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ROMANO GUARDINI

índice

Introducción: Renovación litúrgica, 7

Prólogo a la edición alemana, 51

Cap. I: La oración litúrgica, 61

Cap. II: La comunidad litúrgica, 94

Cap. III: El estilo litúrgico, 107

Cap. IV: El simbolismo litúrgico, 125

Cap. V: La liturgia como juego, 138

Cap. VI: La severa magestad de la litur


gia, 159

Cap. VII: De la primacía del Logos


sobre el Ethos, 181
Renacimiento Litúrgico
1

En 1918 publicaba Rom ano Gaardlnl » libro "El Espi­


rita de la Liturgia” (1). Título sugeridor 7 henchido de pro­
mesas. La ocasión n o podía ser de m is solemne trascen­
dencia 7 trágica recordación. En aquella fecha critica, de
angustias y quiebras morales, era com o un anta saludable
sobre los campos agostados con el horror del polvo j de
la sangre, com o un asidero para los espíritus, después de
una h ora de vendaval 7 de locura, com o una gran vos de
salvamento en la noche clam orosa del naufragio.
P or aquella fech a Alemania se retiraba de las trincheras
con la herida abierta de la derrota 7 con las altas torres
da sus ensueños Imperialistas abatidas. Sus hombres, roto*
y mutilados, regresaban con lo to en el eoratón 7 tierra en
los ojos, deseando olvidar el estrago do 1* contienda para
dedicarse a la re in sta u ra d lo de su hogar y de m templo.
Cualquiera llamada, prom etedora de nuevos caminos, te»
nía naturalmente que ser acogida, en aquella sazón, com o
un brote de esperanza. Por lógica reacción se produjo n o
cam bio brusco e Inesperado. Durante muchos afloa los bom*
bres se hablan preparado para su destrucción; se habian
parapetado en lo material, buscando sólo el predominio ce­
sáreo, la m anumisión de las gentes aledañas, la grandeza

(1) En ese mismo año ararcció en España una obra de idéntico


contenido y finalidad pedagógica: Valor educativo d t la Liturgia Ca­
tólica, del D r. Gomá. Barcelona, 1918.
erigida sobre terrenales cim ientos. Se había desertado de
las milicias de la religión 7 de la m etafísica para arénelo*
darse, con pagano propósito, en las tiendas de la Industria,
de la econom ía, de la religión positiva. Eso trajo com o reato
nna especie de atonía moral, on exceso de civilización, pro­
pia de los pueblos decadentes, una pérdida considerable del
sentido finalista de la vida.
Así sobrevino el atasco del espíritu, encallado en los
arrecifes de lo mundanal, con detrimento y posposición de
sos exigencias primarlas.
La gran guerra más que liquidación de un pleito de en­
contrados intereses nacionalistas o de rivalidades atávicas,
íué la liquidación de muchos años de sensualidad, de crisis
humanista, de pragmatismo esterilizador, de dislocación étl-
ca. El fracaso de una civilización, intoxicada de positivismo,
no podía ser más evidente. Urgía un virage brusco en aque­
lla ruta desenfrenada, para buscar nuevas posibilidades de
salvación, en aquella hora trágica de aturdimiento y estrago.
Bien claram ente lo decían aquellos soldados franceses
que, entre el fragor de las trinchetas, buscaban un rayo de
luz en la lectora refrigerante de “ L'Histcire d'une ame” y
de “ Le R écit d'une s c o r ”, libros que les hablaban o n len­
guaje nuevo, que tenían para ellos aromas alguna vez pre­
sentidos aunque no gustados, y les hacían renacer a una p o­
sible vida, oreada por los alisios de la fe. Las aspiraciones
babilónicas de una civilización que había cifrado sus desig­
nios en la consecución rápida y aparatosa de nna felicidad
B a ñ ista o roussoniana, que en definitiva sería lo mismo, se
desvanecían com o la pesadilla de un suene apocalíptico.
Pero era menester pagar el in t e r á usurarlo d e tantos años
de locura y de tantas deudas y prevaricaciones sin saldar.
Los que tuvieron ojos supieron ver la falla que la bar­
barie civilizada abría en la entraña misma de la cultura.
Ante la tragedia de la muerte surgió más imperiosa la afir­
m ación de la vida: y ante el estrago de las ruinas de lo
que los hombres habían erigido con idolatría, brotó la nos­
talgia desbordada de vuelos espirituales, y se desató o n ím -
peta, largamente contenido, de oración y de niego. Sólo la
refrigeración de las aguas bíblicas podían reverdecer en
próspera fecundidad tantas almas agostadas. Era preciso
zarpar la nave del espíritu en categorías supremas para te­
ner una razón, la única razón definitiva de vivir.
En este interesante m om ento psicológico aparece el libro
“ Der Geist der Liturgie”, de Rom ano GuardinJ, primero
de una serie con que había de m antener el fuego safrado,
durante la reedificación del templo espiritual en Alemania,
donde, si la reacción religiosa fuá m is viva y conquista*
dora, a raíz de la Guerra, era también más imperiosa y
necesaria.
£1 alm a francesa, afectiva y estética, reacciona con agi­
lidad a las llamadas del sentimiento religioso; prevarica
con frecuentes apostasias, pero n o opone obstinadas resis­
tencias a los asaltos de la Gracia.
El espíritu alemán, más especulativo y analítico y, en el
fondo, m ucho más atorm entado y profundo que el francés,
reclam a hondas evidencias y lentos procesos racionales an­
tes de entregarse; no se deja conquistar por sacudidas pu­
ramente emocionales ni por someras Impresiones, nerviosas
más que psíquicas. Busca a Dios por los caminos arriscados
de la razón más que por los floridos cármenes del senti­
m iento y de la afectividad, y por la razón despliega también
Dios su estrategia para conquistarle. Se fortifica primero de
seguridad dogm ática para dar después curso libre, pero re­
gularizado, a las expansiones de la emoción religiosa.
Parecía un Bueño quimérico hacer saltar la vena d e agua,
de la roca em bravecida por las inclemencias del sol y del aire,
durante tantos estíos, sin granazón espiritual, do sequía
racionalista.

El libro de Guardini, ágil y esquemático, pero lleno de


fragancia y de vida, opera el milagro. Las juventudes — y
esto filé lo más sintom ático y esperanzador — se apretaron
en ademán de defensa en torno del joven sacerdote, que
unía a la gracia latina la profundidad nórdica. Aquel libro
les hablaba, después de la prueba, de la posibilidad de nna
nueva vida y abría otras trayectorias a los afanes del es­
píritu. Un soplo evangélico, tembloroso de promesas, aireó
las almas en aquellos momentos de conturbación.
El Catolicismo volvía a proclamar la vigencia Inmarces-
cente de sus principios salvadores y a despertar en los hom ­
bres desatinados, Impelidos por el huracán de la soberbia,
la noción de la fraternidad humana, de la convivencia es­
piritual. Toda la ternura acogedora y curativa de la “ Sancta
Mater EceJesla” se les ofrecía sin reservas, en toda su ple­
nitud intacta, después de aquella torm enta de lato y de
sangre. Sólo la caridad, el am or cristiano, podían reanudar
tantos víncolos rotos, tantas normas conculcadas, tantos
estragos producidos por el desorden del amor, es decir, por
el im perio del egoísmo. Así es com o el espíritu volvió a recla­
m ar su primacía, falseada por las fluctuaciones de la filo­
sofía neokantlana y subvertida por la m arejada de la p o­
sitivista.
Era la hora propicia, a punto de madurez, para nn ge­
neroso renacim iento espiritual. Era preciso obtener el m á­
xim o rendimiento, de aquella disposición de las almas, con
las cicatrices de la prueba abiertas y estigmatizadas con los
cansinas del infortunio, qoe se aprestaban a entrar por los
cam inos de Dios, para bascar nna base eterna a sus anhe­
los de nueva vida. ¿C óm o?
Guardlni tuvo un m om ento de intuición admirable. V14
en las almas una voluntad decidida de comprender y, en
vez de vagas especulaciones o teorías dilatorias, propuso el
remedio eflcaz, urgente, de signo contrario al morbo genera­
dor de tantos estragos: el Renacimiento Litúrgico para pro­
vocar la reviviscencia de] espíritu y activar la circulación
de la vida cristiana.
Esto pudo parecer sorprendente a quienes de la Liturgia
tenían sólo un concepto superficial y estético, a los que en
I N T ü b D U C C I O N

ella velan sólo una serle de prácticas rituales, ceremonias,


teatral tamo, prescripciones nimias, pero sin contenido vital,
sin trascendencia religiosa.
¥ ahí estaba el error. Pero bastó que la m ano experta de
Guardini fuese apartando la sombra, con sabldoria de ar­
tista, y mostrando la maravilla arquitectónica del espirita
de la Liturgia, es decir, de toda la intimidad colectiva de
la vida cristiana, de on noevo orden orgánico de vida, para
aae las almas, ávidas de consistencia, reaccionasen con Ins­
tintivo impulso.
Guardini realiza ana obra apologética de pensador, de
sociólogo, de apóstol y de artista, al Intentar la actualiza­
ción de la Liturgia, al querer reanudar la continuidad b io­
lógica con los primeros siglos litúrgicos, sorprender el m a­
nantial en el recinto santificado de las Catacumbas, donde
anarecen los primeros brotes floridos de la perfecta com u­
nidad cristiana, de la verdadera vida litúrgica que es pre­
c i o reinstaurar, en aqaella madrugada gotosa del Cristia­
nismo, qae aún conserva bus ancestrales perfumes de santi­
dad y de ternura inacabada, hasta ¡legar después a las cul­
m inaciones del esplendor cultural en los siglos X II y XfTI,
con la maravilla de sos catedrales, que no son más que flo­
ración litúrgica de ana p ojan te y desbordada vida cristiana.

Guardini esquematizó, por decirlo así, la m etafísica de


la Liturgia. La Iglesia es esencialmente vida litúrgica; pero
las mudanzas y preferencias de los tiempos habían Ido dan­
d o a la preterición machas cosas esenciales que era preciso
rehabilitar. Las toxinas del individualismo habían puesto
sa estrago tam bién en el evangélico concepto tradicional
de la fam ilia cristiana, de la colectividad de los hijos de
Dios, de la Comunión de los Santos. De ahí provenía la dis­
gregación, la pérdida del cohesivo funcionam iento de la au­
téntica vida cristiana. Era preciso remozar los principios
elementales, generadores de vida, proponer a todas las fren­
tes el retorno a un género de vida que se babía dejado en
lamentable postergación, e invitarles a apretar de nuevo los
vínculos de la fraternidad verdadera, para constituir las
grandes agremiaciones cristianas, la grao rom anidad de los
miembros de Cristo, que habían de estar nnidos, com o el
sarmiento a la vid, a la Sania Madre Iglesia, recibir el
riego circulatorio de sus zumos mUticos, y permanecer In­
jertados en Cristo, buscando en ¿1 su cohesión 7 su inte­
gración.
Es decir, que era preciso, 7 quizá en m a 7 or medida que
nunca por haber sido mayores los asolamientos del Indi­
vidualismo, el retom o a la vida litúrgica, com o siempre,
con maternal insistencia, proclamó la Iglesia. Pero babía
que repetir a las gentes, hasta entonces sordas y distraídas,
algo que tenían olvidado: había que decirles lo que era el
ideal de la Liturgia, de la vida litúrgica, renovar el sentido
de la comunidad cristiana. Desde el Renacim iento se fue
retirando azorada la Litnrgia a los poéticos recintos de loa
monasterios benedictinos, a las soledades claustrales de las
abadías. Fuera de ellos quedaba de ella com o una sombra,
com o un artificio, com o el recuerdo arcaico de ana bella
basílica en ruinas. A lo samo se le concedía on valor deco­
rativo, de erudición o de m otivo ornamental para refinados
catadores. El esfuerzo sabio de operarlos perseverantes, la
había convertido en una ram a interesantísima de la cul­
tura. La Liturgia Interesaba com o fenóm eno histórico a los
eruditos, 7 oom o m anifestación de pompa, de suntuosidad,
de artllugtco esplendor a los ojos, velados de prejuicios 7
de Ignorancias, de los distraídos 7 arrastrado! por la c o ­
rriente anónim a de los afanes 7 precipitaciones cotidianas»
Pero la Liturgia es m ucho w i » que eso: ea ante todo, de­
be ser, un fenóm eno vital, nna concreción orgánica, nna
perenne y actuante form a de vida. Urgía, por lo tanto, li­
bertarla de su forzoso retraimiento, mundanizarla, si cabe
la frase, renovarla para que a todas las almas llegara la
fertilización de su riego generoso, 7 demostrar eip erim en -
talmente “ que la Liturgia Católica — com o escribía Dora
Fcstuglére — «s la agrupación más sabia y más densa de
todo valor humano, puesto al servicio no sólo de la Santa
Iglesia, sino de la misma fuerza de Dios, que en la Liturgia
se esconde para producir la maravilla de la deificación de
los hombres, y es, por consiguiente, de tan alto valor edu­
cativo que puede con razón decirse de ella que ha recogido
el mayor número de partes esenciales y, ciertamente, la parte
más “ sagrada” de la misión de Cristo (1).
Ese fu e el acierto y el triunfo de Guardini. Saber llegar
a las almas, mostrándoles la Interior hermosura, la diná­
m ica Inexhaurible, la proliferación fecunda de la Liturgia,
para lograr la restauración del sentido cristiano de la vida,
qne se había Ido disociando en peligrosas desviaciones. Y
las almas, tan necesitadas de nutrimento, supieron com ­
prender la potencialidad 7 las reservas que la Santa Iglesia
Católica atesoraba 7 les ofrecía, en la hora de la prueba, con
pródigo desbordamiento de m aternidad: sólo por los cam i­
nos providentes que ella asignaba a los afanes hnmanos era
posible la reintegración de la vida a sus altos destinos. De
ahí aquella magnífica polarización de las almas hacia el cam ­
p o de la Liturgia, aquella nostalgia de lo eterno qne, ante la
tremenda derrota de lo temporal, se despertó en las juventu­
des alemanas de la post-guerra.

IV

Y era lógico que asi fuese. Se había llegado a un cruce


de dis7 antivas pavorosas 7 nrgía una decisión radical.
El espíritu alemán estaba autointoxicado de subjetivis­
m o : había convertido la m etafísica en psicología, y no acer­
taba a quebrar las ligaduras del empirismo tiránico en que
se habia clausurado. Se había h echo de las ciencias 7 de
las cosas, fines en sí: la química, la estrategia militar, la filo-

(l) Qu'esí-ce que la Ltlvrgíe, pág. 29.


s o fú , las artes pedagógicas e industriales eran metas su­
premas de las aspiraciones humanas. Se tendía a m ecani­
zarlo todo, a reducirlo todo a fórmulas concretas de utilidad
práctica. Era el triunfo procaz del nataralismo Infiltrado,
com o an a sierpe cautelosa, en todas las actividades del ser.
Era la paganixación integral de la vida com o corolario te­
rrible de aquella deserción, reiterada y contornas, de lo d i­
vino.
El espíritu agonizaba así atrofiado bajo la pesadumbre
de aquel colosalism o m ecánico: sentía hartura de si mis­
m o, el tedio infinito de sus propias consecuciones, la neu­
rosis invasora producida por el veneno difuso de una litera­
tura paregórica y una filosofía egoísta. Era menester ana
llam ada trágica. Sólo asi podía estimularse la voluntad de
regeneración. Y la guerra fue una tremenda poda bíblica.
Las gentes comenzaron a ver, ante el derrumbe de sus ¡d o­
lí» , y surgió c u n o on general anhelo de querer salir de la
cautividad de sí mismos. Entonces comienaa a amanecer
para ellas el día de la salud.
A su regreso del cautiverio, caando aún el aire estaba
conm ovido de llantos y de trenos, la Liturgia se les ofrece
oom o un remedio supremo para rehacer sus vidas y poner
concierto en la anarquía de sus aspiraciones y de su sen­
sibilidad desarticulada y rota.
Y es de notar que la Liturgia se ofreció com o nna pro­
mesa cargada de virtualidades, n o sólo a los que vivían en
apartamiento y ceguera de Dios, sino también a los cató­
licos, que se habían ido desplazando de sus posiciones se­
culares y olvidado que n o podemos Jamás desenraizamos
del suelo germ lnatorio de la tradición — com o dice Mari­
tata—, ni aún, cuando más pretendemos renovarnos ( 1 ).

(i) “ II eonvienl done — sigue diciendo el insigne pensador— , d'aller


chcrcher asseí loin dans ie passe les racines ct la premiare vertu ger-
iDÍnative des idees qui gouvcrnenl le monde aujourdhui. C’es-t au mo-
rnent ou une idee sort de iérre, oü elle est loute gonflée d’avenir,
qu’elle est le plus inlércssanlc pour nous, et que nous pouvons le
tnieux saisir sa plus authentique signification'1. Troi$ Reforntalenrs,
págs. 3 y 4, F aris, 1931.
Las católicos — escribe certeramente R. d’Harcourt (1) —
se habían desviado de su trayectoria y, por ana serie Inve­
terada e Insensible de extravíos, la Iglesia era por ellos mal
comprendida. So sentido vivificante estaba ocluido para la
m ayoria de los católicos. Vivían — dice Guardini — dentro
de la Iglesia, pero no "vivían la Iglesia’'. Por eso la Liturgia
hubo de aparecérseles cual algo tan Insólito y nuevo com o
a los n o creyentes. Tenían que empezar a aprenderlo todo, a
tom ar nn cam ino p oco transitado. Y ese fu é el gran aconte­
cim iento que se anunció com o nna resurrección, entre vivas
explosiones de júbilo y on revuelo de esperanzas primavera­
les, por la proclamación de aquella “ buena nueva” . ¡La
Iglesia comenzaba a despertarse de noevo en las almas!
Ahora bien: ¿en qué form a se les descnbrió aquella
mansión recién hallada? Aqnella no era, ciertamente, la
casa poco aotes, en el siglo X V III o X IX , por los hombres
habitada, no. No era la mansión de ayer. Aquella era la an­
tigua casa solariega. Era preciso vencer o n cúmulo de re­
sistencias y rutinas consuetudinarias que habían cegado
sucesivamente tantos surtidores de energía. Lo qne se in ­
tentaba era nada menos qne remontar el pasado y recon­
quistar la Iglesia de siempre, y dar con su espíritu, por
tanto tiempo recatado. La Iglesia — continúa escribiendo
R. d'Harcourt — se había convertido para muchos fíeles en
on a burocracia, en ana adm inistración o ministerio de lo
espiritual. El tremendo peligro de esclerosis, que por ese ca ­
m ino acechaba a la íe de las muchedumbres, ha sido d e­
nunciado en térm inos explícitos y acusadores por uno de
los más autorizados historiógrafos modernos del Catolicis­
m o alemán, que es quien ha delatado también la oblitera­
ción paulatina y profunda del sentido de) “ Corpus Mysll-
co m ” que es la Iglesia, entre la masa de los católicos: “ La
generalidad de los creyentes — escribe — no ve la Iglesia
más que en su aspecto externo, en su estructura empírica

(i) Vid. Introducción a la traducción francesa de la obra de


Guardini. Parts, 1930.
y pastoral, en la jerarquía de los papas, obispos y clérigos.
Eso constituye para ellos sa esencia: sos ojos n o alcanzan
más. La Iglesia no es para ellos la esfera misma, el am ­
biente cálido de su propia vida, sino un establecimiento o
dispensario en el cual se administran y conceden, cuando
es menester, determinados auxilios. Y esto proviene de que
la Iglesia se les ofrece com o algo puramente exterior, com o
algo forzado e impuesto que se siente con rigidez y a dis­
gusto en sus decretos y ordenaciones."
La Iglesia quedaba asi desmedulada; era para ellos sólo
una Institución oficial. Contra esta concepción esterna y
ritualista del culto y de la jerarquía, se irguió pujante y
reactivamente decisivo el m agnífico renacimiento litúrgico
de la post-gnerra. Las almas recobraron sn sentido ancestral
y luminoso. La Santa Madre Iglesia volvió a ser com pren­
dida y a abrir su amoroso regazo a todos los peregrinos de
lo eterno, a través de estas hondonadas de lo transitorio.
La Iglesia Santa volvió a ser lo que es por Institución y
esencia; n o una organización tupida de redes burocráticas
con merma y deterioro de sus ñnalidades salvadoras, sino
un organismo viviente, el verdadero cuerpo místico de Jesu­
cristo, fertilizado por el riego de su gracia y de su sangre.
Con esta restauración del sentido de lo litúrgico, detur-
bádo, ptoscrito o m ezclado con seculares amalgamas, tena*
ció vigorosa la conciencia católica: se apretaron los lazos de
la disciplina cristiana y se renovó el sentimiento profundo y
tradicional de lo que era m orar en la Iglesia, vivir la Iglesia y
sentir con la Iglesia. La fraternidad, resentida por la anar­
quía del individualismo pletlsta, volvía a recobrar su sobera­
nía sobre todas las invenciones sociológicas y sistemas fra­
casados que los hombres, dando al olvido el Evangelio, habían
fraguado para sostener el edificio artificioso de las relacio­
nes humanas en una convivencia naturalista, en una agre­
m iación roussonlana y gregaria. Ante el fracaso de tantas
teorías y tantos esfuerzos desesperados para eliminar de la
vida lo sobrenatural, la verdadera Iglesia conservaba su vita­
lidad perenne y su capacidad para recoger todas las palpita-
ciones humanas e Insertar al individuo, perdido en la masa
am orfa de una com unidad sin trabazón interna, en un siste­
ma orgánico de vida. Ante la gran mentira de todas las de­
mocracias, sólo quedaba en pie la gran dem ocracia cristiana,
de la com unión de todos los creyentes, partícipes de un m is­
m o cuerpo, de nna m ism a sangre, de nnos mismos Sacra­
mentos 7 de un mism o Altar, en la cual el que manda es co ­
m o el que sirve, y el m ayor es com o su hermano menor, y to ­
dos han de vivir en c u id a d perfecta y espíritu unánime de
oración, bajo la benignidad am orosa del Padre común que
está en los cielos, lo mism o en la intimidad del Templo, casa
paterna de la feligresía creyente, que entre el ruido de las
calles y ios afanes cotidianos del vivir.
Así se inicia este gran periodo de convalecencia católica,
esta "prim avera litúrgica", com o la llama Guardini, después
de la noche caliginosa de soltura moral, de libertinaje indi­
vidualista y disolución ideológica que el Renacim iento y la
fieform a introdujeron en todas las m anifestaciones de la
vida, llegando el contagio al huerto cen a d o de la Iglesia.
La renovación del auténtico sentido tradicional de la Li­
turgia estimuló a los creyentes y puso en ellos conocimiento
de amor. El cristiano ya n o es uu átom o perdido, un frag­
mento aislado, ni la Iglesia una gran institución cancilleres­
ca, sin el soplo suave del Espíritu. Al restablecerse la arm o­
nía atávica entre el culto y el pueblo, se reanuda también
la gran solidaridad de todos lo s hermanos en la fe ; se sien­
ten a nna misma mesa Dios y el hombre, para constituir la
unión moral, la sociedad teologal, apretada por el aglutinante
divino del amor. Con ello la Iglesia recupera su plenitud
ecuménica y todo católico vuelve a ser realmente ciudadano
de la B om a universal.

El movimiento litúrgico fu ¿ para m uchos com o una reve­


lación. Surgió entonces una poderosa corriente de simpatía

— l 7. —
hacia la Iglesia y empezó a comprenderse de nuevo la armonía
y la grandeza de su culto, de su autoridad docente, de su je ­
rarquía y de sus profundidades dogmáticas. Como esta reno­
vación de lo litúrgico era integral y n o se paraba en las m a­
nifestaciones culturales externas, sino que se apoyaba en la
piedra angular de la fe y del dogma, se eludió todo peligro
de que degenerase en efím eras floraciones sentimentales. “ El
renacim iento litúrgico — esc:ibia el Dr. Mayer, profesor do
Teología de la Universidad de Freising — ha revelado a los
laicos la esencia misma de la Iglesia, que no radica cierta­
mente n i en el carácter jurídico, ni en el estado eclesiástico,
n i en la predicación de la moral, n i en el sencillo anuncio
del Evangelio o la enseñanza del Dogma, sino en la vida sa­
cram ental litúrgica, en la celebración de los misterios del
c u lto" <1). Así h a podido decir Guardini, con razón, que la
Liturgia está toda entretejida de Dogm a y se fundamenta
básicamente sobre Ja verdad teológica.
Por eso la renovación litúrgica tal com o la proclamaba
Guardini, y la proclam aron siempre la Iglesia, contra las
corroptelas particularistas, y los sabios m onjes benedictinos,
celosos depositarios del alm a de la litu rg ia , significaba s o
sólo el retorno a la Iglesia tradicional, sino la derrota de la
piedad sin jugo, de la religiosidad devocionera, del catolicis­
m o individualista, que había introducido la disgregación ató­
mica en el reino de Cristo y que era preciso invalidar por la
socialización profunda del sentimiento religioso, por la con­
ciencia de la perfecta vida colectiva y el sentido de la ani­
dad cristiana, de la unidad biológica y orgánica que es esen­
cial en el concepto de Iglesia y en la razón d e ser miembros
anim ados de bu cuerpo místico.
Así se derrocaba la falsa equivalencia, la perniciosa sino­
nim ia establecida entre Liturgia y ritualismo, ceremonlalis-
mo, pom pa y cultual, bajo cuyas pomposas frondosidades no
circulaba, fresca y renovadora, la sanare arterial de la vida

(i) Vid. «1 ensayo Liturgic ct vie laique, 1927, publicado en


Wiederbcgcgnung von K irche un i Kttllur in Deutsehland. Cit. por
R. d'H arcourt.
cristiana. Ya n o es la Litnrgia — se lamentaba entre nos­
otros el D octor Gom á en 191B — verdad, ley, ascesis, form a
social obligatoria del coito a Dios, medio poderoso de perfec­
ción personal y colectiva, sino espectáculo, joego, pasatiem­
po, estimulo de vida emocional. No es religión, sino religio­
sidad; n o es sentimiento, sino sentimentalismo; n o es iitor-
gia, sino estetismo, biandenguería cultual ( 1 ).
Por una sucesiva pérdida del sentido de lo litúrgico, se
babia generalizado la falsa estimación, aún no desarraigada
entre m uchos católicos, de que la Liturgia se reducía a una
serie de prescripciones, de rúbricas minuciosas, de ritos Inte­
resantes, pero inanes. Se le concedía nna cierta eficacia de
atracción sentimental o atencional sobre las mucbedumbies,
pero escasa o ninguna trascendencia vital. I con ello se ol­
vidaba qne la Liturgia es esencialmente m anifestación de
vida, debe ser la exteriorización espléndida y granada de sen­
tido y de expresión, de tod a la desbordante Intimidad de la
vida cristiana, ya que n o hay religión, ni verdadera n i falsa
— com o decía San Agustín (2) — sin consorcio ni oso de sig­
nos o sacramentos sensibles. Como no hay, n o puede haber
Liturgia, si le falta el soporte de la vida interior, si no es la
form a concreta y sensible del espíritu religioso de la com u­
nidad do los hijos de Dios.
Por eso la Liturgia es teocéntrica: Cristo Jesús es el foco
de gravitación de las almas. El hom bre es on compuesto de
cuerpo y de alma. SI fuera sólo espirita podría remontarse
hasta Dios, anulando las distancias espaciales: n o necesita­
ría, en la actual econom ía humana, de form as sensibles, del
coito qoe es el acto externo de religión, sincrónico del acto
paramente interno. Pero com o el hom bre está asido a la tie­
rra y lleva en sí la amalgama del limo terrestre, está también
Bometido a las servidumbres de la materia, y Uene que som e­
terla a so ves y hacerla cooperar al acto de adoración a
Dios. Los filósofos discuten largamente acerca de la inter­

(i) Valor educativo de la Liturgia Católica, págs. 520, 21. Ed. cit.
(a) Contra Paust. X IX , II.
vención de los sentidos en la m ecánica com plicada del pen­
samiento. Lo que n o cabe discutir es que, desde el p on to de
vista de la Religión, n o se puede prescindir de los sentidos,
ya que la Religión, que es vinculo entre el hom bre y Dios,
abarca a aquel integralmente, com o él es, cuerpo y espí­
ritu ( 1 ).
£1 rito es el lenguaje religioso de los pueblos — dice G o­
ma— ; U ) la externa resonancia de los latidos del alma co ­
lectiva en su trato con Dios.
L a Liturgia, podrem os y a afirmar sin titubeos, es el Dog­
m a en acción ; es la form a adecuada de vida de la com u­
nidad cristiana en ejercicio; es fo n d ó n profundam ente vi­
tal, sokdarización d e los individuos, componentes del orga­
nismo místico. Pero, además, la Liturgia es servicio social. "Es
el oücio público para el pueblo’' dice el P. Wernz O ) y por
lo tanto, tam bién fu n d ó n social y hum ana en alto grado. Es
decir, que n o pnede ser sólo — com o superficialmente afir­
m an quienes tratan de restarle trascendencia — expresión
del culto público de la Iglesia, sino también vehículo de la
vida divina de los hom bres y trasmisión de la vida cristiana
a las alturas de D ios: atadura de la Sania Iglesia con Dios,
por la in corp ora d ón de aquella al sacerdocio y a la vida
divina de Cristo. La Liturgia es com o o n signo sagrado y vi­
sible de nuestra Keligion — dice San Agustín (4) — que tra­
duce lo qoe hay en ella de espiritual e Invisible para, de
•eto- m odo, en el sentido, llevar hasta el fondo
del espirito la vida de Dios q o e en él se encierra. En la Regla

(1) “ D e toul lemps, en tout pays, les rcligions onl un cuite. Toul
culle suppose un temple, seul lieu oú la comrnunauté croyantc puiss»
se reunir pour rendre un hommage public á la U ivinité. Toul temple,
ou se celebre 1c culle a des cerémonies, une Jicurgie. L a Liturgie
a pour bul de donner au cuite une forme concréte, d'arriver au co u r,
a lam e, par les yeux, les oreilles, par toul ce qui peut éveiller, ammer,
exciter la piété des loules assemblees comme du fidéle isolé".
A bbé A . Sicard, L 'A m e de la Ltturgit, págs. x y a. París, 191S.
(2) Obr. ciL pág. 3a.
<3) Jus Admuiutrationis E c c lts ie Catholica, pág. 1.
(4) D e Civ. D ei, Lib. X , c. 5.
de San Benito la Liturgia es “ OffleinTT Bervttutis Ecclesla*.
“ Antiguamente la Liturgia — dice Dom Festoeiére (1) —
arregló para su aso los retiros de las Catacumbas y cons­
truyó las basílicas; en otros tiem pos y balo otros cielos le­
vantó nuestras Ielestas abaciales románicas y nuestras cate­
drales góticas. Ella con trajo profunda alianza con el arte de
nuestros padres". La Liturgia es — según Dom Beaodain (2)
— la teología del pueblo; vulgariza el Dogma, haciéndole pa­
sar al espíritu, al corazón, al alma de los fieles con su arto
pedagógico consamado.
La Liturgia brota del h ech o de la Comunidad viviente
religiosa, que es producto de la aportación regulada de las
energías Individuales. SI en todas, m ucho más en la sociedad
litúrgica se requiere la sabia coordinación del sentimiento
colectivo, de las em ociones e Iniciativas individuales, de los
anhelos, fervores y simpatías personales para hacer crista­
lizar toda esa superabundancia espiritual en la “ oración co­
lectiva", en la plegarla unánime. Integrada por voces Innu­
merables, de la Santa Iglesia, M adre com ún de los aue en
ella viven. Por eso la prim era condición que la Liturgia Im­
pone es la renuncia generosa a los propias expansiones, que
no encajen dentro de la reglam entación com ún; es el some­
tim iento de toda tendencia antropocéntrica, de toda Insur-
gencia egoísta, del mandarlnismo instintivo de la autonomía
de nuestros sentidos. En la vida litúrgica no hay “ yo” —
d ice Guardini — sino sólo " noso tros". Los individuos en «Ha
n o son meros agregados o sumas numéricas, ata O miembro*
vivos unidos a un tronco com ún. El Individuo se ordena a la
com unidad litúrgica y se somete a sn disciplina, n o p a n anu­
larse anónimamente, sino para reportar de ella energía, y en ­
trar en el torrente de la vida divina que circula por el cuerpo
místico de la Iglesia. Ello supone, com o base primordial, el
espíritu de sacrificio, la negación de tod a finalidad utilita­
ria. La trascendencia enorm e de la Liturgia está en que fa -

M La Liturgie Catholiqve, pág. 14. Cil. por Gom i.


(2) La P iété de fE g litc, pág. 93. Ib.
vorece el ejercicio de esa pora actividad, qne es la suprema
en el hom bre, de rendir adoración al Dios qoe creó las vidas
y las almas, y de "vivir” , qne es el hecho decisivo, unidos a
Cristo, Cabesa d e este organism o animado qoe es la Iglesia.
Si fuéram os individuos aislados, no tendría razón de ser
la Liturgia: pero constituimos la gran fam ilia cristiana, y
hemos de vivir colectivam ente la vida de Cristo.
Claro es qne todo esto n o atrofia, n i m ncbo menos, la vida
Individual; m ás bien la enriquece, la estimóla y canaliza por
los seguros cauces de Dios. Cnanto más Intensa sea la vida co­
lectiva cristiana, más profunda será la vida Individual y priva­
da. "T od a oración— dice Msr, Kerkhofs (1 )—que Implique una
com unicación con Dios, es decir, la oración pública y la ora­
ción privada, pueden en realidad compararse a ana audien­
cia privada o pública. Ante Dios, n o difiere nna y otra de lo
que difieren ante la consideración de los hombrea” . "L a ora­
ción privada en lo secreto se traeca de sayo — dice el P. Ser-
lillanges ( 2 ) — en cosa común, por virtud de la unidad es­
piritual que nos liga. T , por otra parte, la oración colectiva
retiene todo lo esencia] de la privada, porque Dios nos ve a
cada uno de nosotros, concretamente, tal y com o somos, a
la vez que contem pla la com unidad de todos los creyentes,
apretados en nnldad, a despecho de las dispersiones que la
vida cotidiana im plica” .
No pues, e l peligro, potenciado por los esclavos de
su uiíseia subjetividad piadosa, de qne la Liturgia devore y
ab so rvA , anulándola, la vida privada de oración, las eleva­
ciones contem plativas del individuo, la pura actividad per­
sonal <3). Lo que hace es someter al individuo a disciplina, a

(i) P riire Uturgique et priírc firivée en el vol. Pridre L\lurtjú¡ue


et V ie Chrétienne, pág. I2Q. Cours et Conférenees des Semaints li-
turgiques. Tome X . Namur, 1932.
(a) La P ríire, pág. 135. A r t Cotholique, 1917. Ib.
(3) Véase el documentado y bello ensayo de Rodolpbe Hoornacrl,
Liturgia et Coniemptalicn, en el que expone las relaciones y armo­
nías entre ambas existente. Eludes Carmélitaiius, Mystiques et Mis-
sionnoires, A bril 193a.
ordenam iento: canalizar las dos corrientes poderosas de la
vida privada y colectiva, 7 hacerlas desembocar en el océano
de Dios, de donde afluyen, transformadas en agua de gradas,
para alim entar 7 sostener la unidad del individuo con la
colectividad cristiana, a la que vive íntimamente asido por los
vínculos hereditarios del am or de Cristo.
El P. Mersch h a analizado agudamente la bella fórm ula
citada del P. Sertlllanges; “ La Prlére dans le secret est d e ji
ehose oom m one en ralsson de l’unit¿ splrltuelle qui noos lie” ,
fundado en la doctrina admirable del cuerpo místico, de la
unión vital existente entre los cristianos con sn divino Maes­
tro 7 de los mismos entre si, 7 concluye con estas categóri­
cas palabras: "N o existen oraciones cristianas aisladas; pues
en ese caso dejarían de ser cristianas. Un cristiano n o lo es
ni puede obrar en cristiano, sino sólo en virtud de las liga­
duras que le unen a todos sus hermanos en la fe y a Jesucris­
to. Su oración, por consiguiente, es nniversal, católica, públi­
ca, unida a todas las demás plegarias cristianas, por el prin­
cipio que la anim a 7 la convierte en oración cristiana” ( 1 ).
Pero nótese bien que n o h ay en ello m ixtificación alguna,
que no se trata de reducir la oración particular a la oración
colectiva, sino sólo de elevar a aquella de categoría, de in­
sertarla en un sistema orgánico de vida, en el que se arm o­
nizan, se refuerzan 7 se enriqaecen de sentido 7 trascenden­
cia todas las actividades del Individuo, concurrentes a la
• cons ecución d e una finalid ad suprema. Las frases del F,
M ersch n o suponen, entiéndase bien, la anuladón de fa p le­
garia Individual, com o podría deducir con floja lógica algún
espíritu quisquilloso 7 asustadizo por la flaqueza dogmática
de su fe 7 la cortedad de su teología, sdno que quieren decir
sólo cóm o la oración privada, en virtud de] principio univer­
sal de am or que la influye, sin dejar de serlo, adquiere el
rango de plegaria cristiana y universal, porque cualquiera
movimiento o vibración de la m ás ínfim a parte .0 miembro

(1) P riére du ehrítien, P riire des membres en la Nouvelle Revue


Thcologique, pág. 104. Feb. 1931.
del cuerpo pertenece a la totalidad orgánica del mismo (1 ).
Bien sabido es qoe si la oración cristiana tiende por impulso
nativo a unirse con la oración de Cristo, de la cual recibe efi­
ciencia, com o la vida cristiana tiende a la unificación moral
con Cristo para justificar las palabras admirables del Após­
tol; y si la Liturgia no admite la bifurcación de la plegaria
pública y privada en direcciones divergentes, sino qne las
h ace brotar de nn mismo manantial para, después de seguir
sn corso propio, hacerla confluir en o n mismo centro, m o­
cho menos admite que dejen de ser distintas, qoe se paedan
Invertir arbitrariamente o suprimir cualquiera de ellas.
El m ism o Evangelio — dice el Obispo d e Lleja, K erk-
h ofs (2) — qoe nos m anda pedir al Padre com ún en la so­
ledad de nuestro retiro, “ clausso hostlo" (3), nos dice también
que “ donde quiera haya dos o tres reunidos en m i nom bre
allí estoy Y o en m edio de ellos” (4). Por eso se precave sa­
biamente la Liturgia con tra todo exclusivismo, y procara
la consonancia fecunda de la vida y de la oración cristiana,

(1) E l P . H crw egen expone concretamente cómo la Liturgia


es pública, no sólo en cuanto hace referencia a la totalidad, sino tam-
bien cuando eleva e1 rango de la oración particular, pues dentro de
la Iglesia las plegarias individuales se truecan en Liturgia, situán­
dose asi sobre un fundamento objetivo y rebasando la limitación y
contingencias de lo meramente individual. A hí radica su grandeza y
eficaeia. Toda la Creación, ?n la Liturgia, es coro de alabanza al
Criador y lo particular, reflejo de todo el Caím os.
“ D ic Liturgie der K irehe — dice textualmente — Lst abtr offent-
lich nicht bloss in dem antiken Sinne, dass sie nur das Ganze Berück-
ziehligt, sie erhebt und verklarl vielmehr auch das G ebtl des ein-
zelncn. Auch das Gebet der Einzelseele wird in ihr zur Liturgie...
Da* Gebet des «inzelnen w ird aber durch die Liturgie au! ein objek-
tives Fundament gestellt, auf «in groases, überpensónllches Zjel
gcrichiet, übcr die F.ngc und Zuíálligkeiten des Individuellen hinaus-
gehoben. D ie ganzc Schoptung lohl in der Liturgie den Schopíer,
der cinzelne spicgelt i:i sich das Universum ".
introducción al Espíritu de ta Liturgia, de R. Guardini, como se
verá más adelante.
(2) Vid . P ritre T-iturqique et Vie Chretiinne, pág. 131.
(3) Ev. S. M alh. 6, 6.
(4) Ib., 18, 20.
pública y privada, determ inando con precisión su rango y
la jerarquía de su valor específico, pero haciéndolas servir a
la arm onía funcional del individuo, en so doble condición de
ser individual y social; de ese m odo es com o qneda encoa­
drado dentro del orden cósm ico que com prende a toda crta-
tura, "O rdo dutlt ad Deum °, dice 8 . Agustín.

