Carlos González parte de una visión muy crítica de la forma de educar en
la actualidad. Comenta en la película que no somos educados para cambiar la
sociedad sino para sobrevivir dentro de ella.
Carlos González, decidió un buen día abandonar un sistema en el que ya
no creía, fue profesor de secundaria durante veinticuatro años, y tratar de desempeñar su labor docente desde un prisma nuevo: enseñar a los alumnos a descubrir el mundo a través del autoconocimiento, dejar de ser profesor para convertirse en un maestro, al más puro estilo de la Institución Libre de Enseñanza. El resultado de aquella experiencia se plasmó en el libro arriba mencionado (que colgó de forma gratuita en Internet y solo después se publicó en papel). Gracias a Pablo Usón, lo que en principio iba a ser una película de ficción se ha convertido en un documental rodado a partir de un taller de doce días en el que González ponía a prueba su método con once alumnos especialmente seleccionados para la experiencia. Como afirma en un momento dado, “el fracaso sería no hacerlo, no intentarlo”.
Pablo Usón ha puesto a su equipo técnico a disposición del taller impartido
por Carlos González, que tuvo lugar en el Palau de les Heures o Casa Gallart, en la Sierra de Collserola, recinto integrado dentro del Campus de Mundet de la Universitat de Barcelona. En este sentido, los realizadores han logrado crear un espacio “lejos del mundo”, lejos de la ciudad, Barcelona, que solo en un par de ocasiones es entrevista a lo lejos desde las terrazas del palacio. El gran mérito de Usón es conseguir que la cámara prácticamente desaparezca, e incluso que se mantenga al margen en determinados momentos en los que los muchachos están realizando ciertas confesiones. Hay una escena magnífica, en los primeros días del taller, en que uno de los chicos, Pol Pérez, se enfada con sus compañeros porque no responden a sus provocaciones. Todos mantienen la calma y él sale del aula rebotado. Una de las chicas, Anna, se excusa, va en su busca y lo trae de vuelta. En otra ocasión, todos logran empatizar con lo que cuenta Lucy, que les relata una experiencia realmente traumática de su infancia.
Independientemente de que los métodos de Carlos González nos
parezcan más o menos novedosos, más o menos acertados, si hay algo que consigue este maestro es conectar con sus alumnos, transmitir parte de la inquietud que él mismo tiene por aprender cosas nuevas y descubrir el mundo. Que un hombre tan alejado de esos once jóvenes consiga captar su atención, proponerles retos y hacerles reflexionar sobre los más variados temas es una auténtica iluminación, una inspiración para todo aquel que tenga que convivir con adolescentes. No creo que sea solo una película para docentes, sino para todos aquellos que quieran saber cómo son de verdad los jóvenes, qué hay debajo de su máscara, del personaje que se han construido para sobrevivir en una sociedad que nunca ha tenido demasiado que ofrecerles, y ahora menos que nunca (salvo bienes de consumo, claro).