intencionalidad hacia el mundo y que éste es constituído
por aquélla en la medida en que le da sentido. A su vez, Lipman asegura que los niños aprenden aquello que tiene sentido para ellos. (1) El sentido no se enseña, pero la educación puede propiciar el desarrollo de habilidades que contribuyan a descubrir el significado de los contenidos transmitidos al alumno y éste deje de permanecer ajeno a ellos. Desde niños nos vemos obligados a organizar el mundo de manera que tenga una constancia y un sentido. Lo esencial del desarrollo intelectual es esta organización y esta donación de sentido al mundo. Los sentidos no están ahí como si fueran cosas, sino que tienen que adquirirse y construirse. Para analizar este proceso, la fenomenología arranca de la Lebenswelt en la que todo sentido se origina; analiza las vivencias para transformarlas en experiencias conscientes y ayudar a las personas a comprender lo que viven, pero no se detiene en dicha experiencia sino que estudia sus conexiones con otras (propias y ajenas) para prestarles continuidad y coherencia. Así contribuye decisivamente al desarrollo del pensamiento y del ser. Es, por tanto, adecuada para mejorar el juicio, es decir, el vínculo entre el pensamiento y la acción. Animando a los niños a fundar sus juicios y a explorar su pensamiento y su experiencia mediante el uso de recursos filosóficos, la fenomenología ayuda a inferir mejor, a identificar lo verdadero y a reconocer el error. La fenomenología entiende el mundo como un cosmos, como unidad de sentidos, no como yuxtaposición de cosas y así es como debe manifestarse el mundo ante los niños para que perciban sus conexiones y sean capaces de encontrarle significados para sus vidas. Vinculando los conocimientos con los intereses, la fenomenología estimula la creatividad y la capacidad de abstracción del niño desde temprana edad, ya que pone en práctica el razonamiento en el aula y la reflexión sobre la razón. La interdisciplinariedad de la filosofía es imprescindible para tal fin. Por otro lado, la indagación desmitificadora, contribuye a desvelar el currículo oculto que transmite la escuela y que tiene por objeto la reproducción y legitimación de las diferencias existentes en la sociedad. La fenomenología y los programas de filosofía no estimulan el pensamiento sólo para que el alumno consiga mejores rendimientos escolares, sino ante todo para que su vida sea más plena y pueda analizar las contradicciones y la irracionalidad dominantes. El sentido que damos al mundo depende de nuestra posición en él. La enseñanza debe tener en cuenta las diferencias ante la igualdad, el hecho de que niños y niñas no piensan igual. Los enseñantes deben fomentar las diferencias y permitir que el pensamiento se contamine con afectos, determinaciones sociales, de género, valores éticos, estéticos, etc. Que la fenomenología tienda relaciones no significa que disuelva las diferencias y menos aún que las oculte. Su interés por la interdisciplinariedad y la ciencia es precisamente lo que le hace enfrentarse al cientificismo, que ha olvidado su suelo(Boden) , el mundo de la vida en el que todas las ciencias se originan. La fenomenología hermenéutica, en cambio, dialoga con la Lebenswelt sin objetivarlo. Reconoce, no obstante que el diálogo no sirve de nada si lo reducimos a un simple método parangonable a otros o lo entendemos como un monólogo ampliado. El verdadero diálogo es el que supera las posiciones iniciales de los participantes y nos ayuda a comprender mejor el mundo y a auto-comprendernos. Conducir bien un diálogo es dejarse llevar por su dinámica. Dialogar es reconocer la superioridad del interlocutor sin pretender que nadie tenga la última palabra. La investigación a través del diálogo es la condición para lograr una verdad intersubjetiva siempre sujeta a revisión y siempre situada más allá de los puntos de vista particulares; esta verdad concilia la identidad y la diferencia, enriquece nuestra vida y nos hace más humanos. El diálogo no sólo estimula a los niños a imitar, a interiorizar los procesos del grupo y a distanciarse de lo dado poniéndolo en cuestión. En los niños domina esa capacidad de extrañamiento que caracteriza a la filosofía y origina laepojé fenomenológica. Ahora bien, la interrogación filosófica se caracteriza por ser radical, por perseguir la esencia; afecta, pues, a todas las áreas temáticas. Un diálogo verdadero implica interlocutores verdaderos y, en el aula, los niños suelen considerarse a lo sumo como interlocutores potenciales. Piaget ha tenido parte de culpa en esto.