Si en cualquier aeropuerto del mundo me obligan a quitarme el cinturón con el riesgo de
que se me caigan los pantalones; si además tengo que pasar descalzo por el escáner como si entrara en una mezquita; si el altavoz repite continuamente que vigile mi equipaje de mano para que nadie coloque en él una bomba; si cada vez que se sienta a mi lado en el avión un individuo con rasgos árabes pienso que voy a saltar por los aires, debo deducir que esta paranoia es parte sustancial de la victoria de Bin Laden. Uno soporta esta humillación en beneficio de la propia seguridad y la de todos. Hasta aquí nada que objetar, salvo que estas normas extraen de nuestra pobre alma lo que en ella hay de oveja churra o merina. Pero en esta guerra existe otra degradación más alarmante. En la civilización occidental los derechos humanos han sido arduamente conquistados a lo largo de la historia. El Habeas Corpus del imperio romano, la Carta Magna que el rey Juan sin Tierra otorgó a los nobles ingleses en el siglo XIII, la Declaración de Independencia y la Constitución Norteamericana, la Revolución Francesa han sido hitos de un duro camino lleno de sangre hacia la justicia y la libertad. Como meta de esta conquista del espíritu, en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas se proclama que nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos y degradantes. Más que en los misiles, la fortaleza de nuestra civilización se funda en esta lucha idealista por la dignidad. Si el terror de unos islamistas fanáticos nos impulsa a meter en jaulas en Guantánamo a prisioneros como si fueran animales, si en la prisión de Abu Ghraib, en Irak, los soldados norteamericanos usan perros para vejar sexualmente a presos desnudos, si un Gobierno español acepta que hagan escala en nuestro territorio aviones cargados de prisioneros que serán torturados, está claro que Bin Laden está ganando la partida, puesto que nos obliga a abdicar de la raíz histórica que nos había hecho indestructibles. El Habeas Corpus, la Carta Magna, la Constitución Norteamericana, la Revolución Francesa es hoy papel de váter. Uno se quita ese cinturón y se le caen los pantalones.
Comentario crítico:
Este texto de Manuel Vicent, “Degradante”, es una columna en la que se manifiesta
libremente el pensamiento del autor y los temas que se tratan, como en toda columna, pueden ser de diferente índole. El texto trata sobre el pánico que hay en los aeropuertos ante un posible atentado desde el organizado por Bin Laden y la renuncia de nuestros derechos, que tras años de lucha, hemos conseguido por sentirnos más seguros. Pero, ¿cómo se siente una persona en un aeropuerto y aún más importante, como puede llegar a sentirse una persona de rasgos árabes en un aeropuerto? El texto nombra algunas de las acciones que se realizan en el aeropuerto: quitarte el cinturón, los zapatos, registrar el equipaje… Todo esto, fruto de nuestro consentimiento para sentirnos más seguros. Yo recuerdo el paso por el aeropuerto como algo indignante: permitimos que nos miren como culpables, sientes miedo de tener algo aun sabiendo que no llevas nada, desconfías de dejar la maleta en cualquier lugar, etc. Y volviendo al texto, cuando habla del temor de morir al ver a un árabe en el avión, puedo decir que aunque no seas racista, sientes cierto reparo. Pero lo peor es que ellos sienten un gran rechazo incomparable con nuestro miedo. La columna también hace referencia a la victoria de Bin Laden. Desde luego, si su objetivo era la guerra, no lo sé; pero si su objetivo era crear pánico social, lo ha conseguido. El mundo entero está a sus pies, todos los países han invertido dinero para no ser víctimas de otro atentado terrorista. Ha conseguido desprecio, pero también ha producido cierto desmoronamiento en la base de la sociedad Occidental, los derechos humanos. Aquí viene la parte más importante, la abdicación de la raíz histórica: el Habeas Corpus, la Carta Magna, la Revolución Francesa y como meta, la Declaración Universal de los Derechos Humanos; todo por nuestra seguridad, tal y como se dice en el texto. Pero no sé si esta toma de medidas es consecuencia de la protección al pueblo o de la imposición de la superioridad del mundo occidental a los países en vía de desarrollo. Porque es cierto que medidas hay que tomar, pero ¿es necesario, como dice la columna, apresar a diestro y siniestro, abusar de las personas, hacinarlas en prisiones e infinidad de acciones insólitas como estas? Creo que los ciudadanos hemos renunciado a nuestros pilares indestructibles, los derechos, para sentirnos violentados aunque seguros, pero parece que los Gobiernos han aprovechado la ocasión para vengarse y dar a entender que somos intocables.