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EL MONSTRUO MÁS REAL QUE HA EXISTIDO

Angela Natalia Acosta Márquez


Nicolás López Fonseca
Valentina Ochoa Arellano
W. A. Gómez

Editorial Rodamonte
Título: El monstruo más real que ha existido

Autores
© Angela Natalia Acosta Márquez, 2018
© Nicolás López Fonseca, 2018
© W. A. Gómez, 2018
© Valentina Ochoa Arellano, 2018

Editorial Rodamonte

Ilustración
© Nicolás Menéndez Rodríguez, 2018

Diseño e ilustración de cubierta


© Iván Páramo, 2018

Primera edición, noviembre de 2018

Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra


por cualquier medio o procedimiento, comprendidos en
reprografía y el tratamiento informático, la fotocopia o la
grabación, sin la previa autorización escrita del titular de
los derechos.

Todos los derechos reservados.

Impresión: Guías de Impresión Ltda.


Índice

Diálogos con la doctora Vesania


9

Doce campanadas
23

Los tentáculos de Lete


37

El monstruo más real que ha existido


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Diálogos con la
Doctora Vesania
Ángela Natalia
Acosta Márquez
—Dígame, Doctora…
—Vesania, Vesania Cruz Dávila, monstruóloga, y
antes de que comencemos con esta conversación, dí-
game, ¿cómo prefiere que me dirija a usted?
—Puede decirme como usted se sienta más cómoda,
Pablo, si gusta, y no tengo problema con tutearnos.
—No, yo prefiero hablarnos de “usted”. Comencemos.
—Muy bien. Dígame, Doctora Vesania, ¿cree usted
en los monstruos?
—Depende de lo que definamos como “monstruos”,
pero teniendo en cuenta que su revista se dedica a
tratar asuntos paranormales, yo le diría que sí.
—¿Usted tiene conocimiento acerca de criaturas
no-humanas que habiten entre nosotros?

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Diálogos con la doctora Vesania Angela Natalia Acosta Márquez

—Discúlpeme la intromisión antes de responder y —¿Usted cree? Qué vergüenza, la voy a llamar para
no se ofenda si critico su redacción, pero la pregun- que usted pida lo que desee de la carta. Discúlpeme
ta está mal formulada; una criatura no-humana podría la grosería. Ah, pero está de espaldas, no creo que nos
ser un perro o un gato. Pero como sé que esa no es haya estado mirando tan extraño como usted decía.
la respuesta que usted busca, le diré que sí, conozco —Como quiera, solo pediré un vaso de agua.
acerca de algunas criaturas que habitan en la ciudad, —Muy bien, continúe.
en el diario del ser humano, sin que este sea cons- —La Aporania tiene una figura muy similar a la hu-
ciente de su presencia, aunque pueda percibirlas. mana, se ve como una persona bastante andrógina,
—¿Podría nombrar alguna? es delgada, alta y de largos cabellos. Normalmente le
—Concretamente me gustaría hablarle de tres. Las gusta perseguir a humanos; dependiendo de la persona
he visto. He visto su forma de actuar, son bastan- ­a la que siga, ajusta su estatura para ser más grande que
te interesantes y aterran a los seres humanos, tanto ella. He llegado a ver Aporanias casi de la misma esta-
que ellos tratan de ignorar su existencia cada vez que tura de la persona a quien sigue, pero también otras
las perciben. No estoy segura de sus nombres, o de si que doblan en estatura al ser humano en cuestión.
personas más expertas que yo las han denominado de Es bastante interesante cómo su presencia no es
alguna manera. Por mi parte yo los llamo: rechazada por quienes son perseguidos por ella,
en realidad parece que se sintieran protegidos cuan-
do ella está cerca, incluso llegan a hablarle al pensar
APORANIA, ESPERIDO y Desdaina. que están solos, porque a pesar de no rechazarla,
tampoco aceptan su presencia. A algunos incluso los
—Perdón la interrumpo antes de que comience, ¿Le he visto gritarle. En mi opinión, es bastante curio-
gustaría tomar algo? ¿Café, tinto, té, agua aromática? so. Me di cuenta de que era un monstruo porque,
Le confieso que me siento un poco incómodo comien- una vez la persona se acostumbra a ella, genera un
do mientras usted mira. sentimiento de confianza hacia su presencia, pero
—Es verdad, y si se fija la mesera nos está miran- de desconfianza hacia su entorno. He visto cómo al-
do extraño, debe ser porque usted, Pablo, se ha comido gunos le comienzan a poner candados y medidas de
tres buñuelos y va para el cuarto. seguridad extremas a todo lo que les pertenece.

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Diálogos con la doctora Vesania Angela Natalia Acosta Márquez

