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La esquizofrenia de las guerras políticas y comerciales

ALBERTO ILLÁN OVIEDO


09/08/2018

La presidencia de Donald Trump está siendo marcada por una serie de conflictos
de carácter político y económico, no solo con sus enemigos tradicionales, sino
con países y bloques de países que hasta este momento se podían definir como
amigos. Es cierto que en política, y sobre todo en política internacional, no hay
amigos sino intereses comunes, y que con frecuencia la prensa tiende a presentar
estos conflictos con el sesgo de la ideología o de cierta inquina personal, ya sea
contra Trump o cualquier otra persona o régimen, justificada o
injustificadamente, pero no es menos cierto que estas disputas terminan
perjudicando a más personas de las que benefician (en una redistribución del
daño/beneficio totalmente asimétrica y arbitraria) y que suelen estar ligadas a
problemas entre países e instituciones públicas, algunas de ellas apoyadas por
intereses particulares con suficiente fuerza como para constituirse en lobbies.
Además, sus consecuencias suelen ser impredecibles y en casos extremos,
trágicas.

El penúltimo caso se ha originado entre la Unión Europea y los Estados Unidos a


cuenta del incumplimiento por parte de Irán del pacto nuclear firmado por los
persas con la anterior Administración estadounidense de Barack Obama, y que
ha provocado que la Administración Trump resucite las sanciones que anteriores
Gobiernos americanos habían impuesto a los persas y que pretenden aislar
económicamente a Irán.

Las sanciones[1] penalizan a las empresas del sector automotriz y a las que se
dedican al comercio de ciertos metales (preciosos, acero, aluminio), además de
prohibir al Gobierno iraní adquirir dólares estadounidenses y sancionar a quien
compre deuda iraní o facilite su emisión.

Estas y otras medidas, como no podía ser de otra manera, afectan a empresas
que tienen intereses comerciales en y con Irán, las cuales deben sopesar si cesan
su actividad o no, a cuenta de salvar actividades que tengan en Estados Unidos o
con empresas de dicho país, incluso en lugares donde estos tienen cierta mano
izquierda. Total, Siemens, PSA, Renault, Daimler, Scania, Volvo, entre otros, se
hayan en este brete. Las empresas con suficiente peso pueden invocar el poder
de sus Gobiernos para defenderse de tal situación, pues al fin y al cabo, pagan
impuestos para que las defiendan en casos como éste y eso parece haber
sucedido. ¿Pero lo hacen?

La UE ha abierto las puertas para que las empresas de los países de la Unión que
hagan negocio en Irán puedan reclamar compensaciones para reducir los daños
y perjuicios, ya que considera que estas sanciones son ilegítimas e ilegales y que
regulan de alguna manera la conducta de las empresas europeas. La UE, en un
mensaje muy diplomático, insta a las empresas a cumplir las sanciones, pero
establece un mecanismo para mitigar el impacto.

La denuncia de las empresas europeas podrá hacerse no solo contra los Estados
Unidos, sino contra las empresas estadounidenses o europeas que decidan
romper unilateralmente un contrato como consecuencia de las imposiciones de
Washington. En otra línea más interesada, la UE intenta asegurar la exportación
de gas y petróleo iraní, fundamental para la seguridad energética europea. La
Comisión Europea, antes de la decisión de Trump, había habilitado al Banco
Europeo de Inversiones para financiar actividades en el país asiático, si bien éste
asegura que no había empezado a tener actividades aún.

Una de las mentiras más repetidas y con más éxito desde la izquierda, e incluso
desde cierta parte de la derecha, es que la economía mundial está en manos del
capitalismo, que es salvaje, de políticas neoliberales y de ricos y poderosos. Lo
arriba descrito muestra y demuestra que, si hay algo que “domine” el mundo es
el intervencionismo económico y político, y que está presente en mayor o menor
medida en todos y cada uno de los países que forman el globo, desde los más
totalitarios, como Irán, hasta las democracias más libres, como los propios
Estados Unidos o los países que forman la UE.

A Irán no le tiembla el pulso a la hora de mantener un programa militar nuclear,


aunque eso implique que los iraníes no puedan participar libremente en el
comercio mundial y beneficiarse de él. El honor de ser temido parece ser un
incentivo mucho más poderoso para los ayatolás que unos iraníes más prósperos
y ricos.

A los Estados Unidos y Europa tampoco les importa usar la ley para imponer su
política y perjudicar a empresas y ciudadanos, romper relaciones comerciales y
perjudicar a terceros. Es muy cierto que los ayatolás son personajes oscuros, pero
las sanciones económicas nunca han sido eficientes medidas punitivas contra
estos países. Si esperan que las masas hambrientas se levanten para exigir más
libertad o para detener el programa nuclear, se equivocan. Por lo general (y la
Primavera Árabe es un buen ejemplo) y en caso de haber revueltas, suele ser más
frecuente el cambio de régimen por otro con un traje similar, cuando no mucho
más difícil de controlar, como sucede actualmente en Libia o Siria. Los cambios
hacia una mayor libertad suelen ser más lentos, ideológicos, institucionales y
ligados a cierta prosperidad económica, si es que han de ser, que tampoco es
seguro, aunque se cumplan estas condiciones. Estados Unidos ha caído en
muchas ocasiones en este error, sigue y seguirá cayendo.

La política de la UE de entrar en conflicto con Estados Unidos (y viceversa)


tampoco es la más adecuada para los intereses de los europeos. Que las empresas
invoquen el poder del Estado puede ser legítimo y hasta necesario, pero cada vez
que lo hacen pierden una pizca más de libertad y se vuelven más y más Estado-
dependientes. Además, teniendo en cuenta que la compensación vendría de los
impuestos de los europeos, observamos cómo el beneficio de unos (al menos la
no-pérdida de ingresos) es a costa de la pérdida de ingresos de otros, vía
impuestos.

Si una empresa quiere correr el riesgo de invertir en un país de ética discutible,


es libre de hacerlo, pero si pierde no tendría que ser el contribuyente de su país
o región de origen el perjudicado, ya que cuando gana, no lo reparte entre ellos.
En la UE se da una situación un tanto esquizofrénica. Resulta que una de las
políticas de la UE es la descarbonización de la economía, la reducción del uso de
combustibles fósiles, pero por lo visto, también lo es la importación de gas y
petróleo desde Irán. Igual de esquizofrénica sería la posición de las empresas que
posiblemente han apoyado e implementado políticas favorables a la integración
de la mujer en su organización o de defensa de los derechos de los homosexuales,
pero no les importa llegar a acuerdos con instituciones y empresas que, como las
iraníes, denigran a ambos colectivos. Y es que el intervencionismo de cualquier
tipo y sus guerras comerciales y no comerciales son bastantes esquizofrénicos.

[1] Se trata de una actualización de una legislación ya vigente desde 1996,


conocida como “estatuto de bloqueo”, que era una respuesta a posibles
sanciones extraterritoriales a Cuba, Irán y Libia. Bruselas había anunciado en mayo
que actualizaría dicho estatuto, coincidiendo con la retirada de Estados Unidos
del pacto nuclear.

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