 vols., México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1987, vol. II, pp. 13-77
(pp. 33-34).
47 El Monitor Republicano, 25 de agosto de 1891.
48 Cfr. Cosío Villegas, Daniel, Historia Moderna de México, vol. IV, El Porfiriato. La vida
política interior. Parte Segunda, cit., pp. 320-321. Tal vez venga al caso recordar las danzas de
los xtoles que, durante el carnaval de Mérida, recorrían las casas caracterizados con algunos ele-
mentos de la antigua indumentaria indígena, danzando y cantando en maya: de esta manera con-
tribuían al colorido y espectacularidad de las celebraciones de la capital yucateca, que presumía
de no verse superada en los carnavales sino por Venecia y Nueva Orleáns: cfr. ibidem, vol. VII,
El Porfiriato. La vida social (por Moisés González Navarro), cit., p. 708.
49 Cfr. Bulnes, Francisco, El verdadero Díaz y la Revolución, cit., p. 249.
50 Cfr. ibidem, p. 22.
51 Payno, Manuel, El hombre de la situación, México, Imp. de Juan Abadiano, Escalerillas
núm. 13, 1861, p. 150.
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52 Martínez Assad, Carlos, “ El gran poder de Dios en el origen de un mito” , en VV. AA.,
Las formas y las políticas del dominio agrario. Homenaje a François Chevalier, México, Univer-
sidad de Guadalajara-Universidad Nacional Autónoma de México, 1992, pp. 260-275 (p. 264).
53 Cfr. Reina, Leticia, y Velasco, Cuauhtémoc, “ Introducción” , en Reina, Leticia (coord.), La
reindianización de América, siglo XIX, cit., pp. 15-24 (p. 15); Reina Aoyama, Leticia, “ Etnicidad
y género entre los zapotecas del istmo de Tehuantepec, México, 1840-1890” , en ibidem, pp. 340-357
(p. 340), y Powell, T. G., El liberalismo y el campesinado en el centro de México (1850 a 1876),
cit., p. 22.
54 Cfr. Zea, Leopoldo, Del liberalismo a la Revolución en la educación mexicana, México,
Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1956, p. 136.
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55 Cfr. Bonfil Batalla, Guillermo, México profundo, cit., pp. 106-111 y 157.