Así, la Aporania va creciendo y creciendo y mien- —Pues... No estoy seguro, pero lo digo para que us-
tras más crece, la persona más confía en ella, pero ted se sienta más cómoda, no estoy tratando de in-
menos acepta su presencia; tengo la teoría de que es sinuar nada, solo quería ser amable, discúlpeme. Y
posible que la vean como una amiga, como la única también lo pensé porque tal vez nos sacan del café si
que posiblemente les queda, porque se aíslan de las ven que ya acabamos.
personas que los rodean. —Pero está vacío el lugar.
Solo una vez vi la cara de la Aporania. La vi sonreír, —Precisamente, depronto los empleados tienen que
me pareció algo perturbador, tiene una boca bastante lavar los pisos, organizar las mesas, hacer inventarios
grande y dientes aún más grandes, se ve amenazadora. del final del día.
Ese día, estaba con mi hermana Keralia y juntas —Sí, tiene razón, es posible que los molestemos,
nos dimos cuenta de que, justo después de sonreír, sobre todo teniendo en cuenta el tema que estamos
baja la cabeza hacia adelante y descubre su nuca tratando.
para transformarse en el segundo monstruo del que —¿Lo ve? Deberíamos ir a algún otro lado en don-
le voy a hablar, la Desdaina. Cuando ocurre esto la de no incomodemos.
persona simplemente queda en un estado de inmovi- —¿No le parece, Pablo, que si vamos a otro lu-
lidad total, del cual es difícil recuperarse. gar, igualmente estaríamos incomodando? Es decir,
—¿Me puede repetir el nombre? seríamos una molestia tanto para los trabajadores
—Desdaina. del otro establecimiento como para los de este en el
—No, el del monstruo lo tengo claro, me refiero al cual nos encontramos.
de su hermana. —No lo había pensado así. Bueno, de todas maneras
—Ah, Keralia. Lo sé, es un nombre extraño, creo que son las cinco de la tarde, no creo que vayan a cerrar
es indígena. Ella también es doctora en monstruología. tan temprano. Continúe.
—Es verdad, no lo había escuchado. Antes de conti- —Muy bien. Mi hermana Keralia ha estado más fa-
nuar, hemos terminado de comer, ¿Le gustaría seguir miliarizada con la Desdaina que yo, es así como sé
esta conversación acá o desea cambiar de locación? que aunque la Aporaina siempre lleva a la Desdaina
—¿Qué utilidad nos daría cambiar de locación? en su nuca, también es posible ver otro tipo de
Desdainas totalmente independientes. Estas son

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Diálogos con la doctora Vesania

mucho más ­pequeñas que las Aporainas, yo diría que


la más grande que he visto solo alcanza a la cadera de
una persona de estatura promedio. Son seres multi-
formes, he visto algunos con forma humanoide; otros,
parecen algún tipo de animales, todos son de colores
cálidos, desde amarillo claro hasta rojo escarlata.
Keralia me ha dicho en repetidas ocasiones que
es posible que varias Desdainas sigan a un mismo
ser humano, lo cual es bastante angustiante para la
persona en cuestión: tienden a desesperarse, llorar,
gritar y a perder la capacidad para mantener la cal-
ma. Mi hermana y yo tenemos la teoría de que todo
ser humano tiene al menos una Desdaina a su lado,
esperando para alimentarse de todos los miedos de
la persona a quien siguen.
Una vez captan el miedo de alguien, van a seguir
generándolo para así alimentarse y volverse cada vez
más fuertes. Son criaturas voraces, al punto de que
el mismo ser humano puede terminar alimentándolas
con sus uñas o su cabello, además de sus miedos.
—Suena bastante aterradora esta criatura.
—Créame, lo es. Sobre todo porque tiene la habili-
dad de encontrar la debilidad de la persona y así apro-
vecharse de esta. Pero, honestamente, de todos, el
monstruo que más me aterra es el Esperido.
—Un momento, déjeme verificar que la grabación
no se ha desactivado.

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Diálogos con la doctora Vesania Angela Natalia Acosta Márquez

—Como guste. grandes en comparación con el resto de su cuerpo,


—Sí, prefiero asegurarme porque en otras ocasio- nunca le he visto boca o nariz, solo pelo. Anda por ahí
nes he perdido muchísimo trabajo por no fijarme en pegándose, literalmente, con ayuda de sus patas, al
pequeños detalles como esos. humano más cercano.
—Lo lamento, Pablo, eso debe ser frustrante. —No suena aterrador.
—Demasiado, cada vez que me pasa me asombra lo —Ese es mi punto. Es tan peligroso debido a que
idiota que puedo llegar a ser. su apariencia es inofensiva, pero su particularidad es
—Si usted lo dice... la verdad es que no tratar con que a pesar de su tamaño, como todo parásito, una
responsabilidad su propio trabajo puede ser un com- vez consigue una víctima, comienza a alimentarse de
portamiento bastante estúpido. su energía para crecer; puede llegar a inflarse hasta el
—Honestamente, le confieso que a veces me siento doble de su tamaño original, y lo peor: una vez llega a
así de estúpido, por eso en ocasiones prefiero ni si- ese tamaño, comienza a generar nuevos Esperidos
quiera intentar las cosas. más pequeños, completamente independientes. Le
—Tiene razón, ¿para qué intentarlas si de todas ma- repito, su apariencia no es el problema, el problema
neras le van a salir mal? son los efectos que genera en el ser humano. De los
—Exacto, pero bueno, confío en que esta saldrá bien. tres monstruos que he visto, este es el que más fácil
—Si usted lo dice... yo me limito a contarle mi expe- se manifiesta en el cuerpo de su víctima.
riencia. Honestamente, me es indiferente lo que haga Siempre que veo un Esperido pegado a un ser hu-
con su trabajo, siempre y cuando yo siga haciendo el mano, chupando vida, veo que la víctima no se da
mío. Y en eso estamos. cuenta de su presencia, pero es notoria su incomo-
—Continúe. didad. Estas personas tienden a estar encorvadas
—Cuando le hablo de lo aterrador que es el Esperido ya que al Esperido le gusta pegarse en sus espaldas;
no me refiero a su apariencia física, en cuanto a eso es entonces es como si cargaran una enorme mochila
más intimidante la Aporaina. El Esperido, por su par- de pelos en su espalda y esta los mantuviera encor-
te, podría ser descrito como una pequeña bola de pe- vados todo el tiempo.
los de color negro con patas, de un tamaño no mayor El Esperido, una vez encuentra una víctima, no la
al de un perro pequinés, tiene unos ojos bastante suelta hasta que logre chuparle toda su energía, lo

