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Un cierto paraíso

Anna Wiener desvela en un libro la crueldad helada del sistema tecnológico,


empresarial y social que rige en Silicon Valley

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Antonio Muñoz Molina
24 ENE 2020 - 12:30 CET

Vista de Silicon Valley, en el condado de Santa Clara (California). Getty images

Dice Simone Weil que hay un infierno habitado por personas que creen encontrarse en el
paraíso. En 2013, a los 25 años, Anna Wiener se mudó de Nueva York a San Francisco,
siguiendo la promesa de un trabajo en una compañía de Silicon Valley, una start-up
dedicada a la gestión de datos masivos. Wiener no tenía una formación científica ni
tecnológica, sino literaria. Después de licenciarse en la universidad había ocupado puestos
subalternos en el mundo editorial, en una época marcada todavía por la gran recesión de
2008. En la agencia literaria en la que trabajaba como asistente con un sueldo muy bajo el
ambiente era de desánimo. Todo, en el mundo de los libros, parecía ir deteriorándose:
menos lectores, menos librerías, la primacía insolente y destructiva de Amazon, el aire de
anacronismo de los volúmenes tangibles y las páginas impresas frente a la novedad
cegadora de todo lo digital.
Wiener se mantenía a flote en gran parte gracias a la ayuda de sus padres: pero al cabo de
un año perdería la cobertura del seguro médico familiar, y no tenía la menor perspectiva de
una mejora laboral que lo incluyera. Vivía en un piso compartido en las periferias de
Brooklyn. Pertenecía a una generación y a un grupo social no afligido por la pobreza, pero
privado de casi cualquier expectativa de estabilidad. Como tantas personas bien formadas y
de firme vocación de su edad, tenía que ganarse la vida yendo de un lado a otro en oficios
precarios, sometida a los chantajes y las incertidumbres que se ocultan tras el prestigioso
término “freelance”.
Mudarse a San Francisco para trabajar en una nueva empresa tecnológica era un cambio
inaudito. Silicon Valley era el reverso del mundo crepuscular de la edición. Wiener había
tenido su primer contrato todavía en Nueva York, en una start-up que le parecía atractiva
porque estaba desarrollando una plataforma de lectura de libros al estilo de Netflix o de
Spotify. En el mundo editorial las personas vestían con cierta formalidad y no comían
mientras trabajaban.

Wiener descubrió que los directivos y los empleados de las tecnológicas iban siempre en
zapatillas de deporte, vaqueros, camisetas con el logo de la compañía, sudaderas con
capucha, y que además se pasaban el día picoteando mientras trabajaban, con bolsas
abiertas de patatas o ganchitos junto a los portátiles, sorbiendo zumos o bebidas
energéticas. También descubrió que los promotores de la plataforma de lectura electrónica
no sabían nada de libros ni tenían interés en aprender nada, y tendían a escribir mal hasta
los nombres de escritores sumamente conocidos.

Pero fue al cambiar de empresa y viajar a San Francisco cuando de verdad descubrió que
estaba en otro mundo. No había publicado nada todavía, pero llevaba dentro de sí una
profunda vocación literaria, que se manifestaba sobre todo en su capacidad de observación,
en la mezcla de intensidad vital y de distancia crítica que le permitía ver las cosas a la vez
desde fuera y desde dentro. Se presentó para una entrevista de trabajo en una empresa casi
recién fundada y ya muy próspera cuyo dueño y director ejecutivo tenía menos de 25 años.
La empresa ocupaba un piso entero, enorme y despejado, con muros de ladrillo y suelos de
cemento bruñido. Todos los empleados, casi todos hombres, vestían como leñadores o
como granjeros, dice Weiner, siempre con las inevitables sudaderas con capucha. Todos
llevaban auriculares de gran tamaño de los que se filtraba una pulsación permanente de
música electrónica. Algunos se habían tatuado frases en sánscrito. Otros bebían
pensativamente cerveza artesanal, o mascaban tabaco. Casi todos se movían de un lado a
otro de la oficina en patinetes eléctricos de última generación.

El ejecutivo que le hizo la entrevista de trabajo estaba echado en un sofá y tenía el hábito
extraño y tal vez insalubre de palparse la espalda hundiendo mucho la mano por debajo del
cinturón. Wiener había imaginado que le preguntaría sobre sus estudios, sobre su
experiencia laboral. Pronto se dio cuenta de que en aquel mundo cualquier conocimiento
que no fuera tecnológico carecía de cualquier importancia. En esas compañías de aire
alternativo o bohemio que de la noche a la mañana podían venderse por cientos o miles de
millones de dólares, las preguntas que se hacían a los candidatos eran del todo absurdas,
aunque podían tener una resonancia como de enigmas zen: “¿Cómo explicarías Internet a
un campesino medieval?”, “¿Cuántos metros cuadrados de pizza se consumen al año en
Estados Unidos?”, “¿Cómo le hablarías de nuestro software a tu abuela?”, “¿Cuántas bolas
de pimpón caben en un avión?”.

Es muy probable que Anna Wiener llevara un diario durante sus primeros meses en Silicon
Valley. Ahora ha publicado un libro de recuerdos sobre aquellos tiempos, Uncanny Valley,
y la precisión de los detalles, la agudeza de las observaciones visuales y verbales, son tan
infalibles que a más de un lector le han llevado a mencionar a Joan Didion. Son la mirada y
la voz de una Didion joven de ahora las que nos cuentan un mundo en el que no parece
existir relación alguna entre la realidad y las ficciones embusteras y triunfales que se
construyen para esconderla, entre el brillo mercenario de las palabras y los presuntos
ideales y la crueldad helada de un sistema tecnológico, empresarial y social que genera por
un lado riqueza y poder ilimitados y por el otro explotación, espionaje masivo,
marginalidad y miseria.

San Francisco, la antigua capital de la contracultura y las luchas sociales, ahora es un


parque temático para turistas y un enclave de multimillonarios de la tecnología y del
comercio electrónico. A la sombra de los complejos residenciales de máximo lujo se
extienden los campamentos de chabolas y tiendas de campaña de los sin techo. Los
alquileres son tan altos que ingenieros y ejecutivos con sueldos magníficos se ven forzados
a compartir piso. Con sus patinetes eléctricos, sus camisetas, sus sudaderas, su jerga
alternativa y futurista, hecha de eslóganes publicitarios, palabras fetiche y banalidades de
autoayuda, los innovadores que iban a mejorar el mundo acumulan dinero y poder con una
conciencia perfectamente limpia, con una especie de impenetrable inocencia. Los directivos
y los ingenieros de su empresa se saben tan poderosos, cuenta Weiner, que se permiten de
vez en cuando algo que llaman “el modo Dios”: espiar a capricho la intimidad digital
completa de cualquier usuario. Casi no hay un momento en nuestra vida diaria y conectada
en el que cada uno de nosotros no esté contribuyendo generosamente a su riqueza. Al
menos Anna Wiener ha huido a tiempo y ha escrito un testimonio memorable.

Uncanny Valley. A memoir. Anna Wiener. MCD Books, 2020 (en inglés). 288 páginas.
24,50 euros. En España lo editará Libros del Asteoride.

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