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Los Otros Estados Unidos

Represión, marginación y resistencias de base en EEUU


por Alejandro Reyes Arias

Publicado en: Ciepac

En Estados Unidos se vive un momento histórico muy particular. Por un lado, la guerra en
Irak se ha transformado en un caos genocida al cual no se le ve fin. Escándalos de
corrupción resquebrajaron la confianza en el gobierno y el sistema. El mercado
inmobiliario sufrió una caída estrepitosa que forzó a mucha gente a perder sus casas y llevó
a muchos más a la bancarrota, anunciando el inicio de la peor crisis financiera desde la
década de 1920 y un resquebrajamiento del sistema capitalista global. Al mismo tiempo,
casi siete años de una política de “seguridad nacional” llevaron a una alarmante pérdida de
las garantías individuales y a la institucionalización de la tortura. La crisis y el miedo
llevaron a una postura antiinmigrante cada vez más virulenta y a una militarización de la
frontera sin precedentes. En este contexto, la elección de Barak Obama como el nuevo
presidente demócrata de los Estados Unidos fue recibida con escepticismo por mucha gente
cuya realidad permanece prácticamente invisible, a pesar de que sin duda han sido los más
afectados: los pobres y la “gente de color”, minorías raciales que, en muchos casos, no son
minoría.

La vida en los barrios más pobres de


Estados Unidos es sumamente difícil y
tiende a empeorar. Es el caso del barrio Sur
Central de Los Ángeles, con una población
hoy mayoritariamente latina. Fue ahí que,
en 1992, surgió una de las rebeliones más
importantes de los Estados Unidos, cuando
los policías que golpearon al taxista negro
Rodney King fueron absueltos por un
jurado blanco en su casi totalidad. La
rebelión fue la respuesta de la población
desesperada ante la violencia policial, pero
también ante una situación que en el
momento parecía insostenible y que hoy sólo ha empeorado: altos niveles de desempleo, un
patrón de salarios cada vez más bajos, sobrepoblación, escasez de vivienda y rentas muy
caras, segregación racial, pandillerismo, drogadicción, un sistema educativo desastroso,
pésimos servicios de salud, altos índices de obesidad y desnutrición debido a la falta de
alimentos saludables.

Pero fue justamente en este barrio que, durante más de 14 años, floreció la granja urbana
más importante de Estados Unidos: casi seis hectáreas cultivadas por más de 300 familias
pobres, en su mayoría de origen latino. La Granja Sur Central constituía no sólo una
alternativa de independencia económica, sino una fuente de alimentación de alta calidad a
bajos precios. Además, los campesinos preservaban antiguas tradiciones de cultivo,
conocimientos de medicina natural y semillas ancestrales. La granja era un lugar de
convivencia lejos de la violencia, las drogas, las pandillas y el racismo, un refugio donde
los niños podían jugar sin miedo, donde se realizaban fiestas y ceremonias tradicionales.
Muchos de los campesinos eran adherentes a la Otra Campaña.

Pero una compleja trama de intereses políticos y económicos resultó en la destrucción de la


granja, en junio de 2006, por el gobierno del alcalde latino y demócrata Antonio
Villaraigosa, a pesar de la formación de un amplio movimiento social para defenderla. Las
soluciones orgánicas a los problemas de salud, alimentación, educación, drogadicción y
criminalidad poco interesaron a los políticos y empresarios deseosos de lucrar con ese
terreno cuando un nuevo corredor ferroviario aumentó los precios inmobiliarios. Hoy un
pequeño grupo de campesinos sigue organizándose y preservando el sueño de la granja en
tierras fuera de la ciudad.