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Diálogos con la doctora Vesania Angela Natalia Acosta Márquez

que hace que la persona se vuelva lenta, se canse en los casos en los cuales he visto que la gente los
todo el tiempo, duerma mucho y poco a poco se vaya vence, simplemente lo hace produciendo un tipo de
debilitando hasta que, adormecida, acepta voluntaria- energía diferente, una energía que no es comesti-
mente entregar lo poco que le queda. ble para ellos, una energía que al día de hoy no he
—Pero, ¿no luchan contra esta? logrado entender, pero siempre se manifiesta como
—No es posible luchar contra un Esperido de la ma- una luz blanca, brillante y cegadora, que proviene de
nera en la cual nosotros pensaríamos, aún más cuan- ellos mismos.
do esta voluntad de luchar en el ser humano es un —¿Cómo puede ser posible que los tres ataquen al
tipo de energía muy fácil de percibir, de hecho, es de tiempo?
lo primero que el Esperido se alimenta. Por eso me pa- —Es bastante común, los tres pueden estar persi-
rece aterrador este monstruo, porque una vez se cae guiendo a una persona al mismo tiempo y alimentarse
en sus manos es casi imposible escapar, sus pelos ge- de todo lo que esta tenga para ofrecerles; o, una vez la
neran asfixia y su agarre genera dolores de pecho, de Aporaina y la Desdaina inmovilizan a una persona, es
espalda, de riñones y hace imposible que la víctima muy fácil para el Esperido aparecer y aferrarse a esta.
pueda levantar su cabeza para voltearse y deshacerse —Muy bien. Y mi otra pregunta está relacionada con
de su agarre. Esto sin contar que se reproduce ex- mi metodología, me gustaría saber: ¿Es posible contac-
ponencialmente una vez ya ha absorbido la energía tar con su hermana, la Doctora Keralia? Creo que ella
suficiente de la víctima. En fin, creo que he resumido podría ampliar más la información que usted ha dado.
toda mi experiencia estudiando a estos monstruos, —Ah, claro, no hay problema, aunque no considero
¿tiene alguna pregunta, señor Pablo? que sea necesario.
—Solo dos. La primera es: ¿Cómo se lucha contra —¿Por qué no considera que sea necesario?
estos monstruos? —Verá, Pablo, Keralia todo el tiempo ha estado par-
—No tengo clara esa respuesta, le aseguro que he ticipando de esta conversación.
visto muy pocos humanos que han logrado vencerlos, —Estoy confundido, ¿En dónde está?
y más aún cuando es posible que los tres ataquen a —Ja,ja,ja, es increíble que no se hubiera dado cuenta.
una misma persona al tiempo. Me gustaría darle un —Doctora Vesania, ¿Por qué se ríe de esa manera?
mensaje esperanzador, pero solo puedo decirle que —Porque Keralia esta justo aquí, en mi nuca.

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Doce campanadas
Nicolás López Fonseca
Esta historia empieza con las huellas de un automóvil
impresas en el lodo frente a la gran mansión. Un edifi-
cio imponente, tan grande que, como una montaña, el
sol se ocultaba detrás; este enorme edificio se tragaba
al sol, al parecer para que sus habitantes jamás volvie-
ran a ver el mañana. Con una puerta que medía tres
metros de alto y dos de ancho, las dueñas la justifica-
ban con un dicho: “Entre más grande es la puerta por
la que entras, más grande es la gloria que te espera al
otro lado”. Pues bien, el edificio era imponente pero es-
taba abandonado, sus únicos habitantes eran los viejos
recuerdos ya enterrados en el polvo, y un visitante que
antaño vivió en este colosal monumento de la tristeza.
La joven, última heredera de la maldición Lupercalia,

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Doce campanadas Nicolás López Fonseca

buscó refugio en la solidez de las vigas y el silencio que mi nombre, como miel que cae por mis oídos—. Una
se asentaba en cada rincón de una tragedia pasada y lágrima se escurre por la mejilla de la anciana, esqui-
una futura que ha de venir. No sé exactamente de qué vando todas las arrugas de la infelicidad y cayendo en
escapaba, pero parece que sola, en este lugar olvidado, la frente de la infante.
podría encontrar la paz que tanto anhelaba. O al pa- Ya muchos años pasaron y sus últimas palabras se-
recer su corazón resguardaba un tedio incesante que llaron la condena de la que, para ese tiempo, ya estaba
la obligaba a ejecutar estas evasiones de una realidad presa del inconformismo. Era una adulta visitando a su
sofocante y carente de sentido. Sin escuchar las pala- amada abuela en su lecho de muerte:
bras que se quedaban incrustadas en el pensamiento —Mi hermosa niña, solo un último consejo te quiero
de todas las mujeres que tuvieron el infortunio de vi- dar, eres adulta pero aún tienes toda una vida que forjar
vir en la mansión. Esas palabras de su amada abuela y vivir. Por eso te digo: no es buena fortuna ni bienes-
diciéndole, y retumbado desde su nacimiento hasta el tar estar después de las doce en la Mansión Lupercalia,
segundo exacto en el cual dejó este mundo: un demonio vive en ese viejo edificio, que ya no puede
—Niña hermosa, eres lo mejor que ha podido acom- ver ni las glorias pasadas. Aléjate de la mansión, es solo
pañar a mi apellido— le dijo la abuela, con una mi- un montón de viejos recuerdos trágicos. Ya lo decía mi
rada de esperanza en sus ojos, como si viera toda la querida madre “No estamos destinadas a ser felices...”.
maldición diluyéndose en los ojos verdes de la peque- Un último suspiro salió del cuerpo de la cansada an-
ña bebé, para jamás volver. —Pero te digo algo, mi ciana y la mano que sujetaba férreamente se soltó, ya
amado ángel: hace mucho tiempo, ya un tiempo que dejó este mundo y pudo descansar en paz.
quisiera olvidar, nos condenaron a todas. Mi querida Ese era el lejano eco de recuerdo, pero ella, presa
madre fue la primera, maldita ya entre los condena- de un inconformismo que se asentaba cada día en
dos. Desde ahí empezó nuestra racha de mala fortu- lo más profundo de sus huesos, desatendió esta
na, muchos dicen que se convirtió en un monstruo voz, esta advertencia. Se dejó llevar, y nada mejor
que perdía poco a poco su humanidad, yo simplemen- que este libro: Relatos Maravillosos, último legado
te la extraño, estoy segura de que lo último que voy de su madre; contenía asombrosos relatos sobre his-
a sentir en el último segundo de mi vida es su sedo- torias fantásticas que evocaban lo más profano del
so pelo entre mis dedos y su hermosa voz diciendo ser humano y su naturaleza salvaje. Dentro de dicha

