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Eloy Mealla
Familia Cristiana
enero/febrero 2008
Hacia finales de los años 60, la participación ciudadana, más allá de los actos electorales
formales, se empieza a comprender mejor y de un modo más ampliado. Se consideraba
cada vez más indispensable la participación popular, se decía entonces, especialmente en
los diversos programas, proyectos y otras iniciativas sociales.
O sea, las personas, especialmente en los sectores más desfavorecidos, no podían ser meros
destinatarios pasivos de esas acciones. Había que facilitar la intervención de los
“beneficiarios” o “destinatarios” del bienestar social que brindaba el Estado Benefactor.
De una sociedad “estadocéntrica” -ciudadano más bien pasivo, mero beneficiario,… casi
sin mercado-, se pasa a una sociedad “mercadocéntirca”-. No ya sociedad con mercado sino
de mercado. El ciudadano es entendido como usuario, cliente,….
El Estado se vuelve mínimo, para que el mercado pueda actuar más a su antojo, sin
interferencias. Los partidos políticos y los sindicatos, según esta perspectiva, son
básicamente corruptos y burocráticos e introducen “ineficiencias” en la dinámica libre del
mercado.
Surgen así las políticas focalizadas y se recortan al mínimo, mediante el llamado “ajuste
estructural”, las políticas sociales universales en educación, salud, previsión social.
Algunas organizaciones sociales nacidas entonces, promueven un estilo de participación
ciudadana, que prácticamente se proponen reemplazar al Estado. De este modo, dichas
organizaciones se convierten en ejecutoras de programas sociales de contención que
intentan socorrer y remediar los efectos indeseados de la política económica. Para estas
organizaciones el horizonte es sólo lo local, lo micro.
Participación sustantiva
En el escenario actual, se impone una renovada participación ciudadana que se fundamenta
en el derecho y el deber por la construcción de la casa común donde entren todos y todos
sean corresponsables de los bienes públicos, no dueños, ni meros usuarios, ni súbditos.
Una participación ciudadana que no sólo procura dádivas, subsidios y que reclama
asistencia y favores, sino que ejerce derechos.
Una participación ciudadana para ser tal tiene que ser permanente. Al igual que la
solidadaridad, la participación genuina es una actitud permanente no meramente ocasional
ni emocional, requiere de mediaciones, de organicidad.
Al mismo tiempo hay que valorar y reconocer que las asociaciones intermedias, entre el
Estado y el ciudadano individual, son verdaderas escuelas de participación ciudadana, de
ejercicio de la libre agrupación, espacios de innovación y de complementación, muy aptos
para percibir lo nuevo, atender a lo diverso y proponer alternativas, que no se reducen a
bregar por procedimientos instrumentales sino que fundamenta valores, contenidos y
fines.□