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A SÍSIFO POR CAMUS

Víctor Arteaga Villa

“Los dioses habían condenado a Sísifo a subir sin cesar una roca hasta la
cima de una montaña desde donde la piedra volvía a caer por su propio peso.
Habían pensado con algún fundamento que no hay castigo más terrible que el
trabajo inútil y sin esperanza… El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta
para llenar un corazón de hombre. Hay que imaginarse a Sísifo dichoso”.

Si es preciso hacerlo, decidirse por un humanista, de entrada mi opción es por


Albert Camus. Y, de igual modo, si a la cabecera hay que tener un santo de devoción,
el mío es Sísifo. ¡Santo Sísifo: que la tragicidad del peso de la roca al subir quede
compensada por la comicidad de la levedad de la roca al bajar!

Camus. Resentido de patria: francés de origen argelino, argelino de


nacionalidad francesa. Camus. Desprovisto de casta: descendiente de un alsaciano
movilizado, de sacrificio temprano en el campo de batalla del Marne, y de una
andaluza analfabeta, destinataria de las 144 páginas encontradas en su cartera, junto
con La gaya ciencia, de Nietzsche, y una edición escolar de Otelo, de Shakespeare,
al momento de su fallecimiento accidental, publicadas 34 años después bajo el título
de El primer hombre: “A ti, que nunca podrás leer este libro”. Camus. Tuberculoso
antes de la veintena, que no quería morir; con ansias de chuparse la vida hasta el
tuétano, pero contagiado por Kierkegaard, en el discipulado de Kirilov: temeroso y
trémulo, enfermo mortal de existencialismo; heterodoxo en sus posturas políticas;
polemista sereno con el paquidérmico e inefable Sartre; acuñador de una serie
amplia de situaciones neológicas, como lo acaba de inventariar Jean-Yves Guérin en
su Diccionario del autor.

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Camus. Artesano del impasible Mersault (El extranjero), padre de la
generación del escepticismo y la indiferencia, el de la vida mediocre, los gestos
cotidianos y las sensaciones elementales, cuya causa homicida es el calor;
sentenciado a la pena capital por haber velado y sepultado a la madre con corazón
de criminal. Hacedor del desconcertante Tarrou (La peste), sumo sacerdote de la
santidad secular del incrédulo. Creador del atormentado Clamence (La caída), el
juez - penitente de la imposible justicia, abrumado ante el hurtado panel de Van
Eyck, Los jueces íntegros, del retablo El cordero místico. Redentor, por el influjo de
Simone Weil y la vía de la esperanza dichosa, del desgraciado Sísifo, condenado al
trabajo inútil de la fatiga diaria, quien, ante el suicidio, prefiere la vida, porque su
vida, no obstante carecer de sentido, aún es valiosa. Sísifo. Santo Sísifo: “Toda su
alegría silenciosa consiste en eso. Su destino le pertenece. Su roca es su cosa…
Cuando contempla su tormento, hace callar a todos los ídolos… No hay sol sin
sombra y es necesario conocer la noche… Su esfuerzo no terminará nunca. Si hay
un destino personal, no hay un destino superior…, pero sabe que es dueño de sus
días”.

Camus. Nacido el 7 de noviembre de 1913, en Mondovi, muerto el 4 de enero


de 1960, de camino a París, en la carretera de Yonne-Villeblevin. Obsequiado con el
Nobel de literatura, en 1957, “por su importante obra literaria que ilumina con
penetrante rigor los problemas que en nuestros días se plantea la conciencia de los
hombres”.

En el quincuagésimo aniversario de su desaparición, soslayando la


compulsión mediática de le petit Sarkozy, con la propuesta del traslado de sus restos
del cementerio de Lourmarin al Panteón de París, Camus sigue siendo el portavoz
del hombre ultrajado y de su condición injustificada e incomprensible, pregonando
una ética de la autenticidad y una estética de la libertad, que son rebelión de la
dignidad en defensa de los intereses de la humanidad.

Sí. La obra de Camus es una propuesta ético-estética de resistencia ante la


injusticia suprema del mundo. Sus personajes, que no son héroes resurreccionales

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metahistóricos, Cristos, sino mártires restauradores históricos, Prometeos,
enfermos de absurdidad, no son más que la síntesis ético-estética del levantamiento,
cuyo nombre es el silencio, nunca la resignación, contra el absurdo, de difícil
deslinde con el mal, en la brillante inteligencia que Camus hizo de la teodicea de
Plotino y la teología de Agustín, asuntos de su nunca realizada tesis de habilitación
filosófica. “Los mártires, amigo mío, deben elegir entre ser olvidados, ridiculizados
o utilizados. Comprendidos - tarea de los héroes- nunca”, monologa Clamence.

Camus. La vida humana, danza que desafía el abismo, que se afirma y se


potencia ante la fatalidad, la tragedia, el fracaso, la angustia, la muerte, mal absoluto,
absurdo total, irremediable límite situacional. Camus. Una apuesta por el hombre:
el hombre, no por el hombre, sino a pesar del hombre. “El doctor Rieux decidió
redactar la narración que aquí se termina por no ser de los que se callan, para
testimoniar a favor de los apestados, para dejar por lo menos un recuerdo de la
injusticia y de la violencia que les había sido hecha y para decir simplemente algo
que se aprende en medio de las plagas: que hay en los hombres más cosas dignas
de admiración que de desprecio” (La peste).

Peregrino solitario bajo el pesado cielo del sinsentido y sobre el leve sendero
de la fugacidad valiosa, como Sísifo, Camus, a 50 años de su muerte, necesario para
seguir creyendo en el hombre; cálido, persuasivo, desasosegado y sincero para que
sea su Sísifo, prendido a su roca, al tiempo que desprendido de ella, quien nos
mantenga, entre el llanto y la risa, en la vida, quien nos sostenga, entre la tragedia y
la comedia, en nuestras elecciones y convicciones, aunque repulsivas a los otros.

A Sísifo por Camus: ir y venir, subir y bajar, ascender y descender, tejer y


destejer, Penélope que espera, no con los que hacen la historia, héroes, sino con
quienes la sufren, mártires.

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