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IV
— l 7. —
hacia la Iglesia y empezó a comprenderse de nuevo la armonía
y la grandeza de su culto, de su autoridad docente, de su je
rarquía y de sus profundidades dogmáticas. Como esta reno
vación de lo litúrgico era integral y n o se paraba en las m a
nifestaciones culturales externas, sino que se apoyaba en la
piedra angular de la fe y del dogma, se eludió todo peligro
de que degenerase en efím eras floraciones sentimentales. “ El
renacim iento litúrgico — esc:ibia el Dr. Mayer, profesor do
Teología de la Universidad de Freising — ha revelado a los
laicos la esencia misma de la Iglesia, que no radica cierta
mente n i en el carácter jurídico, ni en el estado eclesiástico,
n i en la predicación de la moral, n i en el sencillo anuncio
del Evangelio o la enseñanza del Dogma, sino en la vida sa
cram ental litúrgica, en la celebración de los misterios del
c u lto" <1). Así h a podido decir Guardini, con razón, que la
Liturgia está toda entretejida de Dogm a y se fundamenta
básicamente sobre Ja verdad teológica.
Por eso la renovación litúrgica tal com o la proclamaba
Guardini, y la proclam aron siempre la Iglesia, contra las
corroptelas particularistas, y los sabios m onjes benedictinos,
celosos depositarios del alm a de la litu rg ia , significaba s o
sólo el retorno a la Iglesia tradicional, sino la derrota de la
piedad sin jugo, de la religiosidad devocionera, del catolicis
m o individualista, que había introducido la disgregación ató
mica en el reino de Cristo y que era preciso invalidar por la
socialización profunda del sentimiento religioso, por la con
ciencia de la perfecta vida colectiva y el sentido de la ani
dad cristiana, de la unidad biológica y orgánica que es esen
cial en el concepto de Iglesia y en la razón d e ser miembros
anim ados de bu cuerpo místico.
Así se derrocaba la falsa equivalencia, la perniciosa sino
nim ia establecida entre Liturgia y ritualismo, ceremonlalis-
mo, pom pa y cultual, bajo cuyas pomposas frondosidades no
circulaba, fresca y renovadora, la sanare arterial de la vida
(i) Valor educativo de la Liturgia Católica, págs. 520, 21. Ed. cit.
(a) Contra Paust. X IX , II.
vención de los sentidos en la m ecánica com plicada del pen
samiento. Lo que n o cabe discutir es que, desde el p on to de
vista de la Religión, n o se puede prescindir de los sentidos,
ya que la Religión, que es vinculo entre el hom bre y Dios,
abarca a aquel integralmente, com o él es, cuerpo y espí
ritu ( 1 ).
£1 rito es el lenguaje religioso de los pueblos — dice G o
ma— ; U ) la externa resonancia de los latidos del alma co
lectiva en su trato con Dios.
L a Liturgia, podrem os y a afirmar sin titubeos, es el Dog
m a en acción ; es la form a adecuada de vida de la com u
nidad cristiana en ejercicio; es fo n d ó n profundam ente vi
tal, sokdarización d e los individuos, componentes del orga
nismo místico. Pero, además, la Liturgia es servicio social. "Es
el oücio público para el pueblo’' dice el P. Wernz O ) y por
lo tanto, tam bién fu n d ó n social y hum ana en alto grado. Es
decir, que n o pnede ser sólo — com o superficialmente afir
m an quienes tratan de restarle trascendencia — expresión
del culto público de la Iglesia, sino también vehículo de la
vida divina de los hom bres y trasmisión de la vida cristiana
a las alturas de D ios: atadura de la Sania Iglesia con Dios,
por la in corp ora d ón de aquella al sacerdocio y a la vida
divina de Cristo. La Liturgia es com o o n signo sagrado y vi
sible de nuestra Keligion — dice San Agustín (4) — que tra
duce lo qoe hay en ella de espiritual e Invisible para, de
•eto- m odo, en el sentido, llevar hasta el fondo
del espirito la vida de Dios q o e en él se encierra. En la Regla
(1) “ D e toul lemps, en tout pays, les rcligions onl un cuite. Toul
culle suppose un temple, seul lieu oú la comrnunauté croyantc puiss»
se reunir pour rendre un hommage public á la U ivinité. Toul temple,
ou se celebre 1c culle a des cerémonies, une Jicurgie. L a Liturgie
a pour bul de donner au cuite une forme concréte, d'arriver au co u r,
a lam e, par les yeux, les oreilles, par toul ce qui peut éveiller, ammer,
exciter la piété des loules assemblees comme du fidéle isolé".
A bbé A . Sicard, L 'A m e de la Ltturgit, págs. x y a. París, 191S.
(2) Obr. ciL pág. 3a.
<3) Jus Admuiutrationis E c c lts ie Catholica, pág. 1.
(4) D e Civ. D ei, Lib. X , c. 5.
de San Benito la Liturgia es “ OffleinTT Bervttutis Ecclesla*.
“ Antiguamente la Liturgia — dice Dom Festoeiére (1) —
arregló para su aso los retiros de las Catacumbas y cons
truyó las basílicas; en otros tiem pos y balo otros cielos le
vantó nuestras Ielestas abaciales románicas y nuestras cate
drales góticas. Ella con trajo profunda alianza con el arte de
nuestros padres". La Liturgia es — según Dom Beaodain (2)
— la teología del pueblo; vulgariza el Dogma, haciéndole pa
sar al espíritu, al corazón, al alma de los fieles con su arto
pedagógico consamado.
La Liturgia brota del h ech o de la Comunidad viviente
religiosa, que es producto de la aportación regulada de las
energías Individuales. SI en todas, m ucho más en la sociedad
litúrgica se requiere la sabia coordinación del sentimiento
colectivo, de las em ociones e Iniciativas individuales, de los
anhelos, fervores y simpatías personales para hacer crista
lizar toda esa superabundancia espiritual en la “ oración co
lectiva", en la plegarla unánime. Integrada por voces Innu
merables, de la Santa Iglesia, M adre com ún de los aue en
ella viven. Por eso la prim era condición que la Liturgia Im
pone es la renuncia generosa a los propias expansiones, que
no encajen dentro de la reglam entación com ún; es el some
tim iento de toda tendencia antropocéntrica, de toda Insur-
gencia egoísta, del mandarlnismo instintivo de la autonomía
de nuestros sentidos. En la vida litúrgica no hay “ yo” —
d ice Guardini — sino sólo " noso tros". Los individuos en «Ha
n o son meros agregados o sumas numéricas, ata O miembro*
vivos unidos a un tronco com ún. El Individuo se ordena a la
com unidad litúrgica y se somete a sn disciplina, n o p a n anu
larse anónimamente, sino para reportar de ella energía, y en
trar en el torrente de la vida divina que circula por el cuerpo
místico de la Iglesia. Ello supone, com o base primordial, el
espíritu de sacrificio, la negación de tod a finalidad utilita
ria. La trascendencia enorm e de la Liturgia está en que fa -
VI
El edificio de la Liturgia descansa sobre el fundam ento ob
jetivo de la verdad dogm ática. Sin dogm a no h ay Liturgia.