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Doce campanadas Nicolás López Fonseca

colección, el cuento que más la poseía era El cora- ni de duendes, sino de esa tristeza que desaceleraba
zón delator, de Edgar Allan Poe, sentía cómo era su lentamente su corazón todos los días.
corazón el que delataba al joven y nervioso ayudante Se dejó invadir de las fantasías y el tiempo se hizo
ante los tres oficiales del crimen perpetrado contra líquido en su pensamiento. Fue cuando el viejo reloj,
el anciano y su ojo maldito. uno macizo de roble y ébano, que luchaba contra el
Ella se veía interpelada en la locura, la desespera- mismísimo tiempo para medirlo en un rincón de la
ción y las ansias de un espacio, un diminuto momento sala de té, la sacó momentáneamente de sus aven-
para escapar, que presentaba este personaje, autor turas imaginarias con una primera campanada, pero
de tan magno crimen. Se sentía libre en la fantasía, ella siguió. Ya la segunda era una advertencia. La ter-
que podía penetrar y nublar todos sus problemas. La cera y la cuarta fueron una sentencia. La casa por
envolvía una suerte de niebla imaginaria que alejaba un segundo quedó en tal silencio de catacumbas y
todo el caos del mundo y silenciaba hasta el más mí- de historias sepulcrales —esas historias de hombres
nimo conflicto, que se acumulaba día tras día como perdidos en el mismísimo infierno escuchando a to-
un saco de pesadillas que no la dejaban levantar su das las almas en pena sufrir—, que se podían escu-
cabeza y presenciar ningún rayo de esperanza. char pisadas, cada una con ocho diminutas patas,
Estaba acompañada por una vela blanca que poseía eran las arañas en los rincones más abandonados de
una llama bailarina que se movía como los diablitos en la mansión. Un viento fantasmal la rodeaba y viajaba
el infierno para no dejar extinguir su luz. Además, la de habitación en habitación, como si fuera dueño de
acompañaba la esperanza, un milagro resguardado en la olvidada estructura.
esta cobija que cubría sus hombros, una pequeña co- Ella, ya invitada por las fantasías entre ambos mun-
bija rosada con una leyenda ya en sus últimas, que no dos, mezclaba las realidades y los sonidos crujientes de
dejaba descifrar qué podría haber dicho en tiempos an- las escaleras, y la casa los tomaba como un golpeteo a
teriores. La misma que de niña había servido de escu- su puerta, una pequeña jugarreta entre ella y su autor:
do contra todas las ánimas y figuras espectrales que la —Es solo un invitado que quiere conocer qué se es-
aterraban en las noches más frías de la mansión; le conde más allá del umbral de mi puerta y nada más—
servía una noche más y la protegía, ya no de fantasmas una risilla se le escapó. —Cómo me gusta El Cuervo de
Poe— se decía a sí misma con una carcajada infantil,

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Doce campanadas Nicolás López Fonseca

que mucho le hacía falta. Su corazón latía con una fuer- El silencio era cortado por una leve canción que
za vital, ya no se sentía más un ser vacío y muerto, salía de la boca del malévolo personaje:
tenía una porción de vida.
La quinta campana la devolvió en el tiempo, a un Todos los niños y niñas están teniendo un muy buen
recuerdo lejano de su infancia, cuando pertenecía a día,
una escuela de élite en su pueblo natal. Recordó el los niños, las niñas y toda la diversión.
mismísimo momento en el cual la tragedia se cruzó Todos los niños buenos, las niñas lindas y toda la di-
en su vida. Unos jóvenes bromistas le robaron su mu- versión.
ñeca, llamada Dorothy, y la ocultaron en el bosque. Cuando los niños ríen, dulces por montón.
Cuando las niñas ríen, juguetes por montón.
Ella, olvidando la advertencia de las autoridades del
Pero si las nenas y los nenes lloran
pueblo de no entrar en el bosque, lo hizo, se perdió solo silencio tendrán.
entre todos los inmensos robles, pero no estaba sola,
al acecho un depredador quería a la joven niña. Desde Cantaba esta cancioncilla en tono de marcha fúnebre
las sombras, una figura alta y macabra con una voz mientras se adentraba en el bosque. En un momento, el
espeluznante le preguntó a la pequeña: bosque se abrió y una cabaña de madera mohosa apa-
—¿Qué hace una nena tan hermosa y tan solita en reció en la penumbra de los árboles. Llegaron hasta la
este frío y oscuro lugar? —lo dijo tan siniestramen- puerta. Desde el exterior se podía escuchar que en el
te, mostrando una hilera de dientes blancos contras- interior sonaban unos cantos y rimas para niños:
taban con la oscuridad de su alma. —Bueno, aquí estamos. Se escucha que hay mucha
—Me quitaron mi muñeca unos niños malos, ahora diversión adentro, ¿no crees?, ¿quieres entrar?— dijo
no puedo encontrarla. esta perversa figura, mientras ponía su mano sobre el
—¿Tu muñeca? ¡Ah!, yo sé en dónde se encuentra. hombro de la niña.
Está en mi casa, estábamos tomando el té y divir- Cuando se disponía a abrir la puerta, rapaz desde
tiéndonos, ¿Quieres ir? —agarró la mano de la niña y la oscuridad, una sombra peluda emergió desde el
la llevó adentro del bosque, muy adentro del bosque, bosque y con sus garras dividió en parte y parte
cada vez más y más en la oscuridad. al siniestro personaje, lo único que quedó de ese po-
bre hombre fue una mancha en todo el frente de

