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El Emperador de Michoacán: el fuego que no se apaga

Adrián González Camargo

Si los reclamos duran años, es porque el ojo perezoso del gobierno dura años en encontrarlos. Empero,
a pesar de haber pasado más de 8 años filmando el documental El Emperador de Michoacán, los
directores James Ramey y Arturo Pimentel han encontrado que desenlatar grabaciones de casi una
década encuentran una vigencia que en tiempos de revoltura (que no revolución) política, emergen a la
superficie con la vigencia que tiene la discriminación y el racismo de nuestro país. Sin poder
preguntarles cuál fue el pretexto o la causa por la que empezaron a filmar este documental,
encontramos a lo largo de esta cinta que los pretextos en el cine suelen ser como los pretextos para las
borracheras: no importa por qué queremos festejar, lo importante es que lo hacemos. No importa por
qué queremos filmar, lo importante es emplazar la cámara. Tal vez así nació el filme que dirigen Arturo
Pimentel y James Ramey: El Emperador de Michoacán, mismo que se estrenó en el pasado FICM y que
probablemente veamos en pantallas en algunos meses. Recuperar, resistir, no olvidar. Constantes que a
lo largo del documental se vierten como si los directores fueran ya parte de la misma comunidad que no
implora, sino exige no desaparecer. En este contexto, Pimentel y Ramey van encontrando entre noches
y días un relato que termina con un buen sabor de boca, a pesar de los guiños a ciertas tristezas que se
avizoran: la integración de un pueblo con el avasallador futuro. Sin embargo, construir un relato
pareciera que exige tener una serpiente en las manos, que si bien no venenosa, se puede salir
fácilmente. Los momentos tan íntimos, comunitarios y preciados no duran lo que uno quisiera que
durara. En cambio, el relato quiere brincar muy rápido al siguiente tema. No es un error, tampoco es un
acierto. Es una narrativa que encontrará su público, seguramente muy ávido de darse una zambullida
histórica, antropológica y cinéfila sobre una comunidad que vive alrededor del lago de Pátzcuaro y
zonas cercanas como la montaña y la cañada. En "El Emperador..." encontramos momentos tan tiernos
que nos hacen recordar cómo era la cinefilia antes de las redes sociales: llena de humildad e inocencia.
Recuerdan, con mucha gentileza y por lo cual se le agradece al documental, que los cinéfilos hubimos
nacido como entes que creíamos todo lo que sucedía en la pantalla. Paralelamente, Ramey y Pimentel
nos acercan al relato del pueblo purépecha en tanto que guardián y habitante de una de las zonas más
visitadas y apreciadas de Michoacán. Sin grandilocuencia cinematográfica, pero con aciertos visuales e
informativos, el documental "El Emperador de Michoacán" nos deja esparcida sobre una gran mesa las
piezas con las que se sigue construyendo la cosmogonía purépecha. Los pincelazos van desde la cubeta
del amor al cine, hasta la cubeta de la ceremonia del fuego nuevo. Desde un puñado de investigadores
especializados, como de la gente "de a pie" que consume el cine como chiquillos o espectadores llanos,
pero no aburridos.

El Emperador de Michoacán. Dirigido por Arturo Pimentel y James Ramey. Escrito por James Ramey. Producido por
Enrique Chuck. Fotografía de Rocío Ortíz Aguilar, Uriel Flores, Henochhiram Cabrera y Aldo García Caballero. Edición
de Salvador D. López.

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