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El camino hacia la crisis

Del examen de cada uno de los estratos de la sociedad romana entre la segunda guerra púnica y
la época de los Gracos se desprende que el brusco cambio de las estructuras económicas y sociales
en ese corto período no sólo provocó una completa metamorfosis, en la que determinadas capas
sociales conocieron un notorio crecimiento, otras sufrieron un debilitamiento, y algunas vieron
ahora la luz; el cambio en la historia de esos grupos sociales particulares produjo, correlativamente,
la aparición o recrudecimiento de tensiones y conflictos sociales. Los enfremamientos entre las
familias rectoras de la nobilitas no eran ya simples rivalidades sin mayor trascendencia entre los
distintos linajes de un sistema de poder aristocrático. Los choques entre la nobilitas y quienes
ascendían socialmente en el senado,, aunque también entre la oligarquía y los nuevos ricos del
orden ecuestre, originaban nuevos conflictos en el seno de las capas dirigentes. La degradación
material del campesinado romano y el surgimiento de una masa proletaria en Roma creaban una
nueva y muy peligrosa fuente de problemas, al tiempo que una base de masas para cualquier tenta-
tiva revolucionaria. Las continuas tensiones entre quienes imperaban en Roma y los aliados itálicos,
que no sólo tenían un cariz político, sino también social, al igual que las fricciones entre los
beneficiarios del imperio y la población sometida de las provincias, complicaban aún más la
situación. Finalmente, en el odio de las masas esclavas hacia sus dueños latía una amenaza~contra
el sistema entero de dominación romano. Roma, en efecto, se había transformado en muy poco
tiempo en un imperio mundial, en realidad, demasiado rápidamente para que su sociedad pudiese
asimilar semejante cambio, y ni los éxitos deslumbrantes de sus ejércitos en Oriente y Occidente
podían ocultar el hecho de que en el fondo de la sociedad romana germinaba una crisis que
amenazaba con arruinar todos los logros alcanzados. Los primeros signos de alarma, caso del
conflicto entre los Escipiones y el resto de la nobilitas, de las debilidades de Roma en las guerras de
Hispania a mediados del siglo II a. C, de la resistencia de las masas contra Roma en Grecia, nunca
extinguida del todo, o del levantamiento de los pastores en Apulia, no permitían reconocer todavía
la naturaleza de la crisis venidera. Pero ponían de manifiesto que una serie de problemas de nuevo
tipo estaban presentes», y que la situación resultaba totalmente distinta, por ejemplo, a la
correspondiente a la fase crítica del enfrentamiento entre patricios y plebeyos hacia mediados del
siglo IV a. C.
Esta situación se hizo más aguda aún porque el sistema de división social sólo muy parcialmente
era permeable. Para los integrantes de algunas capas sociales estaban ciertamente abiertas las
posibilidades de movilidad social: los esclavos urbanos eran manumitidos con frecuencia, los
libertos podían ganar el ascenso a un estrato de artesanos y mercaderes, comerciantes y empresarios
hábiles podían amasar grandes fortunas y auparse como caballeros al segundo estamento de la
sociedad romana, caballeros ricos podían obtener cargos senatoriales y así, como homines novi,
entrar a formar parte de la aristocracia senatorial. Evidentemente, ello no significaba de ninguna
manera que estas capas fuesen inmunes a la conflictividad social, pero no deja de ser significativo el
que en las violentas luchas encendidas desde los años 30 del siglo II a. C. fuesen ellas las que
observaron el comportamiento más tranquilo. Así, los esclavos de las ciudades, en su mayoría, no se
sumaron a los grandes movimientos serviles del campo> los hombres del comercio y la industria no
fueron, por lo general, grupos desestabilizadores, y la politización del orden ecuestre se mantuvo
siempre dentro de unos límites. Pero las posibilidades de movilidad social estaban muy circunscritas
a la sociedad urbana, y aquí, sobre todo, a los estratos que podían obtener beneficios de la pro-
ducción artesanal, el comercio y la economía monetaria. Muy distinta era la situación en el campo y
entre las masas proletarias de Roma, sin ocupación de ningún tipo en el proceso de producción: rara
vez había perspectiva de liberación para los esclavos de las fincas agrícolas (como tampoco para los
de las explotaciones mineras), también estaba prácticamente excluida todo esperanza de mejorar de
vida para los campesinos caídos en la miseria y los proletarios, y en el caso de las masas de
población itálica y de los habitantes de las provincias apenas se vislumbraba una equiparación
política con los romanos mediante la obtención del derecho de ciudadanía. A esto se añadía la
negativa de la nobilitas a ceder al senador corriente y al homo novus las magistraturas más
importantes y, con ellas, el acceso al verdadero poder. También en este sentido, así pues, la situación
en vísperas del período de las grandes alteraciones inaugurado por los Gracos se presentaba muy
diferente a la de mediados del siglo IV a. C: en la sociedad romana de aquel entonces las puertas del
poder se habían abierto casi de par en par a los homines novi que medraban, mientras que en esta
segunda centuria apenas se vio algo semejante, añadiéndose a ello el que a masas enteras de la
población les estaban siendo negados el ascenso social, la mejora de sus condiciones económicas de
vida y la igualación política.

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