VI
El edificio de la Liturgia descansa sobre el fundam ento ob­
jetivo de la verdad dogm ática. Sin dogm a no h ay Liturgia.
No es practicism o sentimental aunque, en parte, a eso lo
hayan reducido las corruptelas contemporáneas, y de ahí ese
catolicismo epidérmico, desatomizado, sin fuerza colectiva,
q oe impera con fácil y extenso dominio en muchas almas»
por ansencla del vigoroso sentido litúrgico de la vida cristia­
na (1). No sólo faltaba el sentimiento vincular de familia,
de congregación cristiana unida por la comunidad de ideas y
fines, sino también el sentido vital profundamente dogm ático
de la Liturgia Católica (2). De ahi el enorme Interés que
despertó esta nueva m anifestación m etafísica de lo litúr­
gico, que Guardlni trató de instaurar sobre los pilares más
sólidos y esenciales de la idea de Cristianismo. Sólo por una
falsa concepción de la Liturgia h a podido decir Mauclalr la
torpe frase de que el “ Cristianismo es un vasto error senti­
m ental” .
El Protestantismo quiso fundar convenclonalm enie la

(1) "Separar la idea de la acción y reducir la vida cristiana al


automatismo de unas prácticas rituales — dice el D r. Goma— . que
no se comprenden, es mutilar la acción cortando el mido ñor donde
recibe la savia; es hacer de la Religión una (unción somática". Obr.
cit„ pág. lis .
(2) I^ase con atención el profundo y bello capitulo en que Cuar-
dini trata de la supremacía del Latios sobre el F.lhos. para ver cómo
sm verdad no hay Liturgia y cómo el sentimentalismo, por consi­
guiente, es su más solapado enemigo.
“ religión del espirito” , falseando nna frase bíblica, sin coito,
m símbolos, ni Lllnrgia, ni m anifestaciones externos, y ehl
está el resaltado de su fracaso, de sn fa lta de Intimidad, de
so gelidez, de su ausencia de hum ana sim patía: quiso subli­
m ar la autonom ía espiritual y segó las raíces de la piedad
pública, atrofió la em oción popular, el sentido intim o de fa ­
miliaridad cristiana, atosigada por el exceso de egocentrismo.
"R educir la Religión a lo puramente espiritual, es relegarla
a la región de los astros” , h a dicho o n Insigne apologista ( 1 ).
La Liturgia es, pues, on a gran síntesis doctrinal e histó­
rica. Utiliza toda contribnelón o factor humanos para ejer­
citar y perfeccionar al hom bre en fu n d ón de las cosas de
Dios (2). A la vez que proscribe el automatismo cultual,
porque ella es corriente de vida, postula los gTandes con­
ceptos de jerarquía, anidad y orden, de donde dimanan su
profunda trabazón disciplinar, so lógica inflexible, su peren­
nidad metafísica. Por ser no sólo rito sino función social li­
berta al individuo de su antropocentrism o renacentista, de
sn protestante y kantiana soledad subjetiva; y por ser fu n ­
d ó n Individual, inserta en un m undo arm ónico de actlvida*
des, se sustrae para su salvación del pelagianismo rousso-
--- •'•"'•‘"■
wrmf!
0 ) Moussard, Apolorjie du cuite catholiqw, pStr. 6. " E n la me­
cánica y estética del cuerpo humano, cu lo que 1a Bta. A ngela de Fo-
ligno llamaba " la oración del cuerpo, los labios que oran, el pecho
que suspira, <1 roslro que se transfigura, las manos que se juntan o
levantan, d cuerpo que «e po&tra, estriba la fuerza de la vida reli­
giosa intima de hombres y pueblos” . D r. Goma, obr. cit. " P o r Tos
signos sensibles — escribe Suárez — el hombre Ikna en cierta ma­
nera sus afectos, y, reciprocamente estos se afirman y robustecen por
los signos sensibles". D e virtute ci Slatu Rcligwnis, Tract. I. L . 2,
can. 2. n. 2. Ib.
(2) “ Ce qui rend 1c cuite útil", r ’cst sa n’iblicite, «a manifesia-
lion cxlérieure, aussí írappantc qu’ i1 est possible. son bruit, sa pom­
pe, son fracas, et son obscrvarce iinivcrsellement et visiblementt in-
sinuce dans totis les détails de 1a vio publique et de la víe íntfnetire.
c'esl lá scul cc aui fait Ies fétes, los lemps et les vcrilables variétes
de 1’anncc. Aussi faut-il dire hardiment cine les cloches. le maigre,
le eras, etc., étaient des insliltilions profondément sages, ct des choses
útiles, importante, néees&aires indispensables” . Joubert, Pcnsées, pá­
ginas 36 y 39. París, 1909.
nJano, del comunismo sentimental, de la socializante a p r n l a -
clon m ecánica. En toda concepción Individualista la vida es
nn fin en ai; en la grandiosa '‘W eltanschauung* de la L i­
turgia la vida n o es más que on medio, ennoblecido por el
resplandor qoe le com unica la claridad de finalidades supre­
mas. Así es com o paede comprenderse la eficacia liberadora
de la Liturgia para qoe el alma, recluida en sn m azmorra psi­
cológica, recobre la personalidad y salga gozosa a reana*
dar su com ercio intelijrente, nutrido de relaciones, con el
m on d o d e lo objetivo. T de abf también su profunda virtud
pedagógica para la elevación integral del indivldno. Con ta ­
zón se puede asegurar que la Liturgia Católica es ana obra
admirable de equilibrio. Es contemplación y acción, es teoría
y ejercicio, es experiencia y cultora, es Intimidad y expre­
sión (1). Si toda la vida cristiana debe ser acción, la Litur­
gia debe ser profundam ente dinámica com o expresión qoe
es de esa misma vida, dice el Dr. Gomá.
T oda la vida de la Liturgia se reducirla a un mecanismo
de fórm elas, d e juegos malabares, d e ornam entación capri­
chosa, si n o fuese, com o lo es en realidad, expresión de un
contenido, es decir, si n o estuviese animada por la corriente
poderosa del Dogma y de la Verdad.
Sin Verdad y Dogm a no puede haber Liturgia. Asentada
la Liturgia sobre esa Inconmovible base metafísica, es ecua-
clonable, en el orden de sn ejecución, con la m agnifica y
abarcadora fórm ula de “ Religión y Cultura” . T de ese modo

(i) E s lo que gráficamente dice Guardini en otra de sus obras


más celebrada?: "D «r W e * zur liturjrischen Leben peht tbrn nicfit
riurch btosse Belchnin?. sondern rr trrht vor allem durch das Turt.
Schauon und Tun sind die Grundkrafte. in dio alies U brige einite-
senkt werden muss. Erleucht^t durch klare Leher; in dem Zusam-
menhann der kalholischen Tradition vcrwulzeU durch ceschichtli-
che U nteru eisu ng: Has gewis . A ber em Tu n tnuss es sein _ nnd,
nicht war. chvas w irklicb /un ist mehr, ais bloss es tiftín, damit es
richlig Reknnnt « erd el Tun ist etwas Elementares, in dem der garué
Mensch stehen muss, mit sienen schaífenden K ra ften ; cin lebcndi-
pea Vofíxiehtn muss es sein: cin lebená¡ge» Erfshren. A ufassen,
Schaucn” . Vid . Von heitigen Zeiehtn, pág. g, Mainz, 1929.
tenemos qoe opera com o elemento transform ador en el cam ­
po de la Naturaleza, de la Cuitara y de la Gracia.
Gaardlnl h a analizado lo qne es la Liturgia com o elemen-
to de Cultora. Claro es que, desde el punto de vista católico,
h ay qne sentar solemnemente la distinción entre Cultora o
Civilización (1), q oe pertenece al orden de lo temporal, y R e­
ligión, qoe se reAere al reino del espirita, es decir, de Dios.
“ La Religión a par fln — dice Marítaln (2) — la vie éterne-
lie, pour corps coü ectif propre l ’Egllse du Chrlst, et, parce que
ses raclnes plongent alnsl dans l ’ordre som ataren elle est
plainement universelle, supra-racique, sopra-natlonale, su-
pra-cultarelle. Tandls qoe les diverses cultores, ressortissant
essentiellement i l’ordre natorel et temporel, ao monde, sont
partidles, et to o te deficientes. Auconne dvillsatlon n’a les

(1) En el léxico usado por Spengler y Berdiaeíf, estos dos ter-


minos de Cultura y Civilización, no sólo son distintos sino que sig­
nifican principios opuestos. Según Spengler, el destino mismo de la
Cultura es producir la Civilización. Y la Civilización es la muerte.
"I-a esencia de toda Cultura — dice Spengler — es la Religión; de
a<|uí se sigue que la esencia de toda Civilización es la irreligión".
P ara Berdiaeff — dice S. Minguijón— , a la época de floración y
de refinamiento de la Cultura, sigue otra época de agotamiento de
las fuerzas creadoras, de minoración del espíritu. E s la época de la
Civilización. En ella todo es técnica, organización de la vida y deseo
indefinido de civilización. La. Civilización suprime los verdaderos
fines de la vida; los reemplaza por los medios; los fines son tenidos
como cura ilusoria y únicamente los medios, l i s casas perecederas
y foK*ces , son consideradas com o reates. P ero la vida, en s i misma,
¿que finalidad tiene? ¿Cuál es su sentido? La máquina y la técnica
son la esencia de la Civilización. E lla está dominada por el principio
de la especializaron. N o tiene la unidad espiritual de la Cultura. La
Civilización organiza la vida para el bienestar y el poder y conduce
al imperialismo. E l trabajo deja de estar justificado espiritualmente y
se rebela contra lodo sistema. La Civilización capitalista encuentra su
merecido castigo en el socialismo. En ella aparecen procesos de bar­
barie, de brutalidad. N o es la barbarie primitiva, es la que tiene
olor de máquina y no el olor de bosque. Las fuerzas elementales y
bárbaras de la naturaleza son m is nobles. Vid. Humanismo y N a -
cinnntidad, págs. 66-Ó7.
(2) Vid. Religión el Culture II, en Esprít. Revue ItUernatíonale.
i Janvier 1933, págs. 538*33-
raaitig purés. II est d’ une Im portance extréme de reconnaitre
la distinction entre ces deux ordres, e l la liberté du spiri-
toel á l’égard du cultorel” .
Lo que urge recoger de las palabras de Maritain, prescin­
diendo de los matices diferendadores entre Civilización y
Cnltnra,-es- la prim acía d e h> espiritual sobre lo puramente
cultural, aunque, por otra parte, hay que agregar que la Re­
ligión necesita del soporte de la Cultura — com o dice Guardi­
ni— , que no es otra cosa que la síntesis de todos los valores
que son producto del esfuerzo creador, transform ador u o r ­
denador del hombre.

vn

El Catolicismo es un sistema integTal de fuerzas que abar­


ca todos los órdenes y actividades del sér. El error estará
por consiguiente en pretender buscar una razón fragm enta­
ria del mismo. De ahí la desviación pnnible de quienes en la
Religión Católica, y m ás concretamente en la Liturgia, ex­
presión externa de la misma, truncan su profundo integra-
lismo, y paran sólo la atención parcialmente en su aspecto
¿tico, m etafisico o estético. Esa es la labor perniciosa, el de­
servicio que los diletantes de toda laya h an acarreado al Ca­
tolicismo. Por eso Guardini rom pe sn comedimiento profeso­
ral para clavar los dardos de su indignación contra ellos.
“ Siempre — escribe — y en todas p ar*pg w n fiinwLm: íns eru­
ditos presuntuosos, verdaderas moscas impertinentes, parási­
tos nocivos que em pobrecen la vida a fuerza de chupar sn
savia; pero nunca más temibles y perniciosos, nunca más re­
pulsivos y dignos de nuestra cólera, que cuando invaden el
Santuario" (1).

( i) L a incapacidad de querer del diletante, su radical ineptitud


para profundizar y establecer la necesaria coordinación entre las ideas
y la conducta, para que el movimiento interior de su conciencia, y
por lo tanto de su personalidad, no se reduzca a un espectáculo o
Por desgracia ese prurito diletantista sobre temas religio­
sos ha existido siem pre; pero hoy ha adquirido caracteres de
m oda intelectual. Así vemos que hay quienes hablan de Cul­
tura y de Religión, y de Liturgia y de Parroquia, y de ecum e-
nlsmn y d£ ios cam inos de R om a y del retorno a la Edad
Media, con un sentido superficial, con una especie de roman­
ticismo hipócrita y deformado. Ensayistas que viven ai mar­
gen de la vida cristiana, que no han penetrado en la inti­
midad, n i experim entado jam ás la fuerza transform adora de
su gracia, y sin embargo osan escribir o hablar de Liturgia,
de Dogma y de Catolicismo, com o podrían hacerlo de la ta­
bla de Pitágoras o del Talmud. Es esa una posición que ex­
plotan m uchos advenedizos, m uchos glotones literarios, que
conviene denunciar, porque están creando, en torno de los
temas más sólidos que fundam entan la Iglesia, un nuevo ro­
manticism o, evanescente, lntelectualistoide e inconcreto, que
n o carece, ciertamente, de cierto atractivo unidimensional,

juego interesante de permutaciones ideológicas, en que ella se ofrezca


a si misma como inagotable panorama, han quedado finamente anali­
zados por E. Rodó cuando escribía: "Bástale al diletante con la re­
novación y movilidad que tiene su término en las representaciones
de la fan tasía: bástale con la sombra y la apariencia. A s i todo es
digno de contemplación para él, nada lo es de anhelo real, de vo­
luntad afirmativa; lodo merece el esfuerzo de Id mente, puesta a
comprender o imaginar, nada el esfuerzo de la voluntad aplicada a
obra viva y completa. No cuida el diletante del desenvolvimiento de
su personalidad, porque ha renunciado a ella de antemano; desme­
nuza y dispensa su yo eo el ámbito del mundo; se Impersonaliza y
g ü ila ia voluptuosidad que procede de esta liberación respecto de su
ser indiviJual, liberación por cuya virtud llega a hacer del propio
e sp ritu una potencia ilimitada capaz de modelarse transitoriamente
se^ún toi.a personalidad y toda lorma. N o aspira su razón a una
certidumbre, porque, aun cuando reconociera medio de hallarla, se
ai.n d ria al desfile pintoresco de las conjeturas. No acata un impe­
rativo ¿c conciencia, porque es el instinto del buen gusto la sola
brújula de su nave indolente". Vid. M otivos de Proteo, Toro II,
pág. iy Fácil seria aducir, como complemento comprobatorio a es-
las certeras palabras de Rodó, una serie de nombres de los que en
nuestros días están ita/adiendo el Santuario, con ese tprit, con esa
actitud n eopagua.
p or sn arreo de palabrería m elódica o su conceptuosidad
alejandrina, pero deshabitado de espíritu y poblado de ausen-,
cía, que n o cala en la entraña vital del Catolicismo y levanta
solo espumas de im aginación o hervores sentimentales, sin
que haga cuajar en lo más intim o la perla de la espiritualidad
auténtica. Conviene preservar, sobre todo a la juventud, del
contagio fá cil que esta suerte de diletantes puede ejercer
sobre ella, ya que deja intacta la gran heredad de la c on ­
ducta y sólo se conform an con una especie de culto estético
o intelectual o una adm iración elegante y mundana por los
temas católicos: por eso se ve — es innecesario aducir nom ­
bres — que cuando tratan de profundizar un poco dentro
del gran sistema arm ónico de la vida cristiana, en que tan
maravillosamente se con ju gan las humanas tendencias de la
libertad con las profundidades de la vida sobrenatural, nau­
fragan o producen sólo falsetes ridiculos.
Hay que ponerse en guardia, pues, para no convertir este
m agnífico movimiento litúrgico — “ liturgischer Friihllng”
com o lo llam a Guardini — granado de promesas de mies, en
un m ovim iento culturalista y rom ántico, fácilm ente explota­
ble, com o se está convirtiendo en un nuevo romanticismo
por ciertos espíritus flotantes, por su capaeidad de vacio, lo
que se h a llamado el “ retorno a la Edad Media", tan egregia
y profundam ente postulado por P. Landsberg, por Maritain,
por GÜ9 on, por G rabm ann, por P. Wust y tantos otros pen­
sadores ( 1 ).

(t) " E l nuevo amor a la Edad Media, que se ha apoderado de


nuestros corazones — escribe bellamente Landsberg— , con el ímpetu
tie una tormenta, condiciona y exige una visión de la esencia histó­
rica, una sinopsis de todos los hechos, una interpretación de todas
las manifestaciones vitales que sentimos unidas a la palabra Edad
Media, cuando la pronunciamos con aeemo amoroso'1. Pero Lands­
berg persigue súLo lo eterno de la Edad Media en su relación con
los estados espirituales del presente, y "nada más lejos del ánimo
del autor — dice — que proponer un retorno a la Edad Media,
retorno imposible e indeseable. D e otra edad, sólo podemos aprender
aquello en que se supera a sí misma, en que asciende hasta lo
eteruo” . Vid. La Edad Media y vosotros, págs. 9 y 18. Madrid, 1925.
El “ Genio del Cristianismo” Cué ana obra lie n intenciona-
ila , un libro de sentimiento, “ un libro esencial" para sn épo­
ca com o quiere Brunetiére (1> es decir, el libro de un poeta,
n o de un historiador, ni de un teólogo, que hizo una apolo­
gía del Catolicismo, b a s d o sólo en la superioridad del arle
cristiano, sobre las artes paganas; pero por no haber sido
com prendido con el espíritu y en la ocasión, con que se es­
cribió, h a causado n o pocos estragos entre las gentes Inex­
pertas o p oco preparadas, haciéndolas dar en ana suerte de
sensiblería religiosa, de entusiasmo espumoso e imaginativo
por las grandezas del Cristianismo, dejando sin conquistar el
alm a ( 2 ).

Igualmente se precave Guardini contra todo posible falseamiento


de esa grao simpatía moderna por la Edad M edia: " Y a he dicho y
repetido muchas veces — escribe — que cuando ensalzo a la Edad
Media y la propongo como lema de meditación a nuestra época, do
doy en romanticismo alguno. V o no creo que nuestro lietnpo sea lan
pésimo que no tenga en su haber una suma de valores propios, ni,
mucho menos, pido que se convierta en una pura imitación o calco
de la Edad Media, como si ella iuese el único periodo católico de
universal validez. N o : ambas pretcnsiones son insostenibles. Y lo
último, por contera, perfectamente herético. Cada época tiene su
misión y su valor propio, y puede y debe ser católica manteniendo
una actitud de ñdelidad a los grandes problemas que la agiten, siem­
pre eu relación perenne con lo eterno". Vid. Liturgisehe HUdung,
pág. 52, 1933.
U ) Vid . su obra Chateaubriand. E xirails, pág. 90. París.
(zj Sabido es que Chateaubriand no concibe el Cristianism o como
un sistema orgánico y cerrado: el Cristianismo para é l «9 un fer*
mentó, un principio dé progreso indefinido. En esto se acerca más a
Newmati que a Bossuel, aunque cediera quizá con exceso a los tó­
picos vigentes del X V II I. No obstante la inseguridad de muchos con­
centos y del desorden expositivo, paliado por la espléndida belleza de
la forma, tiene Chateaubriand atisbos fecundísimos, que no han sa­
bido recoger sus habituales lectores, un poco dados a la delicuescen­
cia sentimental, ni sus detractores sistemáticos. V a es un acierto el
que en una época, intoxicada por la idea vacua del progreso, Cha­
teaubriand se atreviera a proclamar que d progreso indefinido sólo
se realiza en la historia por la compenetración armónica del orden,
de la libertad, de la independencia del espíritu y del reconocimiento
de Dios, manifestado en la plenitud del culto, es decir, en la L itur­
gia. En las Mcmoires d’ ovtre-lombe, menos leídas que sus obras
I N T R O D U C C 1 O N

Otro tanto podría decirse de las obras de M. Huyraans des­


pués de convertido. Es admirable, desde luego, el vigor con
q o e aplica les procedim ientos de la escuela naturalista a la
plútura d e la vida religiosa. Pocos com o él han contado y
descrito con más prodigiosa riqueza de vocabulario y de Imá­
genes la belleza de las catedrales, de los monasterios, del
eulto católico, del canto gregoriano, de las elevaciones mis-
'-ticas, de la penitencia, ni el horror de los sacrilegios, de las
'supersticiosas torm entas del espíritu. En este sentido “ L'O-
“B n R oote”, “ La ChathédraJe” , son obras maestras.
Su arte arrebatado y brutal a veces — dice Lanson (1> —
« A q u is t ó a n n a generación e incluso a la Iglesia, aunque no
laUaMta poces que, dentro d e ella, clamaran poniendo al des-
-«nWérto lOs peligros de nna le ganada por aquellos recursos
d e O presión y aquella violencia lírica, verlainiana y deca-
'tféñte.-El mismo Huysmans habló de los “ morfinómanos de
•fe lit u r g ia ", para quienes la Religión es cosa de ensueño,
-de 4m aginadón, sin exigencias entrañables y normativas.
V a ICeHgttn, y por consiguiente, la Liturgia, es también
•Wte' ( 2 ) ; pero el peligro está en convertir su esencia en puro
utóthk^ literario o estético. En obras com o las de Huysmans
"és en las que se h a fom entado y nutrido esa especie de sno-
tU fllo MDgtoso, de :datolleisuo literario, que culmina en C oc-
Hitfli'7 'l l g t f m de nuestros epígonos, que pretenden conci-
4 t r la AetttM n con cierta actitud sospechosa de rebeldía e

vpolog&ic&s, se pueden hallar bellísimos pasajes que convendrían


rememorar en esta hora: " A u lieu — dice — de rappeler les bien-
íaits et les inslitutions de notre religión au passé, ja (erais voir
que le chrislianisme esc la pensée de l ’avenir et de la liberte hú­
mame, que celte pensée rédemptricc est messic, est le scul fondement
de légalüé sociale; qu’elle seule la peuí établir, parce qu’elle place
auprés de cette égalité l’idée du devoir, correclif el régulaleur de
rinstioct democartique” .
( i) Hisloire de la Lillirature Fran(aise, pág. 1144.
(a) “ Hacer del arte una religión — escribe el D r. Goma— , es
aberración; pero no lo es hacer del arte un poderoso auxiliar de la
religión, en lo que esta tiene de M aestra de la v id a". Ob. cit. pág. 115.
Insurgencia, qoe, en definitiva, sude resolverse en literatura,
en gesticulación, en "posse".
“ 11 faut avoaer — dice Paul Valéry (I ) — qoe l’Esthetique
esí une glande et merae une irresistible tentaíion” . Es cier­
to. í lo es en máximo grado cuando se trata de temas litúr­
gicos. Liturgia y Arte van unidos en estrecho consorcio, 'guar­
dan afinidades profundas, se despliegan en una atmósfera de
m isterio y de seducción y despiertan el instinto de lo divino
en el hombre. Es difícil, aún para espiritas paganos e Indi­
ferentes, no dejarse arrebatar por la belleza incomparable
de la Liturgia católica, por la m agnificencia de so literatura
bíblica, la profundidad de su simbolismo, el encanto tierno
de sus tradiciones, el lirismo penetrante de sos hlm oodias y
antifonarios; por el aura am orosa de sos ritos y el abejeo
cándido de sus melodías; por la ingenua gracia popular con
que se asocia a los momentos más íntimos de nuestra existen­
cia, y por la corriente de vida, de fusión democrática, en el
profundo sentido cristiano, que establece entre las almas;
por la fuerza invasora, en fin, con que se apodera del cora­
zón, de los sentidos, y por la simpatía y el optimismo con qoe,
dentro de ella, todas las criaturas de Dios, el agua, las m ie-
ses, la cera, el olivo, la sal, encuentran resonancia, y adquie­
ren jerarquía y justificación. El Catolicismo, y por consi­
guiente su expresión viva, la Liturgia, colm a las más eleva­
das exigencias del Arte, que en ella logra la plenitud de so
desarrollo y de su sentido (2 ). “ La Religión católica — escri­
be Schiller (3) — globalmente considerada, se adecuará siem­
pre m ejor a un pueblo de artistas; la protestante a un pue­
blo de mercaderes” . T odo lo que en el pueblo alemán hay

< 0 Léonard et les Philosofihes, pág. 13; estudio preliminar a la


obra de L. Forrero, Lconard de y inri ou V E w re d’A rt. Paris, 1929.
(2) Vid. H ans Rost, Die Kulturkraft des Katholisismus, págs. 71
y siguientes en la excelente colección Kalholisehe Lcbenswtrle. Pa*
derbon, 923.
(3) "D ie Kalholisehe Religión vArd Kiinstlervolk, die [>rolesl(in~
tische mehr fiir in gansem tnehr fü r fin, ein Koufm annsvolk tangen".
Vid . Ceschichlc des A bfa lís des Niederlandes.
de más elevado y austero, de m ás sólido y original, de más
profundo contenido religioso y artístico hay qne buscarlo
en los tiem pos que precedieron a la H efonna, dice el Prof.
K nrt Breysig (1). ¿Y quién no recuerda los bellísimos paisa*
jes en que Schlller ensalza la cautivadora ternura, el inefable
misticismo del cu lto-católico e n - “ M aría Stuart"? (2). Otro
poeta protestante, Detlev von LUiencron escribía en IBIS a
un antiguo am igo católico: “ En verdad te digo qoe siento
una viva nostalgia, una anhelo sincerísimo de una “ Iglesia”
o de una com unidad religiosa, de la cual pueda considerarme
com o “ m iem bro" real y anim ado y n o puramente nomina*
tlvo. Eso me es imposible dentro de la gelldez de la iglesia
protestante. En cam bio vuestra Liturgia católica me em ocio­
na, m e hace feliz, m e arrebata y llena de hondísima paz.
En el seno de vuestra Iglesia me siento con plenitud de vida
y me elevo h acia un Dios y Mediador personal. Nuestra Igle­
sia luterana es despiadadamente intolerante; los mnros fríos,
desnudos, encalados, los cánticos m onótonos y los sermones
secos y terribles n o pueden en m odo alguno cautivar m i es­
píritu n i ganar mi corazón. En cambio, vuestro culto está

(1) V id . la revista Tag, núm. 130, 1914.


(2) Passiii; pero en especial la esc. 7.a de act. V .
Das W ort ist lot, der Glaube rnaclit lebendig,
dice M elvil. Y M . Stuart responde:
D ie Kirche is i’s, die heilige, die hohe,
J)ie iu.dem iíim B íl iin£ dim Leitcr hauti
D ie allgemeiae, die catholischc hei&s &ie,
Denn nur der Glauber aller s tirk t den Glauben;
W o Tauscniie anbeten und verehren,
D a wird dic Glut zur Flamme, und beflügelt
Sehwingt sich der Geist in alie Himmel auf.
Geschmückt ist der A ltar, die K etten leuchlec,
D ie Glockc tont, der Weihratich ist gestreut,
D er Bischof stcht im reichen Mcssgewand,
E r íasst den Kelch, er segnel ihn, er kündet
Da» bohe Wunder der Vcrwandlung an,
Und niederstürjt dem gegenw árl'g ea Gotie
D&s gláubig überzeugie Volk.
Vid. Schillers W crke, D ritter Band. P ág. 127. Ed. Herder.
rebosando de em oción, de alegría, de serenidad clasica" (1 ).
Loa protestantes no se han recatado, cuando escriben con
sinceridad, de ensalzar la belleza y el dramatismo del culto
católico, ücll, en su lam osa obra» "Katholizismus und Pro­
testantism os” ( 2 ), habla de la o tífin a lid a d y profundidad del
arce catolico, de la m aravilla sonora de sus polifonías, del
encanto renovado de sus recursos decorativos y de la co ­
rriente vital d e sim patía que lo remoza y anima. El mismo
Goethe, esencialmente pagano, se lamentaba en “ Dichtung
und W ah m eit" de la anemia del culto luterano, por la au­
sencia de un toco de irradiación y de atracción a la vez,
com o el Santo Sacrificio de la Misa.
Todo ello quiere decir qae la Liturgia Católica es un p o­
deroso surtidor de a rle y de emociones profundas y que, en
muchos casos, en lo más recatado del alma, puede hacer ger­
minar la semilla de la verdad y del amor, sirviendo de cata­
lizador misterioso, y obrando en función apologética. Pero no
hay que olvidar que lo que caracteriza el arte litúrgico es su
plenitud de verdad, su potencia expresiva de toda la ideolo­
gía cristiana. Por eso la actitud de quien viva entrañable­
mente la vida litúrgica, h a de ser de reacción implacable
contra la superstición de la Belleza, contra el barroquismo
religioso, contra el culto pagano de las formas, contra esa
idolatría sensual, desvigorizada, cerebralista, con que los
nuevos diletantes, los rapsodas y sofistas de última hora han
asaltado el Santuario del Dogma y de la Liturgia, para per­
derse en sueños seudomisticos y recrearse, eon femenina m o­
licie, en sus propias disquisiciones, dejando a la intemperie
su fe raquítica y los estragos de so corazón, adonde no ha
llegado un rayo de la Gracia. No hay que olvidar, com o fo r­
mula admirablemente Guardini, recordando a S. Agustín, que
la **Lex Orandi” es “ Lex Credindi”, y por consiguiente "L e*
agendi” . Es decir que si el Catolicismo es un sistema inte­
gral de vida, hay que aceptarlo en toda su integridad, e Jnle-

(i) A u sg m vh lte ¡¡n e je , herausgegebea voa Dehrael, I, pág. 79.


(a) Pág. 156, 1908.
oralmente ha * e conanistar al hombre. F1 cuerno tiereeedero
no será asi más qoe com o el resonador del ejroíHtn. cañado
nara Dios, com o la Utnrgia no será más aae exnre*Mn nal-
pilante de la vida interna, de la Verdad Indeficiente de la
Religión, oue consagra y proclama la nrlmacía de la M etafí­
sica, sobre la M oral, del'D oem a sobre el n n flo a tlsm o vita-
lista, del criterio de realidad sobre el criterio de valor, de lo
one es en sí sobre lo fenom énico y utilitario, de la razón sobre
In voTantarlsta y emocial, del Yerbo, en ana palabra, sobre
la Acción, condenando así la herejía faúatlca m e ha subver­
tido nnestro tiempo, y sentando, a la ves, solemnemente. la
maravillosa fórm ala de San Joan, síntesis de todo orden y
jerarquía: “ La Verdad os h ará libres (1).
No al azar se h a dado en Alemania la coincidencia íecrnn-
*a entre el Renacim iento litúrgico y el metafísica, l o que
(•nardlnl respecto del primero, representa P. W ust respecto
del segundo (2). Ambos recogen solidariamente el anhelo u ni­
versal de lo eterno, que se despertó en las almas en los días
¿ e la post-guerra, de rom per la esclavitud tiránica del suje-
tlvlsmo, para ir al hallazgo de la personalidad, snbsumlda
en el nirvana del propio yo, ocluido, mollcloso, despenonall-
zado por so divorcio de las realidades supremas. Metafísica
y oración; objetividad y vida colectiva, fundada sobre la
base del espíritu y del sacrificio. Así se hería en la entraña
al individualismo renacentista y al colectivismo social, m e­
cánico, de rebaño, solicitado sólo por finalidades Inmediatas,

(i) S. Juan, 0, .1*.


fa) Sus obras D ie Auferstehuna der Metaphtsik (La Resurrec­
ción de la M etafísica). Oír Rüekkehr au.* dem F r il (La Vitella del
Destierro), y Die D ialeklik ¿es Ceistes íL a Dialéctica del espíritu),
son obras fundamentales para « lu d iar la génesis del magnífico rena-
cimicnM c'niritual católico de la Alemania de 1a post-guerra. Guar­
dini y P. W ust. jóvenes e mlclipenlísimos, suscitaron entre las juven­
tudes alemanas una corriente temerosa de simpatía hacia el Catolicis­
mo, un poco intimidado ante la soberbia luterana <k P nisía. que lue-
f o se transmitió a los dem ís países europeos, menos a Espada, donde
siempre marchamos con retraso.
qne Implican la divinización de la vida y de lo transitorio, en­
frente del espirita.
Este paralelismo entre el retorno a la M etafísica medieval
v él retorno a I » Liturgia — dice R. Harcourt (1) — qne se
prodojo en Alemania, es un paralelismo lógico. Interno, nece­
sario. Uno y otro m ovim iento se refuerzan y completan rnn-
tuamente; poes amb09 tenían so raíz en la necesidad pro­
fundam ente sentida de nn Orden, de an Absoluto, y en el
anhelo impetuoso y sincero del alma moderna, por libertarse
de la anarquía del individualismo y franquear el cerco am u­
rallado del " y o 1', sometido a su propia tiranía y a las leyes
del capricho o del deseo. La M etafísica y la Liturgia exigían
del Individuo, un sometimiento, nn sacrificio previo, pero era
para libertarle, para posibilitar su expansión personal, para
conferirle un sentido nuevo de la vida y de las cosas y otor­
garle la libertad de los "h ijo s de Dios” .
Ese ha sido el tlrunfo de P. Wast, com o h a sido el de Gnar-
dini.

vm

¿ Y quién es Gaardini?
Un meridional trasplantado a las sombrías latitudes del
Norte. Pero la sonoridad latina de su nombre y la riquesa
laminosa de su Imaginación de veronés delatarán para sien*
pre, a través de su prosa cálida y vivas, la vibración san­
guínea de los hombres del Sar.
Guardini n a d ó en Verona, el año 1885. Al año siguiente
se avecinda en M aguncia su familia, y en la histórica dudad
transcurre su primera Juventud. En 1904 frecuenta las au­
las de la Universidad de M unich; pero es un período de du­
das y vacilaciones, por n o atinar con la orientación deseable
para sa espíritu. La Química, la Medicina, la Economía p o­
lítica retienen por algún tiempo el vigor de su poderoso in -

(i) Vid. Inlrod. a la Irad. francesa tic la obra de Guardini,


pág. 10.
I N T R O D U C C I O N

genio, hasta que en Berlín encuentra sn cam ino de Damasco.


Con la entrega a Dios decide el rumbo de su vida: se hace
sacerdote en 1911, en Maguncia, su patria de adopción, des­
pués de haber cursado los estudios teológicos en Friborgo y
Tubinga. Un año de noviciado parroquial en W onns, para
volver a intensificar sos estudios dogm áticos en Fribargo,
donde preparó su tesis doctoral acerca de la "D octrina de la
Redención según San Buenaventura", en la que brillan ya las
dotes de su temperamento de pensador y de literato. En 1920,
después de algunos años de apostolado sacerdotal, ocupa la
cátodra de Teología de la Universidad de B onn ; y en 1922
pasa a la de Berlín com o profesor titular de la cátedra de
Filosofía Católica — “ K alholisehe Weltanschauung” —. Des­
de entonces h a sim ultaneado las tareas docentes con las li­
terarias ( 1 ).

(i) H e aquí algunas de sus obras:


A us einem Jugcttdreich. Colección de artículos dirigidos a los
jóvenes, publicados entre 1915 y 1920.
Nene Jugend vtid kalholisehe Geisl. (Nueva juventud y espíritu
católico). Mainz, 1924.
Soin der Gehorchens. (El sentido de la obediencia). 1920.
A u f dem Wege. (En M archa). 1923.
Liturgisehc Bildung. (Formación Litúrgica). 1923.
D er Gegensats. Versvehe zn eincr Philosofihie des Lebendig-Kon-
kreicrt. (La oposición. Ensayos sobre una Filosofía de lo vital-con-
íreto). Mainz, 1925.
ffeilig e Zeit. (Tiempo Sacro). 1925.
— Von Si»» der Kirehe. -(Del sentido de la Igleaia). 1906.
— Hhe -tmd ¡ungfraulichlteii, {M atrimonió y Virginidad). Mainz,
1926.
Bricfe von'C om er See. (Cartas desde el lacro Como), Mainz. 1(727.
In Gloria Smrtorum. U turgische 7'exte. (Textos Litúrgicos), 1928.
Von heiligen Zeichen. '(Los signos sagrados), 1929. Mainz.
Briefe iiber Selbstbildung. (Carlas acerca de la auto(ormación).
Mainz, 1930.
D er Kretun 0r<¡ unieres H erm vnd Heilandes. {V ia-C rucis de
Ntro. Señor y Salvador), Main*, 19.10.
Von lebendigCH Gott. (A cerca de D ios vivo). Mainz, 1930.
Das Guie, das Geu-issrn und die Sammhwg. (El Bien, la Concien­
cia y el Recogim iento). Mainz, 1931.
Deulsehes Kanlual. (Cantoral alemán). Mainz, 1931.
R. Guardini es on escritor y un pensador, Oualqolera.de
sus libros, “ Der Geist der Liturgie” (El Espirito d e la Litur­
gia), “ Briefe vom Com er See” (Carlas desde el lago-C om o),
“ A u f dem W e je " (En M archa), etc., p odriao servir de com ­
probantes.-
"E l Espirita de la Liturgia" fué la revelación del escritor
admirable. La resonancia de esta obra, particularmente en­
tre los equipos Jóvenes, f u i extraordinaria. Entonces s » le
llam ó a Guardini maestro de la “ Intuición psicológica*. A la
profundidad del pensamiento, nutrido de esencias antiguas,
unía on enorm e don de simpatía, la sensibilidad captador»
de un alma m oderna y la delicia de un estflo turgente, trans­
lúcido j sonoro. La gra d a m editerránea se acoplaba, m edian-
te una hipóstasls dichosa, a la amplitud sonora, a la grave­
dad m etafísica de la lengua alemana. Era lóg ico que las In­
teligencias nórdicas, atormentadas por la angustia del aná­
lisis y de la originalidad, quedaran deslumbradas ante aqne-
11a explosión de claridad y grad a católica. En el estilo de
Guardini se armonteaban la nerviosa precisión francesa, la
luminosidad rom ana y la hondura y resonancia épica d o la
lengua germánica.
Desde Goethe es difícil encontrar un estilista más cordial,
más equilibrado y clásico. Sólo W ittig (1), el escritor esplén­
dido, en ouya deserción religiosa Influyó m ás (¡siem pre la
apostasía unida a las prevaricaciones de la carne!) la blon-
__
Das Gebet des TT em . -(La oracion dominical). Mainz, 1932.
In S pitiftl wttd Geiehuis. {E n ejemplos y parábolas. Imágenes e
¡deas). Mainz, 193S.
MttgdeMnt Sftner. Eine moderne Gottsucherin. Versión de R. Guar­
dini.
Ueber IVilhclm Ranbes “ S totfkuchen*. (A ccrca de 1a obra “ S lop f-
Icuclion'', de Guillermo Raabr). Mainz, s. £.
N o es posible citar los artículos sueltos en periódicos y revistas.
Basten las obras reseñadas para atestiguar la fecundidad literaria de
R. Guardini. •
(i) Quizá la obre más perfecta de estilo y desoladora de conte­
nido, del infortunado apóstata, es la que escribió a raíz de su secu­
larización titulada, Iforeqoit. E in Buch vom G tiste «tid vom Gtau-
bem (El Libro del espíritu y de la íe).
da caricia de ana cabellera de oro qae la punzante y dramá­
tica inquietud del alma ante el tremendo misterio de la fe,
le s o p e » en perfección y pureza.
En nn mom ento literario de afectación y complicaciones
patológicas, Guardini escribe con limpidez desusada: m aneja
la lengua com o un artista el m árm ol dócil y resistente; la
frase se le rinde sumisa para recoger las más difíciles abs­
tracciones, por las que ¿1 hace circular la vibración de la
vida. S o prosa tiene ana arm onía incomparable, sobre todo
en sn obrita “ Von faeillgeD Zeichen (Los signos sagrados) y
en “ B rle/e vom Comer See” (Cartas del lago Com o). Fooas
veces la serenidad clásica logró aliarse, en ana lengua tan
abrom ada y densa com o la alemana, con la fina y penetrante
sensibilidad moderna. Por eso el pensamiento se transparen­
te, a través de su estilo, sin "p a thos", sin retorcimientos ni
simulaciones de profundidad bascada, com o la vena Jugosa
a través de la piel apretada y húmeda. Guardini expone las
más nobles y profundas verdades con agudeza, precisión y
elegancia, sin caer nunca en el tono doctoral, científico —
“ wissenschaftllcher” — y nebuloso con qae los alemanes sue­
len de ordinario decir las cosas m ás elementales, simulando
nna profundidad presuntuosa o forzada, que generalmente
degenera en caótica, oom o en M ax Scheler.
Pero lo que más caracteriza los escritos de R. Guardini,
aparte la originalidad de su pensamiento y la solidez Ideoló­
gica de sa contenido, es el aroma poético que de ellos se des­
prende, h vivacidad expresiva, fa corriente em ocional que
les vivifica y el calor de h am ana simpatía con que sa ap o­
dera del ánim o del lector. Parecía Imposible agilizar on man»
do de Ideas de tan pesada arquitectura e im ponente masa co ­
m o el de la tradición escolástica, o prestar Interés literario,
sin detrimento de sa vigor m etafislco, a un tem a com o el li­
túrgico, Telegado por la incom prensión de los católicos, m un-
danizados o distraídos, al silencio venerable de las abadías
benedictinas, donde se cultivaba en toda su pureza y encanto
milenario; y, sin embargo, Guardini logra actualizar esos te ­
mas y conferirles universal Interés, com o Harltaln en Fran-
cía logré conferírselo a fas más olvidadas y abstrusas enea*
tlones tomistas.
La riqueza m etafórica de Guardini, sn movilidad imagina­
tiva 7 su propensión intaiclonlsta podían hacer pensar en
Bergson. Pero ¡enán lejos está, lo mismo, del bergsonlsmo
cam biante y huidizo, que de la sistematización rígida qoe ate­
naza todo brote de espontaneidad y de vida! Su preparación
escolástica y su vocación por la metafísica medieval y la ra­
diante objetividad del Catolicismo le preservan de caer en
?.i tentación de esa m etafísica fenom énica, que ha seducido
a la m ayor parte de los pensadores alemanes de última hora
y a n o pocos españoles jóvenes, qne no han leído los “ Nom­
bres de Cristo” , pero admiran a N. Hartmann, y que hay que
extraer a desgarrones de la angoslla o del h orror a] vacío de
la propia conciencia.
Gnardinl sería nn escritor peligroso si n o operara sobre
tan seguros fundamentos y si a so poder de evocación poé­
tica no uniese el rigor científico y la precisión de quien p o­
see responsabilidad de lo que escribe. Cierto es que se le ha
reprochado qne, a veces, se d eja fascinar por el encanto
m órbido de las palabras, aunque raramente cae en el pecado
tan alemán, tan luterano, del coito de la frase, de símolar
con retruécanos y frondosidades verbales la ausencia del pen­
samiento y de la emoción. Pero, si Guardini es demasiado ar­
tista par;» jm pedir qne a veces su m ano acaricie el roarfU de
ra prosa, lo cierto es que no se sumerge paganamente en el
voluptuoso placer de la misma. T es porque Gnardinl — com o
dice nn crítico francés — es ante iod o un escritor de pen­
samiento y de acción. Las ideas, para que no se volatilicen
diluyan en Irrealidades, han de gnardar siempre alguna
relación con el mundo de lo concreto y no perder sa con­
tacto con la tierra firme. Por eso es el escritor antipoda del
diletante, que se hunde, com o un somormujo, en sus propias
abstracciones, y vagabundea por las encracijadas de su m an­
d o Interior, sin más norm a que su capricho.
Guardini es el escritor sin aparato magistral, que escri­
be, no para asombrar a los lectores, sino para departir con
ellos, para razonar con ellos, para convencerles o inducirles
a) análisis sereno de los problemas. Con finura psicológica
extraordinaria se insinúa y penetra en lo más íntimo y re­
catado de sn pensamiento. Busca siempre la com unicación
con el lector; dialoga y urge para arrancarle ana respuesta,
para solicitar un apoyo reflexivo, para ahuyentar la sombra
cautelosa de ana vacilación. Pero eso no en plan de peda­
gogo intransigente, con el aplomo dogm ático y absoluto de
quien, para persuadir, tiene que lanzar la verdad a la cabe­
za, com o un arm a arrojadiza, sino con la insinuadora gra­
cia agustluiana de quien le rebosa la verdad del corazón y
siente la urgencia de com unicarla com o nn bien difusivo,
com o un aroma evangélico que a todos llega y cuantos más
participan de él más se multiplica y gana en concentración
de esencias. Guardini qnlta todo carácter hosco, retardata­
rio o com bativo a sus especulaciones dogmáticas y a sus aná­
lisis doctrinales, aún cuando desciende al terreno caldeado de
la polémica o tiene que disparar, com o un arquero, las más
agudas saetas contra el liberalismo taimado. Prefiere cola­
borar con el lector o el discípulo a parapetarse solemnemente
en la cátedra o el libro con suficiencia rabinlca. Rehuye los
tonos categóricos, porque su penetración psicológica le ha
hecho ver que la antipatía o desafección que no pocos mues­
tran hacia la Iglesia Católica, que si es firmeza teológica es
también hum anidad y ternura, es debido a la form a desabri­
da, a la escueta rotundidad, al esquematismo apodíptlco con
«jue algunos de sus apologistas tratan de Imponer ía verdad
en serie com o los articulados de un código.
Guardini, com o San Agustín, conoce el arte admirable de
franquear, sin derribarla, la puerta del corazón de sus oyen­
tes o lectores para hacerles salir despoés por la de su espí­
ritu y divisar nuevos panoramas, con la impresión fresca y
oroznsR de quien m archa por su propio paso y se percala de
las incidencias del cam ino andado. Cuando se cierra la lec­
tura de cualquiera de sns libros, se hace con la ilusión de que
en sus páginas se ha encontrado, por feliz concordancia, m e­
jo r expuesto y m agníficam ente visto y realzado, lo qne cada
u n o siente y piensa de nn m odo Inconcreto, o tiene flotando
en In nebulosa de sn conciencia sin aventurar su expresión.
Se h a dicho con razón qne Guardini es el filósofo de la
vida (1 ): le horroriza todo lo ftiomiAcado y rígido. El dina­
mismo de so pensamiento n o cabe en fórmulas geométricas.
L i Verdad y la Belleza, en el m undo cambiante del esoíHtn
y de lo concreto, no son expresiones algebráicas. Si todo
avanza y h ay cu la vida panoramas vírgenes que mantienen
viva nuestra capacidad de búsqueda y futuro, siempre habrá
en los dominios del espirita ana zona posible para las ex­
pansiones de la verdad. Por eso — dice con justeza el docto
prologuista francés ya citado — Gnardinl no pretende haber
llegado nunca a conclusiones definitivas: pone su confianza
en la fecundidad de lo Inacabado, de las tierras laborables.
Abre las sendas con la alegría intim a de que otros van a In­
ternarse por ellas y proseguir en etapas sucesivas hasta com ­
pletar su obra. Escribe con la esperanza sólo de levantar
un anhelo, de despertar an propósito, de Insinuar caminos.
Asi lo dice ¿1 mismo en el prólogo de wVon heiligen S ach en ":
"Este n o es un manual; n o pretendo enseñar nada nuevo.
Quiero sólo exponer, sin plan ni m étodo, algunas ideas qne se
me han ocurrido. No diré más que lo qne yo he visto y com o
lo he visto. SI tus ojos, ¡oh, lector!, son más claros y alcan­
zan a ver más qoe los míos, tanto m ejor” .
A Guardini le interesan las Ideas en sn relación con la v i­
da, en sn reacción física, por decirlo astfc anle la realidad.
T odo está subvertido — continúa diciendo R. Haroourt — y
es preciso rehabilitar nuestra capacidad sensible para ir
al fon do de las cosas. Nos conform am os con el símbolo, con
'a form a aparente, es decir con el equivalente algebrálco de
los objetos dejando Intacta la célala del sér. Vivimos de n om ­
bres, de etiquetas, de fragm entaciones en d o m ando pálido,
diluido e irreal, en un m on do crepuscular de espejismos e
ilusiones; y es preciso volver a Damar al corazón de las cosas

( i) Vid. R nnte Af>oloffélit¡M. Tom L ; A vec ¡a jeunetuse alle-


mande, por A . Giraudet.
para que nos abran sn sentido oculto y no sean com o cadá­
veres bellamente am ortajados ante nuestra conciencia.