La granja fue destruida con la intención de


construir una bodega para la empresa textil
Forever 21. Esta es una de las empresas
combatidas por el Centro de Trabajadores
y Trabajadoras de la Costura, quienes la
acusan de violar los derechos laborales de
sus empleados, en su mayoría inmigrantes.
Este Centro, una organización
independiente, horizontal y con base en la
comunidad, opera en el centro de Los
Ángeles, en el corazón de la pujante
industria textil. Aunque es bien conocida la
industria maquiladora mundial, que se
desplaza de país en país en busca de
menores precios de mano de obra, poco se
discute la industria maquiladora interna,
que se aprovecha de la precariedad de la
mano de obra inmigrante (miedo,
desconocimiento de las leyes, dificultad
con el idioma, persecución por no tener
papeles, amenazas y abusos constantes)
para reducir costos sin tener que desplazar
la producción a otros países. El Centro de
Trabajadores y Trabajadoras de la Costura
se organiza para combatir estas prácticas,
en el contexto de una creciente criminalización y hostilidad hacia la inmigración.

En los últimos años ha habido un recrudecimiento severo de legislaciones antiinmigrantes.


Esto ha resultado en la expulsión de más de un millón de inmigrantes en los últimos tres
años -con un promedio de deportaciones tres veces mayor que hace una década. Al mismo
tiempo, ha provocado una precarización de las condiciones de vida de los migrantes,
facilitando la explotación. Pero los números no logran dar cuenta de la realidad cotidiana de
millones de personas que ahora viven bajo constante terror. Abundan las historias de los
niños dejados atrás cuando la migra (autoridades migratorias) se lleva a sus padres. Las
historias de las familias aterrorizadas cuando agentes entran a sus casas pateando puertas,
amenazando con armas y llevándose esposadas a personas cuyo único crimen es trabajar.
Las historias del terror de perder todos los bienes y encontrarse deportada en alguna ciudad
de la frontera sin un centavo. Las historias de los meses o años de detención, las
inyecciones forzadas de fármacos antipsicóticos peligrosos, en violación a legislaciones de
derechos humanos internacionales, los procesos legales manipulados, los maltratos y
humillaciones por las autoridades migratorias. Y abundan, también, las historias de los
cientos de personas que mueren cada año tratando de cruzar una frontera cada vez más
militarizada.

En este contexto, organizaciones como la muy zapatista Tierra y Libertad, en Tucson,


Arizona, se organizan desde abajo para resistir. Se trata de combatir circunstancias
específicas, como las redadas de la migra que mantienen a las comunidades en un estado de
terror, pero sobre todo de crear una conciencia colectiva a través de la educación y la
participación organizativa. Por eso, a la campaña de información sobre derechos se le
añaden proyectos de autosustentabilidad comunitaria, de arte rebelde (RebelArte) y de
educación colectiva. Se trata de alternativas autónomas, desde abajo, por parte de
comunidades que ya no creen en soluciones provenientes del gobierno o los partidos
políticos y que deciden tomar las riendas
de sus vidas en sus propias manos.

Otra organización interesante en ese


sentido es el Kilombo Intergaláctico, en
Durham, Carolina del Norte. El Kilombo
es un centro social en el que “comunidades
de color”, migrantes, trabajadores y
estudiantes buscan soluciones para los
problemas de su vida cotidiana y al mismo
tiempo se vinculan a movimientos
anticapitalistas del mundo. El Kilombo está
inspirado en la lucha zapatista pero
también en los piqueteros argentinos, en
los Panteras Negras y los Young Lords
estadounidenses y en los palenques o
quilombos de la América colonial
(comunidades en resistencia de esclavos
cimarrones, indígenas y mestizos). Al
estilo zapatista, sus ejes de organización y
de lucha son la asamblea, el encuentro, la
autonomía, el territorio, el conocimiento y
la palabra. El Centro tiene programas
educativos (clases de inglés, español, alfabetización, computación, talleres de lectura) y
deportivos, biblioteca, talleres sobre derechos, un proyecto de radio, huerta comunitaria,
clínica de salud, un proyecto de vivienda de bajo costo y una editorial independiente.
Uno de los problemas más graves que afectan a las comunidades pobres y “de color” es lo
que en inglés se llama gentrification: la elitización de los barrios en aras del “progreso”, la
especulación inmobiliaria y los intereses comerciales. Se trata de un proceso en el que
participan inversionistas particulares, empresas multinacionales y políticos locales, estatales
y federales, y que resulta en el desplazamiento sistemático de poblaciones pobres,
alejándolas de sus fuentes de ingresos y destruyendo el tejido comunitario. Es el caso, entre
muchos, del Segundo Barrio en El Paso, Texas, que el Plan Paso del Norte pretende destruir
para construir un gran centro comercial. Como explican los organizadores de la resistencia
(miembros de la Otra Campaña), el Segundo Barrio es no sólo el barrio más antiguo de El
Paso, sino una comunidad viva, mayoritariamente de origen mexicano -un verdadero
sistema de sobrevivencia que le permite a esa población excluida resistir con su cultura, su
lenguaje y su condición económica.