No es practicism o sentimental aunque, en parte, a eso lo
hayan reducido las corruptelas contemporáneas, y de ahí ese
catolicismo epidérmico, desatomizado, sin fuerza colectiva,
q oe impera con fácil y extenso dominio en muchas almas»
por ansencla del vigoroso sentido litúrgico de la vida cristia
na (1). No sólo faltaba el sentimiento vincular de familia,
de congregación cristiana unida por la comunidad de ideas y
fines, sino también el sentido vital profundamente dogm ático
de la Liturgia Católica (2). De ahi el enorme Interés que
despertó esta nueva m anifestación m etafísica de lo litúr
gico, que Guardlni trató de instaurar sobre los pilares más
sólidos y esenciales de la idea de Cristianismo. Sólo por una
falsa concepción de la Liturgia h a podido decir Mauclalr la
torpe frase de que el “ Cristianismo es un vasto error senti
m ental” .
El Protestantismo quiso fundar convenclonalm enie la
vn
vm
¿ Y quién es Gaardini?
Un meridional trasplantado a las sombrías latitudes del
Norte. Pero la sonoridad latina de su nombre y la riquesa
laminosa de su Imaginación de veronés delatarán para sien*
pre, a través de su prosa cálida y vivas, la vibración san
guínea de los hombres del Sar.
Guardini n a d ó en Verona, el año 1885. Al año siguiente
se avecinda en M aguncia su familia, y en la histórica dudad
transcurre su primera Juventud. En 1904 frecuenta las au
las de la Universidad de M unich; pero es un período de du
das y vacilaciones, por n o atinar con la orientación deseable
para sa espíritu. La Química, la Medicina, la Economía p o
lítica retienen por algún tiempo el vigor de su poderoso in -
IX
P. FELIX GARCIA
Agustino
M a ría - L a a c h , 1918.
Ildefons Herwegen.
L a o ra ció n litúrgica*1'
C egún reza u n a n tig u o ax io m a teológico “ la N a -
tu ra lez a y la G racia no o b ra n n u n c a su p érflu a-
m ente” . L a N a tu ra le z a y la g ra c ia tienen su s leyes
p ropias y defin id as. Se dan d eterm in ad as condicio
nes, a las cuales e stá n som etidos el equilibrio, el des
a rro llo y enriquecim iento de la vida del e sp íritu , ta n
to n a tu ra ! como sobre n a tu ra lm e n te considerada. E s
tas leyes pueden, desde luego, en u n caso dado, in
frin g irs e sin m enoscabo, cuando u n a g r a n conmo
ción del alm a, u n a e x tre m a d a necesidad, u n a c ircu n s
tan c ia e x tra o rd in a ria o u n a fin a lid a d leg itim a lo ju s
tific a n o consienten; pero, a la larg a , estas tra n s
g resiones no quedan impunes.
A si como la vid a física se a tro fia y p elig ra, si
le fa lta n las condiciones elem entales p a ra su d e sarro
llo o no se o b servan adecuadam ente, lo m ism o su
cede con la vida del esp íritu o de la religión, p ues se
d isgrega, se a g o ta y pierde su v ig o r y un id ad in
terna.
( i) Este capitulo apareció antes, algo modificado en cuanto a
la íornia, en la revista Pharus, A ño 3, Cuaderno 4. Donauwórth, 1917.
L o dicho puede aplicarse con cretam en te cuando se
t r a t a de la vida e spiritual, reg u la riz a d a , de u n a colec
tividad. E n la vida individual, las concepciones, no
obstante, tienen u n cam po m ucho m ás v a sto ; pero
cuando se tr a ta de u n a m uchedum bre y p o r con
siguiente de las prác tic a s, ejercicios y oraciones que
reg u la n de un m odo co n stan te la piedad colectiva,
entonces se convierte en cuestión p rim o rd ial de e x is
tencia p a ra la vid a de la com unidad el que las leyes
fundam entales y básicas de la v ida n o rm al del es
p íritu , n a tu ra l y sobre n a tu ra lm e n te considerada, ten
g a n o no validez. P o rq u e no se t r a t a a h o ra , ni m ucho
m enos, de las m odalidades que pueden o fre c e r la ac
titu d o conducta e spiritual, y que sólo responde a
determ inadas urgencias m om entáneas, sino de in sti
tuciones estables, que in fluy en de u n m odo p e rm a
n ente en la vida del alm a. E s ta s in stitu cio n es no tie
nen p o r fin a lid a d se rv ir de ex p resió n a tal o cual
estado interno, conform ado, p riv a tiv o e individual,
sino que v a n enderezadas a recoger, por decirlo asi, la
v id a m edia, la vid a c otidiana de la com unidad. N o re
p resentan, p o r lo tan to , n i preten d en d a r la fo rm a
in te rio r de la vid a de u n individuo concreto, su tem
peram ento específico, sino la v ida in te rn a de u n a co
lectividad, in te g rad a por cara c te re s y tem peram entos
e spirituales m uy diversos.
D e a h í se sigue evidentem ente que todo e rro r o
deficiencia de principio tiene que h acerse n o ta r ne
c e sa ria e im placablem ente. A l principio, puede ese
e rr o r qu ed ar disim ulado u oculto p o r c ircu n stan cias
de o rden m oral o em otivo, y p o r las exigencias pe-
culiares que de te rm in a n la fo rm a co rresp o n d ien te
de la ac titu d e s p iritu a l; pero, a m edida que esas c ir
c u nstancias de lu g a r o tiem po desaparecen y se res
tablece el estado norm al y adecuado de las alm as,
m ás patente y trá g ic a se m u estra e sta inicial q u ieb ra
in te rn a, ese vicio de construcción, ejercien d o su ac
ción p e rtu rb a d o ra en todas las dim ensiones.