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Doce campanadas

su puerta. Nuestra joven llegó a su casa después


de unos días con delirios sobre una figura siniestra
que la quería arrastrar al infierno y una sombra pe-
luda que la sacó de allí, cubierta de una capa tono
escarlata como una caperuza, una caperucita roja,
así la llamaron y ese va a ser su destino.
La campanada octava la sacó de dicho recuerdo, vol-
vió a sumergirse en las historias de su libro. Mientras
leía, encontró una referencia a un reloj que marcaba
el paso de la muerte, y un recuerdo feliz se cruzó en
su mente: cuando su madre la sostenía en su rega-
zo, sentada en el sillón rojo de la sala junto al reloj,
que en aquellos tiempos era imponente, con vistos de
oro en forma de arabescos, y le leía poesía de lugares
distantes. La novena campanada retumbó con particu-
laridad, como si quisiera ocultar algo.
Más pronto de lo que uno desearía, se daría cuenta
de que los golpeteos de la campanada quinta a la no-
vena, en el tiempo del reloj, eran todas pisadas de un
ser, maldito entre los ya condenados, subiendo por
las escaleras desde lo más recóndito del infierno de
su juventud.
Las tablas que conformaban la vieja escalera mos-
traban una fuerza casi humana al sostener a dicha
criatura. Fue cuando el viento helado se cortó con
bruma, un aliento caliente como brasas se asomaba,
traspasó el umbral de la puerta, sus ojos, al levantar

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Doce campanadas Nicolás López Fonseca

la vista, evidenciaron a un ser oscuro como la noche tal gracia de mariposa de papel que no hizo ni un mí-
asomar sus garras para abrir la puerta. nimo ruido, al caer en un montón de retazos de tela
El terror y el pánico la congelaron en ese instan- que sirvieron de cojín, otro cómplice más.
te, pero reaccionó, corrió de una manera tan sutil ¿Su suerte la habría salvado de un fatídico destino?
que ni el viento tocó para hacer el menor ruido, las Lamentablemente, no. Una rápida mirada de esos ojos
tablas de su viejo cuarto fueron sus cómplices para rojos selló todo. La doceava campanada ya marcaba
facilitar su escape. el castigo y el infortunio. La bestia pudo escuchar su
Se ocultó en el armario que en tiempos de antaño ha- más reciente adquisición, el latido de su corazón.
bría utilizado de refugio ante la noticia de la muerte de Y de la manera más efímera e impredecible, esa pe-
su madre, viejas lágrimas volvieron a recorrer sus me- queña porción de vida se esfumó, nadie pudo escu-
jillas, esta vez por un motivo diferente. Vio a través char el crujir de los dientes contra los huesos, o cómo
de un agujero, hecho por algún animal desconocido, el tejido trataba de mantenerse en una sola pieza
lo que era la sombra peluda que la memoria no podía contra las garras de tan oscura criatura. Tal vez hubo
recuperar por el miedo, silueta cortesía de la luna que alguna súplica, pero eso nunca lo sabrán. Ya lo dijo la
adornaba con su brillo la parte trasera de tan paga- matriarca maldita de la familia:
no cuadro, de un ser alto, peludo, con unos ojos ro- —No estamos destinadas a ser felices ni por un se-
jos como la sangre y una hilera de colmillos blancos gundo en nuestra miserable y maldita vida.
de raíz, que reflejaban sangre seca de alguna víctima
lejana ya en el tiempo. Esta noche este ser quería rehi-
dratar su sed de sangre.
Contuvo el aliento entre las campanadas décima
y undécima. Con su libro contra el pecho, solo de-
seaba que esta figura espectral se fuera de su vista.
Fue tanto el temor que sus manos empezaron a sudar
y dicho libro, que en tiempos que parecían remotos
la había salvado del tedio y el aburrimiento de vivir,
cayó al piso desde sus sudadas manos. Pero cayó con

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Los tentáculos de
Lete
Valentina Ochoa Arellano
La casa del abuelo era el lugar perfecto para las va-
caciones del colegio, estaba rodeada por un gran lago
lleno de vegetación y era rústica. Los papás de Susana
se preocupaban de que pasar más que las vacaciones
allá la fuera a aburrir, pero no había otra alternati-
va. Ambos cirujanos, juntos desde el segundo año de
universidad, intentaban equilibrar la crianza de su
hija con su carrera, pero en ocasiones debían elegir
la segunda. Habían tenido problemas económicos, la
situación del país no era muy buena, así que cuando
les ofrecieron un año de contrato en un hospital de
Minnesota lo aceptaron. Consideraron que sacar a su
hija del país con tan solo 9 años no era necesario.

