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CÓMO SE ENCUENTRAN “HOMBRE 1” Y “HOMBRE 2”

Observar el famoso cuadro del pintor español Velásquez “Las Meninas” es una prueba de
individualismo: si creemos, como observadores, que miramos un cuadro que contiene elementos
estáticos que son ajenos a nosotros, perdemos. Michel Foucault en “Las palabras y las cosas”
dedica justamente un capítulo a esa obra, titulado “El lugar del Rey”. En él, plantea esta situación:

“el corazón de la representación, lo más cerca posible de lo esencial, el espejo que muestra lo que
es representado, pero como un reflejo tan lejano, tan hundido en el espacio irreal, tan extraño a
todas las miradas que se vuelven hacia otra parte, que no es más que la duplicación más débil de
la representación.”

Efectivamente, al fondo de la habitación representada, hay un espejo que refleja en nuestra


dirección, a nosotros. Ahí comprendemos el problema de la representación. Desde aquí, es
imposible pensar al cuadro como una situación que no nos incumbe, al contrario, nosotros somos
los protagonistas: los pintados por el pintor que ha sido interrumpido por la entrada de una
jovencita. El detectar el espejo es invocar el problema de la subjetividad. Este nace en la historia
del estudio del hombre ¿cómo podría “hombre 1” estudiar a “hombre 2”? Nos dice Foucault:

“Las ciencias naturales han tratado, sin duda alguna, al hombre como una especie o un género: la
discusión sobre el problema de las razas en el siglo XVIII es testimonio de ello. La gramática y la
economía, por su parte, utilizaban nociones como las de necesidad, deseo o memoria e
imaginación. Pero no había una conciencia epistemológica del hombre como tal. La episteme
clásica se articula siguiendo líneas que no aíslan, de modo alguno, un dominio propio y específico
del hombre.”

El punto de encuentro entre “hombre 1” y “hombre 2” es el lenguaje. Como animales, nacemos


con el instinto de comunicarnos, y como humanos, nacemos con la competencia de hablar, de
darle infinitas ambigüedades, combinaciones y significados a nuestros sonidos, todo con el
objetivo de dirigirse al otro. Es imposible, por lo tanto, que el lenguaje se mantenga individualista.
Y es el lenguaje, justamente, la herramienta que utilizamos para identificar, y con la que “hombre
1” puede comenzar a pensar en “hombre 2”

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