Está en la página 1de 3

Hablemos de valores

Génesis 3:1-7

Lo que hundió al Titanic, en 1912, según expertos y que cobró la vida de unas mil
quinientas personas en el océano Atlántico, fueron seis pequeñas grietas de poco más de
un metro cuadrado de área total. Así que no fue gran cosa en comparación al tamaño de
la nave. Había tanta confianza en la ingeniería de su tiempo que decían: “ni Dios podrá
hundirlo”. Y sucedió lo menos esperado. Ya sabemos la historia.

Este hecho nos ilustra, si pensamos que también para la caída y destrucción de Adán y
Eva en el huerto no se necesitó más que unas cuantas grietas en el corazón para que
todo el barco de la creación se hundiera. La serpiente fue astuta y supo dónde y cómo
atacar. Siempre está pensando en destruir todo aquello que le rinda gloria a Dios.

El hombre moderno continúa construyendo naves, confiando en su propia ingeniería (tal


como se presenta en la torre de Babel). Quiere alcanzar la cúspide; sus palabras
favoritas: éxito, logro, competencia. En los últimos años se ha tomado del aspecto ético
para promover su construcción. Habla de valores, lo promueve en las diferentes
instituciones y afirma tener bases inconmovibles para el desarrollo de la sociedad
contemporánea. La iglesia no se queda atrás, también ha puesto bandera para proclamar
los valores del reino.

La pregunta es: ¿hemos entendido el significado de estos valores? ¿los ubicamos en el


lugar adecuado desde una perspectiva bíblica reformada? ¿Qué implicaciones hay
cuando nos acomodamos a la visión humanista? Es importante saber dónde navegamos
y no permitir grietas, por más insignificantes que sean, que hundan nuestra
cosmovisión.

Hay tres características importantes que nos ayudarán a entender correctamente el


significado de los valores.

En primer lugar, los valores no son superficiales

Esto quiere decir que todo valor tiene un fundamento que, si no está ligada a la Palabra
de Dios como dirección, es la misma opinión humana que más adelante conducirá al
desastre. Recordemos que la oferta de la serpiente en el huerto fue: “No moriréis; sino
que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como
Dios, sabiendo el bien y el mal” (Gn 3:4-5). En otras palabras, la tentación dice que una
vez que el hombre alcance la sabiduría no tendrá necesidad de revelación, la guía sería
él mismo.

Basta con visitar una librería para darnos cuenta del intento humano de buscar dirección
desde su propia prudencia: los siete hábitos de la gente altamente efectiva, el poder del
ahora, usted puede sanar su vida, inteligencia emocional, la ciencia de hacerse rico y
muchos más en la lista. Le agregamos los programas televisivos, las redes sociales, el
periódico y los anuncios en las calles o instituciones, etc. No todo es de desechar si
entendemos que toda verdad es verdad de Dios, sin embargo, el camino es peligroso
cuando nuestra cosmovisión es frágil y aún más cuando sabemos que el ser humano
busca incansablemente una dirección que guíe su camino y que reemplace la voz de
Dios.

Un asunto que también es importante resaltar es la respuesta de Eva a la serpiente en Gn


3:3 “…pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de
él, ni le tocaréis, para que no muráis”. Suena bien, pero en realidad no vemos en la
Biblia que Dios haya dicho “ni le tocaréis”. Nos damos cuenta que el humanismo
también ha tomado de la Escritura para hablar sobre valores morales y así ajustarlo a su
conveniencia de un modo superficial. Es imposible hablar de dirección sin revelación y
cuando el hombre lo hace construye su propia ruina.

En segundo lugar, los valores no son negociables

Con esto nos referimos a que no podemos cambiarlo a nuestro antojo. El relativismo
posmoderno se ha encargado de armar el dualismo “hechos/valores” donde los hechos,
que son comprobados científicamente, son absolutos y los valores, que son considerados
como aspectos ético-religiosos, cambian según el punto de vista particular.