IX

La atención de Guardini, aparte de algunos problemas de


tipo cnltnral com o en “ B r id e von Comer See”, o de p u n
especulación filosófica com o en "Gegensatz” , se ha polari­
zado en el cam po de la “ Juventud” y de la “ Liturgia” . A
ambos temas h a dedicado las energías juveniles de su es­
píritu m ilitante y la agudeza de su mirada intuitiva. Es el
auténtico escritor de Juventudes y, por eso, su obra toda
qneda emplazada sobre una perspectiva de futuro.
El ha tenido el acierto insuperable de ganar a la juventud
e infundirle la esperanza de lina posible vida nueva, nutrida
de realidades. Era preciso desplazarla de sus posiciones neo-
kantianas; liberarla de la tristeza y del hastío producidos por
la servidumbre subjetivista, y oponer a la insumisión y re­
beldía crecientes el principio salvador de autoridad y de
obediencia. La dificultad estribaba en hacerse oír, en im preg­
nar de simpatía doctrinas qne parecían oxidadas y repelían
al desenfreno sensual y a la lasitud ética en que la juventud
vivía. ¡Y Guardini para conquistarla empieza por hablarla
nada menos que de la “ obediencia” ! ¡Obediencia y libertad!
Parecía una trem enda paradoja. I sin embargo, ¡con qué
efusiva elocuencia, con qué profunda penetración, con qué
irresistible lógica resuelve la irreconciliable oposición que se
habían establecido entre ‘‘ ju ven tud" y "disciplina", entre
“ autoridad” y “ libertad'’ ! La antinom ia se disipa ante el
análisis de lo que se llama “ ser joven ", de lo que se entiende
por “ autonomía de la juventud", que es Insumisión a toda
norm a de vida interior y el triunfo del instinto, de la liber­
tad sin trabas y del vivir apresurado. El Catolicismo, que pro­
clam a la prim acía del s¿r sobre el devenir fortuito y ambiguo,
sienta también el principio de autoridad com o superior al
inseguro criterio personal.
No so a en moda alguno inconciliables “ Catolicismo y Ju­
ventud” . ¿Se puede ser joven y católico? — pregunta—. In ­
dudablemente. Ser católico es ser el hom bre integral, qae ve
todos los aspectos de un problema y acepta las consecuencias
'in h eren tes a sa -posición e s p iiit iu l'V La inventad no es m is
qae an a fracción de nuestra vida: de ningún modo la vida
entera. ¿Por qué entonces exhorbitarla? La verdadera auto­
nom ía de la Juventud consistirá en ser efectivamente "joven "
y no rebasar sus lim ites: en saberse Inclinar reverentemente
ante el orden y la jerarquía. Su vlrtad cardinal debe ser, por
lo tanto, la humildad, qae no es más que sumisión y obe­
diencia a la divina tiranía de la Verdad.
Es im posible seguir a Guardini, d e no trascribir fragm en­
tos o capítulos enteros de sus obras, en esta tarea delicadí­
sima de abrir en el alma de las juventudes las rutas de lo
sobrenatural y de revelarles con irresistible simpatía el
“ sentido d e la Iglesia". ¡Qué plenitud y elevación en esta m a­
nera de humanizar el Dogma y de cristianizar las almas y
de demostrar que en el Catolicismo n o existen com parti­
mentos estancos y qae desde sus cimas se divisan, radiantes
de vida, los horizontes de lo eterno!
Para que aquel movimiento de simpatía y de atracción de
las juventudes h a d a la Iglesia no quedasen en hervorosas ex­
pansiones emocionales, Guardini las Invita luego a vivir la
vida de Liturgia» es decir, les ofrece un sistema orgánico de
vida en e l qae puedan lograr Ja libre dilatación de sos ener­
gías y orientar todo sn sér h a d a lo eterno.
Y los jóvenes supieron oír.
SI la Liturgia — escribía M. H ermana Platz (1) — ha cau­
tivado a tantos hom bres de nuestros dias, n o es para distraer­
les de sos afanes perentorios de cada día, para convertirles
en soñadores idealistas, al m argen de la vida, sino más bien
para disponerles al m ejor cumplimiento de su misión y capa­
citarles para todas las devationes. Si en la Liturgia se nota

(i) Vid. Das Religiose in der Krise der Zeit. (L o religioso en


la crisis de nuestro tiempo). 1928, cit. por R . d'Harcourt. Obr. cit.
an a tendencia a evadirse a las regiones altas de la atmósfera,
es porque, en principio, esta evasión es necesaria para sn
desarrollo. El hom bre tiene, por una parte, necesidad urgen­
te de respirar aires más puros, de entrar dentro de sí mis­
mo, de concentrar y vigorizar so 9 energías. Pero ana actitud
de reclusión-perezosa, preocupada egoistamente -sólo de la
salud personal, desconectada de la vida en torno, es decir,
un retraimiento que equivaldría más bien llna reclusión den­
tro del pequeño cosm os interior, en esta hora en que nuestras
grandes ciudades agonizan de incredulidad y vicio, constitui­
ría un sarcasmo escandaloso.
No se puede negar que n o (altan quienes en los comienzos
de su iniciación litúrgica se retraen y quedan deliberada­
mente al margen de U vida. Ello es comprensible, pues,
¿quién pone limites a los primeros fervores de neófito? Es
cierto que la Liturgia aparta del mundo circundante, pues
su misión es velar para que n o se traspasen las líneas fron ­
terizas que aíslan y circunscriben la zona sagrada; que as­
pira a elevar al hom bre por encim a de sí mismo, purificándole
y transform ándole; y que, por la participación gozosa en la
vida de Cristo, nos aligera de la pesadumbre de nuestros
egoísmos. Pero, a la vez, quiere que entre el ruido del mundo,
el hom bre litúrgico se com porte más libre y plenamente com o
soldado íntegro de Jesucristo.
Ese es el milagro debido al renacimiento litúrgico — con ­
tinúa diciendo H. Piatz— ; h a sido un movimiento salvador
para todos; para los que b a n perdido la senda de la vida y
para quienes buscan sn perfección en e] retraimiento interior
o siguen en las sombras del error y de la muerte.
Y concluye diciendo: el individualismo nos endurece y
berm eliza, sublevando en el alma las susceptibilidades iras-
civas del orgullo. En cambio, cuando nos adherimos al servi­
cio de la com unidad litúrgica, en la que sólo reina invisible
la persona santísima de Cristo, todas las miserias y pequene­
ces del hom bre se superan, se ahuyentan, porque en ellas
todo está ordenado a un fin superior qne se cierne sobre to­
dos, I es que, en medio de la anarquía confusa de los ca­
minos de e9te m ondo, reverberan, com o directrices divinas,
los rayos lam inosos que parten de la Cruz.

Nos h a m o n d o a traducir al español U obra de Gnar-


dini, aunque un p oco tarde, el deseo de que esta joya de la
literatura católica contem poránea sea conocida por quienes
no puedan leerla en otro Idioma; pero sobre todo la esperanza
y el anhelo de qae, en esta hora crítica del Catolicismo espa-
éol, tan necesitado de altura, de interiorización y de vida,
haga penetrar a tantas almas distraídas en el santuario de
la Liturgia, les haga conocer su fecundidad y belleza, y com ­
prender toda la ternura, toda la grandeza y claridad divina
de Nuestra Santa Madre Iglesia.

P. FELIX GARCIA
Agustino

Madrid, 5 de Febrero de 1883»


Prólogo a la edición alemana

A Iglesia suplicante aparece en ¡os com ienzos


de Los Hechos de los Apóstoles. E lla im plora la
venida del E spíritu S anto ( i ) ; se fo r ta lece de caris-
m as y ardorosos anhelos en sus deprecaciones prepar
ratorias para el m artirio (2); perm anece vigilante, en
oración, an te la cárcel en que ya ce P ed r o (3); solem ­
niza la m isteriosa fr a cc ió n del pan con incesantes ple­
garias, y de ese m odo v a creando su L itu rgia (4).
C om o orante, se m anifiesta ya la Iglesia prim itiva en
la aurora m ism a del Cristianism o. E n ella ha tenido
plena realización la súplica de los A p ó sto les, cuando
decían: “ ¡S eñ o r , enséñanos a o r a r !” (5).
E l Padre Nuestro, a la m anera de una diminuta
semilla, ha crecido hasta con v ertirse en g ig an tesco y
pod eroso árbol. L a ora ción de C risto ha florecid o en
la oración perp etu a de la Iglesia. Y así su L itu rgia es

(1) A ct. Apost. 1, 14.


(2) A ct. Apost. 4, 24 y sígts.
Ó ) A ct. Apost. 12, 5.
(4) A ct. Apost. 3, 43, 46, 49.
(5) Evang. S . L u í a , 11, i.
com o el hálito de C risto suplicante, del iluminado y
sum o S acerdote. E sta oración de C risto, divinam ente
santa y hum anam ente noble y divina, continúa re so ­
n a n d o en la oración universal de la Iglesia, cu yos
e cos jam ás se han extin g u id o ni am ortiguado.
L a Iglesia es la Com unión de todos los verdaderos
adoradores de D ios. Su ora ción no es ni ka sido ja­
m ás un m ero g r ito de socorro, provocado bajo la p re­
sión violenta de la necesidad. S us m ism as súplicas y
lam entaciones so n m oderadas y llevan siem pre un
aire de dignidad, de nobleza, com o si brotasen transi­
das de am orosa adoración e iluminadas p o r la f e en el
triu n fo defin itivo de C risto, y p or la alegría ingenua
v desinteresada en la grandeza y felicidad del Padre.
L a Iglesia se m antiene segu ra y serena en m edio de
las acom etidas alevosas del m undo. ¿ Y q ué es lo que
la com unica su estabilidad y su virtud de persisten­
cia ? L a oración. L a Iglesia ora.
N i las asambleas, n i los discursos, ni las dem os­
traciones, ni el fa v o r del estado y de los pu eblos, ni
la s le y es de protección ni ninguna su erte de socorros
pueden h a cer a la Iglesia tan pod erosa y fu e r te . C ierto
e s que nunca será bastante todo lo que se r e d ic e en lo
r e fer en te a la predicación, al con feson ario, a las m i­
siones del pueblo, a la enseñanza incesante de la R e­
ligión, y m ucho m enos en lo tocante al fo m e n to uni­
versal de la caridad cristiana. P e r o todo esto son ren ­
dim iento y m anifestaciones extern a s de aquella oculta
fu e r z a de la oración. Sería absurdo y lamentable de­
dicar una atención principalísim a a estas m anifesta­
cion es extern a s y dar de m ano, en cam bio , con pu-
nible om isión ; el cuidar rngilantem ente p o r la pureza,
el robustecim iento y la expansión de ese intim o m a­
nantial. Cuando la Iglesia ora, con eficien te y v iv a
oración, enton ces su rg en co n renovado ím petu en to­
das las direcciones la santidad sobrenatural, la paz
activa, el conocim iento de ¡a vida y del hom bre, el
verdadero y au téntico am or de caridad.
N u estra oración es la que decide, d efinitivam ente,
el com bate de nuestra vida. Q uien ora bien, com pren -
de la vida en todas su s dim ensiones y encuentra el
equilibrio en tre lo limitado y lo infinito. O ra r es an­
clar la voluntad creada en la voluntad de D io s. L a
plegaria de C risto obtiene ya en la oración una pleni­
tud inm ensa p or su adhesión a la voluntad de D ios,
eternam ente realizada y librem ente actuante.
L a oración es la últim a palabra del h om bre que
busca.
E n ton ces cesa su erra n te cam inar, y la voluntad
de D io s toca la voluntad del hom bre , en tre estre­
m ecim ientos y tem ores, en tre la paz consoladora ,
clave de m uchas solucion es, y el v ig o r de espíritu que
le hace verdaderam ente Ubre.
S ólo en la oración encontram os la salud y la san-
tidad.
L a ora ción de la Iglesia restaura el vinculo de
con exión perm anente con lo eterno. P o r la oración
se posesiona de n osotros con irresistible fu e rz a la
eterna V erda d y nos hace noblem ente d ignos de ser
eternos, de n eg ocia r con lo etern o, de contem plar y
de g o za r eternam ente el v erdadero Bien.
La participación en el amor suplicante de la Igle­
sia, Esposa de Cristo, nos hace puros y fuertes.
Nuestro tiempo, que después de haber superado
el racionalismo- pugna por la consecución de [a expe­
riencia mística, está poseído, mucho más que el pe­
ríodo recién pasado, de nn vivo anhelo de aproxi­
mación a Dios. N i la fiebre de trabajo, que domina
al hombre moderno v que pudiera postularse como
un sustitutivo de la Religión, puede ahogar esta nos­
talgia mística de las almas. ¡T a n imponente y univer­
sal es el grito de H a c ia D io s! Pero, ¿dónde, dónde
está el camino t
E l individuo, endiosado por el Renacimiento y
el Liberalismo, está realmente en tremenda quiebra.
Comprende que sólo en contacto de una institución
u orden totalmente objetivos puede sazonarse su per­
sonalidad. D e ahí que la comunidad, la agremiación
sean su primera apetencia.
La época del Socialismo es innegablemente época
de comunidades, pero de tal naturaleza que, wdy
gue otra cosa, son hacinamientos de átomos, de indi­
vidúes; mientras que él gran anhelo de nuestro tiem­
po postula algo orgánico ( i ) , es decir, la comunidad
viva \i animada.
Una comunidad orgánica de esa índole, en el
ntás elevado sentido de la palabra, es la Iglesia,
pues ella■establece, como ninguna otra, viñados de
unión entre los hombres y les comunica un mismo
espíritu, y es más, en cierto sentido, un mismo cuer-
(t) Ilcrm arui P lalz, en H o eh la n d , 1915-1916, I. fii y sigls.
1015, ir , 603.
po. C orpus C h risti m ysticum . E n este cuerpo todo
está ordenado y en la más estrecha y vital relación
con la Cabeza. La Iglesia es la C om unión de los S a n ­
tos, es decir, de los miembros santificados de Cristo,
de los que aun luchan y sufren por~Dios, y de los
que han triunfado en la clarificación de su Cakesa
gloriosa.
Una comunidad orgánica que está ordenada ra­
dicalmente a Dios, es lógico que tenga ím culto co­
lectivo y público. Pero hay que advertir que la L i­
turgia de la Iglesia es pública, no sólo en el sentido
antiguo de que ella hace referencia sólo a la totali­
dad, al conjunto, sino también en cuanto que eleva
do rango e ilumina la oración particular, pues no
hay que olvidar que, dentro de la Iglesia, las ple­
garias del alma indizndual se truecan también en
Liturgia. La rasón Cristo y la Iglesia, Cristo y el
alma guardan un perfecto y constante paralelismo.
La oración particular, pues, se sitúa, mediante la
Liturgia, sobre un fundamento objetivo, se endereza
a un excelso fin suprapersonal 31 se eleva sobre la
limitación y confulgencias do lo meramente indivi­
dual. Toda la creación se convierte, por la Liturgia,
en grandioso coro de alabanza a su Creador y lo par­
ticular en reflejo de todo el Cosmos.
Las reformas de P ío X han atraído la atención
también entre nosotros, de un modo mucho más in­
tenso que antes, hacia la Liturgia eclesiástica. La
virtud sacrificial, suplicante y propiciatoria de la Igle­
sia, tal como se contiene y expresa en las acciones y
palabras de la Liturgia, ha adquirido, en los últimos
años, para la piedad y el esfuerzo renovador de los
católicos alemanes una creciente y sostenida signi­
ficación. Lo mismo en la investigación ( i ) que en la
vida (2 ) se procura ei conocimiento y el cultivo de ¡o
litúrgico.
S e ha dicho que la Liturgia es el C atecism o de
los seculares (3). Eso fu é, ciertamente, en los siglos
pasados. Y si ha de serlo de nuevo, lo será a condi­
ción de que nosotros en la educación familiar, en la
escuela, en la predicación hagamos referencia a ello
e insistamos, mucho más que lo que se ha hecho
hasta aquí, en revelar el valor religioso y la virtud
espiritual y educadora que se contienen en la Litur­
gia católica, que tantos puntos de coincidencia y de
enlace tienen con la contextura del espíritu ale­
mán (4).

(1) P ara su fundamcntación científica sirven de base los T exto s y


Estudios publicados por la Abadía de Beuron y los trabajos amplí*
sitnos, recién anunciados, de los franciscanos alemanes. V id . D U
A vfgaben der lilurgischen Forscltung in DeuJschlañd (Tem as dé
invtiligación Ü úrgica eu. Alemania) por el doctor Beda Kleinschmidt
0 . F. M. en TkealáffutJu R to u t, 1917, mím. 19-20, y el P . Kunibert
Mohlberg 0 . S. B. 1Q18, en la misma.
(2) P ara la incrementación fructífera de la vida religiosa ecle­
siástica por medio de la Liturgia sirvió la Semana LitiírgUa por p ri­
mera vez organizada, durante los dias de Semana Santa de 1914, en
la Abadía de Maria-Laach, para la asociación de los académicos
alemanes; y luego, a partir de c»a fccha, las numerosas conferencias
pronunciadas principalmente en círculos académicos. En este año de
191S obtuvo un gran éxito una semana de predicación litúrgica cua­
resmal por el F. Gallus Lamberty O. S . B., de E ltal, en la Parroquia
de San Pedro, de Munich.
(3) Jos. Brógger, en K ir che und Kansef, H ojas Homiliticaa.
<4) Ludw ig Baur en Theologie »nd Claube, 1916, 389.
Todos estos esfuerzos y tentativas son los que
pretenden recoger y fomentar nuestra colección E c-
clesia O ra n s, mediante la publicación y arreglo de
ideas, de tratados y textos litúrgicos, que sirvan
para el mejor conocimiento y profundización de la
Liturgia entre los círculos considerables del Clero,
de los maestros y de las gentes del mundo, que ten­
gan una base de formación y de cultura. A s í irá apa­
reciendo nuestra colección, constituida por una serie
suelta de monografías, o de exposiciones y estudios
históricos, filosóficos, pedagógicos y estéticos, acer­
ca de cuestiones de Liturgia católica, basados en la
más rigurosa fundamentación científica, pero, a la
ves. en forma adecuada, para que puedan servir de
lección a las personas seculares de alguna cultura.
La oración de la Iglesia se ha creado una forma
externa específica, como expresión de lo objetivo y
de- lo colectivo. Lo que nos proponemos es dar a co­
nocer en sus líneas precisas esa oración, estudiar
su alcance y exponer su fortnación y desarrollo su­
cesivos. Pero como la forma es sólo expresión de un
contenido, de ahí que hayamos de dedicar al espíritu
de la Liturgia nuestra principalísima y primordial
atención. P o r eso hemos procurado ensanchar todo
lo posible el radio de nuestra serie litúrgica y to­
mar en consideración no sólo lo estrictamente litúr­
gico, sino también todo aquello que pueda contri­
buir a su más acabada comprensión v esclarecimien­
to, como sería, por ejemplo, ¡a oración y la ascesis
en la Iglesia antigua, la espiritualidad de los Padres
de la Ighsfa, y el in flujo del monacato en la forma­
ción y estructura paulatina de la Liturgia.
S i, una ves ya en marcha, se nos ofreciese ocasión
de contribuir con nuestra modesta aportación al fo ­
mento de ¡a Liturgia, ello nos proporcionará la más
viva satisfacción. Pero como fin principal nos he­
mos propuesto abrir a los creyentes los ricos tesoros
de la Liturgia pirra inferir de ellos su valor en re­
lación con la vida religiosa.
E11 este primer volumen, breve y apretado, con
que se inicia nuestra colección, demuestra Guardini
cómo la Liturgia, rectamente entendida, responde in­
tegralmente a los postulados da la sana Psicología,
incluso de la puramente natural, y de la Cultura del
espíritu. Guardini llega al nemio de las dificultades
que el hombre moderno puede e<ncontrar en la Litur­
gia y hace ver que esas dificultades sólo pueden te­
ner su fundamento en una falseada e imperfecta con­
cepción de lo que es la Liturgia o en alguna exaltada
desviación parcial de la- vida del espíritu. E l expone
con toda evidencia cómo lo que la Liturgia es v ofre­
ce de más intimo, colabora en estrecha relación con
las humanas tendencias a la armonía del alma. Sin
propósito deliberado propone, como remedio y so­
lución de nuestras más intimas necesidades, el retor-
j'ty a los siglos impregnados de vieja Liturgia. A s í nos
eleva sobre el momento fugas y sobre la limitación y
mezquindad de los caprichos individuales, enseñándo­
lo s . a la vez, a ser hijos de Dios y puros adoradores
>!r! Padre.
E l ptinto de mira del autor se ha concretado no
tanto a obtener un concepto estrictamente científico
de la Liturgia, como una consecuencia práctica para
el hombre real y su capacidad para la vida litúrgica.
E l trata, por .decirlo asi, de preparar con sabía y
alegre mano el terreno próspero, disponiendo a las
olmas ;y capacitándolas para el logro y goce de teso­
ros ana, como en abundante mies, acopia la Liturgia.
Tanto más adecuado juzgamos el estudio de
Guardini, como introducción a la serie de nuestras
obras litúrgicas, en cuanto que él se coloca en la si­
tuación de aquellos oue llenan de fuera para inter-
ir.ee de nuevo en la corriente de ¡a vida de la Li­
turgia. E l nos expone el choque entre dos mundos
csflirifHafes v denuncia sus disonancias, aareaando a
.''•anido la solución. E l desteja la incógnita de las
relaciones existentes entre la Liturgia *v la vida in­
terior. ane habían sido invertidas v Q u ed ad o olvida­
das. D* ese modo contrasta ■v fü a los fundamentos
'• condiciones naturales o u p se requieren t>ara llenar
f' la experiencia Htúrnica. Sus disauisiríones y aná­
fisis suelen, bnr h tanta, constituir la mejor, más só-
Udn r amfilia base, sobre la que hemos nosotros de
edificar en lo sucesivo.
¡O jalá oue nuestra colección litúrgica pueda, con
■ 't auxilio del cielo, abrir a las almas estremecidas
f'^r los horrores de la guerra mundial y acendradas
fi^r dolores profundos, una fuente- de elevaciones y
fortalecedores consuelos! ¡Q ué sirva para contribuir
a la más honda profundisación de la vida religioso-
eclesiástica, y a la restauración de aquel antiguo es­
pirita escondido, del cual se nutría la primitiva Igle­
sia y se embriagaba de amor y anhelos de martirio
por Cristo Redentor! ( i) .

M a ría - L a a c h , 1918.

Ildefons Herwegen.

<!> Traducim os íntegro este prólogo que el P . Herwegen escri­


bió para la primera edición de la obra de Guardini porque, aunque
circunstancial, ya que hace referencia a una (echa un poco lejana, ha
de contribuir sin duda a que los lectores españoles conozcan mejor
Ja génesis y el significado de esta obra de Guardini, que desde el
momento de su aparición tuvo ya verdadera trascendencia. — N. del T ,
C A P I T U L O P R IM E R O

L a o ra ció n litúrgica*1'
C egún reza u n a n tig u o ax io m a teológico “ la N a -
tu ra lez a y la G racia no o b ra n n u n c a su p érflu a-
m ente” . L a N a tu ra le z a y la g ra c ia tienen su s leyes
p ropias y defin id as. Se dan d eterm in ad as condicio­
nes, a las cuales e stá n som etidos el equilibrio, el des­
a rro llo y enriquecim iento de la vida del e sp íritu , ta n ­
to n a tu ra ! como sobre n a tu ra lm e n te considerada. E s ­
tas leyes pueden, desde luego, en u n caso dado, in ­
frin g irs e sin m enoscabo, cuando u n a g r a n conmo­
ción del alm a, u n a e x tre m a d a necesidad, u n a c ircu n s­
tan c ia e x tra o rd in a ria o u n a fin a lid a d leg itim a lo ju s ­
tific a n o consienten; pero, a la larg a , estas tra n s ­
g resiones no quedan impunes.
A si como la vid a física se a tro fia y p elig ra, si
le fa lta n las condiciones elem entales p a ra su d e sarro ­
llo o no se o b servan adecuadam ente, lo m ism o su ­
cede con la vida del esp íritu o de la religión, p ues se
d isgrega, se a g o ta y pierde su v ig o r y un id ad in ­
terna.
( i) Este capitulo apareció antes, algo modificado en cuanto a
la íornia, en la revista Pharus, A ño 3, Cuaderno 4. Donauwórth, 1917.
L o dicho puede aplicarse con cretam en te cuando se
t r a t a de la vida e spiritual, reg u la riz a d a , de u n a colec­
tividad. E n la vida individual, las concepciones, no
obstante, tienen u n cam po m ucho m ás v a sto ; pero
cuando se tr a ta de u n a m uchedum bre y p o r con­
siguiente de las prác tic a s, ejercicios y oraciones que
reg u la n de un m odo co n stan te la piedad colectiva,
entonces se convierte en cuestión p rim o rd ial de e x is­
tencia p a ra la vid a de la com unidad el que las leyes
fundam entales y básicas de la v ida n o rm al del es­
p íritu , n a tu ra l y sobre n a tu ra lm e n te considerada, ten ­
g a n o no validez. P o rq u e no se t r a t a a h o ra , ni m ucho
m enos, de las m odalidades que pueden o fre c e r la ac­
titu d o conducta e spiritual, y que sólo responde a
determ inadas urgencias m om entáneas, sino de in sti­
tuciones estables, que in fluy en de u n m odo p e rm a ­
n ente en la vida del alm a. E s ta s in stitu cio n es no tie­
nen p o r fin a lid a d se rv ir de ex p resió n a tal o cual
estado interno, conform ado, p riv a tiv o e individual,
sino que v a n enderezadas a recoger, por decirlo asi, la
v id a m edia, la vid a c otidiana de la com unidad. N o re­
p resentan, p o r lo tan to , n i preten d en d a r la fo rm a
in te rio r de la vid a de u n individuo concreto, su tem ­
peram ento específico, sino la v ida in te rn a de u n a co­
lectividad, in te g rad a por cara c te re s y tem peram entos
e spirituales m uy diversos.
D e a h í se sigue evidentem ente que todo e rro r o
deficiencia de principio tiene que h acerse n o ta r ne­
c e sa ria e im placablem ente. A l principio, puede ese
e rr o r qu ed ar disim ulado u oculto p o r c ircu n stan cias
de o rden m oral o em otivo, y p o r las exigencias pe-
culiares que de te rm in a n la fo rm a co rresp o n d ien te
de la ac titu d e s p iritu a l; pero, a m edida que esas c ir­
c u nstancias de lu g a r o tiem po desaparecen y se res­
tablece el estado norm al y adecuado de las alm as,
m ás patente y trá g ic a se m u estra e sta inicial q u ieb ra
in te rn a, ese vicio de construcción, ejercien d o su ac­
ción p e rtu rb a d o ra en todas las dim ensiones.
E s ta s condiciones fundam en tales se m u estra n
m ás claram ente a lii donde la v id a religiosa de las
g ran d e s com unidades pudo desplegarse en u n largo
y espléndido período de contin u id ad , siendo posible
de ese m odo que los principios esenciales evidencia­
sen, con el tiem po, su validez y co rro b o rasen su vi­
gencia. E n la vida com ún de individuos, d iv ersa­
m ente dotados, de tem peram entos d istin to s, s itu a ­
dos en escalonadas zonas sociales, y posiblem ente,
de ascendencia racial discorde, desaparece y caduca,
en el curso de sucesivos períodos cu ltu rales e h istó ­
ricos, h a s ta cierto g rad o , todo lo accidental, lo pe­
ren to rio y concreto, flo ta n d o sólo con vivida p e rm a ­
nencia lo esencial, lo que tiene ca te g o ría de valores
un iv ersa le s; es decir, que el com portam iento, la ac­
titu d esp iritu a l, h a adquirido, con el c u rso del tiem ­
po, el ran g o de o b jetividad positiva y valiosa.
E l tipo m ás acabado o la m an ifestació n m ás p er­
fecta de un linaje de vida e sp iritu al, de esc modo o b ­
jetiv ad a e h istó ricam en te realizad a, n o s lo o fre c e
la L itu rg ia de la Iglesia Católica. E lla h a podido
d e sarro lla rse *«* ws Oov es decir, universalm ente,
d e n tro de las c ircunstancias de lu g ar, de tiem po y de
todas las fo rm a s de la c u ltu ra h u m an a, con lo que ha
lo g ra d o e rig irse en la m ás sab ia y exp erim en tad a
m a e stra de la llam ada Vía ordinaria, o sea, del o rd en
esencial y regu la riz a d o de la v ida de la piedad co­
lectiva ( i) .
C oncretem os con m ás precisió n los co n to rn o s
conceptuales de la L itu rg ia . L o que u rg e, a n te todo,
es f ij a r con c laridad su relación respecto de la v ida
e sp iritu a l “ no litú rg ic a ” .
E l fin prim o rd ia l y m ás inm ediato de la L itu rg ia
no es el culto trib u ta d o a D ios por el individuo, ni
la edificación, ni la form ació n , ni el fo m en to esp i­
ritu a l del m ism o, en cuanto ser in d iv id u al; no es el
individuo el soporte o su je to de las acciones y p lega­
ría s litú rg ic a s; n i lo es tam poco la sim ple a g re g a ­
ción a ritm é tic a de u n a m u ltitu d de fieles, como s u ­
cedería, p o r ejem plo, en un sa n tu a rio donde éstos se
c ongregasen, viniendo a ser como la e x p resió n m a­
terial y tangible de la unidad , de la a g rem iació n pa-

( i) N o al azar y por pura coincidencia el llamado antono-


másicamente Papa religioso ha insistido y clamado por la restauración
de la Liturgia. Bien puede afirmarse que, en general, no se logrará
una renovación profunda e interior de la piedad cristiana, mientras
no se restaure la 'L iturgia 7 se le dé el r a ig o qne le corresponde. E l
mismo movimiento cncarístico tío derramará pródiga y eftc&emente
su tesoro de bendiciones, mientras no se compenetre con el sentimiento
de la Liturgia. E l mismo gran Pontífice que promulgó los decretos
relativos a la Comunión dijo también: “ N o se trata de recitar ora­
ciones durante la M isa; se trata de rezar la Misa misma", es decir,
hacer de la Misa una oración. Sólo cuando la Comunión se compren­
da y practique según su profundo y generoso sentido litúrgico, dará los
frutos logrados que Pío X pronosticaba esperanzado, para la renova­
ción de la vida religiosa en el mundo. Del mismo modo que la eficacia
de la Eucaristía, en el orden de la actividad moral, no se logra plena­
mente sino cuando va vinculada a la vida colectiva, y extiende sus rami­
ficaciones a la familia, a la caridad cristiana, a las tareas profe­
sionales.
rro q u ia l y colectiva, en el tiem po, en el espacio y en el
e sp íritu afectivo.
L a persona o sujeto litúrgico es algo d istin to :
es, sencillam ente, la unión de la com unidad creyente,
como tal co n sid e rad a ; es, p o r lo tan to , alg o que s u ­
pe ra el concepto ríg id o de un ag reg ad o aritm ético de
in d ividuos; es, en térm inos d efin itiv o s, la Iglesia.
L a L itu r g ia es el culto público y oficial de la Igle­
sia, ejercido y regulado por los m in istro s, por ella se­
leccionados p a ra ese fin , es decir, por los sacerdotes.
E n la L itu r g ia los hom enajes trib u tad o s a D io s lo
son p o r la unidad colectiva y e sp iritu al, com o tal con­
sid e ra d a, edificándose y san tificán d o se, a su vez, la
com unidad, m ediante la a doració n que a D io s rinde.
E s m uy im portante, p a ra poder a v a n za r p o r este ca­
m ino, p e n e tra rse vivam ente de este sentido esencial
y objetivo de la L itu rg ia . E llo nos evidenciará, de
un modo term inante, cómo el concepto católico del
culto o adoración colectivos d ifie re radicalm ente del
concepto g e neral del m ism o, ad m itid o en tre los p ro ­
testantes, que g ra v ita siem pre hacia el individua-
lismp.
E l crey en te e n c o n tra rá , p o r o tra p arte, en la
expansión y desbordam iento de su ser, elevado a
unidad s u p e rio r e incorporad o a u n a o rg an izació n
universal, su form ación in te rn a y las condiciones f a ­
vorables a l ejercicio de su lib ertad de esp íritu , como
se desprende lógicam ente de la m ism a n a tu ra le z a del
hom bre, que es un com puesto individual y social, a
la vez.
P a rale la s a las fo rm a s de piedad estrictam en te
ritu a le s y o bjetivas su rg e n o tra s ac titu d e s o m odali­
dades religiosas, en las que el elem ento su b jetiv o está
m ucho m ás acentuado.
E n tre ellas p o d ria n enu m e ra rse las m a n ife s ta ­
ciones de la piedad popular, como son las oraciones
vesp ertinas, los cánticos en len g u a v e rn ácu la, los
rezos y devociones locales, y los propios de u n tiem po
o m om ento determ inados. E s ta s fo rm a s de piedad
llevan el sello cara c te rístic o de u n a región o de una
época concretas, y son como la e x p resió n inm ediata
y genuina de la peculiar c o n te x tu ra o fiso n o m ía de
una d eterm in ad a com unidad. A u n cuando co m p ara­
d a s con las oraciones pu ram e n te individuales, d enun­
cian y a un avance, en la escala de lo u n iv ersal y ob­
jetivo, son, sin em bargo, m ás p a rticu la re s, m ás re s ­
trin g id a s que las e strictam en te litú rg icas, que cons­
tituyen la oración de la Iglesia p o r excelencia, que
es, en su acepción ín te g ra y g en u in a, un iv ersal y ob­
jetiv a. E n las fo rm a s populares de la piedad p red o ­
m ina de m odo p re fe re n te el designio educativo y edi­
fic a n te ; y en ello ra d ic a el que las leyes, principios y
fo rm a s de la vid a litú rg ic a no p u ed an s e rv ir nu n ca
de m ódulo exclusivo p a ra la piedad extra - litúrgica.
Sin em bargo, no es adm isible, ni puede serlo jam á s,
preten d er que la L itu rg ia sea la fo rm a ú n ica de la
piedad colectiva. E llo im plicaría el g rav ísim o e rr o r
de desconocer las necesidades y exigencias m ú lti­
ples del pueblo creyente. A l co n tra rio , debe p ro cu ­
ra rs e que al socaire de la L itu rg ia su b sistan y se
fom enten las va ria d ísim a s fo rm a s de la piedad po­
pular, y se increm enten y fav o re z c an librem ente, se­
g ú n las variables condiciones h istó ricas, étnicas, so­
ciales o p riv a tiv a s de u n pueblo. N in g ú n e rr o r de
m ás lam entables resultancias que el de q u e re r sa cri­
fic a r las valiosas y ricas fo rm a s de la e sp iritu ali­
dad del pueblo y p rete n d e r a d a p ta rla s violentam ente
a las m odalidades especificas de la L itu rg ia .
N o olvidem os, sin em bargo, que, aunque la L i­
tu rg ia y la piedad p opular ten g an su s fin es y f o r ­
m as p riv a tiv a s, es el culto litú rg ico el que h a de
lener siem pre prim acía y ra n g o p refe ren te . L a L i­
tu rg ia es por esencia y debe serlo p o r a n to n o m a­
sia la L e x orandi. L a oración no litú rg ic a deberá
siem pre a ju s ta rs e a ella, ren o v arse y fe rtiliz a rse en
ella, p a ra poder c o n serv a r su fre s c u ra y v italid ad
perenne.D esde luego no se ría del todo ex acto a f i r ­
m a r que la L itu rg ia viene a ser, respecto de la piedad
popular, lo que el dogm a es respecto de la fe indivi­
du a l; y sin em bargo, cabe a firm a rlo h a s ta cierto
punto y con las debidas restricciones. L a L itu rg ia
es como la norm a por la que c u alq u iera o tra m an i­
festación de vida e spiritual reconocerá de u n m odo
constante y seguro sus posibles desviaciones, y la que
le se rv irá , indefectiblem ente, p a ra r e to rn a r en todo
caso a la Via ordinaria. L a s variab les de lu g ar, de
tiem po y de condicionam iento p a rtic u la r se tra d u ­
cirá n espontáneam ente en m anifestaciones de piedad
po pular; pero fre n te a e stas fo rm a s populares, de
a rra ig a d a tra d ició n , s e rá siem pre la L itu rg ia la que
refleje las leyes y principios básicos e inm utables de
la legítim a y sólida piedad.
E n este ensayo intentam o s a n a liz a r alg u n a s de
estas leyes litúrgicas. Y hem os dicho ensayo, porque
e sta s pá g in a s no tienen la p reten sió n de ser d e fin i­
tiv a s, ni de que m erezcan u n iv ersal y u n án im e aco­
gim iento.
E n prim e r lu g a r, la L itu rg ia n o s enseña p ri­
m ordialm ente que la razón o el pensamiento es la b a ­
se im prescindible de la oració n colectiva. L a oración
litú rg ic a está sa tu ra d a de d o gm a y viv ificad a pode­
rosam ente p o r él. Q uienes no tienen experiencia de
lo que e sta oración colectiva es y sig n ifica, sienten con
frecuencia la im presión de e n c o n tra rse con fó rm u la s
teológicas, doctrinales y estéticas, h a s ta que lo g ra
p e n e tra rse plenam ente de la em oción, de la in te rn a
vitalidad que en c ie rra n e stas fó rm u las, aqu ilatad as,
tra n slú c id a s y expresivas. E jem p lo de ello lo tene­
m os en las m ag n ífic a s oracio n es del O ficio de las
D om inicas. Y es que donde la co rrien te viva de la
oración litú rg ic a se desb o rd a y p en etra con m ás
ab u n d a n te riqueza, allí es siem pre el pensam iento, la
idea c lara y ex a cta los que o rie n ta n y conducen su
actividad. E l M isal y el B re v ia rio e s tá n en tretejid o s
de lecciones tom adas de la S a g ra d a E s c ritu ra y de los
S antos P a d re s , y requieren siem pre, p or n u e stra
p a rte , u n no pequeño esfu erzo intelectivo p a ra su
com prensión cabal. E s ta s lecciones se inician y te r ­
m inan con oraciones o preces co rtas, llam adas res-
ponsorios, a p ta s p a ra ser m ed itad as o pensadas, en
las cuales lo que se percibe o se lee queda resonando
in terio rm en te y prendido en las p ro fu n d id a d es del
corazón. L a L e x orandi, es decir, la L itu rg ia , es, a
la vez, según reza un clásico afo rism o , L e x credendi,
es decir, norm a de fe. E lla contiene, en cierto modo,
todo el tesoro y herencia ideológica de la Revelación.
E sto no quiere decir, n a tu ralm en te, que el co ra­
zón y la sensibilidad no ten g a n en la v id a de la o ra ­
ción litú rg ic a su función p rop ia y cu alitativ a, y a que
la oración es tax a tiv a m e n te “ u n a elevación del c o ra ­
zón a D io s.” P e ro el corazón debe to m a r siem pre
como n o rm a directiv a a la razó n , p a ra que le o riente,
le apoye y le ilum ine al tra v é s de la e n m a ra ñ ad a selva
de las em ociones y de las ideas.
E n un caso determ inado, o tra tá n d o s e d e tem ­
peram entos espirituales de o rig in al condición, puede
suceder que al sujeto logre p o lariza rse y p erm an e­
cer en un m ovim iento sensible y elem ental del co­
razón, bien sea este m ovim iento espontáneo, bien
o riginado por alg ú n feliz y desconocido im pulso, y
del cual se lo gra sin duda a lg u n a positivos y efica­
ces resultados. P e ro siem pre tendrem os que la o ra ­
ción que se repite y recita frecuentem ente, choca
con las m ás en co n trad as disposiciones interiores,
pues cada d ía tiene su a fá n y no h ay u n o qué se
a sem e je -a los dem ás. S i el contenido esencial de es-
la s oraciones cotidianas es de o rd en sentim ental, en­
tonces llevarán m ás pro fu n d a m en te g ra v a d a la hue­
lla espiritual de c ad a sujeto, pues de todos los p ro ­
cesos psíquicos in terio res, es el sentim iento el qué
tiende prepondérantem ente a individualizarse, a sin ­
g u lariza rse. D e ahí se sigue que se req u iere un
c ierto grado, al m enos, de p roporción e n tre el es­
tado del alm a de donde proviene, p rim ariam en te, es­
te modo de oración y el estado de quien, act

- ¡ f e -
te, en un m om ento dado, preten d e hacerla. Sin e sta
co nform idad c orre la oración el riesg o de in fe rtili-
z arse o, cuando m enos, de fa ls e a r el m ecanism o in ­
t e rio r del sentim iento. E l p a rticu la rism o .que aquí se
opone al uso repetido y cotidiano de u n a m ism a
fórm ula, es igualm ente aplicable y válido, sí bien se
m ira , p a ra los tem peram entos y disposiciones m ás
diversas.
Sólo la razón tiene el privilegio de poseer valor
u n iv ersa l: sólo ella, siem pre y cuando n o descienda
de su alto rango, conserva incólum e su validez, es
a je n a a las oscilaciones y cam bios del m om ento f u ­
g a z y perm anece siem pre a b ie rta y accesible a todas
las m ira d as de la inteligencia. L a condición radical
de to d a oración colectiva es que v a y a im p erad a por
la razó n y no por el sentim iento. Sólo cuando esa
oración tiene el soporte y la in flu en cia de u n conte­
nido dogm ático, claro y profu n d o , es cuando puede
ser vehículo expresivo de u n a colectividad, com pues-
de los tem peram entos m ás variab les y m ovida por
las m ás diversas c orrientes emocionales.
Sólo la. raz ó n es la que so stien e y. p resta v ig o r a
la vida espiritual. Y , p o r ende, sólo se rá buena u n a
oración, que se n u tra de la verd ad . E s to q u iere decir
que no b a sta con que esté e x e n ta de e rr o r sino que
b ro te de !a plenitud de la verd ad . U n icam en te la v er­
dad y el dogm a com unican a la oración su v ig o r y
sn salud, esa fu e rz a im petuosa, reg u la d o ra y viva,
sin la cual se d e b ilita ría h a s ta fen ecer lán g u id a y
exanpiie. Si esto es incontrovertible y de experiencia
inm ediata, tra tán d o se de la o ració n individual, lo es
m ucho m ás, respecto de la o ració n colectiva y popu­
la r, por su n a tu ra l tendencia h a c ia el sen tim en talis­
m o ( i ) . L a base d o g m ática y racio n al es la que nos
lib e rta de la esclavitud del sentim iento, de la m olicie
y de la pereza espirituales, p orque es tam b ién la que
com unica al pensam iento la c larid ad y la eficacia
p a ra la p rác tic a de la vida.
Siem pre tendrem os, p o r consiguiente, que, p a ra
c onseguir y rea liz a r d e n tro de la colectividad católica
su m isión específica, es indispensable que la o r a ­
ción incorpore y se asim ile la v erd ad ín te g ra, en toda
su plenitud.
E x is te , indudablem ente, c ierta a fin id a d e n tre las
verdades concretas con stitu tiv a s de la revelación y
el estado esp iritu a l o a lg u n a e ta p a d eterm in ad a de
n u e s tra vida in te rio r. E s un hecho com probado que
tal individuo o tal tem peram en to d em u e stra n u n a p re ­
fere n c ia m an ifie sta p o r una d eterm in ad a verd ad
d o g m ática : e sta especie de p refe ren c ia o revelación
es m ás apreciable y c la ra en los casos de conversión.
E s decir, que h a y verdades, d o g m áticas o m orales,
que desem peñan la función de m o trices o determ i-

(1) L a prueba de esta tendencia natural al sentimentalismo, la


tenemos en las manifestaciones frecuentemente empalagosas e in­
sulsas del arte religioso popular: basta parar la atención en mu­
chas estampas, imáeenes, estatuas y oraciones de uso frecuente entre
las frentes del pueblo. N o cabe duda de que el pueblo está capa­
citado para apreciar las manifestaciones del arte vigoroso y sublime,
como nos lo atestigua toda la Edad Media y, en nurstros días, por
ejemplo. lo denuncia el éxito lopTado por las magnificas pinturas de
un Gebtiard F u g el; pero queda siempre el peligro de dar en la des­
viación artística o degenerar en empalagosas delicucsccncias y blan­
duras. L o mismo puede observarse en los cánticos y melodías pre­
feridos por el pueblo y en otra serie de cosas semejantes.
n antes del m ovim iento resolutivo in te rn o , y o tra s que,
cuando la voz de la du d a d e ja o ír con insistencia sus
requirim ientos e insinuaciones, sostienen todo el edi­
ficio de la conversión. P uede, asim ism o, ob serv arse
que la duda religiosa no o b ra n i procede p or casu a­
lidad o sin m étodo, sino que escobe como p u n to pre­
ferib le de acom etida los artícu lo s del dogm a m ás ex­
tra ñ o s o reacios al modo de ser o al c a rá c te r del in ­
dividuo ( i) .
D e ello se desprende lógicam ente o tra consecuen­
c ia : y es, q u e u n a oració n c u y a base exclusiva e stu ­
viese fo rm a d a p o r u n a verd ad o a rtícu lo de fe a is­
lado, no p odría s a tisfa c e r — a la la r g a — m ás que a
un tem peram ento cuya c o n te x tu ra esp iritu a l fuese
an álo g a o sim patizante con ella; pero a u n en ese caso
a c ab a ría por h acerse p aten te la necesidad de u n a v e r­
dad in te g ral, no p a rticu la rista y lim itada. A sí, por
ejem plo, una oración que se co n cretase exclusiva­
m ente a la contem plación de la M ise ric o rd ia d iv in a y
se absorviese en ella, te rm in a ría p o r ser insuficiente,
incluso p a ra u n a vid a in te rio r de condición tie rn a y
de poca consistencia espiritual. Y es que e sta v erd ad
reclam a y requiere su com plem ento, que es la de la
M a jestad y J u stic ia del C read o r.
E n u n a p a la b ra : la oració n que tien d a a sa tísfa -

( i) Esto no quiere decir que estas verdades sean una inter­


pretación ideal de esa d istin ción interior «leí creyente. En esto
hay m is bien una justificación del apotegma teológico de que “ la
Gracia presupone la N aturaleza” . La Revelación encuentra en la
contextura natural d d hombre las necesarias disposiciones espiri­
tuales, para que puedan prender y echar fuertes raíces fácilmente
en su interior las verdades y dogmas más impregnados de misterio.
cer las necesidades espirituales de la m asa de los cre­
yentes, debe contener p o r precisión, en toda su ple­
n itud y riqueza, la totalidad de las v erd ad es dogm á­
ticas.
T a m b ié n en este p u n to es la L itu rg ia , g u ia y
m aestra. E lla com unica a la o ració n to d a la verd ad
del D ogm a, ya que realm ente n o es o tr a cosa q ue la
verdad, la verd ad revestida del ro p aje de la oración,
tejido con los filam entos de las v erd ad es fu n d am en -
fales f i ) , como son 3a Inm ensidad, la G ran d eza, la
R ealidad y la P le n itu d de D io s: la U n id a d y la T r i ­
n id ad ; la Providencia, la O m nipotencia, el pecado, la
Tustica. la Redención, el R escate y la Ju stificació n ,
la Salvación y el R einado de D io s; en u n a p alabra,
todas las realidades suprem as y los novísim os.
E s ta s g ran d e s v erdades son las ú nicas fecu n d as
míe no conocen m erm a ni in te r é s ; las únicas que pue­
den v ig o riz a r a todas las dem ás y o fre c e rse siem pre
a tra v e n te s y renovadas a todos los espíritus.
U n a oración colectiva no se rá , en realidad, v erd a­
d e ra y fecunda sino a condición de no estrech arse, de
no reducirse a u n a p a rte de la verd ad revelada, a n ­
tes al c o n tra rio , de contener, en el m ay o r g ra d o posi­
ble. el com plejo org án ico de las en señ an zas divinas.
E sto es de sum a im portancia, y m ás si se tien e en
cuenta la inclinación n a tu ra l del pueblo a cu ltiv ar con
exclusivism o u n a verd ad o nn culto p riv ativ o , pos-
(i) L a clarividencia de P ío X consistió en que las partes de la L i­
turgia Que puso, por a?í decir, al alcance del conjunto de los fieles
son, cabalmente, aquellas alie afirman y expresan las verdades m is
fundamentales de nuestra fe. como las del oficio dominical o sema­
nal y, especialmente las misas de las ebdomadas cuaresmales.
lerg an d o todos los d em ás; v erd ad o culto que, cuando
se hacen objeto de u n a predilección c e rra d a , llegan
a co n stitu ir u n a necesidad p a ra el esp íritu ( r) .
P o r o tra p a rte es preciso ev ita r, igualm ente, el
c aer en el ex tre m o opuesto, es decir en la o ració n que,
como o c u rre con frecuencia, se rec a rg a con exceso
y pretende a b a rc a r todos los tem as im aginables.
L a prác tic a de la vida esp iritu a l req u iere u n cli­
m a so b re n a tu ra l benigno, fu e ra del cual se debilita,
em pobrece y m uere. “ L a v e rd a d os h a rá lib re s” , li­
bres n o e n el. sentido negativ o de la em ancipación, de
la servidum bre, del e rro r, sino en el sentido positivo
de a c ep ta r y e x te n d e r en toda su in fin ita posibilidad
el reinado de Dios.
A u n q u e es de excepcional im p o rtan cia el f ija r
bien e sta idea, no h a y que llev arla sin em bargo h a sta
el pu ro y frío dom inio de la razó n , y a que, m ás bien,
es el calor del sentim iento el que debe p e n e tra r e
im p re g n ar todas las fo rm a s de la oración.
A quí es donde la L itu rg ia h a de desplegar tam ­
bién su peculiar función. H a y un inm enso teso ro de
pensam ientos vivos, de que ella e stá im p reg n ad a, que
b ro ta n espontáneam ente de u n co razón conm ovido y
tienen la v irtu d de conm over y ren d ir de nuevo ese
corazón, cuando se h alla propicio a d a rle s cabida. El