E s ta s condiciones fundam en tales se m u estra n
m ás claram ente a lii donde la v id a religiosa de las
g ran d e s com unidades pudo desplegarse en u n largo
y espléndido período de contin u id ad , siendo posible
de ese m odo que los principios esenciales evidencia
sen, con el tiem po, su validez y co rro b o rasen su vi
gencia. E n la vida com ún de individuos, d iv ersa
m ente dotados, de tem peram entos d istin to s, s itu a
dos en escalonadas zonas sociales, y posiblem ente,
de ascendencia racial discorde, desaparece y caduca,
en el curso de sucesivos períodos cu ltu rales e h istó
ricos, h a s ta cierto g rad o , todo lo accidental, lo pe
ren to rio y concreto, flo ta n d o sólo con vivida p e rm a
nencia lo esencial, lo que tiene ca te g o ría de valores
un iv ersa le s; es decir, que el com portam iento, la ac
titu d esp iritu a l, h a adquirido, con el c u rso del tiem
po, el ran g o de o b jetividad positiva y valiosa.
E l tipo m ás acabado o la m an ifestació n m ás p er
fecta de un linaje de vida e sp iritu al, de esc modo o b
jetiv ad a e h istó ricam en te realizad a, n o s lo o fre c e
la L itu rg ia de la Iglesia Católica. E lla h a podido
d e sarro lla rse *«* ws Oov es decir, universalm ente,
d e n tro de las c ircunstancias de lu g ar, de tiem po y de
todas las fo rm a s de la c u ltu ra h u m an a, con lo que ha
lo g ra d o e rig irse en la m ás sab ia y exp erim en tad a
m a e stra de la llam ada Vía ordinaria, o sea, del o rd en
esencial y regu la riz a d o de la v ida de la piedad co
lectiva ( i) .
C oncretem os con m ás precisió n los co n to rn o s
conceptuales de la L itu rg ia . L o que u rg e, a n te todo,
es f ij a r con c laridad su relación respecto de la v ida
e sp iritu a l “ no litú rg ic a ” .
E l fin prim o rd ia l y m ás inm ediato de la L itu rg ia
no es el culto trib u ta d o a D ios por el individuo, ni
la edificación, ni la form ació n , ni el fo m en to esp i
ritu a l del m ism o, en cuanto ser in d iv id u al; no es el
individuo el soporte o su je to de las acciones y p lega
ría s litú rg ic a s; n i lo es tam poco la sim ple a g re g a
ción a ritm é tic a de u n a m u ltitu d de fieles, como s u
cedería, p o r ejem plo, en un sa n tu a rio donde éstos se
c ongregasen, viniendo a ser como la e x p resió n m a
terial y tangible de la unidad , de la a g rem iació n pa-
- ¡ f e -
te, en un m om ento dado, preten d e hacerla. Sin e sta
co nform idad c orre la oración el riesg o de in fe rtili-
z arse o, cuando m enos, de fa ls e a r el m ecanism o in
t e rio r del sentim iento. E l p a rticu la rism o .que aquí se
opone al uso repetido y cotidiano de u n a m ism a
fórm ula, es igualm ente aplicable y válido, sí bien se
m ira , p a ra los tem peram entos y disposiciones m ás
diversas.
Sólo la razón tiene el privilegio de poseer valor
u n iv ersa l: sólo ella, siem pre y cuando n o descienda
de su alto rango, conserva incólum e su validez, es
a je n a a las oscilaciones y cam bios del m om ento f u
g a z y perm anece siem pre a b ie rta y accesible a todas
las m ira d as de la inteligencia. L a condición radical
de to d a oración colectiva es que v a y a im p erad a por
la razó n y no por el sentim iento. Sólo cuando esa
oración tiene el soporte y la in flu en cia de u n conte
nido dogm ático, claro y profu n d o , es cuando puede
ser vehículo expresivo de u n a colectividad, com pues-
de los tem peram entos m ás variab les y m ovida por
las m ás diversas c orrientes emocionales.
Sólo la. raz ó n es la que so stien e y. p resta v ig o r a
la vida espiritual. Y , p o r ende, sólo se rá buena u n a
oración, que se n u tra de la verd ad . E s to q u iere decir
que no b a sta con que esté e x e n ta de e rr o r sino que
b ro te de !a plenitud de la verd ad . U n icam en te la v er
dad y el dogm a com unican a la oración su v ig o r y
sn salud, esa fu e rz a im petuosa, reg u la d o ra y viva,
sin la cual se d e b ilita ría h a s ta fen ecer lán g u id a y
exanpiie. Si esto es incontrovertible y de experiencia
inm ediata, tra tán d o se de la o ració n individual, lo es
m ucho m ás, respecto de la o ració n colectiva y popu
la r, por su n a tu ra l tendencia h a c ia el sen tim en talis
m o ( i ) . L a base d o g m ática y racio n al es la que nos
lib e rta de la esclavitud del sentim iento, de la m olicie
y de la pereza espirituales, p orque es tam b ién la que
com unica al pensam iento la c larid ad y la eficacia
p a ra la p rác tic a de la vida.
Siem pre tendrem os, p o r consiguiente, que, p a ra
c onseguir y rea liz a r d e n tro de la colectividad católica
su m isión específica, es indispensable que la o r a
ción incorpore y se asim ile la v erd ad ín te g ra, en toda
su plenitud.
E x is te , indudablem ente, c ierta a fin id a d e n tre las
verdades concretas con stitu tiv a s de la revelación y
el estado esp iritu a l o a lg u n a e ta p a d eterm in ad a de
n u e s tra vida in te rio r. E s un hecho com probado que
tal individuo o tal tem peram en to d em u e stra n u n a p re
fere n c ia m an ifie sta p o r una d eterm in ad a verd ad
d o g m ática : e sta especie de p refe ren c ia o revelación
es m ás apreciable y c la ra en los casos de conversión.
E s decir, que h a y verdades, d o g m áticas o m orales,
que desem peñan la función de m o trices o determ i-
(O S. M a t, 3, 37.