Los valores son relativos en la actualidad. Si a mí me funciona está bien y tienes que ser
tolerante. No hay algo que determine lo que es bueno o malo. Como decía el escritor
español Ramón de Campoamor: “En este mundo traidor, nada es verdad ni mentira,
todo es según el color del cristal con que se mira”

La serpiente en el Edén se puso a negociar con Eva hasta que finalmente logró
convencerla. Es más, se pone a negociar con el Hijo de Dios en el desierto tentándole en
tres ocasiones y retando a la misma Palabra Encarnada. Sin embargo, a diferencia de
nuestros primeros padres en el jardín, el verdadero Adán no cae en la trampa, se
mantiene firme puesto que no sólo tiene las palabras de autoridad, sino que es la
Autoridad.

Cuánto bombardeo hay allá afuera: “El fin justifica los medios” se dice, “Con dinero
baila el perro”, “El que no tranza, no avanza” “¿Cómo nos arreglamos?” “No quiero que
me den, sino que me pongan donde hay”. Son ejemplos que demuestran a una sociedad
negociando los valores, usándolos a conveniencia. Y no se diga de las leyes en el país
que, más que derechos son manifestaciones del corazón caído y rebelde.

La Palabra de Dios es trascendental y va de generación en generación sin perder su


esencia, relevancia y autoridad, “la hierba se seca, la flor se marchita y se cae, pero la
palabra de nuestro Dios vivirá para siempre” Isaías 40:8 (PDT). Cuando el hombre no
tiene en cuenta a la autoridad absoluta Dios, el resultado es que “cada uno hará lo que le
parece bien ante sus ojos” (Jueces 21:25)
Los valores no son suficientes

Si fueran suficientes, Dios hubiese permitido que Adán y Eva tomaran del fruto y ya no
tendrían necesidad de la revelación de Dios. Pero no fue así, Dios no creó al hombre
para ser una buena persona, sino para que sea su imagen. Ser una buena persona,
respetuosa, gentil, pacífica, honrada, diligente, etc., no es lo que conducirá a la
salvación. Toda la lista de valores es una muestra del obrar del Espíritu en la vida del
cristiano, incluso del no cristiano (porque todo proviene de Dios). Sin embargo, sólo
hay un camino hacia la salvación: la fe en Jesucristo.

Recordemos la historia relatada en Marcos 10:17-24, donde uno se acerca a Jesús de


prisa e hincándose le pregunta: Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?
Jesús le responde: ¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno, sino solo uno, Dios.
Y entones Jesús comienza a enumerar los mandamientos: No adulteres, no mates, no
robes, no digas falso testimonio, no defraudes, honra a tus padres. El hombre había
llevado en obediencia todos estos valores desde su juventud y consideró que no era tan
difícil como parecía. Entonces Jesús le mira con amor y le dice: una cosa te falta: anda,
vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven,
sígueme, tomando tu cruz. La Escritura dice que el rico agachó la mirada y se fue triste.
¿Por qué? Él no quería un Salvador. Él quería un medio para salvarse a sí mismo: ¿Qué
haré para heredar la vida eterna? No podemos hacer absolutamente nada para
impresionar a Dios, “ningún hombre sabe qué tan malo es hasta que él intente ser
bueno” decía C. S. Lewis.

Los valores son importantes, pero es necesario tenerlo en el lugar adecuado y no caer en
la trampa del pensamiento moderno. El consejo de Pablo a Timoteo debe considerarse
con más seriedad en nuestro tiempo. En 1 de Timoteo 3:14-15, después de dar una lista
de requisitos para los obispos y diáconos, Pablo dice: Esto te escribo, aunque tengo la
esperanza de ir pronto a verte, para que si tardo, sepas cómo debes conducirte en la casa
de Dios, que es la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad.

La Iglesia de Cristo navega en impetuoso mar y no debe permitir grietas que


seguramente le llevarán al desastre, no mientras permita que el Hijo de Dios vaya en la
barca.

También podría gustarte