(2) Lipman y la fenomenología corrigen el error de Piaget; comienzan respetando los pensamientos e interrogaciones infantiles y viendo al niño como un interlocutor válido que se desarrolla preguntando, comprendiendo el mundo y dándole sentido. Merleau- Ponty dice que los órdenes superiores no sustituyen o niegan a los inferiores, sino que les confieren una nueva significación. (3)Este fenomenólogo se enfrenta a las visiones evolutivas que clasifican al niño y conciben su máximo desarrollo en la racionalidad discursiva. Como Lipman, Merleau-Ponty comprende que para desarrollar la capacidad de pensar lo importante son los problemas y no las soluciones. De acuerdo con la sociofenomenología, Merleau-Ponty considera la integración del niño en la sociedad como un fenómeno de conciencia simbólica y como un resultado de la interacción social de orden significativo; entiende la socialización como internalización de pautas y normas y no simplemente como recepción pasiva de imposiciones estructurales o como respuesta automática a las determinaciones. Merleau-Ponty reconoce que la enseñanza es insustituible para hacer que el niño se introduzca en su herencia cultural (4) y, para ello, propone el método socrático: extraer los conceptos que los niños piensan por sí mismos; sin embargo, reconoce que este método no ha dado buenos resultados a causa de la lentitud del progreso. Por eso considera efectivo para el aprendizaje que los alumnos tomen al profesor como un modelo de motivación y de escucha con el que identificarse, ya que no se apropian de su herencia cultural únicamente por medio de la inteligencia, sino también por medios cuasi-dramáticos de imitación del adulto. La filosofía merleau-pontiana de la corporalidad es una filosofía de la intersubjetividad; la vinculación de ambos conceptos es evidente para la fenomenología: ser cuerpo es estar en el mundo con los otros. Para la educación fenomenológicamente entendida el cuerpo se convierte en una categoría necesaria y mediadora en el proceso de desarrollo; el cuerpo es la existencia y la filosofía es una potencia de interrogarla. Educar desde el cuerpo es, sin embargo, una tarea todavía pendiente. Esto puede deberse a la tendencia reduccionista a separar el pensamiento conceptual de la vida, a establecer definiciones y clausurar así el sentido que fluye sin cesar. Cuando Piaget abandona el componente expresivo e intuitivo del lenguaje está ilustrando esta tendencia. En cambio, Merleau-Ponty dialectiza las funciones del ser humano de forma que ninguna de ellas queda subordinada a las otras, sino que todas contribuyen al desarrollo de la inteligencia y a la adquisición del lenguaje. Esta visión relacional del psiquismo es lo que produce el enfrentamiento de Merleau-Ponty con Piaget. Éste piensa en términos de dicotomías; no pretende comprender las concepciones del niño, sino traducirlas al registro del adulto y, más concretamente, del adulto sabio. (5) Piaget pierde de vista la experiencia real y sólo considera la racionalización adulta de la misma; su actitud implica una concepción claramente negativa del pensamiento infantil, porque al entenderlo como una especie de traducción artificial del pensamiento adulto, lo presenta como absurdo. Merleau-Ponty piensa que no hay tanta diferencia entre el adulto y el niño, especialmente si excluimos todo lo convencional que hay en nuestras expresiones. En lugar de subordinar el mundo del niño al del adulto, Merleau-Ponty describe el mundo de la vida como un todo unitario en el que hay distintas dimensiones existenciales o relaciones de reversibilidad; así se explica que el adulto, cuando se encuentra en una situación novedosa para la que no sirve el pensamiento adquirido, piense de manera egocéntrica, autista, sincrética e infantil en suma. (6) El "lenguaje egocéntrico" se modifica completamente al admitir que existe en el adulto y que puede tener valor de conocimiento. Así es como Merleau- Ponty se opone al dualismo de Piaget entre el lenguaje infantil egocéntrico y el lenguaje lógico del adulto, pero además invierte los valores y afirma que el lenguaje infantil es más rico que el adulto, porque va más allá de la lógica y ésta sólo es un artificio, "un elemento muerto del lenguaje total". (7) El pensamiento infantil se anticipa, en ocasiones, al pensamiento adulto y, a la inversa, el adulto piensa frecuentemente de manera pueril. No cabe duda de que el pensamiento infantil no es equiparable al del adulto (no es tético, categorial, sino polimorfo), pero esto se debe a que aún no ha sido socializado completamente en determinada cultura. Estas diferencias no significan ruptura entre sus mundos; lo importante es analizar las relaciones vivientes entre ambos poniendo en evidencia aquello que permite su comunicación. Para ello, Merleau- Ponty se pregunta qué sucede en el niño, adopta su punto de vista y escucha. Las relaciones pedagógicas son relaciones de reciprocidad en las que el enseñante modifica a los sujetos de los que se ocupa y así aprende a autoconocerse. Merleau-Ponty interpreta la definición husserliana del filósofo como "funcionario de la humanidad" como el rol profesional de asumir la existencia humana que es una existencia racional (8) Puesto que también los niños son parte de esa humanidad a la que ambos filósofos aluden, no hay motivo para excluirlos de la filosofía. Si son educados en ella aprenderán a pensar desde su situación, pero sin absolutizar lo fáctico, sin caer en el relativismo. Educar en la fenomenología es educar en la confianza en una verdad que resulta de profundizar en el tiempo y en la finitud, que son insuperables; la verdad de la fenomenología es intersubjetiva, el resultado de la visión de las esencias (Wessenschau) presentes en lo percibido (9) La la racionalidad en la que confía la fenomenología es mucho más humana que esa otra racionalidad técnica o instrumental que ha colonizado incluso el mundo educativo. El programa Lipman también reacciona contra la tecnificación de la educación y propone como corrección la