íi) C laro es que esto debe entenderse en un sentido amplio,


puesto que es natural que determinadas causas o contingencias, como
son_ la guerra o las necesidades anejas a la vida en una población
agrícola o pescadora, justifiquen la frecuencia o la predilección de
determinados dogmas, verdades u oraciones. Aquí no nos referimos más
que a la regla general, susceptible de excepción según las circuns­
tancias. 'P j
culto litú rg ico e stá sa tu ra d o de em oción p ro fu n d a ,
de intensa vida a fectiv a, de ap asio n ad a y h o nda v i­
bración. j Q ué p ro fu n d id a d em otiva la de m uchos sal­
m os! ¡Q u é acentos de n o stalg ia en el Salm o 41, y de
arre p e n tim ie n to en el Miserere, y de júbilo y de ex al­
tación en los salm os que loan y m ag n ific a n la g lo ria
del S e ñ o r! ¡ Y qué voces de in dignación y de a m a r­
g u r a por la J u stic ia del S e ñ o r o fen d id a, en los sal­
m os im precatorios! |Y qué ho n d ísim a y e x tra o rd i­
n a ria em oción la del a lm a sobrecogida de dolor, el
día fú n eb re de V ie rn e s Santo , o e x u lta n te de g ozo en
la sonora m añ an a pascual!
P e ro e sta p ro fu n d a em oción o sentim iento litú r­
gico es rico en enseñanzas y nos dice que, no o b stan te
esos m om entos de tensión elevada, d u ra n te los cu a­
les parece que el esp íritu reb a sa todos los confines,
com o p o r ejem plo, en el desbordado júbilo del r a ­
d ian te E xultet del S ábado Santo, n o h a y que olv id ar
que la expresión litú rg ic a , por lo general, g u a rd a
siem pre c ierta m esu ra en la ex p resió n de los sen ti­
m ientos, m odificándolos y reprim iéndolos sabiam ente.
E l corazón se ex p re sa con ím p e tu : pero la razó n lo
reg u la y dom ina a l m ism o tiem po. E n el fo n d o de las
oraciones m ás sublim es h a y siem pre un p erfecto
equilibrio in te rio r, y u n a conciencia o rd en a d a y v ig i­
lan te contiene las efusiones férv id as del co razó n den­
tro de los lím ites de la m ás sev era disciplina. P o r eso
la au té n tic a y p ro fu n d a v irtu d em otiva que contienen
los salm os está m aravillosam en te reg u la d a y d istri­
buida. sin que los to rre n te s y desbordam ientos de
lo sentim ental y afectiv o turb en la so b ria seren id ad
de la L itu rg ia . D e n tro de ella hierve, ciertam ente, la
lava s u b te rrá n e a y h o g a ra d a del volcán, cu y a cim a se
h u nde lim pia y p e rfila d a en el azu l de los cielos. L a
L itu rg ia es em oción contenida, so fre n a d a , como po­
dem os o b servarlo de modo especial en el san to sa­
crificio de la M isa, lo m ism o en las oraciones de las
p a rte s v a riables que de las f ija s o in v ariab le s: en
ellas se tiene el m odelo acabado de la m ás noble y se­
ren a a c titu d e spiritual del alm a.
E s ta m oderación en las oraciones litú rg ic a s va,
en o casiones,..tan lejo s que d e ja en alg u n o s la im pre­
sión de algo que f u e r a un pu ro y frío m ecanism o del
espíritu, h a s ta que no se vive d u ra n te a lg ú n tiem po
r^n esa a tm ó s fe ra litú rg ic a , y com ienza a exp erim en ­
tarse , a se n tirse el to rre n te de v ida in te rio r que co n
ba jo las fo rm a s c la ra s y dom inantes.
¡Y cuán necesaria es, p o r o tra p a rte , e sta disci
plina del esp íritu ! H a y m om entos y c ircu n stan cias en
ia vida en que el corazón rom pe en im petuosos e irre ­
fren ables desah o g o s; p ero u n a o ració n d estin ad a al
recitado d iario de u n a colectividad, tiene indispensa­
blem ente que e s ta r regulada p o r las leyes de la m o­
deración y del ju sto sentido. T o d a emoción, dem a­
siado vehem ente o en u n a tensión co ntinuada, tra e ría
consigo, al desbordarse, un doble p e lig ro ; porque, o
bien los que o ra n to m a n en serio lo que su s labios p ro ­
nuncian, y entonces puede o c u rrir que se sien tan
rom o constreñidos a pro d u cir o p ro v o car a rb itra r ia ­
m ente una em oción que no e x p erim en tan ni tienen, y
eso p riv a ría al verd ad ero sentim iento in te rio r de es­
po n tánea y v e rd a d e ra s in c e rid a d ; o bien, la n a tu r a ­
leza to m a ría su desquite, recitan d o b a jo la fo rm a
de c ie rta glacial indiferencia, el tex to de las o racio ­
nes y fra s e s que tiene a flo r de labios, pero quedando
sólo la resonancia de las p a la b ra s d esv alo rad as y sin
sentido.
C ierto es que la oración e scrita debe ser tam bién
p ro fu n d a m en te educativa y, por ende, elevar el co­
razó n a las m ás p u ras regiones del sen tim ien to ; pero
hay que cu id a r de que el in terv alo e n tre el sen ti­
m iento in te rio r que la anim a y el estado e sp iritu al
corrien te del individuo rio sea excesivo. T o d a o ra ­
ción que prete n d a m an te n e r a n im a d a su fecundidad
y, por consiguiente, se r practicable y ú til p a ra u n a
colectividad, debe llevar la c a ra c te rístic a de u n a ín ­
tim a y h onda a rm o n ía, un tono p ro fu n d o , pero se­
reno, de verd ad y de vida. B a ste ad u cir, como testi­
m onio co rro b o ran te, los m agn ífico s v erso s del him no
s a g ra d o , ta n difíciles de tra d u c ir, p o r su c ristalin a
tra n s p a re n c ia :

Laeti bibomus sobriam


Ebrietatem spiritus... (i)
C laro es que la emoción religiosa n o se debe me­
d ir ni calcular con los procedim ientos v alo rativ o s
c o rrien te s; pero, como n o rm a g eneral, b aste decir
que donde sea suficiente la ex p resió n clara y sencilla
no es necesario a pelar a fó rm u la s m ás recarg ad as,

(i) Del Breviario Benedictino. Himno de Laudes del martes.


Traducido literalmente d iría: Gustemos alegres la solm a ebriedad
del espíritu.
y que u n a elocución o g iro elem ental es, p o r lo co­
m ún, p referible a o tro complicado y violento.
L a L itu r g ia nos enseña, adem ás, de qué lin aje o
c a teg o ría h a n de ser las em ociones p a ra que, al aco­
p larse a u n a d eterm in ad a y concreta fó rm u la de
o ra r, puedan ser fecundas e n d u ració n y eficacia
p a ra u n a colectividad. E so s h an de ser los sentim ien­
tos c ardinales que condicionan to d a la v ida h u m an a
y e spiritual, es decir, aquellos que n o es m enester
ir a buscarlos a las a p a rta d a s y recó n d itas regiones
de la f e ; esos sentim ientos elem entales, de tipo g e ­
nérico, que ta n soberbiam ente e stá n ex p resad o s en
los salm os, como son los de adoración, y deseo de
D ios, de reconocim iento, de im petración, de tem or,
de arrep en tim ien to , de sacrificio , de a m o r, de resig ­
nación, de fe, de renuncia y de c o n fia n z a ... N a d a
de sutiles delicadezas; n a d a de afem en in ad o s sen ti­
m ientos y delicuescencias vanales, sino sólo sen ti­
m ientos vigorosos y tra n sp a re n tes, sencillos y n a tu ­
rales.
A dem ás, la L itu r g ia «s de u n m aravilloso y a f i ­
nado com edim iento en la expresión. E l a lm a tiene
diversas m an e ra s de entre g a rse , pero ap en as si la
i itu rg ia las esboza, o, en caso de hacerlo, las vela
bajo tan espléndida p ro fu sió n de im ágenes o c ir­
cunloquios, que el alm a queda como g u a re c id a y d is­
c retam en te em bozada tr a s de los bellos ata v ío s de
la fo m ia . L a oració n de la Ig lesia no exhibe, si cabe
la expresión, ni d eja a la intem perie los secretos del
c o razón: ella los retiene en el pensam iento y en la
fo rm a ; sabe d e s p e rta r las m ás delicadas efusiones
y los anhelos m ás íntim os, pero a la vez, los contiene
sabiam ente y respeta su reserv a. H a y d eterm in ad as
elocuciones, fra s e s y sentim ientos ex p resiv o s de la
e n tre g a in te rio r, que indican las intim idades m ás
ca sta s y sensibles, que no pueden ni deben ser p ro fe ­
ridos en público, en a lta voz, sin peligro, y m ucho
m ás cuando es con reiteració n , de h e rir el pudor,
la m iste rio sa in tim idad del alm a. L a L itu r g ia h a
ac ertad o a rea liz a r ese esfu erzo suprem o, ese a rte
m aravilloso que p erm ite a la c ria tu r a e x p re s a r en
to d a su plenitud lo m ás íntim o de su v ida e sp iritu al
y, a la vez, celar d iscretam en te sus m ás recónditos
secreto s: Secretum meum Mihi. E l alm a puede e x ­
pa n sio n a rse libre y jubilosam en te sin el tem o r ni
riesgo de v e r p ro fa n a d o s, en p elig ro sa exhibición,
sus m isteriosas y no publicablcs in tim id ad es ( i ) .
A n á lo g a s apreciaciones c a b ría h acer acerca de la
a c titu d espiritual litú rg ic a , desde el p u n to de vista
ético.

(i) La Liturgia realiza aquí en un sentido espiritual, aprc-


vim aitamfnt^ q m las . llamariag formas SOCÍal rom nliriaita* y
refrendadas por una continuada tradición de refinamiento en las
maneras y comportamiento exterior, han realizado, desde el punto
de vista social, en la vida de relación. Estas delicadas formas de
civilización y de cultura posibilitan al hombre el trato con sus se­
mejantes, precaviéndole a la vez contra toda agresión a su mundo in­
terior; le permiten la cordialidad.sin que tenga que haccr dejación de
su propia dignidad; le tienden un puente sobre Jas diferencias de la
vida, sin el peligro consiguiente de que pueda hundirse entre el
humano oleaje. D e modo idéntico realiza la Liturgia admirable­
mente la misión entre lo natural y las más apuradas formas de la
cultura del alma, asegurando su libertad de movimientos. Ella, en
cuanto es Urbanistas, constituye la oposición más elocuente de la Bar­
barie, cuyo imperio comienza cuando naufragan al mismo tiempo la
Naturaleza y la Cultura.
L as acciones litú rg ic a s, lo m ism o que la o ració n
de la Iglesia, tienen indudablem ente un fondo ético
y presuponen concepciones m orales, como el deseo de
ju stic ia , el rem ordim iento, el e sp íritu de sacrificio ,
etc., o se convierten tam bién, con frecu en cia, en
v erd ad eras acciones m orales. P e ro en esto m ism o se
puede com probar el tacto y la fin u r a con que proce­
de. N o e x ije categóricam en te esas resoluciones m o­
rales decisivas y radicales que tra n s fo rm a n de m o­
m ento toda u n a vida. N o las e x ije sino sólo cuando
son im prescindibles y se req u ieren esencialm ente
p a ra la validez de un acto, como p o r ejem plo, la ab­
ju ra c ió n en el B autism o o la em isión de los votos so­
lem nes en el S a cram en to del O rd e n ; pero, de o rd i­
n ario, en las oraciones y preces d iarias y en su apli­
cación a las o b ras y decisiones de la v ida c o rrien te es
en ex tre m o rese rv a d a y cauta. U n voto, por ejem plo,
u n a renuncia solem ne y ab so lu ta al pecado, la en­
tre g a total de sí m ism o, el desprecio d efin itiv o del
m undo, la prom esa de u n a m o r exclusivo, la re n u n ­
cia in te g ral a los placeres de la vida y o tra s acciones
sem ejantes, n a c o n stituyen d e suyo la tra m a c o rrien ­
te de la oración litú rg ic a . E s posible, no obstante,
e n c o n tra r con frecuencia en la L itu rg ia m uchos de
esos actos, prom esas, sentim ientos o ideas, pero en
o tra fo rm a d istin ta , es decir, en fo rm a de súplica,
de p legaria d irig id a a D ios p a ra poder lo g ra r e te r­
nam ente su posesión bien av en tu rad a. N o es el alm a
la que aquí, en la L itu rg ia , fo rm u la por cuen ta p ro ­
p ia esos sentim ientos y deprecaciones, sino que im ­
p lora la g ra c ia de e x p e rim en tarlo s y g u sta rlo s en
to d a su excelencia y bondad. L a L itu rg ia , a l con­
tra rio , ev ita cautam ente todas esas oraciones y m é­
todos cotidianos de m editación que im plican esos sen­
tim ientos en fo rm a de consagraciones m orales ab so ­
lutas.
¡ Y c u á n ta sa b id u ria y discreción d e m u e stra en
ello! P o rq u e en ciertos m om entos fu g aces de e n tu ­
siasm o y de exaltación, o en determ in ad o s in sta n te s
decisivos tienen sem ejantes fó rm u las u n a razó n de
s e r; pero, desde el m om ento en que se tr a ta de la
vida n o rm a tiv a , esp iritu a l m edia de u n a colectividad,
esas fó rm u la s defin itiv a s, frecu en tes y reiterad as,
o fre c e n u n a peligrosa y am b ig u a a lte rn a tiv a . P o r ­
que, o la c ria tu ra pone todo su empeño en fo rm u la r
en estas oraciones u n a eficaz y v e rd a d e ra petición
y t r a t a de e x p re sa r en todo su sentido los sentim ien­
tos que im plican, y en ese caso no ta r d a rá en com­
p ro b a r, con triste y desilusion ad a experiencia, la d i­
fic u lta d enorm e de d a r a las p a la b ra s u n a com pleta
sinceridad, con lo cual se a c recien ta el pelig ro de que
s u vid a sentim ental sea insincera, fic tic ia y de que los
sentim ientos y direcciones sean como fo rzad o s, con­
tenidos y estem poráneos, reilejan d o el artificio y
el esfu erzo que supone el p rete n d e r p ro v o car a d iario
ciertos estados espirituales, que, por su m ism a in­
tensidad y fu e rz a tensional, son excepcionales; o, en
caso c o n tra rio , c o rre el a lm a el a lb u r de adocenarse
m uy pro n to , resig n a d a y m an su etam en te, y de no
percib ir en las p a la b ra s que p ro n u n cia m ás que la
expresión de u n m ovim iento in te rio r p asajero , y en­
tonces, el a cto m oral que fo rm u la n las p a la b ra s p ier­
de todo su valor. C laro es que este últim o caso nad a
se opone a que sem ejante fó rm u la pueda rep etirse,
con fre c u e n c ia ; pero ello s e rá siem pre a costa de u n a
depreciación, de u n a infe rio riz a c ió n de su v alo r y
trascendencia.
A n te la a lte rn a tiv a que aq u í se n o s plan tea, es­
tá n las pa la b ra s decisivas del D ivino M a estro : “ Q ue
v u e stra s pa la b ra s sean, sí, s í; no, n o .” ( i ) .
L a L itu rg ia h a resuelto el g ra v e problem a de
elevar el e sp íritu a las m ás en cu m b rad as cim as de
la vid a m oral, sin deponer e n un ápice n a d a d e su
sencillez y de su sinceridad, como co rresponde a las
p e re n to ria s necesidades de n u e stra v ida cuotidiana.
A l lle g a r aquí nos sale al p aso o tr a c u estió n : la
de cuál sea la fo rm a m ás a d ecu ad a p a ra la oración
colectiva. O en o tro s térm in o s: ¿ D e qué n a tu ra le z a
d eberá ser la oración p a ra que pueda sim u ltán ea­
m ente pro v o ca r un m ovim iento in te rn o y u n ifo rm e
en el alm a de u n a m u ltitu d , y lo g ra r que el m ovi­
m iento sea persisten te y continuado?
El ejem plar acabado de lo que es el rezo colec­
tivo d o s lo o fre c e la oración co ral de la Iglesia. U n
considerable n ú m ero de individuos se a g ru p a n y re ú ­
nen en asam blea reg u la r, todos los d ías y a h o ras
p refija d a s, p a ra fin es espiritu ales. A q u í se n o s p re ­
senta, como nunca, ocasión propicia p a ra an a liz ar
y com probar sobre el hecho vivo las leyes de la o ra ­
ción colecitva (2).

(O S. M a t, 3, 37.
'(3) No hay que olvidar que la oracióo litúrgica supone, como
requisito previo, una serie de condiciones positivas, que no K
L o prim ero que s e rá exig ib le en e sta ag ru p ació n
de individuos h a de ser u n a p articipación activa, e fi­
ciente, de cuerpo y alm a. Si se lim itase, por ejem plo,
la a ctividad in te rio r a un sim ple esfu erzo auditivo,
d u ra n te la recitación de las oraciones, term in a ría por
entorpecer y p a ra liz a r el libre m ovim iento del espí­
ritu . E s im prescindible la cooperación efic a z de to­
dos los asistentes. Y e sta operación n o h a de lim i­
ta rs e a la respuesta u n ifo rm e y ritu a l d a d a a las
p a la b ra s que pro n u n cia el lector, au n cuando esa
fo rm a de oración esté reconocida y ten g a validez en
ciertos m om entos o prác tic a s litú rg ic a s, como en el
recitado de las L e tan ía s, y consiga entonces una p er­
fecta justific ac ió n , y a que e q u iv ald ría a desconocer
las necesidades div ersas del esp íritu , tr a ta r , en p rin ­
cipio, de rec h a z a r o invalidar e stas fo rm a s de o ra r.
E n e stas ocasiones la com unidad sirv e com o de eco a
las v a ria d a s y a lte rn a n te s invocaciones del lector o
recitad o r, de u n a m an e ra u nifo rm e, un íso n a y en un
m ism o a cto religioso, como es el de la súplica. E n
este m odo de súplica, re ite ra d a en u n a especie de
reacción o de invocaciones d iv ersas, se e v ita rá toda
m onotonía; re n o v a rá a c ad a m om ento su contenido,
se s a tu r a rá m ás de vida, y g a n a rá en calo r intenso y
en creciente ferv o r. E n el curso de las oraciones se
v erific a u n a p ro g re sió n constan te, u na sostenida in­
tensificación. E n te n d id a de ese m odo e sta oración
dan, sin más ni más, en la vida individual de los creyentes, como
serian un mayor alivio o descanso, que permitiría al espíritu una
proíundización más intensa, una especial preparación interna, que
serviría como de indicación para penetrar mejor en la riqueza de los
pensamientos y las bellezas de la forma.
colectiva, será m ás a p ta que n in g u n a o tra p a ra e x ­
p re sa r un ruego vehem ente, u n a petición ap rem ian te,
u na súplica e n fe rv o rad a del co razó n , encendido en
el vivo anhelo de e n tre g a rse a su Dios.
Y , sin em bargo, nótese q ue la L itu rg ia ap en as si
utiliz a e stas fo rm a s deprecativ as, estos m odos de
oración, sino de vez en vez, si se co n sid eran global­
m ente todos los O ficios divinos. E n ello se ve una
elocuente p ru eb a de la s a b id u ría con que la L itu rg ia
procede, pues e stas fo rm a s de o ració n in sp iran , no
sin fundam ento,' el 'recelo de un posible adorm eci­
m iento de la libre actividad del a lm a ( i) .
E l tipo de oración colectiva que la L itu rg ia u ti­
liza es m ás bien dram ático. L a m asa de los p a rtici­
p antes en los oficios litú rg ico s con dos coros que
com parten, en fo rm a dialogada, la oración. E ste d iá ­
logo e stá sostenido y anim ad o p o r u n m ovim iento

( i) Todo lo que acerca de la Liturgia queda indicado bastará


para dar a entender, coa entera claridad, que no se trata de im­
pugnar ni disminuir la necesidad e importancia de las otras formas
de oración, como por ejemplo, la del santo Rosario. E sta clase de
oraciones tienen en la vida espiritual una función especifica e in­
sustituible. Precisamente son las que más evtdenLknienle patentizan
la diferencia que existe entre la oración litúrgica y la popular. La
Liturgia tiene como fundamento el iVe in ídem, ea decir evitar la
repetición; tiende al progreso, al avance continuo de la inteligencia,
de la sensibilidad y del querer. En cambio, en la oración popular,
h a ; tendencia a la forma contemplativa, que gusta del reposo, de
fijarse admirativamente ante las imágenes, que rehuye el cambio
brusco de los pensamientos, prefiriendo más bien las ideas, las emo­
ciones, los estados espirituales más elementales y exentos de compli­
cación. En la oración popular la piedad no viene a ser más que el
medio para sentirse más cerca de D ios y, por eso precisamente, se
goza en la repetición de esa oración maravillosa del Pater N osler y
A v e-M a r ta , que son como vasos espirituales donde pueden ios fieles
derramar todas las esencias de la vida de su corazón.
p ro g re siv o : h ay en él v e rd a d e ra acción e intensidad
d ram á tic a s y el con ju n to de los fieles se siente como
a rr a s tr a d o por esa m ism a fu erz a , pues cada uno de
los asistentes se ve obligado a in te rv en ir o, cuando
m enos, a se g u ir con la atención desp ierta, pues tiene
la conciencia de que la m arc h a creciente y p erfecta
de la oración y de los ejercicios colectivos depende
de su p ropia individualidad e intervención.
Con esto p e rfila ya la L itu rg ia , a b iertam en te, la
ley fu n d am e n ta l de los m ovim ientos o acciones es­
p irituales, que no se pueden im pcm em ente tra s g re ­
d ir ( i ) . L a L e x orandi nos dice que, por m uy ju s tif i­
cados que puedan e s ta r los fo rm u la rio s de oraciones,
b asados en la sim ple respuesta, el principio fu n d a ­
m ental de la oración colectiva im plica siem pre el p rin ­
cipio de la acción y de la progresión.
L a cuestión, tan apasionad am en te hoy debatida, de
cuál sea el m ejo r procedim iento p a ra que los hom bres
to rn e n a la vida de la Iglesia, depende, en su relación
m ás íntim a, del problem a aquí plan tead o en térm inos

( i) En los (lempos primitivas t i la fg tn ia se p ra ctto b a con


predilección, sobre todo en «1 canlo de los salmos, la forma llamada de
responso o versicular. E l lector recitaba sucesivamente 1os versículos,
y los fieles respondían con una fórmula invariable y uniforme, a lo
sumo con alguna leve modificación. En ese mismo período crisliano
y coincidiendo con el uso de esta forma deprecativa, de participación,
se practicaba también la oraeión popular con otras variantes. El
pueblo se distribuía en dos coros que alternaban el canto de los ver­
sículos de los salmos. E s muy característico y digno de notarse en la
Liturgia, cuando se estudia y examina su evolución al través de los
siglos, observar que este segundo modo de oración dialogada es el
que lia prevalecido, por In general, llegando easi a suplantar al p ri­
mero. Vid. Thalhofer. Eisenhofer, Manual de la Liturgia Católico,
pág. 126 y siguientes. Freiburg, 192?..
de solución. E l hom bre, p o r su n atu ra le z a , tiende al
m ov-'miento, a la participació n activ a, al eiereicio efi­
ciente. P e ro la m asa, la colectividad, su jeto de ese
m ovim iento e spiritual en continuo fluir dinám ico,
necesita u n a conform ación. D e a h í que sea im pres-
cin d :ble un directo r, un jefe, que señale en la oración
dialogada el principio, el m edio y el f i n ; en u n a pa­
lab ra . que d irija , vigile y ord en e el desenvolvim ien­
to de la acción. E l disciplina y o rg an iz a la m asa.
V iene a ser como el d ire c to r de o rq u esta : a él le com ­
pete iniciar los tem as, e je c u tar p o r sí m ism o los pa­
sajes m ás difíciles, p a ra que pueda con toda clari­
dad p ercibirse la riqueza de su co n ten id o : in te rp re ta r
lu g are s obscuros de la oración, y resu m ir en f ó r ­
m ulas concretas y p ro fu n d a s los sentim ientos de la
colectividad; in te rca la r, en fin , silencios, p au sas y
consideraciones e x tra íd o s del fo ndo vivo de la o r a ­
ción. T a l es la m isión del d ire c to r de coro, p a ra
cuyo desem peño ha debido prev iam en te ten e r un m a­
du ro apre n d iz aje y u n a instru cció n m u y a lid a d a .
L o a n te rio rm en te elucidado d e m o stra rá la riq u e­
za, de contenido, de sentim ien to y <|e em oción que en­
c ie rra la L itu rg ia , y lo m ism o p o d rá a g re g a rs e ta m ­
bién de las dos m ás poderosas fu e rz a s de la vida
h u m an a, que son la N a tu ra le z a y la C u ltu ra.
I-a voz de la N a tu ra le za tiene su reso n an cia lim ­
pia y poderosa en la vida de la L itu rg ia . Léanse,
como com probación, los salm os: en ellos resu en a la
voz del hom bre in te g ral, tal como él es, con sus a lte r­
na tiv a s de entusiasm o y desaliento, de gozo y de t r is ­
teza. de elevación y de pecado, de ex altad o ap etito
del bien y de abatim iento y p o stració n en el mal.
E llos son la revelación de toda su psicología. A h í
tenem os las lecciones del A n tig u o T estam en to . ¡Q ué
a plena luz y con qué potencia refleja d a está en ellas
la n a tu ra le z a del ho m b re! N a d a se palia n i des­
f ig u r a ; n a d a se oculta ni disim ula. L o m ism o se
puede o b se rv a r en las pa la b ra s de la co n sag ració n y
en las oraciones rituales de la a d m in istració n de los
S acram entos. H a y en ellas u n a re frig e ra n te g racia,
u n a sin c e ra y ro tu n d a n a tu ra lid a d . E n ellas se les
llam a a las cosas p o r su pro p io nom bre. E l hom bre
aparece con todas sus quiebras y flaquezas, y con su
realidad a u té n tic a en la d ram á tic a de la L itu r g ia ; lo
m ism o que su natu ra le z a , en com plejo enigm ático
de nobleza y de m iseria, de elevación y de pequenez,
h a b la y e stá palpitante en las oraciones de la Iglesia.
N o es, no, u n a concepción idealista, d e p u ra d a con
todo esm ero de cualquier am alg am a de im purezas,
lo que la L itu rg ia nos revela del hom bre, sino su
realid ad tangible y hum ana, como ella es.
N o m enos rico que su contenido de N a tu ra le za
es el contenido de C u ltu ra , pues la L itu rg ia nos m ues­
t r a con plena evidencia la lab o r y la contribución
de m uchos siglos, que h an ido d epositando en ella
sus esencias m e jo re s ; cómo se h a ido dep u ran d o y
tra n sfo rm a n d o el léxico; cómo h a ido en san ch án ­
dose el m undo m ultiform e de las ideas y de los con­
ceptos; cómo se h a tra n s fo rm a d o en n uevas y bellas
concepciones su a rq u ite c tu ra que, com enzando por la
breve concisión de los versículos y por los fin o s enca­
jes e stru c tu ra le s de sus oraciones sueltas, pro sig u e
ascendentem ente con la reglam entación, tan precisa
como adm irable, de las H o r a s canónicas y de la S a n ta
M isa, h a s ta c ulm inar triu n fa lm e n te en esa m a ra ­
villosa o b ra de conjunto , que co n stitu y e el añ o li­
túrgico. A su fo rm ación h an co ntribuido, en íntim a
colaboración, to d as las m an ifestacio n es esp iritu ales,
en sus div ersas fo rm a s, o p erativ as, n a rra tiv a s o lí­
ricas. D e ahí esa d e slum b ran te e in ex h a u sta v aried ad
en el estilo de sus d istin ta s p a rte s in te g ra n te s ; desde
la sencilla c laridad del propio de tiemPo, h a s ta el es­
plendor y la pom pa de las fiestas m ás recientes, p asan ­
do por el encanto tierno y m isterio so de los oficios de
la M ad re de D ios y la fra g a n te delicadeza del rezo de
las V írg en e s y M á rtire s de la p rim itiv a Iglesia.
A g reg ú ese a esto el a tra c tiv o y sig n ificació n de las
acciones litú rg ic a s, de los vasos sa g ra d o s, de los o r­
nam entos sacerdotales, de todo c u an to las a rte s p lás­
ticas y pictóricas, ju n to con las m usicales, h an ap o r­
tado en riqueza decorativ a, m elódica e in stru m en tal.
D e todo lo expuesto se deduce u n a enseñanza
b ásica en la fo rm a ció n de la v ida e sp iritu al, y es,
q ue la R eligión necesita del so p o rte de la C u ltu ra.
P o r C u ltu ra entendem os la sín tesis de todos los va­
lores que son producto del esfu erzo cread o r, tra n s ­
fo rm a d o r u o rd en a d o r del h o m bre, como son las a r ­
tes, las ciencias, las instituciones sociales, etc.
E l com etido propio de la C u ltu ra consiste, t r a ­
tándose de este teína concreto de la L itu rg ia , en apo­
d e ra rse del tesoro de verdades, de instituciones, de
ejercicios espirituales, que D ios h a o to rg a d o al hom ­
bre por m edio de la R evelación, d ejando p aten te an-
le los ojos de los hom bres, p o r su reg u lad o y cons­
tan te esfuerzo, la riqueza que en c ie rra n , o e x tray en d o
su contenido p a ra aplicarlo p rácticam en te a las m úl­
tiples necesidades de la vida. L a C u ltu ra de suyo es
im potente p a ra c re a r u n a R elig ió n ; pero su m in istra
a é sta los m edios p a ra desenvolver su plenitud de ac­
ción y p a ra h acerla ren d ir to d a su posible eficacia.
A hí rad ic a el sentido íntim o del fam oso apotegm a,
Philosofía ancilla Theologia, la F ilo so fía es la
sie rv a de la Teología, que h a tenido validez en todas
las épocas y fase s de la C u ltu ra , y que h a servido de
n o rm a continua a la a ctividad m ilitan te de la Iglesia.
S abiam ente procedía la Iglesia, y bien se p e rcatab a
del alcance que ello tenía, al o rd en a r e im poner a la
O rden F ra n cisc an a , cuando ésta se hallab a en el ap o ­
geo de su fe rv o r y de su esp íritu , el cultivo de las
ciencias, un cierto nivel en el ran g o de su v ida e x ­
te rn a y, a la vez, la conveniencia de no d escu id ar la
posesión de algunos bienes m ateriales, necesarios
p a ra su desarro llo e increm ento. Q uien vea en ello un
asom o de decadencia de su p rim itiv o ideal, dem ues­
tra u n a concepción parc ia lista d e la v id a y u n a g rav e
ign o ra n c ia de las condiciones esenciales que requie­
ren el fom ento y desarro llo de toda v ig o ro sa e sp iri­
tualidad.
P o r el co n tra rio , la Iglesia a seg u ró , con estas sa ­
bias norm as dadas a la O rd e n F ra n cisc an a , su p erv i­
vencia y continuada fecundidad de acción y de vida. El
hom bre aislado o u n a colectividad pueden, d u ra n te un
c o rto período de enfervorizació n , v iv ir alejados de
las corrientes de la C u ltu ra , como lo testim o n ian en
sus com ienzos el ejem plo de las órdenes erem íticas
de E gipto, el de las com unidades m endicantes y el de
ia vida de m uchos santos, de todos los tiem pos. P ero
esto no d e s v irtú a en nada el valor de la n o rm a gene­
ral, según la cual toda vid a m edia e sp iritu al que p re­
tenda co n serv ar su vig o r y fecu n d id ad , necesita no
sólo u n indispensable m atiz, sino u n alto nivel de a u ­
tén tica y v e rd a d e ra C u ltu ra , p a ra m an te n e r ju g o sa
su vivacidad, su pureza, su a m p litu d sentim ental,
preservándose de ese modo ta n to de rigideces p a rc ia ­
les y estériles t o m o d e m alsan as exaltaciones, que es
el peligro que suele ased ia r con frecu en cia el des­
arro llo de la vida espiritual.
L a C u ltu ra com unica a la Religión la posibilidad
y m edios de e x p re sió n ; le fac ilita el poder p e n e tra r
con claridad d e n tro de sí m ism a y de d isc e rn ir lo
accesorio de lo esencial, los m edios de los fines, la
ru ta de la m eta final. L a Ig le sia h a condenado sis­
tem áticam ente todos los a taq u es asestad o s a la cien­
cia, al a rte o a la propiedad. L a m ism a Ig le sia que
con tan to ahinco h a insistido en el Unum neecesartum
y que, con ta n ta urgencia, h a predicado siem p re la
prác tic a de los consejos evangélicos y h a repetido que
es preciso e s ta r dispuestos a ren u n c ia r a todo, a tru e ­
que de a s e g u ra r la salvación ete rn a , h a tenido como
n o rm a directiv a y h a pro cu rad o con ex q u isito es­
m ero, al m ism o tiem po, que la vida e sp iritu al esté
sa tu ra d a de la sal. con serv ad o ra de to d a leg ítim a y
sólida C ultura.
P o r eso m ism o y en idéntica m edida requiere la
vida esp iritu a l p a ra su equilibrio y saludable v ig o r §1
fu n d am en to de u n a sólida N a tu ra le z a : “ L a G racia
p resupone la N a tu ra le z a .” E s ta v erd ad p rim a ria la
h a sostenido y propugnado la Ig le sia con term in an te
y denodada firm e z a , en sus titán icas lu ch as co n tra
G nósticos, M aniqueos. C á ta ro s, A lbigenses, J a n se ­
nista s y cuantos h a n incidido en desviaciones sobre
este problem a. F u e la Iglesia la que, c o n tra P elag io
y Celestio, c o n tra Jo v iniano y H elvidio, y c o n tra to ­
das las sectas que, en el decurso de los tiem pos h an
pretendido e x a lta r la N a tu ra le za con m enoscabo de la
"Gracia, a firm ó categóricam en te la ineludible obli­
gación que el cristia n o tiene de sobreponerse a la
N a tu ra le za y señ o re a rla m ed ian te su vencim iento y
dom inio. Si en u n a vida esp iritu a l f a lta el cim iente
inconm ovible de u n a elevada y a u té n tic a C u ltu ra,
verem os que pro n to se p a ra liz a y ag o sta. Si se quie­
b ra la base de una sana N a tu ra le za , asistirem o s
igualm ente a la degeneración p ro g re siv a de esa vida
espiritual que, iniciándose por la tibieza y a g ra v á n ­
dose con la ausencia de la sinceridad y de la espon­
taneid ad, a c ab a rá lastim osam ente en la esterilización
m ás absoluta. Si desciende el nivel dé la C oftura,
verem os que el pensam iento se empequeñece y a rr u i­
n a paulatinam ente, que las ideas pierden su flexibili­
dad y que los sentim ientos m ás fin o s y delicados de­
g en e ra n y se to rn a n m onótonos y torpes. C u an d o la
N a tu ra le za no hace circ u la r p o r las a rte ria s de la
oració n o de la vida esp iritu a l su sa n g re cálida y vivi­
ficad o ra, el pensam iento se v a c ía de sentido, la sen­
sibilidad m ás delicada se em bota o a g u d iz a h ip eres-
~ "
— 91 —
tésicam ente, y los sím bolos e im ágenes se to rn a n p á ­
lidos y borrosos.
L a ausencia de estos dos elem entos prim ordiales,
N a tu ra le z a y C u ltu ra, e stá bien explícita en lo que
g ráfica m e n te se denom ina Barbarie, en co n trap o si­
ción irreductible a e sta Scientia vocis que se preco­
n iza en la vida litú rg ic a y que la L itu r g ia a cep ta y
c o n sag ra como un don m ag n ífic o del E s p íritu C re a ­
d o r ( i) .
L a vida de oración h a de ser san a, sencilla y vigo­
rosa. N o debe de n in g ú n m odo ro m p er sus vínculos
unitivos con la realidad n i de elu d ir el lla m ar a las
cosas p o r su nom bre. E s m en ester que los individuos
encuentren en la oración su plenitud de vida, a la
vez que el m an a n tia l irre sta ñ a b le de pensam ientos,
emociones e im ágenes que la alim enten y eleven. Su
lenguaje debe ser lim pio y tra n s p a re n te en su fo rm a,
de tal m an e ra que, p a ra el h o m bre sencillo, resu lte
com prensible y, p a ra el ho m bre culto, v iv ific a n te y
a le ntador. T o d a la vida e sp iritu al debe e s ta r in ­
flu id a de un género de C u ltu ra , que en m odo alguno

( i) Cuídese de no dar a lo dicho una interpretación torcida.


X o cabe duda de que la Gracia es soberana en su acción y no necesita
para salvar un alma ni de la Naturaleza ni de la obra del hombre.
Dios puede, ciertamente, "trocar las piedras en hijos de A braham ” ;
pero, según las normas generales de su economía, Dios quiere que todo
cuanto el hombre posee, en bienes de Naturaleza y de Cultura, lo
ponga al servicio de la Religión y todo ello redunde en acrecenta­
miento del reino de Dios. E l ha ordenado lo natural y lo sobrenatural
con mutua reciprocidad, y ha establecido las cosas naturales dentro
del plan de sus divinos designios. A su representante en la Tierra,
es decir, a la Iglesia, corresponde, por ende, el prefijar el modo y
medida con que lo* medios naturales deberán ser utilizados para el
logro más hacedero de los fines «obrenatorales.
será indiscreta y petulante, sino que se re f le ja rá m ás
bien en c ierta am plitud intelectual, en el dom inio in ­
terio r del pensam iento, de la v oluntad y de la sen­
sibilidad.
H e ahí el esbozo de lo que debe se r la oración
litúrgica.
C A P I T U L O II