En Nueva York, El Barrio, en el Este de


Harlem, sufre el mismo problema. Uno de
los principales agresores actuales es la
empresa Dawnay, Day Group, basada en
Londres, que en 2007 compró 47 edificios
y que intenta desalojar a sus inquilinos
para desarrollos de lujo. Pero el problema
empezó mucho antes, y en diciembre de
2004 residentes de cinco edificios
amenazados se organizaron y formaron el
Movimiento Por Justicia en El Barrio, que
por medio de campañas mediáticas,
demandas legales, manifestaciones y
acciones directas luchan contra el
desplazamiento. Con la publicación de la
Sexta Declaración de la Selva Lacandona,
el Movimiento por Justicia en El Barrio
decidió unirse a la Otra Campaña y adoptar
formas de lucha zapatistas. En 2006 realizó
La Consulta del Barrio, un largo proceso
en el que los miembros de la comunidad
decidieron sus prioridades y estrategias de
lucha. En octubre de 2007, realizaron el primer Encuentro de Nueva York por la
Humanidad y contra el Desalojo Neoliberal, en el que participaron organizaciones de toda
la ciudad que luchan contra gentrification. En marzo de 2008, el Movimiento lanzó una
Campaña Internacional en Defensa de El Barrio, con la intención no sólo de fortalecer la
resistencia sino de motivar la vinculación de esfuerzos en otras partes del mundo.

Otra constante en las comunidades de color es el abuso y la violencia policiales. Este


pasado 1 de enero, el joven negro Oscar Grant fue detenido por un grupo de policías
(blancos) en Oakland, California, en una estación del metro (Bart). Mientras sus amigos y
un número de personas protestaban desesperadas, los policías lo tumbaron al suelo boca
abajo. Uno de ellos lo inmovilizó con la rodilla en el cuello mientras otro sacaba la pistola y
le disparaba por la espalda, asesinándolo. El incidente se volvió público al ser presenciado
por muchos testigos y grabado en dos teléfonos celulares, resultando en violentas
manifestaciones. Pero la brutalidad y el racismo de las fuerzas policiales contra las
comunidades de color en todo el país son la norma. Como respuesta, organizaciones
llamadas CopWatch (vigilantes de la policía) han surgido en muchas ciudades. Sus
miembros patrullan las calles con cámaras de video, alertan a los residentes de retenes y
redadas y organizan formas de defensa comunitaria. En Los Ángeles, CopWatch L.A., con
inspiración zapatista y de otros movimientos autonomistas, es parte de un proyecto más
amplio de autonomía comunitaria llamado Comunidades Autónomas Revolucionarias, que
incluye granjas comunitarias, guarderías y otros proyectos.

La violencia policial está acompañada de


formas jurídicas de criminalización de la
juventud. Por ejemplo, las leyes antipandillas
prohíben que los miembros de ciertas pandillas
se reúnan en determinadas áreas geográficas.
Pero la determinación de quién es parte de una
pandilla se hace de manera muy arbitraria, de
manera que jóvenes, pertenecientes o no, se
vuelven criminales por el simple hecho de
platicar con amigos en público, andar en
bicicleta, usar ropa de ciertos colores o hablar
por teléfono celular. Las historias de
arbitrariedades contra jóvenes de color
abundan. En Nueva York, un joven de 16 años
lleva ya varias estancias en la cárcel: por pasar
de un carro a otro en el metro, por no registrarse al entrar a un complejo habitacional.