'(3) No hay que olvidar que la oracióo litúrgica supone, como
requisito previo, una serie de condiciones positivas, que no K
L o prim ero que s e rá exig ib le en e sta ag ru p ació n
de individuos h a de ser u n a p articipación activa, e fi
ciente, de cuerpo y alm a. Si se lim itase, por ejem plo,
la a ctividad in te rio r a un sim ple esfu erzo auditivo,
d u ra n te la recitación de las oraciones, term in a ría por
entorpecer y p a ra liz a r el libre m ovim iento del espí
ritu . E s im prescindible la cooperación efic a z de to
dos los asistentes. Y e sta operación n o h a de lim i
ta rs e a la respuesta u n ifo rm e y ritu a l d a d a a las
p a la b ra s que pro n u n cia el lector, au n cuando esa
fo rm a de oración esté reconocida y ten g a validez en
ciertos m om entos o prác tic a s litú rg ic a s, como en el
recitado de las L e tan ía s, y consiga entonces una p er
fecta justific ac ió n , y a que e q u iv ald ría a desconocer
las necesidades div ersas del esp íritu , tr a ta r , en p rin
cipio, de rec h a z a r o invalidar e stas fo rm a s de o ra r.
E n e stas ocasiones la com unidad sirv e com o de eco a
las v a ria d a s y a lte rn a n te s invocaciones del lector o
recitad o r, de u n a m an e ra u nifo rm e, un íso n a y en un
m ism o a cto religioso, como es el de la súplica. E n
este m odo de súplica, re ite ra d a en u n a especie de
reacción o de invocaciones d iv ersas, se e v ita rá toda
m onotonía; re n o v a rá a c ad a m om ento su contenido,
se s a tu r a rá m ás de vida, y g a n a rá en calo r intenso y
en creciente ferv o r. E n el curso de las oraciones se
v erific a u n a p ro g re sió n constan te, u na sostenida in
tensificación. E n te n d id a de ese m odo e sta oración
dan, sin más ni más, en la vida individual de los creyentes, como
serian un mayor alivio o descanso, que permitiría al espíritu una
proíundización más intensa, una especial preparación interna, que
serviría como de indicación para penetrar mejor en la riqueza de los
pensamientos y las bellezas de la forma.
colectiva, será m ás a p ta que n in g u n a o tra p a ra e x
p re sa r un ruego vehem ente, u n a petición ap rem ian te,
u na súplica e n fe rv o rad a del co razó n , encendido en
el vivo anhelo de e n tre g a rse a su Dios.
Y , sin em bargo, nótese q ue la L itu rg ia ap en as si
utiliz a e stas fo rm a s deprecativ as, estos m odos de
oración, sino de vez en vez, si se co n sid eran global
m ente todos los O ficios divinos. E n ello se ve una
elocuente p ru eb a de la s a b id u ría con que la L itu rg ia
procede, pues e stas fo rm a s de o ració n in sp iran , no
sin fundam ento,' el 'recelo de un posible adorm eci
m iento de la libre actividad del a lm a ( i) .
E l tipo de oración colectiva que la L itu rg ia u ti
liza es m ás bien dram ático. L a m asa de los p a rtici
p antes en los oficios litú rg ico s con dos coros que
com parten, en fo rm a dialogada, la oración. E ste d iá
logo e stá sostenido y anim ad o p o r u n m ovim iento
L a C o m u n id a d litú rg ica
a L itu rg ia no p a rte del Y o sino del Nosotros, sal
L vo en los casos en que el individuo, como unidad
hum ana, fig u re necesariam ente en el p rim er plano
de la acción, como por ejem plo, en c iertas decisiones
personales, o en determ inadas oraciones que p ro n u n
cia el Obispo, el sacerdote, etc.
N o es el individuo el su jeto de la L itu rg ia , sino
la Com unidad, la m asa de los creyentes. Lo que cons
titu y e la colectividad no es la sum a num érica de los
congregados en el tiem po y en el espacio, d en tro de
un recinto o san tu ario , como tam poco u n a d eterm i
nada com unidad, dentro de su convento. L a colecti-
tividad de que aquí se tr a ta rebasa los térm inos de
un espacio confinado y aba rc a en su radio de acción
a todos los creyentes del m undo; e, igualm ente, des
borda los lím ites del tiem po, pues la com unidad o ra n
te, en peregrinación por este m undo visible, está
unida con estrechos vínculos a ia com unidad triu n fa n
te de la G loria, p a ra la que el tiem po no existe. S in
em bargo, este concepto abarc a d o r de universalidad
no acla ra ni determ ina con la precisión requerida la
idea de Com unidad litúrgica. P u e s el Yo de la L itu r
gia, el sujeto que ac tú a en la oración litú rg ica, no es
tam poco la escueta totalidad de seres herm anados en
la m ism a f e : lo será, sí, la totalidad de los creyentes,
pero sólo en cuanto constituyen un id ad o rg án ica,
que, en cuanto tal, es independiente de la m ultitud de
individuos que la in te g ra n : el sujeto, el Yo, de esa
com unidad es, en u n a palabra, la Iglesia.
A quí tenem os u n fenóm eno an álogo al que acae
ce en la vida política. E l E stad o es, desde luego, algo
m ás que la sum a total de los ciudadanos, autoridades,
leyes e instituciones u organism os en función. D e
m os de laclo a h o ra la y a m anida co n tro v ersia sobre
si e sta Unidad superior, que constituye el E stad o , es
o no u n a p u ra concepción real o m eram ente ideal, pues
en cualquiera hipótesis, tenem os p rácticam ente el pos
tulado del concepto o sentim iento de unidad. L os
m iem bros constituyentes del E stad o no se consideran
sólo como m eros fac to re s o sum andos de u n a g ran
sum a, sino como elem entos a c tu an tes de u n a unidad
viva, ab a rc a d o ra y superior.
A lgo análogo sucede con la Iglesia, aunque, co
mo es n a tu ra l, en un plano y o rden com pletam ente
distinto, cual es el sobrenatu ral. E lla se nos ofrece
como u na sociedad p e rfe c ta en sí m ism a, como un
o rganism o dotado de vitalidad autónom a, in tegrado
p or elem entos de in fin ita v aried ad en sus m edios y
en sus fines, como son los individuos, con sus d iv er
sas actividades, con sus instrucciones, sus leyes, etc.
A unque in te g rad a por la to talid ad de los creyen
tes, es m ucho m ás que la sim ple agrem iació n de los
m ismos, unidos por idénticas creencias y som etidos
a unas m ism as ordenaciones y leyes. L o s creyentes,
p a ra fo rm a r esa g ra n colectividad o rgánica, tienen
que esta r vinculados, unidos e n tre sí por un p rin ci
pio real de vida que les sea común. E se principio es
la realidad viviente de Jesu cristo . S u v ida es nues
tra v id a; estam os in je rta d o s en E l; vivim os incor
porados a su m ism a v id a ; som os m iem bros de su
m ism o cuerpo, el Corpus Christi Mysticum ( i) .