L a C o m u n id a d litú rg ica
a L itu rg ia no p a rte del Y o sino del Nosotros, sal­
L vo en los casos en que el individuo, como unidad
hum ana, fig u re necesariam ente en el p rim er plano
de la acción, como por ejem plo, en c iertas decisiones
personales, o en determ inadas oraciones que p ro n u n ­
cia el Obispo, el sacerdote, etc.
N o es el individuo el su jeto de la L itu rg ia , sino
la Com unidad, la m asa de los creyentes. Lo que cons­
titu y e la colectividad no es la sum a num érica de los
congregados en el tiem po y en el espacio, d en tro de
un recinto o san tu ario , como tam poco u n a d eterm i­
nada com unidad, dentro de su convento. L a colecti-
tividad de que aquí se tr a ta rebasa los térm inos de
un espacio confinado y aba rc a en su radio de acción
a todos los creyentes del m undo; e, igualm ente, des­
borda los lím ites del tiem po, pues la com unidad o ra n ­
te, en peregrinación por este m undo visible, está
unida con estrechos vínculos a ia com unidad triu n fa n ­
te de la G loria, p a ra la que el tiem po no existe. S in
em bargo, este concepto abarc a d o r de universalidad
no acla ra ni determ ina con la precisión requerida la
idea de Com unidad litúrgica. P u e s el Yo de la L itu r­
gia, el sujeto que ac tú a en la oración litú rg ica, no es
tam poco la escueta totalidad de seres herm anados en
la m ism a f e : lo será, sí, la totalidad de los creyentes,
pero sólo en cuanto constituyen un id ad o rg án ica,
que, en cuanto tal, es independiente de la m ultitud de
individuos que la in te g ra n : el sujeto, el Yo, de esa
com unidad es, en u n a palabra, la Iglesia.
A quí tenem os u n fenóm eno an álogo al que acae­
ce en la vida política. E l E stad o es, desde luego, algo
m ás que la sum a total de los ciudadanos, autoridades,
leyes e instituciones u organism os en función. D e­
m os de laclo a h o ra la y a m anida co n tro v ersia sobre
si e sta Unidad superior, que constituye el E stad o , es
o no u n a p u ra concepción real o m eram ente ideal, pues
en cualquiera hipótesis, tenem os p rácticam ente el pos­
tulado del concepto o sentim iento de unidad. L os
m iem bros constituyentes del E stad o no se consideran
sólo como m eros fac to re s o sum andos de u n a g ran
sum a, sino como elem entos a c tu an tes de u n a unidad
viva, ab a rc a d o ra y superior.
A lgo análogo sucede con la Iglesia, aunque, co­
mo es n a tu ra l, en un plano y o rden com pletam ente
distinto, cual es el sobrenatu ral. E lla se nos ofrece
como u na sociedad p e rfe c ta en sí m ism a, como un
o rganism o dotado de vitalidad autónom a, in tegrado
p or elem entos de in fin ita v aried ad en sus m edios y
en sus fines, como son los individuos, con sus d iv er­
sas actividades, con sus instrucciones, sus leyes, etc.
A unque in te g rad a por la to talid ad de los creyen­
tes, es m ucho m ás que la sim ple agrem iació n de los
m ismos, unidos por idénticas creencias y som etidos
a unas m ism as ordenaciones y leyes. L o s creyentes,
p a ra fo rm a r esa g ra n colectividad o rgánica, tienen
que esta r vinculados, unidos e n tre sí por un p rin ci­
pio real de vida que les sea común. E se principio es
la realidad viviente de Jesu cristo . S u v ida es nues­
tra v id a; estam os in je rta d o s en E l; vivim os incor­
porados a su m ism a v id a ; som os m iem bros de su
m ism o cuerpo, el Corpus Christi Mysticum ( i) .
U n m ism o principio, poderoso y real, in fo rm a
toda e sta g ra n unidad viviente, in corporando los se­
res individuales, haciéndoles p a rticip an tes de una
v ida com ún y m anteniéndolos d en tro de ella, que es
el E s p íritu de C risto, el E s p íritu S an to (2). C ada
creyente, individualm ente considerado, es u n a célula
an im ada de esta unidad vital, un m iem bro de este
cuerpo.
H a y m om entos ocasionales en la v ida en que el cre­
yente, aislado, se d a cuenta cabal de esta unidad p er­
fec ta de la que él fo rm a p a rte in te g ran te ; uno de
esos m om entos nos lo ofrece la L itu rg ia.
E n la vida litú rg ic a el individuo no se s itú a ante
D ios como un ser aislado, independiente, sino como
un elem ento, un fa c to r constitutivo de esa g ra n u n i­
dad de que venim os hablando. Q uien se d irige a
Dios es la unidad, la colectividad: el creyente no hace
m ás que p re sta r s u cooperación, y p or eso se le exige
(1) Cf. S. Pablo, Ad. Rom., iz , 4 y sig ts.: A d. Cor. I, 12,
4, sig t.; Ad. Efe. I, 4; Ad. Col. 1, 15 y sigts.
(2) CI. S. Pablo, I A d Cor. 12. 4 y sigts.; M. J. Scheeben,
D ie Mysterien des ChrisletUumi (Los Misterios del Cristianismo) 314-
508. Freiburg, 1913.
que se dé p erfecta cuenta de su calidad de m iem bro
in tegrante, y por lo tanto, de su responsabilidad.
E n la zona litú rg ic a es donde m ás intensa y efi­
cazm ente se experim enta y vive la com unión con la
Iglesia. Si el creyente vive de hecho y con plena ac­
tividad esa vida litú rg ic a entonces es cuando tiene
conciencia de que ru eg a y ob ra en nom bre y por v irtu d
de la Iglesia, como m iem bro suyo que es, y, a su vez,
de que é sta a c tú a y o ra en é l ; de a h í esa solidaridad
íntim a con todos sus herm an o s en la fe, del m undo
entero y su concordia y fra te rn id a d con ellos, al con­
s i d e r a r ^ inm erso en el seno d e esa g ra n U n id ad
universal.
AI a rr ib a r a esta conclusión se nos plantea, en
toda su agudeza, u n a seria dificu ltad de o rden ge­
neral, que a fe c ta a las relaciones ex isten tes en tre el
individuo y la com unidad.
E l concepto de com unidad espiritual, requiere o
presupone, como el de cualq u iera o tra colectividad,
un a doble concesión. E n p rim er lu g ar, un sacrificio ;
porque el individuo debe ren u n ciar, en la proporción
que le corresponde como m iem bro de la com unidad,
a cuanto im plique egoísm o, es decir, a lo que tenga
un c a rá c te r personal con exclusión de los dem ás
m iem bros. E l individuo debe despojarse de sí m ismo
y sa crific ar u n a porción de su autonom ía e indepen­
dencia, p a ra que le sea posible la v ida colectiva.
Y , en segundo lugar, se requiere u n a coopera­
ción a ctuante y positiva. E s decir que se exige de él
que ensanche la perspectiva de su vida, que dilate su
corazón y, posponiendo su in terés individual, considere
como propios y a firm e y sienta como suyos los in ­
tereses y actividades de la com unidad.
L a obligación, en esta fo rm a considerada, tom a­
rá , naturalm ente, distintos m atices y o fre c e rá ricas
m odalidades, según la con te x tu ra m oral de cada uno
de los fieles. E s posible que predom ine la tendencia
por el contenido objetivo y real de la v ida espiri­
tual colectiva, es decir, por su contenido ideológico,
por su ordenación de m edios y fines, de leyes y p re­
ceptos, por sus determ inaciones, p o r sus derechos
y deberes o por los sacrificios que impone, etcéte­
ra. T a n to el sacrificio como la cooperación, según
los hem os esbozado a nteriorm en te, se revisten ya de
c a rá c te r objetivo. E l individuo tiene que renunciar
a seguir por sus propias ru ta s espirituales, a c e n tra r­
se en sus propios raciocinios y m editaciones. Su de­
ber es plegarse a las intenciones de la L itu rg ia y
a cep tar sus orientaciones y designios, inm olando su
derecho a disponer autónom am ente de sí m ism o. E n
vez de o ra r por cuenta propia, ten d rá que o ra r en co­
m ún, participando en las oraciones de la com unidad;
en vez de disponer, a su voluntad, de sí m ism o, se
som eterá a las imposiciones de la obediencia; y por
últim o, en vez de ser dueño de sus m ovim ientos e
iniciativas, ten d rá que perm anecer con docilidad en
el puesto que le corresponde.
El individuo tiene que a b a n d o n ar el m undo h abi­
tual de ideas o de sentim ientos en que vive, p a ra in ­
tern a rse y hacer propio o tro m undo espiritual, in fi­
nitam ente m ás abarc a d o r y rico; tiene que rom per
el m ezquino círculo de sus intereses personales, de
sus reducidas aspiraciones egoístas, p a ra u n irse en
e sp íritu a la g ra n fam ilia litú rg ic a y a cep tar y sentir
como propios sus intereses y sus finalidades.
Como consecuencia inm ediata y p rác tic a de todo
esto, se sentirá obligado a aso ciarse con o tro s cre­
yentes, a to m a r pa rte en ejercicios y p rácticas de pie­
dad colectiva, ajenos quizá a sus necesidades espiri­
tuales del momento, que siem pre se d e ja n se n tir m ás
viva e intensam ente, y a ac u d ir al cielo con súplicas
y dem andas p a ra la consecución de g rac ia s o m er­
cedes que quizá no le afecten directam ente, debiendo
realizar sus acciones, en el seno de la colectividad,
con tan to interés y convencim iento como si aquellas
preces y oraciones, dictadas por el in terés y el bien
de la com unidad y que a él, en cuanto individuo pu­
d ieran parecerle indiferentes, fu era n sus propios
ruegos y peticiones. Igualm en te ten d rá que in terv e­
n ir en la participación de rito s y acciones litúrgicas,
de los cuales sólo a m edias o de n in g ú n modo com­
prende su pro fu n d o y m ístico sentido, lo cual o c u rri­
r á con frecuencia, debido a la com plejidad y riqueza
de contenido mím ico, plástico y piadoso de la L i­
tu rg ia .
Y en ésto, cabalm ente, está la p ied ra de toque, el
g ra n obstáculo p a ra el hom bre contem poráneo, que
con tan to dolor y dificultad renuncia a la autonom ía
de su yo, y que, no obstante e s ta r siem pre propicio a
en g ra n a r dócilm ente sus actividades d en tro del com­
plejo m ecanism o de la Econom ía y de la P olítica, y
ser un escrupuloso y rendido .servidor de la sobera­
nía del E stado, rechaza y elude con ta n ta in surgencia
como puntillosa susceptibilidad, en d dom inio de la
vida interior, toda ley o im posición que roce las exi­
gencias inm ediatas de su propia vida espiritual. D i­
cho en térm inos m ás concretos y ro tu n d o s: lo que la
L itu rg ia exige es humildad. H um ild ad , en su a s­
pecto de renuncia a la propia personalidad, de sa­
crificio de su soberanía, y en su concepto de acción
o prestación, que consiste en que el individuo acepte
voluntariam ente toda una vida esp iritu al que se le
ofrece fu e ra de él y que sobrepasa los estrechos con­
fines de su propia vida.
E l esp íritu de colectividad, en que la L itu rg ia se
fundam enta, ofrece o tra objeción se ria p a ra aquellas
natu ra le z a s m enos inclinadas a v er en la sociedad el
aspecto objetivo que el perso n al; es decir, al indivi­
duo en acción. P a r a estas n atu ralezas lo problem á­
tico de la idea de colectividad no consiste cabalm ente
e n p ercatarse de cómo se h an de p e n e tra r del conte­
nido espiritual de la vida colectiva, y de cómo se
h a b rá n de acom odar a sus designios: m ucho m ás cos­
toso y áspero que eso se les h a rá el cum plim iento de
la vida en com ún con o tro s individuos sem ejantes;
el te n e r que renunciar a su intim idad, al sentim ien­
to de su propia vida p a ra d ila tarla y d ifu n d irla por
el cam po extenso de la vida colectiva, y, por consi­
guiente, tener que coincidir con o tro s individuos
se n tir con ellos y al unísono de ellos, constituyendo
de esa m anera una entidad o rg án ic a de o rden supe­
rior. Y hay que tener en cuen ta que esos individuos
no h an de ser sólo los pertenecientes a tal o cual a g r u ­
pación, con la que pudiera e x istir alg ú n punto de
contacto o afinidad, sino míe han de serio todos los
hom bres o individuos de la e ra n colectividad h u m a­
na. incluso los míe le son indiferentes, los adversa.-
rios o de ideas contrapuestas.
L o one se e xiie im perativam ente es d e rrib a r esas
b a rre ra s one n u estra sensibilidad excesiva levanta,
con tan to dennedo. en tom o de la n ronia vida espi­
r itu a l: salir de nosotros m ism os e ir al encuentro de
lo s'd e m ás na ra . unidos con ellos, v iv ir la v erd ad era
fra te rn id a d v convivencia espiritual h u m ana. Ks
como un e n p ra n a íe completo v difícil del vo en el
nosntms, pero que h a y que acep tar con resig n ad a
s u m isió n .
H a s ta a h o ra no se nos e x ilia m ás oue el
s a rrifíc 'o de n u estra autonom ía de arción v de m o­
vim ientos esp iritu ales: pero, conseguido eso. es p re­
ciso a v a n za r aun m ás v hacer el sacrificio de nues­
tra* habituales p rácticas, de n u e stra s Personales ini­
ciativas. de n u e stra soledad v recogim iento, de la
preocunación del propio vo. H a s ta aau í se tra ta b a
sólo de a c a ta r con rendim iento v cum nlir las leves y
prescripciones aue repulan u n a co lectividad; pero
a h o ra se tra ta y a de la convivencia efectiva con los
dem ás h o m b re s: h a s ta anuí se tra ta b a sólo de asi­
m ilar el contenido espiritual de la L itu rg ia : ah o ra el
problem a se complica m ucho m ás. pues impone v i­
v ir la vid* de los dem ás m iem bros m ísticos del C uer­
po de C risto v vivirla como si fuese la propia vida,
uniendo sus preces v oraciones a las n u estras, v sin­
tiendo sus necesidades como si fuesen realm ente las
propias.

— . io r —
E l nosotros, que antes u tilizábam os, era la ex p re­
sión de una realidad o b je tiv a ; pero ah o ra y a esta p a­
labra se enriquece de contenido e indica que el que la
pronuncia extien de a los dem ás el sentim iento de su
propia v id a ; in serta y en gran a a los dem ás en el
concepto de su propia individualidad. A n tes, la di­
ficu ltad estribaba en so fren a r el o rg u llo, la rebeldía
personal, con sus apetencias de soberanía y dom inio;
en rendir ese m ezquino e in fértil sentim iento de su
personalidad, que se sublevaba insurgente, ante la
consideración de tener que aceptar com o cam po pro­
pio de su actividad ese com plejo y dilatado mundo,
en el que rigen los fin es espirituales de los dem ás
hom bres; ah ora lo que se nos preceptúa e im pone es
el vencim iento de nuestro o rg u llo , y de la natu ral re­
pu gnancia a ab rir nuestro corazón a o tras vidas e x ­
tra ñ as y p erso n ales; el sobreponerse a la violencia
que cuesta descu brir la propia intim idad ; a ese ins­
tin tivo h o rro r de fran qu earse, de ab a tir ese aristo-
cratism o o espíritu de selección individualista, que
sólo se siente a su placer con aquellos que el gu sto o
el capricho escogen. L o que la L itu r g ia nos e x ig e , en
u n a palabra, al lle g a r a estas altu ras, es la abnegada
renuncia de nosotros m ism os; un constante sa lir de
sí m ismo p a ra com penetrarse con la colectivid ad : un
generoso y com prensivo am or de caridad siem pre
dispuesto a la entrega y al sa crificio , en la participa­
ción com u nicativa de la vid a con sus sem ejantes.
Sin em bargo, h a y que d e ja r bien sentado que
esta total sum isión y s a crific io del yo que con tanta
urgencia preconiza la L itu rg ia , se posibilita g ran d e­
mente, m erced a una peculiaridad inherente a la vida
colectiva, que constituye, en cierto modo, el contraste
y el complem ento de las propiedades anteriorm ente
expuestas.
H em os señalado lo tem peram ental, lo in d ivi­
duante, cuando tratábam o s de enunciar los obstácu ­
los que tenía que su perar la L itu rg ia . E n fra n c a an­
títesis con esc sentido de lo personalista, tropezam os
•con lo que pudiéram os denom inar el sentido de lo so­
cial, que está ordenado prim ordialm ente a la v id a de
la colectividad, p a ra cu yo m edio de expresión como
su jeto es tan espontáneo el nosotros, como p a ra el p ri­
m ero lo es el yo. E s te sentido de lo social, espiritual­
mente hablando, requiere por fu e rz a in stin tiv a la
convivencia con otros individuos de idénticas dispo­
siciones o tendencias, y entonces esa tendencia a la
colectividad será de una fu e rz a decisiva a ien a a la
L itu r g ia . B a sta rá sólo reco rdar los m étodos de v id a
espiritual y la v id a en com unidad de determ inadas
sectas. A q u í desaparecen todas las b a rre ras y defe­
rencias que separan a los ind ividu os, h a sta tal e x ­
trem o, que no sólo se borran todos los trazo s v d is­
tin tivo s de su personalidad interior, sino tam bién de
su m ism a com postura extern a. E s to es caer, induda­
blemente, en un ex trem o a b u siv o ; pero ello dem ues­
tra la dirección im presa al anhelo o tendencia de vida
colectiva, que anim a a esos individuos que así proce­
den. A s í es ló gico que se vean d efraud ado s ante la
reserva aparentem ente glacial que se aco n seja e im ­
pone p a ra la posibilidad y e fic acia de la vid a colec­
tiv a ; y es que la v id a litú rg ica, por m u y p erfecta y
sincera que ella sea, está m u y lejo s de e x ig ir el total
abandono de l«a personalidad.
D o s corrientes poderosas aparecen perfectam ente
determ inadas en la T .iturjria: una que im pulsa al
alma hacia la vida colectiva, y o tra que se opone a
la prim era v la co n trarresta , a fin de aue no se tra s­
pasen los iu stos lím ites, v a que el ind ividu o es. sin
du da altruna. un m iem bro del com plejo colectivo,
pero es a le o m ás nue nn sim óle m iem bro que desapa­
rece dentro de es? todo. C iertam ente está subordi­
nado a el. ñero de fal fo rm a míe su personalidad se
conserva in farta, independiente, com o es en sí m ism a,
?íp m erm as ni transm utaciones. E s to se deduce con
toda evidencia, porque la unión de los m iem bros en­
tre si no se rea liza por el com ercio de los individuos,
•oro par la nn«dad d* dirección espiritual y por la
aspiración a un m iím n fin com ú n: todos encuentran
su reposo en el m ism o obieto anetecido. es decir, en
un m ismo D ios, en un m ism o ideal de fe . de sa c r ifi­
cios v de sacram entos. R a ro s serán los casos en la L i ­
tu rg ia . en one uno de los m iem bros de la colectividad
se d iriia directam ente a otro, po r m edio de la pa­
labra. de señales o acciones ( t ) ; v en los casos ex-
cencíonales en que esto o cu rra es de n o tar la se ve ri­
dad. la m esura. In dignidad con aue se eiecu ta. la -
m ás se da el caso de oue un ind ividu o se encuentre
en contacto o relación inm ediata con sus ad láteres:
sahe au e es de su incum bencia constante alim entar

(i) F.s rnnv d k tín ln , n¡>lnr alm ente. f l ord en de relacionas de lo#
fíele* e n tre <í v e1 d»' Ins m im s’ros ?<rírau}rni. nue* sabido es, que
cnlre éstos et tr a to d irecto es cosa ritu a l y obligada.
el sentim iento de lo que allí le m antiene unido a los
dem ás, es decir, de la presencia de D ios. E s to puede
a p reciarse perfectam ente en el Osculum pads, por
ejem plo; el beso de paz. cuando se ejecu ta segú n las
norm as del ritual, es. a la v e z que una m an ifestación
d e unión fra te rn a , un m odelo de com postura, de dis­
tinción y de dignidad en las relaciones de la v id a co ­
lectiva.
T o d o lo dicho es de g ra n trascendencia, y no es
m enester in sistir en los desastrosos resultados que
a carrea ría n al espíritu colectivo el abuso, el descuido
o la tra n sg resió n en esta m ateria. L a histo ria de las
sectas nos o fre ce copiosos ejem plos de ello; y esa es
la razó n po r la cual la L itu r g ia levanta, por decirlo
así, esa serie de b a rre ra s entre los ind ividu os: pro­
cu ra m oderar el espíritu de com unidad y v ig ila cau­
telosa y constantem ente pa ra que se guarden con re­
ligioso rig o r esas convenientes distancias m u tu as; y,
no obstante toda )a fu e rz a de la vid a colectiva, no
d eg en era rá ja m á s ésta en im posición sobre la v id a
in terior del que está al lado, ni tra ta rá de in flu ir en
su oración, ni en sus acciones, ni de que prevalezcan
violentam ente sus m étodos, sus prácticas, su sensi­
bilidad o sn albedrío.
L a perfecta com unidad de la L itu r g ia consiste
en la participación del m ism o espíritu, de las m ism as
palabras v pensam ientos; en que los corazones y
los o ío s sigan concordes la m ism a tra yecto ria hacia
idéntico fin ; en la unión e fe c tiv a de todos los m iem ­
bros en la m ism a f e ; en el o frecim ien to uno y m úl­
tiple de los m ism os s a crific io s y h o locau stos; en la
com unión del m ism o P a n divino, y en que todos, en
fin , se m uevan y respiren al unisono dentro de la
m ism a atm ó sfera de esa soberana y gran d io sa uni­
dad, que es D io s, D ueño y Señ or de cuerpos y al­
mas. P e ro en sus relaciones recíprocas, los individuos
que componen la com unidad, en cuanto seres indi­
viduales y autónom os, no invaden ja m ás sino m ás
bien respetan sus respectivos dom inios interiores.
L a m ayo r g a ra n tía p a ra la p ersistencia y duración
de la com unidad litú rg ic a estriba, cabalm ente, en esta
sabia conducta de co nservar la m u tu a distancia, sin
la cual no se ría por m ucho tiempo soportable ni po­
sible. E s a m ism a distancia y m utuo respeto preservan
a la L itu rg ia de la trivialid a d y o rdin ariez espiritua­
les, im pidiendo de ese modo que el alm a pueda sentir
la penosa im presión de enco ntrarse com o en fo rzo sa
e in g ra ta convivencia con o tras alm as, o de ser a-
m enazado el espíritu de su m undo interior. A s í, pues,
p o r una p arte h a b rá que im poner a nuestra actitud
ind ividu alista el sa crific io de sí m ism a en ben eficio
de la v id a co lectiv a ; y po r o tra, se e x ig ir á de nuestra
condición social que, según las norm as de la vida co­
lectiva. g u a rd e rigu rosam ente la m edida, la discrec-
ción. el tono y la com postura, sin las cuales no h a y
educación ni distinción posibles. E l hom bre, en cuan­
to individual, tendrá que resig n arse a v iv ir en tre los
dem ás hom bres, reconociendo que sus derechos no
son ni superiores ni diferen tes a los de los dem ás; y
en cuanto social, tendrá que ap render a cond ucirse
con la corrección, severa y d ign a en las form a s, que
es de rig o r en la C o rte de la M a je sta d D iv in a .
C A P I T U L O III

E l e stilo litú rg ico


T -X ablem os del estilo prim eram ente en su acepción
general. Sabido es que po r estilo se entiende el
ra s g o o m atiz característico que especifica la au téntica
form a peculiar, bien se trate de u n arte, de una perso­
na, o de una co lectivid ad ; es la nota sintom ática y re ­
velado ra de que un determ inado contenido vita l ha
encontrado su expresión adecuada y perfecta. Sin
em bargo, esta ©cpresión v iv a , p a ra ad quirir el ran ­
g o de verdadero estilo, requiere que sea de tal na­
turaleza que el ser p a rticular y concreto, de que el
estilo es vehículo, ad quiera a la v ez una ca te g o ría
sig n ifica tiv a supérior, que rebase su lim itación pro ­
pia. E s axio m ático que toda v id a ind ividu al encierra
nn doble aspecto ; uno personal e irreproducible, es­
trictam ente in d ividu alista; y otro, general y en rela­
ción inm ediata con las dem ás vidas de su propia espe­
cie, y que denuncia rasgo s específico s com unes a las
o tra s también.
S eg ú n esto tanto m ás im pregnado de sign ificació n
y contenido estará un ser particu lar cuanto m ás o rig i­
nal y característico sea y , a la vez, m ás capacidad con­
ten ga p a ra ex p resa r la esencia g en érica de su es­
pecie ( r). D e ahí se sigue, en consecuencia, aue una
persona de v id a social que. abiertam ente, m an ifiesta
en su existen cia y su acción la interna sazón de su
esencia propia, no como u n a p a rticularidad o caori-
cho m om entáneo del ser, sino íntim am ente ligad a a
toda la arq u itectu ra anim ada de su v id a in teg ra l, se
puede decir con exactitu d que tiene estilo, y el era d o
de éste será del m ism o orden y calidad que el de la
expresión.
E n este sentido puede a firm a rse con toda pronie-
dad au e la L itu rg ia tiene estilo. E llo es tan evidente
que hu elga toda ten tativa de dem ostración.
P e ro el concento de estilo tiene, adem ás, otro
«entido m ás restrin g id o v lim itado. ¿ C u á l es la razón
de que ante un temnlo helénico experim entem os m ás
vivam en te la sensación del estilo que ante la m ara­
v illa de una catedral g ó tica ? A m b a s creaciones lle­
van el sello, la huella de una poderosa fu e rz a e x ­
presiv a v hablan, cada u n a en su género, con la m is­
m a elocu encia: am bas a dos son la expresión acaba­
da de una fo rm a concreta de modo de concebir v
ap risio n a r el esp a cio : cada una revela la originalidad
de un pueblo: pero, a la v ez, nos descubren y denun­
cian pro fu n d as y v a sta s perspectivas del alm a hum a­
n a y de la concepción del mundo y de la vida.
C a d a una de ellas, por consiguiente, posee la do-

( r ) La esencia de lo genial, de una personalidad genial, como


por ejemplo, un Santo o de toda grande obra humana, reside en aue,
sin perder su propia originalidad, es a la vez la expresión valedera
y universal de la vida humana.
ble condición, particu lar y general, que ca racteriza al
estilo. Y , sin em bargo, ante el templo de Pesto , expe­
rim entam os una sensación de estilo m ucho m ás fu e r­
te y av asalla d o ra que ante la C a ted ral de C o lo n ia o la
de Keim s. Y ¿ p o r qué ?¿ P o r qué razó n una sensibili­
dad lim pia, un gu sto desinteresado descubren en el
G io tto m ás cantidad de estilo, cuando le com p ara­
m os con el igualm ente o rig in a l y fam o so G rü new ald ,
o en las im ágenes egipcias de reyes, m ás que en las
m ara villo sa s fig u ra s de S an Juan en D o n atello ? ¿ E n
qué consiste eso ?
P u es, sencillam ente, en que la p a labra estilo re­
cibe aquí una sign ificac ió n peculiar e in d ica que lo
característico en esas obras de arte retrocede y queda
como apenum brado ante la idea gen eral que ellas
sim bolizan. T o d o lo contingente, todo lo que está con­
dicionado po r las ca te g o rías de tiem po y espacio,
todo lo que Heve im presa la huella de un individuo o
de una realidad determ inada, queda desvanecido y
subordinado a lo que en ellas h a y de m ás trascen­
dente y de m ás u niversal aplicación p a ra todos los
tiem pos, pa ra todos los hom bres y lugares. L o pro-
totipico, lo orig in a l absorbe en toda su am plitud a lo
concreto y condicionado. E n una o b ra de esta n a tu ­
raleza, una crisis o un estado patético de ánim o, que
no pudiera tradu cirse ni rea lizarse m ás que en una
explosión d ifícilm ente com prensible, o en un gesto
irreiterable, se v e ría sim plificad a y reducida a sus
elementos m ás prim arios, a sus facto res psíquicos
Hiás esenciales ( i) . P o r ello es por lo que sem ejante
o bra resulta susceptible de com prensión y de in ter­
p re ta c ió n universal. L a em oción tum ultuosa, la in s­
piración im ponderable se han reducido a sus form a s
m ás elementales y eternas y de ese modo han ase­
g u ra d o su capacidad de ser com prendidas por todas
las generaciones, y la posibilidad de que cada uno
pueda in terp retarlas en su m ay o r o m enor extensión;
es decir, que se ha dado con la clave m isteriosa que
perm ite d e scifra r la relación ex istente entre causas y
efecto s (2).
D el fenóm eno histórico, único, ha su rgid o la sig ­
n ificació n eterna y u niversal de v id a : el personaje
que ap areció en escena, por única vez, h a encarnado
el tipo y ha subsum ido los ca racteres y notas g en éri­
cas. E l m ovim iento inicial, im pulsivo y arb itra rio ,
se ha sedim entado y revestido de orden y de medida.
S i antes lo o rig in a ro n determ inadas circunstancias
concretas y llevaba la hu ella de especiales disposi­
ciones tem peram entales, podría ah o ra , la idea tipo
expresada, ser en cierto modo concebida, realizad a e
interpretada u niversalm ente por toda suerte de in­
dividuos (3). E s que los objetos, las obras, los in s­
trum entos se han despojado de sus accidentes, reser­
vando y destacando sólo sus fo rm a s esen ciales: se

(1) Compárese, desde este punto de vista psíquico, por ejemplo,


los dramas de Ibsen con las tragedias de S ófocles; Los Espectros con
el Edifo.
(2) Compárese la conducta de Hcdda Gabler con la de Antí-
gona.
(3) De ahí provienen las formas y costumbres llamadas de
urbanidad.
ha hecho m ás patente su fin alid ad de orden general,
a la v e z que se h a am pliado enorm em ente su capaci­
dad e x p resiv a de determ inadas ideas y situ aciones de
espíritu ( i ) . E n una patab ra ; m ientras la prim itiva
form a a rtístic a no pretendía ex p resa r m ás que lo
p a rticular, lo fenom énico de una situ ación dada, la
segu nd a asp ira a darnos una visió n conceptiva, una
sign ificac ió n m ás in tegral y abarcadora.
T end rem o s, pues, la sensación del estilo, en el
sentido m ás rig u ro so de la palabra, siem pre que se
dé la m ultiplicidad, la com plicación heterogénea de la
v id a , som etida a un proceso de sim plificación, y la
idea p rim aria, p a rticular, elevada al ran g o de uni­
v e rsa l; es decir, cuando se da una estilización, como
se la h a llam ado, una m oldeación de ló concreto y
particular.
D esd e luego es tarea h a rto d ifícil el p recisar la
linea diviso ria entre el estilo y e! esquema. S i la es­
tilizació n se e x a g e ra y ag u d iza, se quiebra, ante la
rig id ez escueta y du ra de los cánones teóricos, el
hilo de en garce con la realidad concreta, que la nu­
tre ; y si la fo rm a no brota rica de la contem pla­
ción v iva, sinó del puro y seco concepto abstracto , en­
tonces resultará u n a obra, de tipo u n iversal cierta­
mente, pero por eso m ismo v a cía de realidad y, por
consiguiente, m u erta (2).

(1) A sí nace la simbolística del arte social, civil, religioso, etc.


(2) Eso es lo que diferencia el Clasicismo, del legitimo A rle
clásico. Y eso es, asimismo, lo que distingue evidentemente, por ejem­
plo, las pinturas y dibujos de la moderna escuela de Beuron, de aque­
llas vivas y maravillosas creaciones de esa misma escuela, en su
época primitiva.
E l verdadero estilo, incluso en sus m an ifesta cio ­
nes artísticas m ás severas, conserva siem pre in tacta
y su g estiva su creciente fu e rz a de expresión. Sólo
la obra v iv a posee du rad eras condiciones de estilo :
la pu ra abstracción, el cálculo frío no tienen estilo
posible.
A h o r a podem os sentar y a que la L itu r g ia tiene
su estilo, en el sentido estricto de la palabra, al
menos en la m ás am plia zona de su dom inio. N i en
su s ideas, ni en su len guaje, ni en sus gestos, ni tam ­
poco en sus acciones y objetos m ateriales de que se
sirve, se nos presenta la L itu r g ia como vehículo e x ­
presivo de una concepción o estado espiritual deter­
m inado. N o ; siem pre la verem os despojada de todo
m atiz ind iv id u alista; en el cam po de la L itu r g ia la
fo rm a espiritual de la expresión, bien se v a lg a de
p alabras, de g estos, del color o de los objetos des­
tinados al culto, observam os siem pre que se p u rifica ,
se espiritualiza, se torn a m esurada y arm ónica, ad ­
quiriendo el verdadero ran g o de valo r universal.
B a sta com parar, pa ra su com probación, las o racio ­
nes de las m isas de D om inica, con las oraciones de
San A nselm o de C a n te rb u ry y del C ardenal N ew -
m an ; las actitudes del Sacerd o te o ficia n te en el altar,
con los m ovim ientos espontáneos de un fie l en o ra­
ción, cuando él se cree en soledad y que nadie le ob­
se rv a ; las prescripciones de la Ig lesia , acerca del e x ­
o rno de los altares, de los objetos y ornam entos sa ­
g rad o s, con la decoración y ap arato del m ás a b ig a ­
rrad o arte con que el pueblo acostu m bra a ad ornar
sus iglesias en las fie sta s tradicionales o con los clá­
sicos vestidos con que en ellas se p resenta; basta
com p arar, en fin, las m elodías del canto greg o ria n o
con los cánticos religio sos e him nos populares. A n te
este contraste es com o se puede ap reciar el estilo y
el v alo r artístico , religioso y u niversal de la L itu rg ia .
A obtener este resultado han contribu ido muchos
y m u y varia d o s facto res. E n prim er térm ino, el
tiem po que, al tra v és de los siglos, con su labor in­
cesante y m inuciosa, h a ido aquilatando, depurando
y perfeccionando las fo rm a s litú rg icas. E n segundo
lu g ar, el in flu jo de las ideas teológicas con su pre­
ponderante tendencia a la u niv ersalizació n ; y, por
últim o, las ingerencias del espíritu greco-latino, con
su pro fu n d a e innata disposición p a ra el estilo.
T é n g a se presente que las fu e rz a s cread oras del
estilo litú rg ico en sus m an ifestacion es de v id a se han
ido pro gresivam ente desenvolviendo, no dentro de
la lim itad a es fera de acción de un individuo, sino
dentro del círcu lo tan inmenso y poderoso de una
colectivid ad consciente, com o el que co n stituye la
Ig le sia C a tó lica en plena vitalidad. Y considérese,
adem ás, que esta vida espiritual, total y resueltam en­
te o rientada h a cia la allendidad, rebasando los con­
tornos del m undo visible y recibiendo su fin alid ad y
su ordenación de vid a , del m undo del m ás allá, des­
pués de lle va r el sello, po r especial predestinación,
y a en su o rigen , de lo eterno, de lo sobren atu ral y
de lo sublime, y entonces com prenderem os sin es­
fu e rz o cómo la Ig lesia C a tó lica reu nía todas las con­
diciones requeridas pa ra poder cre ar y fom entar el
m ás sublim e y adm irable estilo espiritual. Y así ha
sucedido, en efecto. S í analizam os el contenido de
la L itu rg ia , como es en sí, y no b a jo ese aspecto m ez­
quino y atro fia d o que, desgraciadam ente, con tanta
frecu en cia o fre ce en la actu alid ad, percibirem os en
seguida la v ibració n emocional de un form idable y
m aravilloso estilo ; tendrem os la sensación de que se
v a desplegando ante nuestros o jo s un grand ioso
m undo interior, de in fin itas p ro fund idades y pers­
pectivas, un m undo u bérrim o, de tal plenitud inten­
siva y , a la vez, de tanta trasparen cia y universalidad,
como ja m ás h u biera podido concebirse.
N o h a y duda, pues, de que tenem os en la L itu r g ia
una acabada concepción y fo rm a de estilo, en el sen­
tido ta x a tiv o del vocablo: lim pidez en el lenguaje,
m esura arm ónica en los g estos, p erfec ta co n fo rm a­
ción del espacio, de los objetos del culto, y de las
tonalidades plásticas y so n o ras; lodo, ideas, pala­
b ras, actitudes, expresiones e im ágenes, ex tra íd a s de
los elementos m ás simples de la v id a esp iritu a l; opu­
lenta riqueza, variedad inagotable, trasparen cia ní­
tida ; y todo ello robustecido con la severidad de
este estilo y por el hecho de que la L itu r g ia se e x ­
p resa en un len g u a je desusado entre las gentes del
día, pero p ro fu n d a y m agestuosam ente clásico.
D e lo que queda expuesto se deduce la pro fun d a
atracció n que la L itu r g ia ejerce sobre el espíritu y
los sentidos, y por qué, a la v e z que escuela espiritual
p a ra el creyente, constituye tam bién a los o jo s del
que sólo la contem pla en su p u ra expresió n estética,
un valioso elemento de C u ltu ra, del m ás elevado
rango.
N o cabe, sin em bargo, n egar que la teo ría y
la p ráctica de la L itu rg ia , tal como acabam os de
esbozarla en sus m ás ex acto s p erfiles o fre ce g ra v es
d ificultades y resistencias p a ra el hom bre de todos
los tiem pos, pero, particularm ente, p a ra el hombre
m oderno.
E l hom bre contem poráneo, sobre todo el de tem ­
peram ento ind ividu alista, p refie re que su o ración sea
la expresió n d irecta e inm ediata de su estado de
a lm a ; y lo que la L itu r g ia le ex ig e, al contrario, es
que acepte como expresión de su v id a interior un
mundo de ideas, de oraciones y p rácticas que, por su
universalidad, resulta p a ra él excesivam ente amplio,
en el que n a u fra g a su pequenez y su individualidad.
E s e mundo se le presenta g lacial, casi vacío , sobre
todo al com pararlo con el ím petu y el calo r y la r i­
queza sentim ental de una o ración espontánea. L a s
fórm u las litú rg ic a s no cau tiv an , desde luego, ni pren­
den con em puje tan atrayen te como las palabras de
u na criatu ra v iv a , unida a nosotros con víncu los es­
pirituales. L a s acciones litú rg ic a s no nos hablan tan
directa y expresivam ente com o el gesto o la ex p re­
sión espontánea que se r e fle ja y estam pa en el ros­
tro de un ser de nu estra m ism a condición. L a s ele­
vaciones e ím petus del corazón, en la v id a colectiva
litú rg ic a , no despiertan en nosotros reson ancias tan
v iv a s y perceptibles como el g rito o la explosión que
un alm a lanza de lo m ás p rofund o de su intim idad.
E s ló gico que el hom bre de nuestros días, hipersen-
sible y contum az perseguidor de las consecuciones
inm ediatas y tan gibles, que por doquier busca la
sensación inm ediata, el perfu m e terreno de las co­
sas, y que co tiza a l día la vid a , experim ente ante las
fo rm a s lím pidas y depuradas de la L itu r g ia la sen­
sación fís ic a del frío . E l len g u a je litú rg ico le parece
de un desabrido y rehecho intelectualism o, y las a c­
ciones y p rácticas de la L itu r g ia ríg id as y de u n me­
canism o g lacial, y asi sucederá con frecu en cia que
busque un re fu g io ton ifican te — a su parecer— , en
las orientaciones y p rácticas devotas de un nivel es­
p iritu al considerablem ente in fe rio r al de las litú rg i­
cas, pero que, pa ra él, tienen la ap arente y po sitiva
v en ta ja de ad ap tarse a su com plexión espiritual y a
la de su tiempo.
P a r a pond erar todo el alcance de este obstáculo
nad a despreciable, basta n o tar la dife ren cia con que
se nos o fre ce la f ig u r a d ivin a de Jesu cristo en la re­
g ió n de la L itu r g ia y en las p á gin as del E van gelio .
E n éste percibim os la f ig u r a del Señ or de una m a­
n era individu alizada, concreta, personal: al reco rrer
las pá gin as inm arcesibles del E v an g e lio , se respira
aú n el arom a de los prados y se obtiene la sensación
fís ic a y p articu larizad a del lu g a r y del tiempo en
que se encuadra la persona h istó rica del divino
M aestro . Se le v e a Jesú s de N a za re th recorriendo
los cam inos polvorientos, y m ezclado entre las m u­
chedum bres; se o ye el eco de su v o z incom parable,
ca rg ad a de d u lzu ra y persuasión, y se siente el con­
tag io viv o , la em oción tau m atú rg ica con que a rra s­
traba los corazones y los u n ía con vínculos de ca ri­
dad. L a im agen adorable del S eñ o r inunda de palpi­
tante g ra c ia , de perenne v italidad, las páginas de su
r o m a n o g u a r d i n i

histo ria en el tiempo. C ris to se nos aparece tan real


v auténticam ente en ellas com o uno cu alquiera de
no sotros: es un perso n aje h istó rico , de contornos
plásticam ente d e fin id o s; es, efectivam ente. Jesús, el
H iio del Caroiritero. el que v iv ía en tal rincón y en
H calle de N a z a r e t h : que vestía determ inadas v e s­
tiduras v hablaba de esta o de aqu ella m a n era ... D e
detattísmo enum erativo, de esta precisión des-
rrin tiv a es de lo ciue está á v id o el hom bre de nuestros
d ía s : eso es lo aue llena su s aspiraciones de lo con-
<“rpto v tanp^ble. I.o au e le so sieg a v tra e pro fu n d a
*■*7. a su espíritu es ad q u irir la convicción de au e en
nersonate h'^tórico del C ris to del E v an g e lio ha-
V ta v reside la D iv in id ad con sus atribu to s de eter-
nM sd e in fin itu d , la D iv in id ad v iv a , una y personal,
v míe C risto es. en el sentido m ás absoluto v total de
^ palabra, verdadero Dios v verdadero Hombre.
i P e ro de cuán d ife ren te m an era se nos presenta
v nos habla la fig u ra de Jesús en la realidad de la
L itu r g ia ! A n u í se trueca v a en el m a je stu o so M ed ia­
d o r entre D io s v las c ria tu ra s ; en el g ra n Sacerdote
en el M a estro D iv in o , en el g ra n P ed ag o g o
An ln H u m an idad, en el Tuez de v iv o s v m uertos, en
el D io s oculto b aio los cándidos cendales de la E u ca -
'•‘ sMa. aue une en su cuerno v iv o a todos los creven-
entre sí. constituyendo la era n fam ilia u niversal
de h TH esia: en el D io s-H o m b re : en una palabra,
en el V e rb o hecho carne. A s í es com o se nos presenta
en la santa M isa v en las oraciones litú rg icas. L o
'"im an o, su n atu ra leza hu m ana — y al decir esto in-
'ihintariam ente se nos vienen a lo s labios las expre-
siones de la ciencia divin a — se conserva ín te g T a ;
queda po r decirlo así a salvo y buen recaudo, pues no
en vano la Ig le sia sostuvo tan enconados com bates
co ntra la h e rejía de E u tiq u e s ; es, por lo tanto, tam bién
cierto que nos encontram os ante el H o m bre, íntegro
y real, con su cuerpo y su a lm a ; an te el H o m bre, que
h a tran sitad o por la vid a , real e históricam ente, pero
ah o ra y a tra n sfig u ra d o , b a jo el velo de la D ivinidad ,
absorto en la L u m b re eterna y fu e ra del m arco redu­
cido de la h isto ria, del espacio y del tiempo. A h o ra
ya , en la v id a de la L itu rg ia , es el Señ or, “ sentado a
la diestra del P a d r e ” ; el C ris to m ístico que viv e y
a lie n ta perdurablem ente en la continuidad dichosa
de la v id a de su Iglesia.
S e nos po drá o b jetar que el ev an g elio de la M isa
no es m ás que la v id a h istó rica, la v id a ín teg ra de
Jesús. D esd e lu eg o ; es exacto . P e ro si se exam ina
y p ro fu n d iza con un poco de atención, se v e rá que,
en este evan gelio de la M isa , la narración p resta al
cu ad ro o conjunto en que se recita, una sign ificació n
y m atiz especial. E l relato evan gélico no es aquí m ás
que un fra g m en to de la M isa, del Misterium Mag-
num, que queda como envuelto y velado po r las secre­
tas hond uras del S a c rific io e inserto dentro de la com ­
pleta estru ctu ra del o ficio de la correspondiente D o ­
m inica, del P ro p io de tiem po o del A ñ o litú rg ico, en
el que resuena la poderosa co rriente del m ás allá, que
estrem ece tam bién con v iv a s reson ancias todos los
mom entos de la L itu rg ia . Y por eso lo que los E v a n ­
gelios contienen, queda tam bién como estilizado en
u na n u eva form a . P ercibim o s en ellos como un len­
g u a je ex tra ñ o cuando los oím os entonados en fo rm a
coral. Y así resulta que, in stin tiva y naturalm ente,
v am o s olvid and o los detalles histó rico s, ab strayen ­
do todas las p a rticularidad es que encierran, pa ra
cen tra r la atención en su sentido eterno y supra-
histórico.
N o se d iga, com o los protestantes que a g ra vian
con sus reproches a la Ig le sia C a tó lica , no se diga
que L itu rg ia fa lse a la f ig u r a del C ris to de los E v a n ­
g elio s; no puede sostenerse de ningú n modo y sin
m en gu a de la v erdad, que la L itu r g ia h a suplantado
la fig u r a d ivin a y palpitante de v id a del Jesús evan ­
gélico. y le ha su stitu id o por un ríg id o y frío concepto
dogm ático. L o s m ism os E v an g e lio s hacen resaltar,
según el o b jetiv o que cada uno de ellos en su ex p o si­
ción persiguen, y a un aspecto y a o tro de la persona
y de la m isión de Jesucristo. Y así tenemos que. fre n ­
te a los tres p rim eros E van g e lio s que nos describen y
o frecen , de intento . !a realidad hum ana y radiante
de C risto , están las E p ísto las de S an P ablo que nos
presentan y a al Señ or en su realidad m ística, tal
com o continúa v iviend o en su Ig lesia y en el alm a de
los creyentes. E l E v an g e lio de San Juan nos habla
del “ V e rb o hecho C a rn e ” , m ientras que el A p o c a ­
lipsis nos describe y pin ta al Señ or en toda la pompa
y m ag n ificen cia de su g lo ria, pero sin aue por eso
elim ine o vele la realidad hum ana e h istó rica de la
f ig u r a de C risto , sino al contrario, presuponiéndola
siem pre y , con frecu encia, acentuándola ex p resa­
m ente ( i ) . L a L itu rg ia no h a segu id o, por lo tanto,
otros procedim ientos que los m ism os de 1as divinas
E scritu ra s. S in preterir el m ás in sig n ifica n te raspo
— si así cabe ex p resa rse — de la persona h istó rica
He Jesu cristo y atenta siem pre a la concreción de sus
fin alid ad es peculiares, tra ta la L itu r g ia , en prim er
térm ino, de inu ndar de lu z y de e x a lta r el ca rácter
eterno de C risto , fu e ra de los lim ites del tiempo, por­
que no tra ta de evo ca r un sim ple recuerdo de algo
míe fu e. sino la presencia actu al, la perm anencia in ­
deficiente y v ig ilan te de C ris to en nosotros y la v id a
de los creyentes en C risto , H ijo del D io s eterno y
vivo.
P ero , precisam ente, por eso se aeTava la d ificu l­
tad espiritual de la vida de la L itu r g ia para e! hom ­
bre contem noráneo. que se le ag u d iza vivam en te, y
por eso conviene d e iar bien en claro su sentido,
i C u án to s de nosotros, de se gu ir nu estro prim er im ­
pulso, sa crificaría m o s ínistosos los m ás bellos y pro­
fun d os conceptos teológicos, con tal de poder con-
tem nlar em ocionados a Tesús. recorriend o los cam i­
nos de G alilea, o de percibir el tono am oroso de su
voz. cuando E l conversaba con sus discípulos! Sin
vacilación ni am bages renunciaríam os a las m ás
herm osas oraciones litú reica s. a trueque de un colo­
quio con el S alv ad o r o de una íntim a conversación
en la one pudiéram os ab rirle sin reserva s las m ás
p ro fu n d as reconditeces de nu estro corazón.
¿ D ó n d e está, entonces, la solución se gu ra de esta

( t ) A sí. Twr ejemnlo, puede verse inmediatamente al principio


del Evangelio de San Juan.
dificu ltad , tan gravem en te plantead a? P u es en la
sim ple consideración de que no se trata de p a ra n g o ­
n a r — ni ello se ría válido — una espiritualidad con
o tra ; la v id a espiritual de un individuo con todos
sus residuos personales, con la v id a litú rg ic a con su
c a rácter esencialm ente universal. N o cabe, po r lo
tanto, la d isyu n tiva de de cir: “ E s to o aqu ello ” , sino
esto y aquello, lo uno y lo o tro coexistiendo en una
v iv a y eficiente com penetración.
Cu and o oram os en nu estra soledad, p a ra nos­
o tros solos, es lo p a rticular, lo individual de nuestra
n atu raleza y de nu estra v id a lo que se d irig e a D io s y
b ro ta del corazón a los labios, en fo rm a de súplica
fervien te. E stam os en nuestro perfecto derecho al
o ra r en esta form a , y ja m á s la Ig le sia tra ta rá ni de
im pedirlo ni de lim itarlo, sino m ás bien de fom entar
el ejercicio de este derecho. E n este género de o ra ­
ciones vivim o s nu estra v id a propia y nos situam os
— si vale la fra s e — ca ra ca ra an te D io s ( i ) . E l
tiene providencia y se ocupa de cada uno de nosotros
en p a rticular, y cada uno de nosotros, a su v ez, pode­
m os llam arle Padre m ío: pues en eso consiste, precisa­
mente. la inm ensa liberalidad de D ios, en que puede
ser el D io s de cada uno, la B elleza siem pre a n tig u a y
siem pre nueva, que cada uno siente de un modo re­
n ovado y distinto, como si él solo g o za se de su po­
sesión. E l len g u a je que entonces u tilizam o s es la