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Los tentáculos de Lete Valentina Ochoa Arellano

Las primeras semanas fueron buenas, por mo- colegio, pero después de una mañana que puso aceite
mentos extrañaba a sus papás, pero su abuelo se en vez de leche a su taza de cereal, Susana le dijo que
encargaba de jugar con ella, leerle antes de dormir, ya conocía bien el camino y que se iría en su bicicleta.
llevarla al colegio del pueblo y estar pendiente de Tenía miedo de hablarle a su abuelo del pulpo, cada
todo lo que pudiera necesitar. día sus tentáculos eran más fuertes y su tamaño au-
Susana notó el primer signo de que algo no andaba mentaba. Ella temía que su abuelo creyera que estaba
bien un poco después del primer mes. Era de noche loca sí hablaba del tema. Se intentaba convencer de
y había terminado la cena. Coloreó un rato y cuan- que era imposible no sentir un ser tan grande colga-
do fue a cepillarse los dientes notó que toda la casa do del cabello, suponía que su abuelo sabía del pulpo,
estaba oscura. No era muy grande, sólo tenía un pero no quería hablar de él así que ella tampoco lo hizo.
piso, pero había varios pasillos y escondites. Llamó Un fin de semana hacía la tarea, hojeaba los álbumes
a su abuelo un par de veces, pero no escuchó res- familiares porque debía pegar fotos de algunos mo-
puesta. Salió del baño, pasó por las habitaciones, la mentos importantes en su cuaderno. Una foto en parti-
cocina, la sala de estar. Su abuelo estaba frente al es- cular llamó su atención: era de la navidad pasada, toda
pejo detrás de la puerta principal, tenía las manos en su familia estaba junto al árbol, una pequeña man-
sus mejillas y su mirada estaba atenta en su reflejo. cha oscura se asomaba entre el cabello de su abuelo.
Ladeaba la cabeza como hacen los cachorros cuando Susana cerró el álbum de un golpe. ¿Cómo era posible
escuchan algo que no entienden. que ningún miembro de su familia hubieran notado al
Susana estaba tan concentrada mirando los gestos pulpo en ese entonces? ¡Crecía y se alimentaba de su
en el espejo que tardó en notar el ser viscoso adhe- abuelo desde hace meses! Inadvertido y silencioso.
rido en la cabeza de su abuelo. No era muy grande, ¿Por qué su abuelo nunca había hablado de esto?
como una pelota de golf, era negro y resaltaba por El comportamiento de su abuelo cambió con rapi-
las canas del anciano. Vio unos tentáculos agarrar- dez. En sus ojos ya no había cariño y ternura, ahora
se al cabello e identificó que se trataba de un pulpo. la miraban con desconfianza, con extrañeza. Susana
Susana decidió irse a dormir sin despedirse de su evitaba pasar tiempo con él, en las noches se escon-
abuelo. Algo en esa criatura le hacía sentir descon- día bajo las cobijas y fingía estar dormida para que su
fianza. Por un tiempo su abuelo la siguió llevando al abuelo no se sentara a leerle como solía.

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Los tentáculos de Lete Valentina Ochoa Arellano

El pulpo crecía de manera alarmante. Los tentáculos una voz ronca, que no se parecía en nada a la que
caían sobre los hombros del abuelo. El peso de la cria- le brindaba palabras de aliento hace un tiempo. Su
tura hizo que su postura cambiara. Siempre había sido abuelo decía ¡Lete! ¡Lete! Una y otra vez. Las palabras
un hombre fornido, alto y fuerte, ahora se agachaba y se volvieron gemidos casi asfixiados bajo el peso de
miraba siempre al suelo. la criatura. Cada vez con más volumen y frenéticos.
Una noche Susana soñaba con sus papás, estaban Su abuelo se dio vuelta y Susana quiso llorar al ver
juntos en Minnesota, comían helado y caminaban por cómo dos de los tentáculos más pequeños se metían
los parques; era invierno, caía nieve, podía sentir el frío en la nariz de su abuelo. Él la miraba alarmado. Por
en sus mejillas, se sentía como en casa. Un ruido fuerte un momento, casi parecía haberla reconocido. Por un
hizo que se despertara, aún estaba oscuro. Se levan- segundo, Susana sintió la mirada cálida de su abuelo.
tó de la cama al escuchar la radio encendida,  su abuelo Empezó a correr por los pasillos de la casa, algunos
murmuraba al ritmo de la canción. Susana no sabía que clavos salidos del suelo de madera se le enterraban
esa vieja radio funcionaba y la curiosidad hizo que sa- en las plantas de los pies. Abrió la puerta de la vieja
liera de su habitación. Se asomó tímida a la sala de es- oficina de su abuelo y se encerró ahí. Sentada en el
tar donde se encontraba su abuelo. Sentía que en eso suelo con su espalda contra la puerta, Susana no po-
se había convertido una de las relaciones más impor- día parar de llorar.
tantes de su vida: ella, asustada y dudosa, siempre en
las esquinas intentando entender el extraño ser en el ¿Dónde estaba su dulce abuelo? ¿Qué era esa
que su abuelo se había convertido. horrible criatura que lo había consumido? ¿Cómo
El pulpo había crecido tanto que tenía al abuelo detenerlo?
abrazado, la cabeza era más grande que la del an-
ciano, los tentáculos le cubrían todo el torso y se Unos días después entendió que, tal vez, no había
aferraban con fuerza. La textura viscosa de su piel solución. Estaba en clase de español, debían leer un
brillaba bajo la luz amarillenta de la sala. Al inicio, por texto y resumirlo. Cuando abrió el libro casi grita del
la conmoción de lo que veía, creía que su abuelo mur- horror al ver al pulpo ilustrado en el papel. El titulo
muraba la letrade una canción, pero al escucharlo decía “Lete, el río del completo olvido”. Junto a una
de cerca era claro que repetía la misma palabra. Con breve explicación sobre mitología griega estaban