U n m ism o principio, poderoso y real, in fo rm a
toda e sta g ra n unidad viviente, in corporando los se
res individuales, haciéndoles p a rticip an tes de una
v ida com ún y m anteniéndolos d en tro de ella, que es
el E s p íritu de C risto, el E s p íritu S an to (2). C ada
creyente, individualm ente considerado, es u n a célula
an im ada de esta unidad vital, un m iem bro de este
cuerpo.
H a y m om entos ocasionales en la v ida en que el cre
yente, aislado, se d a cuenta cabal de esta unidad p er
fec ta de la que él fo rm a p a rte in te g ran te ; uno de
esos m om entos nos lo ofrece la L itu rg ia.
E n la vida litú rg ic a el individuo no se s itú a ante
D ios como un ser aislado, independiente, sino como
un elem ento, un fa c to r constitutivo de esa g ra n u n i
dad de que venim os hablando. Q uien se d irige a
Dios es la unidad, la colectividad: el creyente no hace
m ás que p re sta r s u cooperación, y p or eso se le exige
(1) Cf. S. Pablo, Ad. Rom., iz , 4 y sig ts.: A d. Cor. I, 12,
4, sig t.; Ad. Efe. I, 4; Ad. Col. 1, 15 y sigts.
(2) CI. S. Pablo, I A d Cor. 12. 4 y sigts.; M. J. Scheeben,
D ie Mysterien des ChrisletUumi (Los Misterios del Cristianismo) 314-
508. Freiburg, 1913.
que se dé p erfecta cuenta de su calidad de m iem bro
in tegrante, y por lo tanto, de su responsabilidad.
E n la zona litú rg ic a es donde m ás intensa y efi
cazm ente se experim enta y vive la com unión con la
Iglesia. Si el creyente vive de hecho y con plena ac
tividad esa vida litú rg ic a entonces es cuando tiene
conciencia de que ru eg a y ob ra en nom bre y por v irtu d
de la Iglesia, como m iem bro suyo que es, y, a su vez,
de que é sta a c tú a y o ra en é l ; de a h í esa solidaridad
íntim a con todos sus herm an o s en la fe, del m undo
entero y su concordia y fra te rn id a d con ellos, al con
s i d e r a r ^ inm erso en el seno d e esa g ra n U n id ad
universal.
AI a rr ib a r a esta conclusión se nos plantea, en
toda su agudeza, u n a seria dificu ltad de o rden ge
neral, que a fe c ta a las relaciones ex isten tes en tre el
individuo y la com unidad.
E l concepto de com unidad espiritual, requiere o
presupone, como el de cualq u iera o tra colectividad,
un a doble concesión. E n p rim er lu g ar, un sacrificio ;
porque el individuo debe ren u n ciar, en la proporción
que le corresponde como m iem bro de la com unidad,
a cuanto im plique egoísm o, es decir, a lo que tenga
un c a rá c te r personal con exclusión de los dem ás
m iem bros. E l individuo debe despojarse de sí m ismo
y sa crific ar u n a porción de su autonom ía e indepen
dencia, p a ra que le sea posible la v ida colectiva.
Y , en segundo lugar, se requiere u n a coopera
ción a ctuante y positiva. E s decir que se exige de él
que ensanche la perspectiva de su vida, que dilate su
corazón y, posponiendo su in terés individual, considere
como propios y a firm e y sienta como suyos los in
tereses y actividades de la com unidad.
L a obligación, en esta fo rm a considerada, tom a
rá , naturalm ente, distintos m atices y o fre c e rá ricas
m odalidades, según la con te x tu ra m oral de cada uno
de los fieles. E s posible que predom ine la tendencia
por el contenido objetivo y real de la v ida espiri
tual colectiva, es decir, por su contenido ideológico,
por su ordenación de m edios y fines, de leyes y p re
ceptos, por sus determ inaciones, p o r sus derechos
y deberes o por los sacrificios que impone, etcéte
ra. T a n to el sacrificio como la cooperación, según
los hem os esbozado a nteriorm en te, se revisten ya de
c a rá c te r objetivo. E l individuo tiene que renunciar
a seguir por sus propias ru ta s espirituales, a c e n tra r
se en sus propios raciocinios y m editaciones. Su de
ber es plegarse a las intenciones de la L itu rg ia y
a cep tar sus orientaciones y designios, inm olando su
derecho a disponer autónom am ente de sí m ism o. E n
vez de o ra r por cuenta propia, ten d rá que o ra r en co
m ún, participando en las oraciones de la com unidad;
en vez de disponer, a su voluntad, de sí m ism o, se
som eterá a las imposiciones de la obediencia; y por
últim o, en vez de ser dueño de sus m ovim ientos e
iniciativas, ten d rá que perm anecer con docilidad en
el puesto que le corresponde.
El individuo tiene que a b a n d o n ar el m undo h abi
tual de ideas o de sentim ientos en que vive, p a ra in
tern a rse y hacer propio o tro m undo espiritual, in fi
nitam ente m ás abarc a d o r y rico; tiene que rom per
el m ezquino círculo de sus intereses personales, de
sus reducidas aspiraciones egoístas, p a ra u n irse en
e sp íritu a la g ra n fam ilia litú rg ic a y a cep tar y sentir
como propios sus intereses y sus finalidades.
Como consecuencia inm ediata y p rác tic a de todo
esto, se sentirá obligado a aso ciarse con o tro s cre
yentes, a to m a r pa rte en ejercicios y p rácticas de pie
dad colectiva, ajenos quizá a sus necesidades espiri
tuales del momento, que siem pre se d e ja n se n tir m ás
viva e intensam ente, y a ac u d ir al cielo con súplicas
y dem andas p a ra la consecución de g rac ia s o m er
cedes que quizá no le afecten directam ente, debiendo
realizar sus acciones, en el seno de la colectividad,
con tan to interés y convencim iento como si aquellas
preces y oraciones, dictadas por el in terés y el bien
de la com unidad y que a él, en cuanto individuo pu
d ieran parecerle indiferentes, fu era n sus propios
ruegos y peticiones. Igualm en te ten d rá que in terv e
n ir en la participación de rito s y acciones litúrgicas,
de los cuales sólo a m edias o de n in g ú n modo com
prende su pro fu n d o y m ístico sentido, lo cual o c u rri
r á con frecuencia, debido a la com plejidad y riqueza
de contenido mím ico, plástico y piadoso de la L i
tu rg ia .