( i) Lo mismo en este sector de la vida que en la inmensa re­


gión de lo espiritual, es y será siempre la Iglesia nuestro más as-
puro guía; pero 1o es de una manera distinta que en la vida
litúrgica.
expresió n de nu estra intim idad personal y sólo sirve,
en su m ayo r parte, pa ra n u estro uso priv ativ o . N o
tenemos por qué recatarno s de em plear ese len­
g u a je íntim o, pues D io s lo com prende siem pre y
sólo E l nos interesa que lo entienda y oiga.
P e ro no h a y que o lvid ar que no som os sólo in­
dividuos aislados, que pertenecem os al organism o de
una com unidad v iv a : n u estra v id a no constituye sólo
un fra g m en to independiente de h isto ria que se con­
sum a en el tiempo, sino que es alg o tam bién encua­
drado dentro del orden eterno, y, en este aspecto, es
en el que nuestra v id a tiene interés p a ra la L itu rg ia .
D en tro de la com unión litú rg ic a rogam os y a como
miem bros de la I g le s ia : dentro de ella nos elevam os
a su reino que está po r encim a del individuo, y que, por
lo m ism o que es su perio r a cada uno, es accesible a to­
das las alm as y condiciones, a todos los caracteres,
Iiempos y lugares.
A este orden de realidades pertenece el estilo
litú rg ico con su rad ian te y ob jetiv a u n iv ersali­
dad. E s m ás. podríase afirm ar que es el único esti­
lo posible. C u alq u iera o tra fo rm a de oración, que
b rote condicionada po r las necesidades o po r la idio-
sineracia estrictam ente personales, está de segu ro
condenada a no tener sentido ni ser com prensible
pa ra las dem ás alm as. Sólo el estilo de la v id a y del
pensam iento puram ente católicos, es decir, u n iversa­
les y obietivos, tienen condiciones de adaptación y
de asim ilación n ara todos y cada uno, sin que se
violente ni d e sfig u re o im posibilite la vida in terior
de los individuos. E s to no quiere decir, ni mucho
menos, que esta o ración no su ponga sa crific io s: pre­
cisam ente, la inm olación m ás costo sa que se les im ­
pone es la de refren a rse y o lvid arse de sí m ism os,
pero con la conciencia de que quien sabe renu nciar a
sí mismo, no se pierde ni en fertiliza , sino que se
halla con exceso y g an a en libertad, en elevación y
anchu ra de espíritu.
L a s dos fo rm a s de oración, la individual y la uni­
v ersa l, deben co e x is tir en el individuo, prestándose
m utuam ente su calo r y fecundidad. E n la v id a de la
L itu rg ia — si v ale la com paración — el alm a ap ren­
de a m overse holgadam ente dentro de un am plio y lu ­
m inoso orbe, o bjetivo y espiritual, y adquiere, po r
decirlo así, esa libertad, ese señorío y nobleza de a c­
titudes y de m ovim ientos, m erced al constante dom i­
nio y v ig ila n c ia sobre sí m ism a, que se obtiene en el
orden de las relaciones hum anas y natu rales, por el
contacto con los dem ás hom bres, por la convivencia
con personas realm ente educadas, y p o r el tra to con
otros sem ejantes cu ya conducta está regu lada por una
la rg a y tradicional costum bre de delicadeza y distin­
ción sociales. E l alm a, adem ás, v a consiguiendo esa
am plitud de sentim ientos, esa serenidad y esa tra s­
parencia espirituales que dan la frecu entación, la
fam ilia rid a d , si cabe la fra se , con las grand es obras
de arte.
E s decir, resum iendo: m ediante la L itu rg ia el
alm a consigue el gran estilo espiritual, cu yo valo r y
trascendencia nunca serán adecuadam ente ca lcu la­
dos. P o r o tra parte, la Ig lesia recuerda y aconseja
insistentem ente — como lo dem uestran su s sabias
prescripciones litú rg icas — que, al lado de la v id a li­
tú rg ic a y paralela a ella, debe cu ltiv arse con todo
esm ero la vida de oración individual, por medio de
la cu al el alm a expone librem ente a D io s sus necesi­
dades y sus íntim os anhelos, y se puede ex p la ya r es­
pontáneam ente dando rienda su elta a sus fervo re s,
elevaciones y gusto s puram ente individuales. P re c i­
sam ente, de esa v id a se n u trirá la v id a litú rg ic a y
recibirá su calor y su m atiz peculiar.
S i fa lta o fra ca sa la espontaneidad de esa v id a de
oración personal, entonces se co n v ertirá la L itu rg ia
— con pésim a suplantación — en fo rm a exclu siv a
de v id a espiritual, y bien pronto la v eríam os m archi­
tarse y d egenerar en puro y m ecánico form alism o
ex te rio r, frío y aném ico.
P e ro si, al co n trario, desaparece y m uere la v id a
litú rg ica, y queda sola y desguarnecida la v id a de
o ración p a rticular, entonces, ya lo estam os viendo, la
experien cia de todos los días se en carg a de aleccio­
n arn os crudam ente y de vo cea r las desastrosas con­
secuencias de ese fenóm eno...
C A P IT U L O IV

£1 sim b o lism o litúrgico


p n la v id a de la L itu r g ia el creyente se encuentra de

pronto ante un mundo de im ágenes, de sign os y


de cosas, llenos de contenido: g estos, movim ientos, ac­
ciones, vestidu ras, utensilios m ateriales para el culto,
lu g ares y tiempos señalados, etc. A n te este mundo de
realidades cabe p reg u n ta r: ¿ Y qué sentido y fin a li­
dad tiene todo esto p a ra el tra to del alma con D io s?
S i D io s está por encima de todo espacio y tiempo
im aginables, ¿ a qué responde entonces — y qué tiene
que ver p a ra las .relaciones del alm a con D ios— , esa
reglam entación m inuciosa que fija la duración d e las
h o ras litú rg icas y del año eclesiástico ? S i D io s es
esencialm ente sim ple, ¿ a qué todo ese ap arato de
gestos, de rúbricas, de m ovim ientos y de o b jeto s de­
term inados?
N o nos detengam os m ás, am pliando los térm inos
y las d ificultades del problem a, y concretém oslas d i­
ciendo: D io s es espíritu, ciertam ente: ¿cómo pueden
entonces el cuerpo, la m ateria tener sign ificación
p a ra D ios, m ejor dicho, qué papel posible ju e g a n en
el com ercio del alm a con un D io s puramente e s p ir i­
tu al? E n esta am algam a de lo terreno, de lo m aterial,
con lo espiritual, ¿no se envilecería y fa lse a ría torpe­
mente la dignidad y pu reza de ese com ercio y tra to
con D io s? Y , aun concedido que el hom bre como
com puesto de alm a y cuerpo, y a que no es espíritu
puro, debe estar en constante relación con uno y
o tro y como som etido a sus ex ig en cia s, ¿no ca b ría
a firm a r que esa es cabalm ente una d eficien cia, una
quiebra del hom bre, y que todos nuestros esfu erzo s
deben tender a su bsan arla? S i el objeto del culto y del
servicio de D io s es el “ ad o rar a D io s en espíritu y
en v e rd a d ” , ¿n o es lógico que nos apliquem os más
bien a elim inar en cuanto sea posible, todo lo que
tiene sabor terreno y m aterial, de esta p u ra y espi­
ritu al ad oración?
E l planteam iento de este problem a nos lleva a la
en trañ a m ism a del principio litú rgico.
¿ C u á l es para nosotros el sentido de lo corporal,
en el terreno de lo psíquico, en su doble función de
medio receptivo y ex p resivo de lo espiritual, es de­
cir, como ó rg an o de im presión y de expresió n ?
E s te problem a en trañ a o tro de m ás p rofund o al­
cance, cu ya ra íz h a y que bu sca rla en la relación en­
tre el espíritu y el cuerpo, o, en o tro s térm inos, en la
conciencia que el yo, dentro de la personalidad f í­
sica y espiritual, tiene de esa relación ( i ) . L o espi­
ritual aparece perfectam ente deslindado de lo cor­
poral en determ inados m om entos de n u estra vida
experim ental. L o espiritual se les representa a al-

( i) L a disquisición amplia y apurada de este problema perte­


nece al terreno, aun poco cultivado, de la psicología tipológica.
g u n os a modo de un mundo ap arte, cu yo centro se
encuentra dentro, o m ejor dicho, m ás allá de lo co r­
poral, y que tiene poca o n ingu na relación con ello.
Sienten lo espiritual y lo co rpo ral como yu xtap u esto s,
relacionados entre sí, pero m ás que en colaboración
inm ediata, a m odo de penetración o inclusión de uno
en otro. E s ta concepción del hom bre ha encontrado su
expresió n m etafísica en la teo ría de las Mónadas de
L eib n itz, y su fo rm a psicológica en las teorías del
paralelism o psico - físico.
E s evidente que, segú n esta concepción, lo co r­
poral, en sus relaciones con lo psíquico, tiene sólo un
ran go m uy secun dario y una fu n ció n más o menos
accidental. E l espíritu está íntim am ente unido al
cu erpo ; necesita de él p a ra su funcionam iento; pero
desde luego, p a ra el ejercicio de su v id a íntim a y
específica no tiene y a m isión alg u n a que cum plir;
es m ás, el cuerpo se convierte entonces en una rém ora,
en un enem igo que entorpece y d esvia la m arch a de
su íntim a actividad funcional. L o que el espíritu bus­
ca, que es la V erd a d , el estím ulo m oral, D io s, lo so­
brenatu ral, sabe que no puede lo gra rlo sino po r las
v ía s puram ente espirituales; sabe y conoce tam bién
que eso no lo lo g ra rá cum plidam ente, pero se es­
fu e rz a , al menos, por ap ro xim arse, en lo posible, a
lo puram ente espiritual sin lev ad u ra de lo terreno.
L o corporal se o fre ce a su consideración com o un
lastre, como u n a ca rg a pesada que le ha sido im ­
puesta y de la cual ajihela d e sp o ja rse : la única con­
cesión que al cuerpo le ha ría, a lo sumo, se ría la de
reconocerle alg u n a im portancia instrum ental y la de
ser u tilizable com o m edio de interpretación de lo es­
piritu al, como ejem plo, com o aleg o ría , pero no ex ce­
diendo de ahí los térm inos de sus concesiones e in­
dulgencias p a ra con él.
L o corporal no podrá nunca asp irar a ser ó rg an o
o expresió n v iv a de la v id a íntim a del e s p íritu ; es
m ás; el cuerpo no necesita ni siente la u rg en cia de
d a r a esa vid a del espíritu expresió n concreta y sen­
sib le; p a ra él, lo espiritual se b asta a sí mismo, se
ap oya en sí m ismo y se m an ifiesta o en el puro acto
m oral o en la sim ple expresión de una palabra a rti­
culada.
E s indudable que los que pro fesen una teo ría o
concepción sem ejante, por fu e rz a han de encontrar
serias d ificultades en la com prensión de la L itu r ­
g ia ( i ) . S u tendencia natu ral les inclinará a una es­
pecie de piedad pu ra y estrictam ente espiritual-, ho s­
til a todo lo corpóreo y p a rtid aria de sim p lific a r im ­
placablem ente tod a m an ifestación de v id a externa,
reduciendo todo lo m ás posible la parte deco rativa y
ornam ental, y em pleando la palabra escueta como
ú nica fo rm a rig u ro sa y perm isible de com unicación
espiritual.
E n contraposición fla g ra n te con la expuesta te­
nem os o tra concepción o teoría que tiende a fusio-

( i) No hay necesidad de añadir que esta actividad, según queda


descrita, apenas si se ofrece en la realidad con el rígido absolutismo
con que aquí ta hemos presentado; como tampoco la actitud opuesta
que exponemos a continuación. Hemos intentado sólo presentar el
esquema de teorías que, en abstracto, indudablemente se dan, aunque
TiO en la realidad.
n a r los dom inios de lo espiritual y de lo corpóreo ( i ) .
E n la prim era teoría se trataba de desvincu lar al­
m a y cuerpo, y en ésta de fu sion arlos, de m ix tifi­
carlos.
E s posible que esta segu nd a teo ría nos lleve a
no v er en el alm a m ás que la f a z interna del cuerpo
y en el cuerpo la f a z e x te rn a del alm a, se n sib ilizad a,.
co rpo reizada. S eg ú n ella, lo d o contenido de orden
intelectivo o espiritual se traduce espontánea y co rre­
lativam ente en un acto o m ovim iento co rp ó re o ; y , re­
cíprocam ente, tod a acción ex te rio r reflu irá en se­
g u id a al interior, traduciéndose en fenóm eno psí­
quico.
E s te sentim iento de interdependencia y fu sión del
alm a y del cuerpo es susceptible de una m ayo r ex ten ­
sión todavía, pues, rebasando la zona de la pro pia
personalidad, puede tam bién ab a rca r las cosas e x ­
teriores, situ adas fu e ra de nosotros. E n los objetos
m ateriales, en los vestidos, en las fo rm a s sociales,
en las cosas de la N atu raleza, en toda la extensión
del U n iv erso se podrán v er refle jad o s los estados,
las aspiraciones, los com bates y anhelos de la v id a
in terior, sirvien do como de vehículo ex p resivo de su
contenido espiritual (2).
L a teoría que ah o ra tratam o s de exponer o fr e ­

c í) Huelga puntualizar que de ningún modo tratamos de definir


con esto la interdependencia real y objetiva del alma y del cuerpo,
sído sólo de explicar o describir las distintas Cormas en que se ex­
perimenta y percibe interiormente su relación. No se trata, por
consiguiente, de hacer metafísica, sino sólo psicología descriptiva.
(a) Como lo confirma el sentimiento de la Naturaleza en el
Romanticismo.
ce m ás a fin id ad es y relaciones con la L itu r g ia que
la anterio r, pues en ella se siente de modo m ás inme­
d iato la capacidad de com unicación, y la sig n ific a ­
ción del gesto, de los m ovim ientos y objetos litú r­
g ico s, y es m ás fá c il y posible co n v ertir todas estas
m an ifestacion es ex tern as en instrum entos ex p resi­
v o s de la vid a interior.
Y sin em bargo, tam bién aqu í su rgen no peque­
ñ as dificu ltad es p a ra la com prensión y p ráctica de
la L itu rg ia . Cu and o desaparece toda fro n te ra en­
tre lo corporal y lo espiritual y se los concibe como
a lg o en íntim a fusión , por fu e rz a ha de ser m ucho
m ás árd uo y penoso el ex p resa r, m ediante form a s
m uy concretas, la v id a in terior y f ija r estas form as,
m ovim ientos y objetos en expresiones de sign ifica­
ción m uy lim itada.
L a v id a in terior, con sus cam bios y tra n sfo r­
m aciones incesantes, es impotente, adm itida esta teo­
ría, p a ra cre ar un mundo de determ inadas form a s
ex p resiva s, por lo m ismo que desconoce la línea de
dem arcación de las fro n tera s entre el espíritu y el
cuerpo. P o r lo tanto le se rá tam bién m uy d ifícil, una
v ez aceptada, interpretar en fo rm a precisa, en f ó r ­
m ulas rituales, determ inados contenidos psicológicos
y estados interiores. L a relación y la sign ificació n
de las m ism as v a ria rá a cada m om ento segú n las
flu ctuaciones y varia b ilid a d del su jeto ( i ) .
( i) A sí se explica la natural tendencia de quienes sienten e su
predisposición a evadirse del mundo animado de la Iglesia, que ofrece
tal tesoro de formas y prescripciones exactas, para refugiarse en el
regazo de la Naluraleza y buscar en ella la expresión adecuada de su
propia sensibilidad, indefinida y cambiante, y las emociones que nu­
tran su impresionabilidad del momento.
E n o tro s térm in o s: a pesar de la estrecha fusión
en que — según esta últim a teo ría— , se hallan lo
corporal y lo psíquico, le fa lta sin em bargo la capa­
cidad y posibilidad necesarias p a ra lig a r determ ina­
das fo rm a s ex te rn as, bien se tra te de la expresión
de la propia v id a interior, o bien de la interpretación
de u n a v id a espiritual e x tra ñ a que nos viene de
fu e ra , a tra v és de los signos. E s decir, que aquí
nos fa lta uno de los elementos esenciales del símbolo.
E n la actitu d teórica, prim eram ente reseñada, no se
puede lle g a r a la creación del símbolo, porque fa lta
ia relación v ita l entre lo espiritual y lo co rpó reo :
se podía, ciertam ente, d istin g u ir y lim itar, pero se
rea lizab a con tal ex ag era ción , con tal discrepancia,
que resultaba punto m enos que im posible ap reciar
la unión co n e xiva entre la es fera de lo espiritual y
!o corpóreo.
E n la segu n d a actitu d, po r el contrario, se re­
anudan sin violencia- los lazos de unión entre los
dos im perios, por cuanto que — segú n ella— , toda
intim idad se p ro yecta al ex te rio r de una m an era
p lástica; pero clau dica igualm ente al pretender de­
lim itar sus respectivos confines. P a r a que h a y a sím ­
bolo se requiere la coexistencia de estas dos actitu ­
des, es decir, de com unicación y de delim itación.
E l sím bolo su rg e cuando lo interno y espiritual
encuentra su ex p resió n e x te rn a y sensible. S in em­
bargo , no basta el hecho de que un contenido de o r­
den espiritual v a y a arb itra riam en te ligad o a alg o
m aterial, por convenio constante, ( i ) , com o por

<i) Que es lo que hace la alegoría.


ejem plo, la idea de Justicia, representada por
la balanza. P a r a que el sím bolo ex ista es preciso que
la trasposición, que la proyección de lo interno al
e x te rio r se v e rifiq u e con ca rácter de necesidad esen­
cial, y obedezca a una ex ig en cia de la natu raleza. D e
esta m an era el cuerpo, por su m ism a condición na­
tural, se convierte en im agen ex p resiva del alm a y ,
a su vez, un gesto involuntario cu alquiera puede re­
v elar la e x isten cia de un proceso psíquico.
A d em ás, p a ra que h a y a sím bolo se requ iere que
éste a p arezca tan claram ente circu nscrito , que su f o r ­
m a ex p resa no pueda se rv ir p a ra ind icar ningún
o tro contenido esp iritu a l; y su len g u a je deberá ser
tan abierto y claro que no perm ita m ás que una in­
terpretación única y pa ra todos ad m isible y obvia.
E l verdadero sím bolo nace com o expresió n natural
de un estado especial del espíritu. C laro es que está
su jeto a las leyes generales de toda o bra de a rte y,
por lo tanto, debe elevarse sobre lo puram ente con­
creto, pues a la v e z que es r e fle jo real y exp resivo
de un estado de alm a, tiene que ex p resa r la realidad
de un contenido universal, en relación con el alm a o
la v id a hum ana, y no sólo un aspecto o relación es­
pacial o temporal.
U n a v e z conform ad o e integrado el símbolo de
esa m anera es cuando obtiene su plena valid ez uni­
versal y se presenta en fo rm a accesible y s ig n ific a ­
tiv a p a ra todos. A la form ación del verdadero sím-
Iw)lo han de colaborar en fe liz consorcio, todos
los elem entos psíquicos anteriorm ente analizados.
L o espiritual y lo corporal deberá re fle ja rs e en
una perfecta consonancia y m utua com penetración;
pero, al m ism o tiempo, deberá el espíritu co n servar
v ig ilan te y pleno señorío sobre todos los tra zo s de
creación sim bólica, distin g u ir con precisión y pe­
sar circunspectam ente todos los facto res in teg ra n ­
tes. para que los contenidos concretos y determ ina­
dos reciban tam bién su correspondiente v adecuada
sípn ificació n . C u anto m ás preciso y valioso sea el
símbolo v m ás au ténticam ente m erezca esa denomi­
nación. tanto m ás válido, m ás universal, m ás depu­
rado e ín tegro será el contenido espiritual, ap risio ­
nado v rebosante en las fo rm a s sensibles. Entonces
cuando se desprende de los accidentes v particu la­
ridades de <ine se fu é form ando, pa ra tro carse en
universal, es decir, en herencia v priv ileg io de la hu-
rrnn'Hnd: v esto con tanto m ás im perio ep cnanto aue
su r tió de las m ás v iv a s p ro fund idades de la vid a y
se fn é sedim entando de la m an era m ás clara y con-
c1iivi»nte.
D e este poder cread or del símbolo tenem os un
palnable eiem plo en la form ación p ro g resiva de los
princioíos básicos qne regulan las relaciones hum a­
nas. A ellas pertenece el conjunto de fo rm a s po r m e­
dio de los cuales el hom bre m an ifiesta y g u a rd a
a sus sem ejantes los sentim ientos de respeto o de
sim patía, y expresa en fo rm a sensible los proce­
sos internos de la v id a social. A g ré g u e se a lo dicho
— y esto tiene pa rticu lar im portancia p a ra lo que
vam os exponiendo— , la serie de adem anes o g es­
tos espirituales; así vem os que el hom bre, dom inado
por la emoción religiosa, dobla sus rodillas, se pos­
tra o inclina reverentem ente, ju n ta o separa las m a­
nos suplicantes, extien de los b razo s en cru z, golpea
el pecho o presenta sus o fre n d a s, etc. E s to s adem a­
nes. elem entales y sencillos, son susceptibles de más
com plicadas asociaciones o de com binaciones m ás
d iversas. A h í tiene su o rig en la copiosa variedad de
g esto s y adem anes del culto litú rg ico, como el beso
de paz. la bendición, etc., y así vem os que una idea
concreta se encarna y sim boliza en la acción o gesto
sensible que la corresponde, como por ejem plo, la
id ea de la R edención en el sign o de la C ru z. T o d o s
estos m ovim ientos, en fin , todas estas acciones o ac­
titudes, según acabam os de indicar, son susceptibles
de asociaciones y com binaciones d iversas, y así se
fo rm a la m ecánica del cu lto divino, en el cual, una
concepción p ro fu n d a y plenam ente espiritual, lo g ra
su traducción plástica, ex p resiva y visu al, com o en
el santo S a c rificio de la M isa.
A h o ra bie n ; como es un hecho la d ifu sió n e x ­
pan siva del sentim iento del hom bre — según queda
analizado— , sobre el dom inio de las cosas ex te rio ­
res, entra en la constitución del sím bolo un nuevo ele­
m ento, es decir, el m omento real, el de las cosas en
tom o, (das dingliehe Moment). L a s realidades e x ­
terio res intensifican el poder ex p resivo del cuerpo y
de sus m ovim ientos; son como una prolongación,
como un salto de lo corpóreo fu e ra de sus naturales
confines. N ótese, por ejem plo, la dife ren cia entre
la m ano abierta y la colocada sobre una patena. L a
tersu ra plana de la patena parece que ay u d a y acen­
tú a la acción ex p resiva de la m ano ho rizo n ta l; y
asi se fo rm a como una v a sta su p erficie abierta con
su aspiració n a las altu ras, ha cia lo divino, que se
sostiene y reco rta vigo ro sam en te sobre la línea v e r­
tical del brazo. L a colum na de incienso, que lenta­
mente, convertid a en nube, se eleva a los cielos, in­
ten sifica asim ism o la idea de aspiración, de ascen­
dente anhelo, que se m an ifiesta tam bién en las m a­
nos y los ro stros elevados de los que oran. L a esbelta
colum na de los cirios, con su sensación de altu ra co­
ronad os por la llam a sim bólica, que le van consu­
miendo lenta y dulcemente, encarna la idea de sa­
crific io , pero del s a crific io volu ntariam ente o fr e c i­
do por el alm a generosa.
L a s dos actitu des o concepciones teóricas, ante­
riorm ente expuestas, deben, por consiguiente, ap or­
ta r su p arte alícuota a la form a ción del símbolo. L a
prim era, por el estrecho parentesco que establece en­
tre el alm a y el cuerpo, o fre ce, por decirlo así, la
m ateria p rim aria, el prim er requisito pa ra la fo rm a ­
ción de la im agen. L a segunda, p o r la separación
que sienta entre ellos, y con su sentido intuitivo de
la distancia, contribuye, por su parte, con la ap orta­
ción de la claridad y la form a.
A m b a s chocan en la L itu r g ia con d ificultades
que pu gnan con su modo natu ral y corriente de con­
cebir las c o s a s ; pero com o am bas deben colaborar
a la form a ción del símbolo litú rg ico, es posible su­
p erarlas con éx ito , tan pronto com o el creyente lo ­
g re fo rm a rse conciencia de la soberana dignidad de
la em presa, a cu yo lo g ro aspira.
E n la p rim era disposición teó rica se tra ta de re­
nu nciar a un cerebralism o excesivo , de reconocer los
v ín cu los reales, la estrecha ligazó n ex istente entre
ios dos h em isferio s de lo m aterial y de lo espiritual,
y de poder, por consiguiente, u tilizar el opulento
m anantial que co rre canalizado y fertilizan te b a jo la
co rteza de las acciones e im ágenes litú rg icas. P e ro
ello será siem pre a condición de sa lir de su reserva
v esquivez, desechando esa especie de desconfianza
ríg id a con la que tra ta de d efenderse, de ponerse en
g u a rd ia contra toda trasposición o introm isión de
lo m aterial en lo espiritual, aceptando, en cam ­
bio, al cuerno como un instrum ento v iv o de inter­
pretación. Cu and o realice este costoso pero necesa­
rio sa crificio , entonces g a n a rá 'g ra d u a lm e n te su mo­
do de sensibilidad relig io sa en riq u eza y en calo rías
de fe rv o r y de intim idad.
I .a segunda actitud teórica, ante el problem a psi-
co -físico , deberá oponer un dique al desbordam iento
de la sensibilidad, enem iga de fre n o s y lim itaciones,
im poniendo la lev d e fin itiva y soberana de la fo rm a
a todo ese m undo de lo v a g o y de lo hu idizo que le
asedia. E s esencial que adm ita y reconozca que la
L itu r g ia en sus sím bolos perm anece inm une e inde­
pendiente de toda unión con la m ateria ( i ) y que, en

( i) Un ejemplo d t esta servidumbre lo tenemos en las diver­


sas clases de cultos y ritos naturales, celebrados en el seno de la
Naturaleza, en lo escondido de los bosques, a las orillas de los lagos,
etcétera. En cambio, la T.ilurgia elige como mansión los recintos cons­
truidos por la mano del hombre. Serla muy interesante y suges­
tivo intentar un ensayo demostrativo de cómo, por la virtud y disci­
plina de la Liturgia, les elementos puramente materiales, como los
sonidos, los objetos y las formas, se han ido transformando en valiosos
elementos y aportaciones de Cultura.
ella, todas las fo rm a s de la natu raleza su fre n una
especie de tran sfo rm ació n , (recu érdese lo que dicho
queda acerca del estilo) y se convierten en fo rm a s
v iv a s de C u ltu ra . L o g ra d o eso, todo el ap arato m a­
ravilloso de im ágenes y de sign os que rodea el m un­
do de la L itu rg ia , se tro cará en sa b ia ped ago gía, en
escuela de m edida, de dom inio y de aprovecham ien­
to espiritual.
E l que se dé verdaderam ente a la L itu rg ia , quien
de ella ten ga una v iv a e inm ediata experiencia ín­
tima, com prenderá sin esfu erzo el subido v alo r, la
densa sig n ifica c ió n que los m ovim ientos corporales,
las acciones, los g estos, todo lo real y ta n g ib le (das
Dingliche ) encierran.
T o d o s estos sign os litú rg ic o s poseen un doble
y g ra n poder de im presión y de expresión. D e im pre­
sión, en el sentido de que prestan a la verdad una
v irtu d sim pática y un dinam ism o persuasivo, que
ni tiene ni puede tener la palabra escueta. Y de e x ­
presión, porque estos sign os están dotados de una
v irtu d libertad ora peculiar, pues traducen y proyec­
tan la verdad o la v id a in terior con una plenitud que,
repetim os una v ez m ás, las palabras desnudas no
consiguen ni podrán co n seguir nunca.
C A P IT U L O V

L a litu rg ia com o ju eg o

a r a ciertos espíritus severos, que encam inan to­

P dos sus e sfu erzo s al conocim iento de la verdad,


que no perciben en las cosas y en la vida m ás que
problem as éticos y que, po r doquiera, buscan siem ­
pre el fin , tiene que o fre ce r la L itu rg ia d ificu lta ­
des de índole particu lar ( i ) . C o n facilid ad se les
o fre ce como cosa baladí e inane, com o pom pa supér-
flu a, o com o un ap aratoso a rtific io , com plicado y
sin objeto. S e sienten como co n trariad o s y perplejos
ante la m inuciosidad de detalles con que se ejecutan
los o ficio s y cerem onias, ante la serie de sus pres­
cripciones en fad o sas sobre lo que se v a a hacer
ah o ra o m ás tarde, si se ha de m over a la derecha
o a la izquierda, o si se ha de decir en v o z a lta o en
v o z queda. N aturalm ente, lo prim ero que se les ocu-

( i) Insiste el autor en rogar a los lectores, que, en las explana­


ciones que va a hacer, no desmenucen minuciosamente los términos
y las írases que empica, pues se trata de una materia delicada, res*
baladiza y apenas asible. Sólo se considerará garantizado contra posi-
bles errores de interpretación, cuando el lector haya fijado su aten­
ción en el conjunto global, en la totalidad de la idea que intenta ex­
poner.
rre es p reg u n ta r: ¿a qué viene todo eso? S i lo esen­
cial de la M isa , de la C o n sa g ració n y de la Com unión
podía ejecu ta rse con m ás sencillez y precisión, ¿ p ara
qué todo ese ap arato levítico de ritu a l? S i bastan
algun as fó rm u las esenciales pa ra la consagración
sacerdotal, para la ad m inistración y confección de
los Sacram entos, ¿p ara que tantas oraciones y tan
com plicadas cerem onias ?
P a r a quienes así d iscu rren es ló gico que la L i ­
tu rg ia se les o fre zc a — usando la pa la b ra con que
se le h a ca lificad o — como alg o espectacular o tea­
tral.
E s ta opinión debe ser tom ada en consideración
indiscutiblem ente; no es posible p a sarla por alto. P o r
fo rtu n a no es general, ni cuenta con valiosos ad eptos;
pero, desde el momento en que se form u la, es indi­
cio de que existen espíritus re fle x iv o s que v a n al
fondo de las cosas.
E ste concepto u opinión acerca de la L itu rg ia se
relaciona con o tra cuestión de índole m ás general, es
decir, con el de la finalidad práctica ( Zw eck ). L la ­
m am os finalidad práctica, en su sentido p rivativo ,
ese quid o principio de orden que subordina ciertas
cosas, acciones y m ovim ientos a otros, de tal modo
que unos tiendan o se ordenen a los o tro s y és­
tos se conviertan en la razó n de ser de aquéllos. L o
subordinado, lo instrum ental, no tiene valo r sino en
fu n ció n del principio ordenador, es decir, en la m e­
dida que sea adecuado a un fin . E l se r operante no
rad ica espiritualm ente en la cosa su b o rd in a d a; ésta
no es, p a ra él, m ás que como una etapa, como
nn cam ino que le conducirá al fin y al reposo. D esde
este punto de m ira, el m edio instrum ental será acep­
table sólo y en tanto que ten g a capacidad pa ra pro­
d u cir un fin . E s te criterio está inspirado po r el an­
helo de elim inar todo lo que no pertenezca al fondo
y a la realidad v iv a , por su p érflu o y accesorio. E s ta
tentativa, despiadadam ente o b jetiv a y realista, se
o rig in a de querer ap licar a la L itu rg ia el principio
económ ico del m enor esfu erzo , es decir, de la econo­
m ía de tiempo y de m ateria. E l estado de espíritu
que esta teo ría presupone se tiene que ca racterizar
por la acción feb ril, po r la tensión violenta de to­
d as las en ergías y por la im placable y m ás concreta
objectividad.
E s ta concepción espiritual tiene su utilidad in­
discutible aplicada a la econom ía gen eral de la vida,
a la v e z que le im prim e un ca rácter de au sterid ad y
de orientación definida. A d em ás, se puede decir que
está fundam entada, en la realidad, y a que, en efecto,
todas las cosas, en la vid a práctica , están som etidas
de un modo o de o tro a este crite rio de utilidad. E s
m á s : h a y m uchos aspectos de la vida que estriban
casi exclusivam ente en el principio de u tilidad, como
se rían los de la v id a técnica, m ecánica y económ ica:
y , en general, ca b ría extender a todas las m an ifes­
taciones de la vid a , en m ay o r o m enor g rad o , esta
consideración.
P e ro apresurém onos a ad v e rtir en seguida que
no h a y un fenóm eno o aspecto de la vida, al que to­
talm ente quepa ap licar ese criterio de u tilidad, y que
h a y infinidad de m an ifestacion es vitales, a las que
sólo ro za en una m ínim a parte.
P recisem os m ás todavía. E l principio que com u­
n ica, tanto a las cosas com o a las acciones, su dere­
cho a la existen cia y que ju s tific a su razó n de ser
no es siem pre, en m uchos casos, ni siqu iera en p ri­
m er térm ino en otros, su razón de fin alid ad p rá c­
tica. ¿ Q u é fin alid ad podemos atrib u ir, por ejemplo,
a las h o ja s y a las flo re s ? C ierto es que ellas cons­
titu yen los ó rg an o s v ita les de la plan ta; pero de nin­
g ú n modo puede a firm a rse que, obedeciendo a ese
principio de p ráctica fin alid ad , deban tener esta o
la o tra fo rm a , tal o cu al color y un determ inado per­
fu m e específico. ¿ P a r a qué, aplicando este criterio
económ ico, ese derroche fastu o so de form as, de m a­
tices, de perfum es que tan prodigiosam ente nos o fr e ­
ce la N a tu ra lez a ? ¿ P a r a qué esa m ultiplicidad asom ­
brosa de especies? ¡T a n to cómo podría sim plificarse
todo en la vida, ante el crite rio y la visión del prac-
t ic is ta ! T o d a la n atu ra leza po dría, asim ism o, estar
poblada de seres anim ados, cu yo crecim iento y des­
a rro llo estu viese asegurado y rem ido por m edios
m ucho m ás rápidos, m ás prácticos, de m ay o r rendi­
m iento económico.
E l criterio , pues, de utilidad, de finalidad
práctica, ín te g ra y u niform em ente aplicado a la
N atu raleza, no puede ad m itirse sin g ra v e s re­
paros. Porque, ahondando m ás, h a b ría que segu ir
in terro g an d o : ¿ Q u é u tilidad o rendim iento práctico
se sigue, de que e x istan esta o aquella especie del
reino vegetal o tal o tra del reino an im al? ¿ A c a s o
la de que unas sirv a n de alim ento a o tra s? N o : esa
no sería una razón su ficiente. H a y que reconocer,
por lo tanto, que al reino de la N atu raleza, global­
m ente considerado, no se encuentra aplicada, ni es
adm isible en absoluto, esta ley de utilid ad, y que, a
m uchas co sas, sólo en escasa m edida, les es ap lica­
ble. A n a liz a d a s asi, se encuentran m uchas m an ifes­
taciones de la v id a en la N atu raleza, p a ra las que no
sirven los principios del finalism o utilitario.
N o o cu rre lo m ism o en el terreno de la técnica,
en una m áquina o un puente, donde todo está calcu­
la d o ; idénticam ente a lo que acaece en la vid a ind us­
trial, en el com ercio, en las instituciones bu ro crá­
ticas de un E stad o , en las que todo está subordi­
nado a un principio de utilidad práctica: y, sin em­
b arg o , ni aun estas form a s de v id a o de actividad le­
g itim a n integram ente el concepto de finalidad prác-
ca, de tal modo que puedan sa tis fa ce r a la in terro g a­
c ió n : ¿de dónde les vien e su derecho a e x istir?
T a n to es así, que si querem os pen etrar h a sta la
r a iz de la realidad vital, que estam os estudiando, ha­
b ría que am pliar por precisión el escenario de nues­
tra s observaciones y perspectivas. E l concepto de
utilidad coloca el centro de g rav ed ad de una cosa
f u e ra de sí m ism a, y lo adm ite sólo como tránsito
pa ra un m ovim iento pro g resivo , es decir, que tiende
flech ad o hacia un fin.
P e ro cada o bjeto es en p arte — algun os lo son
totalm ente — a lg o que se term ina y descansa en sí
m ism o, que en cierra en sí su propio fin utilitario,
sí es lícito em plear este concepto en una am plia sig ­
nificación, aunque m ejo r diríam os que tiene un sen­
tido.
M uch as cosas no tienen, hablando en rig o r nin­
g u n a finalidad práctica; pero tienen un sentido, y
éste rad ica en el hecho de ser lo que realm ente son,
sin pretender extender su acción fu e ra de ellas m is­
m as,ni contribu ir a la form ación o m odificaciones de
o tro s objetos situados en el m undo circundante. E s ­
tas cosas, estrictam ente diseccionadas, están vacías
de un fin práctico, y sin em bargo están rebosando
sentido vital.
Utilidad y sentido son las dos form a s, m ejor di­
cho, las dos ju stificacio n es de hecho, que un ser pue­
de a le g a r com o fundam ento y derecho a su propio
se r ^ ex istir. D esde el punto de v ista del fin útil, el
o bjeto se inserta y a dentro de un orden superior, que
se cierne sobre é l ; pero desde el punto de m ira de
su sentido, descansa y se com pleta en sí mismo.
¿ P e ro cuál es el sentido de ese se r? P u es senci­
llam ente el de que sea un refle jo , un vestig io del
D io s in fin ito . ¿ Y cuál será, entonces, el sentido de un
ser viv ien te y anim ado? P u es el de su m ism a vida,
es decir, el de que v iv a y perfeccione su natu raleza
esencial, y sea como una eflo rescen cia radiante, una
revelación de D io s vivo.
T o d o lo dicho tiene v ig en c ia lo m ism o p a ra el
m undo de la natu raleza que para el de la v id a del
espíritu. ¿ P u ede a firm a rse , en térm inos rigu rosos,
que ten g a la C ien cia un fin útil? N o : el p ragm atis­
m o ha petendido a sig n arle uno, que es el de p erfec­
cio n ar m oralm ente ai h om bre; pero eso equivale a
desconocer la independencia y dignidad del conoci­
m iento científico. Y es que la C ien cia no tiene un fin
práctico (Zweck); pero posee en cam bio un sentido
un p rofund o sentido, que se b asta a sí m ismo y re­
posa en sí m ism o: el sentido de la Verdad.
L a fu n ció n leg islativ a de una asam blea o de un
parlam ento, por ejem plo, tiene un fin práctico, que
es el de im p rim ir una dirección determ inada a la vida
del E stad o . E n cam bio en la J u risprud encia no puede
y a buscarse ese fin utilitario; su objeto es estricta­
m ente el conocimiento de la Verdad, dentro de la
problem ática del D erecho. L o m ism o sucede con la
C ien cia pura, cu ya m isión es el conocim iento especu­
lativo de la V erd a d , la servidumbre de la V erd a d , y
nada más.
¿ Y el A r t e ? ¿ T ien e el A r t e esta finalidad prác­
tica? N o ; tampoco, a no ser que se avillane tanto el
problem a que se llegu e a a firm a r que el A r t e sum inis­
tra al artista los m edios p a ra su stentarse y vestirse,
etcétera : o bien, como opinaban los racionalistas de
ia Ilustración, ( Aufklarung ) que la m isión del arte
e ra Ja de presentar, p o r m edio de im ágenes o cre a­
ciones plásticas, ejem plos v iv o s que sirviesen de a u x i­
liares a la inteligen cia y de enseñan za p a ra la virtu d.
L a o b ra artística no se in sp ira tam poco en ese
practicism o finalista; pero tiene, desde luego, un
sentido sublim e, que es el de su propio ser, ut sit, el
de se r re fle jo dichoso de las co sas y de tra sp a ren tar
en fo rm a s depuradas y sinceras la v id a in terior del
alm a del artista. L e basta p a ra su d ign idad ser re­
fle jo de la V e rd a d : Splendor veritatis.
Tenem os, pues, que si la vid a pierde su orden y
m edida p a ra bu scar en todo una finalidad práctica,
fácilm ente degenera en friv o lid a d y diletantism o;
y , a la v ez, que, si se la som ete violentam ente al mol­
de ríg id o y frío del utilitarism o, esa v id a se m archita
y m uere por a s fix ia . L a s dos m odalidades tienen
que prestarse, po r lo tanto, m utua ayuda. L a utilidad
es el blanco del e sfu erzo y del t ra b a jo : el sentido es
la intim idad, el contenido de un ser, de una v id a
m ad ura y en su pleno desarrollo.
L o s dos polos del se r son, pues, la utilidad y el
sentido, el e sfu erzo y el conocim iento, el tra b ajo y la
producción, la creación y el orden.
T o d a la v id a pró spera y v ig o ro sa de la Ig lesia
universal está orientada según estas dos direcciones.
A s í cuenta con todo el poderoso ap arato de fin es
prácticos, encarnado en el D erech o C anónico, en sus
Constituciones y norm as ad m inistrativas. E n ellos,
en efecto, todos los m edios co nvergen a un fin u tili­
tario o práctico, es decir, tienden a a seg u ra r la re­
gulació n y la m archa funcional del inm enso en g ra­
n aje ad m in istra tivo de la Iglesia. E l punto de m ira,
el objeto prim ordial de sus estatutos y de sus o rg a ­
nizaciones es esencialm ente práctico. P ero cabe pre­
g u n ta r: ¿ E s tá ordenado todo este and am iaje de leyes
a un fin puram ente práctico y lo consigue, en re a ­
lidad, con el m ínim o dispendio de en e rg ía y de tiem ­
po ? ( i ) . E l espíritu realista, p ráctico y positivo, es

( i ) No obstante, no hay que olvidar que la Iglesia, como obra


maestra de Dios, debe ser estudiada bajo otros aspectos también. Pero
ahora, para et punto concreto que tratamos de dilucidar, podemos pa­
sarlos por alto.
el que reg u la , indudablemente, e in fo rm a toda esta
v asta o rgan izació n .
P e ro la v id a de la Ig lesia nos o fre ce tam bién
o tra fa s e y ab a rca otros dom inios en los que se
em ancipa soberanam ente del criterio de u tilidad. U n o
de ellos el de la L itu rg ia . C la ro es que también
en el orden litú rg ico cabc d istin g u ir u n cúm ulo de
fin es prácticos, que vienen a ser como el arm azón
del ed ificio, por ejem plo los Sacram entos, cu ya f i ­
nalidad es la colación de determ inadas g ra c ia s ; pero
su adm inistración, presupuestas las debidas condi*
ciones, podría co n ferirse de una m an era m ás sobria
y rápida. L a ad m inistración de los Sacram entos en
casos u rgen tes de necesidad nos d a una idea a p ro x i­
m ada de lo que se ría la acción litú rg ic a , reducida a
sus fo rm a s m ás indispensables y u tilitaria s o prác­
ticas.
P o d rá aseg u ra rse con toda verdad que cada g e s­
to, cada oración, cada m ovim iento, cada cerem onia
litú rg ic a im plican una fin alid ad ped agógica, e ins­
tru ctiv a y práctica, por consiguiente. E so es exacto.
Y sin em bargo, no encontram os en la L itu r g ia un
có d igo educativo, un m étodo com pleto de form ación
ética, un plan determ inado y preciso de v id a espiri­
tual. P a r a a p re ciar sensiblem ente esta diferen cia,
no h a y m ás que com parar, po r ejem plo, el contenido
y cerem onial de una sem ana cu alquiera del A ñ o
L itú rg ic o con los Ejercicios Espirituales de S an
Ig n acio de L o yo la. E n estos todo es m inucioso
y m etódico; todo está taxa tiva m en te prescrito y re­
g lad o ; todo tiende a la consecución de una m ayo r
eficien cia espiritual y ed u cativ a; cada ejercicio, ca­
da oración, cada m ovim iento, h a sta la grad u a ció n de
la v o z y de las pausas en la m editación, están orde­
nados a un fin único y predeliberado, que es el ven­
cim iento de la propia voluntad.
M u y o tro s son los m étodos de la L itu rg ia . E s
y a m uy sig n ifica tiv o y digno de n otarse el hecho de
que no se la conceda ningú n puesto ni se h a g a cau­
dal de ella en los E jercicio s E sp iritu a les ( i) .
Indudablem ente que tam bién la L itu rg ia quiere
y ap ru eba todo lo que co n tribu ya a la form ación
espiritual, pero no siguiendo un m étodo ed ucativo de­
liberado, cíclicam ente dispuesto, sino m ás bien crean­
do una atm ó sfera espiritual lo m ás propicia y per­
fe cta posible, dentro de la cual pueda el alm a crecer
y desarro llarse y fom en ta r su v id a interior. L a d i­
feren cia, como puede ap reciarse, es la m ism a que la
que ex iste entre la palestra, en la que cada ap arato
y cada m ovim iento está calculadam ente estudiado, y
los ám bitos abiertos de la N atu raleza, con sus bos­
ques y prad eríos, donde el hom bre v iv e y alienta y
crece en contacto íntim o y fam ilia r con ella.
L a L itu rg ia crea un vasto mundo, interiorm ente
anim ado por la m ás rica espiritualidad, que, cual sa­
v ia v iv ific a d o ra y generosa, circu la por las recón­
ditas p ro fund idades del alm a, dejándola en plena li­
bertad de su s m ovim ientos y de su expansión. T o d a
esa m uchedum bre de oraciones, de actos, de m ovi-