40 41
Los tentáculos de Lete

ilustradas unas horrendas criaturas entre las aguas


del olvido, entre esas el pulpo. No pudo dejar de pen-
sar en eso durante el día. Camino a casa, una enorme
resignación y tristeza la atacaron. Este monstruo,
este completo olvido, que sin previo aviso consumió a
su abuelo, era imparable e invencible.
Su abuelo empezó a decaer a gran velocidad. Se
negaba a usar ropa, deambulaba por la casa en ropa
interior y medias de distinto color. Escuchaba música
en la madrugada a todo volumen, Susana no le de-
cía nada, la única vez que intentó apagar la radio su
abuelo salió enfurecido y pasó la noche sentado jun-
to al lago que rodeaba la casa. Ella no pudo dormir, lo
vigiló desde la ventana hasta el amanecer.
En una ocasión en particular, Susana temió que su
abuelo pudiera herirla. Era fin de semana y hacía sol,
ella decidió salir a jugar frente a la casa con un lazo y
unas muñecas que tenía guardadas en su maleta. Su
abuelo se despertó al medio día y de inmediato empe-
zaron los gritos. Susana entró a la casa corriendo, su
preocupación se tornó en miedo cuando vio que los
tentáculos ya tenían agarradas las piernas de su abue-
lo y llegaban hasta el suelo, los más largos se arrastra-
ban en el piso dejando baba tras ellos.
Su abuelo empezó a acusarla de haber robado un
reloj de oro que tenía guardado en el armario junto a
otros recuerdos de su juventud. Susana nunca había

42
Los tentáculos de Lete Valentina Ochoa Arellano

abierto dicho armario, aún no era lo suficientemente En un momento de valentía, Susana se sentó junto
alta para alcanzar los cajones superiores. Los pasos a su abuelo y tomó la cuchara de su mano. Empezó
de su abuelo eran pesados, hacían retumbar la madera a darle la compota y sintió una infinita nostalgia.
Susana cubría sus oídos y cerraba los ojos para in- Recordó las fotos de los álbumes, en muchas su abue-
tentar evadir los gritos y acusaciones. Después de lo le daba papillas y biberones, con paciencia y amor,
unos minutos, justo antes de salir corriendo a escon- justo cómo intentaba hacer ella en ese momento.
derse en su habitación, alcanzó a ver como su abuelo Faltaban unas pocas cucharadas cuando su abue-
intentaba levantar su brazo con el puño e ira en sus lo empezó a toser, se intentaba levantar de la silla,
ojos. Tenía la intención de golpearla. Sin embargo, los pero el peso del pulpo se lo impedía. Los tentáculos
tenáculos del pulpo pesaban mucho y le impidieron en la nariz le impedían respirar y se ahogaba con la
completar el movimiento. comida atorada en la garganta. Susana no sabía que
Susana no fue a la escuela por dos semanas, temía hacer, sólo veía como su abuelo tosía y se ahogaba.
salir de su habitación, atravesar la casa y encontrarse Después de unos momentos, su cuerpo se puso rígi-
a quién alguna vez fue su abuelo. Su corazón no so- do y cayó al suelo junto al monstruo pegado a su es-
portaría una tristeza más. En las mañanas cuando palda. Susana intentó moverlo, despertarlo. No hubo
él dormía o durante el día cuando lo veía fuera de la respuesta. No, abuelo, por favor.
casa, salía rápido a la cocina y al baño.
Era domingo en la noche cuando la curiosidad fue NO, NO,NO, NO.
más grande que el temor y se atrevió a salir. Todo es-
taba en silencio, no se escuchaban pasos ni música. Corrió a buscar la bicicleta en el frente de la casa, se
La luz de la cocina estaba prendida. subió en ella y pedaleó con toda la fuerza que tenía.
Su abuelo, abrazado por completo por el gigan- Los músculos de las piernas se sentían en llamas y
tesco pulpo, estaba sentado en una silla intentado el pecho le dolía. Las lágrimas no permitían que vie-
comerse una compota de verduras. Sus movimientos ra el camino con claridad. No sabía a dónde ir, sólo
eran imprecisos y bruscos. Sus manos estaban ro- sabía que tenía que irse lo más lejos que pudiera de la
deadas por un tentáculo y le era imposible llevarse casa de su abuelo. En ese instante deseaba más que
la cuchara a la boca. nada poder olvidar el último año de su vida.

44 45
El monstruo más
real que ha existido
W. A. Gómez
Era un cuarto bastante frío. Diríase tan frío que la
misma palabra existía en el ambiente y en las leyes de
la física. Resultaba irónico pensar que en tan vasto es-
pacio no podía existir sino solo una cosa. Hay que re-
saltar que era un espacio muy grande: podían coexistir
los dos más grandes y feroces animales y jamás po-
drían encontrarse, pero cualquiera que entrara a esta
cuasi-infinita habitación, hombre o animal, seguro se
encontraría con lo inevitable, con lo ineludible…
La oscuridad misma es el miedo más antiguo del hom-
bre, pero hay uno peor que se oculta detrás de este.
También los animales lo sienten pero, a diferencia del
ser humano, pudieron desarrollar cualidades y carac-
terísticas para luchar contra este vil sentimiento. No

49
El monstruo más real que ha existido

digamos ya sentimiento, sino el más vil monstruo… Sin


embargo, la lucha está muy lejana a significar victoria.
La caída de un pequeño e ínfimo objeto podía sig-
nificar el fin mismo del tiempo, así de siniestra es
esta criatura. En este espacio no abundaba ni la luz de
la esperanza, ni la luz divina. Pueden pensar un mo-
mento y considerar este cuarto frío y no tan inhóspito
como la mirada negra de un animal muerto. Todos he-
mos observado esa eterna y nerviosa mirada del negro
azabache. Nunca nadie se atrevió a mantener la con-
centración en tales ojos porque, de forma inmediata y
brusca, recordaba a la vil criatura.
Así nació la costumbre humana de cerrar los ojos de
un ser fallecido, así los animales aprendieron a dejar
atrás a uno de los suyos caídos. Esta criatura, que
no es mítica pero sí mitológica, le recuerda al hom-
bre algo no tan sencillo de comprender en estos días:
es como cualquier otro animal. El sentimiento es ne-
fasto. La sangre hierve al ver este monstruo, nadie
se ha salvado y en este preciso instante cualquiera lo
puede ver, incluso ustedes…
El eco de una gota de agua que caía se podía escu-
char una y otra vez, el infinito era su extensión. Quien
lo oía sabía que no había escapatoria, que de nada sir-
ve correr y que es en vano mantenerse de pie porque
los mismos pies, de manera involuntaria, ya estaban
temblando. El monstruo es eficaz y rápido, tan solo