Y en ésto, cabalm ente, está la p ied ra de toque, el
g ra n obstáculo p a ra el hom bre contem poráneo, que
con tan to dolor y dificultad renuncia a la autonom ía
de su yo, y que, no obstante e s ta r siem pre propicio a
en g ra n a r dócilm ente sus actividades d en tro del com
plejo m ecanism o de la Econom ía y de la P olítica, y
ser un escrupuloso y rendido .servidor de la sobera
nía del E stado, rechaza y elude con ta n ta in surgencia
como puntillosa susceptibilidad, en d dom inio de la
vida interior, toda ley o im posición que roce las exi
gencias inm ediatas de su propia vida espiritual. D i
cho en térm inos m ás concretos y ro tu n d o s: lo que la
L itu rg ia exige es humildad. H um ild ad , en su a s
pecto de renuncia a la propia personalidad, de sa
crificio de su soberanía, y en su concepto de acción
o prestación, que consiste en que el individuo acepte
voluntariam ente toda una vida esp iritu al que se le
ofrece fu e ra de él y que sobrepasa los estrechos con
fines de su propia vida.
E l esp íritu de colectividad, en que la L itu rg ia se
fundam enta, ofrece o tra objeción se ria p a ra aquellas
natu ra le z a s m enos inclinadas a v er en la sociedad el
aspecto objetivo que el perso n al; es decir, al indivi
duo en acción. P a r a estas n atu ralezas lo problem á
tico de la idea de colectividad no consiste cabalm ente
e n p ercatarse de cómo se h an de p e n e tra r del conte
nido espiritual de la vida colectiva, y de cómo se
h a b rá n de acom odar a sus designios: m ucho m ás cos
toso y áspero que eso se les h a rá el cum plim iento de
la vida en com ún con o tro s individuos sem ejantes;
el te n e r que renunciar a su intim idad, al sentim ien
to de su propia vida p a ra d ila tarla y d ifu n d irla por
el cam po extenso de la vida colectiva, y, por consi
guiente, tener que coincidir con o tro s individuos
se n tir con ellos y al unísono de ellos, constituyendo
de esa m anera una entidad o rg án ic a de o rden supe
rior. Y hay que tener en cuen ta que esos individuos
no h an de ser sólo los pertenecientes a tal o cual a g r u
pación, con la que pudiera e x istir alg ú n punto de
contacto o afinidad, sino míe han de serio todos los
hom bres o individuos de la e ra n colectividad h u m a
na. incluso los míe le son indiferentes, los adversa.-
rios o de ideas contrapuestas.
L o one se e xiie im perativam ente es d e rrib a r esas
b a rre ra s one n u estra sensibilidad excesiva levanta,
con tan to dennedo. en tom o de la n ronia vida espi
r itu a l: salir de nosotros m ism os e ir al encuentro de
lo s'd e m ás na ra . unidos con ellos, v iv ir la v erd ad era
fra te rn id a d v convivencia espiritual h u m ana. Ks
como un e n p ra n a íe completo v difícil del vo en el
nosntms, pero que h a y que acep tar con resig n ad a
s u m isió n .
H a s ta a h o ra no se nos e x ilia m ás oue el
s a rrifíc 'o de n u estra autonom ía de arción v de m o
vim ientos esp iritu ales: pero, conseguido eso. es p re
ciso a v a n za r aun m ás v hacer el sacrificio de nues
tra* habituales p rácticas, de n u e stra s Personales ini
ciativas. de n u e stra soledad v recogim iento, de la
preocunación del propio vo. H a s ta aau í se tra ta b a
sólo de a c a ta r con rendim iento v cum nlir las leves y
prescripciones aue repulan u n a co lectividad; pero
a h o ra se tra ta y a de la convivencia efectiva con los
dem ás h o m b re s: h a s ta anuí se tra ta b a sólo de asi
m ilar el contenido espiritual de la L itu rg ia : ah o ra el
problem a se complica m ucho m ás. pues impone v i
v ir la vid* de los dem ás m iem bros m ísticos del C uer
po de C risto v vivirla como si fuese la propia vida,
uniendo sus preces v oraciones a las n u estras, v sin
tiendo sus necesidades como si fuesen realm ente las
propias.
— . io r —
E l nosotros, que antes u tilizábam os, era la ex p re
sión de una realidad o b je tiv a ; pero ah o ra y a esta p a
labra se enriquece de contenido e indica que el que la
pronuncia extien de a los dem ás el sentim iento de su
propia v id a ; in serta y en gran a a los dem ás en el
concepto de su propia individualidad. A n tes, la di
ficu ltad estribaba en so fren a r el o rg u llo, la rebeldía
personal, con sus apetencias de soberanía y dom inio;
en rendir ese m ezquino e in fértil sentim iento de su
personalidad, que se sublevaba insurgente, ante la
consideración de tener que aceptar com o cam po pro
pio de su actividad ese com plejo y dilatado mundo,
en el que rigen los fin es espirituales de los dem ás
hom bres; ah ora lo que se nos preceptúa e im pone es
el vencim iento de nuestro o rg u llo , y de la natu ral re
pu gnancia a ab rir nuestro corazón a o tras vidas e x
tra ñ as y p erso n ales; el sobreponerse a la violencia
que cuesta descu brir la propia intim idad ; a ese ins
tin tivo h o rro r de fran qu earse, de ab a tir ese aristo-
cratism o o espíritu de selección individualista, que
sólo se siente a su placer con aquellos que el gu sto o
el capricho escogen. L o que la L itu r g ia nos e x ig e , en
u n a palabra, al lle g a r a estas altu ras, es la abnegada
renuncia de nosotros m ism os; un constante sa lir de
sí m ismo p a ra com penetrarse con la colectivid ad : un
generoso y com prensivo am or de caridad siem pre
dispuesto a la entrega y al sa crificio , en la participa
ción com u nicativa de la vid a con sus sem ejantes.
Sin em bargo, h a y que d e ja r bien sentado que
esta total sum isión y s a crific io del yo que con tanta
urgencia preconiza la L itu rg ia , se posibilita g ran d e
mente, m erced a una peculiaridad inherente a la vida
colectiva, que constituye, en cierto modo, el contraste
y el complem ento de las propiedades anteriorm ente
expuestas.