(i) Los Benedictinos la a$ignan un lugar, pero con ello demues­


tran evidentemente que practican otro tipo de ejercicios espirituales,
que el ideado por San Ignacio.
m ientos y cerem onias; toda esa ad m irable ordena­
ción cro n o ló gica del A ñ o L itú rg ic o y del Calenda­
rio, etc., resultan totalm ente incom prensibles, sí los
sometemos a un rig u ro so crite rio u tilitarista y prác­
tico.
L a L itu r g ia desconoce esa finalidad práctica, de
u tilidad, y no puede, por ende, ser com prendida, ni
analizada, desde el pu nto de v ista exclusivo de esa
fin alid ad , puesto que no es, ni m ucho m enos, un me­
dio que se aplica p a ra la consecución de un determ i­
nado efecto, sino que, m ás bien, h a sta cierto grad o
al m enos, es ella m ism a su propio fin en sí. S eg ú n
el sen tir de la Ig le sia no debe considerarse a la L itu r ­
g ia com o un interm ediario, com o una ruta condu­
cente a una m eta, situ ada fu e ra de ella, sino como
un mundo anim ado y rebosante de vid a , que se apo­
y a y tiene su razón de ser en sí mismo.
E s to es de una im portancia su perlativa, pues por
no haberlo entendido así, se ha tratado, con enfad o­
sa insistencia, de atrib u ir a la L itu rg ia toda suerte
de propósitos y de intenciones p ed agó gicas y fo r-
m ativas.que podrán en cierto modo ap arecer como
concom itantes, pero que no ex isten en prim er término,
ni constituyen su objeto preferente.
H a y , adem ás, una razón m ás estricta y c o n v ó ­
cente p a ra dem ostrar que la L itu rg ia no persigue
una finalidad utilitaria y práctica, y es que su razón
y fund am ento de ser es D io s y no el hom bre. E n la
L itu rg ia rf ho m bre no vu e lv e sobre sí m ism o, no
se in terioriza en su propio esp íritu ; es a D io s a quien
d irig e todas su s m iradas y h a cia E l que vuelan todas
su s aspiraciones. N o se ocupa concretam ente de su
form ación y perfeccionam iento, sino que sus o jo s se
fija n absortos en la contem plación de los esplendores
de D ios. P a r a el alm a todo el sentido de la L itu rg ia
está en saber situ arse ante D io s, Señ or y Salv ad or,
pa ra desah ogarse librem ente en su presencia y v iv ir
dentro de ese dichoso mundo de verdades, de fen ó ­
menos, de realidades, de m isterios y sím bolos divi­
nos, pensando que el v iv ir la v id a de D io s, es v iv ir
real y profund am ente la su ya propia, ( i ) .
H a y dos pasajes en las S a g ra d a s E scritu ra s
m ag n ífico s y profundos, que derram an g ra n lu z y
dicen la últim a palabra sobre esta cuestión.
E l prim ero lo encontram os en la v isión de E ze-
quiel (2). ¿ P e rsig u e n algún fin útil o práctico aque­
llos Q uerubines de fu e g o , que v an derechos allí donde
el E sp íritu a r r a s tr a ... que no retroceden en su m ar­
cha... que van y vienen con la celeridad del rayo...
que av an zan y se detienen y se levantan so bre la
t ie r r a ...; aquellos, cu yo b atir de alas se asem eja al
ruido de m uchas a g u a s ... y cu ya s alas se pliegan
cuando se detien en ?” ¡Q u é desalentador resultaría
todo esto, cabalm ente p a ra esos im placables e ínte­
g ro s celadores m odernos, que en todo buscan el fin
útil! E so s Q uerubines son un pu ro m ovim iento,
( i) D e ahí también la dedticáóu de que la Liturgia no tiende
a moralizar tampoco. G e rlo que en ella se íornta y ejercita el alma á
pero no mediante la enseñanza directa de las virtudes, ni valiéndose
de ejercicios metódicos y enderezados esencialmente a la consecución
de las mismas, sino sólo por el hecho de poner al alma en condi*
clones de vivir dentro de la atmósfera luminosa de la V erd ad e lcrm
y del recto orden de lo natural y de lo sobrenatural.
(a) Ezeq. I, 4 y sigts.; Véase 12, 17, a», 24 y 10, 9 y sigts.
m agnífico y deslum brante, que se produce donde y
cuando sopla el E s p íritu ; m ovim iento que no quiere
ex p re sa r o tra cosa sino sólo este soberano soplo
in te rio r del E s p íritu y revelar, de la m an era m ás
egregia, el fuego y el poder in te rio r del E sp íritu . H e
aquí u n a im agen viva de la L itu rg ia.
E l otro lu g ar e scrituario se nos ofrece por boca,
de la e te rn a S a biduría ( i ) : “ Cum eo eram, cuneta
componens; et delectabar per singulos dies L U -
D E N S coram eo omni tempore: L U D E N S in orbe
terrarwn."
\P a lab ra s d e fin itiv a s 1E l P a d re halla su a leg ría
y so gozo, en la contem plación del H ijo , plenitud de
la V erdad, que d ifunde a nte su s ojos los in fin ito s teso­
ro s de su Belleza, de su S a b id u ría y de su Bondad,
d entro de la m ás p u ra beatitu d , exen ta de todo fin
práctico — porque ¿qué fin utilitario es aquí presum i­
ble?— , pero pleno de sentido, del definitivo sentido
del H ijo que se recrea, ludens, jugando, a n te el P a d re.
D el m ismo tipo es, igualm ente, la vida de esos
puros seres bienaventurados, que llam am os A ngeles,
que se complacen, sin ning ú n fin ni objeto práctico,
en m overse m isteriosam ente delante de Dios, obe­
deciendo sólo al soplo del E sp íritu , p o r sólo la deli­
cia de ser en su presencia como u n ju eg o m aravilloso,
como un cántico eviterno.
T am bién en la provincia de este m undo terreno
encontram os dos m anifestaciones vitales, d em o stra­
tiv a s de esa m ism a sublim e inutilidad; en los juegos
del niño y en las creaciones del a rtista .
E n sus juegos no se p r o p o n e ja m á s el niño con­
seguir ningún fin, ninguna c o s a p ráctica. N o busca
o tra cosa sino desplegar su a c tiv id a d in fan til, des­
b o rd a r su vida librem ente en f o r m a de m ovim ientos,
de p alabras y de acciones, que n o tienen n in g ú n fin
positivo, pero que por eso ju s t a m e n t e tienen en sí
m ismos su razón suficiente. E s t á n lib res de toda fi­
nalidad, pero im pregnados d e p ro fu n d o sentido, y
éste no es o tro que el de e x p a n s io n a r su v ida inci­
piente y traducirla en p e n sa m ie n to s , im pulsos y mo­
vim ientos, p a ra lo g ra r su p le n itu d de v id a; en u n a
palabra» p a ra dem ostrar la c o n c ie n c ia de su ser, de
su ex istir. Y por lo m ismo q u e e l n iñ o no busca m ás
que expansionarse, d ila tar s i n tra b a s , incontenida-
m ente su vida, la ex presión d e e sa v ida se desborda
y trasciende al exterior, llen a d e cau tiv ad o ra a rm o ­
nía, bajo las form as de la m á s p u r a y desinteresada
belleza; su conducta, su v iv ir se con v ierte espontá­
neam ente en ritm o y m o v im ie n to , en im agen y
arm onía, en canto y a c o m p a s a d a ru ed a. E n eso con­
siste la esencia del ju eg o : e n el desbordam iento de
vida, sin m ás fin que la p le n itu d y la expresión de
esa m ism a vida, pero llena d e sentido en su p uro
existir. Y estos juegos in fa n tile s son ta n to m ás en­
cantadores y bellos, cuanto m e n o s se los cohibe y
m etodiza; cuando la p e d a n te r ía pedagógica n o los
p rostituye con sus necios c á n o n e s y p ropósitos edu­
cativos o utilitarios, alte ra n d o s u sentido y falsean d o
su fra g a n te sinceridad.
P ero, a m edida que la v i d a av an za, com ienzan
y a las luchas y con ello se a g r e g a un elem ento de
perturbación y aparece un punto n egro en el h o ri­
zonte de la vida, que se disocia y to rn a brum osa.
A n te los ojos del hom bre se le p resen ta entonces el
objetivo de lo que quiere y debe s e r; pero, al in te n tar
realizar ese ideal, tropieza con las innum erables re­
sistencias que la vida opone a sus esfuerzos, y asi,
por tris te y descorazonadora experiencia, v a ad q u i­
riendo la convicción de lo excepcional y a rd u o que
es lo g ra r lo que él creyó que podía y debía ser.
E ste conflicto e n tre sus sueños y la realidad in ­
g ra ta , en tre lo que anhelaba ser y lo que efectiva­
m ente es, tra ta después de su p erarlo en o tra región,
en la región irre al de la im aginación, es decir, en
el A rte . P o r m edio del A rte in te n ta b u scar la unión
en tre lo que él ju z g a que debe ser y lo que en rea ­
lidad es; e n tre el alm a con sus p ro fu n d id ad es y la
N a tu ra le za con su m agnificen cia; en tre su ideal m a­
logrado y la realidad a m a rg a ; en síntesis, en tre el
cuerpo y el espíritu.
D e ahí su rg e n las distin ta s fo rm a s del A rte.
E llas no pretenden enseñar o m o ralizar, no persig u en
ningún fin práctico y u tilita ris ta en sí m ism as, pues
jam á s un a rtis ta auténtico, al cre a r la o b ra a rtís ­
tica, se propuso un objetivo didáctico o ético, ni
buscó o tra finalidad que la de d a r solución a un con­
flicto íntim o que le punzaba, n i am bicionó o tra g loria
que la de llevar al m undo de las representaciones y
sacar a plena luz, en fo rm a plástica, la vida supe­
rio r que el soñó y que, en la realidad implacable, en­
c ontró am algam ada con torp es m ixtificaciones. E l
a rtis ta no in tenta o tro fin que lib e rta r su ser y su
ideal, exteriorizándolos, y p ro y ectar su verd ad in te­
rio r por m edio de las representaciones vivas. E l es­
pectador, a su vez, a nte la contem plación de una
o b ra artística, no debe b u scar tam poco m ás que el
sereno goce de su contem plación, a s p ira r su belleza,
a d q u irir plena conciencia de la sup erio rid ad que en­
cierra, y sentir en ella la expresión de sus íntim os
anhelos y nostalgias. Y m ucho m enos — como es
lógico — irá a b u scar en ella ni enseñanza ni m ateria
de edificación o de g rav e s y especulativas reflexio­
nes. L a L itu rg ia tiene, en este sentido, m ucho m a­
yor rendim iento a ú n que la obra de A rte. E lla b rin ­
d a al hom bre la posibilidad y la ocasión de realizar,
ayudado por la G racia, su esencial y v e rd ad ero fin,
que es ser lo que debe y quisiera ser, si se m antiene fiel
a sus destinos eternos, un verdadero hijo de Dios.
E n la L itu rg ia podrá el hom bre “ reg o cijarse de
su ju v e n tu d ” ante el S eñor ( i ) . E sto es indudable­
m ente algo sobrenatural, pero por eso m ism o res­
ponde a lo m ás íntim o de n u e stra natu raleza.
P o r e s ta r la vida litúrgica, cabalm ente, m uy por
encim a de la que la realidad cuotidiana nos b rin d a
en sus diversas fo rm a s, por eso e x tra e las a rm o n ías
y fo rm a s adecuadas de la única región en que se en­
cuentran, es decir, de la zona del A rte . A sí ve­
m os que se sirve de la m elodía o del ritm o m é­
trico p a ra h a b la rn o s; que en su s parlam entos
usa de colores y o rn ato s que no se en cu en tran en
la vida corrien te ; que adopta m ovim ientos solemnes

( i) Como se dice en el salmo inicial de la Santa M i» .


y m ajestuosos; y que escoge fechas y lu g ares p a ra
su realización, detallada y rig u ro sam en te reglam en­
tados y acoplados. Bien puede a firm a rse , en el m ás
alto sentido de la palabra, que es la v erd ad era vida
del niño, en la cual todo e stá adm irablem ente com­
binado: im ágenes, ritm os y cánticos.
H e ahí, pues, el fenóm eno adm irable, la realidad
íntim a que se d a en la L itu rg ia : el A rte y la reali­
dad, adm irablem ente concillados, en u n a so b ren a­
tu ra l infancia, se despliegan y viven bajo la m irad a de
D ios. A quel ideal, tan difícil de h a lla r en el m undo
de lo terreno, y que no ten ia vida m ás que en el pla­
no superior de la p u ra representación a rtístic a ; aque­
llas fo rm a s del A rte , que queríam os c o n v ertir en es­
tética im agen expresiva de la v ida hum ana, plena
y consciente, se tra n sfo rm an , como por m ilagro, den­
tro de la L itu rg ia , en m agn ífica realidad, vienen a
ser como las fo rm a s expresiv as del ser de u n a v ida
real, y desde luego, sobrenatu ral. P e ro esta vida tie­
ne de com ún con la del niño y la del a rtista , que no
se fu n d an ni están inspirad as en nin g u n a concep­
ción u tilita ria y práctica, y, en cambio, e stá pictó­
rica, rebosante del m ás pro fu n d o sentido.
E s que no es un trab ajo , sino u n juego. lu g a r a n te
D ios; no c rear, sino ser uno m ism o la o b ra de A rte,
he a h í la esencia de la L itu rg ia. D e ahi proviene esa
mezcla dichosa de p ro fu n d a g rav ed ad y de divina
a le g ría ; ese cuidado exquisito en sus m últiples p res­
cripciones, p a ra f ija r las p alab ras, las oraciones, los
g e sto s, los colores, Ins ornam en to s y todo lo relativo
al culto, y ese esm ero que reclam a en su p u n tu al
cum plim iento; todo lo cual*no es ni puede ser com­
prensible m ás que p a ra quien sabe a p reciar la psi­
cología del A rte y del juego.
¿ N o habéis advertido a lg u n a vez la seriedad con
que los niños dictan y estatuyen las reglas de sus
propios juegos, de sus saltos y corros, de sus movi­
m ientos y posiciones de las m anos, y de la sig n ifica­
ción que en tre ellos tienen, por ejemplo, u n árbol o
u n a v a rita ? Todo eso será ab surdo solam ente p a ra
quien no sabe com prender su sentido y busca siem ­
pre en todas las acciones el resultado positivo y uti-
Vtario. ¿ Y no habéis leído o conocido p or p ropia ex­
periencia algo de la trem enda g rav ed ad , de la vio­
lenta tensión con que el a rtis ta se e n fre n ta con su
obra de a rte ? ¡Cóm o p u gn a y se debate p a ra e n ­
c o n tra r la pa la b ra o la expresión p ro p ias! ¡ Y qué
tira n ía s y exigencias las de esa soberana, que es la
fo rm a ! ¡Y todo p a ra c re a r una cosa sin finalidad
p ráctica! — N o : y esa es su m ayor excelencia, la utili­
dad no tiene nada que hacer en el m om ento de la
creación a rtística , no tiene que v er nad a con el
A rte.
¿ H a y quien pueda im agin ar, por un in stan te si­
quiera, que el a rtis ta se tom aría ta n ím probo tra ­
b ajo, so p o rta ría las emociones, la dolorosa vibración,
el penoso alum bram iento de su creación a rtístic a si
no se tra tase m ás que de o fre c e r al lector o al es­
pectador una lección de m oral o de filosofía, que él
p odría condensar sin esfuerzo s en u nas cu an tas f r a ­
ses, ha lla r en un p a r de episodios históricos, o en
unas cuantas fo to g ra fía s bien seleccionadas?
N o : en modo alguno. E l a rtis ta su fre y lucha
por conquistar, en reñido trance, la expresión de su
intim idad m ás viva, sin o tro fin que el de contem plar
con sus propios ojos la expresión p lástica de esa m is­
m a vida, lo g rad a con su propio esfuerzo, y verse
reproducido en ella.
¡P e ro cuán g ran d e es todo esto! A quí se da como
u n a im agen de la C reación divina, que — según los
teólogos — h a hecho las cosas sencillam ente p a ra
que sean, ut sint.
A lgo idéntico nos ofrece la teorización de la L i­
tu rg ia . Con un exquisito esm ero, a la vez que con
la seriedad convencida del niño y la concicnciosidad
del verdadero a rtista , se esfu e rz a tam bién por e x ­
p resa r, proyectándola bajo mil div ersas fo rm as, la
vida del alm a, la dichosa vida del alm a, que h a sido
creada p a ra D ios, sin m ás fin alid ad que la de poder
desplegarse d entro de ese m aravilloso m undo de
im ágenes que hacen posible su existencia.
M ediante un códice de sev eras leyes, h a reg la­
m entado la L itu rg ia el juego s a g ra d o que el alm a
ejecuta delante de Dios. Y si querem os a h o n d a r
m ás, h a s ta to ca r en la raíz so te rra ñ a del m isterio que
tenem os a nte nosotros, direm os que es el E sp íritu
Santo, el E s p íritu de a rd o r y de sa n ta disciplina,
“ que tiene poder sobre la p a la b ra ” ( i ) , el que h a o r­
denado ese juego que la S a b id u ría e te rn a ejecuta en
el recinto del templo, que es su reino sobre la tierra,

( i) Tercia del O ficio de Peolecostés.


a n te la faz del P a d re que está en los cielos, “ cuya
delicia es h a b ita r entre los hijo s de los h o m b res.”
Sólo, pués, com prenderá el esp íritu de la L itu r­
gia aquel a quien no le sorpren d an ni choquen estas
disquisiciones. E l racionalism o se h a vuelto siem pre
a irado co n tra ella y la h a asestado sus d ardos m ás
venenosos.
V iv ir litúrgicam ente, m ovido p o r la G racia y
o rientado por la Iglesia, es con v ertirse en u n a obra
v iva de a rte , que se realiza delante de D ios C reador
sin o tro fin que el de ser y vivir en su p resen cia: es
cum plir las pa la b ra s del divino M aestro que ordenan
que nos hagamos como niños; es ren u n ciar a la a r ­
tificiosa y fa ls a prudencia de la edad m ad u ra que en
todo pretende ha lla r un resultad o práctico, y jugar
como D avid lo hacía delante del A rc a de la Alianza.
C laro es que procediendo a sí se corre el riesgo
de que los sabios y prudentes del m undo, que a f u e r­
za de gravedad h irs u ta y seca h an ido perdiendo la
verd a d e ra libertad y gozosa fre s c u ra del alm a, son­
ría n irónicam ente de este sag rad o pasatiem po, como
M icol se rió de David.
A quí tenemos, pues, planteado el problem a de edu­
car, de p re p a ra r p a ra la vida de la L itu rg ia ; de en­
se ñ ar al alm a a no buscar con dem asiados a fan es
en todas las cosas el ftn útil, a no ser excesivam en­
te finalista, a no p ro p asa r los térm in o s de u na sabia
prudencia y “ adultez” ; en u n a p alabra, de en sen ar­
la a vivir y nada m ás. I-a L itu rg ia nos a d v ierte que
hay que renunciar, en la oración al m enos, a esa
febril actividad, que se desvive y consum e en la
búsqueda de fines prácticos, y que, en cambio, es me­
nester p ro d ig a r el tiem po con D ios y no m edir ni
calcular nunca las palabras, m ovim ientos y objetos
que este juego sagrado requiere, ni p re g u n ta r h u ­
ra ñ a y desconfiadam ente a cada m om ento: “ ¿ P o r
qué y p a ra qué todo e s to ? ”
D e n tro de la a tm ó sfe ra de la L itu rg ia tendrá, en
fin, el alm a que ap ren d er a resig n a rse a no estar
siem pre en actividad, a no hacer algo, a no que­
rer esperar, o in v estig a r la fin alid ad de todo lo
que se realiza, a sentirse dichosa con sólo e s ta r en­
treten id a en la presencia de Dios, a v iv ir con liber­
tad, a leg ría y a rte este juego de la L itu rg ia, que su
m ism o D ios y S eñor reglam entó y ve con ojos de
complacencia.
P orque, en últim o resultado, ¿qué h a de ser, en
definitiva la E te rn id a d b ienav en tu rad a sino la aca­
bada y subidísim a ejecución de este sublime juego?
Y quien así no lo com prenda, ¿cóm o va a com pren­
d e r que la realización divina de n u estro s destinos
eternos se rá un eterno cántico de alabanza ¿ N o se-
su lta rá , en sum a, vacía y tediosa a sem ejantes es­
p íritus, ta n exigentes y prácticos, una etern id ad que
en ta! fo rm a se goce y viva indefinidam ente?
C A P IT U L O V I

L a se v e ra m a je sta d d e la litu rg ia

T* a L itu rg ia es A rte que se tra n sfo rm a en vida. T o-

do ser sensible, p o r poco im presionable que sea,


tiene conciencia de la m ultiplicidad de sus m edios de
expresión, de la belleza plástica de sus form as, de la
delicadeza y e xactitud de sus proporciones. P e ro en
ello e stá larvado el insidioso peligro de no ver en el
culto litúrgico de la Iglesia m ás que su valor es­
tético, su belleza ex terio r. A sí se explica que la li­
te ra tu ra h a y a convertido la L itu rg ia en un tem a
poético, y apreciado sólo su aspecto bello; y lo que
es m ás digno de n otarse, por su g ravedad, que obras
consagradas especialm ente al estudio de la L itu rg ia,
insistan en a c en tu a r el c a rá c te r estético de la m is­
m a. R ecordem os obras, valiosísim as por o tra parte,
como E l Espíritu del Cristianismo, (D er Geist des
Christentums) de F r . A . S taudenm aier, o algunos
volúmenes de J . K . H u y sm a n s’, como E l Incienso,
etcétera.
E l propio a u to r de e stas p ág in as siente cierta
preocupación a n te la idea -de que el p resen te ensayo
c ontribuya a c o n firm a r ese puro concepto esteticis-
ta de la L itu rg ia. A deshacer este escrúpulo v a en­
derezado el presente capítulo, en el que se tra ta r á a
fondo este problem a.
C o n sid erar la o b ra de a rte sólo por su faz a rtís-
:ca es y a empequeñecerla. L a o b ra de a rte , en cuan­
to fo rm a y expresión que es, sólo p o d rá ser valo­
ra d a plenam ente, cuando se la sitú e en la esfe ra de
la vida y se analice su relación con ella. E l logicista
puro o el m oralista no son de tem er en este punto,
porque la obra de a rte no les in teresa n i preocupa.
Q uien verdaderam ente es tem ible a n te la o b ra de
a rte es el esteta, que sólo artísticamente tra ta de
explicarla y com prenderla, dando a ese adverbio la
acepción m ás e x o rbitada y detestable, que O scar
W ilde, por ejemplo, le atribuyó.
' E ste peligro real se acentúa y a g ra v a cuando
se tra ta , no ya de la im agen creada, de la o b ra a r ­
tística, sino del hom bre m ism o; y con m ás razó n aú n
cuando se tr a ta de esa prodigiosa y potente unidad,
en la cual el C re a d o r-A rtista , el E s p íritu Santo, ha
conglutinado la realidad de la vida y las fo rm a s p er­
ínclitas del A rte, es decir, cuando se tra ta de ese
Opus Dei' que es la L itu rg ia.
S iem pre y en todas pa rte s son peligrosos los
eruditos presuntuosos, v erd ad eras m oscas im p erti­
nentes, pa rá sito s nocivos que empobrecen la vida a
fu e rz a de ch u p ar su sa v ia ; pero nunca m ás tem ibles
y perniciosos, nunca m ás repulsivos y dignos de nues­
t r a cólera q « e cu an d o invaden el S a n tu ario .
El hom bre sencillo, por ejemplo, que en la M isa
solem ne no busca o tra cosa sino trib u ta r a D ios el
hom enaje de su devoción; la pobre m ujer, ab ru m a d a
b a jo el peso de la vida, que acude al tem plo p a ra
buscar un poco de alivio a sus tra b a jo s y una tre g u a
pa ra sus aflicciones; toda esa m uchedum bre de fie­
les, cuyo corazón quizá á rido, a veces, no puede go­
z a r de la belleza que les rodea y a quienes no con­
m ueve ni la sublim idad de sus arm o n ias ni el es­
plendor de sus form as, pero que se acercan al tem ­
plo pa ra forta le c e r allí su fe y c o b ra r ánim os p a ra
¡as in g ra ta s tare a s co tid ian as; todos ellos, en verdad,
penetran y sienten la esencia de la L itu rg ia , m ucho
m ejor que un perito, por ejem plo, que q u isiera p erci­
b ir la severa belleza del P re fa c io en las candencias y
ritm os de u n G radual.
Y esto nos precipita ya en la e n tra ñ a de la cues­
tió n : ¿Q u é puesto, qué sentido tiene el elem ento es­
tético, la belleza, en el Opus liturgicum?
A n tes de p a sar adelante se impone h a c er u n a
digresión rápida, que no h a de resu lta r ociosa. L as
explicaciones precedentes nos h an hecho v er con p re­
cisión que la vid a de la Iglesia p resen ta dos facetas
o se m anifiesta en dos sentidos.
E n p rim e r lu g ar, es u n a vida colectiva en acción,
u n form idable en g ra n a je de ruedas anim adas y de
m ovim ientos concertados, presididos p or la unidad
de fin y trab ad o s sabiam ente sobre ese organism o,
complicado y m agnífico, de su constitución u n ita ria
y g randiosa. E sa g ra n unidad presupone un poder;
v ella m ism a es la expresión d e u n a potencia. ¿ P e ro
qué función desem peña el poder en el te rrito rio de
lo espiritual?
S eguram ente que cada cual responderá a este
in te rro g a n te en las m ás enco n trad as fo rm as, según
su concepción o actitu d personal. E n unos, p a ra aco­
m odarse a esta verdad, prevalece la idea de que to d a
colectividad y por consecuencia tam bién la espiritual,
necesita im prescindiblem ente del poder, si quiere po­
seer condiciones de vida. Y n o se d ig a que esa colec­
tividad hace traición a sus ideas, si acepta y ñ ja en tre
sus enseñanzas, órdenes y preceptos, la idea de po­
der; porque este poderío ex tern o y m ateria!, bajo
nin g ú n prete x to u su rp a rá nunca el puesto p referen te
de la verdad y del derecho, ni p reten d erá en n ingún
m om ento som eter el esp íritu a su violento y despó­
tico señorío. P ero cuando se tra ta de u na R eligión,
que no se lim ita solam ente al im perio de las ideas y
de los sentim ientos, sino que a b arca tam bién bnío sus
dom inios una hum anidad viviente, una m uchedum ­
bre de seres reales, en tre quienes tra ta de d ifu n d ir
y d a r a conocer el reino de D ios, entonces es indis­
pensable que esa colectividad religiosa ten ^ a tam bién
como g a ra n tía los reso rtes del poder, pues el poder
es cabalm ente el que hace de u n a verdad o de un
precepto m oral, una fo rm a precisa de vida y ex isten ­
cia social.
Pero, en c o ntraste con estos criterio s o predispo­
siciones que, a d u ras penas se resig n an a ad m itir la
idea de poder o de derecho, asociada a ideas tan ín ­
tim as y personales como son las convicciones reli­
giosas o la vida espiritual, se dan o tro s tan discre­
pantes e incluso tan opuestos que, al co n sid erar d
inm enso y difundido poderío de la Ig lesia C atólica,
olvidan con fácil obcecación los principios que al po­
der confieren un sentido. N o tienen en cu en ta quie­
nes a sí se obcecan y deslum bran que la Iglesia no es
nn fin, sino un m edio, un organ ism o cuya fu nción es
c o nvertir este m undo tra n sito rio en el au tén tico re i­
no de D io s; que la Iglesia no es m ás que la síerv a
de la V oluntad divina y la con fe rid o ra de su G racia.
Si alguien, pues, pretende la existencia de u n a co­
m unidad e spiritual despojada de la g ra n disciplina
del poder, esa colectividad por fu erz a tiene que d is­
g reg a rse y perderse en tre puro s esquem as y som bras
huidizas. P e ro si, por o tra p arte, se convierte en se­
ñ o ra a la que es sierva, y se tru ecan los m edios en
fines, y el instrum ento en el principio an im ador, en­
tonces la R eligión, autom áticam ente, degenera en
un a em presa terren a l y se a sfix iará en su p ro p ia es­
clavitud.
E l Poder, la Autoridad es p a ra la v ida activ a de
la Iglesia lo que, salvadas ciertas d iferencias, es p a ra
la vida contem plativa la Belleza. L a Iglesia no es sólo
tra b a z ó n e ingente a rm a d u ra de fines positivos, sino
tam bién, como a n te s se h a dicho, v ida en sí m ism a,
pletórica de sentido, que se tra n sfo rm a , que deviene
en a r te ; o m ejor a ú n ; es a rte que se tra n s fo rm a en
ser. Y eso, A rte genuino es la Iglesia suplicante, que
es como se m anifiesta en su L itu rg ia,
E n el capítulo precedente se tra tó de evidenciar
cómo la L itu rg ia, en su fase a rtístic a considerada,
tiene en s í m ism a su finalidad, su razó n de ser. Sólo
alg ú n filisteo racionalizante y á rid o p o d ría bu scar la
justificación de u n a fo rm a de v ida en los fines utili­
tario s que ella im plicara y le fu esen asignables.
P e ro no h ay que olvidar que el valor puram ente
artístico , la Belleza, ofre c e un peligro an álogo al que
el Poder supone, respecto de la v ida a c tiv í. El Peli­
gro del Poder sólo d eja de serlo p a ra el individuo que
con toda lucidez haya penetrad o y analizado la esen­
cia y finalidad del Poder. Del m ism o m odo, sólo podrá
evadirse de la peligrosa y cap tad o ra m ag ia de la Be­
lleza, quien h a y a logrado pleno conocim iento de su
sentido.
E l p rim er problem a que se nos plantea es el de
a v e rig u a r de dónde recibe su validez un v alo r espiri­
tual, cómo se ju stific a su legitim idad. ¿ E s que su rg e
de su propio se r o m ás bien de u n valor trascendente
al que está subordinado? P a rale la a esta p reg u n ta
su rg e inm ediatam ente o tra de sentido opuesto: ¿ E n
qué relación e stá un valor al que se le reconoi'e vali­
dez absoluta, en si m ism o, respecto de los dem ás v a ­
lores igualm ente estim ables en sí m ism os?
E n el prim er caso, se tra ta de r e fe rir u n v alor a
otro, por ejem plo, la validez de u n a sentencia a los
principios del D erecho. E n el segundo, se investiga si
en tre dos valores que subsisten independientes y cuya
validez es idéntica, existe un o rd en establecido, impo­
sible de tra n sg re d ir.
L a V erdad vale por ser V e rd a d y el D erecho por­
que es D erecho y la Belleza sólo p o r su condición
de Belleza. N inguno de estos valores tiene su legiti­
m idad o justificación en la e sfe ra del o tro sino única
y exclusivam ente en sí m ism o ( i ) . N i la m ás p ro fu n ­
da idea y m ucho m enos la sola intención del a rtista ,
por m uy generosa que ella sea, b a s ta rá n p a ra cre a r
u na herm osa e sta tu a, si la creación salida de sus m a­
nos no posee adem ás v irtu d plástica, fu e rz a ex p resi­
v a y cau tiv ad o ra fo rm a ; es decir, si no es bella. P o ­
demos afirm ar que una cosa real o u n a o b ra de a rte
son bellas, cuando su esencia y su ín tim a significa­
ción e stán plenam ente expresadas en su se r : como
que en esa plena expresión es donde esplende la rea ­
lidad de la Belleza.
Q ue toda la esencia de las cosas o de las accio­
nes, e incluso su relación con todo el universo crea­
do, b rote espléndida y conform ada, en el p rim e r m o­
m ento, de las m ás íntim as y su b te rrá n e a s raíc rs de
su s e r; que ese contenido íntim o se irrad ie, y se p ro ­
yecte al e x te rio r, en fo rm a exp resiv a y se encarne en
viva unidad p lástica; que se exprese y sensibilice todo
lo que deba ser expresado, y n a d a m ás que eso; que
se revista con el ropaje espléndido de la fo rm a todo
aquello que sea capaz de fo rm a, y sólo eso ; que en
f?sa creación no aparezcan superficies m u ertas ni va­
cias, sino que todo esté anim ado y rad ian te, que todo
hable; que cada sonido, cada p alabra, cada plano,
cada color, cada gesto brote del in te rio r y coopere
valiosam ente al esplendor arm ónico y revelador del
conjunto y que, asociados o rg án icam en te estos ele­
m entos en tre sí, hagan triu n fa r la unidad v ita l y per-
( i) Claro es que con esto se deja intacto el problema de cómo
toda la legitimidad de un -valor se funda definitivamente en un V alor
supremo, incondicioiedo, eternamente real y válido en sí mismo, que
es Dios,
fecta, sin aditam entos ni s u tu ra s ; que se cum plan to ­
das estas condiciones, y entonces tendrem os el triu n ­
fo pleno de la expresión cabal, la fo rm a clara y esen­
cial de la verdad, de la vida in terio r, en su m an ifes­
tación fenom énica, e x te rn a ; es decir, tendrem os el
triu n fo radiante de la Belleza. Ptdchritudo est sfilen-
dor veritatis. E st species boni, dice la F ilo so fía a n ­
tig u a. L a Belleza es el esplendor de la V e rd a d , la
revelación de la verdad in te rio r y del bien esencial
del ser.
L a Belleza, es por consiguiente, u n valor au tó n o ­
m o aue tiene en sí m ism a su le g itim id a d : no es ni la
Verdad ni el Bien, ni es tam poco u n deriv ativ o de
ellos. Y , sin em bargo, e n tre la Belleza y la Verdad
y el Bien se tienden lazos estrechísim os de relación
y de orden. E sto quiere decir que, p a ra que la Belle­
za pueda expresarse, requiérese previam ente la e x is­
tencia de algo capaz de m an ifestació n plástica, de ser
exteriorizado, y a sea u n a v erd ad esencial, ya u n a
emoción vivida. E l prim e r elem ento, p o r consecuen­
cia. no por su rango y su fo rm a , es decir, n o por su
iera rq u ía valiosa, sino por su p rio rid ad , no es la Be­
lleza, sino la V erdad. A lo sum o, d e ja ría de serlo
p a ra el a rtista , aunque en el fo ndo, en últim o resul­
tado tam bién p a ra él, pero no p a ra la generalidad de
los m ortales.
E l escolasticism o proclam a que la Belleza es el
esplendor de la Verdad. E s ta a firm ació n resulta,
p a ra el hom bre contem poráneo,, fría , hechiza v con
sabor de escuela. P e ro si reflexionam os u n poco y
vemos que esa m agnífica fra s e es u n a fó rm u la e x ­
presiva del espíritu de aquellos hom bres de la E d ad
M edia, incom parables arquitecto s del pensam iento,
finos m oldeadores de ideas, que poseyeron la su p re­
m a m aestría de d a r a sus conceptos, a sus deduccio­
nes y sistem as, una e s tru c tu ra ta n acab ad a y tan só­
lida, a l par que tan esbelta y aére a como la de sus
catedrales, entonces sentirem os la ten tació n de ahon­
d a r un poco m ás en las escasas, pero p ro fu n d a s p ala­
b ras de esa fra se . P o r Verdad no se entiende la f ría
y algebráica e xactitud de un concepto, independiente
de la vida del espíritu, sino m ás bien acab ad a y estre ­
cha unión del ser con la vida interio r, plenitud y vigor
de contenido rebosante de esencias. Y Belleza es el
letificante esplendor que inunda n u e s tra m irad a,
cuando la V e rd a d recatada y oculta hace su aparición
en un m om ento feliz a nte nuestros o jo s conm ovidos;
cuando la fo rm a ex te rn a resulta la expresión realis­
ta, total y viva del contenido in te rio r, que colm a el
espíritu. A sí pues, p a ra fo rm u la r u n a definición ca­
bal de la esencia de la Belleza, no sólo en su m an ifes­
tación e x te rn a sino en su génesis fo rm ativ a, ¿cab ría
en co n trar térm inos m ás pro fu n d o s y a la vez m ás
concisos que decir que es la plenitud perfecta de la
expresiónf
P o r lo tanto no se rá posible in te rp re ta r plenam en­
te la esencia de la Belleza, sino a condición de respe­
t a r ese orden de prioridad, y de a c a ta r rev eren te­
m ente en ella ese resplandor de la verd ad íntegra.
P e ro no fa lta n espíritus propensos a in v ertir — con
g ra v e p d tg ro — , los térm inos y a lte ra r este orden
genérico, colocando la Belleza a n tes que la V erd ad , e
incluso tra ta n d o de establecer u n divorcio to tal en tre
ellas, entre la perfección fo rm a l y el contenido, en­
tre la expresión y el alm a o su sentido.
T a l es peligro inherente a esa coocepción estética
del m undo y de la vida que suele term in a r por lo común
en ese estetismo, enervante y molicioso, en que h an
dado no pocos tem peram entos.
N o pretendem os aquí hacer u n an álisis de esa
escuela estética ni de su concepción ideal. P o d ría ,
sin em bargo, a firm a rse de pasada, que la tendencia
inquisidora y analítica irá precipitando a e sta escuela
m ás o m enos vertiginosam ente desde su in terrogación
del Qué, a nte la presencia de u n objeto, al Cómo del
m ism o; de la búsqueda de su contenido, a la especie
de su representación; del valor de la cosa, al valor
de la form a, y de las m ajestu o sas elevaciones de la
V e rd a d y de las inflexibles exigencias m orales, a las
a rm onías lib e rta d o ras de la Belleza.
E s ta tendencia o deslizam iento puede m antener­
se m ás o m enos lógica y concienzudam ente, h a sta el
in sta n te en que se llega como resu ltad o a u n a acti­
tu d de espíritu, en que no es posible a tisb a r n a d a de
u na verdad objetiva y ríg id a que “ es así y no puede
ser de o tro m odo” ; en que no es posible p ro seg u ir en
el análisis de u n a idea m oral que se nos p resen ta en
fo rm a de dilem a, pues no se busca sino la plenitud
de significación en la fo rm a y en la expresión. Y es
que lo real, y a se tra te de u n a cosa de la N a tu ra le za
o de un sim ple acontecim iento histórico, y a se tra te
del hom bre, del dolor, de la sim patía, del tra b a jo , de
un problem a de derecho, de un conocim iento o de
un a idea, de cualquiera cosa que im ag in arse pueda,
h a s ta la m ás sublime, puede decirse que, en cuanto
realidad, en cuanto cosa objetiv a (Sache) no tiene v a ­
lor sig n ificativ o : es que lo real es y se rá siem pre el
presupuesto, el soporte del fenóm eno de la ex p re ­
sión ( i) . D e ese m odo surg e y se va fo rm an d o ese
som brío reino de las fo rm a s absolutas, en que im pe­
ra n el Cómo sin apoyo del Qué, y en que se da como
u n resplandor sin fuego in tern o y u n a acción sin
dinam ism o ni vida (2).
E t e steticista que así opina, por fu erz a tiene que
p erder la noción e xacta de la v erd a d e ra g ran d eza y
de la p ro fundidad vital de 11na obra. E s m á s ; no pue­
de com prender la natu ra le z a íntim a de esa o b ra ni
v er y estim ar lo que es esencialm ente u n a o b ra de
a rte , u n a victo ria y una profesión de fe. N o podrá
s iquiera p e n e tra r el sentido de la fo rm a, de esa fo rm a
que constituye su m ás viva ambición, pues el sentido
y la razón suficiente del ser de la fo rm a radica ca­
balm ente en que sea expresión de u n contenido, es­
piritual o m oral, y nos dé el exponente, el m odo de
realizarse, de actualizarse, de la esencia.
L a V erdad es el alm a de la Belleza. Q uien no sepa

(i) En el libro Intenciones de Oscar W ilde se toca amplia­


mente y con toda claridad este problema.
(z) Se le ha reprochado al autor de que en esta exposición se en­
foca el problema de una manera demasiado sencilla. Pero el autor
sabe y asi ha de confesarlo que, sólo en gracia a( pensamiento fun­
damental, ha tenido que simplificar lodo lo posible y dar de lado
muchos punios que hubieran debido dilucidarse más. dcteaidaoiente.
Pero, ahora, (ras de maduras reflexiones, cree no hallar motivo para
modificar el camino emprendido en esta exposición, ya que, en último
resultado, lo que aquí se dice es exacto.
acercarse a la V e rd a d y g u s ta r su s delicias, p ro sti­
tuye el concepto de la Belleza, que existe y tiene su
vigencia en el im perio de lo real, convirtiendo lo que
es gozoso y a la vez pro fu n d o juego, en el m ás fú til
de los pasatiem pos.
E n toda creación a rtística , autén ticam en te genial
y grande, yace e n tra ñ a d o un germ en de elem ento he­
roico, de esa levadura del heroísm o que toda vida in ­
terio r necesita p a ra conquistar la v icto ria de la fo rm a
libertadora, en su com bate co n tra to d as las resisten­
c ias: en ese buen com bate que, en el terren o a rtis-
1ico, tiene que lib ra r y conseguir q u ienquiera que
consciente y enam orado de su vida, de lo m ejo r que en
él h ay. lo g ra lan z a r de sí lo e x tra ñ o y acie rta a poner
en orden y unidad todo lo confuso y discrepante, y so­
m etiéndolo todo al im perio y señorío de su autono­
m ía. Entonces es cuando se v erifica como u n g ra n
s lum bram iento; cuando toda la intim idad m ás s a tu ­
ra d a de esencias rinde testim onio y proclam a con jú ­
bilo todo lo que ella e ra y debía ser, a la vez que
denuncia la verdadera y esencial m isión que en ella se
e ncerraba. P e ro todo esto es p a ra el este ta u n vano
y bizantino pasatiem po.
A u n hay m á s : el esteticism o es inverecundo en el
fondo. L a verd a d e ra Belleza es casta. Y no se tom e
esta palabra casta en un sentido superficial. N o es
que se tra te ah o ra, ni m ucho m enos, de lo que la con­
veniencia o la p u ra decencia tolere decir y rep resen tar
o, semHHamente, <ie lo qne se <3eba ser o no se deba
ser. N o se tra ta aquí de ese problem a, sino de o tro de
m ucha m ayor trascendencia.
T oda m anifestación e xterio r, todo lo que se hace
patente deberá b ro ta r de un in te rio r tener gtte. esta r
legitim ado por norm as de validez etern a, llevar su
re fre n d o y la ju stific ac ió n de su licitud p a ra poder
ser. P e ro este ser licito, este tener que radican en
la verdad del contenido objetivo o de u n a legitim a vi­
vencia. E n cambio, toda m anifestación de vida, que
busca su razón de ser en su m ism a exhibición, en su
exteriorización expresiva y en su fo rm a egoísta, de­
g enera de su rango y pierde su decoro y alteza.
P e ro avancem os aú n m ás en e stas consideraciones.
T oda legítim a y p u ra intim idad, a pesar de e s ta r ju s ­
tificada e im pulsada por la p ro fu n d a realidad de su ser
y por la fu erz a m otiva de su clarísim a verdad esp iri­
tual, se estrem ece a n te toda exhibición y retrocede
pudorosa, con azorado tem blor, a n tes de e n carn arse
en fo rm a s sensibles; y esto ta n to m ás cuanto m ás
c arg ad a de dones y excelencias sentim entales.
D e ahí esa dolorosa pru eb a de toda v ida in terio r
intensa, que siente la urgen cia de expansionarse, de
sa lir fu era , que anhela lib e rta rse por m edio de la e x ­
presión de su ser, de su opresiva y so rd a m udez in­
te rio r, y a la vez, ese h o rro r a sa lir fu e ra de sí m ism a,
porque teme que, al ex te rio riza rse , pueda p erd er lo
m ás noble y elevado de su esencial recato. L a v ida in­
te rio r lo g ra su plenitud perfectiv a en ese m om ento
de alivio en que puede m an ifestarse en fo rm a ade­
cuada, respirando lib r em ente; pero, con sim ultáneo
fenóm eno, experim enta una dolorosa contracción a n te
el tem or de perder algo inefablem ente valioso que,
al to m a r fo rm a externa, desaparece, se evapora, p a ra
no re to m a r.
E ste fenóm eno — ¿ será preciso repetirlo h asta
la saciedad ? — se ve rific a en to d a autén tica creación
de form as. A cabam os, por ejemplo, de fo rm u la r una
fra se , de d a r con u n a expresión feliz, y sentim os la
intim a satisfacción, Ja dicha jubilosa de quien se libra
de u na opresora c a rg a ; pero de p ro n to nos sorprende
el sonrojo, y en lo m ás hondo e inexplorado de nues­
tro ser se nos clava el rem ordim iento im previsto y
nos az o ta como un reproche: n u estro s labios se abren
p a ra p ro fe rir palabras libertad o ras de confesión y
de fe, pero a la vez, quisieran re to rn a r a z o rad as y
recelosas a la intim idad de donde bro taro n . Q uien en
verd ad sepa com prender estos fenóm enos psicológi­
cos, ten d rá la intuición de que, d e trá s de todo lo que se
ex te rio riza y reviste de fo rm as, queda ab ierto u n in­
accesible abism o y se ocultan tesoros de intim idad,
castam ente recatados y en pud o ro sa reserva. C abal­
m ente, en ese hecho de d a r y, a la p a r, reten er m ás
de lo que se d a ; en ese pu g n ar p or irru m p ir a la vida
sensible y, a la vez, p o r retro ced er tem blorosas, en
que se debaten las m ás rad ia n te s p ro fu n d id ad es del
s e r; en ese com batir por la conquista de la expresión,
de la jubilosa y estallante fo rm a triu n fa d o ra , sin­
tiendo a la vez esa contracción rep resiv a y dolorosa
del pudor y de la casta intim idad que tem e p ro fa n a rse
con la exhibición, ahí, ahí es donde reside el m ás
delicado encanto, el a tra c tiv o m ás cau tiv ad o r de la
Belleza.
Q uien aspire a vivir una vida en la Belleza no
deberá anhelar ni b uscar, como condición previa, n ad a
que no sea bueno y verdadero. Si su vida es v erd a­
d e ra vida, entonces será tam bién bella, espontánea y
naturalm ente, lo m ismo que la luz brilla cuando pren­
de la llam a. P e ro quien busque en p rim e r térm in o la
Belleza en sí m ism a, desligada de las o tra s catego­
ría s, c o rre rá el riesgo de la hero ín a de Ibsen, H ed d a
G abler, de en co n trar a la postre sólo el h a stío an u la-
do r en todas las cosas.
A unque ello resulte un poco sorprendente, cabe
a firm a r que algo idéntico acaece con el a rtis ta ; si
quiere lib rarse de ese escollo no h a de b u scar sólo
la Belleza como tal; eso presuponiendo que por Be­
lleza entienda él algo m ás pro fu n d o y denso que una
cierta arm o n ía de fo rm a s extrínsecas y un cierto sor­
tilegio de atra c tiv o s encantos. E l a rtista , si lo es
auténticam ente, debe m ás bien reb elarse con todo
el p ujante vigor de su esp íritu creador co n tra esas se­
ducciones, e sfo rz a rse por ser justo y verdadero, por
in te rp re ta r con noble sinceridad y v iv ir con personal
im pulso todo lo que el m undo in te rio r y e x te rio r le
ofrece.
Entonces es y a cuando el a rtista , rehuyendo toda
hipocresía o afectación y venciendo la tentación de
la vanidad, se pondrá en condiciones propicias p a ra
in te rp re tar y e x p re sa r ese contenido, sin m odificar
ni false ar un solo perfil. Y entonces es tam bién cu an ­
do su obra, siem pre partiendo del postulado de que
se t r a t a de un verd ad ero a rtista , e s y debe ser bella.
E n cambio, si el a rtis ta se desvía de e sta d u ra senda
de la verdad y busca el rodeo de la fo rm a p o r la
form a, entonces su a rte re su lta rá sólo pirotecnia de
vana fan tasm ag o ría.
Q uien p retenda com prender en toda su extensión
la Belleza de una c ria tu ra hu m an a o de u n a obra
de a rte , y no decim os gozar la Belleza, porque con
esta expresión epicúrea y m ezquina parece sen tarse
una analogía e n tre la Belleza y los m an ja re s, cosa que
sólo puede aceptarse y poner en circulación p o r ese im ­
pudibundo esteticism o que estam os com batiendo,
quien pretenda, decimos, com prender la Belleza e
in te rn arse en su intim idad m ás recatad a, tiene que
p a rtir de su m ism a alm a. S u posición y com porta­
m iento previos debe ser de reserv a a n te la expresión,
de no conceder u n a im portancia prim o rd ial a la a rm o ­
nía y seducción de las fo rm a s, sino de p e n e tra r desde
el prim e r m om ento en la íntim a verdad, en la plenitud
de verdad de la creación anim ada, de la o b ra de a rte
que tiene a n te sus ojos. P a rtie n d o de este h ito inicial,
se irá desplegando reveladoram ente a n te su m ira d a
en felices sucesiones y con toda su trasp aren cia, todo
el m undo in te rio r con su plenitud y detalle, al tra v é s
de las sutilísim as v estid u ras de las fo rm as, y entonces
es cuando e x p erim entará la fru ic ió n inefable de la
explosión rad ia n te del m ilagro de la B elleza; enton­
ces es cuando se posesionará de la intim idad de la
Belleza, quizá sin p ercatarse plenam ente de ello, al
sentirse como beatificado y trasp u esto por el d isfru te
de u n a realidad rebosante de plenitud y de tra sp a ­
rencia.
Q u ie n p ersig a l a posesión d e la B elleza por s í
m ism a, ve rá con desconsuelo cómo se au sen ta esquiva
a sus m ira d a s ; y es porque, al a lte ra r la je ra rq u ía
in tern a de los valores, destruye p or sí m ismo su v ida
y su obra. . ■y \
P o r el c o n tra rio ; quien sólo asp ire a vivir d en tro
de la a tm ó sfe ra bienhechora de la V erd ad , a v iv ir y a
ex p re sa r la V erdad, m anteniendo el alm a plenam ente
ab ie rta a nte ella, e n c o n tra rá el v erd ad ero cam ino y
en él le sa ld rá al encuentro, quizá sin e sp erarla ni
buscarla, la a u téntica Belleza, como consum ación es­
pléndida de u n a vida casta y opulenta, que se trad u ce
en fo rm a s de Belleza.
¡ C uán p ro fu n d a e in tuitiv a m ira d a la de aquel
genio de lo bello que fu é P la tó n , cuando ad v ertía,
como cautela previa a n te la Belleza, que no h abía
que entre g a rse a ella con pleno rendim iento y sum i­
sión! ¡Y cómo se siente la necesidad en n u estro s
días de la aparición de un nuevo p ro fe ta del A rte
p a ra a p o s tro fa r a e sta n u e stra desviada ju v en tu d ,
servilm ente a rro d illa d a a n te el ídolo de la Belleza y
del A rte puros, y adv e rtirle severam ente de cuáles
van a ser los fru to s que recojan de esta subversión
trem enda de las leyes m ás elevadas del espíritu!
R esum am os ya y apliquem os al hecho de la L i­
tu rg ia cuanto queda expuesto. E stam o s a n te la pers­
pectiva am enazante del g rav e peligro de que tam bién
en la L itu rg ia se insinúe y cunda el e strag o del es­
teticism o; de que empiece p o r ensalzarse la L itu rg ia,
p a ra después ir analizando, estéticam ente, detalle p or
detalle de sus riquezas y esplendores, term inando
po r gustar, c a ta r la belleza de la casa de D ios con la
glotonería y refinam iento del e ru d ito o del d iletan te;
es decir, pa ra term in a r por c o n v ertir de nuevo, a u n ­
que en fo rm a d istinta, la casa de oración en “ guarida
de ladrones” .
¡Y eso no puede ser de n in g u n a m an era! ¡P o r
el h onor y decoro del que m o ra en el T em plo santo
del Señor, y p o r la dignidad y g ran d eza de n u estra
m ism a alm a!
N o h a erigido la Iglesia este m agnífico Opus D ei
de la L itu rg ia por la p u ra y sola com placencia de
c re a r bellas im ágenes, fra se s arm oniosas, cerem onio­
sos y solem nes cultos, gestos y actitu d es m ayestáti-
cos, n o; como tam poco tiene por fin alid ad exclusiva
ren d ir a D ios un tributo de alabanza, sino tam bién
sa lv a r n u e stra alm a de la e te rn a ru in a. L a L itu rg ia
no se propone m ás que e x p re sa r lo que acaece en la
intim idad de la com unión c ris tia n a ; h acer patente
cómo la vida de D ios en C risto va posesionándose
de las c ria tu ra s por m ediación dichosa del E sp íri­
tu S a n to ; cómo estas c ria tu ra s, a u na nueva v id a re­
sucitadas, se renuevan y tra s fo rm a n real y verdade­
ram ente en su vida y en su s e r ; cómo se realiza el cre­
cim iento de esta nueva v id a ; cómo se n u tre y pro­
g resa y se expansiona y obra, p artien d o de Dios, en
la vida de los S acram entos y de la G racia, refluyendo
en D ios por la oración y el sa crific io ; y cómo, en
fin , se realizan todas estas m arav illas en la constante
y m isteriosa renovación de la vida de C risto, en la
sucesión tem poral del A ño L itú rg ico .
T odo eso que se perfecciona y realiza, que se
acepta, enseña y tra sm ite b a jo determ in ad as fo rm a s
de palabras, de objetos y de acciones, del culto y del
símbolo, es el que constituye la esencia de la L itu r ­
gia. Tenem os, por lo tanto, que aquí se tr a t a p rim o r­
dialm ente de u n a realidad, de un acercam iento de la
c ria tu ra e xistente a su D ios real y v erd ad ero ; que se
ventila el g ran d e y pavoroso problem a de la sa n ti­
dad y de la salvación. N o se debe ir, pues, en la vida
litúrgica, en seguim iento de Belleza alg u n a por
sí m ism a, sino en busca acuciosa de la salud, p er­
d id a p a ra la hum anidad p o r la tra sg re sió n y el pe­
cado. A quí, en el terreno de lo litú rg ico , se tra ta
sólo de gran d es verdades, como son el destino de las
alm as, la posesión de la única y verd a d e ra vida, y el
sentido de las cosas eternas.
Y e ra preciso que se revelasen y se dijesen y se
buscasen y se conquistasen y se proclam asen todas
e stas cosas, por m edio de cuantas fo rm a s e in stru ­
m entos de expresión fu e ra posible. Y ved ahí cómo
así a rrib am o s ya lógicam ente a las costas de la Be*
lleza ( i ) .
Y no es m aravilla, pues quien aquí o b rab a e in­
flu ía e ra el esp íritu de la V e rd a d y el poder d e la
form a. C uanto en el in te rio r se recataba, se h a ex p re­
sado con absoluta y conm ovedora sin cerid ad ; to ­
da aquella desbordada plenitud de v ida ín tim a