50
El monstruo más real que ha existido W.A. Gómez

necesita de un segundo para ejecutar su terrible y mal- El ingenio del hombre, sin sentido, ha tratado de apla-
dita acción. Solo consideren esto: este monstruo no car al monstruo. No es más invencible que este espacio
tiene fin ni hoy, ni mañana, ni nunca. y silencio que sigue, tan solo porque se puede ver aquí:
El fuego prometió una idea errónea para la humani-
dad: creyó vencer por fin a la criatura. Por eso los ani-
males detestan el fuego de los hombres, sólo ilumina NEGRO
y recuerda las cantidades de sangre que ha dejado el
NEGRO
enfrentamiento contra ella. Tan sólo basta cerrar los
ojos en medio de un punto de esta enorme habitación NEGRO
y sentir la paridad con el organismo más débil de la na- NEGRO
turaleza, el más aniquilado, insignificante y pisoteado.
NO. El hombre quiere valer por su ingenio, el animal
reina por su valentía.
NEGRO
Nadie ha sobrevivido en este cuarto frío. A pesar de NEGRO
la oscuridad, todos creyeron ver el frío mismo y la fa- NEGRO
talidad del monstruo. Basta estar en cualquier espacio
de esta habitación y mirar a cualquier punto: cerca,
más cerca y MUERTO
¡MÁS CERCA!
Y así, no se siente el cuerpo. No sirven las grandes
garras, ni el rugido más fuerte y mucho menos la ra-
Se puede sentir que ya viene o que ya está justo en- zón humana. Es en este punto cuando debo decir
frente de los ojos del observador. Inútil cerrar los ojos. cuál y cómo es esta criatura que no es infernal, pero
Ningún animal u hombre supo si tenía los ojos cerrados sí bastante natural. Sólo apaguen las luces, visiten un
o abiertos cuando estuvieron aquí. Tal era la oscuridad bosque en alguna noche oscura, cierren los ojos en
que reinaba… un lugar desconocido, miren a la oscuridad a través

52 53
El monstruo más real que ha existido

de una ventana, contemplen por bastante tiempo ese


espacio reducido entre la cama y el suelo y lo cono-
cerán. Lo más tenebroso es que para cada uno de los
hombres o animales posee una figura distinta. Ninguna
más horrible que otra. El monstruo se presenta como
el peor fin que cualquier organismo vivo pueda tener. El
monstruo es la mísera y cruda mundanidad de la vida,
el acecho que sufrimos todos en el hilo de la existencia.
El recordatorio que mañana, en 20 minutos o al pasar
la página, tu vida se puede fracturar e ir al vacío. Son
dos grandes ojos que están observando a cada instan-
te, es la tensión y el miedo con el otro, con el prójimo.
No creas esto un cuento de susto, ni mucho menos una
ficción, el cuarto es real y todo su contenido también.
Pero claro, solo quieres huir y decir que nada de lo
dicho es cierto. Pues bien, sólo tienes que no cerrar
los ojos nunca en un cuarto frío, silencioso e inhóspito;
aún así, es inútil porque el monstruo aguarda y ataca
en el momento más indicado.

NO CIERRES LOS OJOS.

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¿Quiénes escribieron?
El monstruo más real que ha existido

Angela Natalia Acosta Márquez


¿Qué es un monstruo?
Estudiante de derecho, nacida en Tunja en el año de
1996. Desde niña leía obras como Matilda, su interés
por la literatura la ha hecho preguntarse por esta cues-
tión y concluir que un monstruo es lo que la mente así
define. En este cuento, su primera publicación, explica
la necesidad de reconocer cuando la mente esta sien-
do traviesa, para evitar que dichas jugarretas se con-
viertan en temidos monstruos.

Nicolás López Fonseca


Sobre mí
Me gustaría decir que nací el día en el que el in-
vierno dejó de azotar lo que en antaño fue dicho-
sa villa, pero no, nací un día corriente del año 1997 en
Bogotá. Sin ningún sueño ni recuerdo que me pudiera
dar fama, y así lo he preferido, nada banal, solo un
constructor de sueños y un tejedor de destinos. Mi
escritura no es especial a simple vista, dejo al lector
un mar de incontables secretos que puede, o no, ex-
plorar. Dejo en estos cimientos una beta de materia-
les preciosos para forjar una imaginación que pueda
domar a las feroces fieras de la expectativa.

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El monstruo más real que ha existido

Valentina Ochoa Arellano


Valentina lucha contra los monstruos que se esca-
bullen y logran pegarle un par de sustos mediante las
páginas que llena de tinta. Los personajes que cono-
ce en la pantalla grande le dan soluciones y nuevas
ideas. Las historias de otros gladiadores la inspiran
para tomar su pluma como espada y seguir en batalla.

W. A. Gómez
Nacido entre dos culturas (la costeña y la san-
tandereana) en el año de 1998, William A. Gómez se
mueve entre su sincronía de identidades y la bús-
queda de ser ciudadano del mundo. Se ha formado
estudiante de la vida misma a través de la literatura
y la biología en la Pontificia Universidad Javeriana. Si
bien ha admirado y dedicado su tiempo a lo poético,
la ficción no ha escapado a su interés.

60
Este libro se terminó de imprimir en la
ciudad de Bogotá, Colombia, en el mes de
noviembre de 2018.

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