H em os señalado lo tem peram ental, lo in d ivi
duante, cuando tratábam o s de enunciar los obstácu
los que tenía que su perar la L itu rg ia . E n fra n c a an
títesis con esc sentido de lo personalista, tropezam os
•con lo que pudiéram os denom inar el sentido de lo so
cial, que está ordenado prim ordialm ente a la v id a de
la colectividad, p a ra cu yo m edio de expresión como
su jeto es tan espontáneo el nosotros, como p a ra el p ri
m ero lo es el yo. E s te sentido de lo social, espiritual
mente hablando, requiere por fu e rz a in stin tiv a la
convivencia con otros individuos de idénticas dispo
siciones o tendencias, y entonces esa tendencia a la
colectividad será de una fu e rz a decisiva a ien a a la
L itu r g ia . B a sta rá sólo reco rdar los m étodos de v id a
espiritual y la v id a en com unidad de determ inadas
sectas. A q u í desaparecen todas las b a rre ras y defe
rencias que separan a los ind ividu os, h a sta tal e x
trem o, que no sólo se borran todos los trazo s v d is
tin tivo s de su personalidad interior, sino tam bién de
su m ism a com postura extern a. E s to es caer, induda
blemente, en un ex trem o a b u siv o ; pero ello dem ues
tra la dirección im presa al anhelo o tendencia de vida
colectiva, que anim a a esos individuos que así proce
den. A s í es ló gico que se vean d efraud ado s ante la
reserva aparentem ente glacial que se aco n seja e im
pone p a ra la posibilidad y e fic acia de la vid a colec
tiv a ; y es que la v id a litú rg ica, por m u y p erfecta y
sincera que ella sea, está m u y lejo s de e x ig ir el total
abandono de l«a personalidad.
D o s corrientes poderosas aparecen perfectam ente
determ inadas en la T .iturjria: una que im pulsa al
alma hacia la vida colectiva, y o tra que se opone a
la prim era v la co n trarresta , a fin de aue no se tra s
pasen los iu stos lím ites, v a que el ind ividu o es. sin
du da altruna. un m iem bro del com plejo colectivo,
pero es a le o m ás nue nn sim óle m iem bro que desapa
rece dentro de es? todo. C iertam ente está subordi
nado a el. ñero de fal fo rm a míe su personalidad se
conserva in farta, independiente, com o es en sí m ism a,
?íp m erm as ni transm utaciones. E s to se deduce con
toda evidencia, porque la unión de los m iem bros en
tre si no se rea liza por el com ercio de los individuos,
•oro par la nn«dad d* dirección espiritual y por la
aspiración a un m iím n fin com ú n: todos encuentran
su reposo en el m ism o obieto anetecido. es decir, en
un m ismo D ios, en un m ism o ideal de fe . de sa c r ifi
cios v de sacram entos. R a ro s serán los casos en la L i
tu rg ia . en one uno de los m iem bros de la colectividad
se d iriia directam ente a otro, po r m edio de la pa
labra. de señales o acciones ( t ) ; v en los casos ex-
cencíonales en que esto o cu rra es de n o tar la se ve ri
dad. la m esura. In dignidad con aue se eiecu ta. la -
m ás se da el caso de oue un ind ividu o se encuentre
en contacto o relación inm ediata con sus ad láteres:
sahe au e es de su incum bencia constante alim entar
(i) F.s rnnv d k tín ln , n¡>lnr alm ente. f l ord en de relacionas de lo#
fíele* e n tre <í v e1 d»' Ins m im s’ros ?<rírau}rni. nue* sabido es, que
cnlre éstos et tr a to d irecto es cosa ritu a l y obligada.
el sentim iento de lo que allí le m antiene unido a los
dem ás, es decir, de la presencia de D ios. E s to puede
a p reciarse perfectam ente en el Osculum pads, por
ejem plo; el beso de paz. cuando se ejecu ta segú n las
norm as del ritual, es. a la v e z que una m an ifestación
d e unión fra te rn a , un m odelo de com postura, de dis
tinción y de dignidad en las relaciones de la v id a co
lectiva.
T o d o lo dicho es de g ra n trascendencia, y no es
m enester in sistir en los desastrosos resultados que
a carrea ría n al espíritu colectivo el abuso, el descuido
o la tra n sg resió n en esta m ateria. L a histo ria de las
sectas nos o fre ce copiosos ejem plos de ello; y esa es
la razó n po r la cual la L itu r g ia levanta, por decirlo
así, esa serie de b a rre ra s entre los ind ividu os: pro
cu ra m oderar el espíritu de com unidad y v ig ila cau
telosa y constantem ente pa ra que se guarden con re
ligioso rig o r esas convenientes distancias m u tu as; y,
no obstante toda )a fu e rz a de la vid a colectiva, no
d eg en era rá ja m á s ésta en im posición sobre la v id a
in terior del que está al lado, ni tra ta rá de in flu ir en
su oración, ni en sus acciones, ni de que prevalezcan
violentam ente sus m étodos, sus prácticas, su sensi
bilidad o sn albedrío.
L a perfecta com unidad de la L itu r g ia consiste
en la participación del m ism o espíritu, de las m ism as
palabras v pensam ientos; en que los corazones y
los o ío s sigan concordes la m ism a tra yecto ria hacia
idéntico fin ; en la unión e fe c tiv a de todos los m iem
bros en la m ism a f e ; en el o frecim ien to uno y m úl
tiple de los m ism os s a crific io s y h o locau stos; en la
com unión del m ism o P a n divino, y en que todos, en
fin , se m uevan y respiren al unisono dentro de la
m ism a atm ó sfera de esa soberana y gran d io sa uni
dad, que es D io s, D ueño y Señ or de cuerpos y al
mas. P e ro en sus relaciones recíprocas, los individuos
que componen la com unidad, en cuanto seres indi
viduales y autónom os, no invaden ja m ás sino m ás
bien respetan sus respectivos dom inios interiores.