( i) Con mucha razón escribe, según esto, el P. A lfonso H er­


wegen: “ Y o insisto en la afirmación de que la Liturgia se ha con­
vertido, sin pretenderlo conscientemente la Igicsia, se ha tranformado
y convertido en una verdadera obra de arte. L a Liturgia contenia en
sí tantos elementos esenciales de belleza que, de suyo, ¿odia ser j a con­
siderada- como creación artística. P ero el principio interno que desde
dentro le prestaba su forma y su figura era la esencia del Cristia­
nismo'’ . E l arle como principio de la Liturgia, Pag. 10. Paderbon,
1916.
ha encontrado y a el cauce de la adecuada ex p re­
sió n ; todas aquellas profundid ad es ab ism áticas se
h an convertido en u n a revelación m aravillosa, en un
m undo de fo rm a s lím pidas; y todo ello se h a v e rifi­
cado porque no podía m enos de v erificarse, porque del
alum bram iento, de la explosión de esa V erd ad de la
L itu rg ia tenía que b ro ta r el resplandor de la m ás
soberana Belleza.
P e ro p a ra nosotros es la L itu rg ia , prim o rd ial­
m ente, un instrum ento de sa lv a c ió n : p a ra n osotros
no debe tra ta rs e , con preferencia de o tra cosa que de
la V e rd a d y del sentido vital, en la L itu rg ia. Cuando
recitam os sus salm os y oraciones, debemos a la b a r y
r o g a r a D ios y nada m á s ... L o que radicalm ente nos
interesa, cuando asistim os al san to S acrificio de la
M isa es reconocer que en esos solem nes m om entos es­
tam os viviendo al borde del m an an tial vivo de la
G racia. C uando tomam os pa rte en alg u n a co n sag ra­
ción religiosa, no debemos ver en todo lo qne p re­
senciamos, sino que una porción de la hum anidad, una
fracción de la g ra n com unidad h u m ana, h a sido con­
quistada y enajenada por la G racia del Señor, Dios
y Salvador nuestro. Lo esencial en la L itu rg ia no es
ni la am plitud m ás o m enos m ajestu o sa de los gestos
y actitudes, ni la resonancia grandilocuente de las
palabras, como si asistiéram os a la representación de
un auto espiritual o d ram a sacro. N o ; lo esencial es
que, por los cam inos de la L itu rg ia , el alm a, hecha
p a ra D ios, se acerque un poco m ás a ese D ios que
la cre ó ; p a ra conquistar, en defin itiv a, el triu n fo m ás
áspero, decisivo y radicalm ente hum ano, que es la li­
beración del corazón p a ra la v ida perdurable.
Cuando así procedam os, con ese esp íritu de recti­
tud y de elevación, es cuando se nos d a rá , como p re­
mio y añadidura, el regalo egregio de la Belleza. So­
lam ente cuando vivam os y nos asociem os intensam en­
te a la severa realidad de la L itu rg ia, es cuando se
nos revelará en su in te g ral perfección, con toda la
plenitud de vida y de eficacia que en ella se contiene.
U nicam ente partiendo del principio fecundo de
la Verdad de la L itu rg ia , po d rán capacitarse nues­
tro s ojos p a ra poder contem plarla, p a ra v er cuán d i­
fusivam ente bella es la L itu rg ia.
C laro es que e sta percepción de la Belleza está en
proporción con la m ayor o m enor receptividad estética
de cada individuo. P o d ría suceder quizá que, al p rin ­
cipio, no experim entásem os m ás que u n sentim iento
Je quietud, de apacible reposo, al a d q u irir conciencia
de que todos los gestos y palab ras y oraciones litú r­
gicas se aplican a las necesidades de n u estra vida es­
piritual, y al o rig in a rse la sensación espontánea, de
que todo lo que en ella se ejecu ta es ju sto , significativo
y preciso; es decir, que es como debe s e r; h a s ta que
un día, a p a rtir de ahí, nos so rp ren d e fu lm in an te la
belleza espléndida de u n Ofertorio, que nos deslum ­
b ra como las fulguraciones de un diam ante. E ntonces
es ya cuando se nos revela y descubre, en toda su
tran sp aren cia, la e stru c tu ra in tern a de u n a oración
y quedam os como absortos al ex p erim en tar y v iv ir las
incom parables m aravillas de esas p ro fundidades tan
lúcidas y, a la vez, tan abism áticas.
O tra s veces se rá n quizá las cim as espirituales del
santo S acrificio las que, en sucesión progresiva,
em erjan como cum bres a ire a d as de m ontaña, que se
lim pian de nieblas y se destacan lum inosas a n te nues­
tro s ojos con toda su perfila d a gran d eza, h a sta aquel
m om ento p a ra nosotros desconocida.
Y así sucederá que, en el ejercicio de n u e stra s o ra ­
ciones litúrgicas, experim entarem os como u n goce
nuevo, como una inefable dicha, como una jubilosa
alegría que va penetrando el alm a y tra sp o rta n d o el
espíritu en un am oroso entusiasm o y arrobam iento.
O bien acaecerá, tal vez, que se nos v ay a el libro de
en tre las m anos, y nos quedem os silenciosos y h u n ­
didos en el reposo bienhechor de la contem plación, al
sentir expresadas en las fra se s y oraciones de la L i­
tu rg ia las verdades suprem as m ás ín tim as y decisi­
vas que pueden colm ar la aspiración de n u e stra s al­
m as.
P ero esos no son n i pueden ser m ás que ins­
tantes intensos y fugaces, que h ay que acep tar y re­
cibir con júbilo sólo cuando nos salen al paso, cuando
p a ra dicha n u e stra se consiguen a lg u n a vez y se
nos dan como m erced y regalo.
D e o rdinario, lo que aquí, en la v ida de la L itu r­
gia h ay que tener como norm a, es el precepto del
S eñor '.Buscad primero el reino de Dios y sn justicia,
y todo lo demás se os dará por añadidura. Y nótese
que dice todo; es decir, que tam bién, p o r consiguiente,
la viva y lum inosa emoción de la Belleza.
C A P IT U L O V II

D e la p rim a d a d e l L ogos so b re
el E tb o s
" p x i s t e en la L itu rg ia un aspecto de tal índole que,

' fácilm ente, pudiera a lejar de ella a los espíritus


de pronunciada tendencia m oral, cuya activ id ad y d i­
nam ism o se despliega m ás bien en el plano de la v ida
práctica. Nos referim os a la posición peculiar de la
L itu rg ia respecto al orden de las costum bres y de
la vida m oral.
L o que esos espíritus echan de m enos en la L i­
tu rg ia es que no o frezca la form ulación de u n a vida
ética en relación inm ediata con la vida cotidiana y
real. L a L itu rg ia tiene — según ellos — la g ra n de­
ficiencia de no s u m in istra r al hom bre, en sus luchas y
aspiraciones de cada día, ningún estím ulo inm ediata­
m ente tran sfo rm ab le en acción, nin g u n a idea ni ele­
m ento p rim ario utilizable. E lla se cara c te riza por
c ie rta reserva, por cierto retraim ien to a n te la v id a;
ne distancia del m undo y se recluye en el san tu ario
del tem plo, p a ra desplegarse d en tro de su recinto con
toda su pom pa, y lejos del trá fa g o del mundo.

— 1B 1 —
N o cabe n e g a r que existe u n co n tra ste evidente
e ntre la oficina del empleado, el taller del obrero,
las grandes fáb rica s, y los poderosos centros de
la ind u stria y de la técnica m o d ern as; en tre el esce­
na rio ensordecedor y tum ultuoso de la v ida política y
social, de u n a p arte, y los recintos sag rad o s d estin a­
dos al solem ne culto y adoración de Dios, por otra.
E s evidente que h ay lina an títesis violenta en tre el
bru tal y m ecánico realism o de n u estro s días, que
se in filtra en todos los órdenes de la vida con el em­
puje de su sensualidad o el poder p e rfo ra n te de sus
arista s, y el m undo de ideas encerrado en la L itu rg ia
con toda su m ajestuosa graved ad y lim pidez y con la
arm onía v selección de sus fo rm a s .
D e ahí proviene que lo que la L itu rg ia nos ofrece
no pueda tra s fo rm a rs e inm ediatam ente en acción viva.
P o r eso tenem os que siem pre serán necesarias las dis­
tin ta s fo rm a s de oración, nacidas de un contacto m ás
inm ediato con la vida y las realidades actuales, como
son las oraciones populares — p or ejem plo — en las
cuales la Iglesia responde p o r reacción inm ediata a
las perentorias necesidades del m omento, y por m edio
de las cuales se apodera directam ente del alm a con-
tem noránea y la a rr a s tr a a conclusiones p rácticas y
eficientes ( i) . L a L itu rg ia en cambio se propone de
( i) De estas reflexiones, por consiguiente, al igual aue de oirás
innumerables que pudieran hacerse, se deduce la necesidad absoluta
de las formas extra-lilúreiras de la vida espiritual, como son el
santo Rosario, el Via-Crucis, los Ejercicios espirituales, la* diver­
sas manifestaciones de piedad fonular, la meditación, etc. Nada, en
real'dad, m is funesto y equivocado one tratar de encuadrar toda la
vida espiritual dentro del marco especifico de la Liturgia; y nada m is
injusto y reprochable asimismo que la actitud de tolerar únicamente
modo p refe ren te c re a r la disposición c aracterística y
fundam ental p a ra la vida cristiana.
Su ideal consiste en conquistar al hom bre p a ra
situ a rle en el orden justo y en la relación esencial
con su Dios, p a ra que por m edio de la ad o ració n y del
hom enaje del culto trib u ta d o a Dios, por la fe y el
am or, por la penitencia y el sacrificio, a d q u iera la
rectitud interior, de suerte que en el m om ento que
ten g a que resolverse a o b rar o se presente el cum ­
plim iento de un deber, obre en co n form idad con ese
estado de espíritu, es decir, con rectitud y justicia.
A h o ra que el problem a va m ucho m ás allá. ¿ E n
qué relación e stá la L itu rg ia con el orden m o ra l? ¿ E n
qué relación están, dentro de ella, la voluntad respecto
del conocim iento, y el valor Verdad respecto del valor
B ien t
S intetizando los térm inos de! problem a, podríam os
plantearlo en e sta fo rm a : ¿Q ué relación existe, d entro
de la L itu rg ia , entre el Logos y el E thos? P e rm íta ­
senos, p a ra fo rm u la r una resp u esta concluyente, re­
m o n ta r un poco el curso de la tradición.
D esde luego puede a firm a rse que la idea prepon»
d e ra n te que la E dad M edia tenía respecto al orden de
----- ---- — ; ?!r --
estas otras formas de vida espiritual, sólo porque el pueblo necesita
de ellas, y querer en cambio presentarnos como objeto primordial y
exclusivo del alma que aspira a la perfección cristiana, el que aprenda
a v ivir y desenvolverse sólo dentro de los límites de la Liturgia.
N o : lo que hay que repetir es que ambas manifestaciones de la
vida de piedad son necesarias; que la una complementa a la obra.
Reconozcamos, sin embargo, la superioridad de! rango y exeelencia de
la Liturgia, ya que ella es la forma de orar propia de la Iglesia
Vid . la Introducción de la obra E l Via-Crucis de nuestro Señor y
Salvador. Guardini, Mainz, 1921-
prioridad entre estos dos valores básicos fue, al me­
nos teóricam ente, la de la suprem acía del pensamiento
sobre la acción, la del ran g o su p erio r del Logos sobre
el Ethos. A sí se desprende de la solución dad a a una
serie de problem as, largam ente debatidos, de u niver­
sal interés ( i ) ; de la preferen cia concedida a la vida
contem plativa sobre la vida activ a (2 ); y de la a sp ira ­
ción general del alm a en la E d a d M edia, resuelta­
m ente o rientada hacia el m ás allá, hacia la allendi-
dad.
L a época m oderna tra jo consigo u n a p ro fu n d a
tra sfo rm ac ió n de la vida. Se rela ja ro n todas las g r a n ­
des instituciones, la cofradía, el m unicipio, el impe­
rio. E l poder eclesiástico se vió am enazado en su so­
be ra n ía ultram u n d an a, lo m ism o que en la tem poral,
que por larg o tiem po fue privilegio suyo. E l indivi­
dualism o av a n za y se recrudece en todos los órdenes
de la vida y con ello su rg e el criticism o científico, que
se p olariza m ás enconadam ente en la crítica del co­
nocim iento.
T odas las teorías precedentes relativ as a la n a tu ­
raleza del conocer, que e ra n de c a rá c te r constructivo

(1) A sí lo confirman, por ejemplo, las largas y profusas dis­


quisiciones acerca del sentido y determinación de la T e o lo g ía; de si
es una ciencia pura o una ciencia ordenada al mejoramiento moral del
hombre; acerca de la naturaleza y esencia de la bienaventuranza
«terna; de sí consiste en el amor o en la contemplación de D ios; y
acerca, en fin, de la independencia de la voluntad respecto del en­
tendimiento, etc.
(a) Es significativo, que hasta el siglo X V I I no se fundara nin­
guna orden de mujeres, de vida activa, y que aún entonces se funda­
ra una con la general repulsa y desaprobación. En este punto ofrece
grande» enseñanza» y curiosee -dales -en particular 1* historia de la
Orden de la Visitación.
h a sta entonces, recibieron, con la p ro fu n d a tra n s fo r ­
m ación operada en todos los esp íritu s, u n cará c te r
agudízadam ente crítico. E l m ismo conocim iento se h a ­
ce problem ático y es discutido. E l resu ltad o de toda
esa insurrección ideológica es un desplazam iento suce­
sivo del centro de gravedad de la vida intelectual por
encim a de la voluntad. L a acción del individuo, apo­
yada en sí m ism a, con suficiencia en sí m ism a, a d ­
quiere cada vez m ás ran g o y se le concede cada día
m ás significación y trascendencia. L a vida activa
av asalla im petuosam ente a la vida contem plativa y el
querer im pera y se sobrepone al conocimiento.
Incluso d entro de los dom inios de la vida cientí­
fica, que no o bstante e s ta r fu n d am en tad a esencial­
m ente sobre la base cognoscitiva, adquiere la voluntad
un predom inio exorbitante. Sup lan tan d o los clásicos
sistem as que, d u ran te m uchos siglos, consideraron
la verdad como el m ás seguro bien, adq u irid o y po­
seído con certeza, investigado y pro fu n d izad o con
sinceridad, surge el problem atism o, la búsqueda cri-
ticista y ansiosa de la verdad increrta, huidiza y des­
conocida. E n lu g a r de la clara exposición y el estudio
elaborante de la verdad, se proclam a el principio de
la cu ltu ra y de la observación individual. Todo el
m undo científico a dopta entonces un adem án com ba­
tivo y una fisonom ía em prendedora y casi a g resiv a,
viniendo a convertirse como en u n a poderosa asocia­
ción obrera, a quejada por la fiebre de la producción.
E sa tendencia intelectualista hacia la prep o n d eran ­
cia del querer, de k> volitivo, ten ía lógicam ente que
a d o p ta r una fo rm a científica y crista liz a r en axiom as
y teorem as. E s a fue la em presa que K a n t realizó
de la m an e ra m ás a rd u a y difícil de seguir. P aralelo
al orden He la reüresentación de la n atu raleza, en el
cual sólo la razón tiene competencia, colocó el o rden
de la realidad y de la libertad, d en tro del cual sólo la
voluntad im pera y ejecuta. Del im perativo de la vo­
luntad hace su rg ir un tercer m undo, el m undo de
D ios y del alm a, del m ás allá, en contraposición con
el de la experiencia. Y m ientras la razó n , por sí sola,
nada puede a firm a r accrca de estas ú ltim as realid a­
des. por e s ta r incluida denfro del o rd en de la n a tu ra ­
leza. recibe del im perativo de la voluntad, que, a su vez,
necesita de esas realidades p a ra v iv ir y p a ra o b rar, la
creencia en su realidad y en las suprem as leyes reg u ­
ladoras de su concepción del mundo.
A si queda ya proclam ada y sen tad a la prim acía
de la voluntad, que con todo su sistem a ético de bie-
r t s a vanza delante de la razó n y del conocim iento,
y sohrepuia el ran g o de los valores one de ellas de­
penden : es decir, que al E thos se le co n firió la p rim a­
cía sobre el Loqos.
Y a tenem os quebrado el hielo: desde este m omen­
to. one acabam os de denunciar, se inicia la fase de
evolución filosófica, nne constituve la vohmtad buena,
fyura d e K ant. lógicam ente concebida, por la volun­
tad pxicolónirn. erigiéndola en rein a y señ o ra de la
v»da y aue tiene por acérrim o s p ro p u en ad o res a
F 'c h te v Schopenhauer. h a sta en co n trar su m ás álgida
expresión en N ietzsche. aue llep* va a p ro clam ar la
voluntad del tender. P a r a N ietzsche es v erdadero
cuanto engrandece y da salud a la v id a ; todo lo que
im pulsa a la hum anidad por las sendas del super­
hombre.
Y así tenem os ya el P ra g m a tism o : la verd ad no
es un valor autónom o, tra tán d o se de u n a concepción
filosófica del m undo o del esp íritu , sino la expresión
m ental de la realidad de que u n a proposición, una
idea, un m étodo de concebir, im pulsan la vida activa
y ennoblecen el c a rá c te r y todo el contenido de la
m oral ( i ) . Según esta filoso fía, la verd ad es en el
fondo una realidad m oral, por no decir — aunque
entonces rebasaríam os los lim ites de estas a p re ta ­
das consideraciones — qne un fenóm eno vital.
E ste predom inio y excelencia concedidos a la v o ­
luntad y al v alor de la m ism a, es lo que c aracteriza
la época presente. D e ahí proviene y ahí radica la gé­
nesis de toda esa febril actividad, esa incontenida a n ­
sia de progreso, esa vertiginosidad del tra b a jo , esa
precinitación en el placer; de ahí se o rig in a esa ado­
ración y entusiasm o por el éxito, por la fu erz a , por
la a c ció n : de ahí las luchas p o r la conquista del poder
y del m ando: de ahí. sobre todo, ese exacerbado sen­
tido del valor del tiem po, y el ansia, por consiguiente,
de a p u ra rlo y utilizarlo h a sta el últim o residuo, tra s-
form ándolo en m ovim iento y acción. D e ahí provie­
ne. asim ism o, el que algitnas fo rm a s de vida esp iri­
tual. como las qne se practicab an en los an tig u o s con­
ventos de vida contem plativa, que eran , den tro de la
( i) Esta d'rccctón ha influido ine'uso en las orientaciones del
pensamiento católica N o fallan pensadores nrudemutas oue tratan
dé h ije a r la denendcncia del dogma y de las- verdades teológicas, de
la vida cristiana, v míe pretenden basar su significación e importancia
no en el valor verdad, sinó exclusivamente en el valor vida.
vida genera] del espíritu, v erd ad eras potencias y se
los consideraba como el fru to m ás delicado y la m ás
preciada flo r de la espiritualidad por todo el m undo
creyente, se vean hoy apenas com prendidas y estim u­
ladas por los m ism os católicos, y ten g a n que ser de­
fendidas por sus protectores co n tra los ataques y re­
proches de quienes im pugnan los conventos de vida
contem plativa como nidales de vidas inútiles y ocio­
sas.
T a n pronto como se señaló esta tendencia espiri­
tual en E uropa, cuya cu ltu ra tan p ro fu n d am en te en­
raiz a d a estaba en el pasado, trascen d ió en seguida al
N uevo M undo, donde a rra ig ó de u n a m an era desem­
bozada v se aclim ató con toda su rudeza. L a voluntad
He acción lo absorbe y dom ina todo. E l Ethos adquiere
la prim acía absoluta e indiscutida sobre el Logos;
la vida a ctuante y febril, sobre la contem plativa y
m ística.
; Y mié posición adonta la R eligión Católica ante
este cam bio pro fu n d o de ideas y orientaciones? D esde
luego hay que d e ja r bien sentado y en fo rm a ax io ­
m ática. que cualquiera época o cu alq u iera m anifes­
tación de vida espiritual pueden lo g ra r su plenitud de
desarrollo d entro de esta R eligión, ya que es verdade­
ram ente capaz de hacerse toda p a ra todos. T a n to es
así que la inm ensa fu erz a ex pansiva del últim o m edio
«:iglo h a sido recogida y legitim ada p o r la Iglesia, h a ­
ciendo su rg ir nuevos veneros de su inagotable pleni­
tud. S ería m enester detenerse en m ás proliios razona­
m ientos pa ra hacer desfilar, a la luz de los hechos, la
serie de varones insignes, de organizaciones, de tenta­
tivas, de actos heroicos y m aravillosas em presas que
se h a n producido y fom entado d en tro de la v ida ca­
tólica, que llevan el sello de las nuevas orientacio­
nes. L a Iglesia no h a perm anecido nunca a je n a a
nin g u n a nueva y legitim a fo rm a de vida.
P e ro hay que a g re g a r tam bién que la hegem onía
g eneralizada del E thos sobre el Logos, de la voluntad
sobre la razón, repugna p rofu n d am en te y e stá en con­
tradición con la esencia del Catolicismo.
E l P ro te stan tism o representa, en sus m últiples
form as, desde las m ás rígid as y severas, h a sta las
m ás liberales y relajadas de) libre exam en, esta po­
sición, m ás o m enos cristian am en te religiosa, del es­
píritu . Con ju stic ia se le ha llam ado a K a n t el fi­
lósofo del P rotestantism o. P a u latin am en te h a ido esa
tendencia espiritual abandonando las inconm ovibles
verdades religiosas y objetivas, haciendo de la con­
vicción y de la fe una cuestión de p u ra estim ación
subjetiva o un sim ple fenóm eno de emoción personal.
E l concepto de verdad se ha ido deslizando del sólido
asiento de lo objetivo, de lo m etafísico, al resbaladizo
terren o de lo subjetivo y psicológico. D esde ese mo­
m ento tenem os y a que es la voluntad la que gobierna
el tim ón de la vida toda.
D e ahí que si el creyente no posee en el fondo una
v erd a d e ra fe, si todas sus creencias quedan reducidas
a la emoción de la fe, entonces tendrem os que lo ú n i­
co objetivo y seguro no es u n contenido o depósito
de fe profesable y trasm isible, sino sólo el testim onio
de un esp íritu recto m ediante u n a acción ju sta . E s
decir, que en adelante no h a b rá m ás pruebas válidas
que las p rag m á tic a s; la rec titu d del pensam iento se
deducirá de la rectitud de la acción.
Y a no se tra ta , por consiguiente, de u n a m eta fí­
sica del espíritu, en el sentido propio de la palabra.
U n a vez derribado el puente que se tendía, como
punto de enlace, entre la razón y la vida volitiva y
emocional, al quedar desplazado el conocim iento de
su función superior, queda roto tam bién el contacto
necesario con todo lo sobrenatural y eterno. E l cre­
yente no a poyará ya su vida en la idea de la eternidad,
sino en la idea de tiempo, y la R eligión, por ende, se
h a rá cada vez m ás terrena, m ás m u n d an izad a; se
c onvertirá en u n a especie de consagración de la ex is­
tencia hum ana, del m ás acá en sus cam biantes fo r­
m as y contenidos, en una especie de santificación de
toda la actividad hu m an a ; del tra b a jo profesional,
de la vida social, de la fam ilia, etc., pero n a d a m ás.
A poco que se reflexione se com prenderá en se­
gu id a h a sta qué punto es nociva y d isg re g a d o ra se­
m ejante concepción, y en qué g rad o contradice las
leyes fundam entales de la vida y del espíritu, por
fa ls a y a n tin a tu ra l, en el m ás rígid o sentido de la pa­
lab ra . A hi está el m anantial que h a envenenado de
a n g u stia y desolación positivistas a n u estro tiempo.
D e ahí tam bién la g rav e responsabilidad de esas teo­
rías que h an volcado el orden s a g ra d o de la N a tu ra ­
leza. Goethe pone el dedo c ertero en la llaga cuando
hace que F a u sto , sum ido en un m a r de dudas, en lu­
g a r de ex c la m ar: “ E n el principio e ra el V e rb o ” ,
d ig a : “ E n el principio era la A cción” .
A m edida, pues, que el centro de g rav ed ad de la
acción se desplazaba del conocim iento a la voluntad,
del Logos al Ethos, la vida h a ido perdiendo su re­
sistencia y sostén in te rio r, y a que con ello se le pedia
al hom bre que buscase su centro y su apoyo d en tro de
sí m ismo. P e ro eso no lo puede realizar m ás que una
V olun tad realm ente creadora en la acepción llena de
la palabra, y esa V oluntad no e x iste fu e ra de la D i­
vina ( i) .
S e le exigia al hom bre una actitu d , que p resupo­
n ía la condición de ser un D io s ; pero como no lo es, se
desencadenó en s u intim idad u n fra g o ro so com bate
espiritual, y adoptó un gesto de im potente violencia,
que unas veces, pocas, reviste cie rta g ran d e z a trág ica,
pero que, por lo general, resu lta sencillam ente ri­
dículo en tantos esp íritu s inferio res.
E s ta ac titu d ideológica es la culpable de que el
hom bre contem poráneo se asem eje a un ciego que se
a g ita desesperadam ente palpando en las tinieblas,
pues la fu erz a fundam ental, de la que h a querido h a ­
cer el resorte de su vida, es decir la voluntad, es ciega.
L a Voluntad puede querer, o b rar y crear, pero es
im potente p a ra ver. D e ahí proviene tam bién toda esa
inquietud de la vida contem poránea, que en n in g u n a
p a rte encuentra sosiego y buena posición. N a d a h ay
firm e y estable; todo es cambio y m u d an za; la vida
( i) Incluso aqui nos dice también la razón que Dios es la
Verdad y la Bondad a la vez, pero no que es sólo una Voluntad ab­
soluta. La Revelación confirma también un conocimiento en las co­
sas divinas, cuando nos dice que lo primero en la Trinidad es la ge­
neración del H ijo por e l canocimieAld del Padre y brego, to segundo
(naturalmente que esto es en el orden del conocer, no en el orden del
tiempo) la espiración del Espíritu Sanio, por el amor del Padre
y del Hijo.
sem eja un constante dez'enir, u n a perenne lucha, un
vivo anhelar, una an g u stiad a pesquisa y una fatig o sa
peregrinación.
L a R eligión Católica se sitú a con todo su denuedo
y poderío fre n te a esta concepción del esp íritu y de
la vida. C ualquiera cosa perdona m ás fácilm ente la
Iglesia que un a taq u e a la verdad. L a Iglesia sabe
m uy bien que, cuando un hom bre fa lta o cae, pero en
su fa lta o caída no hay un aten tad o c o n tra la verdad,
siem pre le queda al pecador a b ie rta la senda p a ra re­
to m a r al bien. M as cuando se a taca en su raíz a los
principios constitutivos, entonces es cuando se ve­
rific a u n a inversión c a ta stró fic a en el orden in tan ­
gible y sag rad o de la vid*. P o r eso la Ig lesia h a m i­
rad o siem pre con p rofundo d esag rad o y recelo toda
concepción eticista de la V erd ad y del D ogm a. Todo
ensayo o ten ta tiv a de q uerer fu n d am e n ta r el valor de
)a V erdad sobre el relativo v alo r práctico del D og­
ma, es esencialm ente anticatólico ( i ) . L a Iglesia
asienta la V e rd a d y el D ogm a como realidades abso­
lu ta s en incondicionales, que tienen valor y vigencia
en sí m ism as, e independientes por completo de la con­
firm ación que puedan prestarles la m o ralid ad o la
utilidad. L a V erdad lo es por ser V erd ad sencilla­
mente. P a r a ella, p a ra su esencia, es in d iferen te lo
que la V oluntad dig a o. lo que con ella se relacione o
de ella dependa. N i la V oluntad condiciona y funda-
( l ) Claro es que con esto no vamos, ni mucho menos, contra las
tentativas y esfuerzos encaminados a demostrar el valor del Dogma en
si mismo y et de cada una de las verdades dogmáticas en particular
para la vida. A l contrario, jamás se hará ni profundizará todo lo
bastante en este sentido.
m enta la esencia de la V erdad,ni la V erd ad está obli­
g ada a ren d ir pru eb as ni sum isión a lg u n a a la
V o lu n ta d : al c o ntrario, es a la V oluntad a la que se
le impone la confesión de su im potencia a n te el tri­
bunal de la V erdad.
L a V oluntad no crea la V erd ad sino que la en­
cu e n tra ya creada y e stá obligada a reconocer hum il­
dem ente su ceguera, que tiene necesidad de luz, de
dirección, de la fu erz a o rdenad o ra y e stru c tu ra n te de
la V erdad. E s decir que debe reconocer con total ren ­
dim iento y como principio absoluto e inquebrantable
la prim acía de la R azón sobre la Y o lu n tad , la del Lo-
gos sobre la del Ethos ( i) .
E s ta p alabra primacía h a dado lu g ar a e rro re s de
interpretación y es m enester explicar su sentido. A quí
no se tra ta de una je ra rq u ía m ás elevada de valor ni
de u n a excelencia positiva en el o rden de la clasifi­
cación: no se dice tam poco que el conocer sea m ás
im portante que el obrar en la vida del h o m b re; y,
m ucho menos, se quiere resolver de plano la cuestión
de si u n a realidad es aprehendida con el pensam iento
o con la acción.
T a n im portante y valiosa es la R azón como la V o­
lu n ta d ; igualm ente excelsas y ta n n ecesarias la una
como la o tra p a ra el pleno funcionam iento de la vida

( i) Se ha hablado, en todo lo expuesto, de eonccimiento, no de


concepto; de la primacía de la vida cognoscitiva sobre la volitiva,
de la contemplativa sobre la activa, a la manera como se hacía en la
Edad Media, aun cuando sin su forma y método histórico y cultural.
En cambio, si habláramos del predominio del puro concepto, según se
ha hablado de ¿1 durante medio siglo, apenas si podríamos desemba­
razarnos suficientemente.
h um ana. Q ue en el tono de vida de u n hom bre, en con­
creto, h a y a u n a tendencia m ás o m enos acen tu ad a por
el conocim iento o por la razón, es y a u n problem a de
índole tem peram ental, y tan fecunda y v álida puede
se r u n a disposición como o tra.
A quí se tr a ta m ás bien de un problem a de p u ra
cu ltu ra filosófica, es a sa b er: ¿ A cuál de estos dos
valores, conocimiento o acción, corresponde, dentro
del orbe de la cu ltu ra y de la v ida del hom bre, la
dirección, y a cual de ellos se le h an de a s ig n a r las
o rientaciones? S e tra ta , p o r consiguiente, de u na
prim acía de orden, de dirección, no de excelencia, de
dignidad o de significación.
SÍ estudiam os un poco a fo ndo el problem a, sal­
ta r á en seguida a la vista que la fó rm u la Primacía
del Logos sobre el Ethos no a g o ta la cuestión, ni es
decisiva y abarcadora. ¿ N o c a b ría m ejor m odificarla
y d a rla esta fo rm a : La primacía suprema en el pano­
rama universal de la vida, no le debe corresponder al
obrar sinó al s e r ? Y ahondando m ás verem os
que en definitiva se llega no al obrar sino al llegar a
ser, al devenir. Lo postrero y d efin itiv o no es lo que
se hace sino lo que es. N o en el tiem po sino en la e te r­
nidad, en ese incesante siendo ahora, es donde se
asie n tan las raíces y la perfección de todas las cosas.
E n últim a instancia, pues, no se tr a t a de u n a concep­
ción o problem a m oral sino m etafísico del m undo;
y lo que se cotiza no es un juicio de valor sino de ser,
no de esfuerzo o de intensidad sino de adoración.
P e ro la discusión de e stas ideas nos llevarían m u ­
cho m ás a llá de los lím ites im puestos a e sta obrecilla.
P odríam os aú n fo rm u la r una p reg u n ta, am pliando
los térm inos del problem a: ¿ N o d eb ería reconocér­
sele al Amor la prim acía d e fin itiv a y el suprem o ra n ­
go je rá rq u ic o ? L a solución de este problem a puede
m uy bien concordarse con las disquisiciones an terio res.
P u es cuando se dice que p a ra u n a d eterm in ad a época
constituye la V erdad un valor esencial y decisivo, con
ello no se obtiene a ú n la seguridad ni se dice n a d a en
concreto de si esa verdad es la Verdad llena de Am or
o es la Verdad m atem ática, f r ía y m ajestuosa. E l
Ethos m ism o puede ser, o bien el im perativo de la
Ley, como opina K a n t, o bien el im perativo del
A m or creador. Incluso a nte el ser continúa en pié la
cuestión de si él existe como u n elem ento últim o, gla­
cial. infranqueable, o bien es el Amor, que supera
toda m edida, el que lo g ra que lo imposible se to rn e
fácil y hacedero, y al que se puede siem pre re c u rrir e
invocar, en últim o trance, como a la esperanza contra
toda esperanza.
E s ta cuestión va enlazada con la que p reg u n ta
si no es el Am or la cosa m ás g ran d e de la vida. Y en
verdad, h ay que decir que, dichosam ente, lo es. N o
otFa cosa, sino esa, es lo que constituye el anuncio y
proclam ación de la Buena Nueva,.
E n este sentido p o r lo tan to , debe q u ed ar t a x a t iv a
m ente resuelta la cuestión que aquí analizam os, es
decir, reiterando una vez m ás la p rim acía de la Ver­
dad. ñero de la Verdad en el Amor.
B ien sentados estos principios básicos, ya tenem os
sólidam ente afirm a d o el fu n d am en to de la salvación
del alm a. P u e s el alm a necesita un terren o firm e
donde apo y a rse ; un punto sólido de a rra n q u e p a ra po­
der rem ontarse por encim a de su lim itación, un re­
fu g io seguro fu e ra de ella m ism a; y todo eso lo en­
cu e n tra en la Verdad.
L a Verdad es la única que puede servirle de punto
■le p a rtid a y de térm ino final. E l conocim iento de la
Verdad p u ra es el acto esencial p a ra la liberación
del e s p íritu : La Verdad os hará libres ( i) .
Y p a ra el alm a es de u rg en te necesidad esa li­
beración interior, que apacigua y fre n a la desesperada
tensión de la voluntad, que calm a la fieb re a rd ien te
de los anhelos hum anos, y hace callar la g r ite ría des­
o rdenada del deseo. E s ta liberación se consigue, en
prim er térm ino, por el acto de conocer, por el cual
la inteligencia com prende la Verdad, m ien tras que el
esp íritu enmudece a nte su m ajestad incom parable.
E l D ogm a, la realidad de la V erd ad A bsoluta,
independiente de todo criterio de utilidad, inm utable
y eterna, es algo en verdad inefablem ente grande.
P arece como si al ap ro x im arse a ella el esp íritu , en
un m om ento dichoso, experim entase la honda sensa­
ción del que encuentra y posee el reso rte m isterioso y
suprem o del equilibrio y sa ntid ad del m undo, y de
quien contem pla el D ogm a, como la reta g u a rd ia de
todo ser, como la roca sólida, en la que todo descansa
y se apoya. ¡E n el principio era el Verbo! ¡E l Logos!
P o r eso la contem plación constituye el principio
in te rio r y esencial de una vida legítim a, sincera y sa ­
ludable. L a fu erz a activa e im pulsante de la voluntad,
de la acción y del análisis, po r m u y g ran d e e iirten-
(i) San Joan, V II I, 32.
«iva que sea, debe siem pre b u scar reposo en el pro­
fun d o silencio in te rio r y contem plativo, que nos p er­
m ita volver los ojos hacia la etern id ad e inm utable
V erdad. T a l es la disposición esp iritu al que tiene sus
raíces ahincadas en el concepto de lo e te rn o ; que
conquista la paz bea tific a n te ; que se fu n d a en esa
renuncia in te rio r que significa la v erd a d e ra v ictoria
sobre la v id a ; que desconoce la inquietud y la preci­
pitación, porque el tiempo es suyo y puede e sp erar y
a crecentarse noblem ente en el tiempo.
T a l es la v e rd a d e ra fo rm a de vida espiritual del
Catolicism o. Y aunque fuese verdad que el Catoli­
cismo. en algunos aspectos y actividades, v a a la re­
ta g u a rd ia de o tra s Confesiones religiosas, como se le
ha reprochado, no nos preocupem os, deiem os a los
que tal a firm a n . E l Catolicism o no puede d eiarse
a r r a s tr a r ni seducir p o r ese loco desen fren o de la
voluntad hum ana en rebelión co n tra el orden eterno.
E n cambio el Catolicism o es el que nos h a trasm itido
y conservado íntegro un tesoro inapreciable por el
que debiera tro c a r el m undo acatólico, si tu v ie ra un
poco de clarividencia y sinceridad, to d as sus conquis­
ta s y posibles ventajas. E se tesoro íntegro e in ag o ta ­
ble, custodiado fielm ente por la Ig lesia y sin desm ayo
por ella en todo tiem po proclam ado, es la sup erio rid ad
del Loqos sobre el Ethos, y con ello la arm o n ía y con­
sonancia p erfectas de toda vida con las inm utables
leyes eternas.
A un cuando en la precedente exposición no se ha
m encionado p a ra n a d a la palab ra L itu rg ia , todo sin
em bargo e stá relacionado con ella, y con m otivo de
ella h a sido som etido a análisis. E n la L itu rg ia el
Logos conserva la precedencia que le corresponde so­
bre la Voluntad, y de ahí dim an a esa m aje sta d adm i­
rable, esa serena y p ro fu n d a paz que la c a ra c te riza ;
de ahí, asim ism o, que parezca como a b ism arse ente­
ram ente en la contem plación, en la ad o ració n y g lo ri­
ficación de la V e rd a d div in a ; y de ah í, en fin , su
ap aren te indiferencia a n te las pequeñas necesidades
de cada día y su despego y fa lta de tendenciosidad por
educar, por moralizar, de un modo d irecto e inm e­
diato.
L a L itu rg ia encierra d entro de sí algo que nos ín?
vita. 3 poner la m ira d a y el pensam iento en las estre?
lia s; que nos recuerda el g iro inm utable y etern o de
sus órb itas, y nos h abla de su o rden aco rd ad o y a rm ó ­
nico, y de su m ajestuoso y solemn? silencio en la in*
m ensidad por donde los a stro s discu rren .
Sólo parece no preocuparse d irectam en te la L i­
tu rg ia , cuando se tr a ta de la acción y de U lucha y de
la m oralidad del hom bre. P ero es que s^be que, en
realidad, todo el que de la L itu rg ia vivp, est4 real­
m ente en posesión de I3 V erdad , de la salud so b ren a­
tu ra l y de la paz m ás íntim a y fec u n d a ; y que, cuando
ella despide al hom bre con su bendición de los sa g ra r
dos recintos p ^ ra lapzars? a la v ida, en ella, eñ la
L itu rg ia , e n c o n tra rá entonces el h o m bre su m ^jor
sa lv a g u a rd ia y defensa.

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