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Echemos otro vistazo a la última frase en este pasaje: “Es así la voluntad
del Padre que está en los cielos, que ninguno de estos pequeñitos muera”.
¿Fueron estas las propias palabras del Señor Jesús, o las de Su Padre en
el cielo? Superficialmente, parece que es el Señor Jesús el que habla, pero
Su voluntad representa la de Dios mismo, y por eso dijo: “Es así la voluntad
del Padre que está en los cielos, que ninguno de estos pequeñitos muera”.
Las personas de aquella época solo reconocían como Dios al Padre del
cielo, y esta persona que veían ante sus ojos solo era un enviado suyo, y
no podía representarlo. Por esta razón, el Señor Jesús también tuvo que
decir esto, de forma que pudiesen sentir realmente la voluntad de Dios
para la humanidad, así como la autenticidad y la precisión de lo que Él
afirmaba. Aunque esto era algo sencillo de decir, era muy bondadoso y
revelaba la humildad y lo secreto del Señor Jesús. Independientemente de
que Dios se hiciera carne u obraba en la esfera espiritual, conocía muy
bien el corazón humano, y entendía perfectamente lo que las personas
necesitaban; sabía lo que las preocupaba y lo que las confundía, por lo
que añadió esta frase, que resaltaba un problema oculto en la humanidad:
las personas eran escépticas con lo que el Hijo del Hombre decía. Por eso,
cuando el Señor Jesús estaba hablando tuvo que añadir: “Es así la
voluntad del Padre que está en los cielos, que ninguno de estos pequeñitos
muera”. Sus palabras solo podían llevar fruto sobre esta premisa, para que
las personas creyeran su rigurosidad y mejorara su credibilidad. Esto
muestra que cuando Dios se volvió un Hijo del Hombre normal, Él y la
humanidad tuvieron una relación muy complicada, y Su situación era muy
embarazosa. También muestra cuán insignificante era el estatus del Señor
Jesús entre los humanos en esa época. Cuando dijo esto, en realidad
estaba diciendo a las personas: podéis descansar tranquilos, esto no
representa lo que hay en Mi corazón, sino que es la voluntad del Dios que
está en vuestros corazones. ¿No era algo irónico para la humanidad?
Aunque obrando en la carne, Dios tenía muchas ventajas con las que no
contaba en Su persona, tuvo que aguantar sus dudas y su rechazo así
como su insensibilidad y dureza. Podría decirse que el proceso de la obra
del Hijo del Hombre fue el de experimentar el rechazo de la humanidad, y
el de estar compitiendo contra Él. Más que eso, fue el proceso de trabajar
para ganar continuamente la confianza de la humanidad y conquistarla a
través de lo que Él tiene y es, de Su propia esencia. No fue tanto que Dios
encarnado estuviera librando una guerra sobre el terreno contra Satanás,
sino que se convirtió en un hombre corriente e inició una lucha con los que
le siguen. En ella, el Hijo del Hombre completó Su obra con Su humildad,
con lo que Él tiene y es, con Su amor y sabiduría. Consiguió a las personas
que quería, obtuvo la identidad y el estatus que merecía, y volvió a Su
trono.