Estos son los jóvenes que supuestamente tienen derechos. Pero los migrantes
indocumentados ni si quiera aspiran a tanto. La inmigración “ilegal” se ha criminalizado en
los últimos años, de manera que hoy el “delito” resulta no sólo en la deportación, sino en la
detención por períodos que pueden durar años. En septiembre de 2008 se realizó la mayor
redada de la historia estadounidense en Postville, Iowa. Trescientas personas fueron
arrestadas, acusadas no sólo de inmigración ilegal, sino de robo de identidad, un cargo con
penas muy severas. La acusación no hubiera resistido el escrutinio en un tribunal, pero las
presiones y amenazas, el miedo, el desconocimiento de las leyes y la ausencia de abogados
hicieron que la mayoría de los detenidos se declararan culpables a cambio de sentencias
supuestamente más cortas de hasta dos años de prisión.

¿Pero, por qué esa criminalización? Parte de la respuesta se encuentra en las políticas de
“seguridad nacional” instauradas después del 11 de septiembre de 2001. El antiguo Servicio
de Inmigración y Naturalización (INS), que pertenecía al Departamento de Justicia, fue
desmantelado en marzo de 2003, con la mayoría de sus funciones transferidas al
Departamento de Inmigración y Aduanas (Immigration and Customs Enforcement-ICE),
ahora bajo el Departamento de Seguridad Nacional (Homeland Security). Con un
presupuesto anual de casi 6 mil millones de dólares, las funciones del ICE se ampliaron
para incluir la “lucha contra el terrorismo” y “amenazas a la seguridad nacional”, funciones
muy promovidas en la retórica oficial. Sin embargo, el minúsculo número de terroristas y
“amenazas a la seguridad nacional” detenidos (114 de 814,073 de 2004 a 2007) es
obviamente insuficiente para justificar el presupuesto o la retórica de mano dura. La
respuesta, por lo tanto, es presentar a trabajadores inmigrantes como criminales capaces de
amenazar la seguridad nacional.

Pero un factor quizás más importante es la privatización de las prisiones, en lo que se ha


venido a llamar el “complejo industrial carcelario”, una industria billonaria que obviamente
necesita “clientes”. Los Estados Unidos tiene el mayor porcentaje per cápita de presos del
mundo. La privatización de las prisiones no sólo resulta en lucros directos por medio de
fondos del Estado. Mucho más lucrativo resulta el trabajo esclavo de los prisioneros,
permitido en la 13ª Enmienda Constitucional. Los presos, que para el capitalismo
estadounidense son “excedentes sociales”, representan una formidable fuente de mano de
obra. Hoy, numerosas empresas utilizan el trabajo de prisioneros que reciben
aproximadamente 25 centavos de dólar por
hora.

Lo que se percibe en todo esto es un


complejo mecanismo de aprovechamiento
de millones de personas que ya no caben
en el sistema. En este contexto, las luchas
autonomistas juegan un papel fundamental.
Para muchos, el sistema es tan complejo y
perverso que no hay manera de cambiarlo
desde arriba. Las reformas de la
administración de Barak Obama ni tienen
la intención ni serían capaces, si la
tuvieran, de reestructurar el sistema en sus
bases. Para las comunidades de mero
abajo, la única alternativa viable es la organización comunitaria autónoma y la vinculación
con otras luchas en el país y en el mundo.

(*)NOTA: El autor es escritor y periodista alternativo, miembro del colectivo Radio Zapatista y doctorando
en literatura latinoamericana.

Manifestación de “Movimiento por la Justicia en El Barrio”; New York (Fotos de Cecile Lumer)

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