L a m ayo r g a ra n tía p a ra la p ersistencia y duración
de la com unidad litú rg ic a estriba, cabalm ente, en esta
sabia conducta de co nservar la m u tu a distancia, sin
la cual no se ría por m ucho tiempo soportable ni po
sible. E s a m ism a distancia y m utuo respeto preservan
a la L itu rg ia de la trivialid a d y o rdin ariez espiritua
les, im pidiendo de ese modo que el alm a pueda sentir
la penosa im presión de enco ntrarse com o en fo rzo sa
e in g ra ta convivencia con o tras alm as, o de ser a-
m enazado el espíritu de su m undo interior. A s í, pues,
p o r una p arte h a b rá que im poner a nuestra actitud
ind ividu alista el sa crific io de sí m ism a en ben eficio
de la v id a co lectiv a ; y po r o tra, se e x ig ir á de nuestra
condición social que, según las norm as de la vida co
lectiva. g u a rd e rigu rosam ente la m edida, la discrec-
ción. el tono y la com postura, sin las cuales no h a y
educación ni distinción posibles. E l hom bre, en cuan
to individual, tendrá que resig n arse a v iv ir en tre los
dem ás hom bres, reconociendo que sus derechos no
son ni superiores ni diferen tes a los de los dem ás; y
en cuanto social, tendrá que ap render a cond ucirse
con la corrección, severa y d ign a en las form a s, que
es de rig o r en la C o rte de la M a je sta d D iv in a .
C A P I T U L O III
L a litu rg ia com o ju eg o
L a se v e ra m a je sta d d e la litu rg ia
D e la p rim a d a d e l L ogos so b re
el E tb o s
" p x i s t e en la L itu rg ia un aspecto de tal índole que,
— 1B 1 —
N o cabe n e g a r que existe u n co n tra ste evidente
e ntre la oficina del empleado, el taller del obrero,
las grandes fáb rica s, y los poderosos centros de
la ind u stria y de la técnica m o d ern as; en tre el esce
na rio ensordecedor y tum ultuoso de la v ida política y
social, de u n a p arte, y los recintos sag rad o s d estin a
dos al solem ne culto y adoración de Dios, por otra.
E s evidente que h ay lina an títesis violenta en tre el
bru tal y m ecánico realism o de n u estro s días, que
se in filtra en todos los órdenes de la vida con el em
puje de su sensualidad o el poder p e rfo ra n te de sus
arista s, y el m undo de ideas encerrado en la L itu rg ia
con toda su m ajestuosa graved ad y lim pidez y con la
arm onía v selección de sus fo rm a s .
D e ahí proviene que lo que la L itu rg ia nos ofrece
no pueda tra s fo rm a rs e inm ediatam ente en acción viva.
P o r eso tenem os que siem pre serán necesarias las dis
tin ta s fo rm a s de oración, nacidas de un contacto m ás
inm ediato con la vida y las realidades actuales, como
son las oraciones populares — p or ejem plo — en las
cuales la Iglesia responde p o r reacción inm ediata a
las perentorias necesidades del m omento, y por m edio
de las cuales se apodera directam ente del alm a con-
tem noránea y la a rr a s tr a a conclusiones p rácticas y
eficientes ( i) . L a L itu rg ia en cambio se propone de
( i) De estas reflexiones, por consiguiente, al igual aue de oirás
innumerables que pudieran hacerse, se deduce la necesidad absoluta
de las formas extra-lilúreiras de la vida espiritual, como son el
santo Rosario, el Via-Crucis, los Ejercicios espirituales, la* diver
sas manifestaciones de piedad fonular, la meditación, etc. Nada, en
real'dad, m is funesto y equivocado one tratar de encuadrar toda la
vida espiritual dentro del marco especifico de la Liturgia; y nada m is
injusto y reprochable asimismo que la actitud de tolerar únicamente
modo p refe ren te c re a r la disposición c aracterística y
fundam ental p a ra la vida cristiana.
Su ideal consiste en conquistar al hom bre p a ra
situ a rle en el orden justo y en la relación esencial
con su Dios, p a ra que por m edio de la ad o ració n y del
hom enaje del culto trib u ta d o a Dios, por la fe y el
am or, por la penitencia y el sacrificio, a d q u iera la
rectitud interior, de suerte que en el m om ento que
ten g a que resolverse a o b rar o se presente el cum
plim iento de un deber, obre en co n form idad con ese
estado de espíritu, es decir, con rectitud y justicia.
A h o ra que el problem a va m ucho m ás allá. ¿ E n
qué relación e stá la L itu rg ia con el orden m o ra l? ¿ E n
qué relación están, dentro de ella, la voluntad respecto
del conocim iento, y el valor Verdad respecto del valor
B ien t
S intetizando los térm inos de! problem a, podríam os
plantearlo en e sta fo rm a : ¿Q ué relación existe, d entro
de la L itu rg ia , entre el Logos y el E thos? P e rm íta
senos, p a ra fo rm u la r una resp u esta concluyente, re
m o n ta r un poco el curso de la tradición.
D esde luego puede a firm a rse que la idea prepon»
d e ra n te que la E dad M edia tenía respecto al orden de
----- ---- — ; ?!r --
estas otras formas de vida espiritual, sólo porque el pueblo necesita
de ellas, y querer en cambio presentarnos como objeto primordial y
exclusivo del alma que aspira a la perfección cristiana, el que aprenda
a v ivir y desenvolverse sólo dentro de los límites de la Liturgia.
N o : lo que hay que repetir es que ambas manifestaciones de la
vida de piedad son necesarias; que la una complementa a la obra.
Reconozcamos, sin embargo, la superioridad de! rango y exeelencia de
la Liturgia, ya que ella es la forma de orar propia de la Iglesia
Vid . la Introducción de la obra E l Via-Crucis de nuestro Señor y
Salvador. Guardini, Mainz, 1921-
prioridad entre estos dos valores básicos fue, al me
nos teóricam ente, la de la suprem acía del pensamiento
sobre la acción, la del ran g o su p erio r del Logos sobre
el Ethos. A sí se desprende de la solución dad a a una
serie de problem as, largam ente debatidos, de u niver
sal interés ( i ) ; de la preferen cia concedida a la vida
contem plativa sobre la vida activ a (2 ); y de la a sp ira
ción general del alm a en la E d a d M edia, resuelta
m ente o rientada hacia el m ás allá, hacia la allendi-
dad.
L a época m oderna tra jo consigo u n a p ro fu n d a
tra sfo rm ac ió n de la vida. Se rela ja ro n todas las g r a n
des instituciones, la cofradía, el m unicipio, el impe
rio. E l poder eclesiástico se vió am enazado en su so
be ra n ía ultram u n d an a, lo m ism o que en la tem poral,
que por larg o tiem po fue privilegio suyo. E l indivi
dualism o av a n za y se recrudece en todos los órdenes
de la vida y con ello su rg e el criticism o científico, que
se p olariza m ás enconadam ente en la crítica del co
nocim iento.
T odas las teorías precedentes relativ as a la n a tu
raleza del conocer, que e ra n de c a rá c te r constructivo