filosofía, pero ésta no es la única detentadora y formadora del pensamiento reflexivo y crítico, de ese "pensamiento complejo" capaz de autoexaminarse, que sólo será el objeto de la educación cuando la filosofía se incluya en los currículos de la enseñanza primaria y secundaria. (10) Educar para la razonabilidad es, sin embargo, algo que no se valora lo suficiente porque en nuestros sistemas credencialistas la educación no se valora por sí misma, sino por las posibilidades que brinda de obtener mejores beneficios. Aunque Dewey y el mismo Lipman insisten en la necesidad de enseñar a pensar para construir una verdadera democracia, lo cierto es que dadas las prácticas educativas vigentes en las democracias indirectas en las que vivimos, se diría que éstas persiguen una educación formal que congele los problemas sociales y adoctrine a los individuos en los valores dominantes en lugar de en el pensamiento creativo y crítico. De hecho, la educación actual enfatiza la adquisición de datos y minusvalora la educación del pensamiento y del juicio hasta tal punto que se bombardea al alumno con tal cantidad de información que ésta no es en absoluto asimilada y mucho menos de forma crítica o con una cierta profundidad. Frente a esa avalancha informativa, resulta necesaria la reflexión filosófica La educación tiene lugar en el mundo en el que vivimos y es, por tanto, algo fáctico con un devenir histórico y una serie de prácticas y de teorías sedimentadas. Ahora bien, el mundo de la vida no es sólo el mundo de los Fakta, sino también una estructura universal y a priori en la que estamos enraizados y un conjunto de potencialidades incumplidas, pero reales también. Paralelamente, la educación no ha de entenderse como un proceso acabado, sino como tarea infinita (como la razón) cuyos objetivos pueden desviarse, aplazarse o irse cumpliendo progresivamente. Ahora bien, si no los definimos por anticipado, si no reflexionamos acerca de los fines educativos, la tarea carece de sentido. Husserl nos brinda una profunda crítica, no ya de la educación, sino de la misma concepción del conocimiento. En La crisis de las ciencias europeas y la fenomenología transcendental analiza las desviaciones de la ciencia que han conducido al cientificismo y se pregunta por la función, no sólo teórica sino también práctica, de la ciencia universal, por las condiciones de posibilidad de una humanidad racional y una ciencia vinculada con ella dedicada a clarificar los problemas de la razón y el sentido de la existencia. Si entendemos la educación como una dimensión de ésta, no debería olvidarse de la filosofía ni de la razón, menos todavía en un momento como el que vivimos en el que el descontento ante el dominio de la razón técnico-instrumental nos lleva a refugiarnos en lo irracional de forma acrítica y se acusa una pérdida generalizada de fe en la razón y en la humanidad. El actual patrón positivista y fragmentado de cientificidad reduce las ciencias a ciencias de hechos y a los hombres a hombres de sólo hechos. De este modo se rompen los lazos entre ciencia y Lebenswelt y se despoja a aquélla de su significación para el ser humano. La educación, por su parte, se entiende como mera adaptación a lo dado; el mundo de los educandos queda reducido al del educador presuponiendo que éste es el mejor y el más racional. La fenomenología, en cambio, nos enseña que es preciso comprender (Verstehen) y sentir con el otro (einfühlen) para aprehender la lógica y la ontología propias de su mundo. Comprender lo ajeno es practicar la empatía, relativizándonos así a nosotros mismos y recorriendo los procesos ajenos de aprendizaje. La fenomenología entiende entonces la educación como Bildung; ésta no es posesión de conocimientos, sino desarrollo personal que vuelve a sí mismo desde lo otro para reconocer lo propio en lo extraño (otras culturas, otros seres, objetos, etc) y encontrar así la mejor manera de vivir. La confianza de la fenomenología en la razón y la influencia fenomenológica en las teorías pedagógicas contemporáneas explica que la concepción de la educación como reproducción esté siendo matizada por otra que subraya el papel activo de alumnos y educadores, las resistencias educativas y las posibilidades de cambiar las tendencias dominantes en la escuela. También Lipman está convencido de la contribución de la educación al desarrollo individual y social; ambos pensamientos transcienden la dicotomía clásica entre una ciencia que produce y una escuela que reproduce pasivamente. Este optimismo es fruto del interés universalista y de la creencia en la participación de la racionalidad de todos los seres humanos. Nosotros pensamos que, junto a esta "hermenéutica de la confianza" en la fuerza liberadora del pensamiento y en las posibilidades de los niños, habría que ejercer una hermenéutica de la sospecha para desenmascarar las diferentes formas que ha tomado la razón a lo largo de la historia y sacar a la luz las determinaciones y distorsiones que nos acosan, tanto en la vida como en la escuela. Para ello, valdría la pena emplear un análisis fenomenológico y descriptivo de la realidad escolar que sacase a la luz las desigualdades existentes, los distintos mundos de la vida reales y posibles presentes en la escuela y abogase por la articulación de los mismos.