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Reflexión sobre memoria histórica

Mauricio García Echeverri

Se dice que a mediados del siglo XIX, en distintas partes de París, bandoleros
salieron a disparar contra los relojes de la ciudad. No eran ni mucho menos personas
que iban en contra del estilo arquitectónico o de los bienes públicos. Eran personas
descontentas con el momento histórico; y al disparar contra los relojes pretendían
simbólicamente detener el tiempo de angustia en el que vivían.

Sin embargo, hemos olvidado nuestra capacidad de disparar. Mientras unos


andamos afanados al escuchar una notificación en nuestro celular, otros andamos
preocupados por las angustias económicas o materiales de nuestra vida privada y
familiar, o incluso, mientras somos distraídos por la publicidad de la moda que nos
lleva a pensar cómo debería ser o dónde debería ubicarse el próximo logo de nuestra
ropa, hemos olvidado la solidaridad y nos hemos despreocupado por la vida humana
de quienes nos rodean. Podemos decir que nuestra “capacidad para olvidar es un
requisito de la higiene mental y física; pero es también la facultad mental que
sostiene la sumisión y la renunciación. Olvidar es también perdonar lo que no debe
ser perdonado si la justicia y la libertad han de prevalecer”1

Si bien nos reunimos en un primer momento para conmemorar los hechos


históricos del 20 de julio y el 7 de agosto, llamamos la atención en este acto sobre
formas recientes del camino de la libertad. Tal vez es el Acuerdo pactado con la
guerrilla de las FARC uno de los hechos más significativos en la historia de Colombia
de este corto siglo XXI. Con él se pretende dar fin a una época de la violencia cuyas
causas y efectos todavía no nos hemos sentado a pensar como sociedad. Pues a
diferencia de otros países en donde existen leyes surgidas de largos procesos

1 Marcuse, H. Eros y Civilización.


judiciales que ponen fin, por ejemplo, a una dictadura, en Colombia no hemos
creado aún tribunales que juzguen a la totalidad de las partes involucradas en la
violencia. Todavía los culpables de los hechos más lamentables sobre la vida humana
de compatriotas desconocidos pasan desapercibidos. Sectores oficiales y armados
ilegalmente, se han valido del discurso y de ocultar lo que han hecho, temerosos de
la consciencia del pueblo.

Debemos admitir desde este espacio, que la violencia ha sido en general una
constante en partes alejadas de la ciudad. Es cierto que la fuerza del narcotráfico y
de las bandas surgidas en los últimos años fruto de malos procesos con actores
armados han invadido territorios urbanos; sin embargo, las más vergonzosas
masacres, atentados, violaciones físicas y destrucción de casas y familias se han dado
en los pueblos; en nuestro caso, Antioquia, la situación no es menos vergonzosa. De
acuerdo a estudios hechos por observatorios formados por el Estado y por
universidades de varias partes del país, Antioquia cuenta con más de 700 masacres,
alrededor de 5.000 muertes; una tasa desproporcionada de migración urbana y rural,
como también la destrucción y los daños en las vidas de miles de personas que han
vivido en situaciones de extremo peligro.

A pesar de estar nuestra vida atravesada por la política, la memoria que


queremos reivindicar no requiere necesariamente de un compromiso con
determinadas ideas partidistas, como si las nuestras fueran las únicas ideas válidas.
Sin embargo debemos admitir también que el silencio y el olvido se han convertido
en este país en una forma de acción política que ha terminado validando las acciones
violentas frente a inocentes que sólo intentan vivir en paz y construir una existencia
armoniosa con su mundo. Desde nuestro contexto, el académico, es decir, el de una
formación de la consciencia libre e individual, debemos entender nuestro pasado;
detener de nuevo el tiempo, pero ahora de manera consciente, y volver a construir
relojes que en algún momento volverán a ser destruidos; formar nuevas relaciones
sociales en las que podamos sentirnos satisfechos. Por ello, “No aquellos que
mueren, sino aquellos que mueren antes de lo que deben y quieren morir, aquellos
que mueren en agonía y dolor, son la gran acusación”2 ante un sistema injusto.

Estas palabras se dicen en memoria de nuestros ciudadanos colombianos que han


sufrido la vergüenza de nuestro pasado. Pero son también en nombre de las mujeres
que han sufrido de la violencia física y psicológica; de los jóvenes que no tienen
futuro; de nuestros padres, familias, amigos que se han esforzado por nosotros y por
nuestro futuro. Son también en nombre de la reconciliación y de un país en paz del
cual sentirnos orgullosos. A todos aquellos que no nos han permitido una vida digna
les decimos ¡Basta ya!, que sólo queremos vivir.

2 Ibid.

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